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Última entrevista a Pina Bausch en

Chile
A los 68, etérea, cálida y firme como roca, mantiene su sitial como la
coreógrafa clave de la danza contemporánea en el mundo. En su
tercera visita a Chile, esta alemana de fama internacional abrió su
corazón para hablar en primera persona de su timidez infantil, sus
hombres, su férrea creatividad y el amor que la anima en escena
desde hace medio siglo. "Lo que viví aquí es un regalo", dice del
desierto y las islas. Lo pagará trayendo una nueva obra en enero de
2010.
30 de Junio de 2009 | 10:38 | María Cristina Jurado, Revista YA

''Yo fui una gran tímida de niña. Y vivía con mucho susto, un
sentimiento que aún conservo y que, en parte, ha sido mi motor''.
Carla Dannemann

NUNCA QUISE SER COREÓGRAFA

Yo fui una gran tímida de niña. Y vivía con mucho susto,


un sentimiento que aún conservo y que, en parte, ha sido
mi motor. El miedo mueve. El miedo hace crear porque tú
quieres inventarte un mundo donde tus ideas y tus sueños
funcionen. Ahora mismo, en este primer ensayo con mi
compañía en el Centro Espiral, después del viaje por
Chile, estoy muy asustada. No tengo idea qué haremos,
no sé si saldrá bien. Sé que llevo en esto medio siglo, pero
igual siento incertidumbre. Yo era extremadamente tímida
y casi no hablaba, las palabras me salían a la fuerza.

Desde muy chica quise ser bailarina, nací en 1940 y


Alemania estaba en plena Segunda Guerra Mundial, un
tiempo de sacrificio. Como hablar me daba miedo, como
nunca encontraba las palabras adecuadas, sentí que el
movimiento era mi propio lenguaje. ¡Por fin me podía
expresar! El movimiento me abrió las puertas hacia la
vida.

Vivíamos muchas carencias en mi familia y en el país,


pero, a los cuatro o cinco años, alguien me llevó al ballet
en Solingen. Todavía recuerdo ese escenario brillante,
lleno de luces: entonces supe que bailar sería mi
existencia. Mi gran suerte llegó cuando la Folkwang
Schule se instaló en Essen, una ciudad a unos 30
kilómetros de mi casa.

En 1955 entré a estudiar ballet con Kurt Joos, su director y


uno de sus fundadores. Él era un nombre esencial en la
danza contemporánea; yo tenía quince años. Me fui
empapando de todas las disciplinas: era una escuela
peculiar que combinaba ópera, teatro, música, escultura,
pintura, fotografía, pantomima, artes gráficas. Ese contacto
con todas las artes me abrió los ojos y ha influido
poderosamente en mi creación. Hasta hoy no concibo una
danza divorciada del resto de las expresiones artísticas.

Con Joos tuvimos una relación muy cercana, puedo decir


que fue un poco como mi segundo padre y, durante un
tiempo, hasta viví en su casa. También era su asistente,
alguna vez dirigí sus ensayos, ordenaba sus agendas de
trabajo. Una relación muy personal que ni siquiera
recuerdo cómo se fue profundizando, pero que hizo de
Kurt la influencia más fuerte en mi carrera: me marcó a
fuego. Me enseñó que lo esencial es encontrar el propio
camino. Yo quería -y quiero- solamente bailar.

Nunca pensé en ser coreógrafa. La danza es mi única


meta. Pero, a fines de los años 60, sentí que me sobraba
tiempo. Me faltaba algo, no sabía qué. Entonces empecé a
escribir con mi cuerpo. Me salían pequeños textos
envolventes, profundos, otros divertidos o esperanzados.
El humor ha sido importante en mi escritura. Escribía con
mis brazos, con mi vientre, con mi espalda. Así salió
Fragmento en 1968 y mi rol de Ifigenia. Pero el punto de
partida fue siempre la danza. Lo hice por mí: yo era quien
quería bailar. De a poco, algunos compañeros quisieron
integrarse a mis invenciones, me pedían pasos,
movimientos.

Pasar de bailarina a coreógrafa fue casi un proceso


orgánico. No lo busqué, no fue una decisión intelectual. Yo
simplemente bailaba y, un día, sin saber cómo, me
encontré escribiendo con mi propio cuerpo. Quería buscar
una manera de decir lo que necesitaba de una forma
fuerte, poderosa. Igual que en los años de mi infancia,
quería expresarme. Hubiera podido hacer más, pero tenía
a mi cargo los bailarines y la compañía. Les di a ellos mi
amor y mi escritura para que danzaran y, hoy a los 68,
¡todavía espero para bailar yo...!
Una de las experiencias marcadoras fue cuando me
pidieron dirigir mi propia compañía en 1973.

Ponerme a la cabeza del Tanztheater Wuppertal Pina


Bausch, como se llama hoy, fueron palabras muy grandes.
Hasta entonces, yo creaba en libertad y la rutina me
aterraba. ¡No quería encerrarme en un teatro! Pero me
insistieron tanto que acepté. A los 33 años tuve que
enfrentar, por primera vez, a 26 bailarines. Me preparé
mucho: anotaba todo. Nunca había escrito ballets largos,
sólo trozos pequeños y éste era un tremendo desafío.
Pasé el primer día temblando de miedo y de emoción. Me
obligué a cerrar los ojos y a sentir. Entonces decidí que
todos los comienzos partirían de mi ser como bailarina. Y
así es hasta hoy.

MI MÉTODO SOY YO

Un día llegué a una encrucijada: o seguía un plan


establecido o bien dejaba que aparecieran miles de cosas
inesperadas y las empezaba a conectar. Opté por lo
segundo. No se trataba de improvisar, tampoco eran
chispazos espontáneos. Era más. Se trataba de conectar
miles de detalles observados y dejar que todo eso hiciera
su camino propio.

Nadie, ni yo misma, sabía a dónde iba a ir a parar la idea


original, ese click que está en el origen. Fue como armar
un rompecabezas con un hilo conductor. Me di cuenta de
que el resultado siempre era una gran sorpresa para los
bailarines, pero sobre todo para mí.

Trabajábamos la sorpresa. Bailábamos la sorpresa. ¡Tan


refrescante! Con el tiempo tuve que sistematizar. Inventé
el método de entregar una pregunta al grupo, una técnica
que aún usamos. Les doy algo en qué pensar, algo que les
provoca reacciones intensas y mucha pasión.

A veces los bailarines escriben sus respuestas con


palabras, otras, con el cuerpo y los movimientos. A veces
es sólo un gesto. Les pido que interpreten un deseo, un
estado de ánimo, un miedo. O que imaginen y reaccionen
frente a una situación inventada. Elaboro un cuestionario,
tomo notas, les enseño un paso nuevo. Así se va armando
mi material de construcción. Es con esto que construyo
cada cuadro, como los ladrillos o el cemento de una casa.
No es simple: sé lo que ando buscando, pero no tengo
idea de dónde lo voy a encontrar. Yo lo siento pero no lo
veo; algunas veces aparece nítido, pero otras es una gran
nebulosa. Hasta que una mañana me levanto - con sol o
con lluvia- y llega el gran chispazo: sé. Sólo que esta
respuesta genera más preguntas. Y el ciclo continúa, cada
vez más intenso, a veces, un poco desesperado... Por fin
el material recolectado toma forma. Y comenzamos.

Me han preguntado a veces cómo es que, después de 40


o 50 años, aún no tengo todas las respuestas. Digo que no
sé, que aún el proceso me intimida. Todavía me asusto
como la primera vez. Nunca sé qué saldrá... todo lo que
puedo prometer es que, de nuevo y siempre, voy a tratar.
Siempre estoy tratando. Mi trabajo es totalmente naive.
Suena raro, ¿verdad? Pero es tal cual, algo simple que
todos queremos compartir. Una vez que los bailarines son
parte de la idea, recién aparecen los otros temas: la
puesta en escena, el vestuario, las luces, la música. Esta
parte es capital porque cada pequeño detalle puede hacer
variar totalmente la obra. A veces cambio cosas, ¡mucho
después del estreno!, porque la danza es algo vivo. Y la
música le es esencial. Tengo a dos personas dedicadas
exclusivamente a recolectar y a archivar piezas musicales
para acompañar mis creaciones. Pero todos contribuimos:
los bailarines aportan sus ideas y sus discos, los técnicos
traen los suyos, intervienen mis amigos, yo también
escucho música como loca porque sólo yo sé lo que
necesito... Así y todo, ésta sería una tarea imposible de
hacer por una sola persona, porque, aunque nadie lo crea,
mi compañía trabaja contra el tiempo. Cada proceso de
creación dura, a lo máximo, dos a tres meses. Ir contra el
reloj es intimidante. Mi grupo de bailarines es siempre el
mismo: 30 personas de ambos sexos. Sólo contrato
nuevos cuando alguien se va, tenemos una larga lista de
espera y a veces audiciono en otros países. Soy
afortunada de que tantos talentos mundiales estén
interesados en trabajar en el Tanztheater Wuppertal.
Nuestro repertorio es muy grande y, a veces, cuando
alguien se va, tengo que cambiar piezas completas: cada
bailarín es un engranaje vital para cada obra. Como un
traje a medida. Aunque siempre es bueno traer gente
nueva al grupo, por el oxígeno que aporta. ¡Sangre nueva!

EL AMOR Y LA VIDA

He vivido historias de amor increíbles. Han sido capítulos


de mi existencia que han marcado mi vida personal y me
han dado mucha felicidad. Pero cuando me preguntan si
he sido feliz, digo que lo que he sentido casi siempre son
sentimientos encontrados: felicidad mezclada con
preocupaciones. Pienso que a veces esa sensación tan
fantástica queda guardada bajo el cotidiano. Como
escondida.

He tenido dos matrimonios con dos hombres


extraordinarios. Mi primer compañero fue crucial en el
desarrollo de mi compañía y en todos mis inicios como
bailarina y coreógrafa. Rolf Borzik fue mucho más que un
compañero de trabajo, era pintor y artista gráfico, un
escenógrafo talentoso y mi apoyo durante decenios. Él
construyó los sets de todos mis ballets desde 1968 y
marcó mi manera de ver y hacer las cosas, mi creación
toda.

Cuando murió, en 1980, yo cumplía cuarenta años, una


edad importante, una edad en que uno hace un balance.
Fue terriblemente doloroso, sentí como un vendaval
interno.

Ese mismo año inicié una gira sudamericana que me trajo


a Chile y conocí a Ronald Kay, mi actual marido, él
enseñaba literatura en la universidad. Los dos veníamos
de experiencias profundas y dolorosas, Rolf se había
muerto y algo de mí había partido con él. Conocer a
Ronald me dio alas, nos entendimos desde un principio y
nos enamoramos casi a primera vista. Yo digo que fue una
experiencia privilegiada.

En 1981 nació Rolf Solomon, nuestro hijo. Lo único que en


verdad tenemos los seres humanos es el amor y la vida y
las cosas que les pertenecen. No sólo existen los
sentimientos en pareja: he experimentado sensaciones
estremecedoras en mi trabajo. Ha sido el amor de sus
integrantes el que ha hecho perdurar la pieza Kontakthof
durante más de diez años.

Fue en 1998 cuando puse un aviso en un diario de


Wuppertal y convoqué a hombres y mujeres sobre 65 años
para revivir esta pieza de 1978. Me había inspirado un día
en que vi un baile con una orquesta muy antigua en un
salón y parejas de la tercera edad daban vueltas al
compás de la música, bailaban tango, fox trot, vals, ¡tan
felices! Es tan increíble porque el amor nunca termina, a
ninguna edad. Por el aviso del diario llegaron muchos
hombres y mujeres que, por supuesto, no eran bailarines
profesionales.

Comenzamos los ensayos y al público le fascinó. Llovieron


las invitaciones desde Inglaterra, Francia, Italia. Ha pasado
un decenio y he pensado en parar la obra muchas veces,
pero ellos no me dejan, están enamorados de su rol en
escena. Cuando viajamos, aprenden sus diálogos en
francés o inglés o italiano, trabajan en serio. ¡Algunos
pasaron los 80 y siguen! Otros han debido abandonar por
problemas cardíacos o de artritis y no se conforman... Este
año, por primera vez, monté Kontakthof con adolescentes
de 14 años hacia arriba. Los sacamos de once colegios de
enseñanza media de Wuppertal. El resultado es una obra
completamente diferente. Esto también es amor.

CHILE, UNA RELACIÓN PROFUNDA

He venido a este país tres veces y siempre he partido de


regreso con la sensación de algo bueno, de mucha
belleza. Me gusta Chile. Me gustan sus gentes, su clima,
su aire. Quisiera tener más tiempo, pero no tengo. La
última vez fue en el 2007. Ahora vine especialmente a
recorrerlo con todos mis bailarines porque quería
conocerlo por dentro y creo que lo que vimos nos quedará
para siempre en el corazón. Estoy muy emocionada, lo
que experimentamos en el sur y en el norte, todo lo que
vivimos es tan enorme que me asusta. Me da miedo tanta
fuerza, conocimos la tremenda energía y la belleza de este
país. Me asusta porque sé que me servirá de inspiración,
pero no tengo la menor idea de lo que saldrá. Cómo lo
haremos. Otra página en blanco.

En San Pedro de Atacama vimos el desierto. Un paisaje


sobrecogedor que algún día se reflejará en nuestra danza.
Esa luz. Esa tierra parda. Esa línea del horizonte que se
ve y se siente infinita. Me hubiera gustado quedarme, pero
no hubo tiempo.

Y fuimos también al otro extremo, a Chiloé. ¡Tanto verde,


tanto azul! Comimos curanto, caminamos por puentes que
se mecían al viento, y aprendimos sobre ritos mapuches,
la cueca y el vals chilote. Fue como viajar a dos países
opuestos, llenos de magia. Y es que el sur y el norte son
dos Chiles distintos. Estoy tan llena de paisajes, tan llena
de esas gentes amables y cariñosas que estoy ya
sufriendo de antemano por el trabajo que implicará
plasmarlo en mi danza. Nos sentimos sobrepasados por
tanta generosidad. A tal punto, que creo que este viaje
seguirá influenciando mi ballet durante muchos años.

Ya estamos comenzando las prácticas en el Centro Espiral


de Santiago, para trabajar con sensaciones recientes.
Necesito recordar todo con movimientos, ya que con
palabras no puedo. Voy a expresarme con el cuerpo de la
misma manera que un pintor hace sus óleos y un poeta,
sus poemas. Estrenaremos en Alemania a mediados de
año. Ustedes lo verán en enero del 2010 en el Festival
Teatro a Mil. Será mi forma de pagar el enorme regalo que
Chile me ha hecho.

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