Está en la página 1de 2

René Peguero Rodríguez es un escritor con ansias de expresarse con una fertilidad

para la creación que no muchos poseen. Sin embargo, no nos podemos llamar a
confusión, a él le cuesta escribir, y cada línea, cada palabra, es la consecuencia
de muchas horas de trabajo, de mucho pulir, de mucho analizar personajes,
ambientes, tramas, matices, enfoques y un largo etcétera, hasta brindarnos una joya
limpia, de prosa fluida y atrevida, que nos hace creer que la fantasía es parte de
la realidad.

La Libélula, novela objeto de estas palabras, no es la excepción a su obra como


escritor. Es una historia llena de colores, de pasiones y frustraciones, que resume
muy exitosamente la intención de los personajes, sobre todo el de su protagonista y
narradora. La Libélula, a través de un racconto en el que de manera inteligente nos
va llevando a un desenlace quizás insospechado pero bien justificado, nos relata
una tragedia en la que el personaje principal parece tan real que creemos que es
una hija, una hermana o una prima de nuestra familia.

La prosa de La Libélula es desenfrenada, tanto como el personaje/narrador que, en


su equisciencia, si se puede decir, cuenta las desgracias que viven los inmigrantes
en la ciudad de Nueva York, muy especialmente los dominicanos de toda clase social.
En ella observamos gente de todo tipo venida a menos, con sueños y esperanzas
frustrados, con la ilusión de encontrar un porvenir en la Babel de Hierro, como muy
acertadamente la llama el escritor que, de manera magistral, nos expone las
vivencias de los migrantes en la década de los ochenta del siglo pasado, con un
paseo que nos lleva a los años noventa y la idiosincrasia de aquella generación
trashumante, hasta culminar en el inicio del milenio que vivimos. Basta con leer su
primer párrafo para quedar prendados de ella:

Qué no te podría yo contar de esta ciudad de Nueva York, yo que he vivido en


sótanos oscuros y sombríos. En complejos de apartamentos plagados de ratas,
cucarachas y drogadictos. De afroamericanos, latinos y blanquitos que perdieron su
dignidad mendigando los cupones de ayuda del gobierno a cambio de tener una nevera
llena de comida. Qué no te podría yo contar de esta foquin ciudad, con sus grandes
parques repletos de ilusiones congeladas, avenidas llenas de almas entumecidas, y
una red de trenes, moviendo día y noche, miles y miles de sueños que no llegarán a
ningún lugar. Dime, qué no te podría yo contar de la llamada ciudad de las
oportunidades, donde el que no tiene uñas, no se rasca. Bienvenido a la Babel de
Hierro, lugar donde se desvanece el sueño Americano.

A pesar de la brevedad física de La Libélula, no podemos llamarnos a engaño, es un


trabajo de profundad cualitativa. Es una novela colosal que, muy parecida a grandes
obras latinoamericanas contemporáneas, como el quehacer de César Aira en El santo o
en Cómo me hice monja, mutatis mutandis (cambiando lo que se debe cambiar) nos
cuenta las cosas tristes de la manera más divertida posible; nos regala una
historia con matices mágicos y espirituales en los que sólo creemos los ingenuos de
este mundo, pero que en la trama juegan un papel imprescindible para alcanzar el
cenit de lo narrado, cual Pedro Páramo de Juan Rulfo, si de algún clásico
pudiéramos echar mano. Que el número de páginas no nos confunda, a través de ellas
se lee todo lo necesario en una historia realista, supersticiosa e hilarante que
nos exige reflexionar sobre las cosas buenas que tenemos y pretendemos sustituir
por algo que promete ser mejor, sobre las glorias alcanzadas y rechazadas por el
famoso “sueño americano”; sobre el abandono del confort, del prestigio, de los
bienes materiales y hasta de la familia, a cambio de una vida de autómata en
tierras extranjeras, donde nadie se preocupa por el prójimo y donde la conservación
de la identidad es un privilegio que cuesta bastante, incluso, hasta la cordura.

Las palabras que utiliza René Peguero Rodríguez son, sin pretensiones de
pontificar, las adecuadas. Ninguna de ellas está de más. Parece que hubiera
construido un reflejo exacto de nuestra realidad, logrando ser la voz literaria de
aquellos quienes se marcharon para “progresar” y, en cambio, empataron o perdieron,
formando, tal como lo narra la carismática Libélula, “una ciudad llena de autómatas
que hace tiempo perdieron el rumbo, y aún no lo saben”.

Esta novela, en un soliloquio admirable y desparpajado, con expresiones y palabras


propias de quien combina el idioma español con el inglés sin complejos (sin llegar
a ser un “foquin” espanglish), nos hace ver la tragedia a través de los ojos de un
personaje que, en medio de tanta infelicidad y desgracia, pudo hallar momentos de
paz, de amor, de sexo, de amigos, de brujería y hasta de encuentros con seres de
otro mundo, para transportarnos a la nostalgia y terminar, en la última página del
libro, con una sonrisa pintada en los labios.

La Libélula, a pesar de ser la historia de una tragedia, es una gran noticia para
la literatura dominicana. Es la confirmación de un escritor que vino para quedarse.
René Peguero Rodríguez no es una promesa, es una realidad.

También podría gustarte