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ARRIBAS y DE PINA
ARRIBAS y DE PINA
Introducción:
En los últimos 20 años los científicos sociales han desarrollado un interés creciente por
la cuestión del consumo. En el caso particular de la Antropología, si bien no es difícil encontrar
referencias al tema desde los inicios de la disciplina, los estudios específicos sobre el consumo
de bienes y servicios recién comienzan a desarrollarse en los albores de 1980;
fundamentalmente con la publicación del libro “El mundo de los bienes” de M. Douglas (1978)
y del libro “La distinción” de P. Bourdieu (1979).
M. Douglas y P. Bourdieu dan el puntapié inicial a lo que podría llamarse hoy una
Antropología del Consumo. Con intereses distintos y desde vertientes teóricas también distintas,
ambos autores inauguran una vía de análisis. Constituyen al consumo como arena fértil para la
indagación del proceso continuo de constitución recíproca del mundo material y la vida social y
cultural, en el marco de patrones de actividades cotidianas de aprovisionamiento y uso de
bienes. Desde direcciones diversas, tanto teóricas como problemáticas, la producción
antropológica en este sentido no se ha detenido hasta nuestros días.
Nuestra investigación sobre la temática se inscribe dentro de la perspectiva
antropológica que concibe al consumo, en el mundo capitalista contemporáneo, como un cuerpo
de prácticas, imágenes y representaciones, en torno a las cuales las personas confrontan al
Estado y al Mercado, en los procesos cotidianos de definición de si mismos y de construcción
de proyectos morales y de valor (Miller, 1996).
El presente artículo pretende exponer algunos de los resultados a los que hemos llegado
en el transcurso de la investigación que, desde mediados del 2004, venimos realizando bajo el
programa de Proyectos UBACYT 2004-2007 (S013). El objetivo general es el análisis del
proceso de clasificación y categorización de los sujetos bajo los nombres de consumidores,
usuarios y beneficiarios, en el marco de los patrones de actividades cotidianas que vinculan al
Estado y a las personas en torno a la distribución, apropiación y uso de bienes y servicios.
El tema central de la ponencia es la emergencia de la categoría de consumidor
ciudadano en el proceso de producción de nombres que, tanto el Estado como las Asociaciones
de Consumidores en nuestro país, crean y recrean cotidianamente en sus representaciones y
prácticas asociadas con la cuestión del consumo de bienes y servicios. Específicamente nos
ocuparemos de los efectos semánticos y prácticos que supone el encuentro de dos categorías, la
de ciudadano y la de consumidor, procedentes de universos significativos diferentes - el
jurídico-político y el económico respectivamente - , en el marco de la Ley de Defensa del
Consumidor y en el texto de la Constitución Nacional, luego de la reforma de 1994.
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Desarrollo:
Ciudadano – Consumidor – Consumidor Ciudadano
Ciudadano:
Si bien la categoría de ciudadano continúa siendo hasta nuestros días objeto de debate
en las ciencias sociales, lo cierto es que más allá de la diversidad de enfoques se evidencia cierto
consenso en remitir dicha categoría tanto al ideal democrático griego y a la república romana,
fuentes inspiradoras de la Revolución Francesa y de sus principios de libertad, igualdad y
fraternidad, como así también al ideal del Estado liberal y de derecho.
Con el derrumbe del Antiguo Régimen y del Estado Absoluto, el individuo se eleva al
rango de protagonista pleno de la vida no sólo cívica sino también política. Son ahora los
valores individuales los que conforman el orden estatal, el cual se presenta como la suma, la
codificación racionalizada de aquellos valores. Ese orden estatal mismo aparece como persona y
suma en sí los elementos de legitimación del poder y de explicación del mismo que le habían
tocado al príncipe, ahora “déspota”. Son los individuos los mismos que conservan los
instrumentos directos de determinación de tal poder, a través de la conquista del poder
legislativo, poder decisivo, por parte de la fuerza hegemónica de la sociedad organizada: la
burguesía. Esta última ejercitaba en primera persona, en nombre de todos, el poder del estado
que, a su vez, encontraba su propia encarnación en el ordenamiento jurídico y la justificación
material en el orden natural de la economía.
La experiencia estatal se encuadraba en un proceso más general de formalización que
hacía más indispensable la connotación abstracta dentro de esquemas lógicamente indisputables
y convencionales: la ley y la norma jurídica. El paso de la esfera de la legitimidad a la de la
legalidad señaló la última fase del estado moderno, la del estado de derecho fundado más bien
sobre la libertad política – y no solamente privada – y sobre la igualdad de participación de los
ciudadanos – no más súbditos – frente al poder; pero administrado por la burguesía con los
instrumentos científicos proporcionados por el derecho y por la economía triunfal de la
Revolución Industrial. Se trata de un Estado cuyo ordenamiento jurídico se constituye como
objetivación del respeto al individuo y a sus derechos “naturales”.
Siguiendo este breve recorrido, podemos decir que la categoría de ciudadano nace a
propósito de dar un nombre al vínculo entre el individuo libre, consciente, con poder de
decisión, devenido átomo de la sociedad civil; y el Estado, que legitimado bajo la legalidad y la
norma jurídica, instituye al primero como sujeto de derecho.
Pero ese vínculo instituyó también la sociedad, y lo hizo bajo el nombre de Nación. Los
Estados Nacionales del siglo XIX, en términos del historiador I. Lewkowicz (1994:30), hicieron
de la historia la fuente de constitución de la identidad de ese colectivo social que es la Nación, y
en cuyo seno los ciudadanos alcanzaban su status de miembros plenos. Se trataba de historias
que producían la sustancia nacional.
Desde esta trayectoria que hemos delineado, el ciudadano se nos presenta como el
individuo instituido en el lazo con el estado nación, sujeto de derechos y obligaciones que
resultan del mismo, y “…sujeto de la consciencia: de la consciencia política, de la consciencia
moral, de la consciencia jurídica, en definitiva, sujeto de la conciencia nacional” (Lewkowicz,
I; 1994:30).
Bajo este clima, entre los siglos XVIII y XIX, se fundan los denominados derechos de
primera generación que son los derechos civiles: derecho a la vida, a la libertad de
decisión, derecho a la propiedad, a la libertad de desplazamiento y los derechos políticos.
Estos últimos engloban la libertad de reunión, de asociación, derecho al sufragio y a la
participación política.
Si bien la sociedad europea del XIX fue escenario de un significativo crecimiento de la
riqueza, fruto del desarrollo industrial, fue también escenario de importantes desigualdades
sociales; los trabajadores quedaron excluidos de los beneficios materiales del industrialismo. De
la mano, y bajo las presiones de las protestas sociales y de las luchas del movimiento obrero,
que enarbolaban el principio de igualdad, se reconocen e integran en el siglo XX, a los ya
conocidos derechos civiles, los derechos sociales, y el estado se constituye en intérprete de
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valores que el mercado es incapaz de registrar: justicia distributiva, la seguridad, el pleno
empleo, etc. Estos derechos sociales, llamados de segunda generación, contemplan el
derecho al trabajo, a la educación, a la salud, a la huelga, al seguro de vejez o invalidez. El
ciudadano, como nombre instituido por ese lazo con el estado, ahora no solo estado de derecho,
de ordenamiento jurídico, sino también estado social (asistencial), se constituye también como
sujeto de derechos que hacen a las condiciones materiales y sociales de su existencia, en el
marco de la economía de mercado.
A fines del siglo XX, en el marco de los procesos político-económicos de globalización
y trasnacionalización, nuevos derechos y nuevos titulares de derecho hacen su aparición,
englobados bajo la denominación de derechos de tercera generación. Se relacionan con
reivindicaciones a nivel de grupos (pueblos, etnias, naciones, géneros, y otros). Estos son: el
derecho a la autodeterminación, a la paz, al medio ambiente sano, y los derechos del
consumidor, de las mujeres, los niños y los ancianos. Más adelante nos ocuparemos de ellos;
por el momento basta decir que el consumidor emerge aquí como un nuevo titular de derecho.
Hoy, por último, debemos mencionar, los derechos de cuarta generación, derivados del uso
de la ingeniería genética y su relación con la bioética.
Consumidor:
La categoría de consumidor emerge y gana centralidad en la teoría económica moderna
de la mano de los neoclásicos y principalmente de los marginalistas. La teoría económica
moderna desplaza el interés por la producción, la oferta y el costo, propios de los economistas
clásicos, hacia el consumo, la demanda y la utilidad. El individuo, sus necesidades y su
comportamiento de satisfacción devinieron el punto de partida del análisis económico, y
sostuvieron el abandono de la noción clásica de valor trabajo en función de una concepción
subjetiva del valor (el valor como resultado de la relación objeto – sujeto).
Si bien es imposible ignorar significativas diferencias entre los teóricos de aquella
economía moderna, y dado que su desarrollo escapa a los fines de este artículo, podemos
sintetizar las implicancias del énfasis puesto en el consumo como principio explicativo del
proceso económico, resaltando que la conducta de los individuos en el mercado, y la asignación
de recursos escasos en función de alcanzar la satisfacción máxima posible a través del cambio
se constituyeron, sin duda, en fuente de explicación para los fenómenos que ocupaban la
atención de los economistas, como ser de la formación del valor de cambio, del precio, de la
competencia y el equilibrio.
Inicialmente la concepción hedonista basada en la filosofía de Benthan, que postulaba al
hombre como una máquina de placer, el cual lo impulsaba a alcanzarlo en su grado máximo o a
evitar el dolor, y más tarde la concepción de la utilidad marginal, liberada de aquel hedonismo y
continuamente perfeccionada, nutrieron a la teoría de la elección del consumidor y
fundamentaron la racionalidad de la conducta de los individuos. La teoría de la elección del
consumidor se constituyó en uno de los pilares medulares de la Economía. La formalización y
las fórmulas matemáticas ganaron el discurso de los economistas; y se impuso una visión
atomista de la sociedad que, si bien progresivamente se planteó como una necesidad
metodológica, situó al individuo y sus intereses privados en el centro del cuadro.
En la década de 1940, de la mano de un renovado y más intransigente formalismo
económico, y de una postura crítica frente al intervencionismo del estado en el ciclo económico
y en la política monetaria, se desarrolla la convicción de que la economía debía declarar su
neutralidad vis à vis de los fines últimos de la conducta humana. En el marco de un
perfeccionamiento creciente de la lógica de la economía, fruto del mayor uso de métodos
matemáticos, la pregunta por el universo de las motivaciones, aquel de las necesidades
concretas y reales de los hombres, quedaban fuera de la indagación. Esta actitud de la economía
se correspondía con el postulado, que para entonces Weber postulaba respecto a la función de
las ciencias sociales, la cual consistía en proporcionar conceptos y juicios que no son realidad
empírica, ni representaciones de ella, pero que permiten ordenarla intelectualmente de manera
válida.
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Siguiendo esta dirección, en la actualidad, el consumidor presente en los modelos
económicos, es una abstracción, un agregado de tomadores de decisiones, un individuo que
movido por intereses privados, irrelevantes para los procedimientos metodológicos y teóricos de
la disciplina, opera como un calculador racional y soberano de utilidades y costos. De la
apelación al consumo emergida de los neoclásicos surgió un consumidor homogeneizado como
elección, pero solo como mera elección. (Miller, 1996:17)
En 1993 se creó en nuestro país la Dirección de Defensa del Consumidor dentro del
esquema de la Secretaría de Industria, Comercio y Minería. El Director de entonces se refirió a
la necesidad de crear un organismo específico para orientar a los consumidores a canalizar sus
dudas, quejas y denuncias, y así dar inicio a la aplicación y difusión de la Ley de Defensa del
Consumidor (No. 24.240), sancionada por el Congreso de la Nación el 22 de septiembre de
aquel mismo año (Revista Consumo, 1999:18).
Esta ley contiene un total de 64 artículos ordenados en 17 capítulos, los cuales a su vez
se agrupan bajo 3 títulos generales. Estos son:
A) Normas de Protección y Defensa de los Consumidores: la especificación de estas normas
comienza con la definición de la categoría de consumidor – usuario, la cual recorta el ámbito
social beneficiario de las mismas. “...Se consideran consumidores o usuarios, las personas
físicas o jurídicas que contratan a título oneroso para su consumo final o beneficio propio o
de su grupo familiar o social: a) la adquisición o locación de cosas muebles; b) la prestación
de servicios; c) la adquisición de inmuebles nuevos destinados a vivienda, incluso lotes
adquiridos con el mismo fin, cuando la oferta sea pública y dirigida a personas
indeterminadas”. (Artículo 1º-)
No tendrán el carácter de consumidores o usuarios, quienes adquieran, almacenen, utilicen o
consuman bienes o servicios para integrarlos en procesos de producción, transformación,
comercialización o prestación a terceros... (Artículo 2º-)
En el artículo 2º-, se recorta de igual forma el universo de proveedores de cosas o servicios que
quedan obligados al cumplimento de esta ley. Se trata de personas físicas o jurídicas, de
naturaleza privada o pública que, en forma profesional, aún ocasionalmente, produzcan,
importen, distribuyan o comercialicen cosas o presten servicios a consumidores o usuarios.
Luego de enunciar que las disposiciones de ley se integran a las normas generales y especiales,
que en particular contemplan la Ley de Defensa de la Competencia y la Ley de Lealtad
Comercial, la normativa avanza en la especificación, ya sea de derechos del consumidor
(derecho a una información objetiva, veraz, detallada y suficiente, y a la protección de su salud),
ya sea de las obligaciones y responsabilidades de los proveedores (relativas a las condiciones de
oferta y venta de cosas, de prestaciones de servicios y de servicios públicos domiciliarios, de
venta domiciliaria, de operaciones de venta de créditos, y de la reparación por daños causados al
consumidor). Finalmente se detallan las cláusulas de contratos consideradas ineficaces por
abusivas.
B) Autoridad de Aplicación, Procedimientos y Sanciones. Se establece que la Secretaría de
Industria y Comercio será la autoridad nacional de aplicación, mientras los gobiernos
provinciales y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires actuarán como autoridades
locales. Se enuncian funciones y facultades de dichas autoridades. Se detallan los medios
procesales para hacer valer la ley, las sanciones relativas a su incumplimiento, y las actividades
de conciliación entre consumidores y proveedores. Los últimos capítulos se refieren a las
asociaciones de consumidores, a las condiciones de su legitimidad, y a la organización de
tribunales arbitrales como árbitros de derecho.
C) Disposiciones finales. Bajo este título se detallan las funciones del Estado Nacional,
Provincial y Municipal en relación a la educación para el consumo. Básicamente se trata de:
formulación de Planes Oficiales Educativos (escuela primaria y media), fomento de la actividad
de las asociaciones de consumidores, contribuciones financieras a dichas asociaciones; y
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formación del consumidor para: a) hacerle conocer, comprender y adquirir habilidades para
ayudarlo a evaluar alternativas y emplear sus recursos de forma eficiente; b) facilitar la
comprensión y utilización de información sobre temas inherentes al consumidor; c) orientarlo a
prevenir los riesgos que puedan derivar del consumo de productos o de la utilización de
servicios; d) impulsarlo para que desempeñe un papel activo que regule, oriente y transforme el
mercado a través de sus decisiones. (Artículo 61).
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ciudadano. Llega para quedarse en el texto madre de toda ley, que instituye como sujeto del
derecho al ciudadano, encarnación subjetivada del vínculo entre la sociedad y el Estado.
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Nos basamos para la caracterización en los discursos de funcionarios y representantes de asociaciones
entrevistados para el caso, o bien en sus exposiciones en Encuentros, Jornadas y Seminarios; y en la
ponencia presentada por la Directora de la Escuela Europea de Consumidores, presentada en la 1ª
Conferencia Internacional de la Red de la Ciudadanía del Consumidor, en Paris, en 1 y 2 de marzo del
2004. Consideramos esta ponencia porque la misma nos fue entregada por la actual Subsecretaria de
Defensa del Consumo como la expresión más acabada del proyecto cultural de consumo que el Estado y
las organizaciones de consumidores promueven.
2
La letra cursiva corresponde a términos y expresiones textuales vertidas por nuestros informantes
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Centra la actividad en el individualismo: tener más cosas para sí. Las cosas y su disfrute
individual e inmediato están sobre las personas y sus relaciones.
La persona consumista está intoxicada, es un esclavo. Vive bajo estímulos permanente
que afirman su adicción y su esclavitud (estrategias de marketing, publicidad, estudios de
mercado). Desarrolla, en este sentido, un apetito descontrolado que contribuye con los efectos
destructivos de la globalización: destrucción del ambiente natural del planeta y acentuación de
las desigualdades sociales; haciendo cada vez más difícil satisfacer las necesidades de los países
y de los sectores más pobres.
El mundo globalizado que crea y estimula este modelo de consumo, es un mundo en
permanente cambio, que promueve formas de comercio injustas y formas de producción que
persiguen aumentar sin límite sus ganancias, convirtiendo a las personas en esclavos de sus
productos, explotando a la mano de obra y destruyendo el sistema natural. En ese mundo de
concentración de riqueza, se generan y profundizan las desigualdades, tanto entre países, como
entre hemisferios y sectores sociales. Si comprar es condición de existencia, se pueden
distinguir dos tipos personas: los consumidores que no existen, los pobres, porque no pueden
comprar; pero que viven bajo los estímulos permanentes de un mundo feliz que no alcanzan; y
los consumidores que existen, los ricos, que compran pero viven como esclavos y padecen las
enfermedades de la abundancia. A fin de cuentas el mundo globalizado parece la morada de
infelices y de esclavos.
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respetuosos del medio ambiente sano hoy y en el futuro. Dada la libertad y la consciencia que se
imponen en la elección, la responsabilidad es por la elección más favorable para los otros y para
el medio natural.
Justicia social y respecto por el ser humano se enarbolan como principios éticos que
orientan las decisiones de consumo. Se apuesta a una sociedad globalizada pero ética, habitada
por ciudadanos interesados por ciudadanos y no solo por adquirir cosas. Si trata de consumir
para vivir; pero para vivir con otros, entendiendo la felicidad y el buen vivir como el estar con
amigos.
De la caracterización de estos modelos, en términos de nuestros informantes, podemos
detectar núcleos de sentido en función de los cuales analizar el encuentro entre las categorías de
consumidor y ciudadano, y su impacto recíproco en la construcción de sentidos. Abordamos el
análisis de este núcleo temático siguiendo la perspectiva antropológica que plantea al consumo
como campo de creación y constitución de proyectos de valor; como así también de relaciones y
formas de organización social (Douglas, 1978; Bourdieu, 1979; Miller, 1996, 1997,1999).
A nuestro entender, el consumidor ciudadano como nombre, no es ni una síntesis ni una
sustitución de los nombres de consumidor y ciudadano; nuestra hipótesis de trabajo es que se
trata de la producción de un universo semántico en el cual, las relaciones y actividades
connotadas por el consumo y la ciudadanía, se someten a un proceso de resignificación y se
cargan de sentidos renovados.
El ciudadano consumidor se constituye como la expresión subjetiva de un proyecto de
valor y de un modelo de sociedad; el cual se configura en torno a tres elementos que conforman
el nudo del contacto entre consumidor y ciudadano: elección, libertad y consciencia.
Aquel consumidor, configurado en el intercambio económico como mero elector
soberano, cuya consciencia e inteligencia lograban su expresión más excelsa en el cálculo
económico, - que bajo la lógica del hedonismo materialista o de la utilidad marginal, lo
conducía a satisfacer sus necesidades individuales, y a alcanzar el pleno goce privado en
relaciones con los bienes -, en su encuentro con el ciudadano se ilumina con la luz que emana de
un mundo semántico en el que elección, libertad y consciencia se definen y se integran a fines
políticos, sociales y morales. La materialidad, el individualismo, la inmediatez de la
satisfacción, y el comportamiento interesado, se embarcan, por mediación de derechos y
responsabilidades, en un proyecto de valores trascendentes: la comunicación con el otro, la
igualdad, la solidaridad, el compartir, la justicia social, y el respeto por los semejantes.
La opción racional, que implica conceptos claros, información veraz y clara,
procedimientos eficaces, se moraliza y socializa. La relación de los hombres con las cosas, y las
metas de felicidad, bienestar y goce, se sumergen en la búsqueda de lo trascendente y de la
comunicación con los otros, en el seno de un colectivo social que define su sentido y su función
(el qué y el para qué). El consumidor racional, abstracción subjetivada de la lógica formal y
universal del cálculo en los modelos económicos, encuentra una comunidad y un suelo en el
contacto con el ciudadano. Genera consciencia de que no sólo es parte, sino que también sólo es
en tanto parte de una experiencia colectiva. Derechos y deberes mediante, el consumidor se
constituye, en tanto actor del intercambio económico, en el lazo con una ciudad (artículo 46 de
la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires), con una Nación (artículo 42 de la Constitución
Nacional); pero también con comunidades de integración regional político-económicas (el
MERCOSUR), y más aún, con el planeta, en el marco de los procesos de globalización del
capitalismo contemporáneo. Así, las necesidades individuales y el goce privado dejan de ser
neutrales, no pueden quedar fuera de ninguna pregunta; y menos de aquella sobre el origen y los
efectos de las decisiones privadas en la vida social y pública.
Pero si hasta aquí, el ciudadano, como elección, libertad, y consciencia, erguido en el
lazo Estado-Nación, iluminaba el encuentro con el consumidor con la luz que emana de lo
público y de principios ético-sociales, éste no permanece ajeno al proceso creativo de
producción de sentidos fruto de la emergencia de la nueva categoría. Su mochila de
significaciones y prácticas se abre en la experiencia cotidiana y doméstica que involucran las
decisiones rutinarias sobre los bienes y servicios que requerimos; y la experiencia doméstica y
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cotidiana como dimensión de la relación entre necesidades y cosas ilumina al ciudadano. El
derecho ciudadano a la satisfacción de las necesidades básicas, se instituye como vivencia y
lucha diaria en las actividades y relaciones de consumo. Y finalmente, el ciudadano, aquel
sujeto soporte del lazo Estado-Nación, en contacto con el flujo permanente de bienes y servicios
en el mundo capitalista globalizado, constituye su vínculo y su poder activo en el seno de
comunidades de integración político-económicas, y más aún, del planeta (Revista Nice-Mail No
21. Informe de la conferencia internacional de la red del consumidor, julio 2004, París).
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publicación de infractores). Así, en la última asamblea del Consejo Federal de Consumidores
(1/3/005) se estableció la fiscalización conjunta (rotulación, contenido neto, precio,
cumplimiento de ofertas, etc.), en todas las provincias del país, de productos alimenticios como
la harina, el azúcar y el arroz Se argumentó que estos productos son fuertemente consumidos
por los consumidores de menos recursos, quienes a su vez compran las marcas más baratas.
Estas y otras acciones, cuyo desarrollo excedería los límites requeridos para esta ponencia,
suponen la construcción de un Bien General, el cual es necesario proteger, garantizando
condiciones de comercialización leales y equitativas.
En el marco de estas acciones colectivas se destacan, también, aquellas que apuntan a
integrar, bajo el ideal de la búsqueda de la equidad y el bien colectivo, el mundo del consumo y
de la producción. Suponen la planificación y realización conjunta con sectores de la producción
y del comercio (pequeños y medianos productores y comerciantes, sectores sindicales), y con
organizaciones sociales. En estos días, se realizaron encuentros para la discusión y
diagramación de acciones conjuntas, con participación de representantes de los diferentes
sectores y de la Subsecretaría, a propósito del actual proceso inflacionario. Este tipo de acciones
abre otro eje organizador de las prácticas que nos ocupan; se trata de la construcción de la
relación entre el mundo del consumo y el mundo del trabajo. Dicho eje está actualmente bajo
estudio en función del tema general de la investigación.
Conclusiones:
Nuestra investigación está en marcha, y hemos presentado los principales resultados
alcanzados; resultados que son fundamentalmente vías de exploración que estamos transitando.
El mundo del consumo y su potencialidad, en tanto objeto de estudio antropológico, abre
interrogantes y caminos para el análisis de la relación entre el universo material y la vida social
y política en un mundo globalizado. Nuestra investigación intenta ser una contribución a los
estudios antropológicos que encaran esta tarea.
“La palabra consumo está impregnada de una falsa neutralidad...Hoy se abre la posibilidad de
repolitizar esa palabra. El usuario y el consumidor son ciudadanos a quienes les fue cercenada
su condición política...Comprar, consumir son esencialmente acciones políticas. Puede pasar
de que no nos hallamos dado cuenta, pero los que armaron el frenesí de los 90, y se resisten a
abandonar el festival de sus ganancias lo supieron siempre.... ¿Continuará? (Página 12,
Contratapa, 22/3/05).
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