Situaciones aparentemente comunes en nuestro acontecer diario ponen de relieve
cada vez más el valor voluble que se le ha dado, a lo largo de los años, al ser humano en nuestra sociedad; pues es la constante aparición de noticias y reportajes sobre actos tan crueles e inhumanos como lo son asesinatos, violaciones, secuestros, venta de órganos, etc. Lo que nos incita inevitable a reconsiderar el rumbo de la dignidad humana y su paradero próximo en el futuro, es decir, cuál será el valor o riqueza intrínseca que todo hombre o mujer poseerá por el solo hecho de estar vivos y ser seres humanos. No cabe duda que dentro de este mar de pensamientos y cavilaciones existe la razonable aparición de ramas del saber humano como los son la ética y la moral, ciencias que a decir verdad estudian precisamente el actuar o inclinación del comportamiento humano basado en lo socialmente correcto o incorrecto, lo bueno y malo, la virtud, el deber y la felicidad.
Algunos de los puntos relevantes a considerar del texto leído es justamente la
definición de “humano”, siendo reconocida tal cual como una “sustancia individual de naturaleza racional”, permitiéndonos discernir en este sentido que el hombre no solo se trata de la síntesis perfecta entre materia y espiritualidad, sino que a su vez cuenta con otros atributos propios de sus persona que lo hacen ser único a otras especies; entre esos se destacan su inteligencia y raciocinio, su capacidad volitiva (voluntad), su naturaleza de interrelación social (ser parte de una sociedad o comunidad donde se comparten los mismos intereses), la dignidad merecedora (moral y ontológica) y pospuesto la libertad (basado en el libre albedrío y la respuesta a los actos cometidos).
Dentro de este contexto vale la pena tomar en cuenta lo que es la cosificación
además de la evolución e implicación que este término desafortunadamente ha traído consigo en nuestra sociedad; pues es justamente la llegada del libre mercado y las reglas del capitalismo, además del involucramiento de una ideología narcisista lo que ha orillado a pensar que el valor merecedor de una persona es equivalente a su capacidad productiva o resolutiva, socialmente hablando, o bien a lo que puede ofrecer o brindar para satisfacer las necesidad del otro; deslindando todos los demás criterios importantes que definen y engloban la valoración integra de un individuo. Conclusión
Para terminar, me es preciso contemplar al amor como la herramienta más pura y
genuina que nos permitirá reivindicarnos en la búsqueda del otro, pues son la empatía, el respeto y la comprensión aquel conjunto de valores que nos acercaran al entendimiento de lo ajeno, es decir, el interesarnos en los demás desde una perspectiva humana y sensible, y no desde los ojos de la manipulación como medios u instrumentos hacia la obtención de un bien personal.