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Ernesto Baltar
King Juan Carlos University
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All content following this page was uploaded by Ernesto Baltar on 30 May 2020.
Ernesto Baltar
Palabras clave: literatura, industria cultural, crisis, politización de la cultura, lectura crítica.
Abstract: In line with the recent political or civic movements ⎯self-qualified as subversive, rebellious or
anti-establishment⎯, and favored by the apocalyptic scene of the cultural industry, has spread in Spain a
stream of thought that advocates the politicization of culture, a struggle that remains open in several
fronts: the breakdown of the status quo established during the Transition to democracy (the so-called
«Culture of Transition»), the vindication of a new popular culture, the rejection
of the postmodern irony,
or even the demonization of the indies & hipsters, accused of hyperconsumerism. Perplexed by such
mainstream revolution (mishmash), the political skeptic tries to understand
briefly the
state of affairs.
Who would have thought? Politicization is trendy.
En 2013 se publicó Qué hacemos con la literatura, un libro escrito conjuntamente por
David Becerra, Raquel Arias, Julio Rodríguez y Marta Sanz. El calificativo de
«panfleto» se ajusta, sin matiz peyorativo, a sus características. El título, de resonancias
leninistas, sintetiza con claridad sus intenciones cuando se extiende al completo en la
portada: Qué hacemos para construir un discurso disidente y transformador con
aquello que hoy sirve para enmascarar la realidad y transmitir ideología: la literatura.
El único suspense que deja al lector el pormenorizado epígrafe es cómo definirán y
analizarán los autores términos tan evanescentes como «disidente», «transformador»,
«enmascarar» o «ideología». Lamentablemente, hay que decirlo, al terminar las 64
páginas del librito (bibliografía incluida) el lector seguirá con las mismas incógnitas al
respecto: no hay explicación ni descripción ni análisis de esos conceptos; sólo su
repetición machacona, como si de un mantra mágico y autorreferencial se tratara.
Resumamos el meollo del planteamiento: frente al discurso humanista que defiende que
los hombres, aun de distintas épocas, somos todos iguales en nuestra sustancia espiritual
y que, por tanto, podemos buscarnos a nosotros mismos en los textos que leemos
(construyendo una imagen ideal de la literatura por encima del entramado político y
social), hay que entender la literatura como el producto ideológico de unas condiciones
históricas concretas: «No existe una lectura inocente. Todas las formas de discurso
⎯independientemente de que este sea literario o no⎯ contienen siempre ideología» (p.
15); «La literatura no sólo no puede entenderse fuera de su propia Historia, sino que, en
tanto resultado de las relaciones sociales en las que se produce, cumple una función de
reproducción y legitimación ideológicas» (p. 19). De ahí que los textos literarios de los
últimos siglos hayan funcionado «como aparato de legitimación social de la burguesía
en su lucha por el poder».
Desde esta posición, la literatura se presenta como una mercancía más insertada en la
lógica de la sociedad de consumo capitalista: el lector se ha convertido en cliente y lo
único importante es seducirlo. Existe, sin embargo, según los autores, la posibilidad de
una lectura crítica y una escritura disidente. Leer críticamente significa saber quién
escribe, para quién escribe y desde dónde escribe, pues «aceptar los discursos literarios
supone la mayoría de las veces asumir la ideología de nuestros explotadores» (p. 21). Y
la escritura disidente es aquella que consiga localizar las contradicciones históricas en el
interior de la ideología, que desenmascare el funcionamiento del capitalismo y muestre
los mecanismos ideológicos no visibles que nos conducen a aceptar nuestra alienación.
Una literatura que desvele el funcionamiento objetivo y real del sistema y que, de esta
manera, pueda contribuir a la emancipación política y social de las clases explotadas.
Al margen de que uno pueda estar en desacuerdo con estas formulaciones tan redondas
y definitivas, acríticas respecto a sus propios presupuestos y fundamentos (lo que más
nos inquieta es ese reiterado y furibundo sintagma nominal: «nuestros explotadores»),
hasta aquí nos encontramos básicamente ante un clásico discurso teórico de corte
marxista. Ortodoxia de manual, marketing de guerrilla. El problema llega cuando, para
ilustrar esas formulaciones genéricas y abstractas, los autores descienden a lo concreto
y, por ejemplo, analizan el concepto de «alma» en un poema de amor de Garcilaso de la
Vega, considerándolo un símbolo ideológico del capitalismo emergente en defensa de la
categoría burguesa de individualidad, que trataría de oponerse a la jerarquía de sangre
de la época feudal. O cuando erigen como modelo de la tan deseada «politización de la
literatura» la producción de culebrones bolivarianos, que exaltan los valores socialistas
y revolucionarios.
No tan incendiario
Marta Sanz trata de dar respuesta a distintas baterías de preguntas que ella misma se
plantea (nos plantea) en varios pasajes del libro, aunque desde el principio se confiesa
incapaz de responder a todas ellas: ¿tiene la cultura alguna utilidad?, ¿por qué o para
qué leemos y escribimos?, ¿qué entendemos por cultura popular?, ¿sólo la «literatura
política» es literatura política o toda literatura lo es?, ¿existe una cultura de la
izquierda?, ¿qué es el yo?, ¿y la ficción?, ¿y lo literario?, ¿existe la verdad o lo único
que existe es el lenguaje?, etc. Al margen de las soluciones propuestas, se trata de
preguntas elocuentes por sí mismas y que obligan a reflexionar al lector.
Propugna Marta Sanz una cultura que nos saque de la parálisis y de la astenia colectiva,
que no sea sólo supositorio antiestrés, que no sea sólo ocio y espectáculo, sino
«herramienta crítica para ver, pensar y actuar de otra manera», que desenmascare esa
ideología invisible que denuncia Zizek. Por eso considera que la «cultura popular» no
debe identificarse con la cultura fácil o la cultura basura, ni con la cultura de masas o la
más vendida/consumida, sino con «aquella capaz de reflejar problemáticas que afectan a
las comunidades, las hacen visibles entre las interferencias del televisor y consiguen que
su mensaje sea escuchado entre la maraña de mensajes» (p. 31).
En el fondo, dice Marta Sanz, se trata de considerar que la palabra puede intervenir en el
espacio público para ensancharlo. Como nos faltan realidades, concluye, «es necesario
contar historias y volver, en definitiva, a la literatura como forma de conciencia de la
vida y como capacidad de nombrar y de intervenir en el mundo».
Para entrar a valorar estos puntos, lo primero sería entenderlos cabalmente, pero la
vaguedad y confusión de algunos conceptos hace que antes tuviéramos que sostener con
los firmantes una prolongada sesión de preguntas y aclaraciones.
El primer comentario que aparece on line bajo el manifiesto, escrito por uno de los
lectores, resulta bastante expresivo en su malevolencia: «Traduciendo para el que no
entienda: quiero mi subvención».
La tentación totalitaria
Desde mi punto de vista, esa dicotomía que establece Benjamin es un síntoma evidente
de la tragedia de una época polarizada en dos bandos totalitarios, competidores en odio
y criminalidad, en pugna por apropiarse de la masa a base de propaganda. En realidad,
su propuesta de «politización del arte» no sería sino otra forma de apropiación
ideológica de la masa por parte del poder: la enajenación total del pueblo a favor de la
causa del Partido y el sometimiento panfletario del artista a la Doctrina. ¿Qué tipo de
actitud crítica podía despertar Octubre de Eisenstein en un soviético de finales de los
años veinte?
Creo que a estas alturas, si conseguimos abstraernos de sus ideologías, podemos
disfrutar igualmente de las películas de Riefenstahl o de Eisenstein; el arte no mata, la
política sí. Mi sensación es que lo que unía a ambos artes totalitarios era la falta de
sentido del humor: se respira en ellos un aire enrarecido, de odio, de dolor, de
ignorancia, de violencia, de muerte. Nada que ver con las películas de Charlot, cuya
capacidad crítica con la sociedad capitalista en la cual surgen ⎯formando parte,
incluso, de su forma más depurada de dominación: el star-system⎯ supongo que nadie
pondrá en cuestión.
Bibliografía
Becerra, David, Arias, Raquel, Rodríguez, Julio y Sanz, Marta, Qué hacemos con la
literatura, Akal, Madrid, 2013.