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FRUSTRACIÓN CONSTITUYENTE

Daniel Coronell

El presidente Gustavo Petro que no pudo lograr los votos necesarios en


el Congreso para hacer una reforma a la salud, ahora piensa que los
conseguirá para aprobar la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente. La propuesta de Petro no solamente es inviable en
términos políticos sino que puede anular los dos años y cuatro meses
que le quedan de mandato y condenar a Colombia al retorno de una
extrema derecha revitalizada.

La Constitución de 1991, de la que Gustavo Petro se declara defensor,


establece tres vías para reformarla: el Congreso, la Asamblea
Constituyente o el referendo. Esa misma Constitución ordena que una
constituyente, como la propuesta por el presidente Petro al calor de los
efímeros aplausos de este viernes en Cali, empiece con la aprobación de
una ley convocante votada por la mayoría del Senado y la Cámara, las
mismas mayorías que Petro tuvo al principio de su mandato pero que se
evaporaron por falta de interlocución con el mandatario.

Supongamos, en gracia de discusión, lo imposible: que el presidente


Gustavo Petro logra la mayoría en las dos cámaras para aprobar la ley
que cita al pueblo a votar por el sí o por el no a la asamblea
constituyente. Ese sería apenas el primer paso. La Constitución ordena
que la asamblea puede ser citada si la ley que la promueve es votada
afirmativamente por la tercera parte de los ciudadanos que componen el
censo electoral.

A la fecha el censo electoral está compuesto por 40.292.068 votantes


potenciales, es decir, la tercera parte necesaria para la aprobación de la
Constituyente es de 13.430.689. En 2022 Gustavo Petro fue elegido
presidente por 11.291.987 electores. Esa votación no estuvo compuesta
únicamente por seguidores convencidos del hoy mandatario, muchos lo
hicieron para evitar la elección del corrupto Rodolfo Hernández, o la
extensión del dominio uribista.

Sin embargo, y nuevamente por hacer las cuentas de la lechera,


supongamos que los 11,3 millones de colombianos que eligieron
presidente a Gustavo Petro quisieran votar hoy por su constituyente.
¿Alguien cree que Petro podría lograr ahora más de 2 millones de votos
adicionales para aprobar esa convocatoria?

Imaginemos aún más: Que Petro que desde la reforma tributaria de su


primer año de gobierno no ha vuelto a ver una mayoría en el Congreso
pueda conquistar el voto del Senado y de la Cámara; que el presidente
que no pudo conseguir en octubre, hace menos de seis meses, la
elección de un solo alcalde afín a sus ideas en las principales ciudades
de Colombia, pueda lograr 13,4 millones; que el líder que no logra
consolidar un equipo de gobierno estable encuentre candidatos que lo
respalden para participar en la elección de constituyentes y ganar
mayoritariamente esa elección. Aún así faltaría el resultado.
¿Es posible que las fuerzas políticas que –en legítimo ejercicio de su
función legislativa– le han negado sus reformas en el Congreso no estén
representadas en la Asamblea Constituyente? ¿Será factible que Petro
dicte una nueva Constitución a su medida, solo y a espaldas del resto del
espectro político? Si hay democracia, eso no va a suceder. El resultado
lógico es que el presidente Petro estaría nuevamente obligado a buscar
los consensos que no ha podido hallar en el Congreso.

La única forma de medir la democracia son los votos en las urnas, no los
gritos en las calles, ni los insultos en las redes sociales

La historia de las consultas al constituyente primario colombiano solo


registra un resultado –relativamente– feliz. El de 1991 cuando por un
acuerdo que implicó a múltiples fuerzas políticas, un decreto de estado
de sitio y la interpretación, un tanto forzada, de la Corte Suprema de la
época sobre la soberanía popular, se convocó la asamblea que modificó
la Constitución para convertirla en una norma más garantista. Hay que
mencionar también que Pablo Escobar, por corrupción y terror, logró que
esa constituyente prohibiera la extradición.

La semilla de esa asamblea fue una reforma constitucional frustrada del


presidente Virgilio Barco, que él mismo debió hundir cuando se la
tomaron los narcotraficantes a través de sus congresistas amigos,
algunos de los cuales han llegado muy lejos.

En 2003, muy recién empezado su primer gobierno y con una


popularidad superior al 70 por ciento, el entonces presidente Álvaro Uribe
quiso aprobar 15 reformas constitucionales mediante un referendo. Solo
uno de los 15 puntos propuestos logró la votación requerida. El fracaso
fue estruendoso.

En 2016, el presidente de la época, Juan Manuel Santos, buscó refrendar


por plebiscito el acuerdo de paz con las Farc. Después de una eficiente
campaña de mentiras, ganó el No.

Quizás el presidente Gustavo Petro pueda aprender en cabeza ajena


para evitarse presentar un examen que nadie le está pidiendo, que
dividiría más al país y que terminaría por devolverle el poder a los más
enconados enemigos de los más débiles.

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