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Resumen
La atención temprana es una realidad suficientemente consolidada en España después de treinta años de
trabajo con familias y niños con trastornos del desarrollo o riesgo de padecerlos. Este artículo supone una refle-
xión en torno a las prácticas profesionales que tienen lugar en los centros de atención temprana de nuestro país y
los principios teóricos que les dan cobertura, con la finalidad de realizar algunas propuestas de futuro. En este
sentido, se subraya y se reivindica la necesidad de adoptar un enfoque centrado en la familia, en la misma línea
que ya se inició hace unos años con la publicación del Libro Blanco de la Atención Temprana. La adopción pro-
gresiva de este enfoque por parte de los profesionales contribuiría a mejorar algunos de los puntos débiles que
todavía hoy presenta la atención temprana en nuestro país.
Palabras clave: Atención temprana, intervención centrada en la familia, colaboración padres-profe-
sionales.
Correspondencia con los autores: *FPCEE Blanquerna. Calle Císter, 34, 08022 Barcelona. Tel. 93.253.31.17. Fax:
93.253.30.32. E-mail: climentgg@blanquerna.url.edu - MaríaTeresaGM@blanquerna.url.edu
**Universitat de Barcelona. Departament de Psicologia Evolutiva i de l’Educació. Facultat de Psicologia. Pas-
seig Vall d’Hebron, 171, edifici de Ponent, 08035 Barcelona. Tel. 933 125 832 / 933 125 828. Fax: 93 402
1368. E-mail: mgraciag@ub.edu - rosavilaseca@ub.edu
© 2006 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-3702 Infancia y Aprendizaje, 2006, 29 (3), 297-313
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Presentación
Han transcurrido más de tres décadas desde que los primeros servicios de
atención temprana (AT) se ponen en funcionamiento; en la actualidad la AT
cuenta ya con una amplia red de servicios distribuidos por todo el estado. Según
los datos que aporta GENYSI (Grupo de Estudios Neonatológicos y Servicios de
Intervención) existen más de 450 Centros de Desarrollo y Atención Temprana
(CDIAT) agrupados por comunidades, a pesar de que no en todas ellas estos cen-
tros reciben la misma denominación (CERMI, 2005).
La mayoría de los servicios de AT se han organizado en asociaciones (por
ejemplo la Asociación Catalana de Atención Precoz o la Asociación Madrileña
Prevención Atención Temprana) y editan revistas especializadas (por ejemplo la
Revista de Atención Temprana de la Región de Murcia o la Revista de la Asocia-
ción Catalana de Atención Precoz).
En el año 2000, un grupo de profesionales de AT de diversas comunidades
autónomas (Andalucía, Aragón, Asturias, Cantabria, Castilla-León, Catalunya,
Extremadura, Galicia, La Rioja, Madrid, Murcia, País Vasco, Navarra, Valencia),
a instancias del Real Patronato de Prevención y Atención a Personas con Minus-
valía, elaboró el Libro Blanco sobre Atención Temprana (GAT, 2000) que pretendía
ser un marco de referencia para las Administraciones públicas y los propios pro-
fesionales, con la finalidad de armonizar diferencias y aunar modelos de atención.
Posteriormente la Confederación Española de Organizaciones en favor de las
Personas con Discapacidad Intelectual –FEAPS– publicó, en el marco de su Plan
de Calidad, un Manual de Buenas Prácticas en el ámbito de la Atención Temprana
(FEAPS, 2001). Más recientemente se ha elaborado el Plan de Acción del CERMI
estatal en materia de atención temprana a personas con discapacidad (CERMI, 2005) en
el que se revisa el marco normativo, la regulación, las propuestas y organización,
entre otros aspectos, de la AT, tanto a nivel internacional como nacional y auto-
nómico.
A lo largo de estos años han coexistido modelos de intervención de diversa
orientación teórica en los diferentes centros. De hecho, en un mismo equipo no
siempre los profesionales han compartido totalmente la misma orientación (ver
Ponte, 2003 para una información más detallada). Desde el inicio, y de forma
espontánea –tanto a nivel Autonómico como de todo el Estado– surgió la necesi-
dad de promover la comunicación entre los diversos equipos en relación con los
aspectos teórico-conceptuales y sobre todo con los prácticos; en este sentido se
organizaron jornadas de estudio y congresos que habrían de facilitar el intercam-
bio de experiencias que han continuado hasta el momento actual. Desde las pri-
meras Jornadas de la Asociación Catalana de Atención Precoz celebradas en Bar-
celona o las Primeras Reuniones Interdisciplinares sobre poblaciones de alto ries-
go de deficiencia celebradas en Madrid (15 ediciones) han pasado ya quince años.
Podemos señalar, no obstante, que el modelo teórico más generalizado en los
comienzos fue de carácter neo-conductual. Además, los equipos centraron su
actividad en la atención al niño, aunque evidentemente teniendo en cuenta
siempre la necesidad tanto de facilitar información y apoyo a su familia, como
orientando el proceso de integración escolar, cuando un niño era atendido en un
jardín de infancia o escuela infantil (Beà, 2001; FEAPS, 2001; GAT, 2000). Más
tarde, y de forma gradual, los diferentes equipos han ido conociendo otras orien-
taciones teóricas y metodológicas y las han ido complementando en función de
las necesidades.
En la actualidad, pueden identificarse diferentes modelos teóricos en los
equipos (psicodinámico, sistémico, cognitivo, neo-conductual, ecológico),
aunque a menudo pueden observarse posiciones que suponen compartir ele-
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mentos de diferentes tradiciones. De todas maneras –y a pesar de la defini-
ción que de AT se hace en el citado Libro Blanco, y que se transcribe más ade-
lante, (GAT, 2000)– la intervención profesional continua centrada en buena
medida en el niño con una finalidad prioritariamente rehabilitadora; y la
relación con los padres continua dominada en el fondo por el modelo de
“experto” y, en ocasiones, considerándoles como “co-terapeutas”. Esta situa-
ción guarda una estrecha relación con lo que sucede en otros países (Peteran-
der, 2000) en los que el modelo de “experto” ha caracterizado las prácticas
profesionales en estas primeras décadas, y todavía vigente en muchos casos;
este modelo supone, siguiendo a Cunningham y Davis (1988) y a Peterander
(2000), fundamentalmente que los padres se limitan a cumplir las orienta-
ciones que reciben del profesional con arreglo a los objetivos.
Desde la perspectiva internacional, especialmente desde los ámbitos de la
investigación basados en las propuestas de los trabajos de Björck-Äkesson y
Granlund (1997), Guralnick (1997a y b; 2001), Peterander, Speck, Pithon y
Terrisse (1999), Peterander (2000), entre otros, se viene proponiendo en los
últimos años un cambio de paradigma (Feldman, 2004; Giné, 1998; Giné,
García-Díe, Gràcia y Vilaseca, 2001; Giné, García-Díe, Gràcia y Vilaseca,
2005; Guralnick, 2005), recogido en la definición que de AT se hace en el
Libro Blanco (GAT, 2000) y en el Plan de Atención Temprana del CERMI
(2005), hacia un modelo de intervención más centrado en la familia como
contexto de desarrollo, que suponga dejar en un segundo plano la rehabilita-
ción del niño así como también un cambio en la relación de los profesionales
con los padres.
Pero todo cambio de paradigma requiere tiempo, ya que es preciso adaptar las
nuevas propuestas a nuestra formación y tradición profesional, así como también
a la realidad social, económica, política y cultural de nuestro país. Así pues, aun-
que la definición que de atención temprana se hace en el Libro Blanco (GAT,
2000, p. 131) sitúa como objetivo de la intervención tanto al niño como al con-
texto familiar, la realidad es bien distinta, dado que el trato que se dispensa al
niño es todavía claramente asimétrico con el que recibe la familia, (Giné, García-
Díe, Gràcia y Vilaseca, 2003; Giné, Vilaseca, Gràcia y García-Díe, 2004; Vilase-
ca, Gràcia, Giné y García-Díe, 2004).
Marco Conceptual
Se describen a continuación los principios básicos que debieran caracterizar el
cambio de paradigma en cuanto al modelo de intervención al que aludíamos y
que supondrían repensar tanto los supuestos teóricos como algunas de las prácti-
cas actuales en el campo de la AT en España. Estos principios, que lógicamente
constituyen los criterios de calidad, resumen nuestra posición teórica en cuanto
al modelo de intervención en atención temprana.
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co, para que se produzca aprendizaje es necesaria la participación del niño en
las actividades culturalmente valoradas con la ayuda de personas más exper-
tas (Bruner, 1997; Cole, 1999; Bronfenbrenner y Morris, 2000; Gràcia,
2002; Vilaseca, 2004; Vygotski, 1978). Por lo tanto, todas las iniciativas de
asesoramiento dirigidas a la familia, así como aquellas centradas en el niño,
han de orientarse a promover su implicación directa en las diversas activida-
des de la vida diaria.
Desde un punto de vista social, hay que hacer todos los esfuerzos para poten-
ciar al máximo la participación del niño en las actividades habituales propias de
la comunidad donde vive, y especialmente en el entorno escolar. La interacción
con otros compañeros y con los adultos, tanto en situaciones y contextos infor-
males como formales, a pesar de las resistencias que aún se dan, será un factor
decisivo para su progreso.
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FIGURA 1
Developmental Systems Model de Guralnick (2001), adaptado por los autores
Sistema Revisión
Salida periódica
Servicios
Educativos
Paso a Sesiones de Programa
control y Seguimiento
Inicio seguimiento
Servicios
Sanitarios
Cribaje y Punto del Evaluación Elección del Entrada en
derivación Posible inicio Interdisplicinar centro de programas Evaluación de factores estresantes
Riesgo Compresiva Atención Preventivos
Servicios Temprana
Sociales Biológico Perfil de
Riesgo Desarrollo//
Social Diagnóstico
Intervención
Demanda
Familiar
Elaboración e
implatación del Seguimiento Planificación
Plan de Intervención y de la transición
Comprensivo resultados
Cribaje y derivación
Habitualmente, los niños y sus familias entran en el sistema de AT a tra-
vés de un proceso de cribaje y derivación. El cribaje se entiende como un pro-
ceso de revisiones y controles regulares de los niños sanos, extensivo a toda la
población. Estas revisiones, de carácter general, se llevan a cabo en los hospi-
tales generales, a través de programas materno-infantiles o directamente en
los Centros de Salud Primaria por parte de los pediatras y enfermeras. Los
instrumentos que utilizan para llevarlas a cabo son protocolos (véase por
ejemplo la Escala Llevant-Generalitat de Catalunya, 2003) que permiten
detectar signos de alerta, observaciones directas del niño e informaciones
aportadas por los padres en las entrevistas. Además de pruebas publicadas
como la citada anteriormente, los profesionales disponen de protocolos de
uso interno o indicadores de riesgo (ambientales y/o biológicos) en los que se
destacan además los principales hitos por ámbitos de desarrollo en las dife-
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rentes edades, de tal modo que sirvan para detectar retraso en alguno de
estos ámbitos (Mayo Tagarro, 2004). Además, como se ha señalado, se utili-
zan entrevistas semiestructuradas en las que intenta obtener información
prioritariamente relativa a las primeras interacciones entre los padres y los
niños (aspectos afectivos, comunicativos, relacionales, entre otros). De todas
formas, si los padres perciben algún problema que no ha sido detectado por
el equipo de pediatría, pueden dirigirse al centro de AT. Ocurre lo mismo en
los servicios sociales y en los educativos. Cuando detectan algún problema
pueden sugerir a la familia que el niño sea visitado en un centro de AT. Una
vez que éste ha sido visitado, se decide si se realiza un seguimiento del niño
o si entra en un programa de intervención.
Coincidimos con Guralnick (2001), en que debería darse un mayor protago-
nismo a los padres en este proceso, ya que existen datos que señalan que los
padres son los primeros en detectar los problemas de sus hijos en un alto porcen-
taje de casos (Vilaseca et al., 2004). A menudo estas preocupaciones no son sufi-
cientemente tenidas en cuenta en nuestro entorno. Por ejemplo, no existen ins-
trumentos que puedan utilizarse de forma generalizada para identificar déficits
en el desarrollo de la comunicación y el lenguaje en el contexto familiar, pese a
que recientemente se ha hecho alguna propuesta en esta línea (Galván-Bovaira,
Gràcia y del Río, 2002; 2004; Gràcia, 2002).
Posiblemente habría también que revisar aspectos como la periodicidad, los cri-
terios de riesgo, los costos y la efectividad de estos sistemas, con el objeto de que las
familias y los niños pudieran recibir la atención que precisan cuanto antes mejor.
Punto de inicio
A diferencia de lo que ocurre en otros sistemas, no parece que exista en el
nuestro claramente diseñado y compartido un punto de inicio. Más bien se trata de
un momento singular e indeterminado en el proceso, que puede variar de un ser-
vicio a otro. Cuando se considera que un niño presenta un riesgo, sea a partir del
cribaje o del seguimiento, es cuando se aconseja a la familia acudir a un centro
oficial de evaluación y diagnóstico reglamentariamente establecido por los
gobiernos autonómicos. En cualquier caso, las familias siempre deberían tener la
posibilidad de participar de forma más activa en esta decisión que supone su
incorporación a un programa de AT.
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trumentos tanto de corte psicométrico como observacional, y saber establecer
con la familia una relación de colaboración.
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Seguimiento y evaluación de los resultados
Durante el proceso de intervención, de forma periódica, se evalúa el nivel de
desarrollo del niño en diferentes áreas para conocer el progreso realizado. Los
resultados de esta evaluación se transmiten a la familia y, dependiendo de estos,
se toma una decisión sobre la necesidad de continuar o no el tratamiento. De
todas maneras, a menudo la finalización del tratamiento puede aconsejar seguir
con algún tipo de seguimiento, bien en sesiones con la familia, a través de la
escuela infantil a la que asiste el niño o mediante atención en un centro especiali-
zado. El contenido de este punto se aborda con mayor precisión en el punto
siguiente con el que guarda una estrecha relación; cabe recordar, en todo caso,
que es la edad del niño la que señala el tiempo límite de su permanencia en el
servicio de AT, de acuerdo con lo que establece la normativa administrativa, que
varía dependiendo de la CCAA (Ponte, 2003).
Conviene señalar, con todo, que tanto el seguimiento del proceso de interven-
ción, como la evaluación del progreso, no deberían centrarse –como así sucede–
únicamente en el niño, sino adoptar una perspectiva más amplia que incluyera la
familia y los posibles factores estresantes a los que ya nos hemos referido. Es
decir, la práctica general refiere que cuando se evalúa el progreso del niño los ins-
trumentos utilizados tienden a dar cuenta de la evolución que este ha experi-
mentado en las distintas áreas de desarrollo, pero no incluyen las prácticas educa-
tivas familiares y cómo estas pueden estar afectadas por determinadas variables
contextuales. Si se adopta una concepción social e interactiva del desarrollo,
entonces la evaluación del progreso del niño debe incluir a la familia.
Planificando la transición
Esta última fase o componente remite a las distintas iniciativas que llevan a
cabo los servicios de AT para asegurar la continuidad de la intervención en otros
servicios educativos y/o de salud, de acuerdo con sus necesidades, una vez que los
niños abandonan el servicio de AT, sea porque se considera que la evaluación del
progreso aconseja dejar el tratamiento sea –como sucede en la gran mayoría de
casos– por alcanzar la edad administrativa límite (6 años). Sin duda este es uno
de los aspectos que denotan la calidad y el buen hacer de un servicio, dado su
impacto en el futuro del niño así como por la importancia que este período de
transición tiene para las familias, que suelen vivir con una enorme ansiedad.
Tal como señala el Libro Blanco (GAT, 2001), cuando el niño ha superado la
edad establecida por la Administración y es preciso que continúe recibiendo
atención educativa, psicológica y/o rehabilitadora, además de asistir al centro
educativo que le corresponda, deben preverse los servicios necesarios que van a
asegurar la respuesta a sus necesidades. De acuerdo con Giné, Bea et al. (2003),
cuando los niños deben abandonar el servicio de AT, en la mayoría de los casos
(un 65%) requieren continuidad asistencial, bien sea en el ámbito de la salud o
en el educativo.
El proceso de transición del centro de AT al centro educativo (centros de edu-
cación infantil y primaria, con apoyo psicopedagógico; o bien centros de educa-
ción especial), por lo general, se resuelve de forma acertada. Los profesionales de
los centros de AT establecen acuerdos con los servicios educativos fundamental-
mente a lo largo del proceso de matriculación con el objetivo de identificar el
centro que puede atender en mejores condiciones al futuro alumno/a, dadas sus
condiciones y lugar de residencia, así como en relación al tipo de apoyo que este
vaya a requerir durante su escolarización. Sucede a menudo que el centro al que
asiste el niño en la etapa de educación infantil sea también un centro de prima-
ria, por lo que los contactos mantenidos en el período de educación infantil sean
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ya una garantía de continuidad. Los datos del estudio mencionado (Giné, Bea et
al., 2003) indican que en un 90% de los casos se asegura por lo general una tran-
sición ordenada al centro educativo tanto para el niño como para la familia.
La familia, por otra parte, debe tener una participación activa en el proceso
tanto por razones legales (les corresponde la decisión) como psicopedagógicas; la
normativa administrativa de las distintas CCAA regula cómo se ejerce dicha
participación; en todo caso, la familia ha de poder manifestar cuáles son sus pre-
ferencias y debe recibir información sobre aspectos relativos al desarrollo del
niño, las condiciones y apoyos disponibles en los centros, y las razones que acon-
sejan una determinada opción. En todo caso, la opción que se ofrezca ha de ser
abierta para poder ser negociada con los padres, llegado el caso.
Sin embargo, la continuidad en los servicios de salud y rehabilitadores (psico-
terapia, logopedia, etcétera), cuando el niño los requiere, no corre la misma suer-
te. Al contrario, los recursos públicos existentes para cubrir esta demanda se
muestran como claramente insuficientes.
Dos observaciones, aunque de naturaleza distinta, pueden hacerse al respecto.
En primer lugar, la necesidad de asegurar que todos los servicios incluyan entre
sus prioridades el proceso de transición y que este se lleve a cabo en estrecha cola-
boración con la familia, dado que la elección es finalmente suya. El hecho que la
gran mayoría de centros de AT vele por la continuidad en los centros educativos,
no supone necesariamente que el proceso de transición, en su globalidad, se desa-
rrolle de forma adecuada.
En segundo lugar, la responsabilidad última del éxito en el proceso de transi-
ción escapa por lo general de las posibilidades del servicio de AT. Las limitacio-
nes en este campo son claras y tienen que ver con la dificultad en poder asegurar
una continuidad asistencial, fundamentalmente en el ámbito de la salud, en ser-
vicios públicos.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo hemos intentado presentar, de acuerdo con los avan-
ces experimentados en las últimas décadas, los principios que debieran informar
las prácticas profesionales en el campo de la AT en nuestro país y que nos han
servido de referencia para reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra realidad
actual en el campo que nos ocupa. Se trata, sin duda, de un ejercicio complejo y
no exento de riesgos, dada la diversidad político – administrativa de las diferen-
tes CCAA, así como de las características de los diferentes servicios, experiencia y
formación de los profesionales.
Debe reconocerse, en primer lugar, que la AT ha experimentado sin duda un
progreso importante en nuestro país, no sólo porque hoy en día está al alcance de
prácticamente todas las familias –dado que la Administración la ha incorporado
a la red de servicios, y en algunas comunidades la financia en su totalidad–, sino
porque se ha consolidado una experiencia profesional de gran envergadura.
En segundo lugar, y sin ningún tipo de reservas, el progreso de la AT debe
atribuirse fundamentalmente al trabajo entusiasta de un sector amplio de profe-
sionales de todo el estado que han ido adquiriendo experiencia y formación, per-
mitiendo la construcción de una red vertebrada, con un frecuente intercambio de
experiencias y de reflexión sobre algunos aspectos del desarrollo futuro en este
ámbito. En tercer lugar, es también evidente el incremento de la sensibilización
de las familias y de la sociedad en general, así como de los sectores profesionales
afines a la AT.
Es cierto que queda mucho trabajo por hacer para mejorar algunas de las
prácticas profesionales en relación con la atención a las familias y también a los
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niños, mejoras que nos acerquen a los estándares de calidad que se desprenden de
los principios expuestos en el marco teórico que se nutre de las aportaciones de
Guralnick (2001), de Peterander (2000) y de otros autores citados a lo largo del
trabajo. Son muchos los logros obtenidos, pero el objetivo de mejora y de puesta
al día en relación con el modelo es también a nuestro juicio incuestionable.
Para terminar, parece oportuno insistir en algunos puntos. En primer lugar, y
quizá sea el cambio de mayor trascendencia, se ha de promover de forma decidi-
da el tránsito de un modelo centrado en el niño a un modelo centrado en la familia, que
incorpore a los padres como auténticos protagonistas en todas las fases del proce-
so; un modelo orientado a la capacitación de las familias como contexto de desa-
rrollo, para que puedan mejorar sus prácticas educativas en las rutinas diarias. Se
trata de un cambio importante, en las culturas (en la manera de pensar) y en las
prácticas de los profesionales. Bien es cierto que el propio Libro Blanco (GAT;
2000) apunta ya en esta dirección y que muchos profesionales están por la labor;
pero sin duda es este el desafío más importante para los próximos años. De todas
maneras no puede olvidarse el impacto de las políticas (financiación) en las prác-
ticas profesionales, por lo que la responsabilidad no puede dejarse sólo del lado
de los profesionales.
En segundo lugar, debe adoptarse, progresivamente, un modelo de colaboración
con las familias que suponga reconocer que no toda la expertez reside en los pro-
fesionales sino también en los padres (Björck-Äkesson y Granlund, 1995; Turn-
bull et al., 1999). Debería facilitarse su participación en la evaluación, en la ela-
boración de una propuesta de intervención determinada y en la implementación
de ésta.
Parece necesario, en tercer lugar, incorporar de forma efectiva el seguimiento
compartido con las familias como inherente al propio concepto y al desarrollo de la
AT, tanto con finalidad preventiva, como durante el desarrollo del propio pro-
grama.
En cuarto lugar, hoy por hoy, uno de los ámbitos en el que es más evidente la
necesidad de mejora es en el de la planificación de la transición que asegure la con-
tinuidad de los servicios cuando un niño acaba la etapa de AT y requiere, sobre
todo, atención psiquiátrica, psicológica, logopédica o de rehabilitación.
En quinto lugar, conviene promover y extender entre los profesionales y las
administraciones la cultura de la formación en el ejercicio y de la evaluación, tanto referi-
da a los progresos del niño y la familia como a la propia organización. La AT mejo-
rará, sin lugar a dudas, en la medida en que seamos capaces de planificar –y formar-
nos– sobre la base de la reflexión que aporten los resultados de la evaluación.
Guardamos para el final las consideraciones que afectan las políticas en este
campo. En primer lugar, y pese a lo que se ha avanzado en la financiación de la
AT, debería asegurarse el acceso y la gratuidad de la AT para todas las familias.
En segundo lugar, la financiación debe hacer posible que los profesionales pue-
dan trabajar –y formarse– de forma adecuada con las familias, de acuerdo con el
modelo expuesto. En tercer lugar, debe mejorarse la coordinación entre la red
sanitaria, educativa y social, con independencia de qué administración sea la
competente, tanto en relación con el acceso de las familias a la AT como, sobre
todo, para asegurar la continuidad asistencial una vez que el niño deba abando-
nar el servicio.
Notas
1
“Es el conjunto de intervenciones dirigidas a la población infantil de 0-6 años, a la familia y al entorno, que tienen por objetivo
dar respuesta lo más pronto posible a las necesidades transitorias o permanentes que presentan los niños con trastornos en su desa-
rrollo o que tienen el riesgo de padecerlos. Estas intervenciones, que deben considerar la globalidad del niño, han de ser planifica-
das por un equipo de profesionales de orientación interdisciplinar o transdisciplinar”.
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