Compartir con ustedes, la experiencia misionera en Atalaya, se me
hace un poco difícil, debido a las diversas opiniones que se han dado con respecto a la fundación de esta casa, pero así mismo, esta nueva misión, se presenta como un desafió para la Delegación, debido a que implica más esfuerzo y entrega en la tarea evangelizadora de la congregación. También es una tarea que revitaliza nuestro espíritu misionero, para seguir respondiendo a lo urgente, oportuno y eficaz en la realidad de nuestras misiónes.
El viaje tiene sus dificultades, pero nada complicado como para
detenernos, pues dentro de la casa, es un tiempo muy esperado, cargado de muchas expectativas y anhelos. Porque es un espacio para compartir lo que vamos aprendiendo en la formación y los estudios; así mismo, alimentarnos de la fe de las personas, para crecer junto en el conocimiento del Padre; una travesía por tierra y agua que nos deja impactados de las riquezas naturales y espirituales de nuestro país.
En esta oportunidad dividimos la comunidad en dos grupos para
poder visitar las comunidades del rió, la cuales ya se habían visitado en otras oportunidades; y las comunidades de la carretera, las que se visitarían por primera vez, esto produjo un poco de temor, en cuanto a la acogida o el rechazo de parte de las comunidades.
La primera impresión que causamos en la comunidad de Centro
Sapani, fue la de un grupo de turistas, esto fue una dificultad a la que tuvimos que hacer frente con las visitas a sus casas, dialogar con ellos, reunirnos en las noches alrededor del fuego, para compartir con ellos. El fuego no solo fue la luz que nos iluminaba, sino que también nos daba calor en las noches frías, llegando a sentir el calor de hogar en medio de gente que empezábamos a conocer; los lazos de confianza fueron estrechándose más según transcurrían los días. A tal punto, que las despedidas dejaban tristeza en nuestro corazón y rondaba entre nosotros la pregunta ¿cuando será que volveremos a estar nuevamente por estos lugares?
Así seguimos caminando, de pueblo en pueblo compartiendo con la
gente sus alegrías y esperanzas, a pesar de las incomodidades para conciliar el sueño, nada detuvo el firme deseo de seguir compartiendo el amor gratuito de Dios “Abba”, que se nos manifiesta en cada rostro de niños, jóvenes y personas que nos acogieron. Esta experiencia deja marcado el corazón de cada uno de nosotros esperando volver lo pronto a estas tierras que necesitan mucho de nosotros para seguir creciendo en fe y amor al hermano.
Y finalmente aprendí que las dificultades no son impedimento para
un espíritu misionero que anhela dar a conocer el reino de Dios, a aquella gente que necesita profundizar su conocimiento en Jesús. Caminar siempre hacia delante es una perspectiva de búsqueda, en donde no se encuentran limites, pues solo conociendo bien lo que anhelamos en la vida, seguiremos siendo esos hijos que tanto quiso el Padre Claret, que gozando de su mismo espíritu podamos seguir llevando la Buena Noticia a todos los rincones de nuestro Perú y del mundo.