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Las moscas también aprenden

Cuando los psicólogos experimentales plantean experimentos con animales, éstos deben
entenderse como un ejercicio de analogía, destinado a obtener un conocimiento que pueda
ser generalizado al ser humano (de otro modo sería complicado justificar la utilidad
práctica de los mismos). Por eso, los animales escogidos en este tipo de investigaciones
deben proporcionar, además de un manejo sencillo y unas aptitudes determinadas para
facilitar el proceso experimental, una adecuada constitución psíquica y fisiológica que
permita este trasvase de información, desde los sujetos animales hasta el ser humano, el
objeto de estudio real. Los elegidos suelen ser mamíferos y aves, los considerados
"superiores" entre los vertebrados (aunque, desde el punto de vista de un evolucionista
entusiasta como yo, esta calificación no puede ser más desafortunada). Sin embargo, otras
especies con características muy distintas podrían servirnos para indagar en los entresijos
de la conducta. La estrella indiscutible en los laboratorios de genética y biología, por
ejemplo, es la famosa "mosca de la fruta", Drosophila Melanogaster, cuyo imponente
nombre le resultará probablemente familiar al lector. Las características de este insecto lo
convierten en el mejor amigo del investigador biólogo: su ciclo vital es de muy corta
duración (no viven más de una semana en estado salvaje), con lo que podemos criar en
poco tiempo docenas de generaciones con cientos de individuos; su genoma es reducido
(tan solo 4 pares de cromosomas, frente a los 23 de la especie humana) y por eso mismo ha
sido bien estudiado (fue secuenciado completamente en el año 2000). Estas propiedades
hacen de Drosophila el sueño de todo "Dr. Frankenstein" con ganas de estudiar cómo
influyen las mutaciones genéticas en determinados ámbitos de la vida y de la conducta
(podemos aislar cepas mutantes, por ejemplo), y nos permiten abordar fenómenos como el
aprendizaje desde un enfoque genético o bioquímico con gran libertad de acción, algo
prácticamente impensable hoy por hoy con otras criaturas más complejas. Actualmente
existen bastantes equipos científicos trabajando en esta línea con moscas Drosophila (en
España, Antonio Prado Moreno y sus colaboradores de la Universidad de Sevilla parecen ir
en la vanguardia mundial). La contrapartida evidente es el pronunciado salto evolutivo que
separa a la mosca Drosophila del Homo sapiens. Después de todo, el fílum de los
artrópodos (al que pertenecen los insectos) y el nuestro propio, el de los cordados, han
evolucionado por caminos independientes desde la "explosión de la vida" del periodo
Cámbrico, hace más de 550 millones de años, por lo que toda extrapolación de estos
estudios ha de ser tomada con cautela. Sin embargo, a nivel químico y genético, las
semejanzas no son desdeñables. Parece que por aquel entonces el funcionamiento básico
del ADN y los procesos de codificación cromosómica estaban ya bien establecidos, porque
la mayoría de los genes de Drosophila tienen sus homólogos en el genoma de los
mamíferos y funcionan de forma muy similar.
Ahora viene la gran pregunta: ¿Cómo vamos a investigar el aprendizaje en unas criaturas
tan extrañas para nosotros? Es relativamente fácil enseñar a una rata de laboratorio a
presionar una palanca para obtener un poco de comida, pero esta vez la escala de tamaño y
la distancia filogenética juegan en nuestra contra. Se nos hace difícil, ciertamente, ponernos
en el lugar de una cosa que vive bajo un exoesqueleto quitinoso y muere a los pocos días de
nacer... Precisamente es en estas situaciones especiales donde los científicos demuestran su
ingenio, y la verdad es que no les ha faltado a la hora de proponer situaciones
experimentales de aprendizaje para las moscas. Veamos un par de ejemplos, recogidos en
un artículo de Hitier, Petit, y Prèat (2002): Para comprobar la memoria visual de las
moscas, el Dr. Martin Heisenberg ideó un original sistema que podríamos llamar
"simulador de vuelo", y que me parece un ejemplo fantástico de cómo las situaciones
complicadas se pueden resolver con mucha imaginación. La mosca en cuestión se halla
sujeta por un fino hilo de cobre conectado a un sensor que puede detectar las torsiones del
mismo. De este modo, cuando la mosca en suspensión vuela en una dirección determinada,
la torsión del hilo la delatará. Además, para infundir en nuestra pequeña amiga una
sensación de auténtico movimiento, una pantalla panorámica a su alrededor irá girando para
compensar sus cambios de dirección. Desde luego, ¡quién hubiera pensado que harían falta
dispositivos tan sofisticados para estudiar a una inocente mosca de la fruta! Una vez
colocada la mosquita en el "simulador", Heisenberg dispuso dos estímulos visuales en
posiciones distintas frente al sujeto, que consistían en la figura de una T, bien derecha o
bien invertida (boca abajo). En la fase de entrenamiento, cada vez que la mosca volaba en
dirección a una de las figuras en concreto, una lámpara calentaba su abdomen
produciéndole una sensación desagradable (se trata de un condicionamiento aversivo).Tras
una serie de ensayos en los que la orientación hacia la figura escogida era castigada de este
modo, se pasaba a una fase de prueba, exactamente igual pero sin estímulos aversivos, para
comprobar si las moscas habían aprendido la lección. Así se comprobó que los insectos
escogían preferentemente la dirección que no había sido asociada a la descarga.
Efectivamente, parece ser que nuestras zumbantes compañeras son capaces de asociar una
determinada figura geométrica con un peligro, aunque pasadas 24 horas sin recibir nuevo
entrenamiento acaban por olvidar esta asociación y vuelan indistintamente en cualquier
dirección. Otro procedimiento, bastante más frecuente en los laboratorios, es el de la
llamada "escuela de moscas", y nos sirve para descubrir la memoria olfativa de estos
animales. Las moscas de la fruta, como otros insectos, basan en el olfato todo su mundo
social y la mayor parte de sus actos de comunicación. Las mariposas nocturnas hembra
pasan toda la noche extendiendo por el aire determinadas sustancias llamadas feromonas
que, al llegar a los receptores químicos del macho, actúan como una llamada nupcial
irresistible. Otras feromonas pueden servir para reconocer a los miembros de la propia
especie, marcar el territorio o señalar fuentes de alimento, de modo que actúan como las
palabras de un insólito lenguaje químico, capaz de obrar maravillas de organización social
como las colmenas de abejas que intrigaron a Charles Darwin. Es de esperar, por tanto, que
el desempeño de un insecto en tareas que pongan a prueba su capacidad para trabajar con el
olfato será más que eficiente. Precisamente para demostrarlo se idearon las primeras
"escuelas de moscas" en los años setenta.
Una "escuela de moscas" es una construcción bastante más sencilla que la del ejemplo
anterior, y además proporciona conclusiones más sólidas al permitir el estudio de
poblaciones enteras de insectos a la vez. Tan sólo es necesario encerrar a un grupo de
moscas en un receptáculo por el que hacemos circular una corriente de aire cargada de
diferentes olores, y cuyas paredes son electrificables a voluntad del experimentador (parece
que la mayoría de los estudiosos que trabajan con moscas prefieren los estímulos aversivos,
por algo será). Y ahora se trata de ir emparejando un olor concreto con la dolorosa
sensación de la descarga eléctrica. Una vez concluidos los ensayos de condicionamiento, en
la fase de prueba se permite a las moscas volar libremente entre dos estancias, cada una de
ellas impregnada con uno de los dos olores. La mayoría de ellas acaba por instalarse en el
habitáculo del olor no asociado con la descarga, demostrando que el aprendizaje ha tenido
lugar. Pero aún hay más. Dado que con este sistema podemos trabajar a la vez con
poblaciones de docenas de individuos, el procedimiento de la "escuela de moscas" para el
condicionamiento olfativo es útil para poner a prueba la capacidad memorística de distintas
cepas mutantes en las que determinado gen ha sido desactivado, por ejemplo. De este
modo, podemos ver si las alteraciones genéticas y bioquímicas influyen de algún modo en
el proceso de aprendizaje y memorización, al comparar la proporción de moscas mutantes
que se quedan en el compartimento equivocado de la "escuela" con la de las que hacen lo
mismo de la variedad normal. Con este procedimiento se han descubierto variedades
"amnésicas" de Drosophila, como la cepa dunce, descrita por Seymour Benzer en los
setenta (Salomone, 2000) y que nos reveló importante información acerca de ciertas
moléculas necesarias para aprender y retener cualquier asociación. Si el futuro de la
investigación psicológica y neurológica del aprendizaje pasa inevitablemente por el estudio
de los genes y las biomoléculas (como muchos románticos nos tememos), entonces estos
humildes dípteros pueden representar una buena oportunidad para ir empezando el trabajo.
Y por eso merecen nuestro agradecimiento. Como mínimo.
Autor: Blanco, F. (2003). Las moscas también aprenden. Psicoteca.
Hasta los gusanos tienen emociones
Las emociones no son solo expresiones de cerebros complejos, sino que también están
presentes en gusanos, minúsculos peces, moscas y ratones. Las nuevas tecnologías están
permitiendo penetrar en los secretos más recónditos del cerebro, descubriendo cosas tan
sorprendentes como neuronas psíquicas en organismos sencillos o que los animales más
simples incluso tienen comportamientos emocionales, informa Nature. Las larvas de pez
cebra han sido determinantes en estos descubrimientos: son transparentes, lo que permite
observar su interior con un microscopio. Además, su cerebro apenas tiene 80.000 neuronas
y regula una vida muy simple: cazar presas que no estén muy lejos y buscar comida. En
ellos resulta fácil analizar cómo toma esas decisiones. En un artículo publicado en Nature el
pasado diciembre, un equipo de investigadores explicó que había identificado en el cerebro
del pez cebra un circuito de neuronas productoras de serotonina, un neurotransmisor muy
relacionado con el control de las emociones y el estado de ánimo. También identificó un
mecanismo en el cerebro de las larvas de pez cebra que alterna entre dos niveles de
motivación: en un nivel, el pez se centra en cazar presas con movimientos lentos. En el otro
caso, explora su entorno con ágiles movimientos.
Emociones primitivas
Eso significa que las larvas de peces cebra, que miden menos de cinco centímetros, tienen
al menos dos patrones de activación de neuronas que alteran su comportamiento. Estos
patrones neuronales se han observado también en gusanos, moscas de la fruta y ratones: los
científicos han interpretado que estos estados cerebrales podrían constituir emociones
primitivas en los animales. Se basan en un hecho sorprendente: las reacciones derivadas de
esta activación de neuronas en estos animales se prolongan en el tiempo, aunque la señal
que la produjo haya desaparecido. Para nosotros es corriente reaccionar ante estímulos
pasados porque nuestro cerebro tiene 100.000 millones de neuronas: después de habernos
asustado por ver una serpiente en el campo, cualquier cosa parecida que podamos ver en
otro momento posterior suscitará la misma reacción. También sabemos que los perros, que
tienen cerebros con más de 500 millones de neuronas, incluso son capaces de reconocer
emociones humanas. Algo que pensábamos solo podíamos hacer nosotros. Sin embargo,
descubrir esa memoria asociada a emociones en circuitos neuronales tan pequeños,
confirma que las neuronas de estos organismos simples también son psíquicas.
Técnicas avanzadas
Estos descubrimientos son el resultado de técnicas avanzadas que permiten a los científicos
rastrear la actividad eléctrica del cerebro con un detalle sin precedentes y analizar los datos
obtenidos con la ayuda de la inteligencia artificial y nuevas herramientas
matemáticas.“Algunos neurocientíficos se atreven a utilizar las tecnologías para probar un
poderoso grupo de estados internos del cerebro: las emociones. Otros los están aplicando a
estados como la motivación o impulsos existenciales, como la sed. Los investigadores
incluso están encontrando firmas de estados cerebrales en sus datos para los que no tienen
palabras”, explica Nature.
La conclusión principal de estos descubrimientos es que el comportamiento animal no es
automático, como se pensaba hasta ahora: un estímulo desencadena siempre la misma
reacción. En realidad no son autómatas: el comportamiento animal, incluso en los niveles
orgánicos más simples, tiene otros componentes en los que figuran estados cerebrales tan
complejos como las emociones.
Muchos secretos
La conclusión general es que en el cerebro de los animales tan sencillos como los peces
suceden muchas cosas de las que apenas conocemos nada. También ocurre en ratones. En el
caso de los ratones se ha descubierto que, cuando realizan una tarea, las neuronas se activan
por todo el cerebro y no solo en la región especializada en esa actividad. Es más, la mayor
parte de las neuronas que intervienen en el comportamiento no tienen nada que ver con la
tarea realizada. Los científicos consideran que este descubrimiento está relacionado con los
estados cerebrales, que se ajustan a cada momento. Por ejemplo, en el caso de la mosca de
la fruta, se ha comprobado que los machos cambian su comportamiento seductor en función
de cómo reacciona la hembra: tres estados cerebrales diferentes determinan la elección de
la canción masculina dedicada a la pareja. Un indicio de emoción primitiva.
Incluso en gusanos
Incluso en gusanos con cerebros de solo 302 neuronas, dos estados cerebrales impulsan a
dos conjuntos de neuronas para determinar si el animal se mueve o permanece quieto. Una
emoción primitiva determina su comportamiento. Lo más importante de estos trabajos es
que nos ayudan a entender mejor las emociones humanas y sus repercusiones en nuestro
comportamiento, así como en determinadas enfermedades mentales. En el fondo, las
enfermedades mentales no son otra cosa que perturbaciones en nuestros complejos estados
cerebrales, concluyen los investigadores. Los organismos más sencillos nos indican que la
complejidad empieza en los primeros momentos de la vida, pero que también se rige por
patrones neuronales que podemos conocer y tal vez corregir.
Autor: Madrid+D (2020). Hasta los gusanos tienen emociones.
La pandemia de COVID-19 aumenta en un 25% la prevalencia de la ansiedad y la
depresión en todo el mundo.
Una llamada de atención a todos los países para mejorar los servicios y la ayuda en el
ámbito de la salud mental
Según un informe científico publicado hoy por la Organización Mundial de la Salud
(OMS), durante el primer año de la pandemia de COVID-19 la prevalencia de la ansiedad y
la depresión ha aumentado drásticamente (un 25%) en todo el mundo. El informe también
señala quiénes han sido las personas más afectadas, y resume cuáles han sido las
repercusiones de la pandemia en la disponibilidad de los servicios de salud mental y su
evolución en el curso de la pandemia. La preocupación provocada por un posible repunte
de los trastornos de salud mental ya llevó al 90% de los países encuestados a incluir la
atención a la salud mental y el apoyo psicosocial en sus planes de respuesta a la COVID-
19, a pesar de lo cual siguen observándose carencias considerables y aspectos muy
preocupantes.
«La información de que disponemos actualmente sobre la repercusión de la COVID-19 en
la salud mental de la población mundial solo es la punta del iceberg,» dijo el Dr. Tedros
Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS. «Es una llamada de atención para que
todos los países presten más atención a la salud mental y atiendan mejor a la salud mental
de sus poblaciones.»
Múltiples factores de estrés
Una de las principales causas de ese aumento es el estrés sin precedentes ocasionado por el
aislamiento social debido a la pandemia. A ello se hay que sumar las limitaciones de la
capacidad de las personas para trabajar, pedir ayuda a sus seres queridos y participar en la
vida de sus comunidades. Entre los factores de estrés causantes de ansiedad y depresión
también se han mencionado la soledad, el miedo a contagiarse, sufrir y morir, o a que los
seres queridos corran esa suerte, el dolor provocado por la pérdida de seres queridos y las
preocupaciones económicas. Entre los trabajadores de la salud, el cansancio extremo es uno
de los principales desencadenantes de pensamientos suicidas.
Jóvenes y mujeres, los más afectados
El informe, que se basa en un examen exhaustivo de los datos existentes sobre la
repercusión de la COVID-19 en la salud mental y los servicios de salud mental, incluye
estimaciones procedentes del último estudio sobre la carga mundial de morbilidad y expone
los efectos que ha tenido la pandemia en la salud mental de los jóvenes, subrayando que el
riesgo de suicidio o comportamientos autodestructivos afecta de manera desproporcionada
a este grupo de edad. También indica que las mujeres se han visto mucho más afectadas
que los hombres, y que las personas que ya padecían dolencias físicas antes de la pandemia,
como asma, cáncer o patologías cardíacas, eran más susceptibles de desarrollar síntomas
propios de trastornos mentales.
Los datos sugieren que las personas que ya padecían un trastorno mental no parecen ser
desproporcionalmente vulnerables a la infección por COVID-19. Sin embargo, cuando se
contagian, sí son más propensas a requerir hospitalización, desarrollar un cuadro más grave
de la enfermedad o fallecer que las personas no padecen ningún trastorno mental. El riesgo
es mayor para las personas con trastornos mentales más graves, como la psicosis, y para los
jóvenes que padecen trastornos mentales.
Carencias en la atención
Este aumento de la prevalencia de los problemas de salud mental ha coincidido con graves
alteraciones en la prestación de los servicios de salud mental, que han ocasionado enormes
carencias en la atención de quienes más la necesitan. Según la información facilitada por
los Estados Miembros de la OMS, de todos los servicios de salud esenciales prestados
durante la pandemia, los más afectados por esas alteraciones han sido los destinados a tratar
los trastornos mentales, neurológicos y de consumo de sustancias. Muchos países
informaron asimismo de importantes alteraciones en la prestación de los servicios de salud
mental que salvan vidas, como los destinados a prevenir el suicidio. Aunque a fines de
2021 la situación había mejorado algo, todavía sigue habiendo demasiadas personas que no
pueden recibir la atención y la ayuda que necesitan para tratar los trastornos de salud
mental que ya padecían o que han desarrollado recientemente. Al no poder acceder a la
atención presencial, muchas personas han buscado ayuda en línea, lo que pone de
manifiesto la urgente necesidad de proporcionar herramientas digitales fiables y eficaces, y
de facilitar el acceso a esas herramientas. Pero diseñar y poner en marcha soluciones
digitales sigue siendo un reto importante en países y contextos caracterizados por la escasez
de recursos.
Actuación de la OMS y de los países
Desde los primeros días de la pandemia, la OMS y sus asociados han trabajado para
elaborar y difundir recursos en varios idiomas y formatos a fin de ayudar a distintos grupos
a hacer frente y responder a las repercusiones de la pandemia de COVID-19 en la salud
mental. Por ejemplo, la OMS editó un libro de cuentos para niños de 6 a 11 años (Mi
heroína eres tú) que actualmente está disponible en 142 idiomas y 61 adaptaciones
multimedia. También desarrolló un conjunto de herramientas para ayudar a adultos
mayores que está disponible en 16 idiomas.

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