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BACKLASH

(El Backlash es básicamente “la reacción negativa y violenta contra


profesionales que trabajan en el campo de protección de la infancia”. Los
documentos de esta sección fueron aportados por el Doctor Carlos Rozanski.
El primero de ellos escrito por la Doctora Irene Intebi, el segundo por él mismo
y el tercero y cuarto por la Doctora Alicia Ganduglia, a quienes agradecemos
especialmente. Los tres primeros son de un libro que se llama “Maltrato
infantil. Riesgos del compromiso profesional” y fue una especie de respuesta
de distintos autores (17 en total) a un artículo tremendo publicado por un ex
juez, que se llamó "El abuso de la denuncia de abuso" y que en alguna
manera dió comienzo formal al Backlash en Argentina. El último fue publicado
en la revista “Temas de Maltrato Infantil” No 13, editada por Irene Intebi).

177
Cómo diferenciar los trabajos con sustento académico
de los silbidos de los niños en la oscuridad, por Irene
Intebi

Irene V. Intebi∗
“Ante el horror de lo que escapa a todo control, ante la irrupción de lo que apenas
comprendemos y no podemos reparar, los humanos parloteamos análisis y dicterios como
los niños silban en la oscuridad para espantar su miedo.”
Fernando Savater, “Armagedón”
(artículo publicado en el matutino “Clarín” de Buenos Aires,
el 16 de septiembre de 2001)

Introducción
Fernando Savater escribió las líneas que encabezan este capítulo para comentar los
efectos que la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York había provocado entre
nosotros, los que no habíamos sido directamente afectados.
Cuando las leí, pensé cuán aplicables eran ante la irrupción de otras catástrofes -
menos visibles y, en apariencia, de mucha menor escala-, que también escapan a todo
control, nos resultan difíciles de comprender y creemos que no se pueden reparar: los
abusos sexuales infantiles.
En un trabajo anterior3 me ocupé de examinar algunos de los análisis y dicterios que
ciertos humanos suelen parlotear para espantar su miedo ante los abusos sexuales en la
infancia: entre otros, que se trata de hechos excepcionales y aislados; que son perpetrados
por “personajes” muy distintos al común de la gente y fácilmente identificables; que, por lo
general, no dejan secuelas en las víctimas; que, con frecuencia, las madres son cómplices o
responsables.
Estos preconceptos funcionan no sólo como defensas ante una realidad difícil de
aceptar. Se transforman en anteojeras que impiden apreciar las peculiaridades y la
complejidad ímplicitos en la dinámica intra y extrafamiliar de los abusos contra los niños y
las niñas.
En el tiempo transcurrido entre el trabajo mencionado y el día de hoy han surgido
nuevos análisis y dicterios -para seguir espantando el miedo en el mejor de los casos o para
defender intereses y posturas ideológicas, en el peor-, de los que ha llegado el momento de
ocuparnos.
Esta vez, los análisis y dicterios encierran un grave peligro: el de presentar ciertos
prejuicios como hechos contundentes, recubiertos de una pátina científica. Afirmaciones no
corroboradas por la realidad, colocan a los niños, a las niñas y a los y las adolescentes en
una situación de importante desprotección y, como sociedad, nos exponen a la posibilidad


Psiquiatra infantojuvenil, Lic. en Psicología, Coordinadora del Área Maltrato Infantil de la Dirección
General de la Mujer (G.C.B.A.), Vicepresidente de ASAPMI (Asociación Argentina para la Prevención del
Maltrato Infantojuvenil)
3
Intebi, I. (1998). Abuso sexual infantil: En las mejores familias. Buenos Aires: Editorial Granica.

179
de retroceder en los logros conseguidos en los últimos años en materia de derechos de los
niños∗ en nuestro país.

 Las falsas denuncias son altamente frecuentes


La comprensión de la dinámica y los factores que llevan a que se cometan abusos
sexuales contra niños y niñas requiere de una mirada abarcativa ya que se trata de
situaciones de gran complejidad que se apartan de las consideraciones “lógicas” habituales
y de las pautas de comportamiento -sobre todo del cuidado que los adultos deben brindar a
los más pequeños- que nuestra cultura da por descontadas.
Desde el inicio lleva la impronta de la interdisciplina pues la detección y la
validación de los abusos sexuales infantiles se basan en elementos clínicos (indicadores
físicos y conductuales con distinto grado de especificidad) que, en la mayoría de los países
occidentales, hacen necesaria la intervención de la Justicia. Ésta a su vez necesita la
presencia de ciertos elementos en condiciones determinadas para poder tomar resoluciones.
Cuando hago referencia a la base clínica de una sospecha o de una validación de
abuso sexual quiero destacar el hecho de que el paradigma en que se basan los
profesionales intervinientes es el del campo de la salud, donde no existen certezas absolutas
al 100% y donde lo que predominan son las zonas grises, frente a la tajante división de
blancos y negros. Sin embargo, un alto grado de sospecha o una validación de un abuso
sexual no se funda en un solo elemento clínico, sino en la combinación de un grupo de
ellos, como también ocurre con algunas enfermedades que suelen diagnosticarse por el
conjunto de “huellas” biológicas que deja en quienes las padecieron.
La Justicia, por otro lado, utiliza otra “vara” para evaluar los hechos. Necesita
pruebas que se definen por el blanco o por el negro.
Cuando se utiliza el término “falsas denuncias”, a mi entender, se hace referencia a
presentaciones a la instancia judicial que no son verdaderas. No queda claro si la falsedad
es intencional, si se trata de una error en la evaluación de observaciones, si son denuncias
que no se corroboran a posteriori, o cualquier otra posibilidad.
John Myers es abogado, profesor de Leyes en la Facultad de Derecho McGeorge de
la Universidad del Pacífico (California, EEUU). Es también un especialista ampliamente
reconocido y citado en la fundamentación de sentencias judiciales -más de 140-, incluyendo
algunas de la Corte Suprema de los EEUU y autor de libros y artículos sobre aspectos
legales del maltrato infantil.
En uno de sus trabajos4, Myers advierte acerca de la necesidad de ser más precisos
con los términos que se emplean para referirse a lo que en la bibliografía habitualmente se
conoce como “falsos alegatos” de abuso sexual, con frecuencia calificados como falsos,
fabricados, infundados y no corroborados. Afirma que la carencia de consenso en cuanto a
las definiciones acarrea cierta confusión.
Propone evitar el uso del término “falso alegato” porque considera que el adjetivo
“falso” resulta ambiguo ya que no queda claro, como mencioné en párrafos anteriores, si se


Utilizo la palabra “niños” para connotar también a las niñas; simplemente para evitar la reiteración de
términos.
4
Myers, J.E.B. (1998). Legal issues in child abuse and neglect practice, 2da Edición. Thousand Oaks (CA):
Sage.

180
refiere, entre otras posibilidades, a una mentira deliberada o a un informe realizado en
buena fe pero que resulta no ser cierto. Comenta que “la categoría ampliamente definida
como ‘falsos alegatos’ incluye casi cualquier situación en que la notificación de abuso no
puede ser corroborada con lo cual el término no sirve para diferenciar situaciones de
falsedad intencional de otras en que prima una mala interpretación o donde ha habido
información inadecuada que determina la naturaleza verdadera o falsa del informe.”5
Recomienda, entonces, que se deje de lado el calificativo “falso”y se intente acotar
las distintas posibilidades que pueden ocurrir frente a la sospecha o a un relato sugerente de
abusos sexuales contra un niño o una niña.
En este punto, vale la pena aclarar que, desde que profesionales de distintas
disciplinas comenzaron a ocuparse de esta faceta del maltrato infantil, se tuvo presente la
posibilidad de que los relatos realizados por los niños y/o sus cuidadores carecieran de
sustento.
Sugiere denominar “informe fabricado” a aquél informe o acusación de abuso que
es deliberada e intencionalmente falso y que puede haber sido presentado por un adulto o
por un niño, aunque las investigaciones sugieren que la mayoría de este tipo de alegatos
provienen de adultos y adolescentes no de niños pequeños.6
De un estudio publicado por Jones y McGraw, en 1987, que abarca un número
importante de casos, surge que las falsas acusaciones ocurren en determinados contextos
tales como los juicios de divorcio y de tenencia controvertidos. En su muestra encontraron
un 8% de falsas acusaciones: el 6% correspondía a relatos sobre abuso sexual infantil
presentados por adultos, sólo el 2% de los falsos relatos había sido efectuado por los
mismos niños. En otra parte del estudio, Jones y McGraw analizan 717 casos atendidos en
el Centro Nacional Kempe (EEUU) entre 1983 y 1985. Sólo el 3% del total (21 casos)
podía ser considerado falsa acusación, en el 1,3% (9 casos) la acusación había sido
realizada por un adulto; en el 1% (7 casos), no se podía determinar si el relato se había
originado en el niño o en el adulto y el 0,79% (5 casos) correspondía a falsos relatos hechos
directamente por los niños.
Myers propone utilizar los términos “infundados” o “no corroborados” como
sinónimos. Y considera que un informe de abuso no es corroborado cuando se notifica a los
servicios de protección a la infancia o a la policía, se lleva a cabo una investigación pero no
se llega a ninguna conclusión. En su opinión, en esta categoría se ubica un significativo
porcentaje de casos. A veces porque la investigación ha sido inadecuada; otras veces, la
investigación es adecuada pero no se encuentran pruebas suficientes para llegar a una
conclusión; algunos otros son indudablemente fabricados. De cualquier modo, estima que
es muy probable que la mayoría de los informes no corroborados estén hechos en buena fe,
más allá de que sean correctos o no.
La confusión surge, entonces, cuando algunas personas equiparan equivocadamente
los informes infundados con los informes fabricados. Y, afirma Myers que sobre esta base
errónea, estas personas llegan a la conclusión de que el país (los EEUU) se encuentra
sumergido en una ola de informes fabricados de abuso infantil.

5
Sink (1988) citado por Myers, J.E.B. (1998): op. cit.
6
Jones, D.P. y McGraw, M.J. (1987). Reliable and fictitious accounts of sexual abuse to children. Journal of
Interpersonal Violence, 2, 27-45.

181
Myers asevera que “el abuso sexual infantil es una grave trasgresión a las
responsabilidades parentales”, que, sin embargo, “es extremadamente difícil de probar en
un juicio y, si la acusación no se prueba, en lo que respecta a la ley, el abuso no ocurrió.
Puede ser un hecho objetivo verdadero que un/a niño/a haya sido abusado/a pero si no se lo
puede probar en los tribunales, es como que nada hubiera ocurrido. Muchas veces, hay una
sustancial diferencia entre lo que es verdadero y lo que puede probarse en un juicio.”7

 Los especialistas en maltrato infantil siempre o casi sin excepción validan la


denuncia de la niña o del niño
Hace unos años atrás una “acusación” de ese tenor se lanzó contra los equipos
especializados en maltrato infantil y contra los profesionales que los integran.8 Carecemos
de datos que nos permitan evaluar el impacto que, en nuestro medio, pudo haber tenido una
afirmación de estas características tanto en la detección, en la intervención, como en la
implementación de tratamientos adecuados.
Lo que sí puedo aseverar, pues tanto el Programa de Assitencia del Maltrato Infantil
de la Dirección General de la Mujer del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires como yo
personalmente estábamos mencionados en dicha publicación, es que ni el autor del artículo
ni ningún colaborador o colaboradora suyo nos consultó para conocer si contábamos con
estadística que permitiera llegar a ese tipo de conclusiones.
Para enmendar dicha omisión pasaré a comentar dos trabajos que pueden echar
cierta luz ante una aseveración tan arbitraria.
A principios de septiembre del 2000, se llevó a cabo en Durban, Sudáfrica, el 13°
Congreso Internacional sobre Maltrato Infantil auspiciado por la ISPCAN (International
Society for the Prevention of Child Abuse and Neglect, organización internacional fundada
por Henry Kempe en los EEUU en 1977, con alrededor de 2000 miembros en distintos
lugares del mundo).
Los profesionales del ya mencionado Programa de Asistencia del Maltrato Infantil
presentaron una ponencia acerca de “Los casos no validados de abuso sexual de niños de
un programa de tratamiento de maltrato infantil”. Para su confección se analizaron 200
consultas recibidas en el programa entre septiembre de 1998 y mayo del 2000. Esas
consultas involucraban a 226 niños y niñas con sospecha de haber padecido abuso sexual.
Del total de consultas recibidas se validaron 51 casos, que representan el 22,56%,
mientras que un 6,63% (15 casos) no fue validado, aunque persistían dudas.
La Dra.Virginia Berlinerblau, perito del Cuerpo Médico Forense del Poder Judicial
y especialista en psiquiatría infantojuvenil -también mencionada en dicha publicación y a
quien tampoco el autor o sus colaboradores solicitaron material estadístico-, realizó una
revisión sobre una casuística de 315 niños, niñas y adolescentes entre 3 y 18 años de edad,
evaluados psiquiátricamente por sospecha de abuso sexual entre 1994 y 2000. Dicha
revisión mostró que las sospechas en estos casos examinados por orden judicial, recaían en
un 45% sobre el padre biológico; en un 15,2% sobre el padrastro; en un 9,2% sobre otros
familiares; en un 27,3% sobre conocidos y en un 2,5% sobre desconocidos. Del total, el
7
Myers, J.E.B. (1997): A mother’s nightmare - Incest. Thousand Oaks (CA): Sage.
8
Cárdenas, E.J. (2000): “Los abusos de las denuncias de abuso”, La Ley, 15 de septiembre de 2000

182
52,7% fue validado y el 47,3 % no fue validado. Si se observan los casos que involucraron
sospechas sobre el padre biológico (144 casos), se validó el 38,2% (55 casos) que
equivale al 17,46% del total de la muestra (N=315). Dieciseis casos correspondían a
sospechas sobre padres biológicos que atravesaban divorcios conflictivos, no
necesariamente en relación a la tenencia de los hijos, representando un 5% del total de la
muestra y un 11% del total de las sospechas que recaían sobre los padres biológicos. Se
validaron 2 casos de este subgrupo, lo que equivale al 0,63% del total de los casos
estudiados (N=315) y 12,5% de los 16 casos de divorcios conflictivos.9
En mi opinión, estos datos son más que elocuentes para poner en evidencia lo
alejada que está la afirmación que encabeza este apartado de lo que sucede en la realidad.

 En los casos de divorcios conflictivos y de litigios en relación a la tenencia de los/as


hijos/as son habituales las denuncias de abusos sexuales
A pesar de que las partes involucrados en casos de tenencia conflictiva pueden
empujar a algunos padres a comportarse de manera deshonesta, el hecho que la acusación
de abuso sexual de un niño o de una niña surja por primera vez cuando la familia está
atravesando una ruptura, no significa que la sospecha sea falsa.10
Según Myers, no existen pruebas de que los casos de alegatos fabricados estén
desbordando los casos de tenencias. Agrega que, a pesar de que algunos casos de informes
fabricados hayan ocurrido en casos de tenencia conflictiva no se deben formular
afirmaciones sin fundamento en el sentido de que “la gran mayoría de los/as niños/as que
refieren abuso sexual, lo han fabricado.”11
Uno de los estudios más abarcativos en cuanto al número de casos analizados,
vastamente citado en la bibliografía internacional sobre el tema, fue llevado a cabo por la
Association of Family and Conciliation Courts Research Unit (Unidad de Investigación de
la Asociación de Juzgados de Familia y Conciliación) entre 1988 y 1990, conducido por
Thoennes, Pearson y Tjaden12. Se consideraron 9000 casos de divorcios con disputas acerca
de la tenencia y del régimen de visitas provenientes de 12 juzgados de relaciones
domésticas (domestic relations courts) con el objetivo de determinar en cuántos de estos
casos se aducían abusos sexuales de los niños. Encontraron que las denuncias de abuso
sexual estaban presentes en menos del 2% del total (169 casos) y que las denuncias no se
originaban solamente en las madres. Un 67% de las mismas eran efectuadas por las madres,
los padres denunciaban en un 28% y el resto era denunciado por terceros.

9
Berlinerblau, V.: Comunicación personal (2000)
10
Corwin, D.L.; Berliner, L.; Goodman, G.; Goodwin, J. y White, S. (1987) Child sexual abuse and custody
disputes: No easy answers. Journal of Interpersonal Violence 2, 91-105, citados por Myers, J.E.B. (1997): op.
cit.
11
Gardner, R.A. (1987). The parental alienation syndrome and the differentiation between fabricated and
genuine sex abuse. Creskill, NJ: Creative Therapeutics citado por Myers, J.E.B. (1998): op. cit..
12
Thoennes, N.; Pearson, J. y Tjaden, P.G. (1988): “Allegations of sexual abuse in custody and visitation
cases: An empirical study of 169 from 12 States” – The Association of Family and Conciliation
Courts/Research Unit – Denver (EEUU)
Thoennes, N. y Tjaden, P.G. (1990): “The extent, nature, and validity of sexual abuse allegations in
custody/visitation disputes” – Child Abuse and Neglect – 14 – páginas 151- 163

183
Al analizar contra quién/es iban dirigidas las acusaciones de los 169 casos
registrados, obtuvieron los siguientes resultados: el 48% consistía en denuncias de las
madres contra los padres de los niños; el 6% correspondía a acusaciones maternas contra
nuevas parejas en perjuicio de hijos de anteriores matrimonios; el 10% se trataba de
acusaciones de los padres contra nuevos compañeros de las madres y un 6% estaba
representado por denuncias contra las madres de los niños. El 20% correspondía a
acusaciones de la madre o del padre contra otros integrantes de la familia, amigos y
conocidos13.
Según las evaluaciones efectuadas por los Servicios de Protección de la Infancia se
estableció que, de esas 169 denuncias de abuso sexual infantil, el 50% era probable, el
17%, incierto y el 33%, improbable.14

Investigadores y científicos con reconocimiento internacional15 afirman que “en


base a las investigaciones realizadas hasta la fecha resulta difícil respaldar la aseveración de
que existen altas tasas de falsos alegatos de abuso sexual realizados de manera conciente
por las madres que atraviesan situaciones de divorcio.” Agregan que “si se examina las
investigaciones de manera crítica, el estudio más sólido es el que llevó a cabo la
Association of Family and Conciliation Courts (Asociación de Juzgados de Familia y
Conciliación) porque se basa en una muestra amplia, tomada de diversos lugares
geográficos y que resulta aceptablemente representativa de la totalidad de los casos de
divorcio con litigios acerca de la tenencia y el régimen de visitas. Los hallazgos de este
estudio indican que existen denuncias de abuso sexual en el contexto de divorcios pero que
la inmensa mayoría (98%) de los divorcios con conflictos acerca de la tenencia no
conllevan denuncias por abuso sexual.”∗

 Los especialistas en maltrato infantil desconocen el síndrome de alienación


parental y los aportes de “uno de los mayores expertos mundiales en
divorcio”: Richard Gardner
Para comenzar, Richard Gardner no es “uno de los mayores expertos mundiales en
divorcio” como alguna vez fue definido en nuestro medio16. Es profesor de psiquiatría
infantil en la Facultad de Medicina y Cirugía (College of Physicians and Surgeons) de la
Universidad de Columbia y ejerce su práctica privada en Creskill, Nueva Jersey (EEUU)
dedicándose a la psiquiatría infantil y forense, mayormente como perito de parte por la
defensa en casos de sospecha de abusos sexuales.
Sus trabajos han sido cuestionados por colegas e investigadores debido a que sus
afirmaciones no se basan en métodos de investigación estandarizados y no han sido
sometidos a estudios empíricos, investigación o a verificación por parte de otros
especialistas. Además, sus artículos sobre el síndrome de alienación parental no han
13
Neustein, A. y Goetting, A. (1999): “Judicial responses to the protective parent’s complaint of child sexual
abuse” – Journal of Child Sexual Abuse – Vol. 8, N° 4 – páginas 103- 122
14
Coulborn Faller, K.; Corwin, D.L. y Olafson, E. (1997): “Research on false allegations of sexual abuse in
divorce” (páginas 199-210) en Myers, J.E.B. (1997): op. cit.
15
Idem anterior.

El destacado es mío.
16
Cárdenas, E.J.: op. cit.

184
aparecido en publicaciones científicas o médicas sujetas a revisión por otros profesionales.
Gardner publica libros a través de su propia compañía editorial: Creative Therapeutics.
Nuevamente me permito citar a Myers, esta vez en relación al síndrome de
alienación parental: “… el síndrome es poco más que las opiniones de Richard Gardner
basadas en su experiencia clínica. Por supuesto que el hecho de que el síndrome de
alienación parental esté basado en las experiencias de una sola persona no tiene nada de
malo. Sin embargo, queda claro que no resulta científicamente confiable para establecer si
un relato de abuso sexual es verdadero o falso. Más aún, en mi opinión, gran parte de los
escritos de Gardner, incluyendo su discusión acerca del síndrome de alienación parental,
está sesgado contra las mujeres.”17
Myers agrega: “Gardner es un crítico estridente y locuaz de ciertos aspectos del
sistema de protección a la infancia. (…) En un libro que escribió en 1991, que se llama
‘Histeria del abuso sexual: Nuevos encuentros con los juicios de las brujas de Salem’ [Sex
Abuse Hysteria: Salem Witch Trials Revisited], Gardner es altamente crítico de una parte
no especificada de profesionales de la salud mental, investigadores y fiscales que tratan de
proteger a los niños. Por ejemplo, acusa a algunos fiscales de satisfacer sus propios deseos
sexuales y sus tendencias sádicas involucrándose en casos de abuso sexual. Gardner llega
incluso a decir que ‘hay algo de paidofilia en cada uno de nosotros’.”18
Otras opiniones vertidas por Richard Gardner contribuyen a generar, como mínimo,
controversias y dudas acerca de su objetividad.
En la definición que hace del Síndrome de Alienación Parental (PAS = Parental
Alienation Syndrome) en su página de internet19, comenta que a partir de los años ’70 ha
habido un aumento en casos de disputa por tenencia de los hijos en los EEUU. Lo atribuye
a ciertas modificaciones que se produjeron, a su entender, en el campo de la tenencia de los
hijos: el reemplazo de la presunción de los primeros años a la presunción del mejor interés
de los niños20 y ante la creciente popularidad del concepto de tenencia compartida. Estos
dos cambios produjeron, siempre según su criterio, un incremento de las disputas legales
por la tenencia en virtud de que los padres varones se vieron con mayores posibilidades de
obtener la tenencia como cuidadores primarios.
Junto con este aumento manifiesta haber visto acrecentarse los casos de PAS, al que
define como un trastorno que surge mayormente en el contexto de litigios por la tenencia de
los niños. Su principal manifestación es el propósito del niño∗ de denigrar al progenitor,
designio que no está justificado. Esta manifestación es el resultado de la combinación de un
adoctrinamiento (lavado de cerebro) por un progenitor y de las propias contribuciones del
niño dirigidas a desacreditar al progenitor objeto de la denigración. Gardner especifica que
cuando ha ocurrido un maltrato y/o situaciones de negligencia verdaderos, la animosidad
del niño puede estar justificada, con lo cual la explicación de la hostilidad del hijo debido al
PAS no es aplicable.
17
Myers, J.E.B. (1997): op. cit.
18
Myers, J.E.B. (1997): op. cit.
19
www.rgardner.com
20
La presunción de los primeros años se basa en la suposición de que los niños y las niñas, en especial los y
las más pequeños/as, estarán mejor cuidados por sus madres.

El subrayado es mío.
∗∗
Destacado del autor.

185
Textualmente dice Gardner: “Lamentablemente el témino ‘síndrome de alienación
parental’ es utilizado para referirse a la animosidad que un niño puede albergar hacia un
progenitor que en verdad∗∗ lo ha maltratado, en especial durante un tiempo prolongado. El
término ha sido aplicado en las categorías mayores de maltrato parental: maltrato físico,
sexual y emocional. Dicha aplicación representa una comprensión inadecuada del PAS. El
término PAS sólo es aplicable cuando el progenitor cuestionado no ha exhibido nada
parecido al grado de conducta alienante que justifique la campaña de vilificación que
presenta el niño”. Agrega Gardner: “Existen progenitores genuinamente abusivos y/o
negligentes que por cierto negarán los abusos y racionalizarán la animosidad de sus hijos
como producto de la simple programación por parte del otro progenitor”. Es decir que, en
los casos en que un/a niño/a es separado/a o alejado/a de un progenitor que lo/a ha
maltratado, no es aplicable la hipótesis del síndrome de alienación parental.
Para aclarar este punto, Gardner señala que: “En los últimos años, algunos
evaluadores han utilizado el término PAS para referirse a falsas acusaciones de abuso
sexual en el contexto de disputas en relación a la tenencia. En algunos casos se utilizan los
términos como sinónimos. Este es un grave error de comprensión del PAS. En la mayoría
de los casos en que el PAS está presente, la acusación de abuso sexual no ocurre. En
otros casos, sin embargo, especialmente después de que han fallado otras maniobras de
exclusión, se produce la acusación de abuso sexual. Esta acusación es, entonces, una vuelta
de tuerca, un derivado del PAS pero de ninguna manera su sinónimo. Más aún, existen
situaciones de divorcio en que la acusación de abuso sexual puede producirse sin que haya
PAS preexistente. Ante tales circunstancias, por supuesto, se le debe prestar seria
atención a la posibilidad de que un verdadero abuso sexual haya ocurrido, en especial
cuando la acusación precedió a la separación conyugal”∗.
Afirma Gardner: “Creo que la vasta mayoría de las acusaciones de abuso sexual
incestuoso son verdaderas. (…) Es en esta categoría de las disputas por la tenencia de los
hijos en las que creo que la vasta mayoría de las acusaciones son falsas, y existe apoyo para
esta creencia en la literatura científica21. Esta categoría representa sólo una de las muchas, y
aún cuando las falsas acusaciones en los casos de disputa sobre la tenencia son comunes,
esta categoría representa sólo una pequeña fracción de todos los grupos combinados.
Cuando se combinan todos los grupos, sostengo que la vasta mayoría de las acusaciones
de abuso sexual son verdaderas”.∗∗
En escritos anteriores, ya había sostenido que “las acusaciones de abuso sexual que
surgen en una situación intrafamiliar tienen una alta probabilidad de ser válidas.
Probablemente el incesto sea muy común, especialmente entre el padre (o padrastro) y la
hija (o hijastra)”22. Pero, al mismo tiempo, en el mismo trabajo, afirma que: “la vasta
mayoría de las acusaciones en esta categoría [los casos de divorcios con conflictos en
relación a la tenencia] son falsos”.


Los resaltados en este párrafo son míos.
21
Gardner no brinda la bibliografía que, según él, sustenta sus creencias. Remito al lector a la nota 2.
∗∗
Los resaltados son míos.
22
Gardner R.A. (1991): “Sex abuse hysteria: The Salem witch trials revisited” – Creative Therapeutics –
EEUU

186
Gardner no brinda hallazgos de investigación que corroboren sus hipótesis. Se
limita a afirmar que él está convencido de sus afirmaciones pues son fenómenos
generalizados. Algunos especialistas en maltrato infantil consideran que su actitud se ve
facilitada por el hecho de que publica sus trabajos en su propia editorial y no son
supervisados por otros profesionales. Por lo demás, Gardner sostiene que la práctica
aceptada de contar con el apoyo de -y citar- opiniones de otros profesionales constituye “un
apuntalamiento engañoso”23.
En cuanto a lo expuesto anteriormente, Gardner no parece notar la contradicción
que existe entre su postura sobre la probabilidad de que ocurran situaciones incestuosas
dentro de familias intactas y su opinión diferente acerca del mismo tema en familias
divorciadas o en vías de divorciarse. No parece tener en cuenta que una de las reacciones
posibles ante el develamiento de hechos incestuosos sea la decisión del progenitor no
ofensor de separarse24.
En 1998, Gardner responde a una crítica que se le hizo a sus trabajos, afirmando:
“Nunca dije eso [que la mayoría de los casos de síndrome de alienación parental incluía
acusaciones de abuso sexual] y tampoco es lo que creo. Nunca he aportado porcentajes
en mis escritos, menos aún porcentajes de que la mayoría de los casos de PAS ‘incluía
denuncias de abuso sexual’. Mi experiencia personal es que, posiblemente, en
aproximadamente un 10 a un 15% de los casos de PAS en los que he actuado, surge una
acusación de abuso sexual”.25
Más adelante en ese mismo texto manifiesta: “No tengo problemas en considerar
dos grupos: niños que acusan de verdad y otros que lo hacen falsamente. Tampoco tengo
problemas en creer que el grupo de los niños que acusan de verdad supera ampliamente al
de los que acusan falsamente”. Este significativo cambio de enfoque en los puntos de vista
que sostenía Gardner a principios de los ’90, queda reflejado, además, en los conceptos que,
como he mencionado en este mismo apartado, pueden consultarse en su sitio de internet,
actualizado hasta la fecha26.
Los trabajos de Gardner fueron publicados a partir de 1987 y “recibieron la
consideración de los profesionales, cierto crédito en los medios de comunicación y atención
en los juzgados”27. Sin embargo, en función de lo polémico de sus afirmaciones y a la falta
de datos científicos que las sustentaran, su postura ha evolucionado hasta llegar a describir
situaciones de frecuencia mucho menor y de aplicación bastante más acotada que la que
tuvo a comienzos de los ’90.
Katherine Coulborn Faller es directora de los programas CIVITAS para los niños y
las familias, investigadora y docente en la Universidad de Michigan y directora de un
equipo interdisciplinario que diagnostica y trata casos de maltrato infantil dependiente de la
misma universidad. Comenta al respecto: “Gardner elaboró una hipótesis acerca de las

23
Gardner R.A. (1991): op. cit.
24
Coulborn Faller, K. (1998): “The parental alienation syndrome: What is it and what data support it?” –
Child Maltreatment – Vol. 3, Nº 2 –ps. 100-115
25
Gardner, R.A. (1998): “Letter to the editor” – Child Maltreatment – Vol. 3, N° 4 – páginas 309- 312. El
subrayado es mío.
26
Noviembre 2000.
27
Coulborn Faller, K. (1998): op. cit.

187
denuncias contra uno de los padres en situación de divorcio. Después elevó esta hipótesis a
la categoría de teoría, y pasó a denominarla síndrome. (…) El escepticismo que se deriva
del síndrome de alienación parental propuesto por Gardner ha tenido consecuencias de
vasto alcance para los niños y para sus padres. En muchos casos resultó en la creencia
automática de que las denuncias de abuso sexual en situaciones de divorcio son falsas y que
son producto de la alianza entre los niños y los progenitores preocupados. Como resultado
de ello, los niños pueden seguir en situaciones de riesgo y los progenitores preocupados
pueden ser castigados”. En relación a los 8 síntomas que Gardner describe como indicativos
del síndrome de alienación parental, dice la misma autora que “pueden obedecer a una
variedad de causas, entre ellas el abuso real por parte del progenitor que ha sido separado.
La posibilidad del PAS permite comprender las características si el profesional sabe que el
abuso no existió. Su presencia no contribuye a determinar si ha habido abuso”28.
Por otro lado, también Gardner acepta que el síndrome de alienación parental que él
ha acuñado, otorgó “armas” a progenitores maltratadores para usar contra las personas que
los acusan, ya que les permite negar los malos tratos y adjudicar la animosidad de los niños
a la programación por parte del acusador aunque no se considera responsable de la
malainterpretación que hacen los maltratadores de sus contribuciones ya que, sostiene,
siempre habrá quien tuerza sus aportes para servir a sus propios fines29.
Asimismo admite que su trabajo ha sido malinterpretado y mal aplicado por algunos
profesionales de la salud mental y del ámbito legal, con el resultado de que algunos
progenitores han sido privados de su carácter de cuidadores primarios de manera
inapropiada. Pero no se considera responsable de que los jueces de EEUU y Canadá
descrean de las madres que acusan a sus maridos de abusar sexualmente de los niños y los
dejen, por este motivo, desprotegidos frente a sus padres paidofílicos. No cree que él solo
pueda tener tan enorme influencia sobre el sistema judicial de todo un continente.
Espero que a esta altura algo haya quedado claro: no es que desconociéramos el
síndrome de alienación parental ni a Richard Gardner. Más bien, conocíamos el carácter
polémico de sus afirmaciones y las modificaciones conceptuales que fue haciendo en el
transcurso del tiempo.

Conclusiones y recomendaciones
Al comienzo de este capítulo advertía acerca de la solapada peligrosidad que
revisten ciertas afirmaciones arbitrarias presentadas como si fueran hechos científicos. Esta
peligrosidad se acrecienta cuando aquellas personas que están en una posición de tomar
decisiones con respecto a niñas y niños victimizados se topan con estas afirmaciones y las
aceptan, las repiten o las transmiten sin proceder a verificar su validez.
En tal sentido es que me parece importante sugerir ciertos recaudos que los
profesionales que intervienen y toman decisiones en estos casos deberían tener presentes
ante todo material bibliográfico:

28
Coulborn Faller, K. (1998): “Response to Gardner” – Child Maltreatment – Vol. 3, N° 4 – páginas 312-313.
El resaltado es mío.
29
“Misperceptions versus facts about the contributions of Richard A. Gardner, M.D.” en www.rgardner.com,
actualización N°1, 8 de julio de 1999

188
• Si el material se refiere concretamente a algún tema que pueda aplicarse al caso que
se está evaluando o en el que se está interviniendo y si el tema está contextualizado
de manera adecuada.
• En lo posible contar con una copia de la versión original del material, aunque esté
en otro idioma, para corroborar y contextualizar las citas, en caso de ser necesario.
• La fecha en que el material fue redactado y si refleja una visión actualizada del
tema.
• Si la publicación fue hecha en un medio supervisado por profesionales colegas del
autor.
• Si el autor del artículo tiene buena reputación en su especialidad y si es la única
persona de la especialidad que sustenta ese punto de vista.
• Si el artículo es la producción más reciente del autor y si sus puntos de vista han
cambiado o han sido desestimados.
• Si el artículo fue aceptado o criticado por otros especialistas.30
En el apartado anterior analicé, según este modelo, la aplicabilidad de las hipótesis
de Gardner y no quisiera concluir este trabajo sin hacer mención a otro autor seguido en
nuestro medio –entre otros pocos- por Eduardo J. Cárdenas31: Ralph Underwager.
Ralph Underwager es un psicólogo egresado de la Universidad de Minnesota,
EEUU. Junto a su esposa en ese momento, publicaba Issues in Child Abuse Accusations
(“Temas de Acusaciones de Maltrato Infantil”) y fue un apoyo importante para la creación
de la False Memory Syndrome Foundation (“Fundación del Síndrome de Falsos
Recuerdos”) en los Estados Unidos. Esta organización no tiene carácter científico, sino que
aboga a favor de personas que se consideran falsamente acusadas de cometer abusos
sexuales contra niños. Dicha Fundación posee un comité asesor formado por profesionales
graduados en universidades reconocidas. El Dr. Underwager formó parte del comité asesor
hasta el verano (boreal) de 1993, fecha en la que renunció debido a la atención que
suscitaron declaraciones suyas a una entrevista publicada por la revista holandesa Paidika:
El Boletín de Paidofilia (Paidika: The Journal of Paedophilia).
La entrevista se realizó en Amsterdam en 1991 y la polémica se suscitó ante la
respuesta de Underwager al preguntársele si consideraba a la paidofilia como una elección
responsable de un individuo. Dijo que: “Es [una elección] responsable, por cierto. Lo que
me ha impresionado, en la medida en que conozco más y comprendo a la gente que ha
elegido la paidofilia, es que dan demasiado lugar a ser definidos por los demás. Ésta, por lo
general, es una definición esencialmente negativa. Los paidofílicos pierden mucho tiempo y
energía en defender su elección. No pienso que un paidofílico necesite hacer eso. Los
paidofílicos pueden afirmar lo que han elegido con valentía y coraje. Pueden decir que lo
que desean es encontrar la mejor manera de amar. Yo también soy un teólogo y como
teólogo creo que es la voluntad de Dios que haya cercanía e intimidad, unión de la carne,
entre las personas. Un paidofílico puede decir: ‘Esta cercanía para mí es posible dentro de
las elecciones que he realizado’. Pienso que los paidofílicos están en condiciones de afirmar

30
Stern, P. (1997): Preparing and presenting expert testimony in child abuse litigation. Thousand Oaks
(California): Sage.
31
Cárdenas, E.J.: op. cit.

189
que la búsqueda de intimidad y amor es lo que eligen. Con coraje pueden decir: ‘Creo que
esto es de hecho parte de la voluntad de Dios’”.32
Con frecuencia cita trabajos e investigaciones de manera equivocada. Dice Anne
Salter en relación a transcripciones de las declaraciones de Ralph Underwager en juicios:
“Cuando le eché una ojeada a las transcripciones, quedé horrorizada. Él hacía mención a
investigaciones y a libros que yo conocía. Él decía, por ejemplo: ‘Todas las investigaciones
de este volumen demuestran que los niños son sugestionables.’ De hecho, el libro
mencionaba algunos estudios sobre sugestibilidad. Algunos decían que los niños eran más
sugestionables que los adultos, otros que eran igual de sugestionables. Por lo menos uno
decía que los adultos eran más sugestionables. Uno de los autores resumía: ‘Ninguna
relación entre la edad y la sugestibilidad ha podido ser documentada fehacientemente.’ Lo
cual estaba en abierta oposición a lo que Underwager había dicho. Ahí me di cuenta de que
nadie iba a controlar el sustento académico de todo esto”.33
Es mi deseo que nosotros sepamos aprender de los errores ajenos: que podamos
discutir de manera científica con el fin de abrir nuevas perspectivas y permitir que se
realicen síntesis constructivas acerca de un tema ciertamente complejo y polémico como es
el abuso sexual infantil y que, de este modo, no tengamos que llegar a conclusiones
semejantes.

32
“Interview: Hollida Wakefield and Ralph Underwager” realizada por Joseph Geraci en Amsterdam en
1991, publicada en Paidika: The Journal of Paidophilia, 3, N°1, invierno (boreal) 1993.
Los lectores interesados podrán encontrar la transcripción de la entrevista en el sitio de internet:
www.nostatusquo.com/ACLU/NudistHallofShame
33
Citada por E. Bass y L. Davis (1994): The Courage to Heal. 3ª Edición. Nueva York: HarperPerennial

190
Avances y retrocesos en abuso sexual infantil, cuando
la verdad tiene importancia, por Carlos Rozanski

Carlos Rozanski34

1. El estado actual de la cuestión.

Luego de siglos de obscena impunidad, el proceso de visualización del fenómeno de abuso


sexual infantil ha generado innumerables consecuencias en los más variados ámbitos.

En ese sentido, la incorporación a la Constitución Nacional reformada en 1994 de la


normativa protectora de los derechos del niño, sumado a la producción de material teórico e
investigativo difundido principalmente en las últimas dos décadas, han incidido
notoriamente en las decisiones de algunos tribunales de nuestro país.

Al ser tenidos en cuenta esos avances, ha habido un significativo aumento de las sentencias
condenatorias sobre hechos que tradicionalmente permanecían impunes.

En sentido contrario, este positivo avance respecto de los derechos elementales de los niños
víctimas de abuso, a su vez, ha despertado algunas reacciones negativas. Este fenómeno es
conocido como “backlash”.

Respecto de la temática que nos ocupa, no es sólo una reacción negativa. Se trata de una
metodología de descalificación progresiva y sistemática de todos aquellos que pretendan
imputar, mantener una acusación o eventualmente sancionar a quienes se encuentran
sospechados de abuso sexual infantil.

Cabe aquí efectuar una distinción entre los imputados y sus defensores por un lado, y
aquellos especialistas (médicos y psicólogos) por el otro, que son contratados como peritos
de parte cuando la situación económica de los acusados es holgada.

La actividad en ese sentido de los dos primeros resulta absolutamente incondicionada


debiendo cumplir sólo algunas formalidades procesales. Ello por cuanto repugnaría el más
elemental sentido jurídico limitar las argumentaciones que desarrollan tanto los imputados

34
Juez de Cámara del Tribunal Oral Criminal Federal de Buenos Aires, Miembro Fundador Honorario de la
Asociación Argentina de Prevención del Maltrato Infanto- Juvenil (ASAMPI), Autor del libro “Abuso sexual
infantil. ¿Denunciar o Silenciar?”, Docente Postgrado Abordaje Interdisciplinario del Abuso Sexual Infanto-
Juvenil UBA ,Autor del Proyecto de Reforma Libro II, Título III, Capítulo IV del Código Procesal Penal de
la Nación, que regula la declaración de los niños abusados en sede policial y judicial, sancionado el 4 de
diciembre de 2003 como Ley 25.852 de la República Argentina.

191
en el momento de ejercer su derecho de defensa, como sus defensores al elaborar los
argumentos respectivos o la estrategia defensiva.

Cualquier pretensión en ese sentido resultaría autoritaria y abusiva. Es sabido que en


Argentina y en aquellos países que poseen un sistema judicial similar, el acusado no está
obligado a decir la verdad al momento de declarar, pudiendo incluso negarse a hacerlo sin
que su silencio pueda ser valorado en su contra. Es este un principio elemental de nuestro
ordenamiento y uno de los pilares de la garantía de defensa en juicio y el debido proceso
legal.

A su vez, sus defensores, pueden elaborar las estrategias que consideren más beneficiosas
para sus asistidos. Ello incluye la citación y contratación de peritos de parte para que
emitan opinión acerca de las distintas actuaciones que se lleven a cabo en las causas.

Sin embargo, cabe aclarar que el perito contratado por la parte no es un defensor y mucho
menos está obligado a dictaminar en forma favorable a quien lo contrató. Sus deberes están
vinculados a la ciencia o arte que ejerza y a diferencia de su contratante, su participación en
el proceso está sujeta a todas y cada una de las limitaciones que comprenden a los testigos.

De hecho no puede mentir y su declaración en el juicio es bajo juramento de decir verdad.


Igualmente, cuando presenta los informes que le son requeridos asume todas las
responsabilidades civiles y penales sobre lo contenido en ellos.

Esta referencia resulta necesaria ya que habitualmente el rol de estos especialistas está
notablemente distorsionado. En muchos casos, tanto a la hora de presentar los informes
como de declarar en el juicio, sistemáticamente desarrollan argumentos en favor de los
imputados sin tener en cuenta de manera objetiva la magnitud ni contundencia de las
pruebas de cargo que se le exhiban.

Al respecto, valorar adecuadamente esta participación, así como eventualmente sancionar a


quienes violen sus deberes profesionales, es tarea obligada a la hora de impartir justicia en
estos casos.

Igualmente, en el corazón mismo del fenómeno de reacción negativa ante los avances
producidos en la temática (“backlash”), se destacan aquellos profesionales de disciplinas
tanto jurídicas como de la medicina y la psicología, que “elaboran” los argumentos que
luego serán utilizados por los diferentes protagonistas del proceso. Los argumentos así
gestados lejos de colaborar con la búsqueda de la verdad “real” de lo sucedido, la
distorsionan deliberadamente. Se trata de personajes muy reaccionarios que en general
obtienen beneficios secundarios de sus posturas, que incluyen desde prestigio personal en
determinados círculos hasta ganancias económicas.

192
2. La descalificación sistemática

Como se refirió, esta verdadera metodología de descalificación sistemática, abarca


fundamentalmente a las víctimas, denunciantes, magistrados y autores especializados en el
tema.

a) La víctima

Uno de los recursos más utilizados en esa actividad, es la descalificación de la víctima. Si


se trata de mujeres adultas, no habrá rincón de su vida privada que no se vea expuesto a
escarnio en las diferentes etapas del proceso. De hecho en la práctica, es importante la cifra
de casos en que el temor a que esto suceda impulsa a las víctimas a no efectuar siquiera la
denuncia.

En el caso de adolescentes, desde los problemas que puede haber tenido en su historia
personal hasta la acusación de haber provocado al imputado o los supuestos resquemores
respecto del mismo cuando es pareja de la madre, pasando por los numerosos “noviecitos”
que sistemáticamente se le atribuyen, muchos son los sinsabores que deben soportar a
diario estas víctimas.

Finalmente en el caso de las más pequeñas, es frecuente escuchar que se trata de niñas que
“acostumbran mentir” acerca de diversos temas, circunstancia que no es extraño se acredite
con el testimonio de algún oportuno vecino o conocido de la familia.

Como se dijo, no es legal poner traba alguna a la elaboración de estos argumentos por parte
del imputado o su defensa. Distinto es el caso de ciertas medidas de prueba que con
frecuencia son solicitadas y que deben ser enérgicamente denegadas. Es el caso de aquellas
que implican investigar a las víctimas así como de los careos entre las niñas y los
imputados o algún conveniente testigo. Ambas diligencias, pese a que implican una obvia
violación de los derechos esenciales de las criaturas abusadas, se siguen ordenando y
llevando a cabo en algunos tribunales de nuestro país.

b) Los denunciantes

En igual sentido, es casi inevitable el ataque a los denunciantes. En general se trata de la


madre sobre la cual pesa la tremenda carga de soportar la noticia de que su hija ha sido
abusada y que, según lo indica la experiencia, en la mayoría de los casos el autor es alguien
cercano a ella (esposo, concubino o pariente). Es así como en aquellos hechos en que se
llega a la denuncia (la mayoría no es comunicada a las autoridades), la presión a que se ve
sometida la madre, conduce a frecuentes retractaciones.

Esa presión y sus nefastas consecuencias, es quizás uno de los desafíos más grandes
durante la etapa de la instrucción y en su momento, del juicio. Sin embargo -al igual que lo
que sucede con la retractación de las niñas-, una correcta interpretación de ambas, así como
una adecuada contextualización, por parte de los jueces, permiten arribar a la verdad en los

193
casos de abusos comprobados. Incluso hay fallos que, teniendo en cuenta las características
del fenómeno, han considerado dichos episodios como confirmatorios de la existencia del
abuso y han atribuido las consiguientes responsabilidades.

c) Los autores sobre el tema

Respecto de los autores que se suelen citar, resulta habitual la alusión a personajes que
nunca han sido siquiera mencionados en la literatura especializada. Así, muchas veces, se
transcriben citas que no es posible verificar. Otras, tomando frases sueltas de autores reales
sacadas de contexto, se llega a conclusiones falsas y sin otro sostén que la imaginación de
quienes las invocan.

En sentido contrario, los especialistas reconocidos, tanto nacionales como extranjeros son,
o bien omitidos, o bien descalificados de las maneras más variadas. Así, es posible leer que
se los caracteriza como responsables de “una versión canónica” del fenómeno de abuso,
de ser “apóstoles de estas cuestiones” , de tener un “enfoque feminista en lo ideológico” o
de “fieles adeptos” (1). Igualmente y con curioso desenfado, se califica a los jueces como
“asustados por la versión canónica y el poder de sus fieles adeptos...” (SIC) (2). Por ese
miedo, es que se verían impulsados a tomar determinadas medidas judiciales en contra de
los padres o padrastros abusadores.

Semejante subestimación tanto de los especialistas como de los magistrados argentinos,


denota algún tipo de perturbación en la percepción de la realidad, en algunos casos
exacerbada por intereses personales tanto de status como económicos, con los cuales se
suelen ver recompensados quienes sustentan posturas recalcitrantes como la citada.

Por otra parte, si bien esta agresividad, en muchos casos resulta por sí misma
“autodescalificante”, en otros es útil para poner en duda aquellas afirmaciones de los
expertos convocados a un expediente penal, con el consiguiente resultado que dicha duda
implica para esa rama del derecho: la absolución.

Si bien las descalificaciones sistemáticas más importantes son las citadas, la lista no se
agota allí. Policías, fiscales, enfermeras, docentes, tías, y vecinas serán igualmente atacados
en la medida en que su participación pueda colaborar con la eventual sanción de aquel
imputado a quienes con frecuencia se cataloga como “buen vecino” y víctima de un
complot. Complot en el que por otra parte quedarán incluidos todos aquellos jueces que
finalmente dicten una sentencia condenatoria.

Esa actividad de sistemática desacreditación, se estrella en aquellos casos de buena práctica


judicial, con la verdad real, uno de los objetivos más importantes del proceso penal. Esta
“verdad” es la que finalmente aparece cuando se ha logrado llevar adelante una
investigación respetuosa tanto de los derechos de los imputados como de los de la víctima,
la que puede finalizar o bien con una resolución liberatoria así como de una de condena. La
característica de esos procesos respetuosamente desarrollados es que la condena o

194
absolución son producto de la realidad y no de la manipulación interesada respecto de las
víctimas, denunciantes o de otras pruebas.

Aquellos personajes a los que se refieren estas reflexiones, buscan instalar un concepto
falaz que ponga un manto de duda sobre las víctimas, denunciantes y especialistas, el que
luego será recogido por algún abogado que lo transformará en estereotipada estrategia
defensiva.

Más allá del entendible rechazo que produce la lectura de trabajos plagados de errores y
citas intencionalmente parcializadas o deformadas, lo cierto es que las inexactitudes que
contienen los argumentos de quienes encarnan el “backlash”, en circunstancias adecuadas,
carecen de trascendencia.

Esa intrascendencia se evidencia en todos aquellos casos en que precisamente los


principales participantes del proceso actúen libres de los mitos y estereotipos de género que
durante siglos han caracterizado la intervención estatal en esta clase de hechos.

Dicho en otros términos, en la medida en que los policías, peritos forenses, fiscales,
asesores de menores y jueces realicen cabal y desprejuiciadamente su actividad, basándose
en la letra de la ley y en las reglas de interpretación de la prueba, ninguna importancia
tendrá lo que sostengan aquellos que intenten desacreditar a las víctimas, denunciantes o
expertos.

Así, argumentos que históricamente han servido para profundizar la impunidad que
caracterizaba esta clase de delitos, hoy resultan en muchos casos absurdos. No es serio
pensar que “todos los chicos mienten”, que todas las madres que denuncian a sus esposos o
parejas “lo hacen para perjudicarlos” o que “si la niña se retractó nunca puede haber
certeza”, para recordar sólo algunos de los argumentos más frecuentes utilizados para
descalificar a víctimas y denunciantes. Ello para no hablar del mito de “Lolita” o del error
del victimario respecto de la edad de la víctima, en los casos de víctimas adolescentes.

Quien redacta artículos mentirosos, con estadísticas falsas, parcializadas o sacadas de


contexto no tiene en cuenta dichas falencias ya que su objetivo nada tiene que ver con la
verdad, sino en todo caso con un interés en algunos casos ideológico y en otros puramente
económico.

Así, mientras que para los proveedores de argumentos desincriminantes la realidad no tiene
importancia, para quienes deben impartir justicia, la realidad es la única que importa.

Es por eso que receptar los argumentos reaccionarios de “backlash” en materia de abuso
sexual infantil significaría un retroceso a un estado anterior incluso a la actual legislación,
que es las más completa y evolucionada que haya conocido el hombre en materia de
protección de los derechos de los niños.

195
Por otra parte, cabe destacar que la Convención Sobre los Derechos del Niño vigente en
nuestro país con rango constitucional, ha tenido la adhesión de prácticamente todos los
países del mundo (con excepción de Somalia y Estados Unidos), conformidad nunca antes
ocurrida con ningún acuerdo internacional en materia de derechos humanos.

3. En síntesis

La mentalidad autoritaria atraviesa todas las capas sociales sin importar el grado académico
o la función pública que ejerza el reaccionario de turno.

El discurso actual de algunos personajes, si bien tiene una base ideológica, igualmente
cuenta con un fuerte componente económico. Ello por cuanto a partir de la visualización
del fenómeno de ASI, ha florecido una interesante industria de asesoramiento defensivo
tanto desde las distintas ramas de la medicina como del derecho. A partir de allí, los
imputados con recursos económicos no vacilan en disponerlos con tal de mejorar su
situación de sospecha que puede, de confirmarse, tener consecuencias devastadoras para su
futuro.

De ese modo, quienes se han opuesto de las formas más variadas a que el fenómeno se
visualizará, ahora necesitan recurrir a viejas y nuevas teorías para intentar contrarrestar el
enorme y creciente peso que las opiniones autorizadas tienen a diario en el ámbito judicial
y que permiten fundar con el rigor científico que el mismo requiere, las sentencias con que
concluyen las causas por abuso.

Finalmente, cabe señalar que si bien el discurso prejuicioso implica riesgos, no modifica
demasiado el panorama actual. Aquellos pocos magistrados que mantienen una postura
acorde a la etapa anterior a la visualización del fenómeno, caracterizada por una visión
recalcitrante y discriminadora de género, continuarán dejando en la desprotección más
absoluta a las niñas abusadas e incluso tolerarán las nuevas victimizaciones a que será
sometida a lo largo de las causas.

Por el contrario, aquellos jueces que han acompañado con sus ideas y capacitación la
evolución producida en la materia, no tendrán ninguna dificultad en valorar todos los
argumentos y pruebas de una causa desde su inicio arribando a una decisión justa. Para
ellos, el respeto y aplicación de la legislación protectora de los niños resulta tan natural
como el que merece el sagrado ejercicio del derecho de defensa.

Citas:
(1) Eduardo José Cárdenas, “El abuso de la denuncia de abuso”. La Ley Nº
178, 15/9/2000.
(2) Idem artículo citado.

196
El Backlash: un nuevo factor de riesgo, por Alicia
Ganduglia

Alicia H. Ganduglia35

“...Quiero hacer llegar todo mi apoyo y solidaridad a todas y todos quienes desde
distintos roles siguen sosteniendo esta difícil tarea de enfrentar al poder, con el
conocimiento y la ética como únicas armas”.
Jorge Corsi (2001)

Sea como efecto de la dinámica propia de lo que se ha dado en llamar


‘movimientos-contramovimientos’ (Finkelhor, 1994), sea como producto de las
dificultades intrínsecas de la aplicación de esas “utopías activas” que son a menudo las
leyes (Volnovich, 2001), lo cierto es que desde no hace más que un par de años
posiciones antes aisladas que desde lo legal, lo asistencial y lo teórico se mostraban críticas
frente al abordaje específico de la problemática de la Violencia Familiar -especialmente en
el caso de la violencia hacia los niños- han terminado por confluir en una serie de puntos
de vista respecto del tema que bien podría llamarse el “backlash argentino”.
Siguiendo al Webster Dictionary, Myers (1994) define al backlash como una fuerte
reacción adversa a un movimiento político o social. En el habla común un backlash es una
respuesta negativa a un paso adelante positivo y constructivo. Sostiene Myers que “para
nuestros propósitos el paso positivo es el progreso en las dos últimas décadas respecto al
abuso de niños, y el backlash es la escalada de críticas a coro contra los profesionales que
trabajan en la protección de la infancia”.

35
Psicóloga Clínica.Psicoterapeuta del Programa de Asistencia al Maltrato Infantil del Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires. Miembro fundador de ASAPMI (Asociación para la Prevención del Maltrato Infanto-
Juvenil) y Miembro Adherente de ISPCAN (International Society for Prevention of Child Abuse and
Neglect). Expositora en Congresos y Jornadas y autora de diversos artículos sobre su especialización. El
núcleo del contenido del presente texto fue publicado en la Revista Fundación Propuesta, Año 4, Número 4,
Septiembre 2001, para la que fuera originariamente redactado bajo el título de: “Maltrato infantojuvenil. ¿Qué
es el Backlash?”.

197
II

“La gente golpea y maltrata a miembros de su familia porque puede hacerlo”.


Richard Gelles (1997)36

La potencialidad estructural del sistema familiar para generar vínculos o patrones


abusivos y altamente riesgosos ya había sido señalada por terapeutas de distintas teorías
desde mediados del siglo pasado, al relacionar la patología individual con las disfunciones
familiares. En nuestro país, la sanción de leyes proteccionales contra la violencia familiar
significó tanto su reconocimiento como problema social, como la creación de un
instrumento para la intervención de los operadores judiciales y, al mismo tiempo, sostén
para la actuación del sistema de salud y de promoción social.
En el ámbito de la ciudad de Buenos Aires –donde rige desde 1995 la ley 24.417- el 22
de mayo de 2001, el Programa de Asistencia al Maltrato Infantil -dependiente de la
Dirección General de la Mujer del Gobierno de la Ciudad- convocó a profesionales y
funcionarios que se desempeñan en el ámbito judicial a expresarse en un Foro respecto de
los avances y obstáculos en el abordaje del maltrato infantil desde la sanción de la ley
mencionada. En una reseña de dicho Foro se puede leer:
“Debemos comenzar por señalar que a pesar de todos los obstáculos que se
puntualizaron, se consideró muy positivo contar con una ley como la mencionada, la 24417,
en tanto normativa de protección contra la violencia familiar ya que fundamentalmente
hace visible el carácter de delito de conductas que, por originarse en el seno de la familia,
en general, no eran consideradas como tales. La concientización a este respecto y el marco
normativo que aportó la misma permitieron legitimar e intervenir interdisciplinariamente en
una problemática cuya misma existencia generaba controversias de todo tipo. Esto es
particularmente importante por tratarse de una ley que pretende intervenir sobre situaciones
familiares de riesgo a través de medidas cautelares que permitan operar con estrategias
psicosociales, situación que exige la presencia conjunta de operadores tanto de trabajo
social como del campo de la educación y de la salud. Por otra parte, y como es esperable en
el caso de una ley que lleva sólo seis años de existencia, la mayoría de los asistentes
coincidieron en señalar que su aplicación implicó serias dificultades de articulación entre el
ámbito legal, el sistema de salud y el de educación” (De Luca-Ganduglia, 2001).

36
Esta respuesta de Richard Gelles a un reportero, más allá de su resonancia, cobra un significado preciso al
ubicarla en el contexto de la Teoría del Intercambio, punto de vista que toma el autor para explicarse la
interacción humana. La forma cómo la Desigualdad, la Privacidad y los Controles Sociales influyen para
determinar la Conducta Violenta dentro de la familia contribuyen también a comprender la afirmación del
epígrafe, cuyo subrayado me pertenece.

198
Señala Viar (2001) que hubo “dos circunstancias que motivaron e incluso justificaron un
cambio de actitud en el abordaje del maltrato en la infancia:
1. El aumento progresivo de los casos de abuso sexual incestuoso dentro de la
totalidad de casos de maltrato infantil; y
2. El arribo también progresivo de familias abusivas que ya no provenían de
sectores populares.
En este análisis no puede soslayarse la importancia que tuvo en esta Ciudad de
Buenos Aires la sanción de la ley 24417 y la importancia y relevancia que adquirió el
fenómeno de la violencia familiar que ya no era una problemática ni de sectores
marginados, ni se trataba de casos aislados”.
Ahora bien, ¿por qué cifras mayores de las sospechadas, que confirmaban la
magnitud e importancia de la problemática habrían de dar lugar a un ciclo de retroceso en
su concientización, y no a todo lo contrario?

199
III

Carla: “En realidad yo siempre supe que no era mi padre...”


Terapeuta: “¿Siempre lo supiste?”
C: “Sí, mi mamá me decía que era mi padre porque él no quería que yo me enterara...
Pero yo sabía que un padre no hace eso. Y hace poco, cuando ella me lo confirmó... No
sabés la alegría que sentí... ¡Porque yo no llevaba adentro lo mismo que é!”
T: “A ver... ¿Cómo es eso, Carla?”
C: ”Porque ¿mirá si era mi papá? Yo podía llegar a hacer lo mismo que me hizo...
Porque lo llevaría en la sangre.. ¿.No?”37

Frente al interrogante que quedó en suspenso se pueden arriesgar varias hipótesis


que sólo pretenden avanzar un paso más en estas reflexiones:
En primer lugar, los procesos abiertos a partir de las denuncias de violencia familiar
estaban siendo muy exitosos en cuanto a la redistribución del poder dentro del grupo
familiar, lo que pudo resultar amenazante para cierta concepción de los vínculos familiares
(doctrina de la preservación de la integridad de la familia)38.
En segundo término, en la deconstrucción de los mitos y prejuicios que impedían su
visibilización, el factor clase social y el abuso sexual incestuoso mostraban una resistencia
que pasó inadvertida en un primer momento, pero que no parecía, en un segundo tiempo,
dispuesta a ceder.
Sociólogas americanas comentan respecto de la realidad de su propio país: “A pesar
de los logros de los 70, 80 y 90 en la comprensión y la batalla contra el incesto, la larga
tradición de escepticismo sigue socavando la predominantemente admirable y honesta labor
de algunos jueces, abogados, médicos y profesionales de la salud mental. De hecho, el nivel

37
Carla tiene actualmente 15 años. Hace menos de uno relató por primera vez el abuso sexual sufrido por
parte de su padrastro entre los 8 y los 12 años. Tiene una medio hermana mayor, que está detenida y
procesada por robo y consumo de drogas después de haberse fugado de la casa como consecuencia del abuso
de que había sido objeto por la misma pareja de su madre. El motivo que llevó a Carla a la develación de su
propia experiencia es la fuerte sospecha de que su medio hermano menor, de 10 años, hijo de su padrastro y
su madre, estaba pasando por la misma situación que ella había vivido años atrás. (El subrayado del epígrafe
es mío).
38
Los términos de “preservación”, “reunificación”, “reconstitución familiar” y otros similares designan tanto
una línea de intervención con familias de riesgo focalizadas en la premisa según la cual se deben hacer los
mayores esfuerzos posibles para disminuir el riesgo de un niño manteniéndolo dentro de su grupo familiar
biológico, como así también los Programas y Proyectos en el ámbito de la protección a la infancia guiados por
esta premisa y cuyos objetivos y planes se dirigen a ponerla en práctica (Ganduglia, en prensa).

200
de escepticismo parece estar en ascenso bajo la forma de un movimiento de backlash. Los
críticos argumentan que el abuso sexual está sobredenunciado y que padres mentirosos e
investigadores fanáticos pueden llevar a niños maleables a hacer falsos alegatos” (Neustein-
Goetting, 1999).
Las polémicas abiertas alrededor de la “obstrucción del vínculo” y los procesos
-llamados- de “revinculación”39 parecen ser subsidiarios de la primera hipótesis; mientras
que el valor negativo asociado a la denominada “judicialización de la pobreza”40 así como
la supuesta alta frecuencia de “falsas denuncias” de abuso sexual infantil se podrían
vincular a la segunda hipótesis.
A diferencia de aquellos países en los que existen Servicios de Protección a la
Infancia, en nuestro país el backlash dirigió sus críticas a:
• Los psicoterapeutas y trabajadores sociales de los equipos dedicados a abordar a
la Violencia Familiar en sus distintas formas (entrando en colusión voluntaria o
involuntariamente con los profesionales que desde distintas teorías
psicopatológicas negaban el fenómeno no sólo como clase sino como
especialidad legítima).
• A los abogados defensores de las víctimas.
• A los operadores judiciales sensibilizados con el tema que más reacción
despertó entre las distintas categorías de maltrato infantil: el abuso sexual
intrafamiliar.
La puesta en duda del relato del niño (sea por la supuesta sugestionabilidad
estimulada por algún adulto o la aplicación considerada inductiva de determinadas técnicas
de evaluación), la necesidad de interrumpir vínculos familiares de riesgo, la exigencia de
39
Al respecto señala Viar (2001): “Para quienes a diario recorremos los Juzgados Civiles con competencia en
asuntos de Familia de la Capital Federal, el término `re-vinculación’ ha sido uno de los más mencionados en
los últimos tiempos. Claramente nos encontramos frente a un concepto completamente ambiguo y difuso, que
alude a un proceso de ‘reencuentro’, de `restablecimiento’ de un vínculo protegido por la ley-concretamente
un vínculo paterno-filial o materno-filial- que por muy diversas circunstancias se ha visto lesionado o
suspendido’.(...) No obstante, la revinculación, en el actual debate, se relaciona con situaciones de un
progenitor – en la gran mayoría de los casos varón- que por un período de plazo más o menos prolongado no
ha tenido contacto con sus hijos por una resolución judicial –generalmente de carácter cautelar- por haberse
acreditado `prima facie’ que ejercía maltrato físico y/o sexual y/o psicológico contra dichos hijos.(...) Así, a
partir de algunos fallos que han mencionado ‘las graves consecuencias psico-sociales que significa no
mantener contacto con un progenitor’ se han implementado revinculaciones en procesos incluso en que la
persona había sido condenada penalmente por un delito contra la integridad sexual y que además estaba
cumpliendo pena privativa de la libertad.”
40
La diferenciación entre lo judiciable y lo no judicializable -junto con la consideración de ciertas
interpretaciones erróneas de la idea de la desjudicialización de la pobreza, art. 43, ley 114- permitió a su vez
distinguir: a) Todas aquellas situaciones de riesgo en las que por no “judicializar” se generaba una
desprotección mayor, lo que alguien llamó el amplio espectro de los “no casos”. En muchas de estas
situaciones la idea de desjudicializar parecía volver a hacerse eco de conceptualizaciones superadas: aquéllas
que remitían la etiología del maltrato infanto-juvenil exclusivamente a razones socioeconómicas y culturales;
b) Las anteriores debían distinguirse de aquellas otras situaciones de difícil resolución judicial, en las que el
accionar de los jueces tanto para decidir su pertinencia (carácter de judiciable) como su resolución, exigían
una tarea casi “pretoriana” teniendo en cuenta la base jurídica heterogénea con la que debe moverse el Juez de
familia (Constitución, Tratados Internacionales, Código Civil y leyes complementarias). Todo lo cual exige
un enorme esfuerzo intelectual, a la vez que criterios flexibles para su aplicación (Jornadas del 13 de junio de
2001).

201
recurrir al sistema judicial en busca de protección y regulación, hicieron que los
cuestionamientos del backlash decantaran en una serie de consecuencias que podrían llegar
a constituir una inquietante vuelta atrás en la comprensión e intervención de las situaciones
de maltrato infantil, especialmente las que tienen que ver con el abuso sexual.
Es posible describir el siguiente encadenamiento de tales consecuencias:
1. El cuestionamiento sesgado al supuesto alto número de denuncias de abuso sexual
en el contexto de divorcios conflictivos, terminó vulnerando la crediblidad de
muchos operadores psicosociales respecto de la posibilidad de ocurrencia del ASI
en todos los casos. Parece probarse acá que la fuerza de una “clase” nueva radica en
que “ lo cierto de la parte puede considerarse, entonces, aplicable al todo”. (Ian
Hacking, 2001)41.
2. Consecuentemente, la dinámica de los sistemas familiares violentos y riesgosos para
la supervivencia física y emocional de los niños, pasa a concebirse conceptualmente
como una disfuncionalidad más que en determinado momento hace crisis.
3. Por lo tanto éstas deberían ser abordadas por técnicas de intervención familiar
aplicables a cualquier otra problemática de disfunción de los vínculos familiares sin
atender a la especificidad de la posición de las víctimas.
4. Es entonces esperable que este punto de vista anteponga los derechos de la familia a
mantener su integración e intimidad frente a cualquier tipo de riesgo que esté
enfrentando alguno de sus miembros, con una estrategia complementaria de
“desjudicialización” de los litigios familiares, paradójicamente sostenida muy a
menudo por parte de operadores del mismo sistema judicial que les dio acogida. Se
termina así, estimulando indirecta o francamente “acuerdos” familiares que no
hacen más que reproducir el vìnculo coercitivo y sin salida que originó la demanda,
pero ahora entre el padre protector y el sistema jurídico-asistencial: o la connivencia
o la “alienación”. Paradoja imposible de resolver a menos que quienes han asumido
la representación del niño se transformen en cómplices involuntarios de su misma
victimización .

41
“Hay otras figuras del discurso que entran en juego cuando una nueva clase, o una clase moldeada de
nuevo, se selecciona como relevante. La metonimia se define como el uso del nombre de una cosa para
referirse a otra de la que forma parte y que por eso es sugerida por ella. Es un uso figurado en el que un
contenedor se usa como nombre del contenido, una asociación se usa como nombre de lo que está asociado
con ella o la parte se usa para designar el todo. Su poder reside en que lo cierto de la parte puede considerarse,
entonces, aplicable al todo”. (Hacking, 2001; el destacado es mío). Agradezco a las Dras. María C. Gonzales
y María I. Bringiotti el haberme puesto en contacto con este trabajo de Hacking.

202
IV

“ La evaluación de distintos programas de preservación familiar parecen ir dejando la


`seducción de un modelo focalizado en la familia´ para reubicarse en `la perspectiva de
la focalización en las necesidades del niño´”.
(Jewish Children Bureau of Chicago, 1998)

El último punto deja ver el enlace entre dos temáticas conectadas desde varias
perspectivas: el recurso muchas veces acrítico y precipitado a la revinculación por una
parte, y la ideología de la desjudicialización de las familias de riesgo, por otra.
Comentando la situación paradójica creada en muchos casos por una decisión poco
fundada de indicar procesos revinculatorios, señaló Viar (2001): “Parecería que la
revinculación en el sentido tan destacado y amplio que adquirió en los últimos meses, se
ubica en un lugar de enfrentamiento con las intervenciones específicas en violencia
familiar particularmente en maltrato infantil. Para decirlo de otra manera quienes
promueven la revinculación para todo tipo de situaciones sin discriminación, comienzan
por cuestionar los abordajes específicos de la violencia familiar incluída la misma
dinámica de la ley 24417 a la que consideran un retroceso o bien proponen reducirla en
su ámbito de aplicación. En este punto, este antagonismo –por llamarlo de alguna
manera- resulta al menos paradójico, ya que los modelos teóricos de intervención en
maltrato infantil postulaban con énfasis en sus orígenes precisamente la revinculación
como el último paso en una serie compleja de intervenciones que concluirían en una
reunificación familiar exenta de modelos anormales de crianza”.
Durante las Jornadas referidas el tema de la “judicialización” también tuvo su lugar,
destacándose su relación con el decrecimiento del número de denuncias:
“El prejuicio de la ‘judicialización’ se mencionó como otra posible causa de la
disminución de las denuncias. El intercambio de ideas sobre este tema permitió clarificar y
discriminar dos connotaciones del término que se suelen superponer y confundir. Por un
lado se entiende por ‘judicializar’ el exceso de algunos operadores en el recurso a la
denuncia, como forma precipitada de dar solución a problemas que deberían resolverse con
estrategias psicosociales. En este sentido sería homólogo a lo que ocurre con la
‘medicalización’ o la ‘psicologización’ en el sentido de una invasión de campos y prácticas.
Por otro lado y desde el punto de vista estrictamente legal, el término remite más
precisamente a la consideración de judiciable o no que merezca determinado accionar, lo
que no debería significar una inhibición para quien denuncia ya que sólo el juez puede en
última instancia decidir si algo queda o no suscripto al área judicial, es decir, si es o no
judiciable, tema que excede el área procesal ya que proviene de discusiones de base
filosófica” (De Luca-Ganduglia, 2001).

203
La asociación a menudo lineal y un tanto superficial entre negligencia y pobreza,
una de las razones que suelen argumentarse contra la “judicialización”, ha sido también en
otros países y no sólo en el nuestro, una de las características de la reacción contraria a las
intervenciones estatales en relación el maltrato infanto-juvenil intrafamiliar:
“No hay duda de la importancia de los servicios que aportan sostén y terapia a las
familias. Poner a un niño en guarda externa porque sus padres no pueden permitirse el lujo
de la electricidad, un adecuado espacio para vivir, o cuidados médicos, es una farsa moral.
Pero mantener alegremente el statu quo de una familia sexualmente abusiva por la creencia
ideológica en la terapia de los sistemas familiares es aún una violación mayor de los
derechos de un niño. Ninguna conceptualización única es adecuada para definir cómo
subvenir a las necesidades del niño y las familias en nuestras comunidades. Por definición
los servicios centrados en la familia desvían su foco de las necesidades de los niños”
(Jewish Children Bureau of Chicago, 1998; lo destacado en negrita me pertenece).
Si bien un análisis del backlash argentino exigiría -en mi opinión- el desarrollo
detallado del contexto psicosocial y jurídico en el que debió abrirse paso la construcción
social de la clase Maltrato Infantil, acá se trata sólo de señalar cómo las distintas
reacciones contrarias al tema se organizaron en una trama de nuevas creencias que se ha
convertido en un riesgoso “patrón de respuesta” (Neustein-Goetting, 1999) de los
operadores judiciales en principio, frente a las denuncias por sospechas de abuso sexual
incestuoso de niños, desplazándose luego, con matices, a las distintas formas de maltrato
intrafamiliar.
En efecto, y como resultado de la divulgación y/o aplicación errónea de nociones
de dudoso rigor científico-metodológico que pretenden avalar teóricamente el modelo
señalado (tales como el “síndrome de la madre maliciosa”, el de “alienación parental”, la
co-construcción del hecho abusivo como deformación de la realidad de su ocurrencia, las
denuncias falsas en el contexto de divorcios destructivos, etc.) resulta invertido el proceso
de evaluación del riesgo de tal modo que el padre protector se convierte desde un
principio en sospechoso de estar “abusando” de la denuncia, o bien de ser un abusador
emocional por querer destruir el vínculo con el otro padre o bien por aliarse sólo con
aquellos “expertos” que le confirmen su sospecha42.
“En un análisis conclusivo, el síndrome de alienación parental es poco más que una
etiqueta que resuena como científica para una conducta que jueces y abogados han

42
“Además, síndromes psicológicos científicamente desacreditados han sido nombrados para identificar a los
padres, la mayoría madres, de quienes se dice que alienan conciente o inconcientemente a sus hijos del otro
padre lavándoles el cerebro con la idea de que éste ha abusado sexualmente de ellos. En 1992, Gardner
denominó ‘Síndrome de alienación parental’, a una creación formulada en lenguaje de género neutro que en
la práctica es virtualmente siempre atribuída a las mujeres. Luego, en 1997, Turkat habló del ‘Síndrome de la
Madre Maliciosa’, una etiqueta abiertamente sexista que adscribe a la madre la culpabilidad real de hacer
falsos alegatos de abuso sexual (...). Si bien la validez de estos síndromes ha sido fuertemente criticada por la
Asociación Psicológica Americana (1996) y por otros investigadores (Coukos & Smith, 1997; Myers, 1993),
su uso encierra una amenaza potencial para la seguridad de los niños cuando se les otorga validez en los
Juzgados” como intentan demostrarlo Neustein y Goetting en su estudio de casos. Lo destacado en negrita
me pertenece.

204
conocido desde años…El rumbo más sensato sería descartar el síndrome y confrontar la
conducta antiética que implica” (Myers, 1997).
En otros casos se presumirá que un abuso padecido en su propia infancia impide al
padre protector discriminar la situación actual real de su hijo/a, llevándolo/a a proyectar
sus fantasías sexuales reprimidas en un fantaseado escenario abusivo que tendría al
niño/a como víctima central. De este modo en los divorcios complicados se supone con
demasiada rapidez que la madre presenta una sospecha falsa para obtener la custodia de
su hijo.
Mi experiencia en un Centro donde se asiste tanto la problemática de Violencia
Conyugal como de Maltrato Infantil, el perfil de las consultas no confirma hasta el
momento esta hipótesis, sino la contraria: muchas mujeres maltratadas soportan la
presencia de su cónyuge por “no dejar a sus hijos sin padre”. Experiencia coincidente en
muchos aspectos con la opinión de Nancy Berson (1999) en el sentido de que “es
incorrecto saltar hacia esta creencia -la de una falsa denuncia- hasta que no se hayan
examinado cuidadosamente otras explicaciones. (…) Sin embargo la madre es rápidamente
etiquetada como ‘histérica’ cuando considera la problemática de un posible abuso”. No
encontramos en estos casos la misma exigencia de hipótesis alternativas a la de la
fabricación, como sí se argumentan aún en los casos más evidentes de sospechas de abuso,
y con frecuencia sosteniendo alternativas generales que no surgen de los datos, como el
recurso a las fantasías, el Edipo y/o la masturbación infantil. De modo que no nos
equivocaríamos demasiado si sostenemos que tanto en estas situaciones como en los casos
de revinculaciones prematuras, se terminan generando explicaciones falaces bajo la forma
de hipótesis autocumplidas43.
Así, “si la madre no se siente escuchada y cree que su hijo está en peligro, su reacción
puede simplemente ser una respuesta a la falla del sistema. Es críticamente importante para
el guardador sentir que ha sido escuchado y que el objetivo principal del investigador es
proteger al niño durante el proceso investigativo. Cuando los profesionales actúan de modo
indiferente, o con una actitud de censura o si ya se han formado una opinión prejuiciosa, el
escenario está preparado para que la madre responda de una manera que será percibida
negativamente” (Berson, 1999).
Ahora bien, cuando se la sospecha sobre el padre denunciante, o aquellos factores
contextuales a los que algunos insisten en considerar como la “dinámica” de los falsos
abusos, la exigencia metodológica y clínica de jerarquizar un diagnóstico de riesgo se
escamotea frente a una supuesta dinámica de falsación de hipótesis alternativas que a poco

43
La referencia a las hipótesis o profecías autocumplidas pretende dejar claro la diferencia entre el campo de
las explicaciones y predicciones auténticas desde el punto de vista epistemológico, y aquellas
pseudoexplicaciones y profesías autocumplidas (Klimovsky, 1994). En este último caso se trataría de meras
afirmaciones no deducibles de un contexto de conocimiento previo sino más bien un producto de las propias
interpretaciones previas del investigador sobre el problema objeto de estudio. Por otra parte, el mejor ejemplo
del primer caso es el recurso a una supuesta esencia alienante que generalmente se adscribe al padre
denunciante, a modo de explicación falaz de su solicitud de interrupción del vínculo con el otro padre. No se
trata entonces de una verdadera explicación no sólo porque se cae en un círculo vicioso sino porque además
no se tiene en cuenta el dato de la sospecha de un hecho abusivo como motivo del pedido de la
desvinculación transitoria.

205
de andar muestra su poca pertinencia al hacer de las causas consecuencias. La intervención
que de aquí se derive puede llevar entonces al niño a una situación de mayor
vulnerabilidad, y esto por distintas razones:
1. Se anula la función compensadora del padre protector (generalmente la madre) frente
a los factores de riesgo, hasta el punto de ser amenazados con la pérdida de la tenencia.
2. Las hipótesis mencionadas quedan legitimadas por ser una posición ya no sólo del
sistema de salud sino que se convierten en pauta de abordajes y puntos de partidas que
pasan a formar parte del modelo de respuesta del sistema judicial, neutralizando y
volviendo a cero en algunos casos la legitimación alcanzada por la sanción de la ley
24417 y análogas. De este modo se limita en forma drástica la posibilidad de intervenir
en el campo de la protección y promoción social ya que muchos autores dedicados a la
infancia en riesgo consideran imposible la intervención terapéutica con familias
incestuosas sin la participación del recurso judicial (Perrone-Nannini, 1997; Cirilo-Di
Blasio, 1991; Mallacrea, 2000; para citar sólo algunos).
Me gustaría recordar en este punto algunas consideraciones que la mayor parte de los
autores tienen en cuentan en el contexto del abuso sexual intrafamiliar al momento de
evaluar la necesidad de medidas de desvinculación en algunos casos, razones que parecen
haber quedado en las sombras frente a una defensa a ultranza del mantenimiento de los
vínculos familiares biológicos. Eliana Gil (1997) las describe sencillamente así:
• “La separación es una medida de seguridad destinada a proteger a los niños tanto del
abuso franco (incidentes concretos) como del abuso encubierto (emocional)”.
• “La separación también es necesaria para crear condiciones adecuadas para la
evaluación y el tratamiento individual de los diferentes miembros de la familia”.
• “Cuando las evaluaciones del abuso sexual se realizan mientras el niño vive en el hogar
del ofensor incestuoso, aumentan las posibilidades de que haya falsas negaciones, o de
que la víctima se desdiga”.
• “Permitir que los abusadores permanezcan en el hogar implica descargar un peso
excesivo sobre los niños victimizados, sobre otros niños de la casa, y sobre los padres
no abusivos, que pueden verse en el papel de perros guardianes renuentes o ineficaces”.
• “Cuando el abusador permanece en el hogar (...) los niños maltratados pueden pensar
que en realidad no sucedió nada como resultado de su `arriesgada` revelación, que el
delito no fue importante, o que ellos son los culpables, y merecían la agresión
infringida”44.

44
Uno de los argumentos que se suelen sostener desde quienes critican cualquier forma de interrupción de los
vínculos paterno-filiales, especialmente en el caso de niños pequeños, es el de la interferencia que tal intervención
produciría en el proceso de apego, para algunos autores, fuente del “sentimiento de familiaridad” (Barudy, 1998).
Más allá de las diferencias que se pueden establecer entre Relación, Vínculo, y Apego, y los distintos puntos
de vista teóricos respecto de estas nociones, no se puede dejar de señalar dos conjuntos de datos que por sí
solos constituyen capítulos complejos del maltrato a la infancia: 1) Los resultados de las investigaciones
muestran que la mayoría de los niños víctimas de malos tratos son también víctimas de trastornos del apego, y
que determinados tipos de malos tratos corresponden a trastornos del apego específicos (Egeland y Stroufe,
1981, cits. en Barudy, 1998); 2) A partir de investigaciones etológicas se ha postulado que también en la
familia humana un buen desarrollo del apego genera tempranamente en sus miembros mecanismos de

206
3. Por último, lo más característico del backlash en este campo: se ataca e inhibe a
aquellos profesionales que, de acuerdo al conocimiento acumulado en el campo de la
protección de la infancia, evalúan y abordan los vínculos familiares fallidos con
estrategias acordes a la gravedad de sus consecuencias. Algunas formas poco originales
con las que se pretende inhibir a quienes consideran necesario intervenir en la
“intimidad” de la familia son el agravio y la injuria en artículos y jornadas; las denuncias
por mala praxis, amenazas telefónicas; burdas descalificaciones que los asimilan a los
nazis, los cazadores de brujas, los generadores de histeria de masas, etc.
Si bien la integridad de la familia ha sido casi deificada y tanto la preservación como la
reunificación familiar se mantienen como los objetivos ideales de todos quienes
trabajamos en este campo, las cifras, por lo menos en los Estados Unidos, no acompañan
al pensamiento optimista ni piadoso sobre la posibilidad de reparación de los vínculos
familiares biológicos, especialmente en el caso de maltratos graves a los hijos. Un uso
cauteloso de las cifras de otros países, a falta de las nuestras, nos permiten inferir una
tendencia y una distribución similares en distintos lugares del mundo. Así, según los
datos de la Asociación Americana de Asistencia Pública y el Departamento de Salud y
Asistencia pública de Estados Unidos (1993):
• Casi 600.000 niños están al cuidado de hogares sustitutos diariamente, la
mayoría como consecuencia de abuso y negligencia. Cerca de un tercio de estos
niños tienen menos de 5 años.
• La mayor parte de los niños en guarda externa, el 62 %, son reunidos con sus
padres. Pero dentro del año, la mitad vuelve a la guarda externa como
consecuencia de nuevos episodios de abuso o negligencia.
• Menos de un tercio de los niños que permanecen en familias sustitutas llegan en
algún momento a reunirse exitosamente con sus padres.
• Veinte mil niños cada año salen del sistema de bienestar social al llegar a los 18
años; la mayoría estuvo entrando y saliendo del sistema la mayor parte de su
vida45.
Por otra parte, Richard Gelles defensor inicial a ultranza de los programas de
preservación y reunificación familiar, en una inversión radical de su posición originaria,
también nos recuerda (1994) que de 3 millones de casos informados de abuso y maltrato,
1.200 niños fueron muertos por sus padres y la mitad de ellos tenían antecedentes
reportados de abuso y negligencia o bien habían perdido ya a algunos de sus hijos (U.S.

evitación de los sentimientos incestuosos. Esto nos lleva a concluir que muy a menudo la desvinculación
transitoria de los hijos de sus padres biológicos puede llevar a interrumpir disfunciones en el proceso de
Apego, que podrían permitir una restitución del mismo cuando las condiciones familiares se hubieren
modificado, impidiendo al mismo tiempo la instalación de vínculos de apego altamente conflictivos y
perturbados (Ganduglia, en prensa).
45
Cabe aclarar que si bien las regulaciones sobre adopción de 1997, en USA aumentaron el número de niños
adoptados, éstos sólo representan un 10 o 20% de las disposiciones anuales en guardas externas (Gelles,
1998).

207
Department of Health and Human Services,National Center on Child Abuse and Neglect;
1993 Reports; conf. Ganduglia, en prensa).

208
V

“La comprensión de los niños requiere no sólo el conocimiento de cómo los chicos se
comunican, sino también las tácticas usadas por los ofensores sexuales para coercionar y
confundir”.
Niki Delson
“Si los adultos no subjetivan la gravedad de lo ocurrido [en un abuso sexual intrafamiliar], si
en algún punto no hay angustia y horror, el trabajo lo van a tener que hacer los niños, porque
va a quedar del lado de ellos”
Elena Lacombe

Respecto de los profesionales, tanto internacionalmente como en nuestro país, la


literatura del backlash gira siempre alrededor de los siguientes temas, en distintas
versiones:
1. La poca confiabilidad del relato de los niños debido a la inmadurez de su desarrollo.
2. El uso de técnicas inadecuadas por parte de los entrevistadores.
3. La falta de decisiones de los equipos especializados y las intervenciones judiciales
basadas en el conocimiento de hechos surgidos de evidencias producto de
investigaciones.
4. Los criterios sesgados de una cantidad importante pero no especificada de
profesionales que trabajan en la protección de la infancia.
5. La corrupción de los profesionales en una proporción igualmente no especificada
(Wakefield y Underwager, 1988).
Abogados, jueces, psicoterapeutas y trabajadores sociales engrosan las filas de los
acusados y deben enfrentarse cotidianamente a una retórica cuya “estrategia es descalificar
e intentar acallar las voces de quienes defienden los derechos de los más débiles. Para ello
se ignoran largos años de estudio e investigaciones sobre el problema de la Violencia
Familiar, y se los suplanta por un discurso terrorista y panfletario. Lo alarmante es que ese
discurso comience a ser sostenido por instituciones que tienen la obligación de basar sus
decisiones en el conocimiento científico más que en los prejuicios, mitos y opiniones
panfletarias” (Corsi, 2001).
Si, por otra parte, repasamos las características de la literatura del backlash en los
medios de comunicación masiva, nos reencontraremos rápidamente con las que distingue
Myers (1994):
1. Falta de objetividad.
2. El recurso a “expertos” poco confiables.
3. Un uso muy cuestionable de las estadísticas.

209
En este último sentido resulta significativo que en la cantidad de “falsas denuncias” los
críticos que conforman el backlash raramente diferencian las denuncias indicativas de las
infundadas y de las realmente maliciosas, lo que permitiría datos estadísticos más ajustados
a la realidad.
Para tomar sólo un ejemplo, veamos de qué forma se connota “La pesadilla de un
Padre”, conforme resulta del homónimo artículo periodístico publicado en el diario
Página/12 el 29 de julio de 2001:
1. La idea de que basta con la sola acusación de abuso sexual a un padre para
interrumpir cautelarmente un vínculo con un hijo, cuando para que una sospecha tal
promueva una acción de la justicia deberá tener ciertas condiciones y estar fundada
en la legislación correspondiente;
2. Se toma como verdadera, con efecto testimonial, la versión del afectado, avalándola
con sentencias judiciales e ignorando tanto la diferencia antes mencionada entre los
distintas tipos de supuestas falsas sospechas, así como la diferencia de exigencias
probatorias entre la justicia penal y las necesarias para determinar medidas
cautelares por parte de los tribunales civiles de familia;
3. Se pretende confirmar con esto la “teoría” de la denuncia maliciosa con el objetivo
de obstruir e impedir el contacto de un padre con su hija, como si la cantidad de
operadores judiciales, del sistema de salud y trabajadores sociales que suelen
intervenir en estos casos pudieran ser tan cándidos frente a este tipo de situaciones;
4. Se recae una vez más en la poca credibilidad del niño -y la consecuente impericia
del profesional evaluador- bajo la forma del retraso madurativo;
5. Se citan fragmentos de pericias y sentencias sin tener en cuenta el contexto,
simplificando lo que de hecho suele ser una compleja trama de investigación y
pruebas.
6. Por otra parte, la posibilidad de aclaración de todos estos puntos se ve interferida
por la asimetría que genera la obligación de confidencialidad y la prohibición de dar
a conocer los datos de las personas menores de edad por parte de los profesionales
intervinientes, lo que impide hacer públicos los fundamentos de sus decisiones, pero
no limita en cambio al que niega la presunción de abuso. Por otro lado, el carácter
de denuncia de las declaraciones queda en estos casos velado por la retórica de la
“noticia”, asignándole una verosimilitud no siempre merecida.
En lo atinente al rol de la prensa en este tipo de cuestiones el abogado Myers (1997)
sostiene: “En vista del incremento de la cobertura negativa de la prensa respecto a la
protección de la infancia ,los profesionales deberían estimular a los medios para pintar un
cuadro más equilibrado. Los profesionales necesitan aumentar su contacto con la prensa y
deberían tomarse el tiempo de escribir para los medios populares46. Los académicos en
particular tienen la responsabilidad de dedicar más energías a escribir editoriales de opinión
en diarios, cartas al editor y artículos para revistas populares. Si bien ellos contribuyen
enormemente con sus investigaciones y publicaciones para el medio universitario, el
público no lee literatura académica arcana. Los académicos están en una posición única

46
Pero ¿cuántas veces -me pregunto- se han respetado nuestras exactas palabras en el contenido de entrevistas
y reportajes en aras, o bien de generar polémicas inexistentes, o de edulcorar temas demasiado terribles para
todos?

210
para contribuir con los medios impresos y radiotelevisivos, al contrario de los colegas que
están en las trincheras de la protección infantil. Es injusto esperar que practicantes
sobrecargados sean los responsables de generar una cobertura favorable del tema en los
medios”.
Por otra parte, identificar elementos del backlash que aparezcan en informes o
testimonios de expertos, en contra de los padres protectores, es otra respuesta
imprescindible de quienes trabajamos en el campo de la protección de la infancia, para
informar a los operadores judiciales de modo de que los juzgados estén mejor asesorados
para responder a las necesidades de una adecuada protección de los niños en riesgo
(Neustein-Goetting, 1999; el destacado es mío).
Se trata, en síntesis, de señalar la información errónea y la desinformación
intencional que originada la mayoría de las veces en una táctica legal de la defensa
atraviesa expedientes y anaqueles judiciales en búsqueda de la legitimidad que otorga la
presentación en Congresos o Jornadas al amparo de instituciones y publicaciones de
dudosa respetabilidad científica. En este sentido, y a partir de las denuncias que
recientemente se han dado a conocer en relación con sospechas de abuso sexual cometidos
por sacerdotes, no resulta audaz pronosticar el próximo estallido en nuestro medio de
polémicas que hasta este momento no han estado en primer plano, pero son factibles de
convertirse , como en otros países, en un nuevo frente de controversias instalado por el
backlash. (Whitfield, Silberg & Fink, 2001)
Que el Papa haya reclamado verdad y justicia para hechos que describió como
delitos y pecados, pueden hacer florecer los recursos al supuesto “Síndrome de Falsos
Recuerdos” tanto como a la minimización de las secuelas a largo plazo del abuso sexual de
niños por una interpretación errónea de los datos de distintas investigaciones. No sería más
que otro movimiento de flujo y reflujo en los ciclos de toma de conciencia y negación de la
problemática, que señalaron varios autores. El contexto de la desmentida hará florecer muy
probablemente el recurso al perdón en este ámbito.

211
VI

“Otro elemento que puede influir sobre el fortalecimiento del movimiento de protección a
la infancia es la cualidad de su investigación de base”.
(David Finkelhor, 1994)47.

Teniendo en cuenta la importancia de intensificar cada vez más los vínculos de


quienes desplegamos nuestra tarea en el campo de la infancia en riesgo, entre nosotros
mismos y con los trabajadores de la justicia, los agentes de salud, los medios y el público
en general quiero recordar algunos párrafos de una carta abierta que muchos profesionales
dedicados a este campo presentaron a distintas autoridades nacionales y locales a fines del
año 2000 para alertar respecto de la presencia de muchos de los factores regresivos aquí
señalados en relación con el avance logrado en más de una década de teoría y práctica en
relación a la problemática de la violencia familiar:
“Se impone, entonces, continuar como hasta ahora con una capacitación rigurosa y
seria antes que dejarse intimidar por una campaña que tiende no sólo a paralizar a
Defensores de Menores, Jueces, funcionarios, empleados judiciales y forenses, peritos y
consultores técnicos, sino también a disuadirlos de involucrarse en el tema, como suele
suceder con todo aquél obligado legalmente a denunciar (Equipos de Salud, de Educación,
de Promoción Social,etc.). En última instancia, se debe continuar por el camino ya
inaugurado para la construcción de un espacio interdisciplinario donde, a la manera de red
con puntos de anclaje variables que dependan de la inserción de cada una y de cada uno en
las diferentes instituciones, se pueda contribuir a desplegar un discurso tan alejado de la
tecnocracia como de la mera denuncia ideológica. Y que nos permita poner en marcha
acciones para abordar un problema que es rico, justamente, por la complejidad con la que
nos desafía”.
Siguiendo a Finkelhor (1994) concluimos además en que “quienes propugnan los
movimientos por los problemas sociales generalmente se equivocan al pensar que tienen
que convencer a la oposición. No es la oposición la que necesita ser persuadida: la
audiencia apropiada es aquella que podría ser potencialmente envuelta en una coalición del
47
Me parece de valor transcribir el párrafo de Finkelhor en su integridad:
“Otro elemento que puede influir sobre el fortalecimiento del movimiento de protección a la infancia es la
cualidad de su investigación de base. En el entorno de la política social de hoy, la investigación es una
moneda valiosa en el mercado de la resolución de los problemas sociales. Es también un valor muy difícil de
igualar para un contramovimiento. Ya antes, los defensores de los niños tuvieron algún éxito contrarrestando
una de las pretensiones más perjudiciales del backlash a través de la investigación: por ejemplo, la idea de que
se puede inducir fácilmente a que niños no abusados realicen falsos alegatos de abuso” (Goodman & Clarke-
Stewart, 1991).

212
contramovimiento –por ejemplo los políticos, los medios, los académicos, y
particularmente los padres atribulados y desalentados...”.

Bibliografía
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2001.

214
“Estrategias de desinformación sobre el abuso sexual
infantil: consecuencias en la ética y la práctica
profesional”, por Alicia Ganduglia
Lic. Alicia H. Ganduglia (Revista 13 “Temas de Maltrato Infantil”).-

I.-
“El punto conflictivo que trataremos es que, cuando progresa el conocimiento, cuando se
lo formula y difunde, la sociedad cambia, y al hacerlo cambian las condiciones de testeo y
de contrastación del conocimiento que, paradójicamente, produjo el cambio. Es sabido que
cuando el conocimiento sobre lo social se convierte en una variable social más, altera las
condiciones de contrastabilidad de las teorías”. (Klimovsky – Hidalgo, 1998).

“El Consejo Directivo para la Salud Mental, la Justicia y los Medios de Comunicación es
un grupo multidisciplinario, sin fines de lucro, dedicado a fomentar las aplicaciones éticas
de la ciencia psicológica al bienestar humano. La misión del Consejo incluye la
rectificación de la información errónea utilizada para servir intereses creados en el área de
la salud mental. La organización llegó a formarse porque se observó que la prensa, el
sistema legal, y aún los `journals´ científicos estaban distorsionando en forma creciente los
hallazgos científicos acerca de asuntos muy importantes relacionados con la salud y el
bienestar de los niños y de otras víctimas de la violencia interpersonal”.(Withfield, Silberg
y Fink, 2001)

De esta forma introducen su tarea y los escritos que sintéticamente intentaré comentar en
estos pocos párrafos los miembros de dicho Consejo, profesionales dedicados en su
mayoría a la asistencia en salud física y mental, en menor número a la investigación en el
mismo ámbito, y en un solo caso a la investigación y docencia en ciencias políticas.(I)

La interfase entre el abuso sexual de niños y el campo jurídico ha dado lugar a una serie de
problemáticas y dilemas, entre ellas la existencia de áreas de conocimiento en la que es
común que a pesar de una desarrollada y creciente base de datos respecto del abuso sexual
infantil se eche mano a la información errónea o se distorsionen los hallazgos científicos.
Se impone, entonces, tanto para los profesionales de la salud como para los de la
promoción social y el derecho, la necesidad de contrarrestar la manipulación de la
información no sólo en aras de jerarquizar el discurso sobre el tema fundándolo sobre
bases científicas rigurosas sino también del compromiso con las consecuencias del daño
potencial que esto implica para la salud mental de niños y adultos.

II.-
“Demasiado frecuentemente la información errónea y las medias verdades difundidas por
grupos con intereses especiales triunfan sobre la difusión de información exacta. Es
importante examinar estos asuntos polémicos desde una perspectiva científica” (idem).

215
Causas políticas y socio culturales de distinto orden determinan, según los estudios de los
autores nombrados, la expansión de las distorsiones del conocimiento respecto del abuso
sexual, destacando el papel que juega la prensa en conjunción con la negación social de la
problemática, así como la manipulación de los resultados de las investigaciones que suelen
hacer los defensores de los acusados especialmente en relación con las secuelas a largo
plazo de este tipo de victimización y el valor de los recuerdos de los adultos sobre vivencias
sexualmente abusivas de su infancia.

Señalan así que estas causas “...en muchos casos han actuado en sincronía para negar el
impacto a menudo destructivo del abuso sexual en la vida de los niños y para interferir con
programas desarrollados para prevenir y tratar el problema.” (idem).

III.-
Si bien no parece ser ésta la situación en nuestro país, Kitzinger (1996) responsabilizaba en
gran parte a los medios de la difusión de información errónea al afirmar que “la
controversia creciente sobre el abuso sexual, estimulada por quienes defienden la idea de
las falsas acusaciones fue creada por una prensa hambrienta insensible a las historias de
abuso”

En el mismo sentido, en 1995, Kennedy (1995) concluyó que de cada cinco presentaciones
del tema en los medios de comunicación, cuatro presentaban sesgos a favor de demandas
por “falsos recuerdos”. “Los periodistas que fueron encuestados sostuvieron que para ellos
esto constituía una historia más interesante, que las historias sobre abusos eran ´viejas
historias´, y que les parecía que (las primeras) eran más fáciles de tolerar y de escribir. (...)
Así, los medios distrajeron el foco de la atención desde los riesgos y el daño a los niños
hacia la iluminación de las supuestas ´falsas acusaciones´.”

La retórica de los medios se articula con el hecho de que uno de los mayores obstáculos
para el avance de la toma de conciencia de la problemática del ASI es que la gente
simplemente no quiere creer que estas cosas ocurran de modo que prefieren rápidamente
optar por alguna explicación alternativa.

Ross E. Cheit (2001) menciona la descripción que hicieron Mertz y Lonsway (1998) de
dos estrategias básicas para lograr una negación efectiva: el “ataque a la fuente” y el
“reencuadramiento del asunto” con argumentos que no se sostienen en los hechos.

Un ejemplo del primer caso es el cuestionamiento al profesional entrevistador de la


víctima o al abogado que la representa, mientras que en el segundo caso es harto común en
nuestro medio el recurso de tratar de ubicar una acusación fundada en el contexto de un
conflicto por tenencia o un divorcio destructivo.

IV.-
Pero en mi opinión, es en las estrategias de la defensa de los acusados donde se puede
observar simultáneamente la mayor motivación para distorsionar la información en un
esfuerzo por generar dudas respecto de la responsabilidad de los ofensores.

216
En este sentido se destacan dos trabajos: el de Whitfield (“La defensa de los ´Falsos
Recuerdos´: el uso de la desinformación y la ciencia ´ basura´ dentro y fuera de los
Juzgados”, 2001) en el que describe 22 formas diferentes cómo los abogados de la defensa
buscan construir una duda respecto de la culpabilidad de los acusados; y luego el de Brown
(“La tergiversación de los efectos a largo plazo del abuso sexual infantil en los Juzgados”,
2001) donde distingue cinco argumentos básicos utilizados por los abogados para negar la
relación entre el abuso sexual en la infancia y las consecuencias en la adultez.

Señalar al acusado como la víctima real, responsabilizar a otra persona o a la víctima,


utilizar citas y notas fuera de contexto o artículos con opiniones sesgadas, interpretar
erróneamente los efectos del trauma, proponer explicaciones alternativas para los síntomas
de la víctima, tratar de combinar el sentido común con la ley de probabilidad, utilizar
términos controvertidos y jerga seudocientífica, desacreditar e intimidar a los testigos que
corroboran el hecho, jugar con las deseos y las creencias colectivas, son algunos de los 22
argumentos usados por quienes defienden a los ofensores, según las investigaciones de
Whitfield.

Este explica así el uso de términos artificiosos y jergas pseudocientíficas:


”Los ofensores acusados tratan de usar términos ingeniosos y otras jergas
pseudocientíficas, tales como el “Síndrome de los falsos recuerdos”, “la terapia de
recuperación de recuerdos”, o el “Síndrome de alienación parental”. Estos nunca fueron
determinados por estudios empíricos ni basados en datos científicos (Brown et al., 1997;
Brown, Scheflin & Whitfield, 1999; Whitfield, 1995b, 1997b). Como ya se mencionó, tales
términos no se encuentran en el DSM IV o el ICD-10, y mientras que sus defensores los
han manipulado y a veces promocionado en algunos sectores de los medios populares, no
son aceptados por la corriente mayoritaria de los profesionales de la salud mental (Brown,
Scheflin & Hammond, 1997; Brown, Scheflin & Whitfield, 1999; Dallam, 12999;
Whitfield, 1995b).”

Brown, por su parte, considera cinco formas de distorsionar los efectos a largo plazo del
ASI utilizadas tanto por abogados como testigos expertos de los defensores de los
acusados. Se ha sostenido así que no hay conexión causal entre el ASI y la psicopatología
del adulto; que la evidencia de tal conexión es insuficiente; que el ASI no produce
consecuencias específicas relacionadas con el trauma, tales como los desórdenes
disociativos de identidad o la personalidad borderline; que son otras las variables, y no el
ASI las que producen la variedad de la psicopatología adulta, y por último: que los efectos
a largo plazo del ASI son generales y no específicos.

Brown concluye que tales afirmaciones se basan en una comprensión parcial de los
estudios retrospectivos, que no son rigurosas y que pueden confundir a la Justicia. Por el
contrario los estudios prospectivos ofrecen suficiente evidencia para vincular causalmente
el ASI con una cantidad de áreas de la psicopatología adulta, tales como las tendencias
suicidas, “la conducta antisocial, la ansiedad, el Desorden por Estrés Post Traumático y el
alcoholismo, y una posible relación causal (si bien aún no replicada) con respecto a la

217
automutilación, la depresión, la somatización, y la disociación. Esto no implica que todas
las manifestaciones adultas de estas formas de psicopatología surjan del abuso sexual ni
que los clínicos puedan inferir abuso sexual en la infancia a partir de los síntomas adultos.
Porque si bien se ha establecido una clara relación causal general entre estas áreas de la
psicopatología adulta y el abuso sexual infantil, otra cuestión es determinar si esta conexión
causal se aplica a cada caso específico.”

Este comentario bibliográfico nos muestra una vez más cómo el tema del abuso sexual
infantil y sus consecuencias para la vida adulta nos desafía como profesionales, sea en el
campo de la asistencia o de la investigación, obligándonos a mantener y promover una
actitud de neutralidad objetiva y rigurosa en su diagnóstico, tratamiento y abordaje teórico,
a la par que una vigilancia epistemológica capaz de deconstruir las distorsiones a que queda
expuesto el conocimiento de esta problemática.
Agosto 2002
BIBLIOGRAFÍA
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Sexual Abuse in the Courts” -Journal of Child Sexual Abuse, Vol. 9, 3-4, 2001.-
Cheit,Ross E.”The Legend of Robert Halsey” – Journal of Child Sexual Abuse,
Vol. 9, 3-4
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Klimovsky, G. e Hidalgo, C. “La inexplicable sociedad”. A-Z Editora, Buenos Aires,
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Withfield, Ch., Silberg J., Fink, P. “Introduction: Exposing Misinformation
Concerning Child Sexual Abuse and Adult Survivors” – Journal of Child Sexual Abuse,
Vol. 9, 3-4, 2001.- The Howarth Press –USA.-
Withfield, Ch. L. “The ´False Memory´ Defense: Using Disinformation and Junk
Science In. and Out of Court “. Journal of Child Sexual Abuse, Vol. 9, 3-4, 2001

NOTAS
-( I ) “Este volumen especial enfoca importantes temas que son relevantes para todos
aquellos que trabajan con víctimas, ofensores o familias en las que ha tenido lugar el abuso
sexual, para aquellos que conducen investigaciones de campo, y para aquellos que trabajan
con los casos en la escena legal. Estoy sumamente complacido que el Consejo directivo
para la Salud Mental, la Justicia y los Medios haya compilado y editado esta colección.
Esta organización sin fines de lucro ha estado a la vanguardia en el propósito de combatir la
información errónea respecto del maltrato sexual de los niños y de los efectos a largo plazo
que experimentan los adultos sobrevivientes de tales abusos.”

Robert Geffner, PhD. Foreword - “Journal of Child Sexual Abuse”, Volumen 9, 3-4 , 2001.

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