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MÓDULO I
PSICÓPATAS INTEGRADOS Y
PSICÓPATAS CRIMINALES: CARA
Y CRUZ DE LA MISMA MONEDA
José Manuel
Pozueco Romero
Experto en Psicología Jurídico-Forense y
Criminológica
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 84 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
Psiquiatria.com / EduSalud (Campus Virtual) José Manuel Pozueco Romero
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 85 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
MÓDULO I:
Psicópatas Criminales Versus Psicópatas Integrados:
Diferencias Muy Sutiles
1. INTRODUCCIÓN
6. RESUMEN Y CONCLUSIONES
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La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
TEMA 2
PSICÓPATAS INTEGRADOS Y
PSICÓPATAS CRIMINALES: CARA Y
CRUZ DE LA MISMA MONEDA
¿Qué diferencia fundamental existe entre los psicópatas criminales y los psicópatas integrados? Tal
como han hallado los estudios de investigación, la diferencia principal estriba en la concreta comisión de
un delito, y este delito puede ser de cualquier tipo: subrayamos este último aspecto porque, desde el
ámbito mediático y la sociedad sensacionalista, se ha tendido a vincular de manera exclusiva la psicopatía
con los delitos más graves (por ejemplo, el asesinato y las agresiones sexuales), a pesar de que las
investigaciones han puesto de relieve que esto no es así y que, además, se suele olvidar uno de los rasgos
definitorios de la psicopatía incluidos en el PCL-R: concretamente nos estamos refiriendo al Ítem 20, el de
versatilidad criminal/delictiva, lo que quiere decir que los psicópatas que sí son delincuentes son, a su vez,
versátiles, es decir, que suelen cometer gran variedad de delitos, no ciñéndose a ninguno en particular.
Por otro lado, también es constante la equiparación de psicopatía con conducta delictiva, sobre todo,
porque las investigaciones se han realizado con sujetos internos en prisiones y en centros psiquiátricos de
máxima seguridad. Como veremos en este segundo tema, la diferencia esencial entre unos y otros reside
en su conducta, ya que ambos tienen la misma estructura de personalidad y emociones.
Palabras clave: cordura, locura, maldad, peligrosidad, reincidencia, salud mental, sistema judicial.
1. INTRODUCCIÓN
Ciertamente, la verdad es que no es plato del gusto de nadie toparse e incluso llegar a
convivir con este tipo de camaleones sociales: los psicópatas integrados. Sin embargo, la
realidad social y criminológica que nos rodea a diario muestran muy a las claras que este fenómeno
–quizá una pandemia social de la modernidad (JÁUREGUI BALENCIAGA, 2008a, 2008b)– es un hecho
real que la investigación más reciente ha tenido que poner de manifiesto para al menos intentar
hacerle llegar a la sociedad una realidad que nos acucia y nos inquieta, pero que hay que
combatirla de alguna manera: la prevención es la clave.
En este tema vamos a estudiar y profundizar en algunos aspectos que en el anterior hemos
esbozado. Como veremos, la tremenda importancia que tiene la separación o distinción entre los
psicópatas criminales y los psicópatas integrados viene claramente justificada por las
implicaciones psicosociales y legales derivadas en cada caso particular. En este sentido, un
mal diagnóstico puede repercutir gravemente en un mal diseño de tratamiento penitenciario;
pero es que, además, una mala identificación de estos sujetos en nuestra vida cotidiana podría
suponer un error fatal: la vida al lado de un o una psicópata es un auténtico suplicio.
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Los psicópatas
representan o tienen una
prevalencia del 1% de la
población general, y del
15% al 25% de la
población reclusa
norteamericana (HARE,
1996a), habiéndose
extrapolado estas cifras a
la población reclusa
española, donde los
psicópatas representan el
10% (MOLTÓ y POY, 1997).
Visto de este modo, y
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Sin embargo, es primordialmente la violencia de los psicópatas lo que atrae a los titulares de
prensa, particularmente cuando acaba en una muerte aparentemente sin sentido. La facilidad con
la cual los psicópatas se involucran en la violencia instrumental y desapasionada (WILLIAMSON,
HARE y WONG, 1987; SERIN, 1991; CORNELL ET AL., 1993) tiene un significado muy real para la
sociedad, en general, y para los agentes de la policía, en particular. Por ejemplo, un estudio del
FEDERAL BUREAU OF INVESTIGATION (FBI) (1992) encontró que casi la mitad de los policías que
murieron en el cumplimiento del deber fueron asesinados por individuos que estrechamente
coincidían con el perfil de personalidad del psicópata.
• Muchos de los delincuentes sexuales pueden • Sin duda alguna, los delitos contra las personas
ser diagnosticados de psicópatas, y contra la vida humana son en los que más
especialmente los casos que revierten frecuentemente se involucran los psicópatas
mayor gravedad y riesgo de reincidencia. criminales, pero sólo los más violentos.
• Aquí nos encontramos con los violadores • Cuando hablamos de delitos contra las
agresivos y sádicos que agreden y vejan a personas no necesariamente nos referimos a
numerosas víctimas y que, en muchos delitos tan conocidos como el homicidio y el
casos, acaban matándolas después de asesinato. Nuestro Código Penal también
haberlas violado. Algunos con mentes recoge dentro este grupo a el delito de lesiones,
mucho más retorcidas incluso se ensañan el delito de lesiones al feto, el delito de aborto y
con víctimas durante el mismo acto de los delitos relativos a la manipulación genética.
violación y/o las matan porque (según En este sentido, igual de insensible, cruel y
manifiestan) sólo así llegan a alcanzar carente de remordimientos y de sentimientos
placer y orgasmo sexuales. de culpabilidad puede ser la persona que
• En el caso de los pedófilos (agresores asesina a otra como la que juega con la biología
sexuales de niños), el secuestro, la agresión y genética de cientos de personas.
física e incluso el sadismo también están • Particular importancia revista aquí el caso de
presentes. los denominados asesinos en serie, los cuales,
• Muchos de los acosadores y agresores exceptuando los casos de psicosis, son
sexuales consiguen no ser identificados y mayormente psicópatas. Se trata de individuos
detenidos porque permanecen encubiertos que planifican sus crímenes y muy organizados;
en profesiones muchas veces relacionadas otros no lo son. El asesinato en serie, a pesar
con la infancia y los menores (sacerdotes, de la visión mediática y sensacionalista que
maestros, monitores, asistentes sociales, actualmente se tiene, acontece en todas las
etc.) y que aparentemente les otorgan un sociedades, y en todas existen numerosos
estatus de una respetada posición social y ejemplos. Como ya veremos, existen
con la errónea creencia popular de que es numerosos tipos diferentes de asesinos en
“imposible” que profesionales de esta índole serie.
puedan cometer delitos tan execrables.
FUENTE: Elaboración propia a partir de: ROMERO RODRÍGUEZ, J. F. (2006, pp. 55-56). Nuestros presos: Cómo son, qué delitos
cometen y qué tratamiento se les aplica. Madrid: EOS Psicología Jurídica.
Aunque la carrera criminal típica es relativamente pequeña, hay individuos que dedican
la mayor parte de su vida adolescente y adulta a empresas delictivas; muchos de estos
delincuentes de carrera se vuelven mucho menos antisociales en la mediana edad (ROBINS,
1966; BLUMSTEIN, COHEN, ROTH y VISHER, 1986). Cerca de la mitad de los psicópatas criminales que
HARE y su equipo han estudiado muestran una reducción relativamente bien definida de la
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criminalidad alrededor de los 35 ó 40 años, primordialmente con relación a los delitos poco o no
violentos (HARE, MCPHERSON y FORTH, 1988). Su propensión a la conducta agresivo-violenta parece
ser bastante persistente a lo largo de su desarrollo vital, un descubrimiento también encontrado en
un estudio realizado por HARRIS, RICE y CORMIER (1991).
No obstante, hay una cuestión que no resulta sencilla de responder: ¿se pasa/remite la
psicopatía con la edad? Es decir, ¿son “menos psicópatas” los psicópatas a medida que tienen
más años? En la siguiente realidad psicosocial tratamos de fundamentar algunos aspectos que
revierten especial importancia.
LA REALIDAD PSICO-SOCIAL 4.
¿La psicopatía se pasa/remite con la edad?: La temporalidad de los rasgos
psicopáticos a lo largo del ciclo vital
HARE (2000) sostiene que, por un lado, algunos de los inhibidores de la violencia y del
comportamiento antisocial son la empatía, el miedo al castigo, los sentimientos de culpa o el desapego
emocional. Por otro lado, algunas de las características que incitan a la gente a ser violenta son el
narcisismo, la impulsividad, la falta de inhibición y la necesidad de poder o control. Los psicópatas
carecen de inhibidores y poseen la mayoría, si no todos, los elicitadores. Esta es una de las explicaciones
que se podría otorgar al hecho de que los psicópatas representen un 1% de la población general y un
25% de la población penitenciaria.
Es importante matizar, por un lado, que el psicópata no permanece siempre “activo” a lo largo
de su vida. La prevalencia de la actividad criminal en el psicópata suele fluctuar con el paso de los años.
Los estudios muestran que, después de los 30 ó 35 años, los comportamientos antisociales realizados por
un psicópata decrecen considerablemente (HARE, MCPHERSON y FORTH, 1988). Parece ser que la actividad
criminal –medida en términos de ingresos en prisión– alcanza su punto álgido a la edad de 35 años,
aproximadamente, y desde ese momento disminuye de manera drástica (HARE, 1980b). Por otro lado,
también hay que matizar que la mayoría de los psicópatas que consiguen permanecer fuera de la
prisión suelen poseer los recursos intelectuales, familiares o de personalidad adecuados que les
previenen de ser atrapados. Estos individuos son capaces de llevar a cabo su voluntad a través de su
especial encanto y manipulación. Por contra, aquellos que carecen de estos recursos son
persistentemente agresivos y violentos, y, por ello, es más probable que pasen considerablemente más
tiempo en la cárcel (HARE, 1980b).
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HARPUR y HARE (1994) llevaron a cabo un estudio con el propósito de demostrar la estabilidad de la
dimensión interpersonal-afectiva –Factor 1 del PCL-R– y la dimensión comportamental –Factor 2– a lo
largo de la vida. Los resultados obtenidos se basan en investigaciones con un grupo de 889 convictos
de edades comprendidas entre los 16 y los 69 años. Por ejemplo, el Factor 1 –relaciones
interpersonales– parecía permanecer relativamente estable con el paso de los años, pero las
puntuaciones del Factor 2 –comportamiento antisocial y delictivo– declinaban particularmente
después de haber alcanzado los 40 años de edad (HARPUR y HARE, 1994). Estos resultados indican que
aunque los rasgos de personalidad del síndrome permanecen prácticamente intactos con el paso del
tiempo, las características comportamentales tienden a neutralizarse después de alcanzar cierta
edad, lo cual es comprensible si atendemos a la configuración física de cualquier organismo humano.
Estos hallazgos proporcionan apoyo empírico a otros trabajos anteriores a éste. Por un lado, el
trabajo de ROBINS (ROBINS, 1966) y su fenómeno burn-out que sucede entre muchos psicópatas
cuando su comportamiento antisocial comienza a disminuir, y, por otro lado, el de la teoría de MCCRAE y
COSTA (1995), que distinguen entre las tendencias básicas o características de personalidad –las
cuales permanecen intactas a pesar del paso de los años, según la visión de HARPUR y HARE (1994)– y las
características de adaptación o de comportamiento –que cambian con el tiempo, especialmente
alcanzados los 40, según HARPUR y HARE (1994)–. Curiosamente, LYKKEN (1995) explica cómo las
características esenciales de la personalidad psicopática –tendencias básicas, para MCCRAE y COSTA
(1995)– podrían ser expresadas de diversas maneras dependiendo de las variables externas. Así, esto
explica cómo las tendencias básicas se manifiestan como comportamientos antisociales en algunos
individuos y como comportamientos prosociales –por ejemplo, de tipo heroico– en otros individuos, al
menos según las condiciones del entorno (LYKKEN, 1995).
Por tanto, ante la cuestión candente que encabeza la presente realidad psicosocial, no es,
precisamente, que la psicopatía se pase con la edad. Lo único que ocurre es que los comportamientos
delictivos se reducen considerablemente en el caso de los psicópatas criminales, mientras que tanto en el
caso de éstos como de los psicópatas no criminales, lo único que disminuyen son las conductas
antisociales en general, mientras que los rasgos de personalidad/emociones permanecen prácticamente
intactos a lo largo de todo el ciclo vital del psicópata. Esto es perfectamente comprensible y coincidente
con la visión actual de que aún no se ha verificado que algún tratamiento surta efectos positivos ni en la
conducta ni en la personalidad de estos individuos, sean delincuentes o no.
FUENTE: Tomado de: POZUECO, J. M. (2011c, pp. 315-316). Psicópatas: Perfil, Crimino-Patología e Intervención. Curso on-line
impartido en el Campus Virtual de Edusalud.com / Psiquiatria.com, Instituto Balear de Psiquiatría y Psicología. Mallorca:
07/02/2011 – 07/03/2011. [3ª edición, curso acreditado por la Comisión de Formación Continuada de las Profesiones
Sanitarias, con Expediente número 04-0010-07/0044-A, y con 10,2 créditos] [Material registrado en propiedad intelectual y no
publicado].
Sin embargo, hay que subrayar que las reducciones relacionadas con la edad en la
criminalidad pública –la que ve– no necesariamente significa que el individuo se haya vuelto
afectuoso, templado, cariñoso y un ciudadano moral. En su libro Deviant Children Grown Up, LEE
NELKEN ROBINS (1966), socióloga y profesora emérita de Ciencia Social en Psiquiatría en la
Washington University School of Medicine, comentó, haciendo referencia expresa a lo que ella
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Como decíamos antes, un estudio transversal con 889 delincuentes masculinos proporcionó
una pista de lo que se esperaba (HARPUR y HARE, 1994). Los delincuentes oscilaban en un rango de
edad que iba de los 16 a los 70 años en el momento en que fueron evaluados con el PCL-R. Las
puntuaciones en el Factor 2 –características de desviación social– disminuyeron bruscamente con
la edad, mientras que las puntuaciones en el Factor 1 –rasgos afectivos/interpersonales–
permanecieron estables con la edad. Estos resultados son consistentes con la hipótesis de que los
cambios relacionados con la edad en el comportamiento antisocial del psicópata no son
necesariamente análogos a los cambios en los rasgos de egocentrismo, manipulación e
insensibilidad fundamentales y definitorios de la psicopatía.
Un psicólogo de la prisión, en una de mis charlas, me habló acerca de un delincuente psicopático con una
historia de violencia que “había vuelto a nacer y se había resocializado en prisión” y que fue excarcelado bajo
palabra. Durante varios años, él pareció ser un modelo de persona en libertad vigilada, pero recientemente le llegó
a la atención de su oficial de libertad bajo palabra que el ex-presidiario había estado viviendo con una mujer
perturbada cuyas únicas funciones consistían en estar disponible como un objeto sexual y un saco de arena.
Creyendo que ella se merecía el abuso, no lo denunció a la policía. Este hombre ciertamente no era menos
psicopático que cuando estaba en prisión; simplemente utilizó un conjunto diferente de comportamientos
antisociales y crueles (HARE, 1993, p. 45).
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El médico-psiquiatra francés PHILIPPE PINEL (1801,) fue el primero en utilizar el concepto clínico
de la psicopatía al acuñar el término manie sans délire –“manía/locura sin delirio”– para
diagnosticar a aquellas personas que mostraban una ira incontrolada y tenían un funcionamiento
intelectual normal. Más tarde, el psiquiatra inglés JAMES COWLES PRICHARD (1935) introdujo el
concepto de moral insanity en la criminología británica a través de su Treatise on Insanity and
Other Disoders Affecting the Mind, en el que se refería a la “locura moral” como manía sin defectos
mentales, es decir, una locura del juicio más que de la inteligencia o de la voluntad.
Por su parte, el criminólogo italiano CESARE LOMBROSO otorgó a la psicopatía un papel central
dentro de la teoría criminológica. LOMBROSO (1876) atribuía la locura moral al “criminal nato” y
creía que era una variante de la epilepsia. Su hija, GINA LOMBROSO-FERRERO, dijo de su padre que fue
el primero en reconocer la importancia del “impulso atávico irresistible” para explicar crímenes
cometidos por personas que la sociedad calificaba de moralmente locos:
Se distinguen de la gente normal porque odian a los seres más queridos como son los padres, maridos, esposas
o niños, y porque sus actos inhumanos no les causan remordimientos (LOMBROSO y LOMBROSO-FERRERO, 1911, p.
52).
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Incluso en la infancia, algunos psicópatas son impulsivos y agresivos (MCCORD, 1999, 2000).
Son individuos aislados emocionalmente, cuyas ansias de emociones fuertes no se ven reprimidas
ni por las normas sociales ni por su propia conciencia (CLECKLEY, 1941, 1976; HARE y SCHALLING,
1978; MCCORD y MCCORD, 1964). Aun no disponiendo por entonces de una definición unívoca ni de
un conjunto de características claramente distintivas, HARE y COX (1978) demostraron que se puede
hacer una identificación fiable de los psicópatas.
Para otros autores, los psicópatas constituyen una pequeña proporción entre los criminales
que son detenidos por crímenes violentos, ya que sólo unos pocos –el 4,8% de los delincuentes
juveniles juzgados por delitos violentos– han sido detenidos en más de tres ocasiones (SNYDER,
1998). No obstante, a pesar de su pequeño número, los delincuentes psicópatas cometen gran
parte de los crímenes que tanto desconciertan a la humanidad (HARE, 1993).
Tomando conjuntamente los resultados de estos trabajos sobre la conducta criminal de los
psicópatas es posible afirmar que, en comparación con los otros internos penados, los sujetos
diagnosticados como psicópatas ingresan por primera vez en la cárcel a una edad más temprana,
son condenados un mayor número de veces por cada año de su vida en libertad –tanto por delitos
violentos como por delitos no violentos–, y es más probable que hayan empleado un arma,
amenazado y agredido con una finalidad instrumental y a sangre fría (HARE y JUTAI, 1983).
En relación a su conducta penitenciaria, hay que destacar que los psicópatas presentan un
número mayor de revocaciones de la libertad condicional, y reciben una cantidad más elevada de
sanciones durante su encarcelamiento, en particular por su conducta violenta –agresiones físicas,
abusos verbales, amenazas e intimidaciones, etc.– (HARE, 1981; HARE y JUTAI, 1983).
En España, los datos obtenidos en una muestra de 87 internos clasificados mediante el PCL-R
en grupos de alta, media y baja psicopatía confirman las tendencias reseñadas (MOLTÓ ET AL.,
2000). Los sujetos definidos como “psicópatas” –puntuaciones iguales o superiores a 30– habían
sido arrestados por primera vez mucho antes que los no psicópatas –19.8 y 23.4 años,
respectivamente–, y habían permanecido en la cárcel durante mucho más tiempo que éstos –99.3
meses, frente a 63.9 meses–. Asimismo, el grupo de alta psicopatía presentaba una tasa de
condena –número de condenas por año de libertad– tres veces superior a la mostrada por el grupo
de no psicópatas, y una tasa de condena por delitos violentos que duplicaba la observada en estos
últimos. La conducta penitenciaria de los psicópatas, evaluada a través de la media de sanciones
recibidas por cada mes de reclusión, también era mucho peor –0.32, 0.20 y 0.07 para los grupos
de alta, media y baja psicopatía, respectivamente); en concreto, exhibieron un número mayor de
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intentos de suicidio, de amenazas verbales y de peleas que el resto de internos. Además, el 50%
de los sujetos incluidos en el grupo de psicópatas había quebrantado las condiciones de un permiso
de salida o de la libertad condicional, mientras que los correspondientes porcentajes en los grupos
de media y baja psicopatía se situaron en 23,4% y 8,3%. Además, el 87,5% de los psicópatas con
quebrantamientos de condena había cometido un nuevo delito durante este período; en contraste,
sólo un 27,3% de los sujetos en el grupo de media psicopatía y un 50% de los no psicópatas
fueron condenados por delitos cometidos en estas condiciones (MOLTÓ ET AL., 2000).
Durante los últimos años también han ido acumulándose datos empíricos suficientes que
subrayan la necesidad de tener en cuenta el diagnóstico de psicopatía para comprender, explicar y
predecir mejor la carrera criminal, el riesgo para la comisión de actos violentos, la reincidencia, el
comportamiento en los centros penitenciarios y la eficacia de las técnicas de intervención utilizadas
(HARE, 1996b). Son varios los trabajos que se han encargado de demostrar la contribución
significativa del PCL-R a la predicción de la reincidencia en delincuentes varones puestos en
libertad tras cumplir sus condenas –véanse los meta-análisis de HEMPHILL, HARE y WONG, 1998, y de
SALEKIN, ROGERS y SEWELL, 1996), o después de haber recibido tratamiento en hospitales
psiquiátricos (HARRIS, RICE y CORMIER, 1991; HARRIS, RICE y QUINSEY, 1993; OGLOFF, WONG y
GREENWOOD, 1990).
Los rasgos de psicopatía que recoge el PCL-R predicen la violencia, incluso, en pacientes con
trastornos mentales graves (HARE y HART, 1993). En contextos psiquiátricos y judiciales se
empleará el PCL:SV –Psychopathy Checklist: Screening Version– de HART, COX y HARE (1995), que
es una versión reducida del PCL-R, y que tiene la misma fiabilidad que la herramienta principal. El
PCL:SV, en lugar de disponer de 20 ítems o rasgos puntuables, dispone de 12.
Aunque no todos los delincuentes son psicópatas, ni todos los psicópatas son delincuentes, los psicópatas están
ampliamente representados en nuestra población penitenciaria y son responsables de un número de crímenes
proporcionalmente mayor que el que ellos representan en la cárcel:
• En general, cerca del 20% de las mujeres y varones prisioneros son psicópatas.
• Los psicópatas son responsables de más del 50% de los delitos graves cometidos en la población general
(HARE, 1993, pp. 86-87).
La comisión de nuevos delitos por delincuentes de las prisiones federales se comprueba observando sus
conductas tras la libertad condicional, y se encuentra que:
• La tasa de reincidencia de los psicópatas es el doble que la de los demás delincuentes.
• La tasa de reincidencia violenta es el triple que la de los demás delincuentes (HARE, 1993, p. 96).
Esta información única procede, con toda probabilidad, de las características afectivas e
interpersonales evaluadas por el Factor 1 del PCL-R: afecto superficial, crueldad, falta de empatía,
ausencia de remordimientos, etc. Son las que confieren a este instrumento de evaluación de la
psicopatía su distintividad con respecto al resto de escalas, centradas fundamentalmente en
indicadores más o menos objetivos de la conducta antisocial –como, por ejemplo, la escala
ETAPA (Escala del Trastorno Antisocial de la Personalidad) de ALUJA, (1986)–.
Según cuenta HARE (1996a), en su ciudad, Vancouver (Canadá), no es raro aceptar para un
peritaje el testimonio experto de que un convicto acusado de un delito grave es un psicópata y
luego sentenciarlo a una prisión donde “pueda recibir tratamiento”. Probablemente, gran parte de
la misma situación esté presente en otras muchas jurisdicciones internacionales.
A pesar de las opiniones poco instruidas del juez y las protestas de aquellos que organizan y
dirigen programas en prisiones, lo cierto es que aún no conocemos un tratamiento específico y
adecuado para la psicopatía. Esto no significa necesariamente que las actitudes egocéntricas y
crueles, así como los comportamientos de los psicópatas, sean inmutables, sólo que no hay
programas de tratamiento metodológicamente llamativos o programas de “resocialización” que
hayan demostrado funcionar con psicópatas. Desafortunadamente, tanto el sistema de justicia
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criminal como el público en general rutinariamente se engañan creyendo que no existen esos
programas de éxito en psicópatas. Como consecuencia, muchos psicópatas participan en todo tipo
de programas de tratamiento de las prisiones, adoptan una buena apariencia, hacen “progresos
notables”, convencen a los terapeutas y la junta o comisión para la concesión de la libertad
condicional de su carácter “totalmente reformado”, de modo que se les libera y reanudan su
carrera criminal donde la habían dejado cuando ingresaron en prisión (HARE, 1996a).
Varios estudios ilustran la problemática y el estado de la cuestión. Por ejemplo, OGLOFF, WONG
y GREENWOOD, ya en 1990, hallaron que los psicópatas, caracterizados por una puntuación media en
el PCL-R de al menos 30, sacaron poco beneficio de un programa terapéutico comunitario diseñado
para tratar a delincuentes con trastornos de personalidad. Los psicópatas permanecieron en el
programa muy poco tiempo –recordemos una de sus características: la tendencia al aburrimiento–,
estaban menos motivados y mostraron menor mejoría clínica que los demás delincuentes.
Podríamos decir que, si bien los psicópatas no armonizaron con este programa, algunos beneficios
residuales pudieron mostrarse posiblemente después de su excarcelación. Sin embargo, HEMPHILL
(1991), en un estudio de seguimiento de estos sujetos, encontró que la tasa estimada de
reincidencia durante el primer año después de la libertad condicional era dos veces tan alta para
los psicópatas –de un 83%– como para el resto de delincuentes –un 42%–.
Pero lo más preocupante estriba en el hallazgo de las muchas investigaciones con psicópatas
que nos remiten un dato tremendamente inquietante al decirnos, tras haberlo comprobado
empíricamente, que el tratamiento los puede empeorar: ¿cómo es posible que un tratamiento,
que se supone debería ir dirigido a mejorar la salud mental y la conducta anormal del paciente,
precisamente consiga el efecto contrario: empeorarlo? Ahondemos un poco más en esta cuestión a
través de la siguiente controversia y debate.
CONTROVERSIA Y DEBATE 2.
La terapia incluso los puede empeorar
Algunos de los programas más populares del tratamiento y resocialización en prisiones realmente
pueden empeorar a los psicópatas mucho peor de lo que ya estaban antes de recibirlo. En este sentido,
por ejemplo, HARRIS, RICE y CORMIER (1992) obtuvieron, de modo retrospectivo, las puntuaciones del
PCL-R de los archivos institucionales de pacientes de un servicio psiquiátrico de máxima seguridad.
Definieron a los psicópatas a partir de una puntuación PCL-R de 25 o superior, y a los no-psicópatas a
partir de puntuaciones inferiores a 25. Luego compararon la tasa de reincidencia violenta de 166
pacientes que habían sido tratados en un programa terapéutico comunitario intensivo y largo con 119
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119 pacientes que no habían participado en el programa –a este último grupo lo llamamos grupo de
control o de comparación, y nos sirve para comparar el efecto o no del tratamiento aplicado–. Los
resultados de la investigación fueron contundentes: los no-psicópatas obtuvieron una tasa de reincidencia
violenta del 22% en los pacientes tratados y del 39% en los pacientes no tratados. Por su parte, los
sujetos diagnosticados de psicópatas obtuvieron una tasa de reincidencia violenta mucho más alta en el
grupo que recibió el tratamiento psicológico –del 77%– que la del grupo de psicópatas que no recibió
tratamiento –del 55%–. ¿Inquietante, verdad?
Pero, ¿cómo es posible que la terapia pueda empeorar a alguien? Una respuesta plausible descansa
sobre la premisa de que la terapia en grupo y los programas orientados hacia una mejor comprensión de
las cosas y de las personas –programas de habilidades sociales, educación en valores, pensamiento
prosocial, etc.– paradójicamente ayudan a los psicópatas a desarrollar mejor y más eficaces formas y
técnicas de manipular, engañar y usar a la gente, pero poco hacen para ayudarlos a entenderse a ellos
mismos (HARE, 1993). Esto, entre otras lecturas, viene a significar la gran capacidad de integración y
camuflaje de la que son capaces los psicópatas con tal de obtener beneficios penitenciarios: si bien los
psicópatas no aprenden de la experiencia y, por ello, el castigo les sabe más bien a poco, de lo que desde
luego sí que aprenden es de todo aquello que les reporte algún beneficio inmediato.
De forma resumida, este grupo de expertos coordinado por el doctor HARE propuso que las técnicas
de prevención-reincidencia con elementos de los mejores programas correccionales cognitivo-
conductuales disponibles. El programa en diseño estimó no centrarse tanto en el desarrollo de la empatía
y la conciencia, así como prestar menos atención a los cambios o modificaciones en la personalidad; la
idea central consistiría, mucho mejor y más práctica, en convencer a los participantes de que sólo ellos
son los responsables de su comportamiento y de que pueden aprender formas más prosociales de utilizar
sus fuerzas y habilidades para satisfacer sus necesidades y carencias. Ello implicaría el control estricto y
la supervisión, ambos en la institución y después de la libertad condicional en la comunidad, así como
también las comparaciones entre grupos cuidadosamente seleccionados de delincuentes tratados en
programas correccionales estándar. El diseño experimental permitiría la evaluación empírica de su
tratamiento y de los módulos de intervención –lo que funciona y lo que no funciona para determinados
individuos–. Esto es, algunos módulos o componentes del programa base podrían ser efectivos con
psicópatas pero no con otros delincuentes, y viceversa.
Uno de los aspectos que detectaron este grupo de expertos, a nivel general, fue que los programas
correccionales –aplicados en prisiones– están constantemente en peligro a causa de las cambiantes
prioridades institucionales, las preocupaciones de la comunidad y las presiones políticas. Para prevenir
que esto ocurriera, lo que hizo el grupo de expertos fue proponer medidas preventivas rigurosas para
mantener la integridad del programa. Huelga decir que las instituciones políticas y penitenciarias no
parecen estar por la labor de cerrar este tipo de compromiso tan serio, de ahí que, al final, el doctor HARE
(1996a) concluyera: «creo que la propuesta permanece descansando sobre algún estante en alguna
parte de Ottawa».
Actualmente, existe un
programa piloto de
tratamiento que lleva
aplicándose desde 2005 por
los doctores STEPHEN C. P.
WONG y ROBERT D. HARE; por
el momento, no se han
publicado resultados al
respecto. Pero justo es
reconocerlo: no han sido
muchos –en España,
ninguno– los programas de
tratamiento aplicados con
psicópatas y, como
consecuencia de ello, es
menor el número de estudios
evaluativos publicados
(REDONDO y SÁNCHEZ-MECA,
2003). Posiblemente, una de
las razones sea la creencia
general de los terapeutas y
los investigadores de que la
psicopatía –adulta y juvenil– es muy resistente al cambio (REDONDO, 2008). Los delincuentes con
perfiles psicopáticos constituyen un reto muy importante para el sistema de justicia penal, y para
la aplicación de tratamientos en particular, dada la complejidad y dureza de los elementos
cognitivos y emocionales que impregnan su conducta delictiva.
La propuesta para el futuro sería que, debido a la especial dureza emocional-cognitiva que presentan los
psicópatas, los tratamientos con ellos no deberían, desde luego, limitarse a mejorar mecánicamente sus habilidades
de interacción con otras personas, sino que tendrían que priorizar, precisamente, los aspectos de dureza emocional
y falta de empatía en que presentan mayor necesidad. Es decir, se trataría no de refinar las habilidades sociales de
los psicópatas, con el riesgo de que puedan utilizarlas para manipular a otras personas, sino de enseñar a los
psicópatas, en la medida de lo posible, a ser «menos psicópatas» y más empáticos con el sufrimiento y las
necesidades de otras personas (REDONDO, 2008, p. 274).
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 104 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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Pues no, lo cierto es que no. No parece que el caso esté cerrado ni lo vaya a estar durante
mucho tiempo: «casi todo el mundo suele opinar que ciertos crímenes brutales, especialmente la
tortura y el asesinato, son cosa de dementes, como ilustra la frase “se tiene que estar loco para
hacer eso”. Quizá sea cierto desde cierto punto de vista, pero no desde el enfoque psiquiátrico o
legal» (HARE, 1993, p. 22).
El diagnóstico o etiqueta de “psicópata” parece haber surgido cuando ciertos individuos con
conductas anormales o antisociales no encajaban en las categorías o clasificaciones convencionales
de neurosis y psicosis. En buena parte, actualmente el término resulta tan insatisfactorio por
haberse originado en esta forma negativa.
Los psicóticos, por otro lado, atraen habitualmente la atención del especialista a través de las
quejas de terceros. Generalmente, el esquizofrénico –un tipo de psicosis– guarda “para sí” su
sistema mental. Sólo cuando demuestra un comportamiento anormal hacia otras personas se inicia
una investigación de su experiencia subjetiva; puede resultar muy difícil persuadirlo de que revele
sus sentimientos, ya que suele creer que son los otros quienes se equivocan. El paciente maníaco,
típicamente, se siente inusitadamente bien; aunque puede estar causando el caos entre quienes le
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 105 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
rodean, tiende a ignorar que algo anda mal en su persona: es lo que los psicólogos denominamos
ausencia de conciencia de enfermedad. Los psicóticos depresivos están genuinamente convencidos
de que son casos desesperados en los cuales nada puede hacerse; o atribuyen su estado a una
enfermedad física incurable. No son ellos quienes se brindan al tratamiento: sus parientes, por lo
común, les instigan a iniciar y proseguir la cura.
Aunque las excepciones son numerosas, podemos decir que los psicóticos muestran un
comportamiento perturbado sin percibir el estado anormal en que se encuentra su mente; los
neuróticos, por su parte, muestran escasas perturbaciones externas, pero en cambio una
considerable conciencia de su anormalidad. En los psicóticos, el examen clínico revela fácilmente
la existencia de una anormalidad mental que justifica su conducta inusual. En los neuróticos, este
mismo examen sólo revela la existencia de controles, desplazamientos y defensas que inhiben la
conducta; el neurótico expresa menos sus deseos, instintos e impulsos que la persona normal,
precisamente porque son conscientes de su patología mental y de lo indecoroso o vergonzoso de,
por ejemplo, muchos de sus deseos.
Los individuos a los que se rotula de psicópatas no encajan en ninguna de estas dos
categorías psiquiátricas generales. Al igual que los psicóticos, muestran un comportamiento
perturbado o antisocial; son sus amigos, sus familiares o víctimas quienes se duelen de la
situación, nunca ellos mismos. Sin embargo, un examen de su estado mental no revela,
necesariamente, la existencia de creencias ilusorias –por ejemplo, delirios, alucinaciones auditivas
y visuales, etc.– que justifiquen su comportamiento. Contrariamente a los neuróticos, los
psicópatas muestran escasas inhibiciones con respecto a sus impulsos; el examen no descubre la
existencia de defensas o controles, sino precisamente su ausencia. En otras palabras: los
psicópatas no son “locos” ni neuróticos en el sentido ordinario de estas palabras; no obstante, su
estado mental es claramente anormal, por cuanto no se conforman con las reglas/principios que
sustentamos la mayoría de las personas.
La investigación sobre la
cognición y la emoción de los
psicópatas es particular interesante
por sus implicaciones en materia de
responsabilidad criminal (BLAIR,
MITCHELL y BLAIR, 2005).
1995; LARBIG ET AL., 1992; PATRICK, 1994, 2006; WILLIAMSON ET AL., 1991).
Pero, ¿por qué estos problemas cognitivos y lingüísticos, por lo general, pasan desapercibidos?
En primer lugar, los psicópatas usan sus propios atributos para dar una buena imagen. El contacto
visual intenso, el molesto lenguaje corporal, el encanto y un conocimiento de las vulnerabilidades
del oyente son todo parte del armamento del psicópata para dominar, controlar y manipular a los
demás. Prestamos menos atención a lo que ellos dicen que al cómo lo dicen —el estilo por encima
de la esencia–. Debido a que es tan fácil ser absorbido por los psicópatas, el grupo de investigación
de HARE acostumbra filmar todas sus entrevistas para análisis posteriores y más objetivos, y nos
recomiendan que hagamos lo mismo.
La relevancia de esto para el sistema de justicia criminal es que muy poco de lo que se basa
solamente en apreciaciones o valoraciones lógicas de las situaciones y de sus ramificaciones
potenciales para nosotros y para los demás. En la mayoría de los casos, nuestras cogniciones y
nuestros comportamientos están densamente cargados de elementos emocionales. Como decía el
propio ANTONIO DAMASIO, «la emoción es integral para el proceso de razonamiento» (DAMASIO, 1994,
p. 144). Yo añadiría la idea de que es también una parte esencial de la “conciencia”. Sin embargo,
es este mismo elemento el que le falta o está seriamente deteriorado en los psicópatas; su
conciencia está sólo medio formada, consistente meramente en un conocimiento intelectual de las
reglas del juego –de las normas sociales–. La intensidad motivacional, el encaminamiento y los
efectos inhibidores de la emoción juegan un papel insignificante en sus vidas, probablemente no
tanto por lo que eligen como por lo que son. En efecto, su manual/libro de reglas internalizadas es
tenue, versiones abreviadas de aquellos que controlan la conducta de otros individuos.
problema difícil de aceptar por el sistema judicial. Si la psicopatía fuera utilizada como una
defensa/atenuante en un acto criminal –como sucede actualmente con la “locura” o trastorno
mental transitorio–, entonces la cara secundaria de la moneda radicaría en que esta anomalía –que
no trastorno– de la personalidad actualmente no sería tratable –curable–, por lo que cualquier
cometido civil probablemente sería inalterable.
En su clásico libro The Mask of Sanity, publicado originariamente en 1941, y partiendo de sus
propias experiencias con pacientes clínicos, nos ofreció un perfil sólido de la psicopatía,
determinando los rasgos que consideraba más significativos de esta anomalía de la personalidad, y
confirmando que los psicópatas “normales” se caracterizan especialmente por una ausencia de
nerviosismo y/o de manifestaciones neuróticas y psicóticas, por un encanto superficial y por una
espasmosamente fácil habilidad para racionalizar sus pensamientos. En 1959, este autor consideró
el término psicópata para designar un síndrome o desorden de personalidad específico; y, en 1964,
ya catalogó y describió los principales síntomas y características que surgieron de sus
investigaciones clínicas, llegando a listar, en 1976, aquellos 16 rasgos psicopáticos.
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 110 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
Psiquiatria.com / EduSalud (Campus Virtual) José Manuel Pozueco Romero
Como podemos comprobar a lo largo de la historia de este polémico concepto, hemos visto
que el psicópata y/o la psicopatía han estado siendo frecuentemente asociados con la conducta
delictiva y antisocial. Sin embargo, ya hemos visto que las investigaciones más recientes nos
hablan de lo que, sin duda, podríamos denominar la otra cara de la moneda, es decir, la de los
psicópatas “normales” de los que hablaba el mismo CLECKLEY o, lo que es lo mismo, la de los
psicópatas integrados o psicópatas no criminales.
Es evidente que cuesta creer en la existencia de psicópatas que no sean criminales sino gente
muy “normal” y plenamente integrada en nuestra sociedad. Sin embargo, como venimos diciendo,
esta dificultad en la comprensión de la existencia de personas así quizás esté motivada por ese
estereotipo mediático que sobre el psicópata se ha creado a través de las películas proyectadas en
la gran pantalla. Qué duda cabe que la realidad también es otra y que, como dice el escritor JAVIER
SÁBADA, Catedrático de Ética y Filosofía de la Religión en la Universidad Autónoma de Madrid, «La
verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso». Y sobre el psicópata, sobre su imagen
social, se ha creado una media verdad y un falso mito que, y quizás hoy más que nunca, se hace
preciso desmantelar.
A lo largo del extenso tema anterior y parte de éste hemos desgranado ampliamente una de
las caras de la moneda: el psicópata criminal. Sin embargo, la otra cara de la moneda también
existe: el psicópata integrado. Entiendo que resulta complicado e inquietante tratar de hacerse a
la idea de que también convivimos con psicópatas que no delinquen: se hace muy incómodo tener
que asumir que nuestro hermano pudiera ser un psicópata, o nuestros padres, o nuestros hijos, o
nuestros vecinos, etc. Dice una máxima árabe que «La verdad que daña es mejor que la mentira
que alegra»; en este sentido, quizá pueda resultar una postura de contento generalizado el no
querer aceptar una realidad tan inquietante como la que las investigaciones nos vienen advirtiendo
durante las últimas cuatro décadas. Sin embargo, ésta no es más que una mentira, un auto-
engaño que se hace preciso poner en tela de juicio. Es preocupante el dato de que los psicópatas
criminales, como hemos visto, no tienen “cura” hasta la fecha de hoy, y dañaría saber que a un ser
querido nuestro o a un amigo a quien apreciamos se le diagnosticara una psicopatía y que,
además, se le asociara un mal pronóstico por el hecho de que los tratamientos convencionales
aplicados con psicópatas delincuentes no funcionan: como dice mi amigo JAVIER URRA PORTILLO, «La
verdad cruda escuece, pero poda circunloquios». Aunque por las peculiares características de
personalidad, emociones y conductas de la psicopatía se hace impensable una posible modificación
de esta anomalía de la personalidad –ni siquiera con el paso de la edad en su totalidad–, tampoco
se ha probado científicamente que los psicópatas integrados no tengan remedio.
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 111 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
Sea como fuere, este tipo de personas, los psicópatas integrados, existen y viven entre y
con nosotros. No tienen nombre propio, ni vienen de una cultura concreta, ni proceden
necesariamente de hogares desestructurados, ni tampoco salen mayoritariamente de entornos
marginales, ni son mayormente gente con bajos ingresos económicos y bajo estatus social. En este
sentido, coincido plenamente con las tesis de mi antiguo profesor de Criminología, VICENTE GARRIDO,
cuando matiza y ejemplifica lo siguiente en su libro Cara a Cara con el Psicópata:
PSICÓPATAS
Integrados: Delincuentes o
a) No delincuentes criminales reconocidos:
b) Delincuentes ocultos Subculturales (provienen de la
c) Jefes de Estado o persona subcultura del crimen) o ex-
con autoridad integrados (sin antecedentes
previos)
FUENTE: Elaboración propia a partir de: GARRIDO GENOVÉS, V. J. (2004, p. 30). Cara a cara con el psicópata. Barcelona: Ariel.
Esto que asevera el doctor GARRIDO no es ninguna narración de novela: es una realidad muy
inquietante, pero realidad al fin y al cabo. Por si fuera poco, como veremos en el siguiente
subapartado, las estimaciones estadísticas actuales de que disponemos al respecto no permiten
que nuestro sosiego pueda permanecer inalterado. Como veremos a continuación, unos 900.000
psicópatas pululan por las calles de nuestro país, entre nosotros (GARRIDO, 2000); y unos 2
millones hacen lo propio en los Estados Unidos de América, donde sólo en Nueva York podrían
estar viviendo unos 100.000 (HARE, 1993).
Los psicópatas presentan un sello caracterizado por una impresionante falta de conciencia; su
juego es la autogratificación a expensas de las demás personas. Muchos pasan algún tiempo en la
cárcel, pero muchos otros no. Todos toman más de lo que dan. Para hacerse una idea de la
magnitud del problema que tenemos delante, consideremos el dato de que en Estados Unidos hay
al menos 2 millones de psicópatas; en Nueva York viven, por lo menos, 100.000. Y estas
estimaciones son más bien optimistas (HARE, 1993).
• Revisando una serie de estudios sobre los índices de reincidencia, el doctor HARE (1993, p.
96) señala que:
- la tasa de reincidencia de los psicópatas es el doble que la de los demás delincuentes;
- la tasa de reincidencia violenta de los psicópatas es el triple que la de los demás
delincuentes.
Si el crimen es la descripción del puesto de trabajo, el psicópata es el candidato perfecto (HARE, 2003a, p. 113).
Como el gran tiburón blanco, [el psicópata] se trata de una máquina de matar y fácilmente cae en el papel del
criminal. Su capacidad para aprovechar cualquier situación que aparezca, combinada con su falta de control externo
que conocemos como conciencia, da lugar a una fórmula para el crimen (HARE, 1993, p. 87).
Para disipar esas dudas sólo necesita considerar los más espectaculares ejemplos de psicopatía que vemos en
nuestra sociedad actual. Docenas de libros, películas y programas de televisión y cientos de artículos y titulares de
periódicos nos cuentan la siguiente historia: los psicópatas están en un gran porcentaje entre los perfiles que
describen los medios de comunicación –asesinos en serie, violadores, ladrones, timadores, maltratadores,
criminales de cuello blanco, tiburones de la Bolsa, abogados perniciosos, barones de la droga, jugadores
profesionales, miembros del crimen organizado, médicos a los que han retirado sus licencias, terroristas, líderes
espirituales, mercenarios y hombres de negocios sin escrúpulos–.
Lea el periódico bajo este enfoque y las claves del problema prácticamente le saltarán a los ojos. Más
espectaculares son los asesinos a sangre fría que repelen y fascinan al mismo tiempo (HARE, 1993, pp. 2-3).
Los homicidas y los asesinos en serie, junto a los terribles crímenes que cometen, atrapan, sin
duda, nuestra atención. Afortunadamente, éstos representan los casos más extremos de la
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 116 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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LA DETECCIÓN DE LOS
4. PSICÓPATAS: ¿CÓMO
IDENTIFICARLOS?
Por supuesto que el psicoanálisis puede ser válido y provechoso para concretas problemáticas
psicológicas, pero no lo es para el caso de la psicopatía. Los orígenes de la psicopatía, por lo
demás, permanecen aún ciertos (HARE, 1993), y es harto improbable que un mero sondeo al
subconsciente –o llámese como se prefiera– vaya a dar con la clave de todas las claves, porque
resulta que conocemos muy bien las concretas características psicopáticas y, sin embargo, sobre su
etiología y tratamiento no sabemos nada de nada: lo encontrado hasta la fecha actual siguen
siendo hipótesis de trabajo sobre las cuales hay que seguir indagando, pero en ningún caso son
explicaciones causa-efecto (POZUECO, 2011d).
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 118 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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La evaluación de los
psicópatas criminales parece más
sencilla que la de sus contrapartes
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 119 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
Según HARE (1993, p. 33), el PCL-R nos permite identificar a los psicópatas con muy bajo
riesgo de equivocarnos y distinguirlos de la delincuencia a secas y/o de la delincuencia
común/habitual –por ejemplo, del Trastorno Antisocial de la Personalidad– o de meras desviaciones
sociales. Varios de los derivados de esta herramienta diagnóstica también nos proporcionan, como
veremos más adelante y en otros temas, un retrato detallado de la personalidad de los psicópatas
que están a nuestro alrededor –no sólo de los encarcelados–.
Sin embargo, no todo el mundo puede diagnosticar psicopatía. Como señala HARE (1993,
p. 32), el PCL es una herramienta clínica compleja para el uso profesional, que está a la
venta sólo para profesionales cualificados –preferentemente doctores e investigadores–; se trata
de una herramienta de trabajo de corte clínico que necesita de un adiestramiento académico previo
para su empleo y administración.
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 120 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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Los puntos –puntuación– del Psychopathy Checklist deben responderse combinando los
resultados de una entrevista –incluida en el “pack” o “kit” del PCL-R–, la anamnesis del sujeto y los
datos de archivos oficiales –policiales, penitenciarios, psiquiátricos, médicos, etc.– de que se
dispongan. Sin embargo, algunos investigadores han obtenido evaluaciones óptimas usando
solamente información de archivo de buena calidad –por ejemplo: HARRIS, RICE y CORMIER (1991)–.
Aunque el PCL-R contiene una entrevista semiestructurada propia, la LCSF –Lifestyle Criminality
Scrennig Form (Versión Reducida del Estilo de Vida Criminal)–, de GLENN D. WALTERS (1990, 1993),
también puede ser útil, ya que se trata de una entrevista con la cual podemos extraer información
muy puntual y valiosa.
Por supuesto, los psicópatas no son los únicos que llevan vidas socialmente reprobables. Por
ejemplo, muchos delincuentes tienen algunas de las características descritas en el TEMA 1, pero
no se les considera psicópatas porque son capaces de sentir culpa, remordimientos, empatía y
emociones profundas. El diagnóstico de psicopatía se lleva a cabo sólo cuando hay una evidencia
sólida de que un individuo tiene el perfil completo de psicópata, esto es, cuando presenta la
mayoría de los síntomas descritos en el PCL-R.
Hace ya casi 20 años, un ex-presidiario le dio su opinión al doctor HARE sobre el Psychopathy
Checklist:
¡No le pareció gran cosa! El hombre era de mediana edad y se había pasado la mayor parte de su vida adulta en
la cárcel, donde le habían diagnosticado una psicopatía. He aquí algunos de sus comentarios:
Es interesante destacar que no tenía nada que decir acerca de la falta de remordimientos o culpa (HARE, 1993,
pp. 69-70).
En un artículo del archiconocido periódico norteamericano The New York Times –el 7 de julio
de 1987–, el no menos conocido DANIEL GOLEMAN escribió lo siguiente: «Los datos sugieren que, en
general, de un 2% a un 3 % de la gente son psicópatas –el doble en la población de familias
fragmentadas de las ciudades del interior–» (citado en HARE, 2003a, p. 98). Sin embargo, esta
afirmación, y otras que proclaman un aumento de la psicopatía en nuestra sociedad, confunden
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 121 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
Esta forma de proceder ha recibido numerosas críticas (HARE, 1985, 1991). Entre ellas, cabe
destacar las siguientes:
• Las medidas de autoinforme requieren la colaboración del sujeto y, por lo tanto, son muy
susceptibles a sesgos de respuesta como el fingimiento (HARE ET AL., 1989).
• Presentan correlaciones muy pobres entre ellas, y también con los diagnósticos clínicos
del síndrome, probablemente porque no comparten el mismo concepto sobre la psicopatía
(DAVIES y FELDMAN, 1981).
• No apresan adecuadamente las características afectivas definitorias de la psicopatía,
aunque sí su componente de desviación social, por lo cual difícilmente pueden predecir el
rendimiento en tareas que evalúen los déficits emocionales tan característicos de la
psicopatía (LILIENFELD, 1998).
Esta afirmación no hace más que reflejar la extraordinaria difusión de la escala en Estados
Unidos y Canadá, donde el diagnóstico de psicopatía del PCL-R ha ido incorporándose
progresivamente y con éxito al asesoramiento en cuestiones relativas a la Psicología Legal y al
sistema judicial y penitenciario. Aunque, en nuestro país, el uso del PCL-R todavía no ha
trascendido a vertientes tan aplicadas, el proceso de adaptación/validación del mismo por parte de
los grupos de investigación españoles –en Castellón y Barcelona– permite afirmar que también es
una medida fiable y válida del constructo de psicopatía en la población penitenciaria española
masculina (MOLTÓ, CARMONA, POY, ÁVILA y TORRUBIA, 1996; MOLTÓ ET AL., 2000).
El PCL-R es una escala de evaluación clínica diseñada con el objeto de apresar el constructo de
psicopatía en poblaciones penitenciarias masculinas (HARE, 1991) y también, más recientemente,
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 123 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
OTRAS CARCATERÍSTICAS
• Sistema de puntuación:
Se puntúa cada factor sumando las puntuaciones de los ítems que se enmarcan en los mismos
mediante una escala ordinal de 3 puntos (0, 1 ó 2).
Los ítems se puntúan del 0 al 2 en esta forma:
La puntuación total oscila en un rango de 0 a 40, donde una puntuación igual o superior a 30
es apta para calificar al sujeto de psicópata; las puntuaciones medias podrían indicar graves
trastornos psicopatológicos y/o psiquiátricos (por ejemplo, esquizofrenia paranoide).
FUENTE: Elaboración propia a partir de: HARE, R. D. (2003b). The Hare Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R): 2nd Edition.
Toronto, Ontario (Canada): Multi-Health Systems.
Finalmente, la suma de las evaluaciones individuales de los ítems proporciona una puntuación
total relativamente dimensional en el PCL-R entre 0 y 40, indicativa del número de rasgos y
conductas psicopáticas mostradas por un determinado sujeto (HARE y HART, 1993), y representativa
del grado en que éste se aproxima al psicópata prototípico descrito por CLECKLEY (1941, 1976). A
pesar de que las evaluaciones dimensionales poseen propiedades psicométricas superiores a los
diagnósticos categóricos, y no exigen suponer necesariamente la existencia de un constructo
subyacente continuo (HARE, 1991), en algunas ocasiones se vuelve imprescindible la clasificación
de los sujetos en función de su grado de psicopatía. A efectos de investigación, HARE (1991)
aconseja una puntuación mínima de 30 en el PCL-R para diagnosticar a los sujetos de psicópatas,
aunque reconoce que son necesarios más estudios con objeto de establecer fiablemente los
puntos de corte adecuados.
En este sentido, y como ya hemos visto, CLECKLEY (1976), entre otros autores, estimaba que la
conducta antisocial y/o criminal de cualquier sujeto no es un criterio suficiente para
diagnosticar psicopatía, pues ello implicaría algo así como asimilar, sin más, que todos los
delincuentes son psicópatas, dato que es totalmente incierto, ya que ni todos los delincuentes
son psicópatas ni todos los psicópatas son delincuentes (RAINE y SANMARTÍN, 2000).
Recientemente, entre otros muchos estudios de investigación, se ha hallado que la conducta
criminal y/o antisocial no es un componente central de la psicopatía (SKEEM y COOKE, 2010).
Como también hemos visto, la amplia y copiosa investigación científica sobre la gradación de
la psicopatía nos permite advertir otra cuestión que pudiera parecer sensacionalista pero que,
una vez más, no es más que el fiel reflejo de dichos estudios de investigación. Nos estamos
refiriendo a la cuestión siguiente: ¿ser más o menos psicópata? Con la siguiente controversia y
debate finalizamos este subapartado, no sin antes poner de relieve unas palabras a modo de
sugerencia que nos da el doctor HARE en su libro Sin Conciencia y que tienen que ver con la forma
en que tanto legos como conocedores de la materia emplean el término de psicópata –las negritas
y cursivas también son suyas–:
El Psychopathy Checklist es una herramienta clínica compleja para el uso profesional. Lo que sigue es un
resumen general de los rasgos y conductas claves de los psicópatas. No use estos síntomas para
diagnosticarse a sí mismo o a los demás. El diagnóstico requiere una formación específica y el acceso al
manual de evaluación oficial. Si sospecha que algún conocido suyo tiene el perfil descrito aquí y en el próximo
capítulo, es importante que busque y obtenga la opinión de un experto, un psicólogo o un psiquiatra forenses
debidamente colegiados.
Por otro lado, tenga en cuenta que personas que no son psicópatas pueden tener algunos síntomas que
describimos aquí. Muchas personas son impulsivas, o encantadoras superficiales, o frías e insensibles, o
antisociales, pero eso no significa que sean psicópatas. La psicopatía es un síndrome –un conjunto de síntomas
relacionados– (HARE, 1993, p. 34).
A pesar de estas sugerencias, hay personas que, libremente a su propio juicio, parecen ver
psicópatas por todas partes (POZUECO ROMERO, 2010b). Por decirlo de manera que nos entendamos
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 127 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
todos, la psicopatía no puede valorarse como si estuviéramos haciendo una quiniela (“Este rasgo si
lo tiene X”, “Este rasgo yo no lo tengo”, “Mi padre tiene tres rasgos, segurísimo”, etc.), puesto que
los rasgos aislados de la psicopatía no son indicativos de la misma sensu stricto. Se han
elaborado concretos instrumentos de evaluación altamente válidos y fiables de la psicopatía para
utilizar en función del contexto de análisis o población sobre la que pretendamos realizar nuestros
estudios, de modo que los diagnósticos a distancia y/o las valoraciones “a ojo de buen
cubero” no tienen ningún respaldo empírico y sí todo el apoyo sensacionalista derivado tanto de la
sociedad y de los medios de comunicación como de la postura personal que cada cual puede
adoptar cuando sólo conoce esta temática de refilón o de oídas. Como decíamos antes, pasemos a
ahondar un poco más en esta absurda polémica a través de la siguiente controversia y debate.
CONTROVERSIA Y DEBATE 3.
Ser más o menos psicópata: ¿Soy un/a psicópata por tener algunos rasgos
aislados de la psicopatía?
Esta controversia que pone a debate la posibilidad de ser más o menos psicópata surge como
consecuencia de la perspectiva dimensional, que conceptualiza la psicopatía como un continuo, es decir,
como una dimensión en la que en un polo extremo tendríamos “nada psicópata” y en el otro polo
extremo tendríamos “psicópata puro” (HARE, 1993). La cuestión es relativamente fácil de entender si
tenemos en cuenta que el PCL-R, que es el instrumento de evaluación de la psicopatía criminal, cuenta
con un sistema de puntuación que oscila de 0 a 40, habiéndose establecido el punto de corte en 30
puntos, a partir del cual ya podemos establecer un diagnóstico de psicopatía.
Sin embargo, como decíamos, la situación es relativamente sencilla de entender. Uno de los
problemas principales de la perspectiva dimensional es que, tal vez, no haya tenido en cuenta que en las
mismas instrucciones de uso del PCL-R se expone claramente que puntuaciones totales que sean iguales
o inferiores a 29 podrían estar encubriendo serios trastornos psicopatológicos –por ejemplo, esquizofrenia
paranoide– que nada tienen que ver con la psicopatía (HARE, 2003b). En este sentido, entonces, si
contempláramos la posibilidad de enfocar la psicopatía como una dimensión o continuo, ¿tendríamos que
hacerlo siempre en base a una puntuación total PCL-R igual o superior a 30, pero nunca inferior a ésta?
Esta es una cuestión difícil de responder si sólo pudiéramos evaluar la psicopatía mediante el PCL-R, lo
cual no es así porque actualmente contamos con varios instrumentos de evaluación de la psicopatía
subclínica.
Toda esta controversia o polémica ha venido a agriarse aún más por el moderno planteamiento de los
denominados psicópatas integrados, es decir, sujetos que, sin llegar a ser técnicamente delincuentes,
comparten la misma estructura de personalidad y emociones que los psicópatas criminales (HARE, 1993).
Si bien no podemos pasar por alto esta realidad social que ya puso de manifiesto el mismo CLECKLEY en
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 128 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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su obra La Máscara de la Cordura, es evidente que se hace necesaria mucha más investigación empírica
para corroborar no la existencia en sí misma de los psicópatas integrados, sino los perfiles exactos de
este tipo de individuos a través de los cuales deberíamos estar alerta ante posible eventualidades de la
vida cotidiana, eventualidades que podrían llegar a desembocar incluso en consecuencias graves, habida
cuenta de la imprevisibilidad de la conducta e intenciones de los psicópatas.
Un listado de características
psicopáticas con frecuencia
evoca la preocupación o un
destello de comprensión
superficial. “Dios mío, Juan es
impulsivo e irresponsable. Tal
vez es un psicópata”, o “Soy un
buscador de riesgos y duermo
de manera excesiva. ¡Mierda,
soy un psicópata!”. Quizá sí,
pero sólo si muchas más de las
características relevantes están
presentes.
De manera similar, el
número y la gravedad
(densidad) de las características
psicopáticas pueden oscilar
desde cercano a cero, quizá se
deslice hacia la santidad, a
PSICÓPATAS INTEGRADOS: 129 TEMA 2
La TRIOPE en las Diversas Relaciones y Contextos Psicópatas Integrados y Psicópatas Criminales
anormalmente alto, el gran problema va en aumento. Nos referimos a aquellos en el extremo superior
como psicópatas; tienen una dosis extremadamente fuerte de las características interpersonales,
afectivas, estilo de vida y rasgos antisociales que definen la psicopatía (ver páginas 26-27).
La mayoría de las personas se sitúan entre estos extremos, pero principalmente hacia el extremo
inferior. Los que están en el rango medio tienen un número significativo de características psicopáticas,
pero no son psicópatas en el sentido estricto del término. Su comportamiento dependerá de la
combinación particular de las características que tengan. Ciertamente, muchos no serán ciudadanos
modelos o personas muy agradables, pero otros pueden ser descritos de diversas maneras como difíciles
de manejar, amantes de la juerga, innobles, agresivamente ambiciosos, tremendamente pragmáticos, o
espinosos.
OTRAS CUESTIONES DE
INTERÉS SOBRE LOS
5. PSICÓPATAS INTEGRADOS
Y CRIMINALES
Hay un asunto relacionado que complica aún más las cosas. Los psicópatas, por lo general,
son juzgados legal y psiquiátricamente como cuerdos, sanos. Muchos clínicos e investigadores
INSTITUCIÓN-ORGANIZACIÓN: 130 AUTOR Y DOCENTE DEL CURSO:
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creen que la psicopatía es incompatible con el psicoticismo, aunque existe evidencia que apoya
esta hipótesis (HART y HARE, 1989). Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo con este punto
de vista. Algunos sostienen la hipótesis de que la psicopatía y la esquizofrenia forman parte de un
espectro común de trastornos. El mismo CLECKLEY (1976) consideraba que la psicopatía estaba más
cerca de la psicosis que de la normalidad; después de todo, él tituló a su libro La Máscara de la
Cordura por alguna razón.
Por otro lado, otra polémica que complica las cosas estriba en que también «algunos
psiquiatras forenses dicen que ocasionalmente tratan a un delincuente mentalmente enfermo que
es ambas cosas, un psicópata y un esquizofrénico» (HARE, 1993). En este sentido, un estudio de
RASMUSSEN y LEVANDER (1994) sugirió que la comorbilidad diagnóstica –dos diagnósticos que se
solapan– de este tipo no es extraña en las unidades psiquiátricas de máxima seguridad que
albergan pacientes severamente violentos o peligrosos. Evaluaron a 94 admisiones consecutivas de
tal unidad en Norway y encontraron que 22 pacientes reunían los criterios del PCL-R para la
psicopatía. De éstos, 12 –el 55%– también satisficieron los criterios DSM-IV para la esquizofrenia.
Sugirieron que en tales pacientes, la esquizofrenia puede superponerse a un síndrome subyacente
de psicopatía y que, inversamente, la psicopatía puede ser un factor de vulnerabilidad para la
esquizofrenia. «En todo caso, la combinación parecería ser particularmente peligrosa en el
supuesto de que el diagnóstico fuera válido» (HARE, 1993).
investigación son minúsculos comparados con los recursos humanos y la financiación dedicados a
la esquizofrenia, los trastornos afectivos e incluso el trastorno antisocial de la personalidad.
Debido a que los psicópatas con una historia de violencia suponen un escaso riesgo de libertad
condicional temprana, cada vez más serán retenidos en prisión hasta que cumplan íntegramente su
condena, mientras que muchos otros delincuentes serán excarcelados más pronto y con poco
riesgo para la sociedad. Sin embargo, a menos que estemos contentos simplemente con acumular
en prisión a delincuentes de alto riesgo, debemos desarrollar programas innovadores dirigidos a
hacer sus actitudes y sus comportamientos menos egoístas y más aceptables para la sociedad en
la cual la mayoría, a la larga, tiene que funcionar (HARE, 1996a). Y, en este sentido, hay una
cuestión que es inevitable formular: ¿podemos hacer algo más con los psicópatas o lo damos ya
todo por perdido viendo que “nada funciona”? En la siguiente realidad psicosocial abordamos
algunas ideas interesantes sobre esta espinosa cuestión.
LA REALIDAD PSICO-SOCIAL 5.
¿Qué más podemos hacer por los psicópatas; está todo perdido?: Nuestros
esfuerzos deben dirigirse, sobre todo, a la prevención primaria
Actualmente, los operadores del sistema de justicia juvenil navegan por la zozobra de la
desorientación y de la falta de medios (DEFENSOR DEL PUEBLO, 2002).
Pero la cuestión surge enseguida: ¿cómo pedir programas especiales para internos de alto
riesgo cuando vivimos una época donde la prioridad está en que las penas se cumplan sin que se
viole ningún derecho del preso –algo cada vez más difícil, debido a una masificación creciente–
pero sin que se crea en la función positiva de los programas de intervención?
Se nos dirá que “los psicópatas no tienen cura”, y ciertamente la investigación todavía no ha
demostrado que los programas sean eficaces. Pero hemos visto que la conclusión esencial es que
“no sabemos”, en vez de que “no tienen cura”. Además, todavía es más prematuro despachar a
los psicópatas con esa afirmación cuando se trata de ser aplicado en España, ya que aquí aún no
separamos a los internos según su grado de psicopatía, porque –como hemos señalado
anteriormente– en muchas ocasiones ni siquiera se explora esta posibilidad. No estoy
refiriéndome en este punto a asesinos seriales; pero es obvio que la predicción y concesión de
libertades condicionales y de terceros grados debería acudir de modo rutinario –entre otros
factores– al examen de la personalidad psicopática del sujeto evaluado. En resumen, la psicopatía
se constituye en la actualidad como una de las materias olvidadas del sistema de justicia español,
tanto en su detección y diagnóstico como en su tratamiento. Y ello es grave, porque su amenaza
se hace sentir periódicamente en nuestra sociedad (GARRIDO, 2003).
RESUMEN Y
6. CONCLUSIONES
Tras la publicación de su libro escrito para el público general (HARE, 1993), muchísima gente
llamaron o escribieron para preguntar por qué HARE le dedicaba tanto tiempo a los psicópatas
criminales y muy poco a los psicópatas con quienes diariamente vivimos y trabajamos y quienes,
de un modo u otro, se las ingenian para permanecer fuera de la cárcel. Muchos de estos
corresponsales parecían emocionalmente afectados por las situaciones perjudiciales y peligrosas de
las cuales aparentemente no había escapatoria (MELOY, 1992). Sus inquietudes plantean un
problema que urgentemente necesita estudiarse e investigarse: la prevalencia de la psicopatía en
la población general y su expresión en las formas que son personal, social o económicamente
perjudiciales, aunque no sean necesariamente ilegales o no acarren acusación o proceso penal.
Según HARE, estudiamos a los delincuentes encarcelados por dos razones: la proporción base de la
psicopatía es alta, y tenemos acceso a bastante información bien fundada para hacer valoraciones
fidedignas. Sin embargo, debemos encontrar formas de estudiar a los psicópatas en la comunidad
si es que de verdad estamos dispuestos a proporcionar algún alivio para sus víctimas.
Los pronósticos son siempre arriesgados, pero la próxima década, ciertamente, verá avances
espectaculares en nuestra comprensión de la psicopatía, en gran parte debido al incremento de las
colaboraciones transculturales e interdisciplinarias. Los estudios de familias y gemelos se
combinarán con investigaciones relativas al desarrollo para proporcionar los primeros datos sólidos
acerca de los papeles interactivos de la herencia y el ambiente. Los protocolos de neuroimagen y
neurofisiológicos conducirán a nuevas perspectivas en la estructura y en el funcionamiento del
cerebro, y tal vez dispongan el escenario para los programas efectivos de intervención. Por último,
habrá una continuidad de la tendencia reciente hacia la integración de la investigación pura y de la
aplicación práctica, por ejemplo, la vinculación conceptual entre la evidencia neurofisiológica de los
procesos afectivos anormales en los psicópatas y su inclinación hacia el comportamiento cruel o a
sangre fría.
Mientras tanto, lo que más sorprende en los psicópatas es que actúan como si
estuvieran totalmente aislados de la sociedad que les rodea: sin duda alguna, su
despego emocional es muy perturbador porque «pone en cuestión los fundamentos de
la sociedad humana» (SALTARIS, 2000, p. 743).
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Las teorías etiológicas más habituales sobre la psicopatía señalan que esa carencia
emocional se origina en la infancia, y progresivamente va acrecentándose con el paso del
tiempo. Sin embargo, durante decenios los investigadores no han empleado un modelo
de estudio basado en el desarrollo, algo que empieza a corregirse en la actualidad,
aunque todavía con grandes dificultades metodológicas. Son dignos de destacar los
actuales modelos que implican al temperamento y al apego como los precursores del
despego emocional típico de los psicópatas, acerca de los cuales empezamos ahora a
tener trabajos empíricos que los avalan. Sin embargo, los datos más sólidos proceden de
los psicópatas adultos, condenados por delitos graves. Los diseños experimentales y de
auto-informe empleados con ellos señalan una insensibilidad para los asuntos
emocionales y afectivos que parece conectada a su capacidad disminuida de responder a
las contingencias sociales, y también conectada a su falta de preocupación por el
bienestar de los demás.
En el plano del tratamiento, como era de esperar, los programas que han buscado
cambiar el componente cognitivo de los psicópatas –como la toma de perspectiva y las
habilidades sociales– (PITHERS , 1999; PUTNINS, 1997) han fracasado. Quizás sea una buena
idea prestar más atención a los aspectos emocionales de la psicopatía, si bien otros
autores –por ejemplo, GARRIDO (2004)– discrepan a este respecto; y es que, ciertamente,
es harto difícil tratar de enseñarles emociones a las personas que nunca las han tenido ni
sentido (POZUECO ROMERO, 2010). En todo caso, no deberíamos dejar de lado la prevención
primaria, tomando en cuenta, entre otros aspectos, las 3 orientaciones generales de
intervención propuestas FRICK, BARRY y BODIN (2000) y que ya hemos citado en la realidad
psicosocial 5. En suma:
Todo parece indicar que no podemos lograr que los jóvenes psicópatas lleguen a ser “buenas
personas”, pero quizás estemos a tiempo de evitar que, de adultos, se conviertan en criminales
peligrosos (GARRIDO, 2005a, p. 98).