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La contienda es desigual: “La desigualdad de las partes” de Graciela Montaldo

Al inicio de la reflexión introductoria a los ensayos críticos reunidos en el libro “Pensar el


siglo XIX desde el XXI. Nuevas miradas y lecturas”, Ana Peluffo se pregunta por el sentido que tiene
el siglo XIX en el imaginario crítico. Es lugar común la aproximación al siglo XIX desde el debate
sobre la modernización y construcción de los relatos formativos de los estados nacionales, sin
embargo, Peluffo señala que esta lectura está muy lejos de agotar este largo y polisémico siglo.
Frente a esta exigencia de interpretación, propone una aproximación a contrapelo de la lectura
hegemónica para superar el “insularismo epistemológico” y la “superespecialización disciplinaria”.
En el cruce de aproximaciones desde diversos campos y prácticas culturales es donde emerge una
lectura problematizadora de las usuales dicotomías binarias como “civilización-barbarie” o “centro
y periferia”. La lectura canónica invisibiliza la realidad de naciones orgánicamente no nacionales
constituidas por la coexistencia de formas culturales en que se construyen subjetividades
divergentes y refractarias a la homogeneización por el fetiche de la letra.
El ensayo que abre estas reflexiones, “La desigualdad de las partes”, de Graciela Montaldo, se hace
cargo de las problemáticas suscitadas con esta toma de posición preliminar.
Montaldo refiere que Josefina Ludmer en 1995 diseñó una máquina para atender las conexiones
entre literatura y política en el contexto del siglo XIX latinoamericano. Este dispositivo no
pretendía ser una matriz explicativa, sino una máquina desarticuladora de la “solemnidad
fundadora” que permitiría problematizar la lectura canónica del siglo XIX que aparecería como un
“esperpento” que había podido no solo contar su historia monstruosa, sino también reproducirla
simbólica y políticamente.
En el contexto de la celebración de los bicentenarios de las independencias latinoamericanas la
máquina de Ludmer permitiría ir más allá de las resignificaciones políticas del discurso
independentista que pretendía poner en circulación temas como la “exclusión”, el
“multiculturalismo” y las migraciones, pero sin tocarlo en su mitología aberrante. Por ello, la
máquina se aventura más allá de las metáforas, como un “artefacto de desagregación” para, por
un lado, descomponer la historia del siglo XIX y, por otro, revisar ¿qué ofrece el siglo XIX al XXI y
qué buscan los gobiernos y las culturas en su intento de actualización?
Señala Montaldo que la gran mayoría de las interpretaciones del siglo XX sobre el XIX mantienen
sus presupuestos ideológicos y que, desde la perspectiva de los bicentenarios, se busca darle
entrada y agencia a los excluidos o “trabajadores de la riqueza” -gauchos, negros, mujeres,
indígenas, afroamericanos- pero desde el relato mistificador de las fundaciones nacionales sin una
postura crítica. La propuesta de Montaldo es releer el siglo XIX como un texto problemático,
polisémico y así, proveer de una posición más auténtica y efectiva para comprender los problemas
insolutos que se arrastran hasta el siglo XXI.
En términos generales, antes de desplegar su momento crítico, Montaldo exhibe las
aproximaciones canónicas y distingue entre “aproximaciones teóricas” (teoría de la Nación, teoría
Postocolonial, estudios Trasatlánticos, teoría de la Modernidad); “tópicos centrales” desde los que
se han elaborado las interpretaciones (organización política, procesos de modernización,
constitución de espacios públicos y privados, identidades hegemónicas y subalternas, idea de
ciudadanía, soberanía; y “marcos de lectura” para generar la producción del periodo (modelo
cívico para la política, el paradigma nacional para la cultura, la sensibilidad romántica para la
literatura).
Desde estas coordenadas y en paralelo con la articulación de la idea moderna de “idea de mundo”
se da la creación de “Latinoamérica” como espacio cultural y simbólico, como lugar de la identidad
radicalmente diferente y como espacio de lucha entre fuerzas excluyentes. Montaldo señala,
siguiendo a Tulio Halperin Donghi que, en este campo de batalla, las sociedades se organizan, bajo
el imperio del orden, en partes divididas (clases, grupos privilegiados, elites) desiguales. En
términos históricos, no todas las partes han tenido un acceso equivalente a los procesos
modernizadores, porque los discursos fundacionales y su implementación así lo han permitido
simbólica y materialmente. Lo que ha habido es un pacto neocolonial elitista basado en una épica
fundacional engañadora que no ha sido un proceso ideológicamente revolucionario, sino pasatista
y conservador de las estructuras y regímenes de poder colonial. Esta mistificación en el origen del
surgimiento de los estados nacionales latinoamericanos sería, a su vez, el origen de la desigualdad
de las partes en los proyectos nacionales modernos: por un lado, las masas desbocadas,
ideológicamente vacías y vaciadas y por otro una elite que, bajo la hegemonía del discurso y su
reproducción simbólica, ha sabido mantener su lugar preminente en el festín de la modernidad.

Vigencia de la postura
Esta lectura a contracorriente de la lectura canónica ha ido perfilándose y tomando cuerpo, sobre
todo por la irrupción de los “estudios culturales” en el tratamiento de las problemáticas
latinoamericanas. Es interesante el trabajo de Silvia Rivera Cusicanqui en “Un mundo ch´ixi es
posible. Ensayos desde un presente en crisis”. En estos ensayos el concepto de “abigarrado” para
describir la heterogeneidad de estados de cultura frente a la exigencia modernizadora del
presente en el mundo andino es análogo y complementario a la idea de “desigualdad” presente en
el texto de Montaldo. Una lectura a contrapunto sería fructífera para aproximarnos a fenómenos
problemáticos como el resurgimiento de los nacionalismos en el contexto de las crisis migratorias
latinoamericanas contemporáneas.

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