Está en la página 1de 22

Ciencia a medida: fronteras, cartografía y

nación en la invención de la Argentina1


Carla Lois

En el marco de las celebraciones de los bicentenarios de las revoluciones


independentistas en América Latina es oportuno reflexionar sobre el papel
que le cupo a la ciencia en la formación de las naciones latinoamericanas.
Por razones historiográficas, políticas y también pragmáticas, se ha tendido
a “desgajar” el momento de las independencias para seleccionar aquellos
eventos o personajes que permitan anclar en el pasado algún mito de ori-
gen, ya sea de la nación misma o de las disciplinas científicas. Desde esas
perspectivas, ya han sido bastante estudiados los modos en que las recons-
trucciones de la evolución de cada uno de los campos del saber en cada
uno de los países latinoamericanos han servido para construir “historias
oficiales” que, articuladas con otras prácticas nacionalizantes, crearon ima-
ginarios e identidades nacionales. Mucho se ha insistido acerca del papel
que tuvieron los intelectuales, los científicos y los expertos en la invención
apresurada de tradiciones nacionales.2 Sin desprenderse del todo de aquella
matriz nacional, los estudios críticos que revisaron las mitologías naciona-
les desde la década de 1980 se han propuesto desnudar la artificialidad de
esas narrativas, deconstruirlas y ponerlas en cuestión, a veces sin aportar
mucho más que denuncias repetidas e impugnando anacrónicamente pro-
cesos que todavía deben ser explicados. Más recientemente, el interés por
la movilidad y la circulación de los saberes permite suponer que es posible

1 Este artículo forma parte del proyecto de investigación “Looking at Ourselves through
Others’ Eyes: Foreign Maps and International Networks in Argentinean Cartographi-
cal Institutions and Early Argentinean Maps, 1853-1955”, desarrollado en la biblio-
teca de la American Geographical Society – University of Madison (Milwaukee) con
el apoyo de una beca del McColl Research Program (2009), y durante una estancia de
investigación en la University of Wisconsin-Madison con el apoyo de una beca Da-
vid Woodward Memorial (2010). Este artículo se ha beneficiado también del trabajo
realizado en el Équipe d’Épistémologie et Histoire de la Géographie – CNRS Paris 1.
EHGO/UMR Géographie-cités en el marco del Programa de Becas de Investigación
Postdoctoral HERMES (Fondation Maison des Sciences de l’Homme, MAE/CNRS/
MESR, 2009-2010).
2 Para una compilación de estudios sobre casos relacionados con la historia de la Argen-
tina, véase Montserrat (2000).
144 Carla Lois

encarar los estudios sobre historia de la ciencia desde enfoques renovados


que superen tanto las fronteras nacionales como disciplinares.3
La existencia de una extensa bibliografía sobre las historias de las carto-
grafías narradas en clave nacional sugiere que la mirada retrospectiva hacia
los orígenes de la nación parece haber sido el ángulo dominante para mirar
los mapas. Esto no es reprochable en sí mismo, excepto porque, en los
hechos, esos estudios tendieron a asumir relaciones causales simples (como
por ejemplo la justificación de políticas de control de territorio) para ex-
plicar el papel de la cartografía en los Estados nacionales modernos y, por
lo tanto, terminaron por contentarse con representar “estudios de casos”
que servían para constatar la premisa general de que la cartografía estuvo
al servicio de las élites intelectuales que instalaron las narrativas oficiales
(a menudo xenófobas) y que disputaron territorios con los países vecinos.
Menos atención han recibido las prácticas de producción, publicación
y circulación de mapas europeos sobre el imperio ibérico en disolución,
y menos aún los modos en que esas prácticas fueron recuperadas por las
élites locales para reelaborar mapas existentes o para hacer nuevos (esto es,
configurar sus propios imaginarios territoriales, sus prácticas científicas y
sus redes institucionales).
En la primera parte de este ensayo se abordará cómo esa implosión
de lo que en Europa era visto como una unidad fue tomando la forma de
un mapa político moderno en el momento de las revoluciones indepen-
dentistas, es decir, en un periodo particularmente inestable y anterior a
las políticas cartográficas oficiales que hicieron un uso sistemático de los
mapas como parte de un programa articulado de consolidación estatal. En
la segunda parte, se pondrá el acento en la reelaboración y en los usos que
se hicieron de los mapas políticos de Sudamérica publicados en la primera
mitad del siglo xix durante los procesos de formación territorial de los

3 El impacto de estas perspectivas sobre estudios de caso se aprecia tanto en la cons-


trucción de objetos de estudio nuevos como en la revisión de temas tradicionales. Un
ejemplo sintomático de ellas son los trabajos editados por Pohl-Valero/González Silva
(2009). Especialmente en proximidad con los intereses de este trabajo el de Cházaro
García (2009), con su análisis comparado de tradiciones científicas aparentemente
ajenas la una a la otra, como la geodesia y la medicina, establece algunos parangones
entre la compulsión por medir el espacio y el cuerpo en las instituciones académicas
hacia mediados del siglo xix en México. Para un panorama de estudios de casos que
abordan la multiescalaridad de las prácticas científicas que configuraron los campos de
las ciencias en la Argentina, véase Salvatore (2007).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 145

Estados nuevos.4 La conexión entre ambas partes es, de algún modo, la


hipótesis general de este trabajo: recuperando las formulaciones de David
Livingstone sobre la necesidad de hacer una “geografía de la historia de la
ciencia” que explique los modos históricos y concretos en que el conoci-
miento científico (especialmente las teorías científicas) es recibido, leído
y juzgado por audiencias específicas en espacios específicos (Livingstone
2005: 626-634), se propone aquí conectar una red de imágenes con las
prácticas de uso y circulación en las que esas imágenes se usaron para dis-
cutir la cuestión de la frontera, en particular, entre la Argentina y Chile.
¿Cuáles son los mapas políticos que los europeos hicieron con poste-
rioridad a las independencias? ¿Cómo fue que las élites locales se apropia-
ron de las imágenes existentes para construir sus propias geografías ofi-
ciales? ¿Cuál era la legitimidad del conocimiento que podían aportar los
mapas? ¿Qué tipo de prácticas de producción de conocimiento movilizaba
la actividad cartográfica y qué tipo de demandas procuraban satisfacer esas
prácticas? Estas son algunas de las preguntas que esta contribución somete
al debate y propone responder.

Las revoluciones independentistas y las imprecisiones de los mapas


políticos de Sudamérica bajo la lente de las instituciones
cartográficas argentinas

Los mapas de la América hispánica publicados en las primeras décadas


del siglo xix se inscribieron dentro de una tendencia más general, a saber,
la preocupación por inscribir en los mapas las novedades recientes, tanto
sobre la geografía física explorada y medida como sobre las alteraciones en
la configuración político-territorial.5

4 Los casos más estudiados han sido los de Colombia, Argentina y Brasil. Para una re-
visión bibliográfica e historiográfica de los modos en que se ha desarrollado la historia
de la cartografía en Hispanoamérica, véase Lois (2011).
5 Los títulos de los mapas y de los atlas solían reflejar esta preocupación por la actua-
lización y la actualidad de la información con expresiones tales como “construido
con los datos más recientes”. Las reediciones de algunas obras expresaban también la
necesidad de actualizar la información sobre la nueva situación política de la América
hispánica. Así se comenta en las Advertencias de la edición londinense (1822) de la
descripción histórica, geográfica y estadística de Henry Charles Carey y Isaac Lea que
se había publicado un año antes en Filadelfia: “To render their digest of these materials
as perfect as possible, the original Publishers obtained the assistance of several persons
146 Carla Lois

En el momento de las independencias, varios mapas de la América


meridional ya habían familiarizado a las audiencias ilustradas de Euro-
pa con estas geografías lejanas.6 Cuando se desataron las revoluciones que
amenazaban esos trazados, se volvió imperioso rediseñar esas imágenes y
actualizarlas para imaginar ese escenario en ebullición: luego de las revolu-
ciones independentistas, en un contexto donde pululaban las asociaciones
“por el conocimiento útil”7, burócratas y empresarios europeos demanda-
ban mapas que les presentaran información sobre posibles interlocutores
en América. En tanto los mapas eran un producto más de un mercado muy
amplio y complejo de “objetos que hacían furor en Europa” (Podgorny
2011: 32), no sorprende que tanto su diseño como su factura se ajustaran,
en la medida de lo posible, al gusto y a las necesidades de los potenciales
clientes. En la práctica, eso significaba la multiplicación de materiales, no
necesariamente congruentes, que pintaban el nuevo cuadro de lo que había
sido la América hispánica. Una expresión de esto fue la variedad de fórmu-
las toponímicas utilizadas para designar las recientes unidades políticas en
formación.
Algunos autores siguieron cartografiando las geografías coloniales. Es
el caso de Richard Henry Bonnycastle, un ingeniero militar y oficial de la
Armada Británica activo en Canadá, quien en 1818 publicó una obra titu-
lada Spanish America, or, A descriptive, historical, and geographical account
of the dominions of Spain in the Western hemisphere, continental and insular:
illustrated by a map of Spanish North America, and the West-India islands: a
map of Spanish South America, and an engraving, representing the comparati-
ve altitudes of the mountains in those regions. Otros atlas, como el de Carey
de 1816, mantuvieron algunos virreinatos (como el del Río de la Plata),
pero innovaron con el diseño de otras unidades que no se correspondían
necesariamente con una formación político-territorial estatal efectiva (tales

distinguised by their attainments in the various departments of knowledge embraced


by the work; and that nothing essential might be ommited, which its re-publication
in this country has afforded an opportunity for introducing, a gentleman, well known
for his geographical acquirements, has been engaged to supply what either the plan,
or other circumstances connected with the American world, had induced its editors to
omit: these particularly relate to the new states of South America, and the late Spanish
dominios in Mexico” (Carey/Lea 1822: v).
6 Acerca de los mapas, las pinturas y los grabados sobre Sudamérica que circulaban en
Europa durante el siglo xviii, véase Penhos (2005).
7 Sobre la relación entre este tipo de sociedades “for useful knowledge” y la producción
de mapas, véase Bosse (2000).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 147

como “Caracas”). Otros usaron nombres plausibles para designar de una


manera moderna regiones que, en rigor, se correspondían con los recortes
geográficos de antiguas unidades del mapa administrativo de las colonias:
Henry Charles Carey y Isaac Lea (1822) usan el nombre “Provincias Uni-
das de Sudamérica”8 para referirse a la gran porción de América del Sur an-
tiguamente conocida con el nombre de La Plata o Buenos Aires, pero que
cuyo nombre “desde la revolución ha cambiado” (Carey/Lea 1822: 409).9
Hacia mediados del siglo xix, en los mapas europeos seguían reso-
nando topónimos y designaciones del periodo hispánico incluso cuando
estos hubieran perdido vigencia o resignificado sus funciones en la nueva
organización política (La Plata, Nueva Granada). Por otro lado, también
los mapas otorgaban espacio a regiones que nunca, ni durante la colonia ni
durante el periodo nacional, tuvieron entidad política.10 El denominador
común de gran parte de este universo ecléctico de imágenes es que ellas
ofrecían una relectura de la plantilla territorial colonial “traducida” con
urgencia para poder identificar a los actores del nuevo escenario.
Todas esas variaciones toponímicas son indicios de las dificultades que
imponía la inestabilidad política a la tarea de cartografiar los resultados
de los procesos independentistas en el mundo colonial hispánico. Otra
expresión, acaso más sutil, de este desconcierto es la forma de organización
de las láminas sudamericanas en los atlas europeos: en lugar de organizar
la sucesión de descripciones de los países según el criterio de unidades
políticas (que funcionaba para los mapas de Europa), los atlas recortaban
el espacio sudamericano según “ventanas”. Así, el mapa de Sudamérica era
dividido en sucesivos rectángulos, y a cada uno de ellos se dedicaba una
lámina cartográfica y, a veces, su correspondiente hoja de descripción geo-
gráfica. De esta manera se lograba un uso racional del espacio del libro y,
al mismo tiempo, se resolvía (al menos provisoriamente) el problema de la
vigencia del atlas que imponía la inestabilidad de esas geografías políticas.
Ahora bien: este modo de organizar las láminas del atlas hacía evidente

8 En el texto que acompaña el mapa dice que Sudamérica está dividida en los siguientes
países: República de Colombia, Guyana, Perú, Brasil, Provincias Unidas de Sudaméri-
ca, Chile y Patagonia (Carey/Lea 1822: 409).
9 Sobre la geografía política de este período véase Chiaramonte (1994).
10 La Patagonia, por ejemplo, solía aparecer como una unidad geográfica autónoma y
diferente de los territorios de lo que luego serán Argentina y Chile. También aparecía
demarcada con un color diferente y con las estrategias visuales que se usaban para
señalar cada una de las piezas del rompecabezas político.
148 Carla Lois

que la cuestión de las fronteras entre los Estados latinoamericanos no figu-


raba entre los temas candentes para este universo de impresores y clientes
europeos. Sin embargo, no puede menospreciarse el hecho de que algunas
de las narrativas geográficas “nacionales” fundantes fueron elaboradas por
profesionales extranjeros, publicadas en idiomas extranjeros e impresas en
Europa.
Durante los primeros años de organización nacional no había un mer-
cado suficientemente rentable que justificase el desarrollo autónomo de
una producción editorial especializada en cartografía.11 En el caso de Ar-
gentina, los mapas “para el gran público” se imprimían casi “fuera” de las
instituciones cartográficas de perfil técnico y a la medida de la necesidad de
visualizar la Argentina. Esos trabajos resolvían la carencia de materiales en
los que apoyarse para construir una nueva tradición. Y, aunque mucho se
ha dicho acerca de los profesionales extranjeros contratados especialmente
para fundar el campo científico local, menos se ha discutido el papel de los
funcionarios de la Corona que se quedaron en América luego de la ruptu-
ra, personajes que conseguían contratos con gobiernos locales para formar
parte de las nuevas administraciones y para producir saberes que sirvieran
a las nuevas organizaciones. Eran personas que “trataron de sobrevivir en
América gracias a su saber” y que ponían en circulación imágenes e ima-
ginarios, hablando el “lenguaje de la civilización” (Podgorny 2011: 33).
Hubo además personajes que no forman parte de uno ni de otro gru-
po. Fue el caso de Victor Martin de Moussy. Casi al mismo tiempo que
Buenos Aires se sumaba a la Confederación Argentina, organizada en base
a la Constitución de 1853, el médico francés Jean Antoine Victor Martin
de Moussy no parecía especialmente idóneo para emprender el encargo de
escribir una geografía nacional de un país que apenas conocía. Sin embar-
go, llegó a la cuenca del Plata, desplegó sus redes de informantes e inició la
publicación de su Description géographique et statisque de la Confédération
Argentine, que constó de tres tomos (el primero, publicado en 1860; los

11 Algo similar se ha señalado para el caso norteamericano: “At the time of American
independence, commercial map making in the new republic bore little resem­blance
to European cartographical publishing. There existed no American counterpart to
firms such as those of William Fadenin London, Robert de Vaugondyin Paris, or J. B.
Homann’s heirs in Nuremberg. Workshops consisting of cartographers or geographi-
cal editors, draftsmen, engravers and printers, such as that of Thomas Jefferys in Lon-
don, were unheard of in the colonies. In Boston and elsewhere, one or two individuals
typically served as a map’s compiler, engraver, printer, publisher and retailer” (Bosse
2000: 144).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 149

dos siguientes, en 1864) y un Atlas de la Confédération Argentine (cuya pri-


mera edición parisina es de 1865 y la reedición del Atlas en Buenos Aires,
de 1873). Para la realización de este trabajo, Martin de Moussy contó con
financiación de los gobiernos nacionales de la Confederación Argentina y
su obra fue considerada no sólo una publicación oficial sino también una
referencia sobre la geografía nacional, por lo menos, hasta fines del siglo
xix. En una suerte de génesis, el apéndice cartográfico se inicia con la “Car-
te de l’Empire Espagnol dans les deux Ameriques en 1776 a l’époque de la
fondation de la Vice Royaute de la Plata”.
Aunque el trabajo de Martin de Moussy fue recuperado por la histo-
riografía canónica como una de las imágenes fundantes de la nación argen-
tina12, su obra no puede ser comprendida si no se la reinscribe dentro de
una red de prácticas y de objetos que no estaban claramente definidos en
términos institucionales o políticos ni prolijamente delimitados dentro de
campos de saberes cerrados. Esa complejidad de la red de trabajo en la que
circularon los materiales de la ciencia explica que ciertas obras financiadas
por gobiernos locales no abandonaran imaginarios geográficos configura-
dos según “mirada europea”. Uno de los aspectos en los que es posible
reconocer esas diferentes miradas es, precisamente, en la atención que se
le presta a las fronteras. En rigor, no se trata de la traza de la frontera en sí,
sino más bien de la diferente valoración que se hace del trazado limítrofe
en los diferentes casos.
Podría sugerirse, de modo provisorio e incluso deliberadamente gene-
ral, que mientras que en Europa se trataba de publicar mapas que permitie-
ran visualizar un nuevo escenario y nuevos actores, en América los mismos
mapas o variaciones elaboradas a partir de ellos eran llamados a resolver
las exigencias que se imponían en la pugna de proyectos de construcción y
gestión estatal. Al mismo tiempo que los mapas europeos seguían saturan-
do sus geografías con inventarios recopilados de todas las fuentes posibles,
las élites locales comenzaban a reescribir los grandes relatos nacionales re-
curriendo a los más variados registros, formatos y tradiciones. La produc-
ción de literatura y de imágenes fue acompañada por la apertura de nuevos
circuitos donde se exhibieron los materiales que daban formas y sentidos
a la nación.
El carácter emblemático del mapa en la cultura política decimonó-
nica así como sus funciones propagandísticas pueden ser tomados como

12 Véanse IGM (1979) y Orellana (1986).


150 Carla Lois

indicios del valor cultural que tenía el mapa como objeto. Pero hay que
recalcar que, a diferencia del destino que tuvieron otros objetos coleccio-
nables como los fósiles, los libros o las monedas, con los que los mapas
compartieron itinerarios, mercaderes y cotizaciones, los mapas que fueron
a parar a una vitrina de museo fueron pocos y no necesariamente los de
mejor factura.
A los mapas se les demandaba actualidad y precisión, y aquellos que
no satisfacían esas premisas pasaban a gozar del descrédito científico. Esto
no haría sino acentuar el interés por poner rápidamente en circulación los
materiales cartográficos. Las sociedades geográficas europeas y americanas
recibían ejemplares de las publicaciones del Instituto Geográfico Argenti-
no (fundado en 1879) así como también otros documentos oficiales que
incluían mapas.13 La silueta de una nueva Argentina se promocionó en las
exposiciones universales y en exhibiciones equivalentes que se hicieron en
diversas ciudades latinoamericanas y argentinas.14
Al mismo tiempo, las élites locales buscaron inscribir sus proyectos de
elaboración de mapas del territorio nacional en la por entonces renovada
tradición de la cartografía topográfica a gran escala15 porque esos mapas
eran un insumo fundamental para el desarrollo de la infraestructura ur-
bana y de comunicaciones. Esto significa, como han demostrado Fran-
cesc Nadal y Luis Urteaga, en primer lugar, que la elaboración de mapas
fue, cada vez más, una tarea de naturaleza institucional, cuya ejecución
dependía del concurso de diversas corporaciones técnico-profesionales:
geodestas, topógrafos, dibujantes y grabadores, entre otros; corporaciones
que estaban reguladas en su formación, reclutamiento y ejercicio por una
detallada reglamentación administrativa. En segundo lugar, que la acti-
vidad cartográfica apareció gobernada por factores externos a los propia-

13 Sobre las relaciones entre las sociedades geográficas argentinas y sus pares extranjeras,
véase Zusman (1996).
14 En diversos trabajos anteriores he analizado la dimensión simbólica de la cartografía
nacional exhibida en las exposiciones universales. En particular cabe destacar que des-
de el mapa que von Seelstrang y Tourmente prepararon para la exposición de Filadelfia
de 1876, ningún otro mapa oficial de la Argentina dejó de incluir la Patagonia como
parte del territorio argentino (Lois 2006). En un trabajo anterior he analizado el papel
de la cartografía en las conmemoraciones del primer centenario de la Revolución de
Mayo, en particular en relación con el mapa que se distribuyó entre los materiales de
la Exposición Nacional de Buenos Aires de 1910 (Lois 2010).
15 Sobre la autonomización de la cartografía topográfica véase Palsky (2003). Sobre la
relación entre el Estado y los programas institucionales de confección de cartografía
topográfica véase Nadal/Urteaga (1990).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 151

mente científico-técnicos; en esencia, pasó a depender de las necesidades


político-administrativas y de las posibilidades presupuestarias de cada país
(Nadal/Urteaga 1990: 10). Los gobiernos nacionales crearon instituciones
orientadas al relevamiento topográfico y a la investigación astronómica y
geodésica.16 En la práctica, se trataba de una cartografía de factura militar,
que buscaba distanciarse de la cartografía elaborada a partir de la recopila-
ción erudita de fuentes cartográficas históricas, y cuyo público se restringía
a los circuitos de expertos. Entonces una de las estrategias que se impuso
fue el vaciamiento de la información que dejaba de ser pertinente, relevan-
te o científicamente aceptable. Uno de los resultados de estas carencias fue
la aparición de grandes blancos en el mapa que se reservaban para alojar
conocimientos más apropiados a las exigencias de ese presente. Aunque
en los hechos, esa pretensión resultaba irrealizable (ya sea por las enormes
superficies, por los recursos limitados o por la urgencia por contar con ma-
pas), la cartografía topográfica se consolidó como una práctica y como un
discurso asociados a la empresa de la construcción del Estado.
Durante los procesos de formación territorial de los Estados modernos,
una de las necesidades político-administrativas que impulsó la práctica de
la cartografía ha sido, precisamente, la definición de las fronteras. Esta
tarea movilizó un conjunto de saberes topográficos y también recursos del
Estado para mensurar el terreno o para dibujar mapas recopilando infor-
mación cuidadosamente seleccionada. En general, ese proceso fue acom-
pañado por la invención de una historiografía que se apoya en el supuesto
de una permanente evolución técnica que ha permitido representaciones
cartográficas cada vez más precisas. En la Argentina, el hecho de que la
cartografía, a diferencia de otros saberes, no tomó la forma de disciplina
científica universitaria y quedó en cambio anclada en una esfera de saberes
técnicos hizo posible que esa historiografía tendiera a concentrarse casi
exclusivamente en las prácticas de la institución cartográfica oficial, el Ins-
tituto Geográfico Militar (IGM, hoy Instituto Geográfico Nacional).17 Sin

16 Sobre las instituciones de relevamiento topográfico en América Latina durante el siglo


xix véase Lois (en prensa). Sobre la historia de la astronomía en la Argentina véase
Rieznik (2011). Sobre la relación entre los proyectos internacionales de mapeo de la
tierra y de los cielos iniciados a fines del siglo xix y las prácticas científicas en la Argen-
tina véase Rieznik/Lois (2010).
17 En 1979 el IGM publicó una obra cuyo título, 100 años en el quehacer cartográfico del
país. 1879-1979, situaba claramente el momento del origen y citaba para ello la cre-
ación de la Oficina Topográfica Militar (1879). Entre la creación de la Oficina Topo-
gráfica Militar (1879) y la del Instituto Geográfico Militar (1904) hubo sucesivas re-
152 Carla Lois

embargo, poco se ha indagado acerca de los vínculos del IGM con otros
organismos en relación a la validación de sus propias prácticas científico-
técnicas y, en particular, a los modos de ejercer el “principio de la preci-
sión” que parece fundamentar, al menos desde los discursos, la legitimidad
del saber cartográfico. El debate sobre la frontera argentino-chilena ofrece
un terreno para el análisis de los pliegues entre prácticas y discursos.

La “precisión” cartográfica en la cuestión de frontera entre


Argentina y Chile

El momento de organización política independiente de los Estados lati-


noamericanos coincide con la progresiva reconceptualización de la propia
idea de límite, que pasa de ser concebido como (o, al menos, aceptado
en forma de) una franja o zona a ser pensado como línea discreta y car-
tografiable.18 Por lo tanto, mientras que durante siglos la capacidad dife-

organizaciones que tendieron a la especialización y desagregación de tareas geodésicas,


cartográficas y estadísticas: en 1884 la Oficina Topográfica Militar se transformó en la
Cuarta Sección “Ingenieros Militares del Estado Mayor”; en 1890 esta Cuarta Sección
se subdividió en seis departamentos (Topografía, Cartografía, Geografía, Estadística,
Fortificación y Construcciones); en 1895 la Cuarta Sección pasó a constituir la Prime-
ra División Técnica, que tenía a su cargo las divisiones de Servicio Geográfico y Car-
tográfico Militar; en 1901 la Tercera División del Estado Mayor del Ejército, también
llamada Sección Geográfica Militar, pasó a concentrar todo lo relativo a la cartografía,
la geodesia, la topografía, y el Archivo de Planos e Inspección, así como la formación
de “un plantel militar para el levantamiento de planos” (IGM 1979: 18); finalmente,
en 1904 la Sección Geográfica Militar se constituyó en el Instituto Geográfico Militar,
que asumió todas las tareas mencionadas anteriormente. Véase al respecto IGM (1979:
cap. 1).
18 “El término límite deviene del latín limes-itis, concepto empleado para denominar la
línea fortificada que separaba a los romanos de los pueblos bárbaros. Contrariamente a
lo que se suele afirmar, el limes no era una línea delgada y recta. Tal como ha señalado
Duroselle, el limes era una franja ancha, un espacio articulado por puestos avanzados,
fortificaciones principales y secundarias, y calzadas de retaguardia para casos de fronte-
ra” (Lacoste 2003: 10). Claude Raffestin (1980) también afilia la propiedad lineal del
concepto de límite al surgimiento de los Estados modernos, pero agrega que el otro
factor indispensable para la consolidación de esa resemantización fue la “vulgarización
de un instrumento de representación: el mapa. El mapa es el instrumento privilegiado
para definir, delimitar y demarcar la frontera. […] Se trata, en el fondo, el pasaje de
una representación ‘vaga’ a una representación ‘neta’ inscrita en el territorio. La línea
frontera no es verdaderamente establecida sino a partir de la demarcación en el lugar.
‘Verdaderamente establecida’ significa que no está sujeta a contestación de ninguno de
los Estados parte que tienen esa frontera en común. Con la demarcación se elimina
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 153

renciadora de la cordillera misma –como cadena montañosa– había sido


operativa, las redefiniciones del concepto de límite no tardarían en instalar
la inexorable discusión acerca de cómo demarcar una línea sobre los An-
des. De ese modo, hacia fines del siglo xix, la preocupación por la línea de
frontera se vuelve, desde el punto de vista epistemológico y pragmático, un
imperativo novedoso en la práctica cartográfica.
El momento del arbritraje británico (1902) que dirimiría uno de los
desacuerdos entre Chile y Argentina por el trazado del límite en un sector
de la cordillera de los Andes ofrece un conjunto de materiales para exami-
nar los debates acerca del lugar que ocupaba la cartografía en la agenda po-
lítica del momento y, en particular, su apreciación como dispositivo para el
conocimiento de la topografía.
Luego de haber firmado el Tratado de 1881, el Protocolo de 1893 y
el Acuerdo de 1896, la Argentina y Chile no lograron acordar la demarca-
ción efectiva de la línea que separaría sus respectivos territorios y siguieron
reclamando la rectificación del límite, ambos amparándose en sus propias
interpretaciones de las letras jurídicas suscritas.
La controversia puede resumirse en pocas palabras: mientras que la Ar-
gentina pretendía que la línea se trazara siguiendo la línea de las más altas
cumbres, Chile sugería que se dibujara siguiendo la línea que dividía las
aguas según la vertiente pacífica y la atlántica. La Argentina promovía lo
que llamaba “el criterio orográfico” y Chile, el “hidrográfico”. Huelga decir
que cada uno de los países sostenía un criterio cuya aplicación se traduciría
en una ganancia de superficie territorial para sí mismo en detrimento del
otro.
Cuando se sometieron al arbitrio de la Corona Británica los puntos
controversiales, la Argentina presentó un informe –enteramente redactado
en idioma inglés– que llevaba por título Argentine Evidence19 y en el que

un conflicto –si bien no se elimina el conflicto general, por lo menos se elimina un


conflicto en el que la frontera podría ser un pretexto” (Raffestin 1980: 150-151). En
cualquier caso, hay que remarcar que esta tendencia hacia la linealidad no implicó
necesariamente la desaparición de ciertas prácticas de frontera más compatibles con la
noción medieval de frontera-zona o lugar híbrido sin límites netos (Zusman 2001), y
que incluso la demarcación estricta de esos límites en el terreno tampoco se tradujo en
todos los casos en una diferenciación cultural o social concreta.
19 El título completo es Argentine Evidence. Argentine-Chilian Boundary. Report presented
to the Tribunal appointed by her Britannic Majesty’s “to consider and report upon the
differences which have arisen with regard to the frontier between the Argentine and Chi-
lian (sic) Republics” to justify the Argentine claims for the Boundary in the summit of the
154 Carla Lois

ofrecía a Su Majestad Británica las pruebas o evidencias que demostrarían


fehacientemente que la posición defendida era la correcta interpretación
de los acuerdos diplomáticos celebrados. El valor de este documento no
radica en el rol que le cupo durante las negociaciones20, sino, más bien, en
la riqueza de detalle con la que se construyó la argumentación diplomática
con base en afirmaciones geográficas. Argentine Evidence es una obra com-
puesta por cuatro volúmenes y un atlas. Los volúmenes compilan textos
en los que esencialmente se desarrolla la argumentación diplomática de los
reclamos argentinos y se refuta la posición chilena. A lo largo de las 1091
páginas que suman los cuatro volúmenes se reproducen 71 mapas, 182
fotos, 175 fotos panorámicas insertas en láminas plegadas, 12 grabados y
15 croquis.
Con el propósito de “facilitar el trabajo” del árbitro, Francisco Pascasio
Moreno21 elaboró una obra que “intentaba reunir todos los datos que per-
miten apreciar la exactitud y la aptitud de la línea trazada por el experto de
la Argentina” (Argentine Evidence 1900: xvi).

Cordillera de Los Andes, according to the Treaties of 1881 & 1893”. Printed in compliance
with the request of the Tribunal, dated December 21, 1899. London. Printed for the Go-
vernment of the Argentine Republic by William Clowes and Sons, Limited. Stamford
Street and Charing Cross, 1900.
Dos años más tarde se publicó una versión en español, en dos volúmenes: Frontera
argentino-chilena. Memoria presentada al Tribunal nombrado por el gobierno de Su Ma-
jestad británica “para considerar é informar sobre las diferencias suscitadas respecto á la
frontera entre las Repúblicas Argentina y Chilena” á fín de justificar la demanda argen-
tina de que el límite se trace en la cumbre de la cordillera de los Andes de acuerdo con los
tratados de 1881 y 1893. Impresa para satisfacer la indicación hecha por el Tribunal en
diciembre 21 de 1899. Londres, Impresa para el gobierno de la República Argentina
por W. Clowes e hijos, 1902.
20 El 20 de noviembre de 1902 se dio a conocer el laudo arbitral de Su Majestad Britá-
nica, Eduardo VII, que fijaba un límite ad hoc, una línea que a veces coincidía con la
línea de altas cumbres y a veces coincidía con la divisoria de aguas (con la intención
de respetar los asentamientos ya instalados). Sobre ella debían establecerse más de 400
puntos medidos en el terreno. La superficie en disputa (alrededor de 90.000 km2) fue
distribuida de manera tal que, al final de cuentas, cada una de las partes recibió terri-
torios casi equivalentes.
21 Francisco Pascasio Moreno (1852-1919) fue un naturalista argentino que, desde muy
joven, se dedicó a la exploración y al coleccionismo de fósiles. Su intensa trayectoria
como explorador de la Patagonia le valió un lugar destacado en las comisiones y las de-
legaciones argentinas que participaron en las negociaciones con Chile y ante terceros.
Participó en la elaboración de diversas obras sobre el mismo tema (aunque en muchas
de ellas no figura su nombre, como era habitual en los documentos diplomáticos de
este tipo).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 155

Es necesario señalar que, contra la creencia generalizada en nuestros


días, hacia fines del siglo xix los mapas no eran pruebas demostrativas en
los referéndums. En esta época, en el ámbito de la jurisprudencia “las pa-
labras eran suficientes”: en las batallas legales se asumía que las “opiniones
escritas tienen [en estos contextos] un aura de dignidad, y que ofrecen una
oportunidad para la explicación y la reflexión” (Dellinger 1997: 1704). Sin
embargo, diversas memorias oficiales y también los libros publicados para
instalar ciertas posturas frente a los temas de controversias limítrofes en la
opinión pública solían explicar didácticamente que incluían “documen-
tación escrita” y “documentación gráfica”.22 Poco se decía, sin embargo,
sobre el valor estrictamente probatorio de ese arsenal gráfico. Lee (2005)
demuestra que los libros y los mapas antiguos, si bien no eran completa-
mente excluidos, eran tenidos en cuenta siempre y cuando no contradije-
ran otras pruebas verbales, no sólo las escritas, ya que también se le daba
preferencia al testimonio oral de un testigo vivo. En el mismo sentido, se
ha señalado que la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos ha
admitido “fotografías, mapas o ambos” como prueba en los casos judi-
ciales por disputas entre dos estados a causa de desacuerdos en asuntos de
trazado de límites sólo ocasionalmente (Dellinger 1997: 1705), y que esto
es congruente con la tendencia que se registra en el ámbito internacional,
donde los mapas han sido aceptados como pruebas sólo recientemente
(Lee 2005).23

22 Como ejemplo valga la siguiente cita: “La documentación escrita comprende todas las
actas que levantaron y firmaron los Jefes de las Subcomisiones Mixtas que han inter-
venido en aquella operación, las actas aprobatorias de las mismas subscriptas por los
Peritos y las que se refieren a resoluciones importantes adoptadas por estos en cumpli-
miento de su cometido.
La documentación gráfica, en la que se cuentan once mapas generales de las secciones
demarcadas, varios diagramas, croquis, etc., informa sobre la situación relativa de los
hitos y el consiguiente emplazamiento de la línea divisoria, y se reduce en cuanto a la
frontera respecta, a la representación de una extensión limitada de terreno a uno y otro
lado del límite, abarcando, además de las zonas en que actuaron las Comisiones arriba
mencionadas, todas aquellas en que la Comisión especial enviada por el Gobierno Bri-
tánico ha materializado la línea definitivamente establecida en el Laudo de 20 de no-
viembre de 1902” (Oficina de Límites Internacionales 1908: I, 1, destacado nuestro).
23 Estudios recientes están comenzando a poner en tela de juicio axiomas tales como que
el mapa siempre ha funcionado como un documento en cuestiones jurídicas, algo que
parecía natural en virtud de sus cualidades de registro neutral, científico y objetivo de
lo real. Ese presupuesto sería una de las resonancias que tuvo y tiene el peso de una
tradición “instrumentalista” (Edney 2005), muy propensa a apreciar la precisión de
la representación y la codificación del lenguaje cartográfico. Sin embargo, ninguno de
156 Carla Lois

El documento argentino presentado para ilustrar a Su Majestad Britá-


nica planteaba que todos los antecedentes diplomáticos habían ratificado
el criterio orográfico que estaba implícito en decir que la Cordillera de
los Andes era una barrera natural porque ese enunciado suponía que su
línea de más altas cumbres era la línea divisoria. Reivindicaba que todas las
cláusulas del Tratado de 1881 refieren a la orografía y que “such limit will
remain at all events ‘immovable’ between the two Republics” (Argentine
Evidence 1900: 475). Más todavía, allí se sostenía que el Protocolo de 1893
reafirmaba los términos del Tratado de 1881 –que ya había consagrado
a la cordillera como límite– y que, por lo tanto, lo que estaba en discu-
sión no era un criterio demarcatorio sino la forma en que se realizarían
las prácticas de demarcación en el terreno (que terminarían evidenciando
o haciendo patente el criterio ya acordado). Se afirmaba también que el
Acuerdo de 1896 se basaba exclusivamente en criterios orográficos. Final-
mente se sugería que el criterio hidrográfico propuesto por los chilenos era
relativamente reciente24 y se dejaba entrever que se trataría de un reclamo
caprichoso y malintencionado.
La Argentina insistió en transformar el conflicto en un asunto de de-
marcación del límite sobre el terreno. Para ello, evocó la capacidad técnica
de los expertos en topografía y afines. Para ese entonces existían comisiones
de límites ad hoc, que se ocupaban de cada uno de los conflictos binaciona-
les (con Chile y con Brasil). Pero ante la superposición de trabajos y ante
eventuales contradicciones de la diplomacia argentina, en 1891 se creó un
organismo centralizado que atendería todas las cuestiones de las fronteras
internacionales: la Oficina de Límites Internacionales. Entre sus funcio-
nes, la Oficina debía ocuparse de: a) compilar todos los datos históricos,
geográficos y topográficos relativos a las fronteras de la República; b) certi-
ficar el trazado de los límites internacionales en la cartografía oficial, según
títulos y derechos de los tratados sobre fronteras; c) coordinar los trabajos

estos atributos parece haber sido un rasgo constitutivo, definitorio ni excluyente del
objeto mapa con anterioridad al siglo xx. No obstante ello, la interpretación sobre las
funciones y los usos de los mapas en la vida política y, en particular, su función docu-
mental en litigios parece fuertemente impregnada de estos presupuestos, que se fueron
haciendo extensivos –en forma imprecisa y tal vez demasiado ligera– hacia el pasado.
24 “During the whole course of the negotiations which preceded the Treaty of 1881, the
advisability of a hydrographic limit was never mentioned” (Argentine Evidence 1900:
476).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 157

de las comisiones de límites (Brasil, Chile) y archivar los documentos ela-


borados por ellas (Mazzitelli Mastricchio 2008).
Las comisiones de límites tenían como objetivo primario realizar tra-
bajos de campo en zonas que no habían sido objeto de levantamientos
topográfico. Estaban compuestas por un primer comisario, a cargo de la
comisión; un segundo comisario por lo general con título de ingeniero y
un tercer comisario con título de agrimensor. Estas comisiones trabajaban
conjuntamente con las comisiones enviadas por la contraparte y se for-
maban así comisiones mixtas. Una vez firmado un tratado o protocolo,
ambos gobiernos nombraban a los funcionarios de las comisiones a través
de decretos. En una primera etapa, las comisiones se reunían para acordar
la época del año en la que se harían los trabajos, el orden que debía seguirse
en los reconocimientos de las zonas y las “tolerancias que la comisión mix-
ta aceptará para sus operaciones científicas” (República Argentina 1910:
173). Existía la posibilidad, si el Ministerio de Relaciones Exteriores lo
autorizaba, de organizar comisiones auxiliares que dependían de la comi-
sión principal y estaban encargadas de “estudiar el terreno tanto en lo que
sea el territorio litigioso en sí mismo, como en lugares que la Comisión
mixta deberá cruzar para llegar a él” (República Argentina 1910: 177).
Además, entre las tareas de las comisiones se contaba que debían levantar
planos ilustrativos de los terrenos recorridos, armar picadas y levantar mo-
jones que sirvieran de vértice para los trabajos topográficos posteriores, y
establecer la determinación geográfica de los principales puntos. Por otro
lado, el naturalista que acompañaba la expedición hacía el relevamiento
estadístico y el relacionado a las ciencias naturales. El “reparador de instru-
mentos” estaba a cargo del instrumental de mediciones decir del teodolito,
la plancheta y el cronómetro. Los medios de transporte utilizados en las
comisiones eran principalmente la mula y las canoas (aunque podían variar
de acuerdo a las condiciones físicas del lugar en que se realizaría la campa-
ña). Además de este personal de carácter científico-técnico, las comisiones
incluían personal militar, quienes recibían un sobresueldo por el trabajo;
peones, encargados de las tareas menos calificadas; un secretario y un es-
cribiente, encargados de las comunicaciones entre las subcomisiones y los
gobiernos; un médico; un farmacéutico y numerosos técnicos auxiliares.
Desde un ángulo estrictamente geográfico, la argumentación argen-
tina buscaba impugnar el criterio propuesto por Chile diciendo que “a
divortium aquarum is not a permanent line” (Argentine Evidence 1900:
490). Insistía además en la existencia de “geographical facts which entirely
158 Carla Lois

support the Argentine line” (529). ¿Cómo transformar esos hechos geográ-
ficos en evidencias?
En primer lugar, se desacreditaron todos los mapas históricos que no
concordaran con la posición diplomática del reclamo argentino. En rigor,
semejante coherencia no debe sorprender. Pero lo verdaderamente curioso
es el argumento utilizado, es decir la afirmación de que sólo algunos ma-
pas mostraban la expresión natural del hecho geográfico que implicaba
la Cordillera de los Andes. La Cordillera era presentada como un “hecho
geográfico” que no era pasible de ser contradicho por ningún mapa. La
oposición entre hecho geográfico (o realidad) y documento (o mapa) lle-
vaba a sostener que la barrera natural era una realidad y los mapas –que
no serían entonces la realidad– eran buenos sólo si mostraban esa realidad:
Neither Argentina nor Chile, when agreeing to the boundary on the edge of the
Cordillera de los Andes, have looked on maps: The frontier was imposed itself.
The limit along the mountain range was not arrived at as a consequence of
cartographical work: the law of nations and the patrimony of the two coun-
tries pointed to it, as any other better division of the inheritance from Spain
could be sought for. Maps were used only as helps to appreciate certain features
of the range, but never have the indications contained in them preponderated
over the traditional natural boundary” (Argentine Evidence 1900: 556, desta-
cados nuestros).

Sin reparar en la falacia argumentativa que entramaba ese criterio de va-


lidación/invalidación de los mapas, el mismo criterio se hacía extensivo a
los cartógrafos: los mapas que mostraban el límite en la divisoria de aguas
demostraban que sus dibujantes no estaban lo suficientemente familiari-
zados con el “verdadero carácter físico” de la cordillera, mientras que los
otros mapas que mostraban los “water-gaps” revelaban que sus cartógrafos
tenían un mejor conocimiento del terreno.25
Por lo tanto, en Argentine Evidence se aducía que era completamente
inútil que los chilenos siguieran buscando mapas que probasen algo que es
contrario a los hechos geográficos (en los que se apoyaba completamente
la línea argentina) (Argentine Evidence 1900: 556). Cuando se acusaba al
experto chileno y a su consejero técnico de tener una “fe incuestionable”

25 “This coincidence only proves the complete unaquaintance of the cartographers who
drew those maps with the true physical character of the range, while other maps
showing the water-gaps in the same reveal that their draughtsman had more know­
ledge of the ground” (Argentine Evidence 1900: 556).
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 159

sujeta a mapas erróneos, se apuntaba que dichos mapas no tenían una base
geográfica confiable (Argentine Evidence 1900: 556).
El mapa era mostrado así como un dispositivo manipulable y, de he-
cho, manipulado (por los chilenos, naturalmente):
Recently, owing to the active propaganda on the part of the Chilian geogra-
phers in favour of the boundary line in the continental divide, some cartogra-
phic publications have modified the traditional boundary, although not always
in complete agreement with the Chilian ideas (Argentine Evidence 1900: 521,
destacados nuestros).

En el horizonte de la argumentación jurídica argentina, un “mal mapa”


no sólo no podría ser una prueba diplomática sino que sería usado para
demostrar que las evidencias del oponente estaban corrompidas.
Aunque se dedicaba un capítulo entero a abundar en “la inutilidad
de mapas imprecisos”, no se acertaba a dar ningún criterio metodológico-
epistemológico sobre la precisión de la cartografía. Todo parámetro que-
daba sucintamente restringido a la condición del “apego al hecho geográ-
fico”. Pero el remate de ese capítulo terminaba de clarificar los límites de
la validez de los mapas que podrían participar del grupo de “evidencias”:
eran los mapas oficiales los únicos pasibles de ser discutidos en este referén-
dum. El carácter documental de la cartografía sería una prerrogativa de los
mapas oficiales.26 Algo que, bien entendido, tomaba distancia de cualquier
“hecho geográfico” y remitía a un conjunto intrincado de intereses que no
siempre tenían que ver con las formas del terreno. Por eso, para descali-
ficar la argumentación chilena se decía que: “it is to be found in the lack
of geographical information and in the erroneous views as to the elements
characterizing the traditional natural boundary” (Argentine Evidence 1900:
535, el destacado es nuestro).

26 “These words which are strictly applicable to the present question, deprive erroneous
maps of any value, where dealing with the geographical lines proposed by the two
Experts. Of what avail are the maps commented upon in this and the previous chap-
ters –the map of Napp, those attributed to Burmeister, and Siemiradzky, the map of
Brackebusch, quoted in the Chilian statement in support of the theory maintained by
Señor Barros Arana, etc.? Further, what force can maps have for that purpose, which
do not bear an official character? The maps have no reliable geographical basis, and
neither the Argentine nor the Chilian Government have accepted them as an evidence
to define the common boundary. The only ones which bear that character are the official
maps published in reference to this question” (Argentine Evidence 1900: 562, destacado
nuestro).
160 Carla Lois

Sabiendo que la tarea del arbitraje británico iría necesariamente a


materializarse en una demarcación física y en una imagen cartográfica, la
Argentina elaboró y publicó un mapa.27 Como era de esperar, el mapa re-
presentaba elementos que demostrarían la administración efectiva de esos
territorios por parte del Estado argentino (fundamentalmente, infraestruc-
tura: asentamientos y carreteras), así como también varias líneas limítrofes,
concretamente como se indica en el mismo mapa, la línea propuesta por
la Argentina según registro del 1 al 3 de septiembre de 1898, la línea pro-
puesta por Chile según registro del 29 de agosto de 1898 y la línea inter-
nacional según registro de octubre de 1898.
El documento en cuestión fue puesto en circulación con cuidadosa
atención: durante el año siguiente a su aparición fue enviado no sólo a los
destinatarios para los cuales había sido elaborado, es decir los expertos de la
Corona Británica, sino también a instituciones que gozaban de legitimidad
científica –entre ellas, la American Geographical Society Library–, cuyo
eventual apoyo podía dar mayor contundencia al reclamo argentino.

Conclusiones

Mientras que la mayor parte de los estudios dedicados a la cartografía se


ocupan de indagar cómo las élites impusieron una visión monolítica de la
política oficial del Estado a través de un discurso cartográfico congruente,
en este artículo se propuso relacionar esos procedimientos con otros que le
fueron contemporáneos y que a menudo son ignorados o menospreciados:
los modos de uso y valoración de las imágenes en torno a una de las prerro-
gativas que se le exigía a la cartografía, esto es, la precisión.
A diferencia de otros campos del saber, la producción de mapas no se
disciplinó exclusivamente bajo el formato de conocimiento académico. Más
cercana a la estadística, la cartografía se posicionó como un saber técnico,
estratégico y útil para la administración del Estado. Aunque la cartografía
es aparentemente definida por un discurso sobre la mensura y la precisión
de los parámetros utilizados para representar el relieve y otros elementos
de interés, es en realidad un conjunto de prácticas que producen objetos,

27 Su título completo era: Preliminary Map of the South-Western of the Argentine Republic.
Showing the different points from which Photographs, reproduced in the “Argentine Evi-
dence” have been taken. Pie de imprenta: Drawn on stone and lithographed by W. &
A. K. Johnston, Limited, Edinburgh and London, 1901.
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 161

los mapas, los cuales resultan especialmente sensibles a diversas demandas


específicas. El mapa encarnó un “discurso científico”, más por su forma que
por sus enunciados o sus métodos de confección. Por eso aún habría que
revisar la densa red de prácticas cartográficas que no se inscribieron necesa-
riamente dentro de las instituciones que sirvieron al Estado.
La relevancia que adquirió la delimitación de la frontera en el marco
de los procesos de formación territorial en América Latina motivó una
serie de prácticas de búsqueda y selección de cartografía histórica sesgadas
a los fines que se pretendía justificar. También justificó un ensamblado
de prácticas de producción de mapas (que podían incluir mensuras pero
esto no fue excluyente) y su puesta en circulación dentro de itinerarios
que intersectaron campos técnicos, políticos, diplomáticos, comerciales,
educativos y estéticos.
Los mapas europeos no acusaron recibo inmediato de esa nueva agen-
da de preocupaciones centrada en asuntos de fronteras que expresaban los
nuevos mapas “locales”, ni fueron tan sensibles a todas sus variaciones.
Como si resultara evidente que los mapas locales participaban de una dis-
puta que no podía explicarse solamente en el interés por acumular datos,
los mapas europeos siguieron mostrando un mapa político tan incierto
como durante la primera mitad del siglo hasta casi entrado el siglo xx. Rara
vez tomaron posición frente al complejo asunto de las fronteras.
Todavía tenemos mucho que aprender sobre la relación entre cartogra-
fía y procesos independentistas. En general, queda aún mucho por estudiar
sobre los vínculos entre el Estado nacional y los mapas de América Latina
desprendidos de viejos esquemas interpretativos: tanto de aquellos esque-
mas que usaron los mapas (ciertos mapas, una selección muy sesgada de
ellos) para justificar reclamos territoriales como de los que denunciaron la
utilización sistemática de discursos científicos para imponer un proyecto
político. La variedad de imágenes cartográficas que circularon y se cru-
zaron sugiere que los itinerarios de las prácticas cartográficas fueron más
complejos y menos controlados de lo que las historias conocidas nos han
contado.
162 Carla Lois

Bibliografía

Argentine Evidence. Argentine-Chilian boundary. Report presented to the Tribunal Appointed by


Her Britannic Majesty’s Government “to Consider and Report upon the Differences which
have arisen with Regard to the Frontier Between the Argentine and Chilian Republics” to
Justify the Argentine Claims for the Boundary in the Summit of the Cordillera de los Andes,
According to the Treaties of 1881 & 1893. Printed in Compliance with the Request of the
Tribunal, dated December 21, 1899. Redactada por Francisco P. Moreno. London:
Printed for the gov’t of the Argentine Republic by W. Clowes and Sons, 1900.
Bonnycastle, Richard (1818): Spanish America, or, A Descriptive, Historical, and Geogra-
phical Account of the Dominions of Spain in the Western Hemisphere, Continental and In-
sular: Illustrated by a Map of Spanish North America, and the West-India Islands: A Map
of Spanish South America, and an Engraving, Representing the Comparative Altitudes of
the Mountains in those Regions. London: Printed for Longman, Hurst, Rees, Orme, and
Brown, Paternoster-Row.
Bosse, David (2000): “To Promote Useful Knowledge: ‘An Accurate Map of the Four
New England States’ by John Norman and John Coles”. En: Imago Mundi, 52, pp.
143-157.
Carey, Henry Charles (1816): Carey’s General Atlas. Improved and Enlarged. Being a Collec-
tion of Maps of the World and Quarters, their Principal Empires, Kingdoms. Philadelphia:
M. Carey.
Carey, Henry Charles/Lea, Isaac (1822): The Geography, History and Statistics of America
and the West Indies. Exihibiting a Correct Account of the Discovery, Settlement and Pro-
gress of the Various Kingdoms, States and Provinces of the Western Hemisphere to the Year
1822, by Henry Charles Carey and Isaac Lea, Philadelphia, with Addition Relative to the
New States of South America. Illustrated by Maps, Charts, and Plates. London: Printed
for Sherwood, Jones and Co. Paternoster-Row.
Cházaro García, Laura (2009): “Recorriendo el cuerpo y el territorio: instrumentos, medi-
das y política a fines del siglo xix en México”. En: Memoria y Sociedad. 13, 27, pp. 101-
119.
Chiaramonte, Juan Carlos (1994): “Modificaciones del Pacto Imperial”. En: Annino, An-
tonio/Castro Leiva, Luis/Guerra, François-Xavier (eds.): De los Imperios a las Naciones.
Zaragoza: IberCaja, pp. 107-128.
De Moussy, Jean Antoine Victor Martin (1860-1864): Description géographique et statisque
de la Confédération Argentine. 3 tomos. Paris: Librerie Didot.
— (1865): Atlas de la Confédération Argentine. Paris: Librerie Didot.
Dellinger, Hampton (1997): “Words are Enough: the Troublesome Use of Photographs,
Maps, and Other Images in Supreme Court Opinions”. En: Harvard Law Review,
110, 8, pp. 1704-1753.
Edney, Matthew H. (2005): “Putting ‘Cartography’ into the History of Cartography: Ar-
thur H. Robinson, David Woodward, and the Creation of a Discipline”. En: Carto-
graphic Perspectives, 51, pp. 14-29.
Igm (1979): 100 años en el quehacer cartográfico del país (1879-1979). Buenos Aires: IGM.
Lacoste, Pablo (2003): La imagen del otro en las relaciones de la Argentina y Chile (1534-
2000). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Fronteras, cartografía y nación en la invención de la Argentina 163

Lee, Hyung K. (2005): “Mapping the Law of Legalizing Maps: The Implications of the
Emerging Rule on Map Evidence in International Law”. En: Pacific Rim Law & Policy
Journal, 14, pp. 159-188.
Livingstone, David (2005): “Historical Geography: Knowledge, in Place and on
the Move”. En: Progress in Human Geography, 29, pp. 626-634.
Lois, Carla (2006): “Técnica, política y ‘deseo territorial’ en la cartografía oficial de la
Argentina (1852-1941)”. En: Geocrítica. SCRIPTA NOVA. Revista Electrónica de Geo-
grafía y Ciencias Sociales, X, 218 (52), <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218-52.htm>
(14.10.2013).
— (2010): “El mapa del Centenario o un espectáculo de la modernidad argentina en
1910”. En: Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades,
24, pp. 176-196.
— (2011) “¿Desde la periferia? Enfoques y problemas de la agenda actual sobre Historia
de la Cartografía en América Latina”. En: EspacioTiempo, Revista Latinoamericana de
Ciencias Sociales y Humanidades, 7, pp. 11-36.
— (en prensa): “The Topographical Survey in Latin America”. En: Pedley, Mary/Ednet,
Matthew (eds.): The History of Cartography. Chicago: University of Chicago Press.
Mazzitelli Mastricchio, Malena (2008): “Límite y cartografía en la frontera argentina
durante el último tercio del siglo xix”. En: Mendoza Vargas, Héctor/Lois, Carla
(comps): Historia de la ciencia cartográfica de Iberoamérica. México, D.F.: UNAM,
pp. 427-440.
Montserrat, Marcelo (comp.) (2000): La ciencia en la Argentina entre siglos. Textos, contex-
tos e instituciones. Buenos Aires: Manantial.
Nadal, Francesc/Urteaga, Luis (1990): “Cartografía y Estado. Los mapas topográficos
nacionales y la estadística en el siglo xix”. En: Geocrítica, 88, pp. 1-93.
Oficina de Límites Internacionales (1908): La frontera Argentino-Chilena. Demarca-
ción General, 1894-1906. 2 vols. Buenos Aires: Talleres Gráficos de la Penitenciaría
Nacional.
Orellana, Raúl (1986): “La cartografía básica de interés nacional. Su evolución”. En:
IGM (ed.): Contribuciones científicas, Congreso Nacional de Geografía, XLVIII Sema-
na de Geografía, Sociedad Argentina de Estudios Geográficos. Buenos Aires: IGM,
pp. 183-190.
Palsky, Gilles (2003): “Mapas topográficos y mapas temáticos en el siglo xix”. En: Ra-
mada Curto, Diogo/Cattaneo, Angelo/Ferrand Almeida, André (eds.): La cartogra-
fia Europea tra Primo Rinascimento e fine dell’Illuminismo. Firenze: Leo S. Olschki
Editore, pp. 275-291.
Penhos, Marta (2005): Ver, conocer, dominar. Imágenes de Sudamérica a fines del siglo xviii.
Buenos Aires: Siglo XXI.
Pohl-Valero, Stefan/González Silva, Matiana (eds.) (2009): La circulación del conoci-
miento y las redes del poder. Memoria y sociedad. Revista de historia, 13, 27, número
monográfico.
Podgorny, Irina (2011): “Fronteras de papel: archivos, colecciones y la cuestión de límites
en las naciones americanas”. En: Historia Crítica, 44, pp. 56-79.
164 Carla Lois

Raffestin, Claude (1980): Pour une géographie du pouvoir. Paris: Libraires Techniques LI-
TEC.
República Argentina (1910): Frontera Argentino Brasileña. Estudios y demarcación general
1887-1904. Buenos Aires: Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional.
Rieznik, Marina (2011): Los cielos del sur. Los observatorios astronómicos de Córdoba y de La
Plata, 1870-1920. Rosario: Prohistoria.
Rieznik, Marina/Lois, Carla (2010): “En el ‘glorioso sendero de la ciencia universal’. La
Carte Inernationale du Monde 1: 1.000.000, la Carte du Ciel y las prácticas de re-
presentación del territorio argentino. 1890-1920”. En: Llull. Revista de la Sociedad
Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, 34, pp. 121-160.
Salvatore, Ricado (comp.) (2007): Los lugares del saber. Contextos locales y redes transnacio-
nales en la formación del conocimiento. Rosario: Beatriz Viterbo Editora.
Zusman, Perla (1996): Sociedades Geográficas na promoção do saber ao respeito do território.
Estratégias políticas e acadêmicas das instituições geográficas na Argentina (1879-1942) e
no Brasil (1838-1945). Universidade de São Paulo, Mestrado em Geografia Humana:
Dissertação.
— (2001): “Entre el lugar y la línea: la constitución de las fronteras coloniales patagónicas
(1780-1792)”. En: Fronteras de la Historia, 6, pp. 37-60.

También podría gustarte