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Cuando oréis, decid:

XI SEMINARIO DE LECTURA DE LA REALIDAD Sesión nº 02 | 28 de noviembre de 2011

02 CUANDO ORÉIS, DECID: “PADRE...”


Lo primero es saber a quién rezamos. No es lo mismo hablar
con un sargento de caballería, con un juez de la Audiencia
Nacional... o con un padre. Esta palabra inicial es imprescin-
dible para dar el sentido correcto a la oración entera.
Pensemos, por ejemplo, a qué desviaciones podrían llevar pe-
ticiones como “hágase tu voluntad “ o “venga a nosotros tu
reino” si olvidáramos que la voluntad que deseamos realizada
y el reino que queremos definitivamente establecido son los
de un padre, y no los de un tirano oriental

El regalo de llamar “Padre” a Dios


los pueblos antiguos era frecuente llamar “Padre” a Dios, pero atribuyendo un sentido mítico a

En esa palabra. Los dioses eran considerados como los antepasados remotos de los hombres. Se-
guramente para tomar distancias frente a esa práctica, los judíos solían llamar “padre” a Abra-
ham y, en general, a los patriarcas, pero no a Dios. En cambio Jesús siempre le llamaba así: En los
evangelios aparece la palabra “Padre” al menos 170 veces en sus oraciones. Y esto resultaba tan inaudito
que Marcos (14,36), a pesar de escribir su evangelio en griego, conservó la palabra aramea utilizada por
Jesús: Abba, que puede traducirse al castellano como Padre querido, papaíto,…
En el Antiguo Testamento predomina la imagen de un Dios terrible al que se tenía miedo. Podía destruir
Sodoma y Gomorra como castigo. Podemos imaginar el asombro de María cuando oyera a su hijo Jesús
llamarle con la misma palabra que empleaba cualquier niño judío para dirigirse a su padre. Jesús utilizaba
el “Abba” con todo derecho, porque era el Hijo eterno del Padre eterno. Nadie se ha dirigido a Dios tan
personal y cariñosamente como Jesús. Al invitarnos a rezar llamando a Dios “Padre”, nos hace participes
de esa íntima relación, nos sumergimos en su amor a Dios y. así, crece nuestro propio amor a Dios.
Padre es un concepto relacional (uno es padre en relación con sus hijos), por tanto, ya no hablamos “a lo
divino” en general, a un ser superior, sino que ya nos dirigimos a Él desde esa relación personal; somos sus
hijos e hijas. Muchos no son conscientes de la gran familiaridad que revela poder llamar “Padre” a Dios; se
han acostumbrado a hacerlo y no le dan importancia. En las antiguas liturgias se dieron cuenta de la gran-
deza del regalo cuando preludian la oración dominical con el “nos atrevemos a decir”.¡Como si no tuviera
bastante con uno!”. Recordemos, la carta de Kafka a su padre: “Querido padre, una vez me preguntaste
por qué te tenía tanto miedo y, como de costumbre, no supe contestarte, pre-
cisamente por el miedo que me infundes. Cuando era pequeño me aterraba
oírte decir: "Voy a aplastarte como si fueras un pez", porque te creía capaz
de hacerlo. Yo conservaba la vida por tu clemencia...”. Pensad qué resonancias
suscitaría en Kafka oír decir que Dios es Padre.
Sin embargo, todos podríamos recordar mil ejemplos concretos en los que el sím-
bolo paterno hace pensar en el don de la vida, estímulo para crecer y, sobre
todo, amor incondicional. Pues bien, aun cuando esos testimonios de amor hu-
mano sean insustituibles para intuir un poco cómo será Dios, necesitamos decir
que Él es mucho mejor que cualquier padre de la tierra (cf. Mt 7,11). Al llamar
Padre a Dios desde el fondo del corazón descubrimos que es Alguien que nos
ama y nos esperará ansioso si algún día nos alejáramos de Él, como muestra la
parábola del Hijo Pródigo (Le 15,11-32).
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Actuemos como hijos Dios también es Madre
Los santos Padres (san Clemente de Ale- ¿Cómo puede comenzar la oración más excelente con un
jandría, san Basilio el Grande, san Gregorio tratamiento de orientación masculina, y con un modo pa-
Nacianceno, etc.) distinguían tres estilos triarcal del dirigirse a Dios? ¿Por qué se atribuyen a Dios rasgos
de relación con Dios: y cualidades humanas y un nombre solamente varonil?
• Unos lo hacen como si fueran escla- ¿No hubiera sido mejor un nombre sin rasgos humanos –por
vos suyos, y tratan de complacerle por ejemplo, “Espíritu”, “Creador” o incluso simplemente “Dios”-?
miedo a ser castigados. Esto es impro- Y si se elige un tratamiento humano, ¿porqué no llamarle
pio del cristiano. Decía san Pablo: “Madre” en lugar de “Padre”, o Padre-Madre”, en lugar de
“Mirad, no recibisteis un espíritu de escla- optar sólo por uno de los dos.
vos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos
que nos permite gritar: ¡'Abba! ¡Padre!”
(Rm 8,15).
• Otros, en sus relaciones con Dios, tie-
nen espíritu de comerciantes; obran
bien buscando la recompensa y llevan
cuidadosa contabilidad de sus buenas
obras.
• El único estilo correcto entre los cristia-
nos es el de los hijos que obran bien mo-
vidos sólo por el amor y el deseo de
complacer a sus padres. ¿Recordáis to- En la palabra abbá se entiende siempre a la vez el Dios pa-
davía aquel famoso soneto: “No me ternal y maternal. No es un Dios estricto, sino un Dios amoroso.
mueve, mi Dios, para quererte / el cielo Dios es Padre y Madre a la vez. Como Padre, es el que nos
que me tienes prometido, / ni me respalda, nos anima a vivir, aquel que está de nuestra parte
mueve el infierno tan temido / para y a quien podemos dirigirnos. Es fiable, vigoroso y tierno a la
dejar por eso de ofenderte...”? vez. Como Madre, Dios nos da seguridad y amor. Nos senti-
mos sostenidos por él. Con él estamos en casa. Nos envuelve
En el pasado los hijos imitaban a sus pa-
con su presencia amorosa.
dres heredando incluso su profesión. Por
eso, Pablo dice: “Sed imitadores de Dios Para referimos a Dios las palabras se quedan necesariamente
como hijos queridos “ (Ef 5,1). Y el Sermón cortas. ¿Por qué llamarle “padre” y no “madre”? ¿No podría-
de la Montaña nos invita reiteradamente mos rezar también “Madre nuestra, que estás en los cielos...”?
a parecemos a nuestro Padre: “Habéis
Naturalmente, Dios no es varón ni mujer. Por desgracia,
oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y
hemos dado a entender que es “masculino”. Así, de manera
odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo:
sutil, el tratamiento de Padre ha contribuido a consolidar la
Amad a vuestros enemigos y rogad por los
dominación masculina en la Iglesia y en la sociedad.
que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial, que hace salir su Podemos estar seguros de que si, en lugar de una mentali-
sol sobre malos y buenos, y llover sobre jus- dad patriarcal, Israel hubiese tenido una cultura matriarcal,
tos e injustos. Porque si amáis a los que os habría recurrido a la imagen de la madre, para expresar el
aman, ¿qué recompensa vais a tener? amor y la ternura de Dios. Cuando Dios creó a los hombres a
¿No hacen eso mismo también los publí- su imagen y semejanza los creó varón y mujer (cf. Gn 1,27).
canos? (...) Vosotros sed perfectos, como Y, si la mujer es imagen de Dios tanto como el varón, igual
es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt de legítimo es invocar a Dios como “Madre” que como
5,43-48). Llamar “Padre” a Dios cuando re- “Padre”.
zamos el Padrenuestro debe recordamos De hecho, a pesar de que el antiguo Israel era una sociedad
que estamos llamados a una imitación profundamente patriarcal, el Primer Testamento tiene ya atis-
tan “imposible” como necesaria. bos de una concepción maternal de Dios. Oseas (11, 1- 8),
por ejemplo, describe a un Dios que “toma en brazos a su
pueblo, que “lo alza contra su mejilla”, que “se inclina para
darle de comer...”. Y, a través del Segundo Isaías, Dios pre-
gunta: “¿Puede olvidarse una madre de su niño de pecho,
dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella lle-
gara a olvidar, yo no te olvidaré” (Is 49,15; cf. 66,13).
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PRESUPUESTOS TEOLÓGICOS Y PSICOLÓGICOS PARA
REZAR EL PADRENUESTRO
Presupuestos psicológicos:
¿Nuestra imagen y nuestra relación con Dios están determinadas por las experiencias con nuestros
progenitores? ¿Sin una buena experiencia paterna o materna no es posible la relación filial con Dios?

Nuestras heridas paternas y maternas marcan nuestra relación con Dios…


Hay personas que han experimentado a su propio padre como estricto o como poco fiable, como arbi-
trario o duro. No les respaldó, sino que les oprimió. O no pudo o no supo construir una verdadera relación
con sus hijos y se replegó, o desplazó su actividad hacia fuera, comprometiéndose con la sociedad pero
no con la familia….
Estas experiencias con el propio padre confluyen en la experiencia de Dios como Padre. Entonces expe-
rimentamos a Dios como ausente o como poco fiable. No sen timos su fuerza. Tenemos la impresión de
que no se preocupa por nosotros.

Si en vez de «Padre nuestro» rezásemos «Madre nuestra» también habría personas que tendrían dificultades
con ello. Porque tampoco las experiencias con su propia madre han sido siempre positivas.
La madre da al niño seguridad, confianza básica y el sentimiento de que es bienvenido a esta tierra. Pero
a veces hay madres que están desbordadas y no pueden transmitir la confianza que necesitamos; hay
madres que giran demasiado en torno a sí mismas y así son incapaces de transmitir a los hijos calidez y
amor. Otras acaparan a los hijos; concentran en los hijos sus deseos de cercanía y los colman de afecto,
porque ellas mismas lo necesitan… Con experiencias maternas como estas, las personas tienen dificulta-
des para ver a Dios como Madre. Sienten angustia ante la posibilidad de que Dios pueda acapararlas,
mantenerlas atrapadas con su afecto y asfixiarlas. O bien experimentan a Dios como ausente y frío.

… Pero la experiencia de Dios como Padre y Madre puede curar nuestras heridas paternas y maternas.
Cada persona lleva en sí, como deseo, una imagen arquetípica de padre y de madre. Aun cuando los
progenitores concretos no cumplan esa imagen, tales imágenes permanecen en cada uno como deseo.
Ese deseo de un buen padre y de una madre afectuosa le hace a uno abierto a Dios como Padre y
Madre. Y así puede uno, a veces, en la oración o medita-
ción hacer con Dios la experiencia paterna o materna que
le faltó en la relación con sus progenitores.
En el Padrenuestro, Jesús nos hace partícipes de su expe-
riencia de Dios. Y al introducirnos orando en la relación con
Dios que tenía Jesús, pueden curarse nuestras heridas pa-
ternas y maternas.

Presupuestos teológicos;
Orígenes, escritor eclesiástico del siglo III ya señaló que:
«Nadie puede decir a Dios “Padre” si no está lleno del “Espí-
ritu, que nos hace hijos” (Rm 8,15)»
Por su parte, el místico griego Gregorio de Nisa, apuntó que
la experiencia de la paternidad de Dios crece por medio
de la contemplación: «Debemos contemplar incesante-
mente la belleza del Padre y dejar que ella penetre en nues-
tra alma»
Al contemplar a Dios como Padre, entramos en contacto
con nuestras imágenes modélicas del padre, imágenes
siempre sanadoras, que nos centran y nos conducen hacia
nuestro verdadero yo. Gregorio de Nisa afirma que la ora-
ción tiene sobre nosotros un efecto así de sanador. Ella nos
muestra a Dios, que nos mira con ojos paternos y nos pro-
mete la patria celestial como hogar.
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“Padrenuestro” del
Padre
Hijo mío, que estás en la Tierra.
Preocupado, esperando...
Yo conozco perfectamente tu nombre,
Y lo pronuncio santificándolo porque te quiero.

No. No estás solo, sino habitado por mí,


Y juntos construiremos ese reino
Del cual serás tu el heredero.
Me gusta que hagas mi voluntad,
Porque mi voluntad es que seas feliz,
Ya que mi gloria es que los hombres
vivan en paz y gozo.
Cuenta siempre conmigo,
Y tendrás el pan de cada día, no te preo-
cupes,
Sólo te pido que sepas compartirlo con
tus hermanos.
Yo perdono todas tus ofensas, incluso
antes de haberlas cometido.
Por eso te pido que hagas tú lo mismo
con los que a ti te ofenden.
Cógete con fuerza de mi mano
Para que nunca caigas en la tentación.
Yo te libraré de todo mal,
Porque tú eres mi hijo muy querido.

PARA ORIENTAR NUESTRA REFLEXIÓN PERSONAL Y LA PUESTA EN COMÚN


1. ¿Qué significa invocar a Dios como Padre?

2. ¿Qué me ha aportado la lectura del material?

3. ¿Qué rasgos destaco de la paternidad de


Dios?

4. Qué compromiso me sugiere.

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