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Los cambios suscitados en esta época fueron tan radicales que únicamente se los puede
comparar con los vividos por la humanidad en el Neolítico, y pueden resumirse en el abandono
de un modelo agrario de comercio, trabajo y sociedad, en pos de uno urbano, mecanizado e
industrializado.
La Revolución Industrial suele dividirse en dos etapas: una Primera Revolución Industrial,
que inicia alrededor de 1760 con la aplicación del modelo de fábricas textiles en una Gran
Bretaña gobernada por la monarquía liberal no absolutista; y una Segunda Revolución
Industrial, caracterizada por una aceleración de los cambios producidos por la nueva
tecnología en la sociedad europea, que inicia alrededor de 1850 y culmina con el comienzo de
la Primera Guerra Mundial en 1914.
La fabricación principal estaba tejiendo lana. Pero fue en la producción de los tejidos de
algodón que comenzó el proceso de mecanización, es decir, del paso de la manufactura al
sistema fabril.
La mecanización se extendió del sector textil para la metalurgia, para el transporte, para la
agricultura y para otros sectores de la economía. Diversos inventos revolucionaron las técnicas
de producción y alteraron el sistema de poder económico.
Por tanto, Inglaterra se pasó de la manufactura a la maquino factura. Producía y vendía sus
productos industriales en todo el mundo, gracias, entre otros factores, a la expansión del
sistema colonial. De esta forma, en el siglo XVIII, el país se convirtió en la nación capitalizada
del mundo, siendo Londres la capital financiera internacional.
El desarrollo inicial de las industrias textiles mecanizadas en gran parte de Europa y Estados
Unidos dependía de muchas de estas invenciones británicas. Esta revolución se conoció como
Primera Revolución Industrial.
Entre los años 1870 y 1880 se comenzaron a producir una serie de cambios en la producción
industrial que llamamos Segunda Revolución de la Industrial y que establecieron las bases del
actual sistema de producción.
Los inicios de este proceso, que se prolongó hasta 1920, los encontramos en Estados Unidos
y se produjo también en el Reino Unido, Francia, Alemania y Japón.
La electricidad, que ya había sido descubierta en el siglo XVIII, sustituyó gradualmente el vapor
de agua como fuente de energía. El uso industrial de la electricidad fue posible en encontrar
maneras de generarla (turbina y dinamo), transportarla y almacenarla (acumulador) y
convertirla en energía mecánica (motor eléctrico).
El petróleo, conocido desde la antigüedad, fue estudiado como fuente de energía hasta que
se obtuvo el combustible de dos nuevos sistemas de transporte: el automóvil y el avión. Se
aplicó a la nueva industria del plástico y en la obtención de energía termoeléctrica.
En las fábricas, las formas de trabajo cambiaron de empresas familiares con pocos
trabajadores se pasó a centros de trabajo con muchos operarios y una compleja organización.
Para aumentar la producción se aplicó la cadena de montaje, en el que cada trabajador sólo
intervenía en una parte de la fabricación del producto automatizando repetidamente sus
movimientos. Este modelo quedaba muy lejos del artesano tradicional, ya que no era necesario
un esfuerzo intelectual para realizarlo y se desconocía el proceso global de fabricación.
Al mismo tiempo se llevó a cabo el sistema de producción en serie, en el que cada fábrica se
especializaba en la elaboración de unas piezas determinadas o en el montaje final de un
producto.
Con estos dos métodos se aumentó la producción, se redujeron gastos y se abarató el precio
final de los productos.
La invención del motor de explosión y la aplicación del petróleo como combustible fueron la
base del nacimiento de la industria automovilística, que alcanzó un gran desarrollo en los
Estados Unidos y rápidamente se convirtió en uno de los sectores más poderosos que ofrecían
un elevado número de puestos de trabajo y estimulaban el desarrollo de industrias secundarias
que cogerían una gran importancia (por ejemplo, el caucho, los metales no ferrosos, los
aparatos electrónicos, etc.).
La industria química también fue una de las punteras y Alemania se convirtió en la pionera del
sector, produciendo más del 80% de los colorantes sintéticos y ocupando el primer lugar en
industria farmacéutica. También desarrollarse la producción de sosa, de fertilizantes sintéticos,
de fibras artificiales y explosivos.
Finalmente, la utilización del cemento armado (cemento combinado con una carcasa de hierro)
permitió que la ingeniería y la industria de la construcción alcanzaran un gran desarrollo. Este
hecho hizo posible la edificación de puentes, viaductos y túneles más largos. Además, los
edificios comenzaron a crecer en altura y en EEUU comenzaron la construcción de los
primeros rascacielos.
– Aumentó, en forma extraordinaria, la riqueza del mundo, y aunque los beneficiados fueron
mayormente los industriales y comerciantes, también los pobres mejoraron algo en sus niveles
de vida, tanto en lo relacionado con los salarios, la alimentación y el vestido como con la
educación y la cultura.
– Se acrecentó considerablemente la población del mundo. Así, en el siglo XIX, Europa pasó
de 175,000,000 de habitantes a 400,000,000; Estados Unidos de América, de 5,000,000 a
150,000,000; Argentina, de 4,000,000 a 21,000,000.
– Se produjo una mayor expansión colonial. Ello obedeció al propósito de abrir nuevos
mercados como, fundamentalmente, a obtener materias primas para la floreciente industria de
sus pueblos.
– Nace una nueva sociedad. La sociedad Industrial, a base de la existencia de dos clases
sociales de antagónica posición: la capitalista industrial y la proletaria u obrera.