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Somos hijos de dios

¿Quién soy?

Desde muy pequeños, la cultura que nos rodea, nuestra propia familia, nuestros amigos, casi
todos nosotros en realidad, parecemos estar programados a responder esta pregunta: Soy _____,
tengo ______, y estoy en el colegio; me gusta jugar fútbol, me gusta cantar, soy bueno pintando,
soy tímida, soy tal, tal, tal… Pero, si estuviéramos en una situación en la que realmente tuviéramos
que responder esa pregunta lo más probable es que sintamos confusión o falta de claridad.

Daniel 1:4-7

En la Biblia vemos la historia de Daniel y sus 3 amigos, Ananías, Misael, y Azarías. O tal vez los
reconozcas por sus otros nombres: Beltsasar, Sadrac, Mesac y Abednego; son las mismas
personas. Y así como a nosotros nos ha pasado, a ellos también trataron de quitarles su nombre
original. En ese tiempo, el rey Nabucodonosor, solicitó que estos 4 jóvenes judíos sean traídos
como esclavos y así, él podría entrenarlos y educarlos con una cultura distinta a la de ellos. Ellos
eran judíos, así que el primer paso era destruir su identidad, quiénes eran. Por eso, el rey decidió
cambiar sus nombres por nombres babilónicos.

Y esto es lo que pasa en nuestras vidas constantemente. Tenemos un enemigo que trata de atacar
nuestra verdadera identidad con mentiras, e intenta formar nuestra identidad con otros nombres.
Lo hace de maneras sutiles y a través de las influencias que menos esperas.

El mundo cada vez tiene más nombres para todo (las redes sociales son un gran ejemplo de esto,
ya que a través de ellas intentamos “ser alguien” aunque ese alguien no siempre refleja quienes
somos en verdad).

El mundo mide nuestro valor como personas en base a cómo nos vemos, qué ropa nos ponemos,
qué tenemos y qué hacemos. Pero Dios no es así.

La Biblia dice que Dios nos amó y nos eligió aun antes de formar el mundo, que decidió adoptarnos
como sus hijos y acercarnos a él por medio de Jesús. Aun antes de que nacieras y pensaras que
tenías que hacer algo para ser alguien, Dios ya había definido tu identidad, ya eras alguien, eras y
eres un hijo de Dios. Efesios 1:4-5

Recuerda que nunca sabrás quién eres si no sabes quién es Dios. Eres un hijo de Dios, y él te invita
a descubrir cómo se ve esto en tu vida y qué significa ser un hijo de Dios. Saber quién eres no es
algo que descubres al final de tu vida, es algo que descubres para empezar a vivir.

Isaías 43:1

Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te
redimí; te puse nombre, mío eres tú.
¿Alguna vez has pasado al costado de un auto que tiene las ventanas muy sucias y te has visto?, o
¿te has mirado en esos espejos que tienen pequeñas variaciones en el vidrio y hacen que te veas
diferente? ¿Al subir un selfie a Instagram te has demorado en escoger el filtro que más oculte las
imperfecciones? ¿Tú cambiaste?, no, ¿verdad? solo cambió lo que el reflejo mostraba.

Pasamos mucho tiempo escondiéndonos detrás de los reflejos equivocados.

Así como vimos anteriormente, tenemos un enemigo que está constantemente intentando
distorsionar nuestra manera de vernos, de valorarnos, e incluso no solo a nosotros mismos, sino a
los demás y cómo vemos a Dios, porque todo esto, de alguna manera, nos define

En la Biblia encontramos la historia de David. Él era pastor de ovejas, el menor de sus hermanos,
era a quien su padre excluía y veía diferente. Incluso cuando Dios le dijo a Samuel el profeta que
buscara un nuevo rey para ungir, y le dijo que buscara a los hijos de Isaí (papá de David), él llamó a
todos sus hijos menos a David. Sin embargo, entre sus hermanos, David fue escogido como rey.
David también tuvo que enfrentar a un gigante, nadie creía que podría hacerlo, nadie esperaba
nada de él porque solo veían a un muchacho sin el físico para lograrlo. Sin embargo, venció al
gigante.

La vista humana busca y mide en base a apariencias, Dios no.

Muchos años después David pasó uno de los capítulos más oscuros de su vida. Él comenzó a
desear a la mujer de otro, y no solo eso, sino que indirectamente provocó la muerte del que era su
esposo. Después de esto, él escribió el Salmo 51 donde expresa su arrepentimiento, reconoce su
error y fracaso.

Algunas veces en nuestro día a día vamos a vernos a través de diferentes reflejos, tal vez el reflejo
de lo que otros ven y piensan de ti, el reflejo de los “no puedes lograrlo”, de nuestras metidas de
pata, estos son solo ventanas sucias que no cambian quien verdaderamente eres: Un hijo de Dios.

En Lucas 11, Jesús establece la manera en la que podemos acercarnos a Dios, diciendo que
comencemos la oración así: “Padre nuestro”; es decir, que nos acerquemos a Dios como hijos, que
ante cualquier situación nos identifiquemos como hijos.

Sin embargo, muchas de las cosas que creemos que nos hacen ser quienes somos, están
equivocadas y alejadas de lo que Dios siempre pensó para nosotros. Tu cometiste un error, pero
no eres tú el error, de repente sí fracasaste en algo, pero no eres un fracaso.

Entonces ¿Cuál es el reflejo que debo ver? Así sea una ventana sucia o limpia, en tu mejor o peor
momento; siempre recuerda mirarte a través de la verdad de la Biblia.

Volviendo a David, él no se quedó en sus errores o en lo que otras personas decían de él, en cada
momento se sumergió en la presencia de Dios buscando lo que Dios decía acerca de él, de sus
situaciones, y siempre caminó en eso.
1 Pedro 2:9

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para
que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;

Quizás sientes que la historia que estás viviendo ahora no se supone que sea así, y es probable que
estos sean algunos de tus pensamientos: “Algo está mal en mí”, “mi vida no tiene sentido”, “es
normal que me vean así, que me hablen así”, “no hay nada bueno en mí”.

¿Hasta suena como un producto fallado, no? Y esta es la peor etiqueta, algo sin arreglo. Casi como
si describiéramos basura. Un producto fallado que nunca debió ser. Y ya sabes lo que te diré
porque ya lo has escuchado muchas veces: “Naciste con propósito y a propósito”, pero por más de
que te lo repitan, nada cambia lo que sientes. Entonces, ya es hora de escuchar lo que Dios tiene
que decir al respecto.

“Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento
fue diseñado antes de que un solo día pasara. Tú me observabas mientras iba cobrando forma en
secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz”. (Salmos 139:15-16)

Esta es la verdad, que aun antes de que nacieras, Dios ya te habia pensado, Dios ya sabía cuál sería
el color de tus ojos, el color de tu piel, tu personalidad, el sonido de tu risa, la cantidad de cabellos
que tendrías, el lunar en tu dedo meñique; que te dolerían las injusticias tanto como a él. Dios te
formó con detalles, como un artista a su lienzo, una obra maestra.

Dios te invita a una relación, y es desde esta relación que encontramos nuestra identidad, es
desde que identificamos a Dios como nuestro padre, que nos identificamos a nosotros como hijos.

No eres un producto fallado, tu nacimiento y existencia en este mundo no es una casualidad. No


se trata ni siquiera de si tus padres te planearon o no. Ya viviste mucho tiempo creyendo la
mentira de que tu vida no tiene sentido, ya viviste mucho tiempo esclavo de la etiqueta de que
“hay algo malo en ti”, es tiempo de lavar tu mente y llenarla de la verdad sobre quién eres.

Recuerda que no tienes que ser de una manera específica para ser valioso o valiosa; Jesús vino al
mundo para mostrarnos que no importan las voces externas, solo la suya; que no importan otros
nombres que hayan tratado de definirnos, solo el suyo. El nombre de Jesús está por encima de
todo.

Tal vez tu historia no comenzó como esperabas, pero eso no significa que terminará mal. Te animo
a que corras a Dios, a su verdad, aférrate con tus fuerzas o con tu debilidad a lo que él dice.

Salmos 139:16

Mi embrión vieron tus ojos,

Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas

Que fueron luego formadas,

Sin faltar una de ellas.


1 Juan 3:1

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios por esto el mundo
no nos conoce, porque no le conoció a él.

Cuántas veces nos preguntamos ¿Qué pasará de aquí a 5 o 10 años?, ¿llegaré a estudiar la carrera
que sueño?, ¿viviré en otro país?, Te das cuenta de que no saber lo que vendrá o pasará nos causa
miedo, miedo de que tal vez no se cumplirán nuestros sueños, o nada saldrá como esperamos.

Muchas veces las circunstancias a nuestro alrededor, o la manera en la que nos vemos a nosotros
mismos; hacen que sea difícil creerle a Dios por lo que nos ha prometido, o incluso creer lo que él
dice de nosotros con respecto a esas promesas. Nos frustra no saber el final, nos da miedo porque
basamos nuestro éxito de hoy en nuestros fracasos, heridas o experiencias de ayer.

Vemos esta situación repetidamente en la Biblia. Dios envió a Moisés a liberar a su pueblo, Dios
veía en él cosas que Moisés no veía en él mismo. Moisés veía su fracaso, el pasado que lo
perseguía y lo incapaz que se sentía para cumplir la tarea, pero Dios no. Dios llama a Jeremías a ser
profeta, a lo que Jeremías responde con miedo e inseguridad: “Soy muy joven”, pero Dios veía
mucho más en él. Y así llegamos a la historia de Abraham, un hombre de fe. Dios le da la promesa
de que él tendría una descendencia innumerable a pesar de que Abraham ya era un hombre muy
anciano y su esposa también. A lo largo de su historia vemos como Dios le recuerda esta promesa
en diferentes ocasiones.

En Génesis 17:4-5 vemos cómo Dios hace un pacto con Abram cambiando su nombre por Abraham
que significa “padre de naciones”. Dios sella su promesa con Abraham dándole identidad. Lo llamó
padre aun cuando no había podido tener un hijo con su esposa Sara.

Y Dios sigue haciendo esto con nosotros hoy. Nos llama por lo que él ve en nosotros, no por lo que
nosotros vemos en nosotros mismos. Sin embargo, hemos permitido que las circunstancias nos
definan y nos detengan de vivir todo lo que Dios tiene por nosotros.

Mientras el mundo nos llama a vivir disconformes y confundidos con quienes somos, Dios nos
llama sus hijos amados, diciendo que somos lo más preciado para él (Isaías 43:4). Y en la espera de
ver el milagro o la promesa cumplida en nuestras vidas, puedes estar seguro de que Dios no solo
cumplirá su promesa, sino que te llamará por como él te ve; Dios define sus promesas no por lo
que está sucediendo, no por lo que tú crees de ti mismo, sino por lo que él dice. Naciste con
identidad, propósito y destino.

Si la enfermedad viene a tu vida y estás en busca de un milagro médico, Dios te llama sano; si
sientes que eres rechazado, Dios te llama escogido, elegido, y aceptado; si te sientes esclavo de un
hábito dañino, Dios te llama libre en él; si sientes culpa y condenación, Dios dice que eres la
justicia de Dios en Cristo; si piensas que nada de lo que has hecho es perdonable, Dios te llama
perdonado; y si sientes que tu vida no tiene sentido, Dios te llama pueblo escogido.
Recuerda que hay capítulos de tu vida que siguen siendo escritos, pero ya no permitas que nada te
paralice de experimentar todo lo que Dios tiene por ti. Estás escribiendo un libro, y es verdad, te
va a costar cada página que escribas, pero cuando llegue el final de tu vida, serás un libro que
otras personas podrán leer. ¿Qué historia quieres que lean?

Confía en lo que Dios dice de ti, eso es más que poderoso y suficiente; eres hijo de Dios, y el
nombre de Jesús respalda el valor de tu etiqueta.

Colosenses 3:1-4

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la
diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto,
y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.

Gálatas 3:24-29

De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos
justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la
fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis
revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y
herederos según la promesa.

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