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Historia 3: La audiencia

Mi hermana Clara se había alejado. Hacía un año que no nos veíamos. “Si vas a volver con esa
bestia, no me llames más”, me dijo. Esa fue la última vez que la vi. El resto de la familia, que no
era mucha, tomó partido por ella.

Esa última vez, me había acompañado al dentista y me había pagado el arreglo del diente. Él
no había querido hacerme nada, pero justo me di vuelta y me dio acá (señalando la parte de
arriba). Clara se ofreció a pagarme porque hacía seis meses que siempre pasaba algo y nunca
había plata para eso. Me pusieron algo que me tapaba.

…Igual no era muy importante, tampoco me reía tanto, no había de qué.

“¡Bruja!”, me decía, “¿Quién te va a querer si no estás conmigo? ¡Ni para perro!”

¡Tenía toda la razón! Estaba horrible sin el diente…

La extraño a Clara. Pero ella no lo conoce bien y no quiere que estemos juntos. No sabe que
muchas veces soy yo la que lo provoca hasta que se enoja.

No estoy segura pero creo que desde ahí, desde ese día que me pusieron el diente, las cosas
se pusieron peor. Yo pensé que como ya no veía más a mi familia y no lo dejaba para perder
tiempo con ellos las cosas iban a ir mejor, pero empezaron a aparecer otros reclamos, más
reclamos. Nada le alcanzaba.

Una noche, vinieron sus compañeros de trabajo a comer. Juro (haciendo la señal de la cruz en
los labios) que trabajé: amasé unas pizzas, compré la cerveza que a él le gustaba, la casa estaba
ordenada. Todo había estado perfecto, hasta que le acerqué un cenicero para que tirara las
cenizas del cigarrillo ahí y no en el piso como lo estaba haciendo. No me dijo nada, me miró y
siguió tirando las cenizas al piso.

Cuando se fueron, comenzó a decirme que por qué lo desafiaba delante de sus amigos, que no
paraba de mirarlos, que tenía una puta de esposa, que si estaba caliente, iba saber lo que era
estar caliente. Después pasó lo que pasó.

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En los meses siguientes me quedé en lo de mi mamá que entre curación y curación no para-
ba con los reproches: que yo te dije, que vos no escuchás a nadie, que creés que te las sabés
todas.

Clara nunca vino a verme.

Tal vez fue por eso que cuando llegó la citación del juez para la audiencia de “probation”, no
sé, así dicen que la llaman, sentí… algo que… me da vergüenza admitir… pero sí, sí, sentí algo
de entusiasmo… miedo también, pero tal vez los recuerdos me estaban jugando una mala pa-
sada…no siempre había sido todo así…

Pensé que tal vez había estado exagerando…Es que me habían hecho demasiadas preguntas,
me habían confundido, yo no entendía qué era lo que pasaba: “¿Dónde más la quemó, seño-
ra?” “¿Había alguien presente?” ”¿Desde cuánto su marido es violento?” ”¿Tiene familiares o
amigos a quienes podamos llamar?”.

Dije lo que ellos querían que dijese. Solo quería que terminaran. Sí, sí, sí todo esto es por los
abogados. Ellos tienen la culpa, me hicieron decir cosas que no quería, ellos y toda esa gente
que no lo conoce, que no sabe. Pero por fin alguien estaba pensando en la familia. El juez era
una persona formada que sabía lo que estaba haciendo y por algo nos estaba reuniendo.

Estaba impaciente… mientras esperaba me acordé de tantas cosas, me pasaban los recuer-
dos…(primero mira a la distancia, luego la mirada, baja, hasta mirarse una quemadura en la
mano).

Me llamaron y me hicieron pasar a una sala. Uno de los de traje, que no sé bien quién era dijo:
“A ver cómo se puede arreglar esto”. Me dio vergüenza, como si me hubiese retado mi papá.
¡No entendía qué estaba pasando!

Esa persona me dijo que si aceptaba nos iba a ahorrar a todos lo incómodo y largo de un juicio,
que podíamos hacer esto gracias a que Omar no tenía antecedentes y que si yo quería llevarlo
a juicio podía –yo no quería llevarlo a juicio podía pasar que Omar tuviera que pasar tiempo
en la cárcel. –¿Cárcel? Nunca habíamos hablado de eso– o que podíamos arreglar y volver a la
normalidad. Me dijo que esto dependía de mi decisión…

Cuando empezó la audiencia, otra persona me explicó que Omar había dicho que iba a ir a un
taller sobre violencia en el Hospital Central, dijo que también me iba a pagar un dinero por un
año, ya no me acuerdo cuánto pero no era demasiado…

Él estaba ahí, al costado, sentado. Se había cortado el pelo y estaba afeitado. Tenía la camisa
que yo le había regalado para su último cumpleaños. Estaba más flaco y eso me preocupó.
Seguro llegaba de trabajar muy tarde y comía cualquier cosa o ni siquiera comía. Tenía también
cara de cansado y triste. Sí, sí, triste, pero cuando me miró nos entendimos como el primer día.

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Miré sus manos. Él también tenía el anillo todavía.

–Sí, acepto –dije sin sacar la mirada del anillo

Después, sólo me acuerdo tomando mates en la cocina, como hacíamos al principio…

¡Pero lo arruinaron, tuvieron que arruinarlo todo! Tocaron a la puerta. Traían una nota del
Juez. No pude escuchar bien, pero cuando Omar volvió ya no parecía la misma persona.

Me frotó la nota judicial en la cara…

–¿Cómo vamos a pagar ahora esto? Mirá, mirá lo que hiciste ¿Honorarios de qué? ¿Qué es lo
que tengo que pagar?

Después sólo me acuerdo de un calor intenso…tan intenso que se volvió insoportable.

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