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Las decisiones de Rocío - Parte 1.

Jueves, 18 de septiembre del 2014 - 10:30 PM - Rocío

—¡Siempre dices lo mismo! ¡Estoy harta de tus promesas!

Tras estas palabras, agarré mi abrigo, mi bolso y mi paraguas, y salí por la puerta.

Estaba a punto de llorar y muy enojada, no podía creer que me lo hubiera vuelto a
hacer, ¡había vuelto a romper su promesa! Pero ésta iba a ser la última vez, ya era
hora de que eligiera, o su trabajo o yo. Así que decidí que lo mejor era irme a
pasar unos días a casa de mi madre, sabía perfectamente lo mucho que le
molestaba eso, pero pensé que un buen escarmiento le vendría bien. Todavía
estaba a tiempo de llegar al último tren de las 10:45, tenía la estación a diez
minutos a pie, así que dándome un poco de prisa llegaría sin problemas, si ese
maldito ascensor se daba prisa en llegar.

Durante el camino iba dándole vueltas al tema, tenía millones de cosas en la


cabeza en ese momento, y por primera vez tuve dudas, ¿había hecho bien en irme
a vivir con Benjamín tan pronto? Después de todo no hacía ni dos años que
estábamos saliendo, y las cosas entre nosotros iban muy bien hasta que decidimos
dar ese paso.

—Toda la culpa la tiene el maldito trabajo ese, que lo tiene absorbido, no sólo se
pasa diez horas al día en la oficina, también tiene que trabajar cuando llega a
casa. ¡Nunca tiene tiempo para mí! —Iba murmurando mientras caminaba.

De pronto empezó a sonar mi teléfono, —Seguro que es él —pensé en ese


momento, pero ni me molesté en mirar la pantalla, no tenía ganas de hablar con
nadie.

Volvió a sonar tres veces más, pero lo volví a ignorar, sabía que si escuchaba una
explicación me iba a volver a engatusar con sus excusas, pero no, ya había sido
suficiente, no era la primera vez que pasaba, era hora de que dejara de salirse con
la suya.

Nunca estuve de acuerdo con que aceptara ese trabajo, si bien el sueldo que le
ofrecían alcanzaba para darnos una vida más que decente, no me parecía
suficiente como para compensar el tiempo que tendría que pasar en esa oficina.
Por eso más de una vez le dije que yo podía trabajar de lo que fuera y que no me
importaba tener una vida sin lujos, lo importante era que pudiéramos pasar
tiempo juntos. Pero Benja siempre fue muy terco, según él, no me propuso que
nos fuéramos a vivir juntos para que yo disminuyera mi nivel de vida, sino para
que lo aumentara, no entraba en sus planes que su novia tuviera que pasar
miserias, que si él tenía que dejarse el lomo trabajando por mi bien, así sería.

La verdad es que siempre fue muy tajante con el tema, así que con el tiempo dejé
de insistir, pero con el paso de los meses la situación empezó a volverse
insoportable para mí, si bien de alguna manera lograba llevarlo en silencio y
pacíficamente, no estaba nada conforme con la situación. Y ese día... ese día la
gota rebalsó el vaso.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work". Mi hermana Noelia me
había puesto esa horrible canción como tono de llamada en mi teléfono, y yo, que
siempre fui una negada para las nuevas tecnologías, nunca supe cómo cambiarla.
"You'll have me suicidal"... Seguía sonando el dichoso aparato, tenía ganas de
reventarlo contra el suelo, ya era la quinta vez que sonaba, pero esa fue la última,
por fin.

Hacía mucho que teníamos planeado irnos ese fin de semana a una posada con
aguas termales que habíamos descubierto a las afueras de la ciudad. No todos los
días le daban a Benjamín dos días libres seguidos, la ocasión era única. Estaba
muy entusiasmada, iba a ser la primera vez desde que nos fuéramos a vivir
juntos, hacía ya siete meses, que saldríamos en un viaje como este, tenía todo
preparado para el sábado, incluso había ido a un salón de belleza para estar linda
para la ocasión, pero...

—Ro... tenemos que hablar de lo del sábado.

Había salido tan decidida hacia la estación de tren y tan sumida en mis
pensamientos, que me olvidé de que estaba lloviendo a cántaros. Cuando me di
cuenta, frené en seco y saqué ese paraguas tan complicado de abrir que me había
regalado mi hermana.

—Vaya —dije mientras me refugiaba en un portal—, ¿quién habrá sido el genio que
inventó esto?

Después de sesenta largos segundos luchando contra él, por fin conseguí abrirlo,
entonces miré mi reloj y vi que tenía poco menos de cinco minutos para llegar a la
estación, así que decidí darme un poco más de prisa, pero sin exagerar
demasiado, ya que a mi derecha tenía las vías y podía verlas perfectamente, por lo
que me daría cuenta cuando el tren estuviera cerca, o al menos eso creía...

Estaba tan perdida en mis pensamientos, que no escuché a la máquina hasta que
la tuve a pocos metros detrás de mí. Ahora sí me había quedado sin tiempo,
inmediatamente empecé a correr como si la vida me fuera en ello, no quería
perder ese tren por nada del mundo, ésta era mi oportunidad de poner en su lugar
al idiota de Benja.

Entonces todo fue muy rápido, primero vi de reojo unas luces amarillas
aproximarse por mi izquierda, después escuché un coche frenando, y por último
sentí como mi cuerpo se sacudía, se levantaba en el aire y terminaba tirado en el
asfalto mojado.

—¡¡¡Rocío!!! ¡¡¡Rocío!!! —pude escuchar segundos antes de perder la consciencia.

Viernes, 26 de septiembre del 2014 - 7:45 PM - Rocío


—¡Hogar dulce hogar! ¡Vamos, alegría, alegría! ¡Alegría, vamos!

Repetía Noelia una y otra vez en intentos constantes de levantarme el ánimo.


Había regresado a casa después de ocho largos días internada, y mi querida
hermana no se apartaba de mi lado, al igual que en el hospital. No estaba del todo
bien, todavía me sentía débil, pero eran simples sensaciones, físicamente, salvo
detalles, me encontraba perfectamente. Tenía la pierna enyesada y todavía me
estaba recuperando del golpe en la cabeza, los médicos me habían dicho que con
mucho reposo y siguiendo algunas instrucciones, estaría recuperada en poco
tiempo.

—Sí, yujuu... — respondí algo desanimada, mientras me acomodaba en la silla de


ruedas que acababan de sacar del baúl del coche.

Realmente seguía sin tener ganas de hablar con nadie, quería estar sola, sentía
vergüenza por todo lo que había pasado. Le había ocasionado problemas a todos
los que me rodean por un pataleo propio de una niña malcriada, no quería pensar
en los motivos que tuve en ese momento, sabía que no había excusa que
justificara mi comportamiento.

—Vamos, tonta, hoy es un día de celebración —insistió Noelia—, así que alegra esa
cara, lo importante es que estás bien. No te das una idea de lo mal que lo pasé
ese día—cerró al borde del llanto.

Me levanté como pude de la silla de ruedas y la abracé con toda mi alma, ambas
rompimos a llorar como dos bebés.

—¡Bien, bien! ¡Ya está! —nos interrumpió Benjamín—. ¡Tenemos una cena que
preparar! —añadió a la vez que terminaba de cerrar el coche.

Según los médicos, tuve mucha suerte de salir con vida. El conductor no tuvo
tiempo de maniobrar cuando me vio, y aunque pudo frenar, el asfalto mojado
impidió que el coche se detuviera a tiempo, por lo que me impactó de lleno.
Igualmente, al final sólo sufrí una micro fractura o algo así, no soy muy buena
recordando ese tipo de jerga especializada, y un ligero traumatismo en la cabeza,
y si bien estuve unas horas inconsciente, mi vida nunca corrió grave peligro.

Noelia estuvo conmigo durante toda mi estancia en el hospital, mientras que


Benjamín sólo estuvo el primer día y el resto aparecía cuando caía la noche, o eso
creo. Los tres nos pusimos de acuerdo en que no era necesario que mis padres se
enteraran del accidente, no queríamos que se preocuparan, y además, sabíamos
que mi papá era capaz de armar un escándalo importante. Tuve mucho tiempo
para hablar con mi hermana sobre lo que había sucedido, le conté hasta el último
detalle de lo que pasó esa noche y de cómo me sentía al respecto, y Noe, lejos de
ponerse del lado de ninguno de los dos, quiso justificar las acciones de ambos para
apaciguar las cosas, y en todo momento intentó levantarme el ánimo para que no
me sintiera responsable. Lo cierto, es que sin ella no creo que hubiera haber
podido sobrellevar todo esto tan bien, lo más seguro es que hubiese terminado
llamando a mamá para que me fuera a buscar y me llevara lo más lejos posible de
Benjamín, con quien, por cierto, no tuve mucho tiempo de hablar en esos días, en
parte por su trabajo, y en parte porque lo evité todo lo que pude.

Era el día de mi regreso, así que Noelia y Benjamín decidieron hacer una cena a lo
grande en el departamento. Tomamos el ascensor, ese maldito y viejo ascensor
que tardaba años en llegar y que algún día nos daría un buen susto. Benjamín se
había cansado de decirle al presidente de la comunidad que había que arreglarlo,
pero éste siempre decía que no podía hacer nada, ya que la constructora no
paraba de darle largas y los vecinos no estaban dispuestos a hacerse cargo de los
gastos. Si bien el ascensor estaba viejo, el edificio no estaba del todo mal, por
dentro era moderno y desde afuera parecía del alto standing. Fue Noelia quién nos
consiguió esta vivienda, ella vive justo en la puerta que está en frente de nosotros.
Resulta que cuando Benjamín y yo decidimos irnos a vivir juntos, mi hermana se
ofreció voluntaria para buscarnos un lugar en el centro de la ciudad, por donde
vivía ella. Y al parecer, durante el proceso de búsqueda, el departamento de en
frente del de ella se desocupó, y le pareció una idea genial que mi novio y yo nos
convirtiéramos en sus nuevos vecinos.

—Al fin llegó —dijo medio enojado Benjamín—. No puede ser que tardemos cinco
minutos cada vez que queremos subir o bajar, imagínate si hay una emergencia.
Un día de estos voy a ir a esa constructora a decirles unas cuantas cosas.

Al entrar a casa, me encontré de frente y sin esperármelo, con una pancarta que
decía "¡Bienvenida a casa, Ro-Ro!", las letras eran horribles y estaban cubiertas
con una purpurina de un color marrón desagradable, y parecían escritas por un
nene de tres años, pero esa era la letra de Benja, la reconocería a kilómetros.
Además... ¡odio con toda mi alma que me llamen Ro-Ro! Pero en ese momento,
lejos de enojarme, me eché a reír como una loca, no podía creerlo,
inmediatamente me giré y abracé a Benjamín y a Noelia, ya ni me acordaba del
clima tenso que había entre mi novio y yo, simplemente me dejé llevar por el
momento.

—¡Es horrible! —dije riéndome como una histérica—, los amo, en serio.En una
escena bastante irreal, los tres nos quedamos abrazados duranto un largo rato
mientras nos despechábamos de la risa.

De la cena se encargaron ellos dos, lógicamente, yo no estaba para esos trotes,


pero me hubiese gustado estarlo, ya que no se rompieron mucho la cabeza
pensando en el menú... Pollo al horno y ensalada de lechuga y tomate, decían que
no era bueno que cambiara la dieta tan drásticamente después de haberme
alimentado con pescado y diversas sopas ligeras durante mi estancia en el
hospital, así que decidieron preparar algo liviano.

Desde el sofá podía ver como se mataban de la risa mientras preparaban la


comida, y yo sabía que era por mí, los turros sabían perfectamente que no me
gustaba la ensalada, es más, sabían que lo verde me daba repulsión. En ese
sentido soy muy infantil, a pesar de tener 23 años, no me gusta la verdura y
desprecio el ajo, no tolero el aceite de oliva y el pimiento mientras más lejos lo
tenga, mejor. Pero, en fin, el doctor les había recomendado que no me cargaran
con cosas muy pesadas, así que no me quedó otra que apechugar...
Mientras se hacía el pollo, Benjamín dejó los guantes y se sentó a mi lado, —
¿Cómo te encuentras? —me preguntó.

—Bien —le contesté.

—Me alegro —Dijo con una sonrisa— En el hospital no pudimos hablar mucho —ahí
me empecé a asustar—, creo que ahora es un buen momento para hacerlo, ¿no te
parece?

—Creo que no tenemos nada de que hablar —respondí cortante.

—Quiero que aclaremos las cosas, Ro, todo esto pudo haber terminado muy mal,
no quiero que vuelva a pasarnos.

—No tenemos nada que aclarar, Benjamín —le dije convencida—, deberíamos
olvidarnos de todo lo que pasó y seguir con nuestras vidas.

—¿Pero estás bien? —insistió.

—Sí, Benja, estoy bien. No hablemos más del tema.

—Bueno, bebé, como tú quieras. Te amo.

—Yo también te amo —le respondí al borde de las lágrimas y dándole un abrazo—.
Perdóname por todo.

—¡No! —dijo sorprendido— El que te tiene que pedir perdón soy yo, no paro de
cagarla. Sólo quiero hacerte feliz, pero me sale todo mal.

No dijimos nada más. La verdad es que quería mantenerme firme y fuerte, y así lo
intenté, pero me sentía tan culpable, y lo veía a él tan triste, que no pude
conterme. Me dolía en el alma verlo así

—¡EJEM! —nos interrumpió Noelia— Basta de lantos, ¡hoy es un día para celebrar!
Así que al próximo que vea soltar una lágrima lo muelo a sartenazos, ¿está bien?

—¡Sí, señor!—respondimos entre risas al unísono.

En ese momento realmente quería decir lo que dije, llegué a la conclusión de que
había que dejar todo atrás y tratar de empezar de cero. Sabía que las cosas no
iban a cambiar, que el trabajo iba a seguir teniendo secuestrado a Benjamín, pero
yo no podía hacer nada al respecto, y entre soportar eso o perderlo, la decisión
estaba clara, amaba a mi novio más que a nada en este mundo, estaba dispuesta
a olvidar todo y aguantar lo que viniera a partir de ahora.

La cena transcurrió entre carcajadas y llantos provocados por la risa, mi hermana


era una experta monologuista, todas sus anécdotas las convertía en historias
graciosas, por eso a todos lados donde iba era el alma de la fiesta. Gracias a ella
terminamos el día felices y nos olvidamos de todos nuestros problemas. ¿Qué sería
de mí sin mi hermana? Santo cielo...

—Bueno, ya está todo limpio y ordenado. Creo que es hora de que me vaya yendo
—dijo Noe secándose las manos.

—Quédate un rato más, boba —la detuvo Benja —. Vamos a jugar a las cartas o
algo.

—No, no. Creo que ya es hora de que tengan un poco de intimidad. Mi trabajo aquí
ya ha terminado —concluyó riéndose.

—Está bien, está bien.

—Gracias por todo, Noe —Intervine—. En serio, nunca te voy a poder devolver
todo lo que haces por mí. Te quiero muchísimo.

—Yo también te quiero mucho, tonta. Soy tu hermana y siempre voy a estar ahí
para lo que necesites.

Dicho esto, Noelia se fue a su casa, y por primera vez en más de una semana,
volvía a estar a solas con mi novio. Pero no nos dijimos mucho, apagamos todas
las luces, terminamos de acomodar lo poco que quedó desordenado, y nos
tumbamos en el sofá a ver la tele abrazados.

De la nada se hicieron las doce de la noche, y tras una hora en la misma posición,
empecé a notar a Benja un poco inquieto, cuando no me acariciaba el brazo, me
acomodaba el pelo y me daba besos en la frente, sino me ponía la mano en el
viente y me lo empezaba a masajear en lentos movimientos circulares. Yo sabía
bien que cuando se ponía así de inquieto y cariñoso, sólo podía significar una
cosa...

La verdad es que Benja y yo no éramos lo que se dice una pareja 'súper activa' en
el plano sexual, sólo teníamos relaciones una o dos veces a la semana, y lo
preparábamos todo el día, como si todas las veces fueran esa 'primera vez'.
Llámenlo timidez o llámenlo como quieran, pero lo cierto es que nos costaba
horrores ponernos al tema. Si bien él tenía más experiencia que yo, nunca se
lanzaba si no veía un gesto o una señal evidente mía, y claro, yo nunca enviaba
ningún tipo de señal porque me daba muchísima vergüenza. Él siempre me vio
como una chica delicada que podía romperse en cualquier momento, en parte
debido a cómo me comportaba yo cuando surgía la cosa, y en parte, mayor parte
diría yo, por las amenazas que le profirió mi padre en nuestros primeras días
juntos, así que era muy complicado para nosotros todo esto. Todo era mucho más
fácil cuando vivíamos separados, porque no teníamos un lugar fijo para hacerlo
como ahora, y difícilmente nos lográbamos quedar solos en casa, y en la
universidad... ¡Por dios, no! ¡Qué vergüenza! ¿Y si alguien nos descubría? Tendría
que mudarme de planeta, mis padres me internarían en el convento más alejado
de la tierra. Y sí, es lo que tienen las crianzas cerradas, mis padres se encargaron
de darme una educación tradicional, protección contra los 'chicos malos' y los
típicos lavados de cabeza, a los que nunca hice demasiado caso, pero que a la
hora de la verdad me hacían eco en la consciencia. Por eso nunca había tenido
novio, ni siquiera un enamorado, hasta que conocí a Benjamín.

Conocí a Benjamín en la Universidad, en el año 2010, cuando yo tenía 19 años y


recién empezaba a estudiar magisterio. En cambio, él ya era un veterano, tenía 25
años y estaba terminando la carrera de Administración de Empresas. La verdad es
que me fijé en él desde la primera vez que lo vi, en una charla a los novatos en el
salón de actos de la Universidad. Me encantaba como se expresaba, la seguridad
con la que lo hacía, lograba tener a todos los alumnos nuevos muy atentos.
Además era un hombre muy apuesto (y lo sigue siendo). Cómo lo describiría...
Alto, 1.85 apróximadamente, unos ojos negros penetrantes, pelo negro corto,
barba de dos días, un cuerpo bastante atlético, que no era el de David Beckham,
pero tampoco el de un flaco raquítico. Bueno, me sentí atraída a él desde el primer
momento que lo vi, pero no me atreví a hablar con él hasta un mes más tarde, en
la biblioteca. Yo estaba perdida y muy alterada con un trabajo de literatura que
tenía que entregar esa tarde y todavía no llevaba ni la mitad hecho. Al parecer, él
me vio gesticular y vociferar desde la lejanía, y por eso se acercó a ofrecerme su
ayuda. Gracias a él, pude terminar el trabajo en menos de una hora, y después me
invitó a tomar algo en la cafetería de la Universidad. Bueno sí, él que me habló fue
él, pero eso da lo mismo, ¿no? Lo importante es que a las tres semanas, ya
estábamos saliendo.

Mis padres lo conocieron a los tres meses, cuando por fin me atreví a
presentárselo. A mi madre le cayó bien después de una hora de charla, a mi
padre... bueno, digamos que costó un poquito más, pero más por temor a perder a
su amada hija que porque Benja le cayera mal o le diera una mala impresión,
después de todo era un chico presentable, responsable, a punto de graduarse en
una de las carreras más difíciles que hay, era un candidato al que no le podían
poner ningún pero. Pero finalmente, poco a poco y paso a paso, fueron formando
una relación suegro-yerno bastante amigable, y si bien mi padre trataba de
mantenerlo a raya y no darle más confianza de la necesaria, cuando se soltaban y
se ponían a hablar de fútbol u otros intereses en común, daba la impresión de que
se conociesen de toda la vida.

El momento más duro de nuestro noviazgo fue, sin duda alguna, en los días
previos a nuestra primera vez juntos, seis meses después de que empezáramos a
salir. Yo sabía que él era la persona a la que le quería entregar mi virginidad, pero
con solo pensar en el momento, me ponía roja como un tomate. Benjamín tuvo
mucha paciencia conmigo, nunca me presionó, y cada vez que sacaba el tema, lo
cerraba cuando veía algún gesto mío que le provocara alguna duda al respecto. La
situación era clara, no lo íbamos a hacer hasta que yo estuviera cien por ciento
lista. Por eso, un día me planté delante de mi espejo con un calendario del mes
actual, cerré los ojos, y con un marcador color rojo marqué un día a voleo. Lo
tenía claro, ese día sería el día. Bueno, en realidad marqué cuatro días distintos
hasta quedarme con el definitivo, porque el primero era imposible dado que era el
cumpleaños de mi padre, el segundo ya había pasado, el tercero tenía un examen
muy importante, y el cuarto era demasiado pronto, ¡ni hablar! Finalmente, el día
elegido fue el 21 de Mayo.
Entró en pánico cuando se lo dije, empezó a decir un montón de cosas a la vez, se
le trababa la lengua y sudaba como nunca antes lo había visto. Le dije que
mantuviera la calma y que, cuando llegara el día, improvisáramos, que no había
necesidad de que nos volviéramos locos. Pero no, él quería que fuera especial, y,
por lo menos para mí, así lo fue. Me llevó a un hotelito a las afueras de la ciudad,
nada lujoso, era lo que se podía permitir, pero a mí me parecía el palacio del reino
de los cuentos de hadas. Puse todo de mi parte para llevarme un gran recuerdo de
mi primera vez, y vaya que sí lo hice, no pudo haber salido mejor todo.

Y bueno, a pesar de que nos costaba mucho iniciar nuestras relaciones sexuales,
yo sabía cuando Benjamín quería hacerlo, él no me lo decía, pero esos mimos y
esas caricias desordenadas lo delataban.

—Vamos a la habitación —le dije.

—¿Qué? ¿Ya tienes sueño? Normal, ese yeso te debe tener loca, y durmiendo te
olvidas de la incomodidad. Espera que traigo la silla de ruedad, ¿o prefieres un
vaso de agua antes? Pídeme lo que quieras, yo te lo traigo —. Esa actitud
despejaba todas mis dudas. Estaba nervioso y desvariando, no sabía qué hacer ni
qué decir, estaba en modo "Prohibido herir a la princesa".

—Relájate. Sólo llévame a la habitación —.

—¿Y la silla de ruedas? ¿La llevo o la dejo aquí? No, ¡qué estupidez! Si tienes una
emergencia por la noche—

—¡Llévame a la dichosa habitación, Benjamín!—Lo interrumpí ya un poco nerviosa.

—Está bien, lo siento, es que no quiero volver a equivocarme —me respondió,


haciendo que me estremeciera. Palabras como esas hacían que volviera a sentirme
culpable.

—Tonto, ven aquí... Tú no te has equivocado en nada. La única que se ha


equivocado aquí soy yo —le dije mientras lo abrazaba con fuerza—. Vamos,
llévame a la habitación, déjame compensarte por tod—

No me dejó terminar, había dejado bien claras mis intenciones, por eso me tomó
en brazos y nos fuimos directamente a nuestro cuarto.

Cuando entramos, vimos que en una de las mesitas de luz habían dos copas y un
champagne, la cama estaba llena de pétalos de rosas, y en el medio un sobre.

—¿Fuiste tú? —pregunté anonadada.

—¡No! ¡Ojalá hubiese sido yo!

Benja abrió el sobre y sacó una cajita de preservativos de adentro. Los dos nos
reímos. Después sacó un papel y lo leyó en voz alta:
—Espero que disfruten y APROVECHEN (con mayúsculas) este pequeño presente.
Los quiere mucho, Noe. Posdata: Disculpen que la caja esté abierta y falten
'unidades' (entre comillas), pero era lo único que tenía a mano, jaja.

—¡Esta Noe! —dijimos al unísono, y echamos a reír.

—Voy a darme una ducha. Creo que tú ya lo hiciste en el hospital, ¿no? —me
preguntó.

—Sí. Te espero aquí.

Cuando salió del baño, se secó un poco el pelo con la toalla, y se recostó junto a
mí. Hablamos un raro sobre la cena de hoy y sobre las anécdotas de Noe, y
después nos pusimos a comentar lo asquerosa que había sido la enfermera que me
tocó los últimos días. Entonces llegó el silencio incómodo, era evidente que nos
costaba horrores afrontar esta situación. Pero tenía que ser valiente, se lo debía
después de todo lo que le había hecho pasar. Así que me acerqué a él, lo miré
fijamente, y acto seguido lo besé. Él correspondió el beso rápido, y cuando ya se
había venido arriba, me tumbó en la cama sin dejar de besarme. Estuvimos así un
largo raro, el ritmo del beso fue progresando, primero piquito a piquito, después
sin separar los labios, y finalmente nos dejamos llevar por la pasión, nos
devorábamos la boca como no lo habíamos hecho nunca. Pasé mi mano por arriba
de su cuello y lo atraje más hacia mí, como intentando afianzar la situación, para
que nuestros labios se apretaran aún más si se podía. Sin dejar de entrelazar su
lengua con la mía, Benja introdujo su mano derecha por debajo de mi blusa, y se
puso a masajearme el vientre como ya había hecho en el sofá hacía unos minutos.
Y de forma lenta y pausada, entreteniéndose acariciando cada zona por la que
pasaba, fue subiendo hasta atrapar mi pecho derecho. Ahí empecé a notarlo un
poco nervioso, me apretaba el seno de forma errática, como si no supiera cómo
hacerlo. Así que me incorporé, me quité la blusa, luego el sostén, y después lo
miré directamente a los ojos:

—Te amo, Benja.

—Yo también te amo, ¿pero estás segura de que quieres hacerlo? El médico dijo
que debías guardar reposo —dijo preocupado.

—Estoy segura, bebé, no te preocupes por mí, estoy perfectamente bien.

Y volví a besarlo, nunca había tenido tantas ganas de hacer el amor en mi vida,
quería sentir a mi novio como nunca lo había sentido antes. Pero entonces...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¿En serio? ¡No me jodas! ¡Son las doce y media de la noche! —Bramó Benjamín
con una indignación notable.

—Vé a ver quién es. Quizás sólo es Noe, puede que se haya olvidado algo —Dije
intentando tranquilizarlo.
Benjamín agarró un par de prendas de un cajón, se vistió rápido y fue a ver quién
llamaba a la puerta. Yo también me volví a vestir, no fuera a ser que requirieran
mi presencia y yo ahí semidesnuda. Igualmente no podía ir a ningún sitio,
habíamos dejado la silla de ruedas en el salón, y de la cama a la puerta había un
largo trecho, no tenía de donde agarrarme para llegar, así que no me quedaba de
otra que esperar a Benjamín.

Durante la espera, me pareció oír gritos afuera, o por lo menos a mi novio hablar
en un tono muy alto, por lo que me preocupé, quería ver quién era y qué estaba
pasando. Pero cuando iba a intentar ponerme de pie, la puerta se abrió:

—Rocío, tienes visita.

Jueves, 26 de septiembre del 2014 - 6:00 PM - Alejo

—Ah... ah... ah... ah... sí...

—Mirá la diferencia que hay cuando te liberás. Así es otra cosa, preciosa, jaja.

—Cierra la puta boca ya y no bajes el ritmo.

Por fin, y después de tanto intentarlo, la tenía en su cama matrimonial a cuatro


patas gritando como una perra. No era lo mismo cogérmela en mi cuartucho de
tres al cuarto que en la cama donde dormía con su marido todas las noches.
También me la había empomado varias veces en la cocina, cuando su marido se
duchaba, pero ahí se contenía demasiado y muchas veces ni me daba tiempo a
acabar. Pero, sin duda alguna, el mejor polvo con ella fue en su baño, el cornudo
de su marido había llegado temprano a casa ese día y a mí no me daba la gana
volver a quedarme a medias, así que nos encerramos en el baño, puse la traba, y
le seguí dando con todo, incluso 'Corneta' golpeó la puerta y le preguntó si estaba
bien, porque por momentos se le escapaban gemidos a la yegua, fue un momento
único.

—Ah, ah, ah, ah, ah, ah, Dios, sí, Dios, sí, sí, sí, me vengo, me vengo, me vengo.

—Parecés un loro, querida, jajaja. Yo también estoy por acabar, preparate.

—¡Que te ca-ah-ah-ah-lles, subnormah-ah-al!

—¡Ahí te va la descarga de hoy! ¡Buen provecho! ¡Aaaahhhhhh!

—¡Sííííí!

Y sí, acabamos a la vez, como en una película romántica, y ella a su libre


expresión, gimiendo como una loba. Era la primera vez que nos pasaba, y ya
hacían dos meses que le daba 'clases de guitarra' por la tarde, je. ¡Qué cogida! Sí,
señor... Caímos rendidos, sin fuerzas, apenas podíamos respirar. No aguantamos y
nos quedamos dormidos.
Lo primero que recuerdo después de todo eso, es que me desperté a las dos
horas, más o menos, siendo arrastrado de la cama, con alguien agarrándome del
cuello y estampándome la cara contra el suelo. Acto seguido empecé a recibir
patadas en las costillas, fue ahí cuando mi mente empezó a asimilar lo que estaba
pasando.

—¡Te voy a matar, hijo de la gran puta! —parecía enojado— ¡No sabes con quién
te has metido!

—¡Detente, Rober, lo vas a matar de verdad! —girtaba Lucía.

—¡Tú callate, maldita zorra, porque te voy a matar a ti también! ¡Los voy a matar
a los dos!

—Momentito —intervine a duras penas—, no creo que matar a nadie sea algo que
una persona sensata haría.

—¿Y encima te ríes de mí? —decía a la vez que me arreaba otra patada— ¡Yo
confiaba en ti! ¡Te traté como a un amigo! ¡Como a un puto amigo!

En ese momento Lucía se avalanzó sobre él y empezó a darle sopapos en la


pelada.

—¡Suéltame, hija de puta! ¡Es el colmo que encima lo defiendas!

—¡Te estoy defendiendo a ti, retrasado mental! ¡¿Acaso quieres acabar en la


cárcel?! ¡Hablemos esto como personas civilizadas!

Aproveché el momento, agarré el reloj de la mesita de luz y se lo estampé en la


cara. Mientras se retorcía de dolor y su mujer gritaba como una histérica, levanté
mi ropa y salí volando de esa casa, ya no pintaba nada ahí. Y mientras me iba
pude escucharlo gritar:

—¡Pienso ir a buscarte! ¡Te encontraré y te mataré! ¡Sé dónde vives!

Claro. Un día, por razones obvias, Lucía se inventó una excusa y vino a 'tomar las
clases' a mi departamento, y ese día la vino a buscar el pelado. Es por eso que
sabía dónde vivía.

Me vestí como pude y salí rajando para mi departamento. Cuando llegué, le dije al
casero que me había surgido un problema y que me tenía que ir para siempre.

—¡¿Pero qué te pasó, argentino?! —así me llamaba el viejo Lorenzo.

—Nada, me pelée con un pelotudo en un bar.

—¡A saber qué le habrás hecho, jajaja! ¡Eres de lo que no hay, argentino de
mierda!
—No fue nada, se enojó porque no le pagué una apuesta. —me inventé cualquier
cosa.

—Pues vaya, sí que eres escoria de la buena, jajaja. Anda, dame las llaves. Si
necesitas volver, ya sabes.

—Gracias, viejo choto —así lo llamaba yo a él—, siempre me estás ayudando.


Cualquier cosa te llamo.

—Venga, sudaca, ¡que te vaya bien!

—Por cierto, viejo puto. Si viene un pelado enojado con pinta de guardia civil,
decile que me fui bien a la mierda y que no pierda el tiempo en buscarme.

—¡Perfecto! ¡Jajajaja! —dijo el viejo antes de darse vuelta y meterse en su casa.

Era la verdad, el marido de la putita a la que me había estado cogiendo, era


guardia civil, si hubiese querido, ese día hubiese sacado la pistola y me habría
cagado a tiros. Es por eso que tenía que irme de esa casa, todavía era muy joven
para morir.

Hacía un año que vivía en esa casucha, el viejo Lorenzo me cobraba poco alquiler
y con los trabajitos que hacía me alcanzaba para pagarle y todavía me sobraba
para comer como un rey. Pero bueno, ya no me podía quedar más ahí, ya iba a
encontrar otro lugar. Así que entré, me lavé un poco, y empecé a hacer la valija.
Lo único que tenía era ropa, todos los muebles eran del viejo, mi equipaje era
ligero y podía moverme bien por ahí en un caso como este.

Salí y me tomé un taxi para el centro. De momento, la idea era irme a algún
restaurante nocturno a pasar la noche, no tenía ganas de caminarme la ciudad a
esa hora de la noche, y menos en el estado en el que estaba. Pero la saqué
barata, el pelado me cagó a patadas y no parecía haberme roto nada. Me dolía
todo el cuerpo, sí, y todavía me sangraba la cabeza, y no podía dar dos pasos
seguidos sin quejarme, pero bueno, podría haber sido peor.

Mientras buscaba un restaurante, o un bar, o lo que fuera que estuviera abierto a


estas horas, pasé por el Instituto donde hice la secundaria. Inmediatamente me
acordé de Rocío, mi mejor amiga en ese entonces y durante casi toda mi vida de
estudiante. Recuerdo que me empecé a juntar con ella solamente porque estaba
buena, pero con el tiempo me fui encariñando, y terminamos siendo muy buenos
amigos. Sin embargo, yo la llegué a querer mucho más que a una amiga, sí,
estaba perdidamente enamorado, fue la única mujer por la que sufrí en toda mi
puta vida.

Cuando teníamos 17 años me le declaré por primera vez, pero entró en pánico y
salió corriendo, como si yo fuera un desconocido intentando violarla. Ese hecho me
destrozó, llegué a mi casa y me puse a llorar como un maricón, porque no sentía
como si me hubiese rechazado, cosa que ya me había pasado antes, sentía como
que le había dado asco. Más adelante me enteré que sus padres eran unos
cavernícolas, y que por eso Rocío era tan reservada en el tema. Poco días después
me pidió perdón y me explicó que se sentía muy feliz por lo que yo sentía, pero
que no podía corresponderme porque no estaba preparada todavía para tener
novio. Está bien, la respeté y seguí siendo su amigo, pero la relación había
cambiado y mucho, ya no me tenía la misma confianza de antes. Al año siguiente
me le volví a declarar, esta vez no salió corriendo ni nada, pero me volvió a
rechazar, volviendo a decir las mismas boludeces que me había dicho la primera
vez. Y ya no volví a insistar más, entendí que lo de esa chica era cosa de familia, y
que no iba a cambiar de la noche a la mañana. Otra opción era que no le gustara
físicamente, pero eso era improbable, siempre fui un tipo lindo, rubio de ojos
azules, alto, atlético, hoy en día todas las minitas se mueren por mí, y en ese
entonces también, y ella no era la excepción, estoy seguro. En fin, ese año fue el
último que pasamos juntos, ella cuando terminó el bachiller, se fue a la
universidad, y yo me fui a dar una vuelta por el mundo con la herencia que me
había dejado mi padrastro recientemente fallecido.

El año pasado, después de tres años sin saber nada de ella, me la encontré en el
centro de la ciudad, yo estaba buscando trabajo y ella venía de la universidad.
Casi me caigo de culo cuando la vi, si en el instituto ya era una belleza absoluta,
ahora se había convertido en una diosa del universo. Había crecido un poco desde
entonces, debía de medir entre 1.65 y 1.70, y seguía estando en un peso perfecto,
no era una flaca raquítica, pero tampoco estaba gorda, era perfecta. Y esas tetas,
dios santo, qué señor par de melones, el tamaño perfecto para su complexión,
parecía que se mantenían erguidas por algún tipo de hechizo, o magia, o qué se
yo, pero sin duda alguna, eran las tetas más lindas que había visto en mi vida.
Todo eso añadido a esos ojazos color miel que tenía, acompañado por su precioso
pelo negro medio ondulado o como mierda se diga. Cuando me vio ella a mí, me
reconoció enseguida, vino corriendo y me dio un abrazo como nunca me lo había
dado antes. Me acribilló a preguntas y después me contó parte de su vida actual;
que tenía 23 años, que estaba a punto de terminar la carrera, y que estaba de
novia con un tipo llamado Benjamín que había conocido en su primera año.
Curioso, pensé en ese momento, se consiguió un macho tan solo un año después
de haberme mandado a la mierda por segunda vez. Pero bueno, me alegré por
ella, ya no sentía las mismas cosas que había sentido hacía tres años, aunque sí
me enamoré de su cuerpo, señor mío... En fin, ese día me dio su número de
teléfono y todo este año nos mantuvimos en contacto por medio de mensajes y
correos electrónicos, así me enteré que se había ido a vivir con el infeliz ese que
había conocido, y también que hacía poco menos de una semana había tenido un
accidente.

Y entonces me puse a pensar: "quizás ella sea la solución a mis problemas, quizás
me deje quedarme un tiempo en su casa hasta que consiga un lugar donde
quedarme", sí, había dado en el clavo, si podía quedarme un tiempo en su casa,
podría ahorrar lo suficiente para pagarle a esos hijos de puta. Pero no iba a ser
cosa fácil, ya que la semana anterior había ido a visitarla al hospital, y cuando
pregunté en la recepción por ella, un flaco, que finalmente terminó siendo su
novio, se levantó de una silla y me preguntó quién era y qué quería. Le conté
quién era y de qué conocía a su novia, que me había contado por mensaje lo que
le había pasado y por eso había venido a visitarla. El asqueroso me respondió que
Rocío estaba durmiendo y que no recibía visitas salvo de su familia, también me
aclaró que no volviera otro día porque la respuesta iba a ser la misma. ¿Quién se
creía que era el pelotudo ese? No le contesté mal, pero me di la vuelta y me fui a
la mierda. Cuando estaba saliendo por la puerta, me encontré a su hermana
Noelia, con la que nunca me había llevado bien. Por cierto, era otro monumento de
mujer. Debía medir 1.75, pelirroja, teñida, claro, y de ojos verdes. Unas tetas más
grandes que su hermana y un cuerpo que envidiaría cualquier Miss Universo, más
ese culito que hipnotizaba a cualquiera que se lo quedara mirando. Me ignoró
cuando me vio, de una manera bastante fría, o eso me pareció, porque la verdad
que no sé si me reconoció, ni me importa. Volviendo al tema principal, no iba a ser
fácil que el novio de Rocío me abiera las puertas de su casa, así que tenía que
jugar todas mis cartas a que me las abriera ella misma.

Sólo me faltaba el dato más importante, saber dónde vivía. Entonces saqué el
celular, y me puse a revisar mensaje por mensaje, que no eran muchos, eran unos
veintitantos, no nos habíamos escrito mucho, esa confianza que habíamos tenido
tiempo atrás ya no existía. Pero nada, no hubo éxito, en ningún mensaje me había
dicho su dirección. Me estaba desesperando, se estaba haciendo tarde y el tiempo
corría en mi contra, pero entonces lo recordé: ¡Claro! ¡El correo electrónico! Hacía
unos meses, Rocío me había enviado un e-mail preguntándome si tenía alguno de
los anuarios escolares de la secundaria. Cuando le respondí que sí, me envió otro
correo preguntándome si se lo podía mandar, y me adjuntó ahí la dirección de su
casa. Lo cierto es que nunca se lo envié, pero eso era lo de menos en ese
momento. "Paso uno, conseguir la dirección de su casa: completado." Ahora sólo
tenía que presentarme en mi estado actual, sangrando por la frente y caminando
como DiCaprio en el Lobo de Wall Street, inventarme alguna historia y esperar
clemencia de mis anfitriones.

Se me había hecho bastante tarde, eran casi las doce y media de la noche, y
recién acababa de encontrar el edificio. Para mi fortuna, el portal estaba abierto,
"Mamita, linda seguridad", pensé. Llamé al ascensor, que tardó años en llegar, que
de no ser porque el departamento de Rocío estaba en el séptimo piso y porque no
podía dar cinco pasos seguidos sin marearme, habría subido por las escaleras.
Pero al final no hizo falta, el maldito ascensor llegó.

Finalmente llegué a su piso, caminé unos pasos al frente, giré a la izquierda, y ahí
lo vi, el 7º C. Ya no podía echarme atrás, tenía que jugármela a todo o nada. Puse
el dedo en el timbre y...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

Las decisiones de Rocío - Parte 2.

Jueves, 18 de septiembre del 2014 - 9:50 PM - Benjamín

— ¿Y ahora cómo se lo digo? —Me repetía a mí mismo una y otra vez mientras
subía por el ascensor. Hacía unas horas mi jefe me había dicho que ese fin de
semana tendría que hacer turno completo y horas extras, todo porque a último
momento habían programado una reunión para ese lunes con un inversor muy
importante del extranjero, y necesitaban que yo y mi grupo de trabajo dejáramos
todo preparado para ese día.

Pedí, casi supliqué que por favor que me sustituyeran por Núñez, alegué que
llevaba semanas planeando irme de viaje con mi novia. Pero al parecer no
confiaban en su capacidad, ni en la de ningún otro, yo era el único en el que creían
para llevar a cabo "un trabajo de semejante envergadura", según sus palabras.

"Lo siento, Benjamín, son órdenes de arriba. Te juro que si todo sale bien,
seremos recompensados con creces". Con creces, sí, como si eso fuera a dejar
contenta a Rocío. Y lo peor era que no sabía cuando iba a tener de nuevo un fin de
semana entero libre.

Puse la llave en la cerradura, mis manos estaban empapadas en sudor, tenía un


nudo en la garganta y el estómago me había empezado a doler, mi cara debía ser
un poema en ese momento. Aunque yo sabía que no tenía la culpa de nada y que
no dependía de mí tomar esa decisión, el asunto era si Rocío lo iba a entender de
esa manera también.

Seguramente no hubiese estado tan preocupado si esa hubiese sido la primera vez
que anulaba unos planes por culpa de mi trabajo.

Hacía poco menos de dos meses habíamos estado en una situación similar. Me
habían dado un par de días libres y había decidido ir a pasarlos con Rocío a la
ciudad de al lado. Había reservado en uno de los mejores restaurantes y también
tenía planeado pagar por una suite en uno de los mejores hoteles, pero pocas
horas antes de salir, recibí una llamada de mi jefe... A uno de mis compañeros se
le había muerto el padre y necesitaban que alguien ocupara su lugar, y no me
quedó más remedio que cancelar todos los planes. Ella fue muy comprensiva en el
momento, me dijo que lo dejáramos para otro día, que igual se sentía un poco
indispuesta. Esa semana prácticamente no la vi, se la pasó en la casa de su
hermana, como pasaba cada vez que teníamos una discusión.

Centré mis pensamientos en ese momento, y abrí la puerta. Ella me recibió como
siempre, con un abrazo, un beso, y la promesa de que esa noche iba a tener la
cena de mi vida. "Soy una mierda", pensé, porque sabía que en pocos minutos iba
a ser el responsable de que esa hermosa sonrisa se apagara. Pero no me quedaba
otra, tenía que contárselo.

Decidí esperar hasta después de comer, no quería que se echara a perder la cena
en la que tanto se había esforzado.

—Ro... tenemos que hablar de lo del sábado —le dije en tono serio.

—¿Qué pasa? —me preguntó a la vez que levantaba la cabeza lentamente y me


clavaba una mirada tan seria y penetrante que en el acto provocó que todos los
vellos de mi cuerpo se erizaran.

—Pues... Mira... Esto...


—¡Dime qué pasa!

—¡Que Mauricio me dijo que tengo que trabajar todo el fin de semana porque el
lunes viene un inversor muy importante del extranjero y me necesitan a mí y a mi
equipo para organizar la reunión y no quieren poner a otra persona porque soy el
único en el que confían y quieren gastar hasta el último recurso para que todo
salga bien! —Con los ojos cerrados y sin parar a respirar, se lo solté todo de golpe
esperando que de esa manera se pusiera en mi lugar y me perdonara— ¡Pero te
prometo que...

—¡Siempre dices lo mismo! ¡Estoy harta de tus promesas!

No me dio tiempo a nada más, se levantó, agarró sus cosas y pegó un portazo. Era
la primera vez que se ponía de esa manera. Me dejó atónito, estupefacto, de
piedra, no sabía de qué manera reaccionar, no sabía si ir tras ella, si gritarle desde
ahí, si tirarme al suelo y suplicar su perdón... Pero finalmente decidí no hacer
nada, porque supuse que se había ido con Noelia. Iba a dejarle algo de tiempo
para que se desahogara con ella.

En ese momento me plantée por primera vez dejar el trabajo, hacer caso a los
consejos de Rocío y mandar todo a la mierda. Yo no era idiota ni tampoco un
necio, sabía que mi trabajo nos sacaba tiempo y era el principal obstáculo de
nuestra relación. Pero el sueldo era muy bueno, y si me esforzaba lo suficiente,
más pronto que tarde conseguiría un ascenso y lograría darle a mi novia la vida
que se merecía.

Todo esto ya lo teníamos más que hablado. Ella siempre me decía que estaba
dispuesta a sacrificar parte de nuestro nivel de vida por el bien de nuestra
relación, pero yo siempre me mantuve firme con el asunte, así que finalmente
quedamos en que lo haríamos a mi manera. Sin embargo, el tiempo fue haciendo
todo más difícil, sabía que cada vez que salía de mi casa para ir a la oficina,
nuestra relación se erosionaba un poquito más.

Pero ya era suficiente, era el momento de volver a hablarlo todo, de nosotros, de


lo que quería ella, de lo que quería yo. Era el momento de poner todo sobre la
mesa y decidir cómo proseguiríamos con nuestras vidas, porque así no podíamos
seguir. Así que me levanté de la silla, y salí decidido hacia el piso de Noelia.

—¡Benja! ¡Qué sorpresa tú por aquí a estas horas! —me dijo ella tan risueña como
siempre, cosa que me extrañó.

—¿Puedo hablar con Rocío? —pregunté sin más.

—¿Rocío? ¿Deberías estar aquí?

—Noelia, si se pusieron de acuerdo para tomarme el pelo, paren de una vez —dije
más serio que nunca—. Déjame hablar con mi novia.
—¡Eh! ¡Para el carro! Rocío no está aquí. Vino por la tarde un rato, pero... —Y
entonces hizo una pausa al ver mi cara de sorpresa— Espera, ¿dónde está mi
hermana?

—Tranquila, voy a llamarla.

Y eso hice, la llamé una y otra vez, pero sin éxito. Noelia también lo intentó, pero
tampoco hubo suerte. Así que sin perder ni un segundo más, salimos a buscarla.

Antes fui a buscar mi paraguas, estaba lloviendo como hacía mucho que no hacía.
Enseguida me tranquilicé al ver que Rocío se había llevado el suyo. De todas
formas, no tenía ni idea de a dónde podía haber ido, ni la más mínima, ya que
Rocío rara vez salía de casa, no tenía un lugar favorito donde ir a pensar o a tomar
el aire, ni tampoco una cafetería a la que fuera a hablar con amigas, es más, ni
tenía amigas en la ciudad, estaba completamente despistado.

Noe se fue a la zona más iluminada de la ciudad, donde estaban los bares, los
pubs y los sitios nocturnos de ese estilo, aunque sin mucha convicción, no creía
que su hermana se sintiera cómoda en ese tipo de ambiente, pero no teníamos
otra opción, había que separarse para aligerar la búsqueda. Así que yo fui por el
lado menos transitado, la zona urbana, el camino que llevaba a las afueras de la
ciudad.

Yo seguía igual de despistado, como había salido tan enojada y apostaría que
llorando, podía haber ido a cualquier lugar. Mientras caminaba, mi preocupación
iba en aumento, estaba todo demasiado oscuro y las últimas noticias que había
óido sobre esa zona de noche no ayudaban a tranquilizarme. Pero de pronto me
acordé de algo, cada vez que discutíamos, ya fuera de verdad o menos serio,
Rocío siempre me decía lo mismo: "El día menos pensado me voy a volver con mi
madre, entonces vas a llorar". No tuve que pensar más, miré mi reloj y vi que
todavía me quedaba tiempo de llegar a la estación antes de que saliera el último
tren, así que salí corriendo hacia allá como alma que llevaba el diablo.

Entonces, mientras el tren me sobrepasaba por mi derecha, vi algo. Un coche


estaba estampado contra una farola, un poco más atrás, había una persona tirada
en el asfalto cubierta por un paraguas rosa chillón que reconocí enseguida. La vida
se me apagó durante unos instantes, era ella.

—¡¡¡Rocío!!! ¡¡¡Rocío!!! —gritaba mientras corría en su auxilio.

Fue el momento más difícil de mi vida, muchas cosas pasaron por mi cabeza, la
culpa me invadió y comencé a imaginarme un futuro sin Rocío, un futuro negro,
lleno de confrontaciones con su familia, y con la mía propia, que la querían como si
fuera un miembro más de la misma. Pero no duré mucho en estado de pánico, uno
de los vecinos que se había acercado a ver qué había pasado, me tranquilizó al
hacerme dar cuenta de que Rocío respiraba, que sólo estaba inconsciente. De
paso, otras personas de la zona que habían presenciado el accidente, me avisaron
que ya habían llamado a una ambulancia, y aprovecharon para contarme cómo
había sucedido todo.

Pero lo peor llegó cuando apareció Noelia, que la había llamado yo, y vio la
ambulancia. Le dio un ataque de histeria, lloraba y gritaba mientras corría hacia el
tumulto que se había formado ahí, nunca la había visto así. Cuando me vio,
empezó pegarme y a insultarme, la tuvieron que sujetar los vecinos, porque tenía
intenciones en serio de hacerme daño. Finalmente, se tranquilizó cuando los
médicos hablaron con ella y le dijeron que la vida de Rocío no corría peligro.

Noelia y yo pasamos la noche en el hospital, sin sobresaltos, ya que Rocío estaba


bien y sólo estaban haciéndole algunos estudios. El doctor nos recomendó que nos
quedáramos hasta que todas las pruebas hubieran terminado, aunque no era
necesaria la advertencia, no teníamos planeado movernos de ahí hasta que no
viéramos a mi novia consciente.

También estuvo con nosotros Manuel, el hombre que la había atropellado, un


señor de 70 años que volvía del trabajo, y que por culpa de la intensa lluvia, no vio
venir a mi novia. El pobre hombre estaba rojo de los nervios, puso a nuestra
disposición su casa, dinero y toda la ayuda que pudiera prestarnos en ese
momento, y eso que él no había tenido la culpa de nada. Quedó demostrada su
predisposición al quedarse toda la noche con nosotros, y no se fue hasta que Rocío
no recobró la consciencia. Unos días más tarde, Manuel y su mujer vinieron a
visitarla, le trajeron regalos y postres caseros, y quedamos en que algún día
iríamos a comer a su casa. Una dulzura de seres humanos.

El parte médico de Rocío fue tranquilizador, sólo sufrió una "fractura en la parte
proximal del peroné" y un "traumatismo craneal cerrado", o sea, nada grave. Le
enyesaron la pierna izquierda por precaución y nos dijeron que en unas semanas
estaría recuperada. No obstante, la mantuvieron una semana ingresada porque
querían asegurarse que el golpe en la cabeza no fuera a ser nada más serio.

Fue una semana difícil para mí, el día después del accidente no pude ir a trabajar,
esa madrugada llamé a mi jefe y le conté lo que había pasado. Fue muy
comprensivo conmigo, me dijo que avisaría a otro para hacer los preparativos para
la reunión y que hablaría con los mandamases, que yo lo que tenía que hacer era
cuidar de mi novia. Y no quedó sólo ahí, días más tarde vino a visitar a Rocío al
hospital, que sobra decir que fue un "Hola y adiós" por parte de mi novia, que si
apenas quería hablar conmigo, pueden imaginarse las ganas que tenía de saludar
al tipo que la dejó sin vacaciones e indirectamente provocó todo esto.

Más allá de la buena predisposición de Mauricio, todo el asunto del accidente iba a
terminar costándome mucho más caro de lo que jamás me hubiera imaginado.
Todo fue porque, finalmente, el bueno de Núñez me sustituyó ese fin de semana, y
las cosas no pudieron salir peor, la reunión del lunes terminó siendo un fracaso y
la empresa perdió una oportunidad única. Se venían días difíciles para todos los
trabajadores, y yo no iba a ser la excepción.

Más allá de que mi jefe me dijo que no me preocupara por nada, cuando en la
empresa se enteraron de que Rocío ya estaba bien, me mandaron a llamar
enseguida, y el lunes por la tarde ya estaba trabajando. Esa noche hubo una
reunión entre la cúpula de la empresa y los jefes de sección. El fracaso con el
inversor había traído consecuencias, los peces gordos estaban muy enfadados y lo
que más temíamos los trabajadores se iba a hacer realidad. Enseguida nos
comunicaron que ese mes, y parte del siguiente, íbamos a tener que hacer más de
alguna hora extra en la oficina.

Muchos renunciaron, básicamente los que se lo podían permitir, y yo hubiese sido


uno de ellos si el accidente de Rocío no me hubiese salido tan caro. Porque resulta
que el coche de Don Manuel se había estampado de frente contra una farola, y en
una de las charlas que tuve con él, me contó que no sabía cómo iba a afrontar las
reparaciones, ya que su seguro no cubría accidentes de este tipo. Sí, soy bastante
bueno a veces, tan bueno que parezco tonto. Me ofrecí a pagarle todas las
reparaciones y las piezas que hicieran falta. Don Manuel era un hombre humilde
con un sueldo más bien bajo, su mujer no trabajaba y no tenían hijos ni familiares
que pudieran ayudarlos, no podía dejarlo tirado con un problema que había
provocado la imprudencia de mi novia. Por esto, y porque los medicamentos para
Rocío me iban a costar un ojo de la cara, no podía permitirme quedarme sin
trabajo en este momento.

Como ya dije, Rocío no quería hablar conmigo, me evitaba, se hacía la dormida


cuando yo entraba en su habitación, o repentinamente le entraban ganas de hacer
sus necesidades, además Noelia no se separaba de su lado, era imposible
quedarme a solas con mi novia, aunque me imagino que eran órdenes explícitas
de ella. Aun así, me quedé en el hospital todo el fin de semana hasta que me
llamaron del trabajo. Los días siguientes, sólo podía pasarme por la noche, y no
por mucho tiempo, porque cada día me levantaba muy temprano para ir a la
oficina.

No pasaron muchas más cosas durante la estadía de mi novia en el hospital...


Salvo un suceso que me llamó bastante la atención. El domingo por la tarde se
presentó un tipo que quería ver a Rocío, decía llamarse Alejo y aseguraba haber
ido con ella al instituto. Según él, se había enterado del accidente porque ella
misma se lo había dicho, y que venía a darle una sorpresa.

Era un tipo alto, el típico musculitos con el pelo largo teñido de rubio, y por su
acento deduje que era argentino. Rocío nunca me había hablado de ningún
'Alejo'... En realidad, no tenía constancia de que de Rocío tuviera ningún amigo,
por lo que no creí en su historia. Así que, muy educadamente, le dije que mi novia
no recibía visitas y que, por favor, no volviera de nuevo. No me pareció que se lo
tomara del todo bien, capaz no utilicé los mejores modos para echarlo, pero no me
importaba, la verdad.

Casualmente, justo en ese momento llegaba Noelia, y le pregunté si conocía al tal


'Alejo', que salía por la puerta de recepción. Su respuesta fue clara, "no lo he visto
en mi vida", así que si la súper guardiana de mi novia decía que no lo había visto
en la vida, eso significaba

que Rocío tampoco lo había hecho. Así que no le di más importancia al asunto.
Ocho días después de su ingreso en el hospital, Rocío recibió el alta médica.

Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 12:35 AM - Benjamín.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¿En serio? ¡No me jodas! ¡Son las doce y media de la noche!

—Vé a ver quién es. Quizás sólo es Noe, puede que se haya olvidado algo.

Hacía semanas que no intimaba de esta forma con Rocío. No podía ser que me
vinieran a joder a esas horas de la noche.

Me puse lo primero que encontré y fui a ver quién era. Al llegar al salón, encendí
una de las lámparas grandes que teníamos, y me asomé por la mirilla de la puerta.
Después de ojear varias veces, por fin pude ver a una persona tirada en el suelo.
Ahí mi imaginación empezó a rodar. Lo primero que pensé es que podía ser un
ladrón, o sea, la típica argucia para que un infeliz, que en ese caso era yo, abriera
la puerta de su casa para acto seguido meterle un grupo armado con el único
objetivo de vaciarle hasta el alma.

Mientras mi cabeza seguía imaginando posibles intentos de vejación hacia mi


persona y mis bienes materiales, el sujeto que estaba ahí retorciéndose en el
suelo, levantó la cabeza. Y entonces lo reconocí, era el muchacho que había venido
a visitar a Rocío al hospital. Ahí otra vez mi maquinaria cerebral volvió a andar:
"Noelia dijo que no lo conocía de nada, ¿quién carajo es este tipo? ¿Cómo mierda
sabe dónde vivimos?" me preguntaba mientras me decidía si abrir la puerta o no.

Lo primero que hice fue poner la traba de la puerta, que era de esas con cadenitas
para que la puerta no se pueda abrir del todo. Fui mirando despacio, sin
asomarme del todo, por las dudas, porque en una de esas podía aparecer otro tipo
por el costado de la puerta y apuntarme con una pistola en la cabeza. A mí no me
la iban a jugar esos potenciales sinvergüenzas.

—¿Puedo ayudarte? —pregunté.

—Perdón por molestar a estas horas, pero necesito ayuda—decía el tipo


entrecortadamente. Parecía herido—. Nos conocimos en el hospital, soy el amigo
de Rocío. ¿Puedo hablar con ella?

—Sí, me acuerdo de ti. Lo que no recuerdo es haberte dado la dirección de mi


casa. Es más, creo haberte dejado bien claro que no volvieras —añadí tratando de
imponerme.
—En realidad me dijiste que no volviera al hospital... jeje —respondió desde el
suelo y con tono jocoso— No, en serio, ¿podrías dejarme hablar con Rocío?
Aunque sea desde acá, desde la puerta.

—Te pregunté que quién te dio la dirección de mi casa. —insistí.

—Rocío, ¿quién va a ser? —hizo un breve silencio— ¿Me vas a dejar hablar con
ella?

Era evidente que el tipo no quería hablar conmigo, se dirigía a mí como si yo fuera
un estorbo que tenía que sacarse de encima rápido. Y eso me molestó mucho, así
que decidí jugar a su juego, siempre detrás de mi segura puerta con su trabita.

—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás en ese estado? —le pregunté.

—Amigo, ¿en serio me vas a hacer un cuestionario? Me dieron una paliza, apenas
puedo caminar, no sabía a donde más ir. En serio, dejame hablar con—

—Ah, ¿y te sabías de memoria la dirección de mi apartamento? Curioso —lo


interrumpí—. A mí me suena más a una sucia tetra para entrar a robar a mi casa.

—¿Estás hablando en serio? —dijo mientras soltaba una débil carcajada— ¿Si te
quisiera robar no hubiese sido más fácil venir cuando estabas en el hospital?
Vamos, amigo, usemos un poco la cabeza.

—Y si estás herido como dices, ¿por qué no fuiste a un centro médico o al hospital
como haría cualquiera?

—A ver... —dijo suspirando de una manera que me irritó bastante— ¿Viste el bar
que hay a dos calles de acá? Bueno, hace un rato me dieron una paliza ahí. Y me
acordé de que Rocío vivía cerca, así que busqué el mensaje donde me había dicho
su dirección, y vine. No me quise arriesgar a ir a un centro médico por miedo a
que me volvieran a buscar los que me pegaron. ¿Satisfecho? ¿Me vas a dejar
hablar con Rocío, amigo?

—¡Yo no soy tu amigo! —le dije alzando bastante el tono de voz— ¡Y no te conozco
de nada! Va a ser mejor que vayas a buscar ayuda a otro lugar —y me dispuse a
cerrar la puerta.

Decía que le habían dado una paliza y que temía que hubiera allá fuera buscándolo
todavía, pero por su manera de hablar, no parecía para nada preocupado, es más,
inspiraba tranquilidad. Además, ¿esa era la actitud que se supone debía mostrar
una persona que venía a las doce de la noche a tu casa a pedir ayuda? No, a mí no
me iba a hacer pasar por el aro. Que se buscara la vida.

—¡No, no! ¡Esperá! —me frenó alzando la voz— Estoy herido de verdad. Mirá lo
que tengo en la frente —decía mientras me intentaba mostrar una herida—. Por
favor, no me dejes así. Sé que no creés nada de lo que te digo, por eso te estoy
pidiendo que llames a Rocío, para que te diga ella misma que me conoce.
—El otro día en el hospital, le pregunté a Noelia, su hermana, si te conocía, y me
respondió que no te había visto en la vida. ¿Cómo puede ser que hayas ido al
instituto cuatro años con Rocío, y que su hermana, que es como su
guardaespaldas personal, no te haya visto nunca? —pregunté decidido, sabía que
lo había desarmado.

—¿Noelia? —se rió— A Noelia nunca le caí bien. No tengo ni idea por qué, pero no
me extraña que te haya dicho eso.

Seguían sin cuadrarme las cosas. Si era verdad lo que decía, ¿por qué Rocío no me
había hablado nunca de él? Está bien, no tenía por qué estar al tanto de todos sus
movimientos. Pero si tenía un amigo tan importante como para darle la dirección
de nuestra casa, lo más normal era que yo al menos tuviera constancia de su
existencia, ¿no?

De todas formas, el tipo me cayó bastante mal, no tenía ganas de darle el gusto.

—Igualmente —proseguí—, Rocío está durmiendo, además tiene una pierna


enyesada y no puede caminar, no la voy a molestar ahora. Buenas noches —y otra
vez me dispuse a cerrar la puerta.

—¡Pará! ¡No me podés dejar en este estado! ¡Rocío! ¡Rocío! —empezó a gritar,
aunque con una voz bastante débil.

—¡Cállate! ¡Vas a despertar a todos los vecinos! —dije de inmediato.

—¡Entonces llamá a Rocío! —y siguió berreando— ¡Rocío! ¡Rocío!

No me lo podía creer, ¿por qué me pasaba esto a mí? Y justo en la noche que me
había reconciliado con mi novia. Maldito el momento en el que decidí abrir esa
puerta, con lo fácil que habría sido ignorar el dichoso timbre y seguir a lo mío.
Total, eran las doce y media de la noche, el que me estaba molestando era él.

No quería que saliera un vecino al pasillo y presenciara esa escenita, que además
era a mí al que dejaba peor parado. Así que, con toda la rabia del mundo, terminé
cediendo.

—¡Rocío! —seguía intentando gritar.

—¡Cierra ya la boca! ¡Está bien! Voy a ir a buscar a Rocío, pero vas a esperar aquí.

—Me parece justo —se calmó de repente—. Pero no me vayas a dejar tirado.

Estaba bastante enfadado, se me pasó por la cabeza llamar a la policía, cosa que
podía hacer perfectamente, ya que el tipo estaba alterando la tranquilidad de una
comunidad a altas horas de la noche. Pero no me quise arriesgar, ya que si era
verdad lo que decía, me iba a terminar metiendo en problemas con Rocío de
nuevo, y no estaba dispuesto a arruinar nuestra reconciliación. "Me cago en mi
vida", pensé en ese momento.
Cuando entré al cuarto, Rocío parecía estar tratando de levantarse, pero se detuvo
cuando me vio entrar. Al parecer, había escuchado los gritos.

—Rocío, tienes visita —le dije con cara de pocos amigos.

—¿Yo? ¿A estas horas? ¿Quién es? ¿Por qué estabas gritando?—respondió


asustada.

—Tranquila. Es un tipo que dice ser tu amigo, pero que yo no vi en mi vida. Estoy
más perdido que Wally ahora mismo.

—¿Un amigo? ¿Te dijo quién es?. —contestó sorprendida.

—Dice que se llama Alejo. Le dije que estas no son horas e intenté mandarlo a
paseo, pero insistió con que quiere hablar contigo.

—¿Alejo? ¿De verdad? Qué raro... Hace siglos que no lo veo. ¿Te dijo qué quería?
—se preguntaba al mismo tiempo que yo me quedaba con cara de idiota.

—¿Entonces lo conoces? Vaya, y yo aquí haciendo el papel de psicópata porque mi


novia no me presenta a sus amigos.

—Ay, Benjamín. Alejo es un amigo que tuve en el instituto. Nunca te lo presenté


porque lo vi una sola vez desde que nos conocimos. ¿Y qué quieres decir con eso
de psicópata?

—No es nada. Está ahí afuera esperándote. Vé vistiéndote, que ya te traigo la silla
—Concluí mientras le cerraba la puerta.

Ahora el que iba a quedar mal era yo. El tipo decía la verdad y yo me había
comportado como un desequilibrado. Pero, de todas formas, decidí continuar como
mi rol de novio desconfiado, no quería mostrar ningún tipo de debilidad ante el
desconocido.

Después de llevarle la silla de ruedas, volví al salón y abrí la puerta de casa igual
que antes, con la trabita puesta. Ahí estaba el tipo sentado a un costado, tosiendo
y retorciéndose del dolor. A pesar de que me había caído como una patada en el
culo, me sentí como un verdugo, parecía estar mal de verdad, pero todavía faltaba
que Rocío confirmara su identidad, no quería arriesgarme a dejar entrar a casa al
típico ladrón que dice ser quien no es y cuando te das cuenta ya tienes la cabeza
empotrada contra la pared. Llámenme paranóico, no me importa, el cementerio
está lleno de incautos.

—¿Y? ¿La llamaste? Creo que en cualquier momento me voy a desmayar.

—Sí. Ya viene. —respondí con desgana, y volví a cerrar la puerta.


Rocío no tardó mucho en aparecer. Venía sola en la silla, se notaba que le costaba
manejarla todavía, y era algo normal, nunca en la vida había usado una, sus
movimientos eran torpes y se chocaba contra las paredes mientras venía hacia mí.

Me llevé una mano a la cabeza cuando vi lo que se había puesto... ¿Cuándo iba a
empezar esta chica a ser consciente del cuerpo que tenía? Se había puesto un
camisón corto de color rosa, una prenda que, aunque no enseñaba demasiada
carne, marcaba en demasía sus curvas. Mi novia era una verdadera diosa, pero
ella no lo sabía. No estaba seguro de si era buena idea que se presentara ante
nuestro 'invitado' vestida de esa manera. Pero ya era muy tarde, quería terminar
con todo esto cuanto antes.

Por cierto, no voy a mentir, me entraron unas ganas salvajes de volverla a


levantar en brazos, llevarla a la cama, arrancarle el camisón, y hacerle todo lo que
no le pude hacer durante todas esas semanas. Pero la situación me lo impedía...

"Me cago en mi vida", volví a pensar mientras apretaba los dientes.

—¿Pero no decías que estaba esperándome? —dijo Rocío mientras se llegaba a la


puerta.

—Sí, está afuera. —suspiré mientras abría la puerta—. Ahí lo tienes.

Su reacción fue más o menos la que yo esperaba. Abrió los ojos como platos y
empezó a vociferar.

—¡Alejo! ¡¿Qué te pasó?! ¡Benjamín! ¡Abre la puerta, por el amor de dios! —me
ordenó inmediatamente.

—¡Rocío! —se le iluminaron los ojos al tipo— ¡Tu novio me trató mal!

—¡Entra, por favor! ¡¿Pero qué te pasó?! —seguía preguntando mi chica—


¡Ayúdalo a levantarse, Benjamín! ¿Cómo pudiste dejarlo ahí tirado?

—Sí, Benjamín, un poco de humanidad, por favor —decía el imbécil, provocando


que mis ojos se inyectaran en sangre.

Mientras lo ayudaba a entrar en casa, reparé en algo que no había visto antes. El
tipo traía consigo una maleta, no muy grande, más bien pequeña, la típica que
llevas a un viaje de fin de semana. ¿Quién va a un bar con equipaje? Ya estaba
empezando a preocuparme, lo único que me faltaba era tener que darle
alojamiento a un tipo que acababa de conocer, y que además me había caído mal.

Una vez adentro, lo ayudé a tumbarse en el sofá. Estaba bastante más lastimado
de lo que parecía en un principio, tenía la parte superior de la frente manchada de
sangre y la cara llena de moretones. Rocío quiso llamar a un hospital, pero el tipo
la detuvo diciendo que no, casi en pánico, que ya nos explicaría por qué. Así que
no nos quedó más remedio que hacer nosotros de enfermeros, o más bien yo,
porque mi novia no estaba en condiciones de hacerlo, además yo no quería que se
acercara demasiado a ese sujeto, y mucho menos vestida de esa manera.

—¡Ay, Alejo! ¿Quién te hizo esto? —preguntó Rocío preocupada.

—Es una larga historia. Igual, no te preocupes, no quiero ser una molestia —dijo el
caradura, como si presentarse en mi casa a medianoche no fuera suficiente
molestia.

—¿Molestia? ¡Para nada! Si total no es la una de la madrugada —contesté con toda


la ironía posible.

—¡Benjamín!—me regañó mi novia— No hace falta que te quedes, tú vete a dormir


si quieres, yo me quedo un rato con él.

Esa fue la confirmación de que mi noche romántica se había terminado por ir a la


mierda, y también de que ese tipo se iba a quedar a pasar la noche en mi casa.
Pero no iba a dejarla sola con él, no me fiaba ni un pelo todavía.

—¿Un rato? ¿Se va a quedar a dormir aquí? —pregunté extrañado.

—¿A dónde quieres que vaya en ese estado y a estas horas? —respondió gritando
mientras nuestro 'huesped' observaba atentamente la discusión.

—¿A un hospital, por ejemplo? ¡No sabía que habíamos abierto una posada!

—Tú ni caso, Ale. Pasamos una semana difícil y por eso está tan nervioso —dijo
ignorándome olímpicamente—. Bueno, cuéntame qué te pasó.

Yo ya sobraba ahí, Rocío estaba demasiado preocupada por el tipo y ni se


molestaba en escucharme, pero me quedé por lo que ya mencioné, y porque en el
fondo me interesaba saber lo que le había pasado. Además, ya era tarde, y no iba
a permitir que la 'reunión' se alargara más de la cuenta.

—Resulta que tengo una novia, Lucía se llama, llevo tres años con ella —dijo antes
de suspirar y hacer una breve pausa—. Y esta mañana la atrapé en la cama con
otro —concluyó provocando que Rocío se llevara las manos a la boca.

—¡No! —dijo ella haciendo un gesto de sorpresa.

—Me volví loco, se me soltó la cadena y empecé a golpear al tipo, si no hubiese


saltado Lucía a detenerme, creo que lo hubiese matado.

—¡Cuánto lo siento! ¿Cómo se puede ser así? —comentaba Rocío consternada.

—Cuando me calmé —siguió relatando—, le dije al loco que se fuera, que si no iba
a matarlo de verdad. No intentó defenderse ni golpearme, se fue sin más.

—¡Qué horror! —dijo mi novia.


—Cuando ya se había calmado todo, Lucía me confesó que llevaba tiempo
viéndolo, pero que era sólo sexo y que al que amaba era a mí, y bla bla bla. —ahí
se detuvo, haciendo una pausa como para respirar— Como comprenderán no le di
bola, simplemente le dije que no quería volver a verla. Entonces hice mi maleta y
me fui.

—¿Te fuiste de tu propia casa? —pregunté interesado.

—No —respondió él, sorprendido por mi participación—. La casa es de ella, bueno,


en realidad es de su padre, yo me fui a vivir con ella cuando nos prometimos.

—¡¿Se iban a casar?! —saltó sorprendida Rocío.

—Sí...

Y ahí se quebró, agachó la cabeza y se puso a llorar como un adolescente. Por


primera vez me dio lástima, intenté ponerme en su lugar y empecé a pensar lo
que haría yo si Rocío me hiciera algo así. Pero no pude imaginar demasiado, no
entraba en mi cabeza que mi querida novia pudiera ser capaz de traicionarme de
esa manera.

—Lo siento mucho, en serio, Ale... —decía Rocío mientras intentaba acercarse para
consolarlo.

—Bueno, ¿y qué tiene que ver todo eso con la paliza que te dieron? —interrumpí
yo intentando acelerar las cosas, cosa que a Rocío no le gustó, y me lo hizo saber
mirándome mal.

—Sí... Bueno, después de eso, estuve todo el día dando vueltas por la ciudad,
yendo de acá para allá, porque no tengo familiares ni amigos por acá. Cuando se
hizo de noche, Iba a ponerme a buscar un lugar para quedarme, pero antes decidí
parar en un bar, el que está acá a dos cuadras.

—Sí, ya... —dije por lo bajo, recibiendo una nueva mirada asesina de mi novia.

—Estuve como dos horas ahí, viendo fútbol y hablando con la gente, hasta que
entraron cuatro tipos y me sacaron del local a la fuerza.

—Dios mío... —decía Rocío.

—Me llevaron a un callejón, y después de decirme que me mandaba saludos


Germán, que me imagino que se referían al amante de mi prometida, me
empezaron a pegar...

—No me lo puedo creer... ¿Y nadie llamó a la policía? —preguntó acertadamente


mi novia— O sea, los que estaban en el bar.

—No sé, no me quedé a esperarlos, tenía mucho miedo, Rocío. Me dijeron que me
fuera de la ciudad, que si me volvían a ver me iban a matar.
—Genial. Y no tuviste mejor idea que venir a ponernos en peligro a nosotros, ja —
salté indignado.

—¡Ya basta, Benjamín! ¡Vete a dormir! ¡Me estás dejando helada con tu actitud
esta noche! —saltó todavía más indignada Rocío.

—No, nos vamos a dormir los dos. El médico te dijo que tienes que guardar reposo
y yo tengo que madrugar para ir al trabajo —respondí poniendo fin a la discusión
—. Alejo, puedes quedarte aquí esta noche. Mañana a primera hora terminamos de
hablar.

—¡Muchas gracias! ¡En serio!

—¡Suéltame! —protestaba Rocío mientras me la llevaba a la habitación— ¡Tenías


razón! ¡Eres un psicópata!

Y así terminó el día para todos. Nos acostamos sin decir nada más, ella me dio la
espalda y yo me quedé sin noche romántica. No podía imaginarme cuándo iba a
volver a tener una oportunidad como esa, con lo que nos costaba a ambos iniciar
el tema.

Lo último que pensé antes de quedarme dormido fue: "Me cago en mi vida".

Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 01:50 AM - Alejo.

"Paso dos, conseguir que me abran la puerta de su casa: completado".

Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 06:50 AM - Benjamín.

Me levanté a las 6:30, media hora más temprano de lo habitual, porque antes de ir
a trabajar quería hablar con Alejo. Sabía bien por donde iban a venir los tiros, y
por más que Rocío pataleara, esta vez no iba a ceder, no me importaba cuál fuera
su situación, en mi casa no se iba a poder quedar. Tenía que estar en la oficina a
las ocho, así que tenía tiempo de sobra para dejarles las cosas bien claras a
ambos.

Rocío ya estaba despierta, se encontraba sentada en la cama leyendo un libro.

—Buenos días —la saludé.

—Hola —contestó ella sin más.


Sin darle importancia a su frío saludo, me levanté y me fui directamente al baño
para asearme. Cuando volví, ella ya estaba en la silla de ruedas, vestida,
esperándome.

—No deberías hacer eso. Ya estoy yo aquí para ayudarte —dije mientras empezaba
a vestirme.

—No te preocupes, puedo hacerlo sola perfectamente. —me respondió con


desgana.

—Bueno, pero no hagas esfuerzos innecesarios. Ya que a mí no me haces caso, al


menos deberías hacérselo al médico.

—A ti te hago caso siempre, al que no hago caso es al animal sin corazón de ayer.

—Desde ya te digo que tu amigo aquí no se va a quedar —dije, ignorando su


ataque.

—Ya lo sé —respondió sin quejarse—. Al menos no para siempre, pero sí hasta que
se recupere. No puede ir a ningún lado en ese estado.

—Yo creo que debería ir al hospital, seguro que le dan una cama. Yo lo puedo
llevar.

—¿No viste la cara que puso ayer cuando se lo mencioné? Estaba aterrado,
Benjamín.

—Bueno, eso no es problema nuestro —respondí tratando de cerrar el asunto.

—De verdad, Benjamín, no sabía que fueras así...

—¿Así cómo? —respondí contrariado—. Rocío, por favor, estoy diciendo de llevarlo
al hospital, no a la horca.

—¡Por favor tú, Benjamín! ¡Casi lo matan! ¡¿Cómo pretendes dejarlo tirado
después de lo que le pasó?! —respondió ella conteniendo la voz.

—¡Pero si no lo conozco de nada! —respondí, apretando los dientes yo también


para no gritar— ¡¿Cómo sé yo que no se lo inventó todo para conseguir techo y
comida gratis?!

—¡Yo sí lo conozco! ¡Fue mi único amigo durante todo el instituto! ¡Él no haría algo
como eso! ¡¿No viste cómo le caían las lágrimas mientras nos contaba?! —dijo ya
alzando bastante la voz— En serio, Benjamín, sinceramente, no te reconozco. Pero
haz lo que quieras.

No le contesté, sabía que no tenía sentido, no iba a cambiar de opinión, así que
todo indicaba que el que iba a tener que ceder era yo, porque, o lo hacía, o iba a
tener que sobrevivir una semana, o más, a base de comida recalentada y noches
solitarias viendo las películas de American Pie. Además, ya estaba bastante harto
de pelearme con Rocío, por fin nos habíamos puesto de acuerdo con todo el tema
de mi trabajo, no tenía ganas de que llegara un nuevo obstáculo a jodernos la
vida. Aunque en este caso, ese obstáculo tenía que quedarse para que eso no
sucediera.

Y así fue que, después de cinco minutos sentado en la cama pensando en silencio,
decidí que lo dejaría quedarse hasta que se recuperase. Si Rocío confiaba tanto en
él, no tenía ningún motivo para no hacerlo yo también. Total, serían sólo un par de
días como mucho.

—Bueno, vamos —le dije a Rocío, que ni se molestó en contestarme.

Salimos del cuarto, yo, por supuesto, llevándola a ella en la silla de ruedas, y nos
dispusimos a ir al salón, donde nos esperaba nuestro inesperado invitado. Me
frenó cuando pasamos por el baño, y por sí sola, se levantó y se metió dentro,
cerrándome la puerta en la cara. Me quedé esperándola, no quería ir solo al
encuentro de Alejo, quería que Rocío escuchara también lo que iba a decir. Cinco
minutos después, abrió la puerta y, por sí sola nuevamente, se sentó en la silla.

Cuando llegamos al salón, vimos que Alejo ya estaba despierto. Estaba sentado en
el sofá con las manos en las rodillas, daba la impresión de que llevaba tiempo
esperándonos. Lo cierto es que me lo esperaba dormido, me pareció bastante
acertado por su parte levantarse antes que sus anfitriones.

Le dimos los buenos días y yo me senté a su lado, y sin darme tiempo a siquiera
comenzar, empezó hablando él.

—Les agradezco que me hayan dejado pasar la noche acá. Hicieron mucho más de
lo que hubiese hecho cualquiera —empezó diciendo.

—Mira, Alejo, la cosa es que...

—Sí, ya sé. —me interrumpió— No pretendo ser ninguna molestia, pero si me dan
tiempo hasta esta tarde, yo...

—Espera —esta vez lo interrumpí yo—. Puedes quedarte hasta que estés mejor, no
estás en condiciones de irte a caminar la ciudad. Pero cuando te recuperes, te vas,
¿de acuerdo?. Hoy voy a hablar con un compañero que tiene unos pisos en
alquiler, voy a ver si te puede hacer precio —finalicé ante la sorpresa de Rocío.

—¿En serio? —dijo el también sorprendido Alejo— ¿En serio no es ninguna


molestia?

—Que no, tranquilo. Además, yo tengo que trabajar toda la semana y a Rocío le va
a venir bien que alguien le eche una mano en casa.

—¡Gracias! ¡En serio! ¡Muchas gracias! ¡No sé cómo te lo voy a agradecer!


Ya no estaba tan chulo como la noche anterior, ahora parecía un tipo respetuoso y
agradecido, ya no me daba tanto asco.

—Bueno, yo me voy a trabajar. Voy a tratar de volver temprano, cualquier cosa


avio —dije mientras me dirigía hacia la puerta, pero Rocío se levantó de la silla de
ruedas y se lanzó hacia mí, dándome un abrazo que casi me tira al suelo.

—¡Gracias, Benja! ¡Te amo con locura! —decía sin despegarse de mí.

—Yo también te amo, boba. ¡Y te dije que dejes de sobreesforzarte! —respondí


riéndome— Bueno, Alejo, te la encargo. Por favor, cuida eso, que no se esfuerce
demasiado...

—¡Entendido! —dijo casi militarmente.

Y, de esa manera, Alejo entró en nuestras vidas.

Sábado, 27 de septiembre del 2014 - 18:00 PM - Rocío.

—¿Todavía te acuerdas de eso? Increíble.

—¿Cómo no me voy a acordar? Todavía tengo pesadillas con la paliza que me dio
mi viejo.

—¡Lo peor es que al final descubrieron que no habías sido tú!

—¡Sí! ¡Pero la de lengua todavía se debe estar sacando el chicle del pelo!

—¡No volvió nunca más después de ese día!

Nos habíamos pasado la mañana riéndonos como tontos, estuvimos horas y horas
hablando de los viejos tiempos, cada anécdota que recordábamos era un viaje
instantáneo al pasado, a aquellos días en los que fuimos los mejores amigos.

No podía creer que estuviese hablando con Alejo tan familiarmente de nuevo,
cuando perdí el contacto con él, creí que nunca más iba a volver a verlo.

Nos conocimos a los 12 años, cuando recién empezábamos la secundaria. Al


principio yo era una niña muy tímida, venía de las afueras de la ciudad y no
conocía a nadie, además, los chicos me daban mucho miedo y las chicas se reían
de mí por eso, así que no tenía amigos, las primeras semanas fueron bastante
duras para mí. No se podía llamar bullying lo que sufría, porque no era el blanco
de las burlas de nadie, pero la realidad era que me hacían sentir bastante sola.
Todos los días durante el recreo, me sentaba en un banco del patio a comer mi
almuerzo, siempre alejada de todo el mundo, pero un día apareció él...

"¿Por qué estás siempre sola?", fue lo primero que me dijo. Yo sabía quién era,
sabía que era un chico argentino de mi clase, y era de los que más miedo me
daba, porque era de los más problemáticos.

Esa vez no le di tiempo a que me preguntara nada más, salí corriendo y me


encerré en el baño de chicas. En ese momento, di por hecho que el patio ya no era
un lugar seguro. Pero a pesar de mi poco interés en socializar con él, siguió
insistiendo, en cada intermedio de clases venía a mi mesa e intentaba entablar
conversación conmigo, aunque mi respuesta era siempre la misma, el silencio, y si
veía la oportunidad, salía corriendo para cualquier lado.

Poco a poco, fui cediendo ante su insistencia, al ver que no se rendía, empecé a
responder a algunas de sus preguntas, todas las veces con monosílabos, eso sí,
pero para él parecía ser suficiente, ya que se alejaba con una sonrisa de oreja a
oreja cada vez que conseguía que yo le dijera algo.

Y así fue como empecé a hablar con Alejo, como mi vida de estudiante dio un giro
radical, y como lentamente, pero a paso seguro, se fue convirtiendo en mi mejor
amigo.

Las demás amistades fueron llegando solas. Como me veían tan comunicativa con
Alejo, el resto de la clase también empezó a hablar conmigo, incluidas las chicas.
No tardé mucho en convertirme en una persona más o menos 'popular'.

De esa manera empezó mi adolescencia. Alejo y yo nos hicimos íntimos,


inseparables, no íbamos a ningún lado el uno sin el otro, y nos contábamos todo,
era como mi alma gemela. Obviamente, también hacíamos cosas con otros chicos,
pero nosotros dos éramos siempre el centro de todos los planes, los demás sabían
que no podrían contar con uno si faltaba el otro, fue gracias a eso que nos
ganamos el apodo de "La Parejita". Apodo que no tardó en llegar a oídos de mis
padres...

"Mira, Rocío, a partir de ahora te vas a encontrar con otro tipo de jovencitos muy
diferentes a los que había en primaria. Y esos jovencitos, por más buenos que
parezcan por fuera, por más buenas intenciones que tú creas que tengan, sólo se
van a acercar a ti por una cosa... Y tú ya sabes a lo que me refiero". Me dijo mi
padre cuando terminé sexto de primaria.

Como ya he contado antes, mi educación fue bastante 'chapada a la antigua', mis


padres no estaban dispuestos a permitir que ningún 'niñato degenerado' fuera a
mancillar a su pequeña antes de tiempo. Por ese motivo, el verano antes de
empezar la secundaria, fui, por decirlo de alguna forma, sometida a un
entrenamiento mental intensivo anti-hombres. Y fue así como surgió mi miedo al
género opuesto...
La operación 'a mi niña no' duró toda la secundaria, aunque cuando empecé a
hacer amigos y a analizar a las personas por mi propia cuenta, dejé de hacer caso
a las cosas que me decían. Igualmente, ellos nunca dejaron de aconsejarme, pero
sí llegó un momento en el que dejaron de atosigarme, aunque eso fue sólo hasta
que descubrieron la existencia de Alejo.

Sí, tardaron más o menos unos tres años en saber de él, pero no fue por mí, yo no
quería que supieran que tenía un amigo íntimo, y me había cuidado mucho de no
mencionarlo nunca. La culpa fue de Noelia, que una tarde me vio caminando con él
de la mano por el parque, y enseguida fue a contárselo a mis padres. Ese día, me
resumieron en tan solo una hora todo lo que habían intentado inculcarme a lo
largo de toda mi vida.

Lo primero que hice fue aclarar que tan solo era un amigo y que no se
preocuparan por nada, pero sirvió de muy poco, a partir de ese momento se
pusieron alerta y toda la confianza que me tenían se esfumó en un abrir y cerrar
de ojos, también se acabaron mis días de libertad, los de salir por las tardes a
donde quisiera, y mi toque de queda se redujo de las 9 de la noche a las 7 de la
tarde.

"Rocío, yo soy hombre y sé de lo que te hablo. A esa edad nuestras hormonas


están muy revolucionadas y sólo pensamos en el sexo, y ese amigo tuyo no es la
excepción. Así que, por favor, ten mucho cuidado", fue lo último que me dijo mi
padre esa noche. Yo entendía bien que lo decía por mi bien, pero no entraba en mi
cabeza que Alejo pudiera ser de esa forma, yo sentía que podía confiar en él, que
nunca intentaría sobrepasarse conmigo, Alejo era como ese hermano que nunca
tuve.

—Che, Ro —preguntó sacándome de mi ensimismamiento—, ¿tu novio trabaja


siempre hasta tan tarde?

—No siempre... Su horario oficial es de 8:00 AM a 4:00 PM, a veces cambia y lo


hacen trabajar por la tarde, pero —hice un silencio—, esta semana pasaron
muchas cosas en la empresa, y parece que los empleados van a tener que hacer
más de una hora extra.

—¿Y eso está permitido? —preguntó extrañado.

—No sé si está permitido, pero los que quieren conservar su trabajo tienen que
acatar las órdenes de arriba. Lamentablemente, es lo que hay.

—Uh, qué cagada... Me imagino que le deben pagar bastante bien para que
aguante todo eso, ¿no?

—Sí, bueno, no nos falta de nada, pero para mí no compensa todo el tiempo que le
saca.

Noelia me había contado todo lo que había pasado en el trabajo de Benjamín,


desde el fracaso por culpa de la ausencia de mi novio, hasta las consecuencias que
eso había traído, y que seguiría trayendo. Igual, no quise entrar en detalles con
Alejo, no tenía muchas ganas de hablar del tema.

—¡En fin! ¿Me ayudas a hacer la cena? —dije.

—¿Ayudarte? Disculpame, nena, pero vas a ser vos la que me ayude a mí —decía
mientras hacía que se sacudía polvo del hombro.

—¿Perdón? —dije sorprendida.

—Que te voy a mostrar que no estuve al pedo todos estos años. Vení, vamos a ver
qué tenés en la despensa. —dijo mientras se levantaba con decisión y se frotaba
las manos.

Me sorprendía cómo había cambiado Alejo, ya no sólo físicamente, sino también su


manera de pensar. Toda su vida había dicho que las cosas de la casa no eran para
él, que él era un espíritu libre y que en el futuro iba a pagarle a alguien para que
hiciera esas cosas en su lugar. Pero nada más lejos de la realidad, esa noche,
aquél chico que decía que la cocina era cosa de mujeres, hizo un 'Nam Tok' que
cualquier chef profesional hubiese envidiado.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Hola?

—Hola, Ro, ¿todo bien por ahí? —preguntó Benjamín.

—Sí, nene, todo bien. Te estamos esperando para cenar.

—Sí... sobre eso... vayan cenando ustedes, yo me voy a retrasar, no damos a


basto por acá. Hasta Mauricio está corriendo de un lado para otro, así que
imagínate... —dijo bastante resignado.

—No te preocupes, en serio —dije tratando de sonar comprensiva.

—¿Y tú qué tal? ¿Cómo va esa pierna?

—Me pica mucho —dije riéndome—, pero ya casi no siento dolor, ni siquiera
cuando apoyo el pie.

—Eso es bueno, pero igual, sigue como hasta ahora, no hagas esfuerzos
innecesarios, ¿vale?

—Que sí.

—Bueno, ¿y tu amigo?

—Ahí está. Le cuesta un poco caminar todavía, pero fuerzas no le faltan, si vieras
la pedazo de cena que preparó.
—¿Hizo la cena? Mira tú qué bien, al menos está siendo de ayuda —decía mientras
suspiraba, lo que me hizo creer que no se había ido del todo tranquilo esa mañana
—. ¿Y Noelia? ¿Fue para allá?

—Estuve toda la tarde esperándola para tomar el té, pero no vino.

—Qué raro... Pero bueno, la pobre estuvo toda la semana con nosotros, también
querrá hacer un poco su vida.

—Sí, eso mismo pensé, por eso no quise llamarla.

—Sí... En fin, te dejo, que me comen los papeles. Te amo, Ro.

—Yo también te amo, cuídate —me despedí antes de colgar.

Yo ya tenía asumido que los días venideros serían así, pero igualmente no pude
evitar sentirme decepcionada. Lógicamente, no quise que Benjamín lo notara, así
que traté de mantener la calma mientras hablaba con él.

Al que no había logrado engañar era a Alejo, mi cara me delataba.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¿Eh? Sí, ¿por qué? —dije haciéndome la distraída.

—Y... tenés los ojos llenos de lágrimas, Rocío.

—No es nada, Ale... ¡Vamos a comer antes de que se enfríe!

No insistió más. Durante la cena se dedicó a intentar levantarme el ánimo,


contándome anécdotas divertidas de sus viajes por Asia, y también recordando
más momentos de nuestros días de secundaria.

—¿Te puedo preguntar algo? —dijo mientras fregaba los platos.

—¿El qué? —dije extrañada.

—¿Qué hacías ese día en la calle a las 11 de la noche con la tormenta que había?

La pregunta me cogió por sorpresa, no me acordaba que había hablado con él


sobre el accidente por whatsapp. Esos días, yo estaba hecha un lío y me
desahogaba con cualquiera con el que tuviera un poco de confianza. Me sentí como
una idiota cuando lo recordé.

—Vos me contaste algo de una rabieta o algo así, pero no me dijiste nada más —
prosiguió.

—Vamos a dejarlo así, Alejo, —dije intentando zanjar el asunto—. Ese accidente es
algo que quiero olvidar rápido.
—Mi vieja siempre me decía una cosa —añadió—, "los errores del pasado es mejor
recordarlos, para no volver a repetirlos".

—Me parece bien, pero yo no quiero recordarlos, ¿vale? —dije al borde del enfado
— Además, no creo que sea de tu incumbencia.

—Perdón, me dejé llevar. Como que mi mente asimiló que estaba de nuevo en
esos días en los que vos me contabas todo y yo te contaba todo. Disculpame.

No dije nada más, pero sus palabras me hicieron sentir mal. Él había estado tan
amable todo el día y me había ayudado con todo, y a la primera que intentó tomar
un poquito más de confianza, yo le paré el carro de esa manera.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Benja?

—Hola, Ro, ¿cómo va todo?

—Bien, recién terminamos de cenar. Alejo está fregando los platos.

—Ah, qué bien...

—¿A qué hora vas a venir? Ya son casi las once.

—Llamaba para eso... Nos vamos a quedar toda la noche en la oficina, Ro...

—¿Cómo que toda la noche? —pregunté asustada.

—Creo que ya te contó tu hermana lo que pasó el fin de semana pasado... —dijo
con todo el tacto posible— Y esto es sólo el principio...

—Es todo culpa mía, perdóname Benjamín, perdóname —dije mientras rompía a
llorar.

—¡No! ¡No es tu culpa! ¡En serio! —dijo tratando de tranquilizarme— Me contaron


que el inversor chino vino con muy poca predisposición, que aceptó negociar con
nosotros porque le debía un favor al embajador. En serio, mi amor, tú no tienes la
culpa de nada.

—¿Y entonces por qué los hacen quedarse toda la noche trabajando? —pregunté
dubitativa.

—Ya sabes cómo son los de arriba, invirtieron mucho dinero en todo este asunto y
ahora quieren recuperarlo cuanto antes, no les importa una mierda de nosotros.

—Deja ese trabajo, Benjamín, ya sé que no quieres que yo...


—Basta, Rocío, por favor —me interrumpió—. Te necesito a mi lado ahora más que
nunca.

—Lo siento, es sólo que... Sabes que tienes mi apoyo... —dije ya un poco más
calmada— ¿Mañana a qué hora tienes que entrar?

—A las tres de la tarde.

—¿A las tres? ¿Pero vas a venir a casa?

—Si terminamos antes de las seis, sí... Si no, Rabuffetti ya me dijo que puedo
quedarme en su casa.

—Está bien, mi amor, no quiero molestarte más.

—Calculo que esta explotación no va a durar mucho más de dos semanas,


chiquita. Vamos a superar esto juntos.

—Como siempre, Benja. Te amo.

—Yo también te amo, mi vida. Bueno, me tengo que ir, Mauricio está que trina con
todo esto, no sé si va a aguantar hasta el final. Cualquier cosa que necesites
llámame, en serio, si te empieza a doler la cabeza o la pierna, llámame, y si pasa
cualquier otra cosa, llámame también.

—Está bien, no te preocupes, cualquier cosa yo te llamo. Buenas noches.

—Buenas noches...

Tras colgar, me llevé las manos a la cara y me puse a sollozar en silencio, otra vez
volvía a tener un montón de cosas en la cabeza. La noche anterior creía tenerlo
todo claro, pero al tener a Benjamín nuevamente lejos de mis brazos, todos los
miedos y dudas volvieron a invadir mi corazón.

Quería dormir y no despertar hasta que todo hubiese pasado, así que, sin decir
nada, me dispuse a irme a mi habitación. Pero entonces pasó algo que no me
esperaba. Cuando me di la vuelta y arranqué hacia mi cuarto, Alejo se acercó por
detrás y me dio un abrazo, rodeándome el cuello con ambos brazos y pegando su
mejilla a la mía. Me sorprendió tanto que mi reacción fue la de sacármelo de
encima como si fuera un bicho.

—¡¿Qué haces?! —exclamé con enfado.

—Pe-Perdoname... es sólo que...

—¿Es sólo que qué? ¿Qué pretendes?

—Lo siento... —dijo descolocado— Antes cuando estabas triste o tenías algún
problema, mis abrazos te hacían sentir mejor, así que...
—Otra vez con eso... —lo interrumpí— ¡Éramos unos críos! ¡Esos días no van a
volver, Alejo!

—Decí lo que quieras, pero a mí verte triste me sigue molestando lo mismo o más
que hace diez años.

Otra vez había vuelto a contestarle mal ante un nuevo intento de él de acercarse
un poco más a mí, pero no podía evitarlo, ya que en el fondo no terminaba de
acostumbrarme al nuevo Alejo, pero no por él, sino porque no se parecía en nada
al chico que había sido mi mejor amigo. El Alejo que yo conocía no tenía
pendientes, ni los brazos llenos de tatuajes, ni tampoco esas pintas de macarra y
tipo duro, parecía una persona completamente diferente. A pesar de que decidí
abrirle las puertas de mi casa, me estaba costando demasiado asimilar que era
realmente él.

—Lo siento, Ale —dije tratando de tranquilizarme—. No quiero que te sientas mal,
pero, por favor, no vuelvas a hacer algo como eso.

—No te preocupes, ya entiendo cómo son las cosas —dijo mientras me miraba
fijamente—. Yo creía que las cosas podían volver a ser como antes entre nosotros,
no me refiero a ir caminando agarrados de la mano a todas partes, ni quedarnos
abrazados durante horas en el parque, pero me imaginaba que un mínimo de
confianza iba a haber. Pero veo que me equivoqué. Evidentemente, nuestra
amistad no significó lo mismo para vos que lo que significó para mí.

—No es eso, Alejo, escúchame... —dije sin saber realmente lo que quería decirle.

—No, dejá. Vine a esta casa esperando encontrarme a la que fue mi mejor amiga
durante toda mi adolescencia, pero me encontré con una persona completamente
diferente. Te agradezco de corazón que vos y tu novio me hayan ayudado, pero
mañana mismo me voy.

Luego de decir eso, se metió en el cuarto de baño y yo me quedé en el medio del


pasillo con ganas de llorar. Sus palabras me habían afectado, sumado a que
todavía tenía fresca la llamada de Benjamín, me sentía como una verdadera
mierda, no hacía más que lastimar a los que me rodeaban.

No sabía qué hacer, porque aunque Alejo saliera del baño dispuesto a hablar, no
iba a saber qué decirle, no quería mentirle diciéndole que todo iba a volver a ser
como antes, porque yo no me sentía de esa forma, pero tampoco quería que
pensara que para mí nuestra amistad no había significado nada.

Echa un mar de dudas, fui a mi habitación y me preparé para dormir, ya hablaría


con Alejo al día siguiente. Me puse mi camisón favorito y me metí en la cama.
Justo cuando empezaba a auto-arroparme, me acordé de las pastillas para dormir
que me había recetado el médico. Me había dicho que era la forma más eficaz de
combatir la incomodidad de la escayola. "Estúpida", pensé, la noche anterior me
había costado horrores conciliar el sueño.
Me volví a meter en la silla de ruedas y fui al salón nuevamente. Me resultaba muy
difícil manejar esa maldita silla, y ya había tenido suficiente ese día como para
hacerme mala sangre con eso, así que a medio camino de mi objetivo, me levanté
y recorrí el resto saltando en una pata.

Cuando por fin llegué, bañada en sudor y con un dolor punzante en el talón
derecho, tomé la pastilla y me dejé caer sobre el sofá. Y mientras pensaba lo que
le iba a decir a Alejo el día siguiente, me quedé dormida.

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 01:20 AM - Alejo.

Llevaba como una hora en el baño pensando cuál sería mi siguiente movimiento.
Estaba claro que retomar nuestra amistad tal cual había sido iba a ser imposible,
Rocío no parecía confiar en mí y no tenía tiempo ni ganas de volverme a ganar su
amistad con los viejos métodos. Además, me había hecho enojar de verdad,
"¿Quién mierda se cree que es? Si si no fuera por mí ahora estaría en un convento
de monjas con un cincurón de castidad", pensaba para mis adentros. Pero no
quería perder la calma, no tenía ningún otro lugar al que ir, no me podía dar el
lujo de perder ese techo.

El discursito que le acababa de soltar en el salón había estado muy bien, el camino
de la lástima parecía que podía darme resultados, así que empecé a maquinar
jugadas basándome en ese 'estilo de juego'.

Pero ya era muy tarde para volver a atacar, al día siguiente seguiría
trabajándomela. Así que después de una hora encerrado en el baño, salí con la
única idea de acostarme en el sofá y dormir lo que me dejaran mis anfitriones.
Preparar la cena me había destrozado, permanecer más de diez minutos seguidos
de pie era una tortura para mi cuerpo lastimado.

Pero cuál fue mi sorpresa al llegar a mi cama improvisada, Rocío estaba acostada
en ella y vestida con el mismo camisón que tan dura me la había puesto la noche
anterior.

"Qué preciosidad de mujer, por el amor de dios...". Se me hacía agua la boca al


verla en esa posición y vestida de esa forma.

—Rocío —le dije en voz baja—. Che, Rocío, andate a tu cama.

Pero no me contestó, estaba profundamente dormida. Hice algunos movimientos


bruscos a ver si reaccionaba, pero nada, ya estaría deambulando por el séptimo
sueño.
Entonces me di cuenta de algo, sobre la mesita de café, al lado de un vaso vacío,
había una cajita de pastillas que decía en letras grandes y rojas: 'Dormimax'.
Hablando en plata, pastillas para dormir.

Me pasaron varias ideas hermosas por la cabeza, pero hice una lista rápida de pros
y de contras, y estos últimos le ganaron fácil a los primeros, tenía claro que no
podía permitirme arriesgar mi alojamiento gratuito por una tanda de manoseo no
consentido. Además, no era mi estilo.

Así que no lo pensé más, me agaché, pasé una mano por atrás de sus rodillas y
otra por atrás de su espalda, y la levanté para llevarla a su habitación.

Pero no pude dar ni medio paso, antes de darme cuenta, me había rodeado el
cuello con ambas manos, y de pronto empezó a tirar de mí. Ese movimiento
repentino hizo que perdiera el equilibrio, y terminé cayendo de espaldas en el sofá,
con ella encima mío.

Me había caído con todo su peso sobre la zona donde más patadas me había dado
el pelado hijo de puta ese, el dolor fue espantoso, pensé que me moría. Ella, sin
embargo, todavía seguía agarrada a mi cuello, pero seguía dormida. Todo eso lo
había hecho inconscientemente.

Intenté incorporarme, pero me dolía demasiado el cuerpo. No sabía qué carajo


hacer, porque si intentaba despertarla, cosa que parecía improbable que pudiera
conseguir, se iba a enojar al vernos en esa posición, aunque tampoco quería tirarla
al suelo, no soy tan animal.

Mientras pensaba cómo salir de aquella, ella empezó a acercar poco a poco su cara
a la mía, y también notaba como su cuerpo se apretaba cada vez más contra el
mío. Parecía una prueba del infierno, yo no quería hacerle nada, pero la situación
me invitaba a aprovecharme de ella.

De pronto, empezó a restregar su cara contra mi cuello y a acariciar mi pelo. No


eran besos lo que me daba, pero el roce de su nariz y de sus labios contra mi piel,
provocaron que mi 'amigo' se empezara a despertar. No era normal en mí
calentarme con tan poca cosa, pero, al parecer, eran los efectos que provocaba la
fruta prohibida que tenía ante mí, la misma fruta que tantas veces me había sido
negada.

Así que no lo pude evitar, liberé mi brazo derecho de entre los dos cuerpos, y lo
puse sobre su espalda. Lentamente, con mucho cuidado para que no se
despertara, empecé a descender sobre su reverso. Ella seguía acariciándome el
pelo y bañando mi cuello con su tibio aliento, lo que provocaba que lentamente mi
miembro viril se fuera despertando de su letargo.

Y llegó el momento en el que no pude aguante más y decidí dejar de retrasar lo


inevitable. Deslicé mi mano derecha directamente hasta su culito, y con la mano
izquierda agarré su teta derecha, todo esto mientras hacía que nuestros cuerpos
se restregaran rírtmicamente el uno con el otro. Qué culito que tenía, santo cielo,
grande, sin llegar a ser gordo, ni mucho menos, y duro como una piedra, nunca
antes había tenido entre mis manos un pavito de ese nivel. Con la otra mano, me
deleitaba con sus dos grandes tetas, encima me había hecho el favor de quitarse el
sujetador, estaba en el cielo y nadie me había avisado.

Entonces me incorporé, soportando el dolor infernal que eso traía a mi torso, y la


acosté boca arriba sobre el sofá. Le bajé los tirante del camisón, y me lancé como
un oso hambriento a engullir ese monumental par de tetas. Parecía poseído,
lengüeteaba sus pezones como si no hubiera un mañana y estrujaba esos pechos
sin medir mi fuerza, mientras ella emitía unos gemidos casi inaudibles. No me
importa ya nada, estaba lanzado, sabía que ya no había vuelta atrás, tenía que
aprovechar ese momento todo lo que pudiera. Ahí me levanté, desabroché mi
cinturón, me bajé los pantalones, y finalmente liberé al Krakken. 22 centímetros
de tranca salieron disparados de mi entrepierna, listos y preparados para servir a
su amo.

No quería perder ni un segundo, pasé una pierna por encima de su cuerpo, y me


senté sobre su vientre, acto seguido, coloqué mi pene entre sus dos montañas, y
sujetándolas con ambas manos por los costados para que su 'huesped' no pudiera
escaparse, empecé a bombear a gran velocidad.

Fueron diez largos minutos los que estuve jugando con sus tetas, pero todavía no
estaba ni cerca de acabar. Ella no daba señales de que fuera a despertarse aún, y
todavía me quedaban zonas de ese cuerpo que todavía no había explorado, como
sus partes nobles, por ejemplo. Me bajé de su pancita, me acomodé delante de
ella, y retiré su bombachita, y, sin más, separé sus piernas. Ahí, por fin, tenía ante
mí la conchita que hacía mucho anhelaba conocer. 

Fui con mucho cuidado, con mucha delicadeza, quería recrearme en el momento,
quería que quedara en mi memoria para siempre. No utilicé las manos, acerqué mi
nariz muy despacio y la posé entre sus labios vaginales, para después inhalar y
llevarme conmigo el hermoso aroma que desprendía, fue un momento glorioso.
Pero los momentos dulces no duran para siempre, inmediatamente pelé la lengua,
y empecé a comerme ese coñito como nunca antes me había comido uno. Lamí
cada rincón de esa cavidad, no dejé ni una sola esquina sin revisar. Me entretuve
un largo rato en su clítoris, lo sorbí con fuerza y le di pequeños mordisquitos, mi
objetivo en ese momento era que llegara al climax. Ella, mientras tanto, se
retorcía y gemía de placer, me daba igual si se despertaba, así que aumenté más,
si se podía, el ritmo de mis lamidas, también me ayudé con un par de dedos,
primero el mayor, y después el anular. No aguantó mucho de esa manera, sin
esperármelo, me inundó la boca con sus jugos de placer, su cuerpo de arqueó y un
breve y casi insonoro gritito salió de su boca. Le había dado un orgasmo como
seguro nunca se lo había dado el anormal de su novio, podía saber por la sonrisa
de su cara.

No me había podido controlar, tenía que haber esperado a correrme yo antes de


que lo hiciera ella, ahora todo su cuerpo estaba sensibilizado y cualquier roce mal
dado podía provocar que se despertara. Así que hasta ahí había llegado mi
'nochecita romántica'.
La acomodé en el sofá, y me puse a asearla con unas toallitas húmedas que había
encontrado en el baño, no quería que quedara ni un solo rastro de mi saliva en su
cuerpo, ni tampoco de sus propios fluidos, no podían quedar pistas sobre lo que
había pasado esa noche.

Una vez asegurado eso, la vestí rápido y la llevé a su cama, esa vez, procurando
que ningún movimiento en falso provocara mi caída.

Cuando aseguré todo el escenario, me encerré en el baño, y me dispuse a


terminar lo que no había podido minutos atrás, if you know what I mean...

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 06:20 AM - Benjamín.

—Me cago en mi vida.

Las decisiones de Rocío - Parte 3.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 11:15 PM - Noelia

—Hijo de la grandísima puta. No sé quién se habrá creído que es el payaso ese,


pero como me vuelva a insultar de esa forma, de la hostia que le voy a dar no se
va a olvidar en la vida.

Acababa de volver del curro y tenía los nervios por las nubes. Mi jefe me acababa
de proponer ser bailarina erótica en uno de sus clubes nocturnos. O sea, me
acababan de ofrecer un trabajo de puta, a mí, una abogada recibida con matrícula
de honor. Obviamente lo rechacé, de la manera más educada que pude, porque no
quería perder el trabajo que ya tenía de camarera. Lamentablemente no me podía
dar el lujo de quedarme en la calle, porque si no le habría metido la calva en la
freidora al degenerado ese.

—Vaya mierda de país, en cualquier otro lugar ya estaría ejerciendo mi oficio, pero
aquí tengo que prenderle velas a Satán para conseguir algo. Y encima los malditos
belgas no responden a mis correos... ¡Qué asco, Dios! —iba gritando a los cuatro
vientos mientras esperaba el maldito ascensor.

Tenía muchas ganas de desahogarme con mi hermana, aunque ella tampoco lo


estaba pasando tan bien que digamos. Benjamín hacía días que no se pasaba por
casa, su trabajo lo tenía completamente secuestrado, y eso tenía a Rocío en un
estado de tristeza permanente. No había podido hablar mucho con ella, se había
pasado esos días encerrada en su piso, y cuando iba a visitarla, me decía que no
se sentía bien y excusas similares, y me cerraba la puerta en la cara. Igualmente,
en ese momento yo la necesitaba, así que no me importaba lo que me fuera a
decir, quería estar un rato con ella.

Salí del ascensor y caminé con decisión hasta su departamento. Pero cuando iba a
tocar el timbre, escuché la voz de mi hermana del otro lado de la puerta. Podía
oírla con claridad, estaba hablando demasiado alto:

—¿Encima? ¿Así? Espera... ¡No! ¡Espera! ¡Que esperes! —Escuché que decía.
Aparentemente estaba con alguien, pero no había visto el coche de mi cuñado
aparcado abajo. La curiosidad me invadió, así que pegué la oreja en la fría madera
de la puerta y seguí escuchando lo que pasaba dentro—. No hace falta que seas
tan bruto. Deja que me mueva yo sola, sólo dime si lo hago mal —.

Esas fueron la últimas palabras que se dijeron ahí dentro, lo siguiente que pude oír
fueron abundantes gemidos de placer. Despegué la oreja de la puerta y me llevé
las manos a la boca. No podía creerlo, mi hermana estaba follando en el salón, la
angelical y pura Rocío estaba cabalgando a su macho en el salón de su casa. Y no
tuve que pensar más, estaba claro que ese macho era Benjamín, que seguramente
había encontrado un hueco en el trabajo y había venido a ver a toda prisa a su
reina.

—Maldito Benjamín. Y parecía tonto cuando lo compramos. —murmuré.

El enfado se me pasó enseguida, ya no me acordaba de mis problemas, la alegría


que tenía en ese momento superaba cualquier mal que pudiera haber en mi vida, y
todo porque mi cuñadito había vuelto para darle una noche inolvidable a mi
querida hermana. Sí, cuando ella era feliz, yo también lo era. Ya tenía ganas de
que fuera el día siguiente para irrumpir en esa casa y abrazarlos a ambos con
todas mis fuerzas.

Y así, mientras los sonidos del amor seguían saliendo del apartamento de Rocío y
Benjamín, me di media vuelta y me metí en mi casa con una sonrisa de oreja a
oreja.

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 11:15 AM - Rocío

"¿Qué hora es? Dios, es tardísimo, y tengo que hacer la colada y preparar el
almuerzo. No se me suele pasar la hora de esta forma... En fin, va a ser mejor que
me levante ya..."

"¿Eh? ¿Qué me pasa? ¿Qué es esta sensación de incomodidad? Me siento rara...


¿Serán los efectos secundarios de las pastillas? No creo... me tomé sólo una, no
debería ser eso... A lo mejor es que dormí en una mala postura. Voy a sentarme y
a estirar un poco a ver si se me pasa..."
"No, no lo entiendo... no es incomodidad... Me siento... ¡me siento genial!"

Me levanté de la cama, apoyé despacio la escayola en el suelo, y me estiré todo lo


que pude. Me sentía como una pluma, como recién salida de un spá, como si me
acabaran de dar el mejor masaje de toda mi vida. Sinceramente, nunca había
comenzado un día con una sensación semejante. Y me extrañó, porque la noche
anterior la había pasado bastante mal.

De pronto llamaron a la puerta: —¿Sí? —pregunté, lógicamente sabiendo quién


era.

—Soy yo, Rocío, buenos días. ¿Ya te levantás? Ya sé que es un poquito tarde, pero
te hice el desayuno.

—Eh... Sí, ya voy, gracias —respondí con un poco de sorpresa. Pensaba que Alejo
estaría enfadado conmigo, pero al parecer me equivocaba.

—Bueno. Te espero en la cocina.

Me terminé de desperezar, agarré una toalla, y me dirigí al cuarto de baño para


tomar una ducha. Todo esto saltando en una pata, el yeso no me pesaba nada,
sentía que podía echar a volar en cualquier momento. No sabía por qué, pero
estaba radiante.

Me cubrí la pierna escayolada con una bolsa de plástico, y me metí en la ducha. Me


quedé un buen rato dejando que el agua fluyera por mi cara. En ese momento, me
había olvidado de todos mis problemas, no quería acordarme de nada que pudiera
alterar mi estado de felicidad, porque era eso lo que sentía, felicidad.

Cogí la esponja, y empecé a enjabonarme el cuerpo. Cuando pasé la mano por mi


pecho, todo mi cuerpo se estremeció, volvía a sentir cosas extrañas. Yo siempre
había tenido un cuerpo sensible, pero esa vez era diferente, nunca había temblado
de esa manera sólo por rozarme un pezón. Intenté no darle demasiada
importancia, seguía creyendo que todas esas sensaciones eran producto de los
medicamentos que estaba tomando. Así que seguí lavándome, aunque evitando
tocar lo menos posible esa zona. Pero cuando llegué a mi parte más íntima, volvíó
a pasar. Al primer contacto, tuve miedo, me parecía haber sentido dolor, pero
luego volví a tocar, y lo que sentía era diferente... ¿De verdad eran los efectos
secundarios de los medicamentos? No sabía qué me estaba pasando. Lo mejor era
ir y hablarlo con mi hermana más tarde.

Terminé de ducharme, y volví a mi habitación para vestirme. No quería hacer


esperar más a Alejo, que el pobre se había tomado la molestia de prepararme el
desayuno. Me había sorprendido mucho su actitud de antes, me lo esperaba
enfadado, e incluso temí que ya no estuviera cuando me despertase. Pero nada
más lejos de la realidad, Alejo estaba alegre, así que albergué la esperanza de
poder hablar con él y solucionar lo de la noche anterior.
Cuando llegué al salón, estaba sentado en el sofá con su maleta delante de él.
Todas mis esperanzas de hace un momento se habían desvanecido. Estaba
preparado para irse.

—¡Buenos días! —me saludó— Ahí tenés el desayuno. Te preparé unas tostaditas
con mermelada, y en el termo tenés café calentito —terminó de decir mientras se
levantaba.

—Espera, Alejo... —me apuré a decirle— ¿Qué estás haciendo?

—Y... me voy, Rocío, te lo dije anoche. Pero no te preocupes —añadió enseguida


—, hablé con un amigo que tiene una granja a 100 kilómetros de acá. Me dijo que
en el establo tiene un cuartito y que me puedo quedar ahí hasta que encuentre
algo mejor.

—¿A una granja? ¿En el estado en el que estás? Ni lo sueñes —salté espantada—
De aquí no te vas hasta que no estés completamente recuperado.

—Lo siento, ya es tarde, me vienen a buscar en un rato. Mi amigo está acá en la


ciudad y ya aprovecha para llevarme.

—Pues lo llamas y le dices que cambiaste de opinión —dije decidida— ¿Cómo voy a
dejar que te vayas a dormir a una granja cuando apenas puedes caminar? ¡A una
granja!

—Mirá...

—¡No! —lo interrumpí— ¿Por qué no esperas a que Benjamín hable con su
compañero? Dijo que te iba a conseguir un sitio bararo para que te quedaras.

—No compliques las cosas, por favor. Podría haberme ido antes de que te
despertaras, pero me pareció de mala educación irme sin despedirme y
agradecerte. Además, no quería irme enojado con vos, porque, a pesar de todo,
fuiste una amiga muy querida para mí. Así que vamos a dejarlo así... Te agradezco
que me hayas abierto la puerta de tu casa, en serio, me ayudaste mucho, pero...

—¡No! —volví a interrumpirlo—. ¡Esto está mal! ¡No quiero que terminemos de
esta manera! ¡Hablemos!

—¿Y de qué querés hablar? Creo que ayer las cosas quedaron bastante claras.

No sabía qué decir. No quería que Alejo se fuera, todavía estaba herido y podía
pasarle cualquier cosa, y yo no quería eso. Tenía que convencerlo de que se
quedara, pero siempre dejándole claro que las cosas no volverían nunca a ser
como antes. ¿Pero cómo iba a conseguir eso? No quería lastimar sus sentimientos,
y tampoco quería que creyera que me había olvidado los buenos momentos que
había pasado con él. Sea como fuere, decidí empezar con la verdad.
—Ale, te voy a ser sincera —dije más calmada—. Cuando te veo, no veo al mismo
chico que conocí en el instituto. Pero no es porque hayas cambiado para mal, todo
lo contrario. El tema es que mi mente no logra asimilar que eres realmente tú.
Ahora te veo más maduro, no sé, más varonil... Y no me siento con la confianza
suficiente como para acercarme a ti de la misma manera que lo hacía antes...

—¿Y cómo me veías cuando estábamos en el instituto? —preguntó interesado.

—Ya te dije, diferente. Eras más... más niño... Te veía como un hermano pequeño,
un hermano pequeño en el que podía confiar, un hermano pequeño que estaría
siempre ahí para mí —respondí tratando de elegir bien las palabras—. Pero ahora,
ese hermano pequeño se ha convertido en un hermano mayor, en una persona
que me impone mucho respeto. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Te digo todo
esto porque no quiero que pienses que nuestra amistad no significó nada para mí,
después de mi familia, eras lo más preciado que tenía en mi vida.

—Sí... Entiendo... —dijo tras un largo silencio—. Por eso creo que lo mejor es que
me vaya.

—¡¿Pero por qué?! —insistí— ¡Si ayer estuvimos hablando como en los viejos
tiempos! ¡Y nos lo pasamos muy bien! ¡Lo único que te pido es que respetes
ciertos límites!

—¿Pero de qué límites me estás hablando, Rocío? —saltó indignado—. ¡Lo único
que hice fue preguntarte sobre el accidente! ¡Y me sacaste cagando como si fuera
cualquiera! ¡Y después lo del abrazo! ¡Un abrazo! ¡Un puto abrazo! ¿Tanto asco te
dio? ¿Tanto asco te dio que te abrazara? —dijo antes de hacer una breve pausa.
Yo no sabía qué decir—. No, Rocío, si tus límites son que me comporte como si no
te conociera de nada, perdoname, pero no puedo hacerlo.

Ahora sí que no sabía qué decir, todo se había tornado al plano personal, y, a
partir de ahí, lo que viniera podría ser muy doloroso, sobre todo para él. Ya no
podía hacer nada, Alejo no iba a entender cómo me sentía, y yo no iba a dar mi
brazo a torcer. Así que decidí dejar que se fuera...

—No quiero que te vayas, no quiero que te pase nada malo, pero no puedo hacer
nada si quieres irte —dije resignada—. Y no, no me dio asco que me abrazaras,
sólo me sorprendió, y reaccioné así por lo que ya te dije.

—¿Puedo hacerte una última pregunta antes de irme? —preguntó—. Si no respeta


tus "límites", no contestes y listo.

—Puedes preguntarme lo que quieras —respondí desafiante.

—Cuando me echaste de tu vida y nunca más te preocupaste en comunicarte


conmigo, ¿también fue porque estaba muy cambiado?

 Me miraba fijamente esperando una respuesta. Yo me mantuve en silencio unos


segundos analizando la situación, me había desarmado por completo, me había
puesto en jaque, y mi cara me delataba. Sabía muy bien cuál era la respuesta a
eso, pero no quería contestarle, porque sabía que en todo ese asunto, la mala era
yo.

—Tú sabes muy bien qué fue lo que cambió nuestra relación...

—Ah, así que por fin reconoces que nuestra relación había cambiado. En su
momento, cuando te lo preguntaba, me decías que no, que era mi imaginación.

—En su momento no era la misma que soy ahora, ¿vale? Y en su momento todavía
me encontraba bajo la influencia de mis padres...

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó.

—No sé si quiero hablar de esto ahora...

—Rocío, vos misma me lo dijiste ayer, ya no somos unos críos, ahora podemos
hablar las cosas como personas adultas. Creo que esta es nuestra oportunidad de
aclarar muchísimas cosas.

—No creo que tenga ningún sentido remover el pasado... —respondí intentando
rehuir el cara a cara.

—A mí me quedaron muchas espinas clavadas de ese pasado que no querés


remover... Rocío, si salgo por esa puerta, va a ser un adiós definitivo, y sería una
pena que una amistad tan bonita como la nuestra terminara de esta manera.

Tenía razón, todo estaba dado para que habláramos del pasado, para que nos
dijéramos todo lo que no nos atrevimos a decir en nuestros últimos años juntos.
Pero yo no quería hacerlo, me daba miedo y, a la vez, vergüenza reconocer que
me había comportado como una persona horrible.

Cinco largos años estuve sin saber nada de Alejo. Al principio no sentí
remordimiento por ello, ya que el último año y medio de secundaria, intenté por
todos los medios posibles cortar lazos con él. Pero cuando conocí a Benjamín y
descubrí el verdadero amor, me arrepentí enormemente por lo que le había hecho,
y durante mucho tiempo me sentí como un ser humano espantoso. Sin embargo,
ya no había nada que pudiera hacer al respecto, así que me obligué a mí misma a
olvidarme de que él alguna vez había existido, y no porque nuestra amistad no
hubiera significado nada para mí, sino porque había dado por hecho de que no lo
volvería a ver nunca más. Pero cuando me lo encontré de nuevo después de tanto
tiempo, todo se fue por la borda, Alejo había vuelto a aparecer en mi vida, y yo
creía haber encontrado ahí mismo una oportunidad de redención. Fue por eso que
le di mi número de teléfono y empecé a mensajearme con él. Fue por eso que dos
noches atrás le había abierto la puerta de mi casa. Si bien al principio mis planes
eran intentar retomar poco a poco la confianza que habíamos perdido, cuando lo
tuve de frente y volví a hablar con él cara a cara, me di cuenta de que eso sería
algo imposible.
Ya nada iba a volver a ser como antes, de eso estaba segura, pero también estaba
segura de que, pasara lo que pasara, Alejo iba a terminar saliendo ese mismo día
por esa puerta para no regresar. Por esa razón, decidí que lo mejor sería zanjar
todo en ese mismo instante.

—Está bien. Hablemos, Alejo —inicié—. ¿Qué quieres que te diga?

—¿Vas a responderme con sinceridad todo lo que te pregunte?

—Sí, te lo prometo —respondí honestamente.

—Bueno, ya me dijiste que todos estos años no te molestaste en comunicarte


conmigo por algo que supuestamente yo debería saber.

—Sí...

—¿Y qué fue eso que provocó que te olvidaras de tu mejor amigo? —preguntó. Él
ya sabía la respuesta, pero claramente quería escucharla de mí.

—Fue... tu confesión. —dije por fin.

—Ajá —dijo él—. Continúa.

—Desde que supieron que eras mi mejor amigo, mis padres iniciaron una campaña
en tu contra. Todos los días me recordaban que eras un hombre, y que tarde o
temprano ibas a intentar aprovecharte de mí. Pero yo siempre te defendía, los
enfrentaba diciéndoles que tú no eras como los demás, que eras diferente, que
eras como el hermano que no tenía, y que confiaba plenamente en ti. Así fue
durante más de tres años.

—Sigue, por favor —dijo mientras me miraba con atención.

—Bueno... El día que te me confesaste por primera vez, destrozaste esa imagen
que tenía de ti, es imagen que tanto trabajo me había costado proteger. Sí, ya lo
sé, pero déjame contarte lo que sentía en ese momento —dije al ver su cara de
indignación—. Las palabras de mis padres penetraron en mi alma, y lo único que
pude hacer en ese momento fue echar a correr. Me sentí decepcionada y asustada,
sentí que ya no podía confiar en ti, que mi papá tenía razón, que eras como todos
los demás.

—Interesante... —decía mientras caminaba en círculos por el salón y miraba hacia


el suelo.

—Ale, yo no conocía el amor en ese entonces, no sabía lo que significaba, mis


padres me habían privado de ese tipo de conocimientos, yo sólo entendía el amor
como algo dedicado exclusivamente a la familia. Por eso, cuando me preguntaste
si quería ser tu novia, lo tomé como algo obsceno, como que lo que querías era
aprovecharte de mí. Todas las patrañas que me había contado mi padre sobre los
hombres, en ese momento tenían mucho sentido para mí.
—Sigue contando —volvió a decir sin hacer mucho caso a lo que acababa de
decirle.

—De acuerdo... —proseguí—. Esa noche se lo conté todo a mi hermana, y mi


hermana se lo contó todo a mis padres, que enseguida empezaron con los típicos:
"te lo advertimos", "tus padres saben de lo que hablan", etcétera. Y ahí terminaron
de lavarme el cebrero en tu contra. Les prometí que no volvería a hablar contigo
nunca más. Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo, no podía cortar mis
lazos contigo tan fácilmente de un día para el otro. Fue por eso que decidí hacerlo
poco a poco, y esperé pacientemente a que termináramos el bachillerato para no
tener que volver a verte.

Cuando terminé de hablar, Alejo se sentó en el sofá y agachó la cabeza. Mis


palabras lo habían afectado, estaba claro, era por eso que yo no quería tocar
tema. Sentí mucha pena por él en ese momento.

—Alejo... Cuando conocí a Benjamín, cuando me enamoré de él, me di cuenta de


lo que te había hecho, de lo idiota que había sido al dejar manipularme por mis
padres. Y me arrepentí, me arrepentí mucho, tanto que por las noches lloraba
recordando lo bonita que había sido nuestra relación y de cómo la había echado a
perder. Fue por eso que no me atreví a contactar contigo después, porque daba
por hecho que me odiabas, y tenía mucho miedo de que no quisieras perdonarme.
Así que decidí dejar las cosas de esa manera. Fui una cobarde y elegí el camino
más fácil; olvidarme de ti y seguir con mi vida.

Tras varios minutos sin que ninguno dijera nada más, pensé que lo mejor sería
dejarlo solo un rato para que lo asimilara todo.

Regresé a mi habitación y decidí esperar ahí un rato. Fue entonces cuando me


acordé de Benjamín, ya eran más de las 12:30 del mediodía y no había llamado.
Busqué mi móvil, y me espanté cuando vi que estaba apagado. —¡Idiota! —me
reclamé a mi misma. Conecté el teléfono al cargador, y cuando lo encendí, me
insulté siete u ocho veces más. Tenía doce llamadas perdidas de Benjamín,
veintitrés mensajes de Whatsapp y otros tres de texto normal. Justo en ese
momento, una nueva llamada estaba entrando.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¡Sí! —atiné a decir.

—¡Hasta que contestas! —respondió Benja—. ¡Llevo desde las ocho tratando de
comunicarme contigo!

—Lo siento, Benja, tenía el móvil sin batería y no me di cuenta hasta recién...

—Creo que ya va siendo hora de que pongamos teléfono fijo...

—Es probable —dije riéndome—. En fin, ¿cómo estás? ¿Has dormido algo?
—La verdad es que muy poco. Ya sabes lo que me cuesta poder conciliar el sueño
en casa ajena...

—¿Pero a qué hora terminaste?

—A las siete.

—¿Y ahora estás en la casa de tu compañero?

—Sí, estoy en el piso de Rabuffetti. Ahora iba a desayunar algo —dijo, haciéndome
acordar que no había comido lo que me había preparado Alejo. Otro motivo más
para sentirme todavía más mal conmigo misma.

—Ah... Benja, ¿hoy te voy a ver?

—Hoy entro a las tres, así que seguramente tenga que volver a quedarme toda la
noche en la oficina.

—Entiendo... —dije con desánimo.

—Ya hemos superado el primer día, Ro, y voy a seguir necesitando de tu apoyo
para superar el resto.

—Y sabes que cuentas con él hasta el final —le respondí tratando de levantar la
cabeza.

—¡Por cierto! —saltó de golpe— Todavía no pude hablar con Alutti, el compañero
que te dije que tiene pisos en alquiler, pero mañana lo hago sin falta. Así que dile
a tu amigo que se puede quedar hasta que hable con él.

—Se lo diré, gracias por preocuparte tanto —dije, aunque no sabía si Alejo iba a
aceptar quedarse siquiera un día más—.

—Lo hago por ti, cariño. Ahora dime, ¿tú cómo estás? ¿Cómo va esa pierna?

—Pues la verdad es que mucho mejor. Parece que mi cuerpo ya se ha


acostumbrado a la escayola.

—Me alegra oír eso. Espero poder acompañarte al hospital el viernes, quiero estar
ahí cuando te la quiten —dijo sin mucho convencimiento—. Bueno, Ro, te dejo.
Rabuffetti está sirviendo el desayuno, y no quiero hacerle un feo. Te amo, mi vida.

—Yo también te amo. Nos vemos.

—Adiós.

Otra vez volvía a tener ganas de llorar, me estaban haciendo muy mal esas
llamadas telefónicas, toda la felicidad que había sentido al levantarme se había
esfumado en poco más de una hora. Pero no quería desmoronarme, quería
mantenerme fuerte por Benjamín, ya que desde mi lugar, esa era la única forma
en la que podía serle de ayuda.

Mientras me golpeaba las mejillas y me daba ánimo a mi misma, llamaron a la


puerta: —¿Sí?

—¿Puedo pasar? —preguntó Alejo.

—Sí, pasa.

Luego de entrar, se quedó unos segundos de pie en la puerta como pensando lo


que iba a decir. Amagó dos o tres veces y, por fin, se decidió a hablar:

—¿Sabés, Rocío? Cuando me rechazaste por primera vez, me destrozaste, me


aplastaste el alma. Y no era por el rechazo en sí, sino por la forma. Me hiciste
sentir como un pedazo de mierda, como que una basura como yo no se merecía a
una chica como vos.

—Eso no es...

—Pará, no me interrumpas, por favor. Esa noche lloré como nunca había llorado en
mi vida. Yo tenía creído que entre nosotros había algo especial, que no era una
relación de amigos normal, porque hacíamos todo lo que hacían las parejas;
íbamos por la calle tomados de la mano, nos abrazábamos cuando teníamos ganas
de hacerlo, hasta había veces que te quedabas a dormir en mi casa a escondidas
de tus padres. Por eso, yo creía que lo único que le faltaba a nuestra relación, era
que uno de los dos se declarara, y creí que tenía que ser yo el que diera ese paso.

—Alejo...

—No terminé todavía. Al día siguiente de que me dejaras el orgullo por el piso,
quise hacer como que nada había pasado, a pesar de todo, yo te seguía queriendo.
Y cuando viniste y me perdiste perdón por tu reacción, y me diste las explicaciones
de por qué lo habías hecho, aunque no lo creas, me sentí feliz, feliz porque las
cosas podrían continuar siendo como siempre. Y bueno, ahí es donde me imagino
que hizo aparición tu plan para sacarme de tu vida... ¿Pero viste? A pesar de tu
trato frío y distante conmigo, al año siguiente me volví a declarar. Y ahora me
siento como un reverendo pelotudo por haberlo hecho...

Yo de mientras escuchaba todo en silencio, cada palabra que pronunciaba era una
lanza que se clavaba en mi pecho. Sabía que no iba a durar mucho tiempo más
calmada, tenía ganas de llorar, y en cualquier momento iba a hacerlo.

—Pero... —prosiguió—. Ahora que te sinceraste conmigo, ahora que sé toda la


verdad, siento paz en mi corazón. Durante años creí que nuestra amistad se había
roto por mi culpa, y, si bien pude superarlo, estaba seguro de que esa herida
nunca iba a terminar de sanar del todo.

—¿Ale? —dije al ver como se sentaba a mi lado.


—Pero vos tampoco tenés la culpa de nada, y tampoco tus papás. Vos hiciste lo
que hubiese hecho cualquier chica educada de la misma forma que vos, y ellos lo
único que querían era protegerte.

—Ale... —seguía diciendo. Estaba completamente en blanco, no me esperaba esa


reacción para nada, y mucho menos la que vino después.

—¿Puedo abrazarte? —me preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Era la primera
vez desde que había llegado que lo tenía de frente y tan cerca de mí, y tras
mirarlo fijamente unos segundos, encontré en esa mirada triste al Alejo con el que
había compartido toda mi adolescencia.

—Está bien —le respondí.

Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento. Cuando pasó sus brazos por
alrededor de mi cuello y pegó su cuerpo al mío, me invadió un hermoso
sentimiento de nostalgia, lo que provocó que respondiera a su abrazo de forma
instantánea. En ese momento, mi mente se trasladó a aquellos días que tan
felizmente había pasado junto a él, y sentí como una pesada carga desaparecía en
el proceso.

—No llores, bobo, que me vas a hacer llorar a mí también —le dije al notar como
una lágrima caía en mi espalda.

—Perdoname, no puedo evitarlo, llevo muchos años esperando este momento.

Estuvimos como un minuto de esa manera. Fue él quien me soltó primero, y se


alejó un poquito, me imagino que para que no me sintiera invadida. Luego dijo:

—¿Me perdonás?

—¿Perdonarte? ¡Pero si eres tú el que me tiene que perdonar a mí! ¡Es más, ni
siquiera te he pedido perdón como se debe!

—No, yo no te tengo que perdonar nada, en serio. Ayer y hoy me comporté como
un patán, te juzgué sin saber por todo lo que habías pasado, y te hice pasar un
mal rato. Te digo que sos vos la que me tiene que perdonar a mí.

—Insisto en que no me tienes que pedir perdón por nada, pero si eso te deja más
tranquilo, está bien, te perdono.

—Gracias, Ro —dijo con una sonrisa tierna.

—¡Pues bueno! ¿Entonces puedo dar por hecho que te vas a quedar hasta que
estés bien?

—Si no es mucha molestia...


—¡Ninguna! ¡Ya mismo estás llamando al granjero para decirle que cambiaste de
opinión!

—Con la ilusión que me daba jugar en el barro con los cerditos...

— Sí, seguro... —respondí, y ambos nos echamos a reír.

—En fin, hay un desayuno muriéndose de pena ahí afuera.

—¡El desayuno! ¿Ves como sí te tenía que pedir perdón por algo? Venga, vamos al
salón.

—Vamos.

Aunque lo llevé con toda la naturalidad que pude, quedé anonadada con todo lo
que acababa de pasar. Hacía sólo media hora ya había dado por hecho que Alejo
se iría de mi vida para nunca más volver, pero la situación había dado un giro
radical. ¿Por qué había cambiado de parecer tan repentinamente? Pero no quise
ahondar más en el asunto, el pasado ya había quedado pisado.

Aunque no me molesté en aclararlo, estaba segura de que él sabía que mis


condiciones seguían siendo las mismas más allá de ese abrazo. De todas formas
no quise darle más vueltas al tema, ya iría viendo cómo iban transcurriendo los
acontecimientos de ahí en más, total, si a Alejo se le daba por hacer algo que a mi
me molestara, sólo tenía que volver a marcarle los puntos, y listo.

Esa tarde ya no volvimos a hablar del tema, los dos sabíamos que no valía la pena.

Finalmente, me comí las dichosas tostadas con mermelada, pero de almuerzo, ya


se había hecho tarde y tampoco tenía demasiada hambre. Alejo se preparó algo
aparte para él. La comida transcurrió con normalidad, hablamos de cosas triviales
y nos echamos algunas risas. También le conté lo que me había dicho Benjamín
sobre su compañero con pisos en alquiler, cosa que terminó de alegrarle el día,
porque estaba muy preocupado con todo el asunto de su siguiente destino.

Cuando terminamos de fregar los platos, Alejo me preguntó si podía usar el cuarto
libre que teníamos mientras se quedara en nuestra casa. Obviamente, le dije que
sí. La noche anterior yo ya tenía pensando decirle que podía dormir ahí, pero con
la discusión, se me había pasado completamente. Le di unas sábanas limpias y un
par de toallas, me agradeció y me dijo que se iría a descansar un rato el cuerpo,
que todavía le dolía bastante.

A eso de las cinco de la tarde, recibí un whatsapp de mi hermana:

"Nenaaa!!! Cómo estás??? Perdona por no haber ido a verte ayer, pero por la
mañana me llamaron para una entrevista de trabajo y me cogió totalmente
desprevenida, no tuve tiempo de avisarte. Pero la buena noticia es que me dieron
el curro!!!! Sabes la cafetería de la pérgola rosa que hay a dos calles de aquí?
Bueno, ahí. Sí, es de camarera el puesto, pero al menos pagan bien y me da para
sobrevivir hasta que me llamen de Bélgica. En una hora llego y voy a verte!!!
Prepárate porque el abrazo que te voy a dar va a ser antológico!! Te amo nena".

Aunque hacía dos días nada más que no la veía, que para nosotras eso era un
mundo, me alegró mucho saber que estaba bien. Pero me perturbó la idea de que
se encontrara con Alejo. A Noelia nunca le había caído bien, pero ya no porque lo
que decían mis padres, sino porque no le gustaba él como persona. Nunca me dio
una explicación lógica, siempre me decía que era pura intuición y que para ella eso
era suficiente. Sobra decir que ella fue partícipe protagonista en mi alejamiento de
él en mis dos últimos años de instituto. En cambio, por parte de Alejo... Él nunca
me habló mal de ninguno de mis familiares, más bien porque nunca tuvo contacto
con ninguno de ellos, porque si no, quién sabe...

"Ni hablar. No puedo dejar que Noe sepa nada de Alejo". Con eso ya decidido,
respondí a su mensaje:

"Noe! ya me había pensado que te había pasado algo, la próxima vez avisa! Y
sobre mí, pues estoy de maravilla, la pierna ya no me duele y ahora mismo siento
la escayola como un estorbo nada más, a ver si el viernes ya me la quitan. Bueno,
avísame cuando estés llegando, así me preparo, porque ahora estoy en la cama y
bien cómoda que estoy jajaja. Y yo también te amo hermanita!".

Me tumbé en el sofá y esperé pacientemente la llegada de mi hermana.

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 7:30 PM - Alejo

—Hola.

—Pichón, no puedo esperar más.

—Necesito que me des un mes más por lo menos, tuve un problemita con la
policía, no pude conseguir la guita todavía.

—Hace dos meses que me estás toreando, y yo me estoy jugando el cuello por ti.

—Mirá, Ramón, no es joda esto, me tuve que ir de la pensión de Lorenzo, me está


buscando gente muy peligrosa. Sólo te pido un mes, un mísero mes más.

—Hace dos meses que vengo evitando que te manden dos tipos a que te partan
las piernas... Lo siento, pero se te acabó el tiempo, Pichón, los de arriba ya no
esperan más.

—¿En serio me decís eso? ¿Después de todo lo que hice por ustedes?
—Todo recíproco, Pichón, tú nos has dado tanto como nosotros te hemos dado a ti.
Ya no puedo hacer nada más para ayudarte, tengo a Amatista pegado en el culo,
en todas las reuniones le llena la cabeza a los jefes diciéndoles que yo soy tu
cómplice, no me voy a arriesgar más.

—¿Y vos no me podés prestar lo que me falta? Sabés que yo nunca te cagaría.

—¿Cuánto tienes?

—Y... tengo casi doce mil euros.

—Estás loco, te falta más de la mitad todavía, no tengo tanto. Lo siento, Pichón,
pero si no apareces en la fábrica mañana a primera hora con todo el dinero, te van
a ir a buscar. Que tengas mucha suerte.

—¡Esperá, Ramón! ¡La concha de tu madre! ¡Esperá!

Y colgó. Ahora sí que estaba con la soga al cuello, ya no sólo me buscaba un


guardia civil cornudo, también era el blanco de un grupo casi-mafioso que se
sentía estafado.

—La re puta madre que me re mil parió, justo ahora me viene a pasar esto.

Como no tenía el dinero ni iba a poder conseguirlo a tiempo, empecé a analizar


mis posibilidades. A Rocío no se lo podía pedir, las cosas todavía estaban frescas
con ella, pero si hubiese tenido más tiempo, a lo mejor sí hubiese valorado esa
opción. También pensé en esperar a que se durmiera y saquearle la casa, pero
necesitaba más de quince mil euros, y no creí que en ese departamentucho
tuvieran cosas de valor por esa cifra. Otra opción era salir ya mismo de ahí y
tomarme un avión para donde fuera, pero la descarté enseguida, di por hecho que
ya tendrían personas en el aeropuerto esperándome.

Estaba oficialmente al horno, lo sabía, ya no había nada que pudiera hacer. Me


arrepentía profundamente de haberme metido en ese mundo, y más cuando
pensaba que nunca necesité ese dinero realmente, con la herencia que me había
dejado mi padrastro me hubiese dado para vivir tranquilo y sin complicaciones
durante mucho tiempo. Pero no, mi puta codicia tenía que ser saciada, y tuve que
meterme con esos delincuentes.

Resulta que cuando estaba terminando el bachiller, con 18 añitos, yo tenía todo
preparado para empezar un ciclo de grado superior de informática, pero pocas
semanas antes de terminar, me enteré que mi padrastro, que hacía meses que no
lo veía, se había matado en un accidente de coche. No se pueden imaginar cual
fue mi sorpresa cuando me dijeron que me había dejado cincuenta mil euros de
herencia. Sí, mandé a la mierda todos los planes que tenía hasta ese momento y,
después de dejarles cinco mil euros como agradecimiento por haberme dado techo
y comida, también mandé a la mierda a mis tíos, y me fui a recorrer el mundo.
Aunque en realidad mi único destino fue Asia, estuve tres años recorriendo el
continente amarillo: Japón, Corea del Sur, China, Vietnam, Indonesia, Tailandia y
Filipinas fueron los países que visité.
Pero todo lo bueno se termina, o sea, el dinero, y tuve que regresar. Bueno, no
me lo había gastado todo, todavía me quedaban diez mil, que iba a ser lo que
utilizaría para asentarme definitivamente donde me había criado. El que más me
ayudó en ese cometido fue Lorenzo, el dueño de una vecindad de departamentitos
que conocí de casualidad cuando buscaba un lugar para vivir. Lorenzo no solo me
dejó el alquiler barato, también me ayudó a conseguir a clientes con mucha plata
para que les diera clases de guitarra. Ese viejo choto era mi ángel guardián. Así
que durante muchos meses me fue todo fenomenal, tenía casa, trabajo, ahorros y
una vida sexual plena (lo de Lucía había durado bastante, sí). Hasta que un día los
conocí a ellos...

Brenda era una de mis alumnas, una mujer de unos 40 años, consumida por las
drogas, pero aun así una muy buena mujer, no alguien a quien pudieras tomar
como ejemplo, pero sí una persona con una tremenda bondad en su corazón. Ella
lo tenía a Ramón, su amante, que le pagaba todo, el techo, la comida, el alcohol,
las drogas, y los caprichos que a ella se le ocurrieran. Y, justamente, uno de esos
caprichos fueron las clases de guitarra. Lorenzo conocía a la pareja desde hacía
mucho, y los unía una fuerte amistad. Cuando se metían en líos con la policía, el
viejo siempre les daba alojamiento gratis, a cambio, ellos se encargaban de
defenderlo cuando aparecía algún matón local a amenazarlo. Sea como fuere,
Lorenzo un día les habló de mí, y a Brenda le gustó la idea de aprender a tocar la
guitarra y más si era un chico joven y atractivo como yo el que le daba las clases.
Y bueno, terminé tomando confianza bastante rápido con Brenda y Ramón. Casi
todas las veces que iba, cuando terminaba con las clases, me invitaban a cenar
con ellos. Las noches terminaban con los tres borrachos y riéndonos como
pelotudos, a veces incluso llorando, o bailando hasta las siete de la mañana.

Un día, cuando ya llevaba dos meses trabajando para ellos, Ramón se acerca y me
dice: "Me caes muy bien, muchacho, por eso voy a contarte algo que no suelo
contarle a todo el mundo". Ahí empezaron todos mis problemas. Resulta que
Ramón trabajaba para una banda de narcotraficantes nigerianos que se dedicaban
a traer droga desde Sudamérica mediante 'mulas' para luego distribuirla por toda
la zona local. Ramón me ofreció trabajar como 'repartidor', diciéndome que lo
único que yo tendría que hacer era esperar en un piso franco a que la droga
llegara del aeropuerto, y una vez los compañeros terminaran de limpiar a la
'mula', yo tendría que llevarle la mercancía a él, para que él se la llevara luego a
los jefes. Al principio dudé y mucho, no tenía ganas de meterme en cosas ilegales,
pero me convenció cuando me dijo la cantidad que ganaría: "Dos mil euros por
reparto, muchacho, dos mil euros limpios, y cada repartidor suele tener entre
cinco y diez repartos por mes. Sobre lo otro, generalmente la limpieza no se hace
en el mismo sitio donde espera el repartidor, salvo casos especiales, es por eso
que no tienes por qué preocuparte, ya que si la policía llega a interceptar la
mercancía, lo haría antes de que ésta llegara a ti". No tuvo que decir nada más, le
dije que sí sin dudarlo, era dinero fácil, lo único que tendría que hacer sería
conducir.

Veintitrés repartos satisfactorios en cuatro meses, es decir, 46.000 euros sin


mancharme ni un dedo. Las cosas no podían irme mejor, y Ramón estaba muy
contento conmigo: "Estamos haciendo mucho dinero, Pichón. ¿Te molesta si te
llamó así? Es que ya eres como un hijo para mí. Pero, hazme caso, todavía es muy
pronto para que te empieces a gastar lo que has ganado, espera unos meses más.
De momento, sigue viviendo tu vida como hasta ahora". Y menos mal que le hice
caso, porque en el vigésimo cuarto reparto se me vino la noche...

—¿Alejo? ¿Estás despierto?—llamó Rocío después de golpear la puerta dos veces.

—Sí, pasá Ro.

—Permiso. Ya son más de las ocho, ¿dormiste hasta ahora?

—Sí, me desperté hará unos diez minutos. Me vino bien la siesta.

—Vaya, me alegro —dijo con una sonrisa boba—. Bueno, ¿me ayudas a preparar la
cena? No creo poder preparar algo rico desde mi sillita, je.

—¿Te gusta el sushi? Vi que tenías salmón en el freezer.

—¿Sushi? ¿Eso no es pescado crudo?

—Sí y no, podemos prepararlo a nuestro gusto.

—¡Pues perfecto! ¡Hagamos sushi! Pero tú me vas enseñando, ¿eh? Que yo no


tengo ni idea.

—¡Yo me encargo!

Ni putas ganas tenía, pero no podía negarme a nada en ese momento, tenía que
estirar mi estadía en esa casa todo lo posible, porque sabía que cuando me fuera
de ahí, sería hombre muerto. Así que mi única opción era seguir mejorando mi
relación con Rocío, tenía que volver a meterme en su corazón, y para eso iba a
necesitar mucho más que las lágrimas de cocodrilo que había derramado antes.

El primer paso sería intentar conseguir que se abriera (no de piernas, eso más
adelante si había tiempo), que me contara todos sus problemas, y así volver a
convertirme en su confidente, en aquél amigo que solía escuchar todos sus
problemas y siempre le respondía con buenos consejos. A partir de ahí, yo haría
mis conjeturas y decidiría cual sería el siguiente paso a seguir. ¿Y cuál es el mejor
método para que una mujer abra su corazón? Exacto, el alcohol. Esa noche, mi
objetivo número uno era que Rocío se agarrara un pedo de final de Champions.

—Ro.

—Dime.

—¿Tienes vino tinto? Conozco un plato chino buenísimo que no es muy difícil de
hacer. Lo que sobre ya nos lo terminamos en la cena, jajaja.

 
Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 8:30 PM - Benjamín.

—¡Raúl! ¡Tanto tiempo, compañero!

—¡Benjamín! Ya ves, aquí de vuelta en la esclavitud.

—¿Pero qué ha pasado? Me enteré que te dieron toda la semana libre, ¿pero por
qué?

—Falleció mi suegra, le dio un ataque al corazón mientras estaba de vacaciones en


Roma, y como hubo algunas complicaciones en el envío del cuerpo, pedí que me
dieran unos días libres para solucionarlo todo.

—Cuánto lo siento.

—No lo sientas tanto, esa vieja era una mala arpía. Hace unas semanas mi suegro
la descubrió con otro, un tipo más joven y con más dinero que él, y la zorra no
tuvo mejor idea que irse con su amante a pasar unas semanas en Italia para
"pensar".

—Santo cielo, me dejas helado.

—Sí, se podría escribir más de un relato con esa historia, pero bueno... ¿Y tú qué
te cuentas?

—Y... ya te podrás imaginar, recién está empezando este calvario.

—Sí, Duragnona me contó varias cosas... Pero tenemos un buen grupo, Benja,
vamos a sacar toda esta mierda adelante.

—Esa es la actitud, compañero. En fin, te quería hacer una pregunta, ¿todavía


sigues teniendo en alquiler aquellos pisos de los que me hablaste?

—¿Los pisos? Pues... todo eso lo lleva mi mujer. ¿Por?

—Es para un conocido, un amigo de mi novia, que se acaba de mudar a la ciudad y


está buscando un piso barato.

—¡Oh! Pues ahora mismo me coges en bragas, pero el viernes hablo con mi mujer
y te digo, ¿ok?

—¿El viernes? ¿No puede ser antes?

—Es que hasta el viernes no vuelve, se tuvo que ir a Roma por todo esto de mi
suegra...

—Vaya, pues eso sí que es un problema.


—¿Hay tanta prisa? ¿Tu conocido no tiene donde quedarse o qué?

—Sí que tiene, mi casa... Por eso lo estoy ayudando a buscar vivienda, para que se
largue lo antes posible.

—Pues lo siento... Hasta el viernes no puedo hacer nada por ayudarte.

—No te preocupes, creo que no me moriré por esperar cinco días...

—¡Benjamín! ¡Alutti! ¡Déjense de cháchara y pónganse a trabajar que se nos


acumula el trabajo!

—Ya vamos, Mauricio, no seas tan cascarrabias, que de momento está todo bajo
control.

—¡A trabajar, coño!

—Será mejor que vayamos, Benja, que este en cualquier momento nos revolea
una silla.

—Sí, tienes razón, vamos.

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 10:50 PM - Alejo.

—Qué bien que cocinas, Ale, en serio, deberías dedicarte a esto de cocinar y... y
cocinar, como esos chefs de la tele, que hacen programas y van a restaurantes de
lujo a cocinar, ¿sabes lo que te digo?

—Sí, como el gordito ese tan famoso de la tele, ¿no?

—¡Sí! ¡Ese! Aunque ese es muy viejo, tú todavía eres joven, y seguro que tú lo
harías mucho mejor, y los concursantes no se pelearían nunca porque confiarían
en tu criterio, y en tu cocina, y esas cosas...

—Seguro que sí... Ro, ¿por qué no te tomás lo que queda en la botella así ya la
tiramos? A mí me está doliendo el estómago, ya no me entra más nada...

—No sé... creo que tomé mucho ya... no me sienta muy bien el alcohol... La última
vez terminé vomitando en el traje de Benja, y pasé muchísima vergüenza, porque
estaba su madre, y su hermana, y su padre, y su madre delante. Creo que fue en
las navidades pasadas, o sea, mmm... hace nueve meses.

—Por eso, no pasa nada porque de vez en cuando tomes un poquito. Dale,
terminate lo que queda en la llatebo.
—¿"Llatebo"? Jajaja, qué gracioso eres cuando hablas así. Siempre me pregunté
por qué los argentinos dicen las palabras al revés... Dicen "lleca" en vez de calle, o
"feca" en vez de café, no lo entiendo, la verdad, jajaja. Está bien, dame la
"llatebo", total quedan tres gotas nada más.

—Buenas chica. Che, después yo levanto todo esto, vamos al sofá a hablar un
rato, ¿dale?

—Bueno, pero un rato nada más, que mañana quiero estar despierta para cuando
llame Benja.

Objetivo cumplido, Rocío estaba en pedo. Ahora venía la segunda parte del plan,
sonsacarle información que pudiera servirme para darle forma a mi siguiente
movimiento.

Me levanté, y la llevé en su silla de ruedas hasta el salón. Cuando llegamos, la


levanté en brazos, y la dejé en el sofá. No se quejó en lo más mínimo cuando
realicé esa maniobra, era una buena señal, el alcohol estaba haciendo su trabajo.
Encendí la televisión, y me senté a su lado.

—Ahora que lo mencionaste, me puse a pensar en tu novio, en lo buen tipo que


es, no cualquiera le abre la puerta de su casa a alguien que no conoce...

—Es un cielo mi Benja, tiene un corazón que no le cabe en el pecho.

—Sí, un tipazo. Debés extrañarlo mucho, ¿no?

—Sí... Tengo muchas ganas de verlo... —dijo mientras miraba a la nada con
nostalgia.

—Me imagino, desde ayer a la mañana que no lo hacés.

—Es todo culpa de ese maldito trabajo... Quiero que lo deje de una vez... Lo único
que hace es traernos problemas...

—¿Problemas?

—Sí...

—¿Por ejemplo?

—¿Ejemplo? Veamos... Ah, sí, por culpa de ese trabajo tuve el accidente.

—¿En serio? ¿Pero qué tuvo que ver el trabajo?

—Yo me iba a ir de viaje con Benjamín, llevaba muchos días planeándolo, pero ese
día llegó y me dijo que teníamos que cancelarlo, y yo salí corriendo de casa, iba a
irme a casa de mamá para darle una lección. Pero estaba lloviendo mucho y yo
estaba muy triste, por eso no lo vi al coche —Bingo.
—A la mierda... No lo sabía... Debió haberte puesto muy triste todo eso para que
hicieras una cosa así.

—Sí... Estaba muy triste... Por eso quiero que renuncie, ya lo hablamos miles de
veces, pero siempre terminamos discutiendo y yo termino cediendo. Yo trabajaría
de lo que fuera con tal de que pudiéramos pasar más tiempo juntos...

—Ajá...

—Y encima ahora pasa todo esto... Tiene que quedarse toda la noche en la oficina,
y a saber cuando lo voy a poder ver de vuelta... Me dijo que esto puede durar dos
semanas más... No sé si voy a aguantar...

—Ajá...

—Lo extraño mucho, quiero que venga y me abrace...

—¿Quéres que te abrace yo en su lugar?

—No es lo mismo... Yo lo quiero a él...

—Ya lo sé, y nadie lo va a suplantar nunca, Ro. Pero un abrazo siempre ayuda a
olvidar las penas...

—Gracias, Ale, eres una buena persona. Abrázame, por favor.

—Con mucho gusto, tonta.

Estuvimos varios segundos abrazados. Sentir sus enormes tetas contra mi pecho
hizo que mi 'amigo' se empezara a despertar... Aunque la situación era muy
diferente a la de la noche anterior, esta vez no estaba atrapado sin poder
moverme, además, ahora ella estaba vestida de calle, con una musculosa y unos
jeans, cosa que ayudaba a mantenerme sereno.

—Tenías razón. Ahora me siento mucho mejor.

—Te lo dije, los abrazos son los remedios del alma.

—¿Puedo apoyar mi cabeza en tu hombro? Me siento mareada, y no quiero irme a


domir todavía.

—Por supuesto. Mejor aún, vení, ponete así y yo te paso el brazo por encima del
hombro. Así vamos a estar más cómodos.

—Está bien.

Si bien la tenía justo donde quería, todavía no sabía cuál sería el siguiente paso a
seguir. Pero lo que era seguro era que necesitaba avanzar un poco más, ahondar
un poco más en sus problemas, afianzarme como amigo, no me convenía que las
cosas se quedaran tal cual estaban en ese momento, ya que al día siguiente se
despertaría recordando todo y me acusaría de a saber qué cosas. Pero me costaba
pensar, en la posición en la que estábamos, mi mano quedaba colgando muy cerca
de su teta derecha, y el esfuerzo que estaba haciendo para no agarrársela era
digno de los dioses del Olimpo. Así que, tratando de serenarme, me puse a
analizar las rutas que tenía delante, y llegué a la conclusión de que la opción más
sensata era la de intentar meterme en su corazón mediante halagos y defensas
injustificada a su novio. Darle ánimos para que pudiera soportar la ausencia de
Benjamín era el plan ideal.

Sí, era lo mejor, pero, finalmente, la cabeza de abajo le ganó a la de arriba, y mi


juicio se nubló...

—Rocío, ¿sabés lo que creo yo?

—¿Qué?

—Que en realidad tu novio tiene miedo de pasar tiempo con vos.

—¿Eh? ¿De qué estás hablando?

—Llamalo miedo, llamalo preocupación... Creo que tu novio no está cómodo con la
situación actual.

—¿Pero a qué te refieres? ¿De qué situación hablas?

—Rocío, yo quiero ayudarte, y para eso necesito que me seas cien por cien sincera
con lo que te voy a preguntar ahora, es por tu bien...

—No entiendo nada, Alejo...

—¿Cómo es tu vida sexual con Benjamín?

—¡¿Qué?!

—Respondeme, yo sé por qué te lo pregunto.

—¡No te voy a responder a eso! ¿Pero quién te has creído que eres? Me voy a
dormir —dijo sacándose mi brazo de encima.

—Rocío, esperá —dije yo mientras me incorporaba—. Todo esto tiene que ver con
la razón por la que cual pasa tanto tiempo trabajando.

—¡Pasa tanto tiempo en el trabajo porque lo obligan a trabajar todas esas horas!
—me gritó.

—Seamos serios, Rocío, ¿quién carajo se pasa dieciocho horas seguidas en el


trabajo? ¿En serio no tiene ni una hora libre para venir a verte?
—¡Eso es porque sus jefes están muy enfadados porque la reunión con el chino
salió mal y por eso los obligan a quedarse toda la noche! —siguió gritando.

—Contestame esto: Antes de que yo viniera, ¿había trabajado alguna vez tantas
horas seguidas?

—No, pero... —respondió ya contrariada.

—Y antes de que yo viniera, ¿había pasado alguna noche fuera de casa?

—¡No! Pero es porque...

—¡Porque estoy yo acá para atenderte! ¿No te parece raro que al principio haya
estado tan reacio a que yo me quedara, y que de un momento a otro haya
aceptado? ¡Porque vio una oportunidad única para escapar unos días!

—¡No! ¡Aceptó que te quedaras porque yo se lo pedí! —ya estaba a punto de


llorar.

—Aceptalo, Rocío, todo encaja, las discusiones que tuvieron por su trabajo, tu
accidente... A Benjamín se le fue de las manos esta relación y ahora está
buscando un poco de espacio para pensar.

—¡No! ¡Eso no es verdad! ¡Benjamín y yo nos decimos todo en la cara siempre! ¡Si
tuviera algún problema conmigo me lo hubiese dicho! —dijo ya llorando.

—¿Para qué? ¿Vos te creés que a él le gustaría verte llorar? Si te dijera todo eso te
derrumbarías frente a él y no podría soportarlo.

—Benjamín no es así, Benjamín no sería tan cobarde... No, no, ¡NO! —gritó muy
fuerte, y luego intentó ponerse de pie, pero la detuve agarrándola de ambos
brazos.

—Tranquilizate, por favor... Benjamín no es un cobarde, simplemente se siente


frustrado porque, por más que lo intenta, no está consiguiendo que seas feliz.

—Lo único que necesito para ser feliz es tenerlo a mi lado...

El tablero ya estaba dispuesto, había hecho mi jugada y ahora no podía echarme


atrás. En ese momento no pensaba en si había hecho bien o mal, ya ni siquiera me
acordaba de que mi vida estaba en peligro, en lo único que pensaba era que en
esa chica tenía que ser mía por lo menos una vez.

—Escuchame, Ro, necesito que me contestes la pregunta que te hice, es vital que
lo hagas —dije cuando se volvió a sentar ya bastante más calmada.

—No...

—¿Cómo es tu vida sexual con Benjamín?


—No...

—Contestame.

—No...

—Rocío... —insistí, y después de un breve silencio, me respondió— ¿Qué?

—Nula... —dijo prácticamente susurrando.

—¿Cómo?

—Prácticamente nula...

—Definime nula.

—Lo hacemos muy poco...

—¿Con qué frecuencia?

—Cuatro o cinco veces al mes...

—Ahora sí que todo encaja... —dije con seguridad.

—¿Eh?

—¿Por qué creés que lo hacen tan poco?

—Pues... porque... tenemos que estar muy... muy 'animados' para que surja...
Igual, ya sé a dónde quieres llegar, y desde ya te digo que no es por eso, el sexo
nunca ha sido algo fundamental en nuestra relación.

—Ay, dios mío... Qué ingenua que sos, Rocío... —dije mientras negaba con la
cabeza.

—¿Ingénua? ¿Pero qué sabes tú de nosotros?

—De ustedes sé muy poco, pero de la mente masculina sé mucho, chiquita.

—Benjamín no es como los demás...

—Benjamín es como todos.

—Ya te digo yo que no, y no debería decirte esto, pero ya me tienes harta. Cuando
Benjamín tiene ganas... ganas de tema, lo noto enseguida, es muy evidente, y
siempre estoy preparada para él.
—Eso se llama límite, y es algo que todos tenemos. Cuando alcanzamos nuestro
límite en algo, ya no podemos controlarnos más y tenemos que dejarlo salir de
alguna forma. En este caso, notás las ganas de tu novio cuando ya no puede
ocultarlas más.

—Suficiente, me voy a dormir... No hace falta que me ayudes —Al parecer el


alcohol lo único que lograba en ella era desinhibirla, porque desde que había
sacado el tema del novio, no había mostrado ni una mísero signo de embriaguez.
Tenía que elegir cuidadosamente mis cartas.

—¿Vos te miraste en el espejo alguna vez? —pregunté a la vez que alejaba la silla
de ruedas de su alcance.

—¿Eh? ¡¿Qué dices ahora?!

—Si te viste en el espejo alguna vez. Si sos consciente de lo hermosa que sos... —
no respondía, no sabía qué decir, pero yo tenía que ir al grano de una vez—. Mirá,
te lo voy a decir así de una, aunque te duela...

—No hace falta, no quiero escucharlo. Sólo déjame irme...

—Tu novio está frustrado porque no te puede hacer feliz, y también está frustrado
porque vos no lo hacés feliz a él.

—¡Cállate de una vez! —gritó mientras se tapaba los oídos.

—¿Vos te creés que es fácil para él tener a una mujer tan hermosa a su lado y no
poder hacerla suya cuando lo necesita?

—¡Eso no es verdad! ¡Benjamín puede tenerme cuando quiera!

—¡Y demostráselo, pelotuda! ¿No te das cuenta que la influencia de tus padres
todavía está presente en vos?

—¿Eh?

—Benjamín no se te insinúa porque tiene miedo de que te hagas una mala idea de
él. Tiene miedo de entrar en la misma categoría de hombre de la que toda la vida
te advirtieron tus padres. Es por eso que tenés que ser vos la que tome las
riendas, tenés que demostrarle que se equivoca.

—Ya está, Alejo, no quiero escucharte más...

—Igual vos no te diste cuenta, pero Benjamín debe sufrir mucho cada día
pensando que nunca vas a convertirte en la mujer que él espera.

Ya a esa altura de la conversación era consciente de la cagada que me había


mandado, había elegido un camino sin salida, Rocío tenía que ser muy estúpida
para caer en todas las pelotudeces que le acababa de decir. Sí, otra vez me había
dejado llevar por mis emociones y ya era tarde para cambiar la jugada. Ya podía
visualizarme a mí mismo boca abajo colgado de un puente mientras dos nigerianos
me gritaban en un imperfecto castellano que les devolviera la guita o que me
dejarían caer.

—¿Y cómo lo hago? —dijo de pronto Rocío, sacándome de mi ensimismamiento.

—¿Eh? —pregunté anonadado.

—Que... ¿Cómo hago para demostrárselo? ¿Cómo hago para tomar las riendas?
¿Cómo hago para convertirme en la mujer que él espera? Nunca super cómo
iniciar las relaciones... Siempre que lo hago es porque lo noto a él con ganas, y
eso me desinhibe un poco... Pero hacerlo yo... porque salga de mí... Me muero de
la vergüenza con sólo pensarlo.

No me lo podía creer, había funcionado, mis palabras habían calado a fondo en su


ser, no estaba tan perdido como creía, podía ver una luz al final del camino. Todo
eso que acababa de decir me abría un sin fin de posibilidades, pero todas con un
único final. Esas pocas líneas que acababa de pronunciar era lo que necesitaba
para poner en marcha el plan que menos me imaginaba que iba a poder llevar a
cabo. Me había arriesgado y me había salido bien, ahora sólo tenía que trazar una
ruta segura hacia su corazón, pero hacia el lado del corazón en el que no había
podido entrar cuando teníamos 17 años. Sí, a partir de ese momento, empezó mi
plan para enamorar a Rocío.

—Rocío, yo puedo ayudarte con eso, pero voy a necesitar que confíes plenamente
en mí.

Las decisiones de Rocío - Parte 4.

Lunes, 29 de septiembre del 2014 - 12:10 AM - Rocío.

"¿En serio Benjamín está agobiado con nuestra relación? Si es así, ¿por qué no me
ha dicho nada? Siempre hemos hablado las cosas, siempre hemos tratado
nuestros problemas cara a cara, ¿por qué ahora prefiere poner distancia entre
nosotros en vez de solucionar las cosas frente a frente?"

"¿Es por el sexo? ¿Tiene miedo de que me enfade porque todo se reduce al sexo?
Si él me lo pidiera, nuestra vida sexual mejoraría un montón, ¿pero por qué no lo
hace? ... ¡No! !No! No debería estar pensando en todo esto, Alejo no tiene razón,
nuestro único problema es ese maldito trabajo, y yo tengo que apoyar a Benjamín,
porque me necesita más que nunca en estos momentos tan difíciles".

"Pero... si fuera verdad... si Alejo tuviera razón... ¿Puedo hacer algo yo para
mejorar las cosas?"
—¿Y cómo lo hago? —dije sin mucha seguridad. El alcohol ya me estaba haciendo
efecto, ya no era sólo un exceso de alegría lo que me estaba provocando. Las
palabras de Alejo tenían cada vez más sentido para mí, y por más que quería
contradecirlas, no se me venía nada a la cabeza, estaba completamente
desarmada.

—¿Cómo hago para demostrárselo? ¿Cómo hago para tomar las riendas? ¿Cómo
hago para convertirme en la mujer que él espera? Nunca supe cómo iniciar las
relaciones... Siempre que lo hago es porque lo noto a él con ganas, y eso me
desinhibe un poco... Pero hacerlo yo... porque salga de mí... Me muero de la
vergüenza con sólo pensarlo

—Rocío, yo puedo ayudarte con eso, pero para eso voy a necesitar que confíes
plenamente en mí. —respondió.

—¿Ayudarme? ¿Cómo?

—Tu problema es la vergüenza, ¿no? Bueno, tenemos que intentar que la pierdas.

—¿Cómo? —volví a preguntar.

—Bueno, es muy importante que sepas que esto va a requerir de mucha paciencia
por tu parte, y que no se te va a pasar de un día para el otro. ¿Cuál es el único
inconveniente? Que parece que Benjamín no va a hacer mucho acto de presencia
en los próximos días. Pero no te preocupes, porque aparecer, va a aparecer,
segurísimo, y tenemos que hacer que cada momento que vayas a pasar con él, por
diminuto que sea, cuente.

—¿Estás diciendo que me le insinúe apenas lo vea? Imposible...

—No, boluda, no te estaría ofreciendo mi ayuda si fuera tan fácil.

—¿Entonces?

—Mirá, antes que nada, quiero aclarar algunas cosas para que no haya
malentendidos. No quiero que te hagas una idea equivocada de lo que te voy a
proponer, no me gustaría que se arruinara todo esto que tanto trabajo nos costó
reconstruir —dijo en un tono súper serio—. Primero, quiero que tengas muy en
cuenta que yo acabo de salir de una relación muy dolorosa, y que todo esto va a
ser muy difícil para mí, pero que quiero hacerlo de todas maneras porque no
quiero que termines igual que yo.

—¿Pero a qué te refieres...?

—Segundo —me interrumpió—, yo mañana, o pasado, o la semana que viene a


más tardar, voy a salir por esa puerta, y es muy probable que no nos volvamos a
ver en mucho tiempo. En cuanto consiga trabajo y me vuelva a estabilizar, me voy
a ir bien lejos de esta ciudad, quiero dejar atrás todos los recuerdos dolorosos que
tengo en este lugar.
—No te sigo... —fue lo único que atiné a decir. No sabía por qué se había puesto
tan melodramático.

—Y tercero, vos vas a marcar todos los límites, yo no voy a tocarte ni un pelo si
vos no querés.

—¿Tocarme? No te sigo, Ale. Me está costando entender todo esto que me estás
diciendo, así que vé al grano, por favor.

—Rocío, es vital que confiés en mí si querés que todo esto salga bien —volvió a
decirme muy seriamente—. ¿Qué me decís? ¿Confiás en mí?

—Sí, confío en ti, pero no entiendo por qué tanto misterio, dímelo de una vez.

—Tenés que practicar conmigo, Rocío, hacer como si yo fuera Benjamín, es la


única opción.

Antes de que me soltara todo ese discurso, me había tumbado boca arriba en el
sofá. Me empezaba a sentir mareada y no quería volver a montar una escenita
como la de navidades. Aun así, escuchaba atentamente lo que me decía. ¿Practicar
con él? ¿Hacer como si él fuera Benjamín? Sí, escuchaba atentamente, pero de ahí
a procesar bien la información, había un mundo, el alcohol me tenía en un estado
semi-inconsciente.

—¿Hacer como si tú fueras Benjamín? No te entiendo...

—Tenés que ir perdiendo la vergüenza poco a poco, Rocío. Lo ideal sería que
practicaras con el propio Benjamín, pero como no está acá, y como tenemos que
aprovechar cada minuto que vayas a pasar junto a él, tenés que hacerlo conmigo.

—¿Hacer el qué? —dije prácticamente sin inmutarme.

—Practicar, Rocío, practicar. Tenés que practicar conmigo todos esos movimientos
que harías para acercarte a tu novio.

—¿Qué? Si no puedo hacerlo ni con él, ¿cómo voy a hacerlo contigo? —argumenté.

—Bueno, por eso se llama práctica, no te voy a pedir que te acuestes conmigo, ni
que me beses, ni ninguna cosa rara...

—¿Entonces? —pregunté, estaba bastante descolocada.

—A ver, repasemos por enésima vez... Tu problema es la vergüenza, te da


muchísima vergüenza acercarte a tu novio si no es él el que se propone primero,
¿no? Bueno, si vamos poco a poco y con mucha paciencia, después no te va a
costar nada intimar con él.
—Pero para practicar contigo voy a tener que ponerme muy cariñosa, y eso no me
sale natural, además de que eso también me da muchísima vergüenza —añadí. No
me cerraba para nada la idea.

—Justamente por eso, Rocío, vamos a hacer que pierdas esa vergüenza, que es lo
que te está trayendo tantos problemas. Además, ya te dije, vos vas a marcas
todos los límites.

—¿Pero se supone que tengo que intimar contigo? Pero yo no quiero hacerlo... —
todo esto lo decía con los ojos entrecerrados, me estaba costando mucho
mantener la consciencia.

—No vas a intimar conmigo... A ver... ¿Cómo te lo explico...? —dijo, al parecer


armándose de paciencia—. Obviamente, contacto tiene que haber, pero, vuelvo a
repetir, esos límites los marcás vos.

—¿Contacto? ¿Contacto de qué tipo? —Estaba completamente segura de que iba a


declinar su oferta, pero por alguna razón quería que terminara de exponer su plan.

—Bueno, abrazos, caricias, ya sabés, contacto soft. Pero, repito, hasta donde vos
quieras, y yo no te voy a tocar ni un pelo, creo que esa es la mejor forma para
curarte.

Me parecía todo súper irreal, hasta hacía unos minutos, nunca me había siquiera
planteado si mis problemas con mi novio eran por culpa de nuestra vida sexual, y
ahora estaba discutiendo con mi amigo de la adolescencia formas para
desinhibirme. Pero no, no había manera de que pudiera aceptar eso, además no
estaba convencida de nada de lo que habíamos hablado esa última hora, y
Benjamín se merecía un voto de confianza, había hecho demasiado por nuestra
relación como para que yo dudara de sus intenciones a las primeras de cambio, y
ni el alcohol ni nada iba a hacerme cambiar de parecer. Así que me incorporé
como pude, y dije:

—Te lo agradezco, Alejo, sé que no tienes ninguna intención rara conmigo y que
todo esto lo haces desde la bondad de tu corazón, pero todavía creo que mi
relación con Benjamín se sigue caracterizando por esa confianza mútua que
siempre hemos tenido, y no me parece justo desconfiar de él ahora que más me
necesita. —dije serenamente, y de la forma más sobria posible.

—Está bien, Rocío, no voy a decir nada más, no quiero que pienses que tengo algo
en contra de Benjamín, todo lo contrario, me abrió las puertas de su casa sin
conocerme y todavía me sigue dejando quedarme acá. Quizás fue que me dio un
ataque de confianza y por eso te quise contar las cosas cómo las veo yo desde
afuera.

—No pasa nada, vienes de salir de una relación muy dolorosa, por eso debes estar
viendo todo con malos ojos, pero no pasa nada, yo sé que lo haces por mi bien.

—Sí, debe ser eso...


—Bueno, creo que me voy a dormir ya, que mañana tengo que madrugar para
hablar con Benjamín.

—Ok, dejá que te ayudo.

No hablamos más nada esa noche, la velada había concluído mucho mejor de lo
que se hubiese podido esperar cuando Alejo sacó el tema de mi relación con
Benjamín. Sí, igual yo tenía muchas ganas de dejar las cosas ahí, primero porque
me estaba sintiendo bastante incómoda, y segundo porque quería evitar hacer
alguna estupidez por culpa del alcohol.

Una vez en la cama, me puse a pensar en las ganas que tenía de que llegara el día
siguiente para poder hablar con Benja, quería escuchar su voz y que me volviera a
decir que todo iba a salir bien. De alguna manera, todo lo que me había dicho
Alejo esa noche seguía retumbando en mi cabeza, por eso necesitaba hablar con
mi novio para tranquilizarme un poco.

No tardé mucho en quedarme dormida.

Lunes, 29 de septiembre del 2014 - 12:50 AM - Alejo.

—Se terminó todo, no puedo creer cómo mierda fui tan pelotudo de proponerle
algo como eso. La tenía en mis manos, ¡la concha de mi madre!

Trataba de mantenerme calmado, pero tenía ganas de romper todo. Ahí se había
escapado mi oportunidad de ganarme a Rocío, y todo por dejarme guiar por la
cabeza de abajo.

—¡Qué pelotudo, por dios!

Estaba muy nervioso y pensaba en muchas cosas a la vez, no podía


tranquilizarme. Sabía que era muy probable que a la mañana siguiente viniera el
payaso ese a decirme que tenía que irme ahora que estaba recuperado. Y no podía
contarles la verdad, primero porque no me iban a creer, y segundo porque aunque
lo hicieran, el tipo no iba a permitir que me quedara cuando estaba siendo
perseguido por una mafia organizada.

Estuve dando vueltas en la cama toda la noche, apenas pude dormir, me sentía
condenado en toda la extensión de la palabra...

Lunes, 29 de septiembre del 2014 - 10:50 AM - Rocío.

 
"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¡Ro! ¡Buenos días!

—Buenos días, Benja. Te noto bastante animado hoy.

—Je, es que adelantamos muchísimo trabajo anoche, y pude dormir unas seis
horitas. ¿Y tú cómo estás?

—Bien, bien. Me desperté a las ocho hoy, pensé que me ibas a llamar temprano,
como ayer.

—¡Lo siento! Tendría que haberte dejado un mensaje o algo...

—No te preocupes, igual aproveché para hacer algunas cositas de la casa.

—Te dije que no te exijas demasiado. Ya falta poco para el viernes...

—Benja, hablando de eso, me gustaría ir mañana mismo a que me quiten la


escayola.

—¿Eh? ¿Y eso tan de repente?

—Es que ya no me duele la pierna, puedo pisar perfectamente, y me siento muy


frustrada al no poder hacer las cosas por mí misma.

—Faltan cuatro días nada más, mi amor, ¿no puedes aguantar hasta el viernes?

—No, además me da mucho asco cuando meto la mano y siento los pelitos... Te
digo que ya estoy bien, ¿para qué alargarlo más? Yo pido la cita, no hace falta que
vengas...

—No digas tonterías, ¿quién te va llevar si no voy yo?

—Noelia, ayer hablé con ella.

—¿Noelia? ¿Apareció?

—Sí, ya te contaré... Bueno, ¿qué me dices?

—No sé, Rocío, quería hablar personalmente con el médico...

—No soy una cría, Benjamín, soy capaz de entender perfectamente las
explicaciones de un médico.

—No dudo que puedas entenderlas, lo que dudo es que vayas a contármelas
después.

—Sí, claro...
—Mira, mañana a la mañana voy para casa y te llevo yo mismo al hospital, tú
encárgate de pedir la cita..

—Pero, ¿y el trabajo?

—No te preocupes por eso, hoy entro a las tres, y con el trabajo que adelantamos
anoche, hasta capaz pueda ir a pasar la noche a casa, pero no te prometo nada...

—¡¿En serio?!

—Te dije que no prometo nada, no adelantemos acontecimientos. Tú hoy pide la


cita, y ya me dices por mensaje a qué hora te la dieron.

—Está bien. Gracias, mi amor, tengo muchísimas ganas de verte.

—Yo también, mi vida, y lo sabes... ¡Ah! Antes de que se me olvide, ayer hablé
con Alutti, el de los pisos en alquiler...

—Ah, ¿sí? ¿Y qué te dijo?

—Bueno... Me dijo que la que maneja todo el asunto de los pisos es su mujer, pero
resulta que hasta el viernes no puede hablar con ella...

—¿Y tú crees que se lo vaya a alquilar?

—Alutti es un buen hombre, siempre me ayudó desde que estoy en la oficina, no


creo que me diga que no...

—Entonces... hay que esperar hasta el viernes...

—Sí...

—Y... ¿te parece bien a ti?

—No sé... Dime si te parece bien a ti...

—Bueno... Sí, si no hay más alternativa... No me gustaría que se quedara en la


calle por cuatro días de nada...

—Entonces está bien, que se quede hasta el viernes.

—Pero... ¿tú estás de acuerdo?

—Sí, ¿por qué no lo iba a estar? Ya te dije que si tú confías en él, entonces yo
también. Además, te está ayudando mucho según dices, ¿no es así?

—Sí, así es.


—Bueno, pues eso. Te dejo mi amor, Rabuffetti quiere ir a desayunar afuera. Si
voy a la noche, te aviso, ¿ok?

—Sí, Benja, te amo.

—Yo también te amo, y recuerda, ya queda un día menos para que termine todo
esto.

—Lo sé, mi amor, hasta después.

—Adiós.

Eran más de las ocho de la noche y todavía Benjamín no había vuelto a llamar. Ya
había pedido la cita para el médico, y se lo había hecho saber por mensaje, y
desde entonces estaba mirando mi móvil a cada rato esperando su respuesta. No
tenía muchas esperanzas de que viniera esa noche a casa, pero igual, siempre
está ese cosquilleo que te hace mantener la ilusión hasta el último segundo.

Alejo, por su parte, no había salido de su habitación en todo el día más que para
picar algo en la cocina y para ir al baño, se veía desanimado, pero no le pregunté
el motivo ni tampoco me interesaba, en ese momento, en mis pensamientos sólo
había lugar para Benjamín, y no quería arriesgarme a que me volviera a
envenenar la mente en su contra.

Ya liberada completamente de los efectos del alcohol, le di muchas vueltas a lo


que había sucedido la noche anterior, pero no pude entender ni explicar por qué
Alejo me había dicho todas esas cosas sobre mi novio. Aunque lo que más me
molestaba de todo, era que yo había entrado en su juego, dudando de Benjamín y
llegando incluso a pedirle ayuda. Me daba mucha vergüenza recordar todo lo que
había dicho, y también las respuesta que había dado a su propuesta indecente...
"Pedirme que intime con él, vaya sinvergüenza...". Por eso había dudado cuando
mi novio me preguntó si estaba de acuerdo con que se quedara.

Finalmente, Benjamín no me respondió al mensaje, ni me llamó. No cené esa


noche, me fui a la cama triste y sin ganas de nada. Tenía la esperanza de que al
menos viniera al día siguiente para llevarme al hospital, ya que si no, estaba
perdida, porque Noelia empezaba a trabajar justo ese día y no tenía a nadie más
que me pudiera llevar.

Me costó bastante conciliar el sueño, y lo peor es que lo hice pensando en todo lo


que había dicho el idiota de Alejo.

Martes, 30 de septiembre del 2014 - 03:30 AM - Alejo.

 
—Tú eres tonto, de verdad...

—No me hinchés las pelotas, ¿podés prestarme la guita o no?

—Es que, no sé... ¿Cómo se lo explico después a Roberto?

—Lucía, por favor, ustedes treinta mil euros es lo que dejan de propina a los
camareros en cualquier lugar. Están forrados en plata...

—Roberto revisa todo, y cuando digo todo, es todo. Imagínate cómo me tiene de
controlada desde que descubrió lo nuestro.

—Lucía, en serio, es cuestión de vida o muerte, literalmente. Sos mi última


esperanza.

—Lo siento, Alejín, no puedo hacer nada por ti, te deseo toda la suerte del mundo.

—¡No! ¡No cuelgues! ¡La puta que te parió!

Desahuciado, absolutamente desahuciado.

Martes, 30 de septiembre del 2014 - 08:50 AM - Rocío.

—Ro.

—Mmmm...

—¡Ro!

—Déjame...

—¡Despierta, dormilona!

Abrí los ojos muy despacio, todavía un poco pegados por las lagañas, y entonces
lo vi. Me incorporé de un salto y lo abracé con todas mis fuerzas. Por fin había
vuelto...

—¡Mi amor! —grité—. ¡Creí que no ibas a venir!

—¿Cómo no voy a venir? Si te lo prometí.

—Es que anoche no llamaste —decía yo sin soltarlo.


—Ya sé que te dije que a lo mejor venía, pero fue imposible, cada día nos
encontramos con más y trabajo, y por más que adelantemos, no avanzamos nada.

—Está bien, no pasa nada, lo importante es que has venido.

—Bueno, a y media tenemos que estar en el hospital, y ya son casi las nueve. Va a
ser mejor que te vayas preparando —dijo mientras se levantaba de la cama con
intención de dejarme sola.

—No, vamos a quedarnos un ratito aquí, juntos, que tenemos tiempo de sobra —le
dije cariñosamente.

—Tenemos media hora, Ro, vamos a hacer las cosas bien —me respondió.

—Bueno, pero no te vayas, ayúdame a vestirme —dije, cosa poco habitual en mí,
pero es que quería aprovechar cada segundo a su lado, no quería que se fuera.

—No me voy a ningún lado, tonta, voy a estar afuera preparando el desayuno. Me
avisas cuando estés lista.

—Benja, ¿qué te parece si llamo al hospital y les digo que me cambien la cita para
más tarde?

—Ro... —suspiró.

—¡Sí! Hace muchos días que no nos vemos, quiero estar contigo a solas más
tiempo...

—Eso es poco serio, Ro. Además, ¿no estabas tan desesperada por quitarte ya la
escayola?

—Puedo aguantar unas horas más si es por ti...

—No digas tonterías. Vamos, vístete que se nos hace tarde.

Y sin más, salió por la puerta, dejándome con cara de idiota. No entendía para
nada lo que acababa de pasar, no sabía a qué había venido esa actitud tan fría
cuando él siempre había sido tan cariñoso por las mañanas conmigo, tratándome
como una reina y cumpliéndome todos mis caprichos matutinos. Me quedé unos
segundos en la cama, enfadada, como una niña pequeña que le acababan de decir
que tenía que ir al colegio sí o sí. Pero, cuando caí en cuenta de lo largo que era el
día, me levanté casi de un salto. Benjamín me podía tener preparada más de una
sorpresa para celebrar nuestro reencuentro.

No lo llamé cuando terminé de prepararme, hice todo por mi cuenta, como venía
siendo habitual, quería demostrarle que era verdad que ya me encontraba en
perfectas condiciones.
Cuando llegué al salón, estaba esperándome con una jarra de zumo de naranja y
unas tostadas en la mesita de café frente a la televisión. Él estaba bastante
inquieto; cuando no miraba el reloj, miraba el móvil, y si no, bebía un poco de
zumo, después volvía a mirar el móvil o el reloj. Yo intentaba no pensar, ni
analizar nada, porque pensar me había traído muchos problemas últimamente, y
por eso no quería seguir llenando mi cabeza de humo. Pero era difícil, me estaba
empezando a dar la sensación de que Benjamín no quería estar ahí conmigo, o que
no debía, pero que se sentía en la obligación de hacerlo de todas formas.

"¡No!", pensé enseguida. Sacar conclusiones precipitadas no me iba a servir de


nada, tenía que mantenerme firme en la decisión que había tomado de confiar en
él, y si se había tomado la molestia de venir a casa sólo porque yo se lo había
pedido, entonces era que las cosas estaban mejor que nunca entre nosotros.

—Venga, Ro, come algo rápido y vamos saliendo, que ya sabes lo que tarda ese
ascensor en subir.

—Sí —le respondí con la mejor cara que pude poner—. ¿A qué hora tienes que
entrar al trabajo?

—Por la tarde, sobre las tres o las cuatro. Igual, tú no te preocupes por eso, hoy lo
que importa es tu salud, y me quedaré contigo el tiempo que sea necesario.

"Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine"

—¿No vas a responder? —le dije al escuchar su móvil sonar.

—No, no... No es nada importante —me contestó, aunque me pareció que sin
mucha seguridad— Bueno, vamos saliendo, ¡que ese yeso no se va a quitar solo!

—Sí, vamos.

Y salimos para el hospital...

Lunes, 29 de septiembre del 2014 - 8:30 PM - Benjamín.

—Mauri, es el señor Schweizer, desde la estación, ¿te lo paso?

—Sí, bueno, ahora estoy ocupado, dile que llame mañana a primera hora, que lo
atenderé con gusto.

—Dice que es urgente, que o contestas ahora, o que te olvides.

—¡Pero me cago en la puta! ¡Ponme al puto guiri! ¡Clara, tráeme el archivador con
los papales de Berlín!
—Enseguida, señor.

—¡Pero date prisa, muchacha! Es que me cago en Satán, ni un puto minuto de


tranquilidad en todo el maldito día. ¡Romina! ¡¿Me vas a pasar la puta llamada o
no?!

Quería encontrar el momento adecuado para preguntárselo, pero no había


manera, además estaba demasiado nervioso, y no quería que me mandara a la
mierda. Le había dicho a Rocío que a lo mejor iba a poder ir esa noche a casa, y,
aunque si bien no se lo había asegurado, sabía que la idea le había hecho mucha
ilusión y no quería volver a decepcionarla. Mis esperanzas se debían a que, la
noche anterior, Mauricio nos había dejado irnos a casa temprano, y a lo mejor ese
día también podía hacer lo mismo, ya que teníamos mucho trabajo adelantado y
nos lo podíamos permitir. No quise aparecerme por casa esa noche que había
pasado, porque mi jefe nos avisó cerca de la una de la mañana que podíamos
irnos, y si iba a esa hora, que seguramente Ro estaría durmiendo, se despertaría,
y yo sabía cuánto le costaba dormirse por culpa de esa maldita escayola.

Esperé unos minutos a que Mauricio se tranquilizara y me acerqué despacito, como


si pasara por ahí de casualidad.

—Oh, hola Mauri, tú por aquí... —dije un poquitín nervioso.

—¿Qué dices?—dijo mirándome seriamente—. Si este es mi despacho.

—Jajaja, claro, ¡qué tonto!

—Venga, Benjamín, di lo que tengas que decir —me dijo, mirándome fijamente.

—¿Qué?

—Me vienes a pedir que te deje ir a casa esta noche, ¿verdad? —no sabía cómo,
pero este hombre siempre se enteraba de todo.

—¿Eh? ¿Yo? —intenté hacerme el desentendido—. Sólo pasaba por aquí y...

—Venga, hombre, creo que hay confianza entre nosotros, no hace falta que te
andes con rodeos si quieres pedirme algo.

—Ya, Mauri —dije finalmente—, pero es que no es fácil hacer una petición tan
egoísta cuando todo el mundo está trabajando tan duro. ¡Ojo! Yo también estoy
muy centrado en el trabajo, pero es que...

—Lo sé, Benjamín, lo sé. Pero me gusta que las relaciones con mis empleados
sean, dentro de la estricta profesionalidad, de confianza mútua. Así que, si quieres
pedirme algo, lo haces y punto, no soy ningún ogro.

—Bueno... ¿Entonces puedo irme esta noche a casa? Tengo adelantado un montón
de trabajo y...
—No. Ahora lárgate de aquí que estoy de mierda hasta el cuello.

Misión infructuosa. Mauricio fuera del trabajo era un pan de dios, pero cuando
estábamos en la oficina podía llegar a ser un verdadero hijo de puta.

Cuando salí de su despacho, me di cuenta que su secretaria Romina y una becaria


de 24 años que se llamaba Clara, se reían por lo bajo. Evidentemente habían
escuchado la conversación que acababa de tener ahí dentro con mi jefe. "Ya les
vas a tocar a ustedes lidiar con él", pensé.

Tres horas después, aproximadamente a las doce menos cuarto de la mañana, por
segundo día consecutivo, Mauricio nos dijo a todos que podíamos irnos a casa.
Pegué un salto de la emoción y empecé a guardar mis cosas a toda velocidad, ya
me estaba imaginando la cara que pondría Rocío al verme, porque todavía era
temprano y sabía que podía cogerla despierta, pero...

—¡Mañana a las 9 los quiero a todos aquí! Se vienen unos días bastante pesados y
mientras más trabajo saquemos adelante, mucho mejor. Por eso los dejé irse
temprano estos dos días, para que estén frescos para lo que se viene. Además,
mañana es un día muy importante, pero ya hablaremos sobre eso. ¡Ahora a tomar
por culo de aquí!

Se me vino el mundo abajo, se suponía que al día siguiente tenía que llevar a
Rocío al hospital, no me esperaba que me cambiaran los horarios a último
momento. No podía volver a decepcionarla, pero tampoco podía permitirme perder
el trabajo, así que, nuevamente, me volví a ver en la situación de tener que elegir
entre mi vida privada y mi vida profesional... Pero siempre fui un cobarde... Eran
las tres de la mañana y estaba en la casa de mi compañero Rabuffetti rellenando
papeles y escribiendo cartas en el ordenador. El plan era adelantar todo lo que
pudiera esa noche para que al día siguiente la bronca de Mauricio fuera un poco
más leve. Obviamente, no iba a dejar tirada a mi novia, no esta vez.

No iba a poder dormir casi nada o absolutamente nada, pero todo sacrificio era
poco para poder ver esa preciosa sonrisa en la cara de Rocío.

—Me cago en mi vida...

Martes, 30 de septiembre del 2014 - 01:50 PM - Rocío.

—¡Espera, Rocío! ¡A ver si te vas a volver a hacer daño!

—¡Cállate! ¡Soy feliz! —Le respondí con alegría. Si bien el doctor me había
recomendado seguir guardando reposo, a mí no me importaba absolutamente
nada. Por fin volvía a ser libre y ya no iba a tener que depender de nadie para
hacer lo que quisiera.
—¿Adónde vamos ahora? ¡Tengo ganas de ir al centro comercial, aunque no
compremos nada! ¡Vamos!

—E-Espera, Rocío —dijo a la vez que me frenaba sujetándome del hombro.

—¿Qué pasa?

—Que tengo que irme a trabajar...

—¿Ya? Pero si no son ni las dos...

—Sí... pero me acaba de mandar un mensaje Mauricio para que vaya —me
respondió, cosa que me pareció rara, porque conozco muy bien el tono que suena
cuando a Benjamín le llega un mensaje, y estaba segura de que esa mañana no lo
había oído en ningún momento.

—Me habías dicho que hoy entrabas a las tres o a las cuatro...

—Sí, ya, pero ya sabes cómo es Mauricio, no es la primera vez que me cambia el
horario.

—"Hoy lo que importa es tu salud", ¿eh? —Le reproché en un tono apagado. Me


había dicho a mí misma que no iba a pelearme con él pasara lo que pasara, pero la
situación me estaba superando.

—Lo siento, Ro... —dijo en un tono todavía más apagado que el mío.

—No pasa nada —le respondí con una sonrisa poco sincera—. Vámonos.

—Está bien...

Durante el camino, él trataba de entablar conversación conmigo, pero yo sólo le


respondía con monosílabos y desganada. No quería estar de esa manera con él,
porque sabía que cuando llegáramos a casa, no lo volvería a ver hasta a saber
cuando. Pero no podía evitarlo, no entendía por qué había estado tan histérico
todo el día, como si nuestro reencuentro no hubiera significado nada para él. Era
evidente que me estaba ocultando algo, pero no sabía qué era...

Me sacó de mis pensamientos cuando nombró a una persona de la cual me había


olvidado por completo.

—Me imagino que ya le has contado a Alejo sobre lo del piso...

—¿Eh? —lo miré con sorpresa. Al estar sumida en mis pensamientos, tardé en
asimilar la pregunta.

—¿Qué? ¿No se lo has contado todavía? No me digas que ya se ha ido, esta


mañana no lo he visto por casa...
—No he tenido la oportunidad de decírselo todavía... Y no, no se ha ido, lleva
desde ayer encerrado en el cuarto de invitados, y sólo sale para comer e ir al
baño.

—¿Qué? ¿No me habías dicho que te había estado ayudando con la casa?

—Y lo ha hecho, lo ha hecho.

—¿Y qué le pasa entonces?

—No lo sé, quizás sea por lo de su prometida o lo de esos matones, no debe ser
fácil superar tantas cosas a la vez.

—Sí, puede ser... Bueno, llegamos.

—¿Mañana nos veremos? —pregunté sin muchas esperanzas.

—No lo sé, mi vida, no lo sé...

—Bueno, que te vaya todo bien hoy, dale saludos a Mauricio de mi parte —dije de
forma gentil.

—Se los daré, mi amor. No te olvides que cada vez queda menos para que
volvamos a nuestro ritmo de vida normal. Te amo.

—Yo también te amo —y cuando dije eso, me quedé unos segundos más en el
coche esperando que me diera un beso de despedida, pero ni siquiera amagó con
hacerlo. Entonces no dije nada más, bajé con la mejor de mis sonrisas, y se
marchó al trabajo.

Mientras esperaba a que llegara el ascensor, la conversación que había tenido con
Alejo dos noches atrás, volvía a hacer eco en mi cabeza...

Martes, 30 de septiembre del 2014 - 2:20 PM - Benjamín.

Cuando llegué a la oficina, el ambiente estaba igual que siempre, gente corriendo
de un lado para otro y gritos por doquier. Algunos me saludaron y otros
simplemente estaban demasiado ocupados como para girarse a saludarme. Me
tranquilicé al ver que todo estaba bien, parecía que mi ausencia no había alterado
el ritmo de trabajo.

—¿Benjamín? —me llamó alguien a la vez que me tocaba el hombro por detrás.

—¡Lourdes! —grité con sorpresa.


—¡Sí! —respondió ella con alegría y dándome un abrazo.

Lourdes era una vieja compañera de trabajo y también amiga mía. Habíamos
trabajado juntos mi primer año en la empresa. Fue ella la que me guió durante
todo ese tiempo y la que me enseñó a desempeñar mi trabajo de una forma por la
que siempre fui elogiado. En definitiva, se podía decir que era mi mentora.

Lulú, como la llamaban los que más confianza tenían con ella, que ya debía rondar
los 30 y pocos años, era una chica más bien bajita, de 1.65, y con un cuerpo
normalito, pero con todo en su lugar. Aunque, sin duda alguna, lo que más
pasiones despertaba en la oficina era su belleza; Una hermosa sonrisa de labios
finitos, acompañada por unos penetrantes y grandes ojos verdes que combinaban
de manera perfecta con su larga cabellera rubia. Más de una pelea se había
generado entre los trabajadores por sus encantos, aunque ella siempre trató de
mantenerse al márgen de todo eso, nunca le gustó sobresalir.

El día que anunció a todos que se casaba y que se iba a vivir a Munich con su
pareja, a media planta se le vino la vida abajo, y no sólo a aquellos que se sentían
atraídos físicamente por ella, sino también a los que la querían por su forma de
ser, por su alegría y su siempre buena predisposición para ayudar a los demás, y
porque también era como una maestra para todos ellos. Lourdes, a pesar de su
corta edad, era la mejor empleada de la empresa.

—Vaya, Lourdes, tanto tiempo... Creí que no te iba a volver a nunca.

—Y yo, y yo. Pero la vida da muchas vueltas, y... ¡aquí me tienes de vuelta!

—¿En serio? ¿Vuelves a la empresa?

—¡Pues sí! Esta mañana he tenido una reunión con Mauricio y, en fin, hoy es mi
primer día, je.

—¡Qué bien! No sabes la alegría que me da el volver a tenerte de compañera.


Pero, ¿por qué has vuelto?

—Verás, Benji, no terminé de acostumbrarme mucho al ritmo de vida alemán, ni


tampoco a los alemanes, y mucho menos al idioma, jaja. No sé ni cómo aguanté
dos años allí...

—Entiendo... ¿Y tu marido? No debió ser fácil para él volver a dejar su país.

—Es que no lo dejó, él se quedó en Munich.

—¿Eh? ¿Lo han dejado?

—Dejado no, demasiado lío todo el trámite, pero digamos que nos hemos dado
libertad para "proceder" como queramos. Pero no se lo digas a nadie, por favor, no
quiero que los buitres me empiecen a rondar de nuevo, ya me entiendes, je.
—Claro, sí... Pero vaya, nunca pensé que fueras a terminar de esta manera, tú que
siempre has sido de analizar bien las cosas y tomar las decisiones correctas.

—Ya, pero bueno, será que soy buenas para unas cosas y para otras no tanto, ¿no
te parece?

—Será, será. Y, joder, Lourdes, estoy anonadado con tu regreso, ¿o debería


llamarte Lourditas? Como ahora eres mi subordinada, jaja.

—¿Subordinada?

—¡Benjamín! ¡Acompáñame a mi puto despacho!

Estaba tan a gusto hablando con Lulú que me olvidé por completo que me había
saltado más de cinco horas de trabajo. Pero ya estaba el bueno de Mauricio para
recordármelo...

—No se lo ve muy contento, ¿qué has hecho? —me preguntó ella.

—Ya te contaré... Deséame suerte.

Sinceramente, no estaba asustado, pero si un poco temeroso. No creía que


Mauricio me fuera a despedir, me había dicho en más de una ocasión que yo era
un activo muy importante en la empresa. Pero si se habían enterado 'los de
arriba', entonces sí podía estar metido en un problema...

—Siéntate —me dijo al entrar.

—Mauri, déjame explicarte. Resulta que...

—No, te callas y me dejas hablar a mí —dijo cortante. Estaba bastante enfadado—.


Ayer dije claramente que hoy era un día importante, y te lo pasaste por el forro de
los cojones.

—No, Mauri, déjame explicarte.

—¿Qué me vas a explicar?

—Hoy Rocío tenía cita con el médico para quitarse la escayola, y no tenía quién la
llevara, no tuve más alternativa... ¡Pero me quedé toda la noche adelantando
trabajo y...

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—Ayer me mandaste a tomar por culo, Mauri...

—Pero si no ibas a venir de todas formas, ¡me lo hubieses dicho y ponía a otro
para que hiciera tu trabajo! A duras penas pude cubrirte las espaldas cuando
vinieron los de arriba.
—Y te lo agradezco, pero hoy mi novia me necesitaba de verdad, no quería
arriesgarme a que me dijeras que no y me amenazaras...

—¿Amenazarte? ¿Cuándo te he amenazado yo? —dio un largo suspiro, y luego


prosiguió—. Mira, vamos a dejarlo ahí... Pero ya no te voy a dejar pasar ninguna
más, ¿eh?

—Gracias por tu comprensión, Mauricio, en serio —Y me levanté para marcharme.

—¿Adónde vas? —me detuvo enseguida.

—A trabajar...

—No, no. Tú espera aquí, ya vuelvo —y se fue. La cosa había salido bastante bien,
había estado tan nervioso por nada. Mauricio siempre me había ayudado cuando lo
había necesitado, no sabía por qué no le había dicho la verdad desde un principio.

—Pasa, por favor —Dijo, y la persona a la que le hablaba resultó ser Lourdes.

—Hola de nuevo, Benji —me saludó un poquito cortada.

—Hola, ¿qué pasa, Mauri? —respondí.

—A partir de hoy vuelves a trabajar para ella. Últimamente te veo bastante


distraído, y como de mí sudas como de la mierda, ella va a ser la que te vuelva a
poner en vereda —dijo, así, sin más.

—Espera un momento, Mauricio, ¿me estás degradando de puesto?

—Tranquilo, vas a seguir cobrando lo mismo, pero ahora vas a tener un jefe
directo al que rendirle cuentas sobre tu trabajo, y ya no vas a tomar las
decisiones.

—No sé si te entendí bien, ¿ya no lidero el grupo de trabajo que formé yo?

—Así es. Vas a ser la mano derecha de Lourdes.

—Eh, Mauri, ya te he dicho que no tengo problema en.. —intervino ella, pero el
bigotudo no la dejó terminar.

—No, la decisión ya está tomada, y ya no hay nada más que hablar, pueden irse.

No era una mala noticia del todo, ya que me llevaba muy bien con Lourdes y nos
entendíamos perfectamente a la hora de trabajar, pero ahora ya no iba a poder
disponer de mi tiempo de trabajo como a mí me pareciera, y además ella era muy
estricta para esas cosas.

—Lo siento, Benji, no era mi intención que te jodieran así... —Dijo preocupada.
—Y tú qué ibas a saber, Lu. Me lo he ganado, por no dar la cara cuando tengo que
darla.

—"Lu..." Hacía mucho que no me llamaban de esa manera, jaja.

—Igual que a mí "Benji", y no me quejo.

—Jajaja, mejor, ya te vas a quejar bastante en estos días.

—Que Dios me proteja...

—¡Venga! ¡A trabajar!

El tablero estaba dispuesto y las fichas ya se movían. Sólo deseaba con todas mis
fuerzas que esos cambios no afectaran a mi vida personal, o al menos no para
mal, porque las cosas no estaban como para complicarlas más.

—Manos a la obra, pues... —y nos dispusimos a continuar con el trabajo


pendiente.

Martes, 30 de septiembre del 2014 - 7:00 PM - Rocío.

—Me gustaría hablar más tiempo, nena, pero mañana me levanto a las 5, y sabes
que me gusta dormir muchas horas...

—Ya lo sé, Noe, y gracias, me hizo muy bien hablar contigo.

—¡Como me vuelvas a dar las gracias te abofeteo! ¡Ya te dije que para algo soy tu
hermana!

—Jaja, gra..., ¡te quiero, reina!

—Yo también, princesa, y me alegro que ya puedas caminar, esa silla de ruedas
mataba todos tus encantos.

—¡Qué dices!

—¡Sí! No te lo quise decir, pero estuviste horrible todo estos días en esa maldita
silla, ni te molestabas en arreglarte, quizás fue por eso que Benjamín se sumergió
en su trabajo, porque mataste todo tu erostismo, jajaja.

—Jeje. Bueno, me voy, mañana hablamos.

—Buenas noches, hermanita, que descanses.


"Otra.... Como si no tuviera suficiente con el idiota de Alejo..." pensé. Había
estado toda la tarde dando vueltas a todo, a absolutamente todo, y cuando me
sentí aturdida fui al piso de mi hermana, para calmarme un rato. No fue del todo
como esperaba la charla, porque tampoco le conté todo lo que pasaba por mi
cabeza, pero sí me había ayudado a no terminar de volverme loca. Básicamente, lo
que terminé sacando de esa charla con Noelia, era que tenía que ser paciente y
sacar las conclusiones cuando Benjamín terminara con esa prueba de
supervivencia llamada 'trabajo' que el destino le había puesto.

Cuando entré a casa, vi que seguía igual que cuando me había ido, parecía que
Alejo no había salido de la habitación en todo el día. No tenía ningunas ganas de
hablar con él, seguía enfadada, pero ya era hora de decirle lo del piso del
compañero de Benja, no podía seguir estirándolo más. Me dirigí al cuarto de
invitados y toqué la puerta.

—¿Se puede? —pregunté.

—¡Sí! ¡Pasá! —respondió de inmediato. Cuando entré, estaba sentado en la cama


ordenando su ropa y metiéndola en su mochila —. Hola, Ro. ¡Epa! ¡Te sacaron el
yeso! ¡Qué alegría, che!

—Sí, jeje, he ido esta mañana...

—¡Qué bueno! Ya no tenés que depender de nadie ahora —añadió. Me percaté que
detrás de él había una montaña bastante grande de ropa. No entendía como podía
caber todo eso en una mochila que, a simple vista, no parecía tan grande.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, señalando la pila de prendas.

—Acomodando todo, creo que es hora de que me vaya ya, no quiero ponerlos en
la fea posición de tener que echarme por la fuerza.

—Espera... —dije antes de dar un largo suspiro—. ¿Te acuerdas que Benjamín dijo
que hablaría con un compañero suyo? Bueno, de momento no ha podido avanzar
mucho con el tema, pero el viernes va a haber novedades, puedes quedarte hasta
entonces.

—¿En serio? ¿No voy a ser una molestia? —preguntó con los llenos de ilusión,
tanta que incluso me pareció tierno.

—Sí, "pelotudo", y no te pongas en plan víctima porque te lo quito a golpes.

—Perdoná, pero no puedo evitarlo, no sé cómo voy a hacer para pagarles todo lo
que están haciendo por mí... Son unas personas maravillosas —dijo mientras se
limpiaba las lágrimas de los ojos.

—Ven aquí, tonto —dije a la vez que me sentaba al lado suyo y le daba un abrazo.
Cada vez que pasaban cosas como esa, despertaban los recuerdos de mi
adolescencia y no podía evitar sentir un cariño inmenso por él.
—Te quiero mucho, Ro, gracias por ser tan buena conmigo.

—¡Si me vuelves a dar las gracias por algo te abofeteo! —respondí emulando a mi
hermana, acto seguido nos echamos a reír—. Bueno, ¿no tienes ganas de
cocinarme algo rico? ¡Hay que festejar que ya no soy una coja!

—¿Te gusta el curry? Bueno, arroz con curry sería.

—¡Sí! ¡Perfecto!

—Listo, entonces ya tenemos menú, ¡vamos!

Sí, los enfados se me pasaban rápido a mí, fueran de la magnitud que fueran. Pero
me hizo bien "amigarme" nuevamente con Alejo, ya que no me convenía estar
sola, si me volvía a encerrar en mi cuarto, seguramente iba a volver a pensar en
cosas que no debía, y a él ya le había quedado claro mi posición con respecto a
Benjamín, por eso iba a poder estar bien y alegre con él, porque no creía que
volviese a insistir con el tema.

Terminamos de comer y fregamos los platos juntos, cuando terminamos con eso,
nos sentamos en el sofá a ver un poco de televisión. Casi no hablamos de nada en
todo ese proceso, durante la cena nos habíamos reído mucho y parecía que
habíamos agotado los temas de conversación. Cuando se hicieron las 11 de la
noche, mi móvil empezó a sonar.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Sí? —respondí—. ¿Benja?

—Hola, Ro, buenas noches.

—¿Cómo estás? —pregunté, y me levanté para irme a mi cuarto, despidiéndome


de Alejo con la mano.

—Bien, bien, con un poco de sueño, estoy tomando unos cafés con los compañeros
—me respondió, cosa que pude corroborar al escuchar unas risas bastante
masculinas al otro lado.

—Ah, ¿y por qué llamas? —me interesé.

—Tenía ganas de escuchar tu voz... Y también te quería pedir perdón por lo de


hoy...

—¿Perdón por qué? Me acompañaste al hospital, hiciste lo que tenías que hacer —
le dije, haciéndome un poquito de rogar. Yo sabía a qué se refería en verdad.

—No, me porté muy mal contigo, y te traté feo, y sé que a ti te gusta que te
ponga atención cuando estamos juntos, pero es que el trabajo me tiene loco, Ro,
me tiene loco... —dijo, denotando desesperación en su voz. Me estaba empezando
a sentir mal conmigo misma.

—Benja... —sólo atiné a decir.

—Te necesito ahora más que nunca, mi amor, necesito saber que cuento con tu
apoyo, todavía falta lo más difícil, pero sé voy a poder superarlo si estás a mi
lado...

—Reconozco que hoy me hiciste sentir mal, pero no por eso voy a dejar de
apoyarte, mi vida, sabes de sobra que voy a estar a tu lado siempre —le dije con
toda la sinceridad del mundo.

—Es lo que necesitaba escuchar, princesa, muchas gracias por aguantarme...


(¡Vamos, Benja! ¡Mauricio ya está chillando!) —escuché del otro lado—. Bueno, me
tengo que ir. Te llamo mañana a la mañana, ¿ok?

—Vé tranquilo, cariño. Hasta mañana, te amo mucho.

—Yo también, princesa, adiós.

—Adiós.

Me quedé mucho más tranquila al hablar con él, y eso sumado a que también me
había vuelto a amigar con Alejo, la noche terminó de llegar a la perfección.

Estaba muy feliz, tanto que me puse a hacer la croqueta en la cama mientras
abrazaba un almohadón. Entonces se me antojó abrazar a Benjamín, así que me
acerqué a la que era su mesita de luz, y agarré el portaretratos que tenía una foto
de él abrazándose conmigo en la puerta principal de la universidad. En ese
momento, volví a sentir, después de varios días, que las cosas iban a salir bien,
que con mucha paciencia y amor, todo iba a volver a la normalidad en un abrir y
cerrar de ojos.

—Ya se está haciendo tarde, creo que me voy a dormir —me dije. Dejé el marco
en su lugar, y entonces vi algo que antes no me había dado cuenta que estaba ahí,
era una carpeta del trabajo de Benja. La cogí, y leí la tapa: "Última quincena de
septiembre". Ese día había sido 30, el último día del mes, y Benjamín se la había
olvidado en casa, por lo tanto no habría podido poner ahí lo que fuera que tenía
que poner ese día. Pero, igualmente, quise cerciorarme. Eran unos papeles azules
adjuntos con grapas a unos amarillos, y había catorce, por lo que sospeché que
cada uno era por cada día de la quincena. Más allá de eso, no sabía si eran
borradores o comprobantes, pero no me interesaba, quería saber si Benja se iba a
meter en un problema por habérselos olvidado.

Saqué los primeros papeles, sin desordenarlos, lógicamente, y me puse a


chequearlos. Pero no entendía nada, era como chino para mí, no tenía ni idea qué
eran ni para qué servían, así que decidí abortar la misión de ayuda. Pero cuando
iba a guardarlos, me di cuenta que en los papeles amarillos adjuntos, habían unos
apartados interesantes: "Horas estipuladas" y "Horas extras". Supuse que eran las
horas que estaba trabajando Benjamín por día, o sea, algún tipo de comprobante
sellado para que constaran sus horas de trabajo. Sabía que me iba a poner furiosa
al ver el explotamiento al que estaban sometiendo a mi novio, pero igual quise
verlo. Me centré en los del 27 de septiembre en adelante, que eran los días en los
que había comenzado la tortura:

• 27 de septiembre - Horas Estipuladas: 08:00-16:00 - Horas Extras: 16:00-07:00


del 28.

—Qué animales... 23 horas... Eso debería ser denunciable... —decía en voz baja
llena de odio e indignación. Luego pasé a la siguiente página.

• 28 de septiembre - Horas Estipuladas: 15:00-23:00 - Horas Extras: 23:00-00:45


del 29.

—¿Una menos cuarto? No puede ser... Eso fue antes de ayer, y él me dijo que se
quedó toda la noche. Vaya, Benja, por eso después te ven la cara de tonto, porque
te quitas horas tú mismo, bobito —volví a decirme en voz baja. Luego volví a
pasar página.

• 29 de septiembre - Horas Estipuladas: 13:00-21:00 - Horas Extras: 21:00-


23:45.

—¿Otra vez? Pero...

Volví a revisar los papeles, e incluso los de los días anteriores, a ver si al final
resultaba ser un error común, o si me había equivocado yo y esas fechas eran de
otra cosa, o si esos papeles no eran de él y eran de algún compañero suyo... Pero
no, todo estaba en orden, y todas las fichas estaban firmadas por el propio
Benjamín. Además, él era muy perfeccionista con su trabajo como para cometer el
mismo error dos días seguidos, y tampoco se hubiese dejado timar horas que bien
se había ganado cobrar.

Me quedé sentada en la cama con las hojas en las manos y con la mirada perdida,
Intentando buscar una explicación a por qué me había mentido. Barajé varias
opciones, aunque cuando las pensaba bien, me daba cuenta que eran todas
absurdas; como, por ejemplo, que no quería conducir de noche, o que le hacían
sellar esos papeles y después lo obligaban a seguir trabajando... Pero no, no
tenían sentido porque ya era algo normal, incluso desde antes, que volviera de
noche a casa, y tampoco creía que Mauricio lo obligara a trabajar gratis, él podría
ser un verdugo y un tipo que me caía mal, pero era un hombre con principios.

"¿Por qué? ¿Por qué no viene a casa entonces? ¿Por qué me está mintiendo? ¿Por
qué?"

Quería confiar en él, de verdad que quería creer que tenía una razón de bien, pero
cuando juntaba todas las piezas, lo único que sacaba era que no venía porque no
quería...
—¿Acaso hay otra mujer? —me pregunté en voz alta. Benjamín nunca había sido
ese tipo de hombre, no quería creer que fuera ese el problema—. ¿Por eso hoy no
paraba de sonar su móvil? ¿Por eso hoy no dejaba de mirar el reloj?

Y entonces recordé esas palabras...

¿No te parece raro que al principio haya estado tan reacio a que yo me quedara, y
que de un momento a otro haya aceptado? ¡Porque vio una oportunidad única
para escapar unos días!

—Una oportunidad... Pero... ¿por qué? Si somos felices juntos...

"¿Vos te creés que es fácil para él tener a una mujer tan hermosa a su lado y no
poder hacerla suya cuando lo necesita?"

"Igual vos no te diste cuenta, pero Benjamín debe sufrir mucho cada día pensando
que nunca vas a convertirte en la mujer que él espera".

"Benjamín es como todos", "está frustrado porque vos no lo hacés feliz a él".

—No... Sí... Es verdad... —Todo eso que me había dicho Alejo aquella vez, ahora
tenía sentido para mí, y esta vez no era por culpa del alcohol. Me había prometido
borrar esa noche de mi cabeza, pero ahora me resultaba prácticamente imposible
no recordarla —. Pero yo lo quiero, soy muy feliz a su lado...

"¡Y demostráselo, pelotuda! ¿No te das cuenta que la influencia de tus padres
todavía está presente en vos?"

—Puedo hacerlo... Estoy dispuesta a cualquier cosa por él...

Me levanté de la cama y me quité la ropa de calle que llevaba puesta. Abrí el


primer cajón de la cómoda y saqué el primer pijama que encontré, en este caso
uno rosita de dos piezas con el pantaloncito corto. No estaba muy segura de lo que
estaba a punto de hacer, estaba aturdida y me estaba dejando llevar por mis
emociones, pero no me importaba nada, mi relación estaba en juego.

Con decisión, abrí la puerta y me dirigí hacia el salón, donde presumía que estaba
Alejo. Terminé de cruzar el pasillo y, efectivamente, ahí estaba él, sentado en el
sofá con la tele encendida. No daba la sensación de que estuviera viéndola, estaba
más bien sumido en sus pensamientos, perdido en sus propios problemas. Pero,
repito, no me importaba nada...

—Ale... —lo llamé.

—¿Rocío? Pensé que te habías ido a dormir, ¿qué pasa?

—De acuerdo...

—¿De acuerdo qué? —me preguntó extrañado.


—De acuerdo... Quiero que me ayudes a perder la vergüenza... Quiero practicar
contigo.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 4:00 PM - Benjamín.

—Qué día de mierda, santo cielo. La verdad es que preferiría volver a trabajar 24
horas seguidas a tener que seguir teniendo que soportar al asqueroso de
Barrientos.

Acababa de salir de la oficina ya en mi segundo día de horario estabilizado, sin


horas extras ni explotaciones de ningún tipo. No obstante, el trabajo seguía siendo
un dolor de huevos tremendo, y todo por culpa del supervisor del nuevo proyecto
que nos habían asignado a mi equipo... bueno, al equipo de Lulú y a mí.

Ya estaba llegando a casa, quería aislarme de los problemas del trabajo al menos
por unas horas, tenía ganas de ver a mi querida novia y que me alegrara el día
con su hermosa sonrisa.

Apenas entré en el apartamento, lancé el maletín al sofá que tenía más cerca, y
también la chaqueta. Grité hasta tres veces el nombre de Rocío, pero no hubo
respuesta, cosa que me extrañó, porque suponía que a esa hora tenía que estar en
casa. Seguí llamándola, tenía muchas ganas de verla, el día había sido espantoso.
Entonces la escuché por fin, estaba en el cuarto de baño.

—¿Rocío? ¿Estás ahí? —pregunté acercándome a la puerta lo máximo posible.

—S-Sí... —dijo con un tono de voz casi inaudible.

—¿Ro? ¿Estás bien? —volví a preguntar.

—Sí... E-Estoy... un poco indispuesta... nada más —respondió entrecortadamente,


como si estuviera recuperando la respiración.

—¿Te traigo un vaso de agua o algo?

—No... En serio... Estoy b-bien, no... te preocupes. ¡Ay! ¡Ah! —eso último habían
sido quejidos, y justo después se escuchó un ruido fuerte.

—¿Qué fue eso? ¿Estás bien? ¡Déjame entrar! —grité asustado.

—¡No fue nada! ¡E-En serio! En un rato salgo, espérame en... —dijo sin terminar la
frase, se había callado de una forma bastante antinatural.
—¿Que te espere dónde? Me estoy empezando a asustar, Rocío. Si te pasa algo,
dímelo, no tengas vergüenza —insistí. Y entonces escuché como empezaba a
correr el agua de la ducha —¿Te vas a duchar?

—Benjamín, espérame en el salón, por favor, no me siento cómoda contigo aquí


escuchando lo que hago dentro del baño —ahora su tono de voz se había
normalizado, aunque la ducha abierta no me dejaba escuchar del todo bien.

—Está bien... Voy a preparar algo para que merendemos, te espero ahí —dije
haciendo caso a su petición, pero no me volvió a responder.

Me resultó muy extraño todo, desde los pequeños quejidos que había soltado,
hasta de cómo abrió la ducha tan repentinamente mientras hablaba conmigo. Sin
necesidad de pensarlo demasiado, di por hecho que se trataba de algún tema
íntimo, ella siempre había sido muy tímida a la hora de hablar de esas cosas, y
pensé que quizás había sido por eso. Pero, igualmente, por alguna razón, llámenlo
presentimiento o instinto, sentía que sucedía algo más...

No quise seguir invadiendo la privacidad de mi novia, y por eso me fui a la cocina


a preparar la merienda. Esa singular escena que acababa de tener lugar, no iba a
estropear la hermosa velada que tenía planeada para mi bella Rocío y para mí.

—¡Vamos allá! —dije con determinación, a la vez que me comía una buena
cucharada de nocilla.

Las decisiones de Rocío - Parte 5.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 00:00 hs. - Alejo.

—Bueh... Al menos gané un poco de tiempo.

Estaba sentado en el salón, solo, mi única compañía eran mis pensamientos y las
voces de la televisión, a las cuales no les daba pelota. La verdad es que esa noche,
por un buen rato, llegué a olvidarme de todos mis problemas. Sí, durante unas
horas, sentí paz en mi alma. Me costaba reconocerlo, me gustaba sentir que tenía
todo controlado y que yo mandaba sobre mis emociones, pero la verdad era que la
situación me estaba superando. Por esa razón, la compañía de Rocío fue como un
soplo de aire fresco para mí. Haber pasado el rato con ella me había hecho volver
a aquellos días de adolescencia cuando estaba enamorado de ella.

"Será que al final no soy tan duro como creo ser", pensaba mientras cambiaba de
canal, aunque sin buscar ningún canal en específico. Sí, porque había llegado a esa
casa buscando techo gratis por una semana o dos, la idea era hacer mis trabajitos
para poder pagarle a los negros, y una vez juntara lo suficiente, me iba a la
mierda y listo. Pero, en realidad, los que se fueron a la mierda fueron mis planes.
Ahora estaba encerrado en esas cuatro paredes, y la mujer de la que abusé física,
mental y materialmente, se había convertido en mi único remedio para no
volverme loco.

—Qué vida de mierda... Si yo ahora mismo podría estar en Nueva Zelanda


cogiéndome unas lindas aborígenes maoríes...

De momento tenía menos de 72 horas para pensar en lo que iba a hacer. Había
pasado una linda tarde-noche con Rocío, pero ya no tenía ninguna posibilidad de
conquistarla. Desde aquella noche en que metí la pata, apenas habíamos hablado,
y de no ser porque me hice la víctima como sólo yo sé, creo que no me hubiese
vuelto a dirigir la palabra hasta que me hubiese ido. Por eso, la ridícula opción de
enamorarla ya estaba completamente descartada.

"¿Y qué mierda hago?", seguía pensando inútilmente, sólo se me venían


imposibles a la cabeza, además de alguna que otra atrocidad. Poco a poco me fui
resignando a mi destino. Cada vez veía más real esa escena donde yo salía de ese
departamento, encapuchado, con lentes de sol, y con la idea de salir del país
inmediatamente.

—Conchudo y maldito karma...

Irremediablemente, empecé a pensar en la suerte de las personas, en esas


pequeñas cosas que cambian y deciden el destino de uno. En los países asiáticos
en los que había estado, se hablaba mucho del karma, esa energía o ley, llámenla
como quieran, mística, que marca el futuro de la gente basándose en los actos
realizados por cada uno a lo largo de su vida. "Cada uno recoge lo que siembra,
¿no?". No podía evitar pensar en eso, en que si esa 'norma' era verdad, entonces
me esperaba mucho dolor y sufrimiento en los días venideros. "Quizás lo mejor
sea empezar a limpiar un poco el karma, total, no pierdo nada portándome bien
estos tres miserables días que me quedan en esta casa".

—Ale... —sentí que me llamaban. Era Rocío, que estaba en pijama y con la cara
rojísima.

—¿Rocío? Pensé que te habías ido a dormir, ¿qué pasa? —le pregunté. No parecía
estar muy bien, así que pensé que ese era un buen momento para empezar a
practicar la limpieza del karma.

—De acuerdo... —dijo, y se quedó callada.

—¿De acuerdo qué?

—De acuerdo... Quiero que me ayudes a perder la vergüenza... Quiero practicar


contigo.

Me quedé en blanco, con cara poker, como tratando de entender cada palabra de
lo que me acababa de decir. Tenía mucho sueño y me había clavado dos vasitos de
whisky. Pensé que capaz era mi imaginación que me estaba pelotudeando.
—¿Qué? —pregunté con el tono más idiota que me había salido en mi vida.

—Eh... Lo que hablamos la otra noche... Dijiste que podías hacerme perder la
vergüenza... —contestó, pero sin mirarme a los ojos. Y yo no me lo podía creer,
otra vez el cielo -o el infierno-, me estaba dando la oportunidad de poder salir del
bardo en el que me había metido. "¡A la mierda el karma!".

—O sea que cambiaste de opinión —dije en un tono algo arrogante, intentando


demostrarle seguridad, no quería que cambiara de opinión y diera la vuelta,
porque se notaba que estaba muerta de la vergüenza y esa era una posibilidad.

—No... Sí... Bueno, es que han pasado algunas cosas... y... creo que tenías razón
—su voz temblaba, le estaba costando mucho hablar.

—¿Qué cosas pasaron? —pregunté. Era esencial para mí saber eso, no porque me
importara una mierda, si no para saber cómo proceder a partir de ahí.

—Ahora vuelvo —dijo, no sin antes dudar un poco, y salió disparada a su


habitación. Volvió al rato con una carpeta llena de papeles, que me entregó
estirando ambos brazos y con el ceño fruncido, cual nene triste dándole a su padre
un juguete roto para que se lo arregle—. Las hojas amarillas, las que están detrás
de las blancas, tienen las horas de trabajo de Benjamín, las acordadas y las
extras.

—Ajá... —dije tratando de entender lo que carajo fuera que me estuviera diciendo.
Me costaba leer, entre el sueño y los whiskitos, mi semblante era un poema. Pero,
haciendo un poco de esfuerzo, pude mantener la mirada seria y entender un poco
de qué se trataba todo—. Ya veo...

—¿Ya ves? ¿No tienes nada más para decir? ¡Benjamín no ha estado trabajando
por la noche! —gritó.

—Es que a mí no me sorprende, Rocío, yo te dije lo que había... —en realidad,


podía ser cualquiera el motivo por el cual no estaba viniendo a la casa. Capaz el
jefe lo estaba explotando, o quizás no quería venir para sólo acostarse a dormir y
al día siguiente tener que irse a primera hora, opción que me parecía más lógica,
más teniendo en cuenta lo poco que le costaba a esta chica deprimirse. Pero igual
no iba a ser yo el que se lo explicase...

—Es mi culpa... No lo he atendido como se merece, nunca he hecho el papel de


mujer... Me la paso quejándome, y cuando las cosas no salen bien, me escondo en
casa de mi hermana —decía mientras gestualizaba con las manos aireadamente.
Justo después se tapó la cara y se quedó así un rato largo—. Dime algo, por
favor...

—No hace falta que diga más nada, Ro, ahora lo que tenemos que hacer es actuar,
y con rapidez, tenemos que aprovechar cada minutos que vayas a pasar con él a
partir de ahora.
—¿Y si tiene a otra mujer? —preguntó de la nada. A mí no me convenía que
pensara eso, esa situación podía acarrear celos, y de los celos al odio hay un solo
paso. Quizás en otro momento me hubiese venido bien provocar una separación
entre ellos, pero tal y como estaban las cosas, no tenía tiempo para perder. Les
recuerdo que lo que buscaba yo no era un polvo, sino poder salvar mi vida.

—No creo... —dije pensativo, con la mano en la pera—. Si te quisiera engañar yo


creo que ya lo habría hecho, y según estos papeles, estuvo respetando su horario
oficial de trabajo antes de que lo 'esclavizaran', ¿no?

—Bueno, sí... Trabaja todos los días también, pero por las noches venía y cenaba
conmigo.

—Sí, por eso, es absurdo pensar que tiene una amante...

Su expresión fue de alivio, pero después volvió a fruncir el ceño. Se sentó a mi


lado y apoyó los codos en sus rodillas, dejando caer su cara sobre sus manos.
Tenía que moverme y rápido, no podía dejar que le siguiera dando vueltas a las
cosas y llegara a conclusiones poco favorables para mí. Así que me acerqué a ella
y pasé un brazo por encima de su hombro y el otro por delante, y la apreté contra
mí.

—¿Alejo? —dijo extrañada.

—Dejame a mí... Quedate así, haceme caso... —le respondí enseguida y tratando
de transmitirle seguridad.

—Pero...

—Shh... No te muevas...

Y no se movió, sólo se limitó a cruzar los brazos para evitar que le rozara las tetas,
pero se quedó completamente quieta. El ambiente no era el más indicado, la luz
del salón estaba prendida y de fondo se escuchaban las voces de la teletienda.
Había que solucionar eso, así que la solté un segundo para levantarme y apagar
por lo menos la luz...

—Ale... ¿Podrías traerme la botella de mojito que hay en la nevera?

—Sí, claro... —le respondí. Perfecto, pensé, si quería acudir al alcohol es porque
estaba segura de lo que quería hacer. No tardé ni un minuto en apagar la luz,
poner un canal de música en la televisión e ir y volver con lo que me pidió.

—Gracias... —me dijo, acto seguido destapó la botella y se clavó un buen sorbo—.
Siéntate, por favor.

No era que se estuviera tomando una botella de vodka puro, era alcohol más bien
suave, pero si ella creía que la iba a ayudar a destaparse, por mi perfecto. Me
senté a su lado y esperé a que dijera algo.
—¿Qué hago? —me preguntó después de darle otro trago a su bebida.

—Si querés yo te voy guiando... Sé lo que te cuesta todo esto...

—No... Así no voy a perder nunca la vergüenza... Sólo dime lo que tengo que
hacer —dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche.

—Bueno, Ro, no hace falta que te de un manual de instrucciones. Simplemente


intentá aproximarte a mí, demostrame que tenés ganas de estar conmigo, nada
más...

—Vale. Pero tú no me toques, por favor te lo pido.

Y tras dar otro buen sorbo de mojito y de suspirar varias veces, se acercó muy
lentamente a mí, levantó una de mis manos y se la pasó por encima, luego puso
una de las suyas en mi panza, y finalmente apoyó su pecho contra el mío, dejando
su cabeza apoyada en mi hombro derecho. Estuvimos unos cinco minutos en esa
posición, no quise decir ni una sola palabra, estaba rígida como una estátua, y no
quería provocar una detonación que resultara en ella saliendo corriendo para su
cuarto.

—Ale... —dijo de pronto—. No sé si puedo hacer esto...

—Lo estás haciendo bien —le dije intentando tranquilizarla—. Pero esto no deja de
ser un simple abrazo, así que no pasa nada si avanzás un poquito más...

—¿Y qué es avanzar un poquito más?

—Acariciame... Dame un poco más de tu calor... Tu objetivo es que yo me dé


cuenta de que tenés ganas de 'tema'...

Mi parte la tenía clarísima, pero no sabía si ella iba a ser capaz de cumplir la suya.
Sin embargo, Rocío volvió a hacer algo que no me esperaba. Muy torpemente, se
incorporó un poco, y pasó su pierna derecha por encima de mi pierna izquierda.
Luego me abrazó con la mano que, hasta ese momento, había tenido atrapada
entre nuestros cuerpos, y se apretó contra mí. Esta vez su cara quedó enfrentada
con mi cuello, y pude notar como su respiración se iba acelerando cada vez más.

—¿Así está bien? —me preguntó. Por supuesto que estaba bien, el 99% de los
hombres, incluido su novio, ya habrían captado sus intenciones y se la habrían
llevado a la catrera a empotrarla como dios manda. Pero yo no era su pareja, y no
me convenía que la cosa terminara ahí, tenía que seguir incitándola a que
avanzara más.

—Cualquiera ya habría entendido perfectamente lo que querés, Ro, pero no


Benjamín... Vos sos una chica que derrocha inocencia, Ro, alguien que te
conociera bien nunca tomaría esto como una insinuación, así que tenés que ir un
poquito más allá...
—Espera un momento —dijo soltándome de golpe—. Se supone que todo esto es
para que yo pierda la vergüenza, no para enseñarme a seducir a mi propio novio.

—Vamos a ver... —respondí—. El primer paso es que pierdas la vergüenza, sí, pero
tus problemas no se acaban ahí...

—¿Qué quieres decir con eso? —me preguntó ya levantando un poco la voz.

—Vamos, Rocío, si el sexo con vos fuera tan bueno, a Benjamín le chuparían un
huevo las restricciones morales y la influencia de tus padres, se te abalanzaría
como un gato en celo cada vez que te viera...

—¡Eso no fue lo que me dijiste la última vez! —gritó.

—Porque quedamos en dejarlo ahí... Me dijiste que no querías escuchar nada más,
por eso me callé —argumenté.

—No...

—A ver, decime, ¿cuánto duran tus relaciones sexuales con Benjamín? ¿Qué hacen
en los preliminares? ¿En cuántas posiciones lo hicieron ya? —pregunté con
agresividad. Tenía que ponerla contra la espada y la pared, esta era mi
oportunidad.

—¡¿Pero todo eso qué tiene que ver?! —volvió a gritarme.

—No hace falta que me respondas, ya lo hago yo por vos. Tus relaciones con tu
novio no duran más de diez minutos desde que te das cuenta que está caliente
hasta que uno de los dos se corre, los juegos previos no existen para ustedes, van
directamente a lo que van, y, seguramente, todavía no han pasado del misionero.
¿Tengo razón o no tengo razón? —solté de golpe y sin darle tiempo a replicarme.
La verdad es que no hacía falta ser un genio para darse cuenta de todo eso,
cualquiera que hubiese escuchado los relatos de Rocío lo hubiese deducido
también.

—Sí que hay juegos previos... —contestó por fin, después de estar varios
segundos pensando qué decir—. Nos damos besitos y nos tocamos hasta que ya
no aguantamos más...

—Bueh... Esos no son juegos previos, Rocío...

—Entonces no sé lo que son "tus juegos previos"...

—¿Alguna vez se la chupaste a Benjamín? ¿O alguna vez te chupó él a vos?

—¡¿Qué?! —gritó nuevamente.

—¿Sí o no? —respondí yo con la misma prepotencia con la que me estaba


manejando esa noche.
—Yo... Yo... —titubeó—. Yo no podría hacer algo como eso... y Benjamín tampoco.

—Bueno, esas son las cosas que mantienen encendida la llama de la pasión en una
pareja, Rocío. El sexo es una de las cosas más importantes en una relación, y
cuando se vuelve aburrido y monótono, las cosas tienden a complicarse, que es
justamente lo que les está pasando ahora —me estaba maravillando a mí mismo,
esa verborrea la hubiesen firmado los grandes oradores de la historia.

No me respondió, simplemente se quedó sentada mirando a la nada. Volvíamos a


estar como al principio, con Rocío sentada en un extremo del sofá y yo esperando
a que se decidiera de una vez a actuar. Pero esta vez no podía tomar la iniciativa
yo, le había dejado una propuesta picando y tenía que esperar a que ella hiciera
un movimiento. Y eso fue justamente lo que pasó...

Se levantó, se tomó en dos largos tragos lo que quedaba en la botella, y se paró


frente a mí. No me canso de repetirlo, qué belleza de mujer... Esa remerita
ajustada rosa y ese pantaloncito del mismo color... me volvían loquísimo... y más
teniéndola justo delante de mí dispuesta a hacer dios sabía qué...

—Insisto. No quiero que me toques —me ordenó. Entonces, luego de darme un


empujoncito para que me apoyara en el respaldar del sofá, se subió a horacajadas
encima de mí, dejando mi gordo bulto pegado a su culo.

—Sos consciente de que no soy de piedra, ¿no? Yo no voy a tocarte ni un pelo,


pero no puedo evitar que mi 'amiguito' se despierte... —le dije. Quería asegurarme
de que no se asustara cuando notara mi erección. Al principio hizo el amague de
levantarse, con cara de susto incluida, pero al final se quedó en la misma posición,
aunque ahora había levantado un poquito el culo para evitar la fricción.

—Te agradecería que fueras capaz de controlarte, Ale. Si ya de por sí esto me está
costando un mundo, imagínate lo que sería contigo excitado... —dijo para mi
sorpresa. Yo sabía que prácticamente no tenía experiencia con hombres, pero de
ahí a decir la pelotudez que acababa de decir... Evidentemente no era consciente
del cuerpazo que tenía.

—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.

—Tú déjame a mí... —me respondió con sorpresiva seguridad.

Entonces se inclinó hacia adelante, apoyó sus manos contra mi pecho y se quedó
así un rato. Luego levantó la cabeza, y pasó ambos brazos por detrás de la mía,
dejando nuestras caras la una en frente de la otra. En ese momento lo vi claro,
pensé que me iba a besar, estaba muy sorprendio porque no me esperaba que
fuera a avanzar tan rápido. Aunque no fue así... Viró su cara un poquito a la
derecha, se inclinó un poco más, y empezó a darme suaves besitos en el cuello.
No dije nada, pero eran besitos secos y prácticamente inexistente, parecía que
estaba tratando de picarme más que de besarme. E hice bien en callarme, porque
con el pasar de los segundos fue tomando confianza, dándome besos cada vez
más húmedos y destensando su cuerpo. Incluso dejó caer su culo sobre mi
entrepierna... Yo no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar sin tocarla...
—Ro... lo estás haciendo bien, pero ya es hora de avanzar...

—¿Qué? —dijo, como saliendo de un trance—. Ah... ¿Te gustó?

—Sí, vas bien, pero como te digo, tenés que progresar. Si estás mucho tiempo
haciendo lo mismo puede resultar agotador para ambos —argumenté. La escena
no podía ser más erótica, con ella sentada encima mío, sus dos tetas
restregándose contra mi pecho, y hablándome a diez centímetros de la cara.

—¿Q-Qué más puedo hacer entonces? —me preguntó. Su voz ya no sonaba tan
clara, se notaban los efectos del alcohol. Era mi momento.

—Besame. —le pedí. Tenía que jugármela, la boludez de perder la vergüenza ya no


servía para nada y menos en su estado.

—¿Cómo? —respondió.

—Lo que escuchaste. Confiá en mí, dejate llevar...

—No sé, Alejo, no quiero que esto se nos vaya de las manos... —me contestó.

—No te olvides que yo hago esto para ayudarte, y que vos lo hacés por el bien de
tu relación...

—Sí, pero es que... tengo miedo de que si seguimos... ya no pueda mantener el


control —su voz ya prácticamente era inaudible, era mucho menos que un susurro.
Agarré su cara y la puse delante de la mía, y sujetándola suavemente, fui
acercándola hacia mí.

—Shh... Ya te dije que no voy a hacer nada que vos no quieras, así que quedate
tranquila.

—Pero... Benjamín... Él no...

—Shh... Dejate llevar...

Y sucedió, nuestros labios se juntaron por fin, lo que tanto había anhelado en mi
adolescencia acababa de ocurrir. Pero no me iba a dejar llevar por mis instintos,
sabía que un movimiento en falso, y echaría a perder todo lo que tanto trabajo me
había costado conseguir, así que dejé que ella marcara el ritmo de la situación.

Pero el beso no terminaba de concretarse como tal, eran más bien piquitos lentos
que duraban entre tres y cuatro segundos cada uno. Ella no separaba los labios,
no dejaba que ni una gota de su saliva saliera de su boca, tampoco movía su
cuerpo, estaba demasiado rígida. Por eso, cuando vi que la cosa no avanzaba,
entreabrí un poco los labios yo y empecé a hacer presión sobre su boca,
provocando que su cuerpo se estremeciera, como si le acabaran de dar un susto,
pero ella no se separó de mí, ni abrió los ojos en ningún momento. Me di cuenta
de que su confianza ya la tenía ganada, y al saber que no iba a oponer resistencia,
con mucha delicadeza y despacito, fui mostrándole los pasos a seguir para que el
beso fuera completo. Ya tenía las riendas de la situación, y, poco a poco, ella se
fue soltando y yo fui aumentando el ritmo del beso. Al cabo de unos segundos, ya
nos estábamos besando como correspondía, sin lengua, eso sí, no me pareció el
momento para llegar tan lejos.

La fogosidad del beso fue aumentando y traspasándose a otras zonas de nuestros


cuerpos. A esa altura, yo ya la tenía para abrir nueces, y ella ya me agarraba la
cara mientras nos comíamos la boca. Aproveché ese momento para empezar a
utilizar mis manos, que hasta ese momento, habían estado de adorno. Lo primero
que hice, fue acariciar su espalda, acción que la tomó por sorpresa, porque
nuevamente dio un brinco a la vez que soltaba un gemido de sorpresa. Pero, de
nuevo, tampoco dejó de besarme. A esa altura ya era evidente que ella ya no
quería dar marcha atrás, así que me fui atreviendo cada vez a más cosas.
Lentamente fui bajando las manos hasta situarlas en sus caderas, y, muy despacio
y a un ritmo progresivo, empecé a marcarle un movimiento de delante para atrás
sobre mi abdomen. Al cabo de unos minutos, nos encontrábamos besándonos
apasionadamente con ella encima mío moviendo su cuerpo por sí sola.

—Espera, Alejo, espera... —dijo de golpe.

—¿Qué pasa? —le pregunté extrañado.

—Ahora vuelvo, no te vayas —me dijo mientras se levantaba.

Me horroricé cuando se fue, pero después me di cuenta de que me había pedido


que no me fuera. Mi mayor temor era que se le bajara la calentura...

—Ya está. Perdóname.

Los ojos se me abrieron como platos. Había vuelto con el mismo camisón rosa que
tenía puesto la noche que llegué a esa casa. No tenía ni la más puta idea de por
qué se lo había puesto, capaz era para estar más cómoda, o no, no me importaba
un carajo. Ahora sí que había perdido el control sobre mí, ni siquiera la dejé
sentarse, me levanté yo del sofá, la agarré de la cintura, y la volví a besar. Ella me
devolvió el beso y también me abrazó. Ya no había nada que me pudiera detener
esa noche, bajé mis manos hasta ese terrible culo que ella tenía y lo apreté con
todas mis fuerzas. Esta vez no hubo respingo ni nada, se dejó hacer como una
campeona, y masajeé ese par de nalgas como me dio la gana. Ella mientras tanto
se apretaba cada vez más contra mí, no sé si para sentir mejor el bulto que tenía
entre las patas, o porque la calentura que tenía actuaba por ella. Sea como fuere,
terminamos sentados en la misma posición de antes, sólo que esta vez mi falo
erecto chocaba directamente con su entrepierna. Se movía muy rápido encima mío
y parecía que quería aumentar la velocidad, cosa que parecía difícil, pero quise
complacerla y yo también empecé a mover mis caderas. La idea no le gustó
mucho, al parecer porque el contacto ya era muy fuerte, e nmediatamente intentó
colocarse en una posición donde mi paquete no chocara directamente contra su
conchita.
—Ro —la detuve—. Dejate llevar, no te preocupes por nada. Te juro que cuando yo
vea que pueda pasar algo que vos no quieras, vamos a parar, te lo prometo. Ahora
sólo dejate llevar.

Me miró unos segundos a lo ojos, y finalmente asintió. Le había dicho la verdad,


iba a llegar un momento en el que tendría que parar, porque si me la llegaba a
coger esa noche, al día siguiente se iba a despertar con remordimientos de
consciencia muy graves y seguramente yo me tendría que mandar a mudar. Pero
había muchas cosas que todavía podía hacer sin llegar a empomármela.

Volví a poner mis manos en su culo, y lo presioné hacia mí para que mi verga
chocara contra ella, y me aseguré de que esta vez no se pudiera liberar del
contacto. Ahora no nos besábamos, ella seguía mirándome fijamente a los ojos,
expectante, como esperando a que le dijera qué era lo siguiente que tenía que
hacer. Y así lo hice, le pedí que moviera su cadera al ritmo que le estaba
marcando. Y me hizo caso. Yo de mientras levanté un poco su camisón, quitando
uno de los dos obstáculos que habían entre su piel y la mía, el otro era la
bombachita blanca que llevaba puesta. Tenía unas ganas terribles de liberar mi
pene y frotarlo directamente contra ella, pero sabía que eso iba a ser demasiado
para ella. Aun así, lo que estábamos haciendo en ese momento era una sesión de
masturbación mútua en toda regla, su conchita se estaba restregando contra mi
pene y lo único que impedía el contacto directo era mi pantaloncito y su ropa
interior. Su respiración agitada era lo único que se escuchaba en ese momento, se
mordía los labios para no gritar. Pero yo quería escucharla disfrutar, no me
importaba que no estuviera acostumbrada a disfrutar del sexo, por eso decidí que
ya era hora de ver y palpar de una vez sus tetas. Puse mis manos en sus
hombros, y mientras la miraba a los ojos, empecé a bajar los tirantes de su
camisón. Al principio apretó un poco los brazos contra su cuerpo para no dejar
caer la tela, pero finalmente se rindió ante mi insistencia y se concentró en seguir
moviéndose. Ahí estaban, esplendorosos ante mí, dos grandes melones que
desafiaban a la gravedad, que no se sabía cómo hacían para sostenerse en un
torso tan delgado. Sin duda alguna, el mejor par de tetas que había visto en mi
puta vida. Sobra decir que lo primero que hice fue llevármelas a la boca, no me
contuve ni una pizca, lamí y ensalibé cada centímetro de su pecho mientras ella,
ahora sí, gemía cada vez más fuerte.

Yo ya estaba a punto de llegar a mi límite. Ella seguía moviéndose a una velocidad


endiablada, me tenía abrazado de manera que no pudiera separar mi cara de sus
tetas. Tenía la cabeza echada para atrás y ya no contenía sus gemidos. Pero de
pronto se detuvo...

—No puedo más, ya no tengo fuerzas... —me dijo mientras se dejaba caer sobre
mí torso.

—No te preocupes, yo me encargo del resto —la tranquilicé.

Me levanté con ella encima y la coloqué boca arriba en el sofá. La besé de nuevo y
me dejé caer sobre ella. Separé sus piernas, metí mi mano izquierda en su
braguita y empecé a masturbarla. Ella me abrazaba y me acariciaba sin dejar de
besarme, alternaba besos con suspiros e intentaba mover su pelvis igual que
antes. Sin dejar de jugar con mis dedos dentro de ella, fui bajando por su torso
muy despacio, besando cada parte por la que pasaba, hasta que me detuve en su
chochito. La miré a los ojos, esperando su reacción, y cuando noté que esperaba
ansiosa a que procediera, ya no me contuve más. Moví la telita blanca de su ropa
interior a un costado, y enterré mi boca en su conchita. Era increíble, no habían
pasado ni tres días desde la última vez que había hecho lo mismo, y ya estaba
hundido en su entrepierna de nuevo, con la única diferencia que ahora sí era
consentido. De todas formas, no pude recrearme mucho tiempo más. A los pocos
segundos de que le metiera la lengua, sus gemidos fueron transformándose en
gritos, y mientras arqueaba su cuerpo a más no poder, me acabó en la boca como
nunca antes había visto hacerlo a otra mujer. Me hice a un lado como acto reflejo,
y sus fluidos cayeron manchando todo el sofá. Yo me incorporé y me senté con la
pija todavía bien dura, asunto que iba a tener que solucionar por mi cuenta
nuevamente, porque Rocío se había quedado profundamente dormida.

La llevé a su cuarto, le saqué la ropa interior empapada, y busqué por los cajones
una muda limpia. Tras asegurarme que estaba todo en orden, salí disparado al
baño para terminar lo que había empezado.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.

—Bueno, chicos, vamos a descansar un rato, que nos lo hemos ganado —nos
anunció Lulú. Justo después se acercó a mi escritorio—. Benji, vamos a la cafetería
a tomar algo para despejarnos, ¿te vienes?

—Eh... —respondí dudando un poco, porque no sabía a quienes se refería con


"nosotros". Si bien conocía a los trabajadores de mi planta, no tenía relación con
todos, y no me gustaba hacer este tipo de reuniones con gente con la que no me
llevaba. Pero terminé aceptando cuando vi a nuestros acompañantes.

La cafetería de la planta ya estaba cerrada a esas horas, pero los jefes de equipo
podían disponer de la misma a placer a partir de la una de la mañana. Los
descansos solían durar entre hora y hora y media, y la mayoría de los empleados
solían irse a bares nocturnos de la zona o a casa a descansar un poco, algunos
incluso ni volvían los días que no estaba Mauricio.

Cuando abrió las puertas y encendió las luces, Lulú nos dijo que nos sentáramos
en una de las mesas, que ella traería el café (había dejado bien claro que nada de
alcohol esa noche). Con nosotros habían venido Sebastián, de 27 años, uno de los
mejores vendedores de mi equipo; Luciano, 35 años, otro de los jefes de equipo
de la planta; Romina, la secretaria de Mauricio, que debía rondar los 30 también; y
Jéssica, una chica joven que acababa de entrar en la empresa. Lo cierto es que
con las dos últimas apenas había intercambiado palabras anteriormente, algún que
otro saludo y gracias, pero con los muchachos tenía una muy buena relación.
Pensé que al final sí iba a poder distenderme un poco y llevar la reunión con cierta
confianza.
—Bueno, Lourditas, ¿qué ha sido de tu vida todo este tiempo? —preguntó Sebas.

—Pues nada, lo que sabes... Me casé, me mudé a Alemania y estuve trabajando


allí hasta hace unos meses —respondió risueña.

—¿Y por qué has vuelto? —continuó Sebas.

—No me pude acostumbrar ni a la gente ni al idioma... Es una sociedad muy


distinta a la nuestra.

—Doy fe —intervino Luciano—. A mí me tocó trabajar en Hamburgo hará unos diez


años.

—¿Sí? —se interesó Lulú, visiblemente contenta por haber desviado el foco de
atención—. ¿Y cómo fue la aventura?

—Fantastisch —respondió con acento y todo, despertando algunas risas entre los


ahí presentes—. Igual no me quedaba otra alternativa más que acostumbrarme,
mi padre había movido cielo y tierra para conseguirme ese empleo, tenía que
cumplir con sus expectativas.

—Yo no sé si podría irme de aquí... —manifestó Romina—. Tengo a todos mis


amigos aquí, y a mi familia, y me gusta mi trabajo... No sé...

—¿Tú qué edad tienes? —preguntó Lulú.

—25.

—Bueno, yo a tu edad pensaba igual, pero nunca sabes qué te va a deparar la


vida...

—Sí, ya, eso me dicen todos, pero yo estoy convencida. De aquí no me voy ni
aunque venga el mismísimo Bradley Cooper a pedírmelo, jajaja.

—¿Y tú que estás tan callada? —dijo Luciano mirando a Jéssica—. No recuerdo
haberte visto por aquí antes, ¿eres nueva?

—Llevo una semana aquí —respondió ella—.

—Oh, ¿y cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

—Eh, eh, despacito, Clooney, que la chica apenas está tomando confianza —se
entrometió Romina.

—Si no hubiera confianza con ella no la habrían invitado, ¿no? ¡Hay que romper el
hielo! —argumentó él—. ¿O no, Sebas?

—Totalmente de acuerdo. Además, así nos mantenemos despiertos.


—Me llamo Jéssica, tengo 23 años y soy contable. Esta es mi primera semana en
la empresa.

—Vaya semanita has elegido para empezar, chica... Si a mí me hubiesen


presentado este panorama en mis primeros días, habría salido corriendo... —
aseguró Sebas.

—Sí, bueno, no me esperaba tener que trabajar tantas horas tan pronto, pero me
encontré con un equipo muy bueno, y todos me trataron muy bien, eso facilita
mucho las cosas...

—Di que sí, mujer, esa es la actitud. Por cierto, ¿tienes novio? —preguntó Luciano
así de repente, provocando que Jéssica se sonrojara. Lulú se echó a reír y Romina
le lanzó una mirada asesina.

—Pues sí que lo tiene —respondió la misma Romina—. Así que aléjate de ella, que
nos conocemos.

—Jajaja. Vale, vale, perdón. Era simple curiosidad...

—Sí, curiosidad... Que sepas que trabaja en esta empresa, así que no te vayas a
pasar de listo —añadió la secretaria.

—¿Trabaja aquí? ¿Quién es? ¿Lo conozco? —preguntó Luciano entre risas. Jéssica
parecía no estar muy cómoda con la situación.

—Sí, trabaja aquí, en la planta 15, y se llama Giovanni.

—¿Giovanni? ¿Marotto? Ah... Ya sé quién es...

—¡Bueno! ¿Y tú, Benjamín? No me has contado cómo está Rocío —interrumpió


Lulú, que se había dado cuenta que la pobre chica no la estaba pasando bien.

—En casa... Aguantando como la mejor... —afirmé con resignación.

—Ajá... No debe ser fácil para una chica tan joven tener que lidiar con esta
situación...

—No, no lo es... Pero bueno, ella es fuerte y me está dando todo su apoyo.

—¿Y qué hace durante el día? ¿Trabaja? ¿O estudia? —volvió a preguntarme Lulú.

—Ya terminó sus estudios, se recibió de maestra, pero no encuentra trabajo de


eso, y yo no quiero que trabaje de cualquier cosa.

—¿Entonces se queda todo el día en casa?

—Sí.
—¿Y no se aburre? Me imagino que al menos pasará el tiempo con amigas —
intervino Romina.

—Todas sus amigas se fueron a estudiar o a trabajar fuera de la ciudad, a la única


que tiene es a su hermana, que vive al lado de nuestro apartamento.

—¡Ay, pobrecita! Deberías invitarnos algún día a tu casa, Benji. Estoy segura de
que nos llevaríamos muy bien con ella, ¿no, Romi?

—Ya te digo.

—No sé si querría, je —aseguré—. Ella es muy introvertida, le suele costar hacer


nuevas amistades.

—Pues ya nos encargamos nosotras de eso. Una mujer necesita tener otras
amigas mujeres, es muy sofocante vivir sin socializar, y te lo dice alguien que
sabe, que yo en Alemania lo pasé muy mal en ese aspecto.

—Sí, ya... Pero igual ahora ya no está sola, un amigo que acaba de llegar a la
ciudad se está quedando en casa.

—¿Un amigo ? —preguntó interesado Luciano.

—Sí, un chico que fue con ella al instituto. Nos pidió que lo dejemos quedarse
hasta que encuentre algo barato por la zona.

—¿Y se está quedando solo con tu novia? ¿En tu casa? —volvió a preguntar.

—Sí, ¿por? —dije yo. Sebas y Luciano se miraron entre ellos, mientras que Lulú,
Romina y Jéssica observaban con atención la escena.

—¿No tienes ningún problema con que tu chica se quede sola en tu casa con un
amigo todo el día? —prosiguió.

—A ver, al principio desconfié del muchacho, no lo conocía de nada, pero Rocío me


dijo que no es una mala persona, así que no veo porqué tenga que preocuparme si
ella confía en él.

—Ese es el problema, Benjamín, que ella confía en él.

—¿Eh? ¿Por qué? —pregunté de nuevo. Seguían intercambiando miradas cada vez
que yo respondía.

—Eres un tipo muy raro, en serio. Yo no podría dejar a mi novia vivir con una
persona que no conozco.

—Eh, un momento, se va a quedar unos días nada más.

—¿Hasta cuándo? —preguntó Sebas.


—Hasta el viernes, por lo pronto. Resulta que me comprometí a ayudarlo a buscar
un piso, porque tenía el dato de que Raúl tenía algunos en alquiler, y ahora estoy
esperando que resuelva algunas cosas para hablar del tema con él.

—¿Y desde cuándo está en tu casa? —insistió.

—Desde el lunes.

—Hmm...

—A ver, par de imbéciles, ¿qué os pensáis que somos las mujeres? —intervino
Romina—. Dejad de meterle mierda en la cabeza al chico, por el amor de dios, que
ya estáis juzgando a su novia y no la conocéis de nada.

—No es meterle mierda, es avisparlo un poco —respondió Luciano—. Si va tan


confiado por la vida, lo va a pasar muy mal.

—Coincido —añadió Sebas—. Además, los amigos de la infancia son los peores,
porque con la excusa de "yo la conozco de antes que tú", se creen que tienen
algún poder divino que les da el derecho de hacer con tu novia lo que quieren.

—Vaya, parece que del tema sabes un poco. —dijo Lulú, que había estado muy
callada observando todo—. Cuéntanos.

—Mi novia tiene un amigo así, pegajoso y molestísimo. Ella dice que él es así, que
toda la vida fue así, que son amigos y que no tiene ninguna intención rara. Pero yo
no me creo esas gilipolleces, la amistad entre el hombre y la mujer existe hasta
cierto límite, y cuando se superan esos límites, es porque uno de los dos, o los
dos, quieren algo más. Por eso yo trato de mantener a raya a ese payaso.

—Pero si ella te dice que no tiene intenciones raras es por algo, ¿qué necesidad
tiene de mentirte? Si quisiera algo más con el amigo, sería la novia de él y no la
tuya —dije yo.

—Benjamín, yo no dudo de sus sentimientos hacia mí, de lo que dudo es de su


fuerza de voluntad. Yo sé que ese tipo desea a mi novia, y si yo le llegara a dar vía
libre para que procediera como quiera, no sé lo que podría pasar, porque, te
repito, él la conoce mejor que yo.

—¡Verdades como puños! —exclamó Luciano—. Haznos caso, Benjamín, no seas


tan confiado. Igual es verdad que este tipo no vaya a intentar nada en tan solo
una semana, pero es mejor que te aprontes para eventos futuros.

—Machismos, machismos y más machismos. No tenéis ni puta idea de cómo


funciona el corazón de una mujer enamorada —añadió Romina en tono
descalificador—. No les hagas caso, si ella no te ha dado motivos para desconfíes,
entonces estate tranquilo y sigue como siempre.
—Que sí, que vale, pero igual mantén vigilado al amigo ese, por si las moscas,
más que nada. Te digo yo que no somos pocos los hombres que preferimos a las
que tienen dueño —respondió Luciano dirigiendo la mirada a Jéssica.

—Qué asco que das a veces, en serio —le dijo Romina.

—En fin... —concluyó Lulú.

Seguimos hablando una media hora más, dando por terminado el tema de las
parejas, y contando anécdotas y tonterías varias. La verdad es que lo pasé
bastante bien, no me molestó para nada lo que dijeron Luciano y Sebas sobre el
tema de Alejo, lo cierto es que casi ni le di importancia, ya que era como Romina
decía, mientras confiara en ella, no tenía nada de qué preocuparme. Más me
importó la pobre Jéssica, que el bestia de Luciano estuvo lanzándole indirectas
toda la noche y la muchacha no sabía donde meterse. Menos mal que estaban ahí
Lulú y Romina para mantenerla más o menos cómoda.

—Oye, Benja, vaya fichaje ha hecho el Mauri, ¿eh? —me comentaba mientras
orinábamos.

—Ya sé que tú eres así, que lo haces sin maldad, pero podrías haberte controlado
un poco, la pobre chica parecía un cachorro asustado, menos mal que estaban
Romina y Lourdes ahí.

—Jajaja, no era mi intención, te lo juro. Pero es que me gustó mucho la chiquilla.

—Bueno, pues tiene novio, así que a apuntar para otro lado.

—Me la suda eso, lo conozco al tipo y mejor de lo que te imaginas, hace un tiempo
trabajábamos en la misma planta —comentaba mientras se lavaba las manos.

—¿Ah, sí? —dije yo haciendo lo mismo.

—Sí. Y no terminamos del todo bien, porque la cagó en uno de los proyectos y yo
se lo hice saber a los superiores, y terminaron mandándolo a otra planta. Poco
después yo me convertí en jefe de equipo mientras él seguía sirviendo cafés a los
superiores.

—Vaya...

—Igual no me juzgues, si no informaba de ese incidente, el marrón nos lo íbamos


a terminar comiendo todos, hice lo que tenía que hacer.

—No te juzgo, si soy el que más entiende de cagadas aquí...

—Jajaja, ¿sigues mortificándote? Lo que pasó no fue culpa tuya y lo sabes.

—Igual... Todavía siento las miradas asesinas cuando camino por los pasillos.
—Pues habrá que empezar a arrancar algún que otro ojo, jajaja.

—Eres terrible, en serio...

—Bueno, después hablamos, me espera una yegüita de 23 años con ganas de


aprender...

—¿Eh? ¿Te pidió ayuda o algo?

—No, pero ya se la ofrezco yo, jajaja.

—En fin... Después nos vemos, galán.

—Por cierto, perdona si soy muy insistente, pero mantén vigilado al tipo ese que
metiste en tu casa, en serio te lo digo.

—Que sí, que sí. Gracias por preocuparte.

Me había venido muy bien tener ese rato de tranquilidad con mis compañeros de
trabajo. Así que, con las energías renovadas y pensando en Rocío, me dispuse a
completar las tres horas que me quedaban ahí adentro.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 10:00 hs. - Rocío.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Hola?

—Buenos días, mi amor.

—Ah, hola.

—¿Cómo estás?

—Recién me despierto, ¿y tú?

—Yo también, terminé a las seis de la mañana, he dormido tres horitas y pico nada
más...

—Pues se te nota muy lúcido para haber dormido tan pocas horas.

—Sí, ¿no? Jeje, es que llevo levantado media hora.

—¿No era que te acababas de despertar?


—Bueno, Ro... era una manera de decir...

—¿No me digas?

—¿Estás bien? Te noto un poco tensa...

—Estoy perfectamente.

—Bueno... Por la tarde me voy a pasar por casa a buscar ropa limpia, que hace
dos días que estoy yendo con la misma.

—¿A qué hora?

—A las dos o por ahí.

—No es bueno que conduzcas con sueño.

—No te preocupes por eso, voy a estar bien.

—Sí, ya...

—¿Cómo va la pierna?

—Bien, no me dolió ni ayer ni hoy.

—Perfecto... ¿Y qué piensas hacer hoy?

—Nada.

—Ah... ¿Ya sabes qué vas a hacer para almorzar? Tengo ganas de volver a probar
tu comida.

—Seguramente cocine Alejo, que se le da mejor que a mí.

—¿Sí? No lo sabía.

—Pues sí.

—Bueno... Entonces después nos vemos. Te amo, Ro.

—Yo también te amo...

—Adiós.

Tras esa llamada, me quedé dormida y no me volví a despertar hasta el mediodía.


No quería salir de mi habitación, no quería mirar a Alejo a los ojos, no quería
enfrentarlo. Sólo quería que llegaran las dos de la tarde para ver Benjamín. Que sí,
sabía que lo había tratado mal, pero no podía evitar sentirme así, todavía me
sentía traicionada... Aunque también había sido para tapar un poquito la culpa que
sentía por lo que había pasado la noche anterior... Pero quería verlo, necesitaba
verlo...

Sentimientos de culpa aparte, me había levantado radiante, al igual que lo había


hecho unos días atrás. La sensación era maravillosa, volvía a sentirme suave como
una pluma, como si pudiera echar a volar en cualquier momento... Cuando se lo
comenté a mi hermana ese día, primero no supo qué decirme, pero cuando le dije
que mi cuerpo estaba muy sensible, se echó a reír y empezó a llamarme cosas
como 'picarona' y 'pillina'. Yo no sabía a qué se refería y se lo pregunté de nuevo,
pero sólo me dijo que era algo obvio y que no me hiciera la desentendida.
Obviamente no insistí más, cuando mi hermana se ponía así de testatura, no había
manera de tratar con ella.

No podía quedarme encerrada hasta que viniera Benjamín, aparte de que tenía
ganas de hacer mis necesidades, me sentía sucia... Tenía el pecho pegajoso, y
también los muslos... ¡Todo mi cuerpo estaba pegajoso! No lo dudé más y salí
disparaba al baño. Casi me caigo de culo cuando vi que tenía unas braguitas
diferentes a la que llevaba la noche anterior. Alejo se habíta tomado la molestia de
cambiármelas mientras dormía. Quería meter la cabeza en la taza del váter y
desaparecer por ahí, todavía no era del todo consciente de lo que había hecho, y
esos pequeños detalles me hacían dar cuenta de la gravedad del asunto.

"Pero lo hice por él, y en cierta forma... todo salió bien. Nunca antes me había
comportado de esa forma, he perdido completamente la vergüenza... Es cierto que
el alcohol ayudó, pero..."

No intentaba engañarme a mí misma, porque ese era el motivo por el que había
hecho lo que había hecho, Benjamín y nada más. Pero la culpabilidad iba creciendo
a medida que iba recordando todo.... Porque yo me había propuesto perder la
vergüenza, dejar que Alejo me ayudara, siempre manteniendo una cierta
distancia, pero al final se me había ido todo de las manos... y me lo había pasado
en grande.

Sí, me lo había pasado en grande, como nunca. Me liberé y me dejé hacer cosas
que nunca antes había hecho con Benjamín. Quizás exagero un poco, pero es que
así es como me sentía en ese momento, porque por más pequeñas que parecieran
las cosas que me atreví a hacer esa noche, para mí habían sido como dar el paso
definitivo a la adultez. Y tenía ganas de repetir, pero no con Alejo, ahora ya me
sentía preparada para hacerlo con mi novio, quería desatarme con él como lo
había hecho con mi amigo de la adolescencia. Además, sabía que cuando lo
hiciera, el sentimiento de culpa que iba in crescendo, desaparecería por completo.

A eso de la una de la tarde, Alejo llamó a mi puerta...

—¿Se puede?

—No. —respondí.

—Bueno. Dentro de un rato va a estar la comida, ¿te espero o como solo?


—Como quieras.

—¡Ok! —dijo sin más.

Seguía sin querer verlo, pero quedaba muy feo rechazar su invitación cuando se
había tomado la molestia de cocinar. Así que a los 20 minutos, saqué fuerzas de
donde no las tenía, y fui al comedor. La escena que me encontré no podía ser más
común y corriente, Alejo estaba comiendo un plato de lentejas mientras me hacía
señas para que me sentara. Le hice caso y lo acompañé en la mesa, di dos o tres
cucharadas al plato y esperé a que sacara algún tema de conversación... pero
nada. Esperé varios minutos, pero lo único que salió de su boca fue un: "¿No
comés?". No podía entender cómo era capaz de comportarse como si nada hubiera
pasado. Yo me estaba comiendo la cabeza a más no poder y él estaba tan
tranquilo.

—¿No vas a decir nada? —dije por fin.

—¿Qué? —preguntó mientras seguía comiendo.

—Dime algo...

—¿Qué querés que te diga?

—De lo de anoche...

—¡Ah! Estuviste bien. Sí. —dijo sonriéndome, provocando que me sonrojara.

—¿En serio?

—Sí, estuviste genial —dijo de nuevo.

—No me refiero a eso. Quiero saber si en serio vas a seguir actuando como si no
hubiera pasa nada.

—¿Yo? Pero si te estoy hablando de lo de ayer.

—¡Que no me refiero a eso! ¡Hablo de tu actitud, y del ambiente, y de todo!


¿Cómo puedes estar tan calmado? —estallé.

—Vamos a ver, Rocío, yo no soy tu novio, ni tu amante, ni un tipo con el que estás
dudando si salir o no. Lo que hicimos ayer, lo hicimos como dos adultos que
estuvieron de acuerdo en hacerlo, nada más. Vos necesitabas mi ayuda y yo te la
di. No es necesario ni que estés avergonzada, ni que volvamos al mal rollo de
antes, ni nada por el estilo —contestó con toda la normalidad del mundo.

—No... Si yo no digo eso, pero es que... el único hombre con el que había estado
era con Benjamín...

—Y sigue siendo así. Lo que hicimos nosotros no va a cambiar eso...


—Pero Ale... lo que hice contigo anoche... nunca lo había hecho con él... —afirmé
entrecortadamente. Me estaba costando mucho abrirme de esa forma.

—Y ese era el objetivo, que te liberaras y aprendieras cosas que no sabías. Te


garantizo que tu novio va a estar muy contento con los resultados.

—Sí... puede que tengas razón, pero...

—Vos quedate tranquila que así va a ser —conluyó—. Y bueno, ya que querías
hablar del tema, hablemos. ¿Cómo te lo pasaste? Ya sé que estabas borracha,
pero de algo te acordarás, ¿no?

—Bueno, borracha lo que se dice borracha, no estaba... Me acuerdo de todo...

—¿De verdad? Qué raro... —dijo frunciendo un poco el ceño.

—¿Raro por qué? —pregunté extrañada.

—Porque no estás enojada conmigo.

—¿Y por qué habría de estarlo? —insistí.

—Porque no cumplí lo que te prometí, dije que no te iba a tocar ni un pelo, y... en
fin...

—Sí, ya... Pero bueno... yo no me opuse tampoco... —le dije con sinceridad.
Después de todo, yo misma me lo había buscado.

—Me alegra que pienses así. Ok, respondeme a la otra pregunta ahora, ¿cómo te
lo pasaste? —volvió a preguntarme, pero me daba mucha vergüenza responder a
eso.

—Pues como lo viste...

—No sé, yo no vi nada, decímelo vos... —insistió. Evidentemente ya sabía la


respuesta, pero quería oírla de mis labios.

—Me lo pasé muy bien, Alejo...

—¿Sí? Bueno, en realidad sí que me di cuenta, pero quería que me lo dijeras vos.
Esto también funciona como terapia para que pierdas la vergüenza —dijo mientras
se metía otra cucharada de lentejas en la boca.

—¿No me digas? —respondí con sorna—. Igual, Ale, aunque no hayas cumplido tu
primera promesa... sí que cumpliste la segunda. En un momento me dijiste que te
detendrías cuando pudiera pasar algo que yo no quisiera, y así lo hiciste... Y lo
valoro mucho...
—¿Estás diciendo que podría haber llegado hasta el final con vos? —respondió. Le
dije esas palabras desde el fondo de mi corazón, pero no me di cuenta de que al
mismo tiempo le estaba dando una información que no debería haberle dado.

—A ver... no es eso... Lo que... —suspiré—. Lo que quise decir es que no lo


intentaste, eso es lo que valoro, fuiste un tío legal.

—Está bien, está bien. Te dije que podías confiar en mí.

—En ningún momento lo dudé...

—Perfecto entonces, porque esta noche me gustaría enseñarte alguna cosita más.

—¿Alguna cosita más? Espera un momento, Alejo, lo de anoche no va a volver a


ocurrir... Yo te agradezco lo que has hecho, pero... —le aclaré. No sabía qué tenía
él en mente, pero yo tenía clarísimo que ya no necesitaba de su ayuda, que con lo
de la noche anterior ya me había liberado y ahora podría encarar a Benjamín.

—¿Ah, no? Bueno, como quieras. Yo creo que todavía no estás preparada para
'salir al ruedo', pero si ya no querés más mi ayuda...

—Justamente es eso, Ale, nunca me hubiese imaginado que podía soltarme de la


manera en la que lo hice anoche, pero ahora ya lo sé, y también sé que ya puedo
encarar a Benjamín.

—Está bien, Ro, me alegro de haberte sido de ayuda... —dijo, y me dedicó una
linda sonrisa—. ¿Te puedo hacer una última pregunta?

—Sí, ¿qué?

—¿El de ayer fue el primer orgasmo de tu vida? —me preguntó con toda la cara.
Creía que habíamos dada por terminada la conversación, pero al parecer él quería
seguir metiendo el dedo en la llaga.

—Mira lo que me preguntas... ¡Al final me vas a hacer enfadar!

—¿Qué tiene de malo? Contestame.

—¿Cómo que qué tiene de malo? ¿Por qué me preguntas eso?

—Creo que ayer terminamos de romper todas las barreras que había entre
nosotros, ¿no?

—Yo no diría que todas las barreras, pero bueno... No, no fue el primer orgasmo
de mi vida.

—¿Y tu primer orgasmo con un hombre? —insistió. Yo en el fondo ya me estaba


riendo, no sabía a dónde quería llegar...
—¿Cambiaría algo en nuestras vidas si te respondo a eso? —contraataqué.

—No, la verdad que no, pero ya no hace falta que contestes. Bueno, si me
permitís, tengo que hacer unas llamada...

—Sin problemas.

Alejo tenía una habilidad especial para hacerme enfadar, ya lo tenía claro, y eso
que no hacía ni una semana que me había reencontrado con él. Pero no tenía
tiempo para seguir perdiendo con él, tenía que centrarme en Benjamín, que
vendría en un rato y yo todavía tenía que preparar mi plan de ataque. Sí, porque
iba a aprovechar esa tarde para hacer mi movimiento.

"No puedo decirle que fue él el primer hombre en darme un orgasmo... No sería
justo para Benjamín..."

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 13:40 hs. - Alejo.

—¿Qué mierda querés? ¿Me quieren rastrear el teléfono ahora?

—Pichón... Si tuviéramos esa tecnología, no necesitaríamos cobrarte la deuda...

—Ahora decís "nosotros", ¿eh? Rata asquerosa.

—Mira, Alejo, me duele mucho todo lo que está pasando, porque a fin de cuentas
fui yo el que te metió en esto, pero justamente por eso te estoy llamando.

—¿Me vas a prestar la guita?

—No, pero quiero ayudarte a escapar. Necesito que me digas en qué zona de la
ciudad estás, para hacerles centrar la atención lo más lejos posible de ti.

—¿Vos te pensás que soy boludo? Parece que te creíste de verdad el versito del
"pichón"... Podrían haberse inventado algo mejor, hermano, en serio...

—Alejo, me estoy jugando el cuello haciendo esta llamada... Pero en fin, sólo te
voy a decir una cosa, ni se te ocurra ir a ver a Lorenzo, uno de los negros está
viviendo en una de las casas esperando a que aparezcas. Y otra cosa, las zonas
norte y sur están invadidas, tienen tipo por todas partes. El único lugar seguro, de
momento, es el centro, porque recientemente pusieron más policias en la zona.
Igualmente, mi mejor recomendación es que te vaya del país, aquí nunca vas a
estar seguro.

—Lo mejor que podría hacer es ir y apuñalarte mientras dormís, viejo alcahuete.
No me vuelvas a llamar ni a mensajear, porque te juro que aunque me cueste la
vida, voy a ir a buscarte y te voy a arrancar el hígado con los dientes, hijo de re
mil putas.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 14:35 hs. - Benjamín.

Me acababan de dar la mejor noticia en mucho tiempo, no tenía que entrar a


trabajar hasta las ocho de la noche, por lo que tenía toda la tarde libre para pasar
con Rocío. Había dormido las últimas tres horas, por lo que el sueño no iba a poder
entrometerse entre mi novia y yo.

Yo sabía que estaba enfadada conmigo, y a la mañana me lo había hecho saber,


aunque no de manera directa, pero yo la conocía mejor que nadie. Pero esto
seguro iba a ponerla muy feliz, sabía las ganas que tenía de pasar tiempo
conmigo.

Llegué a casa, abrí la puerta despacito, comprobé que no había nadie, y fui
rápidamente y de puntillas hasta mi habitación, mi intención era darle una
sorpresa a Rocío. Abrí la puerta, y lo que vi me dejó de piedra...

—¡Rocío! —grité.

—¡Benjamín! —respondió ella exaltadísima—. ¡No es lo que parece!

—¿Que no es lo que parece? ¿Entonces qué es?

—¡Perdóname, mi amor! ¡Perdóname! ¡No he podido evitarlo!

—¿Cómo que no has podido evitarlo? ¿Te parece una respuesta lógica esa?

—¡Lo necesitaba, Benja! ¡De verdad que lo necesitaba!

—¿Que lo necesitabas? ¡¿Cuántas veces te he ofrecido yo lo mismo?!

—Pero es que yo lo que necesitaba era esto, no lo que tú me ofrecías...

—De verdad Rocío, no me esperaba esto de ti...

—¡Perdóname! ¡Por favor!

—¿Qué voy a hacer ahora? No sé si voy a poder soportar esto... —dije mientras
me sentaba en la cama.

—¡No lo eches, por favor! ¡No tiene a donde ir!


—¿Acaso pretendes que viva con él bajo el mismo techo? ¿Estás loca? ¡¿Y tú qué
miras?! —dije dirigiéndome al otro.

—¡No te la agarres con él! ¡No es su culpa! —me detuvo ella.

—No, si al final la culpa va a ser mía... Me mato trabajando para encontrarme con
esto...

—¡Es justamente por eso! ¡Necesito llenar el hueco que dejas cuando no estás!
¡Por eso me vi obligada a hacerlo!

—¡Normal que haya caído ante ti! ¿Quién podría resistirse a esa mirada? —volví a
increparlo.

—¿Verdad que sí? ¿No es hermoso?

—Sí, pero ese no es el problema, el problema es la alergia... ¡Te dije mil veces que
si querías una mascota, yo te compraba un perro, pero que no quería un maldito
gato!

Sí, Rocío me había metido en casa un puto gato, el animal que más dolores de
cabeza me tría. No sólo era alérgico a su maldito pelo flotante, también me llevaba
mal con ellos. Toda mi vida tuve malas experiencias con esos bichos
endemoniados...

—¿Me lo puedo quedar o no? —me preguntó haciéndome ojitos.

—Primero, ¿quién te lo dio?

—Nadie, me lo encontré abandonado en una caja hace media hora cuando bajé a
comprar unos bollos para merendar.

—Ro... no sabemos lo que puede tener.

—¡Nada, Benja! Mira, es pequeñísimo, y tiene collar. Sin duda alguna su anterior
dueño quería que el que lo recogiera supiera eso.

—Sí, sí, pero aléjalo de mí. En fin, puede quedarse, pero tendrá que dormir en el
balcón.

—¡Está bien! ¡Pero tenemos que comprarle una casita!

—Bueno, ya hablaremos de eso...

—¿Cuándo? Si sólo hasta venido a buscar ropa...

—Eh... sobre eso... Rocío...

—¿Qué?
—No quería decírtelo así de golpe, pero...

—¿Qué? ¿Qué pasa? No me asustes, Benja...

—¡Que hoy no entro hasta las ocho! ¡Tenemos toda la tarde para nosotros!

No dijo nada, sólo agachó la cabeza, como tomando fuerzas, y entonces pegó un
grito de alegría y saltó a mis brazos. La sonrisa le llegaba de oreja a oreja, y me
apretaba muy fuerte contra ella. Sí, más o menos la reacción que esperaba. Creo
que en ese momento alcancé yo también un nivel de felicidad que no había
logrado en la vida, no había nada que me hiciera más feliz en el mundo que verla
feliz a ella, y valgan todas las redundancias.

—Bueno, ya está. ¡Hay que ponerle nombre al gato! —dije interrumpiendo el


momento. No quería perder ni un segundo, tenía varios planes para esa tarde.

—Ah, ya he pesando en eso. Como es hembra y tiene esos ojazos que resaltan
sobre su pelaje negro, he decidido ponerle Luna.

—No está mal. Me gusta —dije con una sonrisa—. Y ahora bien, vístete que nos
vamos a pasear.

—¿Eh? ¿A dónde?

—No sé, a cualquier lado, ya lo decidimos sobre la marcha.

—¿Y Luna?

—Eh... ¿No se lo puede quedar tu amigo? Que por cierto, no lo he visto cuando he
entrado, ¿sigue encerrado en el cuarto? —me interesé.

—Oh... no, hoy preparó el almuerzo... creo que ya se encuentra mucho mejor...

—Bueno, perfecto, entonces que se quede él con Luna. Ya se lo dices tú cuando


estés lista, yo voy a darme una ducha.

—De acuerdo...

Le di un piquito, elegí lo que me iba a poner esa tarde y me dirigí al baño. Esa
tarde tenía que ser perfecta...

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 14:45 hs. - Rocío.

—Ale, ¿estás?
—Sí, un momento —respondió—. ¿Qué pasa?

—Benjamín está aquí... —dije tratando de no hablar muy alto—. Y vamos a salir a
dar una vuelta...

—¿En serio? ¿Y su trabajo?

—Hoy entra a las ocho, vino a pasar la tarde conmigo...

—Bárbaro entonces, ¿y estás preparada?

—¿Eh?

—Ya sabés, ¿vas a atacar hoy?

—No sé... —respondí con sinceridad—. Es que parece que quiere pasar la tarde
fuera, y...

—Bueno, entonces sólo tenés que volver antes de las seis. No creo que te diga que
no.

—Pero... Tú vas a estar aquí...—dije, esta vez casi susurrando.

—Por mí no te preocupes, yo me encierro en la habitación y ni me sienten —


respondió tratando de quitarle importancia el asunto.

—Eso no me preocupa, lo que me preocupa es que tú nos sientas a nosotros...

—Jajaja, tranquila, no voy a escuchar nada que no haya escuchado antes. Igual,
voy a estar con los auriculares puestos, hoy hay partido.

—Ah... Bueno, si tú lo dices...

—Sí, quedate tranquila. ¿Algo más?

—Sí, una cosa... Todavía no estoy muy segura de... de como entrarle... Porque lo
de anoche fue diferente, yo estaba tomando mojito y tú...

—Te dije que todavía te faltaba bastante...

—¡Cállate! ¡Sólo dime cómo hago para entrarle!—exclamé apretando los dientes
para no gritar.

—Así.

No me dio tiempo a nada, me agarró de un brazo y me dio un beso en la boca.


Inmediatamente lo empujé e intenté darle un bofetón, pero me detuvo la mano y
me volvió a besar. Nuevamente quise pegarle, pero esta vez no me soltó, se aferró
a mis labios con mucha fuerza y no conforme con eso, me empujó para atrás y
apresó mis brazos contra la pared del pasillo. No desistí de mis intentos de
liberarme, pero mi atención estaba puesta en la puerta del cuarto de baño, estaba
aterrada de que en cualquier momento pudiera salir Benjamín. A Alejo pareció no
importarle, y cuando aparentemente notó que ya me tenía bien sujeta, soltó uno
de mis brazos y empezó a tocar mi cuerpo, centrándose primero en mis pechos y
luego en mi culo. A pesar de ser todo forzado, conseguía de alguna forma que todo
pareciera estar sucediendo a cámara lenta, inconscientemente pensé que el chico
sabía lo que estaba haciendo. Y aunque yo no quería que continuara, mi
respiración empezó a agistarse y mi cuerpo comenzó a responder a sus caricias,
sobre todo cuando llevó su mano a mi entrepierna. Mis labios fueron abriéndose
poco a poco, y mi nivel de resistencia fue bajando, momento que aprovechó para
hacer algo que no había hecho la otra noche, meter su lengua dentro de mi boca.
Entre eso, que el sonido del agua de la ducha corriendo no se detenía y que sus
dedos ya estaban trabajando por dentro de mis leggins, yo ya no pude contenerme
más y terminé entregándome a él... Nuestras lenguas chocaban mientras sus
dedos jugaban en mi intimidad... La situación se me había ido de las manos,
pero...

—Bueno, ¿entendiste? Así se entra. Ahora ya lo sabés —dijo deteniéndose de golpe


—. Y no te preocupes, yo cuido del gato —concluyó mientras se metía en la
habitación y cerraba la puerta.

Y sin dar crédito a lo que acababa de suceder, me dejé caer en el suelo todavía
apoyada contra la pared.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 15:00 hs. - Benjamín.

—¡Una buena ducha en casita! ¡Cuánto necesitaba esto! —exclamé con felicidad y
alivio—. Uy... tengo hambre... ¡Rocío!

—¡Dime! —gritó desde la habitación, lugar al que me dirigí.

—¿Tú ya has comido? Me imagino que sí, pero... —me detuve al ver que todavía
seguía acostada en la cama jugando con el gato—.

—Apenas di bocado hoy, la verdad...

—¿Ah, sí? ¡Genial entonces! ¡Vamos a almorzar algo! ¿Qué te parece si vamos a
molestar a tu hermana? —le propuse, recordando que Noelia trabajaba en una
cafetería cercana.

—Me parece una idea estupenda. Yo ya voy, espérame afuera, que me voy a
cambiar —me dijo.

—¿Otra vez? —pregunté extrañado.


—Sí... Es que... no me gusta mucho este conjunto... ¡No tardo nada! —respondió,
aunque me pareció que sin mucho convencimiento, pero no le di mayor
importancia.

—Está bien. ¿Has hablado ya con tu amigo?

—Sí... Él se queda con Luna... —me respondió con un tono apagado.

—¿Te pasa algo, Ro? —pregunté preocupado.

—¿Eh? No... Es que mientras te esperaba vi una noticia triste en la tele y me afligí
un poco, eso es todo. —me dijo dedicándome una linda sonrisa al final.

—Ah, vale... Pues... te espero afuera, ¿de acuerdo?

—Sí. No tardo.

No la entendía para nada... Hacía media hora tenía una sonrisa de oreja a oreja y
ahora estaba más apagada que yo cuando perdía el Barcelona. Nuevamente, decidí
no darle mayor importancia, no eran momentos para ponerme a analizar a Rocío,
lo que tenía que hacer era actuar, hacer que esa tarde se lo pasara bien.

—¿Pero no te ibas a cambiar? —pregunté cuando salió de la habitación, todavía


llevaba la misma ropa puesta.

—Es que al final no encontré nada mejor, je. Bueno, ¿vamos? —me contestó un
poco más risueña que antes.

—Sí, vamos.

Salimos de casa y nos dirigimos caminando a donde trabajaba Noelia, una


cafetería llamada "Pure Fantasy" que estaba a unos diez minutos de nuestro piso.
Con el pasar de los minutos, Rocío se fue animando cada vez más, sobre todo
cuando se encontró con su hermana. Nunca dejaba de sorprenderme la relación
que tenían esas dos, lo felices que eran estando juntas, la alegría que destilaban...
Había llegado al punto que no podía imaginarme un mundo donde las dos
estuviesen separadas.

—¿Y? ¿Qué les ha parecido? ¿Qué les he parecido? Jiji —preguntó mi cuñada.

—¡Este lugar es genial! ¡Me encanta el uniforme! —respondió mi novia. Noelia iba
vestida con una falda abierta por un costado color verde agua y una camisa del
mismo color, y por encima tenía un delantal color rosa con algunos detalles
amarillos y lilas. Vamos, que combinaba perfectamente con el lugar, cuyas paredes
también eras rosas y el suelo blanco y amarillo.

—Quizás es todo... un poco-demasiado colorido, ¿no? —opiné yo.


—Tú lo que pasa es que eres un soso. Los colorines por todas partes son los que
hacen que el sitio resalte —me regañó Noe.

—No, si ya lo veo que resaltan... Pero en serio, Noe, me alegro que estés
contenta... Te lo merecías.

—Gracias, Benja. Sé que el trabajo no es la gran cosa, pero no me pagan mal y


además me gusta... Aunque sigue siendo temporal, porque cuando me llamen de
Bélgica, me doy el piro, jeje —nos contó. A Rocío le cambió la expresión
inmediatamente, no le gustaba nada la idea de que su hermanita se fuera a vivir a
otro país—. ¡No pongas esa cara, tontita! Si me llaman de Bélgica, ya te dije que
ustedes dos se vienen conmigo, aunque tenga que llevarme a este de los pelos.

—Ya veremos cuando llegue el momento, por ahora preocúpate de que Charlie
tenga un trayecto seguro por la fábrica de chocolate.

—¡Ja-ja! ¡Qué gracioso eres! —me respondió, y los tres echamos a reír—. Bueno,
se terminó el descanso. A ver si vienen mañana también, que esto a estas horas
está muerto y me aburro un huevo.

—Benja va a estar muy ocupado toda esta semana y la siguiente, va a ser difícil.
Pero te juro que mañana por la noche me paso por tu casa.

—Está bien, nena. Y tú, que no me entere yo que mi hermana está desatendida,
¿eh? —me increpó.

—Haré todo lo que esté en mis manos, mi señora —le respondí haciéndole una
media reverencia.

—Así me gusta. Bueno, cuídense chicos.

Salimos del "Pure Fantasy" y me dirigí con Rocío a la estación de trenes.

—¿Adónde vamos? —me preguntó.

—Se me antojó ir a la playa —le respondí con una sonrisa.

—¿A la playa? Pero no traje bañador ni nada...

—No te preocupes, ya lo compramos todo cuando lleguemos allí.

—¿Estás seguro? Es media hora de ida y otra media hora de vuelta, ¿eh?

—Recién son las cuatro, tenemos tiempo de sobra.

—Bueno... ¡Vamos entonces! —finalizó. La idea la había cogido totalmente por


sorpresa, estaba seguro. Pero también sabía que le había encantado.
Aproximadamente cuarenta minutos después, estábamos comprando nuestros
trajes de baño y algunos accesorios para estar cómodos en la arena. Ahora sí que
Rocío estaba completamente animada, me llevaba de la mano de un lado para otro
y no dejaba de sonreír ni un solo segundo. Imagínense el nivel de felicidad que
tenía yo en ese momento.

Recorrimos lo largo de la playa hasta que encontramos una zona vacía, porque
sabía que a Rocío no le gustaba que la vieran en bañador, que, por cierto, había
elegido uno bastante lindo, de dos piezas y de lunares rojos. El mío sin embargo
era un pantalón corto del montón color azul, je. Elegimos una zona que estaba
rodeada de unas rocas muy altas por todos lados, menos por donde entramos,
obviamente, y montamos nuestro chiringuito ahí. Cuando terminamos, fuimos a
jugar al agua. Hicimos carreras de nado, jugamos con una pelota hinchable,
practicamos lucha libre acuática, hicimos de todo... Hacía mucho tiempo que no
me divertía tanto, y ella era un mar de risas y también de mimos, porque
aprovechaba cada roce para abrazarme y darme besos en la cara.

Cuando nos cansamos del agua, que, por cierto, estaba bastante fría, nos
tumbamos en la arena y nos pusimos a tomar el sol. Estuvimos acostados el uno al
lado del otro hablando de tonterías y trivialidades durante cerca de quince
minutos, después nos quedamos callados mientras observábamos el horizonte.

De repente, Rocío se pega a mí y me abraza, dejando su cabeza apoyada en mi


pecho. Primero me pareció un acto natural en ella, pero cuando levantó su pierna
dejándola caer prácticamente en mi entrepierna, me empecé a poner un poco
nervioso. Lo que hizo después me descolocó aún más, ya que comenzó a restregar
sus pechos contra mi cuerpo, pero de una forma deliberada... Me di cuenta de que
Rocío estaba juguetona, no era idiota, pero me pareció raro porque ella no era de
tomar la iniciativa...

—Ro. —la llamé, y esperé a que levantara la cabeza. Cuando lo hizo, lentamente
acerqué mi cara a la suya y la besé. Fue un beso suave, el típico beso que se dan
dos personas que se aman. Yo le acariciaba la cara y la miraba fijamente a los
ojos, me parecía una escena hermoa. Pero entonces Rocío me devolvió el beso y
redobló la apuesta, me abrazó por la nuca y me apretó contra ella. Sus labios
prácticamente se comían a los míos, era el beso más apasionado que nos
habíamos dado nunca. En la puta vida me hubiese esperado esa reacción de mi
muñequita de porcelana, a la que yo solía trata con delicadeza por miedo a que se
enfadara, pero cuando la vi tan desatada, no pude evitar liberarme yo también.
Por eso, lo siguiente que hice fue ponerla boca arriba sobre la arena y subirme
encima de ella. Ahí fue cuando metí la mano por debajo de la parte alta de su
bikini y restregué todo mi paquete contra su vientre, todo esto sin dejar de besarla
un segundo. Ella mientras tanto seguía abrazada a mí, no me soltaba ni un
segundo... Y entonces llegué a mi límite...

—Ro, quiero hacerlo... —dije muy agitado.

—¿Eh? Espera... ¿ya? ¿Tan rápido? —me respondió, pero no entendí lo que quiso
decir con eso.
—¿Tan rápido? ¿Qué dices?

—Quiero seguir así un rato más... Sigue besándome...

—¿Para qué? No sé si voy a poder seguir aguantándome, Ro... Además, mira la


hora que es... —era verdad, el tren de vuelta pasaba en media hora.

—No sé... ¿Has traído preservativos?

—No... Pero yo controlo, no te preocupes por eso.

—No, Benja... Los dos sabemos que no controlas... —ahí tenía razón ella.

—¿Entonces qué? ¿Lo dejamos así? ¿Sin más? —dije mientras me incorporaba.

—¿No podemos simplemente seguir besándonos? —respondió ella sentándose


también.

—Sí que podemos, princesa... Pero esto de aquí duele bastante... —le dije
señalándome al bulto que tenía entre las piernas.

—No te muevas, quédate así como estás —me pidió mientras se levantaba y se
sentaba encima mío. Lo siguiente que hizo fue empezar a restregar su entrepierna
contra mi paquete.

—¿Rocío? —salté sorprendido, pero me calló inmediatamente con un beso. Me


tenía sujeto por el cuello y sus caderas se movían a una velocidad endiablaba.
Entonces decidí participar yo también. Agarré su culo con ambas manos y la ayudé
a moverse más rápido si se podía. Rocío gemía muy alto, prácticamente gritaba, y
si bien yo estaba en la gloria, me dio un poco de miedo que pudiéramos llamar la
atención de quienes estuviesen por la zona a esas horas, así que decidí que era
hora de terminar—. Ro... No puedo más, voy a ensuciar el pantalón...

—No... espera... por favor... —decía entre suspiros. Pero yo no tenía ganas de
dejar toda mi ropa perdida... Así que la bajé de encima mío, me bajé el bañador, y
me corrí en la arena.

Había sido todo demasiado surrealista, yo no tenía ni idea de que Rocío tenía un
lado tan fogoso como ese. Me dio mucha rabia no poder continuar un rato más,
pero entre que no quería perder el tren y que tampoco quería volver a casa hecho
un Cristo, lastimosamente tuve que apresurar las cosas...

—Lo siento... —atiné a decir al verla tirada en la arena con cara de desconcierto.
No me respondió, simplemente recogió todas sus cosas y se fue directo a las
duchas que había ahí en la playa. No sabía por qué estaba enfadada, pero
tampoco tenía tiempo de pensarlo, que todavía teníamos que llegar a la estación.
Recogí mis cosas yo también y fui tras ella.
En el viaje de vuelta a casa no dijimos nada. Yo seguía sin entender su enfado, y
al no hacerlo, me fui cabreando yo también, porque yo había hecho ese pequeño
viaje por ella, y así me lo pagaba, con indiferencia. Cuando llegamos a casa, yo
me di una última ducha, me cambié, y me fui directamente al trabajo... Ella, por
su parte, se encerró en la habitación desde que llegamos y ni "adiós" se molestó
en decirme.

—Pues vale... —sólo pude decir al salir por la puerta.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 20:10 hs. - Rocío.

—¿Rocío? ¿Se puede?

—¿Qué quieres?

—¡Epa! Voy a entrar... ¿Qué te pasó?

—Tú mejor que ni te acerques a mí... que no me olvido lo que me hiciste antes.

—¿Lo del beso? Pero si fuiste vos la que me preguntaste cómo tenías que hacer
para entrarle...

—¡No te sientes en mi cama! ¡Vete de aquí!

—¡Eh! Calmate, viejo. ¿Qué carajo pasó?

—No te importa... ¡Y no me toques!

—Shh... Vení para acá, dejá que te abrace...

—No quiero que me abraces... Quiero dormirme y no despertarme más...

—Shh... Tranquilizate... Contame lo que pasó...

—Suéltame...

Pero finalmente terminé contándoselo. Estaba demasiado triste como para


permitirme rechazar una muestra de afecto, por más que proviniera del único tipo
que no tenía ganas de ver en ese momento.

—¿Sabés por qué pasó eso? —dijo todavía abrazado a mí—. Porque para él es algo
normal.

—¿A qué te refieres?


—A él no le importa una mierda si llegás al orgasmo o no porque nunca te
mostraste disconforme.

—Pero...

—Decime una cosa, ¿qué hacés normalmente cuando te hace eso?

—Me termino calmando en el lavabo, pero nunca le di mucha importancia... —le


contesté con toda naturalidad. Me estaba sorprendiendo a mí misma.

—Perdoname, pero deberías, chiquita, deberías. El hombre tiene el deber de


satisfacer a su mujer en todo momento, y eso se aplica en la cama también. Un
hombre que después del acto sexual, queda contento solamente él, es un hombre
bastante lamentable —dijo sin tapujos.

—Si vas a insultar a Benjamín, será mejor que te vayas, porque no quiero oírlo —
le respondí enfadada, a la vez que me liberaba de su abrazo.

—No lo estoy insultando, porque es evidente que para él no es algo malo. La culpa
es tuya —concluyó.

—¿Mi culpa? ¿Por qué?

—Ya te lo dije, porque nunca te mostraste disconforme... Te lo vuelvo a repetir,


todavía estás muy verde...

—Suficiente, vete de aquí —dije señalándole la puerta.

—Está bien, pero pensá en lo que te dije, no es normal que te dejen a medias y
vos ni siquiera protestes —me dijo mientras se levantaba.

—Tú antes lo has hecho y de eso no dices nada... —dije con la boca pequeña.

—¿Dijiste algo?

—No.

—Bueno. Si no te importa, tengo una cena que preparar. Voy a hacer pizza hoy,
no tengo muchas ganas de cocinar, la verdad. En una hora o por ahí te llamo.

—Vale...

Me estaba empezando a hartar de su arrogancia, de que nos insultara a Benjamín


y a mí cada vez que le contaba algo. "¿Quién se cree que es?", pensaba mientras
acariciaba a Luna, que había pegado un salto a la cama y se había acurrucado a mi
lado.

A pesar de que la cosa no había terminado del todo bien, estaba contenta porque
al fin había logrado tomar la iniciativa con Benjamín. Sabía muy bien que nuestra
vida sexual no cambiaría de un día para el otro, pero pasos como el que había
dado esa tarde iban a acelerar mucho el proceso. El único problema era que había
estado muy borde con él cuando en el trayecto de vuelta a casa, pero es que no
pude evitarlo, haberme quedado con las ganas dos veces en un mismo día me
había puesto de muy mal humor.

Entonces, de repente vino a mi cabeza la imagen de Alejo lamiéndome ahí abajo, y


luego recordé el momento en el que Benjamín me empujó de su lado y terminó
eyaculando en la arena. No podía evitar hacer comparaciones, de como uno
antepuso mis necesidades a las suyas y de como el otro, por el contrario, se
desentendió de mí completamente. También me acordé de que no habíamos
llevado preservativos, que fue el motivo por el cual no terminamos haciendo el
amor en la playa, y de la cara de decepción que puso cuando pensó que lo iba a
dejar con el calentón... "¿Y si se esperaba otra cosa?" pensé. Y, entonces, otra de
las preguntas inoportunas de Alejo me vino a la mente...

"¿Alguna vez se la chupaste a Benjamín?"

Me tapé la cara con la almohada y empecé a hacer la croqueta en la cama,


provocando que Luna pegara un brinco del susto que la tiró al suelo. "¿Es eso lo
que quería Benjamín?". Nunca me lo había planteado, la verdad, siempre había
pensado que nuestra vida sexual estaba bien como estaba, además me daba
mucha vergüenza pensar en eso, y un poquito de asco también... "¿Por qué
tendría que hacer eso? Además, él nunca me lo pidió..."

Pero no quise seguir dándoles tantas vueltas a las cosas, porque pasaba de creer
algo a pensar absolutamente todo lo contrario en segundos. Me estaba haciendo
muy mal comerme tanto la cabeza. Por eso decidí que dejaría de hacerle caso a
Alejo y seguiría con el plan que había puesto en marcha esa tarde. Un mísero
orgasmo no se iba a interponer entre mi amado y yo.

—¡A comer! —gritó Alejo desde la cocina cerca de media hora después de haberse
ido. Había tardado menos de lo que esperaba, no me había dado tiempo ni de
cambiarme.

No tenía ganas de ponerme ropa incómoda, y como ya no tenía por qué andar de
recatada delante de Alejo, decidí que me pondría lo que me diera la gana. Así que
me quité el sujetador y me puse un camisón color azul celeste que hacía mucho
que no usaba. Me hacía un escote bastante revelador y sólo llegaba hasta medio
muslo, pero no me importaba, pensé que sería otra buena forma de practicar el
perder la vergüenza.

Cuando llegué al salón, Alejo ya estaba con medio pedazo de pizza en una mano y
una botellín de cerveza en la otra. Me causó mucha gracia su reacción al verme,
porque se quedó boquiabierto y pedazos de comida se le empezaron a caer de la
boca. Me hizo acordar mucho a las caras que ponía Benjamín cuando nos íbamos a
acostar por las noches.

—¿Qué pasa? —le pregunté con total naturalidad.


—No, nada... —dijo volviendo a fijar su mirada en la tele.

Me la pasé muy bien durante la cena, se notaba que Alejo estaba nervioso. Me
gustaba ver como su lado arrogante se hacía a un lado para dar lugar al de
cachorrito asustado. Notaba que no me sacaba la mirada de encima cada vez que
creía que no lo estaba mirando, pero yo estaba atenta a todo.

—No te creas que no me voy cuenta de lo que estás haciendo —dijo.

—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —pregunté haciéndome la desentendida.

—Sí, vos hacete la boluda, pero después no te quejes cuando pierda el control.

—Eres inofensivo —le dijo con un aire chulezco—. No te atreverías a tocarme...

—No me pongas a prueba, gatita.

No daba crédito a lo que acababa de decir. Había retado abiertamente a Alejo a


que me asaltara sexualmente... Enseguida creí que debía serenarme un poco, que
así no era yo normalmente. Pero cuando me iba a levantar para irme un rato a mi
habitación...

—¿Me acompañas? —me dijo de repente y ofreciéndome una cerveza.

—No soy de beber cerveza, lo siento —le respondí negando con ambas manos.

—Dale, boluda, es por hoy nada más.

—¿Por qué tanto interés de pronto? —pregunté con desconfianza.

—Jaja, porque siempre es más divertido tomar con un amigo.

—No sé... Quería irme un rato a la habitación a leer... —intenté rechazarlo, pero el
chico era insistente.

—¡No me irás a dejar solo! ¡No son ni las diez de la noche todavía! ¡Dale, copate!

—Es que... —dudé. En realidad era mi culpa, porque yo lo había incitado a eso.
Sabía que en realidad quería emborracharme para que cayera de nuevo en su red.

—Dale... Una sola y después te vas... —insistió, incluso me hizo ojitos.

—Mmmm... Bueno, vale, pero una sola —terminé accediendo. Pensé que por una
cerveza no tenía que pasar nada raro.

—¡Yeah!

Pero una sola un cuerno, fueron cayendo una tras otra hasta que vaciamos la
reserva de doce botellines de Benjamín. Y, nuevamente, terminamos sentados en
el sofá, riéndonos de tonterías y mirando la televisión, cosa que ya se había hecho
costumbre en nosotros. Y no tendría nada de malo, de no ser porque esas veladas
siempre concluían de forma poco normal.

De la nada se hicieron las doce de la noche, pero nosotros hace rato que
estábamos tranquilos. Yo ya me había olvidado que en realidad conocía las
verdaderas intenciones de Alejo, y hasta ahí estaba todo bien. Pero todo cambió
cuando se me acercó y pasó su brazo por detrás de mí, porque yo le devolví la
cortesía apoyando mi cabeza sobre su pecho y lo siguiente que recuerdo es que la
mano con la que me estaba abrazando, ahora estaba dentro de mi camisón
jugando con mi pezón mientras nos besábamos apasionadamente. De verdad, no
sé en qué momento terminamos de esa forma, pero de lo que sí estoy segura, es
que estaba demasiado excitada como para poder resistirme a él.

—Alejo... —suspiraba entre beso y beso. No quería separarme de él, quería


siguiera besándome hasta que no pudiéramos más. Pero él tenía otros planes,
porque bajó los tirantes de mi camisón y se lanzó a devorarme los pechos al igual
que lo había hecho la noche anterior. Lo hacía con desesperación, como temiendo
a que fuera a escaparme en cualquier momento, pero no me dolía, estaba claro
que sabía cómo tratar a una mujer. Luego me apoyó contra el sofá, dejándome
boca arriba, y metió una de sus manos en mi braguita... Y entonces empecé a
gemir, estaba radiante, por fin iba a recibir el premio que me habían estado
negando todo el día... O al menos eso pensaba...

—Rocío... Ya es hora de que des el siguiente paso... —dijo susurrándome al oído.


Acto seguido, se puso de pie, y, ante mi absoluta sorpresa, se bajó los pantalones
con los calzoncillos incluidos. Quedé hipnotizada, pero no por lo que tenía delante,
sino por lo que acababa de ocurrir, porque me esperaba que sucediera cualquier
cosa menos eso. Era la primera vez que la veía, ya la había sentido, pero no la
había visto. Entonces se volvió a sentar a mi lado, me volvió a besar un largo rato,
y finalmente se puso cómodo en el sofá dejando a mi disposición su miembro
erecto.

—Ale...

—Empieza, por favor...

Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...

Las decisiones de Rocío - Parte 6.

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 23:25 hs. - Benjamín.

—¡Bueno! ¡Paramos un rato, gandules! ¡En una hora los quiero ver currando de
nuevo!
A todos los que estábamos ahí nos tomó por sorpresa el anuncio de Mauricio. No
llevábamos ni cuatro horas trabajando y ya nos había dado el primer descanso,
cosa poco común en él. Pero bueno, no iba a ser yo el que preguntara el motivo, y
seguramente tampoco ninguno de mis compañeros.

—¿Vamos a la cafetería? —me preguntó Lulú con una sonrisa. Eché un vistazo a la
puerta de la oficina y vi que el mismo grupito del día anterior nos estaba
esperando.

—¿Jéssica también? Ayer no lo pasó muy bien que digamos —le recordé mientras
observaba a la chica nueva.

—Romina y yo la convencimos. Es mejor que dejarla aquí solita...

—Está bien. Vamos —respondí finalmente.

Nos reunimos con los demás y nos dirigimos hacia la cafetería. Cabe destacar que
Lulú y yo trabajábamos en una zona de la oficina y los demás del equipo en otra,
por eso no salíamos todos al mismo tiempo en los descansos.

—Qué raro, ¿no? —comentaba Sebastián mientras nos sentábamos en una de las
mesas—. Que Mauri nos deje descansar sin haber trabajado diez horas seguidas...
¿Tú sabes algo, Romi?

—Bueno... —dudó al principio—. Os recomiendo que os vayáis acostumbrando,


esta no va a ser la última vez...

—¿Qué? —saltamos todos al unísono.

—Pues... parece que Mauricio tiene problemas en casa. Su mujer cree que la está
engañanando, así que ahora tiene que ir todas las noches a cada para
tranquilizarla.

—¿Y es verdad? —preguntó Sebas—. ¿Le está poniendo los cuernos?

—Yo creo que no... Todas las llamadas que recibe pasan por mí, y nunca he
notado nada raro... Y prácticamente no usa el móvil, salvo para hablar con su
mujer, claro.

—Entonces la amante trabaja aquí, Romina. Blanco y en botella.

—O a lo mejor es que no hay amante, Sebas —intervine yo.

—Tú es que eres demasiado ingénuo, ya te lo hemos dicho.

—A ver, aunque fuera así, yo no tengo forma de saberlo, porque el tío está todo el
día subiendo y bajando por el edificio —aclaró Romina.
—De todas formas, ¿quién se querría acostar con Mauricio? —dijo Sebas—.
Seamos serios, chicos, es Mauricio...

—¿Qué tiene de malo Mauricio? —saltó Lulú para sorpresa de todos.

—¿Te gusta Mauri, picarona? —la incordió Romina después de un breve silencio.

—Vaya, Lourditas, no sabía que te iban los maduritos bigotones —se sumó a la
burla Sebas— ¿No serás tú la amante? —añadió, provocando que Lulú se sonrojara
y se pusiera a la defensiva.

—¿P-Pero qué dicen? ¡No es nada de eso!

—Relájate—rió de nuevo Romina—. No hay forma de que una preciosidad como tú


se líe con Mauricio. Además, yo lo sabría.

—Tampoco te pases —dijo Lulú ya un poco más tranquila—. Sólo decía que no
todo tiene que pasar por el físico. A lo mejor el hombre tiene sus cualidades.

—Sí, ya. Seguro que las tiene... —conluyó Romina.

Quizás para otros podía parecer rara la reacción de Lourdes, pero para mí no.
Mauricio era algo así como su padre profesional. Cuando todos los demás le
cerraron las puertas para dedicarse a lo que a ella le gustaba, ahí apareció él para
darle el puesto y la confianza que necesitaba. Era su salvador. Por eso era
entendible que saltara si hablaban mal de él delante de ella.

Ellos siguieron discutiendo, pero yo ya no les seguí el ritmo. Me tomé un momento


para descansar la mente y aproveché para admirar la elegante decoración del
lugar. Decoración digna de un pub nocturno más que de una cafetería de empresa.
Las paredes estaban pintadas de rojo burdeos, las mesas y las sillas eran de
madera, y estaban perfectamente barnizadas. La música de ambiente era cálida y
sonaba a un volumen moderado. Era, con mucha diferencia, mi lugar favorito del
edificio. No quería que el descanso se terminara nunca.

Mientras seguía divagando por mi mundo, me di cuenta de que Luciano no había


participado en toda la conversación, cosa que me resultaba rara en él. Tampoco lo
había hecho Jéssica, pero de ella me extrañaba menos. Justamente ellos eran los
que estaban más cerca de mí en la mesa. Ella estaba sentada a mi derecha en un
extremo, y él justo en frente mío. Me quedé un rato mirándolo de reojo. Notaba
como, cada tanto, buscaba la atención de Jéssica, ya fuera con miradas o con
susurros inaudibles para los demás. Pero ella siempre respondía agachando la
cabeza o mirando para otro lado. No sé si la imaginación me jugó una mala pasada
o qué, pero me pareció ver que Luciano también reclamaba su atención con
movimientos de manos por debajo de la mesa. Y me sorprendió que los demás no
se dieran cuenta de eso. Ojo, no era como si a mi me molestara o algo, porque
sabía que Luciano no iba nunca a obligarla hacer algo que ella que no quisiera,
pero me parecía raro que las chicas no intervinieran. Sobre todo Romina, que era
la que solía mantenerlo en vereda.
—¡OYE, TÚ! —me gritó justamente ella a viva voz, haciéndome saltar de la silla y
provocando que los compañeros de otras mesas se giraran a mirarnos.

—¡Un poquito de urbanidad, Romi! ¡Por favor! —la regañó Lulú.

—Pero es que casi se cae el muchacho... ¿Estabas pensando en tu novia?

—¿Eh? No... Es que tengo sueño... —contesté.

—Pues vete espabilando, porque todavía nos quedan muchas horas aquí dentro —
me recordó.

—¿Ya has echado de tu casa al amiguito de tu novia, Benjamín? —preguntó de


pronto Sebastián.

—Ya estamos de vuelta... —se quejó Romina.

—Pues no, no lo he echado todavía. Ya les dije que hasta el viernes...

—Pues hasta el viernes pueden suceder muchas cosas... —continuó.

—¿Cosas como cuáles? —le pregunté desafiante.

—No me tires de la lengua, Benja...

—Es que, tío, yo ya te he dicho que no tengo nada que temer.

—¿Tú qué dices, Lucho? —dijo dirigiéndose a Luciano— ¡Lucho!

—¿Qué? Ah, sí, sí... Tienes toda la razón... —le respondió, pero claramente él
estaba a lo suyo con la novata.

—Supongo que hoy habrás pasado la tarde con ella, ¿no? —me preguntó Romina.

—Sí, almorcé con ella y luego fuimos a la playa.

—¡Ouuu! ¡Qué envidia me dais! Yo desde la adolescencia que no hago ese tipo de
cosas...

—¡Discúlpenme! —dijo de pronto Jéssica mientras se levantaba y se iba.

—Qué tía más rara... —dijo Sebas cuando la vio salir por la puerta—. ¿Qué coño le
pasa?

—No tengo ni idea... —respondió Romina.

—Déjenla... No va a ser la primera persona con problemas para incluirse en un


grupo de gente... —añadió Lulú.
—Sí, seguro que es eso...

—Bueno, Benja, ¿cómo van las cosas con tu novia? —habló por fin Luciano.
Normal, ya no tenía con qué entretenerse.

—Pero si lo acaba de contar, golfo. Hoy la llevó a almorzar y luego fueron a la


playa —le respondió Lulú por mí.

—¿Ah, sí? Pues estaría en las nubes, jaja. Pero bueno, me alegro, mientras la
tengas contenta no tendrás que preocuparte de su amiguito —añadió.

—Otro más... —me quejé yo. Estaban erre que erre con el temita— Que no tengo
nada de qué preocuparme. El tío no sale de la habitación, está todo el día
encerrado ahí.

—¿Y tú cómo sabes eso? —insistió Luciano.

—Porque lo he visto yo mismo. O mejor dicho, no lo he visto cuando he ido a casa


estos días.

—¿Y si sólo se está escondiendo de ti? —se metió Sebas

—¿Eh?

—Claro, a lo mejor esas veces llegaste en mal momento y no tuvo más opción que
irse a esconder...

—Pues no, Sherlock, porque hoy mismo entré en casa sin que nadie me viera para
darle una sorpresa a mi novia y todo estaba en orden.

—¿Tú qué opinas, Lourdes? —le dijo Luciano—. Todavía no le has dicho nada al
chico.

—¿Como que no? —se defendió—. Si ayer le propuse que nos presentara a su
novia...

—Me refiero a que todavía no has dicho nada sobre el "amigo" que metió su chica
en su casa —aclaró.

—Es que no tengo nada para decir... Si él confía en su novia... entonces no debería
haber ningún problema, ¿no? —respondió Lulú sin mirarme a la cara en ningún
momento.

—Pues yo sigo sin verlo así —volvió a intervenir Sebastián—. El día menos
pensado te vas a llevar una sorpresa, compañero.

—Que no, pesado... Rocío no es esa clase de mujer, ella nunca me haría algo como
eso. Pongo las manos en el fuego por ella —dije ya un poco cansado del tema,
pero con total sinceridad.
—Pues cuidado, porque te puedes quemar hasta los codos...

Diez minutos después y veinte minutos antes de lo esperado, Mauricio entró en la


oficina a los gritos y tuvimos que volver todos al trabajo.

—¡Les das la mano y te cogen hasta los hombros! ¡A currar, coño! Putos vagos de
mierda...

—Pero si has dicho una hora y no han pasado ni cuarenta minutos.

—¡A callar! ¡Ahora vente conmigo que me vas a suministrar café toda la noche!

—¡Pero...!

—¡Ni pero, ni hostias!

Y eso le pasa a los que abren la boca cuando no tienen que hacerlo...

—Me cago en mi vida...

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Rocío.

Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...

—¡No! —logré decir a tiempo— No puedo hacerlo...

—Tranquila, Ro, todo va bien... Relajate y...

—¡Te digo que no! ¡No puedo! ¡Y tampoco quiero! —dije ya un poco más nerviosa.
Y como saliendo de un trance, me acomodé el camisón y me separé de él.

—Tranquila, no te enojés. Tenés miedo porque nunca lo hiciste, nada más... —dijo
volviendo a acercarse.

—¡Te digo que no! —volví a gritar, y esta vez se detuvo. Se sentó de nuevo a mi
lado y se hizo un silencio muy incómodo.

—Pensé que era un buen momento... —dijo por fin—. Perdoname.

—¿Un buen momento para qué? Ni siquiera estoy convencida de hacer esto...

—Vos lo que tenés es un lío tremendo en la cabeza, Rocío. Tenés que poner tus
ideas en orden urgentemente.
—Mis ideas están perfectamente ordenadas...

—¿Entonces?

—¡Que no quiero hacer eso! ¡Nada más! —volví a gritar.

—Así no vamos a progresar nada...

—¿Progresar en qué? —le pregunté enfadada—. Está bien que ayer te vine a
buscar para que me ayudaras, pero hoy todo sucedió sin que lo buscáramos y...

—No, Rocío, te equivocás. Yo, incluso hoy, estoy haciendo todo esto por vos, para
que tu relación no termine como la mía, ya te lo dije. Y pensé que, con lo que pasó
esta tarde, vos ya tenías bien claro cómo íbamos a continuar a partir de ahora. Por
eso no me pareció necesario decir nada... —dijo muy serio.

En el fondo él tenía razón, tenía la cabeza hecha un completo lío. Estaba pensando
en voz alta todo el tiempo y había cosas que no quería decir. Le había dado a
entender que lo que me llevó a casi hacerle una felación, fue mi propia excitación
y no mis ganas de solucionar las cosas con mi novio. ¿En qué posición me dejaba
eso ante él? Ya ni siquiera el alcohol me ayudaba a tener unas horas de
tranquilidad mental...

—Ya sé que todo esto lo haces por ayudarme, en ningún momento dudé de eso,
pero es que todo es muy nuevo para mí, y muy repentino... Mira, estoy dispuesta
a lo que sea por ser la mujer que Benjamín quiere, pero...

—Entonces tenés que dejarte de tantas dudas y hacer lo que tenés que hacer —
dijo interrumpiéndome.

—¿Qué? ¡Ese es el problema! No dejas de presionarme, y yo así...

—No te presiono, pero tenés que entender que el tiempo no corre a tu favor. Cada
día que Benjamín pasa fuera de casa es un paso más cerca de... —se detuvo de
golpe.

—¿De qué? —pregunté intrigada y muy seria.

—No, nada, dejalo.

—No, dímelo —insistí casi al borde las lágrimas.

—Puede sonar muy duro, pero estoy seguro de que es algo que vos también debés
de haber pensado... Benjamín se está planteando si seguir con vos o no... Y
peleítas como la de esta tarde no son de mucha ayuda...

Y, nuevamente pasando de un extremo a otro, no aguanté más y me eché a llorar


como una cría. Era una posibilidad que tenía muy en cuenta, pero que no quería
pensar demasiado en ella. Y escucharlo de la boca de otra persona era mucho más
doloroso todavía. Ahora sí que sentía que las cosas estaban fuera de mi control,
que mi relación con Benjamín se estaba yendo a pique por ser una niña mimada y
mal criada, y que encima estaba involucrando al pobre Alejo que no tenía nada
que ver en eso.

Mientras lloraba como una recién nacida, me rodeó con ambos brazos y me abrazó
con mucha fuerza. No intentó nada raro, simplemente se limitó a sostenerme y a
darme besitos en la cabeza mientras me decía que me calmara. Y yo me aferré a
él y lloré, lloré mucho, tanto y tan fuerte que en un momento tuve que pegar mi
cara a su cuerpo para apagar mi llanto. No me tranquilicé hasta varios minutos
después.

—¿Estás mejor ya? —me preguntó.

—No —le respondí con la voz todavía apagada.

—Sabés muy bien que no me gusta verte llorar... —me decía mientras me
acariciaba la cara con la contracara de sus dedos.

—Lo siento...

—El que te tiene que pedir disculpas soy yo. No paro de darte disgustos...

—No, si tú sólo intentas ayudarme... Soy yo la que no para de fastidiarla con todo
y con todos...

Nos quedamos un rato más abrazados y en silencio. La cabeza me daba vueltas.


Estaba media grogui y algo desorientada. Ya había pensado suficiente ese día,
tenía ganas de que el alcohol volviera a tomar posesión de mí cuerpo y dejar la
fuerza de voluntar a un lado. Pero tampoco quería bajar demasiado la guardia...

—¿Te llevo a tu cama? —me sugirió gentilmente.

—No... Quedémonos así un rato más, por favor —le dije casi suplicándole.

—Como quieras.

Yo todavía me encontraba semi desnuda y él prácticamente también. Era


consciente de que en cualquier momento podía suceder algo. Y sabía que estaba
en mí detenerlo... o no...

—Rocío... —dijo mientras se separaba un poco y ponía una de sus manos en mi


mejilla.

—¿Qué pasa?

—Tenés una cara preciosa, y no me gusta nada que una carita tan linda sonría tan
poco...
—Ale... —dije. La delicadeza con la que me hablaba, la dulzura que imprimía en
cada palabra... Por un instante creí que era Benjamín con el que estaba, y me
sentí muy cómoda a su lado—. ¿Tú crees que todo va a salir bien? ¿Que Benja va a
volver cuando le muestre todo lo que he aprendido?

—No me cabe la menor duda... —me respondió con mucha suavidad—. Pero sabés
muy bien que todavía te queda mucho por aprender...

—Sí, lo sé... —dije mientras me acomodaba de manera que su cara volvía a


quedar frente a la mía—. ¿Me vas a ayudar a hacerlo?

Y tras unos segundos mirándonos fijamente, me besó. Y al igual que lo había


hecho esa tarde, usó su lengua, obligándome a que yo también utilizara la mía,
volviendo a despertar en mí ese deseo ardiente por probar su boca. Luego, sin
dejar de besarme ni un instante, me tumbó en el sofá y mandó a sus manos a
explorar dentro de mis braguitas. Me acariciaba lentamente toda la zona, no se
centraba en una sola parte, me recorría cada rincón con suma destreza, como ni
siquiera yo lo había conseguido hacer en mi vida. Y mis gemidos no tardaron en
hacerse escuchar, sobre todo cuando sus dedos empezaron a penetrarme. Inicio
un mete-saca que hizo que perdiera la noción de la realidad, mis jadeos se
desbordaron y ya ni me acordaba que había vecinos que podían escucharme. Pero
él se dio cuenta de eso, por eso abrió su boca para aprisionar todavía más mis
labios si se podía, y yo me volví a abrazar a él y acepté esa pasión. La escena ya
no podía ser más caliente, me tenía apresada por la boca mientras sus dedos no
paraban de entrar y salir de mi vagina. La delicadeza con la que me había tratado
antes había desaparecido. Ahora Alejo parecía otra persona, y yo también, estaba
completamente excitada, ya prácticamente no sabía lo que estaba sucediendo,
sólo me dedicaba a mover mi lengua y a vivir, sentir y disfrutar el danzar de sus
dedos dentro de mí.

Entonces me invadió la necesidad de hacerlo, quería hacerlo y ya no me importaba


nada. Así que, sin interrumpir ninguna de las tareas que estábamos llevando a
cabo en ese momento, me incorporé un poco y agarré su pene por primera vez.
Me sentí rara al principio, pero después me llenó un sentimiento de liberación,
como si hubiese estado esperando ese momento desde hacía mucho sin yo
saberlo. Y entonces caí en lo que estaba haciendo, pero no en un sentido negativo,
me di cuenta que tenía su herramienta en la mano y que tenía que hacer algo con
ella. Me sorprendió lo caliente que estaba, y también su dureza. Me imagino que
se debía a mi inexperiencia TOTAL con miembros masculinos, porque a Benjamín
si se lo había tenido que tocar -que no agarrar-, había sido para ayudarlo en la
penetración y poco más. Y tampoco se lo había mirado mucho, me daba mucha
vergüenza hacerlo, cuando salía de la ducha o se desnudaba para que tuviéramos
sexo, siempre miraba para otro lado o apagaba las luces. Por ese motivo, tampoco
pude entrar en comparaciones, gracias al cielo.

Pero bueno, tenía que avanzar y no tenía la más mínima idea de cómo masturbar
a un hombre. A ver, sabía lo que eran las bases, subir-bajar y poco más. No lo
había visto nunca a Benjamín hacerlo, ni tampoco tenía ninguna referencia, ya que
cuando mis amigas tocaban esos temas en el instituto, yo trataba de mandar mi
cerebro a algún lugar lejano del universo y me desentendía de la conversación. Y
ni hablar de películas pornográficas, término que yo conocía solamente porque en
mi casa hablábamos de todas las cosas que teníamos que evitar en el mundo.

Alejo al notar que mi mano estaba fija sin moverse sobre su miembro, colocó la
suya que tenía libre sobre la mía que se lo sujetaba, y empezó a marcarme el
movimiento que tenía que hacer. Primero fue a un ritmo lento, supongo que para
que me fuera acostumbrando, y después fue aumentándolo lentamente,
enseñándome también hasta donde era el límite al cual podía llegar su piel.
Cuando vio que había captado "las pautas", retiró la mano y me dejó hacerlo sola.
No varié nada ni intenté nada diferente, simplemente seguí moviendo mi mano
como él lo había estado haciendo. Ahora ya no me masturbaba, porque la posición
no nos lo permitía, pero no paramos de besarnos en ningún momento. Estaba
claro que lo que mantenía la llama viva en mí era el calor de su boca, me
encantaba besarlo, me excitaba demasiado, y cuando lo hacía, sentía que no
quería despegarme de él por nada del mundo. Entonces llegó un momento en el
que empecé a sentir dolor en la muñeca, supongo que era porque no estaba
acostumbrada a ese tipo de meneo, y poco a poco fui bajando el ritmo de la
masturbación hasta casi dejar de sujetarle el pene.

—Vení... —dijo de pronto. Se puso de pie y me hizo agacharme delante él.

—No quiero hacerlo —me apresuré a aclararle, creyendo que me haría... bueno,
eso.

—Tranquila, de esta forma va a ser más cómodo para vos.

Tenía su pene justo delante de mi cara, firme y esperando a mi proceder. Ahora sí


que me había fijado en su tamaño, y si bien no había visto otro más que el de mi
novio en toda mi vida, no era tonta y sabía que ese, en particular, era grande. Lo
volví a sujetar y realicé el mismo movimiento que me había marcado Alejo hacía
apenas unos minutos. Me centré en ese sube y baja, imprimí una velocidad ni
rápida, ni lenta, y estuve así un rato. Pero, una vez más, no volví a durar mucho
tiempo. Mi brazo se cansó a los cinco minutos de empezar, y el meneo ya no era
como al principio. Él no dijo nada sin embargo, y me dejó continuar a mi ritmo,
que terminó siendo lento y con movimientos torpes. Debido a ello, el ímpetu de
ambos fue decayendo, porque la masturbación ya no era tal. Y empecé a
deprimirme...

—¿Qué te pasa? —me preguntó al ver mi cara llena de lágrimas.

—Que soy una inútil, no puedo hacer nada bien...

—¡No! ¡Para nada, Ro! —me respondió enseguida y agachándose a mi lado—. Lo


estás haciendo muy bien, en serio. Lo que pasa es que no estás acostumbrada y
es normal que te canses.

—Lo dices para que no me sienta mal... —añadí entre pucheritos.


—Para nada, yo estoy acá para ayudarte a aprender, no tengo ninguna necesidad
de mentirte. Pero bueno, vamos a terminar las cosas igual que ayer, acostate en el
sillón.

—¡No! —respondí con seguridad—. Si me rindo ahora, me voy a terminar


arrepintiendo —y armándome de valor y sin darle tiempo a decir nada, lo empujé
sobre el sofá y me acomodé entre sus piernas.

—¡Perfecto! —dijo entonces—. Tus tetas, Rocío, usá tus tetas.

—¿Mis...? Yo iba a seguir con las manos...

—No importa, esto es un paso de gigante, haceme caso. Poné mi ver... mi pene
entre tus pechos y hacé el mismo movimiento que harías con tus manos.

—¿Eh? ¿Cómo? —respondí sin entenderlo mucho. No sabía qué hacer, me había
tomado por sorpresa, tampoco había hecho eso nunca en mi vida. Estaba perdida
de nuevo.

—Mirá, Ro, agarrámela —me guió—. Ahora acercate y metela entre tus pechos...

—No sé... ¿No es mejor que siga con las manos? —pregunté dubitativa, pero esta
vez estaba no me sentía capaz de oponérmele.

—Dale, Rocío, si pasás esta... En serio, es un paso de gigante para tu propósito,


en serio —volvió a asegurar repitiéndose. Ya no me hablaba con ningún tipo de
delicadeza, parecía apurado, como si tuviera miedo de que alguien fuera a
interrumpirnos o de que algo pasara. Mi mente me decía que me detuviera ahí y
me fuera a dormir, pero mi cuerpo me pedía otra cosa...

—Está bien... —dije, y sus ojos se iluminaron cuando acomodé su miembro entre
mis pechos.

—Ahora tenés que apretarlas contra mi pene, si usás las manos va a ser mucho
más fácil. Dale, empezá —me ordenó. Y así lo hice.

No sabía si lo estaba haciendo bien, simplemente me limité a seguir sus


indicaciones y a esperar. Mis pechos bajaban y subían sobre su pene ayudados por
mis manos. No me gustaba mucho eso que estábamos haciendo, porque no tenía
visión de nada y no me proporcionaba ningún tipo de placer, pero al juzgar por la
expresión de Alejo, supuse que a él sí que le estaba gustando mucho. Así que con
la cabeza puesta en que algún día le haría eso también a Benjamín, traté de
continuar con la mejor predisposición posible.

Pero la cosa se estaba haciendo interminable. Yo no me sentía nada cómoda y


Alejo parecía más concentrado en terminar él y no en darme placer a mí, y eso me
hizo enfadar, porque hacía unas horas se había llenado la boca hablando de "cómo
debía ser un hombre" y ahora estaba ahí con la cabeza echada para atrás mientras
yo hacía todo el trabajo. Inevitablemente fui perdiendo las ganas en continuar. Ya
ni pensar en Benjamín me ayudaba, y mis movimientos así lo reflejaron.

—¿Rocío? ¿Te cansaste de nuevo? —me preguntó extrañado.

—No... Pero me quiero ir a dormir... —le dije con desgana.

—¿Qué? Ya me falta poco, te lo juro.

—Me da igual, me quiero ir —insistí.

—Ahhh, ya sé lo que pasa —dijo entonces—. No es que te querés ir, vos te querés
"venir", jajaja.

—Vete a la mierda. Me voy —le contesté enfadada. No era normal en mí decir


palabrotas, pero en ese momento estaba muy enfadada.

Y cuando me dispuse a irme, él se levantó tras de mí, me agarró por la espalda y


me empujó contra la puerta del balcón.

—Suéltame —le dije enseguida.

—Te voy a dar lo que querés, así que preparate —me respondió con chulería. Ya
no se parecía en nada al Alejo amable y sumiso con el que había estado viviendo
esos días.

—No quiero que me des nada, déjame ir a dormir —contraataqué tratando de no


mostrarle debilidad.

—Lo estás deseando, Ro, a mí no me engañás.

Estaba completamente inmovilizada. Me tenía aprisionada contra la puerta del


balcón y yo sólo podía sujetarme de las cortinas. Él estaba detrás mío besándome
el cuello y masajeándome los pechos. De vez en cuando me susurraba cosas al
oído que me molestaban muchísimo, pero que por alguna razón hacían que me
derritiera. Entonces, de repente, acomodó su pene en medio de mis piernas.
Movimiento que me hizo entrar en pánico.

—Espera, ¡¿qué estás haciendo?! —dije.

—Tranquila, no te la voy a meter, aunque sé que lo estás deseando.

—Eres un idiota...

—Cerrá las piernas ahora, apretalas con fuerza. —me ordenó, y le hice caso una
vez más a pesar de todo. Estaba sumamente enfadada con él, pero las ganas que
tenía de llegar al orgasmo superaban cualquier cosa en ese momento.

—No me quites las bragas —le dije al notar que quería bajarme los elásticos.
—Como quieras, pero piel contra piel es mucho mejor...

No le hice caso y tampoco hubieron más palabras. A partir de ahí, sólo me dediqué
a esperar el gran momento. Él comenzó a moverse tan pronto terminamos de
hablar, yo apretaba mis piernas sobre su miembro con las pocas fuerzas que me
quedaban, y poco a poco la cosa volvió a calentarse. El ritmo era ya muy violento,
sus manos sujetaban con mucha fuerza mis caderas y sus besos en mi cuello se
habían transformado prácticamente en mordiscos constantes. Ambos gemíamos
aireadamente, la excitación volvía a ser demasiada para mí, ya no me importaba si
él había sido un cabrón o no, ni tampoco me importaba el motivo por el que
estaba haciendo todo eso, yo sólo quería mi maldito orgasmo de una vez. Y, por
suerte, no tardó en llegar...

—No pares ahora, por favor te lo pido... —supliqué para que no volviera a pasar lo
de antes.

—Tranquila, yo me encargo de todo —respondió él también entre jadeos.

Entonces, todo mi cuerpo se tensó, mi voz dejó de resonar por la habitación y


finalmente estallé. Hasta ese momento, nunca en mi vida había pasado por
semejante placer, fueron 15 segundos en los que fui trasladada a lo más alto del
Olimpo, 15 segundos que me provocaron sensasiones indescriptibles por todo mi
cuerpo. Sin exagerar, fui durante 15 segundos, la mujer más feliz del mundo.

Y me dejé caer en el suelo, sobre la alfombra, disfrutando de los últimos espasmos


que me había dejado el orgasmo. Ahí se terminan mis recuerdos sobre esa noche.
No tengo ni idea de qué fue lo que hizo Alejo después. Lo único que sé, es que al
día suguiente, amanecí en mi cama y con ropa interior limpia puesta.

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 01:25 hs. - Benjamín.

—Ey, Luciano, ¿me vas a contar qué pasó con la nueva o no?

—¿Me dejas cagar tranquilo? Ahora salgo.

Me encontré con él en el baño de caballeros, como siempre, ya que era el único


lugar en el que podíamos hablar sin que nos molestaran. Mauricio nos tenía de un
lado para otro, y ese día parecía estar más nervioso de lo habitual. Lulú no se
quedaba atrás tampoco, apenas nos daba respiro a mi equipo y a mí. Recién pude
librarme cuando me dijo que tenía que atender unos asuntos en el piso de abajo.

—¿Qué quieres, Benjamín? —me preguntó Luciano mientras se encendía un


cigarro.
—No te hagas el inocente conmigo. Antes vi perfectamente cómo tonteabas con
Jéssica.

—Sí. ¿Y qué pasa?

—No, no pasa nada. Sólo pregunto.

—No hay mucho que contar... La niñata se cierra demasiado.

—¿Y lo de hoy qué? ¿Qué hiciste para que se levantara así?

—Te juro que no hice nada. Le pregunté varias veces cómo estaba y tonterías de
ese estilo. Pero nada más.

—¿Estás seguro? Me pareció ver que la tocabas por abajo de la mesa...

—¡No! ¿Te crees que voy por ahí manoseando a chiquillas de 20 años sin su
consentimiento?

—No. Es que me había dado esa impresión. ¿Y piensas seguir insistiendo?

—Por supuesto. Una vez me gane su confianza lo demás viene solo.

—Ganarte su confianza, ja. Curioso viniendo de ti, que sueles ir directamente al


grano.

—Vamos a ver, no puedo ir por ahí entrándole a las mujeres de los compañeros
como si no me importara una mierda nada. Después te queda la fama de roba-
novias y ya no te la quita ni dios.

—¿Y desde cuando te molesta lo que los demás piensen de ti?

—Hombre, una cosa es que no me importe lo que digan de mí y otra muy distinta
es que me guste que todo el mundo me de vuelta la cara.

—Sí... Bueno. ¿Y cómo vas a ganarte su confianza?

—Con paciencia y mucha discreción, amigo, con paciencia y mucha discreción —


dijo antes de salir del baño.

Cada vez que terminaba de hablar con Luciano, me preguntaba por qué razón me
llevaba bien con él. Era todo lo contrario a mí: arrogante, egoísta, mujeriego... No
era la clase de persona con la que yo me solía juntar, y mucho menos la clase de
persona a la que solía admirar. Pero este tipo tenía algo, no sé qué, que hacía que
le cayera bien a todo el mundo. Tampoco me iba mucho eso de ir animando a mis
amigos a que se fijaran en las novias de los demás. No sabía ni yo por qué le
estaba siguiendo el juego con todo el temita de la chica nueva.

Salí del aseo y me encontré prácticamente de frente con Romina.


—Hola, Romina —la saludé con una sonrisa.

—Ah, hola —dijo de manera fría. Llevaba consigo una pila de papeles y un bolso
colgado de su hombro.

—Veo que no te está teniendo piedad —comenté mientras caminaba a su lado.

—No, no la está teniendo. Y en condiciones normales no me molestaría, pero lleva


como media hora encerrado en su oficina con Lourdes. Qué fácil que es
encasquetarle todo a los peones —decía con cierto enfado.

—¿Con Lourdes? Qué raro, creí que se había ido al piso de abajo.

—Pues no, está con Mauricio. Oye, Benja, perdón si te molesto, ¿pero podrías
llevar esto a mi mesa? Todavía tengo que fotocopiar todo lo de aquí adentro —me
pidió mientras me mostraba el contenido del bolso que traía consigo.

—Sin problemas.

—Muchas gracias. Luego nos vemos —se despidió antes de alejarse refunfuñando
y maldiciendo.

Menos de dos mil hojas no habría en esa pila. No me extrañaba que la mujer
estuviera enfadada, debía de haber sido un coñazo tener que fotocopiar todo eso.
Pero bueno, no era mi problema, y además tenía cierta curiosidad, que no prisa,
por saber por qué Lulú se había reunido con Mauricio a escondidas. Aprovecharía
la oportunidad a ver si lo averiguaba, aunque fuera de reojo. Ojo, no sospechaba
nada raro, ni siquiera se me había venido a la mente, lo que pasaba era que ella
me había dicho que a lo mejor conseguía que Mauricio nos diera un poco de
tranquilidad por las noches, y eso me tenía expectante.

La parte de la planta en la que yo trabajaba era un espacio muy amplio lleno de


mesas y separaciones por todos lados. Al final de todo había un pasillo con dos
puertas, una llevaba a los aseos de la oficina, y la restante a otro a pasillo un poco
más pequeño en el que se encontraban las entradas a los despachos de Mauricio y
su secretaria, que estaban uno al lado del otro. Justamente ahí me dirigí yo. Una
vez dentro, dejé los papeles en la mesa de Romina y pegué la oreja a la pared a
ver si se escuchaba algo.

—¿Qué haces? —dijo de pronto una voz detrás de mí. Era Clara, una becaria de
veintipocos años que venía de vez en cuando, especialmente cuando a Mauricio lo
sobrepasaba el trabajo.

—¿Eh? Pues... buscando zonas huecas. El jefe me pidió que le colgara unos
cuadros y... —dije mientras daba pequeños golpes a la pared.

—Oh, ¿en serio? —me contestó poniendo una cara que dejaba bien claro que mi
excusa no había colado—. ¿Sabe Romina que estás aquí?
—¡Sí! ¡Por supuesto! Ella misma me pidió que dejara estos papeles aquí.

—¿Pero no habías venido a colgar cuadros? —preguntó de nuevo con cierta


altanería.

—También, también vine a colgar cuadros, y como me pillaba de paso, Romina me


pidió que trajera los papeles —respondí con una sonrisa desafiante. Yo no me iba a
dejar intimidar.

—Ah, mira tú qué casualidad. ¿Y bien? ¿Dónde están los cuadros? ¿Y el martillo?
¿Y los clavos? —insistió la niñata.

—Los tengo que ir a buscar. Te dije que estaba revisando la pared, porque si clavo
en una parte hueca el cuadro se puede caer, ¿sabes?

—Bien, entonces no te molestará que se lo pregunte a Mauricio, ¿no? —dijo


mientras volvía abrir la puerta.

—¡No! ¡Espera! —dije frenándola—. Hay que ver, eh... Sí, puse la oreja para
escuchar, ¿y qué?

—¡Tranquilo, tranquilo!—dijo justo antes de echarse a reír. Me estaba poniendo de


los nervios la chiquilla—. ¿Puedo saber qué intentas averiguar? A lo mejor puedo
ayudarte...

—No, gracias. Tú sigue a lo tuyo —le respondí sin reparo.

—Oye, esa no es forma de hablarle a alguien que te acaba de pillar espiando a tu


jefe —me contestó con un tono juguetón.

—No estaba espiando a mi jefe, para empezar.

—Ah, ¿no? ¿Entonces a la persona que está con él?

—No me refiero a... Oye, ¿por qué no continúas con lo que fuera que estuvieras
haciendo? —le dije ya cansado.

—Es que... lo que estaba haciendo... y esto que quede entre nosotros... era vigilar
y evitar que nadie interrumpiera a Mauricio —dijo a la vez que soltaba una risita
traviesa—. ¿Sabes que si no le informo que estás aquí puedo meterme en un buen
lío?

—A ver... —dije intentando mantener la calma—. ¿Qué quieres de mí?

—¿Yo? ¡Me ofendes! —exageró el tono— ¡Yo sólo intento hacer mi trabajo tal y
como me dicen que lo haga!

En ese momento, se escuchó un fuerte grito proveniente de al lado, un grito de


mujer. Era la voz de Lulú, que hubiese reconocido entre un millón de personas. No
duró ni un segundo, parecía que había sido ahogado voluntariamente. Clara y yo
nos quedamos mirándonos en silencio, como esperando a que se escuchara algo
más. Entonces ella se rió.

—¿Qué te causa tanta gracia? —pregunté molesto y susurrando.

—Oye, estás siendo muy maleducado conmigo, ¿sabes? —dijo también en voz
baja.

—Bueno, como sea. A estas alturas ya deben saber que aquí hay más de una
persona, así que haz lo que quieras.

—No te creas. A mí me parece que están demasiado concentrados en lo suyo —


volvió a decir entre risas. A mí no me parecía tan gracioso como a ella. Si bien
todo era muy sospechoso, no había nada que indicara eso que estaba intentando
insinuar.

—Mira... Eh, Clara, ¿no?

—¡Te sabes mi nombre! Oh, lo siento, yo el tuyo no lo sé.

—Sea lo que sea que esté pasando ahí adentro, te puedo asegurar que no es lo
que tú te piensas.

—¿Y qué es lo que yo me pienso? —respondió llevándose un dedo a la boca y


acercándose un poco a mí. Hasta ese momento había mantenido la distancia. Yo
sabía que intentaba jugar conmigo, pero no le iba a dar ese gusto.

—Déjalo así. Me voy, que tengo trabajo que hacer. ¿Puedo pasar?

—Oye... —dijo sin moverse ni un milímetro—. ¿Eres una especie de acosador o


algo?

—¿Qué?

—Sí, de la mujer esa que está ahí dentro... ¿Cómo se llamaba? Lola... Layla...

—Lourdes —le aclaré.

—Eso, Lourdes. Pues te encuentro aquí intentando espiarla, y luego cuando parece
evidente lo que está pasando ahí adentro, me intentas convencer, así tipo amigo
despechado, que ella nunca haría algo así, y yo que sé.

—Eh, eh, eh, eh. Te equivocas completamente. Lulú es mi jefa y la conozco...

—¿"Lulú"? Ya veo... —volvió a reírse.


—Estamos perdiendo el tiempo... Vamos a hacer como que nunca hemos tenido
esta conversación, ¿te parece bien? —le pedí amablemente. No quería meterme en
un lío con mis jefes por culpa de ella.

—No me quedo con la consciencia tranquila si dejo escapar a un acosador


peligroso... —dijo acercándose todavía más.

—¡Yo no soy ningún acosador peligroso! —yo ya apretaba los dientes. Ahora no
sabía cómo sacármela de encima sin tener que terminar sentado frente a Mauricio
y Lulú como un adolescente al que habían atrapado haciendo lo que no debía.

—¿Desde cuándo te gusta "Lulú"? —preguntó mientras jugaba con mi corbata.

—En serio, Clara, ya basta de tomarme el pelo. Tengo novia y esta tontería puede
terminar mal...

—¡Ya sé! ¡No diré nada si mañana me invitas a almorzar! Mauricio me pidió que
venga toda esta semana, y...

—No... A mí no me vas a chantajear... Venga, hasta lue... ¡¿A dónde mierda vas?!
—grité cuando la vi salir en dirección a la puerta de al lado—. ¡Está bien! Mañana
te pago el almuerzo.

—¡No! Mañana me invitas a almorzar que no es lo mismo. Tú y yo, yo y tú. Juntos


—exclamó con un falso enfado propio de una niña de nueve años.

—Que sí, que vale. ¿Me puedo ir ya?

—¡A las 2 en punto de la tarde te espero en recepción! ¡Y trae coche!

—De acuerdo... —dije con resignación.

—Por cierto... —dijo volviendo a acercarse hasta quedarse a un palmo de mí. La


verdad es que la niñata imponía. Sólo era una bellecita recién entrada en la edad
adulta, pero se notaba que sabía cómo intimidar a un hombre introvertido como
yo. Sabía que buscaba ponerme nervioso. Recorría mi pecho con su dedo índice y
hablaba pausadamente y de forme muy coqueta— No es la primera vez que "Lulú"
y el jefe tienen una reunión como esta. El día que la vi por primera vez aquí, se
encerraron como dos horas durante la mañana. Así que no creo que esté tan
equivocada como tú dices, eh... ¡No me has dicho tu nombre todavía!

—Soy Benjamín, y te diría que es un placer, pero te estaría mintiendo. Y te repito,


no hay nada entre Lourdes y Mauricio fuera de lo estrictamente profesional. Y te
voy a pedir por favor que no vayas por ahí repitiendo eso porq...

—¡Yo soy Clara! ¡Un placer, Benjamín! —me interrumpió con un descaro digno de
una bofetada con toda la mano abierta—. Deberías irte ahora antes de que salga el
jefe. No quiero que se enfade conmigo. ¡Mañana nos vemos!
No me dejó decir nada más. Me sacó a empujones del despacho de Romina y me
cerró la puerta en la cara. Si bien era mejor así, porque eran más de las 2 de la
mañana y había estado perdiendo mucho el tiempo, no me quedé tranquilo. No
conocía a esa chica de nada y no sabía si iba a mantener la boca cerrada. Pero en
fin, no me quedaba otra más que confiar en que no hiciera ni dijera nada que no
debiera.

Lulú apareció media hora después y se puso a trabajar con toda normalidad, sin
dar ningún signo de que algo no estuviera bien. No pude evitar analizar su
aspecto. La estúpida niñata me había metido ideas raras en la cabeza y mi
estúpida mente estaba reaccionando. Pero todo parecía estar en orden, estaba tan
guapa y arreglada como siempre. Me había metido en un dilema innecesario por
querer meter las narices en donde no debía.

—Yo me voy ya, Benji. Tengo que terminar de preparar unas cosas para mañana y
prefiero hacerlo tranquila en casa. No te molesta, ¿verdad? —me dijo casi en tono
de súplica.

—¡No! Para nada, Lu. Yo me encargo del resto aquí —le respondí desde mi silla.

—¡Eres un ángel! Te lo agradezco mucho —dijo muy risueña. Y cuando se agachó


para darme un abrazo, sucedió un cúmulo de cosas que me dejaron descolocado.
Primero, reconocí el olor con el que estaba impregnada su ropa, era el perfume
con el que solía "bañarse" Mauricio. Luego, al darle la típica palmadita amistosa en
la espalda, noté que no llevaba sujetador y que estaba más sudada de los
habitual. Y por último, de su bolso, que lo tenía colgado en el hombro, cayó una
pequeña y arrugada prenda de ropa interior rosa que dio a parar en mi rodilla. La
recogí para devolvérsela y noté que todavía estaba húmeda...

—Lu... Se te cayó esto... —dije entregándosela con toda la naturalidad posible.

—¡Ahhh! —gritó mientras me la arrebataba de un violento manotazo—. ¡H-Hasta


mañana!

—Santo cielo... —murmuré mientras me quedaba viendo estupefacto cómo salía


de la planta.

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 10:15 hs. - Rocío.

—Miau.

—No estoy de humor, Luna. Vete a jugar por ahí...


Otra vez ese remordimiento de consciencia. Otra vez ese mal cuerpo por haber
hecho lo que no debería haber hecho. Otra vez esas ganas de que se abriera la
tierra y me tragara para siempre. Por segunda noche consecutiva, había roto todo
tipo de barreras con mi mejor amigo de la infancia pese a haberme prometido que
no volvería a suceder.

Yo sabía que necesitaba soltarme más a la hora de intimar, me había quedado


bien claro en la playa con Benjamín. Pero ya no quería seguir recibiendo ayuda de
Alejo, no porque desconfiara de sus intenciones, sino porque ya no me parecía
correcto ni justificable lo que estábamos haciendo. Había aceptado la primera vez
porque estaba desesperada y porque no me parecía tan mala idea, pero nunca creí
que fuéramos a traspasar tantos límites.

No podía dejar de pensar en lo que había hecho la noche anterior, en cómo había
transcurrido todo y en las cosas que estuve a punto de hacer... y en las que hice.
Parte de la culpabilidad recaía justo ahí, me lo había vuelto a pasar en grande. La
borrachera había ayudado y mucho, pero ya no podía justificar mis acciones con
eso. Sí, la cita fallida con Benjamín había tenido mucho que ver también en que
me volviera a lanzar a los brazos del que fue mi mejor amigo, pero tampoco era
excusa. No podía seguir por ese camino, tenía que poner fin a lo que fuera que
tuviera con Alejo. Y sabía tenía que demostrar esa firme convicción con acciones,
pero en ese momento no me sentía con ganas de verlo.

—¿Cuándo me vas a llamar? —me preguntaba mientras miraba el móvil. Benjamín


solía llamarme sobre esas horas, por eso estaba tan impaciente. Y los sucesos de
los últimos días me hacían pensar mal de lo que podría estar haciendo en ese
momento. Lo más seguro es que tuviera durmiendo, pero yo ya no sabía qué
pensar.

Era todo muy desesperante: mi novio fuera de casa, mi hermana trabajando, no


tenía amigas, mis padres estaban lejos, y no tenía ganas de hablar con el único
con el que me podía desahogar. Sólo me quedaba seguir encerrada en esa
habitación con mi linda gatita, o...

—¡Buenos días, Ro! ¿Adónde vas tan arreglada? —me preguntó apenas aparecí en
el salón.

—No te incumbe... Eh... Cuida a Luna, por favor.

—¿Eh? Sí... No hay problema... ¿Pero no desayunás nada?

—Ya tomaré algo en la calle. Nos vemos luego.

—Bueno... Chau...

Sabía que lo que estaba a punto de hacer me podía traer muchos problemas con
Benjamín, pero era la única salida que veía a mi encierro. Y, además, ya estaba
harta de quedarme en casa y no hacer nada más que limpiar y cocinar.
Hacía unas semanas, antes de que todo estallase, Noelia me había dado el número
de teléfono de una familia que buscaba una profesora particular para su hijo
mayor. Antes de salir, llamé con la esperanza de que todavía estuviera el puesto
vacante, y, para mi suerte, así fue. Y ahí es dónde me dirigía, a la primera
entrevista de trabajo de mi vida. Sí, sé que tal vez exagero un poco con el
término, pero así es como lo veía yo y cómo me lo tomé, como si me fueran a
entrevistar en la mejor universidad del mundo.

La casa quedaba a una media hora en tren, bastante lejos. Ya no se podía


considerar como parte de la ciudad ese lugar, era más como un pueblito a las
afueras. Pensé que ese sitio tendría que ser aterrador de noche. No había gente
por la calle y las pocas casas que habían eran enormes y estaban muy separadas
las unas de las otras. Parecía el típico lugar donde turistas extranjeros alquilan
casas para pasar el verano sin que nadie los moleste.

Llegué a mi destino a eso de las once de la mañana. La casa era tan grande y
moderna como las otras, y también estaba alejada de ellas. Supuse que esos
diseños tan separados eran para respetar la intimidad de los propietarios, o para
que tuvieran un cierto margen para moldear sus patios traseros y delanteros a
placer.

Toqué el timbre y me abrió la puerta una señora muy mayor que no me dijo ni
"hola", simplemente me hizo señas con la mano para que la siguiera. Por dentro la
casa era tal y como me la imaginaba, enorme, llena de muebles y cuadros, el
suelo alfombrado y un olor a limpieza que invitaba a quedarse a vivir ahí.

—¡Hola! —me recibió una mujer de muy buen ver. Reconocí su voz enseguida, era
la madre del chico al que tendría que enseñarle, Mariela, con la que programé la
entrevista por teléfono—. ¡Vaya, chica, qué guapa eres!

—Buenos días. Perdón por llegar tarde, pero es que este lugar está más lejos de lo
que parece.

—Me lo vas a decir a mí que estuve viviendo aquí un año entero sin coche...
Imagínate. Así que no te preocupes, querida.

—Cielos, debió ser difícil —reí.

—No te das una idea... En fin... ¿Vamos a lo que vamos?

—¡Como usted diga!

La entrevista duró como una hora. Bueno, más que una entrevista parecía una
charla entre dos amigas que querían conocerse mejor. Me hizo un montón de
preguntas personales, y con cada respuesta mía, salía una anécdota suya que le
llevaba no menos de diez minutos contarla. De su hijo no hablamos en ningún
momento, ni de cuáles eran los objetivos, ni qué tendría que enseñarle, ni siquiera
me había dicho su edad. Estaba perdidísima yo, pero igual no me atreví a
preguntarle nada. Y al final hice bien, porque todo salió a pedir de boca, me dio el
trabajo y yo no cabía en mí del gozo.
—Bueno, Rocío, ¿qué te parece venir los fines de semana? El horario puedes
elegirlo tú. Pero que sea siempre el mismo, por favor.

—Estupendo, Señora Mariela...

—¡Oye! ¡Sin el "señora" o vamos a empezar con mal pie! —me dijo con un falso
enfado.

—Disculpe, Mariela.

—¡Tutéame! Vamos, querida, no soy tan vieja... —se rió. Se notaba mi falta de
experiencia para tratar con las personas.

—Vale, Mariela. Te agradezco mucho que me des este trabajo. La verdad es que
tenía muchas ganas de empezar a ejercer mi profesión, aunque fuera de profesora
particular.

—El favor me lo estás haciendo tú a mí, muchacha, te lo aseguro. En fin, ¿me vas
a decir el horario o no?

—¡Sí! Pero me gustaría consultarlo primero con Guillermo, y ya nos ponemos de


acuerdo a ver cuándo nos viene mejor a ambos —dije refiriéndome a su hijo.

—Eres un cielo, Rocío. Sígueme y así aprovechas para conocerlo también. Debe
estar arriba jugando al ordenador.

—¿Hoy no tuvo clases? —pregunté extrañada. Era jueves y estábamos en pleno


horario escolar.

—Ya te iré contando cómo son las cosas, querida. Ven, sígueme —concluyó con
resignación.

No dejaba de sorprenderme la pedazo de casa que tenía esa gente. Las escaleras
estaban también alfombradas y las barandillas relucían. Parecía que caminaba por
los pasillos de la Casa Blanca.

—¡Guillermo! ¡Voy a entrar! —gritó Mariela.

La habitación del chico ya se asemejaba más a lo que estaba acostumbrada a ver


en el mundo normal. Bueno, "acostumbrada", la única habitación de chico que
había visto en mi vida había sido la de Alejo en mis tiempos de estudiante, aunque
ésta no estaba tan desordenada.

—Mira, Guille, ella es Rocío, tu nueva maestra particular —dijo mientras me


indicaba que pasara. Pero el muchacho no le hizo ni caso.

—¡Ve a por la puta torre, Enrique! ¡A por la puta torre! Es que me cago en la puta.
No sirves para nada, joder. Sólo tenías que hacer una cosa, ¡una sola cosa! ¿Cómo
cojones puedes ser tan malo? —gritaba con los auriculares puestos. Al parecer
estaba en comunicación con alguna persona que no parecía caerle demasiado bien.
Pero su madre se encargó de sacarlo de su mundo de improperios y maldiciones
quitándole los cascos de la cabeza.

—Oye, ¿me estás escuchando? —le dijo enfadada.

—Ah, hola, mamá. Discul... ¿Quién es ella? —preguntó señalándome a mí.

—¡No señales, maleducado! ¡Y quítate eso de la cara! Ella es Rocío. Y a partir del
sábado te empezará a dar clases particulares —me presentó. El chico se me quedó
mirando unos segundos, pero no pude ver su expresión. Ttenía una especie de
bufanda que le tapaba toda la parte baja de la cara. También llevaba puesto un
chaquetón de invierno. Frío no tenía, eso era seguro.

—¿Otra más? Ya te he dicho que no vale la pena...

—¡Oye! ¡Preséntate como es debido! —le gritó aún más enfadada.

—Hola, me llamo Guillermo y soy tonto. Te recomiendo que no pierdas el tiempo


con alguien como yo —dijo mientras se daba la vuelta y volvía a centrar su
atención en la pantalla. Yo estaba anonadada.

—Tú no le hagas caso. No es tonto, es vago, que es muy distinto —me dijo
inmediatamente Mariela—. Y, a ver, tú, la chica quiere saber a qué hora te viene
bien a ti para tomar las clases.

—¿Eh? —preguntó

—Hola, Guillermo. Yo soy Rocío y estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Tú no
te preocupes por nada —le dije en el tono más materno posible.

—... —se quedó otra vez mirándome fijamente sin emitir sonido. La madre parecía
que se estaba aguantando para no golpearlo. Era bastante cómica la escena—.
¿De 5 a 7 está bien? —dijo de pronto.

—¡Sí! ¡Perfecto! ¡El sábado vendré a esa hora! ¿De acuerdo? —respondí con
alegría.

—Sí.

Salimos dejándolo que siguiera con sus jueguitos. Y apenas cerró la puerta, me
dijo riéndose:

—Te juro por lo más sagrado que es la primera vez que lo veo quedarse sin
palabras delante de alguien. Suele ser muy chulito con todo el mundo, pero es que
tú... tú lo dejaste mudo. Y es que no me extraña, chica, eres una preciosidad.

Sólo pude devolverle la sonrisa y decirle gracias. Nunca me había sentido cómoda
antes los piropos y los halagos. Mi padre siempre me decía que tenía que tener
cuidado con las personas que alababan más el físico que la mente. Y supongo que
esas cosas, aunque sea en el subconsiente de cada uno, quedan marcadas de por
vida.

Estuve hablando como una hora más con Mariela, pero esta vez de su hijo y sobre
las cosas con las que tendría que ayudarlo. Resulta que el chico tenía 17 años y
estaba pasando por un pésimo momento. Hacía cinco meses que se le había
muerto su padre y desde entonces no levantaba cabeza. Había descuidado los
estudios hasta el punto que sólo iba a la escuela una vez por semana, y lo único
que hacía durante el día era quedarse encerrado en su cuarto jugando videojuegos
con los pocos amigos que le quedaban. Porque claro, también su carácter había
empeorado, insultaba y maldecía a las primeras de cambio, y así no había quien lo
aguantara según su madre. Y la pobre estaba desesperada, ya había recibido
varios avisos de los profesores de que podía perder el año si no empezaba a ir a
clases. Ellos entendían perfectamente el momento por el que estaba pasando
Guillermo, pero no podían hacer nada por él si no ponía un poco de su parte.

Lo cierto es que yo no era psicóloga y estaba muy lejos de ser alguien que pudiera
ayudar a los demás a estabilizar sus emociones, y mucho menos en ese momento
de mi vida. Pero estaba decidida a conservar ese trabajo, e iba a hacer todo lo
posible para que ese muchacho, por lo menos, no perdiera un año de instituto.

—Bueno, encanto, que tengas un buen regreso a casa. Nos vemos el sábado.
Cuídate mucho.

—Gracias por todo, Mariela. Te juro que no voy a defraudarte.

—Estoy segura que no, cielo mío.

—¡Hasta el sábado!

Salí de esa casa radiante y con grandes expectativas. Por fin tenía el primer
trabajo de mi vida y no me importaba nada lo que pudiera decir Benjamín al
respecto. Aunque estaba segura de que no se iba a enfadar, porque su argumento
siempre había sido el de "no quiero que trabajes de cualquier cosa", y eso no era
cualquier cosa, era un empleo de lo que yo había estudiado.

Media hora después me encontraba en el centro de la ciudad. Ya eran más de las


dos de la tarde y no tenía ganas de volver a casa y encontrarme con Alejo, así que
decidí ir a ver a mi hermana a su trabajo.

La felicidad que sentía en ese momento había hecho que me olvidara de todos los
problemas que habían inundado mi vida esas últimas semanas. Por fin iba a poder
ejercer mi profesión e iba a poder salir de esa cárcel sin barrotes que me tenía
oprimida en más de un sentido. Sin embargo, parece que no estaba en los planes
de quien fuera que manejara mi destino, que yo pudiera tener un momento de paz
y alegría. Lo que encontré en mi camino a la cafetería donde trabajaba mi
hermana, no me lo hubiese esperado ni en el más pesimista de mis sueños.
Dicen que son instantes precisos los que marcan el transcurso de las vidas de las
personas. Pequeñas situaciones que provocan que la gente tome ciertas
decisiones, ya sean acertadas o equivocadas, que hacen que ya nada vuelva a ser
como era. En mi caso, se podría decir que algo así sucedió ese día, cuando
caminando por pleno centro vi a una mujer que no conocía de nada, agarrada del
brazo de mi novio en la barra de un bar, mientras él no hacía nada por separarse
de ella.

Me quedé congelada en el lugar. No podía creer lo que estaba viendo. Eran las dos
y veinte de la tarde y todavía no me había llamado. Se suponía que trabajaba
hasta altas horas de la madrugada y que no venía a casa para así tener más
tiempo para dormir. Entonces, ¿por qué estaba con esa mujer en ese bar? ¿Por
qué prefería estar en la calle con ella en vez de venir a casa aunque sea a verme
un rato? Todo mi mundo se estaba viniendo abajo -para variar-, y sabía
perfectamente que todo era por mi culpa. Yo lo había empujado a abandonar
nuestro hogar, a buscar consuelo en los brazos de otra mujer.

Me senté en un banco que había en esa esquina y perdí mi mirada en el cielo. En


ese momento, nada me hubiese hecho más feliz que la tierra se abriera y me
tragara para siempre.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Diga? —dije intentando disimular mi penuria.

—Hola, Ro, ¿dónde estás? —era Alejo.

—En la calle. Iba a ir a ver a mi hermana al trabajo ahora...

—Ah... Perdón por molestarte. Es que como no me dijiste nada, me preocupé...

—Estoy viendo a Benjamín abrazado a otra mujer ahora mismo —le dije sin
pensar.

—¿Qué?

—Están en un bar sentados en la barra. Él está comiendo y ella está sentada a su


lado agarrada de su brazo y con la cabeza apoyada en su hombro.

—A la mierda... —dijo sorprendido.

—¿Crees que debería ir y preguntar qué está pasando? —continué ya sin esconder
mi tristeza.

—¡No! Vos sabés muy bien lo que está pasando y por qué. Si vas ahí ahora y le
hacés una escena, se va a pudrir todo.

—¿Entonces qué hago, Alejo? Estoy desesperada —las lágrimas ya caían por mi
cara.
—Volvete a casa, no tenés nada que hacer ahí. No, mejor, ¿dónde estás? Yo te voy
a buscar.

—¿Qué? No, tú no puedes salir a la calle, a ver si te encuentran esos matones de


nuevo y...

—Me importa una mierda. Ahora estás desconcertada y te puede pasar cualquier
cosa. Decime dónde estás.

—Está bien...

Al final terminé cediendo. Me quedé esperándolo sentada en ese banco mientras


miraba como en la calle de en frente estaba mi novio almorzando con esa
desconocida. Ya no estaban abrazados, ahora estaban sentados en una mesa uno
frente al otro, y por las risas de ella, pude deducir que se lo estaban pasando
fenomenalmente.

Quería que Alejo llegara de una vez y me sacara de ahí, no tenía ganas de seguir
viendo como Benjamín se divertía con otra mujer. Y menos ganas tenía cuando
pensaba lo tenso y soso que había estado las últimas veces que se había reunido
conmigo. Todo era una auténtica mierda... Y más idiota era yo, que pudiendo ir a
esperar a cualquier otro lado, prefierí quedarme ahí a seguir mortificándome.

—Dale, boluda, vámonos a la mierda de acá... —me dijo cuando llegó.

Me cogió de la mano y me sacó de ahí rápidamente. No me dijo nada durante el


trayecto a casa, estaba demasiado pendiente de que nadie lo reconociera. Miraba
para todos lados y en ningún momento aminoró la velocidad. Llevaba puesta una
sudadera negra con una capucha que le cubría casi toda la cara. Y por si eso fuera
poco, también traía una bufanda y unas gafas de sol negras. Parecía estar
asustado de verdad de esa gente que le había pegado. Y yo ahí envolviéndolo en
mis problemitas de niña malcriada. Cada vez me sentía peor conmigo misma.

Llegamos al apartamento y me tiré de boca contra el sofá. Ya no lloraba, las


lágrimas no salían, solamente pensaba en lo que acababa de ver y en lo que lo
había provocado. Alejo se sentó en el borde y me acarició la espalda. Yo estaba
demasiado sensible y me aparté de una forma brusca apenas sentí el contacto. No
pretendía hacerlo sentir mal, pero es que no era yo misma en ese momento. Me di
cuenta enseguida y le pedí disculpas. Después me levanté y me fui a mi
habitación, donde permanecí el resto de la tarde.

Y a eso de las nueve de la noche...

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—Hola.

—¡Mi amor! ¿Cómo estás?


—Bien, ¿y tú?

—Aquí, trabajando... No doy a basto hoy.

—No me digas.

—Pues sí... Mauricio no ha venido hoy y todo es un caos. Menos mal que está Lulú
aquí para ordenar un poco las cosas.

—¿Lulú? ¿Tu ex-jefa? ¿No se había ido al extranjero?

—Sí, ella misma. Resulta que le fue mal en Alemania y decidió volverse... Ya te
contaré con más detalles.

—Siempre me has hablado maravillas de ella... Me gustaría que me la presentaras


algún día.

—¿Eh? ¿Hablas en serio?

—Sí, ¿o tú no quieres?

—¡No, no! Me hace muy feliz que me pidas eso. Lulú siempre me ha insistido con
que quiere conocerte.

—Pues cuando tú quieras, o puedas...

—Hoy mismo lo hablo con ella. Estoy seguro de que se va a aleg...

—¿Por qué no me has llamado a la mañana? Te estuve esperando...

—P-Pues... Es que anoche terminé muy tarde y hoy me levanté tarde, y luego se
me echó encima la hora de entrada y no encontré un hueco hasta ahora... Lo
siento mucho, mi vida.

—Ah, vale.

—¿Estás enfadada por eso?

—Yo no estoy enfadada.

—Es que te noto un poco seca hoy... Pero bueno, ¡debe ser mi imaginación!

—Sí, debe ser eso.

—¡Ah! ¡Mañana voy a hablar con Alutti por lo del piso! ¡Espero tenerte noticias a
esta misma hora más o menos!

—De acuerdo. ¿Algo más?


—Eh... no... ¿Estás bien, Ro?

—Sí, Benjamín, estoy bien.

—Bueno... Mañana voy a tratar de llamarte temprano, te lo prometo.

—Como quieras.

—Vale... Pues, hasta mañana, mi amor.

—Adiós.

Y así fue como toda la tristeza que sentía se transformó en rabia. En el fondo
todavía tenía la esperanza de que me contara la verdad, y que esa verdad
demostrara que yo estaba equivocada, que todo había sido un malentendido. Pero
no, Benjamín había preferido mentirme y así conseguir que mis sospechas se
confirmaran.

—Así que no tienes lo que hay que tener para decirme las cosas a la cara... Pues
perfecto, te voy a demostrar que puedo convertirme en la mujer que tanto anhelas
tener.

Con las cosas más claras que nunca y con una convicción que no había sentido en
la vida, me levanté de la cama y me fui a buscar a Alejo.

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 21:15 hs. - Benjamín.

—¡Alevín! —me llamó una vocecita molesta.

—Si vas a estar jodiéndome todo el día, al menos podrías tomarte la molestia de
llamarme por mi nombre.

—¡¿Por qué sigues siendo tan borde conmigo?! —dijo mientras agarraba una silla y
se sentaba a mi lado.

—Mmm... ¿Enumeramos? Uno: Me chantajeas con decirle a mis jefes que soy un
acosador si no hago lo que tú dices. Dos: Me obligas a ir almorzar contigo y haces
que me olvide de llamar a mi novia. Tres: Ahora mi novia está enfadada conmigo
por el punto dos.

—Pues si te olvidaste de llamar a tu novia por estar conmigo, eso quiere decir que
te caigo mejor de lo que dices, jiji. Por cierto, ¿sabe tu novia que acosas a una
compañera de trabajo?

—Venga, nos vemos —dije levantándome. No estaba de humor para sus tonterías.
—¡Oye! ¡Espera!

—¿Qué quieres?

—Hoy prácticamente no me hiciste caso, y eso, como mujer joven y bonita que
soy, me dolió mucho. Así que mañana quiero que repitamos.

—¿Qué? No, ni lo sueñes.

—Pues se lo cuento todo al jefe —dijo dándome vuelta la cara.

—¿Piensas utilizar eso en mi contra toda la vida? —le recriminé.

—No te estoy pidiendo que bailes desnudo en medio de la oficina, te estoy


pidiendo que almuerces conmigo y que me trates bien, nada más —me reprochó.
Esta vez parecía ofendida de verdad.

—Bueno, está bien. Pero nada de ir abrazándome cuando te plazca ni tonterías de


ese estilo, ¿de acuerdo?

—Vale, vale, me comportaré —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. En ese
momento me di cuenta por primera vez de lo bella que era. Era una pena que en
el fondo fuese una arpía de mucho cuidado.

—Pues eso, mañana a las dos. Ahora si no te importa, tengo trabajo que hacer.

—¡Ok! Ah, mira quién viene por ahí. Te dejo acosar tranquilo, jiji. ¡Adiós!

Supuse enseguida a quien se refiería. Lulú venía caminando a lo lejos y parecía


que se dirigía directamente hacia donde estaba yo.

—Listo, ya terminé de organizar todo... —dijo exhausta sentándose en la silla que


acababa de dejar Clara.

—Buen trabajo, jefa.

—¿Y tú qué? ¿Cómo lo llevas?

—Pues mal... Tengo un retraso bastante importante...

—Normal... Si te pasas el día coqueteando con becarias... —soltó de la nada.

—¿Pero qué dices?

—Me han dicho que llevas todo el día tonteando con Clara.

—¿Tonteando con Clara? Mira, no sé quién te ha dicho eso ni me importa, pero te


garantizo que no es así. Por alguna razón que desconozco, la cría me cogió cariño
y ahora no me deja en paz.
—¿Estás seguro? —me preguntó con un semblante bastante serio.

—¿Qué? Me extraña que me preguntes eso precisamente tú, que sabes lo que
quiero a Rocío.

—¡Es broma, tonto! Más me extraña a mí que no la hayas pillado al vuelo —rió.

—Vaya... Pues el triple me extraña a mí, porque tú nunca has sido de hacer
bromas...

—¡Bueno, basta! Sólo déjame advertirte una cosa. Ten cuidado con esa chica...

—¿Por qué?

—Mauricio la aprecia mucho, y no me gustaría que por un malentendido


terminaras en la calle —dijo de nuevo en tono serio.

—¡¿En la calle?! Deja las bromas de una vez, Lu.

—No es una broma. Tú hazme caso, trata de mantener cierta distancia con Clara.

—Sí... —dije sin entender del todo por qué me lo decía.

—Bueno, Benji, por hoy ya he terminado. Mañana nos vemos, que te sea leve.

—¿Te vas tan pronto? Vaya suerte. Cuando yo era jefe de equipo me explotaban
tanto como al resto

—Porque Mauri espera grandes cosas de ti, por eso te exije tanto. Venga, nos
vemos.

—Seguro que es por eso, sí... Adiós, Lu, cuídate.

En serio, no me parecía normal que Lulú estuviera trabajando tan pocas horas.
Mientras los demás nos pegábamos entre 12 y 15 horas por día, ella no superaba
las 7 ni de casualidad. No me molestaba, ni mucho menos, es sólo que me parecía
raro...

—¿Quieres que te cuente algo interesante? —dijo de nuevo esa vocecita tan
molesta.

—¿No te ibas?

—¿Sabías que Mauricio no ha venido hoy porque su mujer se fue de casa? —me
dijo pegándose a mí y susurrándomelo al oído.

—¿Qué?

—Lo que has oído. ¿Y sabes por qué se fue de casa?


—Clara...

—Porque descubrió que está engañándola con otra...

—¡Suficiente, Clara! ¡No está bien que vayas contando por ahí las intimidades de
Mauricio! —me enfadé de verdad. Esa chiquilla podía poner en riesgo todo el
esfuerzo que estábamos haciendo todos los que trabajábamos ahí.

—Tranquilo, Benny, sólo te lo he contado a ti, porque tú sabes muy bien quién es
su amante.

—Mira, ya basta...

—Los trabajadores, en especial los jefes de equipo, llevan días preguntándose por
qué "Lulú" entra tan tarde y se va tan pronto... Pues bueno, de toda la vida, esos
privilegios sólo se consiguen de una sola forma... —continuó susurrándome. Menos
mal que había demasiado ajetreo alrededor y que nadie nos ponía atención,
porque Clara estaba demasiado cerca y eso podía invitar a más de una confusión.

—Los empleados están demasiado ocupados con su trabajo como para


preocuparse por lo que hacen los demás —le respondí en referencia a lo que había
dicho.

—Yo estoy todo el día dando vueltas de aquí para allá, sé perfectamente lo que
comentan tus compañeros. Bueno, como te iba diciendo...

—No, Clara, no me interesa. Ya te he dicho que conozco perfectamente a Lourdes


y a Mauricio, y sé que no...

—Ven un momento conmigo —volvió a interrumpirme.

—¿Puedes parar de interrum...

—Cállate y sígueme.

Me cogió de la mano y, sin darme tiempo a reaccionar, me arrastró en dirección al


despacho de Mauricio. Abrió la puerta y me hizo señas de que mirara por la
ventana.

—Clara, estamos en un decimosexto piso... ¿Qué quieres que mire desde aquí?

—Toma —dijo mientras me acercaba unos prismáticos.

—Estás de coña, ¿no?

—Calla y mira hacia la cafetería de la esquina, donde solemos tomar el café en los
turnos de mañana.

—Sí, la San Mostaza, sí...


—Sí, esa. Ahora date prisa y mira hacia allí.

La miré unos segundos como si estuviera loca y después hice lo que me indicó. Al
principio no noté nada raro, la San Mostaza estaba abarrotada como siempre. Pero
luego, cuando miré hacia la calle, reconocí el coche blanco de Mauricio, y después
me di cuenta de que él mismo estaba apoyado en una de las puertas...

—Vale, sí, es Mauricio, ¿qué quieres demostrar con eso?

—Tú sigue mirando, ya debe estar por llegar...

La miré mal de nuevo y después volví a apuntar los prismáticos hacia la calle.
Luego de unos cuarenta segundos esperando que pasara algo, vi acercarse de
frente a una chica con una melena rubia que me resultó muy familiar. Acto
seguido, la misma joven de la cabellera rubia se subió en el coche de Mauricio, y
fui testigo de como el vehículo arrancaba y se alejaba del edificio en el que me
encontraba yo.

Dejé los prismáticos encima del escritorio y encaré directamente a Clara.

—Esto no significa nada.

—¿Los has visto? ¿A dónde te crees que van?

—No me incumbe, y a ti mucho menos.

—Yo ya te he enseñado lo que te tenía que enseñar, ahora eres tú el que tienes
que decidir qué creer...

—¿Lo que me tenías que enseñar? ¿Puedes decirme qué pretendes con todo esto,
Clara? Digamos que tienes razón y están sucediendo las cosas que tú insinúas,
¿qué ganas contándomelo a mí?

—Es que... —dijo mientras se acercaba lentamente—. No quiero que pierdas el


tiempo con una mujer que se está tirando a tu jefe cuando podrías poner tu
atención en otros objetivos...

—Ya te he dicho que te... que te equivocas... —estaba demasiado cerca y yo ya


me estaba poniendo nervioso. Su pecho ya chocaba con el mío y me miraba
directamente a los ojos mientras sonreía pícaramente.

—Tranquilízate, Benny... Aquí estamos solos... —dijo a la vez que ponía una mano
en mi nuca y se ponía de punta de pie para susurrarme al oído— Me pones muy
caliente, Benjamín...

La aparté de un empujón considerablemente fuerte y me fui cagando leches de ese


despacho. Eran demasiadas emociones en tan corto intervalo de tiempo. No podía
creer que Lulú fuera la amante de Mauricio. No podía creer que ella fuera la que
estuviera provocando la destrucción de un matrimonio que llevaba vivo más de 20
años. Pero mucho menos podía creer que la cría estúpida de Clara me hubiera
calentado tanto. Porque sí, me había puesto a mil, y sólo con un leve y mísero
contacto y un susurro en la oreja.

—¡Oye! ¡Lo de mañana sigue en pie! ¡Ni se te ocurra faltar a tu palabra! —escuché
que me gritaba antes de cruzar la puerta que me llevaba a la oficina principal.

Ya no podía quedarme solo, estaba demasiado nervioso y todavía algo excitado,


así que cogí mis cosas y me fui a trabajar con el equipo de Luciano, que me recibió
con los brazos abiertos. Me quedé ahí el resto de la jornada y no me separé de
ellos hasta que tuve que llegó la hora de irnos.

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 21:15 hs. - Rocío.

Sí... Mucha convicción y mucha historia, pero cuando llegué y lo vi, casi salgo
corriendo para mi habitación de nuevo...

—¿Estás mejor? —dijo al verme. Pero yo no reaccioné, me quedé callada y


permanecí de pie en la entrada al salón—. ¿Rocío? ¿Te pasa algo?

No sé por qué, pero estaba aterrorizada. Había salido de ese cuarto con la firme
intención de demostrarle a Benjamín que podía convertirme en la mujer que él
tanto esperaba. Pero llegada la hora de la verdad, me acobardé, como me
acobardaba todas esas veces que quería hacer cosas con mi novio y no sabía cómo
decírselo. Así estaba yo delante de Alejo, rígida y muerta de los nervios. Él, por su
parte, continuaba sentado con una revista en la mano y mirándome con una
mezcla entre sorpresa y extrañeza.

Entonces, su cara de novedad desapareció y esbozó una sonrisa burlona. Yo seguía


congelada ahí mismo en la entrada del salón sin saber qué hacer. ¿Proseguía con
lo que me había propuesto o me daba media vuelta y me pensaba las cosas un
poco mejor? Pero no tuve tiempo de tomar una decisión. Alejo se levantó de su
asiento y se acercó a mí con decisión y rapidez.

—Creo que es el momento perfecto para continuar con las prácticas —me dijo
mientras me agarraba de la cintura. Una parte de mí quería apartarlo y decirle que
no podíamos seguir con eso, pero otra recordaba a mi novio abrazado a esa mujer
y la ira volvía a crecer dentro de mí.

—Vamos al sofá —le contesté con toda la seguridad que pude demostrarle.

Lo tomé de la mano y lo guié hasta el sillón en 'L' que ocupaba medio salón. Me
senté primero, respiré profundo y esperé a que él tomara toda la iniciativa. Pero lo
que hizo fue muy distinto a lo que esperaba. Se acercó a mí y me acarició la cara
con mucha delicadeza.
—Despacito, Ro —rió mientras me miraba como si tuviera delante a una primeriza
en el asunto—. Vamos a cenar primero y después nos tomamos unas copitas,
¿está bien?

No dije nada, le esquivé la mirada y estoy segura de que me sonrojé. Me sentía


estúpida. "¿Qué estoy haciendo?" me preguntaba mientras me tapaba la cara con
las dos manos. Tuve la suerte de que él entendió mis intenciones rápidamente,
pero igual no podía evitar pensar que estaba siendo demasiado atrevida. Entonces,
levanté la cabeza y analicé mejor la situación... "¿Demasiado atrevida?" pensé. Y
era absurdo, sí, porque lo único que había hecho había sido guiarlo hasta el sofá,
antes de eso me quedé dura como una estátua de sal al no saber qué hacer. Había
sido él el que había sacado sus propias conclusiones. Sí, sé que lo de cogerlo de la
mano y llevarlo hasta el lugar donde solíamos llevar a cabo nuestras "prácticas",
era una señal importante de mi parte, pero igual...

Nos sentamos a cenar, y, para variar, no hubo ningún tipo de conversación. Cada
tanto Alejo soltaba algún que otro comentario para amenizar el momento, pero yo
no estaba por la labor. Estaba bastante avergonzada y también muy perdida en mi
mundo. Quería con todas mis fuerzas darle una lección a Benjamín y esa noche ir
un paso más allá con Ale, pero... ¿Qué significaba realmente "ir un paso más allá"?

—Vamos al sofá, Ro —me dijo de pronto sacándome mi ensimismamiento—. Voy a


preparar unas copas. ¿Te gusta el vodka con limón?

Asentí a todo lo que me preguntó y luego fui a esperarlo al sofá. No me hacía


mucha gracia tener que volver a recurrir al alcohol para soltarme, pero sabía que
no iba a poder conseguirlo si no bebía.

Alejo apareció a los cinco minutos con dos botellas y dos vasos, y se sentó a mi
lado. El silencio seguía predominando en el ambiente, y entonces comenzamos a
beber para acabar con esa incomodidad. Una copa tras otra fue cayendo hasta que
no dejamos ni una sola gota. No eran ni las once de la noche y ya estábamos
borrachos. O al menos yo... porque él parecía disimularlo muy bien.

—Creo que ya estamos listo, Ro.

Nuevamente, di vuelta la cara y no le di respuesta alguna. Sin embargo, sabía


muy bien lo que estaba a punto de pasar ahí, por eso no hice nada cuando se
acercó hasta quedar pegado a mí y me empezó a besar el cuello.

—Ale... —dije tratando de reprimir un gemido.

—Hoy no me voy a contener ni un poquito, así que preparate para disfrutar... —me
susurró al oído.

Me asustó un poco semejante afirmación, pero el escalofrío que recorrió mi cuerpo


al sentir como sus manos empezaban a acariciarme, me acomodó en la situación
enseguida. Giré la cara con seguridad y lo besé. Ya no había vuelta a atrás. Nos
fundimos en un beso apasionado que me hizo perder la noción del tiempo. Me dejé
llevar y permití que tomara las riendas de la situación. Una vez más, ya no había
espacio en mi mente para terceros, en ese momento sólo éramos Alejo y yo, y ahí
residía el peligro.

A los diez minutos aproximadamente, ya estaba tumbada en el sofá


completamente desnuda y con la cabeza de Alejo enterrada en mi intimidad. Yo
gemía sonoramente y le suplicaba que no se detuviera. Y, de esa manera, no tardó
en llegar mi primer orgasmo de la noche. Esta vez no me hizo esperar y, bajo la
promesa de que no iba a ser el último, aceleró el ritmo de su lengua y sus dedos,
y me hizo llegar al climax. Yo no estaba acostumbrada a recibir tanto placer en tan
poco tiempo, por eso mi cuerpo, de una forma natural, se relajó provocando que el
sueño llegara a mí de forma prematura. Pero Alejo no iba a permitir eso esta vez,
así que se incorporó y recostó su fornido cuerpo encima del mío para luego
plantarme otro beso que me hizo espavilar enseguida. Una vez conseguido su
objetivo, se volvió a poner de pie para terminar de desnudarse él también. Yo
todavía me encontraba en un estado de relajación avanzado, y no me di cuenta de
lo que estaba a punto de suceder hasta que separó mis piernas y apuntó su
miembro a la entrada de mi vagina. Y, acordándome de las palabras que me había
dicho hacía sólo unos instantes, tuve miedo por primera vez en la noche.

—No, Alejo... No, por favor... —le supliqué aterrorizada. Pero su respuesta fue
veloz. Se volvió a acercar a mi rostro, y de una forma muy tierna y gentil, me
dijo...

—No voy a hacer nada que vos no quieras, princesa. Lo que voy a hacer ahora es
lo mismo que hicimos anoche, ¿te acordás? Voy a poner mi pene entre tus piernas
y vos lo único que tenés que hacer es apretarlas muy fuerte, ¿está bien? —
concluyó. Esa amabilidad y esa calma con la que me hablaba, era la que conseguía
que me sintiera súper cómoda entre sus brazos. Supongo que por ese motivo
había llegado tan lejos con él...

—Vale...

Hice lo que me pidió. Recostada en el sofá, cerré mis piernas con toda la fuerza
que tenía en ese momento, él las apoyó en uno de sus hombros, y empezó a
moverse a una velocidad moderada. Poco a poco volvió a apoderarse de mí la
excitación que había disminuido debido al orgasmo y al susto que me había
ocasionado el accionar de Alejo, y, lentamente, comencé a gemir de nuevo.

—¿Estás bien? —me preguntó sin dejar de moverse.

—Sí... No pares...

Y no lo hizo, continuó empujando a gran velocidad, provocando en mi cuerpo esas


sensaciones que sólo había conocido con él. Otra vez ya no contenía mi voz,
jadeaba y gritaba mientras su pene no dejaba de rozarse con mi vagina. Él fue
cambiando la postura y acariciando diversas partes de mi cuerpo. Cuando se cansó
de la posición inicial, me cogió de las piernas y me colocó de lado, así pudo
agacharse un poco sobre sí mismo para poder besarme. Luego me hizo ponerme
boca a abajo y con el culito en pompa, y siguió la masturbación mientras se
aferraba con mucha fuerza a mis pechos. Finalmente volvimos a la posición inicial
y fue entonces cuando llegó mi segundo orgasmo.

—Aaaah, aaaah... ¡Alejo! —grité sin contenerme una pizca.

—Disfrutá, princesa, te merecés esto y mucho más.

Fueron esas palabras el detonante para hacerme dar cuenta de que ese era el
momento. Cuando terminé de retorcerme por el orgasmo, me incorporé con una
destreza que me sorprendió. Empujé a Alejo para que cayera de espaldas sobre el
sofá y me coloqué entre sus piernas quedando justo delante de su miembro.
Comencé a masturbarlo mientras él me miraba ansioso, como esperando que diera
el paso de una vez. Sí, ese paso que me había negado a dar la noche anterior. Ese
paso que no sabía lo que era hasta ese preciso instante.

"Es ahora o nunca, Rocío..."

Sin dejar de masturbarlo, miré a Alejo fijamente a los ojos durante unos segundos,
y tras ver como una sonrisa se iba formando en su rostro, acercé mis labios a su
miembro y, poco a poco, me lo fui metiendo en la boca.

—Despacito, Ro, no te apures —me dijo con amabilidad.

Era la primera felación que hacía en mi vida, no tenía ni idea de si había una forma
de hacerlo bien. Pero eso no me importaba, yo iba a poner todo de mi parte para
intentar darle el placer que mi acompañante se había ganado. Tampoco sabía si
iba a poder con todo, porque era demasiado grande. Al primer intento entró
mucho menos de la mitad, pero con un poquito de esfuerzo pude engullir un poco
más. Cuando quería forzar y tragarme más de esa cantidad, me daban arcadas y
tenía que detenerme.

—No te fuerces, linda, no es necesario que te la metas entera. Es importante que


uses mucho tu lengua. Ah, y poné la mano donde no lleguen tus labios.

No le hice mucho caso y seguí a mi ritmo. Más de la mitad de ese trozo de carne
entraba y salía de mi boca a gran velocidad. Era demasiado grueso, por eso no
hacía falta que me dijera que tenía que usar la lengua, porque no quedaba ningún
rendijo en mi boca para ocultarla. En un momento, quise volver a intentar tragar
un poquito más, así que, apoyando ambas manos en sus muslos, fui bajando la
cabeza hasta que en mi boca quedó enterrado más de tres cuartos de él. Aguanté
las arcadas como pude y estuve así unos cinco segundos. Luego mi cabeza salió
disparada para atrás y Alejo se rió. Mi cara estaba llena de lágrimas y muchos
mocos colgaban de mi boca. Estaba completamente desatada. Volví a metérmela
en la boca y esta vez sí que me ayudé de la mano para acelerar la masturbación.

—Voy a acabar, Rocío —dijo de pronto Alejo incorporándose y sacándome el pene


de la boca.
—No, espera, por favor —le dije fuera de mí. Debía estar irreconocible en ese
momento.

Entonces se puso de pie en el sofá, y yo me acerqué a él para volver a chupárselo.


No me lo impidió. Agarré su pene con la mano y lo empecé a masturbar mientras
saboreaba su glande -y un poco más- con la lengua. De repente, Alejo me agarró
con fuerza la cabeza y empezó a penetrarme la boca como si fuera una vagina. Me
sorprendí, pero no hice nada por liberarme, estaba demasiado extasiada como
para decirle que se detuviera.

—Me vengo... Rocío... no puedo más... —me anunció mientras echaba la cabeza
para atrás y aumentaba el ritmo del metesaca.

Por primera vez en toda la noche, tuve un momento de cordura y me libré de él.
No estaba dispuesta a que culminara dentro de mi boca. Pero tampoco lo iba a
dejar así. Lo hice bajar del sofá y lo seguí masturbando para que terminara en el
suelo. Pero cuando ya estaba a punto, me agarró la cara con su mano izquierda, y
eyaculó en mi cara. Varios chorros dieron de lleno contra mi nariz y contra mis
labios, también manchó mi pelo y un poco fue a parar a mi ojo derecho.

—Ohhhh... Rocío... Sos la mejor, en serio...

Había ido demasiado lejos. Me puse de pie furiosa, y cuando iba a recriminarle lo
que había hecho...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Roooo! ¡Abre! ¡¿Estás bien?! ¡Abre la puerta!

Era Noelia y el momento no podía ser peor. Estaba desnuda con la cara llena de
semen, Alejo de pie a mi lado también desnudo, los vidrios del ventanal estaban
empañados, y como si todo eso no fuera suficiente, el salón estaba apestado con
un olor a sexo que echaba para atrás.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Rocío! ¡¿Estás ahí?!

Las decisiones de Rocío - Parte 7.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Rocío.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Rocío! ¡¿Estás ahí?! —insistió. Sentía que me iba a dar un ataque al corazón de
un momento a otro.
—Alejo, escóndete rápido —le susurré con ímpetu. Pero el tío, lejos de hacerme
caso, se tumbó en el sofá y se despatarró. Parecía que no se había dado cuenta de
la gravedad de la situación.

—Rocío... ¿Sos boluda o te hacés? —dijo mientras me miraba como si le estuviera


intentando tomar el pelo yo a él—. Hay una baranda a sexo que da miedo acá
adentro. Si hacés pasar a tu hermana, va a sospechar enseguida. Despachala
rápido y seguimos con lo nuestro.

—¿Que la despache? ¿Que sigamos con lo nuestro? Vete de aquí ya mismo antes
de que te tire algo en la cabeza —le respondí con los dientes apretados. El timbre
no dejaba de sonar.

—Está bien. No te enojes —dijo levantándose y recogiendo su ropa—. Ah, y no te


olvides de... —añadió e hizo un gesto como si estuviera limpiándose la comisura
de los labios. Pero ante la mirada asesina que le lancé, salió corriendo a su cuarto.

—¡Ya voy, Noe! —me apresuré a responderle.

—¿Qué pasa que no abres? ¿Estás bien?

—Dame 5 minutos, por favor —fue lo último que dije antes de salir disparada para
el baño.

Me metí en la bañera, abrí la ducha y dejé que el agua cayera sobre mí un buen
rato, y todo esto haciendo uso de la poca concentración que me quedaba para no
caerme. Quizás el alcohol no afectaba tanto a mi raciocinio, pero si a mi
estabilidad corporal, porque estaba mareada y me costaba dar dos pasos seguidos
sin tambalearme un poco. Y pensando en eso fue como me iluminé. Mientras me
apoyaba en los azulejos para no caerme, se me ocurrió la excusa perfecta para no
tener que abrirle la puerta a Noelia.

—Ya estoy. Perdón, Noe, pero tenía que darme una duchita rápida sí o sí —dije
abriendo la puerta con la trabilla puesta.

—¿Qué haces? ¡Ábreme la puerta! —me respondió enfadada.

—No puedo, Noe, tengo todo muy desordenado —y entonces levanté la mano con
la botella de vodka vacía para que la viera.

—¿Has estado bebiendo, Rocío? ¿Y sola? —exclamó con sorpresa.

—Sí, y no empieces a exagerar, que fueron tres o cuatro sorbitos nada más, jiji.

—¿Tres o cuatro sor...? —se interrumpió a si misma y luego dio un largo suspiro—.
¿Puedes abrirme la puerta, por favor?

—Te he dicho que no te voy a abrir.


—¿Pero por qué no? ¿Qué has hecho, Rocío?

—No he hecho nada, ¿por qué estás tan histérica? —trataba de sonar lo más ebria
posible, y por el momento parecía estar saliéndome bien la tonadita. —¿Sabes
Doña Oriana? ¿La señora del piso de abajo? Me la acabo de encontrar mientras
subía las escaleras. Me dijo que escuchó gritos y que estuvo a punto de llamar a la
policía —dijo finalmente trantando de no elevar demasiado el tono de su voz. Mi
semblante cambió por un momento al oír eso, porque si me habían escuchado
desde el piso de abajo, entonces los vecinos de al lado...

—Vale, te lo voy a decir, he discutido con Benjamín por teléfono y he pegado


alguna que otra voz, sí. Pero nada de lo que tengas que preocuparte... —respondí
tratando de mantener la calma, todavía estaba pensando con qué cara iba a mirar
a los vecinos cuando me los cruzara por el edificio.

—Vaya... ¿Entonces es por eso que estás bebiendo? —me dio la sensación de que
su enfado se había convertido en lástima de un segundo a otro.

—Puede ser... Pero ya te digo, no tienes que preocuparte... Vete a la cama que
debes estar agotada.

—¿No quieres hablar del tema? Sabes que no me molesta escuch...

—¡Que no! ¡Noelia, vete a casa! —estallé al ver que no podía hacer que se fuera.
Mi hermana se quedó callada y mirándome con una expresión de asombro que no
sabía de qué manera tomarme.

—De acuerdo... —dijo después de un breve silencio—. Voy a dar por hecho que
todo esto es por culpa del alcohol. Mañana tengo turno partido, así que voy a venir
por la tarde a verte y me vas a contar qué coño te pasa. Buenas noches.

—Buenas noches...

Cerré la puerta, me di la vuelta y me deslicé por ella hasta quedar sentada en el


lugar. Desde ahí observaba los restos de la escena que acababa de tener lugar en
ese salón; el sofá movido de su sitio y con la mitad de su funda desacomodada,
mis diferentes prendas de vestir repartidas por el suelo, los vasos de plástico
volcados en la mesita de café... y una gran mancha de una sustancia blanca semi-
transparente que todavía no se había secado decorando el centro de todo.

No tenía intención de levantarme, ya había agotado lo que me quedaba de fuerzas


tratando de disimular delante de mi hermana. Cerré los ojos y me dispuse a
esperar a que el bueno de Morfeo hiciera su trabajo.

—Levantate, tarada. ¿Cómo te vas a quedar ahí? Dale, vamos —dijo Alejo de
pronto.

—No, déjame. Estoy enfadada contigo —respondí, aunque sin ánimos de iniciar
una discusión. Estaba ya totalmente off a esa altura de la noche.
—Está bien, enfadate conmigo, pero dejame llevarte a tu cama al menos. Yo me
quedo a limpiar todo acá.

—Me eyaculaste en la cara... —le reproché con la misma cara de póker.

—Bueno... —dijo riéndose—. Entiendo que hayas podido sentir un poco de asco,
pero es algo normal en una pareja.

—No somos una pareja.

—No, pero estamos haciendo todo esto por el bien de la tuya. ¿O me equivoco?

No le respondí. Me levanté yo sola, recogí toda mi ropa y me fui a mi habitación.


Una vez dentro, agarré a mi gata Luna y me abracé a ella hasta quedarme
dormida.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 08:40 hs. - Alejo.

—Hola, Ramón.

—¿Pichón?

—Sí, soy yo.

—Eres un puto insensato, muchacho. Me llamas al móvil sabiendo que me tienen


controlado.

—¿Y? El riesgo lo tomo yo. No creo que te hagan nada por recibir una llamada.

—Pero si me llamas y resulta que estoy vigilado en ese momento, no me quedaría


otra que entregarte. Y yo no quiero hacer eso, Pichón.

—Bueno, da lo mismo. Te llamo porque decidí darte un voto de confianza. Después


de todo fuiste vos el que más me apoyó cuando las cosas se torcieron.

—Me alegra oír eso. Pero a estas alturas no hay mucho en lo que te pueda
ayudar...

—Me podés ayudar y más de lo que te imaginás.

—¿Con qué? Date prisa.

—Mirá, ahora mismo estoy metido en algo que quizás me pueda salvar la cabeza.

—¿En qué te has metido?


—Eso no te importa una mierda. Resulta que a partir de mañana voy a tener que
empezar a moverme por la ciudad, y ahí es donde entrás vos.

—No pienso encontrarme contigo. Ni lo sueñes.

—No es eso. Dejame hablar, carajo. La data que me diste el otro día, lo de las
zonas vigiladas, ¿era verdad?

—Por supuesto que era verdad. Estaba intentando ayudarte.

—Bueno, voy a necesitar que me mandes informes detallados como ese todos los
días.

—No te preocupes, Pichón, ya no hay necesidad de eso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—El miércoles trincaron a Gary, uno de nuestros mejores repartidores. Creo que tú
lo conoces.

—Sí, me acuerdo de él. Era un buen pibe.

—Bueno, el "buen pibe" no aguantó la presión y se fue de la lengua. Delató a su


reclutador y le dio a la pasma las direcciones de diez pisos francos. Alejo, ¡diez
pisos francos!

—¿Y...?

—Los de arriba entraron en pánico y se volvieron para África hasta que se calmen
un poco las cosas. Nos dejaron la orden de que tengamos cautela y que no
hagamos nada que llame demasiado la atención hasta nuevo aviso.

—Es decir...

—Que ahora mismo es más importante cuidar el negocio que andar persiguiendo a
un pobre infeliz que debe dos monedas.

—¿Y entonces a qué mierda vino todo eso de que te tienen controlado y de que
soy un insensato y qué se yo?

—Vamos a ver, el negocio todavía sigue activo, y todos los putos días llegan mulas
llenas de mercancía. Los que se fueron son los cuatro o cinco de la cúpula,
nosotros los mindundis tenemos que seguir haciendo que esto continúe, sólo que
sin llamar la atención. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que lo único que cambió
fue el orden de prioridades. Que no te estén buscando no significa que no te vayan
a meter dos balazos en la nuca si te ven por la calle.

—Bueno, como sea, siguen siendo grandes noticias...


—Otra cosa; cuando las cosas se calmen, van a centrar todos sus esfuerzos en ir
en busca de Gary y toda su familia, lo que te va a dar unos cuantos días más de
tranquilidad. Yo que tú aprovecharía todo esto y me iría del...

—Escuchame una cosa, ¿todavía seguís en contacto con el tipo aquél que llevaba
ese local de alterne importantísimo en las afueras de la ciudad?

—¿Don Bou? Sí, es uno de nuestros mejores clientes.

—¿Te acordás que una vez de pasada me contaste que le hizo una oferta a una de
tus sobrinas?

—Sí... No lo eché a patadas ese día por el bien de nuestras relaciones con él y su
grupo, que si no... Mira que ofrecerle a una niña de 18 años ser prostituta de
lujo...

—¿Cómo era? ¿Él organizaba la reunión con el cliente y ella sólo tenía que ir y
abrirse de piernas?

—No te pases, Alejito...

—¡No se trata de tu sobrina, pelotudo! Respondeme a la pregunta.

—A ver... Se supone que el viejo reclutaba "jovencitas de bien" y las convertía en


putas de lujo. Ese día nos contó que sus clientes eran todos hombres de mucho
dinero y poder, y que pagaban verdaderas fortunas por pasar una noche con
chicas como ella... como mi sobrina. Nos dijo varias cosas más: que no teníamos
de qué preocuparnos, que él organizaba todo y que sus chicas recibían el pago a la
mañana siguiente y no recuerdo que más. Lógicamente le dijimos que no.

—¿Vos creés que me podrías conseguir el número de teléfono de ese tipo?

—Sin problemas, pero... Pichón, no me digas que...

—¿Y para cuándo lo tendrías?

—Lo debo tener en una de mis agendas. Es cuestión de buscar y...

—Bárbaro. En una hora te llamo. Tenémelo listo, por favor.

—Vale... pero...

—Gracias por todo, Ramón.

—Espe...

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 10:40 hs. - Rocío.


 

Diez y media pasadas de la mañana. Todavía estaba acostada con las tres mantas
tapándome hasta al cuello. Hacía más de una hora que estaba despierta. Cada
cinco minutos cogía el teléfono móvil y me quedaba mirándolo un rato esperando
esa llamada que no sabía a qué hora iba a llegar.

Mientras esperaba, pensaba en todos los sucesos que habían tenido lugar la noche
anterior. Ya se había vuelto algo habitual esa escena: yo tirada en la cama, boca
arriba, con la mirada perdida en el techo, comiéndome la cabeza analizando mis
actos más recientes. Aunque esa vez había algo diferente. Extrañamente, no
sentía ningún tipo de remordimiento. Los otros días las ganas de llorar y los nudos
en la garganta habían estado presentes, pero en ese precido instante, estaba tan
calmada y tranquila como si nada estuviera pasando. A ver, sí que me arrepentía
de algunas cosas que había hecho. Bueno, al menos de una en especial... Pero no
me sentía mal por el hecho en sí, sino por la vergüenza que me daba tener que
volver a enfrentar a Alejo luego de eso.

Y entonces pensé en eso por primera vez: ¿debía sentirme mal o no? Otro hombre
que no era Benjamín había visto mi cuerpo desnudo y también lo había tocado.
Ese mismo hombre había besado mis labios y me había practicado sexo oral. Ese
hombre había frotado sus partes con las mías y me había hecho llegar al climax en
reiteradas ocasiones. Y, para rematar todo, la primera felación de mi vida se la
había hecho a él, con eyaculación en mi cara incluida. La palabra "infidelidad"
empezaba a rondar en mi cabeza por primera vez desde que todo eso había
comenzado.

"Es todo por el bien de nuestra pareja. No le estoy siendo infiel a mi novio, estoy
practicando para convertirme en la mujer que él quiere que sea." Era lo que me
decía tratando de convencerme a mí misma. Pero no como excusa, ni como
justificación, creía fervientemente en ello. Tal vez no al principio, cuando Alejo se
ofreció para ayudarme de esa manera tan particular. No estaba del todo segura de
estar haciendo lo correcto cuando accedí, ni siquiera con las pruebas irrefutables
de que Benjamín me había estado mintiendo en la cara con lo del horario de su
trabajo. Todo cambió cuando lo descubrí tonteando con aquella mujer en plena
tarde. Presenciar esa escena fue lo que hizo que todas mis dudas se diluyeran. A
partir de ahí, supe que estaba siguiendo los pasos adecuados para poder recuperar
a mi novio definitivamente.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¡Buenos días, mi amor! —me saludó Benjamín con su entusiasmo habitual.

—Hola, Benja —respondí con desgana. A pesar de haber estado esperando ansiosa
esa llamada, no podía evitar ocultar lo enfadada que estaba con él.

—¿Qué tal estás? ¿Cómo has amanecido?

—Bien, supongo...
—Ah, jeje... Yo hoy he podido dormir unas cinco horitas. El cambio constante de
horarios me está matando...

—Imagínate a mí... —dije en voz baja.

—¿Qué? ¿Has dicho algo?

—No. Qué curioso, te noto bastante espabilado para haber dormido tan poco... —
dije mientras clavaba las uñas en el colchón. No podía creer que todavía siguiera
mintiéndome.

—El otro día me dijiste lo mismo, jeje. ¿Qué le voy a hacer, Ro? Soy una persona
muy enérgica —me volvió a responder con toda la cara dura.

—No me digas. ¿Cuándo piensas pasar por casa?

—Justamente por eso te llamaba. O sea, además de para saber cómo está mi
hermosa novia, y tal... jeje. Acabo de hablar con Raúl, mi compañero de los pisos.
Me ha dicho que tiene un apartamento libre en el centro y me ha pedido que
organice una entrevista con Alejo. Así que acordamos que lo haríamos hoy en
casa. Y ya de paso aprovecho para verte. ¿Qué te parece?

Tardé varios segundos en contestar. Acababa de darme cuenta de algo que había
estado ignorando por completo esos últimos días: Alejo no vivía en mi casa. Alejo
era un invitado que tarde o temprano iba a tener que irse. Benjamín me lo había
estado recordando en cada llamada, sobre su colega y los pisos que tenía en
alquiler, pero con el enfado y con todo lo que había pasado, como que no le había
hecho mucho caso cuando había sacado el tema. Pero, finalmente, el día había
llegado.

—¿Rocío?

—Ah... No... Sí... Perdón. ¿A qué hora vas a venir? —respondí todavía medio
shockeada.

—Pues... hoy vamos a estar toda la tarde y casi toda la noche en la oficina... Qué
te parece a las... ¿A las siete te viene bien?

—De acuerdo...

—Bien, entonces. Te tengo que dejar, mi amor, que quiero dejar listas algunas
cosas para esta tarde. No te das una idea de la cantidad de trabajo que tenemos.

—Sí, debes estar muy ocupado...

—Antes de ir para casa te llamo de nuevo. No sabes las ganas que tengo de verte.
—Vale. No te sobre esfuerces —dije con preocupación verdadera. No podía evitar
caer en la dulzura de sus palabras, aún sabiendo que no eran más que puras
mentiras.

—Ya falta menos para que todo esto termine. Te amo demasiado, mi amor.

—Yo también te amo... —respondí con poca efusividad.

—Nos vemos a las siete. Adiós, mi reina.

—Adiós.

Cuando colgamos, me volví a recostar en la cama. Y me puse a pensar: ¿Hasta


cuándo pensaba Benjamín seguir con esa farsa? ¿Por qué no se ponía los
pantalones de una vez y me decía lo que quería realmente? Me hacía demasiado
daño hablar con él sabiendo que todas las cosas que me decía eran falsedades.

—¡Alejo! —recordé de pronto. Ya había llegado el viernes, y Benjamín me había


confirmado que ya tenía vivienda para él. Era lo que habíamos acordado, que
dejaríamos que se quedara unos días hasta que se recuperase de sus heridas.
También para darle tiempo a que se calmaran un poco las circunstancias que lo
rodeaban.

Una mezcla de sensaciones que no sabía cómo demonios interpretar me invadió.


Alejo se había convertido en un importante sustento emocional en esos días de mi
vida. También era el que me había abierto los ojos. El que me había hecho darme
cuenta de los engaños de Benjamín. Y era él el que me estaba ayudando a
sobrellevar esa situación tan difícil. Sentía una gran gratitud hacia él. No me
parecía que ese fuese el momento más adecuado para separarlo de mi lado. Pero,
por otro lado, pensaba que quizás eso sería lo mejor para él. Desde que había
llegado a casa, yo no había dejado de darle disgustos: primero con los dolorosos
recuerdos del pasado, y después envolviéndolo en mis estúpidos problemas de cría
consentida.

Sea como fuere, ya estaba todo hablado y ya no había ninguna razón para que
Benjamín permitiera que Alejo se quedase en casa. Me gustara o no, así eran las
cosas y tenía que asumirlo. Además, por fin había conseguido trabajo y eso haría
que pudiera mantener la mente ocupada. Sobre las prácticas... creo que ya había
aprendido todo lo que tenía que prender. Ya me abría con total naturalidad, y las
últimas veces no había sentido ni un ápice de vergüenza.

Me levanté de la cama y fui a darme una ducha. Quería sentarme con Alejo y
hablar con él sobre el tema. Él había hecho mucho por mí, y lo mínimo que yo
podía hacer por él era interesarme por su futuro.

Salí del cuarto de baño y fui directamente al salón a ver si estaba allí. Y como
siempre, ya se encontraba levantado, desayunado y preparado para afrontar el
día. No sabía cómo lo hacía, mucho menos lo entendía, ya que él se solía dormir a
la misma hora que yo, o quién sabe si más tarde. Pero, una vez más, ahí estaba él
despierto mucho antes que yo. Igual, quizás estaba exagerando, porque eran casi
las once y media de la mañana, horario más que razonable para ya estar
levantado.

—Buenos días —lo saludé con una sonrisa. No me respondió. Se quedó mirándome
fijamente un rato largo y luego se levantó—. ¿Qué pasa? —le respondí extrañada
al ver que se dirigía hacia mí a paso rápido. Tampoco respondió. Yo no me moví ni
un milímetro. Cuando llegó a mi posición, me tomó de la cintura y me apretó
contra él. Cuando sentí su mano fría en la espalda, me di cuenta de todo. Había
salido del baño con solamente la ropa interior puesta, y al verme, Alejo
probablemente había malentendido las cosas. No lo había hecho con ningun
intención rara, es sólo que estaba acostumbrada a andar así por casa por las
mañanas cuando Benjamín solamente trabajaba de tarde.

—Sos hermosa... —dijo sin dejar de mirarme.

—Alejo... No... Esper un mom... —pero no me dejó continuar. Me plantó un beso


en la boca que me desarmó por completo. Quizás podía oponer resistencia a
muchas cosas, pero, hasta el momento, todavía no había podido rechazarle ni un
solo beso.

Puse mi mano en su cuello y correspondí a su maniobra. Comenzó a acariciar mi


cuerpo, centrándose en mis senos, y me fue guiando lentamente hasta el sofá. Allí
mismo me recostó boca arriba y siguió besándome sin dejar de tocarme. Muy
despacio fue descendiendo por mi cuello lamiendo cada centímetro de piel que se
encontraba. Mientras tanto, su mano derecha desabrochaba mi parte de arriba con
una habilidad que ya no me sorprendía. Me liberó del sujetador y, sin perder ni un
segundo, llevó su boca a uno de mis pechos. Succionaba el pezón con ansias, con
glotonería, como queriéndomelo arrancar de la piel. Me dolía un poco, pero yo ya
estaba en un nivel de excitación demasiado alto como para reprocharle nada.
Siguió entreteniéndose con mi seno un largo rato. En ese lapso, su mano ya había
comenzado a explorarme allí abajo. Qué maestría, qué oficio que tenía ese hombre
para hacerme disfrutar. Sólo estaba usando dos dedos, pero era suficiente para
hacerme temblar del placer.

—¿Estás bien? —me preguntó. Al parece mis quejidos le habían dado la impresión
de que algo me dolía.

—Estoy bien. Sigue... por favor —respondí con la voz temblorosa.

—Tengo una idea mejor —dijo mientras descendía un poco más sobre mi cuerpo.
Se detuvo a la altura de mi ingle, y lo siguiente que hizo fue separar mis piernas
para colocarse entre ellas. Movió mi braguita para un costado y se dispuso a lamer
la zona más íntima de mi cuerpo. Cuando introdujo dos dedos y centró los
movimientos de su lengua en mi clítoris, mi mente se trasladó a otra dimensión
arrastrando a mi cuerpo con ella. Me succionaba con ganas y sus dedos no
dejaban de moverse.

—¡Alejo! ¡Alejo! —gritaba descontrolada. No hacía ni medio día que mi hermana


me había advertido que mis vecinos escuchaban todo, pero en ese momento, me
importaba muy poco lo que pudieran pensar de mí esa gente con la que tenía cero
trato.

Entonces, Alejo introdujo un tercer dedo y aceleró el movimiento en círculos de su


lengua. Yo ya estaba en mi límite. Mis fluidos ya inundaban su boca y mi cuerpo ya
empezaba a adoptar posturas que ni yo sabía que era capaz de hacer.

—¡Ale! ¡Alejoooooooooo! —exploté bajo un grito que seguramente se escuchó


hasta en la calle de en frente. Era el primer orgasmo de mi vida estando
completamente sobria.

Me dio unos últimos besitos en la zona, y luego se recostó a mi lado en el sofá,


donde de lado cabíamos los dos perfectamente. Me acariciaba la cara y, cada
tanto, el cabello. También me susurraba cosas bonitas al oído. Todo esto mientras
yo me recuperaba. Yo no había buscado esa situación, había surgido por un
malentendido de Alejo, pero lo cierto es que no estaba para nada disconforme con
lo que acababa de ocurrir. Y así lo demostré girándome sobre mí misma para
besarlo. Mientras lo hacía, me percaté de que había algo que estaba haciendo una
presión excesiva contra mi muslo, y fue ahí cuando tomé la decisión de devolverle
el favor a mi amigo.

—Ahora te toca a ti disfrutar —le dije poniendo mi mano en su entrepierna.

—Vamos a ver cuánto aprendiste —respondió él ayudándome a desabrochar su


pantalón.

Se levantó y se quitó toda la ropa, quedando desnudo al igual que yo. Luego se
sentó a mi lado y puso a mi disposición su miembro que ya estaba completamente
erecto. Lo sujeté con mi mano izquierda y comencé a masturbarlo imprimiendo la
misma fuerza y llevando el mismo ritmo que él me había enseñado la otra noche;
primero despacio y aumentando la velocidad a medida que iba tomando más
confianza. Yo era diestra, me costaba el doble usar la otra mano, pero esa era la
posición en la que estábamos y no quería perder el tiempo recolocándonos. A la
vez que lo hacía, no perdía detalle de su cara. Quería saber en todo momento si lo
estaba haciendo bien o no. Buscaba adivinar en sus gestos los resultados de mi
maniobra. Después de todo, quería devolverle el "favor" que acababa de hacerme
minutos atrás, y esta vez quería hacerlo bien. Cuando se dio cuenta que yo lo
observaba, inclinó su cuerpo un poco para adelante y me besó otra vez. Era
increíble la pasión que emanaban esos besos. Nos comíamos la boca casi
literalmente. Nuestras lenguas jugueteaban entre ellas y nuestros labios trataban
de abarcar lo máximo posible de la boca del otro. Parecía que no íbamos a poder
despegarnos nunca.

—Rocío —dijo de pronto—. ¿Podrías chupármela otra vez? —y volvió a besarme.


Parecía que no tenía prisa por obtener una respuesta.

—No sé... No... lo sé... —respondí alternando besos con palabras.

—Por favor...
—No quiero que vuelvas a venirte en mi cara...

—Eso no va a volver a suceder, te lo juro...

—No sé... —dije haciéndome de rogar un poco. Mi mano no dejaba de moverse.

—Dale, Ro, anoche estuviste espectacular. Vas a ver que cuando se lo hagas a
Benjamín, ya no te lo vas a poder sacar de encima nunca más...

"Benjamín...". El nombre de mi novio retumbó varias veces dentro de mi cabeza


luego de que Alejo lo pronunciara. Nuevamente me shockeé. Increíblemente, no
había pensado en él hasta que lo mencionó. Se suponía que estaba haciendo esas
cosas por el bien de mi relación con Benjamín, pero esa mañana no lo había tenido
en cuenta en ningún momento.

"¿Qué me está pasando?", "¿por qué estoy disfrutando tanto de esto?" Eran


algunas de las preguntas que me hacía en ese preciso instante. ¿Cómo iba a
justificar esas cosas si en el momento en el que las hacía ni me acordaba de la
causa por la que las hacía? Necesitaba una respuesta y rápido para todas esas
dudas.

Me detuve en seco. Dejé de masturbarlo y me volví a sentar. Alejo se quedó


mirándome un rato extrañado, hasta que, aparentemente, cayó en que no debería
haber mencionado a Benjamín en un momento así. No dijo nada, pero se levantó
con la intención de recoger su ropa y dejar las cosas de esa manera.

—¡No! —exclamé. Lo hice de forma espontánea. Estaba grogui de verdad, pero


algo me había hecho detenerlo de esa manera. Sujetándolo de la mano tiré de él
hacia mi lado para que volviera a sentarse—. Espera, no te vayas...

Nos quedamos en silencio un rato. Yo pensaba y pensaba, pero en vano. Me


arrepentí enseguida de haber detenido a Alejo. Ni siquiera sabía por qué lo había
hecho. Pensaba en Benjamín, y todo, pero absolutamente todo, me decía que
dejara de hacer inmediatamente lo que estaba haciendo y terminara de una vez
con esa relación rara que tenía con mi amigo de la infancia.

—¿Rocío? —me llamó mi acompañante. Su mirada derrochaba incertidumbre. Me


observaba entre extrañado y preocupado.

"¿Qué estoy haciendo?". Me pregunté de nuevo. Otra vez estaba causándole


problemas a Alejo. Otra vez estaba involucrándolo en mis problemas. Como si no
tuviese suficiente con lo suyo. Miraba como me miraba, y lo único que podía sentir
era vergüenza. Benjamín era importante, sí, pero nada justificaba que estuviera
jugando de esa manera con una persona que lo único que quería era ayudarme.

Entonces tomé una decisión. Tenía que dejar de poner mis necesidades siempre
por encima de las de los demás. Además, ya le había traído demasiados dolores de
cabeza a Alejo como para también añadir esto a la lista. Tenía que hacer mis líos
mentales a un lado por una vez en mi vida.
—Te he dicho que ahora te toca a ti disfrutar —le dije con toda la decisión del
mundo.

Volví a cogerle el miembro, que todavía seguía duro como una estaca, y reanudé
la masturbación. Me había enfriado un poco, y supongo que él también. El haber
mencionado a Benjamín había arruinado el momento. Yo quería con todas mis
fuerzas que Alejo tuviera el final que se merecía, pero ya no era lo mismo, ya no lo
hacía porque quisiera, lo hacía por mera obligación. Fue por eso que el ambiente
se volvió tenso e incómodo. Él parecía haberse dado cuenta también, y no insistió
más con lo de la felación, simplemente echó la cabeza para atrás y esperó a que
su momento llegara.

Lo masturbé con fiereza hasta que, avisándome él con bastante antelación,


conseguí que eyaculara. Puse la mano que tenía libre sobre la cabeza de su pene,
e hice que toda su carga fuera a parar a mi palma. Ni Alejo ni yo dijimos nada. Ni
siquiera intercambiamos una mísera mirada. Los otros días me había dicho cosas
bonitas al terminar, o se había preocupado por mí y me había ayudado a
acomodar todo. Pero esa vez no, ni un mísero gesto. Lo noté seco y quizás
enfadado. Una vez más las cosas me volvían a salir mal.

Recogí mi ropa interior con la mano que tenía limpia, y me dirigí al baño para
darme una nueva ducha. Mi hermana iba a venir a casa más tarde, y no quería
apestar a sudor, ni a ningún otro tipo de fluido corporal cuando la recibiera.

Cuando terminé de ducharme, recordé que todavía tenía que decirle a Alejo lo de
la reunión de esa noche. No sabía cómo iba a hacerlo, cómo iba a hablarle, pero
era algo que tenía que hacer sí o sí. Así que, después de pasar por mi habitación
para vestirme, me armé con todo el valor que pude, y fui a buscarlo al salón.

—Ale —lo llamé. Estaba sentado leyendo en una de las sillas de la mesa, que
funcionaba también como división entre el salón y la cocina.

—¿Qué pasa? —respondió serio y sin mirarme.

—Hoy es viernes.

—Sí. ¿Y? —volvió a responderme sin devolverme la mirada.

—Lo de el piso al que vas a ir a vivir, ¿te acuerdas? Bueno, al que supuestamente
vas a ir. Antes hablé con Benjamín, y me ha dicho que programó una entrevista
hoy contigo y con su compañero para hablen del tema.

—Ah, bueno. Está bien, gracias. ¿A qué hora es y dónde tengo que ir? —dijo
poniéndome por fin un poco de atención.

—¡No, no! Ellos vienen aquí a las siete. Tú no te preocupes por eso.

—Bueno —concluyó antes de volver a darse la vuelta y darme la espalda.


No me gustaba nada que me tratara de esa forma. No sé si me lo merecía o no,
pero no me gustaba nada. ¿Por qué razón? No lo sé. Pero estaba empezando a
angustiarme por esa indiferencia que me estaba mostrando.

—Ale... —volví a llamarlo.

—¿Qué pasa? —respondió igual que antes.

—¿Estás enfadado?

—¿Yo? No, ¿por qué? —pero seguía sin mirarme.

—¡Que me mires cuando te hablo! —estallé.

—Me parece que la única que está enfadada acá sos vos —me dijo dándose por fin
la vuelta.

—Quiero que hablemos, Alejo.

—¿De qué querés hablar? —ahora sí que me ponía atención, aunque no por
voluntad propia.

—De... nosotros —titubeé.

—Te escucho.

—No, no me escuches, sólo quiero que me digas lo que está pasando aquí.

—No sé, decime vos. ¿Hay algo mal?—se desentendió del asunto. Cada vez que
me respondía de esa manera, me hacía pensar si en realidad eran todas paranoias
mías.

—Alejo, ¿por qué estoy disfrutando tanto esto que estamos haciendo? Yo no tengo
ninguna duda de que todo lo hago por Benjamín, pero es que... mientras
estamos... practicando... —intentaba sincerarme con él, necesitaba respuestas
urgentemente.

—¿Te lo pasás bien y te olvidás de todo? —respondió. Y ante mi mirada de


asombro, rió—. Es normal, Rocío. Ya no sólo estás aprendiendo a perder la
vergüenza, también estás aprendiendo a ser mujer.

"¿Aprendiendo a ser mujer?". Era cierto que con él había conocido sensaciones
absolutamente nuevas. Él me había enseñado a disfrutar como mujer, sí. Antes, ni
siquiera sabía lo que era un orgasmo. Lo que había descubierto con Alejo era un
mundo completamente distinto, ni de cerca se podía asemejar a lo poco que ya
conocía. Pero... ¿justificaba todo eso que me olvidara de Benjamín? ¿Que perdiera
de vista mi verdadero objetivo cuando "practicaba" con Alejo?
—Quedate tranquila. Si no disfrutaras lo que estamos haciendo, entonces sería
todo en vano, ¿no te parece?

—Sí, pero...

—Tenés que tener en cuenta que cuando hacemos lo que hacemos, tu mente se
traslada a otro lugar. A un lugar donde no hay cabida para nada más que el placer.

—Ya, pero...

—Sí, sí. Benjamín, ¿no? Dejá de hacerte drama por eso. Acá está la muestra de
que te preocupás por él y de que lo tenés en consideración en todo momento.

—¿Eh?

—Se te nota en la cara, Ro, estás muerta de vergüenza. Sé que te da más


vergüenza hablar del hecho, que el hecho en sí. Pero acá estás, poniendo la cara y
tragándote la vergüenza para aclarar las cosas conmigo. ¿Y todo por qué? Porque
Benjamín es tu prioridad número uno. ¿Qué más pruebas necesitás?

Esas últimas palabras me iluminaron. Claro, eso era. Si no hubiese estado


preocupada por Benjamín, esa mañana no me habría detenido al escuchar su
nombre. Habría continuado de todas formas, y seguramente hubiese hecho lo que
me había pedido. Pero no, no lo hice.

—¿Tú crees? —pregunté mientras me limpiaba algunas lágrimas. Lágrimas de


felicidad.

—Por supuesto, boluda. Vení, vení que te abrazo. No me gusta verte llorar, ¿cómo
mierda te lo tengo que decir? —dijo haciendo señas para que fuera con él. Y así lo
hice. Fui hacia donde estaba sentado y me abalancé sobre él lagrimeando como
una niña pequeña—. Sos una campeona, Ro. No cualquiera sería capaz de soportar
lo que vos estás soportando. La mayoría se rendiría a las primeras de cambio.

—Gracias, Ale. No sé qué es lo que hubiera hecho si no hubieses estado a mi lado


toda esta semana —dije con la cara apoyada en su hombro. Las lágrimas no
paraban de caer.

—A ver, mostrame esa sonrisa tan hermosa que tenés —me pidió alzando mi
rostro con suma delicadeza. Le dediqué la mejor sonrisa que me salió y volví a
abrazarlo. Me sentía realmente agradecida hacia él.

—Te quiero mucho —dije de pronto. Me salió del alma, no lo pude contener. No
era la primera vez que se lo día, en nuestros tiempos de instituto solía decírselo
siempre, y él siempre me respondía...

—Yo también te quiero, boluda.


Estuvimos así abrazados por más de un minuto. El silencio se había adueñado del
salón. Ninguno de los dos quería soltar al otro.

—¿Por qué te has enfadado conmigo? —pregunté finalmente sin levantarme de su


regazo.

—¿Otra vez con eso? No estaba enfadado con vos... En fin, esperame acá un
segundo —se levantó y fue a buscar algo a la habitación donde él dormía. Volvió
enseguida sujetando un par de zapatillas—. Tomá, olé esto —dijo mientras me las
ofrecía.

—¿Qué? Qué asco, no.

—¿No querías saber por qué estoy enfadado? ¡Tomá y olé! —insistió. Con mucha
fuerza de voluntad y con el asco reflejado en mi cara, acerqué una de las zapatillas
a mi nariz y...

—¡Ayyy! Esto es... ¡La gata te meó las zapatillas! ¡JAJAJAJA! —me empecé a partir
de la risa mientras él me quitaba el calzado de un manotazo.

—Sí, vos reíte, pelotuda de mierda. Son mis mejores llantas, y el olor a meo de
gato no lo saca ni un hechizero galo.

—¡JAJAJAJAJA!

—Lo peor es que no es la primera vez. El otro día dejé colgada una camisa en el
balcón y cuando la fui a buscar ya no estaba. ¿Sabés dónde está ahora? En el pico
del árbol de abajo. ¿A que no sabés quién tenía el broche con la que la había
agarrado?

—¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA! —no podía parar de reírme. Me estaba retorciendo en la


silla. Lo más gracioso era que el enfado de Alejo era más falso que la carita de
gatita buena de Luna. Y quedó demostrado al empezar él también a reírse.
Terminamos ambos riéndonos a carcajadas mientras Luna nos miraba desde el
pasillo.

Entre tanta risa y tanto llanto, se me había pasado la hora. Ya eran casi las dos de
la tarde y todavía no habíamos comido, y seguramente mi hermana no iba a tardar
en llegar.

—Ay, dios santo. Hacía mucho que no me reía tanto... Pero bueno, vamos a comer
algo rápido, que tengo cosas que hacer más tarde —dije tratando de no perder
más tiempo.

—Dale. Preparo dos boludeces y comemos.

—De acuerdo.
Alejo preparó una sopita de verduras típica de no sé qué país raro de Asia (o al
menos intentó que se le pareciera, ya que no teníamos todos los ingredientes
necesarios), comimos bastante rápido y recogimos todo también a la misma
velocidad. Cuando terminamos, nos sentamos en el sofá y pusimos un poco de
televisión.

—Por cierto, ¿qué tenés que hacer? —me preguntó, rompiendo el silencio.

—Va a venir Noe en un rato.

—Ah.

—Ale... Me da costa tener que decírtelo así, pero... no quiero que te vea.

—¿Quién? ¿Tu hermana?

—Sí...

—Ah, no te preocupes por eso, igual ahora iba a salir.

—¿Salir? ¿Adónde? Ten cuidado, Alejo, por favor.

—Tranquila, no voy a ir muy lejos.

—No tienes por qué irte, en serio, con que te quedes en tu habitación sin hacer
ruido...

—Y con una manzana en la boca y atado al respaldar de la cama, ¿no?

—No quise decir eso...

—¡Jajajaja! Es broma, boluda. En serio, tengo un trabajito que hacer. Necesito el


dinero.

—Bueno... Pero ten cuidado, en serio te lo digo. ¿Cuándo te vas?

—Iba a esperar un rato más, pero si va a venir tu hermana, mejor aprovecho y me


voy ahora.

—Ah. ¿Y de qué es ese trabajito?

—Oh, bueno. De esto... y lo otro...

—¿De esto y lo otro?

—Es que no sé lo que voy a hacer, la verdad. Yo voy, hablo con un señor, y ese
señor me dice a dónde tengo que ir.

—Ah, vale.
—Bueno, me voy a preparar.

Fue un alivio que no se lo tomara mal, había estado pensando durante todo el
almuerzo cómo decírselo, tenía miedo de que no lo entendiera y se enfadara
conmigo. Pero al final todo salió bien, por suerte. No quería ni pensar en lo que
podía ocurrir si mi hermana se enteraba que Alejo estaba viviendo en nuestra
casa.

—Vuelvo antes de las siete —dijo cargándose la mochila y yéndose a la puerta.

—Está bien. Cuídate, Ale, porf... —pero me interrumpí a mí misma cuando lo vi—.
Vaya, Ale, no te había visto nunca vestido así.

—Bueno... Voy a trabajar, tengo que estar presentable, je. Y en serio, boluda, no
te preocupés, voy a estar bien.

—Es que me sabe mal, siento que te vas por mi culpa...

—¡Que no! Me voy porque tengo cosas que hacer. Llevo muchos días vagueando,
tengo que empezar a moverme.

—Envíame un mensaje cuando llegues, así me quedo más tranquila.

—Bueno, dale.

Me levanté y fui hasta la puerta con él. Estaba muy elegante; se había puesto una
camisa a cuadros y un pantalón negro de traje. También tenía el pelo engominado
y cogido con una coleta. Me paré justo delante suyo y le acomodé las pocas
imperfecciones que quedaban en su vestimenta, tal y como solía hacer con
Benjamín.

—Menos mal que me puse gel, si no también te hubieses lengüeteado la mano


para acomodarme el pelo —dijo riéndose. Yo, en cambio, me ruboricé.

—Perdón, es que estoy acostumbrada a... ya sabes.

—No pasa nada, es más, me gusta que te preocupes por mí —contestó y se acercó
todavía más a mí. Yo sólo pude esbozar una pequeña sonrisa—. Así es como te
quiero ver, sonriendo todo el tiempo —me susurró al oído. Otra vez me hablaba de
esa manera, esa manera que conseguía hacerme sentir como la mujer más
especial del mundo. No sabría explicarlo, pero digamos que la calidez que me
transmitía Alejo cuando me trataba así, sólo se podía comparar a la de mis
mejores momentos con Benjamín. Fue por eso que acepté con todo el gusto del
mundo el beso que vino después de esas palabras. Nuestras caras se fueron
acercando lentamente hasta que nuestros labios inevitablemente se juntaron.
Fueron diez segundos de un beso suave y tierno, carente de cualquier connotación
sexual, un beso entre dos personas que se querían mucho y así querían hacérselo
saber la una a la otra—. Hasta luego, reina —se despidió al fin. Yo me quedé un
rato de pie en el lugar, sonriendo y feliz como nunca. Algo estaba empezando a
cambiar en mí.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Alejo.

—Buenas tardes, señorita, acabo de hablar con usted hace escasos cuarenta
minutos.

—¿El Sr. Alejo Fileppi?

—En efecto.

—De acuerdo, siga por ese pasillo y gire a la izquierda cuando vea la máquina de
café. El Sr. Bou está esperándolo.

—Muchas gracias.

"¡A la mierda! Es enorme este lugar", pensaba mientras seguía el camino que me
había indicado la recepcionista. Y sí, era demasiado grande si tenías en cuenta que
se trataba de las oficinas centrales de la empresa de un proxeneta. Aunque si te
ponías a pensar que también era una compañía que manejaba una cadena muy
importante de supermercados, además del bar de alterne más importante de la
ciudad, entonces le encontrabas sentido. "Bou&Jax" se llamaba, y el primero de
esos dos, era con el que estaba a punto de reunirme esa tarde.

—Adelante —dijo una voz gruesa al otro lado de la puerta.

—Con permiso —dije mientras pasaba. Bou estaba sentado en su silla detrás de un
escritorio de dimensiones considerables. El hombre tampoco se quedaba corto en
tamaño. Me hizo acordar al tío de Harry Potter, cosa que me provocó una mini
carcajada que pude disimular con un falso estornudo.

—Pasa, muchacho, pasa, y toma asiento —me ordenó señalándome una de las dos
sillas que estaban en frente de su enorme escritorio.

—Bueno, me imagino que mi socio ya le habrá comentado por qué quería reunirme
con usted hoy —comencé la charla una vez me había acomodado.

—Sé por lo que vienes, pero nada más que eso, tu socio no me ha dado ningún
tipo de detalle. Espero que no me vayas a hacer perder el tiempo, muchacho —me
dijo el gordo mientras encendía un habano.

—No es mi intención, Sr. Bou.


—Pues eso, vayamos al grano. Entonces, ¿qué tienes para ofrecerme? —preguntó.
Le sonreí confiadamente y luego abrí mi mochila, de la cual saqué un sobre que
coloqué en el centro de su mesa, dejándolo completamente a su disposición. El
gordo agarró el sobre y sacó las diez fotos que había adentro. Las fue mirando una
a una mientras me miraba de reojo con cierta desconfianza.

—¿Y? ¿Qué le parece? —pregunté tratando de mostrar seguridad. Pero no me hizo


caso y siguió mirando las fotografías. Yo no tenía ni la más puta idea de cómo
funcionaba ese negocio, pero si era tal cual me había dicho Ramón, entonces no
tenía por qué mierda salirme mal la jugada.

—Alejo te llamas, ¿no? —dijo por fin—. Sin duda alguna me has traído algo muy
bueno, pero quiero aclararte que yo no trabajo con chicas chantajeadas o
coaccionadas, mis chicas hacen esto por voluntad propia —me dijo el viejo
sinvergüenza. ¿Tanta cara de hijo de puta tenía yo como para que tuviera que
aclararme eso?

—Me ofende, Don Bou, yo no soy un criminal.

—Vamos, chico, conmigo no tienes que hacerte el inocente —dijo con una sonrisa
sarcástica—. Conozco muy bien a tus "asociados" y sé qué clase de personas son.

—No se confunda, Don Bou, mis asociados no tienen nada que ver en todo esto.
Ellos solamente se encargaron de que yo pudiera reunirme con usted, nada más.

—Mira, muchacho, yo no tengo ningún problema con tus asociados, pero sé cómo
les gusta manejarse. Así que si vienes a ofrecerme a una chica chantajeada o
coaccionada, yo...

—Mi chica no está siendo ni chanteajada, ni coaccionada, ni hipnotizada, ni nada


raro, quiere hacer esto por voluntad propia. Y por si se lo pregunta, mi chica no
tiene ningún tipo de discapacidad, ni mental, ni física. Le aclaro también que es
mayor de edad y que nació en este país. ¿Necesita saber algo más?

—Eres muy rápido, muchacho, me caes bien —hizo un breve silencio—. En fin, no
necesito saber nada más, quiero contar con tu chica. ¿Cuándo podría conocerla?

—Verá, resulta que ella está viviendo con su novio, y quiere hacer esto a
escondidas de él, por eso me gustaría poder contactar con usted directamente
cuando ella me de el aviso.

—Pues no sé qué decirte, chico. Comprenderás que soy una persona muy ocupada,
no puedo estar pendiente todo el día de tu llamada. Además, ¿cómo hará tu chica
cada vez que se presente un cliente? No sé, muchacho, bajo estas condiciones...
—el gordo se estaba poniendo pesadito.

—Quédese tranquilo, en dos semanas a más tardar, este pequeño inconveniente


estará resuelto. Luego, sus clientes podrán contar con ella cuando quieran, dentro
de un horario lógico, obviamente.
—En ese caso... —comenzó a analizar a la vez que le daba un par de caladas a su
puro—. La verdad es que la jovencita vale la pena la espera. Te voy a dar mi
número de teléfono personal y tú me llamas cuando lo hayas solucionado.

—Perfecto. Ahora hablemos de dinero. Yo tenía pensado...

—No —me interrumpió—. Tú no tenías pensado nada. Mira, déjame explicarte


cómo funcionan las cosas aquí; yo no trabajo con chulos, yo trabajo con las chicas.
Tú has venido hasta aquí para hablarme de una muchacha que está interesada en
trabajar de esto, así que tú sólo eres el intermediario entre ella y yo.

—Yo no soy su chulo, Don Bou, yo soy algo así como su representante.

—Como lo quieras llamar, pero no pienso hablar de dinero contigo. Tú me


organizas una reunión con la chica, y yo ya hablo con ella de trabajo y de dinero.
Ya luego si ella quiere darte una parte de lo que vaya a ganar, eso ya no me
conscierne.

—Entiendo que usted se maneje de esta forma, pero...

—Lo tomas o lo dejas.

—¿En serio está dispuesto a perder a esta belleza por no negociar conmigo?

—Vamos a ver, muchacho, no es que no quiera negociar contigo, lo hacemos de


esta manera para garantizarnos de que las chicas no están siendo obligadas a
prostituirse.

—No lo entiendo, la verdad. Hay miles de formas de obligar a una mujer a


prostituirse.

—Por eso hacemos una entrevista, si vemos que algo que no va bien, entonces la
rechazamos —me aclaró. Lo cierto es que las cosas no estaban yendo como yo me
esperaba, pero tenía que ir a todo o nada, era mi última esperanza para salvar mi
culo.

—Está bien, usted gana. Pero me gustaría que me diera un estimado de lo que
podría ganar mi chica con cada cliente.

—Precisamente eso ya depende de cada cliente. Lo único que te puedo decir es


que tu chica entraría en la categoría "gold", por lo que le tocarían los peces más
gordos.

—Bueno, supongo que eso es suficiente información. Estaré llamándolo dentro de


dos semanas, aproximadamente.

—Mejor que sea una —me retrucó enseguida.

—¿Eh? No sé si va a ser posible...


—Eso no es problema mío, muchacho. O me reúno con ella en una semana, o no
hay trato.

—En fin... De acuerdo, una semana.

—Lo esperaré ansioso. Esa chica puede llegar a ser una mina de oro, muchacho.

—Eso espero, Don Bou, eso espero.

—Oh, antes de irte, ¿cómo se llama la jovencita?

—Je... —reí—. Usted trabaja con las chicas, no con los chulos. Ya se enterará
cuando la conozca.

—JAJAJA —rió él todavía más fuerte— Creo que nos vamos a llevar bastante bien,
muchacho —y tras darle un último estrechón de manos, me fui a la mierda de ese
lugar.

Definitivamente, las cosas no habían salido del todo bien, es más, habían salido
como el culo. Pero no podía rendirme, era el último tren y no podía dejarlo
escapar.

—Voy a tener que acelerar un poco las cosas —me decía a mí mismo mientras me
subía en el taxi.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 14:20 hs. - Benjamín.

—Otra vez vuelves a hacer lo mismo.

—¿El qué?

—Ignorarme cuando te estoy hablando.

—¿Eres consciente de que estoy aquí contra de mi voluntad?

—Eso no es excusa. Eres muy maleducado.

—¿Yo maleducado?

—Que te esté chantajeando no significa que tengas que tratarme mal.

—Vaya espécimen eres.

Ahí estaba yo por segundo día consecutivo, cara a cara en una mesa almorzando
con la becaria en vez de estar pasando con Rocío mis pocas horas libres. Y de
nuevo me había llevado a ese bar que quedaba tan cerca de la cafetería donde
trabajaba Noelia. Me estaba jugando el encontrarme con ella, y a saber cómo
diablos resolvería el malentendido que seguramente se iba a generar. Con lo fácil
que hubiese sido ir a la San Mostaza.

—Oye, ¿en serio me odias tanto? —me preguntó de repente. Lo cierto es que el día
anterior me había propuesto tratarla bien, pero después de lo que había hecho en
el despacho del jefe, ya es que no sabía ni cómo debía dirigirme a ella. Es por eso
que trataba de mostrarle la indiferencia habitual.

—Yo no lo llamaría odio, pero es difícil apreciar a una persona que te amenaza con
hacer que te despidan si no haces lo que ella dice.

—¿Y no te has parado a pensar por qué lo hago? ¿No se te ha cruzado por la
mente que a lo mejor lo hago porque quiero pasar tiempo contigo?

—Pues...

—Lo que te dije ayer... lo dije de verdad —dijo entonces agarrándome el brazo que
tenía apoyado en la mesa.

—Tengo novia, Clara —fue lo único que me salió decirle.

—¿Y por eso no vas a tener otras amigas mujeres?

—Puedo tener todas las amigas que quiera, pero eso no es lo que tú dijiste ayer —
ya me estaba poniendo nervioso.

—Ah, ¿no? ¿Y entonces qué te dije? —se hizo la estúpida.

—Lo sabes muy bien. Deja de jugar conmigo, por favor —le respondí con toda la
seriedad que pude. La voz ya me temblaba un poco.

—Jajaja. Eres muy fácil de molestar, Benny, por eso me gustas tanto.

—Qué graciosa que eres, niña.

No era nada bueno eso que estaba pasando ahí. Esa niñata estaba empezando a
jugar conmigo como quería, y yo ya no sabía cuando hablaba en serio y cuando
quería fastidiarme. Pero de momento no podía librarme de ella, tenía que
apechugar y tragar lo que viniera. Perder el trabajo no era una opción.

—Y bueno, ¿entonces qué opinas de lo de Lourdes y Mauricio? —dijo rompiendo el


largo silencio que se había formado.

—Sigo creyendo que te equivocas.

—Benny, por favor, ¿qué más pruebas necesitas?


—Es que tú no los conoces, yo sí, ellos son como padre e hija... No entra en mi
cabeza cómo podrían...

—Eso es porque eres demasiado inocente.

—Tú hablas como si lo supieras todo, y todavía te falta beber mucha leche,
créeme.

—No me molestaría beberla si el que me la ofrece eres tú... —dijo otra vez en un
tono picarón y rozándome la mano con la punta de sus dedos.

—¿Puedes dejar de tomarme el pelo de una puta vez? —respondí ya enfadado.

—Esta vez no te estaba tomando el pelo... —dijo mordiéndose el labio inferior.

—¡Camarero! ¡La cuenta por favor!

—Jajajaja.

Llegamos a la empresa a eso de las tres. Todavía tenía que hablar con Alutti para
terminar de organizar la reunión que íbamos a tener ese mismo día en mi casa con
Alejo, y también tenía que dejar preparado todo el trabajo para cuando volviera ya
con la noche bien entrada.

Entramos en nuestra planta y no habíamos dado ni tres pasos cuando nos topamos
con Lulú.

—Benjamín, tengo que hablar contigo. A solas —me dijo muy seria.

—Bueno, Benny, luego hablamos —se despidió Clara no sin antes mirar con cierto
desdén a Lulú. Ésta no se quedó atrás y le devolvió una mirada con tintes
asesinos. Yo estaba más perdido que nunca.

—¿Qué te dije ayer? —me dijo apenas perdimos de vista a la becaria.

—¿Eh? ¿De qué hablas? —pregunté con sincero asombro.

—Te dije que te mantuvieras alejado de esa mujer —me reclamó enfadada.

—¿Pero qué dices? Hemos ido a comer algo, nada más.

—¡La gente podría malinterpretar eso! Más te vale que no se entere Mauricio.

—Vamos a ver, ¿te quieres tranquilizar? ¿Por qué diantres Mauricio se iba a
enfadar porque su becaria salga a tomar un café con un compañero? —entonces
me agarró del brazo bruscamente y me arrastró hasta el pasillo con ella.

—¿Puedes hacerme caso y no hacer preguntas? No quiero que termines en la


calle... Yo... no quiero... —me dijo sin soltarme pero esquivando la mirada.
—Lulú... Es que estoy perdido... Ayer parecía que estabas bromeando y hoy
parece que mi vida dependiera de ello... ¿Por qué no puedes decirme lo que está
pasando?

—¡Deja de hacerme preguntas y hazme caso! ¡Soy tu jefa! ¡Ahora ponte a


trabajar! —fue lo último que dijo antes de volver a meterse en las oficinas.

Me quedé de pie ahí en el pasillo, con cara de idiota y más desconcertado que
nunca. ¿Tan apegado estaba Mauricio a su becaria que no iba a dejar que nadie se
le acercara? Igual no me cuadraba que se fuera a enfadar conmigo, porque él
sabía que yo tenía novia y que la quería más que a nada en el mundo. ¿Serían
familiares? La verdad es que no entendía nada.

—Sabe que lo sé y tiene miedo—dijo Clara apoyándose junto a mí en la pared.

—¿Ahora también me espías? —dije en un tono irrisorio.

—Sabía que esto iba a pasar. Ahora representas una amenaza para su affaire
con... ya sabes.

—¿Una amenaza por qué? No le mencioné nada en ningún momento.

—Sabe que lo sé todo, y como ayer y hoy hemos pasado bastante tiempo juntos,
piensa que en algún momento me voy a ir de la lengua.

—No sé... Es todo demasiado raro...

—Quizás deberíamos dejar de vernos, porque si se entera de que lo sabes, o


incluso de que tienes una mínima sospecha...

—¿Qué? ¿Qué insinúas?

—"No quiero que termines en la calle. No quiero, no quiero" —imitó a Lulú en un


tono burlón—. ¿Todavía no te das cuenta?

—Eso lo ha dicho por Mauricio, porque dice que se va a enfadar si nos ve juntos,
cosa que no entiendo... ¿Acaso ustedes dos son familiares? —pregunté a ver si me
sacaba la duda de una vez.

—¿Quienes? ¿Mauricio y yo? No, hombre.

—¿Entonces por qué Lulú está tan preocupada de que no nos vea juntos? Según
ella puedo perder el trabajo...

—Es una excusa, Benny...

—¿Una excusa de qué?


—Si pierdes el trabajo no va a ser por Mauricio, va a ser por ella. Lo que pasa es
que para ella es más fácil cargarle el muerto al jefazo.

—Tú estás loca, ¿por qué Lulú iba a hacer que me despidieran? —no quería alzar
demasiado la voz, pero eso que había dicho no me había gustado nada.

—¿Otra vez te lo tengo que decir? No quiere que te acerques a mí porque tiene
miedo de que te enteres lo de ella y el jefe.

—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?

—¡Ay! ¡Qué lento eres! Lulú no quiere que lo sepa nadie, porque si los
trabajadores se llegan a enterar, es muy probable que tenga que dejar este
trabajo que tantas ventajas le da.

—Te equivocas completamente. Ella sabe que yo no haría nunca nada que pudiera
perjudicarla.

—Hay veces que es mejor no correr el riesgo, Benny...

—Vamos a dejarlo aquí, Clara. Tengo mucho trabajo que hacer todavía.

—Vale, pero ten cuidado, que no se te vaya a escapar nada delante de ella.

—Que sí, no te preocupes. Aunque sigo pensando que te equivocas.

—Eres demasiado testarudo, Benny. Quizás es eso lo que más me gusta de ti —


volvió a decir en ese tonito de zorrita que tanto le gustaba poner. Tampoco faltó
ese mordisquito a su labio inferior.

—Adiós, Clara.

—Bye bye, Benny.

Era hora de centrarme de una vez en el trabajo, ya había tenido suficiente de


mujeres histéricas y molestas. Por la única que estaba dispuesto a soportar lo que
fuera, era por Rocío. Ya estaba bien de tener que sacrificar mi tranquilidad por
gente que no tenía nada que ver conmigo. Así que me dispuse a trabajar,
despejando mi mente de toda mierda sobrante, y centrando todos mis
pensamientos en mi dulce novia, a la que por fin iba a volver a ver después de dos
días.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 18:50 hs. - Rocío.

 
Casi las siete de la tarde y Alejo todavía no había regresado. Acababa de hablar
con Benjamín y me había dicho que venía de camino con su compañero. Si Alejo
llegaba tarde a esa reunión, yo no iba a poder hacer nada para evitar que mi novio
lo sacara a patadas de casa. El último mensaje me lo había enviado haría unos 20
minutos, por lo que también sabía que no le había pasado nada malo. El idiota se
estaba retrasando porque le daba la real gana.

Con lo bien que había salido mi encuentro con Noelia. Había podido solucionar el
malentendido de la noche anterior. La falsa borrachera y la excusa de la discusión
con Benjamín habían resultado ser un éxito. No era fanática de engañar a mi
hermana, pero es que la situación así lo había requerido.

Por suerte, todo terminó bien y terminamos pasando una agradable tarde
hablando de sus cosas, de mis cosas, y de tonterías en general.

Volviendo a lo importante, no podía quedarme quieta, iba de aquí para allá por
toda la casa sin detenerme en ningún lugar. Ya ni siquiera estaba pendiente de la
puerta, me preocupaba más tener lista una excusa creíble que pudiera decirle a
Benjamín sobre la ausencia de Alejo.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Por fin! —grité e inmediatamente salí disparada hacia la puerta.

—A mí no me eches la culpa, ese ascensor de mierda tardó 10 minutos en bajar y


volver a subir. ¡10 minutos!

—Pero si te dije mil veces que uses las escaleras, tonto.

—Las bolas. Estoy reventado.

—Pasa y péinate un poco, que no tardan en venir —la gomina se le había secado y
tenía varios mechones levantados.

—Esperá. Primero esto —dijo acercándose a mí y agarrándome de la cintura. Acto


seguido, me besó. Me tomó muy por sorpresa esa y tardé varios segundos en
reaccionar. Segundos que su lengua recorrió mi boca a placer y segundos que
aprovechó para manosear mi cuerpo como quiso.

—¡Alejo! —grité apartándolo de un empujón—. ¡¿Qué haces?! ¡¿Tú estás loco?!


¡Benjamín va a venir de un momento a otro!

—Este puede ser nuestro último momento a solas en mucho tiempo. Quiero
aprovecharlo.

—No es momento para practicar ahora, ya te he dicho que están a punto de llegar.
—dije jadeando y sin mucho convencimiento. Sí, eso solo había suficiente para
calentarme.
—Un ratito más... —dijo. Y cogiéndome nuevamente por la cintura, me volvió a
besar. Insisto en que que por más que lo intentara y pusiera de mi parte, no podía
resistirme a su boca, era mucho más fuerte que yo. Así que aun sabiendo que
Benjamín en cualquier momento atravesaría esa puerta, puse mi mano en su cara
y correspondí a su beso. Ahora sí que nuestras lenguas jugaban la una con la otra,
a la vez que sus manos volvían a recorrer mi cuerpo y las mías el suyo.

—Ale... —susurraba mientras intentaba desabrocharle el cinturón— Esto es una


locura...

—Dejate llevar. Todo esto es parte de las prácticas...

—Tienes razón... Las prácticas son lo más importante.

—C-Claro... Tenés que practicar todo tipo de situaciones...

Entonces me arrodillé delante de él y, por primera vez desde que hubiéramos


empezado con todo eso, fui yo la que tomó la iniciativa. Sabía perfectamente lo
que estaba a punto de hacer, y la emoción me invadió, porque no podía creerme
que fuera yo la que estuviera dando ese paso.

Él me miraba desde arriba entre expectante y ansioso, y yo estaba más o menos


igual. Palpé varias veces el enorme bulto que se había formado en su entrepierna,
quería recrearme y deleitarme con el momento. Pero los tiempos no me dejaban,
estaba disputando una carrera a contrarreloj y tenía que darme prisa. Así que no
lo pensé más y abrí su pantalón. Su miembro salió disparado del calzoncillo
dándome un pequeño golpe en la barbilla, haciendo que se me escapara un
pequeño grito que hizo reír a Alejo.

—Qué grande... —murmuré. En otras ocasiones, si bien no había puesto


demasiada atención en observárselo, no me había provocado más excitación de la
cuenta. Pero esa vez sí, y no sólo eso, también me impresionó. Supongo que
tenerlo a unos centímetros de la cara y con los últimos rayos del sol del día
iluminando todo el salón, habrá tenido algo que ver. Pero no podía perder tiempo
en mirarlo, lo cogí con mi mano derecha y comencé a masturbarlo. Cada tanto
miraba a la puerta y al móvil rezando para que no nos interrumpieran. Porque era
eso, me preocupaba más que no nos interrumpieran que el peligro que suponía
para mi pareja que Benjamín presenciara algo así. Algo estaba empezando a
cambiar en mí.

—Dale, Rocío —me dijo de pronto. Estaba claro lo que quería, y yo no tenía ningún
inconveniente en dárselo. Así que acerqué mi cara, y sin dudarlo dos veces, me
metí su pene en la boca. Al hacerlo, instintivamente llevé una de las manos que
tenía libre a mi entrepierna y empecé a frotarme. Alejo me sujetó la cabeza por
ambos lados y comenzó a hacer presión forzándome a engullir cada vez más. Él
también era consciente de que no teníamos mucho tiempo, seguramente por eso
no estaba dispuesto a darme mi tiempo para aclimatarme a semejante barra de
carne.
—Perdoname, princesa, pero tenemos que apurarnos un poquito. Ya son las siete
pasadas —dijo con la voz entrecortada. Tenía razón. Le hice caso y abrí la boca un
poco más (si se podía) para así poder tragarme hasta la mitad. La noche anterior
me había costado menos trabajo llegar hasta ahí, pero es que juro que en ese
momento estaba más grande. Intenté forzar y llegar un poco más lejos, pero era
imposible. Las arcadas empezaron a aparecer y decidí detenerme. Alejo se dio
cuenta que no podía y no me apuró más. Me acarició el pelo y me dijo que
continuara como mejor me pareciera. Y así lo hice. Me ayudé con una mano y
seguí succionando a mi ritmo.

—Ya casi, Ro... Si querés termino yo —me anunció de pronto. Pero no lo escuché,
o más bien no lo quise escuchar. Fui aumentando la velocidad a medida que me
iba llegando el orgasmo a mí también. Alejo me volvió a advertir dos veces más
pero seguí sin hacerle caso. Me sentía demasiado bien realizando las dos tareas a
la vez, no quería parar con ninguna de las dos por un irracional temor a que todo
saliera mal.

Entonces sucedieron varias cosas a la vez: primero un espectacular orgasmo hizo


que todo mi cuerpo se convulsionara. Luego, el inconfundible ruido del ascensor
llegando a nuestra planta resonó por todo el salón, provocando que el placer que
estaba sintiendo en ese momento se convirtiera en miedo. Pero luego llegó lo
peor. Sin darme tiempo a apartarme y sin aviso previo, Alejo eyaculó dentro de mi
boca. En ningún momento había detenido la felación, ni siquiera cuando llegué al
climax, y con tantas emociones encontradas, me había olvidado de ello. Y no pude
hacer nada, grandes chorros de semen me inundaron, incluso algunos salieron por
mi nariz. La cantidad que había descargado era insana. Y me dio mucho asco,
demasiado asco, e intenté sacármela de la boca inmediatamente, pero Alejo me
sujetó fuertemente la cabeza con las dos manos y me susurró: —Idiota, ¿querés
dejar todo esto hecho un desastre?

Y no me quedó más remedio que tragármelo todo.

Cuando terminó, yo salí corriendo al baño y Alejo a su habitación. Por suerte, no


nos habíamos desvestido y tuvimos el tiempo justo para desaparecer de la escena
del crimen.

—¿Hola? —se escuchó de pronto en el salón— Pasa, Raúl.

Había tenido mucha suerte, porque del ascensor a la puerta de mi casa no habían
más de diez metros. No sé qué los había hecho tardar tanto. Pero fuera lo que
fuera, le agradecí al cielo por haber hecho que ocurriera.

—¿Ro? ¿Estás ahí? —dijo Benjamín golpeando dos veces la puerta del aseo.

—¡Sí! ¡Ya salgo! —respondí enseguida.

—Bueno, bueno. Estoy con Raúl. Te aviso, por las dudas.

—De acuerdo, Benja. No tardo.


—¿Alejo dónde está? —me preguntó al instante.

—¿A-Alejo? P-Pues debe estar en su su habitación —contesté con muchos nervios.

—¿Estás bien?

—Sí, es que me pillas en un mal momento.

—¡Oh! ¡Perdón! ¡Ya me voy! —salió espantado. Increíble que hubiera tenido que
recurrir a eso para que no sospechara nada. Sentí mucha vergüenza en ese
momento.

Quise tomarme unos minutos para recuperarme y tranquilizarme un poco. El


cuerpo todavía me temblaba y mi respiración no se estabilizaba. Y tampoco es que
mentalmente estuviera diez puntos, porque todavía no daba crédito a lo que
acababa de hacer. Pero no tenía tiempo para ponerme a comerme la cabeza, en
ese momento, seguramente ya se estaba llevando a cabo una reunión de la cual
me interesaba mucho conocer el resultado.

Me di una ducha rápida, me volví a vestir lo más presentable que pude, ya que mi
ropa todavía estaba un poco arrugada y con alguna que otra mancha de sudor, y
salí al salón para presenciar la entrevista.

—¡Rocío! —me saludó mi novio levantándose y dándome un beso en la mejilla—.


Ella es mi novia, Raúl. Rocío, él es el famoso Raúl Alutti.

—Encantada, Raúl —saludé cordialmente.

—Un placer, Rocío —respondió él.

—¿Quieren que les prepare un poco de café? Seguro que les va a venir bien para
sobrellevar la noche —dije con toda la jovialidad que pude.

—¡Pues sí que nos vendría bien! ¿No te parece, Benja? —dijo Raúl.

—Muchas gracias, mi amor —me sonrió mi novio. Alejo miraba toda la escena con
mucha atención.

Los tres se volvieron a sentar en el sofá y comenzaron a hablar sobre el piso,


sobre su localización, sobre el precio del alquiler y algún que otro detalle más. Yo
miraba todo desde la barra que separa la cocina del salón mientras preparaba el
café.

Lo cierto es que ya había asimilado que Alejo tendría que irse, y me parecía lo
mejor para él, no quería seguir involucrándolo en mis tonterías cuando él tenía
problemas mucho más serios que de los que ocuparse.

O al menos eso creía, porque, ante mi sorpresa, de repente un nudo se empezó a


formar en mi estómago. Inexplicablemente, mi respiración comenzó a agitarse y
empecé a sentir como que me faltaba el aire. El nudo se iba haciendo más y más
grande a medida que avanzaba la charla, tanto que empezó a afectar a la
expresión de mi cara. Me di la vuelta y aspiré y suspiré varias veces, me sentía
intranquila y ansiosa. No sabía lo que me estaba pasando. Intentaba que no se
dieran cuenta de mi estado, pero me estaba costando horrores. En cualquier
momento me iba a poner a llorar y seguía sin saber por qué.

Pero entonces me llegó un momento de iluminación. Saqué el móvil y simulé una


llamada telefónica con mi hermana.

—¡Oh! ¡Hola, Noe! —dije con voz temblorosa— Benja, el café ya está, sólo falta
servirlo —le avisé a mi novio disimulando todo lo que pude.

—Sí, mi amor, no te preocupes.

Por suerte no se dieron cuenta de nada y pude retirarme a mi cuarto sin llamar la
atención. Me acosté en mi cama boca abajo y empecé a llorar. Liberé contra la
almohada todas esas ansias y esa angustia que me estaban presionando el pecho.
¿Era porque Alejo se iba a ir? ¿Era por lo que había hecho antes con él? ¿Era por
todos los problemas que estaba teniendo con Benjamín? No lo sabía, no sabía
nada. Lo único que era seguro, era que algo estaba empezando a cambiar en mí.

Viernes, 3 de octubre del 2014 - 19:30 hs. - Benjamín.

Ahí estaba yo, sentado en el sofá mediando entre mi compañero de trabajo de


siempre y un amigo de mi novia que no hacía ni dos semanas que sabía que
existía. El objetivo era que Raúl, mi colega, le alquilara un piso a Alejo, el amigote
de Rocío.

Al principio todo iba bien, mi compañero había mostrado buena predisposición


hasta para aceptar venir a mi casa para tener una entrevista con el interesado.
Pero, me dio la impresión de que al conocerlo, como que no le gustó mucho lo que
vio. Y peor fue cuando Alejo le dijo que no tenía un empleo fijo, pero que iba a
poder pagarle con una buena cantidad de dinero que tenía guardada.

—¿Podemos hablar un momento a solas, Benja? —dijo de pronto— Es sólo un


momento, chico.

—Sí, por mí no hay problema —respondió Alejo.

Salimos al corredor un momento, y ahí fue cuando Raúl blanqueó mis dudas.

—No sé, eh... Sin ánimos de ofender, pero no me inspira mucha confianza.
—Si es por lo de que no tiene trabajo, puedes creer en lo que dijo, ya ha estado
moviéndose por la ciudad buscando, y...

—No es eso, Benja... Es él... Ya sabes que no soy de juzgar a la gente, pero es
que... No sé...

—Bueno, Raúl, ¿por qué no vas directamente al grano?

—No nos apresuremos, no te estoy diciendo que no le voy a alquilar el piso. Pero
necesito que me des una semana más al menos, para hablarlo con mi mujer.

—¡¿Una semana?! —exclamé tratando de contenerme. Ya le había explicado como


era la situación, pero parecía no importarle mucho.

—Bueno, cuatro o cinco días. ¿Hay algún problema?

—Ya te lo expliqué, Raúl, quiero sacármelo de encima cuanto antes...

—¿Es que cómo quieres que no dude si hablas de esa manera? Parece que el tipo
fuera un asesino serial...

—No es eso, ¿pero a ti te gustaría tener a una persona viviendo del cuento en tu
casa?

—Son unos días nada más... Te juro que el miércoles o jueves te tengo una
resolución.

—¿Pero por qué tanto tiempo? ¿No puede ser mañana o pasado?

—Mi mujer no vuelve hasta el lunes.

—¡Entonces el lunes!

—Pero es que no la veo hasta el miércoles o el jueves —no había manera.

—Dios mío...

—Lo siento, Benjamín. Pero si le alquilo el piso a este chico y a mi mujer resulta no
agradarle, voy a meterme en un problema.

—¡De acuerdo!

Volvimos a entrar y le explicamos a Alejo la situación. Raúl no quiso ser tan directo
y sólo le dijo que su mujer tenía la última palabra, que ella mandaba y blablabla.
El amigo de Rocío no se lo tomó a mal, es más, me pareció que la noticia le agradó
y todo. "Normal", pensé, "vivir gratis y que te lo paguen todo debe ser el no va
más".
—Bueno, señores, ha sido un placer. La semana que viene te hago saber por
Benjamín cómo sale todo, ¿de acuerdo?

—Sí, sí. Muchas gracias por todo y perdón por las molestias —respondió Alejo.

—A más ver, caballeros.

"Me cago en mi vida".

Apenas se hubo ido Raúl, y sin cruzar ni una palabra con el amiguito de mi novia,
crucé el pasilló rapidamente y fui a buscar a Rocío.

—¿Mi Reina? —murmuré una vez abrí la puerta. Pero no respondió. Y era difícil que
pudiera hacerlo. Rocío estaba acostada boca abajo en la cama, con la cara
apoyada en la almohada y virada para el lado que estaba yo. Dormía como un
bebé. Con una mirada que emanaba tanta paz que me dieron ganas de recostarme
junto a ella y descansar a su lado para siempre.

Me senté a su lado y me quedé observándola un buen rato. Mi novia era preciosa.


Me sentía el hombre más afortunado del mundo al tenerla, aunque a la vez me
maldecía a mí mismo por todos los sinsabores que tenía que estar pasando por
culpa mía y de mi trabajo. Pero sabía que todo eso era temporal, que dentro de
muy poco todo volvería a la normalidad y regresaríamos a ser la pareja feliz que
habíamos sido en los inicios de nuestra relación.

Acariciándole la cara, me di cuenta de que tenía la nariz un poco enrojecida y la


zona alrededor de los ojos con la misma tonalidad. Parecía que había estado
llorando. Que se había quedado dormida llorando. Me extrañó, la verdad, porque
antes la había visto risueña y enérgica.

"¿Acaso ha tenido una pelea con su hermana?", pensé. Pero no me cuadraba, ellas
no eran de discutir mucho. También sopesé la posibilidad de que hubiera recibido
una mala noticia.

Tenía la tentación de despertarla para que me lo contara ella, pero la tranquilidad


que desprendía su rostro me hizo desechar esa opción. Así que decidí dejarla
descansar, ya tendríamos más ocasiones de pasar tiempo juntos.

Cuando me iba a levantar, de pronto sentí que algo se subía en mi regazo. Era la
gata de Rocío, Luna. Se refrotó unas cuantas veces contra mí estómago y luego se
acostó en el lugar. Era la primera vez que un gato era cariñoso conmigo, y era la
primera vez que no estornudaba al tener uno cerca, cuando mi alergia a esos
series odiosos siempre había sido extremadamente pronunciada. Pero esta vez no,
la gatita no me produjo ni un mísero picor de nariz. La acaricié un par de veces y
tampoco sentí nada. No pude evitar sonreír, era como si el destino me estuviese
jugando una broma o algo.

Estaba muy cómodo y contento, pero ya me tenía que ir. Cogí a Luna muy
despacito y la dejé al lado de Ro. La imagen de las dos durmiendo una al lado de
la otra me despertó una felicidad inmensa. Le di un beso en la frente a mi reina, la
acomodé para que estuviera más cómoda y las dejé ahí a ambas en los brazos de
Morfeo. Antes de irme, metí un par de mudas de ropa en una mochila y dejé una
notita en la mesita de luz despidiéndome de Rocío.

—¿Podemos hablar un minuto? —le dije a Alejo una vez en el salón.

—Sí, claro —respondió él.

—¿Tú sabes si le ha pasado algo a Rocío? ¿Si ha discutido con su hermana o algo?

—Ehmm... No que yo sepa. ¿Por?

—No, por nada —dije todavía dudando. No quería darle más confianza de la que
debía a ese tipo, pero creí que a lo mejor Rocío le había contado algo que a mí no.
"Vaya tontería", pensé después. Mi novia me solía contar absolutamente todos sus
problemas. Salvo cuando esos problemas tenían que ver conmigo, cosa que no
parecía ser en este caso.

—Por cierto, Benjamín. Te agradezco mucho que me estés dejando quedar aquí y
que encima me estés ayudando a conseguir piso. Si tú quieres, yo podría pagarte
algo por las molestias...

—No —lo interrumpí—. Por lo que sé, tú eres una persona importante para Rocío,
por eso te estoy dejando quedar en mi casa. Y no pienso cobrarte un duro, no
sería correcto. Lo único que te digo, es que tu estancia aquí se acaba en el
momento en el que tengas las llaves del piso de Raúl en la mano, ¿de acuerdo? No
quiero sonar maleducado, pero prefiero decirte las cosas como son —le dije con
toda la seriedad que pude. Quería dejar las cosas claras, porque su estadía ya se
había alargado mucho más de lo que habíamos acordado, y tampoco era cuestión
de que me viera la cara de idiota.

—Te entiendo perfectamente —respondió—. Y te repito, muchas gracias por todo.

—Muy bien. Buenas noches —me despedí.

No me iba tranquilo. Todavía no sabía qué le había sucedido a Rocío. Además me


había quedado con las ganas de pasar tiempo con ella. Pero en fin, ya cada vez
quedaban menos días de suplicio.

Mientras esperaba el ascensor, el dulce rostro de Rocío durmiendo se apoderaba


de mis pensamientos.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 04:30 hs. - Benjamín.

 
Toda la noche trabajando. Toda la noche encerrado en esa maldita oficina. Hacía
una hora que se habían ido todos y yo era el único que quedaba. Mauricio me
había pedido que terminara de pasar unos archivos a ordenador y no me había
podido negar. Lo peor era que ese trabajo se suponía que lo tenía que hacer Lulú,
y mis últimas conversaciones con Clara no me hacían pensar muy bien de mi jefa.

Terminé a las 4:45 de la mañana, aproximadamente. Recogí todas mis cosas y me


dispuse a irme. Me pareció que era demasiado tarde como para irme a la casa de
mi compañero, donde me estaba quedando. Y tampoco quería ir a la mía, porque
si iba sólo a dormir, Rocío se pondría triste cuando me fuera temprano apenas me
levantara. Así que decidí quedarme a pasar la noche en la empresa.

Nadie lo sabía, pero en mis tiempo de jefe de equipo, me había hecho una copia
de las llaves de uno de los cuartitos que estaban dedicados al personal de limpieza
que en una época tenían permitido usar para amenizar las largas jornadas de
trabajo.

El habitáculo quedaba al final del pasillo principal de la planta, bajando una


pequeña tanda de escaleras y cruzando otro pasillo con unas cuantas puertas, y
justo al lado, estaba la salida de emergencias que llevaba directamente al
aparcamiento. Así que, al día siguiente, iba a poder salir por ahí sin que nadie me
viera. Eran unos cuantos pisos hasta abajo del todo, pero bueno, era lo que había.

Recogí mis cosas y salí de las oficinas en camino al cuartito, pensando en tirarme
en la cama que había ahí apenas las viera, y dormir mis cinco horitas como un
tronco.

En el camino no me crucé a nadie, por suerte. No había un alma en la empresa a


esa hora, salvo la seguridad privada y cuatro infelices como yo que tenían que
quedarse a cumplir con las demandas de sus jefes.

Cuando llegué a mi destino, puse la llave en la puerta del pasillito que me llevaba
a donde iba, pero no pude abrirla, porque no estaba cerrada. Me extrañé,
lógicamente, porque ese lugar no lo solía usar nadie, y las señoras de la limpieza
solamente trabajaban de noche. Me preocupé también, porque no quería que nadie
me fuera a arruinar el plan de pasar la noche allí.

Sea como fuere, abrí la puerta y di temeroso unos cuantos pasos al frente. No se
oía nada, sólo los típicos sonidos de la noche que entraban por la ventana que se
encontraba al final.

Me tranquilicé al ver que mis planes seguían vivos. La felicidad se reflejó en mi


cara y me dirigí con decisión y alegría a la puerta que tenía colgado el cartelito de
"Pnal. de Limpieza"

¿Qué pasó luego? Que abrí la puerta, giré la cabeza a la izquierda, y vi acostado
en donde se suponía que iba a dormir yo, a Mauricio. Sí, mi jefe estaba desnudo,
cubierto de cintura para abajo con una sábana blanca, y durmiendo plácidamente
en el catre en donde tenía planeado descansar unas horitas. Justo al lado, diversas
prendas de ropa de distinto género, decoraban el suelo.
Hasta ahí llegan mis recuerdos, porque cuando me quise dar la vuelta para salir
cagando hostias de ahí, sentí un golpe muy fuerte en la cabeza, e
instantáneamente perdí el conocimiento.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 05:45 hs. - Benjamín.

—¡Benja! ¡Por fin despiertas! —dijo Rocío.

—Vaya susto nos has dado, tontito —dijo Noelia al lado suyo.

—Lo importante es que está bien —volvió a decir mi novia.

—¿Dónde estoy? —pregunté.

—Pues en tu casa, ¿dónde vas a estar? —respondió mi cuñada.

—Estaba en la oficina, y...

—Perdiste el conocimiento, sí. Pero te han traído directamente aquí cuando te


encontraron.

—¡Benjamín, campeón! —sonó una voz grave y ronca. Era Mauricio.

—¿Mauri?

—¡Es lamentable lo que te ha pasado! ¡Pero no te preocupes! ¡Ya lo he hablado


con los de arriba y tienes un mes enterito de vacaciones! —dijo muy alegre.

—¡¿No es maravilloso, mi amor?! ¡Por fin vamos a poder pasar tiempo juntos!

—¡Vamos a hacer un brindis! ¡Voy a por unas copas! —festejó Noe.

—Esperen un momento —interrumpí todo de golpe— ¿Y Alejo?

—Alejo se ha ido, mi cielo —respondió muy alegre Rocío.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir?

—Sí, ha cogido todas sus cosas y se ha ido para siempre. Sin decir adiós ni nada.

—Qué raro...

—Bueno, eso ya no importa. Lo importante aquí es que por fin vamos a poder
llevar la vida que siempre soñamos.
—¡Brindemos de una vez!

—¡Sí! ¡Vamos!

—¡Fiesta!

—¡Wooooo!

—¡Benny! ¡Benny!

—¡Sí! ¡Brindemos!

—¡Benny! ¡Reacciona!

—¿Clara?

Abrí los ojos muy despacio, la cabeza me dolía horrores. Reconocí el techo blanco
y descuidado del lugar, estaba en el mismo cuartito donde había perdido el
conocimiento. Me puse triste y me decepcioné cuando no vi a Rocío a mi lado.
Muchas veces el despertar de un sueño puede ser una de las cosas más crueles
que pueden pasarle a uno en la vida.

Intenté incorporarme pero alguien me detuvo. Era Clara, que me miraba con cara
de preocupación.

—¡No, Benny! Un golpe en la cabeza es cosa seria —me dijo.

—¿Un golpe en la cabeza? —pregunté extrañado. Fue ahí cuando me toqué la


coronilla y pegué un grito de dolor que seguro habrá resonado en todo el edificio
—. ¿Me puedes decir qué coño me ha pasado?

—Mejor esperemos a que te recuperes un poco porq...

—No. Dime qué me acaba de suceder —insistí.

—Quería esperar un poco, pero en fin, si te pones tan cabezota... Benny, atrapaste
a Mauricio y Lulú con las manos en la masa.

—¿Qué? —respondí. Entonces recordé la imagen de mi jefe desnudo en la cama.


Lo que no me acordaba era haber visto a Lulú...
—Lo que oyes. Lulú fue la que te golpeó. Creo que fue con un jarrón, porque hay
uno roto ahí en la entrada —me incorporé un poco para confirmar lo que decía,
pero no vi nada.

—Ahí no hay nada...

—Es que estamos en la habitación de al lado. Lulú te trajo aquí ella sola y luego le
pidió a Mauricio que la lleve a su casa.

—¿Mauricio me vio? Oye, espera un momento, ¿tú por qué estás aquí y cómo
sabes todo lo que pasó? —estaba tan grogui que no me había dado cuenta de eso.

—Lulú entró en pánico cuando te golpeó y me llamó por teléfono. Tal y como te
dije, ella ya sabía que yo sabía lo de su relación Mauricio, por eso decidió llamarme
a mí. Cuando llegué ya estabas aquí, y me pidió que me quedara contigo y te
cuidara.

—Santo cielo... ¿Qué me va a pasar ahora? Seguro me van a echar a la calle...

—No necesariamente. Mauricio no te vio, él seguía durmiendo como un koala


cuando llegué. Yo me encerré contigo aquí, y fue ahí cuando Lulú lo despertó y le
pidió que la llevara a casa.

—Dios mío... —dije volviéndome a recostar. La verdad es que la cabeza me dolía


mucho— Perdóname, Clara... No es que no te crea, pero me resulta muy difícil
pensar que Lourdes haya sido capaz de golpearme de esa manera... ¡Podría
haberme matado!

—Pues créelo, Benny... Ya te dije que es una situación muy difícil para ella...

—Es que no entiendo por qué... ¿Acaso Mauricio la está obligando? Porque si es
así, yo...

—¡No! —me interrumpió de forma brusca—. Mira, Benny... Te suplico, te ruego


que no le digas a nadie lo que pasó aquí. Si Lulú se llega a enterar que te conté
todo esto, nos van a echar a los dos, y yo necesito de verdad que me den una
buena nota por este trabajo —su mirada derrochaba preocupación sincera. Pero el
asunto era demasiado grave como para dejarlo pasar. Iba a tener que hablar con
Lulú sí o sí.

—Lo siento, Clara, pero estoy hay que hablarlo. Lo que pasí aquí no es algo para
tomarse a la ligera.

—Benjamín, por favor te lo pido... No lo hagas... Lulú me dijo cosas muy feas para
que no abra la boca. Tengo mucho miedo —me volvió a suplicar. Y esta vez se
puso a llorar. Se dejó caer sobre mi panza y comenzó a sollozar en silencio. Yo no
sabía qué hacer.
—Clara, espera, no llores... —le dije dándole unas palmaditas en la espalda, pero
fue en vano. No daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Por favor, Benjamín. Si mis padres se llegan a enterar que me involucré en una
situación así, yo... yo... —y volvió a estallar en llanto.

—No llores, por favor... —le dije intentando incorporarla—. Es que no es tan fácil lo
que me pides... ¿Cómo pretendes que conviva ahora con una persona que estuvo
a punto de matarme? Porque lo que hacemos aquí es convivir, pasamos horas y
horas juntos. Y además es mi jefa, ¿cómo quieres que confíe en ella si ha hecho lo
que ha hecho?

—No sé... Pero, por favor, no digas nada... Por favor —siguió suplicando, no había
manera de que entrara en razón. Cuando me dejó por fin sentarme en la cama, se
tiró a mi cuello, dándome un abrazo sin parar en ningún instante de llorar.

—Clara... —intenté calmarla, pero ya no sabía que decirle.

Estuvo un rato considerable abrazada a mí llorando. Ya sé que no era momento


para ponerme a pensar en algo así, pero es que sus pechos apretados contra mí,
me hacían imaginarme cosas que no debía. No eran tan grandes y perfectos como
los de mi Rocío, pero es que estos tampoco se quedaban atrás. También la
suavidad de su pelo rozando mi cara me hacía sentir muy bien. Clara, sin duda
alguna, era una belleza por la que cualquier hombre hubiese matado. Incluso yo si
no hubiese tenido novia en ese momento.

Inconscientemente, la apreté más contra mi cuerpo, y fue entonces cuando puse


mi atención en su perfume.

—Clara —dije entonces—. ¿Por qué hueles al perfume de Mauricio?

—¿Qué? —dijo dejando de llorar de golpe.

—Es que tienes impregnado el olor de Mauricio por todos lados. Reconocería ese
perfume a kilómetros.

—¿Eh? Pues, no sé... Es un perfume que cogí hoy del baño de mi casa. Tenía
mucha prisa, y...

—Pues es el mismo perfume que usa Mauricio. No te pega nada, perdona que te
diga.

—Oh, jaja... Lo tendré en cuenta —rió por fin la chica.

—Bueno, por fin has dejado de llorar.

—Sí... Entonces... ¿no le vas a decir nada a Lulú? —dijo poniéndome ojitos.
—Vamos a hacer una cosa... Déjame ver cómo transcurren las cosas unos días. Si
veo que son insostenibles, entonces vendré directamente a ti a decirte lo que haré.
Si todo continúa como siempre, entonces no le diré nada. ¿Te parece bien?

—Vale... de acuerdo... —dijo todavía haciendo algunos pucheritos y secándose las


lágrimas.

—No llores más, tonta. Eres mucho más guapa cuando te ríes y te burlas de mí.

—Eres un sol, Benny. Es una verdadera lástima que tengas novia...

—No digas eso. Debes tener mejores candidatos revoloteándote alrededor.

—Pero ninguno como tú... —dijo recortando la distancia entre los dos—. Me muero
por besarte, Benjamín.

—Bueno, vete buscando un buen ataúd, entonces... —dije riendo y tratando de


mantenerme alejado.

—Cállate y deja que te bese —insistió.

—No puedo, Clara, no...

Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Rocío, y estoy seguro de
que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su
teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que
mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.

—Te voy a hacer mío, Benny...

Las decisiones de Rocío - Parte 8.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 05:55 hs. - Benjamín.

Cerré los ojos con todas mis fuerzas e intenté pensar en Rocío. Y estoy seguro de
que hubiese funcionado si la becaria no hubiese agarrado y llevado mi mano a su
teta. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un apasionado beso y que
mi fuerza de voluntad duró menos que la blusa de Clara cubriendo su cuerpo.

—Te voy a hacer mío, Benny...

Tras hacer manifiestas sus intenciones, se levantó de la silla y se colocó a mi lado.


Yo todavía estaba sentado sobre la cama, en una posición de lo más incómoda,
con el torso virado hacia un lado por consecuencia del beso que me acababa de
dar con ella. Entonces, poniendo su mano en mi pecho, me fue empujando con
suavidad hasta que quedé recostado por completo. Acto seguido, se montó a
horcajadas sobre mí y, lentamente, fue bajando su cuerpo hasta que su cara
quedó pegada a la mía.

—Tócame —me susurró al oído.

No sé por qué, pero esa petición me hizo recobrar la conciencia. «¿Qué mierda


estás haciendo, Benjamín?» pensé al instante. Ahí caí en cuenta de que ya había
ido demasiado lejos. No podía seguir con eso. Y con toda la delicadeza que pude,
agarré a Clara de los hombros y la obligué a incorporarse. Luego hice lo propio yo
también, quedando con la espalda apoyada en la pared y con ella todavía arriba
mío. El golpe en la cabeza no me permitía actuar con más velocidad.

—Clara, no puedo hacer esto... —le dije mirándola a los ojos. Ella esbozó una
pequeña sonrisa.

—Benny, yo no voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras —me respondió


acercando nuevamente su cara a la mía.

—Ya lo creo que no... Mira, eres muy guapa y probablemente hubiera ido contigo
hasta el final si no tuviera novia, pero...

No me dejó terminar. De pronto, llevó las manos a su espalda y su sujetador cayó


muerto encima de mi regazo. Quedé paralizado en el lugar. No me esperaba para
nada esa jugada. Ella aprovechó ese momento de desconcierto y volvió a asaltar
mi boca.

—¡Espera, Clara! ¡Te he dicho que no! —exclamé girando la cabeza para un
costado.

Pero parecía no importarle lo que yo quisiera. Me sonrió pícaramente y luego estiró


su torso hasta dejar sus pechos a la altura de mi rostro. Comenzó a reírse como
una adolescente juguetona mientras se restregaba contra mi cara.

—Toma, chupa —me dijo sujetándose una teta con una mano y poniéndola a la
altura de mi boca.

Cada cosa nueva que proponía me sorprendía más que la anterior. Y no sólo me
sorprendían, sino que también me desarmaban. Me quedaba en blanco el tiempo
suficiente como para que ella pudiera ir un paso más allá.

—Por favor... No... —dije intentando apartar sus perfectas mamas de mi cara.

—¡Uy! Tu boquita dice una cosa, pero parece que tu cuerpo opina todo lo
contrario... —afirmó luego de dejarse caer por fin sobre mí.

Efectivamente, entre el beso y el frotamiento de sus tetas en mi cara, mi pene se


había puesto como una barra de mármol. Joder, tendría que ser de piedra u
homosexual para no ponerme cachondo en una situación así. Insisto en que Clara
era un maldito monumento de mujer.
—Pórtate bien, Benny. Podemos pasarlo muy bien si te dejas llevar... —me susurró
al oído nuevamente. Y comenzó a contonear su culito contra mi híper erecto pene.
Mi fuerza de voluntad volvía a decaer.

—Clara... Te lo suplico...

Me estaba empezando a desesperar. De verdad que quería irme de ahí, pero mi


cuerpo no me dejaba. Puede sonar a excusa, pero era la puta realidad. Y mis
esperanzas de conseguir librarme se terminaron de extinguir cuando volvió a
besarme y yo le correspondí. Dejé que me metiera la lengua hasta la campanilla.
No hice nada para frenarla. Traté de pensar en Rocío con todas mis fuerzas, a ver
si en un arranque de fidelidad reaccionaba de alguna manera, pero el tacto de su
boca con la mía me resultó tan agradable que terminé por rendirme al placer.

Sé que no sirve como justificación, pero me sentía como un ser despreciable. Me


besaba con Clara y al mismo tiempo me daba asco a mí mismo. Me sentía, sin
exagerar, como un monstruo infiel sin ningún tipo de moral. Y no ayudaba nada
que la cara de mi novia no dejara de dar vueltas en mi mente. Y mi desesperación
iba en aumento porque ya no sabía qué hacer para remediarlo. Había hecho todo
lo posible, pero ella había sabido frustrar todos mis intentos.

—Qué bien besas... —dijo separándose un momento y mirándome con lujuria.


Luego reanudó el morreo.

—¿Por qué me haces esto? —le pregunté ya completamente resignado.

—Porque te deseo. Te deseo desde el primer momento en el que te vi. Y hoy vas a
ser mío.

La determinación que mostraban sus ojos era una muestra más de que mi destino
ya estaba escrito. Yo era un tío muy introvertido y Clara era de ese tipo de
mujeres que sabía manejar al 100% a esa clase de hombres. Y entendí que era en
vano seguir resistiéndome a algo que estaba totalmente fuera de mi control.

Sí, además, también era un cobarde.

—Haz lo que tengas que hacer y luego déjame dormir... —le dije finalmente.

—Uy, suenas como una quinceañera virgen que está a punto de ser violada.
Vamos, Benny, sabes muy bien que quieres esto tanto como yo.

Tras decir esas palabras, se puso de pie y se terminó de quitar la ropa, quedando
ya solamente con una braguita rosa. Luego me hizo volver a recostarme sobre la
cama y se sentó a mi lado. Y dedicándome, una vez más, esa mirada pícara que
ya era un usual en su bello rostro, metió su mano derecha dentro de mi pantalón
hasta alcanzar mi duro miembro.

—Mira cómo tienes esto... Y encima quieres hacerme quedar como la mala de la
película... —dijo riéndose.
No acoté, simplemente me dediqué a observarla con cara de póker. Supongo que
no mostrarle ningún tipo de reacción me hacía sentir mejor conmigo mismo.

—Voy a quitarte esa carita de amargado, Benny.

Ya me podía imaginar cómo tenía planeado hacerlo, y mis sospechas se


confirmaron cuando comenzó a desajustarme el cinturón y luego a desabotonarme
el pantalón. Estuvo testeándome un rato, palpando todo el bulto por encima del
calzoncillo, pero no tardó en "arremangarlo" y en liberar a mi hinchadísimo
miembro de su prisión, que salió disparado con gran vigor, provocando que Clara
pegara un grito de sorpresa fingido, que luego acompañó con una risita coqueta.
Aunque yo sí estaba sorprendido, pero de lo gordo que estaba. Hacía mucho
tiempo que no veía de esa manera a mis generosos 15 centímetros de carne. ¿O
quizás eran 16 en ese momento?

Agarró mi pene nuevamente con la mano derecha y, muy despacio, empezó a


masturbarme. Bueno, muy despacio al principio, porque a los dos minutos ya me
estaba haciendo una paja de campeonato. Yo trataba de contenerme y de no
demostrarle que me estaba gustando, pero es que la cabrona lo estaba haciendo
tan bien que...

—¿Te gusta lo que Clarita te está haciendo? —dijo mordiéndose el labio inferior
con sensualidad.

Algo dentro de mí estalló en ese momento, y no fue mi "amigo" precisamente. Me


levanté de la cama y, agarrándola del brazo que tenía libre, la atraje hacia mí y le
planté un beso en los morros que la dejó con los ojos abiertos. Pero no me
entretuve mucho con su boca, antes me había quedado con las ganas de catar sus
majestuosas ubres y esta vez ya no me iba a contener. Y vaya si no lo hice. Clara
soltó una carcajada triunfante cuando comencé a chuparle las tetas. Ya se sabía
ganadora y todo indicaba que las cosas iban a terminar transcurriendo como ella
había querido desde un principio.

Así es, la tentación era demasiado grande y yo demasiado débil.

—Ven aquí... —dijo cogiendo una de mis manos y apoyándola en su entrepierna.

No lo dudé y metí la mano dentro de su braguita. Lo cierto es que yo era bastante


torpe a la hora de manejarme en la intimidad femenina, por eso siempre trataba
de evitarlo e ir directamente al grano con Rocío. Llámenlo vergüenza, o como
quieran. Pero, esta vez, estaba tan cachondo que me importó una mierda no saber
si estaba hurgando en los lugares correctos o no. Me hizo venir más arriba aún que
Clara no se quejara. Es más, había echado la cabeza para atrás y había cerrado los
ojos. La chica estaba disfrutándolo.

—No aguanto más... —me dijo de golpe—. Quiero sentirte dentro de mí.

—No he traído condones... —respondí contrariado. Ni yo mismo daba crédito a lo


que estaba diciendo.
—Yo sí, no te preocupes... —dijo antes de volver a darme otro beso.

Se levantó de la cama de un salto y fue a buscar su bolso. Yo no podía quedarme


quieto y fui tras ella. La abracé por la espalda y besé su cuello mientras volvía a
deleitarme pasando mis manos por sus espléndidas curvas. Una vez hubo
encontrado los preservativos, se dio la vuelta y me besó de nuevo. Así, sin
separarse de mi boca, me empujó nuevamente hacia el catre, donde me hizo caer
de espaldas. Me di cuenta de que todavía estaba vestido e intenté librarme de mi
camisa en esa misma posición, pero Clara parecía estar desesperada de verdad...

—Olvídate de eso —dijo bajando por mi torso. Ni siquiera intentó quitarme el


pantalón. Abrió el envoltorio del condón con los dientes y se deslizó por mi torso
hasta quedar a la altura de mi entrepierna, donde la esperaba ansioso mi durísimo
falo.

Entonces...

«Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine»

El tiempo se detuvo. Clara levantó la cabeza y se me quedó mirando fijamente. Yo


agaché la mía y nuestras miradas se quedaron petrificadas cuando se encontraron.

«Wooo, wooo, wooo, Sweet Love O' Mine»

Tardé unos cuantos segundos en salir de mi letargo y en darme cuenta de que era
mi teléfono móvil lo que sonaba. Mi compañera, en cambio, ya se había
descongelado y esperaba ansiosa que yo me decidiera a actuar.

—¿Qué vas a hacer? —me preguntó con calma pero con un poco de impaciencia a
la vez.

Ese grito me hizo reaccionar del todo. Me levanté de la cama y salí disparado a la
otra punta del cuartito a buscar el aparato.

—E-Es mi novia... —dije cuando miré el visor. Clara se quedó en silencio y miró
hacia otro lado—. Voy a contestar...

—Pues contéstale... —dijo resignada.

—Por favor, no me la juegues...

—¿Por quién me has tomado?

Le agradecí con un movimiento de cabeza, luego tomé aire, aclaré un poco mi voz,
me volteé para no tener que mirarla mientras hablaba y, finalmente, arrastré el
iconito verde de la pantalla.

—¿Hola?
—Buenos días, Benja —me saludó la dulce voz de mi novia desde el otro lado.
Sentí una punzada en el pecho al escucharla.

—Rocío, mi amor... ¡Qué raro que llames a esta hora! —traté de responderle con
mi jovialidad habitual.

—Ya... Sabes que anoche me dormí muy temprano y... en fin... ¿Te he despertado
o algo?

—¡No, no! Ni siquiera me he ido a dormir todavía —dije. Y añádanle una risita
nerviosa.

—¿Y eso?

—Pues Mauricio, ya sabes. Me ha pedido que me quede a hacer el trabajo de otro


y...

—No te has podido negar...

—No me he podido negar... —afirmé mientras me daba la vuelta para comprobar


si la becaria seguía en el mismo lugar. Y así era; Clara seguía sentada en la cama,
y me miraba atentamente.

—Benja... —dijo entonces Rocío.

—¿Qué pasa, mi amor? —le pregunté. Lo cierto es que me estaba sorprendiendo lo


bien que estaba manteniendo la calma. Yo siempre había sido un tipo torpe y lento
a la hora de esconder mis emociones, pero en ese momento me estaba
comportando como un verdadero campeón. O como un auténtico hijo de la gran
puta, depende de cómo se viera...

—Te llamaba para pedirte disculpas por lo de ayer... Se suponía que íbamos a
pasar un rato juntos... y lo arruiné todo... —dijo. Sentí otra punzada en el pecho.

—¡No! ¡Tú no te tienes que disculpar por nada! ¡La culpa es mía!

—¿Tu culpa? ¿Por qué? —ni siquiera sé por qué le dije eso.

—Por-Por que no te desperté. Porque te vi tan profundamente dormida que me dio


penita hacerlo.

—Pero... —se la notaba triste. El dolor en el pecho cada vez era más fuerte.

—En serio, preciosa, no te sientas mal... Además, Raúl me estaba metiendo prisa y
creo que al final no me hubiese podido quedar mucho tiempo contigo.

—¿Entonces no estás enfadado? Siempre estoy molestándote con que no nos


vemos... y ahora que teníamos una oportunidad...
—Para nada, mi amor. No es nada fácil esta situación que estamos viviendo. Es
normal que pasen cosas de este estilo.

—Vale... —dijo todavía con una pizca de penuria en su voz.

—Me hubieses dicho que estabas cansada y hubiese intentado ir un poco más
temprano... —sabía muy bien que se había quedado durmiendo llorando, las
pruebas eran contundentes. Pero no me pareció el momento adecuado para tocar
el tema.

—Pues sí, la verdad es que caí rendida... ¿Sabes que Luna pasó la noche a mi
lado? Recién, cuando me desperté, todavía estaba acurrucada junto a mí en la
cama.

—¿En serio? Pues sí que es fiel la gatita. A diferencia de otros de su especie...

—Ya... —rió— Por cierto, Benja...

—Dime, cariño.

—¿Cómo terminó la reunión de ayer? Es muy temprano todavía y no he podido


hablar con Alejo.

—Oh, la reunión... Pues no muy bien... Para serte sincero, a Raúl no le quedaron
muy buenas sensaciones...

—¿Eh? ¿Y eso qué quiere decir? —de pronto su voz se avivó un poco, nada
exagerado, pero lo suficiente como para que yo me diera cuenta que el tema la
tenía en ascuas.

—Pues... que me pidió unos días para poder hablarlo con su mujer.

—¿Y entonces?

—Pues eso, que tendremos que esperar. Y tranquila, tu amigo se puede quedar
hasta que se decidan.

—Oh... —dijo con un tono indiferente.

—¿A ti te parece mal? —le pregunté sorprendido por su floja reacción. No es que
esperara que se pusiera a cantar ni nada por el estilo, pero como se había
mostrado tan interesada en el asunto y como se trataba del amigo de ella.

—Eh... No... ¿Por qué me iba a parecer mal? —respondió con la misma
inexpresividad.

—No, no... por nada.


—¿Cuántos días te ha dicho que va a tardar en tomar una decisión? —insistió con
el tema.

—Cinco o seis, porque su mujer viene no sé cuando y no la va a poder ver hasta el


miércoles. O algo así...

—Ah... ¿Y tú crees que van a decir que sí?

—No lo sé, Ro.

—Ah... Perdona si ando algo lenta. Ya sabes cómo soy cuando me levanto.

—No te preocupes, reina.

—¿Hoy te voy a ver? —esa pregunta salió como una flecha en dirección hacia mi
alma.

—Lo siento, mi vida, pero no creo... Ahora voy a intentar dormir algunas horitas y
voy a tener el tiempo justo cuando me despierte.

—No pasa nada —respondió con pena.

—Ya cada vez queda menos, cielo mío, en pocos días ya retomaremos nuestro
ritmo de vida habitual.

—Lo sé, Benja... Y tú sabes que tienes mi apoyo.

—Claro que lo sé, mi vida.

—Bueno, no te molesto más. Descansa un poco, ¿sí? —se despidió al fin. No es


que no seguir hablando con ella, pero la expresión de Clara me indicaba que ya
estaba harta de esperar, y no quería tentar a la suerte.

—Lo haré, mi amor. Cuídate mucho. Te quiero.

—Y yo a ti.

—Chao.

Colgué y me quedé un rato en silencio, tratando de esquivarle la mirada a mi


acompañante, que todavía aguardaba desnuda en la cama. No tenía ni idea de en
qué podía estar pensando ella, pero, por mi parte, fuera lo que fuera eso que
había estado a punto de pasar entre nosotros, se iba a quedar en eso, en nada
más que una mera anécdota. La calentura se me había bajado y, además, el
remordimiento de conciencia que sentía era más que significativo. En lo último que
pensaba en ese momento era en mojar el churro...

—Es la primera vez que te escucho hablar de esa manera —dijo de pronto.
—¿"De esa manera" cómo?

—Con esa suavidad. Ese cariño. Conmigo sueles ser más tosco —respondió.

No supe qué decirle. Se puso de pie y se acercó hacia donde estaba yo. Se quedo
quieta en frente mío y me dedicó otra de sus bellas sonrisas. Luego estiró un poco
el cuello y me besó.

Iba a decirle que se detuviera, que ya todo había terminado, pero algo me detuvo.
Ese beso que me estaba dando era distinto a todos los que nos habíamos dado
hasta el momento. No sabría cómo explicarlo, pero esa delicadeza y esa ternura
con la que sus labios tocaban los míos, de alguna manera, me estaban haciendo
sentir como en casa.

Se separó luego de unos segundos, que para mí se hicieron cortísimos, y se quedó


mirándome con cara de cachorrita indefensa, como esperando que respondiera a
su accionar.

—Lo siento... no puedo seguir con esto —le dije agachando la cabeza.

—No tienes que disculparte, tonto... No pasa nada.

Ninguno de los dos volvió a decir nada. Ella se fue hasta la cama y, con una seña
con la mano, me invitó a compañarla. Y yo accedí. No encontré ninguna razón para
no hacerlo. Cuando llegué a su lado, me dio un último beso en la mejilla y me dio
un empujoncito para que me tumbara. Luego cogió la manta que estaba a
nuestros pies y nos fue cubriendo a ambos mientras se recostaba junto a mí.

Cuando apoyé la cabeza en la almohada, "recordé" que me había golpeado la


cabeza. Solté un sonoro quejido y Clara se rió. Se lo reproché con una bofetadita
amable en la cara y luego pasé mi brazo por detrás de su cabeza. Ella también
pasó su brazo por encima de mi pecho. Y, antes de darme cuenta, ya estaba
dormido como un bebé.

  

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 07:30 hs. - Alejo.

—Siete y media, la puta madre...

Cuando empezó a sonar el despertador, empecé a maldecir en todos los idiomas


que conocía mientras me retorcía en la cama. Ya me estaba empezando a reventar
soberanamente las pelotas tener que leventarme temprano todos los días. Hacía
años que vivía con las responsabilidades contadas y por eso todavía no me
terminaba de acostumbrar a ese nuevo estilo de vida. ¿Qué estilo de vida? El de
estar disponible para Rocío las 24 horas del día. Sí, mi estadía en esa casa ya
dependía en su totalidad de mantenerla feliz y atendida. Yo ya no estaba lastimado
y la depresión ya tampoco servía como excusa. Lo único que me mantenía en ese
lugar era que no tenía donde caerme muerto. Y tenía que aferrarme a ese hecho
con uñas y dientes.

La noche anterior me había encargado de espantar al tipo que había ido a


alquilarme un departamento. Me cagaba de risa al recordar la cara del hombre
cuando le dije que no tenía trabajo pero que iba a poder pagarle con los ahorros
que guardaba en mi bolso de viaje. Por no mencionar la cara de Benjamín cuando
se iba dando cuenta poco a poco que la cosa no iba a terminar como él quería. Y
ya fue el acabose cuando me dijo recontra serio que mis días en su casa estaban
contados.

Me quedé acostado en la cama, riéndome, mientras me acordaba de eso y muchas


cosas más. El enojo ya se me había ido. Y era normal, ya que, aparte de estar
madrugando, no tenía ningún motivo para estar enojado. Las cosas me estaban
saliendo fenomenalmente; no sólo había conseguido un poquito de paz en lo que
se refería a los negros esos de mierda que me estaban persiguiendo, también
había logrado llegar con Rocío a un punto que ni en mis mejores sueños hubiese
pensado que iba a llegar. Además, la satisfacción era triple al tratarse justamente
de la mujer que tanto sufrimiento me había hecho pasar cuando era más joven. En
definitiva, estaba radiante, me sentía Dios. Saber que todo iba viento en popa y
que estaba en mis manos lograr llegar a buen puerto, me hacía sentir
omnipotente.

Y tenía que seguir así. Lo único malo era el tiempo; si bien había conseguido
alargar unos días mi estancia en la residencia "parejita feliz", el tiempo que seguía
teniendo para terminar de doblegar a Rocío seguía siendo el mismo: una mísera
semana. Por eso, había tenido que poner en marcha el plan "aceleración", que
consistía en seguir haciendo lo mismo que venía haciendo, solamente que más
rápido. ¿Cómo? Bueno, un buen ejemplo había sido la noche anterior, antes de la
reunión, cuando le entré con todo y conseguí que me diera una de las mejores
chupadas de pija de mi puta vida. La verdad es que no me esperaba que fuera a
salir tan bien la cosa, me esperaba por lo menos un mínimo de resistencia de su
parte. Pero no, la cerda se tiró a mi bragueta por un simple beso y un par de
caricias.

Ya tenía decidido que, a partir de ahí, lo que iba a hacer era seguir con esa línea
de ataque; abordarla cuando menos se lo esperara y conseguir sacarle la puta que
tenía adentro en lugares y situaciones poco habituales. Mi plan era hacer que se
enamorara de mi cuerpo y que, a través de ahí, sus sentimientos hacia mí fueran
creciendo a su ritmo. Una vez conseguido eso, ya no me iba a importar una mierda
si el novio me echaba de la casa o no.

Pero para que todo saliera bien, primero iba a tener que cogérmela... Sí, ese era el
paso más difícil. Hasta el momento, todo había transcurrido bajo la excusa de "las
prácticas". Pero para lograr que se me terminara de entregar, iba a tener que
conseguir primero que se diera cuenta de que había estado franeleando conmigo
porque le gustaba, no por perder la vergüenza y todas esas boludeces. Cuando
lograra destrabar ese pequeño dilemita, ya no iba a haber nada que me detuviera.
Me levanté de la cama a eso de las ocho, ya un poco más contento, y fui al baño a
lavarme como todos los días. Todavía estaba medio somnoliento y no coordinaba
muy bien que digamos. Y así medio dormido como estaba, abrí la puerta y fui
derechito a la piletita a cepillarme los dientes. En eso estaba cuando, de golpe,
una voz me sacó de mi semisonambulismo.

—Alejo.

—¿Qwé pwafa? —respondí yo con el cepillo todavía en la boca.

Me di la vuelta y vi a Rocío, que estaba desnuda de cintura para arriba y me


miraba enojada, muy enojada. Me gritó cuatro cosas que ahora no recuerdo, me
tiró una pastilla de jabón en la frente y después me sacó del bañó a patadas.

Me fui al salón resignado a esperar a que saliera, cosa que no hizo hasta veinte
minutos después. Apareció vestida con un shortcito verde que apenas le tapaba la
totalidad de los glúteos y con una musculosa blanca que me dejaba verle el
corpiño por los costados. Yo ya no sabía si hacía esas cosas por inocente o para
provocarme...

Entonces se dio la vuelta y vino hacia donde estaba sentado yo.

—Que sea la última vez que haces eso —me dijo muy seria.

—¿El qué? —pregunté yo todavía medio dormido.

—Entrar en el cuarto de baño cuando estoy yo. No me vuelvas a faltar el respeto


de esa manera.

—Perdón. Como nunca te levantás tan temprano...

—Me da igual. No lo hagas más.

—Está bien... —finalizó dándose media vuelta y yéndose para la cocina.

Me dejó pensando. No entendí por qué estaba tan enojada. Ya la había visto
desnuda muchas veces, no tenía ningún motivo para ponerse así. Pero no le di
más pelota de la necesaria y me metí rapidito en el baño a hacer lo que tenía que
hacer. Salí a los diez minutos cagado de hambre y fui derecho a la cocina para
picar algo. Cuando llegué, estaba ella esperándome sentada en la barra con dos
platos de tostaditas con mermelada y dos vasos de jugo de naranja delante. Me
senté frente suyo y le agradecí por la comida. Ella asintió sin mucha efusividad y
no me hizo más caso en todo lo que duró el desayuno.

—Gracias de nuevo —dije cuando terminé todo. Pero volvió a girarme la cabeza—.
¿Me vas a decir qué carajo te pasa? —le dije ya un poquito cansado de tanta
mierda.
Me volvió a ignorar. Se levantó, recogió los platos y se fue a acostar al sofá a ver
la tele.

—Rocío —volví a llamarla. Su respuesta fue subir el volumen de la tele y ponerse a


cantar una de las canciones que estaban sonando. Yo cada vez entendía menos lo
que pasaba. ¿Tanto le había molestado que la viera desnuda en el baño? No, no
podía ser semejante pelotudez.

Otra cosa en la que pensé fue en lo que había pasado la noche anterior, cuando
estábamos en lo que estábamos y de golpe escuchamos el ruido del ascensor. Yo
ya estaba en mi límite y ella en ningún momento paró de mamármela, así que le
llené la boca de leche sin que se lo esperase. Pero ahí no se terminó la cosa; ella
empezó a gesticular y, como me dio miedo de que se fuera a poner histérica y a
escupir el semen por todas partes, le agarré bien fuerte la cabeza y la obligué a
tragárselo todo.

«Claro...» pensé. Tenía que ser eso. Lo que no entendía era por qué no había
venido de frente a decírmelo en la cara. Últimamente había estado muy
comunicativa contándome todas sus dudas boludas, no entendía por qué esta vez
había preferido hacerse la ofendida.

Sea como fuere, esa peleíta de mierda no iba a hacer más que ralentizar mis
planes. Así que decidí actuar.

—Che, boluda, si querés la próxima vez dejo que nos descubran —le dije
parándome entre ella y el televisor.

—¿Pero qué dices? —me dijo incorporándose de golpe y enojada.

—Ah, mirá, sabés hablar. Qué hermosa cualidad.

—Déjame en paz —me dijo. Luego se levantó e intentó irse, pero la agarré de un
brazo y no la dejé—. Suéltame —me dijo con una mirada desafiante.

—Cuando te tranquilices un poco. Parecés una pendeja pelotuda.

—No me insultes.

—Es lo que sos. Estás así porque probaste un poquito de semen. ¿Le vas a hacer
esto a tu novio cada vez que quiera acabarte en la boca?

—Eres un imbécil —me dijo forcejeando para soltarse.

—¿Vas a seguir portándote como una adolescente?

—¿Como una nenita? —preguntó indignada—. Para empezar, no debimos haber


hecho eso nunca. Tú sabías muy bien que Benjamín estaba a punto de llegar.

—Vos tampoco te resististe demasiado que digamos, ¿no?


—Me da igual. Tú no eres nadie para poner en peligro mi relación con mi novio.

—¡Dejate de hinchar los huevos! Ayer te expliqué bien por qué lo hice. Sólo
intentaba ayudarte.

—¿Y también me estabas ayudando cuando me obligaste a tragarme tu semen?

—¿Ves que era por eso? —reí—. ¿O sea que preferías escupirlo por todos lados?
¿Qué carajo le ibas a decir después a tu novio?

—¡No iba a escupirlo! Bueno... sí, ¡pero en mi mano!

—Demasiado arriesgado, Rocío... Yo hice lo que tenía que hacer.

—No me importa. Me voy —respondió con testarudez.

—Pensé que todo esto te estaba ayudando a madurar también, pero veo que me
equivoqué.

—¿A madurar? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Mirá... hacé lo que quieras, pero acordate de que soy yo el que te está ayudando
a que tu novio no te mande a la mierda —dije acercándola a mí y hablándole bien
de cerca.

—Pues ya no quiero que me ayudes —dijo acercando también su cara a la mía en


una clara demostración de intenciones.

—¿Entonces querés que terminemos con todo acá mismo? —dije pegándome más
a ella si se podía.

—¡Por mí perfecto! —respondió ya con la respiración un poco acelerada. Su mirada


se desvió a mis labios.

—Muy bien.

—Pues eso. ¡Ahora suéltame!

—Hace veinte segundos que te solté, pendeja malcriada.

Esa era la mía.

Me miró con mucha bronca e intentó darme una cachetada. Le frené la mano al
vuelo y, sin darle tiempo a reaccionar, la besé. Me empujó y me quiso pegar otra
vez, pero volví a pararle la mano y me tiré a su boca de nuevo. Esta vez duramos
pegados un ratito más. Pero ese día Rocío estaba más testaruda que nunca y me
tiró una patada que no me dio de lleno en los huevos de milagro, pero me rozó. Se
asustó y pegó un grito, y yo me agaché simulando que me dolía mucho.
Dubitativa, se acercó para ver si estaba bien. Aproveché ese momento para
agarrarla de nuevo y empujarla contra la pared. Ahí la levanté en el aire por el
culo y la dejé inmovilizada con la fuerza de mi cuerpo. Entonces volví a comerle la
boca. Ella forcejeaba e intentaba librarse, pero sus labios ya se movían al ritmo de
mi beso. La tenía donde quería.

Empecé a besarla con mucha agresividad y con la misma pasión con la que lo
venía haciendo últimamente, como sabía que le encantaba. Ella abandonó todo
tipo de idea opositora y se entregó a mí completamente. Cuando vi que ya no se
resistía, solté sus brazos y le agarré las tetas por encima de su ropa. Ella hacía
fuerza con sus piernas e intentaba ajustarnos más aún si se podía. Mi verga ya me
empezaba a doler dentro del pantalón. Estaba entonadísima.

La bajé un momento al suelo y me saqué los pantalones y los calzoncillos. Una vez
lo hice, la alcé de nuevo y volvimos a quedar en la posición inicial. Así como
estábamos, empecé a sacarle a ella también su parte de arriba, pegando, al mismo
tiempo y lo más que pude, mi entrepierna contra la suya.

—Sos hermosa... —le dije. Esa clase de piropos me salían del alma. Curiosamente,
era algo que sólo me pasaba con Rocío.

Ella sonrió por primera vez en toda la mañana y volvió a besarme, apretándome
fuerte contra ella. Ya su enojo había quedado atrás y ahora se dejaba llevar. Así,
entonces, comenzó a restregar su conchita contra mi ya erectísimo pene, y sus
primeros gemidos llegaron cuando ya la fricción no podía ser más alta.

Me invadió la puta tentación de arrancarle lo que le quedaba de ropa y empalarla


ahí mismo, pero me controlé sacando toda la fuerza de voluntad que pude. En vez
de eso, la llevé a horcajadas hasta el sofá. Ahí la senté encima mío para que ella
manejara la situación. Y lo hizo, vaya que sí lo hizo. Comenzó a moverse
rítmicamente sobre mi verga; me cabalgaba sin estar insertada mientras me comía
la boca como si la vida le fuera en ello. Me estaba volviendo loco. Y entonces volví
a chuparle ese hermoso par de tetas; le succioné y mordí los pezoncitos mientras
gemía como una posesa. Me entretuve un buen rato ensalibando y catando esos
melones que por tantos años me habían sacado el sueño. Se los apretaba con
tanta fuerza que mis dedos estaban dejando marcas en su blanquísima piel.

De pronto Rocío, para mi sorpresa, se levantó del lugar y se terminó de desnudar


sin que yo le dijera nada. Por un momento creí que me iba a pedir que me la
cogiera. Pero no, no iba a tener esa suerte. Lo que hizo fue agacharse delante mío
y poner mi verga entre sus tetas empapadas por mi saliva. Sí, por sí sola y sin que
yo se lo pidiera, comenzó a hacerme una turca. Fueron cinco minutos que no voy a
olvidar jamás; sus perfectas tetas presionando y pajeando mi chota mientras me
miraba directamente a los ojos con una lascivia que no había visto nunca en ella.
Estaba en la gloria.

Cuando creyó que ya había sido suficiente, sustituyó sus generosas ubres por su
boca. Me envolvió la cabeza de la pija con sus carnosos labios y fue descendiendo
sobre ella despacito, muy despacito. Yo miraba extasiado al techo y le agradecía a
los dioses por regalarme ese momento. Ella intentaba engullir con muchas ganas,
pero no lograba llegar ni a la mitad. Cuando se dio cuenta de que sus intentos
eran en vano, comenzó a subir y bajar su boquita por sobre lo que podía abarcar,
ayudándose de sus antebrazos que los tenía apoyados en mis muslos. Poco a
poco, fue tomando confianza y aumentó la velocidad de la mamada.

Continuó chupándomela, a su ritmo y preocupándose en hacerlo bien, no con


desesperación como el día anterior. Pero lo estaba haciendo tan bien que yo en
cualquier momento le iba a acabar en la cara de nuevo. Y no me daba la gana que
la cosa terminara tan rápido.

—Esperá, esperá —dije, y rápidamente hice que parara.

—¿Qué pasa? —me preguntó con la voz un poco apagada y con una mirada llena
de deseo.

—Vamos a hacer una cosa.

—¿Qué cosa?

La ayudé a levantarse del suelo y entonces me acosté en el sofá. La agarré de la


cintura e hice que me pusiera el culito en la cara. Una vez quedamos en posición,
abracé sus nalgas y empecé a lamer esa rosadita y húmeda cueva que tenía
delante mío. Ella entendió cómo iba el juego y volvió a tragarse mi pedazo. Y así
empezamos a hacer nuestro primer "69". Puse mucha dedicación en chuparla
como se debía. Lamí su conchita en su totalidad, sin dejar que ni un solo milímetro
se librara. Cada vez que me centraba en mimar su clítoris, soltaba unos gemidos
que retumbaban en todo el salón y, acto seguido, se intentaba meter mi verga
hasta la garganta, importándole una mierda si le cabía toda o no. Estaba
consiguiendo que se derritiera de placer.

—¡Ahhhhh!! —empezó a gritar de repente.

Entendí sus gritos como súplicas para que no me detuviera, por eso aumenté el
ritmo de mis lamidas sobre su botoncito y metí mis dedos mayor e índice en su
cuevita para ayudarme. De esa manera, su orgasmo llegó enseguida. Cuando eso
sucedió, ella se incorporó y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre mi cara.
Todos los líquidos que su vagina destiló fueron a parar directamente a mi
garganta. Casi me ahogo al intentar tragarlo todo, pero no me importó un carajo.
En ese momento, sus fluidos me sabían a savia de los dioses.

Una vez terminó de retorcerse del gusto, se dejó caer para adelante. Su cuerpo
estuvo convulsionando unos minutos y su respiración no se estabilizó hasta pasado
el mismo tiempo. Me salí de abajo de ella y me acosté a su lado. Aún estaba
consciente y me recibió con un tierno besito en los labios. Le respondí con un buen
morreo y me puse pegado al respaldar del sofá. Ella intentó abrazarme, pero la
frené en seco; yo todavía no había acabado y no tenía intención de quedarme a
medias. Volteé su cuerpo hacia el otro lado, haciendo que me diera la espalda, y
coloqué mi pija entre sus muslos. Ella accedió y entendió lo que quería. Hasta me
la agarró con la mano para agilizar un poco el proceso. Estuve cinco minutos
frotándome contra su conchita hasta que, inevitablemente, estallé. Me aseguré de
hacerlo entre sus piernas, para no ensuciar nada. Y ella me lo agradeció girando su
cara de nuevo y dándome otro suave beso.

—La cosa es dejarme perdida, ¿no? —me dijo cuando terminé de sacudírmela.

—La cosa es quejarse, ¿no? —respondí riéndome. Ella también se rió y se dio la
vuelta completa para abrazarme.

Así, en esa posición, a los pocos minutos me quedé dormido.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Rocío.

—¿Por qué lo has hecho, Rocío?

—Benja... yo no pretendía...

—¿No pretendías qué?

—Hacerte daño... Te juro que yo...

—Pues me lo has hecho... Me has hecho mucho daño.

—Déjame que te lo explique, Benjamín, por favor.

—Aquí no hay nada que explicar, está todo más que claro.

—Por favor, mi amor, escúchame. Todo esto... ¡lo he hecho por ti!

—¿Que lo has hecho por mí? ¿Te has acostado con este tipo por mí? ¿Me has
puesto los cuernos mientras me rompo el lomo trabajando día y noche por...? No,
Rocío, aquí se termina todo.

—Espera, Benja, ¡te digo que esperes!

—Mañana volveré para recoger todas mis cosas.

—¡No! ¡Benjamín! ¡Yo sólo quería convertirme en la mujer que tu querías!

—Adiós, Rocío.

—¡No! ¡Por favor! ¡Benjamín! ¡BENJAMÍN!

—Benja... Benjamín...
Abrí los ojos de golpe y me incorporé de un salto. Respiraba muy agitadamente y
mi pecho subía y bajaba a una velocidad poco normal. Creía que me iba a
desmayar.

Busqué con la mirada a Benjamín por todo el salón y, al no verlo por ninguna
parte, comencé a desesperarme. Pero esa sensación horrible de vacío sólo duró el
tiempo que tardé en darme cuenta de que todo había sido una horrible pesadilla.
Me volví a acomodar en el sofá muy despacio y cerré los ojos, a ver si así lograba
serenarme un poco. El susto había sido tan fuerte que me temblaban hasta los
pies.

Ya un poco más tranquila, cogí la fina sábana que me cubría y me limpié el sudor
de la frente, que no era poco, y fue ahí cuando me di cuenta de que todavía
estaba desnuda. Y no sólo eso, también recordé lo que había pasado con Alejo en
ese mismo sillón hacía unas horas.

Sentía mi cuerpo sucio y pegajoso. Necesitaba una ducha urgente. Pero no quería
que Alejo se enterara de que me había despertado, no me sentía mentalmente
preparada para tener una conversación con él.

—¡Buenos días! —dijo de pronto apareciendo por el pasillo.

Salté de la sorpresa e instintivamente intenté taparme hasta el último milímetro de


piel que se me pudiera ver. En vano, cabe decir, ya que la sábana era blanca y de
las extra finas... O sea, que se traslucía todo, vamos.

—Buenos días, Ale... —respondí intentando sonreír.

—Mirá, te traje una muda de ropa y una toalla porque pensé que ibas a querer
pegarte una duchita. Cuando salgas te hago el desayuno, ¿dale? ¿Qué querés que
te haga?

—Un vaso de zumo de naranja está bien... —dije tratando de que no se me notara
lo incómoda que estaba.

—Perfecto. Eh...

Supongo que se dio cuenta de que yo no estaba para tanta palabrería y por eso se
quedó en blanco. Pero el silencio fue breve, puesto que yo quería salir de ahí lo
más rápido posible

—¿Te importaría...? —le dije mientras le hacía una seña para que se diera la
vuelta.

—¿Qué? ¡Oh! ¡No! ¡Igual iba a buscar una cosa a mi cuarto! ¡Andá tranquila! —dijo
casi tartamudeando.

Me sentía una cría estúpida diciéndole eso cuando hacía unas horas me había visto
igual y encima mucho más de cerca. Pero no podía evitarlo, era mucho más fuerte
que yo. Me resultaba imposible mostrarle mi cuerpo desnudo sin estar...
"entonada".

Entonces, me levanté rápidamente, sin soltar la manta, y me fui directamente al


cuarto de baño. Una vez dentro, me libré de esa molesta sábana y me dejé caer
en el wc como un peso muerto. Las manos todavía me temblaban y la respiración
no se me había normalizado, aquella pesadilla me había afectado de verdad.

Abrí la ducha y me metí bajo el agua. Poco a poco, fui sintiendo como la paz volvía
a mi cuerpo y como un sentimiento de relax total me invadía de arriba a abajo.
Apoyé los brazos contra la pared y me quedé de esa manera un buen rato
mientras el agua tibia caía sobre mí.

No lograba tranquilizarme del todo, y, en gran parte, porque la conversación que


había tenido con Benjamín en aquél feo sueño todavía me retumbaba en la
cabeza. Sabía que todo había sido producto de mi imaginación, pero no podía
evitar pensar que si esa conversación hubiera sucedido de verdad, seguramente
no hubiera distado mucho de la de mi sueño.

Y, una vez más, me puse a comerme la cabeza con el temita.

Yo seguía creyendo fervientemente en mis motivos para hacer lo que estaba


haciendo con Alejo. Seguía creyendo que recuperaría a mi novio si lograba
convertirme en la mujer que él quería. Sin embargo, ese sueño me había hecho
darme cuenta de que, si Benjamín nos llegara a descubrir, nada que yo pudiera
decirle lograría hacer que él lo entendiera, que me entendiera... A sus ojos, yo sólo
sería una sucia arpía infiel que se había acostado con otro hombre mientras él
intentaba sacarnos adelante.

Sentía que estaba atrapada en una encrucijada...

«Si sigo practicando con Alejo, voy a seguir perdiendo el control y las
probabilidades de que Benjamín se entere van a ser mayores... Pero si dejo de
hacerlo, no voy a terminar nunca de convertirme en la mujer que él quiere que
sea, y voy a correr el riesgo de que me deje...»

También estaba eso; en las últimas 24 horas había hecho cosas que en la vida me
hubiera imaginado que iba a ser capaz de hacer. La noche anterior había puesto en
riesgo todo cuando le hice una felación a Alejo sabiendo que Benjamín estaba a
punto de llegar a casa. Y esa misma mañana lo había vuelto a hacer...

—¡Ay! —me quejé.

Al recordar todo aquello, comencé a sentir un ya conocido calorcito entre mis


piernas, e instintivamente llevé una de mis manos a mi vagina. Solté varios
quejidos, ya que todavía tenía la zona sensible. Ese era otro claro ejemplo del
descontrol que estaba viviendo en esos últimos días. Mi cuerpo se encendía con
sólo recordar los encuentros con Alejo.
—¿Qué hago? —murmuré.

¿Debía acabar con las prácticas o no? Esa era la pregunta que me hacía en ese
momento. Sinceramente, no quería hacerlo, todavía sentía que me quedaba
mucho por aprender, que todavía no había experimentado ni la mitad de cosas que
ese nuevo mundo tenía para ofrecerme. Pero, a la vez, sentía que era demasiado
peligroso... Y si tenía elegir, prefería tener que tomar otro camino para recuperar a
Benjamín a arriesgarme a que me descubriera y poner en peligro, ya no sólo mi
relación, sino mi vida junto a él.

«Benjamín es mi máxima prioridad y no voy a arriesgar todo lo que hemos


construido por nada del mundo. Tengo que terminar con esto...»

Me terminé de duchar, limpié bien mi cuerpo y me fui a toda prisa para mi


habitación. Ahí me vestí con lo primero que encontré y luego salí al salón para
comunicarle a Alejo lo que acababa de decidir.

—¿Alejo? —dije varias veces en voz alta al no verlo por ningún lado.

Me acerqué a la mesa y me bebí de un trago el vaso de zumo de naranja que


había preparado muy amablemente para mí. Cuando acabé, me di cuenta de que
también había una nota:

«No hay un carajo en la casa, así que voy al mercado a hacer una buena compra
para poder cocinarte como corresponde. Vuelvo en una hora. Te quiero mucho».

No pude evitar ruborizarme y sonreír al leer la última línea. Así que, resignada
pero contenta, me fui a mi habitación para preparar las cosas para esa tarde. Ese
día empezaba a trabajar y ya iba siendo hora de que comenzara a enfocarme en
eso y nada más que eso. Ya iba a tener tiempo de hablar con Alejo.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 14:05 hs. - Benjamín.

Clara se estaba retrasando y yo no tenía tiempo que perder. Mauricio quería que lo
acompañara a no sabía qué sitio en poco más de media hora y yo estaba ahí
todavía, siguiendo los caprichos de la maldita becaria.

Resulta que ese día, cuando me desperté en el cuartito, Clara se había ido y me
había dejado una nota al lado de mis cosas; «A las 14 en donde siempre. Besitos»
decía exactamente. Lo cierto es que ya no tenía por qué continuar haciéndole
caso, ya que ahora yo tenía algo con lo que chantajearla también, pero me parecía
buena idea aclarar todo lo que había pasado entre nosotros y también decidir qué
es lo que haríamos con lo de Mauricio y Lulú.

—¡Benny! —gritó la escandalosa en la entrada de la cafetería—. ¿Por qué te has


sentado tan atrás? ¡Y encima de espaldas a la puerta!
—Comprenderás que no habla muy bien de mí que me reúna todos los días a
almorzar con la misma chica cuando tengo novia, ¿no? Bueno, mientras menos
gente conocida nos vea, mejor.

—Es increíble que después de lo de esta mañana todavía continúes siendo tan frío
conmigo —dijo sin controlar ni un poquito su agudísima voz.

—Te agradecería que seas un poco más discreta, Clara... —le dije apretando los
dientes.

—¿Qué? ¿Acaso he dicho algo que no debía? —dijo mientras hacía señas para que
alguien viniera a atendernos.

—No, pero es que ya estoy de malentendidos hasta el gorro. No va a pasar nada


por que midas un poquito tus palabras.

—¿Van a pedir algo los señores? —preguntó el camarero.

—No seas tan formal conmigo, Enrique, tontorrón... —dijo ella mientras le daba un
golpecito en el estómago al mesero.

—Jajaja, pensé que querías verme en acción, Clarita —respondió él riéndole la


gracia.

—¿Se conocen? —pregunté interesado.

—Sí, Benny. Él es Enrique, mi mejor amigo. Enrique, él es Benjamín, un


compañero del trabajo —nos presentó. Enrique era un chico no muy alto, metro
setenta y pocos; de unos veinti-tantos años, rapado al cero y bastante delgado,
rozando la escualidez.

—Encantado.

—Un placer —dijimos prácticamente al unísono.

—Bueno, ¿podéis decirme lo que queréis? Es que al jefe no le gusta que perdamos
el tiempo... —dijo esbozando una sonrisita nerviosa.

—Un cortado y un sandwich mixto, por favor —respondí yo.

—Pues yo un bocadillo de lomo y una...

—Fanta limón con mucho hielo, sí —terminó él su frase.

—¡Cómo me conoces!

—¡Lamentablemente! Jaja. Enseguida os lo traigo —concluyó dándose la vuelta.


—Así que tu mejor amigo, ¿eh? Ya entiendo por qué tantas ganas de venir aquí —
proseguí cuando ya se hubo ido.

—Pues sí, me has pillado —rió—. Pero parece que los últimos días los ha tenido
libres, por eso no lo hemos visto...

—Parecen muy cercanos —comenté.

—¿Qué pasa? ¿Estás celoso? —volvió a reír.

—Más quisieras...

—Pues sí que me gustaría, sí... —dijo cogiéndome de la mano. Justo en ese


instante aparecía Enrique a traerme el café y el sandwich.

—Aquí tiene, caballero —dijo con seriedad. Y así como vino, se fue.

—En fin... Justamente de eso me gustaría hablar, de lo que pasó ayer... —reanudé
la conversación.

—¿De qué quieres hablar? Dime.

—En primer lugar, quiero pedirte perdón por mi comportamiento. Sé que no es


excusa, pero no me encontraba en pleno uso de mis facultades... Seguramente por
culpa del jarronazo...

—¿Quieres decir que en pleno uso de tus facultades nunca me entrarías? —


preguntó lanzándome una mirada penetrante.

—Lo siento, Clara, pero no... Aunque las acciones de esta manaña puedan indicar
lo contrario, yo amo a mi novia y para mí ella es la única mujer de mi vida. Tú
eres una chica preciosa, por la que cualquier hombre mataría sin dudarlo, pero
no...

—Cualquier hombre no... Tú no... —dijo agachando la cabeza.

—Ya te he explicado por qué... No me hagas sentir peor de lo que ya me siento...

—Eres un buen hombre, Benny... Siento mucha envidia de tu querida Rocío —dijo
volviendo a sujetar mi mano.

—¡Bocadillo de lomo y Fanta limón con mucho hielo! ¡Qué aprovechen! —dijo de
pronto el camarero haciéndome pegar un pequeño salto. Y de nuevo volvió a
retirarse sin decir nada más. Clara se rió.

—Bueno... ahora que hemos aclarado esto, tenemos que hablar sobre lo que,
desafortunadamente, presencié esta mañana —proseguí.
—A mí me parece que no hay mucho de qué hablar —dijo dándole un primer
bocado a su almuerzo.

—Clara, ahora somos cómplices en esto. Tenemos que decidir cómo diablos nos
vamos a comportar cuando nos los encontremos en el edificio.

—Pues normal... ¿Cómo te quieres comportar? —dijo sin ponerle mucho interés.

—¡Clara! —exclamé dando un pequeño golpe en la mesa— ¡Esto no es un juego!


¡Ayer Lulú casi me revienta la cabeza! ¡Despierta!

—Mira, Benny... —dijo volviéndome a tomar de la mano y echando un vistazo por


encima de mi hombro— Lulú no tiene ni idea de que tú sabes que la amante del
jefe es ella. Y yo le prometí que te iba a convencer para que no le hicieras
preguntas indiscretas a Mauricio. Lo único que tienes que hacer es seguir
comportándote como hasta ahora, ¿vale?

—No me convences...

—En serio, hazme caso.

Terminamos de comer y pedimos la cuenta. Fue Enrique quien nuevamente vino a


atendernos, pero ya no parecía tan contento como antes. Ya no quedaba nada de
ese muchacho alegre y cómico del principio. Y podía hacerme una idea de la
razón...

—Bueno, ¿ahora me vas a explicar qué demonios estaba pasando ahí adentro? —
pregunté una vez salimos de la cafetería.

—¿De qué hablas?

—Llámame loco, pero juraría que me has utilizado para darle celos a tu amigo.

—Te lo estarías imaginando... —se hizo la loca.

—Hombre... qué casualidad que cada vez que me cogías de la mano aparecía él, y
no muy contento que digamos...

—¡Benny el astuto! —dijo soltando una carcajada— Pero igual te equivocas. No


eran celos precisamente lo que pretendía darle, sino un mensaje.

—¿Un mensaje? —pregunté intrigado.

—Sí, un mensaje.

—No te sigo... —dije con sinceridad.

—Al final no eres tan astuto...


—¿Puedes explicármelo, ¡oh! Inteligentísima Clara?

—Enrique hace años que está enamorado de mí. Nunca se ha atrevido a decírmelo,
pero yo lo sé, por cómo se comporta conmigo y por cómo me habla, y por muchas
cosas más.

—Vaya...

—Lo conozco desde nuestros primeros años de secundaria, y siempre estuvo a mi


lado cuando más lo necesité, pero...

—Pero tú no lo quieres como él te quiere a ti...

—Lo vas pillando. O sea, yo lo quiero mucho, pero como amigo nada más, y lo
último que querría es hacerle daño.

—Pues ponerte a ligar con otro hombre delante de sus narices no creo que sea la
mejor de las opciones...

—Es mejor eso que recibir una respuesta mía que lo vaya a destruir por dentro.

—¿Y tú crees que enseñándole cómo tonteas con otro hará que se olvide de ti?

—Así es... Ya lo has visto, Benny... el chico es normalito... tirando a feo. Si ve que
yo estoy interesada en hombres hechos y derechos como tú, entonces se rendirá
conmigo e irá a buscar algo más... adecuado para él.

—Entiendo... —dije pensativo—. Pues no cuentes conmigo.

—¿Eh? Ah, no te preocupes, yo creo que con lo de hoy ya ha sido suficiente. ¿Has
visto la cara que tenía? Si después de esto no abandona...

—Mira, Clara, no es mi intención juzgarte, ni mucho menos, pero tu actitud de


ahora me está dando un poquito de asco —respondí con cierto enfado.

—¿Por qué? ¿He dicho algo malo?

—Da igual, déjalo. Mauricio me está esperando y no estoy de humor para


escucharlo gritar.

—Vale... ¡Nos vemos más tarde en la oficina!

—Hasta luego —dije mientras me metía en mi coche.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 14:30 hs. - Rocío.


 

—Buenas...

—¡Por fin! ¡Uy! ¡Deja que te eche una mano!

Alejo acababa de regresar y venía cargado de bolsas. Unas diez, sin exagerar. El
chico se había tomado en serio lo de la compra. Apenas lo vi entrar por la puerta,
me levanté corriendo para ayudarlo.

—Ya me estaba empezando a preocupar... —dije mientras guardaba las cosas.

—Estaba lleno el Súper. Mala hora elegí para ir...

—¡Claro que estaba lleno! Sábado por la mañana, ¿qué esperabas? —lo regañé.

—Bueno, no importa. ¡Mirá todo lo que traje!

Comenzó a vaciar el contenido de las bolsas y a explicarme para qué tenía


pensado utilizar cada cosa. Los ojos le brillaban, se notaba de lejos que le
apasionaba de verdad todo lo relacionado con la cocina.

—En fin, ¿cuánto te debo? —dije sacando mi cartera del bolso.

—¿Me estás jodiendo? Las gracias y ya está —respondió dándome un golpe seco
en la cabeza.

—En serio, Ale, todo esto te habrá salido muy caro...

—Rocío, estoy usando tu luz, tu agua y tu techo sin poner un mango. Esto es lo
menos que puedo hacer por vos. O sea, por ustedes.

—Pero...

—¡Pero nada! Ahora dejame que tengo que cocinar.

No insistí más, no valía la pena, no iba a aceptar el dinero ni aunque se lo metiera


en la boca. Así que lo dejé ahí con sus cosas y me fui a mi cuarto a terminar de
preparar las clases para esa tarde. No me tomó mucho tiempo hacerlo, había
adelantado mucho mientras Alejo no estaba. Ya lo único que me quedaba por
hacer era decidir cómo me iba a vestir.

—A ver... —murmuré mientras abría el armario.

Estuve como media hora pensando qué me iba a poner. No quería ir demasiado
formal, pero tampoco demasiado de andar por casa. La última vez había ido con
ropa de calle y la señora Mariela me había llenado de elogios, así que tampoco
quería ir demasiado llamativa. Mi hermana siempre me decía que tenía que ser
consciente del cuerpo que tenía, que no podía ir por ahí tan "ligerita" de ropa, por
lo que también descarté todos mis vestiditos; además de que no estaba el clima
como para ir desabrigada.

—¡Che, Rocío! ¿Te gusta la albaha...? —dijo de pronto Alejo abriendo la puerta de
golpe.

—¡Alejo! ¡¿Otra vez?! —dije tapándome como pude.

—¡Perdón! ¡No me pegues! —respondió él saliendo por patas y dando un portazo.

Lejos de enfadarme, comencé a reírme en voz baja. No lo entendía, pero Alejo


estaba más dócil de lo habitual. Esa misma mañana me había enfrentado con toda
la chulería del mundo, pero luego de haber sucedido lo que había sucedido, se
había transformado en ese cachorrito inofensivo que acababa de salir corriendo de
mi habitación.

Cuando dejé de reír, me di cuenta de que podía aprovecharme de aquello. Alejo


estaba feliz y así iba a ser mucho más fácil hablar con él.

Me llené de valor, abrí la puerta y entonces lo llamé.

—¿Puedes venir un momento?

—¿Quién? ¿Yo? —dijo asomando la cabeza al pasillo.

—Quiero hablar contigo.

Mientras venía caminando hacia la habitación, pensaba lo que le diría


exactamente, ya que no lo tenía del todo claro. No me parecía justo soltarle de
pronto un "ya no necesito tu ayuda" y luego decirle que se fuera. O sea, no es que
pensara que se lo iba a tomar a mal, porque él había estado haciendo todo eso por
mí desinteresadamente. Pero igual no me parecía lo correcto. Tenía que elegir bien
las palabras que le iba a decir.

—¿Qué pa...?

—Siéntate —dije con una sonrisa y dando unas palmaditas en el colchón.

¿Qué fue lo que pasó a continuación? Bueno, que Alejo se tiró encima mío y me
besó sin darme tiempo a reaccionar. Cuando sentí sus frias manos acariciar mi
cuerpo, me di cuenta de mi error. Me había centrado tanto en pensar lo que le
diría, que me había olvidado de volver a vestirme... Sí, estaba completamente
desnuda y no me había dado cuenta. Y claro, él entendió que lo estaba invitando
a... bueno, ya saben.

Quise frenarlo, pero sus manos ya estaban fisgoneando en mi intimidad todavía


hipersensibilizada, y lo único que salieron de mi boca fueron gemidos. Al oírme,
lejos de detenerse, Alejo se vino arriba y continuó acariciándome cada vez con
más ganas.
«Al diablo».

Sinceramente, tenía cero ganas de resistirme, el cuerpo me ardía y Alejo era el


único que tenía la solución para ello.

Así es, la tentación era demasiado grande y yo demasiado débil.

Ya completamente decidida a seguir adelante, abrí las piernas todo lo que pude
para facilitarle el acceso a mi vagina, que ya chorreaba por los cuatro costados. Él
no cambió su plan de ataque en ningún momento, ya que desde el principio pensó
que yo lo había buscado a él. Así estuvo varios minutos besando mis labios y
acariciando mi vagina, hasta que se cansó y llevó su boca a mis pechos, donde se
quedó chupando mis durísimos pezones otro largo rato. El placer que sentía en ese
momento era extremo. Y, movida por ese bienestar, puse mis manos en su
coronilla e hice presión para que siguiera descendiendo sobre mi cuerpo. Él se rió y
dejó que lo guiara hasta donde yo quería. Luego me miró a los ojos pidiendo mi
aprobación, y yo asentí sin dudarlo...

—¿Qué es ese olor? —dijo levantando la cabeza y olfateando como un perro.

—¿Eh? —me ruboricé— ¡Me bañé hace unas horas!

—¡La comida! ¡La concha de mi madre! —maldijo e inmediatamente salió corriendo


para la cocina.

Efectivamente, un olor insoportable a quemado empezó a invadir la habitación,


señal inequívoca de que Alejo se había dejado el almuerzo en el fuego.

Volvió a los pocos minutos con cara triste y con una bandeja llena de carne
carbonizada. Yo, que todavía estaba despatarrada en la cama, negué con la cabeza
y me encogí de hombros. Él se resignó también y dejó la comida echada a perder
encima de la cómoda. Luego se volvió a sentar a mi lado para continuar con lo que
habíamos dejado a medias.

—Ale... —dije moviendo la cara hacia un costado negándole por primera vez un
beso—. Tengo que prepararme... hoy empiezo a trabajar —le confesé finalmente.

Esos minutitos que había permanecido sola en el cuarto me habían hecho re-
evaluar la situación. Todavía estaba hirviendo y tenía unas ganas insoportables de
que Alejo me "calmara". Pero, si me dejaba llevar, a saber a qué hora íbamos a
terminar. Y me entraba el pánico en el cuerpo de solo pensar en llegar tarde a mi
primer día de trabajo.

Por primera vez en mucho tiempo, la razón le estaba ganando el duelo a la


calentura.

—¿Cómo? —dijo irguiéndose de golpe y mirándome ojipláticamente.


—Sí... ¿Te acuerdas que el otro día salí sin decirte a dónde iba? Bueno, fui una
entrevista de trabajo...

—¿De verdad? ¿Dónde? ¿De qué? —estaba como sorprendido y eufórico a la vez.

—Cálmate. De profesora particular. Voy a ir a darle clases a un chico que tiene


problemas en la escuela. Entro a las cinco.

—¡Aaaaaa la mierda! ¡No sabía nada! ¡Felicidades! —dijo, e intentó besarme de


nuevo.

—Ale... por favor, no... —dije apartando la cara. Me estaba costando una
barbaridad rechazarlo.

—Está bien, princesa —y me dio un besito en la frente.

—Bueno... —respondí ruborizándome un poco— Voy a vestirme... ¿Te


importaría...?

—¡No! ¡En absoluto! Voy a ir preprando algunos sanguchitos —dijo yéndose hacia
el pasillo.

—Vale. En un rato voy...

Resignada, me levanté de nuevo y me puse de pie delante del espejo, donde me


quedé observándome a mí misma unos cuantos minutos. Inevitablemente, posé la
mirada en mi entrepierna, que todavía estaba enrojecida, y llevé una mano ahí
para revisar la zona. Di un respingo al primer contacto y no me volví a tocar, por
lo menos por el momento.

No tengo ni idea por qué, pero cerré los ojos, suspiré muy despacio, y luego los
volví a abrir, esta vez dejándolos clavados en mi mirada. Así, sin dejar de
mirarme, abrí ligeramente la boca y llevé los dedos índice y el corazón a mis
labios. De nuevo cerré los ojos y comencé a hacer circulitos en mi boca, como si
me estuviera pintando, recreándome y recordando el beso que me acababa de dar
con Alejo. Luego coloqué la mano que tenía libre en mi vientre y lentamente fui
descendiéndola hasta llegar a los primeros pelitos de mi pubis. Entonces, quité la
otra mano de mi boca y la lleve a mi pecho derecho. Cuando hice el primer
contacto con el pezón, todo mi cuerpo se estremeció haciéndome retroceder y caer
en la cama. No volví a ponerme de pie, no me interesaba. Y, todavía, sin abrir los
ojos, seguí acariciándome el pecho con suma suavidad; lo sentía extramadamente
sensible y por eso me costaba acelerar el movimiento, pero me estaba gustando
mucho. Fue ahí que ya no aguanté más y volví a pasar la mano por toda mi rajita,
que estaba considerablemente mojada. Otra sacudida me hizo temblar de arriba a
abajo, pero esta vez no retiré la mano. Separé las piernas y comencé a
masturbarme; primero despacio y luego ya salvajemente, llegando al extreno de
tener que morderme los labios para no gritar. Necesitaba ese desahogo como nada
en el mundo.
Por suerte, el climax llegó antes de que perdiera totalmente el control y comenzara
a gritar como una loba. Cogí una almohada que tenía cerca y me tapé la cara
mientras ese gustito tan rico abordaba todo mi ser.

Miré el reloj y vi que todavía tenía algo de tiempo, así que me quedé unos minutos
en esa posición recuperándome del orgasmo y pensando en lo que acababa de
hacer. Por muy raro que pueda sonar, después del placer no vino la cordura, cosa
que era ya más que habitual en mí. Me había encantado lo que había hecho y me
sentía en el paraíso. No entendía cómo había podido pasar tanto tiempo sin
experimentar algo tan placentero. Incluso en un momento me entró la risa boba
cuando recordé los contínuos avisos de mis padres en contra de la masturbación.

Pero la cosa ya no sólo se resumía a lo que acababa de hacer, también se resumía


a mis encuentros con Alejo en general. Hacerlo sola se había sentido muy bien,
pero no había ni punto de comparación como cuando lo hacía con mi amigo.

Y ya no estaba tan segura de decirle de dejar lo de las prácticas...

Sabía muy bien que lo que estaba pensando estaba mal, pero también sabía de
sobra que la persona a la que amaba era a Benjamín. Alejo sólo era un invitado
temporal que en cualquier momento iba a desaparecer de mi vida. Y, cuando eso
pasara, mi "aventura" se esfumaría junto con él. Además, era una persona en la
que confiaba plenamente y me había demostrado con creces que realmente se
preocupaba por Benjamín y por mí, así que no veía ningún inconveniente en
pasarlo bien con él mientras se estuviera quedando en casa.

«Además, no voy a tener sexo con él...»

Estar tan segura de que nunca iba a tener relaciones sexuales con él me hacía
convencer aún más de no abandonar las prácticas. Porque claro, a fin de cuentas,
lo que hacíamos nosotros no era más que darnos unos pocos besos y unas cuantas
caricias. El sexo oral era lo máximo a lo que habíamos llegado, algo que tampoco
me parecía tan malo. Sinceramente, yo creía fervientemente que, mientras Alejo
no me penetrara con su miembro, nada de lo que hiciéramos iba a contar como
infidelidad.

Insisto en que sabía que estaba mal intimar de esa manera con otro hombre que
no fuera mi novio, pero como ya la situación se había salido de control y como,
además, a mí me venía bien seguir aprendiendo cosas nuevas, mientras no
hubiera infidelidad de por medio (y mientras Benjamín no se enterara), todo iba a
estar bien.

La balanza estaba claramente inclinada para un lado, y me daba la sensación de


que, salvo que sucediera algún tipo de giro dramático en los acontecimientos, la
decisión ya la tenía tomada.

Me levanté de la cama y me puse lo primero que encontré para ir, de una vez, a
comer. Todavía era muy pronto y tenía todo el día por delante para pensar en lo
que haría, pero una cosa sí que la tenía bien clara, y era que algo había cambiado
dentro de mí.
Las decisiones de Rocío - Parte 9.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Benjamín.

«¿Qué cojones te pasa hoy? ¡Estás cagándola pero bien! Mira, mejor lárgate de
aquí y vuelve a la oficina. Y, sea lo que sea que te esté pasando, soluciónalo,
porque estos días que se vienen son cruciales».

Nunca antes había sentido tanta incomodidad estando al lado de mi jefe. Mauricio
y yo siempre habíamos tenido una relación... confianzuda, por llamarla de alguna
manera. Es decir, siempre nos habíamos llevado fenomenalmente dentro de una
estricta profesionalidad. Y ni hablar de lo bien que nos compenetrábamos en la
oficina; no había mejor pareja que nosotros a la hora de realizar rápida y
eficientemente el trabajo. Pero los últimos acontecimientos habían logrado que mi
forma de verlo cambiara de forma radical... Y claro, los nervios y la torpeza se
hicieron presentes en mí ese día.

Resulta que mi jefe me había pedido que lo acompañara a un encuentro con un


potencial inversor de la empresa. El tipo era un joven ucraniano que recién estaba
empezando en este mundillo, y a Mauricio le pareció buena idea llevar a una
persona de, más o menos, su edad para que el muchacho se sintiera más cómodo
y menos abrumado.  «Yo me encargo de hablar; tú sólo limítate a poner esa
sonrisa de gilipollas que siempre pones en las reuniones. No digas nada a menos
que el guiri te hable directamente a ti. ¿Entendido?». Fácil labor, a priori, y
encantado de llevarla a cabo, ya que no me encontraba en las mejores condiciones
mentales como para intervenir demasiado.

Desde que me había encontrado con Mauricio esa tarde, las imágenes de él
semidesnudo en esa pequeña cama comenzaron a dar vuelta en mi cabeza. Y eso,
sumado a que no podía evitar preguntarme si realmente él no sabía que yo lo
sabía, por más que Clara me hubiera dicho que no, me tenía en un estado muy
poco apto para trabajos donde ejercitar la materia gris fuera imprescindible.

Bueno, la labor hubiese sido fácil si el joven, cuyo nombre no me acuerdo, no


hubiese comenzado a bombardearme a preguntas desde el minuto uno. En ningún
momento pareció mostrarse interesado en dialogar con mi superior, por más que
este intentara por varios medios conseguir su atención. En fin, que no me quedó
más remedio que cargar con el peso de ese meeting... Y sobra decir que fue un
fracaso; aguanté el tipo los primeros diez minutos, despejando todas sus dudas,
pero cuando se puso a indagar en asuntos más complejos, todo se me nubló y lo
que decía me empezó a sonar a kazajo cerrado. Así que, entre tartamudeos y
miradas suplicando auxilio a mi jefe, me levanté y me fui al baño.

Mauricio me fue a buscar a los pocos segundos y me "aconsejó" que volviera a la


oficina, que ya me excusaría él con el buen emprendedor ucraniano y que también
se encargaría de arreglar mi desastre.
—¿En qué piensas? —me sacó de mi ensimismamiento Sebas.

—En la reunión con el ruso... Espero que haya terminado bien, porque si no...

—Tranquilo, hombre, hace ya casi una hora de eso, ¿no? Si no ha vuelto todavía
es porque se ha llevado al chaval al edificio del sur, donde están ahora los peces
gordos —intervino Luciano.

—Sí, puede que tengas razón...

—Bueno, yo aquí ya acabé. ¿Quieren ir a la cafetería un rato? El trabajo fuerte no


va a llegar hasta las 5, más o menos —propuso él mismo.

—Venga —aceptó Sebas. Yo me limité a asentir. Luego nos levantamos,


acomodamos unos papeles y nos dispusimos a tomarnos nuestro merecido
descanso.

Antes de atravesar el umbral de la puerta, alguien me sujetó del hombro y me hizo


detener en el lugar.

—Ven a buscarme a mi escritorio a las diez... Tengo que hablar contigo —me
susurró al oído. Era Lulú, que sin darme tiempo a replicar, y siquiera a darme la
vuelta, siguió de largo mientras yo me quedaba ahí bastante perturbado.

Me preocupé, sinceramente. Me aterrorizaba pensar que podía querer increparme


por lo de esa mañana. Si a Clara la había amenazado con joderle el becariado si
abría la boca, entonces contra mí iba a utilizar mi puesto de trabajo, estaba
clarísimo. Lo peor es que ya había decidido callarme la boca y esperar a ver cómo
iban avanzando las cosas; no me había preparado para tener que afrontar una
ofensiva como esa tan pronto.

—¡Benjamín! ¡Apura, coño! —gritó César, otro buen compañero que últimamente
se había acoplado a estas reuniones nuestras en la cafetería.

En el camino nos alcanzó Romina también, que venía con la recatada Jéssica. Y
nuestro pequeño descanso entre amigos, de la nada, se convirtió en una merienda
para seis.

—Sinceramente ya estoy hasta el chirri de que el bigotes se la agarre siempre


conmigo y que a la otra no le diga nada... —comentaba Romina con Jéssica
mientras nos sentábamos todos.

—¿Qué pasó? —preguntó Luciano luego de decirle al camarero lo que queríamos.

—Pues que esta mañana Mauricio nos dejó a Clara y a mí encargadas de enviar
unos documentos por e-mail.

—Ajá...
—Fácil, ¿no? Bueno, ¿os podéis creer que la muy anormal va y me da la lista de
contactos de mañana? Y claro, el bigote me llamó y me puso a parir a mí... —
contaba entre gruñidos. Yo había sido testigo de esa conversación telefónica; había
sido justo antes de reunirnos con el ucraniano.

—¿Y por qué no le dijiste que no fue tu culpa? —añadió César.

—¡Se lo dije! Pero resulta que la responsabilidad es mía; que es normal que los
becarios la caguen de vez en cuando y para eso estamos nosotros los veteranos
para vigilarlos. Me puso de una mala hostia...

—En fin... ya sabes como es... —intentó calmarla Sebas.

—Sí... pero no... Vosotros no estáis ahí encerrados con ellos todo el día. Ya ha
tenido otras becarias y a todas las ha tratado igual de mal que a los demás. Pero a
Clara no... con ella es diferente. Y me revienta.

—Bueno, mujer, yo llevo aquí bastante tiempo y te puedo asegurar que ninguna
fue como Clara... No sé si me entiendes —dijo Luciano haciendo especial énfasis
en el "ninguna fue como Clara".

—Vamos, Luciano, que el bigotes no es idiota; siempre ha elegido crías como ella.
Y a más guarrilla, mucho mejor —replicó la secretaria.

—Normal. Yo también lo haría...

—Pero insisto en que con las demás no era así...

—¿Qué intentas insinuar? —dijo Luciano riendo entre dientes.

—Nada...

—Espera, ¿me estás vacilando? —saltó Sebas— ¿De verdad crees que esos dos...?
—preguntó anonadado. Yo no quería decir nada para no demostrar partidismo,
pero encontraba la conversación bastante irrisoria. «Si ustedes supieran...».

—Yo lo dejo ahí. Sois libres de pensar lo que queráis.

—Perdón que me entrometa, chicos, pero creo que Luciano tiene razón... —
intervino Jéssica, para sorpresa de todos— A ver si nos vamos a meter en un lío
por meter las narices donde no nos incumbe... —concluyó. «Sabias
palabras» pensé al instante mientras me salía sola una sonrisa de aprobación.

—¡Sabes hablar! —exclamó Sebas provocando que la joven se ruborizara.

—Déjala en paz, imbécil. Jessi tiene razón, a ver si Mauri va a tener espías por el
edificio... —la defendió Romina— Además, aquí el que menos habla últimamente
es Benjamín.
—Déjalo, que todavía está lidiando con el "amiguito" de su novia... —respondió
Luciano.

—¡¿No se ha ido todavía?!

—¿Y si mejor se siguen metiendo con Mauricio? —pregunté irónicamente.

—Vamos, cuenta, ¿no le habías conseguido un piso? Algo de... ¿Raúl? —continuó
Romina.

—Vamos a ver... —suspiré— Sí, ya nos reunimos con él, pero quedó en consultarlo
con su esposa...

—La mítica... —saltó de nuevo Luciano. En ese momento volvió el camarero con
los pedidos.

—¿Qué mítica? —pregunté mientras le hacía un hueco al joven para que me dejara
mi café.

—La mítica excusa para dar largas. Olvídate, Benjamín, ese idiota no te va a servir
de nada.

—Échalo de tu puta casa y asunto arreglado. ¿Por qué tanta historia?—dijo Sebas.

—¿Y que luego la novia lo deje a dos velas a saber cuanto tiempo? No... —
respondió de nuevo Luciano.

—¿Cuánto? ¿Dos días? ¿Una semana a lo sumo? Aquí lo que tienes que hacer es
poner los huevos sobre la mesa y demostrarles a los dos quién es el hombre de la
casa.

—Vaya con Conan el Bárbaro... No sé por qué os empeñáis en darme tanto asco
cada vez que me siento con vosotros en una de estas mesas... Tú y tú,
especialmente —dijo Romina señalando a Sebas y Luciano— Mira, Benjamín, te
repito lo de la otra vez; si tu chica no te ha dado motivos para desconfiar,
entonces no te preocupes, tú sigue a lo tuyo.

—No, no me ha dado motivos... pero tampoco es cuestión de dejar que el tipo se


siga quedando de gorra en mi casa...

—A mí mi primera mujer me dejó por su masajista... —añadió sorpresivamente


César— Así es, llevaban meses follando para cuando me di cuenta... Bueh, "me di
cuenta", el dato me lo pasó mi mejor amigo, que de casualidad los vio
enrollándose en un parque en la ciudad de al lado...

—Vaya... —dijimos varios a la vez.

—Estuve un mes intentando reparar las cosas; no quería perderla por nada del
mundo y quería darme cuenta por mí mismo de en qué había fallado. Pero ya era
demasiado tarde; un día me dijo que tenía que hablar conmigo, y ahí se terminó.
Me contó absolutamente todo, me pidió disculpas hasta cansarse y luego hizo las
maletas y se piró.

—Lo siento, César... —dije esta vez yo solo.

—No, no lo sientas. A los pocos años me volví a casar y ahora tengo tres preciosos
hijos que son mi vida. Miren... —dijo sacando de la cartera una foto. Ahí estaban
los tres niños con él y la que supuse era su mujer.

—¡Bellísimos! —dijo Jéssica con una amplia sonrisa.

—Totalmente —coincidí yo.

—¿Sabes por qué cuento esto, Benjamín? Porque cuando Berta me dejó -sí, así se
llamaba-, me pasé semanas pensando y analizando cada segundo de mi vida a su
lado. Y fue en esos días cuando me di cuenta de muchas cosas que había pasado
por alto cuando estaba con ella... Y si hubiese notado esas cosas a tiempo, quizás
hubiese podido salvar mi matrimonio. Por eso estoy de acuerdo con Romina; si tu
chica no te ha dado ningún motivo para desconfiar de ella, no tengas miedo de
nada. Pero acuérdate de que no siempre somos capaces de percibir todo lo que
está pasando a nuestro alrededor.

Nos quedamos todos en silencio; asintiendo algunos y otros mirando seriamente.


César era un hombre de unos 60 años, prácticamente nos doblaba la edad a todos,
así que cuando él hablaba, los demás nos callábamos y escuchábamos; incluso el
arrogante de Luciano. Aunque en este caso mucho no venía a cuento la charlita.
Estaban todos empeñados en creer lo que no era. Me arrepentía de haberles
contado lo de Alejo. La única que no magnificada el asunto era Romina, y gracias a
dios que estaba ahí para aportar un poco de cordura.

—Gracias por el consejo, César, pero te aseguro que está todo bien.

—Mirad quién viene... —dijo Romina de pronto, y dio un largo trago a su café.

Clara estaba entrando por la puerta y se dirigía hacia la barra. Noté que ya no
llevaba la misma ropa; había sustituido lo de aquella mañana por un conjunto
ejecutivo que le daba un aire mucho más maduro del habitual. También había
cambiado su peinado; su habitual cabellera color castaño claro que le llegaba
hasta media espalda y finalizaba en unas ondas perfectas, esta vez estaba
recogida en una cola de caballo. Estaba preciosa, y no pude evitar quedarme
mirándola con cara de idiota. Cosa que ella notó al instante cuando giró la cabeza
en dirección hacia nuestra mesa. Intenté esquivarle la mirada pero en vano. Ella
levantó la manita y saludó jovialmente.

—Y encima tiene la cara dura de saludar...

—Parece que le estás agarrando asquito... —rio Luciano.


—Ni te lo imaginas...

Estuvimos un rato más hablando hasta que se hizo la hora de volver al trabajo. Yo
me fui en la misma dirección que Romina, que en ningún momento dejó de
maldecir y de mentar a Clara. César y Sebas se quedaron un rato más hablando de
fútbol, mientras que Luciano y Jéssica se fueron cada uno por su lado.

Me había venido más que bien distenderme un poco con mis compañeros de
trabajo, pero ahora se venía lo más difícil: la reunión con Lulú. Y lo peor era que
no sabía qué narices le iba a decir.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:05 hs. - Rocío.

—¡Ya me voy, Ale! —grité desde mi habitación.

Estaba terminando de darme los últimos toque de maquillaje y vestimenta.


Finalmente había decidido ir medianamente formal y terminé escogiendo una falda
ejecutiva negra que me llegaba hasta las rodillas, una camisa blanca de mangas
cortas y unas sandalias también blancas con unos pocos centímetros de tacón. El
pelo me lo até en una simple coleta. Quedé muy satisfecha con el resultado.

Salí radiante de la habitación y me dirigí al salón. Me planté delante de Alejo


esperando que dijera algo sobre mi aspecto.

—Preciosa —dijo apenas me vio.

—¡Eso no me vale! ¿Parezco una profesora o no?

—Ojalá yo hubiera tenido profesoras así... —dijo dando un leve bufido.

—Qué tonto eres —reí.

—Che, Ro... —dijo después de un breve silencio— ¿Querés que te vaya a buscar
cuando salgas?

—¿Eh?

—Antes me dijiste que el lugar a donde vas es feo, y que además vas a terminar
tarde... —dijo preocupado.

—Sí, ya... pero no quiero molestarte tampoco... Además, ¿está bien que estés
saliendo tanto? Mira si te encuentran esos tipos... —respondí yo más preocupada
aún que él.
—Tranquila, lo importante es no llamar la atención. ¿Querés que vaya o no? —
insistió.

—Bueno... vale. Salgo a las 8. Tienes que bajarte en la quinta estación. El tren
tarda media hora en llegar. Cuando llegues mándame un mensaje y te digo donde
estoy, ¿vale? —le aclaré.

—Perfecto.

—Bueno, ya me voy.

Se levantó del sofá y me acompañó hasta la puerta. Cuando fui a darle los dos
besos, me esquivó y prefirió darme uno en la boca. Lo aparté bruscamente y le
dije que así me iba a arruinar el maquillaje.

—¿Con un piquito te basta? —le pregunté tímidamente.

—Mmmm... —se hizo el interesante— Bueno, está bien... Pero me lo debés, ¡eh!

—Ya veremos —dije riendo.

Le di el prometido piquito, que tranquilamente pudo haber sido el más largo de la


historia, porque nuestros labios estuvieron pegados más de medio minuto, sin
exagerar, y me fui por las escaleras para no perder tiempo con el ascensor.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 16:57 hs. - Rocío.

Luego de caminar diez minutos por las calles desiertas de la zona, finalmente
llegué a la casa de la señora Mariela. Estaba muerta de frío y temblaba; había
infravalorado esos 16º que habían anunciado en la tele.

Toqué el timbre y, luego de casi un minuto de espera, me abrió la puerta un joven


que no conocía. Parecía que se acababa de despertar; tenía los ojos entrecerrados
y se los frotaba con los nudillos.

—Hola —me saludó fríamente.

—H-Hola... —dije yo súper nerviosa— Soy la profesora particular...

—Lo sé. Pasa —dijo dándose la vuelta y dejándome ahí.

Entré lentamente, pidiendo permiso, y me quedé esperando en el pasillo a que


alguien me dijera algo. El chico volvió a aparecer y me indicó que lo siguiera.
Llegamos al salón y de nuevo me quedé quieta esperando órdenes.
—Puedes sentarte —dijo señalándome el sofá— Enseguida vuelvo.

Obedecí y me quedé esperando a mi alumno. Supuse que el chico que me había


recibido sería su primo, o algún amigo, o su hermano, no tenía ni idea. Era un
joven alto, 1.90 por lo menos, bastante musculado también. No era gordo, ni
mucho menos, pero debía tener dos o tres veces mi tamaño. Debía tener mi edad
también; y era atractivo, súper atractivo diría, con pelo rapado y barba de dos
días. E imponía mucho, tanto que su mera presencia había hecho que mis nervios
se doblaran.

El muchacho volvió, a los pocos minutos, con una mochila y unos libros en la
mano; los puso en la mesa de café del salón y se sentó a mi lado. Luego abrió
uno, el de matemáticas en concreto, buscó una página y me lo dio a mí. Todo esto
sin decir ni media palabra. Entendí que quería mostrarme lo que tendría que
enseñarle a su hermano/amigo/primo. Así que agarré el libro y me puse a ver con
detenimiento los ejercicios. Cuando terminé, lo apoyé sobre la mesita y me crucé
de piernas esperando a Guillermo.

El joven me miró extrañado y yo le dediqué una sonrisa. Y cuando parecía que iba
a decirme algo, su móvil comenzó a sonar.

"Sampléame y en la pista arrasarás. Yo te presto a ti como me prestan los demás"

—Dime —respondió—. Sí, ya está aquí. —Que sí, que sí... —¡Que sí, mamá! —
¿Quieres que te pase con ella? —Ah, vale... —Que sí, mamá, que te prometo que
esta vez me voy a esforzar... —Yo también te quiero. —Adiós.

—¿Mamá...? —murmuré.

Me quedé boquiabierta. Ese hombretón era Guillermo y yo no lo podía creer.


Cuando fui a esa casa la primera vez, me encontré con un chico cubierto de ropa
hasta la coronilla jugando con su ordenador; y en ese momento no creí necesitar
más datos, simplemente calculé que sería el típico adolescente entrado en kilos de
altura media. Pero nada más lejos de la realidad, ese "adolescente entrado en
kilos" había resultado ser ese modelito de revista farandulera que estaba de pie
frente a mí.

—¿Comenzamos? —me dijo entonces.

—¡S-Sí, claro! —respondí volviendo a la realidad.

Traté de serenarme y de ponerme seria, pero me estaba costando


muchísimo. «¿Este pedazo de hombre tiene 17 años?»pensaba mientras me
seguía explicando lo que tendría que enseñarle.

—Entiendo... Ajá... —intentaba seguirlo.

—Oye, ¿estás bien? —dijo de pronto. Se me notaba a kilómetros que no estaba


centrada.
—¿Eh? Sí... Es sólo que estoy un poco nerviosa... Es el primer día de trabajo de mi
vida... —reí nerviosamente.

—Vaya... Pues te recomiendo que te guardes los nervios para cuando me estés
enseñando; ya te he dicho el otro día que soy muy tonto...

—Ey, no vuelvas a decir eso, ¿de acuerdo? —dije recuperando un poco la


compostura ante semejante afirmación—. Si fueras tonto no habrías llegado hasta
aquí. Conozco muchos niños que a duras penas consiguen superar la primaria, y
nadie los anda llamando tontos. Así que imagínate tú...

—Pero si no pasa nada, soy tonto y lo asumo... —dijo riéndose ahora él. Era muy
guapo el chiquillo.

—Bueno, pues yo voy a hacer que dejes de pensar de esa manera —dije decidida—
¡Saca tu cuaderno!

—Hace años que no uso cuaderno.

—¡Pues lo que tengas! ¡Vamos a empezar con lo difícil!

—Vale...

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 19:50 hs. - Rocío.

Pues sí que era duro el chico, sí... Tres horas de clase y no habíamos avanzado
casi nada. Yo mantuve la calma en todo momento y fui paciente con él, pero era
desesperante tenerle que explicarle las cosas una y otra vez y que no se le
quedara nada.

—Ya te lo he dicho... Soy muy tonto.

—¡Que no eres tonto! Te cuesta quedarte con los conceptos, nada más.

—Soy tontísimo...

—Mira... esta noche voy a preparar unos ejercicios básicos para que mañana los
hagas. También te traeré algunas cosas de inglés.

"Ring ring ring ring ring ring ring, banana phone" (mi ringtone de sms)

"Ya llegué, ¿adónde tengo q ir?" me decía Alejo en el mensaje. Esbocé una
pequeña sonrisa al leerlo. «Ha venido a buscarme de verdad...» pensé. Me sentía
como una adolescente esperando a su noviete...
—Bueno, Guillermo, ¿qué impresión te he dejado?

—Pues... a diferencia de mis profesoras anteriores, tú al menos intentas hacer que


no me sienta como una mierda...

—¿Por qué dices eso? —pregunté intrigada.

—Porque las otras me daban lecciones morales todo el tiempo; que pensara más
en mi madre, que no fuera tan egoísta, etcétera... Y yo sé muy bien que soy un
ser humano horrible, pero no me hace falta que me lo recuerden a cada rato —
respondió mientras miraba al suelo y jugaba con sus dedos.

—Guille... Puedo llamarte así, ¿no? Vale, Guille, tú no eres un ser humano
horrible; has pasado por momentos muy difíciles y sé que cuesta mucho salir
adelante, y más a tu edad...

—¿Tú qué edad tienes? —me preguntó entonces.

—¿Yo? 23 años —dije con una sonrisa.

—Pareces más joven, la verdad —dijo sin levantar la cabeza y mirándome de


reojo.

—Oh, gracias —reí— ¡En cambio tú pareces más mayor!

—Me lo suelen decir, je... También eres muy guapa.

—¡Me vas a hacer sonrojar, tont...! —me interrumpí a mí misma cuando me di


cuenta del error.

—Puedes decirlo, no pasa nada. Si es la verdad... —volvió a reír ligeramente.

—Ya te voy a demostrar yo lo contrario. ¡Más te vale que te prepares para


mañana! —finalicé con seguridad.

—Vale...

—Bueno, ya me tengo que ir. Mañana a la misma hora, ¿de acuerdo? Te juro por
lo que más quieras que este curso lo sacamos adelante.

—Está bien. Muchas gracias por todo —dijo. «No, gracias no, ya mañana me
pagará tu madre» pensé, provocando que me entrara la risa tonta.

—No hay de qué. ¡Hasta mañana! —me despedí finalmente.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 20:03 hs. - Rocío.


 

Cuando salí de la casa, me apresuré a responder el mensaje y me fui a esperar a


un parque que estaba a unos pocos metros de allí. Ya el cielo estaba muy oscuro y
seguía sin haber ni un alma en la calle. Me alegré mucho de que Alejo viniera a
buscarme; cada segundo que pasaba ahí solita en la penumbra era insoportable.
Por no mencionar el frío que hacía.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Hola?

—¿Dónde estás? —respondió Alejo.

—En el parque que te he dicho.

—Ya estoy en el parque.

—Estoy al lado de un buzón amarillo.

—No veo ningún buzón... A ver, esperá...

—Estoy abajo de un árbol grande —traté de ubicarlo.

—No... nada...

—Dime lo que ves... —me impacienté.

—Unas casas amarillas y muchos pinos.

—¿Casas amarillas? ¿Pinos? ¡¿Dónde diantres te fuiste, Alejo?! —grité ya al borde


de la desesperación.

—¡Pará! ¡Pará, boluda! Era una joda. Estoy atrás tuyo.

Me di la vuelta, dubitativa, y vi como una pequeña luz en la oscuridad se acercaba


a mí. Apenas distinguí esa melena rubia tan característica, colgué el teléfono y me
fui corriendo hacia él.

—¡Eres un idiota! —dije mientras lo embestía y lo abrazaba.

—Ya pasó, boba... —intentó calmarme acariciándome la cabeza—. ¿Vamos yendo?

—Sí... Pero esta te la guardo... —dije con falso enojo. Estaba súper aliviada; ya
me había pensado que iba a tener que volver sola caminando por ese lugar tan
horrible.

—Está bien —me dijo sonriendo mientras me cogía de la mano para irnos.
En el camino a la estación, ya mucho más tranquila, le conté a Alejo todo lo que
había pasado en mi primer día de trabajo; desde la sorpresiva apariencia de mi
alumno, hasta lo cabeza dura que había resultado ser el chico. También le hablé
de su personalidad derrotista y de mis expectativas para con él. Alejo, por su
parte, no dejó de reírse en todo el trayecto. Él opinaba que todos los que rodeaban
a Guillermo eran ingenuos, incluída yo; que en realidad él sólo buscaba llamar la
atención y que lo único que quería era que bailaran todos a su alrededor. Pero, en
fin, aunque tuviera razón, a mí me pagaban para ayudarlo a aprobar el curso, no
para cuestionar su comportamiento. Y si tenía que mimarlo un poco para
conseguirlo, lo iba a hacer.

Llegamos a la estación y nos dirigimos a la máquina donde se compraban los


billetes. Mientras tanto, seguíamos hablando y riéndonos mucho. Ya el susto se me
había pasado y me la estábamos pasando muy bien con él. Pero estaba claro que
esos días yo no estaba destinada a tener ni un solo momento de paz.

—Ale, fíjate si sabes cómo va esto... No me cogió el dinero y tampoco me lo


devuelve...

—A ver...

Alejo presionó todos los botones y le dio unos cuantos golpecitos al costado, pero
no hubo caso. Y fue ahí cuando las risas terminaron; precisamente, cuando
sentimos el inconfundible ruido del tren haciéndose más fuerte cada segundo. Ahí
nos entró el pánico y Alejo empezó a darle patadas a la dichosa expendedora.

—¡Dale, máquina de mierda!

Por algún motivo divino, el aparato terminó reconociendo el dinero y pudimos


sacar los billetes. Logramos entrar en el tren pocos segundos antes de que las
puertas se cerraran.

—¿Ves? Todo esto por tu bromita —lo regañé mientras trataba de recuperar el
aliento.

—Ah, ¿ahora es mi culpa? ¡Tardaste diez minutos en devolverme el mensaje!


Además, ¿yo qué culpa tengo que en este pueblo de mierda esté todo roto? —
contestó.

—Es que el chico estaba en plan pesimista-quasi-suicida... me daba penita dejarlo


así...

—Lo que te digo, el pibe los está boludeando a todos —rio de nuevo.

—Como sea... ¿Mañana me vas a venir a recoger de nuevo? —le pregunté

—Por supuesto.

—Es sólo los fines de semana. Te lo juro...


—No importa. Voy a venir cuando haga falta —dijo, y luego me dio un abrazo—
¡Estás congelada, tarada! ¿Por qué no me dijiste nada?

—No seas exagerado. No es para tanto —mentí. Estaba muriéndome de frío.

—¡Si estás temblando! A ver, vení para acá —dijo entonces, y me obligó a que me
sentara encima de él. Luego me abrazó y empezó a acariciarme los brazos para
darme calor.

—No es necesario te he dicho...

—¿Y si te resfriás? ¿Cómo venís mañana? No...

—Pues viniendo... Un resfrío no es nada.

—Callate y abrazate a mí.

Le hice caso y me acurruqué encima suyo. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y
me entregué a su noble esfuerzo por intentar quitarme el frío del cuerpo. Su
empeño era real; me frotaba los brazos con ganas pero, a la vez, con la suficiente
delicadeza para no incomodarme. Sinceramente, empezaba a pensar que las
manos de ese chico tenían algún tipo de poder especial para hacerme sentir bien.

Y, poco a poco, fue consiguiendo su objetivo, y no sólo eso, su masaje también


había logrado relajarme; tanto que, tranquilamente, podría haberme quedado
dormida ahí sentada en su regazo.

—Quedémonos así... —le susurré al oído. Acto seguido, enterré mi cara en el


hueco que había entre el asiento y su nuca— Qué bien hueles... —le dije antes de
cerrar los ojos.

Me sentía genial. Otra vez había conseguido sumergirme en ese estado de


relajación del cual sólo él conocía el camino de entrada. Me hubiese quedado
dormida con mucho gusto junto a él en ese frío vagón, entregándome
completamente al relax; pero no nos quedaría mucho más de veinte minutos de
trayecto y no podía arriesgarme a que se quedara dormido él también. ¿Y si nos
saltábamos nuestra parada? No. Por esa razón, y con más esfuerzo del esperado,
aguanté despierta y me puse a pensar en lo que había dejado pendiente de aquella
tarde.

Si bien tenía prácticamente decidido continuar con las prácticas, no podía hacerlo
aventurándome a ciegas y dejándole todo lo demás al azar. No, tenía que
marcarme unos objetivos a mí misma y un punto final. Lo sabía muy bien.
También tenía que tener cuidado con que nada de eso saliera de ahí, porque,
aparte de Benjamín, también tenía que cuidarme de Noelia, que de momento no
me había supuesto un problema porque a la pobre la tenían explotada en su nuevo
trabajo. Y con ella sería el doble de difícil mantener el secreto, porque ya no era
sólo ocultarle las prácticas, no, también era ocultarle la presencia de Alejo. No se
podía enterar por nada del mundo que se estaba quedando en mi casa.
«Objetivos y punto final...»

El punto final lo tenía claro; cuando Alejo se fuera de casa, todo acabaría ahí.
Porque, justamente, las prácticas eran posibles porque vivíamos juntos. No veía
seguir con ello sin estar compartiendo casa con él. Obviamente, seguiría siendo su
amiga y seguiría viéndolo; nos había costado mucho retomar nuestra amistad
como para dejar que todo volviera quedar en el olvido a las primeras de cambio. Y
sobre las metas... digamos que mi objetivo era aprender todo lo que pudiera...
mientras tuviera tiempo. Eso es lo que más me interesaba ir viendo con el paso de
los días, porque no sabía cuál era ese punto de aprendizaje al que podía llegar sin
serle infiel a Benjamín. Punto que, cuando lo descubriera, iba a respetar con todo
mi ser, ya que no entraba ni en consideración llegar a sobrepasarlo...

Sea como fuere, sabía que lo importante era terminar con las dudas y dejar las
cosas claras, más que nada a mí misma. También estar segura de las decisiones
que iba a tomar a partir de ahí y de los motivos por los que las tomaría. Sabía que
con esa mentalidad todo iba a mejorar, tanto para mí como para Benjamín.

«Sé que lo que estoy haciendo no está del todo bien, pero estoy segura de que, a
la larga, el más beneficiado aquí será mi Benja...»

Estaba tan cómoda y tan sumida en mis cosas, que tardé mucho más de lo debido
en darme cuenta de que Benjamín había dejado de acariciarme los brazos, y que
ahora tenía la mano derecha metida dentro de mi camisa; encima de uno de mis
pechos, concretamente.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —lo increpé mientras levantaba la cabeza.

—Shhh... —dijo sin más. Entonces me agarró del mentón y me besó. Pero esta vez
su beso no me atrapó. Estaba loco si creía que iba a hacer eso en un tren.

—¡Que no! —grité, y me quité de encima suyo sin esperar nada más.

—Qué aburrida que sos a veces...

—Aburrida no, ¡estamos en un maldito tren! —dije volviéndome a sentar en mi


sitio y reacomodándome la camisa.

—¿Te das cuenta de por qué necesitás seguir aprendiendo?

—No es el lugar. Ya hablaremos en casa.

—Lo importante es que te hice entrar en calor.

—A veces eres tan idiota... —dije con resignación.

—Lo que vos digas... —conluyó él, y se la pasó callado el resto del viaje.
Sinceramente, me daba igual si se había enfadado o no. Una cosa era que me
estuviera planteando lo de seguir con las prácticas, y otra muy distinta era dejar
que me metiera mano cuando y donde le viniese en gana.

El tren tardó poco más de los veinte minutos previsto en llegar a nuestra parada.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 20:40 hs. - Rocío.

El camino a casa fue mucho más tenso de lo que esperaba. Alejo caminaba delante
mío a paso rápido y sin parar. Se había enfadado de verdad. Intenté hablar con él
varias veces haciéndole alguna que otra pregunta trivial. Pero las únicas
respuestas que recibí fueron secos monosílabos.

Insisto en que no tenía razón en ofenderse, pero me daba pena tener que irme a
la cama peleada con él. Antes de que me metiera mano en el tren, nos habíamos
reído mucho y nos lo habíamos pasado muy bien hablando. Me parecía injusto
arruinar todo eso sólamente por un capricho suyo.

Llegamos al edificio, saludé a una vecina que estaba pacientemente esperando la


llegada del ascensor y me dirigí hacia las escaleras. Pero Alejo no me siguió; se
colocó al lado de la señora, la saludó amablemente también y se quedó esperando
ahí. Le hice señas para que viniera por las escaleras, pero me volvió a ignorar. No
tenía ganas de subir tantos pisos yo sola, así que decidí quedarme esperando con
él.

El ascensor llegó cinco minutos después, cuando ya estaba a punto de cambiar de


opinión y usar la opción más rápida. Cuando se abrió la puerta, sin que me lo
esperase, Alejo me agarró de la muñeca y me llevó al fondo del pequeño aparato
con él. La señora entró después y, finalmente, cada uno presionó el botón de su
destino.

—Ya me he cansado de llamar por teléfono para que vengan a renovar esto... —
dijo la mujer— Mira, si incluso ya me sé los tiempos... Entre 60 y 75 segundos
para ponerse en marcha; entre 50 y 70 para ir de piso en piso; entre 30 y 40 para
detenerse; entre 40 y 60 para abrir y cerrar la puerta... ¡Y yo vivo en el octavo!
¡Imagínate! Esto no puede ser...

—Mi novio también ha hablado más de una vez con la comunidad, pero no hay
caso... —respondí con la misma indignación.

Entonces, con el violento accionar de siempre, el dichoso ascensor por fin se puso
en marcha, provocando que los tres ahí presentes diéramos un leve respingo.
Bueno, al menos el de ellos fue leve, porque el mío no. Y la razón no fue el
ascensor precisamente...
—¡¿Qué haces?! —exclamé en voz baja. Alejo había metido la mano en la abertura
lateral de mi falda y me estaba masajeando el culo.

—¿Has dicho algo, querida? —respondió la señora.

—¡Oh! Nada, nada... ¿Qué estaba diciendo antes? —proseguí intentando aparentar
normalidad. Si bien la falda me llegaba hasta las rodillas, la brecha en el costado lo
hacía hasta medio muslo, y por ahí había colado la mano el sinvergüenza de mi
amigo.

—Pues eso, mi niña, que a mi edad no estoy para pasarme tanto tiempo dentro de
un ascensor... Y por no hablar de mi marido, que tiene las dos piernas operadas y
no puede permanecer de pie mucho tiempo...

La amable vecina continuó hablando; quejándose del elevador y de varias cosas


más. Yo intentaba seguirle el ritmo, pero sólo me salían respuestas cortas, ya que
la mano de Alejo cada vez se adentraba cada vez más en las profundidades de mi
falda.

En un intento por detener todo ese sinsentido, siempre cuidándome de que la


mujer no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo a unos pocos centímetros
detrás de ella, cogí el brazo invasor y comencé a forcejear con él. Pero, de alguna
manera, mis intentos fueron contraproducentes, porque a más resistencia oponía,
más se animaban los dedos de Alejo en mi trasero.

—Lamentable... La verdad... —comenté. Mientras tanto, Alejo ya había conseguido


bajarme las bragas hasta media nalga y estaba a punto de llegar a mi intimidad.

—Por cierto, muchacho, a ti nunca te había visto por aquí. ¿Eres un vecino nuevo?

—No, señora, soy amigo de la señorita y su pareja. Mi nombre es Alejo, encantado


de conocerla —dijo mientras sus dedos intentaban abrirse paso por mis glúteos
hacia abajo. Cerré mis piernas con mucha fuerza para evitar que lo consiguiera.

—Oh, pues yo soy Mirtha, ¡encantada también! Mi marido se llama Lito, ya lo verás
por aquí... ¿Vienes de visita o...? —se presentó la vecina girando la cabeza para
atrás para darle dos besos. Yo agaché la cabeza e hice como si estuviera jugando
con mi móvil. Estaba empezando a perder las fuerzas.

—Lo cierto es que me estoy quedando unos días. Soy nuevo en la ciudad y me
encontré con que no hay muchas viviendas disponibles, y mis amigos me están
haciendo un favor hasta que encuentre algo —respondió él. La verdad es que me
sorprendía como podía hablar con tanta naturalidad en semejante situación. Y
recién estábamos sobrepasando el quinto piso...

Me estaba costando un mundo mantener la compostura. Mis piernas ya habían


comenzado a temblar y no sabía cuánto tiempo más iba a poder contener la mano
de Alejo. Como último recurso, probé moviéndome hacia un costado, sin
demasiado espacio, pero no se despegó ni un centímetro de mí.
—Oh, ya veo... ¿Y has encontrado trabajo ? —continuó la charla. En ese momento,
el ascensor dio uno de sus típicos rebotes, y los tres pegamos un sobresalto. Fue
un momento nada más, pero Alejo no era de los que dejaban pasar esas
oportunidades... Antes de darme cuenta, ya tenía la totalidad de su mano
palpando mi sexo. Mi derrota ya había sido decidida.

Una vez consiguió su objetivo, empezó a jugar con mis labios vaginales sin ningún
miramiento. Yo trataba de contener la voz mientras que él seguía conversando con
la señora Mirtha. Y me seguía asombrando su calma; era como si su cabeza no
perteneciera a su cuerpo. Se desentendía completamente de lo que hacía su
mano. También conté con la suerte de que la mujer decidió no darse la vuelta en
ningún momento, a pesar de que el espacio se lo permitía, porque, si no, ahí sí
que me hubiese querido morir de verdad.

—Estuve buscando, pero nada... Las cosas no están bien...

—Ni falta hace que lo digas, hijo, está todo muy mal, incluso aquí en la ciudad...
Lito y yo hemos pensado muchas veces en irnos a vivir al campo...

—Se lo recomiendo, la verdad. Los mejores momentos de mi vida los pasé en


zonas abiertas. La ciudad es, en cierto modo, un bloqueador de paz y libertad. No
sé si me explico...

—Perfectamente, muchacho.

Sabiendo ya que Alejo me había ganado la contienda, solté su brazo y me apoyé


en la pared metálica para evitar caerme. Al liberar parte de ese estrés que me
había estado matando, el placer rápidamente comenzó a adueñarse de mi cuerpo
y en pocos segundos ya estaba ardiendo en deseos de llegar al orgasmo. Sólo a
base de morderme los labios y contener la respiración logré mantener la
compostura. Lo último que seguía queriendo era que la vecina se diera cuenta de
lo que estaba ocurriendo.

«Maldito seas...» pensaba mientras le lanzaba una mirada asesina. Ciertamente, a


Alejo podía cuestionarle cualquier cosa, cualquiera, pero no la maestría que tenía a
la hora de tocarme ahí abajo. Incluso en esa posición tan incómoda e inoportuna,
y a unos pocos segundos de haber comenzado, ya estaba a punto de hacerme
estallar.

—Séptimo piso... —nos informó la señora.  «Ya sólo queda uno» pensé.

Según los tiempos que había calculado ella, tan sólo iba a tener que aguantar unos
tres minutos más. Pero, al parecer, no entraba en los planes de Alejo hacerme la
espera fácil, ni mucho menos... Cuando el ascensor se puso en marcha de nuevo,
aprovechó para pegarse aún más a mí, y metió dos dedos de golpe dentro de mi
cuevita. Pegué un nuevo brinco y ahogué un grito mordiéndome la lengua. A pesar
de estar empapada, el animal lo había hecho con tanta fuerza que me había
causado dolor. Estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos para callarme los
quejidos.
—Ya queda menos, señora —rio Alejo.

—Apenas llegue a casa voy a decirle a mi marido que vuelva a llamar al presidente
de la comunidad... Y tú deberías hacer lo mismo, querida. Que sientan la presión
—me recomendó. «Yo sí que estoy sintiendo la presión...».

—C-Claro, señora... —respondí como pude. El bestia ya no solo me estaba


masturbando sin parar, también lo hacía con fuerza y violencia. No sé qué
pretendía la verdad. Tuve que inclinarme levemente hacia adelante y sacar un
poco el culo hacia afuera para así facilitarle las cosas.

—¿Qué es ese ruido? —dijo Mirtha, y nos hizo una seña para que no habláramos.
Efectivamente, se escuchaba el chapoteo de los dedos de Alejo en mi vagina, y se
escuchaban bastante fuerte. Juro que en ese momento deseé que el aparato se
desprendiera de sus cables y se viniera abajo con nosotros dentro.

—Es el motor del ascensor —dijo entonces Alejo—. Al estar tan viejo, trabaja
mucho más despacio de lo normal, y por eso se escucha moverse hasta el agua de
adentro.

«Imbécil. ¿Quién se va a creer eso? Si el ruido lo tiene justo detrás de ella, y


encima viene de debajo». Otra vez lo miré con furia, gesto que respondió con una
gran y molesta sonrisa.

—Oh, ya veo... —contestó la ingenua mujer— Pues sí que se escucha bastante. Sí.

—¿Cuál es su su puerta, doña Mirtha? —preguntó mi amigo, supongo que para


tratar de acallar un poco el ruido ya mencionado. Hubiese sido más fácil que se
detuviera, obviamente. Aunque yo, a esa altura, ya no estaba tan segura de
querer eso...

—la D, chico, "Octavo D". Pueden venir ustedes cuando quieran.

—Con mucho gusto lo haré.

—Seguro que a mi marido le caes bien, pues él...

Mientras continuaba la cháchara delante mío, empecé a notar que mi cuerpo


estaba a punto de decir basta. Abandoné la pared en la que estaba apoyada y me
aferré al fuerte brazo de Alejo. Las piernas me temblaban y sabía que en cualquier
momento iba a perder el equilibrio. Los gemidos, aunque podía moderar su
volumen, ya se escapaban solos de mis labios. Y me había dado cuenta de que los
fluidos habían comenzado a descender en catarata sobre mis muslos. Estaba todo
dado para que, de un momento a otro, me corriera en ese pequeño habitáculo y
delante de una mujer con la que apenas habría cruzado palabras dos veces en mi
vida.

—P-Por favor... No... —le murmuré al oído a Alejo.


Pero mis súplicas no fueron atendidas. Lejos de detenerse, aumentó el ritmo, más
si se podía. Entonces, entendí que ya estaba todo perdido. Miles de imágenes
empezaron a tomar forma en mi mente; desde yo mí misma tirada en el suelo
sobre un charco de líquidos vaginales, hasta la cara de Benjamín después de
haberse enterado del suceso.

—¡Octavo piso! —festejó Mirtha. Cinco segundos después, las puertas se abrieron
— ¡Vaya! Parece que no tenía del todo bien calculado lo de las puertas... —rio la
mujer. En ese momento Alejo retiró ambos dedos de mi interior. No había llegado
al orgasmo.

—Bueno, señora, ya nos cruzaremos por acá. ¡Quizás mañana le haga una visita!

—Cuando quieras, joven. Y un placer. Oh, mi niña, creo que deberías ir al médico,
tienes la cara muy roja... ¡Bueno, adiós! —fue lo último que dijo la vecina antes de
que las puertas se cerraran de nuevo.

Apenas nos quedamos solos, el silencio se hizo presente en el ascensor. Alejo


miraba al frente sin ningún tipo de expresión en la cara y yo no sabía qué decirle.
No sabía si insultarlo; si reprenderlo por lo que había hecho, o si... pedirle que
acabara lo que había comenzado. Lo único que sabía era que estaba muerta de la
vergüenza y muy, muy caliente al mismo tiempo. La situación había sido
completamente nueva para mí y no podía evitar sentirme así.

—¿Te gustó? —dijo de pronto— Ah, y no saco la mano de ahí porque, cuando lo
haga, vas a empapar todo el ascensor.

Sentí como la sangre se me subía a la cabeza como si de un géiser se tratase. Ya


todo se había vuelto insostenible para mí. Quería llegar a casa y encerrarme en mi
habitación y no volver a ver nunca más al idiota de Alejo. Pero también me moría
de ganas de que me empujara contra la pared y me diera el orgasmo que tanto
me merecía. Otra vez mi cabeza volvía a ser un desastre, justo cuando creía que
había logrado estabilizar todo.

Obviamente no le contesté, pero sí me retiré de su lado y le aparté la mano de mi


entrepierna. Y tal y como él había dicho, un buen chorro de agua dio a parar en el
suelo. Pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme de
eso. «Ya se secará con las luces...»

Llegamos al noveno piso, que además era el nuestro, y entramos en casa. Yo, por
lo menos, seguía sin ganas de dirigirle la palabra. Pero él parecía querer seguir
hablando del temita.

—A esto me refería cuando te dije que todavía necesitás seguir aprendiendo...


Dale, no te hagas la ofendida. Sabés que todo esto lo hago por vos...

—Ya estoy harta de esa cantinela... A ver si te vas a creer que eres dueño de mi
cuerpo por el solo hecho de que "todo lo haces por mí"... Esto de recién ha sido...
—¿Espectacular? ¿Sublime? ¿Maravilloso? ¡Dale, Rocío! ¡Si te encantó! —bramó
como si hubiera descubierto la pólvora.

—¡No me encantó! ¡Y además te había dicho que no quería! ¡Ya lo de la última vez
había sido demasiado! Y ahora... —le reclamé mientras me dejaba caer sobre el
sofá. Estaba hecha un completo lío...

—Mirá, aunque no te des cuenta, lo que pasó ahora fue un avance enorme; un
paso de gigante —insistió.

—¡Que me da igual! ¿Tú sabes lo que hubiese pasado si esa señora nos descubría?

—Esa vieja no se iba a dar cuenta de nada ni aunque nos hubiésemos puesto a
coger delante de ella... —dijo con sorna. Yo me volví a sonrojar.

—No sé por qué siempre te empeñas en arruinar los buenos momentos que
pasamos juntos... —dije ya con resignación y agachando la cabeza. No iba a
conseguir nunca que ese chico entrara en razón.

Alejo dejó sus cosas encima de la mesa y después se sentó a mi lado. Lo vi de


reojo negar con la cabeza y tomar un largo trago a una lata de cerveza que
acababa de abrir. Acto seguido, con el brazo que tenía libre, me abrazó.

—Boluda, yo lo último que quiero es arruinar los momentos que tenemos para
nosotros... ¿Vos te pensás que todos estos años no te extrañé? ¿Que no pensaba
en vos cuando estaba triste y necesitaba un abrazo? ¿Que no miraba tus fotos y
me reía recordando todas las cosas lindas que habíamos hecho juntos? —dijo con
un tono apesadumbrado.

—No es eso...

—Rocío, es imposible que un ser humano se olvide de otro de la noche a la


mañana, y mucho menos de uno del cual se estuvo enamorado tanto tiempo.

—Ya lo sé...

—Aunque te suene a cantinela y repetitivo, yo estoy haciendo todo esto por vos.
Lo estoy haciendo para que hagas desaparecer para siempre a esa Rocío tímida y
retrógrada que criaron tus padres. Para que cuando, el día de mañana, estés sola
con tu novio en una habitación, no te de vergüenza tirarte encima de él y hacerle
lo que quieras. Y si las cosan sale mal y Benjamín te termina dejando igual, dios
no lo quiera, todo esto va a valer la pena igual, porque en tu próxima relación ya
vas a ser una mujer nueva e independiente que no va a volver a repetir los errores
del pasado.

—Alejo... —dije anonadada. Aunque ya me había dicho muchas de esas cosas pero
de otra forma en el pasado, esta vez podía notar de verdad la nobleza y la
sinceridad en sus palabras.
—¿Y qué saco yo de todo esto? Nada. A no ser que te creas que lo hago para
poder abusar de vos...

—¡No! —respondí enseguida. Ni si me pasaba por la cabeza esa posibilidad.

—Ya te lo dije; en pocos días ya no voy a estar acá, y es posible que pase mucho
tiempo para que nos volvamos a ver. Sí... —dijo al ver que yo iba a reaccionar
ante esa afirmación— No le caigo bien ni a tu novio, ni a tu hermana, ni a tus
padres... Y hasta noté que esa señora de recién me miró feo cuando me vio de
cuerpo entero. No estamos destinados a ser amigos; ni siquiera a poder tener una
relación normal como dos conocidos cualquiera. Por eso, ¿qué saco yo de todo
esto? Nada, Rocío, nada... —concluyó. Entonces me soltó y se tapó la cara.

—Ale... Yo...

Me había dejado sin palabras. ¿Estaba llorando de verdad? No lo sabía, pero me


había partido el alma su discurso. Ahora era yo la que se sentía mal por haberle
dicho lo que le había dicho.

—A fin de cuentas, estoy enseñándote estas cosas para que el beneficiado sea
otro... Soy un pelotudo... —dijo de pronto en un tono más bajo.

—¿Qué? —pregunté yo extrañada.

—Nada. No importa.

—No... ¿Por qué dices eso? —insistí intentando mirarlo a los ojos.

—Te dije que nada... Voy a cocinar algo. Te estarás cagando de hambre...

Se levantó y ahí terminó la conversación. Yo no quería que la cosa se quedara así,


pero tampoco quería seguir empeorándolo todo. Intenté no forzar la situación y
me retiré a mi habitación. Me cambié de ropa y luego me fui al baño donde me di
una ducha rápida. Después volví a mi habitación y me quedé allí hasta que Alejo
me llamó para cenar.

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:02 hs. - Benjamín.

—Dime... ¿qué pasa?

—Ya termino. Espérame un momento.

Había juntado el valor necesario para enfrentar a Lulú y me había presentado en


su escritorio para así hacerlo. Iba a aceptar cualquier cosa que me fuera a decir,
pero también me había decidido a decirle todo lo que yo pensaba también; desde
lo de su relación inmoral con Mauricio, hasta eso de ir dándole jarronazos a la
gente por ahí.

—Ya está. Vamos —me ordenó. Estaba muy seria, mucho más de lo habitual.

La planta estaba a rebozar; era un día de muchísimo trabajo y se notaba. Mauricio


había vuelto hace rato y se había puesto a darle órdenes a todos los que tenía a su
cargo. incluso Clara estaba desbordada de papeles. Mi equipo... o sea, el de Lulú;
ya había terminado con su parte y se habían desperdigado para colaborar con
otros con más trabajo que nosotros. Y mi jefa aprovechó ese momento para tener
esa "charla" conmigo.

Salimos del ajetreado lugar y me hizo seguirla hasta el ascensor. Ahí, para mi
sorpresa, presionó el botón del aparcamiento y hacia allí fuimos. Ella seguía muy
seria, sin mostrar ninguno de los signos risueños que tanto la caracterizaban. Las
ganas y la decisión con la que yo había encarado todo el asunto se fueron
diluyendo a medida que los minutos iban pasando.

Llegamos al parking y, nuevamente, me indicó que la siguiera. Caminamos por


todo lo largo de la planta; superamos la puerta de salida para personas, el portón
de salida para coches y la garita de seguridad, hasta que llegamos a una puerta
que había al final en la que no había reparado nunca.

—Entra —me dijo sin más.

—Espera, ¿qué cojones hay ahí adentro? —la enfrenté con desconfianza. Y traté de
mirar por la pequeña ventana que tenía la puerta, pero estaba muy oscuro.

—Te digo que entres —respondió sin cambiar la expresión y abriendo la puerta
para que pasara.

Sin perderla de vista ni un solo instante, le hice caso y entré. Ella pasó detrás mío
y encendió la luz. Era un pequeño cuarto con las paredes pintadas de blanco y
completamente vacío. Yo cada vez entendía menos.

—¿Me vas a decir para qué me has traído aquí?

—Cállate y espera.

Me estaba empezando a desesperar tanto secretismo. Y a aterrar, ¿por qué no? Si


había sido capaz de reventarme la cabeza con un objeto contundente, a saber de
lo que se atrevería a hacer teniéndome a solas en un lugar tan recóndito. Y fue
peor cuando apagó la luz.

—¡¿Qué haces?! —grité.

—¡Te dije que te calles! ¡Vas a hacer que nos descubran! Ya casi es la hora —dijo
por fin.
¿Que iba a hacer que nos descubrieran? ¿Quienes? Ahora sí que ya no entendía
nada. Pero, de alguna manera, eso me tranquilizó. Al menos parecía que no iba a
hacerme nada raro... Mientras me hacía un gesto constante con la mano para que
esperara, Lulú seguía sin perder detalle de lo que pasaba en el aparcamiento.

—¿A quién estamos esperando? —pregunté esta vez en voz baja.

—"A quienes". Ya lo verás...

Decidí confiar en ella y esperar. Pero pasaban los minutos y nadie venía... Se
estaba haciendo tarde y me estaba desesperando de nuevo. Más allá de lo que me
pudiera deparar en esa habitación, todavía tenía mucho trabajo que hacer y estaba
perdiendo un tiempo valioso.

—¡Ahí están! —dijo más o menos a la media hora.

—¡A ver! —me emocioné yo, pero me empujó para atrás y se agachó de
inmediatio.

—Casi me ven... —dijo volviéndose a asomar muy despacio.

Yo me estaba muriendo por saber qué mierda estaba pasando ahí afuera y por qué
tanto ocultismo. Y encima Lulú no me daba ni media pista. Pasaron cinco minutos
hasta que me volvió a dar una indicación.

—¡Ya han salido! ¡Vamos! —dijo sacando las llaves de su coche y abriendo la
puerta.

—¿A dónde? ¿Tú estás loca? ¡Tengo un montón de trabajo!

—¡Tú te callas y te vienes conmigo! —dijo cogiéndome de la mano y llevándome


hasta su vehículo.

—Pero... ¿y el trabajo?

—¡Que le den al trabajo! ¡Esto es mucho más importante! —respondió. Yo no daba


crédito; en la vida había escuchado a Lulú decir algo semejante.

—¿Y qué pretendes hacer? ¿Perseguirlos? Ya estarán bastante lejos... —traté de


disuadirla.

—No te preocupes. Sé a donde van.

—No sé qué cojones te ocurre, pero esto se lo explicas tú luego a Mauricio —dije
ya resignándome.

Me metí en el coche con ella y salimos a perseguir a esas personas que, no sabía
ni quienes eran, ni qué habían hecho.
«Me cago en mi vida...»

Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:30 hs. - Rocío.

El ambiente en la cena fue muy parecido al de la vuelta de la estación, con la


diferencia de que esta vez a Alejo lo veía más triste que enfadado. Ni él ni yo
pronunciamos palabra alguna; ni siquiera para pedirnos la sal. Cuando
terminamos, se levantó y lavó los platos él solo. Luego bajó a tirar la basura y,
cuando volvió, se encerró en su habitación. Y yo me quedé ahí; sola y con un nudo
en el estómago porque pensaba que todo era por mi culpa.

Me senté en el sofá y encendí la televisión para intentar distraerme, pero no


funcionó. Saqué el teléfono varias veces para ver si tenía algún mensaje de
Benjamín, o de mi hermana, o de mi madre, o de cualquier persona que pudiera
disiparme un poco esa angustia, pero nadie se había comunicado conmigo. Me
sentía completamente sola en el mundo en ese momento. Y sentía que era por mi
culpa; por mi forma de ser y por todas las malas decisiones que había tomado a lo
largo de mi vida. Otra vez volvía a tener esa sensación de vacío existencial que me
hacía querer cerrar los ojos para no volver a abrirlos nunca jamás.

Intenté quedarme dormida; me recosté boca arriba, cerré los ojos y traté de no
pensar en nada más. Estaba cansada física y mentalmente, y el sueño empezó a
llegar a mí por sí solo. Y casi consigo conciliarlo, de no ser por que fui
interrumpida.

—Shh... No digas nada... —dijo Alejo cuando intenté incorporarme un segundo


después de haber sentido parte de su peso sobre mi cuerpo.

—Alejo... ¿Qué haces? —pregunté sorprendida al ver como su cabeza descansaba


sobre mi vientre.

—No sé si te lo dije ya, pero si hay algo que odio en este mundo es estar peleado
con vos. ¿Te molesta si me quedo así un rato?

—Eh... No... —dije yo sin terminar de entender lo que estaba pasando— Pensé que
estabas enfadado conmigo.

—No estoy enfadado, estoy un poco triste... Nada más... —dijo, y cerró los ojos.
La visión desde mi perspectiva no podía ser más tierna. La imagen de ese chico,
que casi me doblaba en tamaño, acostado sobre mí pancita, despertó en mí un
sentimiento tan fuerte que, a día de hoy, sigo sin ser capaz de describirlo.

—Yo no quería hacerte sentir así... —dije mientras acariciaba su dorada cabellera—
Sabes cómo me pongo cuando no estoy acostumbrada a algo... Yo tengo muy
claro que todo lo haces por mí.
—Dijiste que estabas harta de esa "cantinela"... ¿En qué quedamos? —contestó
con la voz todavía apagada.

—Ale... —protesté— ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

—De momento con que me dejes quedar así me basta...

El sueño y el cansancio se me fue en un pispás, también las ganas de desaparecer


del mundo. Y todo porque había, más o menos, arreglado las cosas con Alejo. Ya
era un hecho que en esos últimos días mi estado de ánimo giraba en torno a él. Lo
sabía bien y no trataba de negármelo. ¿Para qué? Si era la única persona con la
que contaba tanto para bien como para mal. Benjamín estaba más pendiente de
su trabajo que de mí, y Noe... bueno, también trabajaba, pero aunque no lo
hiciera, no tenía intención de pasar mucho tiempo con ella mientras Alejo siguiera
en casa. Por eso intentaba en todo momento estar bien con él y que el ambiente
fuera el idóneo; porque si nuestra relación era buena, entonces mi estado de
ánimo también lo sería. Y eso es lo que acababa de pasar; él había venido a
buscarme para solucionar las cosas y estábamos en proceso de hacerlo.

Estuvimos muchos minutos en esa posición y en absoluto silencio. Él dormitaba


serenamente sobre mí y yo lo observaba como una madre observa a su hijo recién
nacido. Aunque la sensación no era esa; no me sentía como una madre cuando lo
miraba, ni a nada que se le pareciera. Pero en ese momento no me podía importar
menos; yo estaba feliz y cómoda, y no me hubiese importado que ese instante
durara para siempre.

—Te quiero, Ale —se me escapó de pronto.

Fue espontáneo; sin quererlo; sin planearlo. Simplemente salió. Mi subconsciente


así lo quiso. Estaba tan inmersa en ese mundo de felicidad en el que los problemas
no existían para mí, que había perdido todo control sobre mis actos. Si bien
muchas veces en el pasado, y en el mismo presente, le había dicho que lo quería,
esta vez había sonado distinto. O, por lo menos, así lo había sentido yo, y la
situación misma también hacía que pareciera de esa forma.

Alejo levantó la cabeza, sin cambiar ni un ápice su expresión somnolienta, y se


impulsó sobre mi cuerpo hasta que su cara quedó a la altura de la mía. Yo me
acababa de dar cuenta de que lo que había dicho podía malinterpretarse y me
sorprendí. Pero cuando quise pensar algo para salir del atolladero, sus labios ya
estaban pegados a los míos.

—Espera... Ale... —dije a la vez que me separaba de él.

—¿Qué pasa?

—Que no quería... que sonara así... O sea, te quiero mucho, sí... pero como amigo
—me apresuré a aclarar. Me miró fijamente unos segundos y luego esbozó una
sonrisa burlona.
—Ya lo sé, Ro... Perdoname, me dejé llevar —dijo mientras se levantaba.

Otra vez volví a sentir que me estaba equivocando. O sea, no en lo que le había
dicho, porque era verdad, yo a Alejo no lo veía como a nada más que un amigo.
Pero sentía que me estaba volviendo a equivocar en las formas...

—Espera... —grité, y le agarré el brazo para que no se fuera.

—¿Qué?

Sentía que si lo dejaba ir de esa manera, la reconciliación no iba a ser completa.


Presentía que íbamos a volver a estar mal. Presentía que, al día siguiente, el
ambiente iba a volver a ser malo y que no íbamos a poder hablar en todo el día. Y
no quería eso; ya no quería más malos rollos en mi vida; quería estar bien con
todo el mundo. Y en esos días, un grandísimo porcentaje de mi mundo era él; era
Alejo.

Me lincorporé y quedé erguida y de rodillas sobre el sofá. Muy despacio, lo atraje


por el brazo hacia mí hasta que su pecho quedó a la altura de mis ojos. Él me
miraba expectante; con un toque de sorpresa. Entonces, apoyé mi cara en su
cuerpo y me abracé a él.

—Ahora soy yo la que quiere quedarse así un rato —le dije. No me respondió, pero
también me abrazó. Ahora sí que sentía que estaba haciendo las cosas bien. Si
bien no había arreglado del todo el error de antes, en ese momento me pareció
que eso era lo que tenía que hacer.

Entonces... otra vez esa sensación de felicidad. Mientras más tiempo permanecía
abrazada a él, más cómoda me sentía, y más ganas tenía de que no me soltara.
Pero esta vez, a diferencia de en el tren, mi cuerpo empezó a reaccionar. No sabía
si era por el beso, por el contacto físico o porque en el ascensor me había quedado
a medias; pero ese calorcito que ya bien conocía comenzó a envolver mi cuerpo. Y
yo estaba muy consciente de ello, sólo que decidí no darle importancia.

Unos segundos después, Alejo, supongo que ya cansado de estar de pie, se volvió
a sentar en el sofá y me invitó a seguir con lo que estábamos. Acepté su
propuesta, pero, supongo que dejándome llevar por esa calentura que iba en
aumento, en vez de ponerme a su lado, me monté encima de él. Me miró con
aprobación y luego me volvió a abrazar. Le sonreí y me dejé caer sobre él;
rodeándolo con mis brazos y dejando mi cabeza pegada a la suya. Poco a poco fui
olvidándome de todo y comencé a dejar que mi cuerpo hiciera lo que quisiera. Por
eso, con mucha suavidad y, digamos que, con bastante sigilo, empecé a
restregarme contra él.

Sigilo dije. Bueno, al menos lo intenté. A los pocos segundos de iniciar ese
frotamiento, Alejo no perdió el tiempo y puso ambas manos en mi culo. Me
incorporé por la sorpresa, pero mi cadera se seguía moviendo sola mientras mi
mente decidía qué hacer. Y fue peor cuando el bulto de su entrepierna comenzó a
hincharse. Pero no tuve tiempo alguno de reacción, porque, en un movimiento
rápido, me agarró de la nuca, me atrajo hacia él y me besó. Me cogió con la boca
abierta y emprendió un morreo que acabó con todas mis dudas.

—Espera... —dije de nuevo. El beso estaba siendo tan intenso que varios hilos de
saliva quedaron colgando entre nuestras bocas cuando nos separamos.

—¿Qué pasa ahora? —dijo con la respiración entrecortada.

—Esto es parte de las prácticas... ¿no? —pregunté con algo de ansiedad.

—Sí, esto también es parte del entrenamiento —confirmó.

—Fenomenal —finalicé con una sonrisa antes de volver a lanzarme a sus labios.

La lujuria se apoderó de nosotros como en tantas noches anteriores y ambos


terminamos dando rienda suelta a nuestros deseos. Y antes de darnos cuenta, ya
estábamos los dos desnudos y de pie junto al sofá.

Continuamos besándonos, ya sin ropa, y acariciando nuestros cuerpos. Yo seguía


abrazada a él con una mano, centrando mis esfuerzos en no perderle pisada al
beso, y con la otra lo masturbaba con suavidad. Él, al contrario de mí, no se
quedaba quieto y me tocaba por todos lados con desesperación; ya demostrando
que quería llevar la noche a un siguiente nivel. Pero yo estaba bien así, y se lo hice
saber aferrándome fuertemente a su cuello. Intentó persuadirme cuando comenzó
a acariciar mi vagina, pero yo con gusto abrí las piernas y lo dejé tocarme sin
desprenderme de él en ningún momento. Entonces, volvió a hacer la del ascensor;
introdujo dos dedos de golpe y comenzó a penetrarme con violencia. Ya el
encuentro se había convertido en una guerra; guerra que yo no estaba dispuesta a
perder. Si algo había aprendido con las prácticas, era que, si no tomaba la
iniciativa, Alejo siempre iba a hacer lo que quisiera conmigo. Por eso, mientras me
taladraba con sus dedos, decidí que ya había sido suficiente de sutilezas para con
su miembro. Me separé un segundo de sus labios y, dedicándole una sonrisa llena
de altanería y lascivia, entrelacé mi brazo con su durísimo pene, sujetándolo con la
mano desde la base, e inicié un sube y baja repleto de intenciones. No se lo
esperó, lo reflejaba su cara, y la agresividad de su maniobra en mi interior fue
disminuyendo a medida que la velocidad de mi masturbación aumentaba.

—Tenés que nacer de vuelta para ganarme a mí, pendeja —dijo de pronto.

Dicho eso, me sacó los dedos de dentro y, con bastante brusquedad, me empujó
contra el sillón, haciéndome caer sentada. Pero yo, lejos de arrugarme, no le solté
el pene y volví a ponerme de pie de un salto. Apretando con fuerza su aparato, lo
hice girarse y esta vez fui yo la que lo hizo sentarse de culo.

—Vamos a ver si es verdad, "pendejo" —respondí reclinando mi cuerpo noventa


grados y mirándolo fijamente a los ojos.

Alejo se rio y ahí se terminó su lucha. Se quedó sentado, abierto de piernas y


completamente a disposición mía. Era el momento para culminar mi victoria. Me
senté a horcajadas encima de él, aprisionando su miembro entre su barriga y mi
sexo, y me quedé así un rato; moviéndome muy, muy lentamente y acariciando su
torso con mucha delicadeza, con la obvia intención de torturarlo un poco. Cuando
se cansó de esperar, me sujetó fuertemente las nalgas y quiso acelerar él mismo
el movimiento. Sin embargo, no entraba en mis planes dejarlo actuar todavía. Así
que, riéndome de la misma forma que él lo acababa de hacer, clavé mis uñas en
sus antebrazos y conseguí que abandonara la idea de tomar el mando. Estaba
desatada. Ni yo misma me reconocía. Y me sentía muy bien, demasiado bien, y
tenía ganas de seguir jugando con él un poquito más, pero ya eran demasiadas
horas privándome de mi recompensa. Seguí unos pocos minutos más moviéndome
muy despacio, hasta que no pude más y metí quinta de un momento a otro. Alejo
se sorprendió y volvió a agarrarme el culo; con un poco de miedo al principio, lo
que me excitó aún más. Esta vez lo dejé y empecé a moverme encima de él con
mucha ferocidad. Ya no quise contenerme más y también comencé a gemir como
si no hubiera un mañana. Él se incorporó un poco y llevó sus labios directamente a
mis pechos; eligió un pezón y lo succionó con vehemencia hasta dejarlo rojo como
un tomate. Mientras tanto, sus dedos se clavaban en mis glúteos y los guiaban de
arriba a abajo por todo lo largo de su pene. Su firme estaca se frotaba contra mi
vagina y ambos gemíamos con nunca lo habíamos hecho antes estando juntos.

—Me vengo... —le avisé mientras me volvía a aferrar a su cuello.

Sólo aguanté cinco segundos más luego de advertirle. Un cosquilleo poderoso,


electrizante y divino asedió mi cuerpo, y me dejé caer encima de mi amigo
mientras un torrente de placer me llevaba a esa dimensión tan maravillosa que
había descubierto hacía no mucho. Varios espasmos me sacudían y los fluidos
seguían saliendo de mi sexo, inundando el vientre de Alejo y empapando el sofá
que había debajo nuestro.

—¡Hostia puta! —exclamé con ganas, dejándome llevar. Más que nada por las
últimas grandes sensaciones que me había dejado el orgasmo. Era la primera vez
en mi vida que tal agravio salía de mi boca.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Mejor que nunca, Ale... Mejor que nunca...

—Eso es bueno —terminó riendo.

Me quedé descansando encima de Alejo un rato largo mientras mi cuerpo se


recuperaba. Él, sumiso y considerado como siempre, dejó de lado su propio placer
y se quedó abrazado a mí hasta que fui capaz de volver a moverme. Cada vez
estaba más encantada con ese chico.

Pero no le iba a volver a hacer lo de otras veces; él se había portado muy bien
conmigo y no se merecía quedarse a medias. Así que, me levanté, todavía
convaleciente, y me arrodillé en el suelo, quedando justo en frente de la
entrepierna de Alejo.

—¿Qué hacés? Eso puede esperar, en serio... —dijo tratando de convencerme.


No le dije nada y me centré en lo que iba a hacer acontinuación. Su pene ya había
perdido dureza, no así tamaño; seguía tan grande como al principio; así que no
me parecía que me fuera a costar mucho darle su merecida recompensa. Agarré
su falo con la mano derecha y comencé a masturbarlo con el objetivo de que
recuperara su consistencia lo más rápido posible. Alejo me miraba entre ansioso y
preocupado. Pero, una vez se dio cuenta de que podía llevar esa tarea a cabo sin
problemas, echó la cabeza para atrás y se entregó a mis caricias. Su miembro no
tardó en ponerse duro de nuevo. Seguí masajeándolo hasta que me sentí
preparada de pasar al siguiente nivel.

—Dime si hago algo mal, porfa... —le dije con sinceridad.

—Epa, ¿ya se te pasó el efecto dominatrix? —rio.

—Cállate. Tú sólo dime si hago algo mal —finalicé no sin ruborizarme un poco.

Con mi torpeza habitual y desde arriba, poco a poco fui apresando su hinchado
glande con mis labios. Una vez dentro, comencé a lamerlo en círculos mientras mi
boca se iba acostumbrando a semejante invasor. Cuando sentí que ya podía con
más; empecé a descender sobre él hasta que pude rodear un poco más de un
cuarto. De verdad, cada vez que lo tenía delante, su pene me parecía más grande
que la última vez. Seguí avanzando e intenté llegar hasta la mitad, y ahí llegaron
las primeras arcadas. Tosí con fuerza y Alejo salió de su ensimismamiento para
volver a preocuparse por mí. Le hice señas de que no pasaba nada y continué con
mi labor. Decidí que no podía engullir más y, entonces, comencé a chupar hasta
donde llegaba el rastro de mi saliva, mientras que el resto lo cubría con mi mano.

—Ya casi, Ro... —me avisó mi amigo cuando no llevaba ni dos minutos a ese
ritmo.

Aumenté la velocidad de la felación y Alejo intentó ponerse de pie. No se lo


permití; puse la mano libre en su pecho y no lo dejé levantarse. Me miró con
sorpresa y yo le devolví la mirada. Sabía muy bien que en cualquier momento esa
barra de carne iba a empezar a escupir semen en mi garganta. Pero no me
importaba; estaba completamente entregada a la causa y estaba decidida a llegar
hasta el final por su bien. Por eso, cerré los labios alrededor de su glande y me
ayudé de ambas manos para conseguir mi objetivo. Y, mientras lo hacía, lo miraba
a los ojos como jamás había mirado a nadie.

—¡Rocío! —fue el último aviso de Alejo. Volví a hacer oídos sordos y continué hasta
el final. Final que no tardó ni diez segundos más en llegar.

Entonces, Alejo, ya percatado de que yo no me iba a echar para atrás, me agarró


con mucha fuerza de ambos lados de la cabeza y movió su pelvis hasta que, al
grito de "¡ahí va!", vació sus testículo dentro de mi boca. Me quejé y gestículé con
los brazos para que me soltara, pero no lo hizo hasta que la última gota de
esperma había salido. Cuando eso sucedió, me saqué su pene de dentro y me eché
a un costado para toser. La mayoría me lo había tragado, pero todavía había
quedado una buena cantidad en mi boca que terminó decorando la alfombra negra
del suelo.
—¡Eres un bruto! —me quejé apenas me pude recomponer.

Y tenía muchas cosas más para decirle, pero, de pronto, Alejo se puso de pie, me
ayudó a levantarme a mí también, y, sin darme tiempo a nada, me plantó un beso
en la boca que me dejó paralizada. Metió su lengua y revolvió todo su interior sin
importarle que todavía hubieran restos de su propio semen en él.

—¡¿Qué haces?! —dije cuando pude separarme— ¡Tenía toda la boca manchada
todavía!

—No me importa —dijo calmado.

—¿No te importa? ¡Es asqueroso! —insistí.

—Me da lo mismo... —e intentó besarme de nuevo.

—¡Que no! —lo volví a empujar— ¿Qué coño te pasa?

Estaba diferente, no sabía qué le pasaba, y me estaba asustando. Se hizo un breve


silencio y, por fin, habló.

—Estuviste espectacular esta noche, Rocío... Todavía no me lo puedo creer... —


dijo mientras volvía a acercarse a mí. Yo no dije nada, pero me dio un poco de
vergüenza.

—Ah...

—Rocío, escuchame bien... —dijo mirándome con mucha seriedad.

—¿Q-Qué pasa? —dije dudando y casi tartamudeando.

—Por favor, decime que, pase lo que pase, no me vas a odiar... —continuó con la
misma seriedad.

—¿Por qué me dices eso? Me estás asustando...

—Rocío...

—Dime...

—No quiero continuar con las prácticas...

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —dije más sorprendida que nunca. No
entendía nada de lo que estaba pasando.

—¡Te amo, Rocío! ¡No quiero ayudarte más con Benjamín!

 
Sábado, 4 de octubre del 2014 - 22:37 hs. - Benjamín.

Media hora conduciendo y persiguiendo a un coche que jamás tuve la oportunidad


de ver, porque ya lo habíamos perdido desde antes de salir de la empresa. Pero
como Lulú decía saber a donde se dirigían, no me quedó remedio que acompañarla
hasta el final. Por eso y porque era un tipo sin carácter.

Aparcó en frente de una urbanización abierta; o sea, que no estaba rodeada por
muros, ni por verjas, ni por nada parecido. Al costado, había un aparcamiento
abarrotado de coches. Traté de buscar alguno conocido, pero no pude reconocer
ninguno.

—Vamos —dijo cuando bajamos.

—¿Me vas a decir algo de una puta vez? —me volví a quejar.

—Deja de llorar, Benjamín, por dios... Ya estamos aquí...

Nos plantamos en frente del portal de la urbanización. Sacó unas llaves de su


bolso; eligió una y la metió en la cerradura. Una vez dentro, caminamos por un
largo pasillo que terminaba en un arco que llevaba a un patio exterior.
Traspasamos esa parte y giramos a la izquierda para meternos en un nuevo
pasillo.

—Bajo M —me indicó mientras observaba los cartelitos de las puertas.

Caminamos unos metros más, sin cruzarnos en ningún momento con nadie, hasta
que llegamos a unas escaleritas que bajaban hacia otra especie de patio que
también tenía pasillos a los costados. El lugar era un maldito laberinto.

—Es aquí —dijo, por fin, luego de bajar por esas escaleras y meternos en uno de
los pasillos.

—Ya era hora. Va, veo que tienes las llaves. Abre.

—Estás muy tonto hoy, ¿eh? ¿Acaso quieres que nos descubran? Sígueme.

Me guió por el pasillo hasta llegar a un nuevo patio y luego, para mi sorpresa,
comenzó a trepar por un murito que debía medir no más de dos metros.

—Ven —me dijo mientras estiraba su mano para ayudarme a subir.

No sin esfuerzo, ya que no estaba vestido como para realizar semejantes


actividades, escalamos esa pared con éxito y no colamos en la terraza de esa
vivienda. Delante nuestro había un gran ventanal, tapado por las cortinas
interiores. Intenté mirar dentro pero las luces estaban apagadas y no se veía
absolutamente nada, salvo un pequeño rayo de luz que parecía ser el del pasillo de
la casa. Claro indicio de que había gente dentro.

—¿Qué hacemos? —le dije a mi jefa.

—Hablar más bajo y esperar —me regañó mientras se acurrucaba en una esquina
de la terraza a la que no llegaba la luz. Resignado, me senté a su lado y me puse a
esperar con ella.

Seguía tan seria como antes de haber salido. Me estaba preocupando de verdad
verla así. Con lo risueña y alegre que ella había sido siempre. No por nada la
apodaban "el alma de la fiesta" en el trabajo.

—Perdóname, Benji... —me dijo de pronto.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Por esto... Y por muchas cosas más... Desde que regresé que no he parado de
darte problemas...

—¿Por qué lo dices? —pregunté haciéndome el sorprendido, pero en realidad creía


saber a qué se refería.

—Primero te quitan tu puesto por mi culpa... Y ahora esto...

—Pues... —no sabía qué decir, la verdad.

—¿Sabes? Una no elige de quien se enamora... Ahí empiezan todos los


problemas... —dijo con desazón.

—Ya...

—¿Ya qué? —preguntó girando la cabeza y mirándome por primera vez a los ojos.
Varias lágrimas resbalaban por sus mejillas.

—E-Eh... Pues... ya sabes... ¿No?

—¿Ya sé el qué? ¿De qué hablas? ¿Acaso sabes algo de lo que está pasando aquí?
—preguntó con gran sorpresa.

—Mira... No sé si esta misión espía tenga algo que ver, pero, por lo demás... sí, lo
sé todo —confesé al fin.

—¡¿Qué?! Benjamín... ¿entonces sabes lo de Mauricio y...? —me miraba asustada.


Eso sí que no lo entendía.

—Lo de Mauricio y tú... Sí, lo sé todo...

—¡¿Lo de Mauricio y quién?!


De pronto, un rayo de luz artificial golpeó el suelo proviniendo desde la habitación
que estaba detrás nuestro. Lourdes se limpió las lágrimas y, entonces, se asomó
con mucho sigilo para mirar por un hueco que había entre las cortinas. Cuando se
aseguró de que adentro estaba lo que ella buscaba, me miró a los ojos y me dio
una última indicación.

—No sé qué es lo que sabes... Pero mira tú mismo por la ventana y, si tal, luego
me cuentas...

—Vale... —dije con dudas.

Intercambiamos posiciones con toda la cautela que pudimos, y, con mucha


lentitud, asomé mi cabeza hasta encontrar el espacio en el cortinado. Lo primero
que visualicé fue una enorme cama de matrimonio y la puerta que debía dar al
pasillo. De espaldas a mí, la primera sorpresa: Mauricio. Hubiese reconocido esa
calva rodeada de cabello engominado a kilómetros de distancia. Delante de él, una
mujer. Ya la cosa había dejado de tener sentido para mí. A menos que Lulú me
hubiese llevado ahí para ver como mi jefe se cepillaba a su esposa en un piso
franco, ya no entendía nada. Mucho menos entendía por qué no era la misma Lulú
la que estaba ahí dentro con él.

Entonces...

—¡Hos...tia puta! —me salió del alma. Si podía reconocer la nuca de Mauricio a
kilómetros de distancia, mejor todavía podía recordar esa cabellera color castaño
claro que finalizaba en unas perfectas ondas.

—Me... cago... en... mi puta vida... —fue lo último que murmuré al ver como Clara
se besaba apasionadamente con mi jefe.

Las decisiones de Rocío - Parte 10.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Rocío.

—¡Te amo, Rocío! ¡No quiero ayudarte más con Benjamín!

Cuando terminó de recitar esa frase, se quedó mirándome, como esperando a mi


reacción. Pero yo no supe qué decir, ni qué hacer. Se había vuelto todo muy
borroso en mi cabeza. Y respondí lo primero que se me ocurrió.

—Pero... ¿qué dices? Me parece que estás borracho, Ale.

—No estoy borracho. Te amo. Ahora lo sé.


 

No me podía creer que me estuviera diciendo eso. No podía ser. Algo tenía que
estar mal. Si no estaba borracho, quizás era que la cena le había caído mal, o tal
vez no se había curado del todo de la paliza que le habían dado. No tenía ni idea.
Pero no podía ser que me estuviera diciendo eso.

—Siéntate, Ale. Déjame que te traiga un poco de agua —le dije aferrándome a mi
teoría.

—¿Por qué no me querés escuchar? ¡Estoy perfectamente! ¿Tanto te cuesta creer


lo que te estoy diciendo? —insistió con más énfasis.

—No puede ser... No tiene sentido... Esto no tiene nada que ver con nada de lo
que ha estado pasando desde que has llegado aquí... —respondí mientras me
sentaba en el sillón.

—¡Ya lo sé! ¡Por eso te digo que es ahora que lo sé! —exclamó sentándose a mi
lado. Parecía un niño intentando contarle a la madre que había visto algo
alucinante—. Quizás sea por lo que acabamos de hacer... el cómo lo hiciste, cómo
lo pasamos... no sé... Lo único que sé es que te amo y que no quiero seguir
ayudándote con Benjamín.

Era todo muy surrealista, y su explicación no ayudaba nada. Hacía unas horas me
había dicho que su máxima prioridad era conseguir reparar mi relación con mi
novio. ¿Cómo era posible que en cuestión de tan poco tiempo (y con varios
orgasmos de por medio, sí) hubiera cambiado de parecer? Las cosas no me
cuadraban en absoluto.

—¿O sea que te acabas de dar cuenta ahora que estás enamorado de mí? ¿No
crees que es un poquito difícil de creer? Antes me has dicho que no tenías ningún
tipo de intención secundaria en todo esto, y ahora me sales con que me amas.
Permíteme sorprenderme, Alejo —respondí con toda la seriedad posible. Me estaba
empezando a afligir.

—Ya sé... pero... no sé cómo explicártelo... Y me jode, porque no quiero que


pienses que me estuve aprovechando de vos hasta ahora... —prosiguió ya un poco
más nervioso y menos seguro que antes.

Hubo un breve silencio. Breve e incómodo. Alejo había agachado la cabeza y


parecía que se había quedado sin palabras. Y yo no quería seguir ahí sentada. Pero
no podía dejar las cosas así, no se lo merecía él, ni tampoco yo. Ya estaba harta
de crear malos ambientes por no hablar las cosas cuando había que hacerlo.

—No pienso dejar que esto se quede así, Alejo —le dije con seguridad.

Me acerqué a él, levanté su cabeza con mis manos y lo hice mirarme a los ojos.
Sólo quería hablar con él y dejar claros algunos puntos. Pero me quedé de piedra
cuando su mirada se cruzó con la mía. Las lágrimas caían por sus mejillas y tenía
toda la cara roja. Era el vivo reflejo de la tristeza. En ese momento me di cuenta
de que no podía estar mintiéndome. Es decir, nunca había dudado de sus
sentimientos, de lo que dudaba era de su 'repentino enamoramiento'. La pena que
había en su cara era una evidente muestra de que lo estaba pasando muy mal y
que no sabía cómo salir del atolladero.

—¡Ale! ¡No llores, mi vida! —me apresuré a decirle y me abracé a él


inmediatamente— ¡Te creo! No llores más. Te juro que te creo.

—Soy una mierda, Rocío. Te prometí que te iba a ayudar y ahora te salgo con
esto. Soy un ser humano despreciable —decía con la voz entrecortada. En
cualquier momento iba a romper a llorar.

—No eres una mierda. Uno no controla estas cosas y sé muy bien que es difícil
guardárselas. Y te agradezco que me lo hayas contado. Hubiese sido peor que me
lo ocultaras y que siguiéramos como si nada. No me perdonaría nunca que
sufrieras por mi culpa.

—¿Qué querés decir con eso? —me preguntó volviéndome a mirar a los ojos.

—¿Eh? ¿Qué quiero decir con qué?

—Con eso de seguir como si nada y que no querés que sufra por tu culpa. Porque
creo que estás mezclando las cosas —continuó.

—¿Mezclando las cosas? Ahora no te entiendo yo a ti —contesté extrañada.

—Ya sé que te dije que no quería continuar las prácticas, pero nada que ver, me
bloqueé y me salió lo primero que se me vino a la cabeza. Lo que no quiero es
seguir ayudándote con Benjamín. Las prácticas siguen siendo por tu propio bien —
concluyó.

 
Me quedé boquiabierta y, nuevamente, sin saber qué decir. Yo había dado por
sentado que todo se iba a terminar ahí, porque una declaración de amor ya
significaba algo mucho más serio de lo que había entre nosotros dos hasta ese
momento. No se me pasaba por la cabeza continuar con ese 'entrenamiento' a
sabiendas que Alejo me quería como mujer. Primero, porque era un hecho que él
iba a salir lastimado; y segundo, porque el principal motivo por el que yo lo hacía
era para no perder a Benjamín, y Alejo me acababa de dejar claro que ya no tenía
intención de ayudarme con eso.

—Ni hablar.

—¿Eh? ¿Por qué? —dijo sorprendido.

—Alejo... Yo no soy tonta, aunque a veces lo parezca. Quiero que hablemos esto
bien y que llamemos a las cosas por su nombre. Creo que hoy ha quedado más
que demostrado que he cambiado, y mucho. Las prácticas hicieron un efecto en mí
que jamás hubiera imaginado. No soy tan arrogante como para decir que ya no me
hace falta aprender nada más, ni mucho menos, pero creo que con esto ya es
suficiente como para darle a Benjamín lo que espera de mí.

—Pero Rocío...

—Déjame terminar, por favor. Con esto que hacemos cuando practicamos, por
primera vez en mi vida me estoy sintiendo mujer en todo el sentido de la palabra.
Y para serte sincera, y me da mucha vergüenza decirte esto, te juro que quería
continuar con esto, aparte de por el bien de mi pareja, porque le he cogido gustillo
y porque me lo paso muy bien... Pero ahora que me dices que no me quieres
ayudar más con Benjamín, ya no tengo ningún motivo fuera de lo físico para
seguir...

Estaba sorprendida de haber sido capaz de decir todo eso sin habérmelo pensado
ocho veces antes y sin habérmelo practicado otras ocho. Vaya que si había
cambiado. Y sabía bien que todo se lo debía a él. Así que qué menos que decirle
las cosas como eran e irle sin rodeos por una vez.

—Entiendo... —dijo tras una corta pausa.

—Me alegra que lo entiendas... Pero quiero que sepas que...

—Terminemos con las prácticas, está bien —me interrumpió. Acto seguido, se
levantó, me estiró la mano para que me levantara yo también y, sin previo aviso,
me estampó un beso en los labios.
—¡¿Qué haces?! —pude decir luego de apartarlo de un empujón. Pero enseguida
volvió a la carga y me dio un nuevo beso. Bueno, beso, el cabrón me estaba dando
un morreo de campeonato. Al pillarme con la boca abierta, consiguió meterme la
lengua y no la sacó hasta pasados unos cuantos segundos.

—Besarte, eso hago. Pero ya no como 'coach', 'entrenador', 'maestro' o como


mierda quieras llamarme, ahora te beso como un hombre que está enamorado de
vos y quiere hacerte suya.

Me quedé paralizada y sin saber, de nuevo, cómo reaccionar. Mientras me besaba,


con una mano me acariciaba el culo y con la otra uno de mis pechos. Todavía no
había recuperado del todo mis fuerzas debido al reciente orgasmo y no pude hacer
nada para alejarlo de mí.

Cuando creyó oportuno cambiar de posición, se dio la vuelta y me tumbó sobre el


sofá. No sobra recordar que todavía ambos estábamos desnudos y, por lo tanto,
yo me encontraba servida en bandeja de plata. Y él no estaba dispuesto a dejar
pasar la oportunidad. Me abrió de piernas con brusquedad, separándolas todo lo
que mi elasticidad le permitió, e inmediatamente hundió su cara en mi vagina. Yo
intentaba resistirme con las pocas fuerzas que me quedaban; tirando de su cabello
y dándole golpes en los hombros. No quería que me chupara ahí abajo, quería
explicaciones. Pero él no parecía importarle nada lo que yo quisiera y no cesó en
ningún momento con la lamida.

—Alejo... para, por favor... —supliqué intentando no hacer muy evidente mi voz
temblorosa—. Hablemos... No es necesario recurrir a la violación...

Cuando pronuncié esa palabra, mi amigo dejó de mover su lengua justo antes de
levantar la cabeza y dedicarme una mirada penetrante y llena de tristeza.

 —Me duele que pienses que te voy a violar, Rocío... Estoy haciendo esto porque
me acabás de confesar que te gusta. Nunca en la vida haría algo que pudiera
lastimarte... La verdad es que no me lo puedo creer... —dijo a la vez que se ponía
de pie y se disponía a recoger su ropa.

Me había vuelto a meter en un lío. Me estaba volviendo una experta en herir los
sentimientos de mis seres queridos. Era cierto que, al ver que no me hacía caso y
seguía a lo suyo, se me había pasado por la cabeza que me iba a querer forzar.
Fue por eso que se lo solté de esa manera. Pero, al ver su reacción, me sentí como
una completa estúpida por pensar algo así de él.
—¡Espera! —dije de inmediato—. ¡No quería decir eso! ¡Pero es que eres muy
apresurado! Quiero que hablemos. Nada más...

Me miró dubitativo un par de segundos y, luego de torcer el gesto, asintió y se


volvió a sentar a mi lado, dejando bastante espacio entre los dos.

—¿Qué tengo que entender de eso último que has dicho, entonces? —le pregunté
con seriedad.

—Que voy a ir por vos, Rocío —respondió él aún más serio.

—¿Vas a venir por mí?

—Sí. Ya te dejé escapar una vez por puto y cagón. No voy a volver a cometer el
mismo error.

Me quedé un rato analizando fríamente lo que me estaba diciendo. Si bien no


terminaba de caer del todo en que las cosas hubieran tomado ese rumbo, de
alguna manera sentía que podía manejarlo. Sólo tenía que elegir las palabras
correctas.

—Ale, no te voy a mentir, me hace muy feliz que sientas esto por mí después de
todo lo que te hice pasar en el pasado y de lo que te estoy haciendo pasar ahora,
en serio, pero creo que fui muy clara sobre mis sentimientos desde que llegaste a
esta casa, ¿no?

—Me da lo mismo. Voy a hacer que te enamores de mí —declaró sin modificar ni


un pelo su semblante serio.

Me estaba empezando a poner nerviosa. Miles de escenas empezaron a pasar por


mi cabeza; desde Alejo plantándosele a Benjamín para contarle todo, hasta los dos
peleándose a puño limpio por mí. Y no era ninguna tontería, ¿qué iba a pasar si se
le ocurría retar a duelo a mi novio por mi amor? En ese momento sentí que los
sentimientos de Alejo eran lo último que me importaba. Tenía que hacer algo para
evitar que hiciera alguna tontería. Mi relación de pareja estaba en juego.

 
—Espera, Alejo... Vamos a serenarnos... —dije en voz baja y exhalando un poco
de aire—. Te repito que me hace muy feliz que sientas esto por mí, te lo juro, pero
no quiero que cometas ninguna locura...

—Estoy dispuesto a lo que sea —insistió.

—¿Incluso a destruir mi relación Benjamín? —respondí con un poco de enfado.

—A ver... Si te quiero para mí, es lógico que quiera que tu relación actual se
termine... —aclaró para mi desesperación—. Pero no te preocupes, no le voy a
decir nada a tu novio. Y no voy a hacer nada para hacerte pelear con él. No es mi
estilo y, además, sé que no me lo perdonarías.

—¿En serio? —suspiré y sonreí por fin. No había mentira en sus ojos, ni maldad.
Sabía que podía confiar en él al 100%.

—Pero... —prosiguió.

—¿"Pero", qué? —pregunté y mi sonrisa volvió a desaparecer.

—Ojo, no lo tomes como una amenaza, pero no me parecería una pelea justa si yo
no pudiera jugar mis cartas. Por eso quiero que me dejes intentar conquistarte a
mi manera.

—¿A tu manera...? ¿Cómo? —pregunté intrigada.

—Tengo varias, pero, de momento, vamos a seguir con esta...

Su mano derecha se elevó lentamente y se posó en mi mejilla izquierda. Justo


después acercó su cara y me dio un suave y tierno beso en los labios. Corto, a
diferencia de los que solía darme, pero lleno de intenciones. Luego se quedó
mirándome un rato, esperando mi aprobación.

Entendí enseguida las reglas del juego, como también entendí enseguida que
muchas alternativas no tenía. Después de todo, era eso o arriesgarme a que le
fuera de frente a Benjamín, y ahí sí que todo se iba a terminar. No era como si me
disgustara tener que ceder, porque sabía que no iba a ser diferente a lo de las
"prácticas". Sabía que mientras no lo dejara cruzar esos límites pre-establecidos,
no iba a tener nada de qué preocuparme.

Cerré los ojos un momento, volví a suspirar y, cuando los abrí de nuevo, le devolví
la mirada penetrante y esta vez fui yo la que acercó el rostro para que nuestros
labios se juntaran. Nos abrazamos y nos dejamos caer por lo largo del sofá del
salón, dejándonos llevar por la lujuria y por los sentimientos de un gran chico que
estaba enamorado de la joven equivocada, dando lugar al comienzo de una nueva
etapa en nuestra relación.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Benjamín.

—Bueno, ¿vas a decir algo de una vez? —me preguntó Lulú luego de dar un sorbo
a su cerveza— Llevas callado desde que salimos de ahí...

—Cállate un rato, ¿quieres? —respondí con sequedad.

Todavía seguía sin creerme lo que había visto. O, por lo menos, no quería hacerlo.
Tenía un pesar en el cuerpo que me tenía como alma en pena. Me había puesto de
mal humor y no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con Lourdes, que
había sido la que me había hecho descurbrir la verdad.

Técnicamente no tenía ningún motivo para sentirme de esa manera. O sea, sí;
había sido engañado, estafado, humillado, golpeado y una larga lista más de
verbos que podría llevarme todo el día enumerar. Aun así, nada de eso justificaba
ese estado pre-depresivo en el que me encontraba. Porque hubiese comprendido
tener un enfado considerable; ira, furia, rabia, etc. Pero, insisto, lo que sentía en
ese momento no se asemejaba a ninguna de esas.

Había decidido ir a ese bar a esas altas horas de la madrugada para analizar lo que
había pasado esos últimos días y para que Lulú me explicara todo lo que sabía.
Pero ya iba por la tercera caña y todavía no la había dejado decir nada. En mi
mente no dejaban de aparecer gigantografías de Clara besando y desnudando a
Mauricio. Y yo cada vez me sentía peor...

—Bueno... Ya son más de las doce, no podemos estar toda la noche sin decir nada
—dijo de repente.

—¿Por qué no? —dije con tono pasota. El alcohol se me empezaba a subir.

—No sabía que te iba a afectar tanto... Pareces un tío que lo acaba de dejar con su
novia... —me dijo rechistando.

Lo cierto es que no estaba muy lejos de la realidad. La escena era tal cual la
acababa de describir; yo bebiendo sin intención de detenerme y ella dispuesta a
ejercer de hombro para que pudiera desahogarme. Y todo por una niñata con la
que no hacía ni una semana que trataba.

—Vale... —dije al fin—. Cuéntame con lujo de detalles todo lo que sabes.

—¿No sería mejor que me contaras tú lo que te traías con Clara y de paso
aclararme por qué cojones estás como si te hubiesen dado un tiro en un riñón?

—Tú me cuentas todo lo que sabes y ya, si eso, me fijo si te digo una mierda o
no... —dije con agresividad y mirándola feo. Ni yo mismo me reconocía.

—Mira... porque te conozco y sé que aquí está pasando algo gordo, si no me iba yo
a la mierda y te quedabas aquí pastando, gilipollas —me respondió ofendida,
insultándome por primera vez desde que nos conocíamos.

—Va, habla... —dije sin hacerle mucho caso...

—Sabes que Clara está en la empresa como becaria, ¿no? —comenzó—. Bueno,
me imagino que también sabrás que a Mauricio le gusta tomar este tipo de
chiquillas como becarias, no porque sea un viejo verde ni nada por el estilo, sino
para darle ese aire fresco que necesita la empresa y para que el personal
masculino venga al trabajo con más entusiasmo... En fin, hasta ahí entendible,
¿no?

—Sí, ¿y?

—Bueno, hasta ahí las cosas iban como él quería, pero un día, al poco tiempo de
haber empezado, la niña se le presenta en la oficina y le dice que tiene que hablar
con él.

—Ajá...

—Al parecer, su familia no estaba pasando por un buen momento económico y la


chica le pide que le de un adelanto. Mauricio se niega y Clara se echa a llorar en
pleno despacho. Él la intenta consolar y le explica el porqué de su respuesta. Ella
lo entiende y se abraza a él.

—Sigue...

—Deja de insistir con el adelanto y le sale con otro tema. Clara le dice que su
futuro está en juego y que no puede permitirse sacar una mala nota. Todo esto
durante el abrazo. Mauricio intenta separarse de ella pero, entonces, le coge una
mano y se la pone en una teta —suspiró—. Benjamín, Mauricio está casado hace
muchísimos años y jamás le había sido infiel a su mujer, así que imagínate lo difícil
que habrá sido para él la situación.

—Sí, dificilísima... —reí con sorna— ¿Y entonces ahí se la folló por primera vez?
—No. No sé de dónde sacó fuerzas pero consiguió que se fuera, diciéndole que se
lo pensaría. A esa altura la niñata ya se sabía ganadora.

—¿Hay más?

—Sí. Al día siguiente, Clara se vuelve a presentar en su despacho. No sacó el tema


y sólo le habló a Mauricio de trabajo, pero más juguetonamente y pegajosa que
nunca.

—Ajá... Entonces fue ahí cuando se la foll...

—¡Que no se la folló hasta pasado un mes, pesado! O sea... Hará una semana o
dos... No tengo la fecha exacta.

—¿En serio? —pregunté extrañado—. ¿Pero qué pasó? ¿Por qué?

—Una persona no le es fiel a su pareja tantos años por nada, Benjamín... La cría
se lo tuvo que trabajar. Incluso tuvo que cambiar la estrategia; la seducción y el
toqueteo barato no le estaba sirviendo de mucho, por eso decidió atacar un lado
más personal; se convirtió en su confidente y se le metió en el corazón.

—¿Quieres decir que...?

—Sí, Mauricio se enamoró de Clara.

—¿Y por qué tú sabes todo esto? —pregunté sinceramente intrigado. Quería saber
todo lo que rodeaba a esta telenovela repentina que se había presentado en mi
vida sin haberlo pedido.

—¿Me lo dices en serio? Sabes que Mauricio es como un padre para mí. Cuando
volví de Alemania, me di cuenta de que se ponía raro cada vez que esa tipa estaba
cerca. Me costó, pero finalmente conseguí que me lo contara todo.

—Entiendo...

Nos quedamos en silencio, yo sumido en mis pensamientos, procesando toda la


información que acababa de recibir, y ella esperando que yo dijera algo de una
vez.

Era increíble cómo Clara me había mentido en todo. Ahora sí que me sentía
indignado; la puta niñata había querido ensuciar a Lulú haciéndome creer que era
ella la amante de Mauricio...

«O no...» pensé en ese momento. Si bien lo que había presenciado esa noche
concordaba con lo que me acababa de contar Lulú, todavía habían varias cosas sin
explicación. Sí, todas aquellas cositas y sucesos por los que había llegado a pensar
que era ella la amante de Mauricio. Había un montón de cosas que necesitaban
explicación.

—Ok... Te voy a contar todo lo que me concierne a mí en este tema. Pero antes
quiero que me expliques unas cuantas cosas...

—¿Qué cosas?

—Antes te dije que pensaba que eras tú la amante de Mauricio, ¿te acuerdas? No,
no me mires así —dije enseguida al ver como abría los ojos como planetas—.
Sucedieron varias cosas que me hicieron pensar eso.

—Dios mío, Benjamín, ¿cómo pudiste pensar eso? Sabes lo que significa Mauricio
para mí...

—Cállate y escucha. Hace unos días, Romina me pidió que fuera a su despacho a
dejar unos papeles. Ella tenía que hacer unas cosas y no podía. Hablando, me
comentó que tú estabas reunida con Mauricio en ese momento, y poco antes me
habías dicho que tenías otras cosas que hacer.

—Sí... —dijo esquivándome la mirada.

—Bueno, cuando fui a hacerle el favor a Romina, escuché gritos viniendo del
despacho de Mauricio, y no eran gritos de pelea, precisamente... Eran gemidos... Y
era tu voz... —le dije de una y sin rodeos. Tardó varios segundos en contestar.

—Mira, Benjamín, te voy a ser sincera y te voy a contar todo. Quizás cambie tu
forma de verme. Quizás no vuelvas a confiar nunca más en mí... Pero, llegados a
este punto, no quiero ocultarte nada...

—Soy todo oídos.

—Bueno, ahí voy... Hace una semana que volví a la empresa, ¿no? Bueno, a los
dos días Mauricio me contó todo lo de Clara. Desde entonces estoy cubriéndolos.

—¿Cómo? ¿Cubriéndolos cómo?

—Pues eso, cubriéndolos. Cada vez que Mauricio queda con ella para... bueno,
para follar, soy yo la que le cubre las espaldas.

—No entiendo por qué, la verdad. Mauricio ya está grandecito.

—Ese día que dices, Benjamín, Clara le envió un mensaje anónimo a la mujer de
Mauricio diciéndole que él tenía una amante.

—¡¿Qué?! —exclamé pasmado—. ¿Por qué? ¿No habían llegado a un acuerdo ya?
—Resulta que ese día habían quedado para ir a un hotel a las afueras de la ciudad,
pero, al final, Mauricio tuvo que cancelar los planes porque a última hora se enteró
que sus suegros irían a cenar a su casa. Bueno, a Clara muy bien no le sentó esto
y por eso hizo lo que hizo.

—Me imagino cómo se habrá puesto Mauricio...

—¿Eh? ¿Ponerse de qué? No te das una idea de lo idiotizado que está Mauricio con
esa cría... Le pidió perdón mil veces por tener que cancelar los planes. Pero bueno,
eso es otra cosa. Continúo. Ese día Mauricio estuvo toda la mañana tratando de
calmar a su mujer, pero sin éxito, así que me llamó a mí para que hablara con ella
—dijo antes de dar otro trago.

—Sigue, por favor...

—Me dijo de todo, Benji... De todo... Primero me acusó a mí de ser la amante.


Cuando desechó esa idea, me dijo que lo estaba encubriendo y no sé qué más
movidas. Bueno, resulta que me puse a llorar y empecé a gritarle por teléfono...
No eran gemidos lo que escuchaste...

No dije nada. No estaba del todo seguro todavía de qué creer. Esta nueva historia
que me acababa de contar coincidía con los últimos acontecimientos. Es más, lo
del enfado de la mujer de Mauricio era un secreto que se había filtrado por cada
rincón de cada piso de la empresa.

—Está bien, digamos que te creo...

—¿Digamos que me crees? —respondió incrédula—. Al final me vas a hacer


enfadar...

—Ok. Ese mismo día nos vimos por la noche, y cuando me fuiste a dar un abrazo
para despedirte, apestabas al perfume de Mauricio, estabas sin sujetador y tenías
unas bragas usadas y húmedas en tu bolso. Lo recuerdas, ¿no? —volví a decir de
una y sin rodeos.

—Sí, al final me voy a enfadar... —respondió apretando los dientes—. No me


puedo creer que estemos teniendo esta charla...

—¿Me respondes?

—¿Sabes por qué me he estado yendo antes estos días? ¿Por qué he estado
trabajando tan pocas horas en comparación con los demás?

—No.

—Joder, Benjamín, usa la cabeza. Te estoy diciendo que le estoy cubriendo las
espaldas a Mauricio para que pueda tirarse a la cría esa. Asocia, chaval.

—¿Y tienes que salir de la empresa para cubrirles el culo?


—La casa de la que acabamos de venir es de mi marido. Bueno, de su padre, pero
la va a heredar... Resulta que es el lugar que han estado utilizando esos dos como
picadero. Desde que Clara le mandó ese mensaje a la mujer, Mauricio decidió que
no iba a seguir pagando hoteles. Se había podido encargar de destruir las pruebas
hasta la fecha, pero si la mujer empezaba a investigar todos sus movimientos
desde ese momento, ahí sí iba a estar jodido.

—Y tú le saliste de salvadora...

—¡No! ¡Nunca hubiese hecho eso! No me preguntes cómo ni por qué, pero
Mauricio sabía que yo tenía acceso a una casa que era de mi marido...

—Ok, pero sigo sin verle relación con tus escasas horas de trabajo.

—Ay... A ver... —suspiró con paciencia—. Mi cuñado vive justo arriba... Y no me


interesa que se entere que estoy usando una propiedad de su hermano como
albergue transitorio para un empresario cincuentón y una cría inmadura. Así que
he estado yendo con ellos y me encargué de hacer pasar esos encuentros como
"reuniones de trabajo".

—Ya veo... —asentí—. Un momento, ¿y hoy? ¿Por qué hoy los dejaste ir solos?

—Porque mi cuñado se fue unos días a la costa... Ahora ya no hay peligro.

—De acuerdo. Aunque no sé qué tiene que ver todo esto con mi pregunta... —
insistí.

—Mira, te voy a responder a eso porque no tengo nada que esconder ya, pero es
la última pregunta de tu estúpido cuestionario que pienso responder, ¿de acuerdo?

—Veamos...

—Ese día esos dos echaron un polvo de reconciliación en el despacho de Mauricio,


en eso se resume todo. ¿Que apestaba a su perfume? El despacho apestaba a sexo
y a humanidad, ni se habían molestado en abrir las ventanas. Cogí lo primero que
encontré, que resultó ser su perfume, y lo rocié por todo el cuarto. ¿Que estaba
sin sujetador? ¿Sabías que es normal que haya veces que las mujeres andemos sin
sostén? Sobre todo para las que no destacamos mucho en ese atributo... ¿Las
bragas? Se las había olvidado la inútil de Clara. Estaban húmedas por obvias
razones...

—Bueno, vale. Te creo. Pero entiéndeme, la niñata ha estado muchos días


comiéndome la cabeza —dije sin pensar. No recordaba que todavía no le había
contado a Lulú mi parte de la historia.

—¿A qué te refieres con que te ha estado comiendo la cabeza? Creo que es tu
turno de soltar todo lo que sabes, ¿no te parece?
Para ser sincero, no tenía ni las más putas ganas de seguir hablando del tema. Me
sentía como un imbécil por haberme dejado engañar y no me interesaba que se
enterara de mi estupidez. Pero, en fin, ella se había tomado la molestia de
responder a todas mis preguntas, por más duras que fueran, y qué menos podía
hacer yo por ella.

—¿Lo quieres paso a paso o resumido? —le pregunté mientras me bebía el último
trago de birra.

—Detalle a detalle —dijo acomodándose en la silla y poniéndome, supongo, toda


su atención.

Y bueno, le conté la historia. Aunque no entera. Naturalmente obvié la parte en la


que casi le soy infiel a Rocío. No sabía cómo se lo tomaría y, además, era
menester para mí que esa escena quedara en el olvido para siempre, por lo tanto,
mientras menos gente lo supiera, mejor.

—No me puedo creer que me creyeras capaz de romperte un jarrón en la cabeza


—rio con ganas—. Ahora entiendo por qué esta tarde me mirabas con tanta
desconfianza.

—Muchas risas, sí, pero el chichón todavía no se me ha ido —refunfuñé.

—Tampoco puedo creer que la niñata te convenciera para creer todo eso de mí...
La verdad es que estás hecho un imbécil, Benjamín —me dijo sin contenerse.
Razón no le faltaba, sinceramente...

—Como sea. Ya tendrás todo el tiempo del mundo para insultarme. Ahora dime,
¿por qué razón Clara te inculparía en todo esto? Así en frío, a mí me parece uno
más de sus juegos...

—Pues no, Benjamín. Creo saberlo. Mira, vamos paso a paso —dijo a la vez que
comenzaba a bajarse otra caña—. Viste que te dije que Mauricio me llamó para
que lo salvara con su mujer, ¿no? Bueno, ese día no tuvo más remedio que decirle
a Clara que yo lo sabía todo, cosa que no le sentó nada bien a la cría. A partir de
ese día hemos estado en tensión constante, principalmente porque ella no confía
en mí.

—¿La amenazaste o algo? Nos conocemos bien, Lulú...

—Que no. ¡No seas tonto! Desconfianza porque sí, si yo ni la conocía. Mira, yo creo
que hizo todo esto para sacarme de en medio. Vio en ti la oportunidad perfecta y
la quiso aprovechar. Y yo ya me olía algo. Menos mal me decidí hoy a contarte
toda la verdad.
—Espera, que me dejas con más dudas todavía. ¿Por qué te decidiste hoy a
contarme la verdad?

—Te advertí que te alejaras de ella y pasaste de mí. Todo el mundo te ha estado
viendo con ella los últimos días y los rumores corren —paró un momento y suspiró
—. Benjamín, Mauricio está muy enchochado con esa chica. Estoy segura de que
vendería a su propia madre por ella. Tenía miedo de que pensara algo que no era
y te despidiera producto de la rabia.

—Vale. Lo entiendo. Lo que no entiendo es de qué manera podría quitarte de


encima utilizándome a mí —dije. Por alguna razón, el hecho de que Clara me
hubiera usado y que todo lo que habíamos tenido pudiera ser todo mentira, me
tenía bastante inquieto.

—Bueno, no estoy del todo segura de eso, pero me imagino que tienen que estar
relacionadas las cosas —aclaró llevándose las manos a la barbilla.

—Ya... —murmuré. Sus dudas me habían tranquilizado un poco—. Lulú... ¿Qué


pasó en el cuarto de los empleados de limpieza en verdad? Ya te dije que Clara me
dijo que la llamaste de repente para que fuera a salvarte el culo, pero...

—Pues... justo lo contrario. Ella me llamó a mí para que fuera a recoger a Mauricio
y eso hice. Al parecer te metió en el cuarto contiguo antes de que yo llegara y te
dejó durmiendo ahí... Tampoco vi ningún jarrón...

Un nuevo silencio rodeó la mesa del bar en la que estábamos. Nuestras jarras, no
las primeras, ya estaban vacías y parecía que ninguno de los dos tenía intención
de seguir bebiendo. Ambos nos quedamos mirando al vacío un buen rato mientras
la cálida y tranquila música, blues creo que era, sonaba en el sitio.

—Santo cielo... —suspiré entonces—. En serio, Lourdes, no sé qué voy a hacer con
todo esto...

—Tú no tienes que hacer nada. Bueno, sí, lo que tienes que hacer es dejarte de
ver con Clara y punto. Yo me encargo de todo lo demás —dijo de forma tajante.

—Pero no puedo dejarte con todo el marrón a ti sola... Yo me metí solo en todo
esto, me gustaría enfrentarla y decirle...

—¡Que no! —me interrumpió—. La cría te ha estado seduciendo y tú te has dejado,


por lo que me has contado. Si Mauricio llega a oler algo de todo esto, tus días en
la empresa están contados. Hazme caso, Benjamín, por favor... —conluyó
mirándome con pesar.
—Vale, de acuerdo —asentí finalmente—. Y oye, que yo no me dejé seducir por
nadie, fue ella la que...

—Que sí, que me da igual —me volvió a interrumpir—. Ya es tarde, deberíamos


volver al trabajo, que cuando Mauricio vuelva nos va a crujir.

—Es verdad...

Me puse de pie de un salto, pero volví a caer en el asiento de forma instantánea.


Me había pasado varios pueblos con el alcohol y no me había dado cuenta. Lulú
intentó levantarse también, pero el resultado no fue muy distinto. No estábamos
en condiciones de volver a la oficina.

—Vaya... —dijo ella.

—Creo que, después de todo, no es muy buena idea...

—No...

—Vamos, despacio, que te ayudo a levantarte —dije haciendo alarde de un gran


equilibrio.

—No podemos conducir así... —me recordó ella.

—Vamos a esos sillones de ahí hasta que se nos baje un poco. No nos queda
otra...

—Oye, Benji... ¿Y si mejor vamos a mi casa? Está a unas pocas calles de aquí.
Podemos ir a pie... —propuso de pronto.

—¿Segura? ¿Y si los vecinos se piensan lo que no es? —reí al escucharla.

—Bueno, quédate aquí entonces. Yo me largo —respondió dándome vuelta la cara


y cogiendo el camino hacia la salida a paso firme. A los diez pasos se dejó caer en
una silla cercana. Volví a reírme y salí en su ayuda.

—Vale, vamos a tu casa, acepto tu invitación —le dije extendiéndole una mano—.
Voy a necesitar recargar energías para la bronca que mañana me va a echar
mañana el bigotón...

—No te pienses que a mí me espera la alfombra roja, eh... —finalizó Lulú antes de
que saliéramos del Bar y nos dirigiéramos a su casa.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 11:20 hs. - Rocío.


—Arriba, dormilona.

—Un ratito más...

 Me di la vuelta sobre mí misma y estiré mi mano a ciegas para intentar coger el
despertador de mi mesita de luz.

 —Son las once y veinte...

 Dejé caer la mano y volví a darme la vuelta con el claro objetivo de seguir
durmiendo. Entonces siento una mano de considerables dimensiones apartarme el
pelo de la cara, para acto seguido escuchar una tierna voz en mi oído volviéndome
a decir que me levantara.

 —Dale, mi amor, que ya dormiste un montón.

 A medida que me iba espabilando, mi mente iba procesando lentamente las


palabras que salían de la boca de mi amigo y también iba trayéndome al presente
las imágenes de todo lo que había pasado la noche anterior. No obstante, el lado
aún dormido seguía dominando gran parte de mí y, quizás, fue por eso por lo que
atraje la cara de Alejo para darle un suave piquito en los labios. Piquito que, poco
a poco, se fue transformando en eso a lo que comúnmente llamamos beso de los
buenos días.

—Buenos días a vos también —rio mientras despegaba su boca de la mía.

No le dije nada. No sabía por qué había hecho eso, ni tampoco sabía por qué había
vuelto a "practicar" con él esa noche. Ya más calmada y con las cosas pensadas en
frío, me di cuenta de que Alejo no era realmente la amenaza que aparentaba para
mi relación con Benjamín. Si bien podía plantársele de frente y decirle todo lo que
habíamos hecho, o que me quería, o lo que se le ocurriera, lo único que yo tendría
que hacer sería decirle a mi novio que era todo mentira. Tenía el 75% de la batalla
ganada. El otro 25% lo aportaría lo poco bien que le caía Alejo.

 «Quizás ahora sí que es hora de terminar con todo esto...»

 "You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

 Alejo miró con mala cara al ver la pantalla de mi teléfono y luego se fue de la
habitación. Me quedé pensativa unos segundos, libré mi mente de pensamientos
negativos y me dispuse a hablar con Benjamín.

 —¿Hola?

—¡Buenos días, reina!

—Hola, Benja. Buenos días —respondí bostezando.


—¿Estabas durmiendo?

—Recién me despierto. Ayer me dormí tarde... —dudé—. Me quedé viendo una peli
y se me pasó la hora...

—¡Ah! Bueno, no pasa nada por que de vez en cuando trasnoches, jeje...

—No, supongo... ¿Sigues en la casa de tu compañero?

—¡Sí! Ayer terminé tarde de nuevo y, otra vez, me hicieron el favor de dejarme
quedar aquí...

—Ayer no me llamaste —le dije sin proponérmelo. Aunque no estuviéramos


pasando por un buen momento, me molestaba mucho que no me llamara todos los
días.

—Lo siento, Ro... Sé que no tengo excusas, pero si supieras por todo lo que tuve
que pasar ayer... Ya otro día te lo contaré todo con lujo de detalles.

—Ya... —dije con indiferencia—. Pues yo estuve espe...

Me interrumpí un momento y puse atención a otra voz que provenía del otro lado
del teléfono. Era una voz femenina, una voz femenina que le preguntaba si no
había visto las llaves del coche. Sonaba muy alterada.

—¡Que te calmes! ¿Te has fijado en la mesilla de la entrada? —respondió Benjamín


—. Perdona, Ro, pero es que la hermana de mi compañero no encuentra las
llaves... y, en fin, ¿de qué estábamos hablando?

Me quedé en silencio procesando lo que acababa de oír y recordando lo que él


mismo me había dicho en el pasado. «Rabuffetti no tiene familia, vive solo el
pobre hombre, por eso no le viene mal un poco de compañía...»

—No me acuerdo, Benja... —dije sin ganas.

—Parece que estás media dormida todavía, je —rio— Te llamaba para adelantarte
que quizás en unas horas pueda darte una buena noticia. Todavía no lo sé y no
quiero gafarlo, pero estate atenta a mi llamado, mi amor.

—Vale —volví a decir con nulas ganas.


—Eh... Ok. Entonces luego te llamo... ¡Y despierta ya! ¡Quiero tenerte al cien por
cien cuando te llame luego! ¿De acuerdo?

—De acuerdo —ídem.

—Adiós, Ro. Y recuerda, ya falta un día menos para...

No lo dejé terminar la frase; colgué y me volví a estirar sobre mi cómoda camita.


Me giré un poquito y llamé a mi gata Luna para que viniera a mi lado. Acudió
corriendo a mi llamado y se tumbó al lado de mi pecho. Así, estuve acariciándola
unos minutos mientras mi mente trabajaba a mil por hora, aunque en ese
momento debía aparentar todo lo contrario, ya que me encontraba serena y en
paz mimando mi gata.

Cuando terminé de despertarme y me cansé de estar acostada, me levanté, me


puse lo primero que encontré, que fue un camisón amarillo que me llegaba a
medio muslo, y me fui al baño a darme una ducha. Una vez terminé de bañarme,
me dirigí hacia el salón con solamente el pedazo de tela amarilla cubriéndome y
me senté en el sofá a esperar.

Cuando sentí abrir la puerta de la casa, me puse de pie de inmediato y me lancé a


besar a Alejo como, hasta la fecha, nunca lo había hecho. El chico dejó caer las
bolsas que traía, sorprendido, y se separó de mí para pedirme explicaciones.

—Cállate —le dije, y seguí morreándolo como si fuera la última vez.

Él no tardó en prenderse y a los pocos segundos ya me tenía pegada contra la


pared manteniéndome elevada con la fuerza de su torso.

—Me estás volviendo loco... —dijo antes de llevarse un pezón a la boca.

—Dije que te calles —volví a ordenarle.

Lo separé de mí, me arrodillé en el lugar y comencé a desabrocharle el pantalón.


Fue todo muy rápido, rapidísimo, yo no quería esperar y él tampoco. Se bajó los
slips y la punta de su grueso tronco me golpeó el mentón. No sé si me estaba
dejando llevar por el despecho, por la desconfianza o por la decepción, pero mi
cuerpo ya estaba ardiendo y necesitaba meterme ese pene en la boca para lograr
enfriarlo. Y así lo hice. Comencé a darle una mamada con todas las ganas que me
habían faltado las últimas veces, incluida la noche anterior, cuando me negué y
tuvo que conformarse con mi mano. Me sujetaba la cabeza y me mantenía el pelo
mientras yo trataba de tragármela toda, tarea que siempre supe imposible, pero
que aun así seguía intentando cada vez que se la chupaba.

Entonces, Alejo me apartó y me llevó hasta el sillón donde se tiró encima mío y se
puso a besarme otra vez. Luego me levantó ambas piernas con una sola mano y
con la otra me quitó las bragas. Yo lo dejaba actuar porque pensaba que me iba a
devolver el favor, pero no podía estar más equivocada...

—Espera, Alejo, ¿qué haces? —dije extrañada al ver que se pasaba la palma de la
mano entera por la lengua y luego me untaba el resultado por la vagina, para
luego hacer lo mismo con su pene.

—Ya no puedo más, Rocío, quiero hacerte el amor... —dijo sin más.

Abrí los ojos como platos e inmediatamente me acurruqué en la otra esquina del
sofá. Aunque parezca mentira, era la última de las proposiciones que me esperaba
escuchar de Alejo. Estaba muy caliente, sí, pero esto ya significaba superar todos
los límites y romper todas las barreras que había puesto en un principio. Era algo
evidente que me había vuelto a lanzar a sus brazos por despecho, pero todavía no
tenía ninguna certeza de que Benjamín me estuviese siendo infiel. Tenía más que
claro que no podía hacerle eso...

—No puedo... Sabes que no puedo... —fue lo único que atiné a decir.

—Por favor, te lo pido por favor... Dejame hacerte mía —me suplicó volviéndose a
acercar a mí.

—¡No! ¡Alejo, no! —grité con todas mis fuerzas, como si estuviera a punto de ser
asesinada. Y me puse a llorar.

Alejo me miró anonadado durantes unos segundos, buscando que yo le devolviera


la mirada, cosa que no hice, y luego se fue a su habitación, donde dio un portazo
que hizo temblar media casa.
Domingo, 5 de octubre del 2014 - 12:35 hs. - Alejo

No había nada en el mundo que me rompiera más las bolas que quedarme con la
pija dura. Ya no tenía que seguir manteniendo la boludez esa de las prácticas y lo
del amiguito preocupado por la vida amorosa de la amiguita. No. Ahora ya ambos
sabíamos a lo que íbamos y no había necesidad de andarse con rodeos. Fue por
eso que el portazo que pegué fue real y no actuado, como todo lo demás.

Pero no me duró mucho el enojo; la cosa mejoraba cada segundo y era cuestión
de tiempo que Rocío cayera. Podía darme el lujo de saltarme el guión de vez en
cuando; la confianza que teníamos era total y no me iba a hacer ningún mal.
Además ya tenía pensado cómo lo iba a arreglar.

Me acosté en la cama un rato, me puse una mano en el estómago y con la otra


marqué el número del bueno de Ramón.

—¿Hola?

—Tientas a la suerte siguiendo llamando a este número, Alejo...

—Escuchame, Ramón, tengo buenas noticias. Ya sé de dónde voy a sacar la guita


para pagarle a los negros...

—¿Sí? Bueno, te viene bien, para serte sincero... Resulta que Gary no era tan
soplón como pensábamos. Lo de que nos había delatado había sido un farol de un
poli para sacarle información a un allegado del chico. Los de la cúpula vuelven
mañana y todo va a volver a ser como antes.

—¿Como antes? ¿En qué sentido?

—Van a retomar todo lo que dejaron a medias. Aunque tranquilo, con todo esto
que pasó deben tener el miedo en el cuerpo todavía y no creo que rechacen un
ofrecimiento tuyo si vas de buenas. ¿Y bien? ¿De dónde vas a sacar el dinero?

—Tengo una pendejita para el tipo del club de alterne. De ahí va a salir lo de los
negros y de paso me va a quedar algo para mí.

—¡Estupendo! Me alegro, Pichón, en serio. ¿Pero ya lo tienes todo cerrado?

—Prácticamente. En una semana se hace todo. Pero no te llamaba sólo para


contarte esto. Quiero que me organices una reunión con la cúpula.

—¿Para la semana que viene?


—No, para mañana. No quiero llevarme ninguna sorpresa. Quiero que quede todo
bien con ellos hasta que tenga la plata.

—De acuerdo... Se lo haré saber.

—Pero... tampoco quiero llegar mañana y que me corten un pulgar como


recordatorio... Ramón, necesito que me prestes una parte, yo la semana que viene
te juro que te la devuelvo.

—Sabía que me ibas a salir con algo como eso... Ya te he dicho que estoy seco.

—Una parte, Ramón, una seña. Digamos... ¿3000 euros? Dale, para vos son
monedas.

—Joder, Pichón... Vale, está bien. Pásate mañana temprano por casa. Luego te
llevo yo directamente a la reunión.

—Gracias, maestro. Mañana hablamos, estoy un poco apurado ahora.

—Bien. Hasta mañana.

Suspiré una vez, reí en silencio y me di la vuelta para dormirme un ratito más. El
primer paso para volver a encarrilar mi vida estaba dado. Sólo faltaba que las
cosas no se torcieran. Lo siguiente era volver a "amigarme" con Rocío, que ya
tenía todo planeado para que fuera esa misma tarde-noche.

—Soy un genio hijo de puta... —dije antes de cerrar los ojos con una sonrisa de
oreja a oreja.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.

Llegamos a la casa de Lourdes bastante tarde. Yo me mantenía en buen estado


pero ella apenas podía caminar. Tampoco parecía estar entera mentalmente, cosa
que me resultó rara, ya que cuando salimos del bar todavía estaba lúcida.
Supongo que el alcohol actúa distinto en cada persona.

Apenas entramos en su hogar, una casa bastante grande que suponía había
pagado su marido, la dejé en uno de los grandes sofás que había en el también
enorme salón, y yo me fui a tirar en el otro. No continuamos la charla que
habíamos dejado; ninguno de los dos parecía en condiciones de poder hacerlo; ella
porque ya estaba casi inconsciente y yo porque me estaba muriendo de sueño. Me
acomodé como pude en el amplio sillón y no tardé en quedarme dormido.
 

Fue aproximadamente dos horas después cuando me desperté. Me sentía en paz y


estaba tranquilo, aunque todavía los párpados me pesaban tres mil kilos. Quería
seguir durmiendo y me abracé a la almohada que tenía encima pensando en Rocío.
La extrañaba y tenía muchas ganas de volver a verla. Tenía decidido que, pasara
lo que pasar al día siguiente con Mauricio, iba a conseguirme un hueco para poder
ir a casa a verla y llevarla a algún lado de paso.

Me aferré a la almohada con fuerzas e intenté volver a dormirme.

—¡Ay! —sentí de repente en frente mío.

Me sorprendí y abrí los ojos de par en par. No era una almohada lo que estaba
abrazando, ¡era el torso de Lulú! Estaba completamente dormida sobre mi regazo.
Supuse que, en su estado embriaguez, había venido a mí para que la ayudara a ir
hasta su habitación pero en el intento se había quedado dormida en el sitio. Sonreí
cariñosamente e intenté quitarme de encima para que pudiera acomodarse mejor.
Mala idea, porque se aferró más a mí al primer contacto. Y hasta ahí todo normal,
podía suceder. Me empecé a preocupar cuando comenzó a ascender sobre mi
cuerpo hasta que su cara quedó pegada a la mía. Nada grave, pensé, ya que ella
seguía con los ojos cerrados y parecía continuar dormida.

Cuando volví a intentar quitármela de encima, me percaté de lo liviano y delicado


que era el cuerpo de Lourdes. Me sorprendí, francamente, porque ella irradiaba
fuerza y seguridad por donde pasaba, y ahora que la tenía más o menos a mi
merced, me daba cuenta de lo frágil que era.

—No te vayas... —suspiró en sueños.

Y no sólo me percaté de su poco poderío físico, también me di cuenta de algunas


de sus 'aptitudes' de mujer. Su camisa blanca estaba desabotonada de arriba a
abajo y sus pechos quedaban justo en frente de mi vista, dado que no estaba
completamente en horizontal, sino recostada sobre uno de sus brazos. Repito,
hasta ahí todo normal, era algo que podía pasar, el problema fue que el contenido
de mi pantalón comenzó a crecer y, por ende, a chocar contra todo el vientre de
mi jefa. Y moverla era contraproducente, porque cada centímetro que lo hacía, la
mala posición en la que se encontraba mi miembro me provocaba un dolor no poco
notorio.
 

—Mierda...

Estaba en un aprieto bastante serio y mi única salida era levantarme de golpe y


dejarla en el sofá. Podía hacerlo, su peso no significaba ningún problema para mí.
La cosa era que no quería despertarla. Y tenía ganas de cagarme en todo por no
saber qué hacer.

—Lu... —quise decir antes de que mi boca fuera callada inesperadamente.

Las manos de Lulú sujetaron mi cara con fuerza y sus labios se estrellaron contra
los míos. Su cuerpo había comenzado a serpentear sobre mí y su respiración se
había agitado, como si todo lo hubiese tenido planeado desde un principio.

—Lulú... Espera... —dije cuando tuve un segundo de respiro.

—Sólo... Tan sólo cállate... —me dijo con un tono súper erótico antes de volver a
enterrarme la lengua en la boca.

Yo no entendía nada. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Porque estaba borracha?
¿Porque estaba necesitada? ¿Porque le había dado un calentón? No tenía ni idea.
Lo único que sabía era que tenía que salir de ahí lo más rápido posible.

—Sí... Vamos... —susurraba mientras me mordía los labios.

O sea, tenía que salir de ahí y lo sabía. Es decir, mi cabeza lo sabía, porque mi
cuerpo ya había empezado a reaccionar de forma contraria. No sólo le estaba
correspondiendo el beso, sino que también le estaba agarrando y masajeando el
culo con bastante vehemencia, y a ella le estaba gustando.

 
Lo siguiente que recuerdo es que se puso de pie, se quitó la camisa y luego me
bajó los pantalones hasta los tobillos, con calzoncillos incluidos. Mi memoria se
empieza a nublar cuando su mano sujetó con firmeza mi ya más que erecto pene.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 20:10 hs. - Rocío.

—Bueno, prométeme que me vas a hacer caso y te vas a poner a estudiar todo lo
que te mandaron.

—No sé si todo, pero sí la mayoría... Por lo menos lo que se me está dando más o
menos bien...

—Mmmm... Vale, de acuerdo. Hoy hemos arrancado, por fin. Tratemos de no


estancarnos. Vamos poco a poco, metiendo una marcha más cada sesión que
tengamos.

—Voy a intentarlo... Ya sabes que soy bastante tonto...

—¡Que no eres tonto! ¡Vaya! ¡Ya me has hecho enfadar de nuevo!

—Lo siento...

—Es broma, grandullón. Bueno, creo que ya me voy, que si no voy a perder el
último tren.

—¿Quieres que te acompañe hasta la estación?

—¿Eh? No, no, no. No te preocupes. Tengo un amigo que me viene a buscar.
Muchas gracias de todas formas.

—Ok... Hasta la semana que viene, pues.

—Bueno, Guillermo. Nos vemos. ¡Y no te vayas a estancar mientras yo no estoy!

—Que no... Te lo prometo...

—Adiós.

Era mentira, nadie me esperaba. Pero no me parecía bien que un chiquillo de


diecisiete años anduviera solo por esas calles tan feas y a esas horas, por más
pinta de portero de discoteca que tuviera. Aunque enseguida me arrepentí de
haberle dicho que no. Concretamente cuando me adentré en una peatonal que a
duras penas estaba iluminada. Pero no me quedaba alternativa, así que tragué
saliva y caminé hacia la estación.

 
Más o menos a medio camino comencé a sentir como alguien caminaba detrás de
mí. Primero no le di importancia y seguí a mi ritmo, pero cuando el sonido de los
pasos se fue haciendo más fuerte, giré en la primera calle que encontré para
asegurarme de que no me estaban siguiendo a mí. Siempre fui muy asustadiza y
esta vez no fue la excepción. No quise mirar para atrás y fui acelerando el paso
disimuladamente. Pero no dejé en ningún momento de sentir su presencia y eché
a correr apenas mi mente me lo pidió. Me desesperé seriamente cuando sentí que
quien fuera que estaba ahí comenzó a correr también.

—¡Rocío! ¡Dejá de correr! —dijo de golpe una voz que me resultó muy familiar.

Me di media vuelta y corrí hacia donde estaba él. Le di un abrazo y también


muchos golpes en el pecho.

—¡Te he dicho que no me gustan estas bromas, idiota! —dije al borde de las
lágrimas.

—No pretendía hacerte ninguna broma... —dijo él secamente.

—¿No crees que la enfadada debería ser yo? —repliqué.

—Me da lo mismo lo que pienses. Vamos, que no llegamos al tren.

Seguía molesto por lo que había pasado por la tarde, era evidente. A mí no se me
había ido del todo el miedo del cuerpo y me aferré con fuerza a su brazo. Él no
hizo nada para separarse. No me gustaba su actitud y no estaba de acuerdo,
porque por más que estuviera enamorado de mí no tenía ningún derecho a
obligarme a hacer nada que yo no quisiera. Sin embargo, mucho menos me
gustaba que el ambiente fuera malo, por esa razón fue que intenté romper el
hielo.

—Gracias por venir a buscarme... —dije todavía agarrada de su brazo.

—De nada —volvió a decir con sequedad.

—¿Qué has hecho esta tarde? —comencé nuevamente.

—Nada.
—¿Y mañana? ¿Tienes planes? —insistí.

—Sí.

—¿En serio? ¿Dónde vas?

—A un lugar.

—Ah...

Estaba difícil la cosa, pero no me iba a rendir tan fácilmente. Una vez en el tren,
ya sentados, volví a sujetarme de su brazo y apoyé mi cabeza en su hombro. Si
tanto me quería como él decía, no iba a rechazar unos cuantos mimos de mi parte.
Cabe aclarar que el vagón estaba vacío como el día anterior.

Así mismo, poco a poco fui enterrando mi cara en el cuello de Alejo y pegando mi
cuerpo cada vez más a su brazo, haciendo que mis pechos se apretaran lo máximo
posible contra él. Iba a poner en práctica todo lo que había aprendido esos últimos
días, me daba igual todo, lo importante era amigarme con él. Al principio ni se
inmutó, pero cuando levanté una pierna y la dejé caer sobre su muslo, noté como
se ponía rígido. Sonreí al ver que por fin reaccionaba y continué por la misma
senda. Pasé su brazo por encima de mi cabeza y lo siguiente que hice fue empezar
una seguidilla de besos en su cuello mientras restregaba mis pechos contra su
torso. La temperatura iba subiendo a medida que pasaban los segundos y no sabía
dónde iba a terminar aquello, pero no tenía intención de detenerme.

—Después te enojás cuando me pongo como me pongo —dijo de repente.

Se levantó de su asiento, me agarró de un brazo y me llevó hasta la parte de atrás


del vagón, la que estaba junto a la puerta que daba al siguiente. Se sentó en el
lado de la ventana y de un tirón me hizo caer encima suyo. Con una rapidez
sorprendente me desabrochó los siete botones de la camisa y tiró del sujetador
para arriba dejando mis pechos al aire. Hundió su cara en el centro y comenzó a
lamerme sin cortarse un pelo. Yo caí en la realidad e intenté separarme, pero me
cogió fuerte de la cintura y lo impidió.

—Alejo, puede venir alguien... Basta... —dije en voz baja y sin sonar muy
convincente.
—Me importa una mierda —respondió tajantemente.

Tras decir eso, llevó una de sus manos a mi entrepierna y, en menos de lo que me
esperaba, comenzó a masturbarme ahí mismo, en el tren que nos llevaba a casa.
La falda ejecutiva me permitía abrirme de piernas gracias a la amplia abertura
lateral, por eso no tuvo ningún impedimento para realizar la maniobra. Finalmente
dejé de resistirme, si es que en algún momento lo había hecho, y me dediqué a
disfrutar de la situación.

—Te voy a hacer acabar y después me la vas a chupar —me dijo sujetándome la
cara sin dejar de masturbarme.

Primero un dedo, luego dos, y por primera vez me penetró con un tercero. Yo
seguía sentada a horcajadas sobre él y me movía al ritmo de su accionar. Ya no
miraba alrededor vigilando a ver si alguien venía, disfrutaba como ya estaba más
que acostumbrada a hacer. Y no tardé más de un minuto más en llegar al
orgasmo. Cuando comencé a clavar mis uñas en su espalda, aceleró las envestidas
de su mano y estallé ipso facto.

—Vamos al otro lado ahora, que acá ya no podemos estar —me dijo señalando la
hilera de asientos de al lado y haciendo referencia al pequeño charco de fluidos
que había quedado donde estábamos. No tenía ni idea cómo había conseguido que
no le mojara el pantalón. Hasta eso tenía controlado el muchacho.

Nos fuimos al otro costado del pasillo y Alejo se sentó, pero a mí me hizo quedar
de pie. Se soltó el cinturón y abrió su pantalón para acto seguido sacarse el pene,
el cual ya tenía preparado para la acción.

—Vamos —dijo poniéndose cómodo y señalando su entrepierna— ¡Dale! Si lo estás


deseando —concluyó.

Me lo pensé tres, cuatro y hasta catorce veces, pero finalmente terminé


arrodillándome en la butaca y haciendo exactamente lo que me pidió. No me
sentía nada cómoda con la situación; tenía pánico de que pudiera aparecer alguien
y nos encontrara de esa forma. Estaba aterrada. Pero un rarísimo cosquilleo en el
estómago me empujó y me incitó a obedecerlo. Un cosquilleo que, mezclado con el
miedo a lo prohibido, me había sumido en un estado de calentura que nunca había
experimentado en mi vida. Así es, estaba muy, muy cachonda, por eso mismo me
arrodillé ahí mismo y comencé a chuparle la polla con la intención de darle la
mejor mamada de su vida. Me había vuelto a desatar.

—Llegando a Estación Central. Llegando a Estación Central —dijo de repento la


megafonía del tren. Era nuestro destino. La media hora más corta de mi vida.

Contra mi voluntad y contra la suya, tuve que dejar lo que estaba haciendo y
empezar a acomodarme la ropa, igual que él. Todavía me quemaba la entrepierna
y la respiración no se me había estabilizado. Sólo consiguió tranquilizarme el
pensar que teníamos toda la noche para nosotros.

El camino a casa fue difícil, ya que no conseguía que se me bajara el calentón y


me molestaba ver a Alejo tan tranquilo después de haberme hecho llegar hasta
ese estado. Me sentía incómoda y alterada, caminaba muy rápido y con torpeza.
No me había sentido de esa manera nunca, ni siquiera estando borracha. El otro
seguía caminando a paso normal, como si todo le importara un comino. Y yo no lo
entendía. «¡Es él el que se quedó a medias, no yo! ¡Por qué cojones está tan
calmado!» pensaba mientras caminaba como si tuviera hormigas en el trasero.
Pero no fue hasta que llegamos hasta nuestro edificio que Alejo se decidió a
actuar.

—Vení para acá. Vamos —me dijo tomando mi mano y arrastrándome hacia el
callejón que estaba tres casas antes de mi portal.

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres? —le dije con enfado desmotrándole mi descontento
con todo.

—¿Y si tu novio volvió? ¿Y si ya está en casa? —dijo para mi sorpresa.

—¿Eh? ¿Por qué me preguntas eso?

—Porque si tu novio está en casa no vamos a poder terminar lo que empezamos —


dijo así sin más.

—Benjamín no va a venir a casa hoy. Al menos no me ha dicho nada...

—Pero... ¿Y si sí? —dijo como tratando de convencerme.


 

Sea como fuere, no esperó a que yo le respondiera y, ahí mismo, bajó la


cremallera de su pantalón, metió la mano y volvió a sacar su pene. Yo ya estaba
curada de espanto con ese chico, ya nada me sorprendía, y tampoco me
sorprendían mis propias acciones. Tal y como dije antes, el calentón nunca se me
fue del cuerpo, por eso me agaché, me ensalivé los labios y me volví a meter su
miembro en la boca.

Eran muchas las emociones que sentía en ese momento. Estaba demasiado
caliente; cachondísima. Seguía teniendo esa sensación rarísima de miedo en el
estómago que era ocasionada por lo prohibido, por estar haciéndole una felación a
mi mejor amigo en un callejón cualquiera. Pero me gustaba; me sentía viva, más
viva que nunca. Por eso no quería detenerme; por eso le chupaba el pene con
tantas ganas; por eso tenía una mano metida por debajo de mi falda
acariciándome el coñito; por eso tenía ganas de llegar a casa y meterme con él en
la cama; por eso me tragué hasta la última gota de semen que eyaculó.

—¿Cómo no te voy a amar? —me dijo mientras le terminaba de limpiar los últimos
restos que le resbalaban sobre el tronco.

—Vamos a casa... —le respondí poniéndome de pie y tirando de su brazo.

No quería perder ni un segundo. No sabía de lo que sería capaz de hacer en ese


estado en el que me encontraba. Acababa de tener un orgasmo pero mi cuerpo me
pedía más, mucho más, y sabía muy bien que de alguna manera iba a tener que
satisfacer esa necesidad... Fue por eso que, por primera vez desde que Alejo había
vuelto, imágenes que había estado evitando imaginar comenzaron a aparecer en
mi cabeza.

No sabía si en mis otros encuentros con Alejo, esas raras sensaciones que había
experimentado habían significado lo mismo. Era verdad, no lo sabía. No era como
si me hubiese estado intentar mentir a mí misma, ni nada por el estilo. No. Pero
esta vez sí lo sabía... y era innegable... tenía unas ganas inaguantables de hacer el
amor. Y no tenía ni idea de cómo iba a hacer para reprimirlas.

Las decisiones de Rocío - Parte 11.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 08:20 hs. - Benjamín.

 
Me desperté temprano, con un dolor de cabeza infernal y con la espalda dolorida
por haber dormido en una mala postura. Me senté en el sofá, dejando caer la
manta que me cubría, y miré a mi alrededor; al lado mío, sobre una silla, estaba
toda mi ropa bien doblada y se notaba que recién planchada, lo que me hizo caer
en cuenta que había dormido en calzoncillos. Sí, ahí, en la casa de mi jefa. No me
podía creer que hubiera podido alcanzado tal extremo de ebriedad.

«Ya me disculparé luego como es debido...» pensé mientras buscaba con la mirada


a la dueña de la casa.

Mientras me vestía, recordaba todo lo que había pasado el día anterior. Todavía
me resultaba difícil creer lo de Clara con Mauricio, y me seguía hirviendo la sangre
pensar en ello. También recordé que no había estado muy educado con Lourdes en
el bar. Otro motivo más por el que tenía que disculparme.

—Buenos días —le dije cuando por fin apareció por uno de los pasillos.

La asusté, aparentemente, porque abrió los ojos, sorprendida, y se volvió a ir por


donde había venido. Claro, ella en camisón y yo en ropa interior. Una mujer
casada y decente como ella no estaba acostumbrada a ese tipo de escenitas.

Me terminé de alistar y me quedé sentado en el sofá esperando a que la anfitriona


viniera de nuevo, no me sentía cómodo deambulando por una casa que no era
mía. Pero pasaron los minutos y nunca vino. Me levanté y la llamé varias veces.
Me dirigí hacia el pasillo por el que la había visto antes y volví a gritar su nombre.
Pero nada.Era grande la dichosa casa, en ese corredor en el que estaba parado
había cinco puertas, dos en casa lado, una al final, y todas iguales. Al costado,
unas escaleras que subían. Supuse que su habitación se encontraría en el segundo
piso, así que me dirigí hacia allí. Una vez arriba, me encontré con una imagen no
muy distinta a la que había abajo; más puertas idénticas y bien ordenaditas en
otro largo pasillo.

—¡Lulú! —volví a exclamar.

Sentí ruido detrás de una de las puertas y me acerqué para tocar. Me seguía
incomodando ir paseando sin permiso por la casa, pero quería saber cómo estaba
ella y tampoco quería irme sin despedirme

—¿Estás ahí, Lulú? —pregunté tras la puerta.

—Pasa —alcancé a escuchar.

Abrí y entré a la que era la habitación matrimonial de Lourdes. Paredes blancas,


suelos blanco, muebles blancos, cortinas blancas... En fin, parecía que acababa de
entrar al cuarto de Dios. Ella estaba sentada en la cama, mirando para abajo y con
los brazos cruzados. Parecía enfadada.

—Perdona que he subido así sin preguntar, pero es que como no bajabas...
—¿Qué quieres? ¿Por qué no te has ido todavía? —me dijo con un tono seco que
me agarró totalmente desprevenido.

—¿Eh? Pues... No quería irme sin decirte nada... No me parecía lo correcto —


respondí intentando justificar lo que no sabía por qué tenía que justificar.

—Ah, bueno. Pues ya está, ya me has avisado. Cierra cuando te vayas —dijo sin
levantar la cabeza y con el mismo desdén.

—¿Se puede saber qué te pasa? —le respondí ya cansado.

—¿Me estás vacilando? —dijo ella levantando por primera vez la cabeza y
mirándome a los ojos con indignación.

—¿Qué? ¿Qué hice ahora?

—Mira, vete a la mierda, Benjamín. Hoy voy a tener un día bastante jodido y no
estoy para estas gilipolleces. Deberías irte a tu casa de una santa vez, ya que
tanto te preocupa tu novia.

Me quedé con cara de tonto y más perdido que el carajo. ¿Por qué estaba tan
enfadada? ¿Por qué sacaba a Rocío así de la nada? No faltaba mucho para que lo
descubriera...

—A ver... Vamos a tranquilizarnos... —dije mientras me sentaba a su lado—.


¿Estás enfadada por lo de anoche?

—En serio, ¿por qué tienes que hacer esto? ¿No has tenido suficiente con lo que
pasó? —y volvió a agachar la cabeza.

—Es que, Lulú, estaba en shock todavía y el alcohol no fue de mucha ayuda... Me
siento avergonzado por haberte tratado así, pero creo que estás exagerando un
poco.

Con esa última frase, resulta que colmé la paciencia de mi jefa y, en consecuencia
de ello, me llevé una bofetada que me hizo ver las estrellas.

—Lárgate de aquí.

—¡¿Qué haces?! —salté enseguida mientras me recomponía del golpe.

—¡Que te vayas! —insistió.

Se puso de pie y comenzó a empujarme contra la puerta. Instintivamente me giré


y la sujeté de ambos brazos para que se detuviera. No me daba la gana irme y
dejar las cosas así.

—Ok, ahora te vas a tranquilizar y me vas a decir qué cojones te pasa, ¿de
acuerdo? —le dije tratando de sonar lo más serio posible.
—Espera un momento... —dijo liberándose de mis manos— ¿De verdad no
recuerdas lo que pasó anoche? ¿O te estás haciendo el tonto para evitar
afrontarlo?

—¿Y por qué habría de hacerme el ton...?

En ese instante, como si de un relámpago se tratase, mi mente viajó a toda


velocidad a la noche anterior. Mis recuerdos no estaban claros del todo. Las
imágenes que podía vislumbrar estaban borrosas. Pero poniendo un poco de
voluntad, pude acordarme con precisión del momento en el que mis labios
chocaban con los de Lourdes, y de como ella, atacada por la lujuria, me hacía una
paja de campeonato. A partir de ahí, todo estaba nublado.

Me quedé en silencio. Estaba completamente en blanco. Ella me miraba con sus


hermosos y penetrantes ojos verdes esperando que le dijera algo, pero no tenía ni
idea de qué decirle, porque tampoco tenía idea de lo que había pasado
exactamente; de hasta dónde habíamos llegado; de qué le había hecho. Lo que
era obvio es que muy bien no me había portado, su cabreo me lo indicaba. Y me
aterraba conocer la verdad.

Primero con Clara y ahora con Lulú, no entendía qué demonios estaba pasando
conmigo.

—Parece que por fin has recordado... Y yo pensaba que era a mí a la que sentaba
fatal el alcohol —dijo ya un poco más calmada y sentándose en la cama
nuevamente.

—Lulú... ¿qué pasó exactamente? —dije con una pesadumbre notoria.

—Joder, Benjamín, que estoy enfadada contigo... No intentes darme pena —dijo
girando la cabeza para desenlazar la mirada conmigo—. Vaya mierda de semana...
A ver, ¿hasta dónde recuerdas?

—Sólo me acuerdo que nos estábamos besando y que... bueno, en fin... me


comenzaste a masturbar.

—Pues normal que no recuerdes más, si te corriste y te quedaste dormido


enseguida... No sin antes agradecerle a tu novia por la paja que te acababa de
hacer —volvió a girar la cabeza.

—¿A mi novia? ¿Por qué?

—Eso es lo que me pregunto yo. No sólo te quedas dormido cuando te estás


enrollando conmigo, si no que también tienes que mencionar a otra mujer.

—Joder, Lulú, si sabes que estaba borracho y, además, muerto de sueño, ¿a qué
cojones se debe este enfado?
—Pues... —me miró nuevamente con sus grandes ojos verdes y luego volvió a
apartar la mirada, esta vez con más pena que enfado—. Olvídalo, vamos a hacer
como que nada de esto pasó. Ya te he dicho que hoy yo... No, ¿qué cojones yo?
Los dos vamos a tener un día complicadísimo. Vamos a desayunar, anda.

Se levantó de la cama y pasó como un rayo por mi lado. Prácticamente no me


volvió a dirigir la palabra en todo el día. Y yo, una vez más, me quedaba con más
dudas que certezas. Remordimientos muchos, porque otra vez había vuelto a
hacer algo que no debería haber hecho. Pero al menos me quedaba la tranquilidad
de que, mayormente, todo había sido culpa del alcohol y que, también, no había
traspasado ningún límite de esos de los que ya no se puede volver.

«¿Quién me manda a mí a juntarme con mujeres tan complicadas?» dije mientras


me disponía a seguir a Lulú al piso de abajo.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 20:00 hs. - Benjamín.

Si digo que ese día fue uno de los más difíciles de mi vida, no estaría exagerando
en absoluto. Primero la discusión con Lourdes en la mañana, después Rocío
colgándome el teléfono prácticamente sin despedirse de mí... Y lo peor de todo
vino llegó luego, cuando Lulú y yo tuvimos que dar la cara ante Mauricio.

Fue una de las situaciones más incómodas que jamás experimenté. El jefe nos dijo
de todo, absolutamente de todo, y Clara observaba desde una esquina. Y cada vez
que lo miraba a los ojos, sentía una cosa muy rara. No sé si llamarlo vergüenza, o
tal vez vergüenza ajena, pero no podía mantenerle la mirada más de tres
segundos seguidos. Párrafo aparte para su becaria, a la cual ignoré en todo
momento, salvo cuando tuve que decir hola y adiós.

Con respecto a la reprimenda, resulta que, la noche anterior, Lourdes era la


encargada de manejar y hacerse cargo de todo mientras Mauricio no estaba. Pero
como ella también se ausentó, los empleados que quedaron ahí no tuvieron a
nadie a quien entregarle los pendrives terminados y luego recibir nuevos con más
trabajo. Vamos, que fue un caos total. Por suerte, Lulú manejó todo y logró que el
griterío del jefe no fuera mayor. Y menos mal que fue así, porque yo solo, y con el
historial que venía arrastrando de cagadas laborales, no sé si hubiese podido salir
de esa con mi empleo a salvo. Le dijo que había tenido una urgencia familiar y
que, como se había dejado el coche en casa, me pidió a mí que la llevara hasta
uno de los hospitales de la zona. Mauricio no estaba del todo convencido con la
excusa, pero supongo que no insistió mucho más para no terminar haciendo
cabrear a Lulú, su 'activo' más importante en la empresa en ese momento.

«Benjamín, me da igual si fue ella la que te arrastró, te aviso que estás caminando
por la cornisa. No me sigas tocando los cojones» fue lo último que me dijo antes
de salir de su despacho maldiciendo y dando golpes a las cosas.

Pero, en fin, sea como fuere, no todo fueron malas noticias ese día. Ya entrada la
tarde noche, Romina nos vino a avisar a todos que ese lunes (al día siguiente)
íbamos a tener todo el día libre en recompensa por haber soportado tantos días
seguidos de duro trabajo ininterrumpido. Enseguida saqué el móvil y busqué el
número de Rocío en la agenda. Estaba eufórico, quería hacerle saber cuanto antes
que iba a poder pasar todo el día con ella. Lamentablemente no lo cogió, y no
quería enviarle un mensaje, quería escuchar la felicidad en su voz cuando se lo
contara. Pero no pudo ser.

«Ni una a derechas, santo cielo...»

—¿Qué te pasa que te ves tan deprimido? —dijo una voz de pronto detrás mío.

—¿Necesitas algo? —le respondí sin ponerle mucha atención. Era la última persona
con la que tenía ganas de hablar.

—No, sólo quería hablar contigo un rato —rio juguetonamente—. Vaya jaleo esta
tarde con Mauri, ¿eh?

—Clara, ¿hay algo en lo que pueda ayudarte o puedo seguir trabajando? —


respondí secamente.

—Vaya... Mira que yo no tengo la culpa de que te hayan echado la bronca por
haber estado tonteando con tu amiguita por ahí en vez de estar trabajando—dijo
cambiando la sonrisa por un semblante más serio.

No entendí lo que quiso decir, pero no me gustó nada. Me puse de pie


bruscamente y la cogí del brazo con agresividad. Notaba como la sangre se me
acumulaba en la cabeza. Tenía ganas de gritarle y de decirle de todo. No entendía
por qué estaba enfadado, no tenía motivos para estar así, y era como si hubiese
estado esperando que me dijera algo mínimamente molesto para reaccionar y
soltarle todo lo que sabía. Pero no, al final me mordí la lengua. No sólo para no
joder a Lulú, sino también porque había sido demasiado escandoloso en mi
accionar y media oficina se había quedado en silencio mirándonos.

—Suéltame —dijo en voz baja y sin modificar ni una pizca esa seriedad en su cara.

La solté y me volví a sentar en mi silla para continuar con lo mío. Ella se fue por
donde vino y todo continuó con normalidad en la oficina, como si alguien le
hubiese vuelto a dar al 'play' a la escena. A los pocos minutos, comencé a hacerme
la cabeza y a arrepentirme por haber reaccionado de esa manera. Tenía miedo de
que esa estupidez pudiera acarrearme consecuencias negativas con Mauricio, y el
horno no estaba para bollos.

Necesitaba retomar la tranquilidad y sabía que la única que podía ayudarme con
esa labor era Rocío. Durante las siguientes dos horas, cada cinco minutos, estuve
intentando contactarme con ella... sin éxito.

«Contéstame, Rocío, por favor...»

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 22:10 hs. - Rocío.


Cuando cruzamos la puerta de casa, con toda la fuerza de voluntad que logré
acumular, me fui directamente a mi habitación cerrando la puerta con llave y
dejando a Alejo lo más atrás que pude.

La cosa era seria, muy seria. Me ardía todo el cuerpo y tenía miedo de hacer algo
de lo que seguramente me iba a arrepentir. Cada centímetro de mi ser me pedía
que abriera esa puerta y fuera a abalanzarme sobre Alejo; que lo empujara contra
la pared y lo comiera a besos; que me pusiera a su entera disposición para que me
hiciera lo que quisiese. Pero mi mente me decía que la mantuviera cerrada y no la
abriera por nada del mundo.

Me apoyé contra la pared y me dejé caer muy despacio. El corazón me latía a mil
por hora. Mi pecho subía y bajaba como si tuviera la maquinaria de un
transatlántico de los años 20 trabajando dentro. Sabía que si me mantenía un
buen rato alejada de él, el calentón se me bajaría y ya podría pensar con mucha
más claridad. Pero, por otro lado, deseaba que viniera y golpeara la puerta; que
me pusiera en ese aprieto de tener que volver a elegir. Porque sabía que, por más
énfasis que pusiera mi raciocinio en evitarlo, iba a terminar dejándolo pasar.

Por suerte, o no tanta, depende de lado del que se viese, nunca apareció y, tras
diez minutos dejando que mi cuerpo se tranquilizara, decidí que ya había sido
suficiente y me fui a mi armario para buscar una muda de ropa. Cogí un camisón y
las primeras bragas que vi y salí corriendo de mi habitación hacia el baño como
alma que llevaba el diablo.

Ya en la bañera, tapada hasta el cuello de agua, pude serenarme tanto física como
mentalmente. Pero la tranquilidad duró poco. El corazón me dio un vuelco cuando
sentí como golpeaban la puerta.

—¿Sí? —pregunté tímidamente.

—Rocío, perdoname que te moleste, te dejé la comida lista adentro del


microondas. Yo me voy a ir a dormir, que mañana tengo que madrugar. ¿Está todo
bien ahí?

—Sí, sí. Todo bien —le respondí todavía nerviosa—. Gracias por la comida. Que
descanses.

—Gracias, igualmente —fue lo último que dijo.

Me quedé en el agua media hora más, pensando y analizando todo lo que me


había dejado ese día. Ya cada vez me costaba menos encontrarle las vueltas a las
cosas y las soluciones a mis dudas. No me sentía mal por lo que estaba haciendo
con Alejo, tampoco bien, ya que había decidido que me iba a dejar llevar por el
momento. No obstante, lo de ese día había sido una advertencia muy grande, y
sabía que tenía que tratar de controlarme un poco más a la hora de dar rienda
suelta a mis impulsos, porque también sabía muy bien que, en cualquier instante,
podría cruzar un límite de esos de los que ya no se pueden volver.
Salí del baño y fui directamente al salón a comer lo que me había dejado Alejo. Al
ver que no había nadie, sentí un pesar en mi cuerpo que hacía mucho tiempo no
sentía. Una sensación de vacío me invadió y los ojos se me llenaron de lágrimas.
No quería estar sola, ya no más. Comí en silencio, lo más rápido que pude y,
después de varios días sin verla, fui a hacerle una visita a mi hermana mayor.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.

—¡¿Hola?! —grité emocionado al escuchar como por fin Rocío me atendía una
llamada.

—¿Benjamín?

—¡Hasta que contestaste! —le reproché sin mucho énfasis

—Es que fui a ver a Noelia y me dejé el móvil en casa. Justo estaba viendo que
tengo como veinte llamadas perdidas tuyas, estaba a punto de llamarte —dijo
preocupada.

—No, tranquila, es que tenía ganas de escuchar tu voz... Hoy me colgaste de


repente y me quedé intranquilo.

—Benja... —dijo e hizo un característico 'chic' suyo con la boca—. Te extraño


mucho, no lo estoy pasando nada bien... Ya sé, ya sé que cada vez falta menos y
todo eso, pero no puedo evitar sentirme triste... No me lo tengas muy en cuenta
—concluyó con la voz muy apagada. Me rompía el alma escucharla así.

—¿Sí? Pues no me da la gana que estés así por mi culpa. Mira, aparte de porque
quería escuchar tu voz, te llamaba para decirte que mañana me dieron el día
entero libre y que voy a ir a casa a pasarlo contigo.

—¿Qué? —dijo con algo de incredulidad. Pero noté una chispita en ese monosílabo
que me hizo sonreír de oreja a oreja.

—Lo que has oído. Mañana pienso sacarte de esa cueva y llevarte a donde tú
quieras.

Se hizo un breve silencio, un silencio total en el que sólo podía escuchar mi


respiración. Acto seguido, gracias a un sonido nasal todavía más característico de
ella, me di cuenta de que estaba llorando del otro lado del teléfono y que no quería
que yo me diera cuenta. A ella no le gustaba nada que yo la viera llorar de alegría,
o de pena, sólo me lo demostraba cuando estaba enfadada. Me hice el tonto y le
seguí la corriente.

—¿Rocío? ¿Se colgó?

—No, no, estoy aquí. No te das una idea... —volvió a hacer otro silencio, supongo
que para intentar disimular que la voz se le estaba quebrando—...de lo feliz que
me haces. ¿A qué hora vas a venir?
—En principio no sé, mi amor, pero supongo que a partir de las tres ya puedes
comenzar a esperarme. Si tengo que retrasarme por algo, cosa que no creo, estate
tranquila que yo te aviso.

—Vale... Te q-quiero mucho, Benja —volvió a decir intentando ocultar el llanto.

—Yo también, mi amor. Ahora te tengo que dejar, que quiero dejar todo limpio y
terminado para mañana. No quiero que se me acumule nada.

—De acuerdo. Mañana te estaré esperando todo el día...

—Perfecto, princesa. Que duermas bien, ya mañana nos vemos.

—Vale, Benja. Te amo...

—Yo también te amo. Adiós.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 08:10 hs. - Alejo.

—¿Dónde mierda se metió este pelotudo?

Hacía media hora que estaba esperándolo en la plaza de la esquina de los


departamentos de Lorenzo. Me había levantado bien temprano para enviarle un
mensaje y acordar la reunión. Pero ya se estaba retrasando mucho.

—Voy a llamarlo a este retar...

Cuando estaba sacando el teléfono, lo veo aparecer a lo lejos. Seguía igual que
siempre: pelo canoso recortado en peluquería y peinado para atrás con gel fijador,
la barbita de tres días y la ropa de ejecutivo. Su vestuario de día, porque de
noche, y esto lo recordaba de las fiestas que teníamos con su mujer Brenda, le
gustaba vestirse como un vagabundo. Sonreí e intenté abrazarlo cuando apareció,
pero en vez de devolverme el gesto, me tironeó del brazo y me llevó a un callejón
que estaba a unos treinta metros.

—Toma, 3000 euros. Cállate, no hace falta que digas nada. Ya está la reunión
acordada, les dije que iba a llevarles a un tipo interesado en asociarse con ellos,
porque si les decía que eras tú con el que se van a encontrar, seguramente me
iban a poner vigilancia y a saber de lo que serían capaz de hacerte.

—Gracias, Ramón, en serio...

—Mira, me estoy jugando el cuello por ti. Hago todo esto porque, de alguna
manera, todavía me siento responsable por lo que estás viviendo.

—Si lo decís por lo de mandarme a aquél reparto, vos sabés muy bien que no fue
culpa mía lo que pasó... Yo no soy ningún inútil y sabía lo que estaba haciendo.

—Bueno... eso no es del todo así y lo sabes...


—Tenía tiempo de sobra, lo tenía todo controlado. Voy a morirme con la mía acá;
alguien intentó vendernos, y el pelotudito que terminó pagando los platos rotos fui
yo.

—Dejaste aparcada la furgoneta media hora en el medio de la ciudad, Alejo, por


favor...

—Mirá, es al pedo que discutamos por esto ahora... ¿A qué hora es la reunión?

—En fin, les dije que aparecería cuando me contactara el "interesado". Quería
asegurarme primero de que estás seguro de lo que vas a hacer. Pichón, si no los
convences, te van a matar, y ahí sí que no voy a poder hacer nada por ti.

—A ver, Ramón, ¿no me dijiste anoche que ahora están con el orto en las manos y
que si voy de buenas seguramente me van a atender?

—Sí, sí, ya sé lo que dije, pero igualmente respóndeme, ¿estás seguro de lo que
vas a hacer?

—Ramón, lo tenía todo controlado cuando nos cagaron esa vez y lo tengo todo
controlado ahora. Deberías tenér un poquito más de fe en mí.

—Vale... Si tú lo dices... Pues bien, vamos yendo.

Le sonreí confiadamente y lo seguí callejón adentro. El camino llevaba a un amplio


patio entre los edificios donde, al final del mismo, había una amplia fila de autos
estacionados.

Cuando íbamos por la mitad del recorrido, una voz nos hizo detener en seco.

—¡Hombre! ¡Mira tú por donde! ¡Ramón Cerro y Alejo Fileppi!

Ambos nos dimos la vuelta y nos quedamos de piedra con lo que vimos. Era
Leandro Amatista, uno de los pares de Ramón en el negocio de las drogas. Un
hombre entrado en años, calvo y con un físico de gimnasio que muchos de su edad
envidiarían. Rápidamente empecé a buscar con la mirada sitios por los que poder
escaparme. Ramón no tardó ni tres segundos en ponerse a dar explicaciones.

—Amatista, antes de que saques conclusiones precipitadas, déjame decirte que el


chaval me contactó para que concertara una reunión con los jefes. Va a pagar,
Amatista, va a pagar.

—¡Vaya! ¡No me digas! ¿Pero no habías dicho que la última vez que habías
hablado con él lo habías amenazado de muerte y no sé qué más barbaridades?
¿Por qué cojones habría de ponerse en contacto contigo justamente?

—Y... Pues sí, a mí también me sorprendió, pero me dijo que no tenía a nadie más
a quien llamar, que había perdido los números de todos. Ahora mismo iba a
llevarlo a la reunión.
—Ah, ¿sí? Resulta que creo que eso no va a suceder.

En un movimiento rápido, Amatista sacó del interior de su saco una pistola y nos
apuntó a ambos. Ahí se habían esfumado mis chances de escape. A Ramón parecía
que iba a darle un infarto. Estaba sudando como si recién hubiese terminado de
correr una maratón y la voz le temblaba.

—¡¿Qué haces?! Mira, sé que todo esto parece muy raro, pero tienes que creerme,
¡joder! ¡Di algo tú también! —gritó. Pero yo estaba demasiado ocupado intentando
trazar un plan de huída.

—El chico es inteligente, Cerro, sabe que los he pillado y prefiere no gastar
energías en vano.

—¡¿Pero pillado con qué?! ¡¿No estás escuchando lo que te estoy diciendo?! —
siguió gritando Ramón.

—Cerro, deja de hacer el ridículo... Te he grabado antes cuando le estabas


entregando el sobre... Todo el tiempo supe que sabías dónde estaba, mira que les
insistí a los jefes con ello, pero nunca me imaginé que también le estabas pasando
dinero.

—¡Ese dinero es un préstamo que le hice para que le pague a los jefes! ¡No lo
tiene todo todavía! ¡Por eso se quería reunir con ellos! ¡Dile algo, Alejo, por el
amor de dios!

—Yo sabía que en algún momento te ibas a descuidar... Menos mal que no
abandoné la vigilancia. Ustedes dos me van a hacer rico —rio Amatista sin dejar de
apuntarnos con la pistola—. Vamos, caminando los dos. Vamos a ir en el coche de
Cerro.

—¡Amatista, entra en razón! ¡Nos van a matar a los dos!

—Mientras no me maten a mí...

—¡No me puedes hacer esto! ¡No me puedes hacer esto, cojones!

—Vaya que sí puedo.

Mientras ellos seguían discutiendo y nos íbamos a acercando al coche. Vi que


delante de la fila de coches había otro callejón, además de un amplio espacio entre
los parachoques y la pared de en frente. Traté de serenarne y esperar mi
momento.

—Va, tú primero, chico, abre el coche y síentate delante. Conduce Cerro.

Amatista se paró detrás mío. Al lado nuestro había otro vehículo y no teníamos
mucho espacio para pasar. No podía esperar más. Coloqué la mano en la apertura
del coche y, con un movimiento rápido, tiré de ella y me di la vuelta sobre mí
mismo dejando la puerta entre Amatista y yo, sin espacio para que pudiera pasar
por el costado. Me agaché y corrí hacia la parte delantera de la fila. No me detuve
ni ante las amenazas de disparo que salían a viva voz de la boca de mi captor.
Encontré el callejón y ahí emprendí la carrera más importante de mi vida.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Rocío.

—Ey... Para... ¡Luna!

Abrí los ojos de golpe, los cuales todavía me ardían por todo lo que había llorado la
noche anterior, y me incorporé para intentar quitar a la gata de debajo de la
manta.

—¿L-Lun...? Tú no eres Luna... —dije resignada, y me volví a dejar caer sobre la


almohada.

—Ayer me dejaste con ganas de más... —dijo Alejo mientras me besaba un pecho
por encima del camisón y con una de sus manos me cogía el otro.

—Fuiste tú el que se fue a dormir... ¡Ay!

—Te dije que tenía que madrugar —respondió mientras se recomponía y se ponía a
mi lado ofreciéndome su pecho para usar de almohada.

—¿A dónde fuiste? —me interesé mientras me acomodaba sobre él.

—A buscar trabajo. Y también casa, me sobró algo de tiempo.

—¿Y cómo te fue?

—Regular... Pero bueno, es cuestión de mantener el optimismo. Ahora callate y


dame un beso —me ordenó prácticamente al sujetarme del mentón.

—No, Alejo, hoy no...

—Dale, si tenés las mismas ganas que yo, no te hagás la boluda... —insistió
mientras comenzaba a darme besitos en la boca. Luego separé los labios un
momento y él metió su lengua. Pero a los pocos segundos de morreo, le di un
empujón y lo aparte de mí.

—Hoy no, Alejo —le dije tajante.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó extrañado.

—No quiero que te lo tomes a mal, pero tampoco quiero ocultarte cosas... Mira,
hoy viene Benjamín a casa, y no me siento bien haciendo estas cosas sabiendo
que voy a pasar todo el día con él...

—Bueh...
—¿"Bueh" qué?

—Nada...

—Te has enfadado...

—Y... si querés me pongo a hacer twerking... Claro que me jode, me da


soberanamente por las pelotas. Pero bueno, es lo que hay, yo solito me metí en
esto —terminó con resignación.

—Lo siento, Ale... —intenté disculparme.

Aunque no me sentía mal por la decisión de no hacer nada con él ese día, me daba
mucha pena tener que dejarlo de lado... Sentía que lo estaba tratando como a un
juguete. Como a un juguete de segunda con el que jugaba cuando no tenía a mi
favorito conmigo. Pero como bien había dicho él mismo, la decisión de pelear por
mí la había tomado él. No podía arriesgarme a tener una relación doble bajo
ningún concepto, y ese día lo tenía más claro que nunca.

Alejo se fue de la habitación con más rabia que otra cosa y me dejó sola con Luna.
La verdad es que confiaba mucho en él y sabía que no iba a hacer ninguna tontería
cuando viniera Benjamín. Además, insisto en que no le convenía, el pobre no tenía
trabajo ni a donde ir, no estaba para permitirse perder el único lugar donde podía
pasar las noches. Yo me levanté, me vestí y me puse a ordenar la habitación para
cuando llegara mi novio. Luego me fui a dar una ducha y a ponerme guapa para
él. Me puse un vestido blanco que me cubría todo el pecho y me llegaba hasta las
rodillas, que sabía que a él siempre le había gustado, y unos zapatos de tacón
negros. El resto del tiempo lo invertí en peinar y arreglar mi larga melena negra,
que bastante descuidada la tenía esos días. Cuando acabé y me miré en el espejo,
me entraron unas enormes ganas de reírme. Estaba contenta de verdad. Yo podía
decir lo que fuera sobre mi novio cuando estaba enfadada o triste, pero la realidad
era que, a la hora de la verdad, lo amaba con todo mi ser.

Miré la hora y todavía no eran ni las once y media de la mañana. Volví a pararme
frente al espejo y, nuevamente, me entró la risa tonta. Me repasé de arriba a
abajo y pensé en la cara que iba a poner Benjamín cuando me viera. Estaba
perfecta para él.

«Perfecta para él...»

Entonces me puse a pensar... ¿Perfecta? ¿Cuál era la definición de perfección en


ese momento? Con todo lo que había pasado y con las cosas que me había dicho
Alejo de Benjamín... ¿Era acertada mi percepción de perfección? Me volví a mirar
en el espejo y las cosas dejaron de cuadrarme. Las últimas semanas me las había
pasado trabajando para llegar a ser la mujer que él quería que fuera según Alejo,
¿qué sentido tenía seguir llevando la misma rutina que antes de todo eso? No, no
me cuadraban para nada las cosas. Enseguida me quité el vestido, cogí el juego de
costura que tenía que debajo en mi mesita de noche y comencé, por primera vez,
a hacer uso de los conocimientos que había adquirido de pequeña gracias a mi
madre.
Una de la tarde pasadas. Yo frente al espejo, con cara de póker, vistiendo el
resultado de lo que acababa de hacer.

—Es... —murmuré—. Es... Es perfecto.

No lo podía creer. No podía creer que eso lo hubiese hecho yo en tan sólo una hora
y media. Estuve a punto de sacarme una foto y mandársela a mi madre para que
me felicitara, pero enseguida me di cuenta de que no era una muy buena idea.

—¿No me habré pasado un poco con el escote?

Seguía pensando que era perfecto, pero no podía controlar esos espasmos
familiares que me daban cuando veía cosas que se salían de todo aquello que se
me había inculcado. El escote estaba perfecto, y más con esos volados que se me
había ocurrido ponerle.

—¿Quizás es demasiado corto? —volví a murmurar mientras me daba la vuelta


para verme de atrás.

No estaba acostumbrada a vestir cosas así, por lo que todavía me daba un poco de
vergüenza. Decidí que me lo iba a quitar y que me lo pondría recién cuando viniera
Benjamín, que ya faltaba cada vez menos. Además, si Alejo me llegaba a ver
vestida así, a ver quién sería el valiente que evitara que me saltara encima.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

El teléfono me cogió con el vestido por las rodillas. Me lo quité a toda velocidad y
salí corriendo a buscar el teléfono. A lo mejor era mi novio que había llegado más
temprano de lo que me había dicho.

—¿Hola? ¿Benjamín?

—Hola, Ro...

—¡Qué temprano! ¿Estás abajo? ¿Te olvidaste las llaves? ¿Bajo a buscarte? —dije
sin pararme a respirar. La euforia podía conmigo.

—Espera, Ro, cálmate... No llegué todavía...

—Ah... ¿Pasó algo entonces?

—Pues, verás... —dijo con un tono de ultratumba que no me gustó nada.

—¿Qué pasa, Benjamín...?

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Benjamín.

Por alguna razón que desconocía, Mauricio me había llamado temprano, mientras
yo dormía, y me había pedido que me presentara en la oficina a las doce y media.
No me había dado ninguna explicación al respecto, simplemente me había dicho
que fuera. Y ahí estaba yo, esperando en la puerta de su despacho a que llegara.
La planta estaba desierta y en los otros pisos tampoco es que hubiera mucha
gente, pero en el mío, ni personal de limpieza había ido a trabajar.

—Vamos, pasa —dijo Mauricio mientras metía la llave en la puerta. Ni me había


percatado que ya había llegado.

—Oh, perdón, buenos días —dije cuando salí de mi embelesamiento.

Antes de que pudiera cruzar la puerta, otra figura de la que no me había dado
cuenta pasó antes que yo. Era Clara, y, además de no devolverme saludo,
tampoco se molestó en mirarme.

—¿Necesitas algo? —me dijo Mauricio mientras se ponía a ordenar sus cosas en el
escritorio.

—¿Eh? Fuiste tú el que me dijo que viniera.

—Claro, como todos los putos días. Por eso te pregunto, ¿necesitas algo? Si no es
nada, entonces ponte a trabajar —soltó sin más.

—Eh... Mauricio, hoy nos dieron el día libre... ¿recuerdas? —le dije ya un poco
dubitativo. Confiaba en que se hubiera olvidado, pero...

—Sí, para los que no se pasan sus horarios por el forro de los cojones. Tú a
trabajar como todos los días. Por la noche te piras si quieres.

—Pero, Mauricio, ya hice planes con mi novia, no me puedes hacer esto... No


tengo ningún problema en venir a trabajar, ¿pero por qué no me avisaste anoche?
—le dije ya casi rogándole.

—Porque se me pasó. A tu novia llámala y dile que no puedes, no sería la primera


vez que lo haces. Venga, arreando que es gerundio —fue lo último que dijo.

Se me vino el mundo abajo. No tenía ninguna forma de librarme de esa sin perder
el empleo. Volteé para ver a Clara, que estaba en su mesa, a ver si al menos se le
ablandaba el corazón y salía en mi defensa, pero lo que vi, en su lugar, me dejó
claro que sus intenciones eran justamente todo lo contrario. Me miraba con mucha
seriedad y con la cabeza apoyada en sus puños. Había aprendido mucho de ella en
esos días como para no darme cuenta de que era la que había propulsado todo
eso.

No tenía ganas de armar un escándalo, decidí que trabajaría lo más rápido que mi
cuerpo me dejara y que ya iría a ver a Rocío por la noche. Pero eso no iba a
trastocar mis planes; aunque tuviera que pasarme 24 hs. seguidas sin dormir, esa
noche llevaría a mi novia al mejor hotel que me pudiera permitir y la haría pasar
su mejor noche en años. A mí no me iba a joder la vida una niñata de mierda,
inútil y guarra, incapaz de sacarse un título por sus propios méritos que tenía que
follarse a su puto jefe para lograrlo.

Ya en mi asiento, saqué el móvil y, con todo el dolor del mundo, llamé a Rocío
para, una vez más, decirle que mi trabajo me impediría llegar a tiempo...

—Hola, Ro...

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 16:00 hs. - Rocío.

Otra vez tirada en mi cama mirando al techo. No había comido siquiera. Alejo ya
había venido dos veces a verme, pero las dos veces le había dicho que se fuera. Y
no estaba triste, ni decepcionada, ni nada por el estilo, ya no tenía ni ganas de
molestarme por esas cosas. Sabía que luego, cuando se acercara la hora a la que,
supuestamente, Benjamín iba a venir, me volvería a animar y a corretear de un
lado a otro hasta que llegase.

—¿Rocío? —tocó por tercera vez la puerta Alejo.

—Estoy bien, en serio. Déjame sola un rato...

—Llevás toda la tarde encerrada... ¿Qué pasó con Benjamín? —dijo antes de abrir
la puerta sin mi permiso—. Perdón que pasé así, pero me tenés preocupado.

—Tienes suerte de que esté en camisón, si no te hubiese revoleado el reloj en la


cabeza...

—Si sos un angelito vos, ¿qué vas a revolear? —rio y se recostó a mi lado. Esta
vez me acurruqué sobre su pecho sin necesidad de que me lo pidiera. Él aceptó
con gusto.

—Otra vez el trabajo... Se supone que le habían dado el día libre, pero por no sé
qué cosa ahora tiene que trabajar hasta la noche. Vendrá sobre las diez o así.

—Lo mismo de siempre, por lo que veo...

—Pues sí...

—¿Y hasta cuando pensás soportarlo? Ya es demasiado esto... —dijo pasados unos
segundos.

—Mira, Alejo, no te cuento esto para que vengas a hacer propaganda contra él...
Hazme el favor y cállate.

—Bueno, bueno... Pero sabés que tengo razón.

—Me da igual. Cállate —volví a decir y me abracé más a él.


Claro que sabía que tenía razón, pero ya no podía tomarme sus palabras igual que
antes. Ahora todo lo que pudiera decir vendría con dobles intenciones. No iba a
dejar que me envenenara la mente contra Benjamín. Por suerte se calló a la
primera que se lo dije.

—Tengo muchas ganas de besarte... —dijo de pronto.

—Y yo de estar rodeada de gente menos complicada...

—Pero lo mío se puede solucionar fácil —replicó luego de sujetarme el mentón con
dos dedos como lo había hecho por la mañana y obligarme a mirarlo a los ojos.

Pero no lo besé, le comí la boca. Estaba muy necesitada de cariño y no me


apetecía decirle que no a mi cuerpo en ese momento. Sabía que luego iba a ver a
Benjamín y que iba a pasar con él toda la noche, pero ya me daba completamente
igual. Sí, el cambio ya era un hecho y no había vuelta atrás para mí.

Mientras nuestras lenguas se divertían juntas, Alejo no perdió el tiempo y,


poniéndose de costado como yo, llevó su mano derecha al interior de mi braguita.

—¿Ya estás así? ¡Mamá! —dijo apenas sus dedos hicieron contacto con mi
intimidad.

—Tócame, por favor... —le dije yo con ojitos de cachorrita.

Levanté la pierna y la coloqué encima de la suya para facilitarle la maniobra.


Comenzó a masturbarme y retomó el beso, el cual yo interrumpía regularmente
para dejar salir de mi boca esos gemidos que no quería que se atascaran en mi
garganta. No quería guardarme nada, quería liberarme y disfrutar eso de ser
mujer. Mis manos estaban fijas en su cara y clavaba las uñas, moderadamente, en
su piel cada vez que quería. Intercalaba besos y mordiscos según me venía en
gana. Estaba lejos de sentirme tan radiante como otras veces, pero quería sentir
que tenía el mundo en mis manos. Cuando ya decidí que tenía ganas de correrme,
obligué a Alejo a acelerar la maniobra.

—Vamos, ¿eso es todo lo que tienes? No me jodas... —le reclamé entre jadeos.

—¿Otra vez con eso? Después llorás, pendeja irreverente —dijo pegándose más a
mí e intensificando el movimiento de su mano.

Empecé a gemir aún más fuerte y no tardé ni diez segundos más en explotar.
Clavé mis uñas en su espalda y sentí como todos los problemas de mi vida salían
de mi cuerpo en forma de fluídos. No fue mucho tiempo, diría que unos quince
segundos, pero quince segundos que me encargué de saborear con todo mi ser.
Cuando terminé de sacudirme, abracé a Alejo y le clavé otro beso que le puso la
guinda a ese espectacular encuentro.

—Estás muy violenta últimamente, loquita... —me reclamó mientras se tocaba con
miedo las marcas que le había dejado en la espalda.
—Lo siento, me dejé llevar... —me disculpé todavía intentando recuperar el
aliento.

—Lo siento las pelotas, en mi país las cosas se pagan con acciones, no con
palabras.

Tras decir eso, se acostó boca arriba y se bajó los pantalones, con calzoncillos
incluídos, hasta las rodillas. Alejo y su 'amiguito' estaban más que listos para la
acción. Dudé unos segundos en si continuar o no, ya que me acababa de dar
cuenta que todavía no habíamos hecho nada en esa cama. Sí, mi cama y la de
Benjamín. Por un momento consideré el decirle que continuáramos en su
habitación, o en el salón, pero desheché rápidamente esa idea al pensar que
acababa de tener un orgasmo brutal ahí mismo. Ya era tarde para arrepentirse.

—¿Dale? ¿Qué dudás tanto?

—No es nada.

Me incorporé y me puse en posición para cumplir su deseo. Cuando estaba a punto


de ponerme a ello, de reojo vi el vestido que tanto trabajo me había costado
arreglar, y no tardó en venirme a la mente esa misma situación que estaba
viviendo, pero con Benjamín como protagonista.

«Eres tú el que se lo pierde...» pensé justo antes de meterme el pene de Alejo en


la boca. A los cinco minutos, luego de poner todo mi esmero, ya estaba
eyaculando dentro de mí todo lo que tenía.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 06:30 hs. - Alejo.

—¿Hola?

—¿Quién habla?

—No sé si te acordarás de mí... Ya pasó mucho tiempo.

—No te creas. Acento argentino bien marcado, voz de subnormal... ¿Cómo te va la


vida, Fileppi? Debe ser una puta mierda tener que dormir con un ojo abierto todas
las noches, ¿eh?

—Muy gracioso, como siempre.

—¿Qué cojones quieres a estar horas? ¿Quién te dio mi teléfono?

—No me dieron tu teléfono, me dieron el número.

—Encima gilipollas. Te juro que como te pillemos...

—Callate y prestame atención, te tengo una propuesta que no vas a poder


rechazar, Amatista.
—Dudo mucho que un don nadie como tú pueda tener un carajo que me interese,
pero, adelante, te escucho.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Rocío.

—Bueno, yo me voy, que tengo cosas que hacer. Que se diviertan.

—Suerte, Ale, y gracias por prepararnos la cena. Eres un amor de chico.

—Sí, al final, de bueno voy a ser pelotudo... Ay, ay ay... Chau, linda. Cuidate —se
despidió con una linda sonrisa.

—¡Adiós!

A Alejo lo habían llamado inesperadamente para una entrevista de trabajo y la


casa había quedado sola para mí y Benjamín. Se había molestado en hacernos de
comer y hasta de preparar la mesa. Y tal y como había anticipado antes, ese vacío
en mi corazón se volvió a llenar con las locas ganas de volver a tener un momento
íntimo con mi pareja. Ya sólo faltaba que viniera.

Apenas salió mi amigo por la puerta, salí corriendo a mi habitación a ponerme el


vestido, y de paso, por qué no, me puse un conjunto de ropa interior un poco más
provocativo que el que ya llevaba. Sabía que nada podía fallar. Había estado
nerviosa todas esas horas previas mirando preocupada el teléfono esperando que
me llamara para cancelarlo todo, como siempre hacía. Pero no, esa llamada nunca
llegó, y yo que me alegraba.

Se hicieron las diez de la noche y me senté en la mesa a esperar a Benjamín. Cada


vez estaba más nerviosa, no sabía cómo iba a reaccionar al verme vestida de esa
manera... Asi de pesimista como era yo, ya me lo estaba imaginando indignado y
llamando a mis padres para que me ingresaran en un convento. Hasta dudé de si
irme a cambiar o no. Estaba hecha un completo flan.

Cuando escuché el ascensor llegar, el corazón se me paró. Me quedé estática en la


silla esperando que abriera la puerta. Tragué saliva y traté de poner una sonrisa.
Así estuve un buen rato, hasta que escuché como otra de las puertas de la planta
se cerraba.

—No era él...

Pasaron los primeros quince minutos y nunca llegó. La primera media hora y
tampoco. Yo caminaba por todo el salón sin detenerme. En un momento me senté
a ver qué había en la tele, pero la apagué enseguida porque no me podía
concentrar. Me puse de pie de golpe cuando volví a escuchar el sonido
inconfundible del ascensor. Me volvía a acomodar en la silla y, una vez más, me
quedé sentada con la cara de idiota esperando que la maldita puerta se abriera.
Pero nada, otra vez el ruido de una de las puertas de la planta me arrebataba la
ilusión.
—Ya va a venir, Rocío, ¡no seas idiota! —traté de animarme mientras me daba
unas palmaditas en la cara.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 23:00 hs. - Rocío.

—Cómetelo todo, ¿vale? —le dije a Luna luego de llenarle su plato de comida—.
Disfruta tú por las dos...

Me senté de nuevo en el sofá y seguí mirando el teléfono con esperanza. Quizás


había sido yo la que se había confundido con la hora. Quizás me había dicho que
vendría más tarde y yo, debido a la decepción inicial, entendí cualquier cosa. O al
menos eso era lo que quería creer.

—Benjamín... —susurré a la vez que pasaba el dedo por su foto en la pantalla del
móvil.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Rocío.

La comida hacía rato que ya se había enfriado, la bebida estaba caliente y la


alegría brillaba por su ausencia en ese salón. Yo me había tirado en el sofá hacía
media hora y ahí continuaba, como un cuerpo inerte vestido de gala y listo para
ser enterrado. El teléfono no había sonado nunca y también hacía rato que había
dejado de mirarlo. Lo peor de todo era que, dentro de que no sentía nada, la
sensación era peor que aquella tarde cuando me dijo que hasta la noche no iba a
poder venir.

Entonces las llaves en la puerta...

—¡Benjamín! —resucité de golpe y salí corriendo hacia la puerta.

—Hola. ¿Tantas ganas tenías de que volviera? —dijo Alejo mientras pasaba
riéndose.

Me quedé sosteniendo el pomo de la puerta mirando al suelo como un alma en


pena. Cerré muy despacio y me dejé caer en el lugar. Ya no pude más y dejé salir
todo lo que había estado acumulando todo el día; me puse a llorar como hacía
mucho tiempo no lo hacía. Alejo se acercó rápidamente hacia mi posición.

—¡Rocío! ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —dijo preocupado.

—No, no estoy bien. Todo esto es una mierda, ¡todo!

—Calmate, nena. Seguramente no pudo venir por alguna causa de fuerza mayor —
trató de justificarlo mientras me abrazaba.

—¡No! ¡Siempre es lo mismo! ¡Ya estoy cansada! ¿Quié sentido tiene vivir de esta
manera? —seguí llorando.
—No veas todo tan negro, mi amor, no vale la pena pensar en lo peor... Mirá tu
vida; tenés un techo, ahora estás trabajando por fin, tenés un montón de personas
que te quieren y se preocupan por vos. Dejá de llorar, por favor...

—Pero yo no quiero nada de eso, yo quiero que Benjamín venga y esté conmigo,
¡pero nunca lo hace y ya estoy cansada! ¡Que se quede con su puto trabajo! ¡No
quiero saber nada más de él!

Alejo siguió abrazándome fuerte y no me soltó hasta que logré tranquilizarme. No


volvió a decir una palabra, supongo que para que yo dejara de gritar, simplemente
se dedicó a quedarse ahí en el suelo conmigo haciéndome compañía. Y yo no
quería que se fuera nunca, me sentía protegida y segura entre sus brazos, tanto o
más de lo que jamás me había sentido en los de Benjamín. Estaba muy agradecida
por todo lo que había hecho por mí, y más en esos momentos, porque podría
haber aprovechado esa lamentable escena para llenarme la cabeza en contra de
mi novio, pero no lo hizo, intentó en todo momento buscarle una respuesta al
porqué de su ausencia.

—Vamos, linda, levantate que te acompaño hasta tu cuarto. Yo me encargo de


recoger todo esto —dijo en referencia a la mesa, que todavía continuaba como la
había dejado él.

—Lo siento, lo siento, lo siento... Te tomaste la molestia de cocinar y ahora todo


se va a echar a perder —dije antes de volver a romper a llorar.

—¡No, boluda! ¡Eso lo meto todo en la heladera y sabés qué festín nos hacemos
mañana!

—Perdóname, Alejo, perdóname, de verdad...

—Callate. Dale, levantate que te acompaño. Por cierto, estás preciosa.

No fue muy buena idea haber dicho eso, porque me puse a llorar todavía más
fuerte. Alejo se apresuró en ayudarme a levantar y me llevó hasta mi habitación.
Apenas entré, me tiré en la cama y continué llorando por quince minutos más.
Alejo permaneció cerca mío todo el tiempo, me dijo que se quedaría un rato por si
Benjamín venía y yo quería algo de tiempo para que no me viera de esa forma. En
ese momento, sólo pensaba en lo desgraciada que era y en lo mierda que era mi
vida, pero no dejaba de sorprenderme lo que estaba haciendo Alejo.

—¿Por qué lo haces? —le pregunté luego de tomar un poco de aire.

—¿El qué? —dijo sentándose en la cama y cogiéndome una mano.

—Todo esto... Es tu oportunidad para tirar mierda sobre Benjamín, para hacer que
lo odie mucho más de lo que lo estoy odiando en estos momentos... ¿Por qué
estás portándote así?
—Je... —dijo y esbozó una sonrisa—. ¿De qué me sirve eso? Mirate cómo estás,
estás devastada, Ro. Eso demuestra que vos a ese tipo lo querés de verdad... Y ya
te dije que, para mí, lo más importante acá es tu felicidad, y si no te puedo hacer
feliz yo, prefiero que lo haga la persona a la que vos elegiste.

Apenas terminó de pronunciar la última palabra, me incorporé y, todavía llorando


mucho, le di un abrazo con las pocas fuerzas que me quedaban. Enterré mi cara
en su pecho y seguí llorando por otros diez minutos más.

—Ya está, Rocío. Ya pasó... —me susurraba al oído mientras me acariciaba la


cabeza.

—Gracias por todo lo que haces por mí, Alejo... —le dije en uno de esos momentos
en los que el tembleque de mi boca me permitía hablar.

—Gracias a vos, Rocío... Cuando estoy con vos soy otra persona... Lo noto, vos me
hacés mejor de lo que soy, princesa... Por eso te amo.

Me separé de su pecho y me quedé mirándolo fijamente. Él me sonrió de nuevo y


me quitó algunos pelos que tenía pegados en la cara. Luego, como en las
películas, nuestros rostros se fueron acercando lentamente hasta que nuestros
labios se encontraron. Pasé mis dos brazos por encima de él y me abracé a su
cabeza. El beso era tierno, de los más tiernos y sentidos que nos habíamos dado
hasta la fecha. Sus manos estaban pegadas a mi espalda y en ningún momento las
movió del lugar.

Nos separamos un momento y nos acomodamos mejor en la cama. Yo quedé boca


arriba y él se puso encima de mí para continuar besándome. Ahora sí que recorría
mi cuerpo con sus manos. Y yo me dejé hacer. Ese sentimiento de querer
comerme el mundo que había tenido esa misma tarde, había desaparecído. Tanto
llorar me había debilitado por completo y ya sólo quería quedarme quieta y que él
hiciera todo el trabajo. Él lo entendió perfectamente y así actuó.

Mientras me besaba el cuello y acariciaba todo mi cuerpo, sin proponérmelo, me


perdí en mis pensamientos. La verdad es que seguía deseando que fuera Benjamín
el que estuviera ahí. O sea, no estaba pensando que era él el que estaba dándome
esos mimitos, no les había cambiado las caras, ni quería hacerlo, tan sólo quería
que mi novio, el hombre al que yo elegí para pasar el resto de mis días, estuviera
conmigo tal y como había prometido ese mismo día, y el día en el que, no
oficialmente, me declaró amor eterno. Y lo odiaba por eso, lo odiaba mucho. Y ese
odio sumado al agradecimiento que sentía por Alejo en ese momento, hizo que
pronunciara las siguientes palabras...

—Alejo... hazme el amor...

Las decisiones de Rocío - Parte 12.

Lunes, 6 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Benjamín.


 

Ya no me quedaba nada para terminar, estaba por fin acabando con los últimos
documentos que tenía que pasar a ordenador. Había estado toda la tarde
tecleando sin parar. A eso de las tres de la tarde me había tomado un descanso de
15 minutos para tomar un café, pero nada más, ni siquiera había almorzado. Los
dedos ya me estaban empezando a fallar y sentía un dolor bastante incómodo en
la parte baja de la espalda. Pero nada de eso me importaba, sólo pensaba en
terminar de una vez y salir pitando a casa para encontrarme con mi novia.

—¿Mucho trabajo? —dijo una voz detrás mío que me hizo torcer el gesto.

Ya era normal que Clara apareciera de esa manera. Decidí ser cordial, a pesar de
todo, porque no quería que Mauricio me siguiera jodiendo por su culpa.

—Más o menos. Ya estoy terminando, por suerte —le dije con fingida amabilidad.

—Vaya, ¿ya no estás enfadado conmigo? —rio. Sabía que iba a intentar buscarme
las cosquillas, pero no me quedaba otra que agachar la cabeza si no quería seguir
haciendo esperar a Rocío.

—Clara, no estoy enfadado contigo, ni nunca lo estuve. Ayer tuve un mal día y tú
te me cruzaste en un mal momento, eso es todo. Te pido perdón por lo que pasó
—dije dándome la vuelta en mi silla y soltándoselo todo de sopetón.

—¡Benji! —gritó con una sonrisa de oreja a oreja y saltando hacia mí para
abrazarme.

—¡Vale! ¡Vale! —exclamé tratando de alejarla de mí. Me daba pánico que pudiera
aparecer Mauricio.

—No sabes lo mal que lo pasé ayer y hoy. Pensé que me odiabas y no sabía por
qué. Gracias por aclarar las cosas, Osito —concluyó poniéndome un nuevo apodo.

—Que sí, tranquila. Está todo bien. Y prefiero que me llames Benji.

Rio nuevamente y fue a buscar una silla para sentarse cerca mío. Le pedí que no
me distrajera mucho así podía finalizar de una vez con la pequeña pila de papeles
que me quedaba, y así lo hizo. Sorprendentemente, se portó bastante bien para lo
que solía ser ella.

Treinta minutos después al fin conseguí terminar con todo. Clara aplaudió y se
propuso para ayudarme a llevar todas las hojas a sus respectivos archivadores.
Una vez terminamos, recogí mis cosas y fui al despacho de Mauricio, que hacía
rato se había ido, a rellenar el informe con todo lo que había hecho ese día.

—¿Quieres saber la última? —me dijo luego de entrar y cerrar la puerta.

—¿Qué cosa?
—Escuché a Lourdes hablando con Mauricio ayer por la noche... Yo estaba en el
despacho de Romina y fui a coger el teléfono para avisarle de una reunión. Pero
cuando descolgué, él estaba hablando con tu jefa por esa línea.

—¿Están conectados los teléfonos? —pregunté mientras rellenaba la hoja.

—Claro, el del despacho de la secretaria y el del jefe tienen la misma línea.

—Vale, pero no deberías ponerte a escuchar conversaciones privadas —le dije con
ingenuidad. Realmente yo tenía puesta la cabeza en pirarme de ahí y llegar a casa
de una vez. No le estaba poniendo mucha atención.

—No me sermonees ahora. Mira, parece que se van a ir a pasar una semana
juntos a algún lugar lejos de aquí.

—¿En serio? —le dije con también fingida sorpresa. No sabía a qué estaba jugando
ni qué pretendía, pero en ese momento no estaba interesado en averiguarlo.

—¿Me estás vacilando? ¿Esa es tu reacción? —se quejó.

—¿Y qué quieres que te diga? Es su vida, que la disfruten como quieran.

—¿No me vas a regañar y preguntarme cuarenta veces si es verdad?

—Tengo un poco de prisa. Ya, si eso, mañana —la corté cuando terminé con el
dichoso papel.

—Ah, claro, que te está esperando tu noviecita —dijo con socarronería.

Ignoré ese comentario, volví a coger mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Cuando
puse la mano en el pomo y tiré hacia mí, me quedé estático en el lugar y la puerta
también. "Chin chin" escuché detrás de mí. Clara me mostraba las llaves con una
sonrisa pícara dibujada en su tan bello como molesto rostro.

—Creo que quedaron varias cosas pendientes entre nosotros, ¿me equivoco? Me
gustaría resolverlas antes de que te vayas.

—Espera, ahora eres tú la que quiere vacilarme, ¿no? —reí intentando seguirle el
juego.

—¿Tengo pinta de estar vacilando? —dijo mientras se comenzaba a abrir los


botones de la camisa.

—Otra vez no, Clara, por favor...

—Creo haberte dicho que no es bonito rechazar a una mujer que se te insinúa.

—Clara, dame las llaves —dije con calma. Miré el reloj por primera vez.
—Cógelas tu mismo —me incitó tras meterlas en su escote.

—Clara, deja de hacer el gilipollas y dame las llaves —miré el reloj por segunda
vez.

—Te he dicho que aquí las tienes —insistió retrocediendo hasta sentarse en el
escritorio de Mauricio.

—Me estás tocando los cojones... —dije acercándome con decisión hacia ella.

Me había prometido a mí mismo que no iba a volver a dejar que esa chiquilla me
tomara el pelo. Por eso, cuando quedé a un palmo de ella, metí la mano dentro de
su escote sin dudarlo y cogí el juego de llaves.

—¡Qué audaz! —dijo riendo y sin poner oposición.

Harto, me di media vuelta y me alejé de ella. Puse la primera llave en la


cerradura, giré, pero no era esa. Escuché como Clara se reía por lo bajo. Metí la
segunda; tampoco era. La becaria seguía riendo. Comencé a temer que me la
estuviera jugando de nuevo. Metí la tercera, la cuarta, la quinta y, finalmente, la
sexta llave; todas sin éxito. Me giré de nuevo y fui hacia ella para volver a meterle
la mano en el escote. Toqué su sujetador por fuera y apreté sus pechos buscando
las llaves. Ella se rio y se levantó ambas tetas con las manos como invitándome a
que mirara más de cerca. No le hice caso y proseguí con el cacheo. Para mi
sorpresa ella seguía sin ofrecer resistencia, sólo se mofaba de mí con soniditos
burlones. Palpé su torso de arriba a abajo y bajé cual guardia de seguridad de
estadio de fútbol por sus caderas y sus piernas hasta sus tacones buscando algún
bulto.

—¿Has acabado ya?

—¿Dónde están las putas llaves?

—No sé, Benji... Yo créi que eran esas —dijo con sorpresa.

—Clara, esto ya no es ninguna broma. Mi novia me está esperando en casa y,


sinceramente, me creas o no, puede que mi relación esté en juego ahora mismo —
dije. Y me di cuenta cuando terminé de recitar la última palabra que aquello había
sonado a súplica. Igualmente no me importaba, tenía que salir de ahí como fuera.

—¡Oh! No lo sabía... ¿Tan mal están las cosas entre ustedes?

—Mañana, si quieres, te invito a un café y te cuento todo con lujo de detalles, pero
ahora de verdad que tengo prisa.

Para mí alegría, Clara se levantó y se acercó hacia mí. Ilusamente creí que me iba
a entregar las llaves y que todo se iba a quedar en un simple susto. Pero nada
más lejos de la realidad...
—Fóllame aquí y ahora y te dejaré irte con tu novieta.

—¡¿Qué?! ¡¿Eres retrasada o no me estás escuchando?!

—Guárdate los insultos para cuando me estés taladrando —dijo pegándose a mí y


llevando sus manos a mi cinturón.

—¡Que no! —la aparté con violencia.

—Mira, majo, ya me estoy empezando a cansar de tu mariconería. Te garantizo


por lo que más quieras que, antes de que yo me vaya de esta empresa de mierda,
voy a follarte. Aunque sea una puta vez. Así que sé bueno y deja de retrasar lo
inevitable.

Su mirada había cambiado. La sorna y la coquetería habían desaparecido. Ahora


me miraba con más odio que deseo. Y debo admitir que me intimidó, y mucho.
Nunca en la vida una mujer me había hablado de esa manera. No obstante, la
rabia que sentía en ese momento por no poder salir de esa oficina era mucho más
fuerte que el miedo que pudiera tenerle. No iba a darle el gusto de que me viera
acurrucado y arrepentido por no haberla obedecido. Lo lamenté por Rocío, pero
todo indicaba que me iba a tener que esperar una última vez...

—Vaya... —dije intentando recomponerme—. Mira qué rápido has cambiado de


actitud. Cómo se nota que no eres más que una puta niñata que está
acostumbrada a salirse siempre con la suya. Pues te aviso que conmigo no, puta
cría. Vuelve a guardarte las tetas dentro de esa camisa, que nos espera una larga
noche aquí metidos. ¡Oye! Siempre y cuando no encuentre las llaves antes.

La hice a un lado con un hombro y comencé a rebuscar tranquilamente en la


oficina. Ella se había quedado muda. Era evidente, por las muestras de tipo tímido
que le había dado los días anteriores, que no se esperaba que yo pudiera
responderle de esa manera. Me sentía ganador, aun sabiéndome perdedor. Rocío
iba a tener que esperarme una vez más. Y lo peor era que no tenía manera de
comunicarme con ella, pues me había olvidado el móvil en mi escritorio y la línea
de los teléfonos de Mauricio se inhabilitaba por la noche. Mi única esperanza era
que Clara se terminara por aburrir y tirara la toalla al ver que no iba a conseguir lo
que buscaba. Iba a ser la típica competición de "a ver quién la tiene más grande".

—Pues suerte buscándolas, gilipollas. Oh, ¿ves esas pilas de papeles que hay ahí
arriba? No es casualidad que me haya quedado hasta estas horas aquí dentro,
tengo que sellarlas todas antes de que comience el turno de la mañana.

La cara de tonto que se me quedó debió de haber sido para enmarcarla. La niña se
rio, esta vez con malicia, y se fue a sentar a su escritorio para comenzar con su
trabajo. Dejé de perder el tiempo con lamentaciones y aceleré mi búsqueda de las
dichosas y malditas llaves.

«Me cago en mi vida...»


 

Martes, 7 de octubre del 2014 - 01:00 hs. - Rocío.

Con la mirada perdida en el techo, el corazón latiéndome a mil por hora y la gata
reclamando mi atención lamiéndome la planta de los pies, esperaba tirada en mi
cama a que Alejo terminara de ducharse.

Hacía unos 15 minutos que había pronunciado esas palabras que nunca creí que
iba a llegar a pronunciar. No recuerdo si la reacción de Alejo había sido la que me
esperaba, pero sí me acuerdo que me dio un tierno abrazo y que me dijo: «Sos lo
mejor que me pasó en la vida». Acto seguido se levantó, cogió una toalla de mi
armario y se fue al baño.

Ahí mismo, tendida boca arriba en la que se suponía iba a ser sólo para mí y para
mi novio, las lágrimas me seguían resbalando por la cara. Estaba muy herida. Me
sentía quebrada por dentro. Creía que para Benjamín yo ya no significaba nada.
Me imaginaba escenarios donde él estaba con otra mujer, o donde se reía con sus
compañeros de trabajo de la imbécil aquella que lo estaba esperando en casa.
Repito, lo odiaba mucho; estaba lastimada y triste, pero a la vez furiosa. Y eso,
sumado a que mi autoestima estaba por los suelos, era por lo que estaba a punto
de entregarme a mi mejor amigo. Porque sí, necesitaba sentirme deseada.
Necesitaba sentirme amada.

—Date prisa...

No obstante, cada segundo que pasaba sin que Alejo regresase eran segundos en
los que mi subconsciente aprovechaba para entrar en juego. ¿Y si estaba
precipitándome? ¿Y si a Benjamín le había pasado algo malo? Eran algunas de las
preguntas que me hacía muy en el fondo, pero que no quería responder.

Me encontraba en un estado de pesimismo tan profundo, que me cerraba


automáticamente a que algo de eso fuera posible.

Alejo apareció cuando ya la cabeza me estaba empezando a doler. Me incorporé


apenas lo vi y traté de limpiarme las lágrimas con la contra cara de la mano. Sin
decir nada, con únicamente la toalla cubriendo su cuerpo, se sentó a mi lado y
buscó mis labios.

—No llores más. Esta noche es para vos y solamente para vos. Olvidate de todos
tus problemas y dejate llevar —me dijo mirándome a los ojos luego de un largo y
tierno beso.

—Vale...

Me predispuse de la mejor manera y decidí que obedecería todo lo que él me


dijera. Cerré los ojos, me concentré lo máximo que pude y dejé de pensar en
Benjamín. Así mismo, me volví a recostar en la cama y esperé a que Alejo
decidiera comenzar.

—Vos dejame a mí —me susurró al oído.

Dándome suaves besitos en el cuello, llevó una de sus manos al final de mi vestido
con la intención de comenzar a quitármelo. No tenía prisa, se recreaba acariciando
mis muslos mientras lentamente iba enrrollando el vestido, que si bien no estaba
del todo ceñido a mí, no era tarea fácil estando yo acostada con parte de su peso
encima mío. Pero él sabía muy bien lo que hacía y se las ingenió perfectamente
para subirlo hasta mi cintura sin interrumpir ninguna de las maniobras que estaba
realizando.

—Tranquilizate —me dijo de pronto.

Efectivamente, estaba temblando y no me había dado cuenta. Tenía los ojos


cerrados y me dejaba hacer, pero estaba como un flan. Me senté en la cama e
intenté respirar profundo. Él me abrazó y apretó su torso contra el mío.

—Si querés parar, paramos. No hay ningún problema —me dijo.

Volví a cerrar los ojos y agaché la cabeza. No podía sacarme a Benjamín de la


cabeza. Por más que lo intentaba, seguía incrustado ahí. Sabía perfectamente que
esa vez no era ni iba a ser como las otras, hacer el amor con Alejo ya significaba
cruzar la última puerta hacia la infidelidad. Y tenía muchos sentimientos
encontrados. Yo amaba a Benjamín con toda mi alma y eso no iba a cambiar, pero
esa última semana se había desentendido completamente de mí. Y si hubiese sido
únicamente por el trabajo quizás lo habría entendido, pero haber descubierto que
sus horarios de trabajo no eran los que él me había dicho y haberlo visto en la
calle almorzando con una chica que yo no conocía de nada, además de que
también sospechaba que se estaba quedando a dormir en la casa de esa mujer o
de alguna otra, me había hecho llegar a pensar lo peor y a que mi confianza en él
decayera hasta el subsuelo. En cambio, Alejo había estado a mi lado y, durante
esos días, me había dado el sustento emocional necesario para no terminar de
derrumbarme. En otras palabras, Alejo había sido mi verdadera pareja esos días.

«Benjamín no invierte ni la mitad de tiempo en pensar en mí que la que yo


invierto en pensar en él»

No lo merecía. Benjamín no merecía que siguiera derrochando ni un solo segundo


más en él.

—No, no pares. Sigue, por favor —le dije mientras me terminaba de quitar el
vestido.

Alejo sonrió y volvió a hacer que me tumbara en la cama con la fuerza de un beso
descomunal. Me abracé a él y le devolví el favor poniendo todo lo que pude de mi
parte. Mis remordimientos habían quedado a un lado y mi mente por fin estaba
despejada. Ya no tenía ningún motivo para contenerme. Como bien había dicho él:
ese era mi momento, esa era mi noche. Y la iba a disfrutar lo máximo posible.
Cuando mis primeros gemidos comenzaron a salir provocados por sus constantes
caricias, Alejo separó su boca de la mía e inició un lento descenso a través de mi
torso. Mientras bajaba, alternó por mi cuello y hombros pequeños mordiscos y
suaves besitos que me hacieron erizar la piel. Recién se detuvo cuando llegó a mis
pechos, que todavía estaban cubiertos por el sujetador negro de encaje que había
elegido especialmente para esa noche. Me hizo gracia en el momento, porque
Alejo lo desprendió de un solo intento y lo tiró a un lado como si no significara
nada para él. Eso me dio más fuerzas, si cabía, para evitar que cosas innecesarias
volvieran a mi cabeza.

—Sos hermosa.

Con cada uno de sus brazos colocados a mi lado aguantando el peso de su cuerpo,
Alejo me dijo esas palabras mirándome a los ojos con un galanteo que no era
propio de él. Me ruboricé y giré la cabeza para evitar su mirada. Luego se dejó
caer sobre mí y hundió su cara entre mis pechos, donde continuó con su rutina de
besitos. Parecía que todo lo hacía en cámara lenta. En otras ocasiones había sido
bastante más enérgico, incluso diría que bruto, pero en ese momento parecía que
quería hacer todo con presición milimétrica, como con miedo a equivocarse y que
algo malo pudiera pasar. Por ese motivo, lo sujeté de la nuca con fuerza y
presioné su cara más contra mí piel. Él entendió el mensaje y enseguida cambió
los besos por unas vigorosas succiones en el centro de mis pezones. Alzó ambas
manos y comenzó a estrujarlos sin dejar de chupar. Le solté la cara, cerré los ojos
y ya sólo me dediqué a disfrutar lo que me estaba haciendo.

Tras varios minutos recreándose con mis mamas, continuó descendiendo, esta vez
con un poco más de prisa, hasta llegar a mi monte de Venus. Paró entonces y me
miró a los ojos para pedir mi autorización. Sin estar muy segura (diría que más
por vértigo que por miedo) asentí. Me sentía como una adolescente a punto de
perder la virginidad. Esta completamente cohibida. Una cosa era hundirle la cara
en mi pecho y otra muy distinta era presenciar como preparaba el terreno donde
luego iba a enterrar su miembro. Era como si todavía no fuera del todo consciente
de que estaba a punto de hacer el amor con él. Por suerte, yo era una mera
espectadora en esos momentos y Alejo era el que llevaba la voz cantante. Mientras
yo trataba de cerrar las piernas por la vergüenza, él hundió su nariz en mi braga y
suspiró de forma escandalosa, provocando que mi cuerpo se contrajera y se
deslizara hacia abajo por la cama. Luego, apartó la tela negra y comenzó a hacer
lo mismo, pero esta vez sin hacer contacto con mi piel.

—Te lo juro, no me voy a aburrir nunca de este perfume.

Poco a poco, la calentura corporal comenzó a superar a la mental y, a ese ritmo,


empecé a perder la vergüenza. Alejo siguió olfateándome cual perro a su pareja,
pero sin hacer contacto en ningún momento. Levanté la cabeza y lo miré
expectante. Me estaba impacientando eso que estaba haciendo. No estaba
despeserada por que avanzara, ni nada por el estilo, pero cada soplido de aire que
impactaba contra mi intimidad me hacía estremecer. Me miró él también y, sin
darme ninguna señal, finalmente dejó caer su cara en mi entrepierna. Fue
repentino, lo que provocó que mis piernas hicieran el intento de cerrarse,
encontrándose con la cabeza de mi amigo en el camino.
—¡Perdona! —intenté decirle, pero no me hizo caso y comenzó a lamerme como ya
había hecho en otras ocasiones.

Y eso era lo que faltaba. A los pocos segundos ya me estaba retorciendo sobre la
cama y tratando de ahogar los gemidos. Alejo había iniciado un rápido movimiento
de lengua sobre mi clítoris y no parecía que tuviera intención de detenerlo. Llegó
un momento en el que tiré de su rubia cabellera para apartarlo de mí. Por más que
hubiera estado más de una semana "practicando", mi cuerpo todavía no se había
acostumbrado a esos ajetreos. Él, lejos de intimidarse por mis brutos forcejeos, se
ciñó más fuerte a mí y metió de golpe dos dedos dentro de mi vagina. Un
resonante alarido salió de mi garganta y exploté al instante. Solté sus pelos y me
agarré al respaldar de la cama mientras levantaba la cadera con la boca de Alejo
todavía pegada a mi cosita. Él recién se desprendió de mí cuando durante los
últimos coletazos de mi orgasmo.

Había sido sensacional, al igual que las otras veces, pero sentía que ya no tenía
fuerzas para nada más. Alejo se volvió a acomodar encima mío y buscó besarme.
Yo todavía estaba medio extasiada y apenas moví los labios. Él lo notó y se
recostó a mi lado abrazándose en cucharita a mí.

—Vamos a descansar un rato —me dijo al oído.

Sin responderle, sujeté su brazo y apoyé la cabeza en la almohada. Notaba su


durísimo bulto haciendo fuerza contra mi culo. Y me sentí mal por él. La mayoría
de las veces él se tenía que aguantar después de hacerme disfrutar a mí. No me
parecía nada justo, pero es que me había quedado sin fuerzas. Supongo que se
debía a los nervios iniciales, sumado a que había estado llorando durante tanto
tiempo, más el desgaste provocado por el orgasmo... Quise darme la vuelta y al
menos ver si lo podía aliviar con la mano, pero estaba rendida.

—Gracias por todo, Ale —dije dándole un beso en el brazo.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.

—Ya está, Clara... Ya son las dos de la mañana. Mi novia ya se habrá ido a dormir
y ahora mismo debe estar pensando en irse a pasar unos días con su familia para
no tener que ver mi puta cara durante un tiempo. Dame las malditas llaves.

—Estoy intentando trabajar, haz un poco de silencio, por favor.

Llevaba más de cuatro horas encerrado en ese despacho. Había intentado todo
para salir de ahí. Obviando el hecho de que había revisado en cada recoveco del
cuarto en busca de las llaves, había intentado convencerla diciéndole que
necesitaba ir al baño, que me dolía la cabeza, que en realidad todavía me quedaba
trabajo por hacer. Lo había intentado todo. Bueno, todo excepto lo que ella quería,
que era que me la follara.

—Te juro por lo que más quieras, que mañana voy a informar de esto a Mauricio y
a todo el que tenga más poder que Mauricio. Me dan igual las putas
consecuencias. En serio, me la sudan a más no poder. Estoy harto ya de ti, de los
problemas que me trae este puto trabajo a mi vida personal, de Mauricio, de Lulú
y de sus putas madres. Ya me da igual todo. No pienso quedarme ni un día más a
trabajar 16 putas horas para que, encima, una puta niña caprichosa me cague la
vida como lo está haciendo.

Clara seguía sellando y parecía que no me hacía caso, pero yo sabía que me
estaba escuchando con atención. Cada palabra que salió de mi boca fue sincera.
Todo fue dicho con una tranquilidad sorprendente, pero eso no cambiaba que
estuviera hablando completamente en serio.

—No sabes lo cachonda que me pone oírte en plan Rambo —dijo de pronto.

—Cállate, haz el favor, hija de la gran puta.

—Entonces deja de llorar. Fóllame y saldrás de aquí antes de decir "Rocío" —


concluyó mofándose de mí y con frialdad.

Me levanté como una fiera y fui hasta donde estaba ella. La cogí del cuello de la
camisa, la levanté de la silla y la estampé contra la pared de espaldas. Estaba muy
enfadado y estaba a punto de perder el control. Su expresión fría no había
cambiado ni un ápice y eso me molestaba. Hería sobremanera mi orgullo de
hombre que no le impusiera ni un mínimo de respeto. Ni aun teniéndola así,
empotrada contra la pared y mirándola con odio.

—¿Qué vas a hacer? —me dijo con desprecio—. ¿No eres hombre suficiente como
para meterme la polla pero sí para levantarme la mano?

Eso fue el detonante. Cegado por la ira, la sujeté por las caderas y la giré en esa
misma baldosa, dejándola, esta vez, de espaldas hacia mí. Soltó un grito debido a
mi rudeza que ahogó enseguida, pero no hizo nada para liberarse.

—Vamos, hazlo. Estás desesperado por catarme.

Con la respiración alterada, le remangué la falda hasta arriba y me encontré de


lleno con su espectacular culo enfundado en unas medias semitransparentes que
ascendían hasta la cintura. Detrás, pude distinguir un pequeño tanga blanco que
se escondía tras esas generosas nalgas. Intenté desgarrar esa tela que me
impedía llegar a mi objetivo, pero fracasé en varios intentos. Ella no hacía nada, se
mantenía apoyada en la pared esperando a que todo saliera de mí.

—Puedes bajarme las medias. No vas a ser más macho por rasgarme la ropa —dijo
girando un poco la cabeza.
Hasta en eso me hacía sentir un inútil la hija de puta. Lo peor es que le hice caso y
le bajé la prenda, luego el tanga y hasta ahí llegaron mis acciones. La ira
rápidamente se había transformado en impotencia. Y la impotencia no tardó en
convertirse en frustración. Por eso cuando, torpemente, estaba tratando de
abrirme el cinturón, empecé a darme cuenta del error que estaba cometiendo y las
lágrimas no tardaron en hacer su aparición.

—Vaya con el machito... Quítate, anda —dijo con una mezcla de enfado y
menosprecio.

Me tiré en el suelo y ahí me quedé con la cabeza gacha sollozando como un niño.
Me hubiese gustado follármela al menos para cerrarle la boca de una puta vez,
pero había fracasado en eso también. Sentía que no era capaz de hacer nada bien,
ni incluso lo que se suponía que estaba mal hacer. Quizás mis problemas se
solucionarían si me tiraba a Clara, pero no podía hacerlo, y mucho menos en ese
estado. El mundo se me había venido abajo y no sabía cómo hacer para
quitármelo de encima.

—Bueno —dijo de pronto Clara.

Levanté la cabeza y la vi junto a la puerta con la ropa acomodada y con su bolso


colgando del hombro. Miré a su escritorio y parecía que ya había terminado con su
trabajo. Hasta en eso había conseguido engañarme.

—Es evidente que me equivoqué contigo —continuó—. Eres puro envoltorio,


Benjamín. Por fuera pareces un hombre hecho y derecho, pero por dentro no eres
más que un blandengue miedoso y cobarde. Dos veces estuviste a punto de
follarme y las dos veces te echaste atrás en el último momento. Que sepas que no
habrá una tercera, acabas de aniquilar... de pisotear... de moler todo lo que me
atraía de ti. Es más, siento repulsión por haber dejado que me sobes tanto.

Hizo una pausa, se levantó la falda, se bajó las medias junto con su ropa interior
(dejándome ver por última vez su coñito) y me señaló el interior de la telita de su
tanga. Encima tenía una bolsita del tamaño de... sí, unas llaves. La recogió, vació
el contenido, se volvió a acomodar la ropa y luego abrió la puerta.

—Toma. Si hubieses sido un poquito más hombre, habrías salido de aquí hace
cuatro horas y sin la necesidad de tener que hacer nada conmigo. Buenas noches,
Benjamín. Ah, y a partir de mañana volveremos a ser desconocidos, ni se te ocurra
volver a acercarte a mí.

Si bien le puse atención a esa última advertencia (en parte porque me tiró las
llaves a la cara), el resto de insultos me entraron por un oído y salieron por el
otro. Hundirme más de lo que estaba era imposible. Me levanté a los cinco
minutos, cuando terminé de lamentarme, y fui a buscar el móvil a mi escritorio. No
tenía mensajes, ni llamadas perdidas, ni nada. Es decir, la peor de las noticias.
Llamé varias veces a Rocío pero no hubo respuesta. No perdí ni un minuto más y
salí disparado hacia el garage en busca del coche. Ya pensaría en el camino qué
nueva excusa iba a decirle.
 

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:20 hs. - Rocío.

Ya había pasado media hora desde que habíamos decidido descansar un rato.
Cuando sentí que estaba a punto de quedarme dormida, me levanté de la cama y
me puse una bata para ir al baño. Alejo estaba despierto y se notaba que
esperando a que yo me recompusiera. Le di un besito en los labios y le dije que ya
volvía. Me di una ducha rápida y luego me tomé unos minutos para tomarme un
café. Acomodada ya en la mesa del salón-cocina, traté de espabilarme un poco
para no fallarle a mi amigo. De reojo vi el teléfono móvil y no pude evitar cogerlo.
Ya estaba totalmente decidida a hacer lo que iba a hacer, pero quería ver si al
menos Benjamín había tenido la dignidad de dar señales de vida. Rápidamente
comprobé que no y volví a ponerme de mal humor. Ya no me interesaba dónde
estaba o lo que estaba haciendo, por eso silencié el móvil y volví a la habitación.

Apenas abrí la fuerta, enfoqué la cama y me lancé encima de Alejo para comerlo a
besos. Él me recibió con todo gusto y no tardamos en volver a ponernos a tono.
Entre caricia y caricia, decidí que ya era el momento de devolverle el favor y metí
mi mano dentro de su calzoncillo. Ya estaba listo para la acción y no quise hacerlo
esperar más. Lo despojé de la prenda y me dispuse a hacerle una felación.

—Vení —me dijo—. Vamos a hacer un '69'.

—No —respondí sin darle a tiempo a más—. Ahora te toca a ti disfrutar y quiero
hacerlo bien.

Aceptó sin reparos y rápidamente me puse manos a la obra. Mi cabreo era notable
y se notó por la ferocidad con la que le estaba haciendo la mamada. Era como si
hubiese pasado de querer hacerlo hacer sentir bien a él a querer darle una lección
a mi novio. Lo cierto es que Alejo no se quejó y me incitó a que siguiera de esa
manera, así que daba igual qué motivos tuviera mientras lo hiciera bien.

—Uff, Rocío... Así, reina, así... —bufó poco antes de ponerme una mano en la
cabeza para ayudarme en el sube y baja.

Eso me motivó aún más e incrementé la velocidad de la chupada. Alejo me puso


una mano en el culo y fue bajando hasta llegar a mi cosita. Metió un dedo de golpe
y luego otro. Estiré una mano y la puse en su cara intentando decirle que no
quería que me tocara. Pero no se detuvo, es más, introdujo un tercer dedo y
potenció el metesaca. Volví a aplastarle la cara con la mano, ignorando si le estaba
haciendo daño o no, y comencé a bramar con su pene todavía metido en mi boca.
Yo no tenía tanto aguante como él y rápidamente me llevó al borde del orgasmo
sólo con sus dedos. Dejé de chupársela y enterré mi cabeza en su pubis para
disfrutar del inminente orgasmo. Él me agarró de los pelos de la coronilla y me
llevó la cabeza hasta su miembro nuevamente. Estaba claro que esta vez no
quería quedarse sin su premio. Abrí la boca como pude y volví a introducírmelo. Ya
mis movimientos no eran tan rítmicos y empecé a hacer alarde de toda la torpeza
que había en mí. Ya no era lo mismo, por eso en un principio no había querido que
me tocara. Abandoné la idea de usar los labios y continué con la mano.

—Se me está cansando el brazo. Vení para acá —me ordenó entonces.

Me rodeó de la cintura con ambos brazos y me colocó en la posición que me había


sugerido antes. Hundió su cara de nuevo en mi vagina y, a los veinte segundos
contados, volví a estallar en su boca. Sin saber cómo, mi mano no dejó de
masturbarlo en ningún momento y él también terminó por llegar a su merecido
clímax. Su esperma salió despedido por todos lados, ya que yo había perdido la
noción de donde estaba y no llegué a tiempo para apuntarlo hacia mi cuerpo. Pero
poco me importó en ese momento. Cuando terminé de convulsionar, me eché
hacia atrás y me quedé mirando al techo con las piernas apoyadas sobre el torso
de Alejo.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 03:00 hs. - Benjamín.

Ya se habrían cumplido diez minutos desde que había llegado al edificio en el que
vivíamos. Tuve que aparcar afuera porque no tenía a mano las llaves del garage
para inquilinos. Me había bajado del coche y estaba sentado en el capó esperando
a reunir el valor necesario para entrar en casa. Media hora me llevó pensar una
excusa creíble para decirle. No me atrevía a contarle la verdad, porque esa verdad
tenía un trasfondo que no creía que Rocío fuera a entender del todo. Así que me
decidí por volver a utilizar a Mauricio y la carga de trabajo a la que estaba
sometido desde hacía días. Ya que no me había llamado ni mensajeado, iba a
utilizar eso a mi favor para decirle que mi teléfono se había sin batería y que por
eso no pude llamarla.

—Qué asco de vida...

Metí las manos en la guantera y cogí las llaves de casa. Cerré el coche con llave y
me dirigí hacia el portal del edificio. Abrí la puerta y fui directo a llamar al
ascensor. Agradecí como nunca la lentitud de ese aparato. Estaba aterrado, no
sabía lo que me iba a encontrar ahí dentro. Sabía que Rocío ya estaría durmiendo,
pero también sabía que cuando me fuera a acostar a su lado se despertaría.

«Seguramente se fue a dormir triste. O peor, enfadada...»

Había salido decidido de la oficina a encontrarme con Rocío y darle una explicación
por ese nuevo fallo mío. Pero, ya tranquilo y en frío, me lo estaba repensando
todo. ¿Qué sentido tenía despertarla a esa hora? ¿Para qué? ¿Para hacerla pasar
un mal momento? Realmente no tenía sentido. Llegó el ascensor y subí con
resignación. Ya estaba ahí y no tenía ningún otro lugar al que ir. Pensaba en entrar
en casa y acostarme a dormir en el sofá. A la mañana ya tendríamos tiempo para
hablar.
Llegué a mi planta a las tres y cuarto pasadas. No se oía un alma en el pasillo.
Caminé lentamente hacia mi puerta, muy lentamente, hasta que me detuve a unos
metros de ella. Me temblaban las piernas. Me sentía como un niño que estaba a
punto de entrar en la oficina del director luego de haber hecho una travesura.

—¿Benjamín? —dijo una voz detrás de mí.

—¡Noelia! —salté al darme la vuelta.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —me preguntó sorprendida. Venía subiendo las
escaleras, que estaban a unos metros a la derecha del ascensor, y me fijé que
estaba vestida con su ropa de camarera. Parecía que ese día le había tocado un
horario de mierda a ella también.

—Vengo de trabajar, Noe...

—¿Y por qué estás quieto ahí?

—Verás...

—¿Pasó algo? —se preocupó.

—¿Podemos ir a tu casa? Me vendría bien tu consejo ahora mismo... —casi que le


rogué. Había encontrado mi salvación en mi cuñada. No quería entrar en casa,
tenía mucho miedo.

—Ay, cuñadito... ¡A saber lo que habrás hecho! —dijo dándome un golpecito en la


frente—. Mira, porque es tarde y Rocío ya debe estar durmiendo, que si no te
mandaba con ella de una patada. Ven, pasa y cuéntame qué te ocurre.

—Gracias, Noelia... —le dije. Y, con el rabo entre las piernas, entré en su
apartamento.

En casi media hora le conté todo lo que me había pasado esa noche. Puse más
énfasis en mi promesa a Rocío y de cómo Clara me había encerrado en la oficina
de mi jefe. Le hablé de ella también, y de Mauricio, y de cómo me había visto
envuelto, sin comerla ni beberla, en la relación de ellos dos. Obviamente había
ocultado los detalles que no me convenía que supiera, tal y como había hecho con
Lulú.

—Si no fuera porque tienes esa cara de perro degollado, no me hubiese creído ni
media palabra de lo que me has dicho. Parece todo sacado de una telenovela —
exclamó levantándose del sillón.

—¿Entiendes ahora por qué necesito alguien que me asesore?

—Eres un desgraciado, Benjamín... —dijo riendo esta vez—. Y mira que yo hoy salí
del trabajo pensando en que no le desearía mi vida a nadie.
—¿Vas a estar mucho tiempo más riéndote de mí o tienes planeado ayudarme? —
le dije ya un poco mosqueado. No estaba para risas.

—Vale, vale, no te enfades. Pero es que tampoco creo que pueda decirte mucho —
decía mientras cortaba una pizza para que comiéramos los dos—. Ya sabes como
es Rocío, seguramente se haya ido a dormir enfadada, pero si mañana pasas todo
el día con ella, seguramente se le olvide.

—Sí, lo pensé, pero... ¿Tú crees que debería contarle toda la verdad?

—Mira, anoche Rocío estuvo aquí y me planteó todas sus preocupaciones.


Tranquilo, fue más o menos lo de siempre; que si tu trabajo, que si no tienes
tiempo para ella, que si la soledad, bla bla bla. La animé a que siguiera teniéndote
paciencia, que ya cuando tuvieras tiempo libre, no la dejarías ni ir al baño sola.

—¿Vino a verte anoche? Vaya... ¿Cómo la viste? —me interesé. Creo que se me
iluminaron los ojos.

—Está bien, en serio. Más allá de que viniera a buscar consejo, la noté mucho más
positiva y alegre que lo normal.

—Vale... —respondí. Me alegraba en cierta medida que lo estuviera llevando bien


—. ¿Entonces le cuento lo que me pasó hoy o no?

—A eso voy, calla —dijo antes de darle un mordisco a su margarita—. Rocío se


pone triste a veces porque no pasa tiempo contigo, ¿de acuerdo? Si le cuentas que
hay una guarrilla en tu trabajo que te está acosando, seguramente se vaya a
pensar lo que no es, y ahí empezarán las paranoias. Porque tu trabajo es una
mierda, Benjamín, hoy sales a las tres de la mañana y quién sabe si mañana a las
nueve de la noche. Al primer inconveniente que se te presente, mi hermana va a
sacar conclusiones de mierda y, por más que tú te expliques, no te va a creer.

—Ajá... —yo escuchaba atentamente cada palabra que me decía. Yo tenía a Noelia
como mi maestro Yoda particular.

—Por eso, quédate a dormir aquí esta noche y ya mañana te metes temprano en
casa, con una excusa creíble, no seas tonto, y ves qué tal responde. Luego ya
sabrás qué hacer.

—Vale, vale. Entiendo...

—Bueno, ahora cuéntame más sobre esa tal Clara...

Nos quedamos hablando diez minutos más sobre nuestros trabajos y luego
recogimos todo para irnos a dormir. Muy amablemente, como era habitual en ella,
y a pesar de estar agotada, me preparó la habitación de invitados y me puso a
lavar la muda de ropa que tenía en la mochila. Le agradecí mil y una vez por
haberme ayudado y luego me fui a la cama. Me quedé un rato bastante largo
pensando en todo lo que había pasado esa noche, en Rocío y en lo que le diría por
la mañana cuando la viera. Las ansias de que terminara esa noche nefasta eran
muy grandes y me costó más de lo habitual quedarme dormido.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 02:30 hs. - Rocío.

—Ya estoy listo, princesa. ¿Vos?

—Dame cinco minutos, por favor.

—Sí, no hay problema.

Tras intercambiar esas palabras con Alejo, me levanté de la cama, me puse una
bata y fui a la cocina a beber un poco de agua. Inconscientemente estaba
intentando de estirar lo máximo posible el momento. En el fondo lo sabía, como
también sabía que ya no había vuelta atrás. Pero no me había arrepentido, ni
mucho menos, era el miedo a lo desconocido lo que me mantenía en pausa. ¿Qué
desconocido? Pues que nunca jamás había estado con otro hombre que no fuera
Benjamín. Y eso me hacía ir en cámara lenta.

—Hola, Lunita. Ven —le dije a mi gata cuando se asomó por el pasillo.

La gata se quedó quieta en el lugar mirándome fijamente. La volví a llamar


enseñándole los dedos pero tampoco me hizo caso. Normalmente no me hacía
falta más de un intento para que Luna viniera a mi lado. Era muy cariñosa para ser
un gato. Me puse de pie y me acerqué yo a ella para cogerla en mis brazos. No sé
por qué, pero necesitaba hacerlo. Cuando ya casi le había puesto las manos
encima, se deslizó por mis dedos y salió corriendo al cuarto donde lavábamos la
ropa. Me quedé desconcertada. Ya sé que no hacía mucho tiempo que la tenía,
pero nunca me había hecho un feo como ese. Me preocupé y pensé en la
posibilidad de que estuviera enferma o lastimada, así que la seguí hasta el
cuartito. Entré y la busqué con la mirada, pero no la vi por ninguna parte. Me volví
a preocupar, estaba segura de haberla visto entrar ahí. Un suave maullido
proveniente de atrás de la puerta me hizo girar la cabeza e ir a revisar a ese sitio.
La gata se había acostado sobre un montoncito de ropa colorida y me miraba
desde ahí como si la cosa no fuera con ella. La cogí en brazos de nuevo, pero no
tardó nada en liberarse y volver a la suavidad de esas prendas sucias en las que se
había acomodado. La secuencia se repitió un par de veces más.

—¿Qué te pasa? —le pregunté extrañada.

La gata maulló y se recostó nuevamente en el sitio. Cansada, le quité el montón


de debajo y lo tiré a un lado. Testaruda yo, la fui a levantar otra vez, pero me
volvió a ganar en velocidad e insistió en acostarse en esos trozos de tela sucia.
—¡Basta! ¿Qué tiene eso que te gusta tanto? —exclamé mientras levantaba y
examinaba las prendas. Pero no necesité más de un repaso para darme cuenta de
qué era lo que estaba sujetando—. Vaya... Es el pijama de Benjamín...

Sentí que el cielo, o lo que fuera, me estaba jugando una broma de mal gusto. ¿Mi
gata, mi fiel gata, me estaba dando la espalda por irse, por decirlo de alguna
manera, con Benjamín, con quien apenas había tenido contacto, justo en el
momento en el que estaba a punto de consumar una infidelidad? Sinceramente,
me quedé atónita.

Volví a dejar el pijama en su sitio y me senté a su lado. Mientras veía como me


miraba, comencé a llorar una vez más. Ella seguía en el sitio observándome,
cuando en otras ocasiones, estando triste, se había acercado a mí para mimarme.
Sí, eran lágrimas de tristeza, de saber que mi relación se estaba yendo a pique y
no exactamente por mi culpa.

—¿Qué hago? —le pregunté sollozando a mi gatita.

Estaba empezando a sentir apuro, nervios, ansias. Busqué con la mirada por el
habitáculo algo que pudiera ponerme para poder salir corriendo de esa casa. Lo vi
clarísimo en ese momento. Me iría con mi hermana, o a algún hotel, a cualquier
sitio para poner en orden mi cabeza y decidir lo que haría con mi vida.

—¿Es eso lo que quieres? ¿Ese es el mensaje que estás tratando de darme? —volví
a consultarle a la pequeña felina. Y no sé si estaba teniendo visiones, si ese
momento paranóico estaba empezando a afectar a mis sentidos, pero juraría que
la vi asentir.

Le devolví una sonrisa, le di un besito en la frente y me puse lo primero que


encontré. Caminé de puntillas por el pasillo y cuando llegué al salón, metí mi
teléfono y las llaves en la cartera y me dirigí hacia la puerta.

—¿Estás bien, Rocío? —gritó Alejo desde la habitación.

Me frené en el lugar y sentí como una estampida de realidad se estrellaba contra


mi cara. La voz de Alejo retumbó varias veces en mi cabeza y me hizo recular.

—¿Qué estoy haciendo? —me dije a mí misma.

Me di media vuelta y regresé al cuarto de la ropa sucia. Como si se tratara de un


ser humano, alcé a Luna y le dije con todo mi corazón:

—Lo siento... Lo siento de verdad...

La dejé en su lugar, me desnudé, volví a ponerme la bata y salí casi corriendo a la


habitación.

—¿Qué estabas haciendo? —me dijo Alejo cuando me vio.


—Arreglar unas cositas... —le dije.

—Bueno, no importa. ¿Ya estás lista?

—Sí. Ya estoy lista.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 03:00 hs. - Habitación de Benjamín y


Rocío.

Todo estaba dispuesto para que Rocío concretara, por fin, su infidelidad con Alejo.
Ya estaba mentalmente preparada y no quedaban más obstáculos que pudieran
detenerla. Por su parte, Alejo estaba a punto de conseguir lo que quería. Él sabía
bien que ese era el último paso para tener comiendo de su mano a la chica que
tantos dolores de cabeza le había dado.

Sonriendo, Alejo le pidió a Rocío que se acercara a él. Ella se quitó la bata,
despacio, haciéndola deslizar por su espalda, y se recostó encima de él. Ambos
buscaron sus bocas y se fundieron en un beso tan deseado como húmedo.
Ninguno de los dos quería seguir estirando el momento, así que él se retiró de
abajo y la colocó a ella en ese lugar. Arrodillado ya en frente de su compañera, se
palpó el pene para comprobar su lubricación y luego la tocó a ella para hacer lo
mismo. Se notaba que todavía estaba nerviosa, así que él se inclinó un poco y la
volvió a besar mientras la masturbaba con suavidad. Rocío se abrazó a él y abrió
un poco más las piernas para facilitarle la tarea a su amante. Cuando este
consideró que ya estaba todo en orden para comenzar, se enderezó de nuevo y se
separó un poco para colocar su pene en la entrada de una vagina ya preparada
para recibir lo que hacía tiempo se le estaba negando.

—Espera, Alejo... —dijo de pronto ella.

—¿Qué pasa? —dijo él. Ya estaba harto de tantas vueltas. Hacía dos horas que la
chiquilla le estaba dando largas.

—Abre el segundo cajón —dijo señalando la mesita de noche—. Hay una caja de
preservativos dentro.

Alejo había esperado y confiado en que no se lo pidiera, pero Rocío nunca en la


vida había practicado sexo sin protección. Él lo supuso y se resignó a tener que
hacerlo como ella quería. No quería perder más tiempo, abrió el cajón y sacó la
pequeña caja, que ya había sido estrenada.

—Fue un regalo de mi hermana, je... No tuvo la decencia ni de darme una sin abrir
—rio la joven para tratar de distenderse un poco.
«Me importa una mierda» pensó él. Le sonrió, le acarició una mejilla para
mantener el papel de hombre cariñoso y luego abrió el envoltorio del primer
condón que tenía pensado utilizar esa noche. Se lo colocó rápidamente y terminó
de disponer el tablero para esa noche. Cada músculo del cuerpo de Rocío se tensó,
pues sabía que el momento ya había llegado. Él buscó la mirada cómplice de ella y
esperó a obtener una última respuesta positiva. La chica la esquivó, estaba
nerviosa como nunca lo había estado en su vida, ni siquiera en su primera vez.
Alejo, armándose de paciencia, le dijo unas últimas palabras:

—Relajate, mi amor. Ya te dije que este es tu momento. Vaciá tu cabeza de cosas


innecesarias y dedicate a disfrutar. Decime que sí, que lo vas a hacer.

—S-Sí... lo voy a hacer —le respondió con la voz entrecortada y no con mucha
seguridad.

—No, así no me sirve. Quiero que me des la seguridad de que te vas a olvidar de
todo y vas a pensar en vos nada más —repitió. Alejo no hacía esto porque le
preocupara la chica, lo hacía porque le parecía un buen método para que se
terminara de autoconvencer y no le siguiera dando la lata.

Rocío cerró los ojos, respiró profundo, hizo a un lado todos sus miedos y,
finalmente, le dio la aprobación a su amante para que comenzara a escribir esa
nueva página en su vida: —Sí, Ale... Te prometo que lo voy a hacer.

Sin poder ocultarlo, al muchacho le salió una sonrisa triunfante con ciertos tintes
maliciosos y, sin esperar ni un segundo más, colocó su falo en la entrada de esa
vagina que tantas ganas tenía de perforar. Rocío se aferró a las sábanas de la
cama y se mordió los labios mientras Alejo comenzaba a introducir su pene. Miles
de sensaciones comenzaron a sacudirla, su cuerpo entendió rápidamente que
estaba a punto de adentrarse en un nuevo mundo y así se lo hizo saber a su
dueña. Pero las buenas duraron muy poco. Cuando ya medio tronco estaba
adentro, la joven lo frenó poniendo sus manos en el pecho de él y le pidió,
negando con la cabeza, que se detuviera. Por la expresión de su cara, Alejo
comprendió enseguida que le estaba doliendo. Y, en ese momento, el tiempo se
detuvo unos segundos para él. Hasta ahí, había calculado milimétricamente cada
movimiento; se había cuidado de no cometer ningún error para que ella no se
terminara echando para atrás, pero su paciencia había alcanzado su límite. Colocó
ambos brazos a los lados de Rocío y luego, como si se tratara de una flexión,
estiró sus piernas para ponerse lo más cómodo posible. Rocío mantenía los ojos
cerrados y soportaba el dolor como mejor podía. No era un dolor tan intenso y
punzante como en su primera vez, pero lo era lo suficiente como para querer
detener todo eso en ese preciso instante.

—Ale, Ale... No puedo... Por favor...

Él sabía lo que le iba a pedir, pero no estaba por la labor. Una vez acomodado
como él quería, dejó caer su cuerpo y empujó todo lo que quedaba de pene al
interior de la estrecha vagina de Rocío. El dolor se multiplicó por cuatro y ya no
pudo conservar los ojos cerrados. Un grito agudo como chillido de bebé salió
directamente de su garganta y se expandió por toda la habitación y parte de la
casa. Automáticamente comenzó a hacer esfuerzos sobrehumanos para que Alejo
se separara de ella.

—¡Me duele, Alejo! ¡Me duele mucho! ¡Sácalo, por favor!

—Es increíble... Es como si fueras virgen, Rocío —dijo con desdén.

—¡Sácalo! ¡Por favor! —suplicó la joven.

—Rocío, calmate. No entiendo por qué te duele tanto, pero ya se te va a pasar. Yo


me voy a quedar quieto un rato, dejá que tu conchita se acostumbre a mi tamaño.

Aunque intentaba ocultarlo, él estaba encantado con la situación. La estrechez de


la matriz de Rocío y los contínuos movimientos de ella por intentar expulsar a su
huésped le estaban proporcionando un placer que pocas veces había
experimentado. Alejo sentía que la vida era maravillosa en ese momento.

—No puedo, te lo juro, no puedo... —fue lo último que dijo Rocío antes de romper
a llorar.

—Rocío, escuchame... bien —dijo como pudo. Las buenas sensaciones estaban
empezando a hacerle efecto—. Quedate quieta, en serio, y el dolor va a pasar. Si
te seguís moviendo como una pelotuda no se te va a pasar más.

—¡Me duele mucho! —insistió ella.

—Haceme caso... quedate quieta.

—¡Me duele, Alejo! ¡Me duele!

—¡QUEDATE QUIETA, CARAJO!

El grito proferido por un ya hartísimo Alejo retumbó en toda la casa mucho más
que el alarido de ella de antes. Rocío se quedó quieta y muda al mismo tiempo.
Nunca antes había visto a su amigo de la infancia tan descolocado. Quedó tan
impactada por su reacción que decidió morderse los labios para tratar de ignorar el
dolor que sentía en su entrepierna. Alejo se había impuesto con éxito, pero sabía
que había metido la pata. Ahora la chica tenía girada la cabeza hacia un lado y
había cerrado los ojos, como víctima esperando a que la violación terminara
pronto. No era eso lo que él quería y mucho menos lo que necesitaba. No le
quedaba más remedio que intentar salvar la situación.

—Perdoname, Ro... Soy un boludo, perdoname —se disculpó agachando la cabeza


—. Me vinieron a la mente cosas del pasado... y... Perdoname, por favor.

La muchacha abrió los ojos como pudo, intentando obviar el dolor que todavía
seguía presente, y observó la cara de su amigo. Si bien se había asustado por su
agresividad, en ningún momento había pensado mal de él. Por eso valoró mucho el
gesto que tuvo disculpándose a pesar de no haberle hecho nada.
—No pasa nada, bebé... —dijo acariciándole la cara—. Voy a hacerte caso y me
voy a quedar quieta —le aseguró.

Cosas como esas hacían que el ego de Alejo subiera hasta la estratosfera. En ese
determinado segundo, terminó por creerse un dios viviendo en la Tierra. El beso
que le dio a continuación fue de campeonato. Ella correspondió y se abrazó a él
esperando que los movimientos continuaran. Muy lentamente, el joven retiró su
miembro de aquella pequeña cavidad y volvió a introducirlo con el mismo cuidado.
Repitió la operación varias veces, aumentando cada vez más la velocidad en cada
ejercicio. Cuando notó que Rocío ya estaba más relajada, dejó su pene dentro y no
lo volvió a sacar.

—Voy a empezar a moverme —le avisó.

Ella asintió y se sujetó a su cuello para besarlo nuevamente. En cuanto a Alejo, no


habían palabras para describir lo ganador que se sentía en ese momento. Mientras
comenzaba a moverse dentro de ella, ya estaba maquinando su siguiente
maniobra. Tenía grandes planes para Rocío, planes que lo sacarían de la miseria y
con los que recuperaría la tranquilidad en su vida. Estaba radiante.

El dolor ya era casi imperceptible para ella. La suavidad con la que su amante
estaba haciendo todo había logrado tranquilizarla. Y no pasó mucho tiempo antes
de que comenzara a sentir gustito en su entrepierna. Por eso, se aferró a él con un
poco más de fuerza e intentó colaborar moviendo su cadera. Alejo había escondido
la cabeza a un lado de la suya y continuaba moviéndose a paso lento, cosa que a
ella estaba empezando a incomodarla.

—Ale... puedes... puedes... —le costaba pronunciar las palabras. La situación en sí


ya le daba mucha vergüenza, pero pedirle cosas la hacían querer morirse—.
¿Puedes ir más rápido? —dijo finalmente.

No se lo tuvo que pedir dos veces. No terminó de pronunciar la última palabra y


Alejo ya había multiplicado por tres la velocidad del metesaca. Fue entonces
cuando Rocío cayó, cuando terminó de darse cuenta, por fin, de lo distinto que
estaba siendo el sexo con su nuevo amante.

—No seas... tan bruto... porfa... —le pidió entre jadeos. Si bien le había pedido
que aumentara el ritmo, sintió que no era exactamente de esa forma cómo quería
hacerlo. Alejo no sólo había incrementado la velocidad, también la fuerza con la
que la estaba empalando. Y ya no había nada que pudiera hacerlo parar.

—¿No era así como lo querías? —rio—. En un rato me vas a pedir que no pare.

La chica no sabía cómo contestarle. Tenía miedo de que le pudiera hacer daño,
pero también sabía que él tenía mucha experiencia. Y en todos esos días en los
que habían estado haciendo cosas, nunca la había lastimado. Así que finalmente
decidió confiar en él e intentar disfrutar lo máximo posible cuando llegara el
momento.
Y no se hizo esperar. Los jadeos rápidamente se fueron transformando en gemidos
de satisfacción, el dolor terminó por desaparecer y el placer invadió todo su
cuerpo. Alejo tenía una resistencia asombrosa, llevaba diez minutos ensartándola a
ese ritmo salvaje sin detenerse. Ella, por fin, pudo dejar de lado las
preocupaciones y ya sólo se dedicó a pensar en su hombre, en aquél hombre que
la estaba deleitando como nunca nadie lo había hecho en su vida. Se mordía los
labios para no gritar, pero quería hacerlo, sentía la necesidad de aullar como una
loba, de hacerle saber a todo el mundo lo que estaba sintiendo en ese momento.
Pero los besos, que ya casi eran mordidas, de su amante le bastaban para saciar
ese deseo. Y, entonces, el primer orgasmo llegó prácticamente sin avisar. Alejo
sintió como todos los interiores de su hembra se tensaban, provocándole a él
también una sensación única. Las uñas de la muchacha se clavaron en su espalda
y, ahí sí, dejó salir esos bramidos que se habían estado acumulando en su
garganta.

Alejo aguantó como un campeón encima de ella. Todavía tenía sus uñas clavadas
en la espalda y la sangre resbalaba por su espalda en cantidades importantes.
Ambos respiraban con dificultad, aferrados al cálido cuerpo del otro, captando al
máximo la suavidad de su piel a través del susceptible contacto. Rocío tardó
bastante en salir de su trance. Cuando lo hizo, estampó a su amante un beso lleno
de agradecimiento que este recibió con todo el gusto del mundo.

—¿Ahora quién es la bruta? —rio el chico cuando sus labios se separaron.

—¡Dios mío! —exclamó ella cuando se dio cuenta.

Pasaron quince minutos en lo que Alejo se fue a limpiar las heridas y en lo que
Rocío insistió en curárselas. Eso sólo estaba impacientando más al chico, que tenía
ganas de culminar lo que había comenzado. Pero mantuvo la compostura en todo
momento. Sabía que la tenía donde quería y que ya no había necesidad de
apresurar las cosas.

—Lo siento, de verdad... —repitió por vigecimotercera vez.

—Ya te dije que no pasa nada. Eso que hiciste es lo más normal del mundo.
Quedate tranquila.

Una vez terminaron de tratar las heridas, se volvieron a recostar y comenzaron


nuevamente con las caricias. Rocío masturbó a Alejo hasta que este estuvo
nuevamente listo para la acción y luego se colocó en la misma posición de antes.

—Ponte otro preservativo —le ordenó—. Ese no me da confianza estando así de


arrugado.

Alejo ya no quería seguir perdiendo el tiempo y le hizo caso. Acto seguido, volvió a
penetrarla de una y hasta el fondo. Esta vez no hubo quejidos ni reproches. Rocío
aceptó a su invitado, a pesar de que también le dolió, sin emitir ni un solo sonido.
Enseguida retomaron el ritmo con el que lo habían dejado, aunque con bastante
menos brusquedad por parte de él.
—Sos lo mejor que me pasó en la vida —le dijo él al oído. La notaba un poquito
cansada y quería que volviera a poner de su parte. No tenía pensado dejarlo en un
único polvo esa noche.

—Gracias, bebé. Me hace muy feliz que me digas eso —respondió ella dándole un
nuevo beso en la boca.

La jugada surtió efecto y ella rodeó el trasero de Alejo con sus piernas, haciendo
presión para ayudarlo con las penetraciones. Pocos segundos después, ambos
volvían a estar entonados y disfrutando el uno del otro.

—Te quiero, Alejo —le susurraba ella mientras besaba partes de su cara al azar.

—Estoy a punto, reina. Ya casi...

—Sácalo, entonces, que sigo con la boca... —le pidió con apuro. Rocío quería gozar
de otro orgasmo, pero no estaba dispuesta a que Alejo se viniera dentro de ella.
Nunca nadie lo había hecho, y no tenía planeado romper la racha esa noche.

—¿Por qué? Tengo... puesto el condón —le recordó el chico.

—¡Me da igual! ¡Sácalo!

Al muchacho le sorprendió la terquedad de ella con el asunto. Pero no tuvo tiempo


a dedicir si le hacía caso o no, ella lo empujó y se desensartó por sí sola. Luego se
colocó entre sus piernas, le quitó la protección y continuó con la boca hasta que,
inevitablemente, eyaculó de una manera feroz en la garganta de su compañera.

Una vez terminó de tragar hasta la última gota, se enderezó y dijo con firmeza
tocándose el labio inferior con la punta de su dedo índice: —El único lugar de mi
interior en el que vas a eyacular es aquí.

Alejo se rio con fuerza y saltó hacia ella para darle un abrazo. Le maravillaba el
nivel de "emputecimiento" al que había llegado esa mujer en tan poco tiempo. Y
sabía que todo era gracias a él. La abrazó tan fuerte como quien se aferra a un
trofeo que tanto trabajo le costó ganar, lejos estaba de sentir amor en ese
momento.

—Estoy cansada, Ale... No te importa, ¿no? —dijo ella entonces.

—No, tranquila. Fue maravilloso lo que hicimos hoy —la contentó él. No estaba del
todo satisfecho, Rocío estaba demasiado buena como para no explotar ese cuerpo
al máximo. Pero prefirió no forzar las cosas y decidió guardarse para el día
siguiente, donde tenía más que claro que se la iba a volver a beneficiar.

—Lo siento, Ale... creo que necesito quedarme sola esta noche —le dijo cuando vio
que se acomodaba para dormirse al lado de ella—. Mañana hablaremos todo con
más calma, ¿vale?
—Sí, no te preocupes, mi amor.

Se despidieron con un largo beso en la boca, Alejo recogió su ropa y se fue


cerrando la puerta detrás de él. Rocío espero un poco, se colocó la bata blanca y
fue al cuarto de baño a darse otra ducha. Cuando regresó, ordenó un poco la
cama, tiró los envoltorios abiertos de los preservativos y luego se tumbó en la
cama, se tapó hasta el cuello y se quedó un largo rato pensando en lo que había
pasado y en cómo continuaría a partir de ahí. Hasta, aproximadamente, las 5 de la
mañana no logró conciliar el sueño.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Benjamín.

Los párpados me pesaban mil kilos, apenas había podido pegar los ojos esa noche,
mis pensamientos habían estado todo el tiempo con Rocío.

Diez minutos después de abrir los ojos ya estaba listo y preparado para volver a
casa. Dejé una notita escrita encima de la mesa para agradecerle a Noelia lo que
había hecho por mí y me marché.

Una vez en el pasillo, me dirigí a paso lento hacia mi vivienda de forma


inconsciente. Pero, luego de darme un par de golpecitos en la cara, me di cuenta
que era una tontería seguir estirando el momento y aceleré el paso. Saqué la llave
y abrí la puerta más decidido que nunca. Como si fuera un espía, entré tratando de
no hacer ruido, pero el salón estaba desierto y no se oía una mosca. No había
nadie despierto. Sentí un roce en mi tobillo y pegué un salto del susto. Era Luna, la
gata de Rocío. Qué susto me había hecho pegar el bicho. La aparté un poco con el
pie y fui directamente hasta mi habitación.

Abrí la puerta muy despacio, temeroso por si Rocío ya se había despertado, y me


inmiscuí con sigilo hasta llegar a los pies de la cama. Me llamó la atención el calor
que hacía ahí dentro en comparación con el resto de la casa. También había un
olor bastante desagradable. Traté de no darle importancia y me senté a un
costado de Rocío, que estaba boca abajo y tapada hasta el cuello con casi toda su
melena fuera. Le aparté un poco la cabellera para verle la cara, su rostro emanaba
paz y me hizo sonreír. La amaba con toda mi alma. Antes de despertarla, miré al
frente y me restregué un poco los ojos para espabilarme. Ya tenía claro lo que iba
a decirle, pero quería estar seguro. Y cuando estaba a punto de hacerlo, algo llamó
mi atención.

—¿Qué hace esto aquí? —murmuré. En la mesita de noche, fuera del cajón, estaba
la caja de condones que nos había regalado Noelia.

¿Qué había estado haciendo Rocío con eso? me pregunté. Enseguida se me vino a
la cabeza la imagen de ella masturbándose con sus dedos enfundados en uno de
los condones. Pero desheché la idea inmediatamente, sabía bien que mi novia
jamás se había tocado y que no iba a ser a esa altura de su vida cuando
comenzara.

Pero me empezó a picar la curiosidad. Recordaba perfectamente que mi cuñada


nos la había regalado ya abierta, y también me acordaba bien de la cantidad
exacta de unidades que había dentro, ya que ese día había calculado cuántas
veces podría hacer el amor con Rocío antes de renovar la munición. O sea, que si
Rocío había utilizado alguno, yo lo sabría con sólo contarlos...

Luego de pensármelo unos segundos, vacié la caja sobre la mesita de luz y me


dispuse a contar los condones uno por uno...

Las decisiones de Rocío - Parte 13.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Alejo

—Escuchame una cosa, me importa una mierda lo que hagan con él, pero a mí ya
no me rompan más las pelotas, ¿está bien?

—A mí me bajas el tonito, que si me da la puta gana te arruino la vida en un


minuto, sudaca de los cojones.

—Amatista, no me jodas, quedamos en que si te lo entregaba me iban a dejar en


paz.

—No, no quedamos en una mierda. Tú viniste a buscarme a mí y me ofreciste su


cabeza. Yo acepté y te dije que vería lo que podía hacer. Además, todavía no
conseguí lo que quería.

—¿Por qué?

—Porque el viejo tiene crédito. He visto como a otros le arrancaban los dedos por
un par de pavos, pero a Cerro lo dejaron irse a su casa como si nada. Y eso que
les enseñé las fotos y los audios.

—Amatista, me cago en dios, necesito que al menos consigas que me dejen de


joder durante un tiempo.

—¿Y has pensado en pagar, chaval?

—¡No tengo la plata, carajo! Por eso necesito tiempo... Ahora estoy en algo que, si
sigue yendo como hasta ahora, me va a dar mucha guita. Si me sale todo bien, les
pago a ellos, te doy algo a vos y después me voy a la mierda de esta ciudad.
—Sinceramente me la suda tu vida, Fileppi. Sólo te digo que la única forma que te
dejen en paz es que pagues y pronto. No sé por qué pensabas que vendiendo a
Cerro ibas a lograr algo.

—Qué hijo de puta que sos... Que poca palabra que tienen los gallegos...

—Tranquilo, panchito, que tú no estás para hablar mucho.

—La puta madre que te parió, te vas a arrepen...

—Cálmate, chaval, no amenaces si no vas a cumplir. Mira, voy a pagarle a los


negros lo que les debes, sólo te estaba midiendo un poco. Me encanta ver a la
morralla enfadada.

—Ya me boludeaste demasiado, te prometo que nos vamos a volver a encontrar.

—Tranquilízate y escucha, subnormal. Lo de Cerro, a la larga, me va a venir que


flipas. Tú necesitas tiempo, ¿no? Pues yo te lo voy a alquilar ese tiempo.

—Hablame claro, ¿qué mierda querés?

—Si no me equivoco, les debes una carga entera. Y eso sería...

—La mitad de una carga.

—¿La mitad? Vale... unos 23.000 euros, pero van a querer intereses, así que
digamos que con 30.000 vas bien.. Yo esta tarde mismo consigo el efectivo y les
digo que lo encontré en uno de los pisos francos en los que tú trabajabas y les
enseño alguna carta con tu firma.

—Y supongo que ese gesto me va a costar algo, ¿no?

—Vaya que sí. Además de que quiero que me devuelvas hasta la última moneda,
voy a necesitar que hagas unos trabajitos para mí durante las próximas semanas.

—¿Qué trabajitos?

—Ya en su momento te lo diré, tú sólo mantente disponible. Y no me la juegues,


chaval, que yo sí cumplo mis amenazas.

—Estoy para seguir ganándome enemigos...

—Pues eso. Pórtate bien y quizás puede que algún día pases de limpiar la mierda
de mis zapatos a limpiarla directamente de mi culo. Jajaja. Ya te llamaré.

—Chupame un huevo, forro.

Apreté con tanta fuerza el botón rojo de la pantalla que en un momento pensé que
la había roto. Odiaba que me hicieran sentir inferior. Odiaba que un don nadie que
apenas sabía leer y escribir me tuviera comiendo de su mano. Pero tenía que ser
paciente y aguantar, porque sabía que mi momento llegaría más temprano que
tarde y entonces iba a ser yo el que pondría las condiciones.

No obstante, y más allá de mis problemas de ego, las cosas me iban de maravilla.
Después de tanto trabajármela; después de tantos dolores testiculares; después
de tanto soportar sus taras mentales; la última de las defensas de Rocío, por fin,
había caído. Rocío ya era mía. Me la había cogido en su cama matrimonial y con la
posibilidad de que su novio pudiera aparecer en cualquier momento. Me sentía
realizado. Por eso fue por lo que llamé a Amatista, para que me asegurara que ya
no iba a tener que preocuparme de nada más. Ya había logrado uno de mis
objetivos y esperaba que el intento de mafioso ese me confirmara otro. Y si bien
las cosas ahí no resultaron como yo esperaba, al menos había ganado un poco de
tiempo. Prefería tener que deberle plata a un solo tipo, que a una banda
organizada de narcotraficantes africanos.

Por lo tanto, mi meta ya era centrarme meramente en mi amiguita. El tiempo para


conseguir el dinero ya lo tenía, ahora sólo me faltaba estirar un poco la fecha que
me había dado el empresario proxeneta, porque se suponía que ese mismo viernes
esperaba reunirse con Rocío... Y ese era el problema, necesitaba al menos una
semana más... El nivel de emputecimiento que tenía en ese momento no era
suficiente.

—Tengo tres días todavía para pensar en algo... —murmuré.

Y así era. Con los negros fuera de mi camino ya no tenía sentido seguir
precipitándome. Tenía todo el tiempo del mundo para convertir a Rocío en mi
putita particular. Si el gordo asqueroso ese no estaba dispuesto a esperar, el que
se jodería iba a ser él. Estaba seguro de que no me iban a faltar pretendientes
para ella.

Me levanté de la cama, me vestí con los primeros trapos que vi y fui a buscar a
Rocío. Tenía la verga dura y quería que me sacara la leche. No sabía en qué
estado iba a estar, porque si bien lo de coger había sido idea de ella, no
descartaba encontrármela triste y/o deprimida. No sería la primera vez. Pero tenía
bien claro que con un par de caricias... O sea, que calentándola correctamente, iba
a acceder a lo que fuera que tuviera ganas de pedirle.

—¡Princesa! —grité después de entrar en su cuarto sin llamar.

No estaba. Me fijé en el baño y tampoco. Volví a llamarla y nada. La hija de puta


se había ido y me había dejado con la chota como para forjar espadas. Y me sentía
demasiado ganador como para saciarme con una paja. Pensé para mí mismo que
cuando volviera me la iba a empotrar contra la mesa y me senté en el sofá a ver
un rato la televisión.

Mientras pasaba los canales sin decidirme por ninguno, pensaba en lo suaves y
blanditas que eran las tetas de Rocío... Y en la satisfacción que había
experimentado ensartándola. Me estaba poniendo muy boludo y el bulto en el
pantalón cada vez se me hacía más grande. Estaba tentado de llamarla y decirle
que viniera corriendo. Me sentía como un adolescente que acababa de perder la
virginidad.

Para tratar de calmarme, me metí la mano adentro del calzoncillo y empecé a


acariciarme la pija pensando en ella. Bueno, sé que no es el mejor método para
bajar la calentura, pero hice lo primero que se me vino a la mente. Tan sumergido
estaba en mis fantasías, que no escuché el timbre hasta el séptimo u octavo 'ring'.
Cuando me di cuenta, me levanté como un toro en celo y salí casi que corriendo
hasta la puerta.

—La puta madre, ¿dónde carajo esta...?

¿Un remedio para bajar la erección? Ese mismo me servía. Me quedé frío como un
témpano de hielo cuando me di cuenta de a quién le estaba agarrando el brazo.
Aunque la reacción de ella no fue muy distinta.

—¿A-Alejo? ¡¿Qué cojones estás haciendo tú aquí?! —me preguntó Noelia con los
ojos como platos.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 12:00 hs. - Rocío.

—¿Ahora lo entiendes? Es más fácil de lo que crees...

—Pero yo soy tonto, lo que para ti es fácil para mí es un laberinto.

—Otra vez con eso...

A eso de las diez de la mañana, mientras dormía plácidamente en mi cama, recibí


una llamada de la madre de Guillermo (el chico al que le daba clases particulares)
rogándome que fuera a su casa a ayudar a su hijo a estudiar para un examen
sorpresa que le habían puesto para esa misma tarde. El cuerpo todavía me dolía
por el ajetreo de la noche anterior, pero no le pude decir que no, la mujer parecía
desesperada. Además, a mí no me venía mal un dinero extra.

—¿Así está bien? —me dijo Guillermo mostrándome la hoja.

—Pues no... Sigues fallando en lo mismo...

—Si es que soy un tontaco...

—Para con eso, céntrate aquí y déjate de ser tan pesimista. Tu madre me dijo que
este examen es muy importante, así que demos lo mejor de nosotros para que
puedas aprobar.
Ese día no estaba de muy buen humor que digamos. Luego de colgar la llamada
con la señora Mariela, me encontré con dos 'sms' de Benjamín. En el primero me
explicaba los motivos por los cuales había vuelto a faltar a su promesa (el trabajo,
para variar) y por qué no se había podido comunicar conmigo (la batería del
móvil). Y el segundo simplemente lo envió para decirme que iba a trabajar todo el
día y que no lo esperara. No tiré el teléfono contra la ventana porque era el único
que tenía, pero leer eso puso de una mala leche que salí de casa sin siquiera
decirle a Alejo a dónde iba.

O sea, ¿yo me había estado comiendo la cabeza toda la noche porque no sabía si
había actuado bien o mal, si había terminado de destruir nuestra relación o no, y
él me contestaba con un par de mensajitos como si la cosa no fuera con él? ¿En
serio tan poco le importaba nuestra pareja? ¿O no había sido lo suficientemente
clara con mis intenciones la última vez que me había fallado por culpa de su
trabajo? ¡Si hasta me habían atropellado por ello! No... ya estaba harta.

—A ver, te lo voy a explicar por trigesimoséptima y última vez, ¿ok?

—Lo siento...

El chico no tenía culpa de nada, pero es que estaba muy cabreada, y supongo que,
sin quererlo, estaba haciéndole pagar los platos rotos a él. Tampoco estaba muy
centrada en lo que estábamos, no descarto que no se estuviese enterando de nada
por algo que no le estaría explicando bien.

—¿Estás bien? —me preguntó de pronto.

—¿Eh? Sí, ¿por qué?

—Es que... Ya sé que llevamos pocas clases, pero es que nunca te había visto tan
seria —dijo bajando la mirada y jugando con los dedos. En momentos como ese se
notaba que era un niño de 17 años y no el hombretón que aparentaba ser con ese
físico.

—Ay... —suspiré— He tenido unos días complicados, Guille. No me hagas mucho


caso... Y discúlpame si pierdo un poquito la paciencia.

—Vale... Aunque no tienes que preocuparte por eso, si hubieses visto cómo me
trataban mis otras profesoras... Je...

—Seguro que no era para tanto.

—Vaya que sí lo era. La de pesadillas que habré tenido por culpa de esas brujas.

—Ah, ¿sí? Cuéntame un poco sobre esas brujas.

—Pues, verás...
Guillermo me relató con lujo de detalles cómo habían sido las otras profesoras con
él. El tema no era ni mucho menos para reírse, pero es que el chico lo contaba con
un sentido del humor que era imposible no alegrar la cara o no soltar alguna
carcajada mientras contaba todas esas anécdotas. Y, así y sin darme cuenta, me
olvidé durante un rato de mis problemas. Un rato largo, porque se nos había ido
una hora con la tontería y todavía no habíamos repasado ni la mitad de lo que
entraba en el examen.

—¡Basta, por favor! —le suplicaba mientras me retorcía de la risa.

—¡Te lo juro! Era una mezcla entre Rajoy y un mandril. "Mira, niño, siento que no
te enterarías ni aunque tuvieras las respuestas tatuadas en las retinas".

—¡Basta, Guille!

—"En lashh retinash" —exageró provocando otro estallido de mi parte.

—¡Ya!

—Vale, vale... Por lo menos sirvió para mejorarte el ánimo un poco —me dijo con
una sonrisa muy bonita.

—La verdad que sí... Y te lo agradezco... ¡Al final voy a ser yo la que tenga que
pagarte a ti! Dios mío, hablando de eso, ¿qué hora es?

—La una de la tarde pasadas.

—Santo cielo, Guillermo, que tu madre me dijo cuatro horas nada más y no hemos
visto ni la mitad de lo que tienes.

—No te preocupes, si voy a suspender de todos modos...

—Me pagan para evitar que eso suceda. Y ya me estoy empezando a cansar de tu
pesimismo —le reclamé con falso enojo.

—Pero si es que es la verdad... No tengo futuro como estudiante... —dijo volviendo


a agachar la cabeza.

—¿Por qué dices eso? Me pone triste oírte hablar así... ¿Cómo crees que me siento
como profesora? Estoy dando lo mejor de mí para enseñarte...

—Si es que no es por ti, Rocío... Ya te he dicho muchas veces que la cabeza no me
da... Además, tampoco tengo ninguna motivación.

—Y yo ya te he dicho muchas veces que si has llegado hasta aquí es por algo. He
conocido muchos niños que no logran llegar ni a la mitad y nadie los anda
llamando tontos.

—Vale, vale... Pero lo de que no tengo ninguna motivación es verdad... —recalcó.


—¿No te parece suficiente motivación ver feliz a tu madre? Ella también está
haciendo un esfuerzo enorme para que tú salgas adelante.

—Ya lo sé... Y claro que quiero superar este bache por ella, pero es que... es una
motivación que no me afecta directamente. ¿Cómo lo explico? Mi madre será feliz,
¿pero yo? ¿Me tengo que esforzar en algo que no me interesa sólo para que otro
sea feliz?

—¡Te equivocas completamente, Guille! Si logras pasar este curso y dos más,
luego vendrá la universidad... ¿Sabés lo maravillosa que es la universidad? Ahí
harás nuevos amigos, conocerás muchas personas interesantes... Y fijo que
encuentras novia, que estoy segura de que candidatas no te van a faltar, pillín.

—Me da pereza de sólo pensarlo, sinceramente... —dijo sin levantar la cabeza. Era
más duro que un monolito el chiquillo—. De aquí a dos años quién sabe si voy a
seguir vivo...

—¡Vaya con el niño! —exclamé aparatosamente—. Entonces dime, ¿estoy


perdiendo el tiempo aquí contigo?

—No, el tiempo no lo pierdes, porque te estamos pagando.

—Para contestar no eres tan tontito, ¿no? Vale, déjame reformular la pregunta,
¿estás perdiendo tú el tiempo aquí conmigo?

—Hombre... perderlo, perderlo no. Me caes de puta madre y me agrada pasar el


tiempo contigo... —me confesó agachando el rostro una vez más—. Pero no sé si
compensa...

—¿Ves? ¡Si a eso es a lo que me refiero! Diciéndome eso me demuestras que estás
deseoso por conocer gente y hacer amigos. Yo soy sólo uno de los millones de
peces que hay en el mar. Imagínate lo bien que te lo pasarías con más gente y de
tu edad.

—Es un añadido, un extra.

—¿Eh?

—Que me caigas bien y que me lo pase bien contigo es sólo porque me estás
dando clases. En el momento en el que me dejes de dar clases, te vas a olvidar de
mí y es probable que no nos volvamos a ver. No compensa —repitió. Cada vez que
creía que lo estaba a punto de convencer, me salía con una pega nueva. No lo
entendía en absoluto.

—¿El qué no compensa? De verdad, Guille, me cuesta entenderte...

—No es motivación suficiente llevarme bien contigo para pasarme dos años
estudiando y tragando libros en cantidades industriales.
—¿Y qué quieres? ¿Terminar la secundaria y quedarte en tu casa jugando al
ordenador mientras tu madre se desloma para sacar la casa adelante?

—Ya me estás hablando como las otras... —me reprochó. Ya me estaba haciendo
enfadar.

—Vale, lo siento... Entonces, ¿qué clase de motivación necesitas para seguir


estudiando?

—No sé... ¿Algo que me traiga satisfacciones a corto plazo, quizás? La vida me ha
dado ya bastantes golpes en muy poco tiempo. Necesito felicidad en mi vida,
Rocío.

Una pena enorme me agarró cuando me di cuenta de que se estaba deprimiendo a


medida que íbamos hablando. Claro, yo no había pasado por lo mismo que él y por
eso no lo entendía. El chico había perdido a su padre, se había mudado de ciudad
y había tenido que empezar todo de nuevo, deprimido y con 16 años. Cualquiera
después de algo así esperaría que la vida lo premiara.

—Vale, creo que ya te voy entendiendo... Lo hablaré con tu madre —le dije con
seguridad. Me sentía capaz de poder ayudarlo.

—¿Con mi madre?

—Sí, porque supongo que esto no se lo has expuesto nunca a ella. Igual te compra
algo que quieras, o te lleva de viaje a algún sitio. Sé que es materialismo puro y
duro, pero creo que para empezar no estaría mal, ¿no?

—Sí, no suena del todo mal... Aunque...

—¿Aunque qué?

—Creo que hay algo que podría motivarme lo mismo o más...

—¿Sí? ¿Qué cosa? —le pregunté intrigada.

—Tus tetas.

—¿Mis qué? —sonreí confusa.

—Tus pechos.

Tardé varios segundos en procesar la información. ¿Me estaba tomando el pelo? O


sea, ¿el chico no podía casi aguantarme la mirada y ahora me estaba diciendo que
quería mis tetas? No entendía nada. ¿Era un pobre infeliz o en realidad era más
avispado de lo que me había hecho creer? Además, ¿mis tetas? ¿En qué sentido?
¿Verlas? ¿Tocarlas? La verdad es que me aplastó su confesión.

—¿Me estás vacilando? Pensé que no eras mucho de bromas —reí nerviosamente.
—No es una broma —dijo esta vez mirándome a la cara.

—Vale, entonces sí te has pasado. Quizás no debí haberte dado tanta confianza...

—¿En qué quedamos? ¿Quieres que me motive o no?

—Guillermo, no hagas que me arrepienta de haber creído en ti. Pienso que eres un
chico muy fuerte y te veo capaz de salir adelante por tus propios medios. Eso que
me acabas de decir sólo lo diría un capullo. Y estoy segura de que tú no eres un
capullo.

—Lo siento... Quizás me dejé llevar demasiado... —se disculpó.

—Bueno, no pasa nada... —le contesté. Luego me quedé sin saber cómo seguir a
partir de ahí.

—Es que... nunca he tenido novia... y tú eres muy guapa —intentó explicarse
bajando cada vez más el tono de voz.

—Dios mío... —suspiré—. Tranquilo... No pasa nada. Más allá de los problemas que
puedas tener, estás en esa edad y supongo que no puedes evitarlo.

—¿Entonces sí? —dijo.

—¿Qué?

—¿Me dejarás tocarlas si paso el examen de hoy?

—¡¿Qué?!

—Pocas cosas hay que podrían motivarme más en este momento...

—Me voy.

—No, te quedan dos horas todavía —me respondió sujetándome de un brazo


cuando intenté levantarme. Me solté enseguida y lo miré enfadada.

—De acuerdo, parece que me equivoqué contigo. Voy a llamar a tu madre y a


contarle lo que sucedió.

—¿Te equivocaste por qué? ¿Por querer tocarte las tetas automáticamente dejo de
ser un chico fuerte y capaz de salir adelante por mis propios medios?

—No, sigo creyendo que lo eres, pero pensaba que eras otra clase de persona.

—¿Y ahora qué clase de persona piensas que soy?

No le respondí. Me estaba quedando alucinada con lo que estaba oyendo. El niñato


tenía respuestas para todo. Como si estuviera predijendo todo lo que le estaba
diciendo. Y seguía sin saber qué pensar. ¿En realidad era más listo de lo que
parecía? ¿Nos tenía engañados a todos? ¿O era sólo que era tímido y, como había
cogido confianza conmigo, se había soltado? Entendía que tenía 17 años y que, a
su edad, por más problemas que pudiera tener, ya estaba comenzando a
desarrollar ciertas necesidades. Pero es que a mí me pagaban para enseñarle un
poco de matemáticas y lengua, no para guiarlo y mostrarle cómo se debe tratar a
las personas. Sea como fuere, traté de mantener la calma e intenté manejar el
asunto como una adulta que era.

—A ver, Guillermo —respiré—, sabes que no está bien eso de ir diciéndole a las
mujeres que quieres tocar sus pechos, ¿no? —le dije lo más serena que pude.

—¿Por qué me hablas como a un niño?

—No, cállate y déjame hablar. Quizás, como... —tragué saliva— como no has
tenido una figura masculina para que te enseñe... quizás hay algunas cosas que no
tienes muy claras —traté de decirle con el máximo tacto posible.

—Vaya...

—¿Lo entiendes? No me voy a enfadar por lo que ha pasado, pero quiero que
pienses en ello y reflexiones. Y no dudes en preguntarme cualquier cosa que no
entiendas sobre este tema, ¿de acuerdo? Quiero que, a partir de ahora, me veas
como a una hermana mayor.

—Vale, vale. Pensaré en ello...

Dejamos ahí el tema y aprovechamos las últimas dos horas que teníamos para
seguir repasando lo que nos faltaba. Obviamente, debido al tiempo que perdimos
hablando, no pudimos verlo todo. Me esforcé de más para que pudiera entender lo
máximo posible, pero era evidente que dicho esfuerzo iba a ser en vano...

—Lo siento, Rocío. Te juro que lo intento, pero... —se disculpó llevándose las
manos a la cara.

—La que lo siente soy yo. No te das una idea de cuánto me frustra esto...

—Lo que más pena me da es que, al no haber resultados positivos, mi madre en


algún momento te va a decir que no vengas más... Y llamará a otra profesora que
seguramente termine siendo como las demás. Y yo...

Ya era casi hora de irme, pero me sabía mal dejarlo así. Ambos estábamos entre la
espada y la pared, pero yo más. Si me quedaba sin ese trabajo, otra vez me iba a
tener que pasar los fines de semana encerrada en mi casa y pensando en cosas
innecesarias. Al menos él tenía a la madre para hablarle y se distraía con sus
amigos virtuales. Pero yo, una vez se fuera Alejo, iba a quedarme completamente
sola...

—¿A qué hora es el examen? —le pregunté de pronto.


—Dentro de dos horas...

—No nos da tiempo...

—¿Te quedarías más tiempo para ayudarme? —me preguntó abriendo mucho los
ojos.

—Claro. ¿Qué clase de profesora sería si te dejara tirado sin más?

—Podemos intentarlo, entonces...

—¡Lo intentaremos! —lo animé, y, a la vez, también me animé a mí misma.

Una hora y media después habíamos conseguido avanzar bastante, pero todavía
nos quedaba mucho sin repasar. Y nos habíamos quedado sin tiempo. El
pesimismo había invadido el salón y ninguno de los dos hablaba. Yo pasaba las
páginas de los libros como buscando algo más con lo que poder ayudarlo, pero en
realidad estaba tratando de aislarme un poco de la tensión que se respiraba. Tenía
poquísimas esperanzas de que pudiera aprobar ese examen.

—Bueno, lo intentaste, Rocío, y te lo agradezco de corazón —dijo levantándose


resignado y comenzando a guardar los libros.

—Ten un poco de fe, en serio... Igual te viene la inspiración durante el examen y


consigues sacarlo adelante —lo animé de nuevo, pero mi cara no reflejaba lo que
salía de mi boca.

—Vale, vale —rio tratando de animarme él a mí—. Haré todo lo posible...

Cuando su madre me llamó por la mañana, me explicó que el examen era para
aquellos que se habían perdido una cantidad de clases determinada por los
motivos que fueran. Dependiendo de la nota de cada uno, les designarían una
categoría y, en base a eso, los colocarían en los grados oportunos. Mariela me
había rogado que por favor hiciera lo posible para que sacara una nota decente,
porque resultaba que si su hijo caía en una de las clases "más bajas", se iba a
tener que pasar el curso estudiando arduamente y temía que eso pudiera terminar
de hundirlo.

—No debí haberte entretenido hablando, es todo mi culpa... Tu madre me dijo lo


importante que era esto y yo, sin embargo... —comencé a lamentarme sin querer.

—Tranquila, ¿vale? —dijo él arrimándose a mí—. Ya te he dicho que igual era muy
complicado. Aparte de ser tonto, no me motiva nada estudiar...

—¿En serio necesitas tanto una motivación? —le pregunté buscando su sinceridad.

—Sí... No lo digo por decir, no veo una luz al final del túnel, no veo la cima luego
de los obstáculos... Me pongo a pensar en qué pasa si apruebo el examen y
después el curso... ¿Luego qué? ¿Más estudiar? Qué pereza... —concluyó.
Me sentía responsable por haber perdido tanto tiempo que podríamos haber
aprovechado mejor. Pero, ¿qué podía hacer yo al respecto? Ver su mirada de
resignación realmente me partía el alma. ¿Cómo se podía tener tan pocas ganas
de vivir a esa edad? Seguía sin comprenderlo... ¿En realidad necesitaba tanto esa
motivación? ¿Si accedía a su deseo sería verdad que se iba a poner a estudiar en
serio? Negué con la cabeza varias veces, pero me lo estaba planteando de verdad.
Pensé en su madre, una mujer trabajadora que tenía que sacar adelante por sus
propios medios a un chaval así de conflictivo, y me imaginé su cara de felicidad al
enterarse que había aprobado el examen. Yo no sé si era muy buena o muy tonta,
pero lo cierto es que esa visión me hizo decir algo que ni yo misma me podía
creer.

—Bueno, me tengo que ir. Ya es casi la hora y quiero sacarme esta carga rápido
de encima —dijo poniéndose la mochila.

—Guillermo... —lo detuve antes de que se fuera.

—¿Sí?

—Escucha lo que te voy a decir...

—¿Qué cosa?

—Voy a darte esa motivación que necesitas —dije con toda la fuerza de voluntad
que pude acumular.

—¿En serio? —dijo sin más. Con ese paupérrimo entusiasmo, no estaba segura de
si me había entendido bien.

—O sea, lo que me dijiste antes... ¿Entiendes?

—Sí, entiendo... —repitió. Cuando se ruborizó me di cuenta de que sí lo había


entendido.

—Mira... —suspirando profundamente comencé—. Quiero que sepas que te creo,


que sé que estás pasando por un mal momento y que no lo haces solamente por
capricho. Pero también quiero que sepas que, si me entero que me estás
mintiendo para aprovecharte de mí, no te lo voy a perdonar en la vida, ¿de
acuerdo? —le aclaré con toda la seriedad que pude.

—No te estoy mintiendo, te lo juro por lo que más quieras —me respondió.

—Bueno, pero no va a ser tan fácil como crees. Digamos que... te pondré algunas
tarifas.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?


—Sí, no voy a regalarme por más jovencito que seas y por más problemas que
tengas. Si quieres esto, te lo vas a tener que currar —le dije mientras me
levantaba los pechos con ambas manos. Su cara era para encuadrarla.

—Vale... Pero explícate... —dijo con la voz entrecortada.

—Si suspendes, te quedas sin nada. Si apruebas con un 5 pelado, te dejaré verme
en sujetador. Si sacas un 7 o un 8, dejaré que me veas sin sujetador. Y... si sacas
un nueve o mejor... dejaré que me las toques —finalicé luego de pensarlo todo
sobre la marcha. Si tenía crudísimo un aprobado, ya un notable ni te digo... Si
tenía que enseñarle un poco el sujetador con tal de que sacara adelante ese
examen, lo haría sin ningún problema—. ¿Qué te parece?

—Trato hecho —contestó casi al instante y ofreciéndome la mano para cerrar el


acuerdo.

—Perfecto. Ahora vete, que te juegas mucho dentro de un rato. No te preocupes,


ya cierro yo con llave.

—¡Bien! ¡Cuando me den la nota le pediré tu número a mi madre y te contaré!

—Vale, nene, vete ya —le dije saludándolo con la mano. Era increíble cómo había
pasado de ser un alma en pena a ese angelito flotante que estaba saliendo por la
puerta. No daba crédito a lo que estaba viendo—. Hombres...

Martes, 7 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Casa de Ramón Cerro.

El hombre estaba sentado en el sillón de su casa. Veía la tele mientras su mujer le


trataba las heridas provocadas por la paliza que le habían dado unos miembros de
la banda de narcos con la que colaboraba. Cada tanto, cerraba los ojos con fuerza
para retener las lágrimas de dolor que le brotaban sin remedio.

—Déjame un rato, Brenda... Tengo que hacer unas llamadas.

No quería que su mujer se viera involucrada también en sus problemas. Y tampoco


quería que lo viera llorar. Ya que esas lágrimas no sólo eran de dolor... El hombre
sentía que todo lo que había logrado en su vida se estaba a punto de derrumbar.
Había querido ayudar a aquél muchacho que se había metido en problemas, en
parte, por culpa suya. Pero no entendía por qué las cosas habían resultado así, si
no existía nadie más cuidadoso que él. ¿Qué se le había escapado?

—¿Samuel?

—Dime, Cerro, ¿qué necesitas? —se escuchó al otro lado del teléfono. Se notaba
que la voz pertenecía a un hombre de raza africana.
—¿Ya sabes lo que han decidido?

—Paciencia, amigo mío. Todavía es pronto...

—Necesito saberlo ya, Samuel... ¿Sabes al menos si han tenido en cuenta mi


versión? —su tono era de súplica.

—Ramón, escucha, ¿sí? Sabes que yo te creo, pero es que Amatista le estuvo
llenando la cabeza sobre ti a los jefes durante mucho tiempo y ahora justamente
sale esto a la luz... No tendrías que habértela jugado tanto por ese chico.

—Yo lo metí en esto, por eso quería ayudarlo...

—¿Y no has pensado que haya podido ser él el que te vendió a Amatista? Es que la
manera que contaste cómo se escapó parece ridícula... ¿No estarían juntos y por
eso lo dejó ir?

—Descártalo ya. El chico estaba aterrado y desesperado. Y lo que le ofrecí para


que pudiera salir del lío no estaba del todo mal...

—Ramón, ese chico no iba a salir de aquí en una pieza si aparecía, y tú lo sabes. Y
seguro que él también lo sabía, por eso que no te extrañe que haya buscado
ayuda de 'fuera' —decía su hombre de confianza. Sus palabras tenían algo de
sentido, pero Ramón se negaba a creerlo—. Déjame investigar un poco más. Ya te
llamaré.

—Gracias, Samuel... Menos mal que todavía te tengo a ti.

—Tú quédate tranquilo y descansa.

El hombre colgó la llamada y se volvió a recostar en su sillón. Encontró un partido


de fútbol en la programación y se puso a mirarlo mientras las palabras de Samuel
N'Biang, su confidente dentro de la banda desde hacía muchos años, le seguían
resonando en la cabeza.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Rocío.

Llegué a casa cuando todavía había luz solar, por lo que no había sido necesario
que fuera nadie a buscarme. Tras abrir la puerta, fui directa hacia el sofá, donde
caí rendida. El silencio era total, así que supuse que no había nadie en la casa. Me
levanté tras unos minutos de reposo y fui al baño después de varias horas. Cuando
salí, volví al salón y seguía sin haber nadie. Y eso me jodió un poco, porque tenía
ganas de hablar y desahogarme con alguien. Alejo mismo me servía para eso,
aunque no sabía cómo iba a seguir la cosa entre nosotros luego de lo que había
pasado. No tenía ni idea de cómo me iba a comportar cuando lo viera, pero aun así
tenía ganas de que llegara ya.

Casi una hora estuve mirando la televisión esperando a que apareciera. Me estaba
impacientando. La gata corría cuando me le acercaba y en la tele ya no había nada
entretenido. Ya no sabía cómo matar el tiempo. Me levanté cuatro o cinco veces
para revisar la despensa en busca de algo para picar, y en todas me volví con un
trozo nuevo de pan. No quería mandarle un mensaje porque, además de que me
daba vergüenza, no quería interrumpirlo si estaba en una entrevista de trabajo o
algo por el estilo.

—¿Dónde estás? —suspiré en voz baja mientras miraba la pantalla de mi móvil.

Me puse de pie una vez más y fui hacia la nevera. Esta vez, en el camino detuve la
mirada en un papel que había al costado del microondas. "Tú y yo tenemos que
hablar muy seriamente. Mañana por la tarde te paso a ver. Noelia".

—¡Joder! —maldije esta vez en voz alta. Noelia había estado en casa y, al parecer,
no se había ido muy contenta. No tuve que pensar demasiado para averiguar el
motivo; mi hermana se había encontrado con Alejo. Ahora sí que estaba en un
apuro. Lo recordaba perfectamente, como si todavía estuviese viviendo esos días,
cuando Noelia le llenaba la cabeza a mis padres en contra de él. Quizás fuera por
la edad, pero era tanta la animadversión que le tenía, que llegó a inventarse que
vendía drogas en el instituto. ¡Drogas! ¡Alejo! El chico más sano que había
conocido jamás.

No entendía cómo había podido ser tan descuidado de dejarse ver por ella. Se lo
había dejado bien claro que evitara todo tipo de contacto con mi hermana. Pero ya
todo se había ido al traste y ahora tendría que contarle toda la verdad, justo días
después de haberme convertido en una novia infiel.

—¡Buenas tardes! —dijo alguien de pronto detrás mío. Alejo había vuelto y traía
bolsas de la compra con él. Y yo no tardé en hacerme escuchar.

—¡¿Tú eres tonto o qué?! —grité apenas lo vi.

—Tranquilita, ¿ok? —dijo mientras dejaba las cosas sobre la mesa.

—¿Tranquila? ¡Que te ha visto mi hermana! ¡La única persona del mundo a la que
tenías que evitar!

—Sí, bueno, la única persona del mundo, pero da la casualidad de que vive justo
acá en frente. Así que calmate —contestó haciéndome un gesto con la palma de la
mano.

—¡¿Pero cómo?! Es que no lo entiendo, si ella trabaja de día.

—Parece que hoy no. Mirá, te voy a decir la verdad; me levanté con unas ganas
tremendas de estar con vos, pero como no estabas, me quedé viendo la televisión.
Cuando escuché el timbre, no lo pude evitar y fui corriendo a abrir la puerta
porque pensé que eras vos. Pero no, era ella —se sinceró. Pero no me bastaba la
excusa, podría haber mirado por la mirilla antes.

—Eres un idiota, Alejo... Ahora me va a echar la bronca del siglo...

—¿Qué bronca te va a echar? Ya estás bastante grandecita como para darle


explicaciones a tu hermana de con quién te juntás o no.

—¿Y qué pasó? ¿Qué te dijo? —lo ignoré.

—Nada, no me dijo nada. Me preguntó que qué hacía acá y le dije la verdad, que
me estaba quedando unos días hasta que consiga encontrar algo por la ciudad —
dijo mientras se abría una lata de cerveza—. ¿Querés una?

—¿Y cómo es que me dejó una nota? Por dios, Alejo, ¿hasta dónde entro? —
comencé a desesperarme. No me había olvidado que la cama seguía deshecha y
seguramente con aparatosas manchas oscuras en las sábanas azules.

—Primero me dijo que te dijera que mañana fueras a verla, después parece que se
arrepintió y prefirió escribirte una nota. Y no pasó del salón, tranquila —continuó
con la misma parsimonia dándole otro sorbo a su bebida. Saber que no había
entrado a mi cuarto me había tranquilizado, pero no lo suficiente como para que
dejara de quejarme.

—¿Eres conciente de que ahora no va a parar hasta que te vayas de aquí?

—Me importa tres huevos —respondió. De nuevo sin alterarse ni un pelo.

—Es capaz de decirle a Benjamín cualquier cosa con tal de que te eche... Y no
dudes de que lo va a hacer...

—¿Y qué le va a decir? ¿Que lo estás engañando conmigo? Si a tu novio le importa


un carajo eso...

—¿Cómo dices? —le respondí incrédula. Acto seguido, me acerqué a él y le asesté


una bofetada que lo hizo escupir un buen trago de cerveza hacia un lado.

—¡¿Qué hacés, tarada?! —dijo medio aturdido.

—¡No vuelvas a decir algo como eso! —le grité. Aunque creía que, en parte, tenía
razón, no estaba dispuesta a permitirle hablar de esa manera de mi pareja.

—Perdoname... Es que como anoche dijiste todas esas cosas...

—Lo que yo diga sobre mi novio es cosa mía y de nadie más, ¿de acuerdo?

—Está bien...
Me di media vuelta y me fui a la habitación. Tenía muchas cosas en las que
pensar; principalmente en qué le iba a decir a Noelia. Ya ni siquiera me importaba
la promesa que le había hecho al chiquillo aquél, que tenía menos posibilidades de
aprobar que yo de pasar un día entero sin ninguna complicación. Pero Alejo no
tardó ni diez minutos en venir detrás de mí.

—Che, Ro, no te enojes conmigo —dijo como un perrito golpeado.

—Déjame sola, por favor.

—Es que no me gusta que estemos mal... Sabés que yo te amo... —continuó con
la clara intención de hacerme la pelota. Sentía que cada día que pasaba, predecía
un poquito mejor los movimientos de Alejo.

—Que te vayas —insistí.

—Rocío...

Esperé en silencio recostada en la cama dándole la espalda hasta que escuché la


puerta cerrarse. Cuando me aseguré de que ya estaba lejos, me levanté
rápidamente, cogí una muda de ropa, una toalla y salí en punta de pies para el
baño. Una vez en la ducha, traté de tranquilizarme un poco y tratar de encarar las
cosas desde una perspectiva un pelín más positiva. Lo bueno de todo aquél
embrollo había sido que mi reencuentro con Alejo no había sido para nada
incómodo. Un poco tenso, sí, pero para nada como yo pensaba que iba a ser.

Tan centrada estaba pensando en mis cosas, que nunca escuché la puerta del
baño abrirse, y mucho menos me di cuenta que Alejo se había colado en la ducha
conmigo.

—¡¿Qué haces?! —grité cuando noté sus manos en mis pechos.

—Llevo todo el día con ganas de estar con vos. Te lo dije antes, ¿no? —dijo sin
soltarme.

—¡Vete de aquí! ¡Estoy enfada contigo! —protesté. Pero estoy segura de que no
soné muy convincente, porque Alejo comenzó a pellizcarme los pezones con más
ahínco.

—No quiero irme, te dije que quiero estar con vos —reiteró mientras se ponía a
besarme el cuello. No estaba del todo segura de querer hacer eso en ese momento
y en ese lugar, pero tampoco estaba ofreciendo ningún tipo de resistencia.

—Dije... que... me dejes —traté de decir, pero Alejo ya me estaba separando las
piernas con la mano libre y buscando con esa misma mi zona más íntima.

—Vamos a hacerlo... —dijo de pronto.

—¿Qué?
—Que voy a metértela.

—No, ni lo sueñes —respondí, esta vez sí, con rotundidad. No quería que se
malacostumbrara a tener sexo cuando le viniera en gana—. Sin protección, ni lo
sueñes —finalicé sin saber por qué. Aunque seguramente la subida repentina de
temperatura había tenido mucho que ver.

—¡Tarán! —exclamó alzando un brazo y mostrándome un paquetito—. Compré una


cajita antes cuando salí. Me lo voy a poner.

Una vez más, las cosas se me habían ido de las manos. Se colocó el preservativo
en un abrir y cerrar los ojos, me tiró un poco de la cadera para atrás y colocó su
pene en la entrada de mi vagina. No volví a decir nada más, simplemente cerré los
ojos y esperé que él hiciera lo suyo. Él comenzó a empujar y sentí una pizca de
dolor, pero nada comparado con el infierno que había pasado la noche anterior.
Finalmente, pudo meterla toda sin mayores complicaciones. Y no tardó en
comenzar a moverse a placer.

—No sabés cómo necesitaba esto —decía Alejo mientras me mordía una oreja. En
eso, me apoyé con una mano en el azulejo y con la otra apreté con fuerza la mano
que él tenía en mi pecho izquierdo.

—Puedes... —no sabía cómo decírselo—. Puedes... ir más fuerte... ¿Sí?

Lo entendió a la primera y enseguida aceleró el movimiento pélvico. La


incomodidad que sentía por no estar acostumbrada a ese posición se fue rápido y
puse dedicarme a disfrutar como la que más. Alejo estaba muy entonado y se
notaba, me apretaba el seno con mucha fuerza y cada vez me presionaba más
contra la pared.

—Me vas a hacer comer el grifo —le dije cuando ya había empezado a sentir el frío
metal en mi estómago.

—Perdoname. Vení acá —dijo entonces. Luego me quitó de debajo de la ducha, me


colocó de espaldas contra la pared y me la volvió a meter, esta vez, levantándome
una pierna.

Todas esas posiciones eran completamente nuevas para mí, pero no me


disgustaban para nada. A pesar de que sentía como me iba quedando sin fuerzas
en las piernas, quería que me siguiera dando sin parar. Y se lo hice saber
prácticamente a los gritos.

—Más fuerte, más fuerte... ¡Más fuerte!

Y me hizo caso las tres veces que se lo pedí. Ya no me penetraba, me martillaba y


yo estaba a punto de estallar. Levanté la otra pierna y me quedé colgada de él de
piernas y brazos mientras gemía escandalosamente.
—¡Más fuerte! —grité una última vez antes de tener un nuevo y espectacular
orgasmo.

—¡La puta madre! —gritó él de igual manera, lo que me dio a entender que él
también había llegado a su orgasmo.

Y así fue, porque ambos caímos rendidos dentro de la bañera todavía abrazados y
empapados por el agua de la ducha que no había dejado de caer en ningún
momento. No me recreé mucho tiempo en esa indescriptible sensación, porque
tenía miedo de que Alejo perdiera dureza y su semen se derramara dentro de mí.
Me molestó bastante eso, pero no tenía ganas de reprochárselo en ese momento,
ya tendría tiempo de hacerlo más tarde. Así que me puse de pie enseguida, con
mucho cuidado de que no se le saliera el preservativo, me terminé de lavar con el
duchador y salí del baño con la toalla puesta.

Más o menos a la hora, Alejo vino a decirme que la comida estaba lista. Cenamos
en silencio, porque parecía que ninguno tenía nada que decir, y, luego de recoger
todo, ambos nos fuimos al sofá a ver un poco de televisión. A eso de las diez de la
noche, cuando terminó la película que habían puesto en uno de los canales más
conocidos, él se levantó y me anunció que se iba a dormir.

—Bueno, hasta mañana —me dijo sin más. Entonces volví a sentir ese picor que
subía por mis muslos y no se detenía hasta meterse de lleno en mi entrepierna.

—Ale... Benjamín esta noche tampoco viene... —le dije con timidez y tratando de
no mirarlo a los ojos.

Sólo se oía la tele en ese momento. Alejo se había quedado de pie en el comienzo
del pasillo como esperando una confirmación. Cuando por fin nos miramos, ambos
nos entendimos enseguida y ya no hizo falta más comunicación. Me puse de pie, lo
cogí de la mano y, despacio y sin apurarme, lo llevé conmigo a mi habitación.

Martes, 7 de octubre del 2014 - 23:00 hs. - Benjamín.

—¡Por la libertad! —gritó Sebas en medio del bar.

—¡Por la libertad! —lo acompañaron el resto de los allí presentes.

Hacía unas pocas horas, Mauricio nos había comunicado a todos que los objetivos
se habían cumplido y que, a partir de ese jueves, todos retomaríamos nuestros
horarios habituales. Nos reunió a todos los de la planta y, cuando lo anunció, el
estallido de júbilo fue monumental. Nos explicó que el miércoles teníamos que
preparar informes detallados de todo lo hecho esas últimas semanas y que el
jueves volviéramos a lo nuestro. Por ese motivo, Luciano y Sebastián habían
organizado una salida de copas para nuestro grupito de "amigos" y los que
quisieran apuntarse.

—¿Por qué esa cara de muerto, Benjamín? ¡Anímate, hombre! ¡Que ya somos
libres! —me regañó Romina antes de ofrecerme una caña.

—No tengo cara de muerto, lo que pasa es que estoy agotado... Hoy no paré en
todo el día y anoche casi ni dormí —me expliqué.

—¡Ya tenemos mesa, señores! —gritó Luciano desde la barra a los que
esperábamos fuera.

Era la primera vez que íbamos a ese sitio. Estaba metido en una calle angosta un
tanto alejada de la principal, que era donde estaba el edificio de nuestra empresa.
Era pequeño, pero acogedor; luz leve, con música de ambiente y mesitas dobles
para seis personas, justo la cantidad que éramos nosotros.

—Bueno, ¿brindamos ya o esperamos a Lourditas? —preguntó Sebastián.

—Esperamos a Lourdes, obviamente. Dijo que tenía que terminar una cosa y venía
—respondió Romina.

—¿Y tú qué, Tito? Qué raro que hayas aceptado una invitación nuestra —continuó
Sebas. Tito Perfumo era uno de los del grupo de Luciano. Aproximadamente 30
años y con más de siete en la empresa. Había venido con su novia, Carolina, que
trabajaba unos pisos más abajo que nosotros.

—Pues ya ves, Sebas, hoy estamos tan contentos, que dijimos: ¿por qué no?
Además, Caro tiene que empezar a socializar más, que ya hay algunos que la
llaman rarita por hablar tan poco.

—Lo desmiento categóricamente —se metió ella. Carolina era una chica rubia de
unos veintitantos años que estaba igual o más buena que Clara. Otro de esos
fichajes que hacían para equilibrar la balanza de belleza de la empresa—. ¿Por qué
dices gilipolleces?

—Para que te lances, mi amor. Aquí estamos en confianza, te lo aseguro.

—Pero si están diciendo que nunca vienes a sus reuniones, tú eres tan novato
como yo aquí. Además, no vienes por quedarte a mirar esa serie de costureras que
tanto te gusta —le contestó ella provocando que casi todos comenzaran a reírse de
Tito.

—Si llego a saber esto, me inventaba una amante y te dejaba en casa—dijo riendo
él también y luego arreglando las cosas con un tierno beso en los labios.

—Miren quién ha llegado ya —señaló Luciano.


—Siento la tardanza... Bueno, ¿empezamos? —dijo Lulú antes de hacer una seña
al camarero.

Continuamos bebiendo y hablando sin preocuparnos por la hora. Tito y Carolina se


fueron temprano, porque ella tenía que madrugar al día siguiente a diferencia de
nosotros, lo que me jugó un poco en contra, porque ya no iba a pasar tan
desapercibido. Es más, no tardaron en hacerme la primera pregunta.

—Bueno, ahora que estamos los de siempre, ¿qué te cuentas, Benja? —comenzó
Luciano.

—Pues ahí vamos... ¿Y tú? —respondí tratando de evadir un poco sus intenciones.

—Venga, tío, cuéntanos cómo siguió todo con eso del amigo de tu novia, que hace
tiempo que no hablamos —dijo sentándose recto y poniéndome más atención. Los
demás me miraban intrigados.

—Sigue en casa... —me resigné aun sabiendo que esa confesión iba a traer más
preguntas incómodas.

—Vamos, no me jodas —intervino Sebas—. Estás jugando con fuego, amigo mío.

—¿Ya vamos a empezar? —saltó Romina.

—¿Todavía no encontró piso? ¿Y el que le ibas a conseguir tú? —preguntó Luciano.

—Tuvimos una reunión con Raúl, pero no salió del todo bien que digamos...
Quedamos en que me llamaría, pero aquí sigo esperando.

—Pues que le den por culo, Benjamín. Que se vaya a un hotel, o con su puta
madre, pero tienes que echarlo de tu casa ya mismo, ¿vale? —exclamó Sebastián.
Ya llevaba varias cervezas encima y se le estaba empezando a notar.

—No... Si yo quiero que se vaya, pero es que está ayudando a Rocío y...

—Qué pesaditos que estáis, joder... Al final váis a hacer que se pelee con la novia
—me interrumpió Romina—. Mira, tú ni puto caso a estos. Si para ti está todo
bien, entonces no hay nada más de que hablar.

—Ya... —asentí a duras penas. Luciano me miraba fijamente, como si estuviera


tratando de leerme la mente.

—¿Y tú estás bien con eso? —dijo de pronto.

—¿Bien con qué?

—Con que se siga quedando en tu casa.


—A ver, no... Pero es que, ¿qué hago? ¿Con qué cara me presento en casa y le
digo que tiene que echar a su amigo porque a mí molesta? Luciano, que en las
últimas dos semanas sólo fui dos veces... —traté de explicarme. Un sentimiento de
angustia me empezó a subir por el estómago.

—¡Oye! ¿Qué te pasa, Benja? —se levantó exaltada Lulú de su silla viniendo hacia
mí.

—¿Ven? Ya sabía yo que algo no iba bien —dijo Sebas.

—¡Cállate, subnormal! ¿Estás bien, Benjamín? —me preguntó Romina. Al principio


traté de disimularlo, pero, supongo que por culpa del alcohol, me terminé de
derrumbar. Agaché la cabeza y comencé a sollozar

—Creo que me está engañando... —confesé finalmente.

Y no les mentía. Quince eran los condones que yo había contado cuando Noelia
nos los regaló, quince, pero en esa caja solamente quedaban trece. ¿Por qué
quedaban trece condones en la caja? Era la pregunta que me llevaba haciendo
desde esa mañana. ¿Me había equivocado? No había manera... Era imposible... Yo
trabajaba con números todos los días y quince era un número demasiado redondo
como para olvidarlo. ¿Y si había contado mal la primera vez? Después de todo, en
ese momento estaba muy cachondo y quizás se me había pasado alguno. No sabía
qué pensar, y me estaba volviendo loco. ¿Y si Rocío se había comprado un
'juguete' para darse placer ella solita y le ponía el condón por algún extraño
motivo? Tampoco tenía ningún sentido. ¿Quién haría eso? Sea como fuere, había
estado aguantando esa presión durante todo el día y necesitaba desahogarme con
alguien.

—Vaya... —fue Romina la primera que habló—. ¿Ya es seguro o... son suposiciones
tuyas?

—Seguro, lo que se dice seguro, no es, pero —dije una vez me recompuse—, hay
indicios...

—Vaya guarra... ¡Si es que las mujeres son todas iguales!

—¡Cállate, Sebastián! —lo regañó Lulú.

—¿Qué tipo de indicios? —preguntó Luciano.

—Bueno, no sé si la palabra es indicios, el tema es que...

Me terminé de tranquilizar y les conté la historia de los condones. No sabía si


estaba bien ventilar mi vida privada de esa manera, pero en ese momento me
sentía demasiado solo como para guardarme las cosas. Además, confiaba mucho
en Luciano y Lulú. No tanto en los otros dos, pero todavía no me habían dado
ningún motivo para no hacerlo.
—Te los ha puesto bien puestos. Y yo te lo advertí.

—Creo que ya es hora de que te vayas para casa, Sebas —le dijo Luciano con
calma.

—Y una polla me voy a ir yo a casa ahora. Oye, Benja, si te molesto dímelo, ¿vale?

—No, Sebas, no me molestas —mentí. Tampoco iba a pagarla con él que no tenía
nada que ver.

—Vale, lo de los condones puede que sea una prueba bastante concluyente, pero
creo que deberías cerciorarte del todo antes de tomar alguna decisión —me
recomendó Romina.

—Oye, Benja, échalo de tu casa mañana mismo, no esperes más —dijo Luciano—.
No le abres las puertas de la casa que estás pagando con tu sacrificio para que te
hagan vivir situaciones como estas. Mañana mismo le dices que se pire, ¿de
acuerdo?

—¿Y si Rocío se enfada conmigo? —dudé—. Chicos, que ya no me va a dar más


oportunidades. Anoche se suponía que iba a llevarla a cenar, pero por el puto
trabajo no pude. ¡La atropellaron la última vez que le di un disgusto como ese!

—A ver, no mezcles las cosas. Que tu trabajo les haya estado jodiendo los planes
no le da derecho de follarse a otro, ¿ok? —volvió a inmiscuirse Sebas.

—Yo pienso igual que Romina —dijo Lulú, que todavía estaba a mi lado
limpiándome las lágrimas—. Primero comprueba si es verdad que te está siendo
infiel.

—¿Y cómo lo hago?

—Tú eres un chico listo. Seguro que encuentras la manera.

—Que no hay que ser un agente de la CIA, cojones —insistió Sebas—. Mañana le
dices que no vas a casa y terminas yendo igual. O esta noche misma, que seguro
que a esta hora ni se lo esperaría.

—No, ahora no, que está muy nervioso —dijo Lulú—. Esta noche te vienes para mi
casa, ¿vale?

—No quiero molestar a nadie...

—¿A quién vas a molestar, tontín? Si para mí eres como el hermano menor que
nunca tuve —terminó convenciéndome con una hermosa sonrisa.

—Vale, de acuerdo...
—Benjamín, pase lo que pase mañana, échalo de todas formas. Si quieres voy yo
contigo —se ofreció Luciano, que parecía verdaderamente preocupado. Cosa rara
viniendo de un tipo al que le gustaba acostarse con mujeres casadas.

—No, no. No tienen que preocuparse, chicos, en serio. Yo mañana me las


ingeniaré... Creo que hablaré directamente con ella, no me gusta eso de andar
indagando a sus espaldas.

—Qué ingenuo eres, tío.. ¡Que te lo va a desmentir todo! Y seguramente luego se


haga la ofendida. Hazme caso y mañana entra en tu puta casa con un garrote y
rompe todo si hace falta.

—Se acabó. Vámonos, Sebitas —dijo Luciano mientras cogía su abrigo—. Mira,
Benjamín, si tu novia te ha sido infiel o no, es lo de menos. Hay veces que es
mejor vivir en la ignorancia, ¿vale? ¿La causa de todas tus preocupaciones es el
tipo ese? Bueno, mañana por la mañana le dices que se tiene que ir, que ya no te
sale de los cojones seguir prestándole tu puto techo. Y si tu novia se enfada, que
se enfade. Y te llamaré para comprobarlo. Venga, nos vemos.

—¡Acuchilla al bastardo, Benjamín! —fue lo último que se escuchó decir a


Sebastián.

—¡Bueno! ¡Cambiemos de tema! ¡Hemos venido aquí para celebrar!

—¿Y si la seguimos en mi casa? —propuso Lulú—. Para que Benjamín pueda irse a
dormir si quiere. Ya, si eso, tú y yo nos quedamos charlando.

—Me parece perfecto.

—¿Me dejan hacer una llamada antes? —les pedí con cara de cordero degollado.
Ambas se miraron y luego me dieron su aprobación.

—Llámala, anda —dijo Romina—. Si eso te hace quedar más tranquilo.

Me fui a una esquina lo más alejada posible de la gente y marqué el número de


casa. Tenía que hablar con ella, lo necesitaba urgentemente. Esa conversación que
acababa de tener con mis compañeros me había hecho más mal que bien. Quería
escuchar su voz y que me dijera que todo iba bien. El teléfono fijo no lo cogió, así
que probé suerte con el móvil. Cuatro, cinco, seis, siete, ocho tonos y luego el
contestador. Probé suerte una vez más... Nada. Tenía ganas de llorar, pero no
quería que Romina y Lulú me vieran. Maldije en voz baja y volvé a teclear el
número de mi novia.

—¿Benjamín? —contestó al fin.

—¡H-Hola, Rocío! —respondí como pude.

—¿Pasó algo? ¿Por qué llamas a estas horas? —dijo con cierto toque de
preocupación en su voz. Esbocé una sonrisa al darme cuenta de que no estaba
enfadada conmigo. Después de todo, era la primera vez que hablábamos en el día
y todavía no había tenido la ocasión de demostrarme su disgusto por lo que había
pasado la noche anterior.

—Eh... No, no, no te preocupes, está todo bien. ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? —dije a
duras penas. Me había concentrado tanto en querer hablar con ella, que en ningún
momento me paré a pensar qué iba a decirle.

—Estaba a punto de... ¡Ay! —se quejó de pronto. Entonces se oyeron varios
sonidos que fueron ahogados enseguida, y luego se hizo el silencio total

—¿Rocío? ¿Estás ahí? ¿Rocío?

—S-Sí, espera... —dijo forzadamente—. Ya está, disculpa, es que la gata se me


subió a las piernas y me hizo daño. ¿Qué decías?

—No, te preguntaba que qué tal estabas... —otra vez silencio. Me pareció oírla
tomar aire antes de contestarme.

—Bien, bien... Estaba a punto de irme a dormir, pero pusieron una película buena
en —nuevo silencio—... pusieron una película buena en la tele y me quedé... me
quedé viéndola.

—¿Estás bien, Ro? —le pregunté de nuevo extrañado. Cada vez tardaba más en
responderme.

—Sí, sí... ¿Podemos hablar mañana? Es que... ¡Ay! —otro grito—. ¡Basta, Luna!
Vete de aquí.

—Sí, bueno... Es que quería que habláramos sobre lo que pasó anoche... No sabes
lo apenado que estoy —saqué por fin el tema. Pero la respuesta nunca llegó.
Luego de unos segundos sin oír nada, la comunicación se cortó. Volví a llamarla,
pero no contestó. Intenté de nuevo con el teléfono de cada, pero nada.

Me senté en una banqueta que estaba ahí al lado y me quedé mirando a la nada
un buen rato. Romina y Lulú no tardaron en venir a donde estaba yo. Cuando las
vi llegar, me recompuse un poco, puse la mejor sonrisa que pude y les dije que
nos fuéramos de allí. Romina, mucho más cariñosa que de costumbre, me dio un
abrazo y me hizo una promesa:

—Me da igual lo que digas, esta noche los tres nos vamos a coger un pedo de
campeonato, ¿entiendes? ¡Dime si lo entiendes!

—Sí —contesté sin muchas ganas.

—No, no me vale así. Te estoy diciendo que los tres nos vamos a coger un pedo de
campeonato. ¡Dime si lo entiendes!

—Sí, lo entiendo, Romina...


—Déjalo —intervino Lulú—. No creo que vayas a sacar nada mejor que eso, de
momento.

—Bueno, pero luego ya verás como lo hago animarse —rio maliciosamente.

De esa manera, salimos de aquél bar y nos fuimos para la casa de Lourdes, donde
esperaba poder ponerle fin a ese día nefasto.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Rocío.

—Que te vayas a la mierda te he dicho.

—Dale, boluda, si te gustó más a vos que a mí.

—Eres un imbécil. Un imbécil y un capullo.

—Uy, esas palabritas. Pensaba que a la nenita la habían educado de otra forma.

—Vete de aquí.

—No, quiero dormir con vos esta noche.

—Pero yo no. Sácamelo de dentro de una vez y vete a tu habitación..

—Ah, sí, perdón.

Hacía escasos minutos, había vuelto a traspasar otro límite. Otro de esos límites
de los que no se puede volver. Y todo había sido por su culpa, por eso estaba tan
enfadada. Una cosa era permitir que tuviera sexo conmigo, y otra muy diferente
era dejar que hiciera lo que quisiera, cuando quisiera y donde quisiera.

—¿En serio nunca lo habías hecho? —me preguntó mientras le hacía un nudo al
preservativo que acabábamos de usar.

—¿El qué? —me hice la desentendida.

—Hablar por teléfono mientras hacés el amor.

—Por supuesto que no...

—Tenés que soltarte mucho más todavía, nena. No sabés la de cosas que te faltan
por ver y aprender.

—¿No te acabo de decir que te vayas a tu habitación?


—¿Por qué estás enojada?

—¿Ahora me vacilas? —lo miré indignada—. Te grité cuatro veces que no cogieras
el móvil.

—Bueno, ya fue. Lo hecho, hecho está —rio mientras se recostaba de nuevo a mi


lado.

—¿Qué pretendes con estas cosas? ¿Sabes que me puedo haber metido en un lío
por tu culpa?

—¿En un lío por qué? Yo creo que disimulaste bastante bien.

—Da igual eso. Imagínate que hubiese escuchado tu voz, o que me hubiera venido
justo en ese momento... ¿Qué hubiese hecho?

—Nada, colgar de la misma manera que lo hiciste. Estás exagerando demasiado...


Vení para acá —dijo mientras me giraba hacia él y me plantaba un beso en la
boca.

No quería que se saliera con la suya y que siguiera portándose como un idiota.
Estaba enfadada, muy enfadada, quería terminar esa noche ahí mismo y mandarlo
a su habitación. Pero, lamentablemente, en el fondo sabía que él tenía razón, y me
odiaba por eso. Sí, cuando cogí el teléfono y escuché la voz de Benjamín mientras
Alejo me penetraba por detrás, una mezcla de sensaciones me atravesaron desde
la cabeza hasta los pies, provocando en mi cuerpo algo que no había sentido
nunca. El miedo a ser descubierta, entrelazado con el placer que me estaba
sintiendo, sumado a lo prohibido de la situación, habían logrado transportarme a
otra dimensión totalmente nueva para mí. El momento hubiese sido perfecto de no
ser porque tuve que disimular y aguantar el tipo como mejor pude, pero eso no
cambiaba que me había gustado muchísimo.

—Déjame en paz —dije dándole la espalda otra vez.

—¿Lo hacemos de nuevo? —dijo él antes de poner una mano en mi cadera.

—No. Vete de aquí.

—Dale, una vez más y me voy, ¿sí? —insistió, y continuó recorriendo mi trasero
con movimientos circulares.

—No quiero —dije tajante, pero separando un poco las piernas cuando su mano
pidió permiso para acceder a mi sexo.

—¿Por qué no? —siguió preguntando mientras colocaba su pene nuevamente


erecto entre mis glúteos.

—Porque estoy enfadada contigo.


—Pero yo no te hice nada... —insistió cogiéndome un brazo y llevándolo hacia
atrás a donde estaba su miembro.

—Tú sabes bien lo que... Oye, ¿por qué tienes puesto otro preservativo? —me
sorprendí girando la cabeza y buscando una explicación. Pero su respuesta fue
levantarme la pierna que tenía arriba y ensartarme de una vez y casi sin esfuerzo.

—Uy, perdoname, se me resbaló...

Intenté hacer un poco de fuerza, sin mucho entusiasmo, para apartarlo de mí,
pero enseguida dejé de hacerme la que no quería la cosa y me dediqué a disfrutar
de una nueva relación sexual con Alejo, mi mejor amigo durante mi época de
estudiante, y mi flamante amante en esta nueva etapa de mi vida.

Una vez ambos llegamos al orgasmo, me levanté de la cama y casi que lo arrastré
hacia afuera. Había sido una nueva velada satisfactoria para mi cuerpo y consideré
que ya era hora de que llegara a su fin. A eso de las tres de la mañana, Alejo me
despertó acostándose a mi lado. Cuando noté que no tenía planeado intentar
nada, me abracé a él y seguí durmiendo cómodamente.

Sobre las diez de la mañana, me despertó uno de los tantos tonos de


notificaciones de mi teléfono móvil. Refunfuñando y medio dormida, cogí el móvil y
revisé el mensaje. Era de un número desconocido, así que supuse que sería
publicidad. Cuando iba a dejar el aparato de nuevo en la mesita de noche, leí de
reojo: "Hola, soy Guillermo".

—¡El examen! —exclamé abriendo los ojos instantáneamente.

Un poco más espabilada, seguí leyendo: "Recién me mandaron el resultado del


examen de ayer, te adjunto una foto para que lo veas tú misma. Un abrazo
grande, guapa", cerrando el texto con un emoticono que guiñaba el ojo. Sin
ponerle demasiada atención a lo que había escrito, abrí la foto y entonces sí me
terminé de despertar del todo. Me froté los ojos varias veces, pero no, no estaba
dormida, ni soñando.

—Me cago en mi vida... —maldije en voz alta al ver una vez más ese "9.4" que
brillaba con luz propia en la pantalla de mi móvil.

Las decisiones de Rocío - Parte 14.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 10:30 hs. - Benjamín.

Me desperté temprano, mucho más temprano de lo que hubiese querido en un


principio. Me había acostado muy tarde y borracho, con la esperanza de no volver
a abrir los ojos hasta pocos minutos antes de tener que salir a mi maldito trabajo.
Pero mis planes se vieron truncados por un odioso y agudo pitido que no paraba
de torturarme los oídos. Un pitido y un horrible dolor encima del ojo izquierdo que
apenas me dejaba observar con claridad lo que había delante de mí.

—Qué asco de vida, macho —exclamé en voz baja y tratando de contener la risa.

Sí, me reía porque no podía creer cómo las cosas habían cambiado tanto en mi
vida en tan poco tiempo. Cómo había pasado de ser el hombre más feliz del
mundo a ese trozo de mierda que se levantaba con resaca en el sofá de la casa de
su jefa un día entre semana. Pensar en eso me llevó a recordar lo que había
pasado la última vez en ese mismo lugar entre ella y yo, y volví a reír. Sabía que
era algo serio, pero no podía evitarlo, porque estaba seguro de que todo lo que me
estaba pasando me lo había ganado. Si Rocío me estaba poniendo los cuernos, me
lo había ganado por esas situaciones vividas con Clara y Lourdes.

Me senté en ese incódomo sofá e incliné la cabeza ligeramente hacia arriba con los
ojos cerrados. En lo único que pensaba en ese momento era en que ese espantoso
dolor de cabeza mitigara aunque fuera un poco. Me esperaba un día largo y jodido
y no quería terminarlo enfermo en la cama de a saber quién. Sin embargo, una
sonrisa se dibujó en mi cara cuando me acordé de que ese era el último día de
suplicio; el último día de aquél infierno que me había tocado vivir por errores
propios y ajenos. Abrí los ojos y alcé los brazos con los puños cerrados como quien
festeja un gol de su equipo de fútbol.

—Un último esfuerzo, Benjamín...

Bajé los brazos lentamente y clavé mi mirada en un florero que descansaba en la


distancia. "Eso no le da derecho a follarse a otro", "Acuchilla al bastardo". No
quería pensar en ello, pero esas y otras tantas frases de la charla en el bar me
seguían retumbando en la cabeza. Obviando el radicalismo de Sebas, en el fondo
sentía que ambos tenían razón. Yo no había buscado meterme en todos esos líos;
ni ser explotado por mi jefe, ni haberme interpuesto sin querer entre él y su
amante, ni nada de lo que había pasado con ella misma. ¿Por qué tenía que
soportar todo eso y encima luego llegar a casa y encontrarme con lo que me había
encontrado? Que sí, que me ponía en los pies de ella. Más de una vez me había
sentado a pensar en cómo se sentiría cada vez que yo cancelaba nuestros planes,
o de cómo se sentiría al tener que pasar noche sí y noche también en esa cama
tan grande. Pero, joder, Luciano tenía razón, eso no le daba derecho a acostarse
con otro...

Me levanté del sofá y me dirigí hacia aquél florero para recolocar una de sus rosas
de plástico que estaba a punto de caerse. La tomé con delicadeza y la posicioné
entre una margarita y un girasol que se alzaba grande y brillante por sobre todos
los demás adornos. Pero me centré en esa pequeña rosa, esa pequeña rosa que
parecía que en cualquier momento se iba a quebrar, que parecía que no soportaría
ni la más mínima brisa. Una flor tan delicada pero a la vez tan potente como para
resaltar más que ninguna otra de esas piezas de la naturaleza que la rodeaban. En
esa pequeña flor de plástico vi reflejada a la Rocío que había conocido hacía ya
cuatro años. Visualicé su carita de aquél entonces y esa bella sonrisa que me había
regalado cuando le confesé mis sentimientos por primera vez. "¿Cómo pedía ser?",
pensé, "¿cómo sería capaz ella de hacerme algo así?". Yo estaba convencido de
que conocía cada rincón de su personalidad, de que conocía desde el primero
hasta el último de sus deseos, asi como también sus miedos más profundos. Y la
Rocío que yo creía conocer tan bien, nunca, nunca en la vida hubiera sido capaz de
traicionarme.

¿Estaba intentando darle esquinazo a la realidad? No, no me sentía así... Era más
bien como si quisiera darle un voto de confianza. ¿Alguna vez me había dado
motivos para desconfiar de ella? Jamás. Nunca en la vida. Además, su educación...
¡Que había sido educada prácticamente en un convento! ¿Cómo no iba a pensar en
ello? Si nuestra vida sexual era así de discreta gracias a ello. Cada vez estaba más
convencido de que había sacado las cosas de quicio, y más preguntas seguían
llenando mi adolorida cabeza, preguntas un tanto estúpidas pero demasiado
reveladoras para mí en ese momento; "¿cómo va a acostarse con otro si conmigo
apenas se atreve a hacerlo con la luz encendida?", "¿cómo va a acostarse con otro
si conmigo tardó lo que tardó para hacerlo por primera vez?".

—Qué gilipollas eres, Benjamín...

El angelito con la cara de Rocío encima de mi hombro derecho le estaba ganando


la batalla mental al demonio con el mismo rostro que se situaba arrodillado y
desesperado encima del izquierdo. Y yo estaba feliz por ello, porque el
autoconvencimiento me llevaba a mirar las cosas con otra perspectiva. ¿La caja de
condones? ¿Y si sólo había estado limpiando el cajón y se le cayeron unos cuantos
sin darse cuenta? "Pero, Benjamín, ¿por qué no la volvió a guardar?", "¿Y si recibió
una llamada en ese momento? ¿Y si se le quemaba la comida? ¿Y si lo dejó para
luego y se terminó quedando dormida?". Estaba lanzado a salvar la imagen de mi
novia y no podía parar.

Abandoné aquél florero y volví a sentarme en el sofá, pero esta vez con una
sonrisa de optimismo. Me acomodé un poco la ropa y enseguida comencé a
sentirme mal de nuevo. Sí, porque caí en cuenta de que, llevado por el dolor y la
tristeza, había dejado a Rocío como una cualquiera delante de mis compañeros y
amigos. Ahora ellos pensarían que mi pareja era una mujer sin escrúpulos que se
acostaba con su amigo mientras yo me rompía el lomo trabajando. Me di mucho
asco y sentí la necesidad imperiosa de hablar con ella en ese mismo instante.
Sentí que tenía que pedirle perdón por todo; por lo que sabía y por lo que no
sabía. Y quería escuchar de su propia boca que todo estaba bien, que juntos
íbamos a superar ese momento tan complicado que la vida nos había deparado y
que nunca más íbamos a tener que preocuparnos por nada.

Cogí el teléfono de la mesita de café y marqué su número. El dolor de cabeza no


se me había ido y las manos me sudaban, pero no me importaba, quería hablar
con ella. No contestó a la primera, tampoco a la segunda y tampoco a la tercera. Y
terminé desesperando: "todo esto es culpa mía".

Me terminé de arreglar la ropa, acomodé un poco el lugar donde había pasado la


noche y subí las escaleras a toda prisa para buscar un baño. Quería salir de ahí
urgentemente e ir a casa para ver a mi novia; me importaba una mierda el trabajo
y me importaba una mierda todo. O eso creía, porque una vez en el segundo piso,
una voz a través de una de una de las paredes me hizo detener en seco. Abrí un
poco la puerta más cercana y vi a Lulú hablando por teléfono.

—¿Y qué más quieres que haga? ¿No te bastó con mandarme de nuevo para
España? —decía ella sin levantar mucho el tono de voz. Parecía disgustada—. ¡Que
no me hables en alemán, coño! Mira, llama a quien tengas que llamar, a mí no me
vas a venir con apuros de la noche a la mañana —exclamó ya un poco más alto y
esperó una respuesta—. ¡Fuiste tú el que me pidió un tiempo! ¡Y yo acepté porque
me pareció una buena idea! —nuevo silencio—. Se suponía que el tiempo era para
que nos pensáramos un poco las cosas, no para que te follaras a cuanta cría
alemana se te cruzara por el camino —otro silencio— ¿Que yo qué? No te
confundas, majo, que yo te prometí que te iba a respetar y así lo he hecho. No te
creas que todos somos tan deleznables como tú —dijo ya sin controlar el volumen.
Nunca la había visto tan enfadada—. Mira, si la guarra esa necesita un gilipollas
que la mantenga, que vaya y se folle a su puto padre. Tú eres mi marido y así
seguirá siendo, te guste o no. Que sí, que sí, habla con quien quieras, y que te den
por culo.

Tras decir eso, colgó y arrojó con furia el teléfono contra un sillón que tenía cerca.
Miró al cielo, profirió un insulto en voz baja y se dejó caer de rodillas en el lugar.
Estaba de espaldas a mí, pero me pareció ver que comenzaba a llorar. Por un
momento me debatí entre si entrar a consolarla o salir de ahí antes de que se
diera cuenta de mi presencia, pero no me había olvidado que ella se había
quedado toda la noche a mi lado intentando hacerme ver lo maravillosa y positiva
que podía ser la vida. Quería ir a ver a Rocío, pero no podía dejar sola a mi amiga
en lo que parecía era un momento difícil para ella.

—Lulú —dije abriendo despacio la puerta—, perdona, pero no pude evitar escuchar
la conversación...

No me dejó decir nada más. Estiró los brazos y con una cara llena de tristeza me
pidió que fuera con ella.

—Ven, dame un abrazo, por favor.

Apenas terminó de colocar su cabeza sobre mi pecho, me agarró de los bolsillos de


la camisa y comenzó a llorar con fuerza. Intenté comprender lo que estaba
pasando para luego poder darle algún consejo, pero me costó bastante. Según lo
que había escuchado, se había peleado con su marido y me pareció entender que
había una infidelidad de por medio. Ahí yacía mi duda, pues ella en su momento
me había dicho que su separación había sido de acuerdo mútuo y con sus
consiguiente libertades. No obstante, decidí no hacer preguntas y me limité
únicamente a consolarla.

—Benji... —se recompuso al fin— Lo siento.

—Llora tranquila, estoy aquí para lo que necesites.

—No, ya está —dijo sin separarse de mí—. Ese cabrón no merece que derrame ni
una lágrima más por su culpa.
—¿Quieres contarme lo que pasó?

—Nada, que se ha estado follando a otra desde que me fui —me separé un poco
de ella y limpié sus suaves mejillas con mis dedos.

—Vaya...

—Dice que la conoció pocos días después de que yo me viniera para España —hizo
una pausa—. ¡Y una mierda! Me siento como una imbécil... Si lo hubiese sabido...

Sentí que debía abrazarla de nuevo, pero ella se adelantó y se apretó contra mi
pecho otra vez. Acepté su confianza y volví a rodear su espalda con mis brazos
para que me sintiera presente. Intenté consolarla con caricias en su cabello y
susurros de aliento en sus oídos, pero estaba más que golpeada, lo podía notar por
el simple contacto con su piel temblorosa. Pasaron varios minutos hasta que
consiguió tranquilizarse lo suficiente como para poder seguir con la conversación.

—Hijo de la gran puta —exclamó todavía pegada a mí.

—Disculpa mi indiscreción, Lu, ¿pero no me habías dicho que no había ningún tipo
de atadura en esta separación? —pregunté con todo el tacto que pude.

—¿Eh? —dijo volviéndose a separar y mirándome con sorpresa.

—Cuando nos volvimos a encontrar en la oficina, me dijiste que te habías dado un


tiempo con tu marido, pero un tiempo con "libertades"... Si hasta me pediste que
no lo contara para que los buitres no se te acercaran.

—Ah, eso... —dijo esquivándome la mirada—. ¿Qué otra cosa podía haberte dicho?
No iba a llegar a aquí gritando a los cuatro vientos que mi marido me mandó de
vuelta a mi país porque allí lo molestaba. Me iban a juzgar... Y no sé si iba a poder
sobrellevar semejante humillación —sus palabras eran sinceras, tan sinceras que
no las pude aceptar.

—¿Te estás escuchando? —dije con cierta indignación. Ella me volvió a mirar
sorprendida—. ¿Quién te iba a juzgar? ¿Me lo puedes decir? ¿Eres conciente de
que para mí y para muchos de esa oficina eres poco menos que un ángel enviado
del cielo? No digas tonterías... —finalicé. Ella se quedó mirándome con los ojos
abiertos como si no supiera qué decir.

—No te das una idea de lo bien que me hace tenerte a mi lado, Benji... —dijo
finalmente sonriendo y volviéndose a apoyar en mi torso.

—Tú anoche me ayudaste mucho. Y no sólo anoche, cuando llegué a la empresa


me hiciste sentir como uno más desde el principio. Nunca me miraste por encima
del hombro y encima te encargaste de transmitirme todo lo que yo sé hoy en día.
Si hay alguien al que le hace bien estar a tu lado, es a mí —dije dejando salir gran
parte de lo que sentía por esa mujer. ¿Por qué iba a guardarme nada? Ella
necesitaba cariño y yo estaba dispuesto a ofrecérselo.
—Gracias, Benji —respondió. Y concluyó con unas palabras que no terminé de
entender—. Si tú supieras...

—¿El qué?

—Ya está —dijo soltándome y poniéndose de pie—. Tú ya tienes demasiados


problemas, no quiero molestarte con los míos también.

—¿Y tú qué hiciste con los míos anoche? ¿Sabes lo mal que me sienta que te hayas
desvelado sólo para que vigilarme a mí?

—Es distinto —rio por fin— ¿Sabes lo borracho que estabas? Además, sin la ayuda
de Romi no creo que...

—No digas más. Vamos abajo y me cuentas todo lo que me tengas que contar.
Aunque sean puros insultos hacia el alemán ese idiota que no sabe lo que se está
perdiendo.

—¡Tonto! —rio esta vez con más ganas.

—Venga, vamos —dije sujetándole la mano—. Pero antes dime dónde esta el baño,
que no estoy seguro de saberlo bien...

—Es cierto, ¡estás horrible! —volvió a reír mientras me alborotaba más si se podía
mi ya despeinado pelo.

Y, tratando de ocultar esa tristeza que se podía notar a kilómetros de distancia,


salió por la puerta conmigo y me enseñó el camino hacia el cuarto de baño. Me
sentí satisfecho conmigo mismo, sentía que le estaba haciendo un bien a una
grandísima persona. Quería mucho a Lulú y me dolía verla mal. Y aunque ella
dijera que no, sabía bien que me necesitaba, que me necesitaba a mí y a cualquier
ser querido que tuviera cerca. Porque no sólo era lo de su esposo, también estaba
todo el tema de Mauricio y Clara. Lourdes estaba tan o más atosigada que yo.

Una vez en el baño, metí la cabeza entera bajo el grifo y me refresqué como si
fuera un oso recién llegado al río. Me sequé la cabeza, hice lo demás que tenía que
hacer, y luego me senté en la taza unos minutos a esperar que el dolor de cabeza
terminara de pasar. Mientras tanto, saqué el móvil con la intención de llamar a
Rocío y me quedé un rato pensando. Recordé mis preocupaciones de hacía
escasamente media hora y la pena me volvió a llenar el alma. Ese dolor me
impidió marcar su número en la agenda. Antes había estado preparado para
llamarla y pedirle perdón las veces que hubiesen hecho falta, pero ya no... ¿Quizás
era miedo? Quizás. ¿Quizás era la culpa por haber ensuciado su nombre frente a
mis compañeros de trabajo? Quizás. Me quedé petrificado con el móvil en la mano
decidiendo qué hacer. Y así pasaron otros diez largos minutos.

—Luego... ¡Luego! —me dije con firmeza. El vértigo me pudo y finalmente


abandoné la idea. Sabía que era una excusa, pero Lulú me estaba esperando abajo
y no quería seguir haciéndola esperar. Quería comportarme con ella la mitad de
bien de lo que ella lo había hecho conmigo—. ¡Luego! —repetí una última vez
antes de guardar el teléfono y salir corriendo hacia la cocina.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 10:30 hs. - Rocío.

—Maldito crío... ¡Maldito crío! —repetía y exclamaba mientras intentaba terminar


la taza de café.

No podía pensar en otra cosa. Aquél chaval de 17 años al que me habían


encomendado darle clases de lengua y matemáticas, me había engañado como
nadie me había engañado jamás en la vida. Me sentía estafada, timada; me sentía
totalmente incapaz de enseñarle nada a nadie luego de haber caído en la telaraña
de un puberto que recién estaba empezando a conocer el mundo.

Si bien todavía no estaba del todo segura de que esa foto fuera real, pues había
dos mil quinientas formas de falsificar una nota, no podía evitar sentirme así de
cabreada. Tenía ganas de llamar a la madre y contarle todo, de decirle que su hijo
era un fraude que se dedicaba a acosar a sus profesoras en su tiempo libre.

—¡Pobres mujeres! —exclamé. Claro, esas "viejas brujas" tenían toda la razón.
Toda esa experiencia que a ellas le sobraba fue lo que me faltó a mí para no ver a
través de ese cabroncete.

¿Qué iba a pasar a partir de ahí? Ni me lo planteaba; ese chiquillo no iba a salirse
con la suya. No se me pasaba por la cabeza cumplir con lo que habíamos pactado.
¿Que iba a faltar a mi palabra? Obvio. No hay acuerdo posible cuando alguien da
su palabra sobre algo que, para empezar, es un completo engaño. ¡Que el niñato
no sabía hacer una dichosa división de dos cifras! ¿Cómo iba a ser posible que
pudiera sacar un "9.4"?

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»

El móvil comenzó a sonar y lo único que consiguió fue ponerme más nerviosa de lo
que estaba. Para colmo era Benjamín, la última persona con la que tenía ganas de
hablar en ese momento. Además de que seguía enfadada con él, me encontraba
en un estado de histeria que a saber qué barbaridad le hubiese dicho si le
contestaba la llamada. Metí el teléfono debajo de un cojín y dejé que siguiera
sonando en silencio, ya luego lo llamaría cuando me calmara.

Pero no tendría mi momento de paz todavía. Cuando me fui a sentar a ver un poco
de televisión con el único fin de aislarme de todo, sonó el timbre.

—Hola, Noe —saludé a mi hermana sin mucho énfasis.

—¿Sigue aquí? —no había terminado de abrir la puerta y ya había entrado en casa.
—Sí, estará durmiendo ahora. O no. Yo que sé...

—¿Por qué no me dijiste que se estaba quedando aquí? —dijo con autoritarismo.
Venía de malas y parecía que con claras intenciones de echarme la bronca. Y yo no
estaba de humor para soportarla.

—Justamente para evitar esto —dije con sequedad y volviéndome a acomodar en


el sofá.

—¿Para evitar el qué? Joder, Rocío, pensé que habías entrado en razón. ¿No
recuerdas lo que nos dijeron sus tíos aquella vez?

Me extrañé al escuchar eso, pero hice memoria y enseguida entendí a lo que se


refería. Hacía algunos años, cuando recién estaba empezando la carrera, nos llegó
la triste noticia de que uno de los profesores más queridos del instituto al que
ambas habíamos asistido había fallecido. Como era lógico y como correspondía,
fuimos a su funeral, donde nos encontramos con muchas personas conocidas,
entre ellas los tíos de Alejo. El recuerdo era vago, pero me sonaba que habían
mencionado algo de una herencia y de que los había dejado tirados para irse a
vivir la vida por ahí. De lo que si me acordaba bien era como Noelia aprovechó el
camino de vuelta a casa para decirme que ella tenía razón sobre ese chico, que
había hecho bien en alejarlo de mí y bla, bla, bla, bla... Y claro, yo para no
escucharla le había respondido todo que sí.

—A ver, Noe... —dije tratando de mantener la calma—. Alejo vino una noche...
tarde, bastante tarde y... golpeado también... —me di cuenta de que no era bueno
mencionarle lo que le habían hecho aquellos matones y traté de improvisar algo
sobre la marcha—. Un borracho... un borracho le había pegado en el bar de aquí
abajo y, como no tenía ningún otro sitio al que ir, acudió a nosotros...

—¿Y cómo consiguió tu dirección? —preguntó con desconfianza. En ese momento


me pareció la viva imagen de mi madre.

—No me fastidies, Noe... Yo también tengo mis amistades y me comunico con


ellas.

—La verdad es que no sé cómo Benjamín permitió esto...

—Porque yo se lo pedí. Y no sé a ti, pero a mí me enseñaron a no darle la espalda


a alguien que necesita ayuda, Noelia.

—Sí, vale, una cosa es ayudar y otra cosa es dejar que se quede a vivir en tu casa
de gorra. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Tres o cuatro días —mentí. Tenía ganas de que se fuera de una vez.

—¿Y cuándo se irá?

—Cuando encuentre otro sitio para vivir.


—¿Y lo está buscando? —tanta pregunta me estaba mareando y supongo que los
gestos de mi cara me comenzaron a delatar.

—Sí...

—Mientes.

—Mira, Noe, no tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer
en mi casa —la corté finalmente—. ¿Quieres tomar un café? —dije luego tratando
de amenizar un poco la cosa.

—No. Esta noche voy a hablar con Benjamín —dijo cogiendo sus cosas y
poniéndose de pie.

—¿Qué?

—Lo que has oído. Luego voy a llamar a Benjamín y a decirle todo lo que pienso
sobre esto. Rocío, no es la primera vez que te digo que ese tío me da mala espina
y...

—Espera, ¿qué? —la interrumpí. No me gustaba pelearme con mi hermana, pero


no estaba dispuesta a que se metiera en mi vida.

—Me voy.

—Tú no vas a hablar con nadie, ¿quién te has creído que eres? —dije cogiéndola
del brazo y tirando de ella hacia mí—. ¿Te crees que tengo 15 años todavía? Si
tanto te aburres con tu vida, vete y cómprate un hurón, bonita.

Se hizo un breve silencio en el que ambas nos quedamos mirándonos; ella


tratando de asimilar lo que acababa de decirle y yo intentando no perder ni un
ápice de seriedad en mi rostro.

—No te reconozco... —dijo finalmente negando con la cabeza. Se soltó de mí


agitando su brazo y, sin decir nada más, salió de casa.

Me quedé parada en el centro del salón sin terminarme de creer del todo lo que
acababa de suceder. Nunca, pero nunca en la vida, ni en nuestras peleas más
subidas de tono, le había hablado de esa manera a Noelia. Mi educación, el respeto
hacia mis mayores y hacia mis propios familiares, aquello que me había sido
inculcado desde pequeña, siempre había saltado a tiempo cuando mis ganas por
irme de la lengua habían sido demasiado intensas. Pero esa vez no, no pude
contenerme, y me había quedado con ganas de decirle más cosas. ¿Que no me
reconocía? Obvio que no, ¿cómo me iba a reconocer ella si no me reconocía ni yo
misma?

—Qué asco todo, ¡dios! —exclamé al aire y me senté en la silla que tenía más
cerca.
Ese desafortunado encuentro sólo había logrado ponerme de peor humor, además
de que me había abierto un nuevo frente. Si no tenía ya suficiente con Guillermo y
Benjamín, ahora iba a tener que lidiar también con mi hermana.

Necesitaba tener un poco de tiempo para mí y aislarme de una vez de todos los
problemas. Así que fui a mi cuarto, cogí una toalla y me encerré en el baño
durante media hora. Me bañé a tina llena y no me preocupé por nada más que mi
misma durante ese tiempo. Cuando salí, Alejo ya estaba levantado y desayunando.
Creí que era buen momento para hablar con él sobre lo que acababa de suceder.

—Buenos días —lo saludé sin mucho entusiasmo.

—Hola, mi amor, ¿cómo estamos? —dijo él con su alegría habitual.

—Mal. Antes vino mi hermana y no veas la bronca que me echó.

—Uh, ¿en serio?. Vení, sentante acá que te preparo un café.

—No, gracias. Me dijo que hoy va a hablar con Benjamín para que te eche de aquí.

—Ah.

—¿"Ah"? —repliqué sorprendida y parándome delante de él.

—¿Qué? —dijo como si la cosa no fuera con él.

—¿Eres consciente de que Noelia es capaz de inventarse cualquier cosa con tal de
salirse con la suya?

—Sí, ya me lo dijiste ayer —contestó sin cambiar su gesto despreocupado. Me


estaba empezando a mosquear.

—Joder, Alejo, ayúdame un poco, ¿no?

—¿Ayudarte con qué? Si me quiere echar, que me eche. No puedo vivir toda la
vida con ustedes.

—No se trata de eso...

—Hace dos semanas que estoy metido acá, Rocío, ¿cuánto tiempo te pensabas que
me iba a quedar? —dijo mirándome por primera vez a los ojos.

—Hasta que encuentres un piso...

—¿Y si no lo encuentro? ¿Qué hago? ¿Me van a dejar quedarme acá para siempre?

Tenía razón. Hacía días de la última vez que había sopesado la posibilidad de que
Alejo se fuera. Esas últimas horas habían sido tan intensas, tan determinantes
para mí, que me había olvidado todo aquello. Nos habíamos envuelto en una nube
de placer, una nube de felicidad en la que los problemas no tenían cabida, en
donde sólo había lugar para nosotros dos. Y caí, finalmente caí en la realidad.
Podía estar viviendo las últimas horas a su lado y ni siquiera me había preparado
para eso.

—Yo...

¿Estaba preparada para alejarlo de mí? ¿Estaba realmente lista para retomar mi
vida tal cual la había dejado antes de que él apareciera? Miré un momento para el
futuro, intenté visualizarlo, pero todo era incertidumbre. Si había algo que tenía
claro, era que lo que significaba Alejo para mí ya no se podía resumir en un mero
"amigo de la infancia", no, Alejo ahora ocupaba una gran porción de mi vida y no
se me pasaba por la cabeza que no siguiera siendo así. Viviendo con él o no, no
entraba en mis planes que nuestra relación terminara ahí.

—¿Estás bien? —me preguntó entonces Alejo, y me sacó de mis pensamientos con
una suave caricia en la mejilla.

—Sí... —mentí claramente. No me estaba gustando el rumbo que estaba tomando


esa conversación. No quería llegar a donde parecía inminente que íbamos a llegar.

—Dale —se levantó y se puso a mi lado—, ¿qué te pasa?

—¿Hace falta que te lo diga? —dije esquivando su vista.

—Sí... —elevó su mano y me levantó la cara desde el mentón—. Quiero


escucharlo.

—No quiero que te vayas... —dije finalmente. Él sonrió y me devolvió la cortesía


con un tierno besito en los labios.

—Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Así es la vida —se puso de pie y volvió a su sitio.

—¿Tan poco te importo? —le reclamé con más pena que enfado.

—No, mi amor. No te miento si te digo que ahora mismo no hay nadie que me
importe más que vos. Pero, entendeme, no me voy a arrastrar. No me quiero
arrastrar.

También tenía razón en eso. Si ya de por sí nos había costado horrores que se
quedara en casa hasta ese día, ya ni quería pensar lo que iba a pasar después de
que Benjamín hablara con Noelia. No había ninguna posibilidad de que Alejo
pudiera quedarse por sus propios medios.

—¿Y si se lo pido yo? —dije entonces, casi sin pensarlo.

—¿Qué?
—¡Sí! Antes de que hable con Noelia... voy y quedo con él y... —miraba para todos
lados y trataba de darle forma a la idea. No sabía si tenía sentido lo que estaba
diciendo, pero sentía que tenía que intentarlo a como diera lugar.

—Pará, Ro... No sé si es buena idea...

—¿Por qué? ¿No decías que se quería distanciar de mí? ¿No decías que yo ya no le
importaba como antes? —estaba ida, no podía evitarlo, mi máxima prioridad era
que Alejo se quedara en casa—. Si le pido que te quedes para seguir haciéndome
compañía, él va a... él va a —me trabé y me acongojé cuando me di cuenta lo que
estaba a punto de decir—... él va a poder seguir haciendo lo que sea que esté
haciendo ahí afuera.

No pude más y rompí en llanto. Me sentía desesperada; desesperada porque no


quería perderlo, no quería perder a Alejo. Pero al mismo me tiempo me daba asco
por pensar lo que estaba pensando de Benjamín. Por ponerlo en un segundo plano
cuando sabía muy bien que era la persona que más amaba en el mundo. Me había
metido en un lío al comenzar esa relación con Alejo y ahora no sabía qué hacer. No
sabía qué paso dar a continuación.

—Vení... —dijo regresando a mi lado. Me abrazó con fuerza y me acomodó la


cabeza en su pecho para que pudiera desahogarme sobre él. Necesitaba como
ninguna otra cosa ese cariño en ese instante. Y él sabía que lo necesitaba, porque
siempre estaba pendiente de mí. Por eso no quería que se fuera. Por eso me
prendí de su cuello y lo besé como nunca lo había besado antes. Por eso, mientras
las lágrimas seguían saliendo a borbotones de mis ojos, le hice saber todo lo que
pensaba a través de mi boca, de mis labios, de mi lengua.

Se puso de pie, conmigo todavía prendida de su cuello, y me llevó con él hasta el


sofá. Me acomodó con mucha delicadeza sobre los cojines y se acostó encima mío
para seguir besándome. Sabía que iba a pasar, que una vez más lo íbamos a
hacer, y no iba a ponerle trabas. Me quedé tumbada, a su merced y seguimos
besándonos hasta que él decidió avanzar un poco más. Quise colaborar un poco e
intenté ayudarlo a quitarse la camiseta y el pantalón corto desde mi impedida
posición.

—Sos tan linda —rio con ganas al ver como mis torpes movimientos hacían más
difícil la tarea.

Sentí vergüenza y me tapé la cara con un cojín. Él siguió riéndose pero no se


detuvo; aprovechó mi momento de 'ceguera' y me bajó el camisón hasta la cintura
dejando mis pechos al aire. Me destapé la cara y volví a buscar la suya para
besarlo, pero él prefirió descender sobre mi torso y cubrió una de mis aureolas con
sus labios como si fuera un recién nacido.

—Te amo —susurró mientras intercalaba lamidas y besitos en la piel de mi pecho


—. Te amo. Te amo.

Cada vez que pronunciaba esas dos palabras conseguía que mi cuerpo se
estremeciera, que naciera en mí un profundo deseo de devolverle el cariño
recibido. Pero no podía ser de la misma manera. Aunque sabía que seguramente lo
iba a hacer el hombre más feliz del mundo, no podía decirle que lo amaba cuando
no sabía si era cierto. Porque sí, a esa altura ya dudaba de mis sentimientos hacia
él. Lo quería, lo quería mucho, mucho más que a un amigo, mucho más que a un
amante, pero no sabía si ese sentimiento era amor, y no quería aventurarme a
decírselo sin estar completamente segura. Sin embargo, sabía qué otra cosa podía
hacer en su lugar.

Empujando su pecho con ambos brazos, hice que se separara de mí justo cuando
sus manos estaban a punto de llegar a mi sexo. Tomé la iniciativa y lo coloqué con
la espalda apoyada en el respaldar del sofá y metí una mano dentro de su
calzoncillo. Sin hacerlo esperar más, me agaché a su lado, liberé su miembro y me
lo metí en la boca sin miramientos. Un espasmo que hizo vibrar todo su cuerpo me
hizo dar cuenta que ya estaba más que listo para la acción, así que me deshice de
todas las dudas y comencé a chupársela a gran velocidad. Como siempre, no podía
abarcar ni la mitad, pero en esos últimos días había aprendido mucho como para
que eso supusiese un problema. Y me di cuenta de que lo estaba disfrutando
cuando levanté la vista y lo vi con la cabeza echada para atrás y respirando con
dificultad. Estaba aferrado con los puños cerrados a la funda del sillón, como
tratando de concentrarse en esas dulces sensasiones que mi humilde regalito le
estaba provocando y murmurando algunas cosas que no llegué a escuchar.

—Sí... Sí... Sí...

Aun así, y a pesar de que yo quería que ese momento fuera solamente suyo, Alejo
no quiso desentenderse de mí. Abrió los ojos de sopetón y dirigió su mano derecha
a mi culo, donde se dedicó a hacer círculos con el dedo índice sobre la tela de mi
braga justo a la altura donde esperaba ansioso mi clítoris. Capté sus intenciones al
instante y, sin abrir los ojos y sin interrumpir la mamada, hice un movimiento
violento con el culo para indicarle que avanzara. Él lo entendió e inmediatamente
introdujo su mano por dentro y palpó a palma abierta la totalidad de mi
entrepierna.

—No aguanto más —dijo de pronto. Esa afirmación me hizo pensar que estaba
apunto de eyacular, así que apuré la felación como pude. Pero me detuvo—. No,
quiero hacerte el amor. Ahora —dijo tratando de sonar tajante pero con un deje de
súplica que no pasó desapercivido para mí.

—Vale —sonreí—. Voy a buscar un preservativo —dije, y salí corriendo hacia la


habitación.

Cuando estaba volviendo con el paquetito en la mano, me interceptó a mitad de


pasillo y me dio un beso con tanta fuerza que me estampó contra la pared. Me
volví a trepar de su cuello e intenté corresponderle con la misma intensidad. Yo
estaba desatada, igual o más que él, y podía seguir esperando; lo cogí de la mano
y lo llevé hasta el sofá. Hice que se cayera de culo de un empujón y luego me subí
encima suyo. Él se prendió de mi cintura y se prendió de mis pechos con mucho
más vigor que antes. Me estaba doliendo, pero no me importaba, estaba
demasiado caliente como para decirle que se calmara.
—Vamos... —me suplicó mientras yo luchaba contra ese preservativo que no se
quería abrir. Él se volvió a echar para atrás y colocó las manos en mi culo. Con los
ojos cerrados, hizo un movimiento con las piernas que provocó que me colocara
justo encima de su pene. Sus manos se movían por mi cadera y por mi espalda
mientras yo intentaba abrir ese maldito envoltorio. Y comenzó a desesperar. Con
signos claros de impaciencia, cada vez se iba apretando más contra mí. No sabía si
lo estaba buscando o no, pero de un momento a otro se abrazó completamente a
mi torso y su cabeza quedó pegada a mi pecho. Luego llevó las manos de nuevo a
mi trasero y comenzó a moverlo de atrás apara adelante. Su pene se estaba
frotando contra mi vagina y mi cuerpo comenzó a reaccionar de nuevo.

—Espera. Así... no puedo —le pedí intentando contener los gemidos. Mis brazos
quedaron completamente levantados y me quedé en una posición que me
imposibilitaba del todo poder hacer cualquier cosa con mis manos —. Ale... no
puedo abrirlo así... espera —volví a suplicarle, pero no me quería escuchar. Seguía
con la cabeza hundida en mi pecho y obligándome con sus enormes manos a
mover mis caderas sobre su miembro.

Y poco a poco comencé a perder la noción de lo que estaba bien y lo que estaba
mal, de lo que era correcto y lo que no, y los gemidos ya se escapaban solos de mi
boca. Tiré el pequeño envoltorio a medio abrir hacia un lado y me abracé a su
cabeza para dedicar toda mi concentración a disfrutar de lo que esas sacudidas me
estaban provocando. Estaba más que dispuesta a llegar al orgasmo de esa manera
y ya no me importaba nada. Pero, entonces, Alejo tiró su propio culo hacia
adelante conmigo todavía encima y, luego, con una rápida maniobra que nunca vi
venir, metió todo su glande dentro de mi vagina.

—¡Alej...! —intenté quejarme, pero no me dio tiempo. Instintivamente mi cuerpo


se irguió y eso provocó que la totalidad de su pene se enterrara en mi interior.
Ahogué un grito de dolor y traté de sacármelo; pero Alejo no me soltó, me volvió a
atraer el cuerpo hacia él y comenzó a meterla y sacarla desde abajo sin que yo
pudiera hacer nada —. ¡Me duele! ¡Para! —grité. Pero era evidente que no iba a
hacerme caso.

Y entré en pánico. Como un gato enjaulado, empecé a tirar manotazos para todos
lados intentando liberarme; machaqué su espalda a puñetazos y tiré de su pelo
con violencia. Pero no me soltaba. Ya desesperada, mordí su oreja izquierda con
tanta fuerza que, si no llegaba a detenerme poniéndome una mano en el cuello,
estoy segura de que lo hubiese lastimado.

—Tranquilita, tranquilita... —dijo deteniéndose de pronto e inmovilizándome con


un abrazo. Seguí resistiéndome varios segundos más, pero finalmente me rendí al
darme cuenta de que Alejo no me iba a soltar hiciera lo que hiciera.

Y así nos quedamos un rato largo; conmigo sentada a horcajadas encima suyo y él
abrazándome como si no hubiera un mañana. Ambos respirábamos erráticamente
y sudábamos sin parar, y aun así no nos soltamos en ningún momento.

—¿Ya está? —preguntó haciéndome volver a la realidad.


Intenté levantarme y sacármela de dentro, pero, al volver a notar el roce en mi
interior, no sentí nada de dolor. Extrañada, me dejé caer de nuevo encima de él y
luego repetí la secuencia otra vez. Un gemido se me escapó y me tapé la boca de
forma instintiva. Efectivamente, el dolor había desaparecido y había sido sustituido
por una sensación mucho más agradable, lo que me llevó a repetir la maniobra
una vez más, y otra, y otra, y otra, hasta que retomé el ritmo perdido y no pude
volver a detenerme. Vi a Alejo reírse y entonces intentó tomar la iniciativa de
nuevo. Echó el culo hacia adelante, me abrazó por la cintura y continuó
empalándome como lo estaba haciendo antes de parar.

—¡Sácala! —le grité de golpe. Me había acordado que no le había puesto la


protección y mi reacción fue instantánea.

"Reacción", digamos que mental, porque no fue acompañada por mis actos. Mi
cuerpo ya sólo respondía a los embites de su pene y no podía dejar de moverme.
Intenté concentrarme y poner un poco de fuerza de voluntad; sabía que era una
locura tener sexo sin protección y me aterraba pensar en las horribles
consecuencias que eso podía tener. Pero no hubo manera. Tuve mi oportunidad
cuando él se detuvo un momento por agotamiento, pero en vez de eso, inicié un
desacompasado movimiento de pelvis que al poco tiempo se volvió constante y
seguro. Volví a tomar las riendas y de nuevo fui yo la que lo cabalgaba a él.

—¡Sácala! —seguía repitiendo entre gemido y gemido, pero mi cuerpo no se


detenía, estaba completamente metida en mi papel y no sabía cómo hacer para
abandonarlo.

De pronto empecé a sentir que me venía. No hacía ni diez minutos que lo


estábamos haciendo, pero ya estaba llegando. Y la sensación era completamente
nueva. No me había sentido así nunca, y no sabía por qué, y no me interesaba
averiguarlo, sólo seguí subiendo y bajando sobre su pene hasta que exploté.

—Así, mi amor, así... —me susurraba al oído mientras mi cuerpo se retorcía por el
gozo. Y no lo solté en esos escasos pero a la vez eternos segundos que me duró el
orgasmo.

Cegada por los espasmos que seguía sufriendo desde los pies hasta la cabeza,
tanteé su cara con mis temblorosas manos y le comí la boca como si la vida me
fuera en ello. Otra vez ese sentimiento de gratitud hacia él salía por si solo; sin
avisar y sin pedir permiso.

Sin embargo, una vez pasado el gustito, la racionalidad volvió a hacerse con el
control de mi cuerpo. —O te pones el condón o no seguimos, pequeño tramposo —
lo frené cuando parecía que iba a volver a la carga. Soltó una carcajada y, luego
de quitarme de encima con suma delicadeza, se levantó y recogió el pequeño
sobre de donde yo lo había arrojado.

"Condón", pensé cuando caí en cuenta de que lo que acababa de decir. Esa era
una de las tantas palabras que no había usado en la vida; de esas palabras que mi
subconsciente tenía escondida en el más recóndito de sus rincones. Me reí en voz
alta, causando que Alejo se diera la vuelta y me mirara desconcertado. En ese
momento sentí como otra barrera se rompía, como la nueva Rocío atravesaba otro
límite para no regresar jamás. Y mi sentimiento de libertad cada vez era mayor.

—Date prisa y acaba lo que empezaste —solté casi como una orden dando rienda
suelta a mis más bajos instintos. Acto seguido, me acosté en el sofá y separé las
piernas esperando recibir una vez más a mi huésped.

—¿Estás apurada? —preguntó él en tono jocoso.

—Sí, tengo que hablar con Benjamín.

—¿Para qué? —dijo mientras se acomodaba frente a mí y se preparaba para


metérmela de nuevo.

Lo cogí del cuello, clavándole ligeramente las uñas entre sus dorados mechones, y
le di otro beso como el de antes.

—Tú de aquí no te vas, eso te lo garantizo.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Benjamín.

Luego de bajar las escaleras a toda prisa, llegué a la cocina y me la encontré


sentada delante de una vaso de agua y una taza de café. Me indicó que me
acomodara frente a ella y me ofreció la infusión caliente. Se encendió un cigarrillo
y fui yo el que inició la charla.

—Me pareció entender que tu marido te pidió el divorcio, ¿no?

—Sí, dice que quiere tener la libertad de poder rehacer su vida cuando él quiera
con la cría esa que conoció. Menudo hijo de puta. Encima tiene los huevos de
decirme que yo no he hecho nada para salvar nuestra relación —continuó
maldiciendo.

—¿Y qué vas a hacer?

—Darle largas, vaya que sí. Va a venir la semana que viene a traerme los papeles.
Y me dijo que me atenga a las consecuencias si no firmo.

—Joder...

—Después de todo lo que yo he tenido que sacrificar por ese cabrón... —añadió
luego de desviar la mirada hacia la amplia ventana que se situaba a nuestra
derecha. Noté que su gesto había cambiado; en pocos segundos había pasado de
aparentar un enfado considerable a emitir un cierto aire de tristeza. Su pesar se
hizo evidente cuando sus ojos comenzaron a humedecerse.
Sabía que no era el mejor momento, ni mucho menos, pero, así de perfil y
observando la nada como estaba, su belleza resaltaba de una manera que provocó
que me quedara admirándola como si se tratase del cuadro más importante en
una galería donde sólo estábamos ella y yo. No pocas veces me había fijado en lo
guapa que era; cuando llegué a la empresa, al principio me costaba mantenerle la
mirada más de dos segundos justamente por eso, porque te hipnotizaba. Y así me
encontraba en ese momento, hipnotizado por su figura, por el aura que desprendía
sin buscarlo ni pretenderlo.

—¿Por qué lo amas tanto? ¿Qué tiene de especial para que una mujer como tú
esté dispuesta a luchar tanto por él? —dije sin dejar de observarla. Ella giró su
bello rostro y me miró a los ojos extrañada por la pregunta. Un ligero rubor cubrió
sus mejillas cuando vio cómo la estaba mirando. Su desconcierto me sacó de mi
trance y me di cuenta de lo que acababa de preguntar y de la forma en la que lo
había hecho. Intenté arreglarlo como pude—. Es decir —carraspeé—, doy por
hecho que no te quieres divorciar porque todavía lo amas, ¿no?

Sin responderme, se puso de pie y se acercó hasta colocarse delante de mí.


Agachó un poco su cuerpo y me dio un abrazo pasando sus brazos por debajo de
mis axilas. Correspondí su maniobra y me aferré a su espalda intentando
transmitirle con todas mis fuerzas que podía contar conmigo; que allí estaba yo
para ayudarla a superar lo que estaba pasando.

—Gracias, Benji —me dijo de pronto—. Gracias por ser como eres... Gracias por
ser tú.

—Ya te he dicho que no me tienes que agradecer nada. No me hagas repetirte


todo lo que significas para mí—le devolví la gentileza con toda la sinceridad del
mundo.

—Eres demasiado bueno conmigo, no me lo merezco.

—No soy ni la mitad de bueno contigo de lo que debería. Ni la mitad de bueno de


lo que tú has sido conmigo; eres mi ángel de la guarda —continué elogiándola. No
podía parar de dedicarle palabras de agradecimiento, no entendía por qué. Quizás
me estaba pasando, pero no podía detenerme. Era como si lo necesitara, como si
buscara que ella también me dijera cosas bonitas a mí. Era como un remedio que
había encontrado de casualidad pero que hacía mucho tiempo que estaba
persiguiendo. Necesitaba con urgencia ese cariño que ella me estaba depositando
en el alma con cada dulce palabra que pronunciaba.

Se separó de mí y se quedó mirándome a los ojos. No le esquivé la mirada y


ambos callamos. Ninguno se atrevió a decir nada. No entendía qué me estaba
pasando, pero seguía hipnotizado. No sabría decir si eran sólo sus ojos verdes o el
conjunto de su belleza lo que me tenía cautivado, pero no podía dejar de mirarla.
Y fue ella la que decidió romper ese momento; se volvió a incorporar y el silencio
se acabó con el sonido de su mechero encendiendo un nuevo cigarro.

—No lo amo, Benjamín —dijo sacándome nuevamente del trance.


—¿Cómo?

—Que no lo amo. A Jürgen, mi marido, no lo amo —repitió. Me quedé mirándola


con desconcierto.

—O sea, ¿dejaste de amarlo en estos años? ¿Se fue la magia o algo así?

—No, nunca lo amé —confirmó, y se volvió a sentar. Se secó los restos de


lágrimas que ensuciaban sus pómulos y se quedó mirándome como esperando que
siguiera preguntando.

—¿Y... por qué te casaste con él entonces?

—Porque quería darle el gusto a mi padre de verme vestida de blanco antes de


morirse —dijo con total pasividad.

—Dios santo...

—Jodido, ¿eh? —rio tratando de quitarle hierro al asunto.

—Pues sí, Lu... Pero igual no lo termino de entender... —dije yo levantándome de


la silla—. O sea, vale, entiendo lo de tu padre, pero más allá de eso, algo tenías
que sentir por ese hombre para terminar casándote con él, ¿no? Es que, joder, tú
no te casas con un completo desconocido —finalicé haciendo aspavientos con las
manos.

—Nunca te hablé de él, ¿verdad? —mi silencio respondió a su pregunta—. No, ¿por
qué iba a hacerlo? —rio para sí misma—. Lo conozco de toda la vida, Benji, fue mi
mejor amigo en mis primeros años de carrera y un gran apoyo moral cuando mi
padre enfermó. No era un completo desconocido, pero no lo amaba como él me
amaba a mí. Porque sí, él sí me amaba a mí.

—Ajá.

—Ningún hombre se había portado conmigo como lo había hecho Jürgen, era el
chico más atento que jamás había conocido. Y lo quería mucho, demasiado, pero
no de esa manera, no de esa forma... Y todos me presionaban para que le diera
una oportunidad; mi madre, mi padre, mi hermana, mis amigos... Nos veían
juntos y nos decían "parejita", y él se emocionaba. Y esas cosas a mí me hacían
sentir mal, como una golfa que se aprovechaba de él... —notaba sus emociones
fluir por sus palabras. Ella intentaba darme una explicación, pero vivía cada uno de
esos recuerdos como si fueran el presente—. Entonces mi padre me dijo esas
palabras; me dijo que su sueño era llevarme al altar, que nada en el mundo lo
podía hacer más feliz...

—Sigo sin entenderlo... Deberías estar muy apegada a tu padre para hacer algo
así por él.
—Más de lo que crees, Benji... Mi padre lo era todo para mí... —una mirada de
nostalgia se posó en su rostro. Yo me volví a sentar y le sujeté una mano desde el
otro lado de la mesa.

—¿Y por qué con alguien a quien no amabas? ¿No conocías a nadie más?

—A ver, no es que mi padre me dijo eso y yo salí corriendo a pedirle matrimonio a


Jürgen.

—Ah, ¿no?

—¡Claro que no! No hubiese sido justo ni para él ni para mí. Decidí darle una
oportunidad, pero quería hacer las cosas bien.

—¿Pero tú ya sabías que le gustabas?

—Sí, Jürgen ya se me había declarado una vez hacía no mucho tiempo. Y yo le dije
la verdad cuando lo hizo, le dije que no lo veía de esa manera y que tampoco
quería arurinar nuestra amistad. Él lo entendió a la primera, ni siquiera insistió; se
comportó como un caballero y respetó mi decisión.

—Entiendo... —me llevé las manos a la barbilla—. Dijiste que quisiste hacer las
cosas bien, ¿a qué te referías con eso?

—Ya te he dicho que nos veíamos mucho, ¿no? Bueno, seguimos haciéndolo con la
misma frecuencia, pero yo empecé a tomarme esas quedadas de otra manera...

—¿De otra manera cómo? —quería meterme más en la conversación para que ella
fuera cogiendo confianza. No quería parecer un cotilla, pero me pareció que
necesitaba desahogarse más de lo que ella creía.

—Digamos que me arreglaba más, me vestía diferente, me acercaba más a él...


Vamos, que di lugar a que se envalentonara, que diera rienda suelta a sus dotes
de seductor... Benji, di todo de mí para que la cosa resultase.

—Claro... Pero supongo que nunca llegaste a enamorarte.

—Lo cierto es que alcanzamos un punto en el que creí que podía llegar a hacerlo.
Llegó un momento en el que comencé a visualizar un futuro siendo feliz a su lado.

—Ajá...

—Pero entonces apareció él...

En ese momento noté como el móvil vibraba en mi bolsillo. El corazón me dio un


vuelco y la mano se me fue a mi pierna en un acto reflejo. Miré hacia todos lados,
nervioso, buscando alguna excusa con la que poder salir de esa cocina un
momento. No me parecía adecuado ponerme a revisar el teléfono mientras ella me
hablaba. No me gustaba que me lo hicieran a mí, ni me gustaba hacérselo a los
demás. Lulú detuvo su relato y se quedó mirándome extrañada. Me di cuenta de
que había llamado demasiado la atención, pero lo cierto es que no me importó
mucho.

—Tengo que ir al baño —dije levantándome y sonriéndole como mejor pude.

—Vale... —dijo ella sin cambiar el gesto de sorpresa en su cara.

Me dirigí al segundo piso casi corriendo, me encerré en el baño sin perder ni un


segundo y saqué el móvil. Las manos me sudaban y no atiné al botón de
desbloqueado hasta el tercer intento. Presioné donde ponía "un mensaje nuevo" y
me preparé para lo que fuera.

"Quiero que hablemos", rezaba el texto.

El nombre de Rocío resaltaba por encima de todo lo demás. Me emocioné y apreté


el botón de llamada. Lo intenté hasta cuattro veces, pero no me contestó ninguna.
Al rato recibí otro mensaje: "Ahora no puedo hablar, dime cuándo podemos
vernos. Tiene que ser hoy". Me quedé en blanco, pensando en que no podría por el
trabajo, pero enseguida me di cuenta de que todavía era temprano. "Entro a
trabajar a las tres, ¿te viene bien a las dos?", escribí finalmente. "De acuerdo",
cerró ella con un mensaje frío y tajante. Ignoré ese detalle y me centré en pensar
qué iba a decirle cuando nos viéramos. Obviamente iba a pedirle perdón por lo del
otro día y también por lo de los demás días. E iba a pedirle perdón por no haberme
portado como su pareja en esas últimas semanas. Y también le iba a contar lo de
Clara, y lo de Mauricio, y todo lo que había tenido que sufrir por culpa de esos dos.
Era el momento de sincerarme con ella. Ahora que por fin se había terminado
todo, era el momento de que supiera toda la verdad.

Satisfecho y con la agenda ya rellenada, salí del baño y fui a reencontrarme con
Lulú. Bajé las escaleras, me asomé por la puerta de la cocina y la vi sentada en el
mismo lugar, aunque en una posición diferente. Cuando me había ido, ella estaba
con las piernas cruzadas y fumando un cigarrito, pero ahora se encontraba
acodada sobre la mesa con las manos sujetando su cara y mirando a la nada.
Parecía una niña pequeña esperando a que le sirvieran la cena. Esa imagen me
pareció tan tierna que me sentí mal por haber huído de esa manera.

—¿Qué pasó? —dijo un tanto preocupada al verme.

—Los estragos de anoche, ya sabes... —mentí tratando de no sonar demasiado


vulgar.

—Si tienes cosas que hacer, no te preocupes, ve —mi excusa no había colado.

—Lu, en serio —dije sentándome en la silla nuevamente, luego sujeté sus dedos
con los míos firmemente y la miré a los ojos —. Cuando quiera irme te lo diré,
ahora tengo ganas de estar contigo.

—Eres un sol —dijo levantándome las manos y dándome un beso en los nudillos.
—Bueno, decías que justo apareció él, ¿no? ¿Quién era "él"? —sonreí motivándola
a que continuara.

—El motivo por el cual nunca terminé de enamorarme de Jürgen...

—Otro hombre —supuse por mi cuenta.

—Sí, otro hombre... Un compañero de trabajo... Bueno, un chico nuevo del que
Mauricio tenía referencias muy buenas.

—¿Te liaste con él? —pregunté intrigado.

—¡No! —exclamó entre enfadada y ofendida.

—¿Entonces?

—¡Me enamoré! —desvió la mirada y otra vez ese ligero rubor tiñó sus blancas
mejillas.

—¿Así? ¿Sin más?

—El roce, Benjamín, el roce hizo casi todo... Mauricio y yo vimos rápidamente que
tenía un gran potencial y me encomendó que le dedicara todo el tiempo que
pudiera. Le estuve encima más de dos meses, puliendo los pocos defectos que
tenía y enseñándole todo lo que yo había aprendido en los años que llevaba en la
empresa —contaba con la mirada perdida en la pared y con una sonrisa en su
rostro que dejaba ver que recordaba con mucho cariño aquellos tiempos.

—Algo así como hiciste conmigo, ¿no? —dije de pronto al recordar que yo había
pasado por un proceso similar.

—Sí... —suspiró—. Algo así como hice contigo...

—Vale —sonreí—. Sigue.

—Bueno, que con el tiempo y gracias al contacto constante, y por muchas otras
cosas, me terminé enamorando de él. Sí, sé que puede sonar raro, pero te estoy
contando la verdad.

—No, ¿raro por qué? Conociste a un chico con el que congeniaste y, bueno,
terminaste enamorándote, ¿por qué iba a ser raro? —le dije con sinceridad y,
además, con conocimiento de causa, porque mi historia con Rocío no había
comenzado de una forma muy distinta. Lulú sonrió y continuó hablando.

—Pero había un problema... el chico tenía novia —dijo tornando la sonrisa en un


gesto de resignación.

—Vaya...
—La conocí un día que fue a buscarlo a la oficina... El abrazo que se dieron y la
forma en la que se miraron... Enseguida me di cuenta que yo no tenía ninguna
posibilidad ahí. Y tú me conoces bien, Benji, sabes que no soy de esas mujeres
que se meten en las relaciones de los demás...

—Ya... Entonces renunciaste a él, ¿no?

—Al principio no. ¿Por qué? Supongo que porque estaba muy enamorada. Pese a
la decepción inicial, seguí yendo al trabajo con las mismas ganas y no cambié mi
forma de hablar con él en ningún momento. No sé si alguna vez te pasó, Benji, de
ver a una chica que te gusta en brazos de otro hombre pero no abandonar nunca
la esperanza de que algún día sea tuya —yo asentí indicándole que entendía lo que
quería decirme, pero lo cierto es que nunca me había pasado. Yo me había
enamorado una sola vez en mi vida, y había sido de Rocío—. Creí que en algún
momento iba a tener mi oportunidad, que algún día iba a cortar con esa chica y
entonces allí estaría yo en primera línea esperándolo.

—Pero no lo hiciste, te terminaste casando con Jürgen... —me adelanté a su relato


— ¿Por qué? —noté como me iba apretando la mano con cada vez más fuerza.

—Te he dicho que este chico apareció cuando mejor iban las cosas con él, ¿no?
Bueno, pues en esos meses que pasé trabajando a su lado, como que me olvidé un
poco de Jürgen. Seguíamos viéndonos, sí, pero dejamos de salir tan a menudo y
las cosas ya no eran iguales...

—Lógicamente...

—Y poco a poco fue alejándose de mí. Dejó de insistir en verme tan seguido y ya
casi no me llamaba, supongo que porque yo apenas le devolvía las constantes
muestras de afecto que él me mandaba.

—Ahora me da pena el chaval —reí sin mucha efusividad tratando de aliviar un


poco la tensión que se respiraba en ese momento. Ella sonrió brevemente y
continuó su relato.

—Pero el estado de mi padre empeoró... Y a esa altura y con todo lo que había
sucedido desde entonces, yo ya no me acordaba de la confesión que me había
hecho. Y en esos tristes días en los que mi familia y yo esperábamos nerviosos en
la sala de espera del hospital a que los doctores nos dijeran cómo iba avanzando
todo, volví a replantearme las cosas —sus ojos habían vuelto a bañarse en
lágrimas. Esta vez fui yo el que apretó sus manos y acarició sus dedos.

—Creo que ya voy entendiendo todo...

—Al día siguiente llamé a Jürgen y le dije que viniera a recogerme, que necesitaba
desconectar y que él era el único con el que podía contar —se detuvo nuevamente,
bebió un poco de agua y continuó—. Esa noche fuimos a un hotel y me acosté con
él —cuando pronunció la última palabra agachó la cabeza y no la levantó hasta que
me oyó a mí.
—Lu... si quieres parar no pasa nada, ¿de acuerdo? Yo te pregunté porque me
sorprendió tu confesión, pero tampoco quería que lo pasaras mal recordando esas
cosas...

—Eres mi mejor amigo ahora mismo, Benji... Nadie sabe esta historia, ni siquiera
mi madre... Es algo que quiero compartir contigo y solamente contigo, por eso te
lo estoy contando —levantó la cabeza y me dijo esas palabras con una mirada
llena de tristeza. Me estremecí y no pude hacer más que levantarme y darle un
nuevo abrazo.

—No sé qué decir, Lu...

—No digas nada, sólo escucha el resto de la historia y luego saca tus propias
conclusiones —me dijo. No entendí muy bien eso último, pero no le di mucha
importancia.

—Vale... —contesté todavía medio confuso.

—Lo siento —rio—, en realidad ya no queda mucho que contar. Al día siguiente
que me acosté con él por primera vez, se me volvió a declarar y ya no pude decirle
que no. Cuando los médicos nos dijeron que a mi padre le quedaba poco más de
un mes de vida, le dije a Jürgen que quería casarme con él, que ya estaba
preparada y que nos diéramos prisa. Y así lo hicimos, alquilamos una pequeña
capilla con un jardín en las afueras de la ciudad y preparamos una ceremonia
íntima sólo con su familia y la mía —su semblante volvió a entristecer—. Te juro
que nunca había visto a mi padre tan feliz. Esa sonrisa y sus ojos llenos de
lágrimas es una imagen que no me voy a olvidar jamás.

—Lu... —hizo otro silencio largo en el que sólo se dedicó a beber agua. No quise
forzarla a que continuara y dejé que se tomara su tiempo.

—Mi padre falleció una semana después —dijo finalmente y dio un golpecito en la
mesa en señal de que ahí se había terminado su historia.

—Cuánto lo siento, Lu...

—Gracias, cielo —me respondió ella intentando forzar una sonrisa—. Bueno,
pregunta lo que tengas que preguntar —dijo descolocándome otra vez. Sí que me
habían quedado muchas dudas, ¿pero por qué quería despejármelas? No tenía por
qué... ¿Había algo que quería que yo supiera pero que no se atrevía a decírmelo
directamente?

—Eh... bueno... ¿Qué pasó con el chico del trabajo? —fue lo primero que se me
ocurrió.

—Nada, renuncié a él... Y ya sabes que al poco tiempo de casarme me fui a vivir a
Alemania con Jürgen.
—Cierto, que yo ya estaba en la empresa en esa época... ¿Lo conocí al chico ese?
—lo cierto es que las fechas cuadraban si eran las que me imaginaba. Quise hacer
memoria e intenté recordar uno por uno a los menores de 30 años que trabajaban
conmigo en ese momento.

—Es posible que lo conozcas, sí... —dijo haciéndose la misteriosa, pero sin intentar
jugar conmigo. Había girado la cabeza de nuevo para el lado de la ventana y la
seriedad reinaba en su rostro.

—¿En presente? ¿O sea que sigue en la empresa? —seguí indagando.

—Tal vez... —continuó sin cambiar ni un ápice la expresión de su cara, pero


moviendo los ojos de un lado a otro.

—¿Cómo se llama?

—No te lo diré.

—¿Por qué?

—Bueno, muchas preguntas sobre lo mismo. Siguiente tema... —intentó zanjar el


asunto. Estaba claro que quería que lo averiguara por mí mismo. Aunque sin pistas
iba a ser complicado...

—Vale, de acuerdo —me rendí al fin—. Ya no tengo más preguntas en realidad,


sólo saber por qué estabas tan triste y enfadada antes si en realidad nunca lo
amaste...

—Porque se pasó por el forro nuestros votos, Benjamín. Quizás yo fallé en el de


amarlo para toda la vida, pero tenía pensado cumplir el de "hasta que las muerte
los separe" a rajatabla —dijo otra vez enfadada. El popurrí de estados de ánimo
que me estaba mostrando esa mañana era tremendo—. ¿Sabes una cosa? Si
Jürgen no hubiese estado tan presente en mi vida cuando mi padre enfermó,
jamás me hubiera hecho saber que su último deseo era verme vestida de blanco.
Mi padre tenía una grandísima relación con él, casi una relación de padre e hijo, y
sabía muy bien lo que sentía por mí y lo que yo sentía por él. Aunque pueda sonar
feo, Benjamín, mi padre me dijo aquello para condicionarme, y no dudes que tuvo
la complicidad de Jürgen —decía de nuevo con rabia en su mirada.

—Espera, ¿me quieres decir que todo fue una argucia tramada entre tu padre y
Jürgen? ¿Entonces por qué me lo vendiste tan bien al alemán?

—Porque quería que supieras mis sentimientos y lo que pensaba en cada momento
que te iba relatando. No me di cuenta de lo que te acabo de decir hasta pasado
algún tiempo, cuando un día me senté y los cabos se empezaron a atar por sí
solos.

—Vale... ¿Y no quieres darle el divorcio por venganza nada más?


—Benjamín, Jürgen me hizo renunciar al que estoy segura es el amor de mi vida...
¿Me quería tener? Pues aquí me tiene para él y para siempre.

Noté sinceridad en sus palabras, pero también odio, un fuerte odio que lo podría
haber visto cualquiera. Se sentiría muy dolida por todo lo que le había pasado y, a
lo mejor, no querría que todo hubiera sido en vano, por eso se aferraba a ese
matrimonio. Pero desde mi punta de vista estaba exagerando demasiado. ¿Por qué
no divorciarse y olvidarse para siempre de ese tipo? Quería entenderla, pero no
podía...

Entonces, mi teléfono móvil empezó a sonar. El «Wooo, wooo, wooo, Sweet Child
O' Mine» de Axl Rose fue contundente y no me quedó otra que responder ahí
mismo delante de Lulú, quien me dio permiso con una sonrisa y un leve
movimiento con su mano derecha.

—Hola, ¿Ro? —contesté entusiasmado.

—Hola, Benja —respondió ella sin mucha efusividad.

—¿Cómo estás, reina?

—Bien, con un poco de sueño nada más.

—Vaya... Perdona por haberte llamado a esas horas anoche... —hizo un breve
silencio y luego respondió.

—No, tranquilo... Te llamaba para ver si podíamos vernos ahora.

—¿Ahora? ¿No habíamos quedado a las dos? ¿Pasó algo?

—¿Qué? ¿No puedes?

—¡No, no, no! ¡Sin problemas! ¿Quieres que vaya a casa y...?

—No —me interrumpió—. ¿Sabes el parque frente al antiguo trabajo de Noelia?

—Creo que sí...

—Bueno, en frente hay un sitio que se llama "Cafetería Grimi". Tiene un cartel muy
llamativo, ya lo verás.

—De acuerdo, ¿en 20 minutos te parece bien?

—Perfecto.

—Vale, nos vemos.


Colgó la llamada sin darme tiempo a despedirme. Era evidente que estaba
enfadada, y mi ánimo volvió a descender hasta el subsuelo. Lulú lo notó, se acercó
y me puso una mano en la espalda para tantear si estaba bien.

—Me tengo que ir —le dije con todo el dolor de mi corazón. Sabía que me
necesitaba, que estaba triste, pero no podía seguir estirando ese momento con
Rocío.

—No pongas esa cara, tonto —me dijo nuevamente con su hermosa sonrisa—. Tú
también tienes tus problemas.

—Te juro que te le voy a compensar.

—Sé que lo harás. Venga, vete... Vete que te están esperando.

Sin dejar de sonreír me acompañó hasta la puerta y se despidió con dos besos en
las mejillas.

—Gracias por lo de anoche, Lu, en serio. En ese estado no sé dónde hubiera


terminado de no ser por ti... Dale las gracias a Romina también cuando se
despierte.

—Se las daré —rio—. Y gracias a ti por escucharme hoy... Yo también necesitaba
desahogarme y has sido un gran confidente. ¡Venga, vete!

—¡Sí! ¡Adiós!

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Lourdes.

—¿Piensas espiarme toda la mañana o...? —dije en voz muy alta una vez cerré la
puerta de la calle.

—En realidad estaba esperando a que se fuera.

—¿Llevas mucho tiempo ahí?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Te preocupa que haya escuchado algo que no debía? —
dijo Romina bajando las escaleras torpemente.

—O sea, que lo oíste todo —le respondí con indignación y poniendo la mejor cara
de enfado que me salió.

—¡Eh! ¡No te me pongas tonta que yo no tengo la culpa de nada! —se enfadó.

—Que es broma, Romi —comencé a reír con ganas.


—¡Joder! No me des esos sustos... No veas el dolor de cabeza que tengo.

—Vamos a la cocina, que te hago un café a ti también.

—Vaya, sí que eres un ángel de la guarda... —dijo con seriedad pero en clara
alusión a lo que había dicho Benjamín antes.

—¡No te burles! —la regañé y ambas echamos a reír.

Una vez en la cocina, Romina se sinceró y me dio su opinión sobre todo lo que
había oído.

—Pues yo creo que no se puede ser más gilipollas. Más masticado no se lo podías
dar —decía con cierta indignación pero con una cara de satisfacción considerable
gracias al primer sorbo de café.

—Es un poco lento, ya lo conoces... —quise salir en su defensa.

—Lento, no, gilipollas, Lourditas. Gi-li-po-llas.

—Joder, Romi, no seas así.

—Bueno, da igual. ¿Qué piensas hacer?

—¿Yo? ¿Hacer de qué...? —dije, y me frené al entender a lo que se refería—.


¡Nada! Por dios, Romi, ¿por quién me tomas?

—¿Y por qué no? Alguien va a tener que abrirle los ojos. ¿Quién mejor para ello
que tú? —insistió.

—Yo no tengo que abrirle los ojos de nada...

—Esa guarra se los está poniendo bien puestos, Lourdes. Imagínate lo evidente
que tiene que ser para que justamente él, con lo gilip... —la fulminé con la mirada
—, lento que es, se haya dado cuenta.

—Ya, pero no, olvídalo —fui tajante. Mis principios eran demasiado férreos como
para hacer eso que me estaba proponiendo.

—Vale, vale, no te molesto más. Pero ya te irás dando cuenta sola de lo que de
verdad está bien.

Zanjamos ese tema ahí y no volvímos a tocarlo en toda la mañana, pero las
palabras de Romina me habían hecho más mella de la que yo creía.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Alejo.


 

Por fin. Por fin ese evento que había estado esperando los últimos días había
empezado. Era una de las últimas preocupaciones que me quedaba, una de las
pocas cosas que me faltaba por resolver, y ni siquiera había tenido que ser yo el
que la sacara a la luz. Encontrarme con la hermana de Rocío me había venido bien
si lo veía de esa manera. Porque sí, finalmente había comenzado la cuenta atrás
para saber si tenía que buscarme techo nuevo o no. ¿Qué esperaba que pasara a
partir de ahí? Bueno, básicamente que el dueño de la casa tomara una decisión
(todos sabíamos cuál iba a ser) y que mi inocente chiquitita eligiera entre si
hacerle caso, o rebelarse y dar la cara por mí. Por suerte, terminó ocurriendo lo
segundo y a mí ya sólo me quedaba aguardar pacientemente al desarrollo de las
cosas.

—Ya me voy —dijo apareciendo de golpe por el pasillo y plantándose en frente


mío.

No sé qué más dijo después, porque me quedé mirándola de arriba a abajo con
cara de pelotudo y sin prestarle atención. Por más que lo pensaba y lo pensaba,
seguía sin entender cómo hacía esa yegüita para estar tan garchable con cualquier
cosa que se pusiera. Porque no estaba arreglada para ir a ver al presidente, no,
más bien para ir a pasear al perro. Se había puesto una remera negra y una calza
a juego, nada más. O sea, vestida así, completamente de negro, estaba como para
agarrarla y llevarla a dar una vuelta en la punta de mi p...

—¿Me estás escuchando? —dijo en un tono mucho más alto, lo que me hizo volver
a la realidad.

—¿Eh? Sí, sí —contesté, pero sin sacarle los ojos de encima.

—Baboso —dijo dándose la vuelta; intentando parecer ofendida y yéndose a la


mesa de la cocina en donde había dejado sus cosas.

—Es que sos hermosa —no dijo nada y se mantuvo de espaldas a mí para
evitarme la mirada. Pero un casi imperceptible respingo me demostró que, por lo
menos, se había sonrojado. Me reí para adentro al comprobar, una vez más, que la
tenía comiendo de mi mano.

—Me voy —repitió con seriedad.

—¿Segura que no querés que te acompañe?

—Ya te he dicho que no hace falta, pesadito.

—¿De verdad? A ver si se va a pensar que soy yo el que te manda porque no


quiero dar la cara. ¿Y si no funciona? —dije mostrando al fin un poco de
preocupación en el tema. Ella se giró y me sonrió desde donde estaba.
—Vaya... —dijo con cierto aire de prepotencia—. Y yo que pensaba que te daba
igual irte o no. ¡Mírate ahora todo preocupado!

Ella esperó a que yo le dijera algo, o que le riera la gracia, pero me callé bien la
boquita y no cambié el gesto. Tragué saliva escandalosamente, exagerando el
sonido, me tiré para atrás en el sofá y me quedé mirando a la nada con cara de
cordero degollado. Lo sabía muy bien, era la viva imagen del acongojo. Cualquiera
que me hubiese visto hubiese sentido lástima por mí. Cada vez me sorprendían
más mis dotes de actor protagonista.

—Jo... —atinó a decir, y borró todo gesto de fanfarronería de su cara. Mi jugada


había funcionado—. No quería hacerte sentir mal.

—Tengo miedo de no volver a verte si me voy de acá... —sabía que decir eso no
tenía una mierda que ver con mi discursito de hacía un rato, pero Rocío estaba a
punto de ir a enfrentarse con su novio por mí y tenía que decirle exactamente lo
que ella pretendía escuchar si no quería que se arrepintiera cuando llegara el
momento.

Suspiró, dio un leve golpecito con las palmas de la mano sobre la mesa, se dio la
vuelta lanzándome una mirada de pena, pero a la vez llena de cariño, y vino a
sentarse al lado mío. Respondí agachando la cabeza y esquivándole la mirada,
pero ella se entrelazó con mi brazo y se apoyó en mi hombro.

—Gracias por quererme tanto —dijo después—. Gracias por haber vuelto a mi vida.

La abracé y le devolví el agradecimiento con un besito en la frente. Tenía unas


ganas tremendas de darla vuelta ahí mismo y empotrármela contra el sillón, pero
tenía que contenerme. Hacía diez minutos que había hablado con su novio y ya
estaba llegando tarde. No podía darme el lujo de seguir postergando ese
momento. Necesitaba saber de una vez dónde carajo iba a vivir los próximos días.

—Vas a llegar tarde... —le dije intentando sonar lo más aflijido que pude y
haciendo un esfuerzo denodado por no hacer lo ya mencionado.

—Sí, ya me voy. Y no te preocupes, te prometo que tú de aquí no te vas.

Se levantó, volvió a la mesa de la cocina y terminó de ordenar su bolso. Me había


dado la espalda y no pude evitar quedarme mirando ese terrible culo suyo. Cerré
los ojos e intenté pensar en alguna otra cosa, como por ejemplo el partido de
fútbol de la noche que tantas ganas tenía de ver, o el autito de segunda mano que
había visto a buen precio el otro día cuando volvía de la calle, o en la plata que iba
a ganar gracias a Rocío... "¡No!" me contradije mentalmente, eso último no iba a
ayudar mucho. Abrí los ojos y seguía ahí, de espaldas hacia mí y mirando su
teléfono. Respiré profundo y volví a desviar la mirada. Tenía que mantener la
calma a como diera lugar. Y por un momento lo conseguí. Por un momentito logré
poner la mente en blanco y abstraerme del mundo. Me sentí satisfecho por mi
poderosa fuerza de voluntad.

—¡Ay! —exclamó— ¿Qué haces?


Cuando me di cuenta, ya estaba parado atrás de ella y agarrándola de la cintura.
"A la mierda todo". Ignoré su protesta y me puse a besarle el cuello. Ella giró
levemente su cabeza para decir algo más, pero enterré más mi cara en su piel y lo
único que salió de su boca fue un gemido que terminó ahogando.

—Que llego tarde, Ale... —se quejó apenas se recompuso.

La ignoré de nuevo y me apreté con más fuerza contra su cuerpo, haciéndola que
diese dos pasos para adelante y obligándola a apoyar ambas manos contra el
borde de la mesa. A esa altura ya tenía la pija dura y haciendo presión en mi
pantalón buscando libertad. El roce con su culo no ayudaba y me fui
envalentonando cada vez más. Solté su cintura y metí la mano por adentro de su
remera para agarrarle las tetas. Ella estaba claramente desconcertada; por
momentos forcejeaba e iniciaba quejas que no conseguía concluir y después se
quedaba quieta como invitándome a que siguiera avanzando. Y así lo hice. Con la
fuerza de mi torso, hice que se inclinara hacia adelante, quedando apoyada sobre
la superficie de la mesa y con su culo a mi disposición.

—Espera, ¿qué vas a hacer? —preguntó medio asustada. No quería que me


hablara, no era momento para hablar, era momento para que cerrara la boca y
aceptara tranquilita lo que le iba a dar, porque ya no había vuelta atrás.

Me quedé unos segundos frotándome contra ella, moviéndome de arriba a abajo y


deleitándome con el roce mútuo. Ella no forcejeaba, pero me seguía pìdiendo que
no siguiera, que era peligroso, que tenía miedo de que Benjamín se cansara de
esperarla y se fuera. Pero yo no la escuchaba, la había muteado, no me interesaba
nada de lo que tenía para decirme. Con los ojos cerrados, metí las manos por
dentro de su calza y acaricié su piel calentita durante un rato largo. Luego,
ayudándome de las muñecas, le bajé la prenda hasta medio muslo y continué con
las caricias.

—Venga, date prisa —dijo entonces. Ya se había rendido y sabía lo que iba a
pasar. No me cayó del todo bien aquella orden, pero el tiempo jugaba en mi contra
y tenía que ser rápido.

Acerqué el taburete que teníamos al lado y lo puse justo a un costado nuestro. Le


levanté la pierna izquierda, provocando que diera un grito de sorpresa, y la apoyé
encima del asiento de madera. Giró la cabeza y por fin nuestros ojos se cruzaron.
Si hasta ese momento había tenido la más mínima duda de si continuar o no, se
desvaneció apenas contemplé esa mirada llena de lujuria en su cara. Lujuria
mezclada con miedo, sí, ya que todo esto no dejaba de ser nuevo para ella. Pero
preferí quedarme con la cara de hembra sedienta de sexo. Con esa cara de yegua
deseando ser empalada de una vez.

—Vamos... —me suplicó una última vez.

Era mi momento, mi momento para reafirmarme como el dueño de su cuerpo. Y


no la hice esperar más, me saqué la pija, le bajé la bombacha y se la ensarté
hasta el fondo de un solo golpe. Cuando lo hice, me salió un bufido del alma, un
bufido de desahogo. Por primera vez me sentía su macho. El hombre que estaba
destinado a someterla y hacer de ella su propiedad. Me sentía en el más glorioso
de los cielos. Y supe que ella también lo había disfrutado, porque irguió su torso y
todo su cuerpo se sacudió.

Me agarré de uno de sus hombros y empecé a empotrármela como si me


estuviesen amenazando con un revólver. ¡Y sin forro! ¡Sin condón! Por fin me
estaba dejando llevar y me la estaba cogiendo como se debía. Y sin caricias, sin
besitos, sin pausas, sin "¿estás bien?", sin "¿te duele?", sin ningún tipo de
mariconadas de ese estilo.

—Más despacio, por favor... —decía, pero su voz no sonaba nada convencida. Otra
vez esos miedos que llevaba cargando desde chiquita hablaban por ella. Sabía que
no le dolía porque estaba gimiendo como una perra, pero tenía que decirlo, tenía
que decirlo para calmar a su estúpida conciencia. Y me cansé.

Se la saqué de adentro y, así tal cual, la agarré de una brazo y la llevé hasta el
sofá. Sin darle ningún tipo de explicación, la empujé de frente contra el respaldar
e hice que volviera a levantar el culo. Se quejó por mi agresividad y me volvió a
pedir que no fuera tan brusco, consiguiendo únicamente aumentar mi hartazgo. Se
la volví a meter de una y me apoyé sobre su espalda, dejando mi cabeza encima
de su hombro derecho y con las dos manos prendidas de sus hermosas ubres. Y
seguí garchándomela mientras la miraba de reojo estudiando uno por uno sus
gestos. Ella se dio cuenta y cerró los ojos para no tener que mirarme; también
juntó los labios como intentando no dejar escapar ni un gemido más. Yo no sabía a
qué estaba jugando, ¿por qué quería hacerme enojar si estaba disfrutando como la
mejor? Ya estaba más que podrido. Le solté una teta y, con los dedos índice y
mayor de esa mano, empecé a hacer presión sobre su boca para que la abriera. Se
resistía y ahora su semblante era de sufrimiento. Pero no estaba sufriendo, sólo se
oponía a mostrar cualquier tipo de emoción. Y yo no iba a perder esa batalla.
Aceleré todavía más el metesaca y aumenté la fuerza en cada estampada contra
sus nalgas. Sabía que no iba a aguantar mucho tiempo más de esa manera. Y no
lo hizo. Terminó abriendo la boca y metí mis dedos lo más profundo que la
posición me permitía. Varios sonidos de toda índole empezaron a salir de su
garganta junto con chorros de saliva que había estado guardando por puro
capricho. Entonces se desató. Levantó su cuerpo conmigo todavía encima y
empezó a gritar como si estuviera poseída. Yo también perdí el control y vociferé
con ella. Parecíamos dos bestias en celo cuyo único objetivo era darse placer a sí
mismos sin importarle un carajo lo que el otro pudiera sentir.

—Me vengo. ¡Me vengo! —bramó entonces.

Clavó sus uñas en mis manos, que todavía estaban empuñando sus tetas, y,
pegando un grito ensordecedor, se dejó ir en el que seguramente fue el orgasmo
más fuerte de su vida. Sentí su interior contraerse y aplastar mi pija como si su
intención fuera reventármela. Y, extrañamente, eso, sumado a sus uñas
ensartadas muy cerca de mis nudillos, me provocó una sensación que jamás había
experimentado; una sensación de placer, mezclada con dolor e ira que rodeó toda
la extensión de mi ser. Una sensación que me hizo perder la conciencia y logró que
mi yo más racional desapareciera. Ese yo que me había hecho llegar hasta ahí;
con el que había elaborado uno de los planes más exitosos de la historia. Porque
yo, sin mi raciocinio, no era más que un tipo común, un tipo como cualquier otro.
Y no volví a recuperar esa parte de mí hasta pasados unos largos segundos,
cuando me di cuenta de que había acabado dentro de Rocío. Cuando me di cuenta
de que había vaciado los huevos en su interior.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 13:20 hs. - Cafetería Grimi.

—Rocío, hace media hora que te estoy esperando, ¿dónde estás?

Era el séptimo mensaje de voz que le dejaba en el buzón y se estaba empezando a


impacientar. ¿Acaso se lo había pensado mejor? ¿Acaso no quería verlo? Miles de
preguntas de ese tipo se arremolinaban en su cabeza y no podía hacer más que
pensar lo peor. Ya se había tomado dos tazas de café en aquella mesa alejada de
todo el bullicio que venía desde dentro del local y seguía mirando para todos lados
esperando por fin ver la figura de su bella novia acercarse.

—¿Va a querer algo más, señor? —preguntó el camarero, al que no había visto
venir.

—Eh... no, no. Por ahora no. Gracias.

Volvió a sacar el teléfono y se preguntó una vez más por qué Rocío no daba
señales de vida. No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿En qué momento su
relación había llegado a ese punto? Creía saber mejor que nadie que el mayor
culpable era él, pero no podía evitar pensar que sus problemas se habían
magnificado de una forma increíble. ¿Cómo podía ser que de un día para el otro
todo se hubiera desmadrado de esa manera? ¿Seguiría enfadada por el plantón de
hacía apenas dos noches? Preguntas y más preguntas que se seguían juntando. Lo
único que necesitaba era verla; verla para disipar todos esos miedos que lo tenían
muerto en vida.

Tenía frío, había elegido sentarse afuera para que su chica lo localizara sin
dificultades, pero estaba empezando a arrepentirse. Además, la calle estaba más
transitada de lo habitual y le costaba ver a lo lejos. Estaba nervioso, muy nervioso,
y también estaba empezando a irritarse. Intentó comunicarse con ella una vez más
antes de irse, pero tampoco hubo respuesta. Así que se puso de pie, dejó unas
cuantas monedas encima de la mesa, recogió sus cosas y, desolado como nunca
antes lo había estado, empezó a caminar en dirección a su vehículo.

—¡Espera! ¡Benjamín! —escuchó detrás suyo a los pocos metros.

Se dio la vuelta y la vio; tan bella como siempre y corriendo hacia él como si la
estuviera persiguiendo el depredador más peligroso. De pronto todo lo que era
negro en su vida volvió a iluminarse. Esas puertas que lentamente se estaban
cerrando ante él, volvieron a abrirse de golpe. Una sensación de alivio tremenda lo
invadió y no pudo evitar sonreír.

—¡Lo siento! —dijo ella apenas lo alcanzó—. ¡Lo siento mucho!

Benjamín no pudo hacer más que romper los pocos centímetros que ella había
dejado entre los dos y abrazarla; abrazarla como hacía mucho tiempo que no lo
hacía. Ella, sorprendida al principio por la reacción de su novio, finalmente se
rindió ante la situación y le devolvió el abrazo.

—Vamos adentro, que hace frío —dijo él con la mejor de sus sonrisas. Ella asintió,
devolviéndole el gesto, y entraron agarrados de la mano.

Las decisiones de Rocío - Parte 15.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:50 hs. - Rocío.

Agotada, exhausta, extenuada, muerta. ¿Quién fuera capaz de continuar luego de


aquello? Me dolía la cara, la garganta, las manos, los bajos... Pero la sensación era
maravillosa, colosal, magnífica, fenomenal. No podía moverme, pero ni falta que
hacía. Podría haberme quedado a vivir ahí para siempre; arropada por el cuerpo
de aquél hombre que me había enseñado a ser mujer; rodeada por los brazos de
ese chico que me había hecho emprender ese viaje hacia una dimensión
totalmente desconocida para mí; bajo la suprema protección de ese muchacho al
que no le importaba ser el segundo plato de un tío que hacía días no se pasaba por
casa. No podía estar más agradecida con él... con Alejo... con mi amante.

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»

El sonido de ese maldito aparato me hizo volver al mundo real. Cada día odiaba
más esa canción. La aborrecible voz de ese americanito, cuyo nombre ni me sabía,
me hacía alcanzar niveles incalculados de rabia cada vez que sonaba. Porque
últimamente esas llamadas no habían hecho más que traerme dolores de cabeza.
Ya me resultaba imposible no asociar la palabra "problemas" con "Beautiful Girl".

—¡Arggh! ¡Cállate de una vez! —grité, ya harta, cuando sonó por tercera vez.

Pero esta vez no eran problemas. Sin siquiera tener que mirar, sabía que era
Benjamín el que estaba llamando debido a mi impuntualidad. Ya había pasado casi
media hora y desde entonces no había vuelto a darle señales de vida. Quizás en
cualquier otro momento me hubiese quedado ahí con Alejo, pero esa reunión era
demasiado importante para mi futuro. Para nuestro futuro.

—Déjame levantar, por favor —le dije, girando ligeramente el cuello y dándole un
tierno piquito en los labios. Todavía me encontraba arrodillada en el sofá y Alejo
aún seguía con su pene dentro de mí. Mi movilidad era nula.
—¿Segura? —dijo él.

—¿Cómo que segura? Quítate, anda —insití.

—Esperá...

Sin esperármelo, me cogió del vientre y empezó a caminar hacia atrás sin sacar su
ya flácido miembro de mi interior. Entendí que quería seguir jugando y me tuve
que poner seria.

—Alejo, que llego tardísimo. Luego cuando regrese, ya...

—Ya está —me interrumpió.

Me soltó de golpe y se separó de mí. Acto seguido, se acomodó la ropa y salió


corriendo por el pasillo sin decir nada más. Me quedé de pie, ahí en medio del
salón, descolocada y mirando como su culo desaparecía tras la puerta de su
habitación. No entendí por qué había salido por patas, pero no le di importancia,
no tenía tiempo que perder.

Ahí mismo, por el simple roce de mis propias extremidades con mi piel, me di
cuenta de que estaba bañada en sudor. Me palpé un poco el torso por arriba y
descubrí restos viscosos por toda la zona. Alejo no se había cortado ni un pelo a la
hora de besarme y morderme, y por eso también estaba cubierta de saliva. Me dio
un pequeño bajón al pensar que iba a tener que bañarme de nuevo, ya que no
tenía nada de tiempo. Pero no me quedaba otra alternativa. Así que, con eso en
mente, me subí la braga y los leggins, y empecé a caminar hacia el cuarto de
baño.

—¿Y esto...?

Cuando di el primer paso hacia delante, sentí algo húmedo y pegajoso en la


entrepierna que me hizo detener. Intenté seguir caminando un poco más, pero me
volví a detener a mitad de pasillo porque el roce con la tela me estaba
incomodando demasiado. Entré en el baño rápidamente y me bajé las prendas de
abajo para comprobar cuán mojada estaba. Agaché la cabeza y observé como un
hilo de un fluido semi transparente salía de mi vagina y formaba un pequeño
charquito en el centro de la braga. Extrañada, acerqué un dedo y lo unté en la
mancha para luego llevármelo a la nariz.

La reacción fue casi instantánea: abrí los ojos y un grito desgarrador salió de lo
más hondo de mí.

—¡¡¡ALEJO!!!

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 13:10 hs. - Cafetería Grimi y


alrededores.
 

Recién bañada y con un conjunto de ropa completamente diferente que con el que
había planeado salir en un principio, Rocío recorría a toda prisa las calles aledañas
a su apartamento para llegar lo antes posible a su reunión con Benjamín. Mientras
caminaba, inhalaba y exhalaba tratando de disminuir ese cabreo que llevaba
encima y que no quería mostrar una vez se encontrara con su novio. Por eso
tampoco respondía a las llamadas que no dejaban de llegar a su teléfono.

Estaba furiosa con Alejo. Y consigo misma también, porque, después de todo, era
ella la que le había permitido eyacular en su interior. Siempre supo que si lo
hacían sin protección era algo que podría llegar a suceder. Era plenamente
conciente de ello. Pero igual lo había dejado hacerlo dos veces y la tragedia
finalmente ocurrió. Porque así lo veía, como una auténtica catástrofe. Si bien
estaba prácticamente segura de que no iba a quedarse embarazada, puesto que
sus días fértiles estaban lejos de llegar todavía, sentía que Alejo había traspasado
una barrera que no le correspondía a él traspasar. Habían sido muchas las noches
en las que se había preguntado cuándo se atrevería a darle ese privilegio a
Benjamín. Noches en las que se había replanteado muchas de esas cosas que le
habían enseñado en su juventud. En esos días, que tan lejanos le parecían ya,
Benjamín siempre comentaba y hacía bromas sobre el sexo sin protección.
Siempre terminaban riendo, pero ella no era tonta, sabía que su novio tanteaba el
terreno buscando hacer esas fantasías realidad. Sin embargo, nunca llegó a
sentirse completamente preparada. Pero sabía que ya era tarde para lamentarse,
había ocurrido y punto. Seguir preocupándose sólo le traería más dolores de
cabeza.

Pocos metros antes de llegar a su destino, se detuvo en una esquina y no quiso


avanzar más. Ya no sabía si quería encontrarse con Benjamín. Se sentía sucia;
sucia y mala. Seguía enfadada con él por todo lo que la había hecho pasar esas
dos malditas semanas; por sus contínuos desplantes y por haberla hecho llegar al
punto de replantearse seriamente su relación con él. Lo amaba, lo amaba como
nunca había amado a nadie, pero no estaba segura si ese amor seguía siendo
correspondido. Y la simple duda no hacía más que alimentar su ira. No obstante, y
a pesar de todo, seguía preguntándose si todo lo que había estado haciendo con
Alejo estaba realmente justificado.

Finalmente, se asomó entre la multitud y visualizó la cafetería en el fondo. Se llevó


las manos a la cara e Intentó autoconvencerse de que todo estaba bien; de que
ella no tenía la culpa de nada y de que si había alguien que tenía que estar
arrepentido, ese alguien era Benjamín. Quería mentalizarse y retomar esa
convicción con la que había salido de casa. Más allá de que Alejo fuese su amante,
también era su amigo y no podía permitir que terminara en la calle.

Dio un último vistazo a la cafetería y entonces reconoció la figura de Benjamín.


Estaba levantándose de una de las mesas de la calle y le pareció ver que se
disponía a irse. Se maldijo por haber dejado pasar tanto tiempo y emprendió una
carrera entre toda la gente para intentar alcanzarlo.
—¡Benjamín! —gritó sin importarle si llamaba mucho la atención o no. Se
desesperó y volvió a gritar, esta vez más alto—. ¡Espera! ¡Benjamín!

Observó con alivio cómo éste se daba la vuelta y reparaba en su presencia. Dejó
de correr y terminó el trayecto caminando. Cuando llegó a su lado, intentó
recuperar el aliento y se disculpó con él.

—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho!

Cuando todavía estaba pensando lo próximo que le diría, Benjamín se adelantó y


le dio un abrazo que nunca se esperó. Y Rocío sintió como algo volvía a cobrar vida
en su interior. Como si algo que había estado durmiendo durante mucho tiempo
hubiera vuelto a despertar. Y se sintió feliz, muy feliz de volver a ver a su novio y
de que él hubiera reaccionado de esa manera al verla. Por eso, le devolvió el
abrazo y apoyó su cabeza contra su pecho para sentir nuevamente ese latido que
tanto había extrañado.

—Vamos adentro, que hace frío —dijo él con la mejor de sus sonrisas. Ella asintió,
devolviéndole el gesto, y entraron agarrados de la mano.

Una vez dentro, caminaron unos metros y decidieron sentarse en la mesa que más
alejada estaba. Tenían muchas cosas de las que hablar e iban a necesitar la mayor
intimidad posible.

—Perdóname, en serio... —volvió a disculparse ella.

—No pasa nada, mi vida —contestó él sujetándole una mano—. Me venía bien
tomar un poco el aire.

Más allá de esos gestos de cariño que le salían de forma espontánea, Benjamín era
un mar de nervios. Si bien lo había tranquilizado considerablemente que Rocío no
mostrase una actitud hostil hacia él, no podía evitar sentir cierta impaciencia por lo
que estaba por acontecer. Se moría por saber qué había retrasado tanto a su
novia, pero no se atrevía a preguntárselo, y eso aumentaba más su ansiedad. No
quería hacer nada que pudiera incomodarla lo más mínimo. Había ido allí para
hablar y quería que todo fluyera en un ambiente donde ambos pudieran soltarse y
decirse a la cara todo lo que les estaba preocupando.

—¿Por qué no comemos algo? Ya que estamos... —improvisó él, intentando


romper el hielo.

—No tengo mucha hambre —respondió Rocío, haciendo un gesto de disculpa.

—Oh, bueno. ¿Quieres algo para beber aunque sea? No quiero que nos echen por
no consumir nada —rio, intentando que no se notara que le había afectado su
negativa.

—Eh... Venga. Vale.


Rocío tampoco se quedaba atrás en lo que a nerviosismo se refería. Si Benjamín
estaba como un flan, ella era una gelatina viviente. Toda esa convicción con la que
había encarado esa reunión ya no existía, se había ido esfumando con el correr de
las horas. Todo aquello que estaba planeado minuciosamente; todo lo que haría y
lo que le diría, todo se había truncado al verlo. Estaba en blanco y no tenía ni idea
de cómo iba a hacer para sacar el tema que la había llevado hasta ahí. El silencio
se hizo dueño de su pequeño mundo hasta que llegaron las bebidas.

—¡Jod...! ¡Mil disculpas! —dijo de pronto el camarero luego de derramar un poco


del agua fuera del vaso.

Ninguno de los dos le puso atención a ese pequeño detalle, pero Rocío fue la única
que reaccionó ante la disculpa del chico y le hizo una seña con la mano dándole a
entender que no se preocupara. En un momento, le pareció ver que el muchacho
se quedaba mirando a Benjamín, pero lo atribuyó a su imaginación y volvió a
tratar de meterse un poco en esa charla que todavía no había dado comienzo.

Una vez el torpe empleado se hubo ido, Benjamín, que había estado mirando a la
nada intentando trazar un camino a seguir, comenzó a hablar de cosas triviales
tales como el clima, lo bonito que era ese establecimiento, de lo lejos que estaba
la salida de los baños en caso de que ocurriera una emergencia, etcétera... Estaba
nervioso, sí, pero hacía rato que había reparado en que ella también lo estaba, por
eso quería darle pie para que comenzara a hablar de lo que fuera que quisiera
hablar, ya que ella era la que lo había citado allí. Pero Rocío sólo respondía con
risitas y monosílabos. Y no le quedó más remedio que tomar la iniciativa él.

—Bueno, supongo que tenemos muchas cosas de las que hablar, ¿no? —dijo
sonriéndole y esperando su aprobación.

—Sí... —respondió ella, no del todo segura.

—Pues bien, comienza tú, que para algo fuiste la que me citó aquí.

Más allá de cómo se encontrara en ese momento, las cosas no estaban


transcurriendo exactamente como Rocío se las había imaginado. Cuando se sentó
en el salón de su casa a detallar cada paso que daría en esa reunión, ella había
previsto a un Benjamín pasota, no muy predispuestos a hablar y con prisa por irse.
Un Benjamín poco receptivo que le respondería "sí" a todo y recién mostrándose
un poco más interesado en ella cuando salía a flote el tema de Alejo. En ese
momento, en su mente, ella se ajustaba los pantalones y le ponía los puntos sobre
las íes, diciéndole que si no le parecía correcto que su amigo se quedara más
tiempo, que se lo hubiese pensado antes de dejarla abandonada. Y, ante esa
nueva Rocío dominante, imaginaba que él terminaría accediendo y luego cada uno
regresaría por donde había llegado. Era cierto que Benjamín nunca se había
comportado de esa manera con ella, pero le sobraban motivos para pensar que
quizás esa pudiera ser la primera vez. No obstante, la realidad se estaba
presentando completamente distinta. El hombre que tenía en frente se estaba
comportando totalmente al revés del de su película mental. Y las palabras seguían
sin llegarle a la boca.
—O no —dijo él de pronto.

—¿Qué? —preguntó ella, aún aturdida.

—Que mejor comienzo yo.

Al notarla tan dubitativa, Benjamín comenzó a sospechar que algo no iba bien.
Había acudido a esa cita pensando que Rocío quería arreglar las cosas con él y
para hablar todo lo que no habían podido hablar esas últimas semanas. Sin
embargo, la conocía de sobra como para no notar que Rocío quería decirle algo
más y no sabía cómo hacerlo. La idea de que pudiera estarle siendo infiel con
aquél desagradable muchacho volvió a revolotearle por la cabeza, así como la
imagen de la caja de preservativos abierta encima de su mesa de noche. Sintió
que se le empezaba a formar un nudo en el estómago y se vio obligado a
deshechar todos aquellos pensamientos negativos. Sabía que sacar conclusiones
precipitadas sólo le traería dolores de cabezas y no quería ensuciar el buen
reencuentro que había tenido con su novia.

—Antes que nada, quiero pedirte perdón... —comenzó, ante la extrañada mirada
de Rocío—. Sé que he sido un novio horrible, un novio de... mierda, un... un... No
se me ocurren adjetivos para calificarme como me lo merezco. Sé que al principio
habíamos quedado en que nos apoyaríamos mútuamente; que juntos íbamos a
poder superar estas semanas tan difíciles... Pero no, te dejé de lado... —se detuvo
entonces y tomó un trago de agua—. No pretendo justificarme, ni mucho menos,
pero creía que aguantando esto a solas iba a conseguir que tu sufrimiento fuera
mucho menor. Lo que nunca tuve en cuenta fue que tú, al igual que yo, estarías
sola en el proceso. Y sé que ahí yace mi mayor error. Nunca me paré a pensar si
era lo que querías, si estarías bien con eso, y hoy me arrepiento. Pero, si hay algo
que te puedo asegurar, Rocío, es que no dejé de pensar en ti ni un solo momento.
Y que me parta un rayo aquí mismo si estoy mintiendo.

Esa disculpa había pillado completamente desprevenida a Rocío. No entendía nada


de lo que estaba pasando. La cara de Benjamín irradiaba tristeza y
arrepentimiento, y ella no lograba entender la razón. Nada de lo que ella había
deducido con Alejo estaba cuadrando con la realidad que tenía delante de sus ojos.
Para ella, se suponía que Benjamín había estado mintiéndole y viéndose con otras
mujeres porque ya se había cansado de ella, porque tenía grabadas a fuego las
enseñanzas de sus padres y eso no lo dejaba sentirse realizado como hombre.
¿Acaso se había arrepentido? ¿Acaso el amor que tenía por ella era más fuerte que
sus deseos más primitivos? No lo sabía, no tenía la más mínima idea. ¿Estaba
mintiéndole sólo para sacársela de encima? No, estaba segura que no. Rocío podía
sentir en su propia alma la sinceridad de las palabras de Benjamín. Esa disculpa
provenía directamente del corazón.

—No digas nada, por favor... —la frenó cuando vio que estaba a punto de replicar
—. No quiero que nada que me puedas decir influya en lo que yo te voy a contar
ahora —le dijo, con toda la seriedad que pudo juntar.

—Benjamín, yo es que...
—Insisto, mi amor. Te debo muchas explicaciones, muchísimas más de las que tú
te imaginas, y estoy dispuesto a dártelas todas hoy mismo. No quiero que haya
más secretos entre nosotros.

Su intención era mostrarse lo más sincero posible con ella, pero a la vez seguro.
No obstante, estaba muerto de miedo. Aterrorizado. No estaba listo para
presenciar la reacción de Rocío luego de que le contara toda la verdad. Quería
permanecer positivo, pero sufría con la mera idea de que su confesión pudiera
terminar de hacer añicos su relación con ella.

Se bebió el contenido de su vaso de un solo trago y respiró profundamente


intentando tranquilizarse. Sabía qué era lo que tenía que hacer; su conciencia se lo
pedía y estaba más que dispuesto a complacerla.

—Verás...

Y así comenzó a contarle todo lo que había estado aconteciendo en su vida esos
últimos días. Más allá de que muchas cosas ya pudiera saberlas y le pudieran
resultar de poca trascendencia, decidió comenzar por lo que él consideraba el
principio de todo: la vuelta de Lulú a la empresa. Le contó con detalles su
reencuentro con ella y cómo luego Mauricio había decidido degradarlo en su puesto
de trabajo en detrimento de la mismísima Lourdes. La primera reacción de Rocío
fue de sorpresa, puesto que él nunca le había dicho que ya no era más el jefe de
su sección. Benjamín le explicó que esa decisión había injerido directamente en
sus obligaciones diarias y, por consiguiente, en su derecho de poder manejar, en
cierta medida, sus horarios a su antojo.

—No sé si te vas a tomar muy bien esto que te voy a decir ahora, pero, en fin...
Hubo días en los que pude haber ido a casa a pasar la noche contigo, pero preferí
no hacerlo... ¿Sabes por qué? Porque no quería llegar a casa a las tantas de la
madrugada, acostarme a dormir hasta tarde y al día siguiente tener que irme sin
apenas haber podido intercambiar palabras contigo... Sabía perfectamente que lo
estabas pasando mal y eso no hubiese sido bueno ni para ti, ni para mí. Ahí entra
de nuevo mi egoísmo, lo sé, y te pido disculpas otra vez.

Mientras Benjamín terminaba de pronunciar esas últimas palabras, la ya


extremadamente blanca cara de Rocío comenzó a palidecerse como si acabara de
ver un fantasma. Esa confesión había sido una flecha directa hacia su corazón. Era
imposible que pudiera olvidar que su infidelidad con Alejo había comenzado el día
que descubrió aquella carpeta con sus horarios del trabajo, ese mismo día que dio
por hecho que Benjamín ya se había cansado de ella. Sintió que el aire empezaba
a faltarle y un acongojo muy grande comenzó a ascender por su cuerpo. Apuró su
vaso de agua hasta el final y se disculpó un momento para ir al baño.

Benjamín, resignado y con el corazón encogido, la dejó ir y comenzó a preguntarse


de nuevo si estaba haciendo lo correcto. El enfado de su novia le pareció evidente
y ya ni se quería imaginar la que iba a poder montar luego de conocer el resto de
la historia.
En el baño, Rocío comenzó a llorar desconsoladamente y a maldecirse por, según
ella, haber sido tan estúpida. Tenía ganas de meter la cabeza en una de las tazas
de aquél pequeño servicio y no sacarla hasta dejar de respirar. Por primera vez
desde que todo aquello había comenzado, quizás llevada por el golpe de realidad
que acababa de sufrir, entendió la gravedad de lo que había estado haciendo hasta
ese entonces. Y, en su ingenuidad, intentó quitarle toda culpa a Alejo, porque
todavía estaba convencida de que él sólo había querido ayudarla. Estaba
desesperada y no sabía qué hacer; cómo salir y volver a mirarlo a la cara. Se
estampó varias veces las manos llenas de agua en la cara e intentó serenarse.
Para más inri, todavía notaba cierto escozor en su entrepierna por la sesión de
sexo salvaje que había tenido antes de salir de casa, y eso no hacía más que
aumentar sus ganas de morirse.

—Rocío, ¿te encuentras bien? —dijo Benjamín del otro lado de la puerta luego de
unos cuantos minutos.

—¡Sí! ¡Enseguida voy! —dijo fingiendo una voz que a su chico no le resultó nada
convincente.

A los diez minutos, salió de aquél cuartito mucho más serena y volvió a dirigirse a
su mesa. Los síntomas de que había estado llorando eran evidentes y Benjamín se
maldijo por ello. A esa altura, él estaba inmerso en un estado de culpabilidad que
enceguecía cualquier capacidad para notar la exageración de su novia al montar
ese pequeño numerito por una cosa de tan pequeña magnitud.

—Lo siento, mi amor... —dijo estirando su mano e intentando atrapar la suya, pero
Rocío la retiró antes de que él pudiera hacer contacto. Se sentía sucia y no se
atrevía siquiera a tocarlo. Pero ese gesto de rechazo hizo que él se sintiera peor
todavía.

—¡No! Yo... —reaccionó ella cuando se dio cuenta, pero Benjamín la interrumpió
con algo que había planeado guardarse hasta el final.

—Quería darte la sorpresa a lo último, pero como veo que esto te afectó tanto, qué
mejor momento que ahora, ¿no? —rio tristemente.

—¿Qué...? ¿Qué sorpresa?

—Por fin se terminó, princesa. Hoy es el último día de este calvario. Mauricio nos
dijo que a partir de mañana podemos volver con nuestros horarios habituales.

Los ojos de Rocío se abrieron de par en par y no pudo evitar levantarse corriendo
de la silla y abrazar a Benjamín. Se sentía perdida como nunca lo había estado en
su vida, pero encontró un atisbo de esperanza en esa fantástica noticia que le
acababa de dar. Había echado a perder todar la confianza que él había depositado
en ella, pero sabía que podía remediarlo si empezaba a pasar más tiempo con él
desde ya. Quizás esa forma de pensar no era más que fruto de la desesperación
que sentía, pero necesitaba aferrarse a algo y aquello le vino de maravilla.
Todo el bar se había girado para mirarlos, pero a Benjamín no le importó. Rocío le
comía la cara a besos mientras él terminaba de asimilar ese regalo que el cielo le
estaba mandando. Sus miedos habían desaparecido uno detrás de otro y se sentía
dichoso. Su chica se había abierto y había dejado que sus verdaderos sentimientos
salieran a la superficie. Ya no tenía nada de lo que preocuparse; Rocío lo
extrañaba y para él no había nada más importante que eso.

—Vale, Ro... —dijo cuando sintió que los murmullos incrementaban a su alrededor
—. Nos está mirando todo el mundo.

—Sí... Perdona.

Rocío volvió a su sitio y entonces se dio cuenta de que había pasado por alto algo
muy importante, el motivo por el cuál había organizado ese encuentro. Las cosas
habían dado un giro tan importante que se había olvidado de todo. Pero no se
preocupó, la noticia que le acababa de transmitir Benjamín la había devuelto a la
vida y ahora por fin volvía a ver las cosas con claridad. Tenía claro que cuando
llegara a casa, iba a hablar con Alejo y decirle que su relación de amantes
terminaba ahí. No tenía dudas sobre ello. Sin embargo, tampoco quería echarlo a
la calle. Después de lo bien que se había portado él con ella no podía hacerle eso
de un día para el otro. Y sabía que si se lo pedía, Benjamín le daría un poco más
de tiempo para que buscara un nuevo lugar para vivir.

—No sé qué decir, Ro... Sabía que te ibas a alegrar, pero, vaya... Creo que es la
primera vez que me besas con gente delante.

—Ya... —rio nerviosamente—. Es que esto ha sido un infierno para mí, Benja...

—Sí, pero ya está. Se terminó todo por fin, mi amor.

Benjamín no podía estar más contento, pero aun así necesitaba terminar de
contarle toda la verdad a Rocío. Sólo de esa manera se sentiría completamente
limpio y capaz de proseguir con sus vidas.

—Ro... ¿Podemos seguir hablando en otro lado? La verdad es que quiero contarte
todo lo que me ha ocurrido en est...

—No —lo interrumpió—. No quiero saber nada más. En serio. Te perdono todo.
Absolutamente todo. Quiero dejar el pasado atrás y centrarme en el futuro. En
nuestro futuro.

El remordimiento de conciencia en Rocío era demasiado grande y necesitaba


aplacarlo de alguna forma. Perdonarlo de antemano por cosas de las cuales no
tenía ni idea, servía como remedio para bajar ese sentimiento de culpa que la
estaba desgarrando por dentro. Después de todo, ¿qué cosa podía haber peor que
una infidelidad?, era la frase que se repetía constantemente.

—Te amo, Rocío. No te das una idea de lo que te amo —dijo él, poniéndose de pie
y yendo hacia su lado.
—Vale, pero sigamos afuera. Sí, que aquí ya hemos llamado demasiado la atención
—rio ella, cogiéndolo de la mano y tirando de él para que la acompañara.

Caminaron juntos hacia la barra, con Rocío cogida de su brazo y con una sonrisa
de oreja que hacía mucho no se le veía. Una vez ahí, Benjamín sacó la cartera y se
dispuso a pagar las dos botellas de agua que habían consumido. Cuando levantó la
cabeza, se encontró con una imagen que lo desconcertó. Una mirada llena de odio,
de rabia, de celos y de impotencia, sobre todo de impotencia, lo observaba desde
el otro lado de aquél mostrador de madera. Y lo reconocío al instante. Era Enrique,
el supuesto mejor amigo de Clara.

—Vaya... Benjamín, ¿no? Qué sorpresa —dijo sin cambiar ni un ápice el gesto de
su cara.

—¿Enrique? ¿Tú no trabajabas en el otro sit...?

—Para tu desgracia no, ya no —lo interrumpió—. ¿Qué pasa? ¿Eres de esos que se
follan a todas las que se le ponen por delante y luego las dejan tiradas?

—¿Perdona? Oye, no sé qué te habrán... —intentó responder, ante la atónita


mirada de Rocío, pero el muchacho volvió a interrumpirlo.

—¿Tan rápido te has cansado de Clara? ¿O acaso es que esta la chupa mejor?

Todo lo avanzado ese mediodía estaba a punto de caer por la borda por culpa de
ese desafortunado encuentro. Todos los sudores fríos, los dolores de cabeza, los
nudos en el estómago, las lágrimas, todo ese esfuerzo estaba a punto de
desperdiciarse por culpa del despecho de ese joven incauto. Y Benjamín
desesperó, tenía que cerrarle la boca como fuera. Y su cuerpo se movió solo; lo
sujetó del cuello de la camisa y le propinó un puñetazo en el centro de la cara que
lo hizo estamparse de espalda contra una estantería llena de botellas que
descansaba detrás suyo.

—¡No! ¡Benjamín! —gritó aterrada Rocío.

Varios consumidores se pusieron de pie e intentaron frenar a Benjamín que ya


estaba fuera de sí. Sorprendentemente, se logró librar de todos a la vez y luego
intentó cruzar la barra para seguir golpeando a Enrique. Cuando parecía que iba a
lograr su objetivo, un hombre de unos 45 años que estaba en la otra punta del
mostrador, se acercó hacia él y lo sujetó de ambos brazos, por la espalda, y
comenzó a decirle que se tranquilizara, que no valía la pena meterse en un lío por
un "niñato bocazas". El tipo era bastante corpulento, así que no le costó
inmovilizarlo.

—Niña, ¿tienes 50 euros? —dijo, dirigiéndose a Rocío.

—¿Eh? Dios mío... Sí, sí, los tengo.


Rocío entendió de inmediatio la idea del hombre y sacó de su bolso un billete
nuevo de color salmón que dejó del otro lado del mostrador.

—Venga, vamos —dijo el hombre llevándose a Benjamín hacia la salida y


haciéndole señas a Rocío para que lo siguiera—. Y vosotros ni una puta palabra de
esto a nadie, ¿de acuerdo? —dijo, en tono amenazante a todos los presentes y
señalándolos con el dedo.

Dieron vuelta a la esquina y se sentaron en un banco que estaba en medio de la


calle. Benjamín ya se había tranquilizado un poco, pero ni su pulso ni su
respiración se habían normalizado todavía.

—Venga, chaval, ya puedes calmarte —decía el extraño mientras se encendía un


cigarro y se abrazaba al respaldar del asiento de madera.

—Qué vergüenza —dijo Rocío mientras acariciaba la mejilla todavía roja de su


novio—. Muchas gracias por ayudarnos, señor, no sé qué decir...

—No te preocupes, niña, cualquiera con sangre en las venas hubiese reaccionado
de la misma forma.

—Yo... Lo siento... No sé qué me pasó... —dijo por fin Benjamín.

—Que no te comas la cabeza, chaval, que has hecho bien en partirle la boca. No se
puede ir por la vida de esa manera. Hay ciertos cógidos que se deben respetar.
Ahora, la próxima vez intenta controlarte un poco, que si no llego a estar yo ahí
igual le abres la crisma con una botella rota.

—Muchas gracias, de verdad.

—Nada, en serio, hubiese hecho lo mismo por cualquiera. Por cierto, soy Tristán,
mucho gusto.

—Yo soy Benjamín y ella es mi novia Rocío. Encantado.

—Encantada —repitió ella.

—Igualmente. Pues eso, tratad de no aparecer por aquí durante algunos meses
por lo menos, que conozco a los dueños del lugar y son capaces de meterte una
bala en la cabeza si te llegan a ver—rio al final, llevado por su propia gracia.

—De acuerdo... Y gracias de nuevo.

—Nada. Cuidaos, chicos.

Rocío y Benjamín se quedaron sentados en aquél banco sin terminarse de creer


todavía lo que acababa de suceder. Ella se apoyó en su hombro y le siguió
acariciando la cara para ayudarlo a tranquilizarse. Él, en cambio, sabía que tenía
que darle una explicación a su chica por la acusación del personaje ese, pero no
sabía por dónde comenzar. Se arrepentía por no haberle contado todo en el bar,
ahora tenía que lidiar con esa nueva piedra en el camino.

—Rocío, yo...

—Te vi hace unos días, Benja —lo interrumpió.

—¿Qué?

—Hace unos días, salí a hacer la compra lejos de casa porque tenía ganas de
tomar el aire. Sabes que a veces se me da por hacer cosas como esas, ¿no?
Bueno, pues que en el camino de vuelta, te vi en una cafetería, no muy lejos de
aquí, almorzando con una chica. No la conocía de nada y ella estaba cogida de tu
brazo así como estoy yo ahora. ¿Esa chica era Clara, Benja? —concluyó con toda la
serenidad del mundo y sin ningún tipo de reproche en su tono de voz.

—Sí, esa chica era Clara... —se confesó él.

—¿Has tenido una aventura con ella, Benja? —prosiguió de la misma forma.

—¡No, Rocío! ¡Te juro por lo que más quieras que n...!

—Sh... Sh... No te alteres. Te creo —dijo sin dejar de acariciarle la cara.

—Lo siento, mi vida, yo...

Benjamín rompió en llanto por no sentirse capaz de contarle la historia completa.


Sentía que la estaba engañando. Y que ella aceptara tan fácilmente su explicación
sin indagar tan siquiera un poco, le dolía todavía más, porque lo hacía sentir como
si se estuviese aprovechando de su ingenuidad.

Por otra parte, Rocío había sido absolutamente sincera con lo de pasar página y
dejar todo lo demás en el pasado, pero quería saber si él también había estado
teniendo una relación a escondidas. Sabía que no tenía derecho a reclamarle nada,
pero, ahora que habían vuelto a salir a la luz, necesitaba cerrar definitivamente
esas sospechas que hacía días se habían generado. Y esa carita, esas lágrimas y
esa mirada tan torturada lograron confirmárselo. No necesitaba nada más. No era
tonta, sabía que esa reacción desmedida en la cafetería había sido únicamente
para evitar que aquél muchacho siguiera hablando, lo que le daba a entender que
probablemente había ocurrido algo entre su chico y la tal Clara. No obstante, la
culpabilidad se mantenía latente y seguía aferrándose a eso de "nada que él
pudiese haber hecho es más grave que lo que yo he estado haciendo con Alejo".

—Benja...

—¿Qué, mi amor? —dijo todavía con la voz medio quebrada.

—¿Te ha dicho algo tu compañero sobre el piso que le iba a alquilar a Alejo?
—¿Eh? Pues no todavía... Y creo que no lo va a hacer tampoco.

—Vaya... Entonces tendremos que dejarlo quedar un tiempo más en casa hasta
que encuentre algo, ¿no?

Benjamín se enderezó y se encontró a Rocío observándolo de frente de una forma


que no supo muy bien cómo interpretar. Su semblante había perdido toda emoción
y estaba seria, muy seria. Y esa mirada hizo que sus huesos se helaran hasta tal
punto que sintió que no podía moverse. Algo así como cuando había leído sus
mensajes de texto en casa de Lulú. Esas líneas carentes completamente de
sentimientos ahora se habían trasladado a su cara. Y se sintió impresionado,
inhibido, asustado...

—Sí, supongo... Tampoco es cuestión de dejarlo tirado en la calle de un día para


otro.

—Sí, eso pienso yo —dijo ella, sin cambiar el gesto—. ¿No se te hace tarde para el
trabajo?

—¡Cielo santo! ¡Mauricio me va a colgar! Venga, vamos, que te alcanzo a casa.

—No, tranquilo, que tengo que pasar por un sitio antes.

—¿Segura? Te llevo a donde necesites ir.

—Que no, en serio. Ve a trabajar, no quiero que tengas más problemas por mí.

—Vale... Te amo, Rocío.

Ella no le respondió, en su lugar se abalanzó sobre él y le estampó un beso en el


centro de la boca que dejó a Benjamín viendo las estrellas durante varios minutos.
Uno de esos besos que tanto había perfeccionado las últimas semanas y que por
fin se lo podía dar a su novio. Cuando se separaron, Benjamín la saludó con la
mano y luego emprendió una torpe carrera hacia donde había dejado su coche.

—Benja, ¡espera! —gritó ella de nuevo y corrió hacia él—. Noelia descubrió que
Alejo se está quedando con nosotros. Creo que alguna vez te comenté lo que
piensa de él, ¿no? Como sea, antes me dijo que te iba a llamar para decirte no sé
qué cosas. No le hagas mucho caso, ya sabes cómo es cuando se le mete algo en
la cabeza —concluyó, esta vez sonriéndole como sólo ella sabía.

Benjamín, un poco descolocado, asintió sin mucho convencimiento y luego siguió


su camino hasta su vehículo. Y Rocío sintió como esa ruleta de emociones que
llevaba girando desde muy temprano en la mañana se detenía por fin. Y se detenía
en una casilla que en ningún momento se hubiese podido imaginar que lo haría.
Euforia era la palabra. Estaba eufórica porque en tan sólo un par de horas había
logrado reconducir su vida por completo. Su relación de pareja había recobrado su
forma original y su amigo seguiría viviendo bajo su mismo techo tal y como lo
había planeado. Ahora sólo le quedaba arreglar un tema...
—Guillermo, voy para tu casa. Avísale a tu madre.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 15:00 hs. - Rocío.

—¡Rocío! ¡Tú por aquí!

—Buenas tardes, disculpas por...

—¡No! ¡Ni lo digas! ¡Pasa y siéntete como en casa! Enseguida te traigo un


aperitivo. ¡Guillermo, baja! ¡Que está aquí Rocío!

—¡No es necesario! Yo sólo venía a... renunciar.

No llegó a escuchar esa última palabra porque ya había salido disparada hacia la
cocina, pero me hubiese gustado que lo hiciera, y terminar rápido con todo
aquello.

Luego de mi exitosa reunión con Benjamín, decidí que necesitaba extirpar todos
los problemas de mi vida de raíz. Me encantaba ejercer de lo que había estudiado,
aunque fuera un par de horas a la semana y a un solo alumno, pero ese chico se
había convertido en una peligrosa carga que ya no estaba más dispuesta a llevar
conmigo. Por eso fui directamente a su casa a hablar con su madre y decirle que
hasta ahí había llegado.

—Oye, ¿te gusta el café? No, espera, una señorita tan bella como tú seguro que
prefiere una taza de té, ¿no? Ey, no te quedes ahí de pie, ponte cómoda, hazme el
favor —dijo señalándome con el dedo el sofá.

—Vale...

—¿Y bien? Dime, ¿té o café?

—Una tacita de té está bien, gracias —le sonreí como buenamente pude.

Mariela estaba pletórica. Si bien sólo la había visto un par de veces antes de ese
día, yo la tenía como una mujer tristona con una gran fuerza de voluntad. Pero esa
vez estaba diferente, hasta el punto de parecer otra mujer. Su peinado había
cambiado, se notaba que había pasado por la peluquería. También se había
maquillado... De no ser porque estaba vestida de andar por casa, hubiese pensado
que estaba esperando la visita de algún hombre.

—Muchas gracias —dije saliendo de mis pensamientos y aceptando la infusión que


me ofrecía.

—No, gracias a ti, cariño mío. Supongo que ya lo te habrá dicho, ¿no? ¡Un 9.4,
Rocío! ¿Qué has hecho? ¿Dónde tienes guardada la varita mágica? —dijo, riendo a
carcajadas luego de darme un leve manotazo en la rodilla.

—Yo sólo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo.


No sacaba ningún beneficio pinchándole la burbuja a la señora, pero ganas no me
faltaban. Me parecía una buena persona y no me gustaba que su hijo estuviera
jugando con ella de esa manera, pero yo ya tenía demasiados problemas en mi
vida como para también tener que cargar los de los demás.

—Sí, como todo el mundo, cielo. Pero es que nadie había logrado siquiera que
pudiera aprobar, ¡y tú has hecho que roce el 10! Si es que todavía no caigo,
disculpa —dijo dando un buen sorbo a su taza de té.

—Ya...

—¡No seas tímida! ¡Regodéate de lo que has conseguido! Mira, conozco varios
padres que tienen problemas similares con sus hijos. Te voy a recomendar a todos
ellos. Te aseguro que trabajo no te va a faltar.

Me sorprendió semejante propuesta así de la nada. Quería desprenderme de esa


familia y de cualquier cosa que tuviera que ver con ellos, pero esa ayuda me venía
fenomenal y más en ese momento. Quería demostrarle a Benjamín que yo
también era capaz de llevar una buena suma de dinero a casa.

—Cielos, Mariela, pues eso me vendría muy bien. Se lo agradecería mucho.

—Sí, tú no te preocupes que yo me encargo. Estoy segura de que les vas a causar
buena impresión.

—Gracias, de verdad.

—Nada, hija. Y bien, ¿a qué se debe tu visita? ¿Habías quedado con Guillermo para
algo o...?

—Eh... Pues justamente venía para hablar con usted.

—Que no me trates de usted, cónchale, que me haces sentir vieja —dijo,


frunciendo el ceño y luego sonriéndome jocosamente.

—Es cierto, perdona. Te decía que venía para hablar contigo. De verdad que estoy
muy agradecida por haberme dado esta oportunidad y...

—¡Buenas tardes! —dijo una voz de pronto a nuestras espaldas—. ¡Pero si es mi


profesora favorita! ¡Ven que te de un abrazo!

Guillermo se acercó hacia nosotras a gran velocidad gracias a sus exageradas


zancadas y se abalanzó sobre mí para hacer lo prometido. Sus fuertes brazos
rodearon mi torso y no pude hacer nada para detenerlo. Mi cara quedó pegada a
su cuello y no pude evitar apreciar lo bien que olía. No sabía si era su gel de
ducha, su perfume o simplemente una colonia, pero el chico emanaba un aroma a
hombre que hubiese hecho rendir a cualquier muchachita buscando tema. Sin
embargo, no permití que el abrazo durara más de dos segundos.
—¡Suelta, listillo! —le ordenó su madre, dándole pequeños golpes en la espalda
cuando ya nos habíamos separado—. ¿Tú desde cuando eres tan espabilado?

—Es mi manera de darle las gracias, Ma, no seas tan sosa.

—¡Seguro que sí, golfo! Discúlpalo, Rocío, es que todavía está radiante por la
noticia del examen. Él no es así —aseguró Mariela. «Anda que no», pensé.

—¿Me puedo unir a vosotras? —dijo, sentándose a mi lado sin que nadie lo
invitara.

—Claro, mi vida. Justo Rocío estaba a punto de decirme algo... ¿Qué era? —sonrió
y volvió a dirigir su mirada hacia mí.

—Que estoy enormemente agra...

—Espera —me interrumpió de nuevo el crío—. Aprovechando que Rocío también


está aquí, me gustaría decirte algo mamá. Puede que suene repentino, pero ya no
me lo puedo guardar más. Quiero que me perdones por todo lo que te he hecho
pasar estos últimos meses. En serio —dijo el chaval, dejándonos perplejas a
ambas.

—¿Qué? —dijo la madre, con los ojos más abiertos de lo normal.

—Que sí, mamá, que lo siento mucho. No he sido el hijo ideal y sé que no lo has
pasado bien por mi culpa. Pero, igualmente, nunca te rendiste y permaneciste a mi
lado intentando levantarme el ánimo a pesar de mi pésima actitud —continuó, con
una seriedad que me hizo estremecer. No sabía si estaba intentando vendernos la
moto como ya había hecho conmigo hacía solamente 24 horas, pero si ese era el
caso, estaba claro que el chico tenía un don nato para la actuación.

—Guillermo...

—Así que gracias, mamá. Te quiero mucho.

Tras decir esa frase, se puso de pie y se fundió con su madre en un abrazo que me
pareció eterno. Mariela había roto en llanto y le daba las gracias a su hijo por un
sin fin de cosas que es innecesario enumerar. Cuando se soltaron, me pareció ver
que a él también le caían algunas lágrimas por los mofletes. No me lo podía creer.

Entonces entré en una nueva guerra interior. ¿Me había apresurado al juzgar al
chico? Me parecía demasiado evidente el engaño con lo del examen, pero es que
esa escena era demoledora. Ni el más sinvergüenza del país utilizaría a su madre
de esa manera sólo para tocar un par de tetas. Además, los gestos, las palabras...
era imposible que todo eso fuera fingido.

—Y tú, Rocío... —dijo, girándose de pronto y volviendo a mi lado—. Tú me has


hecho abrir los ojos. Gracias a ti me he dado cuenta de cuán hermoso es todo lo
que me rodea. De no ser por ti todavía estaría encerrado en esa habitación
desperdiciando mi vida. Y no lo digo sólo por el examen, sino por todos los
consejos que me has dado. Por eso, por los ánimos, por, por todo... Te voy a estar
agradecido de por vida.

—Guille, yo... —intenté responder, pero...

—Y yo también, cariño. Mira lo que has conseguido con tan sólo unas horas de tu
tiempo. Eres como un angelito que mandaron desde arriba para ayudarnos a
enderezar nuestras vidas. Y vaya si lo has conseguido —concluyó Mariela.

La situación me terminó de sobrepasar y terminé llorando yo también. El


agradecimiento de ambos me llegó llegó al corazón. Sí, podía ser que el chaval nos
estuviera engañando, pero no lo pude evitar.

—Bueno, basta de sentimentalismos, que si no vamos a arruinar este momento


tan bonito —exclamó Mariela, a la vez que daba un sonoro aplauso—. Bueno, a ver
si por fin me puedes decir eso que me ibas a decir, cielo.

—¿Eh? Ah, sí... Pues...

Mariela me miraba con una sonrisa llena de amor maternal esperando que dijera
algo. Sopesé la posibilidad de que todo ese discurso hubiese sido una argucia del
crío sólo para entermecerme porque había visto mis intenciones desde lejos. Si así
era, lo había logrado, porque ya me sentía incapaz de hacerle ese feo a la madre.
No podía, simplemente no podía.

—No, que venía para volver a planificar nuestros horarios. Es que mi pareja
mañana vuelve a casa y me gustaría tener los fines de semana libres. ¿Habría
algún inconveniente? —dije finalmente.

—¡No! ¿Qué inconveniente va a haber? Qué susto, mi niña, yo pensé que ya te


habías hartado de este cabeza dura—sentenció, dándole un coscorrón cariñoso a
su hijo.

—No, no... —reí—. Tranquila...

—Pues bien, ¿puedes arreglar todo eso con Guillermo? Yo es que tengo que salir a
hacer unas cosas —dijo, poniéndose de pie de golpe y mirando su teléfono móvil.

—Pues preferiría hablarlo conti...

—Sí, mamá, tú vete tranquila a hacer tus recados. Ya me encargo yo de arreglar


todo con ella —se adelantó él, girando su cabeza en mi dirección y sonriéndome.

—Pues bien. Ven que te de un abrazo, querida. Gracias por todo —dijo,
acercándose y pegándose a mí—. Ya nos veremos durante la semana, ¿no?

—Sí, claro... Gracias a ust... a ti, Mariela.


Cogió un bolso que descansaba encima de la gran mesa de madera del salón y
salió de la casa tarareando una canción más feliz que un gorrión por la mañana. Y
ahí me quedé sola con Guillermo. Como mi plan inicial de renunciar se había ido al
garete, ya sólo me quedaba tener una buena charla con él para explicarle cómo
serían las cosas a partir de ese momento. Y, por supuesto, dejarle claro que no
volviera a intentar tomarme por tonta.

—Bueno... Aquí estamos —dijo entonces Guillermo, un tanto nervioso.

—Sí, aquí estamos. Y, ahora que se fue tu madre, creo que es momento de que
me des unas cuantas explicaciones, ¿no te parece? —le dije con toda la seriedad
que pude.

—Vaya, ¿es por el abrazo? Lo siento, me dejé llevar... Vi a mi madre tan contenta
que me terminé emocionando yo también.

—Me da igual el abrazo, no me molestó. Y creo que ya sabes de lo que te estoy


hablando —volví a inquirirle. Su cara de desconcierto fue notable.

—Pues... no caigo, la verdad.

—Venga ya, Guillermo —dije, ya harta y levantándome del sofá con violencia—
¿Un 9.4? Que no me chupo el dedo, guapo.

—¿Qué pasa? ¿No me crees? Si quieres te muestro la hoja con la nota.

—¡Que dejes de hacerte el tonto! Así sólo vas a conseguir empeorar la ya malísima
impresión que me estoy llevando de ti.

—Vale, vale, tranquilízate —dijo, acomodándose en su asiento y poniendo cara de


resignación—. Sí, quizás no puse todo de mi parte estos días que estuviste
conmigo... O sea, en los estudios digo.

—¿Y por qué? ¿Tú sabes lo mal que lo pasé ayer cuando veía que el fracaso era
inminente? ¿Tú sabes la impotencia que sentía al no notar ningún tipo de progreso
en ti? Es horrible para una profesora que sus alumnos no aprendan... Te hace
sentir inútil.

—Lo siento... Yo no pretendía eso.

—Mira, vine aquí hoy con la intención de renunciar, aunque supongo que eso ya lo
sabías, y por eso te marcaste ese discursito de antes.

—¡No! —saltó de pronto y un tanto indignado—. Todo lo que dije antes era verdad.
Tanto lo que le dije a mi madre como lo que te dije a ti.

—No estoy diciendo que no, pero no me creo que lo hayas improvisado todo. Más
bien me huele a que lo tenías todo planeado porque sabías a lo que venía.
No respondió nada. Lo había pillado y se sintió inhibido. Me pareció buen momento
para indagar un poco más y que el chico terminara de sincerarse del todo. Y,
además, me pareció también que esa era mi oportunidad para que dejar entrever
que no tenía intención de cumplir con lo que habíamos pactado. Tenía la autoridad
moral de mi lado y tenía que aprovecharla.

—En fin, no sé qué hacer yo ahora. Si es que no me necesitas para nada. Es un


sinsentido que te siga dando clases... —dije, rompiendo el silencio y apoyándome
contra el respaldar del sofá.

—¿Por qué lo dices?

—Me vacilas, ¿no?

—No, ¿por qué? ¿Te crees que el 9.4 lo saqué porque en realidad soy alguna
especie de súperdotado? —rio—. Saqué esa nota por todo lo que me enseñaste tú.

—No me lo creo... Es que te salió todo demasiado redondo para ser verdad.

—Claro, porque lo analizas todo desde la perspectiva de que soy un monstruo sin
corazón que sólo quería aprovecharse de ti —volvió a reír, aunque esta vez con
más pena que otra cosa.

—Me acabas de confesar que no pusiste todo de tu parte... ¿Qué quieres que
piense? —contraataqué yo.

—A ver, Rocío... —inclinó la cabeza hacia abajo como armándose de paciencia—.


Mis problemas con los estudios son reales; mi madre no me llenó de profesoras
particulares por capricho mío. Sí, que ayer te hice creer que sabía mucho menos
de lo que en realidad sabía, pero ya sabes por qué fue...

—Vaya... ¡Qué bonito!

—Fui sincero en todo lo que te dije —prosiguió, sin hacerme caso—. No tenía
ganas de volver al instituto. Ninguna, cero. Ese examen de ayer me daba
completamente igual. Pero tú me prometiste algo a cambio si lo aprobaba, así que
me esmeré lo máximo posible. Cuando estaba en ese salón y me dieron la hoja del
examen, te juro que mi optimismo era nulo. Leí la primera pregunta y, para mi
sorpresa, la respondí. Leí la siguiente, lo mismo. Creí que era suerte. La siguiente,
también pude contestarla. Hasta que llegó un momento en el que mi mano ya
prácticamente se movía sola. Rocío, llené ese papel por delante y por detrás
gracias a ti, no porque ya lo supiera todo de antemano —concluyó.

Había tanta contundencia en su forma de hablar que me resultó imposible no


creerle. El énfasis impuesto en esas palabras, como intentando darle más
veracidad a cada una de ellas, había logrado convencerme. Sentí lástima por él,
pero no podía ceder ni un centímetro si no quería terminar semidesnuda en su
habitación. Todavía no era el momento de ablandarme.
—No sé, Guillermo... Va a ser complicado que vuelva a confiar en ti.

—Pues yo ya no sé qué más decirte... —respondió, bastante abatido.

—Nada, no hace falta que digas nada más. Voy a seguir dándote clases, pero ya
no creo que pueda volver a verte con los mismos ojos. Venga, ahora vamos a
dejar lista la agenda para el resto del mes, que tengo prisa —dije, intentando
parecer lo más autoritaria posible.

—Vale...

Estuvo en silencio los diez minutos que me tomé para hacerle el cuadrante con los
días y los horarios de las clases que le impartiría a partir de esa semana. Por
momentos, alzaba la vista y lo miraba de reojo, encontrándome con un chico triste
y arrepentido, que jugaba con sus manos esperando que yo terminara. Me
destrozaba el alma verlo así, pero tenía que mantenerme en mi posición.

—Bueno, ya está. ¿Lunes y jueves a la hora de siempre te parece bien? No te puse


el viernes para que puedas tener el libre el último día de la semana.

—Sí, me parece bien.

—Perfecto entonces, aquí tienes —dije, ofreciéndole el papel.

—Ok...

—Pues bien, eso es todo. Ya me tengo que ir.

Acomodé un poco mi bolso por arriba, me acomodé un poco las botas y me puse
de pie despacio, intentando que no pareciera que tenía ganas de salir cuanto antes
de esa casa. No le quise dar dos besos para despedirme, preferí caminar hacia la
puerta y luego decirle adiós desde ahí, pero...

—Mira, Rocío, ayer te la jugué un poco, sí. Lo reconozco y me arrepiento —dijo, de


pronto, y se detuvo como intentando seleccionar bien las palabras que diría a
continuación—. Pero tú, ahora mismo, estás demostrando que no tienes palabra.

—¿Qué? —respondí yo, un tanto confusa.

—Lo que has oído. Yo el examen lo aprobé. Puedes pensar lo que te de la gana
sobre la manera, pero yo lo aprobé. Y con buena nota además. Cumplí con mi
parte y tú ahora estás faltando a tu palabra.

—¿Lo dices en serio? —insistí. No me lo podía creer.

—¿Puedes dejar de echar balones fuera? —me miraba desde el sofá con una
mezcla de indignación e impotencia. En ese momento sí que aparentaba tener la
edad que tenía.
—A ver, repasemos, porque estoy flipando ahora mismo... —tomé aire— O sea, tú
me engañas haciendo el papel de tontito que no sabe hacer un par de sumas
sólamente para tocarme el pecho, ¿y yo soy la mala por "faltar a mi palabra"?

—Esa es tu versión. Yo ya te he dicho que "el papel de tontito" fue mínimo. Y me


da igual cómo te pongas, tú me prometiste algo y ahora te estás escapando por la
tangente. Y mira qué bien nos calza la frase hecha.

Estaba anonadada. El maldito crío, que hacía unos minutos parecía que estaba a
punto de hacerme un dibujito coloreado para que lo perdonara, ahora me estaba
exigiendo en forma de reproche que lo dejara tocarme las tetas. Era increíble lo
que estaba oyendo. ¿Cómo se podía tener la cara tan dura?

—Guillermo, basta. Basta, ¿de acuerdo? No tienes la razón. Tú sabes muy bien que
lo que yo te prometí fue basado en una mentira que tú mismo comenzaste. Ahora
me voy a ir y vamos a hacer como que nada de esto ocurrió, ¿entendido? —
concluí, de nuevo con autoridad, y volví a caminar hacia la puerta.

—Pues bien, pero mi madre se va a llevar un buen disgusto cuando le diga el


examen lo aprobé porque hice trampas.

—¿Perdona? —me detuve nuevamente.

—¿Has visto lo contenta que estaba mi madre antes? Seguramente le rompería el


corazón si le dijera eso... Si hasta fue a la peluquería por primera vez en años...

Algo dentro de mí me pedía a gritos que me detuviera ya, que terminara con ese
día de una vez. "¡Basta!", "¡no más sorpresas!", "'¡demasiadas emociones por un
día!" Hacía rato que lo venía oyendo, pero era como si ese día estuviera destinada
a tener que jugarme la salud con cada persona que me encontrara por el camino.
Pero ya lo de aquél niñato estaba colmando el vaso.

—No me puedo creer lo que acabo de oír —dije, todavía pasmada.

—Si quieres jugar sucio, juguemos sucio entonces.

—No caigo todavía... ¿Serías capaz de hacerle eso a tu propia madre?

—No me gustaría, ya te lo he dicho. Hace tiempo que no la veo tan feliz. Pero si tú
me obligas...

—Guillermo, que estamos hablando de tu madre, la mujer que se está deslomando


por sacarte adelante... Tú eres, eres un... —tenía ganas de decirle un montón de
barbaridades, pero logré contenerme.

—A ver, que no se va a morir... Va a ser un disgusto nada más, nada nuevo en


estos últimos años. Aunque seguramente eso te cueste el trabajo. Ah, y la
recomendación a los otros padres...
—Eres un monstruo, chico...

—No, el monstruo lo eres tú. Eres una farsante y una jodida embustera —se puso
de pie, levantó el tono de voz y me señaló con el dedo— Yo te prometí que, si me
dabas la motivación que necesitaba, iba a esforzarme para aprobar ese examen. Y
cumplí; me esforcé y saqué un puto sobresaliente. Así que ahora no me vengas
con chorradas. O me das lo que quiero o te quedas en la puta calle —concluyó, a
los gritos.

—Pues bien, me quedo en la puta calle. Si, total, a eso había venido en un
principio —respondí de igual manera, pero sin perder la calma.

—Vale, se lo diré a mi madre. Le diré que eres una puta mierda de profesora y que
te rindes conmigo. Porque eso es lo que crees, ¿no? Que no sirves para esto. Por
eso piensas que saqué esa nota sin tu ayuda, porque no tienes confianza en lo que
haces. ¿Y sabes qué? Mejor para mí. Si apenas crees en tus capacidades, ¿cómo
cojones vas a conseguir que yo pueda creer en mí mismo?

Y con eso último, terminó de noquearme. Si le rebatía aquello estaría dándole la


razón, quedando yo como la mala y él como la víctima. Había jugado muy bien sus
cartas y logró que me quedara sin argumentos. Y no me quedó otra que tomar una
decisión rápida y complicada. Podía simplemente aceptarlo, pero decirle que de
todas formas no iba a dejar que me tocara nada, se pusiera como se pusiera. O
también podía coger la puerta y no volverlo a ver jamás en la vida, que era lo que
tenía que haber hecho hacía ya varios minutos. La madre se iba a llevar un
disgusto, tal y como había dicho él, y seguramente luego me llamaría para
pedirme explicaciones, y yo se las tendría que dar para no quedar mal, pero
eventualmente me terminaría sacando ese problema de encima. Estuve tentada de
abrir la puerta, pero decidí utilizar la vía de la psicología y el raciocinio una última
vez...

—A ver, Guille... Vamos a sentarnos y hablar las cosas como adultos que somos,
¿vale? —dije, poniéndole mi mejor sonrisa y volviendo a sentarme en el sofá.

No se esperó esa reacción de mi parte y quedó con un gesto un poco descolocado.


Pero terminó haciéndome caso y se sentó a mi lado de nuevo.

—No te conozco de hace mucho, pero creo que con el poco tiempo que hemos
pasado juntos, me basta para poder afirmar que eres un buen chico —comencé,
sin dejar de sonreírle—. ¿Me prometes que no volverás a gritarme?

Dudaba, estaba alterado todavía, pero sabía que podía contagiarle mi serenidad si
le seguía hablando de esa manera.

—Vale, te lo prometo —respondió, finalmente.

—Así me gusta. Yo tampoco estuve bien en decirte algunas cosas, así que te pido
disculpas si te hice sentir mal en algún momento, ¿las aceptas?
—Sí.

—Bien. ¿Ves que podemos hablar bien si nos lo proponemos?

—Sí... —respondió, ya mucho más tranquilo—. Y tú también discúlpame a mí, me


pasé cuatro pueblos... Pero es que me siento estafado, de verdad —tras decir eso,
agachó la cabeza y se puso a jugar con sus dedos.

—Vale, vale, no pasa nada. Ya que tú te has sincerado, yo lo voy a hacer también
—me tomé mi tiempo, tomé un poco de aire y luego proseguí—. No es que yo no
confiara en mis habilidades como profesora, es que no confiaba en tus habilidades
como estudiante, sinceramente. Y no me pongas esa carita, que sabes bien que
me diste motivos para pensar así.

—Sí, ya...

—Bueno, por esa razón te hice la promesa que te hice. Y no vayas a pensar que
fue solamente para sacarte de encima. Nada de eso. Te prometí eso porque pensé
que así al menos irías al examen con un poco más de ilusión.

—Y funcionó...

—Ya, ya vi que funcionó. Pero, haz un ejercicio de empatía y ponte en mis zapatos
un momento... ¿Cómo hubieses reaccionado tú en mi lugar al enterarte?

—Sí, ya, si eso no te lo discuto, pero... —cada vez lo notaba más inhibido. Lo tenía
donde lo quería.

—Pues por eso, Guille... ¿Sabes una cosa? Para las chicas, nuestros cuerpos son el
tesoro más preciado que tenemos. Muy desesperadas tenemos que estar para
dejar que alguien que no queremos nos ponga las manos encima, ¿entiendes? Y yo
ayer estaba muy desesperada cuando veía que no dabas una...

—Ya...

—Y tú, en parte, y ya sé que no tenías malas intenciones, te aprovechaste de ello.


Así que no fue muy justo que digamos, ¿no te parece?

—Sí, pero...

—¿Pero qué? —lo dejé intervenir al fin.

—Que yo te pedí eso porque eres la chica más guapa que he conocido en la vida, y
tú hablas como si yo fuera la persona más desagradable del mundo —dijo, y volvió
a agachar la cabeza.

—No, no quise decir eso, Guillermo... Lo que quise decir es que somos nosotras,
las mujeres, las que decidimos quién puede tocar nuestros cuerpos o no. No tengo
nada contra ti.
—Pues si no tienes nada contra mí, ¿por qué no cumples tu promesa y te quitas
este problema de encima de una vez?

Me estaba molestando mucho tener que empezar de cero una y otra vez. Parecía
que no le importara nada de lo que le decía. Mantuve la calma, a duras penas, y
seguí por la senda pacífica.

—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho? —repliqué, sonriendo


nuevamente.

—Sí, he escuchado y entendido todo perfectamente —contestó, con seriedad.

—¿Entonces por qué sigues en plan capullo? —no era eso lo que quería decirle,
pero no lo pude evitar.

—Llámame como quieras, pero si estuviera en mis manos el hacer feliz a una
persona con tan sólo una acción, yo lo haría sin dudarlo.

—No, ahora no me salgas con esas, Guillermo. Creo que he sido bastante clara
con...

—¿Pero qué te cuesta? —interrumpió. Permanecía sereno a pesar del tono tenso
que había vuelto a tomar la conversación—. Que sí, ya, que el cuerpo de una
mujer y "bla bla bla", pero no me hables de las mujeres en general, háblame de ti.
¿Qué te cuesta darme ese capricho?

—Madre mía... —suspiré, nuevamente perpleja—. No me puedo creer que esté


teniendo esta conversación contigo...

—¿Me puedes responder, por favor? ¿Qué te cuesta?

—Yo es que... no te entiendo, Guillermo —dije, ignorándolo—. Eres un chico alto,


guapo, con un físico agradable. Tienes una labia que no es normal para alguien de
tu edad. No deberías tener ningún problema para conseguir a la chica que quieras.
¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué... por mí? —no se esperó tantos cumplidos de
mi parte y se ruborizó un poco. También pareció sorprendido por la pregunta.

—No me gustan las chicas de mi edad, son... son... No, mejor dicho, ninguna es
como tú. Sigues esquivando mi pregunta...

El chico estaba obsesionado conmigo, cosa que no comprendía, porque nunca le


había dado pie para que se creyera lo que no era. Pero, más allá de eso, terminé
llegando a la conclusión de que no iba a dejar de insistir por más empeño que yo
le pusiera, así que no tenía sentido seguir discutiendo por lo mismo.

—En fin... —suspiré, nuevamente—. Quiero que te pongas una mano en el corazón
y me respondas un par de preguntas.

—¿Y tú cuándo me responderás a...?


—Gullermo —repetí, con tono autoritario, y no hizo falta más.

—Vale, responderé a tus preguntas —cedió.

—Con una mano en el corazón.

—Con una mano en el corazón —repitió.

—De acuerdo... ¿Has planeado todo esto desde el principio sólo para aprovecharte
de mí?

—¡No! ¡Ya te he dicho que no! Joder, ¿no habías dicho que me creías? —volvió a
perder la calma y se levantó del sofá en una especie de acto instintivo, como si
quisiera imponerse a través de su presencia. Yo no perdí la tranquilidad y sólo tuve
que mantener mi mirada fija en él para que volviera a sentarse.

—¿Quieres decir que hablarme de tus motivaciones para luego pedirme que te deje
tocar mis pechos fue algo improvisado?

—Es que dicho así... 'Espontáneo' me gusta más.

—Vale... ¿Tengo cara de tonta, Guillermo? ¿De chica fácil?

—¿De ton...? ¡No! ¡Que no iba con esa intención! ¡Que me gustas de verdad,
cojones! Y no sólo físicamente hablando... Yo... ¡Joder! —exclamó, luego se llevó
las manos a la nuca y agachó la cabeza hasta que no pudo más.

—Vale, tranquilo —dije, intentando sonar un poco menos severa—. Una sola
pregunta más.

—¿Cuál? —respondió, desde esa misma posición.

—¿Me prometes que nunca más volverás a pedirme algo como eso? ¿Ni a mí ni a
ninguna otra chica?

Alzó la cabeza y se quedó mirándome fijamente, como intentando penetrar en mi


mente y descubrir lo que pensaba. Pero no pudo mantener el contacto visual más
de dos segundos. Luego, impotente y triste, volvió a agachar la cabeza. Sabía que
había perdido la batalla y sus gestos así lo reflejaban. Cualquiera se hubiera dado
cuenta.

—Sí... —respondió.

—¿"Sí" qué? —insistí.

—Sí, te prometo que nunca más volveré a pedirte algo como eso —completó, con
los ojos totalmente humedecidos.

—Ni a mí, ni...


—Ni a ti, ni a ninguna otra chica.

Satisfecha, y con una sonrisa triunfante, me puse de pie, acomodé un par de cosas
en mi bolso y me dirigí hacia la puerta de la calle. Guillermo permaneció en su
lugar, completamente abatido y desganado, hasta que volvió a escuchar mi voz.

—¿Cómo funciona esto? —pregunté mientras luchaba contra uno de los tantos
seguros de la puerta.

Sin estar totalmente decidido a ayudar a la mujer que lo acababa de rechazar,


vino hacia mi posición con cara de pocos amigos.

—Tampoco es tan difí... Oye, pero si esto está abierto —dijo, en tono de queja.

—Por eso, yo lo que quiero es cerrarlo.

—¿Cerrarlo? —preguntó, más extrañado y contrariado todavía.

—Sí, por si viene tu madre... —contesté, sin mirarlo a los ojos.

—¿Mi madre? ¿Y por qué iba a querer yo cerrarle la puerta a mi mad...?

Levanté la vista y la imagen que vi me hizo dar cuenta de que estaba a punto de
hacer lo correcto. Esa no era la cara de un capullo que quería aprovecharse de la
bondad de su profesora particular, esa era la cara de un chico inocente que apenas
sabía nada del mundo y que se acababa de dar cuenta de que, por fin, algo bueno
iba a pasarle en la vida.

—Rocío, yo...

—No digas nada. Vamos a tu habitación, que no sabemos cuándo puede venir tu
madre.

Colocó las cadenas y el resto de seguros de la puerta a toda prisa y se quedó de


pie como esperando más indicaciones.

—Vamos. Guíame —dije, sin perder la sonrisa en ningún momento.

Esquivándome la mirada y con unos movimientos robóticos que me hicieron reír


por dentro, se dio la vuelta y caminó en dirección a las escaleras. Lo seguí y, en
silencio, comenzamos a subir los escalones.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 15:00 hs.

—¿Hola? ¿Noelia?
—Hola, Benjamín, ¿cómo estás?

—Pues aquí, en el trabajo ya, ¿y tú?

—Yo entro en un rato. Me tienen muerta estos cabrones...

—Como a todos, Noe.

—Ya....

—¿Necesitabas algo?

—Sí, tengo que hablar contigo sobre algo.

—Es sobre el amigo de Rocío, ¿verdad?

—¿Qué? ¿Ya has hablado con ella?

—Sí, esta mañana, y me dijo que me ibas a llamar para hablarme del asunto. Mira,
Noe, ya lo tengo todo hablado con Rocío; el chico se va a ir cuando encuentre un
piso a buen precio. Así que no te preocupes.

—No, Benjamín, tú no lo entiendes...

—¿El qué? Noe, de verdad, a mí tampoco me cae muy bien, pero sigue siendo
amigo de tu hermana, no puedo dejarlo en la calle como si...

—¡Que ese tío está detrás de tu novia, Benjamín! Abre los putos ojos.

—¿Perdona?

—¡Lo que has oído!

—Joder, Noe... Ya sé que no te gusta, ni nunca te ha gustado, pero no inventes


cosas como...

—¿No te ha dicho nada Rocío?

—¿Decirme el qué?

—Ese tío fue su mejor amigo en casi toda la secundaria. Se le declaró un par de
veces y ella siempre lo rechazó. Vino aquí a conseguir lo que no consiguió en ese
entonces.

—Pues no... Nunca me comentó nada...

—¿Entonces lo vas a echar?


—No.

—¿Por qué? A ver, Benjamín, no sé si lo has entendido, pero tienes en tu casa a un


tío que está desesperado por tu novia y que va a hacer lo posible por quitártela.

—Aunque así fuera, tengo plena confianza en Rocío y...

—Dios mío... ¿No conoces a mi hermana todavía? Es el ser humano más


manipulable que hay en este mundo. Si no me habré aprovechado yo de eso...
Con un par de tonterías que le meta en la cabeza, ya...

—Ya, pero...

—¿No recuerdas lo que hablamos el otro día? ¿De lo rara que estaba Rocío? ¿De lo
poco comunicativa que estaba contigo?

—Sí, pero todo eso ya lo solucionamos hoy. Todo fue culpa de mi trabajo, y ya
mañana mismo vuelvo a mi horario habitual.

—No puedes estar tan ciego, vida mía...

—No estoy ciego, Noelia... Estas semanas han sido muy duras, tanto para tu
hermana como para mí. La he tenido más abandonada que nunca. Y te puedo
garantizar que he llegado hasta temer por nuestra relación. No sé qué tan cierto
será eso que me cuentas sobre ese chaval, pero Rocío me dijo que la ha ayudado
muchísimo estos días. Ya te he dicho que a mí tampoco me cae bien, pero si Rocío
confía en él, entonces no necesito más.

—Vale, como tú quieras. Pero yo ya te lo he advertido. Me desentiendo


completamente de lo que pueda pasar a partir de ahora.

—Me parece bien, Noe. Y te agradezco que siempre te preocupes por nosotros. De
verdad.

—Vete a la mierda, Benjamín.

—Yo también te quiero.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 16:10 hs. - Rocío.

Guillermo abrió la puerta de su habitación y me invitó a entrar. Estaba reluciente,


a diferencia de la última vez. Se notaba que la madre había hecho una limpieza de
punta a punta. Claro, animada como estaba, las tareas de la casa las haría con
todas las ganas del mundo.
—Siéntate, por favor —me pidió Guillermo, bastante nervioso.

Yo seguía de pie en el arco de la puerta, sin haberla traspasado del todo. Todavía
estaba a tiempo de darme la vuelta y dejar toda esa locura atrás. Pero sabía que
eso podría traer problemas más serios de los que ya me había planteado, porque
sería como quitarle el caramelo justo cuando iba a metérselo a la boca. Quizás de
eso no se recuperaría. Mis dudas eran cosa seria.

—¿Rocío?

Recién reaccioné cuando me lo volvió a pedir, no con menos nervios que la


primera vez. Le había transmitido mis dudas, lo podía notar. Su cara de pánico por
la posibilidad de que me diera la vuelta y me fuera era evidente. Y sentí pena por
él. Quizás fue por eso que le sonreí y me terminé adentrando en su dormitorio,
dejando del otro lado de esa puerta la última oportunidad de acabar con esa
locura.

Cuando me senté en su cama y cerró la puerta, sentí mi corazón acelerarse. Era


increíble, tenía 23 años y estaba casi temblando como en mis primeras citas con
Benjamín. Yo era la adulta ahí, pero no sabía si iba a ser capaz de ejercer ese
papel si no conseguía serenarme un poco. Y que aquél chiquillo encerrado en el
cuerpo de ese hombretón me mirara con cara de gatito asustado tampoco ayudaba
mucho.

—¿Estás segura de esto? —me preguntó, de repente. "Joder", pensé. "Has estado
una hora dándome la lata con el temita y ahora te preocupa mi opinión". Asentí,
con poca sinceridad, pero le hice saber que no me iba a arrepentir.

El problema vino luego, porque ya no teníamos nada más de que hablar. Teníamos
que ponernos en marcha y terminar con eso cuanto antes. Fue entonces cuando
me di cuenta de que no sabía lo que pretendía él en realidad. Recordaba bien lo
que yo le había prometido, pero igual él esperaba otra cosa. Y tenía que aclararlo.
Aunque supongo que también quería estirar un poco el momento definitivo.

—Guille, ¿qué esperas que suceda ahora? —le pregunté, seria.

—¿Que qué espero? Joder, pues... lo que acordamos, ¿no? —dijo, con la voz
temblorosa.

El chico apenas podía mantenerse en pie. No tenía ni idea de qué hacer. Esperaba
que yo le diera alguna señal; que maracara el ritmo; que actuara de GPS y le
indicara cada paso que tenía que dar para llegar a su objetivo. Parecía que en
cualquier momento iba a comenzar a derretirse. Pero en ningún momento me dio
la sensación de que fuera a achantarse; es más, más allá de los nervios, ya
parecía más que listo. Y comencé a sentir la presión. No estaba preparada todavía.
Y no quería que se diera cuenta de ello. Por eso, me puse de pie y comencé a
recorrer su habitación, mostrando interés en su decorado y haciéndole creer que
me detenía a analizar cada detalle que me parecía oportuno.

—¿Rocío...? —dijo, con la voz todavía temblorosa pero con un deje de impaciencia.
No, no me interesaba el decorado de su cuarto; estaba dándole largas porque
necesitaba ese tiempo para juntar valor. Aunque parezca sorprendente, no podía
concentrarme; no lo conseguía. Delante de un póster de Star Wars, cerré los ojos
e intenté tranquilizarme.

«Dejate llevar».

La voz de Alejo retumbó entonces en mi cabeza como si estuviera a mi lado. E


inmediatamente comencé a recordar mis primeros días intimando con él; con las
llamadas "prácticas" con las que habíamos empezado para quitarme la vergüenza.
"Dejate llevar", con ese inconfundible acento argentino, seguía machacándome el
pensamiento sin parar. "Confiá en mí", "no te preocupes por nada". Mantuve los
ojos cerrados y reviví de nuevo aquellas escenas donde mi cambio comenzó;
donde empecé a descubrir ese nuevo mundo del que nunca había sabido nada.

Y entonces lo entendí. Alejo me había enseñado todo aquello para cuando llegaran
momentos como ese. No era precisamente Benjamín el que tenía delante, pero la
situación era ideal para poner en práctica lo que hasta la fecha sólo había probado
con Alejo. Sólo iba a ser un par de toqueteos inocentes en mis pechos, pero eso
para mí ya era mucho, porque no estaba acostumbrada ello.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, estoy bien —respondí, sonriendo de nuevo—. En fin, ¿comenzamos? —dije,


dándome la vuelta y regresando a su lado en la cama.

El momento había llegado. Y entendí que tenía que ser rápida si no quería que las
dudas volvieran a florecer. Por eso mismo, sin darle tiempo a nada, me quité la
blusa y me quedé en sujetador delante suyo. Ante su cara de asombro, me
acerqué un poquito más a él, que había dejado un espacio considerable entre
nosotros, y sujeté una de sus manos con suavidad. Me estremecí al sentirlo
temblar. Aunque suene repetitivo, no me terminaba de acostumbrar a ver a ese
pedazo de hombre actuar como un bebé asustado.

—Sh... Tranquilízate...

Con un par de caricias en la cara frontal de su antebrazo, intenté hacer que se


acostumbrara un poco a la situación; que se sintiera cómodo con mi tacto; que no
sintiera miedo por estar rozando a una chica. Me seguí acercando hasta que
nuestros hombros quedaron aplastados el uno con el otro y nuestras piernas ya no
permitían más espacio entre ellas.

—Tranquilo, cielo —dije, al notar que su respiración se aceleraba de forma


considerable—. Mírame. Tranquilo, ¿vale? —repetí por tercera vez.

—Sí...

—Muy bien —lo felicité, sin dejar de sonreírle.


Tal y como me había dicho Alejo, me estaba dejando llevar. Me había olvidado de
todas mis dudas, de todas mis enseñanzas y estaba dispuesta a dejar que ese
jovencito me tocara. Acaricié su brazo desde la punta de sus dedos hasta la parte
más salida del codo. Luego abrí la palma de mi mano y la pasé por toda la
extensión de su brazo, llegando hasta su hombro y luego volviendo.

Estuve un buen rato acariciándolo de esa manera; despacio y sin ningún tipo de
prisas. Sentía que no iba a sacar nada apurando el momento. Y me fui
envalentonando; física y mentalmente. Cada segundo que pasaba me metía más
en mi papel. Los consejos de Alejo no dejaban de agitarme la cabeza y era como si
yo misma quisiera demostrarle a él que las prácticas no habían sido en vano. Por
eso, decidí encarar ese encuentro con Guillermo de otra manera. Ya no quería que
fuera un "te toco y adiós", no, había cambiado de opinión. Quería dejar huella en
ese muchacho. Quería marcar a fuego ese momento en su memoria. Me sentía
especial. Él mismo me había hecho sentir especial. Y estaba dispuesta a otorgarle
un recuerdo que tardara mucho tiempo en olvidar.

No dejé de acariciarlo mientras me sumergía en mis propias emociones. No quería


forzar el desenlace de aquello, seguía buscando el momento justo. No tenía ni idea
de cuando sería, pero tenía claro que me daría cuenta cuando llegara. Mientras
tanto, en mi cabeza seguían pasando imágenes de mis primeros encuentros con
Alejo; de nuestros primeros besos, de nuestras primeras caricias, de nuestros
primeros orgasmos juntos. Instintivamente, volví a cerrar los ojos y me perdí en
todo aquello.

—R-Ro-Rocío... —tartamudeó el chico de pronto.

No noté nunca que mi temperatura corporal había ascendido tanto. Tampoco noté
que había puesto a descansar mi cabeza sobre su hombro mientras mis manos ya
sobaban su torso. Sentí su aceledarísimo corazón palpitar cerca mío y una buena
cantidad de sudores humedecerme la sien izquierda. Así como también un fuerte
cosquilleo en la entrepierna que me hizo dar un pequeño respingo en los brazos de
aquél muchacho.

No quise hacerlo esperar más. Me incorporé, regalándole una mirada bañada más
en lujuria que en otra cosa, y alcé su mano para llevarla hasta poco antes del
nacimiento de mi cuello. Mi sujetador tenía un push-up considerable, y la parte
inferior de la palma de su mano quedó apoyada en el centro del canalillo, tapando
algo más de la mitad. Sus ojos estaban clavados en los míos, como si sintiera
vergüenza de mirar lo que pasaba unos centímetros más abajo. Yo me mantenía
seria, sabiendo que lo tenía hipnotizado; estaba jugando con su ansiedad y me
gustaba. Retiré su mano unos segundos y luego la volví a colocar un poco más
abajo. Todo esto sin romper el contacto visual. Repetí la maniobra de nuevo hasta
que la mano, con los cinco dedos estirados, cubría todo el centro de mi pecho.
Entonces, le sonreí y me alejé de él dando por terminado el primer round.

—¿Y-Ya? —dijo, tímidamente.

—¿Tienes prisa? —le respondí, con una sensualidad que no pretendía mostrar.
—No...

—Date la vuelta.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Date la vuelta —repetí, esta vez en tono de orden.

Me obedeció y giró la cabeza, junto con su cuerpo, hacia el lado contrario. Otra
vez, sin pensármelo, me quité el sujetador y lo dejé encima de la cama. Me cubrí
el pecho con un solo brazo, consiguiendo taparme poco más que los pezones, y me
volteé hacia él preparada para iniciar el segundo y último asalto.

—Ya puedes girarte...

Despacio, como temiendo lo que pudiera encontrarse detrás suyo, se dio la vuelta
con los ojos todavía cerrados y los fue abriendo muy despacio mientras lo
escuchaba tragar saliva. Esta vez no se sorprendió, pero se quedó admirando la
imagen que tenía delante de él como si se tratase de la octava maravilla del
mundo. Nuevamente, siguiendo la tónica de lo que había sido todo ese día para
mí, una mezcla de sensaciones que no supe interpretar me invadieron. Me sentía
viva, feliz, mala... pero sobre todo cachonda. Sí, otra de esas palabras que no
había usado en la vida, pero que en ese momento no tenía ningún problema en
pronunciar. O al menos con la mente. "Cachonda. Cachonda. Cachonda", pensé sin
parar.

—Levanta las manos —le dije entonces.

—¿Así...? —respondió, alzando sus dos brazos por encima de su cabeza.

—No, así no... Levantalas y ponlas en posición como para cogérmelas.

—Ah, vale... ¿Así? —dijo, esta vez haciendo lo que yo le dije.

—De acuerdo, ahora acércalas hacia mí —mis palabras seguían saliendo con una
sensualidad increíble. No podía detenerme.

Una vez cumplido lo que le había pedido, me acerqué hasta quedar completamente
pegada a él y luego retiré el brazo que me cubría, dejando impactar ambas palmas
de sus manos de lleno contra mis pechos. Estaba hecho. Promesa cumplida.

—No las quites... —dije cuando hizo amago de retirarlas—. La promesa era sólo
tocar, no mirar... ¿Recuerdas? —finalicé, intentando parecer seria. Pero
nuevamente las palabras habían salido de mi boca con otro tono que no era el que
yo pretendía.

Guillermo se quedó varios segundos sin saber que hacer. Se notaba que era la
primera vez que tocaba a una chica de esa manera. Temblaba, no como al
principio, pero su nerviosismo seguía siendo notorio. Tuve que hacer un poco de
presión yo para que se animara a algo más. Y así lo hizo. Cuando recibió mi señal,
cerró un poco los dedos y comenzó a hacer fuerza con el centro de su mano. Unos
segundos después, ya las movía en círculos e intentaba masajearlas torpemente.
Sus ojos, abiertos como planetas, observaban su maniobra sin perder detalle;
como queriendo guardar cada fotograma en su memoria. Por momentos, también,
cerraba los ojos y aceleraba el movimiento de sus manos. Y yo me sentía bien;
satisfecha por lo que estaba provocando en aquél puberto.

Y por lo que aquél puberto estaba provocando en mí... Mis pezones no tardaron ni
treinta segundos en endurecerse como piedras. Y sabía que él lo estaba notando.
Yo seguía mirándolo con la misma expresión de seguridad, creyendo que lo tenía
todo controlado, pero a cada instante que pasaba, el cosquilleo en mi entrepierna
iba creciendo y los calores de mi cuerpo cada vez abarcaban más zonas. Y no me
di cuenta de todo eso hasta que tuve que abrir la boca para poder respirar mejor.

Y Guillermo se fue animando todavía más. El movimiento ya era veloz y la fuerza


ejercida ya me estaba comenzando a empujar hacia atrás. Su semblante seguía
siendo el mismo; el mismo de concentración, pero ahora un poco más severo; más
duro, con el ceño fruncido y los dientes apretados. Y siguió presionando hasta que
tuve que apoyarme con ambos brazos en la cama, provocándome a la vez un
sonoro gemido que no pude reprimir. Un gemido al que le continuó otro, y luego
otro, y luego otro. Ya no respiraba normalmente y había comenzado a sudar. Por
primera vez, comencé a sentir que, quizás, todo aquello se me podría ir de las
manos en cualquier momento.

—Bueno... creo que... ya es suficiente... —dije, intentando retomar la seriedad,


pero entrecortando la voz.

No me respondió. Tampoco se detuvo, todo lo contrario, aumentó la presión hasta


que mis brazos se vencieron y caí de espaldas sobre el cubrecama. Y él, al tener
ambas manos sujetándome pegadas a mí, también perdió el equilibrio y cayó de
cara justo en el centro de lo que no quería soltar... Se intentó reincorporar,
haciendo fuerza sobre mí, sin ningún tipo de cuidado, pero se dejó caer
nuevamente al escuchar un grito mío provocado por el dolor.

—Lo siento —dijo, todavía con su cara pegada en mi canalillo.

—No pasa nada... —respondí yo, un tanto aturdida.

Se quedó mirándome, con una mueca de susto, y luego, para mi sorpresa, retomó
el movimiento circular de su manos. Se me escapó un nuevo gemido, esta vez más
agudo que los de antes, y ya no podía ignorar el cosquilleo de mi entrepierna. Ya
no quedaban dudas, estaba a mil. No sabía si era por el niñato, por la situación o
por los recuerdos de Alejo, pero estaba más caliente que una estufa. Había llegado
la hora de detener aquello.

Intenté incorporarme yo también, pero Guillermo me lo impidió volviéndome a


empujar sobre la cama. En un principio me pareció que había sido un acto reflejo,
pero luego me quedó claro que no cuando lo volvió a hacer hasta cuatro veces
más.
—¡Se acabó!

Con toda la fuerza de voluntad que pude acumular, me lo quité de encima y logré
volver a sentarme sobre la cama. Busqué mi sujetador con la mirada, y cuando me
lo iba a poner, Guillermo se volvió a abalanzar sobre mí, sólo que esta vez en
lugar de hacerlo con sus manos, lo hizo con su boca.

—¡¿Qué haces?! ¡No!

Logré detenerlo a tiempo poniéndole una mano en la frente y cubriéndome con la


otra mano. Pero al siguiente intento consiguió inmovilizarme; dejándome
recostada nuevamente boca arriba y colocándose él encima mío. Intenté
resistirme, pero tenía demasiada fuerza, mucha más que Alejo. Así que, sin
soltarme las muñecas, comenzó a descender sobre mí y no se detuvo hasta
engullir uno de mis pezones.

—¡Suéltame, maldito crío! ¡Esto no es lo que... —otro quejido se escapó de mi


garganta— ...acordamos!

Sin hacerme ningún tipo de caso, siguió lamiendo mi pecho como si la vida le
fuese en ello. A veces cambiaba al otro, pero la rudeza con la que lo hacía seguía
siendo la misma. Se metía el pezón entero en la boca, lo succionaba y luego con la
lengua lo repasaba hasta que se quedaba sin aliento. Después volvía a empezar
con el otro. Yo no sentía placer, más bien cierto dolor... Sin embargo, los gemidos
seguían saliendo de mi boca sin parar, y no entendía el porqué.

En un momento determinado, de un solo intento, conseguí darle un rodillazo en los


testículos. Fue un impacto directo en el centro de toda su masculinidad. Guillermo
cayó de costado y ahogó un grito de dolor. Aproveché ese momento, me coloqué
el sujetador, la blusa y me dispuse a salir de esa casa.

—¿Por qué? —dijo de pronto—. ¿Por qué? Si estás cachondísima... ¿Por qué lo has
hecho?

—Mira... —comencé mi réplica, intentando retomar el aliento—. Confié en ti... Te


dejé tocar mi cuerpo aun cuando no quería... ¿Y me lo pagas de esta manera?
Vete al diablo. Voy a seguir viniendo porque se lo dije a tu madre, pero no esperes
una... una... ¡...una mierda más de mí!

Iba a responderme, pero me fui de la habitación sin darle la oportunidad de


hacerlo. Bajé las escaleras a toda prisa y salí de esa casa sin mirar a atrás. Caminé
a paso firme todo el camino hacia la estación, sin detenerme ni a mirar el móvil, y
me metí en el aseo reservado para mujeres. Una vez dentro, me paré frente al
espejo, respiré profundo y luego levanté la cabeza para observar lo que había
delante de mí. Me quedé mucho tiempo así; apreciándome bien y estudiando hasta
el último punto de mi anatomía. Hasta que llegué a la conclusión de que sí, de que
era la primera vez que la veía. Nadie nos había presentado. Esa jovencita de
cabellera negra; de piel blanca que rozaba la palidez; de grandes pechos y
puntiagudos pezones que amenazaban con atravesar la tela de la blusa en
cualquier momento. Esa jovencita de ojos negros, brillantes y grandes que me
penetraban a través del cristal. Esa jovencita con los mofletes rojos que no lograba
serenarse. Esa jovencita... esa jovencita era la nueva Rocío. Y había llegado para
quedarse.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Alejo.

Las horas cada vez pasaban más rápido y me estaba empezando a impacientar.
Hacía ya un par de días de mi última conversación con Amatista y todavía no me
había llamado. Quería que le hiciera unos trabajitos, que no tenía ni idea de qué se
trataban, a cambio de pagar mi deuda con los negros, pero ahí seguía esperando a
que diera señales de vida.

—¿Sí? ¿Hola? —dije, sin darle tiempo a mi celular de que sonara su canción.

—¿Alejo Fileppi?

—Sí, él habla.

—Soy la secretaria del Sr. Bou, de Bou&Jax. El Sr. Bou desea hablar con usted un
momento, ¿puede atenderlo?

—Sí, claro.

—Muchas gracias. Espere un momento, si es tan amable.

Me extrañó esa llamada. Todavía faltaban dos días para que se cumpliera el plazo
que me había dado aquél viejo. No tenía ni idea de qué podría querer...

—¿Alejandro? —dijo una voz gruesa y desagradable del otro lado del teléfono.

—Alejo —lo corregí.

—Sí, sí, eso, ¡Alejo! —rio—. Hemos hablado hace unos días, pero parece que
hubiera pasado casi un año, ¿eh, muchacho? —volvió a reír.

—Sí, Sr. Bou —fingí reírme también—. ¿Qué necesitaba?

—Antes me he acordado de ti y de tu chica, y me he detenido a ver mejor las fotos


que me dejaste. Es más, las tengo ahora en la mano y creo que estoy a punto de
tener una erección —soltó, seguido de una nueva carcajada.

—Sí... La chica es una belleza.

—Vaya que sí. Bueno, ¿cuándo me puedo reunir con ella?


—No lo sé, sinceramente...

—¿Cómo que no lo sabes? ¿No decías que estaba interesada de verdad en esto?
¿No habrás intentado venderme la moto, chaval? Porque si es así, yo...

—¡No, no! —lo corté—. Creo haberle dicho que la chica tiene novio, ¿no? Bueno,
por eso le está costando dar el paso definitivo. Pero usted quédese tranquilo que lo
va a dar. Sólo necesito un poco más de tiempo.

—¿Tú te la follas?

—¿Disculpe?

—Que si te la follas, muchacho —no sabía bien qué pretendía con esa pregunta, así
que preferí ser cauto con la respuesta.

—¿Me pregunta eso por algún interés en particular, o...?

—Joder, chaval, ¿te la follas o no? Que es un sí o un no.

—Sí, Sr. Bou, me acuesto con ella de vez en cuando.

—Y su novio no lo sabe, supongo —continuó indagando.

—No, no lo sabe.

—Vale, entonces creo que sé por dónde van los tiros... Mira, chaval, en unos días
tengo que salir del país y no volveré hasta dentro de dos semanas. Te voy a dar
todo ese tiempo para que la convenzas —dijo, logrando que mis ojos se
iluminaran.

—Y me van a sobrar días, Sr. Bou, se lo prometo.

—Que sí, que sí. Pero asegúrate de convencerla bien, porque el día de la
entrevista, si todo va bien... quiero probarla —dijo, bajando el tono de voz como
intentando que no lo escucharan a su alrededor.

—¿Qué? ¿Probarla?

—Joder, te recordaba un poco más lúcido, Alexis.

—Alejo.

—Eso. Que quiero catarla cuando la traigas, ¿vale? —repitió—. Tengo que... ya
sabes, saber si la mercancía vale la pena.

La punta de la verga. Se podía saber que la mercancía valía la pena con sólo ver
las fotos. El gordo hijo de puta lo que quería era garchársela por placer propio. Me
molestó muchísimo que me propusiera eso, pero tenía las cosas demasiado a mi
favor como para tirarlo todo a la mierda por algo así.

—Está bien, supongo que no habrá problema —terminé aceptando a


regañadientes.

—¡Estupendo! Tienes mi número personal, ¿no? Llámame ahí cuando tengas algún
avance. Estoy especialmente interesado en tu caso.

—¿Mi caso?

—Sí, eso de la chica y su novio, contigo en el medio... —rio, con el mismo tono
apestoso—. En fin, chaval, tengo prisa. Ya hablaremos.

—Buenas tardes, Sr. Bou.

Colgué el celular y me quedé sentado en el sofá pensando. Sí, otra buena noticia
para mi marcador personal. Yo mismo me sorprendía de que todo me estuviera
yendo tan bien. Ya lo único que me faltaba era que Rocío entrara por esa puerta y
me dijera que podía seguir viviendo en esa casa. El entrenamiento especial al que
la estaba sometiendo desde hacía un par de días iba a ser mucho más sensillo si
me podía seguir viviendo dentro de esas cuatro paredes.

La cerradura de la puerta entonces crujió y me levanté, más feliz que nunca, para
recibir a mi anfitriona; a mi reina.

—Justo estaba pensando en vos, ¿cómo fue tod...?

No pude terminar la frase. Ni siquiera pude terminar de acercarme a ella. Cuando


quise darme cuenta, ya estaba encima mío y besándome con desesperación. No
me pregunté la razón, ni tampoco se la pregunté. Su respiración y sus meneos
corporales me daban a entender que estaba caliente como una perra. También la
forma en la que me empujó hasta el sillón. Y la forma en la que me sacó la
remera. Y la forma en la que me bajó el pantalón. Y la forma en la que me bajó los
calzoncillos. Y la forma en la que se agachó para chupármela con una voracidad
que no había visto nunca en ella. Rocío no dejaba de sorprenderme.

—Quítate esto —me dijo de golpe, señalándome y forcejeando con mi pantalón.

Le hice caso y me desvestí de mitad para abajo, y ahí mismo de pie, ella se
agachó y siguió comiéndomela como si esa pudiese a ser la última vez. Era
increíble, la desesperación con la que me tragaba la verga era algo de otro mundo.
Y yo estaba disfrutando, sí, pero perdido como el mejor. No sabía si tocarla; si
acomodarle el pelo; si sentarme y hacer un 69 con ella. Era como si tuviera miedo
de que se fuese a enojar.

Pero no hacía falta que yo hiciera nada. Cuando se cansó de merendarme la chota,
se puso de pie y se quitó el pantalón blanco vaquero que traía puesto. Después,
con una cara de puta impresionante, me volvió a empujar sobre el sofá y se sentó
encima mío. Como ya dije, no era ese el día para que yo tomara la iniciativa. Se
movió la tela de la bombachita para un costado y se ensartó mi pedazo hasta los
huevos, mientras se dejaba ir en un gemido de alivio que no me fue indiferente.
Llevaba toda la tarde esperando reencontrarse con mi amiguito. Estaba clarísimo.

—Fóllame... ¡Fóllame!

Era un festival de sorpresas aquello. Ahora me pedía que la "folle" con una voz
llena de lujuria, llena de deseo. Era la primera vez que pronunciaba una palabra
así delante mío. Sin ir más lejos, cuando éramos jóvenes se enojaba muchísimo
conmigo cuando me escuchaba decir una "mala palabra". Y yo me vine arriba por
eso. Le saqué la blusa y casi que le arranqué el corpiño. Estaba deseoso de darle
un buen repaso a esas hermosas tetas y no me privé. O sí... sí me privé...

—¡Qué asco! ¿Qué es esto?

Giré la cabeza y me separé de su teta. Apenas puse la lengua y ensalibé su pezón,


una sustancia que había permanecido seca hasta ese momento, se espesó
provocándome una arcada que casi me hace vomitarle ahí encima. La hija de puta
había estado con su novio y ni se había tomado la molestia de lavarse.

—¡Cállate y quédate quieto!

Sin importarle una mierda mi queja, siguió subiendo y bajando sobre mí


preocupándose única y exclusivamente por su placer. Yo ya estaba asqueado,
había probado la saliva de otro hombre y tenía ganas de arrancarme la lengua. Yo
no tenía ningún problema con probar cualquier tipo de fluido salido de una mujer,
y cuando digo cualquier tipo, me refiero a cualquier tipo. Pero nunca de otro
chabón.

—¡Que te estés quieto! —volvió a gritar.

Se estaba imponiendo más de lo que debía. Ahí el que controlara las cosas tenía
que ser yo, y no me podía permitir perder autoridad. Así que, intentando no ser
demasiado agresivo, empecé a sacármela de encima tratando de ponerme de
costado.

—¡Ahhhhhhhhhh! ¡La puta que te parió!

Cuando ya la tenía casi afuera, la malparida tiró la mano para atrás y me apretó
los huevos con una fuerza que me hizo ver las estrellas. Después, con la otra
mano, me agarró del mentón y dijo lo siguiente:

—Te vas a quedar quieto. Necesito tener ese puto orgasmo y tú me lo vas a dar,
¿de acuerdo?

Dicho eso, me soltó de ambos lados y siguió cabalgándome como si nada. Yo,
pasmado y sintiéndome en cierto modo impotente, sólo pude quedarme quieto
como si fuera poco menos que su esclavo sexual. Sí, congelado y observando su
rostro lleno de gozo, de satisfacción, de alivio. Esperando que terminara y que me
diera la orden de retirarme a mis aposentos. Era la primera vez que actuaba así
conmigo, como si no le importara un carajo lo que yo pudiera sentir. Me sentía,
literalmente, un pedazo de carne.

Y reí. Reí como hacía mucho tiempo no lo hacía. ¿Y cómo no hacerlo? Si el nivel de
emputecimiento de Rocío había superado cualquier tipo de límite que yo jamás
hubiera podido imaginar. Esa era mi victoria. Ya nada podría salirme mal a partir
de ahí. En menos de dos semanas, Rocío iba a reunirse con el gordo asqueroso de
Bou y le iba a entregar su cuerpo y cualquier cosa que él le pidiera, con todo el
gusto del mundo. Después se prostituiría para él y nos traería miles de beneficios
en forma de moneda europea a ambos. Rocío ya era mía. Y Rocío iba a ser de
todos. Por eso me reía, por eso disfrutaba, y por eso me abracé a ella y colaboré
en los embites hasta que explotó; hasta que clavó sus uñas en mi espalda y se
dejó ir en un nuevo orgasmo tan o más maravilloso que todos los anteriores.

—Dámela —dijo entonces mientras se deleitaba con todo ese placer que la estaba
invadiendo.

—¿Qué? ¿Que te de qué? —dije, confundido por todo lo que estaba pasando.

—Tu leche... Quiero tu leche... Dame tu leche...

—¿Qué? Estás loca.

—Dámela, por favor...

Lejos de detenerse luego del clímax, siguió moviéndose encima mío a una
velocidad que no era normal luego del desgaste físico que había sufrido. Estaba
ida, desatada. Ya la había visto de esa forma antes, pero nunca pidiendo lo que
me estaba pidiendo. Quería que acabara dentro de ella no sé por qué motivo. ¿Tan
caliente estaba? ¿Era el morbo? ¿Qué mierda era? ¿Había empezado a tomar la
píldora? No lo sabía, pero tampoco iba a averiguarlo en ese momento.

Sé que tuvo otro orgasmo antes de que yo me derramase dentro de ella, lo


recuerdo porque lo que más me gustaba era sentir como me asfixiaba la pija
cuando las paredes de su vagina se contraían. Y quizás eso fue lo que me hizo
venirme a mí también. Y que la agarrara del cuello y le clavara un beso tan fuerte
como mis últimas embestidas fue otra señal para que me diera cuenta de que yo
también estaba disfrutando como un hijo de puta con esos encuentros salvajes
que estábamos teniendo. Aunque me doliera, yo, al igual que ella, estaba
experimentando sensaciones que hasta la fecha no conocía. Había pasado hacía
unas horas, y volvió a pasar en ese instante. Algo estaba empezando a cambiar
dentro de mí...

Unos diez minutos después, cuando estábamos en plena recuperación del terrible
esfuerzo que acabábamos de hacer, Rocío se levantó, se vistió y salió camino hacia
el pasillo que llevaba a su habitación.
—Ale —dijo antes de desaparecer del todo—. Mañana Benjamín retoma su horario
habitual en el trabajo. O sea, que va a volver a casa. Tú no te preocupes, arreglé
todo con él para que te puedas quedar unos días más...

—Vale... —respondí, sin saber muy bien qué más decir...

Se dio la vuelta y esta vez sí que su figura desapareció completamente de mi


vista. Yo, todavía desnudo e intentando recobrar un poco la noción de la realidad,
intenté recomponerme para continuar con aquél día que todavía estaba lejos de
terminar. Pero Rocío volvió a asomar la cabeza por el pasillo y...

—Ale... Esta ha sido nuestra última vez. No voy a volver a tener relaciones
sexuales contigo.

—¿Cómo?

Tras decir eso, me sonrió de una forma que no terminé de entender, y volvió a
perderse tras la esquina de aquél pasillo.

Las decisiones de Rocío - Parte 16.

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 08:30 hs. - Benjamín.

—Mi amor. Rocío, mi vida, despierta.

—Mmmm... ¿Qué pasa?

—Ya estoy aquí.

Su carita dormida como siempre, emanaba paz. Quizás fue eso lo que me impidió
despertarla una hora antes, cuando recién había llegado. Yo no había podido
dormir ni un solo minuto en cambio. La razón fue porque no quería seguir de largo
hasta que tuviera que irme de nuevo al trabajo. Pero no me molestaba; total, ya
en los próximos días iba a tener tiempo de volver a acomodar mi sueño. En su
lugar, me quedé apreciando y tratando de absorber la calma que transmitía Rocío;
hasta que creí que ya era una hora decente para que comenzara a despertarse.

—¿Benjamín? ¿Qué haces aquí? —respondió, todavía muy dormida.

—Hoy retomo mi horario de siempre, cielo. ¿No te acuerdas? —dije yo, quitándole
algunos cabellos que se le habían pegado en el rostro.

—Mmmm...

—¿Quieres dormir un rato más?


—No... Dame un minuto nada más.

—Vale, mi amor.

Cuando me fui a enderezar sobre la cama, sus brazos me apresaron del cuello y
tiraron de mí hacia ella. Mi corazón se llenó de alegría, porque eso era algo típico
suyo por las mañanas. Siempre le costó horrores despertarse temprano, de ahí su
apatía al recibirme; pero no había ocasión en la que no me recompensara con
gestos lo que no podía hacer con palabras. Y esa no había sido la excepción, por
eso mi felicidad. Nada había cambiado en mi ausencia.

—Te extrañé tanto, Rocío... —dije, abrazándome yo también a ella y llenándole la


frente de besos.

—Y yo a ti, mi Benja... —contestó ella, aún sin abrir ni un milímetro los ojos.

Al final, terminé recostándome a su lado sin haberme desvestido siquiera, ni


arropado tampoco; y me quedé dormido sin quererlo ni proponérmelo, supongo
que llevado por la dulce calidez y el suave tacto de mi amada novia.

•••

Me desperté unas cuantas horas después, sobre las once y media de la mañana.
Los rayos del sol, que ya entraban por las ranuras de nuestra persiana, fueron los
máximos responsables de aquello. Estaba solo, parecía que Rocío ya se había
levantado y no había querido despertarme. Bueno, solo no, por alguna razón su
gata dormía apoyada sobre uno de mis lados. Nunca fui una persona afortunada
con los gatos, experiencias no muy acogedoras decoran mi historial con aquellos
animales; pero no era la primera vez que Luna se mostraba así de cariñosa
conmigo. Al final iba a ser cierto que le caía bien.

Me desperecé como pude y me senté en el lado derecho de la cama. Podía


escuchar la televisión del salón, el volumen estaba bastante alto; tanto que me
hizo darme cuenta de que me dolía la cabeza. Claro, las pocas horas de sueño de
nuevo. No era la primera vez que me sucedía en esos días. Pero, en fin, me di un
par de palmadas en la cara y me animé pensando que ya todo por fin se había
terminado. No obstante, nunca le había hecho ascos a una buena aspirina cuando
la situación lo requería. Abrí el primer cajón de la mesita de noche buscando la
cajetilla con las pastillas de ácido acetilsalicílico, pero me volví a topar con mis
pesadillas.

—Joder...

La caja de condones que nos había regalado Noelia seguía ahí, en el mismo lugar
donde yo la había dejado la última vez. Tardé varios segundos en darme cuenta de
qué era exactamente lo que sostenía; pero, cuando lo hice, automáticamente
recordé que todavía tenía una cuenta pendiente con aquél pedazo de cartón
morado. Durante mi encuentro con Rocío había querido evitar a toda costa
mencionar algo que pudiera hacerla sentir incómoda. O, igual, simplemente había
sido mi propio miedo de meter la pata sacando a la luz una sospecha tan absurda
como aquella; y más descartado quedó el asunto de mencionarlo cuando Rocío
decidió absolverme de todos mis pecados sin siquiera preguntar. Pero... la
curiosidad me estaba matando.

—Joder...

Curiosidad, sí, en ese momento no era consciente de la magnitud de mis


sospechas. O, quizás, era por el ejercicio de autoconvencimiento que había
practicado en el baño de Lulú hacía escasas 24 horas. Bueno,
"autoconvencimiento", en ese entonces prefería llamarlo ejercicio de "revelación",
porque Rocío no se merecía que yo desconfiara de ella cuando nunca me había
dado motivos para hacerlo. Mi voluntad en ese sentido era férrea. Sin embargo, la
proximidad al primer eje de todos mis temores me hacía querer indagar ahora que
podía. No sonaría mal si llamáramos a esa caja de condones "la caja de Pandora
de Benjamín".

—Joder...

El tema era... ¿Indagar? ¿Cómo? El primer paso estaba claro: contar una vez más
las unidades en su interior. ¿Luego? No había un "luego" en mi cabeza. Estaba
todo en blanco. ¿Por qué? Por si no me encontraba con la cantidad que me
esperaba... Naturalmente, estaba seguro de que habían trece condones dentro.
Era lógico. Pero... ¿y si no? El dolor dentro de mi cráneo estaba incrementando
debido a todo aquello y más con los golpes que comencé a darme para desterrar
todo tipo de ideas absurdas. Quise reír, esta vez sí para autoconvencerme de que
me estaba haciendo malasangre en vano, y lo logré; o sea, reírme, porque lo
otro...

—Joder...

Sólo se trataba de vaciar su contenido encima de la cama y quitarme las dudas de


encima de una vez. Era tan fácil como eso. Pero no podía, algo me frenaba.
Pensando y martillándome la cabeza estaba, cuando de repente la gata se levantó
y saltó sobre mi brazo, haciendo que la caja se volteara para abajo y que todos los
condones terminaran en el suelo. Un sonoro grito debido al susto salió de mi boca
y entré en pánico cuando escuché la voz de Rocío viniendo desde más allá de la
puerta. Recogí los condones a toda prisa y los tiré dentro del cajón sin contarlos.
Luego cogí a Luna y la puse sobre mi regazo para intentar aparentar normalidad.

—¿Benjamín? —dijo Rocío, cuando abrió la puerta.

—Buenos días, mi amor —saludé yo, con mi mejor sonrisa.

—Buenos días... ¿Te pasó algo? Creí oír un grito —preguntó, preocupada.

—Sí... La gata que me saltó de golpe encima y me asusté... Ya sabes cómo soy
con los gatos, je.

—Ah, vale... Qué susto.


Nos quedamos en silencio unos segundos. Un silencio un tanto incómodo, como
cuando todavía estábamos en nuestra etapa de flirteo y ninguno se atrevía a ser
muy directo con el otro. Era raro, bastante raro experimentar escenas así con ella,
pero supuse que también era normal después de todo que habíamos pasado esas
semanas. Fue ahí cuando entendí que retomar el ritmo natural de nuestra vida
juntos, quizás, iba a ser un poco más complicado de lo que nos esperábamos.
Todo estaba en orden, sí, pero había que ir paso a paso.

—¿A qué hora trabajas hoy? —preguntó ella, claramente para romper el hielo.

—A la de siempre, a la una y media —respondí, con otra sonrisa.

—¿Y vuelves...?

—A la de siempre también, a las nueve y media —repetí, y me sentí satisfecho al


comprobar que su linda carita se iluminaba.

—Cielos, Benja... Estoy tan feliz de que todo esto se haya terminado por fin.

Me estremecí al escucharla. Estiré una mano y la invité a que viniera conmigo,


necesitaba como ninguna otra cosa tenerla entre mis brazos. Y así ocurrió. Ella se
sentó a mi lado y nos fundimos en un abrazo que hubiese querido fuera eterno. No
quería nada más que estar con ella en ese momento. Todas esas dudas, esos
miedos, esas inseguridades; sabía que todo eso se debía al poco tiempo que había
pasado a su lado últimamente, y sabía que pasando todo el tiempo que pudiera
con ella iba a curar todo lo que estaba afectado entre nosotros. Rocío era el único
remedio que necesitaba.

—¿Y tus días libres? —me preguntó, entonces.

—¡Jod...! —me frené antes de maldecir—. Tengo que hablarlo con Mauricio
todavía... Hoy salí tan apurado que ni me acordé de hacerlo.

—¿O sea que ya no van a ser los fines de semana? —dijo, un tanto asustada.

—No sé, mi vida... ¿Acaso hay alguna diferencia para ti?

Me esquivó la mirada. Por alguna razón dudaba en responderme. Me extrañó y


traté de saber más.

—¿Pasa algo, Ro?

—Bueno, supongo que ya no tiene sentido que te lo siga ocultando... —dijo. El


corazón me dio un vuelco.

—¿El qué? No me preocupes de esa manera, je...

—Me gustaría que me prometieras que no te vas a enfadar, pero supongo que eso
es imposible, ¿no? —rio.
—Dímelo ya, Rocío.

—Tengo trabajo, Benjamín —soltó, finalmente.

—¿Qué?

No sabía por qué, pero me esperaba otro tipo de confesión; algo mucho más grave
que eso, quizás fue por eso que no me enfadé cuando lo dijo. De ahí también su
cara de asombro al ver mi suave reacción. O sea, que Rocío trabajara era un tema
que habíamos tocado hasta el hartazgo. Yo lo quise zanjar desde el primer día,
porque no necesitábamos que lo hiciera; pero ella seguía sacándolo a flote cada
vez que tenía la oportunidad, y casi siempre terminábamos enfadándonos al no
llegar a un acuerdo. Cuando entendí lo curioso de mi reacción, intenté actuar un
poco acorde a lo que la situación requería.

—¿En serio? —salté de pronto, aseverando un poco el gesto.

—Sí... —respondió, un tanto inhibida—. Pero no te enfades, es de profesora. Le


estoy dando clases particulares a un chico que necesita ayuda. La madre es una
muy buena persona y me pagan muy bien, te lo juro.

Una de las "cláusulas" que le había impuesto yo, era que, en caso de trabajar, que
fuera de lo que ella había estudiadio. Que ejerciera su profesión, que era lo que
más le gustaba en el mundo. Ella siempre se aferró a ello, pero nunca surgió
ninguna oportunidad que mereciera la pena. Casi todas las ofertas que le habían
llegado eran para irse al quinto pino a hacer reemplazos, y yo no estaba dispuesto
a enviar a mi novia lejos de casa a saber qué instituto de mala muerte.
Igualmente, ella nunca puso mucho énfasis en aceptarlas tampoco, ya que quería
ejercer de profesora; pero que la comodidad la acompañase también. Debido a
todo esto, no podía ponerle ninguna pega, pero quería saber todo sobre su
trabajo. La obligué a que me lo contara.

—Bueno, no hay mucho que contar, la verdad... Es un chico de 17 años,que


parece de 30, sinceramente. O sea, físicamente, porque mentalmente sigue siendo
un crío. Su padre falleció hace no mucho y desde entonces perdió el rumbo. Ahí es
donde entro yo...

—¿Cómo que ahí es donde entras tú? ¿Eres su profesora o su asistente social?

—Que no, tonto. El chico descuidó los estudios hasta el punto de dejar de ir al
instituto. La madre me pidió que lo ayude hasta que retome el ritmo y alcance a
sus compañeros.

—¿Y dices que son buena gente? ¿Cómo se pusieron en contacto contigo?

—Sí, son buenas personas, te lo garantizo. Tú me conoces mejor que nadie, sabes
que no me metería en un lugar donde no estuviera cómoda. Y fui yo la que se
puso en contacto con la madre, Noelía fue la que me dijo que estaban buscando
una profesora.
—Pues vaya... —concluí yo, no con la mejor de mis caras.

—Benja, ya sé que tendría que haberlo consultado contigo, pero... ya sabes, no


encontré el momento y... necesitaba esto de verdad, necesitaba ocupar mi tiempo
con algo más.

La veía afligida. No sabía por qué exactamente, pero se notaba que le estaba
costando explicarse. Sentí un poco de pena por ella. Después de todo, había sido
yo el que la empujó a tener que trabajar para distraerse. No podía enfadarme por
eso.

—No estoy enfadado, mi vida —dije, volviéndola a abrazar y besándola en la frente


—. Es que ya sabes lo que pienso de que trabajes... Y también sabes que estoy
lejos de ser un novio posesivo, pero es que no te saqué de la comodidad de la casa
de tus padres para que tengas que irte a trabajar hasta dios sabe dónde...

—Es media hora en tren, tampoco es tanto. Y sólo son lunes y jueves por la tarde.
No vas a notar mi ausencia... —dijo, con el mismo tono de súplica con el que había
comenzado a explicarse.

—Vale, vale. Está bien. Si tú eres feliz, entonces yo también lo soy —terminé,
haciendo que se generara una maravillosa sonrisa en su precioso rostro. Acto
seguido, me besó. No como la última vez, donde me había dejado viendo peces de
colores; pero sí con un cariño que logró llegarme al alma.

—Bueno —dije, cuando nos separamos—. Creo que voy a empezar a prepararme
—y reí—. No sabes cómo extrañaba esto de tener a mano el armario con toda mi
ropa.

Rocío rio conmigo y nos volvimos a besar. Cuando terminamos, se fue a seguir
haciendo las cosas de la casa y yo me dispuse a prepararme para el trabajo. Sabía
que todavía teníamos mucho de lo que hablar, pero no había por qué apurar las
cosas. Si algo me había quedado claro esa mañana, era que Rocío estaba más que
dispuestas a retomar el curso normal de nuestras vidas, y yo estaba más que
preparado para ayudarla a conseguirlo.

Cuando terminé con lo mío, me uní a ella en sus tareas y terminamos pasando el
resto de la mañana juntos hasta que llegó la hora de irme a trabajar. Sí, el resto
de la mañana solos. El amigo de Rocío no sacó la cabeza de su habitación, cosa
que me molestó bastante. No me interesaba verlo, pero al menos esperaba un
poco de cortesía y educación con el hombre que lo estaba dejando quedar en su
casa. De todas formas, ella tampoco pareció extrañar su presencia, así que
tampoco hizo falta que le preguntase.

—Bueno, mi amor, ya me voy —le dije cuando volví al salón ya listo.

Ella se acercó a mí, envuelta ese ese delantal de cocina que le daba ese toque tan
sexy, y me besó. No, no me besó, me volvió a morrear. Se cogió de mi cuello, tiró
para abajo y me clavó tal beso que terminó colgada de mí como si fuese una
monita. Cuando nos separamos, me sonrió y se quedó de pie esperando a que me
marchara.

—Que te vaya bien, Benja.

Atónito, aturdido, y con un inconfundible sabor a ciruela en los labios, salí


disparado para mi trabajo.

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 13:30 hs. - Rocío.

—¿Vas a quedarte encerrado ahí todo el día? Te aviso que Benjamín ya se fue a
trabajar.

No me quedé a esperar su respuesta, había comenzado demasiado bien la mañana


como para preocuparme por tonterías. Y así como me acerqué a su puerta, di
media vuelta y seguí a lo mío. Alejo llevaba toda la mañana metido en su
habitación. Bueno, tampoco había salido la noche anterior; ni para hacer la cena,
cosa que tanto le gustaba. La última vez que lo había visto había sido cuando le
dejé claro, a mi manera, que lo nuestro estaba terminado.

No estaba enfadada con él para nada, aunque tampoco preocupada. Yo sabía muy
bien lo que Alejo sentía por mí, y entendía que iba a necesitar un tiempo para
superar nuestra ruptura. Porque sí, lo que había sucedido entre nosotros había
sido una ruptura. Pero, aún así, no me parecía lógico su comportamiento. No me
parecía lógico y me extrañaba. Alejo me había demostrado que era mucho más
maduro que eso. Siempre. Por eso un poco mosqueada sí que estaba.

—Vamos, Luna —llamé a mi gata desde el sofá, pero como venía siendo habitual,
me ignoró completamente.

Para ser sincera, también me sentía un poco culpable. No era así como quería que
terminaran las cosas entre nosotros. No aprovechándome de su cuerpo para saciar
mis deseos para luego tirarlo como un juguete viejo. Sabía que mis actos habían
sido completamente inmorales y reprobables, y no me escondía de ello; pero tenía
que seguir adelante.

—Luna... Lunita...

La realidad era que nada de lo sucedido el día anterior con Alejo había sido
planeado, todo surgió naturalmente. Luego de hablar con Benjamín por la mañana
me prometí a mí misma que terminaría mi relación con Alejo ese mismo día sin
importar qué. Estaba totalmente convencida de hacerlo. Mi novio iba a volver a
casa y no podía seguir poniendo en peligro nuestra vida juntos. Y esa convicción
permaneció intacta incluso luego de lo que pasó con mi alumno. Es más, incluso
luego de llegar a mi portal y pararme delante del ascensor. Incluso luego de llegar
a mi piso y poner la llave en la puerta. Incluso luego de poner un pie en la
alfombra que decoraba la entrada. Estaba decidida a ponerle punto final a todo
apenas tuviera la oportunidad. Pero, cuando salí de la casa de Guillermo, lo hice
con todos los sentidos a flor de piel. Y ahí radicó todo. O sea, salí de la habitación
de ese crío con una calentura que no había sentido jamás. Por eso, cuando lo vi no
pude contenerme. Necesitaba estar con él al menos una vez más. Necesitaba
volver a sentirlo dentro de mí una última vez. Y mientras lo desnudaba, mientras
se la chupaba, mientras me hacía suya, me volví a prometer, diez mil veces por
segundo, que sí, que esa sería la última. Y quizás fue por eso que le pedí, casi que
le supliqué, que eyaculara dentro de mí. Sí, una acción totalmente irresponsable
por mi parte, pero que en ese momento sentí así. Muy difícil de explicar, pero
dejémoslo en que quería llevarme conmigo un último recuerdo de él.

—Olvídame, gata.

Me di un par de palmadas en la cara intentando animarme y me puse de pie de un


salto. Me acomodé el delantal y continué haciendo las tareas de la casa. Cerca de
veinte minutos después, sonó la melodía de mensajes de mi teléfono.

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.

—Tenéis media hora para descansar, luego seguimos. Es importante no bajar el


ritmo.

Respiré aliviado al escuchar ese anuncio. No había podido parar en todo el día y
tenía los dedos agarrotados de tanto escribir.

Cuando llegué esa tarde a la empresa, Mauricio nos reunió a todos en el centro de
la planta para comunicarnos algo. Lo acompañaba un muchacho más joven que él,
de unos 35 años y con una cara de fanfarrón que se la pisaba. A mí y a casi todos
mis compañeros nos cayó mal desde el primer momento en el que lo vimos sólo
por eso, pero más adelante nos iba a dar verdaderos motivos para ello. Fuera de
eso, Mauricio nos empezó a hablar de un nuevo proyecto en el que los jefes
querían que nos centráramos a partir de ese día. Unos empresarios indoneses
habían invertido mucho dinero en él y querían que dedicáramos todos nuestros
esfuerzos en hacerlo realidad. Una vez concluyó esa explicación, nos presentó al
tipo ya mencionado. Su nombre era Martín Santos Barrientos, y él iba a ser el
nuevo jefe, cargo que hasta ese día había ocupado el propio Mauricio.

"No se preocupen, payasos; que no se van a librar de mí tan fácilmente. Me voy a


tomar mi mesecito de vacaciones y cuando vuelva seguiré dándoles bien por culo a
todos".

—Pues para mí no fue tan jodido... —dijo Luciano, apenas nos sentamos en una
mesa de la cafetería los de siempre.
—Normal, tú eres un burro de carga; estás acostumbrado a los latigazos de tu
amo —respondió Sebas.

—Para latigazos los que le doy a tu puta madre todas las noches, cabronazo.

—¡Qué asco das! Mi madre tiene 73 años.

—Muy bien llevados.

—Gracias.

Se pusieron a reír con ganas y los demás los acompañamos. Necesitábamos esa
dosis de entretenimiento. La mañana había sido durísima más allá de lo que
Luciano pudiera decir.

—Hace días que no nos podemos sentar de esta manera a hablar... —dijo Sebas.

—Sí, y la última vez nos quedó un tema pendiente, ¿verdad? —volvió a saltar
Luciano, girando levemente su cabeza en mi dirección.

—No, basta, par de gilipollas —intervino Romina—. No es momento ni lugar. Si


queréis luego del trabajo quedamos en el bar y...

—No me jodas, llevo demasiado esperando este momento. Venga, Benjamín...


habla. ¿Se fue en taxi o lo fue a buscar algún amigo? —insistió Sebastián.

Era evidente de qué querían hablar, pero yo no tenía ganas de hacerlo. Todavía
sentía asco por mí mismo luego de haber ensuciado el nombre de mi novia.
Además, sabía que me iban a juzgar y a insultar porque no había hecho lo que
ellos me habían pedido. Estaba rezando por que viniera Lulú y me salvara,
cuando...

—¿Os molesta si nos sentamos con vosotros?

Automáticamente, todas nuestras miradas se encontraron. Era Barrientos, el jefe


nuevo. Y venía acompañado de la última persona que me hubiese imaginado
encontrarme en ese momento.

—¿Cómo nos va a molestar? Siéntense, hombre —respondió Luciano, tan


extrovertido como siempre.

—Vaya, gracias. Eh...

—Luciano. Luciano Sánchez. Soy el jefe de uno de los equipos. Bueno, el mejor
equipo. Ya te irás dando cuenta de esas cosas —dijo, codeándolo y riendo a la vez.

—¡Vaya! ¡Esa es la actitud que quiero ver en vosotros! ¡Joder que sí! ¿No te parece
extraordinario, Clara?
—Sí —respondió ella, secamente.

La becaria se había sentado justo en frente de mí, entre Barrientos y Sebastián.


Era la primera vez que se juntaba con nosotros en un descanso. Es más, era la
primera vez que la veía cerca de un grupo de gente desde que trabajaba con ella.
Desde un primer momento intenté esquivarle la mirada, pero luego me di cuenta
de que no hacía falta; ella en ningún momento se mostró interesada en mi
presencia. Y no me extrañó, sinceramente. Los últimos días no había existido trato
entre nosotros, y si nos cruzábamos por cualquier casualidad, ella seguía de largo
y ni se molestaba en devolverme el saludo. Me lo merecía, la verdad.

—Vamos, mujer. Ya me dijo Mauricio que no eres mucho de relacionarte por aquí
—aseguró Barrientos, ante una Clara que se mostraba un tanto intimidada—.
También me dijo que no te forzara a hacerlo, pero creo que voy a ignorar esa
recomendación.

—Tranquilo, eh... ¿Cómo quieres que te llamemos? —se metió Luciano de nuevo.

—Santos me gusta. Mis amigos siempre me han llamado de esa manera. Y espero
que todos nosotros nos convirtamos en amigos muy pronto —rio.

—Pues eso, Santos; sabemos como es Clarita, y la respetamos tal y como es —


sentenció. Ella seguía sin hacer contacto visual con nadie.

—¿De verdad? Joder, pero yo no quiero que se aisle. Es contraproducente para mis
intereses.

—Bueno, tampoco es que esté tan aislada. De aquí se lleva muy bien con
Benjamín, ¿no? —dijo Sebas de pronto y señalándome a mí. Lo asesiné con la
mirada.

—¿Sí? —se interesó el jefe nuevamente. Yo no respondí. Ella mucho menos—. Eso
me deja más tranquilo. Entonces ya sabes, Benjamín, te la encargo. ¡Hostias!
¡Benjamín! Tú eres del que tan bien me habló Mauricio —dijo de pronto, dando
una sonora palmada en la mesa. Luciano me miró e hizo un gesto con la boca
abierta y el puño cerrado simulando una felación.

—¿Ah, sí? —pregunté, sorprendido.

—¡Sí! Tengo grandes expectativas de ti también. Así que no te sorprenda que te


exija más que a los demás —siguió, en tono jacoso.

—Vaya... Daré lo mejor de mí, entonces.

—¿Sabes? He estado mirando el currículum de Clara. También la puse a prueba. y


creo que estamos desaprovechando sus capacidades. Bueno, no quiero aburriros
con estos temas ahora mismo, así que... ¿puedes pasarte por mi oficina más
tarde? Cuando encuentres un hueco, tampoco te vuelvas loco.
—Vale... —respondí, sin mucho entusiasmo. No quería aventurarme a creerme lo
que no era, pero tenía toda la pinta de que era lo que me estaba imaginando.
Clara seguía sin mostrar ningún tipo de emoción.

La conversación continuó durante casi todo el descanso. Si bien no estábamos tan


sueltos como de costumbre, Barrientos se mostró terrenal y nos dio confianza
desde el primer momento para tratar con él. El tipo hacía chistes, se reía con
nosotros, se quejaba de los de arriba... Vamos, parecía un compañero de toda la
vida. Lo cierto es que, en esos escasos minutos, logró cambiar la impresión inicial
que había tenido de él.

Cinco minutos antes de que tuviéramos que volver a trabajar, Lulú entró en la
cafetería y se sentó con nosotros sin reparar en la presencia de nuestros
'invitados'.

—¿Dónde estabas? —preguntó Romina. Yo la saludé con una sonrisa y moviendo la


mano. Inmediatamente me devolvió el gesto.

—Despidiéndome de Mauricio. Me dejó encargada de algunos asuntos personales


suyos aquí dentro y...

Se quedó en silencio cuando vio a Clara. Un silencio de esos incómodos, de esos


que hacen que uno se tense. Silencio que decidió romper Barrientos, ajeno a todo
aquello que envolvía a mi jefa y su ayudante.

—Tú debes de ser Lourdes, ¿no es cierto?

—Sí, señor. Disculpe, no me había dado cuenta de que ust...

—No me vuelvas a tratar de usted, porque si no vamos a tener un problema —dijo,


con severidad. Luego echó a reír buscando la complicidad de los demás. Sólo yo lo
acompañé con una tímida carcajada.

—Disculpa, Martín —contestó Lourdes, intentando sonreír.

—Santos, mejor —le remarcó él—. Me gusta que me llamen Santos.

—De acuerdo, Santos. Bueno, chicos; perdón por interrumpir, tengo cosas que
hacer.

—¿Ya te vas? ¿Tan pronto? —insistió Barrientos.

—¿Eh? Sí, es que...

—No, mujer, quédate. Iluminas este sitio tan horrible con tu belleza.

Lulú no supo cómo contestar semejante cumplido. Los demás nos miramos y
algunos ahogaron la risa. Sólo Romina se animó a salir al rescate de su amiga.
—¡Joder! Que sí, que es tardísimo. Disculpa, Santos; pero tenemos que hacer unas
llamadas y se nos hace tarde —improvisó, notoriamente.

—Bueno... vale, vale.

—Venga, hasta luego —se despidió Romina, cogiendo a Lulú de un brazo y


saliendo disparada hacia la puerta.

—Nosotros también deberíamos irnos ya, la verdad —dijo el jefe, mirando a Clara
—. Y vosotros también, que nos quedan unas seis horitas bastante complicadas —
sentenció, bajo la atónita mirada de todos los presentes.

—¿Qué? ¿Cómo "seis horitas"? —replicó Sebastián.

—Sí, ¿por? ¿No les ha dicho nada Mauricio? Vamos a hacer un par de horas extras
por día hasta el lunes. Y este fin de semana trabajamos también. Joder, no
pongáis esa cara. Que son cuatro días nada más. Luego les prometo que
cumpliremos con sus horarios.

—¿Sabías que llevamos dos semanas esclavizados aquí? —saltó Luciano.

—Estoy al tanto de todo... Y, en fin, tampoco es que hayáis estado esclavizados;


que no os ponemos a cargar cruces. Igualmente, todas estas horas extras serán
pagadas. Incluídas las del fin de semana. Así que sólo les pido un último esfuerzo.

—Sí, ya...

—Bueno, nos veremos por la oficina.

Tras decir eso, se levantó y se fue junto con Clara de la cafetería; dejándonos a
todos con cara de idiotas. Y ahora el dilema era mío, otra vez me veía en el lío de
tener que decirle a mi novia que iba a llegar tarde.

—Me cago en mi puta vida...

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 17:00 hs. - Rocío.

Benditas las ganas que tenía de estar ahí. Pero, en fin, era culpa mía por haberle
dicho los jueves. Sea como fuere, ahí estaba yo esperando, sentada en un parque
cercano a la casa de Guillermo. El crío me había enviado un mensaje
recordándome que tenía que darle clases ese día. No me pude negar, habíamos
quedado en eso después de todo. El tema era que yo me había pensado que
comenzaríamos a partir del lunes de la semana siguiente. Y él seguramente
también lo había entendido así, pero estaba claro que tenía ganas de fastidiarme y
nada más.
—Buenas tardes —dijo una voz detrás de mí.

—¿No podíamos quedar directamente en tu casa? —dije, de inmediato y


poniéndome de pie—. Hace muchísimo frío...

—Vaya modales, ¿eh? —respondió.

—Ahórrate tus tonterías, por favor —lo corté, sin tapujos.

—Ojalá me trataras como antes.

—Ojalá no te hubieras comportado como un cerdo.

—Ojalá no me volvieras tan loco... —concluyó, mirándome fijamente a los ojos.

—Bueno, ¿vamos a tu casa ya o qué? —insistí, un poco ruborizada y tratando de


terminar ya con esa conversación.

—Mmmm... —dudó—. Conozco una cafetería muy buena por aquí cerca, ¿quieres
ir?

—¿Qué? —me escandalicé—. A ver, Guillermo; no sé qué te has creído, pero yo he


venido hasta aquí para...

—Que sí, que sí —me interrumpió—. He traído la mochila por si no te has dado
cuenta... Te decía de ir y que me des las clases allí. No te estaba pidiendo una cita
—sentenció, un tanto abatido por mi apresurada respuesta.

—No, si al final me vas a hacer sentir mal y todo... Venga, vamos a esa cafetería
—dije, dándole una palmada en la espalda.

—Está bien.

Mi afirmativa no pareció animarlo demasiado. El daño ya estaba hecho. Pero me


iba a mantener firme. Había decidido que no iba a volver a bajar la guardia con
ese chico.

Llegamos a la cafetería, un sitio no demasiado grande; pero con un pasillo largo al


costado de la barra, que terminaba en lo que de lejos me pareció ver que era una
salida de emergencias y unos aseos. Era bastante moderno el lugar, moderno y
refinado para estar situado en ese pueblito de mala muerte. No había mucha
gente; un par de ancianos que jugaban a los dados en una de las mesas y cinco
personas más distribuidas entre la barra y los lugares del fondo.

Cuando entramos, nos recibió una camarera bastante jovencita que no debía
superar los 16 años. Nos dio una carta a cada uno y nos indicó que nos
sentáramos donde quisiéramos.

—Tu vete acomodando, que yo ya voy —me dijo Guillermo.


Asentí y me fui a sentar en una de las mesas del pasillo, más que nada para evitar
que el bullicio del exterior nos desconcentrara. Desde la distancia, pude ver que mi
alumno se había quedado hablando con la muchachita. Parecían conocerse.
Hablaban muy amistosamente. Hasta ese momento yo creía que Guillermo no era
muy bueno con las mujeres, pero me di cuenta de lo equivocada que estaba. Si
bien era sólo una niña, la tenía totalmente cautivada. Él hablaba
desinteresadamente, casi sin mirarla a los ojos, y ella no apartaba la vista de él. Y
su sonrisa iba aumentando conforme pasaban los segundos. De vez en cuando reía
de forma exagerada festejándole seguramente algún comentario ingenioso.

—Santo cielo —murmuré, negango con la cabeza y perdiendo mi vista en la carta.

Cuando volví a levantar la vista, la joven camarera me miraba con cara de pocos
amigos mientras Guillermo venía hacia mí con dos refrescos en la mano.

—Me tomé la libertad de comprarte una Coca Cola —dijo, sentándose en frente de
mí.

—Gracias —respondí—. Oye, dile a tu amiga que se quede tranquila, que no tengo
intención de robarte.

—No es mi amiga.

—Ah, ¿no? Pues hasta me pareció que eran algo más... —dejé caer, como quien no
quiere la cosa.

—No, tampoco... Vengo aquí muy seguido y muchas veces nos quedamos
charlando un rato, pero nada más —se explicó.

—Sabes que a esa chica le gustas, y mucho, ¿no? —le dije.

—¿Tú crees? No me había dado cuenta —respondió, negando con la cabeza y


torciendo el labio inferior.

—Confía en mí, soy mujer y me doy cuenta de esas cosas.

—Te creo, pero ya te he dicho que no me interesan las chicas de mi edad. Mírala...
Mírate...

Aunque no correspondía, desvié la mirada y busqué de nuevo a la jovencita; que


estaba justo en la mesa de los viejitos que jugaban a los dados. Tenía razón Guille,
no estaba muy desarrollada; peroera algo normal para una chica de su edad. Sin
embargo, no lo podía juzgar por pensar así; porque ni yo pude evitar pensar que
él era demasiado hombre para ella.

—En fin, saca los libros y vamos a lo que vamos... —dije mientras reparaba en
como la camarerita buscaba con la mirada a Guillermo, que se había sentado
frente a mí y de espaldas a ella.
—Bien.

—Ah, y oye, a estudiar en serio, ¿de acuerdo? —me aseguré por última vez antes
de comenzar.

—Que sí —rio—. Te prometo que voy a ir en serio esta vez.

Sonreí yo también y decidí creerle. Bueno, en realidad no me quedaba otra


alternativa. Pero aun así decidí encarar esas clases con todas las ganas del mundo.
Y no me arrepentí, porque enseguida me empezó a demostrar que no mentía en
su promesa. Era otro mundo aquello, yo le decía lo que tenía que hacer y
Guillermo respondía de manera brillante. Incluso se atrevía a debatirme los
métodos para resolver algunas ecuaciones. No me podía creer que ese fuera el
mismo chico que hacía un par de días no sabía ni cómo encender una calculadora.

Y así pasó la primera hora de las dos que debía estar ahí. Habíamos hecho una
barbaridad. Casi diez páginas del libro de apoyo que le habían dado en el instituto.
E incluso en un ambiente agradable y distendido, no estábamos tan tensos como
la última vez. Cada tanto hablábamos de otras cosas para descansar un rato y nos
reíamos aparatosamente. Nos lo estábamos pasando maravillosamente.

—¿Quieres otra Coca Cola? Yo invito —me dijo, con una de sus bonitas sonrisas.

—De acuerdo, gracias —respondí, devolviéndosela.

—¡Estefanía! Dos cocas más, please.

Estefanía, que no había perdido detalle de lo que pasaba en nuestra mesa, cosa
que sabía porque yo había estado siguiéndola con la mirada todo el tiempo; se
acercó rápidamente con el pedido, forzando bastante la sonrisa.

—Muchas gracias —dijo enseguida Guillermo.

—Gracias —lo acompañé yo también.

Cuando nos estaba sirviendo el contenido de los botellines en los vasos, sucedió
algo que debí haberme esperado. No sé cómo, la chica tropezó estando de pie y
derramó un cuarto de botella sobre mi camisa.

—¡Dios mío! ¡Lo siento! —se disculpó de inmediato.

—¿Pero qué haces, niña? —grité, poniéndome de pie y sacudiéndome como pude
—. Es lo único que tengo para ponerme...

—Lo siento, de verdad... Yo no quería... —siguió disculpándose, bastante


preocupada.

—Tráeme algo para secarme, anda. ¿Será posible...?


Mientras tanto, Guillermo seguía sentado en su silla observando todo. Y se
comenzó a reír cuando nuestras miradas se cruzaron.

—¿Te parece gracioso? —lo increpé.

—Bastante, la verdad.

Estefanía volvió con un trapo de cocina y se ofreció para limpiarme, pero la aparté
bruscamente y lo hice yo misma. Aunque la niñata parecía afectada, estaba más
que claro que lo había hecho a drede. Había invadido su territorio y me lo quiso
hacer pagar de alguna forma. Cosas de la edad, ya lo sabía; pero no tenía por qué
soportar tal comportamiento de una quinceañera con las hormonas alteradas.

—Paga y vámonos de aquí —le ordené a Guillermo.

Recogió sus cosas pacíficamente y como si no hubiese pasado nada, y nos


dirigimos hacia la salida. La chica no dejó de disculparse en ningún momento y
tuvo que ser el propio Guillermo el que la calmara. Le dijo que no había pasado
nada y que no se preocupara, que podía pasar, etcétera, etcétera...

Quizás ponerme a su altura no era la mejor decisión, pero me había tocado


demasiado la moral. No era por la ropa, eso no me importaba, era una cuestión de
orgullo. Y el orgullo es algo que muchas veces una no puede ocultar.

Cuando nos íbamos de la cafetería, ralenticé el paso lo más que pude y esperé a
que la camarera saliera a vernos partir. Estaba segura de que lo iba a hacer. Y a
los sesenta segundos lo hizo. Mientras caminábamos, volteé la cabeza ligeramente
y la vi mirándonos fijamente mientras limpiaba una de las mesas. Y no necesité
más. Me acerqué a Guillermo, me cogí de su brazo; pegué mi pecho lo más que
pude contra él, y recosté la cabeza sobre su hombro. Y así continué hasta que
doblamos en la primera esquina. Ver la reacción de la cría fue algo de lo que tuve
que privarme, pero sabía que la victoria me pertenecía a mí.

—Vaya... Al final voy a pensar que yo también te gusto —dijo él, mucho menos
nervioso de lo que me hubiese gustado verlo.

—No flipes, chiquitín. Tenía que darle una lección a la niñata de tu amiga.

—Eres mala, ¿eh?

—Si me buscan, me encuentran —respondí, guiñándole un ojo—. Venga, vamos a


tu casa; que me tienes que prestar una blusa de tu madre.

—Sólo si dejas que sea yo el que te la ponga.

—Sigues flipando, colega.

Seguimos riendo y bromeando durante todo el camino a su casa.


 

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 19:00 hs. - Benjamín.

—¿Benjamín? ¿Puedes venir a mi oficina?

—Sí, por supuesto.

Su aparición era inminente. En el descanso me había dicho que quería verme, pero
yo, aprovechando que estaba de trabajo hasta la coronilla, pensé en estirar ese
momento lo máximo posible. Pero, en fin, Barrientos terminó adelantándose y me
vino a buscar en persona.

Cuando estaba llegando a su despacho, Romina salía del suyo que estaba una
puerta antes en ese estrecho pasillo.

—Te compadezco, bonico... —me dijo cuando nos cruzamos, sin detenerse y
poniéndome una mano en el hombro mientras negaba con la cabeza.

—¿Me compadeces por qué? ¡Oye, no te vayas!

Había logrado asustarme. Ya me estaba imaginando lo peor. Más horas extras,


más tiempo que no iba a poder pasar con Rocío. Entré en el despacho de
Barrientos con el pesimismo por las nubes. Hasta que vi a Clara sentada delante
de él y recordé la conversación que habíamos tenido por la tarde.

—¡Pasa, Benjamín! ¡Siéntate!

Dudé un momento, pero terminé aceptando su invitación. Después de todo era el


jefe. Clara no me saludó, ni siquiera se tomó la molestia de mirarme. Era evidente
que a ella le hacía mucha menos gracia que a mí ese pequeño meeting.

—Bueno —comencé yo—. ¿Para qué se me requiere?

—No seas tan formal —rio Barrientos—. Verás, es sobre lo que hablamos por la
tarde. Benjamín, yo cuando llego a una empresa, no me limito únicamente a dar
órdenes a diestra y siniestra. No. Mi lugar de trabajo es sagrado para mí.

—Ajá...

—Lo primero que hice al llegar aquí fue estudiar el rendimiento de cada uno de los
empleados. Como era de esperarse de una empresa como esta, no hay nadie que
sobre. Te lo juro. Me quedé flipando con el personal que tenéis aquí...

—Sí, lo cierto es que...


—Espera —me cortó—. Cuando digo todos, me refiero a todos —prosiguió, mirando
esta vez a Clara—. Esta chica de aquí es un diamante en bruto. Y quiero que tú te
encargues de pulirlo. Joder, qué mal ha sonado eso. Pero tú ya me entiendes —
volvió a reír él solo.

Tal y como me imaginaba. Si la situación entre nosotros hubiese sido otra, yo no


hubiese tenido ningún inconveniente en aceptar lo que seguramente me iba a
proponer. Y, sumado a eso, Rocío ya conocía la existencia de Clara, como también
sabía que algo había sucedido entre ella y yo, más allá de que nunca quiso saber
los detalles del asunto. Es decir, tomar a la becaria de discípula, era algo que me
iba a traer muchos dolores de cabeza.

—Verás, Barrientos... Yo...

—Santos, por favor.

—Disculpa. Santos. Bueno, yo soy el encargado del equipo de Lourdes, y no sé si


voy a poder compaginar el trabajo con...

—¡No, no, no! ¡No te preocupes por eso! Me conformo con que la tengas a tu lado
y vaya viendo como te desenvuelves. Hombre, tampoco quiero que la tengas de
maceta, así que de vez en cuando podrías darle algún consejo, tips del trabajo,
etc...

—Ya, pero...

—Me han hablado muy bien de ti, Benjamín; creo que eres el indicado para guiar a
Clara. Estoy seguro de que esta muchacha se convertirá en un activo muy
importante dentro de la empresa.

—Sí, pero es que...

—¿Qué pasa? ¿No quieres trabajar conmigo? —saltó de pronto ella, seria, muy
seria; mirándome a la cara por primera vez en varios días.

—¿Qué dices? —dije yo, sorprendido.

—Si no quiere hacerlo, no hay problema, Santos, ya me las arreglo yo por mí


misma —concluyó, dándome vuelta la cara de nuevo.

—¡Uuuf! Vaya tensión... —intervino Barrientos—. ¿Me he perdido algo? Pensaba


que vosotros dos os llevabais bien.

Clara siguió mirando al suelo, con las piernas cruzadas y cara de pocos amigos,
mientras Barrientos nos observaba con mucho interés. Yo, sin embargo, no tenía
ni la más remota idea de qué hacer o decir.

—Vamos a ver —rompió el silencio Barrientos varios segundos después—. Yo no


quiero meterme en los asuntos de nadie, así que si ha ocurrido algo entre vosotros
dos, nos olvidamos de que hemos tenido esta reunión y a otra cosa. Pero de
verdad les digo que preferiría que te instruyera alguien con quien tuvieras
confianza, Clara. —suspiró—. En fin, ¿qué me decís?

Sentí un poco de compasión por Barrientos. El hombre parecía muy involucrado


con la empresa, y realmente quería lo mejor para todos nosotros. Por eso,
tratando de poner un poco de mi parte, puse sobre la mesa los pros y los contras
de lo que supondría trabajar al lado de Clara y, ciertamente, saqué más cosas en
contra que a favor. Pero el punto que más me interesaba era el de llevarme bien
con el nuevo jefe. Las cosas con Mauricio se habían torcido bastante últimamente
y me tocó sufrir en carne propia las consecuencias, y eso era algo que no me
hubiese gustado tener que volver a vivir. Por el lado de Clara, supuse que tanto
asco no le daría tenerme de compañero luego de que me reprimiese delante del
jefe para intentar ponerme en un aprieto. Sea como fuere, tenía que tomar una
decisión.

—Por mi bien, Barri... Santos. Siempre y cuando Clara también esté de acuerdo.

Me adelanté y dejé la decisión en los hombros de la becaria. Me pareció lo más


inteligente. Barrientos me sonrió y luego clavó sus ojos en ella; juntando la punta
de sus dedos y dibujando una flecha con ellos que apuntaba hacia arriba. Esperaba
su respuesta.

—Te agradezco esta oportunidad, Santos, pero no quiero ser una molestia para
nadie. Todavía me quedan seis meses más de prácticas aquí y preferiría...

—Para mí no eres ninguna molestia, Clara. ¿Para ti es una molestia, Benjamín?

Otra vez el muerto para mí. La chiquilla siempre tenía que salirse con la suya, y
esa vez no iba a ser la excepción. En otro momento quizás le hubiese seguido el
tira y afloja, pero estábamos alargando demasiado el asunto.

—No, Clara —dije, mirándola directamente a ella—, para mí no eres ninguna


molestia.

—¿Lo ves? Entonces qué, ¿aceptas? —volvió a preguntar Barrientos, y esta vez la
becaria no dudó.

—Vale. De acuerdo.

—¡Pues bien! ¡No hay más que hablar! —cerró Barrientos, poniéndose en pie y
apoyando los dos brazos sobre su escritorio—. Podéis comenzar ya mismo. Venga;
vete con él, Clara.

Ya no había nada más que hablar; por más que no estuviera contento con la
decisión final, era en vano comerme la cabeza. No tenía ningún sentido que me
pusiera a pensar en los problemas que podría acarrearme volver a vincularme con
Clara. Además, ella ya me lo había dejado claro: no le interesaba relacionarse
conmigo fuera de lo estrictamente profesional. Ya sólo me quedaba centrarme en
mi trabajo, ayudar un poco a la becaria y luego volver a casa con mi novia.

—¿Me llamaste, Santos? —dijo alguien de pronto, que se adelantó a nosotros y


abrió la puerta desde el otro lado.

—¡Lourdes! ¡Sí! Adelante, que ya terminé con estos dos.

Lulú me dedicó una de sus lindas sonrisas cuando me vio, pero su gesto cambió
considerablemente cuando se percató de la presencia de Clara. Enseguida me pidió
explicaciones con la mirada.

—¡Venga! ¡Iros! Que todavía queda mucho día —nos apremió Barrientos desde su
escritorio, centrando toda su atención en Lulú.

—Luego hablamos —le dije a mi jefa, en voz baja y muy cerca de su oído. Ella
respondió asintiendo con la cabeza.

Ya fuera del despacho, intenté entablar conversación clara, más que nada para
romper un poco el hielo; pero ella se mostró tan poco receptiva como lo había
hecho en los últimos días. Las cosas iban a ser un poco más difíciles de cómo las
había previsto, pero no iba a dejar que mi buen humor se arruinara por nada del
mundo.

Llegamos a mi escritorio en la sala principal de la planta y yo me senté en mi lugar


de siempre. Le señalé con el dedo una silla que estaba cerca y le indiqué que se
sentara a mi lado. Por lo demás, seguí trabajando como de costumbre, sólo que
ahora asegurándome de que mi nueva "aprendiz" se fijara un poco en lo que yo
hacía. Y así transcurrió el resto de la jornada.

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 18:10 hs. - Rocío.

Guillermo subió corriendo a toda prisa las escaleras y bajó a la misma velocidad
para darme una camisa de botones de su madre. Todavía nos quedaban 50
minutos y quería aprovecharlos al máximo, así que me di prisa y me metí en el
cuarto de baño para cambiarme lo más rápido posible.

El baño, acorde al resto de la casa, era puro lujo. Azulejos y baldosas un tono
dorado oscuro, con un marrón un poco más fuerte para la bañera, lavamanos e
inodoro. Y pulcritud por todas partes, ni una mota de polvo. Sentí envidia; pero a
la vez me animé pensando que algún día, trabajando duro, yo también conseguiría
tener una casa como esa.
Dejé de admirar la belleza del ambiente y me quité la camisa manchada para
ponerme la de Mariela. Mis brazos entraron y pude cubrir mis hombros sin
problemas, pero a la hora de cerrar por el centro... me resultó imposible.

—¡Guillermo! —grité desde el baño. No tardó ni diez segundos en acudir a mi


llamada.

—¿Qué pasa? —dijo, intentando recuperar el aliento.

—No me sirve. Toma... ¿Puedes traerme otra? Si es posible una camiseta, o una
blusa.

—Vale, de acuerdo.

Nuevamente, ni dos minutos después ya lo tenía delante de la puerta.

—Fíjate si te sirven estas.

—Espérame ahí, por favor.

—Vale...

Una camiseta de botones y dos camisetas de manga corta fue lo que me trajo. La
primera no cerraba tampoco. Y con las dos camisetas sentía que no podía respirar.
No lo entendía, porque Mariela no debía estar muy lejos de mi talla. Ella era
delgada al igual que yo y...

"A ver si te vas dando cuenta del cuerpo que calzas, bonita".

Noelia se había pasado toda mi adolescencia y gran parte de mi entrada a la edad


adulta diciéndome eso y frases parecidas. Siempre me pareció que exageraba, que
lo decía para que me mantuviera alejada de algunos chicos que me perseguían, así
que nunca le hice demasiado caso. A ver, era consciente de que a mi edad estaba
algo más desarrollada que mis amigas, o que otras chicas de mi clase; pero nunca
me había parado a hacer una comparación más detallada.

—¿Y? ¿Te van? —preguntó Guillermo desde fuera.

—No...

—Si es que es normal... Mi madre es delgada, pero no tiene esas... —se detuvo.

—¿Esas qué...?

—Joder, Rocío; que tienes las tetas muy grandes.

Me miré al espejo y me di cuenta de que estaba roja como un tomate. Por más
que mi actitud últimamente hubiera cambiado bastante, todavía no me terminaba
de acostumbrar a que hablaran de esa manera de mi cuerpo. Y mucho menos si el
que lo hacía era un hombre.

—¿Y si mejor te traigo una camiseta mía? —dijo entonces.

—Vale...

Esta vez tardó un poco más. Pasaron cinco minutos y todavía no regresaba. Estaba
empezando a tener frío, pero no quería volver a ponerme la prenda sucia. Me
rodeé con una toalla y me senté en la taza a esperar pacientemente.

—¿Rocío? —escuché del otro lado a los diez minutos.

—¿Sí?

—Verás... Me da vergüenza decirlo, pero todas mis camisas están en el cesto de la


ropa sucia... Esto es lo único que encontré. Ojalá que no seas merengona. Je.

Estiró la mano por la fina abertura de la puerta y me pasó una camiseta de fútbol
con unas franjas verticales azules y rojas. La acepté sin ningún problema a pesar
de su advertencia.

—Me la compré cuando tenía 13 años; era mucho más pequeño entonces, así
que...

—Tranquilo, creo que esta me vale

La cogí con ambas manos y me fijé bien su tamaño. No era mucho más grande
que las camisas de la madre, pero sí que un tanto más ancha. Quizás esa podía
ser la vencida. Ya un poco harta, pasé la cabeza por el cuello, metí los brazos en
las mangas y luego intenté bajármela por los costados. Un sonido de tela
rompiéndose me hizo levantar la cabeza y abrir los ojos muy grandes.

—No me fastidies...

Al costado de la camiseta, por todo el largo, la tela era distinta; como con
agujeritos para que la piel pudiera respirar. Cuando fui a bajarla por mi torso, se
enganchó con una parte del encaje de mi sujetador. Por suerte, me di cuenta
antes de que los daños fueran irreversibles.

—¿Todo bien? —preguntó Guillermo, que parecía aguardaba fuera como si fuera mi
mayordomo particular.

—¡Sí! Ya salgo. Un momento...

—Te espero en mi habitación.

—Vale. Ya voy.
Luché poco más de un minuto para desenganchar el trocito de alambre de la tela
respirable esa, pero al final lo conseguí. Luego, con más cuidado, intenté
ponérmela de nuevo...

—¡Joder!

Conseguí que bajara por un costado, pero volvió a suceder lo mismo en el otro.
Estaba empezando a perder los nervios. Me armé de paciencia y repetí la
maniobra, pero siempre se terminaba enganchando del lado contrario. Hasta que
me di por vencida.

—¡Al diablo ya!

Me quité la camiseta, dejándola encima del lavamanos, y luego me quité el


sujetador. Ya nos quedaba menos de media hora y no quería seguir perdiendo el
tiempo. Me puse por fin la prenda, guardé el sujetador en el bolsillo, y salí del
baño con toda la decisión del mundo.

Pero me detuve a medio camino. Si bien la camiseta me iba un poco holgada, el


roce de la tela en la zona de mis pezones me incomodaba demasiado. Di un par de
pasos más, pero me volví a detener por la misma razón.

—¿Rocío? —Guillermo abrió la puerta de golpe y me hizo sobresaltar—. ¿Qué te


pasa? ¿Vienes o no?

El tiempo se nos estaba yendo y yo no dejaba de maldecir mentalmente a la cría


esa; pero me terminé resignando. Aguantando el escozor en la zona más saliente
de mi pecho, me metí en la habitación con Guillermo.

Cuando puse el primer pie dentro, los recuerdos de hacía escasas 24 horas, me
atropellaron como una estampida de elefantes. No habíamos tratado el tema en
todo el día, ni una mención tan siquiera. Él se había pasado muchísimo conmigo y
había roto nuestro pacto, pero yo en ningún momento lo puse en su lugar. Es más,
lo había premiado regalándole una tarde conmigo llena de risas y algún que otro
momento para recordar. Entonces me preocupe, no era esa la imagen que quería
darle a mis alumnos; la imagen de una profesora tonta de la que se pueden
aprovechar cuando les venga en gana.

—Bueno, ¿continuamos? —dijo, sacándome de mis pensamientos.

También era verdad que el avance esa tarde con sus estudios había sido
considerable. No sabía si tenía mucho sentido regañarlo después de lo involucrado
que se había mostrado con las clases. Y tampoco es que tuviera muchas ganas
traer a cuento todo ese temita de nuevo...

—Sí, venga... Que nos queda poco tiempo.

Guillermo tenía dos escritorios; uno amplio, en donde tenía el ordenador y unas
estanterías con lo que parecían ser muchos juegos de consola, y otro más pequeño
prácticamente vacío; sólo con algunos papeles y carpetas apiladas en un costado.
En ese nos acomodamos los dos. Él se sentó en el centro, con la silla del otro
escritorio, y yo me coloqué a su lado en una silla de madera normalita. Estábamos
un poco apretujados; pero no llegábamos a chocarnos, así que pudimos continuar
con la sesión de estudios sin problemas.

Quince minutos después, cuando ya estábamos a punto de terminar, nos atoramos


con un problema que no podía resolver.

—No te pienso dar la solución —le dije.

—¡Que no quiero eso! Espera y verás...

Calculadora en mano y concentradísimo como nunca lo había visto, fijó su mirada


en la hoja y volvió a intentar resolver el problema desde el principio. Lo cierto es
que no era muy difícil; el tema era que se había saltado un paso que era vital para
llegar a la solución. Y yo, testaruda como ninguna, no tenía planeado ayudarlo.

—¡Dios!

Cuando se equivocaba, se rascaba la cabeza con furia y volvía a empezar desde


cero. Yo lo miraba con una semi sonrisa en mis labios y súper interesada en cada
gesto suyo. Me causaba gracia ver cómo se enojaba; ver la diferencia con el
Guillermo de hacía unos días con el de ese momento. Ver a un chico que de
verdad le importaba salir adelante. Estaba empezando a sentirme orgullosa de él.

"Qué guapo es..."

Sin saber cómo, había pasado de observar sus gestos a admirar directamente su
cara. El ceño fruncido, los labios entreabiertos, esa barba de tres días que
terminaba de decorar su rostro, esos brazos anchos y fuertes... Era demasiado
perfecto. Hacía varios días que había dejado de mirarlo de esa manera. Cuando las
cosas se torcieron entre nosotros, supongo que inconscientemente impuse su edad
a su aspecto físico para que su encarrilamiento pudiera ser más sencillo. Además,
su comportamiento cuasi-nfantil había ayudado mucho a que dejara de verlo así.
Pero ese objetivo ya estaba cumplido; el muchacho había aprendido la lección y
destilaba madurez por cada poro de su cuerpo.

Cuando estaban a punto de cumplirse las dos horas acordadas, y mientras yo


seguía embobada deleitándome con su atractivo físico, pegó un salto de su silla,
estirando los dos brazos para los costado. Tal fue el énfasis de su movimiento, que
me impactó a mí en un costado, tirándome para atrás del pequeño taburete.

—¡Lo tengo! ¡Vamos! —gritó antes de darse cuenta de que yo estaba en el suelo—
¡Joder! ¡Discúlpame, Rocío!

—Qué bruto eres, niño... —dije mientras me sujetaba de su brazo para ponerme
de pie.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño? —se preocupó.

—No, tranq... ¡Ay!

Grité de dolor cuando junté los brazos por delante. No me había dado cuenta en el
momento, pero el codazo había sido al costado de mi pecho. Maldita suerte pensé,
acordándome de que no llevaba sujetador.

—Te lastimé... lo siento mucho... Me emocioné demasiado por haber encontrado la


solución...

—No pasa nada. Olvídalo...

—¿Dónde te di? Te juro que no me di cuenta...

—Te dije que lo olvides... ¡Ay!

Me volví a quejar, e instintivamente me llevé la mano a la zona golpeada. Él se dio


cuenta y se sonrojó. La cosa volvía a estar tensa.

—Vaya... Lo siento —repitió.

—Te dije que no pasa nada.

Ambos nos quedamos en silencio; yo todavía masajeándome el costado, de


espaldas, obviamente, y él sin saber dónde meterse. Por suerte, ya casi era hora
de irme...

—Bueno, creo que ya me vo... ¡Ay! —volví a sufrir, de nuevo en voz alta.

—Espera, creo que mi madre tiene una pomada para estas cosas. Espera aquí.

—¡No es necesario! ¡En ser...!

Pero ya había salido corriendo. Resignada, me senté en su cama y no pude evitar


reírme por la manera en la que se seguían desarrollando las cosas a mi alrededor.
Cuando creía podría empezar a disfrutar de un poco de calma, sea lo que fuera
que había ahí arriba, me seguía poniendo en aprietos. Con lo tranquila que había
sido siempre mi vida...

—¡Ya estoy! —dijo, apareciendo por la puerta bastante agitado—. Aquí tienes, creo
que es esta...

Sí, era esa; la crema por excelencia para golpes y ematomas. Una pomada que se
aplicaba sobre la piel desnuda y que debía ser acompañada por masajes. Es decir,
algo que tendría que hacer a solas...

—Gracias...
—Te 'dejro', te dej... te dejo sola, je —dijo, tartamudeando y dando un portazo.

Dentro de lo incómodo de la situación, me puse a reír una vez se hubo ido. Si


antes me había quedado cautivada por su hombría, ahora me sentía acaramelada
por su inocencia; por llamarlo de alguna manera.

Para hacer las cosas rápido, me quité la camiseta y me apliqué la crema ahí mismo
en el taburete. Tenía que hacerlo con el brazo contrario, porque era bastante
incómodo hacerlo con el del mismo lado. Pero cuando estiré la mano derecha,
sentí un dolor muy fuerte en ese mismo hombro. Cuando me caí producto del
codazo de Guillermo, golpeé mi hombro contra el borde de la cama. En el
momento no me dolió, así que no le di mucha importancia; pero claro... Era la
vida, la vida la que tenía ganas de que ese día no me saliera nada a derechas.
Seguí intentando aplicarme la pomada, pero el dolor en el hombro no me dejaba...
No me lo podía creer, iba a tener que caminar hasta la estación con esa
incomodidad. Incluso cuando las cosas me salían bien, siempre había algo que
tenía que torcerse. Estaba harta de ese rumbo irreconducible que había tomado mi
existencia...

Y me acosté. Me acosté esperando que con el pasar de los segundos el dolor


menguara. Era eso o lo ya mencionado. Cerré los ojos, respiré profundo e intenté
aislarme un poco; relajarme por lo menos. Me hacía bien sentir en mi torso
desnudo la brisa que entraba por la ventana entreabierta. También me hacía bien
a la vista esa semi oscuridad que se estaba formando gracias al anochecer. Me
puse a pensar en lo que le haría de comer a Benjamín esa noche; cuál de todos
sus platos favoritos podría hacerle. Pero la idea de volver a pasar la noche con él
era la que más me atraía. Las cosquillas en el estómago eran fuertes por eso. En
el estómago y, quizás, en otro sitio un poquito más abajo. Tenía muchas ganas de
que llegara ese momento. Tenía ganas de volver a tenerlo entre mis brazos. Yo
había cambiado, mi cuerpo había cambiado; pero mi amor por él seguía siendo el
mismo, y quería demostrárselo regalándole la mejor noche de su vida. No
importaba si le había sido infiel con Alejo, o si había dejado que un crío de 17 años
me sobara los pechos, o los motivos por los que había hecho todo eso... No, esa
noche sólo importaríamos nosotros dos. Esa noche íbamos a hacer el amor... No,
esa noche tenía planeado follármelo como nunca antes lo había hecho.

Continuaba con los ojos cerrados, respirando fuerte y pensando en mi novio. Pero
el dolor no se iba. No se iba, pero me sentía más que decidida a hacerlo
desaparecer. Ya no iba a dejar que tonterías como esas me controlaran la vida. Por
eso, me tapé ambos pechos con un solo brazo y lo llamé.

—¡Guillermo!

Nuevamente, sentí los pasos acercarse rápidamente del otro lado de la puerta y
detenerse justo delante.

—¿Sí? ¿Ya has terminado?

—Pasa, por favor —le pedí.


Entró con normalidad y sin esperarse la imagen que se encontró a continuación.
Sobra decir que su cara era un poema.

—¡Lo siento! —reaccionó de golpe— No sabía que... —dijo, dándose la vuelta y


buscando de nuevo la puerta.

—No. Quédate, por favor. No puedo hacerlo sola, me duele demasiado...

—¿Estás segura? Si quieres esperamos a que venga mi madre y...

—No. Hazlo tú, que no quiero perder el tren. Total, no vas a ver nada que no
hayas visto antes... —sentencié.

Estaba rojo como un tomate. Estaba claro que no se esperaba semejante


proposición por mi parte, y mucho menos luego de lo poco receptiva que me había
mostrado con él toda esa tarde. Pero igual no se achantó. Y no habría de hacerlo.
No se había achantado hacía poco más de un día, y no lo iba a hacer en ese
momento, cuando esta vez era yo la que le daba la oportunidad.

—Vamos, por favor —le volví a pedir.

Guillermo se sentó a mi lado, con mucho cuidado, intentando no hacer ningún


movimiento brusco, y se untó un poco de pomada en un dedo. Yo, para facilitarle
la tarea, retiré el brazo que me cubría y dejé a su disposición mi pecho entero. No
perdí la serenidad, estaba tranquila, al contrario de mi alumnito; que tragaba
saliva cada veinte segundos y temblaba como si estuviera a punto de acariciarle la
frente a un león.

—Tranquilo... ¿Sí? No es la primera vez que las tocas. Ya eres casi un veterano —
reí, intentando contagiarlo.

—Lo siento —dijo, una vez más.

Luego de amagar un par de veces con comenzar, finalmente posó sus dedos índice
y corazón en el costado de mi pecho. Me dolió, e hice una pequeña mueca, pero le
indiqué que continuara sin preocuparse. A partir de ahí, intenté evitar hacer
demostraciones de dolor para que fuera tomando confianza y, sobre todo, para
que el masaje fuera continuo y sirviera de algo.

—¿Estás bien? —dijo con la voz entrecortada.

—Sí, sigue...

El masaje se centró únicamente en el punto donde me dolía. Estrictamente,


además. Guillermo tenía pánico de traspasar el límite. Se estaba comportando
como un auténtico caballero. Ni siquiera se atrevía a mirarme directamente, y eso
logró enternecerme.

—Guille... tócame —le pedí, sin más.


—¿Qué? ¿No lo estoy haciendo bien? —preguntó, nervioso como nunca lo había
visto.

Estiré los dos brazos, soportando el dolor del hombro, y lo obligué a mirarme a los
ojos.

—Puedes tocarme —repetí, con más seriedad que la primera vez.

No se lo esperó tampoco, pero me había entendido perfectamente. Sin embargo,


tuve que ser yo la que cogiera su mano y colocarla en la base de mi pecho. No
quería provocar nada más que un simple toqueteo, para que no se quedara con las
ganas. Se había portado muy bien conmigo y creí que se lo merecía. Después de
todo, él no había sido responsable de nada de lo que había sucedido esa tarde.

—Sigue... —le volví a pedir, y guié su mano por mi pecho en pequeños circulitos
alrededor del pezón.

Ahora no apartaba los ojos de los míos. Seguía sin atreverse a mirar lo que estaba
tocando. Si me quedaba alguna duda de la inocencia e inexperiencia de ese
chiquillo, en ese momento se terminó de desvanecer. Me quedó clarísimo que todo
lo que había sucedido había sido improvisado; no era una mente maestra que
buscaba aprovecharse de mí. Todo había sido producido nada más que por el
empuje de sus hormonas. Y me sentí idiota, idiota por haber tratado a esa criatura
como un monstruo. Por haberlo acusado de cosas que seguramente ni entendía.
Sentía que tenía una deuda con él, una deuda que iba a necesitar algo más que
tres o cuatro toqueteos sobre mi pecho para ser saldada.

«Déjate llevar»

Otra vez Alejo... Otra vez esas palabras que me retumbaban en la cabeza cada vez
que estaba a punto de tomar una decisión así. "Déjate llevar" era una frase que
me había hecho hacer cosas que en la vida me hubiese creído capaz de hacer.
Dejándome llevar había comenzado mi relación con Alejo. Dejándome llevar le
había hecho la primera felación. Dejándome llevar le había regalado mi primer
orgasmo. Dejándome llevar nos acostamos por primera vez. Dejándome llevar
había permitido que plantara su semilla dentro de mí... Y dejándome llevar...
aprisioné el cuello de Guillermo... lo atraje hacia mí... lo miré fijamente a los ojos
y... lo besé en los labios.

En qué cabeza cabría, ¿no? Seguramente en la de la vieja Rocío no. Ni por asomo.
La vieja Rocío se hubiese marchado para no volver en el primer momento en el
que aquél puberto la hubiese mirado con lascivia. Pero la nueva no, la nueva se
había dejado manosear casi sin oponer resistencia y, ahora, iba a premiar a
Guillermo con el mejor morreo de su vida.

Hasta que Alejo regresó a mi vida, mis únicos besos habían sido con Benjamín. Él
me había enseñado a besar. No obstante, nunca me consideré una experta en la
materia. Ni siquiera cuando mi amigo de la infancia me enseñó todas esas técnicas
que yo no conocía: como... qué tanto abrir los labios, cómo aprisionar los de mi
pareja, cómo enredar mi lengua con la suya... Antes de practicar con él, yo no
sabía nada de eso. Y, en ese momento, me di cuenta de que Guillermo tampoco.
Ese pedazo de hombre no sabía cómo besar. Pero, por suerte para él, yo estaba
más que dispuesta de enseñarle a hacerlo.

Lo empujé con las dos manos, despertándolo de esa especie de trance en la que
había entrado, y me senté en la cama. Me miraba desconcertado, sin saber qué
hacer. No se había esperado nada de lo que había sucedido hasta entonces y
parecía que tenía miedo de lo que pudiera suceder a continuación. Esa
incertidumbre que estaba causando en él incrementaba el cosquilleo en mis zonas
bajas, pero no era mi intención torturarlo de esa manera. Por eso, lo obligué a
sentarse más adentro de la cama, hasta que su espalda quedó pegada contra la
pared. Luego, como ya bien había aprendido, me senté a horcajadas encima suyo.

—Tranquilo... —le repetí, con toda la suavidad que pude y una sonrisa.

Me erguí sobre él, le volví a sonreír y lo besé de nuevo. Sus manos estaban
estáticas en un costado y tuve que ser yo nuevamente la que se las acomodara
sobre mi pecho. El hombro me seguía doliendo horrores, pero no me importaba.
En ese momento sólo existía él para mí. Y seguí comiéndole la boca. Al principio
comencé con pequeños besos, sin chupar sus labios, intentando no apresurar las
cosas. Él se limitaba a imitarme como un autómata, ni siquiera se atrevía a mover
sus manos. Recién empezó a coger un poco de confianza cuando aumenté un poco
el ritmo; cuando dejé la boca entreabierta para que metiera su lengua por primera
vez. Ahí decidí darle un poco más de velocidad al asunto, enredando por fin mi
lengua con la suya e intercambiando nuestra saliva. Todo eso provocó que por fin
se ateviera a hacer algo más con sus manos. Sin dejar de masajear mi pecho
derecho, llevó la otra a mi espalda para hacer presión y que nuestra sujeción fuera
más firme. Cuando se aseguró de que ya nada nos iba a poder separar, bajó esa
misma mano hasta mi nalga y esa sí que la apretó con todas sus fuerzas,
causando que un primer gemido saliera disparado de mi garganta.

Sinceramente, yo no sabía a dónde nos iba a llevar lo que estaba pasando. Estaba
siendo irresponsable una vez más y no tenía ni idea de dónde estaría mi límite,
dónde estaría esa línea que marcaba la meta, esa línea que me indicara que había
llegado demasiado lejos. No lo sabía, y no me preocupaba, insisto. Me estaba
dejando llevar como Alejo me había enseñado. Y, al igual que el día anterior, sentí
su presencia muy cerca de mí. Como si me estuviera observando. Y yo no quería
defraudarlo, quería que viera que sus esfuerzos conmigo no habían sido en vano,
que me había convertido en una mujer de verdad capaz de satisfacer a cualquier
hombre.

—¡Ya estoy en casa!

La agudísima voz de Mariela retumbó por toda la casa. Provocando que yo saltara
hacia atrás como si tuviera resortes en las piernas y buscando con desesperación
la camiseta del F.C. Barcelona que me había prestado Guillermo. Él, por su parte,
se levantó a toda prisa de la cama y se acomodó en el escritorio donde todavía
estaban sus libros. Cuando Mariela abrió la puerta, yo ya estaba sentada a su
lado...
—¡Gandul! ¿No deberías estar...? ¡Rocío! —gritó al verme.

—Buenas tardes, Mariela.

—Hola, mamá.

—¿Qué haces aquí todavía? Son casi las 8, cielo mío —me recordó, con mucha
amabilidad.

—Sí, sí... Es que... quería terminar hoy con esta parte y... bueno, se nos hizo
tarde —reí, intentando aparentar normalidad.

—Eres un sol, Rocío. Que sepas que esta hora te la voy a pagar, te pongas como
te pongas.

—¡No! No es necesario, en serio... Yo me quedé por...

—¡Te pongas como te pongas he dicho!

—Bueno, vale —volví a reír.

—¿Le has agradecido como es debido tú, pasmarote? —dijo mirando a Guillermo.

—Sí, mamá, Rocío ya sabe de sobra lo agradecido que estoy con ella —respondió
él, evocando en mí una sonrisa sincera.

—Mejor. ¡Y más te vale que no la estés haciendo perder el tiempo! —insistió la


mujer.

—¡Que no!

—¡A mí no me levantes la voz! —dijo antes de darle un coscorrón—. Venga, Rocío,


que te llevo a tu casa. No voy a dejar que camines sola por ahí a estas horas.

—¿Segura? No tiene por q...

—¡Que sí! Tú te tomas la molestia de hacer horas extras por este vaguete, lo
mínimo que puedo hacer es llevarte a tu casa.

—Vale... De acuerdo. Te lo agradezco mucho, Mariela.

—Sin problemas, cariño. Te espero abajo.

Mariela salió de la habitación y volvimos a quedarnos a solas. Guillermo no se


atrevió a mirar, y yo, con el calentón ya por los suelos, no supe qué hacer, ni qué
decir. Finalmente, le puse una mano en el hombro y...

—Me voy, Guille... Nos vemos el lunes.


—¿El lunes? —preguntó él, con un evidente tono de pena.

Era mi culpa. Y ya me estaba arrepintiendo. Le había puesto el fruto prohibido en


la boca y ahora quería más. Pero yo no le podía dar más, ni siquiera sabía cómo
había llegado hasta ese punto. Por lo pronto, tenía que salir de esa casa lo antes
posible para poner mis prioridades en orden, una vez más.

—Sí, el lunes —respondí, tajante.

—De acuerdo...

—Adiós.

—Adiós.

Una vez nos despedimos, me di la vuelta y salí de su habitación con una pena
enorme en el corazón.

Jueves, 9 de octubre del 2014 - 23:15 hs. - Benjamín.

Ya estaba a punto de terminar la jornada. Barrientos nos había dicho que a las
once y media recogiéramos nuestras cosas y nos fuéramos a casa. Por suerte, yo
ya había terminado con la parte que me correspondía, y me dediqué a echarle una
mano a algunos de los chicos de mi equipo. Muerto de sueño, sí, pero como
subjefe de equipo ese era mi deber.

Al final no había sido tan duro todo. Si lo comparaba con lo que había tenido que
sufrir las últimas semanas, esas nuevas horas extras quedaban en un juego de
niños. Pero, la mejor noticia sin duda alguna, fueron los ánimos que me envió
Rocío por teléfono. Poco después de reunirme con Barrientos por lo de Clara, llamé
a mi novia y la puse al tanto de mi nuevo horario. Para mi sorpresa, su reacción
fue buena. No, buena no, fue genial. No sólo me dio ánimos para soportar el día, si
no que también me prometió una cena monumental cuando llegara a casa. Gracias
a ello, pude afrontar el resto del día con mucha más energía.

—Ya puedes irte si quieres. Yo le digo a Barrientos que cumpliste. No te preocupes


—le dije a Clara alrededor de las diez de la noche.

—A las once y media me voy, como todos —me respondió con sequedad.

Si bien se había portado bien todo el día, no me terminaba de sentir del todo
agusto trabajando con ella. Yo siempre había sido un tipo comunicativo en mi
trabajo. Siempre consideré que el silencio dentro de un equipo es lo que suele
provocar la mayoría de los fracasos. Fue por eso que me fue tan bien con Lulú, por
nuestra manera de decirnos las cosas; de intercambiar ideas cuando recién se nos
venían a la mente, o de remarcarnos cosas del otro que no nos tenían conformes.
Pero no, con Clara fue imposible. No obstante, me habían encomendado una labor
y yo iba a tratar de cumplirla con la mayor eficacia posible. Ganar puntos con el
nuevo jefe se había convertido en una de mis máximas prioridades.

—¿Y bien? ¿Has aprendido algo nuevo hoy? —le pregunté cuando terminé con los
demás. Ella seguía cruzada de piernas, con su faldita negra abierta en un costado
que desvelaba casi la totalidad de su muslo, pero sin dignarse a mirarme.

—Es pronto todavía —respondió.

—Sí, ya... Igual tampoco había mucho de donde pudieras pillar. Estos encargos
express que nos hacen, cada vez son menos pro...

—Me voy a casa. Ya casi son las y media —me interrumpió, con la misma frialdad
—. Hasta mañana.

—Vale... Hasta mañana.

Con cara de palurdo y con la palabra atragantada, terminé resignándome a que


todo seguiría siendo de esa manera. No había nada que hacerle. Pero, porque
siempre hay un pero, me sentí mal en el fondo. Por alguna razón, me dolía que mi
relación con Clara hubiese terminado de esa manera. O sea, sabía perfectamente
que no era mi culpa; ella había empezado todo por su cuenta y ella lo había
terminado de la misma manera porque yo no quise entrar en su juego de cría
mimada. Es decir, en ese sentido estaba tranquilo, pero me seguía jodiendo igual.

De todas formas, no iba a dejar que aquello me afectara. Mi novia me estaba


esperando en casa con un recibimiento de reyes y yo no podía estar más contento.
Por eso, apenas se hicieron las once y media, recogí mis cosas y salí disparado de
la oficina, sólo despidiéndome de Luciano en el camino.

—¿A dónde vas? ¡Las prisas no son buenas!

—¿Te parece que tengo prisa? Yo creo que voy demasiado lento —dije,
deteniéndome junto a él por cortesía.

—Joder, mira esa carita de niño al que le acaban de regalar su juguete favorito...
Supongo que habrás arreglado las cosas por casa. Me alegro por ti, camarada.

—No podrían estar mejor las cosas en casa, amigo mío —le comenté. Luego, me
acerqué un poco más, para evitar que nadie pudiera oírnos—. ¿Recuerdas todo lo
que te dije de mi novia? Olvídalo. Y díselo a Sebas también.

—¿Qué? ¿Lo de los cue...?

—¡Sh! —lo frené a tiempo—. No hubo nada de eso. Fue todo un malentendido. Ya
mañana si tenemos tiempo, les contaré. ¡Me piro!
—Vaya que nos lo contarás. No te preocupes que el hueco ya lo me lo busco yo.

—¡Hasta mañana!

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Rocío.

El timbre sonó y yo, con una sonrisa de oreja a oreja por haber calculado bien los
tiempos, me levanté como una flecha para recibir a mi novio.

Nada más abrir la puerta y verlo, me abalancé sobre él y le comí la boca a besos.
Ni siquiera lo dejé entrar; en el mismísimo corredor. Le aplasté los mofletes con
ambas manos y le di un morreo sensacional. Cualquier vecino pudo habernos
visto, pero me dio completamente igual.

—Ya está, mi amor... ¡Venga! Que no respondo, ¿eh? —me amenazó mientras,
sorprendentemente, me ponía una mano en el culo.

—Perro que ladra no muerde —lo incordié pícaramente, y luego le mordí el lóbulo
de la oreja.

—Venga, venga —se puso serio de golpe— Que nos van a ver los vecinos y ya
sabes cómo son...

Para ser sincera, me lo hubiese follado ahí mismo, pero quería hacer las cosas
bien; quería presentarle a la nueva Rocío como se debía. Lo había estado
planeando toda la tarde. Todo, absolutamente todo. Ya tenía seleccionado el
conjuntito que me iba a poner y también había cambiado el juego de sábanas.
Hasta me tomé la molestia de planificar paso por paso todo lo que le haría, lo que
le diría, lo que haría que me hiciera... En fin, que la cena completa que había
preparado yo solita y sin ayuda, sólo era el primer plato del gran festín que nos
íbamos a dar esa noche.

—Jo... No hacía falta todo esto... —dijo, maravillado cuando vio la mesa del salón.

—Hoy se oficializa nuestro reencuentro. Tenemos que celebrarlo a lo grande —


respondí yo, abrazándolo por la espalda, casi trepándome de él.

Benjamín se dio la vuelta, me cogió de la cintura y se me quedó mirando a los


ojos.

—Eres lo mejor que me pasó en la vida. Te amo tanto... —pronunció.

No pude evitarlo y volví a besarlo, esta vez con más cariño que pasión. Me abracé
a su cuello, él a mi espalda, y nos fundimos en el beso más romántico que jamás
nos habíamos dado. Yo estaba radiante, en todos los sentidos. Desde que salí de la
casa de Guillermo, no había podido detenerme. Estaba inquieta, ansiosa,
desesperada... Pero, en ese momento, al sentir el calor de Benjamín, al sentir su
aura conectar con la mía, logré calmarme. Fue como si todos esos instintos tan
primitivos que me habían tenido loca todo el día se hubiesen apagado de golpe,
permitiéndome recuperar durante esos segundos, todo lo bello, todo lo
maravilloso, todo lo puro que nuestra relación forjó desde el primer día que nos
profesamos amor para toda la vida. Y me puse a llorar.

—¿Qué te pasa, mi amor? —me preguntó al notarlo.

—Nada, Benja... Es sólo que... te extrañaba tanto... Me hacías demasiada falta...


—logré decir, entre sollozos y lamentos.

—Ya está, mi vida. No llores, por favor —dijo, abrazándose a mí con todas sus
fuerzas—. Te prometo que no voy a volver a dejarte sola nunca más.

—¿En serio? —logré decir, intentando despegarme un poco de su chaqueta.

—En serio. La próxima vez que mi trabajo se interponga entre nosotros, renuncio.
Me da igual todo.

Sin exagerar, ese fue el momento de mayor felicidad de mi vida. Quién sabe si con
razón o no, pero así lo sentí. Si alguien llegaba y me mataba en ese momento, me
hubiese muerto feliz. No necesitaba nada más que a Benjamín. No quería
separarme nunca más de él, ni siquiera para degustar esa bonita cena que me
había marcado.

—Venga, que no quiero que se enfríe la comida. Que te habrá tomado mucho
trabajo preparar todo esto.

—Vale... —dije, limpiándome las últimas lágrimas de la cara.

Ya mucho más relajados, en todos los sentidos, cenamos juntos después de


muchísimos días. Aprovechamos el momento para contarnos muchas cosas que no
nos habíamos podido contar todavía, la mayoría triviales, pero que sumaban para
la normalización de nuestra relación. Yo intenté hablarle del mío también, pero
pocas cosas pude encontrar que no involucraran directamente mi nueva situación
con Guillermo. O, más bien, no encontré la forma de hacerlo. Finalmente, decidí
omitir todo lo relacionado a él y me centré en hablarle de la madre y el casoplón
que tenían. Benjamín se mostró sumamente interesado en todo lo que le decía,
por eso me fui animando y terminamos hablando de mis proyectos de cara al
futuro, de mis planes para enseñar en las mejores universidades del país, o de
algún día irnos juntos al extranjero. En la media hora que duró la cena, mi nivel de
euforia volvió a subir como un cohete sobre la atmósfera.

Cuando terminamos, recogimos la mesa y también fregamos juntos. No faltaba


mucho para que se hiciera la una de la madrugada, pero no nos habíamos fijado
en la hora en ningún momento. La velada estaba saliendo de maravilla y ya sólo
faltaba culminarla como se debía.
—¿Vamos a la cama? —le propuse una vez terminamos.

—Vamos —me respondió.

Me cogió de la mano y fuimos juntos hacia nuestra habitación. Una vez allí, nos
quedamos de pie al borde de la cama mirándonos un rato. Él me sonreía
tímidamente y yo no podía ocultar el deseo que tenía de saltarle encima y darle lo
que no había podido darle en toda nuestra relación. Sin embargo, fue él, como casi
siempre había sucedido en nuestros encuentros íntimos, el que decidió marcar el
ritmo. De esa manera, me abrazó con mucha delicadeza y no tardamos en
comenzar a besarnos con la misma ternura con la que lo habíamos hecho antes.
No quise precipitar nada, dejé que las cosas fluyeran a su ritmo; yo sólo me
dediqué a desabrochar uno por uno los botones de su camisa mientras él me
acariciaba la parte baja de la espalda. Cuando la posición nos cansó, sin dejar de
besarnos, nos sentamos en la cama; uno al lado del otro y seguimos
acariciándonos sin apresurarnos.

—¡Ay!

Cuando Benjamín me rozó el costado de mi seno derecho, el grito me salió solo.


Todavía me dolía por el codazo que me había dado el dichoso crío. Pero, como
dicen, no hay mal que por bien no venga. Ese contacto me hizo acordar que, con
las prisas por preparar la cena, me había olvidado de darme una ducha cuando
volví del trabajo. Por lo tanto, no podía permitir que mi novio me viera desnuda
todavía. No sabía si Guillermo me había dejado alguna marca que pudiera
delatarme. Quizás no, pero no me la iba a jugar.

—¿Estás bien? —dijo, en reacción a mi quejido, dejando a un lado mi boca y


centrándose en mi cuello.

—Sí, tranquilo... Antes me di un golpe mientras ordenaba la casa, pero no es


nada.

—De acuerdo...

—Espera, Benja, ¿me dejas dar un baño primero? Pasé varias horas en la cocina
hoy y me siento sucia.

—¿Ahora? No te preocupes, no me molesta... —dijo, y siguió besándome el cuello.

—No, si no es por ti... Uh... Es por mí... Sabes que no me... ¡Dios, para! —grité, al
borde del colapso por el calentón— No es por ti, es porque no quiero hacerlo así...

—Vale... Pero date prisa —dijo, dándome un cachete en el culo cuando me levanté.

Estaba a mil. No sabía si era por las ganas que tenía de volver a estar de nuevo
con Benjamín o, como el día anterior, por lo que había sucedido en casa de ese
crío. Sea como fuere, me metí en el baño rápidamente y abrí el grifo del agua fría
esperanzada de no hacer ninguna tontería que pudiera saciar mis ansias sexuales
en ese mismo instante.

Quince minutos fue lo que tardé en ducharme, lavarme el pelo y ponerme el


conjunto de dos piezas azul marino que había preparado esa tarde. En ese tiempo
también logré tranquilizarme considerablemente, y confiaba en que eso sirviera
para poder tener algún que otro jueguito previo con Benjamín antes de pasar a la
acción.

—Ya estoy, perdona por la tard... ¿Benja?

Cuando salí del cuarto de baño y regresé a mi habitación, me encontré con lo


último que me esperaba encontrarme esa noche; con Benjamín durmiendo
plácidamente en la cama.

—¿Benja? ¿Benjamín?

Lo moví con la palma de la mano unas cuantas veces, pero el tío estaba
profundamente dormido. Para colmo, estaba arropado hasta el cuello y, por lo que
pude fijarme, únicamente en calzoncillos. No me lo podía creer. Me quedé de pie
frente a la cama, con cara de tonta, esperando un milagro y que se despertara.
Milagro que terminé entendiendo que no iba a llegar.

Seguramente se había desvestido para esperarme en la cama ya listo para la


acción y se terminó quedando dormido por culpa de todo el cansancio acumulado
esos días. Estaba decepcionada, incluso algo enfadada, pero lo entendía
perfectamente; el pobre no había podido dormir casi nada últimamente. Era culpa
mía, en parte, por no haber previsto que algo así podría suceder.

Luego de quedarme observándolo con bastante comprensión y no mucha menos


rabia, me quité el bonito conjunto que iba a continuar sin estrenarse; me puse un
tanguita que encontré tirado en el armario, el camisón rosa que usaba siempre, y
me acosté al lado de Benjamín. Menos mal que el calentón se me había bajado,
porque si no quién sabe qué hubiese utilizado para despertarlo y obligarlo a que
me diera lo mío. A los pocos minutos, cerré los ojos e intenté conciliar el sueño.

•••

Abrí los ojos lentamente, haciendo un esfuerzo monumental, y me reacomodé en


la cama. Miré hacia la persiana; hacia los pequeños orificios de cada división, pero
no había rastro de rayos de sol filtrándose entre ellos. Me giré un poco, estiré la
mano a la mesita de noche y cogí el móvil.

—Dos de la mañana...

No era ni por asomo la ahora a la que pretendía despertarme. Me giré sobre mí


misma, me abracé a la almohada e intenté dormirme de nuevo. Diez minutos
después volví a abrir los ojos repentinamente. Una vez más revisé la hora y
pronuncié un par de malas palabras con la cabeza hundida en la sábana al
comprobar que el tiempo apenas había pasado. Me giré, por enésima vez, y me
abracé a Benjamín; que dormía silenciosamente a mi lado con mi gata Luna
acurrucada junto a sus pies. Ya con la comodidad del torso de mi novio, puse mi
mente en blanco y traté de dormirme de nuevo.

Bastó un mínimo moviento, un leve cambio en la posición de Benjamín para que


mis ojos se volvieran a abrir como dos naves espaciales. Miré el teléfono por
tercera vez y sólo pude proferir más insultos en voz baja. Me senté en la cama, me
revolví el pelo y observé mi alrededor buscando algo que pudiera estar
alterándome el sueño. No tenía ningún sentido, pero menos lo tenía que yo no
pudiera dormirme. Alguna explicación tenía que haber. Me volví a recostar, pero
ya no lo intenté más. Me quedé observando el techo; aquél techo con el que había
compartido tantos problemas, a ver si él tenía la solución para mi repentino
insomnio. Que no la iba tener, por supuesto, porque empecé a sentir que era algo
más físico que mental. Me di cuenta de que no podía estar en la misma posición
más de treinta segundos seguidos, por eso tuve que dejar de mirar hacia arriba y
volver a colocarme boca abajo. No tardé en sentir la necesidad de cambiar de
posición otra vez. Estaba demasiado inquieta para ser yo; parecía una niña de diez
años en plena noche de reyes.

Pasaron veinte minutos, pero nada cambió. Ahí seguía yo, abrazada a un cojín que
había encontrado en el suelo; en posición fetal, y tratando de desaparecer de esa
dimensión. Harta, me senté en el borde de mi lado de la cama, me puse mis
pantuflas más acolchadas y me fui a la cocina a por un poco de leche fresquita;
con la esperanza de que eso me pudiera tranquilizar un poco.

Abrí la puerta de la habitación, caminé unos metros, y me frené cuando una tenue
luz con tintes azulados me perforó los ojos. Era la televisión del salón, estaba
claro; pero no sabía quién podía estar ahí. Regresé a mi cuarto a buscar algún
objeto contundente para defenderme de un posible asaltante, hasta que recordé
que todavía había una tercera persona viviendo con nosotros en la casa. Como ya
he dicho, estaba muerta de sueño, que no pudiera dormirme ya era otra cosa.

Regresé al final del pasillo, frotándome los ojos como una pequeñaja, justo debajo
del arco que separaba ese espacio del salón-cocina. Temerosa todavía, asomé la
cabeza y me terminé de tranquilizar cuando vi a Alejo echado en el sofá, con el
mando en una mano y un botellín de cerveza en la otra.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —le reclamé, enfadada por el susto.

—¿Qué? Mirando la tele, ¿no ves? —respondió, no muy sorprendido por mi


repentina aparición; mirándome un momento y luego volviendo a centrar su
atención en la pantalla.

Me quedé mirándolo unos segundos y luego seguí mi camino hacia la nevera. Cogí
un vaso de vidrio, lo llené hasta arriba de leche y me lo bebí de un solo trago. Me
llené otro y me fui a sentar al sofá, a un lado de Alejo.

—¿Quieres un poco? —le pregunté, por pura educación.


—Eh... no, gracias —respondió él, balanceando su cerveza de un lado para otro.

—Ah, sí...

No tenía del todo claro por qué me había ido a sentar con él. Sí, quería matar un
poco el tiempo hasta que esa ansiedad que no me dejaba dormir desapareciera,
pero no estaba convencida de que ese fuese el lugar adecuado. Era la primera
desde la noche anterior que hablaba con Alejo. O sea, la primera vez desde
nuestra ruptura. No tenía ni dea de cómo se encontraba, ni tampoco sabía si tenía
ganas de estar conmigo. No estaba en pleno uso de mis facultades, pero fui capaz
de leer la situación. Por eso mismo, no quise pronunciar palabra mientras
mirábamos la tele.

Y así pasaron treinta minutos, haciendo casi las tres de la mañana. Las ganas de
dormirme no me venían y Alejo no había abierto la boca en ningún momento, lo
que terminó de confirmar mis sospechas: estaba enfadado conmigo. Quizás me
estaba precipitando, para variar, pero todo me lo indicaba así. El chico cariñoso,
atento, simpático que solía preocuparse por todas mis necesidades, ni siquiera se
molestó en preguntarme qué me pasaba; por qué estaba ahí un día entre semana
a las tantas de la madrugada mirando la televisión el día que mi novio había vuelto
a casa. No, él seguía cogiendo palomitas de un cuenco -en el cual acababa de
reparar-, y mirando la película como si yo no estuviera presente.

—¿Me das? —pregunté, de pronto, señalándole las palomitas. Fue espontáneo.

—Sí, tomá —respondió sin mirarme, estirando su brazo y ofreciéndome


directamente del cuenco. Cogí unas cuantas con una mano y la escena siguió
transcurriendo de la misma manera.

Ya habían pasado quince minutos de las tres y ahí seguía yo, con cincuenta kilos
en cada párpado pero todavía inquieta como una rata en un costal. La película ya
había terminado y acababan de anunciar otra que parecía que Alejo iba a mirar
también. Me recosté en mi parte del sofá y por fin me dieron ganas de cerrar los
ojos. Poco a poco fui sintiendo como las ganas de dormir regresaban. Sentía como
el telón se iba cerrando y como el mundo de los sueños aparecía delante de mí. Lo
había logrado.

—¿Rocío? ¿Estás bien? —dijo de pronto Alejo.

La imagen le habría resultado cuando menos curiosa. Verme acostada de lado en


el sofá, con las palmas de mis manos juntas sosteniendo mi cabeza, con las
piernas recogidas y los ojos abiertos de par en par, remarcando unas ojeras que
cubrían gran parte de mi rostro. No, ¿qué iba a lograr? No podía estar más
despierta.

—No puedo dormir... No hay manera —le dije, con vos de muerta y con la mirada
todavía clada en la tele.
—¿Por qué? Ya te dije que tomar café de noche es malo. Sos una boluda —me
riñó. Luego muteó la tele y se vino a mi lado. Me levantó la cabeza con mucha
suavidad y la dejó caer sobre su regazo.

—No tomé café... No sé qué me pasa.

Se hizo un silencio largo; escuché a Alejo suspirar y luego darle otro trago a su
cerveza. Con la mano libre me acariciaba la cabeza; con mucha ternura, con
mucho cuidado. Ese sí que era el Alejo que conocía. Y, extrañamente, dejé de
sentirme inquieta, de sentirme intranquila. Esas ansias que me habían estado
carcomiendo por dentro ya no estaban. Sentí paz, sentí tranquilidad por fin. Y me
dejé ir.

—¿No estás enfadado conmigo? —le pregunté, de pronto, sin apenas imprimir
fuerza en mi voz.

—¿Qué? ¿Yo? ¿Por qué? —pareció sorprendido.

—Por lo de ayer... No tuve tacto casi... Siento que traté como a un juguete viejo...

—¿Qué? —exclamó de nuevo—. ¡No! Por favor, Rocío, ¿qué decís? No seas boba,
por el amor de dios.

—No era mi intención hacer las cosas así —continué casi sin prestarle atención.
Necesitaba hacerlo, necesitaba desahogarme—. Todo fue muy repentino, todo...
Aunque suene feo, aunque me haga quedar como un ser humano horrible; nunca
esperé arreglar las cosas tan rápido con Benjamín. Todo lo que habíamos hablado,
todas las conclusiones que habíamos sacado... todo eso me hizo pensar que
Benjamín había dejado de quererme, que ya no quería estar conmigo... Pero
estaba equivocada, Ale; no sabes lo equivocada que estaba. Y me sentí culpable
por ello, por ello y por todo lo que terminó pasando entre nosotros. No, no lo
tomes a mal; no me arrepiento de nada. Contigo... contigo... contigo me convertí
en mujer. Contigo descubrí el verdadero significado de ser mujer. Y te estoy
agradecida, te voy a estar agradecida de por vida. Pero yo amo a Benjamín,
Alejo... Yo lo amo a él y no quería seguir poniendo en riesgo nuestra relación. Sé
que suena egoísta, lo sé muy bien, pero espero que lo entiendas y que algún día
puedas llegar a perdonarme. No quiero perderte, quiero que sigas siendo parte de
mi vida. Quiero que sigas a mi lado como ese amigo fiel, como esa compañía tan
maravillosa que has sido para mí estas últimas semanas.

Alejo no dijo ni una sola palabra durante mi largo discurso. No pude ver su
expresión tampoco, porque no aparté la vista del punto muerto donde la tenía en
ningún momento; pero sus constantes caricias me dieron a entender que me
escuchaba, que me sentía como yo quería que lo hiciese. Estiré una mano y sujeté
la suya que me estaba mimando. Me abracé a ella mientras las lágrimas caían por
mis mejillas.

—¿No vas a decir nada? —le pregunté.


—No hace falta decir nada —contestó, sin perder la serenidad—. ¿Vos querés que
diga algo?

—No... Tienes razón.

Tres y media de la madruga pasadas. Sin embargo seguíamos ahí, con sólo la luz
de la televisión acompañándonos; pero sin ningún sonido que interrumpiera
nuestra tranquilidad. Ya me sentía mucho más tranquila, como ya he dicho; la
inquietud y la ansiedad habían desaparecido. Ya me sentía lista para irme a dormir
cuando quisiera. No obstante... me encontraba muy a gusto al lado de Alejo.

—¿No querés irte a dormir? Ya es muy tarde —me recordó de pronto, rompiendo el
silencio.

—¿Eh? Pues... sí... Ya va siendo hora —terminé aceptando— Pero... estoy un


poquito sofocada, voy un rato a fuera a tomar un poco de aire. ¿Vienes?

—Bueno, dale —sonrió.

El balcón se encontraba a la izquierda de todo del salón. Para acceder a él había


que cruzar un gran ventanal que mantenía cubierto por también una gran cortina
naranja oscura. Una vez afuera, lo primero que hice fue respirar de manera
aparatosa, consiguiento sacarle una pequeña carcajada a Alejo. Cuando terminó
de reír, me quiso imitar; pero terminó estallando de risa de nuevo. Yo me reí con
él y le solté un par de golpecitos en el brazo por haberse burlado. Ya pasado el
momento vacilón, nos acodamos en la barandilla y nos quedamos mirando el
horizonte un buen rato.

—Qué vistas, ¿eh? —dijo él.

—Es lo mejor que tiene vivir en un octavo —respondí.

—Es la primera vez que salgo de noche acá.

—¿Sí? Yo solía salir mucho cuando esperaba por las noches a... —me frené. No
supe por qué, pero no quise nombrar a Benjamín—. Bueno, que antes me solía
pasar horas aquí fuera.

—Es muy bonito...

Nos volvimos a callar. La brisa era suave y su temperatura era perfecta. Las vistas
eran hermosas aquella noche. Teníamos suerte de no tener ningún otro edificio
alto de ese lado, por lo que todo el horizonte era para nosotros. No había viento
tampoco. Era todo demasiado ideal para terminarlo rápido.

—¡A...A-Achúúú!

No había viento, la brisa era suave y todo era perfecto; pero yo no dejeba de estar
nada más que en camisón en una noche de octubre. Alejo se sobresaltó y, sin
preguntarme, se puso detrás de mí y me abrazó para darme calor. Instintivamente
miré para la izquierda, que era donde estaba la ventana que daba hacia mi
habitación; como si tuviese miedo de que Benjamín se fuese a asomar en
cualquier momento. Pero terminé riéndome sola por lo absurdo de la idea. Alejo
me escuchó y estiró el cuello por encima de mi hombro para preguntarme
mirándome a la cara. Negué con un leve movimiento de cabeza y agradecí el gesto
que había tenido al abrazarme.

«Todo pasa por alguna razón...»

No devolví nunca la vista al frente; en su lugar, lo miré a los ojos, acaricié uno de
sus antebrazos y estiré mi cuello hasta que mis labios chocaron contra los suyos.
Fue prácticamente un acto reflejo. No pensé, no hablé, no sentí, simplemente
actué. Y él se lo esperó, porque era muy difícil pillarlo en fuera de juego. La
presión que debió haber sido mía, la impuso él. Nos fundimos en un beso muy
apasionado que me hizo vencer hacia un costado y a él encorvarse hasta que su
espalda no pudo más. Me abracé a su cuello y logré retomar el equilibrio, pero no
me separé de su boca. Ni tenía intención de hacerlo. Él tampoco quería, y comenzó
a envalentonarse. Sus manos empezaron a danzar sobre mi torso hasta llegar a mi
pecho. No se lo pensó, ni me pidió permiso; metió sus manos por la zona alta del
camisón, apresando a su vez mis pechos y comenzando un masaje continuo que
no tenía pinta de terminar pronto. Un primer gemido se escapó de mi boca, y miré
de nuevo hacia la ventana de mi habitación; pero un segundo suspiro se escapó y
entonces me rendí. Me daba igual si alguien nos escuchaba, fuera quien fuera.

—Aquí... Aquí... —supliqué.

Cogí una de las manos de Alejo y la llevé hasta mi entrepierna. Y fue ahí cuando lo
sentí, cuando sus dedos hicieron el primer contacto con mi zona más íntima. Toda
esa inquietud, esas ansias, ese nerviosismo que me había invadido en la cama,
volvió a mi cuerpo pero esta vez en forma de excitación. Toda esa incomodidad se
acumuló en mi entrepierna, causándome unas ganas imperiosas de calmarla. Y
empecé a echar el culo hacia atrás, buscando contactar con su dureza. Y no tardé
en encontrarla. Alejo traía un pantalón corto que permitía perfectamente el
crecimiento de su pequeño amigo dentro de él. Y mi camisón, que ya estaba
remangado hasta mi cintura, no suponía un impedimento para que nuestros sexos
pudieran colisionar al fin.

—No aguanto más, Ro... —dijo, entre jadeo y jadeo.

—Hazlo... ¡Hazlo! —le dije, a duras penas logrando moderar el tono de mi voz.

Volví a acodarme en la barandilla, saqué el culito lo más que pude y esperé


ansiosa a que mi hombre hiciera su trabajo. Me sentía sucia... sucia, mala y...
puta. Sí, me sentía puta. Mi novio, mi amado novio; aquél con el que había hecho
las paces hacía no más de 24 horas; aquél con el que había llegado al límite
máximo de felicidad hacía no más de 5 horas, dormía a escasos metros de mi
posición y yo estaba a punto de follarme, una vez más, al chico que él había
permitido quedarse bajo nuestro techo. Me sentía como una cualquiera... Y no me
importaba admitirlo. Lo necesitaba, lo necesitaba demasiado en ese momento
como para sacar preocuparme por esa falsa moral con la que había vivido durante
tantos años.

—¡Hazlo! —volví a pedirle.

No quiso ni bajarme la braguita, movió la tela hacia un costado y me penetró bajo


tres, cuatro, cinco largos bufidos. Ahogué un grito anunciado y luego me llevé las
manos a la boca. Esta vez no hubo fase previa, ni pausas, ni desaceleraciones
incómodas; Alejo bombeó a toda velocidad desde el principio. Y yo se lo agradecí.
No necesitaba que me hiciera el amor, necesitaba que me montara como un
semental monta a su yegua. Que me follara bien follada. Que me dejara satisfecha
como un macho debe dejar a su hembra.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Fóllame! —repetía una y otra vez con los dientes apretados, intentando
controlar una voz que ya era incontrolable.

Volví a girar la cara y encontré sus labios; los cuales lamí y mordí, besé y
estrangulé, saboreé y abracé. Era la única forma de controlar las voces que
provenían de mi alma y de la suya. Me tenía cogida de las tetas con tanta fuerza
que parecía que me las iba a hacer explotar. Y yo, ignorando el dolor que me
estaba profiriendo, empujada por su ímpetu, fui separando las piernas cada vez
más, inclinándome así hacia adelante y clavándome el frío hierro en mi vientre sin
poder evitarlo. Alejo reaccionó y me levantó una pierna para colocarla encima de
la barandilla. Y continuó perforándome en esa posición que no era la más cómoda
de todas.

—Bájame —le pedí entonces.

La noche anterior había aprendido lo dócil que podía llegar a ser Alejo, así que me
imaginé que atendería cualquiera de mis peticiones. Pero no podía estar más
equivocada. No sólo no me hizo caso, si no que comenzó a penetrarme con más
furia que antes. Aquello hizo que me olvidara de la incomodidad de la posición y
me volviera a centrar en el tsunami de sensaciones que estaba inundando mi
cuerpo. Tanto me perdí, tanto me agité, que la pantufla que cubría mi pie
levantado, se deslizó hasta el final y terminó precipitándose al vacío.

Pero no me preocupó, porque estallé. Entre grito, gemido y suspiro, estallé en un


nuevo y espectacular orgasmo. «Me corro, me corro, me corro» pensé antes de
hacerlo, rompiendo así una nueva barrera lingüistica para mí. Ya no me importaba
pedir que me follaran, o que me dieran leche; ahora tampoco me importaba decir
que me había corrido. Y eso fue un aderezo más para mi dulce clímax.

—¡Me corro! —dije una vez más cuando lo mejor había pasado. Y fue tan sólo por
pronunciarlo con mis labios, sólo por darme ese placer.

Pero no tuve tiempo para tranquilizarme, Alejo lejos estaba de dejarme asimilar
las sensaciones que me acababan de sacudir. No, eso había quedado en el pasado.
Siguió empujando, taladrándome, empotrándome como si la vida le fuese en ello;
apretándome las dos tetas sin importarle si me estaba lastimando o no,
mordiéndome una oreja como si buscara arrancármela de cuajo, bufando como un
verdadero toro. Ya estaba a punto, no debía faltar mucho... Y lo incité, al igual que
había hecho la tarde anterior.

—Dámela... Dámela toda... —dije, ya mucho más serena y tratando de cautivarlo


con mi voz—. Quiero tu semen... Quiero tu leche...

Con un último y escandaloso rugido, los músculos de Alejo se tensaron, sus


piernas se clavaron en el suelo y descargó toda su masculinidad, por tercera vez
consecutiva, dentro de mí. Y me concentré en sentirlo, en apreciar cada choque de
esos chorros contra las paredes de mi vagina, entrando en mi zona uterina y
esparciendo su semilla por cada rincón de ella. Fue tanto el nivel de concentración
que llegué, que si la cosa hubiese durado unos segundos más, me hubiese corrido
de nuevo.

Cuando terminó de vaciar por completo sus testículos, Alejo desfalleció encima de
mi espalda y por fin me soltó los pechos. Me dolío, me dolió mucho cuando
desprendió sus dedos, pero no me importó; el placer había compensado todo.
Incluso ese estado de relajación en el que me encontraba en ese momento lo
compensaba todo.

Nos quedamos varios minutos en esa posición, tratando de reponernos del


desgaste realizado y luego volvimos a abrazamos y a comernos la boca con el
mismo desenfreno del principio. Podríamos haber estado así hasta el amanecer, y
quién sabe si no hubiésemos repetido polvo, pero los dos entendimos que nuestro
largo e improvisado encuentro tenía que terminar ahí. Entramos cogidos de la
mano, cerramos el ventanal, las cortinas, y volvimos a besarnos en el salón. Hasta
que, haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que pude, le di un empujón contra
el sofá y salí corriendo para mi habitación.

Ya en la cama, no quise mirar a Benjamín. Tampoco quise cambiarme de ropa.


Mucho menos quise gastar las pocas energías que me quedaban en hacer cualquier
tipo de análisis de lo que había sucedido. Simplemente me arropé hasta el cuello,
me di la vuelta, abracé mi almohada, y me entregué al mundo de los sueños con
una sonrisa que me ocupaba toda la cara.

Las decisiones de Rocío - Parte 17.

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Benjamín.

—Despierta, dormilona, que ya es casi mediodía. ¿Rocío? ¿Me oyes?

Nada. No había caso. Llevaba media hora intentando despertarla, pero ahí seguía
boca abajo con la cabeza de lado hundida en su almohada. Al principio me extrañó
que ya fueran esas horas y ella siguiera durmiendo, no era algo habitual. Rocío
siempre había sido alguien que respetaba religiosamente sus horarios de cada día.

—Vaya gilipollas eres, Benjamín —me susurré a mí mismo luego de un último


intento en vano de despertarla.
Salí de la habitación acompañado de Luna, que ahora me seguía a todos lados, y
me resigné a desayunar solo. Yo llevaba levantado desde las nueve de la mañana,
y estuve esperando pacientemente esas dos horas para poder tomar la primera
comida del día con mi novia. Pero estaba claro que no iba a poder ser. Y era mi
culpa. Lo sabía.

—Gilipollas...

Cuando abrí los ojos aquella mañana, lo primero que se me vino a la cabeza fue la
imagen de Rocío saliendo de nuestro cuarto lista para darse un baño. Esa iba a ser
nuestra noche. Una noche que ambos llevábamos mucho tiempo esperando. Todo
estaba dispuesto para que pudiéramos sellar nuestra reconciliación de forma
oficial. Pero la cagué... La jodí nuevamente. Volví a decepcionarla. ¿Cómo sucedió?
No lo recordaba muy bien... Ella ya había salido hacia el baño y yo me quedé
esperándola en la cama. Me puse cómodo, me arropé hasta poco más arriba del
pecho y cerré los ojos simplemente para descansar un poco la vista. El día había
sido bastante duro y necesitaba tomarme esos cinco minutos de relax. Pero esos
cinco minutos terminaron convirtiéndose en ocho horas. Y yo me quería cortar las
venas con el corazón de una manzana.

—Sí, Lunita... Soy un auténtico gilipollas.

Tenía ganas de seguir martillándome la moral, pero el día iba se me iba a


presentar igual de largo que el anterior y no me servía de nada ir a trabajar
deprimido. Así que, tratando de pensar en cualquier otra cosa, seguí tomando mi
tacita de café y mis tostadas con mermelada de arándanos, y me dispuse a
comenzar el día con la mejor de las caras. En eso estaba cuando escuché un ruido
provenir desde el pasillo.

—¿Rocío? —grité.

Pero no era Rocío. Una figura alta, de metro ochenta y cinco más o menos y una
cabellera rubia -que yo estaba seguro no era natural-, apareció de repente en el
salón a medio vestir y sin haber hecho su primera visita de la mañana al lavabo.
Estaba bastante dormido todavía.

—Buenos días —dije, carraspeando un poco antes para captar su atención.

Me miró con los ojos entrecerrados por el repentino golpe de los rayos de luz y se
quedó quieto. Reaccionó poco después y levantó la mano para saludarme.

—Buen día, jefe —contestó, a duras penas.

—¿Jefe? —reí—. Llámame Benjamín, hombre. ¿Un café?

—Sí, por favor... Qué dolor de cabeza...

Y terminé desayunando con Alejo. No porque quisiera, lo cierto fue que se me


ocurrió de repente para limar alguna que otra aspereza con él. Más por Rocío que
por mí, lógicamente. Pero, igualmente, no hubo mucha charla que digamos. Se
notaba que ninguno de los dos sabía qué decir, más allá de que ambos parecíamos
cómodos dentro de ese silencio.

—Oye, siento todo eso del piso que te prometí... El cabrón este me la jugó —dije,
para romper un poco el silencio.

—¿Eh? —dijo él, todavía con algunas luces apagadas— ¡Ah! No, no. No te
preocupes por eso, Benjamín. Perdón que no te haya comentado nada, supongo
que habrás pensado que soy un aprovechado. Resulta que ya conseguí un lugar
por acá cerca, pero necesito una o dos semanitas hasta que pueda mudarme,
porque todavía hay alguien viviendo y tiene que sacar sus cosas y, en fin...

Yo sólo pretendía romper el hielo, pero aquello me terminó sentando de maravilla.


No iba a tener que echarlo yo, quedando mal con Rocío en el proceso. O sea, no
tenía pensado darle la patada en la brevedad, quizás esperar unos días a ver cómo
se sucedían las cosas, pero obviamente no iba a permitir que se quedara toda la
vida con nosotros.

—Fenomenal, ¿no? —respondí—. ¿Necesitas ayuda con el traslado? ¿Fianza o algo?


Yo te puedo echar una mano si estás un poco apretado con el tema —dije, con
todo el buen rollo que pude. Tampoco quería parecer un desesperado por que se
fuera. Aunque en verdad eso ya se lo había hecho saber varias veces, no entendía
por qué lo disimulaba.

—No, por dios. Ya bastante me han dado. Vos y Rocío. No quiero abusar más, en
serio. Sólo necesito esta semanita, que posiblemente sean dos, y ya no te voy a
molestar más. Te lo prometo.

—Joder, es que si lo dices así... Mira, Alejo, que yo te estoy muy agradecido por
haber estado con Rocío en mi ausencia. El tema es que...

—Benjamín —me cortó. Me di cuenta de que mi tono de voz había sonado un poco
exagerado—. Vos querés vivir tu vida de pareja en paz y tranquilo. No soy un
cabeza de termo, sé cuándo estoy de más en un lugar. Así que quedate
tranquilo... Eso sí, lo único que te pido es que me dejes seguir viniendo de vez en
cuando a saludar —concluyó, riendo.

El chaval ahora me parecía majo. Era la primera vez que hablábamos de esa
manera tan... tan fraternal. Increíblemente, me sentía un tanto estúpido por haber
pensado las cosas que había pensado sobre Rocío y él... Y sí, la desconfianza había
hecho todo. No la desconfianza en mi novia, sino la desconfianza en un completo
desconocido. Además de que él tampoco había aportado mucho en nuestros
primeros encuentros para que yo pudiera pensar de otra manera.

No hablamos mucho más, esas pocas líneas sirvieron para que cada uno se
quedara bien consigo mismo. Y entre nosotros también. En las siguientes dos
horas esperé a que Rocío se despertara, a ver si al menos podía disculparme con
ella. Pero no, siguió durmiendo hasta Dios sabía qué hora. Me fui al trabajo con un
mal sabor de boca por eso, aunque con una leve esperanza de poder reivindicarme
esa misma noche.

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 14:40 hs. - Rocío.

—¿Quién es? ¿Qué pasa?

Los ojos me pesaban, la cabeza me dolía, pero algo me hizo despertar. Di un


respingo al notar algo húmedo resbalar por los exteriores de mi zona más íntima.

—¡Puaj! ¡Sos una asquerosa de mierda! Podrías haberte dado una ducha aunque
sea, ¿no?

La manta que me tapaba se elevó por delante de mí hasta descubrir por completo
la cabeza de Alejo, que daba pequeños resoplidos con su lengua para afuera y con
una considerable cara de disgusto.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?

—Casi las tres. Tu novio ya se fue hace rato, así que no te preocupes. Ahora andá
a lavarte, que mirá cómo estoy...

Alejo se colocó en la punta izquierda de la cama y se irguió para enseñarme la


tienda de campaña que tenía montada con sus calzoncillos.

—Vete de aquí, hazme el favor —le dije con desganas y volviéndome a acostar.

—No seas amarga, dale... —insistió.

—Vete —repetí, sin mover un solo músculo.

—Dale... Un ratito...

—Que te vayas.

—Un poquito...

Giré la cabeza y lo vi mirándome como un niño al que le habían prohibido salir a la


calle a jugar con sus amigos. Acto seguido llevé una mano a mi entrepierna y
tanteé un poco el terreno. Apenas posé los dedos allí, noté una sustancia viscosa
que bañaba casi toda la zona. Me llevé un dedo impregnado de ese liquidillo a la
boca y enseguida me di cuenta de que se trataba de su semen mezclado con su
propia saliva. Me reí por lo bajo y luego me coloqué boca arriba sobre la cama.

—Date prisa, que tengo sueño todavía.

—No, te dije que te vayas a bañar. Me da asco así.

—Pues hasta luego.


Me di vuelta otra vez e intenté seguir durmiendo. Pero no tuve tiempo, porque
Alejo volvió a la carga de inmediato.

—El otro día me hacés chuparte las tetas llenas de la saliva del boludo de tu novio
—resopló y comenzó a volverse a poner encima de mí—, y ahora vengo a hacerte
un regalito matutino y me encuentro con que no te lavaste después de lo de
anoche. En serio, Rocío, sos un poquito cerda.

Esa forma tan seria en la que me estaba regañando me provocó una risa que fue
creciendo a medida que él se terminaba de colocar entre mis piernas.

—Y encima te reís. En fin...

Alejo se pasó la palma de la mano por la lengua y luego se la llevó a su miembro


ya considerablemente erecto. Después repitió la maniobra, pero con la punta de
sus dedos y en la entrada de mi vagina.

—¡Ay!

Sin siquiera avisarme, comenzó a penetrarme con una delicadeza que noté
forzada, porque los gestos de su cara me decían que tenía prisa por ponerse
darme duro. No entendía ese afán que seguía teniendo por no lastimarme. Ya
estaba lo suficientemente lubricada como para que me la ensartara de un golpe.
Pero él parecía no haberlo notado.

Me abracé a él sin despegar la cabeza de la almohada y lo atraje hacia a mí. Le


mordí un par de veces la oreja derecha y repartí unos besitos por lo largo de su
cuello para finalmente terminar besándole la boca como sólo yo sabía hacerlo. Y
no necesité mandarle más mensajes. Inmediatamente su poderoso tronco viajó a
máxima velocidad por las paredes de mi coñito hasta que la bolsa de sus testículos
chocó de lleno con mis glúteos. Me aferré con intención a su cuello mientras él
comenzaba a taladrarme con una contundencia abrumadora. A diferencia de otras
veces, este fue un polvo silencioso; ninguno de los dos fue escandaloso. Y eso me
agradó, porque en ese estado no tenía fuerzas para pasar por otro igual al de la
noche anterior.

A los cinco minutos llegué al orgasmo. Él lo hizo poco después de mí, vaciándose
una vez más en mi interior. Y no me molestaba en absoluto que lo hiciera. O sea,
seguían siendo mis días seguros y sentía que no había ningún problema. Sí, nada
acorde a como pensaba hacía solamente un par de semanas, pero es que las cosas
habían cambiado tanto...

—Ah... —suspiré.

Siempre había sido precavida en ese sentido, gracias a mis padres y a mi tía Elora;
la persona de nuestra familia a la que Noelia y yo le contábamos las cosas que no
queríamos decirle a nadie más. Y una de esas cosas fue un retraso en el período
de mi hermana. Noelia era totalmente contraria a usar condones, y mi tía le echó
una bronca de campeonato ese día. Además de darnos a ambas -yo estaba ahí
para acompañarla a ella- una clase de educación sexual para que no olvidáramos
jamás. Digamos que quedé marcada a partir de ese día; esas enseñanzas fueron
las baldosas de un camino que seguí a rajatabla hasta que Alejo volvió a
introducirse en mi vida. ¿Por qué hasta ahí? Porque hay veces que la práctica tira
abajo todo lo que uno aprende con la teoría. "Tú no les hagas caso. Si tienes claro
cómo funciona tu cuerpo, tú folla como a ti te dé la gana", era uno de los consejos
de mi hermana en esa época. Un consejo al que me estaba aferrando con uñas y
dientes en ese momento.

Cuando mi cuerpo terminó de sufrir los últimos espasmos gracias a ambos


orgasmos, eché a Alejo de mi cama y no tardé en volver a quedarme dormida.

—Creé un monstruo... —fue lo último que escuché antes de perder el


conocimiento.

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 20:00 hs. - Benjamín.

—¡Descanso para comer, amigos! —gritó Barrientos desde la otra punta de la sala.

Era el segundo descanso del día, el primero había sido hacía tres horas. Al menos
tenía la decencia de darnos un respiro. En mi caso, un respiro del trabajo y un
respiro de Clara.

—Voy a cenar algo con los chicos, ¿quieres venir? —le pregunté, sin muchas
esperanzas.

—No, gracias —fue su respuesta, tan seca como todo lo que había salido de su
boca últimamente.

—Bueno, pues hasta luego —dije, sin más, y me dirigí hacia la cafetería.

"Puta niñata de los cojones", iba pensando para mis adentros mientras caminaba
por el pasillo. Poco antes de llegar, alguien me cogió de un brazo y me enterró en
las sombras de un pequeño apartado que había cerca de los servicios de la planta.

—Joder, Lourdes, ¡qué susto! —me quejé llevándome una mano al pecho.

—¿Está Santos por aquí? —dijo ella, ignorándome y mirando para todos lados.

—No, ¿por? —pregunté yo, sorprendido.

—¿Te vienes conmigo a la cafetería de abajo? Necesito desahogarme... —casi que


me suplicó.

—Yo es que quedé con los chicos... ¿Romina no est...?

No terminé la frase porque  me aniquiló con la mirada. No me había dado cuenta


de lo feo y cortante que había sonado mi respuesta. Sea como fuere, esos ojos
abiertos con el ceño fruncido me dieron a entender que era conmigo con el único
que quería hablar.
—Venga, vamos —dije, finalmente. Ella cambió su gesto a una bonita sonrisa y
salimos casi disparados para el ascensor.

Una vez en la cafetería de unos cuantos pisos más abajo, envié un mensaje a mis
compañeros diciéndoles que me había surgido algo importante. Luciano me acusó
de querer escaquearme. O sea, de no querer ir para no hablar de lo que le había
dicho que hablaríamos. Pero, en fin...

—¿Entonces? ¿Qué te tiene tan mosqueada? —inicié la charla. Ella suspiró.

—Santos... o Barrientos, como quieras llamarlo. ¡Está yendo a por mí a saco!

—¡¿Qué me dices?! —me hice el sorprendido. Lo cierto es que lo había notado


desde el primer momento.

—No me pude despegar de él en todo el día... Recién ahora pude meter una
excusa para irme —comentaba, un tanto sofocada—. Que si enseñarme nuevos
métodos de trabajo, que si mostrarme cómo lo haría él, que si aprender de cómo
lo haría yo... ¡Dios! ¡Qué pesadilla!

—Bueno, mujer... Mírale el lado bueno; dinero no le falta. Es otro gran partido —
añadí, riendo.

—Vete a la mierda —respondió, contrariada.

—Es una broma, jefa. No se me ponga malota. ¿Quieres que hable con...?

—Cállate, ahí viene —dijo, de pronto.

Por la puerta de la cafetería entraba Barrientos, tan jovial como siempre y


hablando por teléfono. Se quedó de pie en la puerta y a los pocos minutos
comenzó a buscar a alguien con la mirada.

Observándolo yo estaba cuando Lulú estiró sus dos manos y cogió una de las mías.
Giré la cabeza extrañado y me la encontré mirándome como una colegiala
adolescente miraría a su enamorado.

—¿En serio me vas a hacer esto? —me salió decir apenas caí en lo que pretendía.

—Cierra la boca y sígueme la corriente —dijo ella, con los dientes apretados y sin
modificar ni un milímetro su sonrisa.

—La última vez que pasé por esto casi mato a un tío...

—¡Ahí viene! ¡Silencio!

Barrientos nos localizó y vino trotando hacia nuestra mesa. Si bien la intención de
Lourdes era mostrarle que ella estaba interesada en otra persona -o sea, yo-, él no
pareció preocupado en lo más mínimo al verla en esa situación tan... ¿íntima?
conmigo.

—¡Buenas! —saludó a viva voz el jefe.

—¿Qué tal, Santos? —saludé yo también.

—¡Genial, genial! Oye, Lourdes, ¿por qué querías tomar el descanso aquí hoy?
¿Hay alguien a quien quieras evitar arriba?

—No... Simplemente por cambiar —respondió, soltando mi mano muy despacio y


depositando las suyas de nuevo en su regazo. Todo ante la atenta mirada de
Barrientos.

—¿Y tú, Santos? —intervine—. ¿Sueles venir a comer a esta cafetería?

—¿Yo? ¡No, no! Sólo vine porque Lourditas me llamó. Supongo que tú también,
¿no?

Fingiendo una sonrisa, giré la cara e intenté fulminar discretamente con la vista a
mi amiga y compañera. Ella siguió sonriéndome bobamente, pero por debajo de la
mesa me dio una patada en el tobillo como aviso para que no dijera nada
innecesario.

—Sí, Santos. Claro que sí —dije yo, soportando el dolor a duras penas.

—Bueno, ya que estamos... ¿Qué tal todo con Clarita? —preguntó, de la nada. Lulú
pudo dejar descansar un poco su rostro.

—¿Eh? Pues... Bien, supongo. Creo que sería mejor que se lo preguntaras a ella.
Conmigo no habla mucho...

—¿Y eso por qué? ¿No erais buenos amigos? Es que no sólo tus compañeros me lo
dijeron, varias personas de la planta me comentaron que hubo un tiempo en el
que no os separabais —dijo. Tenía ganas de indagar al parecer. Lourdes ahora me
miraba seriamente.

Lo cierto es que pude haberlo cortado sin más. Ponerle un freno. Porque, a fin de
cuentas, era algo que a él no le importaba. Pero no, no me atreví. Quería
mantener la relación con esa persona en más que buenos términos.

—Pues, verás, resulta que...

—Clara es una guarra, Santos —saltó Lulú, sin darme tiempo a nada más que abrir
los ojos como dos antenas parabólicas.

—¿Perdona? —respondió él, también atónito.


—Se acercó a Benjamín porque le gustaba y le tiró los trastos durante semanas.
Cuando él le dijo que no quería nada con ella porque tenía novia, Clara le armó
una escenita y desde entonces se comporta así, como una quinceañera
despechada.

Quedé boquiabierto, sin más. ¿Qué pasaría si todo eso llegaba a oídos de Mauricio?
Me quería morir. Matar primero a Lulú y luego suicidarme yo. Barrientos tampoco
daba crédito, pero parecía más que interesado en saber más.

—¡Joder! ¿Y por qué no me lo dijiste, tío? No te hubiese hecho la putada de


ponerte con ella. Hostia, chaval... Qué mal cuerpo se me ha quedado.

—No pasa nada, en serio... ¿Cómo lo ibas a saber? Yo pretendo estar bien con
todos por aquí y no andar ventilando cosas como esta —dije yo, lanzándole una
nueva miradita a Lourdes. Miradita que para el jefe no pasó inadvertida.

—¡Oye! ¡No! Que yo soy una tumba, ¿eh? No te vayas a enfadar con ella. Puedes
quedarte tranquilo que de esto no se va a enterar nadie.

—Vale, vale. Gracias...

—Mañana mismo se la encargo a otro... A tu amigo Luciano, por ejemplo.

"¿A Luciano?", pensé. No le iba a hacer eso a mi amigo. Aunque igual me lo


hubiese agradecido. Hacía tiempo que le había echado el ojo a Clara... Pero no, no
me parecía muy profesional haber aceptado una tarea y dejarla a medias. A fin de
cuentas, la becaria no estaba suponiéndome ningún problema esos días.

—No te preocupes, ya empezamos con esta dinámica y creo que ella está bastante
cómoda aunque no lo demuestre. Sí surge alguna complicación yo te lo comento —
dije. Ahora la de la mirada atónita era Lulú.

—¿Seguro? Mira que yo no tengo...

«There is a house in New Orleans...»

El teléfono del jefe comenzó a sonar y tuvo que ponerse de pie y alejarse para
contestar la llamada. Fue ahí cuando Lourdes aprovechó para soltar la mierda que
se notaba tenía acumulada.

—No me voy a librar de este tío en la vida... ¿Lo has visto? Ni se inmutó cuando
nos vio tan acaramelados.

—Igual es que no se lo creyó...

—No sería por mi culpa, ¡que yo soy un bombón! Podrías haber puesto un poco
más de tu parte —me regañó. Lo peor era que hablaba en serio.
—Vamos, no me jodas, Lu... Al tipo se le nota legal; en cuanto le pongas un freno
te va a dejar tranquila. Si es un pan de Dios.

—Yo quiero que me deje tranquila ya. Que es insoportable. Tú porque no lo tienes
encima todo el día. ¿Y qué se supone que estás haciendo, bobalicón? Esta era tu
oportunidad para librarte de Clara.

—Clara no me puede ni ver, Lu... Olvídate de eso ya. Y, además, no le iba a hacer
ese feo a Luciano.

—No te entiendo, la verdad... Calla, que ya viene.

Barrientos cortó la llamada y volvió con nosotros. Pero no por mucho tiempo.

—Me tengo que ir, chicos. Lo siento mucho.

—Bueno, jefe. Que le sea leve —sonreí.

—Gracias, Benja... Eres un puto crack, que lo sepas —dijo, guiñándome un ojo. Me
pareció notar un movimiento de cejas que señalaba un poco más atrás en la mesa;
es decir, donde estaba ella—. Luego nos vemos, Lourditas.

—Adiós —respondió ella, forzando de nuevo la sonrisa.

—Bueno, ¿podemos ir ya con los chicos ahora que esta farsa terminó? —dije una
vez se hubo ido.

—Haz lo que quieras —dijo, girando el cuello y esquivándome la mirada. Parecía


que de verdad la estaba agobiando todo este tema de Barrientos. Pero bueno, yo
no podía hacer mucho más

—Vale... Pero ven con nosotros, no te quedes aquí sola —insistí.

Sin estar muy convencida, terminó accediendo. Cuando llegamos arriba, los chicos
ya estaban terminando de comer, pero tuvimos tiempo de quedarnos a charlar un
rato con ellos. Por suerte para mí, no se tocó el tema de mi vida personal, ya que
Luciano estaba más preocupado en contar sus últimas aventuras amorosas que de
nada más. Y así transcurrieron las últimas horas laborales del día...

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 22:00 hs. - Rocío.

"Viajar en el tiempo... Sí, vaya que sí... Qué bueno sería poder hacerlo. Pero...
¿hasta dónde? ¿Hasta qué punto tendría que viajar para intentar reconducir mi
vida? ¿Hasta mi adolescencia? No, creo que mi crecimiento fue perfecto. ¿Hasta el
final de mi carrera universitaria? Podría, ¿no? Quizás obligar a Benjamín a que
aceptara la ayuda que le ofrecía mi padre. Plantarme esta vez; decirle que es
como yo digo o se terminó. No... ¿A quién quiero engañar? Lo sé yo, lo sabe él, lo
saben ellos... El momento en el que todo se destruyó... El momento en el que le
abrí las puertas de mi casa al hombre que me cambió la vida. Ahí es adónde
tendría que ir. Cerrarle la puerta en la cara... Decirle que se vaya a una pensión, a
un hotel, a la casa de algún amigo... ¿Qué cosas dices, Rocío? En serio... Sería
ideal, pero, lamentablemente, no puedo volver atrás en el tiempo. Daría lo que
fuera por hacerlo, pero no se puede. Ahora ya no me queda otra que fastidiarme y
seguir para adelante con lo que tengo, con lo que ya se aferró a mi vida. Benjamín
es mi realidad, mi máxima prioridad, pero... Alejo ya está ahí, sentado a su lado,
ganando cada vez más terreno. Y ya no creo que pueda vivir sin él. Lo intenté,
Dios sabe que lo intenté, pero..."

—¿Ro? ¿Estás viva?

—Sí...

—Uff... Ya no puedo más, estoy más seco que Tutankamón. ¿Cuántos van ya hoy?
¿Ocho? ¿Nueve? ¡Estoy reventado!

Tenía la razón. No exageraba. Llevaba todo el día teniendo relaciones sexuales con
él. Desde que abrí los ojos por la mañana, hasta ese mismo momento.
Descansamos únicamente para almorzar y cenar. El resto del tiempo nos lo
pasamos follando como adolescentes. Y yo no podía estar más satisfecha...

—¿Estás bien, nena? —preguntó Alejo, que a pesar de todo el ajetreo seguía muy
parlanchín.

—Sí, ¿por?

—Qué se yo... Te noto apagada. ¿Te preocupa algo? —insistió. Esa clase de
preguntas me ponían de los nervios. Era como si estuviese jugando con mi
inteligencia.

—¿Eh? No sé... Quizás puede que tenga algo que ver que hace un par de días me
haya reconciliado con mi novio y que hoy lleve todo el día follando con otro
hombre. ¿Tú qué crees? —solté, e inmediatamente me di vuelta sobre mí misma
en la cama.

—¡Epa! Calmadita, ¿ok? Que yo no soy el que te fue a buscar ayer a la noche.

—Que te den. —respondí. Él suspiró.

—Dale, boluda... ¿otra vez te vas a enojar conmigo? No, perdón, ¿otra vez te vas
a enojar? Así no vas a salir nunca del bucle... Cuando no estás triste, estás
enojada, y viceversa. Dejate de hinchar los huevos. Esto no es vida.

—¿Y cómo quieres que esté? No soy un monstruo, ni soy una mala persona. Esto
es el precio que tengo que pagar por estar poniéndole los cuernos a mi novio —
dije, incorporándome de golpe sobre la cama y mirando a Alejo directamente a los
ojos.
—No. Eso es torturarte al pedo. ¿Le estás poniendo los cuernos? Bueno, está bien,
son cosas que pasan en la vida. Y mirá que yo digo todo esto poniéndome en tu
piel, porque yo sí que estoy enamorado de vos, yo sí que lo dejaría todo por vos,
pero, visto lo visto, vos nunca vas a hacer eso por mí. Por lo tanto, el ganador acá
es Benjamín y yo el perdedor. Listo. No tiene más.

Esos discursos victimistas de Alejo casi siempre funcionaban en mí. Al principio lo


único que conseguían era darme lástima, pero con el pasar del tiempo me fui
dando cuenta de la razón que tenía cada vez que sacaba el tema de nuestra
relación. Porque no, yo no tenía planeado dejar a Benjamín por él. Ni siquiera se
me había pasado por la cabeza. En cambio, Alejo nunca dejó dudas a la hora de
expresar sus sentimientos hacia mí.

No obstante, una infidelidad seguía siendo una infidelidad, y por más que no fuera
a abandonar a mi novio por mi amante, el cargo de consciencia seguía siendo
enorme.

—¿Qué vamos a hacer, Ale? —dije entonces, igual de decaída que antes. Alejo tiró
de mí y me obligó a recostarme sobre su pecho.

—¿Qué vamos a hacer de qué? Nada, Ro... ¿Vivir, quizás? Yo no sé vos, pero hoy
me lo pasé muy bien. Estoy acostándome con la mujer más bella del mundo.
Aunque no correspondas mis sentimientos, para mí es un privilegio que vos te
hayas fijado en mí... aunque fuera por mi físico, je.

—No seas tonto... Yo no estoy contigo por tu físico... No te das una idea de lo que
me has ayudado, y...

—Pero no estás enamorada de mí... —me cortó.

—Sí que lo estoy, estoy enamorada de ti, pero no de esa forma que buscas tú. Te
amo porque estuviste ahí conmigo en mis peores momentos... Hace años en el
instituto y ahora. Cuando no tenía amigos fuiste tú el que se acercó para
integrarme. Y en estas semanas de soledad ahí estuviste tú para que alegrarme la
vida. Así que deja de menospreciarte, porque tú para mí eres mucho más que un
amigo, o que un amante...

No sé hasta qué punto tenía lógica lo que le decía, pero no me importaba, porque
cada palabra me salía del corazón. Y con que él me entendiera a mí me bastaba.

Y vaya que sí lo hizo, porque me plantó un morreo en el centro de la boca que no


me dejó decir nada más. Mi respuesta fue abrazarme a él y derramar todos los
sentimientos que fluían dentro de mí a través de ese beso.

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 00:07 hs. - Benjamín.

—¿Buenas noches? ¿Hola?


Abrí la puerta de casa y me sorprendó encontrarme el salón a oscuras. Encendí las
luces y volví a gritar.

—¡Hola! ¡Llegué!

Dejé mis cosas sobre el sofá y me adentré en el pasillo, desde donde vi que las
luces de mi habitación estaban encendidas.

—¿Rocío? ¿Hola? —dije, tras la puerta, golpeando un par de veces antes de poner
la mano sobre el pomo.

Bajé la manija dorada y abrí muy despacio. Cuando puse el primer pie dentro,
sentí que el corazón me dejaba de latir. Pensé que me iba a morir ahí mismo...

—¡Puta...! ¡Puta...! ¡Puta gata!

Luna me había saltado desde el borde de la cama hacia la cara, dándome un susto
de muerte. Me cagué en todo lo cagable y casi tiro a la gata por la ventana. En
serio, ¿desde cuanto los gatos eran tan cariñosos? No lo entendía.

Maldiciendo en diez idiomas distintos estaba cuando Rocío entró en la habitación


cubierta únicamente por una toalla blanca mientras con otra se secaba el cabello.

—¡Benja! Dios, ¡qué susto! —dijo al verme.

—No me hables de sustos, que la gata casi me asesina recién... ¡Luna! ¡Ven aquí!
—pero el felino ya se había ido por donde había venido.

—Déjala... —dijo Rocío— Hace días que me evita... No lo entiendo, la verdad. Con
lo cariñosa que era conmigo cuando la traje. En fin, ¿qué tal el día?

—Bueno, no me puedo quejar... Sigue siendo duro estar tantas horas ahí metido,
pero mis compañeros me ayudan mucho, así que... ¿Y tú? —le conté, a medida
que me iba acomodando sobre mi cama.

—Nada... Aquí metida haciendo cosas de la casa...

—¿Hoy no te tocaba darle clases al chiquillo aquél? —me interesé.

—No. Lunes y jueves, ¿recuerdas? —respondió, y se acomodó a mi lado para


darme un piquito.

—Ah, cierto... Oye, discúlpame por lo de anoche... Me quedé dormido como un


patán y tú ahí poniéndote guapa para mí...

—No te preocupes —dijo, sonriendo y acariciándome la mejilla—. Yo también tenía


mucho sueño...
—Y tanto —reí—, si hoy cuando me fui todavía seguías durmiendo. ¿A qué hora te
levantaste?

—No sé... ¿A las dos? Por un día que me quede de más en la cama no me voy a
morir, ¿no? —añadió, quitándole hierro al asunto y dándome un nuevo beso.

—Claro que no. ¿Entonces? ¿Me perdonas?

—Obvio que te perdono, tontín. Pero que no vuelva a suceder, ¿ok? —dijo, con ese
tono tan coqueto que había empezado a usar esos días.

—¡No! ¡Te juro que esta noche yo...!

—¿Esta noche? —me interrumpió—. No, pillín, esta noche sólo vamos a hablar. Es
tu castigo por dejarme tirada ayer... —concluyó, poniéndome un dedo en los labios
y riéndose con una malicia juguetona que nunca había visto en ella. Por un
momento creí estar tratando con Clara y no con mi novia.

—Vale... Supongo que me lo merezco —acepté.

—Buen chico.

Y así nos pasamos la siguiente hora y media; hablando de mi trabajo, del suyo, de
su tiempo libre, de Noelia, de mis compañeros... Nos pusimos al día de la mejor
manera que pudimos, hasta que no pude más y caí rendido en los brazos del
angelito de los sueños.

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 02:05 hs. - Alejo.

—"¿Mañana? ¿A qué hora?"

—"A la que yo te llame. Tú estate atento al puto móvil y nada más".

—"Oíme, pelotudo de mierda, yo no soy tu esclavo".

—"No, claro que no eres mi esclavo, eres mi putita. Yo te pago tu deuda, tú vienes
y trabajas para mí en silencio, ¿de acuerdo?".

—"¿Tan difícil es darme una hora aproximada, pedazo de hijo de puta? ¿Por qué
querés tener la pija más larga siempre?".

—"Jajaja, es lo que tiene tenerte cogido de los huevos, ¿has visto? Pero bueno, no
te doy la hora porque no la tengo. Me tienen que avisar a mí también. Pero
calcula, más o menos, que a partir de las cuatro de la tarde.

—"Está bien. Y haceme el favor de no escribirme más a esta hora".

—"Jódete, sudaca cabrón".


Tiré el teléfono sobre la mesita de luz y me volví a acostar. El hijo de siete
kilómetros de putas de Amatista me tenía las pelotas por el piso. Menos mal
todavía tenía más de diez días para terminar de adoctrinar a Rocío. Una vez
logrado, iba a ser pan comido que aceptara trabajar para Bou y su gente. Pero, de
momento, tenía que centrarme en hacer de repartidor del narco más hijo de puta
que jamás había conocido.

—Bueno, a dormir...

Cuanto iba a apagar la luz, un golpe suave en la puerta de mi cuarto me hizo girar
la cabeza de manera brusca. La puerta se abrió antes de darme tiempo a contestar
el llamado. Rocío me miraba desde el umbral con una mezcla de timidez y
cansancio. Y no hizo falta que ninguno dijera nada. Le hice señas para que viniera
a mi lado. Ella obedeció. Cerró la puerta y se recostó junto a mí. Nos miramos
fijamente un rato, todavía sin pronunciar palabra, y luego nos besamos casi por
inercia.

Quizás suene repetitivo, pero ya la tenía exactamente donde quería. No faltaba


mucho para que pudiera llevarla de la mano a que me hiciera rico. Esa noche
volvimos a garchar como desesperados. Más o menos a las seis de la mañana se
volvió para su cama.

Era mía. Era totalmente mía.

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 23:05 hs. - Benjamín.

—¿Rocío? Ya estoy en casa, mi vida. ¿Hola?

Las luces apagadas, al igual que la noche anterior. En la mesa descansaba un plato
con albóndigas y puré de patatas cubierto en papel film. La jarra de agua estaba a
medio llenar. En cada extremo un plato con restos de carne picada. Me di la vuelta
y observé la cocina. En el fregadero una montaña considerable de vajilla sin
fregar. Me acerqué a la encimera, donde había una bolsa de supermercado llena
de pieles de patatas y más restos de carne picada. Era todo un caos.

—¿Rocío?

Ignorando lo que se suponía era mi cena, puse rumbo a mi habitación, donde me


imaginaba estaría mi novia esperándome. La puerta estaba abierta y la luz de una
de las mesas de noche estaba encendida. Entré sin llamar. Al igual que hacía 24
horas, la gata fue la que me recibió primero; esta vez restregando su cara contra
uno de mis tobillos. Alcé la cabeza y distinguí la figura de Rocío debajo del
cubrecama.

—¿Ro? ¿Estás dormida?

No me respondió. Me senté en mi lado de la cama y me aproximé muy despacio a


ella. Me daba la espalda, dormía de costado. Su respiración era regular y serena.
Se notaba que hacía rato se había dormido. Estaba mal arropada y creí que así
estaría tomando frío. Quité ambas mantas de encima suyo y...

—¿Roc...?

Casi me caigo de culo. Mi novia estaba completamente desnuda. Nunca la había


visto dormir desnuda. Incluso pocas veces la había visto dormir en ropa interior. O
una camiseta larga, o un camisón; pero siempre tapando lo más oculto de su ser.
No me alarmé, pero sí que me preocupé. ¿Qué la había llevado a tener que dormir
así? Busqué respuestas en mi cabeza mientras la volvía a cubrir.

—¿Benja? —dijo, de pronto. Hice una mueca.

—Perdona, mi vida, no pretendía despertarte —dije yo, acariciándole el hombro.

—No pasa nada... —carraspeó. No se giró—. ¿Qué hora es?

—Las once. Hoy me liberaron un poco más temprano.

—Oh... Te dejé la cena en la cocina.

—Sí, sí. Ahora iba a ir a comer un poco. Y de paso limpiar un poco... —dije, con un
poco de intención. Ella no se movió ni un milímetro.

—Ah... Lo siento por eso. Hoy no me sentía muy bien y me vine a dormir pronto...
No te preocupes, que mañana ya lo limpio todo yo.

—¿Qué? No, cariño. No me cuesta nada. Son cuatro cosas nada más. ¿Quieres que
te prepare una tilita? ¿Qué te duele? —me preocupé.

—No... Me duele un poco la cabeza nada más, se me pasará durmiendo. Gracias.

—Bueno. Pues duerme. En un rato vengo a la cama yo también —me resigné. Le di


un besito en la sien antes de ponerme de pie.

—Vale —respondió.

Nunca se dio la vuelta, parecía no querer que viera su cara. Respeté su decisión.
También su intimidad; por eso no le pregunté por qué estaba desnuda. Empecé a
caminar hacia la puerta, pero su voz me hizo frenar.

—Benja...
—Dime, mi vida.

—Te amo —pronunció en una voz muy baja. Me hizo sonreír.

—Yo también, mi amor.

Cené en aproximadamente unos diez minutos, luego fregué los platos sucios y
terminé ordenando un poco el salón. No quise darle mucha importancia al extraño
estado de Rocío. Si bien me tenía un poco preocupado, decidí atribuirlo a algún
dolor físico. No creía que volviera a estar triste por algo relacionado a nosotros
dos. No tenía sentido. Esos últimos días mi chica había sido pura felicidad; pura
pasión...

Terminé de hacer las cosas en esa parte de la casa y luego regresé a mi


habitación. Rocío volvía a dormir. Le di un nuevo beso en la sien y me acosté yo
también. Estaba reventado. Ese día había sido peor que el anterior. Barrientos
podía ser todo lo amable que quisieran, pero ese día había demostrado ser un
verdugo. Un negrero, sin exagerar. Media hora de descanso cada cuatro horas nos
permitió nada más esa jornada. Estaba exhausto.

No tardé nada en quedarme dormido yo también.

Domingo, 12 de octubre del 2014 - 08:57 hs. - Benjamín.

Abrí los ojos sobre las nueve de la mañana. Me dolía un poco la cabeza.
Instintivamente estiré mi brazo izquierdo y busqué a Rocío en el otro lado de la
cama. Ahí estaba ella, durmiendo todavía. Me coloqué de costado y pegué mi
cuerpo al suyo. La abracé; busqué su calor, pero su cuerpo estaba extrañamente
fresco. El dulce aroma de su cuello provocó que cerrara los ojos y sonriera. Su pelo
también olía muy bien. Coloqué la mano en su vientre y me pegué un poco más a
ella. Ella ronroneó. Volví a sonreír. No despegué la nariz de su piel en ningún
momento. Bajé por el lateral de su torso hasta encontrarme con la fina tela de su
braguita. Seguí bajando y dejé descansar mi mano sobre su muslo. Estaba a punto
de dormirme de nuevo, pero algo me hizo reaccionar. Moví mi pecho levemente
sobre su espalda, buscando sentir el contacto de algo que me raspara la piel. Lo
encontré. Con cuidado para no despertarla, me separé de ella y levanté un poco la
manta para cerciorarme de lo que ya era evidente. Rocío traía puesta su ropa
interior. Y su pelo estaba húmedo. Su cuerpo estaba frío porque no hacía mucho
se había dado una ducha.

Me extrañó. ¿Tan mal se sentía como para levantarse en medio de la madrugada


para darse una ducha? Es cierto que a mucha gente eso le da resultado. Se dice
que un buen baño es el mejor remedio contra todos los dolores corporales -y
olores, diría mi padre-. Pero igualmente algo no me cerraba. Tantas cosas tan
poco habituales en Rocío...

Me volví a abrazar a ella, pero mi mente siguió analizando su comportamiento


varios minutos, que fueron los que tardé en volver a quedarme dormido.
Me desperté casi a las doce. No me lo podía creer, había dormido como un oso. A
prisa me levanté y me vestí, ya que ese día tenía que estar en el trabajo más
temprano de lo habitual. Rocío, curiosamente, seguía durmiendo. Profundamente
además. Ya me parecía demasiado.

—¡Rocío! —la sacudí—. ¡Rocío! ¡Despierta! Ya es mediodía. ¿Hasta qué hora


piensas dormir? —le reproché, cual padre a un hijo adolescente.

Hizo un par de movimientos bruscos para sacarme de encima y siguió durmiendo.


No abrió los ojos en ningún momento.

Se me hacía tarde, no tenía tiempo para perder. Decidí que hablaría con ella más
tarde. Por más que estuviera trabajando un par de días a la semana, no era
normal que sus horarios hubiesen cambiado tanto. No quería que mi novia hiciera
vida de murciélago.

Partí para el trabajo un poco cabreado, pero se me pasó al recordar que dentro de
poco ya estaría yo ahí para poner las cosas en orden.

Domingo, 12 de octubre del 2014 - 22:22 hs. - Benjamín.

—¡Buenas! —dije apenas abrí la puerta.

—¡Benja! —gritó Rocío, y corrió para darme un abrazo.

—¿Qué tal, jefe? —dijo una voz que venía desde la cocina.

—Hombre, Alejo. ¿Cómo va todo? —saludé.

—Bien, bien. Gracias. Acá tiene la cena. Sírvase —dijo, trayendo consigo un plato
con lo que parecía ser algún tipo de lasaña.

—¡Dios santo! Voy a tener que levantarme a correr a las cinco de la mañana para
bajar esto —reí. Rocío también rio—. Gracias, máquina.

—Lo menos que puedo hacer —dijo él, guiñándome un ojo.

—Voy al baño, ahora vengo —me excusé.

Por suerte ese día había podido salir mucho antes. No eran ni las diez y media
todavía. La jornada había vuelto a ser dura; el cabrón de Barrientos se había
vuelto a pasar siete barrios con nosotros. Ya media oficina lo odiaba. Por no hablar
de Lulú, que por tercer día consecutivo me había pedido que pasara el descanso
con ella para no tener que aguantarlo. Hasta Clara soltaba algún que otro
comentario violento hacia él de vez en cuando.
Me lavé las manos y la cara; me aseé un poco el cuerpo y me puse un poco de
ropa cómoda que tenía ahí en el pequeño armario de la esquina. Salí del baño con
unas ganas terribles de probar el plato que había preparado Alejo. Llegué el salón
a los gritos y frotándome las manos. Estaba de muy buen humor esa noche a
pesar del día tan jodido que había tenido. Nadie acompañó mis voces de júbilo,
porque nadie había en el salón. Me había quedado solo.

—¿Rocío? —grité.

Escuché un ruido fuerte provenir desde el balcón y luego vi a mi novia aparecer


por detrás de la cortina.

—Perdona, estaba regando las plantas —se disculpó—. ¡Siéntate y come! Habrás
tenido un día duro, ¿no?

—Ni te lo imaginas... —suspiré mientras me iba sentando en mi banqueta—. El


nuevo jefe es un tío con el que cualquiera se llevaría muy bien, pero es un
explotador como Mauricio. Supuestamente estos son los últimos días con este
horario.

—Ah, ¿sí? —se interesó ella— ¿A qué hora empezarás a venir?

—Pues a las nueve, como toda la vida.

—Ah —rio—. Magnífico, Benja.

—Por cierto, ¿tú mañana trabajas? —pregunté.

—Sí... —dijo agachando la cabeza y mirando al suelo—. A las cinco de la tarde.

—¿Y ese gesto? —me preocupé. La comida estaba deliciosa, por cierto—. ¿No
tienes ganas de ir? Si es así no te...

—¡No, no! —saltó, rápidamente—. Sí que quiero ir. ¿De qué gesto me hablas? —
rio.

—Ah, no sé. Igual me imagino cosas.

—Es posible —volvió a reír.

En eso estábamos cuando Alejo apareció desde el balcón también. Se estaba


guardando algo en el bolsillo de la camisa. Me di cuenta que era una cajetilla de
cigarros cuando con la otra mano dejaba un mechero encima de la mesita de café.

—Bueno, muchachos, yo me voy a dormir —dijo—. ¿Te gustó la comida, maestro?


—dijo, mirándome.

—¿Eh? ¡Sí, sí! Un espectáculo. Y ya deja de encajarme profesiones. Que si jefe,


que si maestro, ¡llámame Benjamín, hombre! —respondí riendo. Miré a Rocío
buscando algún gesto de sorpresa ante mi nueva actitud para con Alejo, pero
parecía perdida en su mundo. Jugaba con sus dedos sobre su regazo con la mirada
perdida en ellos.

—Usted manda, jefe —rio él también, haciéndome caso omiso—. Bueno, hasta
mañana.

Antes de irse a su habitación, me pareció que le decía algo a Rocío con los labios.
Pero al final terminé atribuyéndoselo a mi imaginación, porque ella no hizo ni
amago de responder.

—Termina de comer, Benja, yo después friego. Me voy a dar una ducha ahora —
dijo Rocío un par de minutos después.

—De acuerdo, ve.

Cuando pasaba por mi lado, le cogí una mano para darle un besito. Vamos, un
simple gesto cariñoso. Pero ella la retiró violentamente antes de que siquiera
pudiera acercarla a mis labios. Me quedé con cara de tonto mirándola. Tardó un
par de segundos en reaccionar.

—¿Me quieres dar un beso con la boca llena de comida? —rio nerviosamente. Lo
noté—. Te veo en la cama.

Sin más, dio media vuelta y se fue. Había sido, cuando menos, curioso. No,
curioso no, rarísimo. ¿Otra vez estaba enfadada conmigo? No... así no era ella
cuando se enfadaba conmigo. Me lo hacía saber directamente. Su frialdad, sus
insultos, sus amenazas con irse a casa de sus padres; todo eso era parte del pack.

—Putas mujeres... No las voy a entender nunca.

Poco queda comentar de esa noche, porque poco pasó. Hablamos un rato en la
cama. Como tenía planeado, la regañé por dormir tanto. Le dije que al día
siguiente no iba a dejar que durmiera hasta tan tarde. Ella terminó aceptando a
regañadientes, e indirectamente me echó la culpa a mí de ello; argumentando que
el cambio en su sueño se debía a los nervios que había tenido que pasar las
últimas semanas. Me sorprendió que sacara aquello a la luz, pero permanecí en
mis trece y, con severidad, le dije que la despertaría a las diez a más tardar,
quisiera o no quisiera.

Estaba reventado de nuevo... Era incomodísimo irme a dormir directamente sin


tratar de hacer algo con ella, o sin al menos intentar llamar su atención, como
solía hacer cuando me daba vergüenza empezar algo. Pero no, no hicimos nada
esa noche. Tampoco sabía si iba a querer, ojo. No tenía del todo claro si seguía
"castigado" o no. Pero bueno, seguía aferrándome a la esperanza de poder darle
todo lo que le debía una vez mis horarios laborales se volvieran a estabilizar.

Poco antes de medianoche, ambos caímos en los brazos de Morfeo.


•           •           •

Y así concluyó el fin de semana. Un fin de semana pacífico, ¿no? Bueno, la calma
que precede a la tempestad, la llaman. Sí, así es... Ese lunes, ese lunes 13 de
octubre daba comienzo la semana que iba a cambiar mi vida para siempre.

Las decisiones de Rocío - Parte 18.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 09:20 hs. - Rocío.

—¡Arriba! ¡Arriba!

—Dios... ¿Qué hora es?

—Las nueve. ¿No querías que me levantara temprano hoy? Pues aquí estamos.
¡Arriba!

—Pff... Eres mala, ¿eh?

Benjamín tenía razón, no podía apalancarme en ese ritmo de vida. De una forma u
otra me iba a terminar por hundir esa monotonía. Por eso me desperté, me di un
buen baño y me predispuse a pasar la mañana haciendo muchas cosas que tenía
pendientes del fin de semana.

—¿No te vas a levantar? Bueno, como quieras. Voy a ponerme a limpiar un poco,
que tengo la casa hecha un desastre. Ya cuando te despiertes me avisas.

—Una horita más, por favor... —dijo él, sin abrir los ojos. Yo me quedé mirándolo
con una semisonrisa de incredulidad en la cara. Él, que tanto me había regañado la
noche anterior, ahora no quería levantarse.

Me senté en mi lado de la cama y le pasé la mano por debajo de su flequillo


despeinado. Me provocaba ternura verlo así... y me salía acariciarlo por pura
inercia. Sentía la necesidad de darle un poco de ese cariño que tanto le había
estado negando esos días. Por eso me recliné un poco y le di un besito en la
frente, luego me acosté a su lado y me quedé observándolo un rato...

—Mi Benja...

Tantas semanas pensando que ya no me quería, tantas semanas creyendo que me


iba a dejar, tantas semanas mortificándome por algo que no era real. No
exageraría si dijera que llegué a odiarlo. Tantas sensaciones negativas, tantos
sentimientos horribles. Todo en vano. Pero bueno, todo eso ya era pasado, ya no
me quedaban dudas de cuánto lo amaba.
Mientras pensaba en todo aquello, algo me hizo desviar la mirada hacia la puerta
de la habitación. Lo que vi me hizo soltar una especie de carcajada. Mi gatita Luna
me miraba inerte debajo del marco, perforándome con esos ojazos amarillos que
tanto me gustaban. Me reí porque, por alguna razón, sentí que me estaba
acusando. No sé, era como si me hubiese estado leyendo la mente todo ese rato...
Como si me dijera: "¿de verdad puedes ser tan hipócrita?"

—¡Shuuu! —grité desde mi posición, haciendo que el pobre felino se diera la vuelta
y saliera corriendo en dirección al opuesta.

Ya no era raro que viera o me imaginara ese tipo de cosas. Me sentía culpable por
lo que estaba haciendo y en todos lados creía ver dedos señalándome. El problema
era que, a pesar de todo eso, me sentía incapaz de ponerle a fin a mi relación con
Alejo... Sabía que eso solucionaría muchos de mis problemas, pero no podía. Y, en
cierto modo, tampoco quería. Ahí ya volvía a entrar en el dilema de siempre: ¿por
qué iba a cortar todo ahora cuando faltaban, como mucho, un par de semanas
para que Alejo se fuera? Ya el daño estaba hecho, ¿por qué no amortizar de la
mejor manera los pocos días que me quedaban junto a él?

—Mmm... ¿No te ibas a hacer cosas? ¿Qué haces aquí todavía? —dijo Benja de
pronto, sacándome de mis pensamientos.

—Me dio un poco de pereza... —pronuncié con una voz curiosamente baja— y no
me pareció mal quedarme un rato aquí contigo.

—Ven, anda.

Benjamín estiró el brazo que no tenía debajo de su cuerpo y me rodeó con él por
encima de mi hombro, haciendo presión en la parte alta de mi espalda y
acercándome a él para después darme un tierno besito en los labios.

—Ahora sí me voy, que la casa no se va a limpiar sola —dije, separándome de él y


poniéndome de pie.

—Déjame dormir un rato más y luego te echo una mano, ¿sí?

—¿Qué? ¡No! Ya bastante tienes con tu trabajo... Cuando te levantes ya estará


todo reluciente.

—¿Sí? A ver si es verdad... —dijo entonces, con incredulidad.

—¿Qué pasa? ¿No me ves capaz? No me conoces, listillo. Vas a pensar que estás
en el palacio real cuando salgas de aquí —contraataqué, llena de confianza.

—Sí, sí, sí. Ya me veo en un par de horas teniendo que terminar todo yo.

—¡Serás...! —grité, haciéndome la enfadada y tirándole un cojín en la cara.

—¡Vete ya! ¡Que se te acaba el tiempo! —rio.


—¡Yo me voy si quiero! ¡Lo que faltaba! —me indigné.

—Santo cielo... Ya me veo volviendo al trabajo con agujetas por haber tenido que
hacer la limpieza de la casa... —volvió a soltar, con ironía y sin despegar la cabeza
de la almohada.

—¿Sí? Más te vale que pienses cómo recompensarme cuando salgas y te


deslumbres. ¡Me voy!

Dicho eso, me terminé de vestir y fui para el salón con la cara enmarcada en
felicidad. Hacía tiempo que no tenía una de esas "discusiones" con Benjamín.
Aquello me hizo volver a los primeros días en ese piso, cuando las cosas entre
nosotros estaban de maravilla y éramos las dos personas más felices del mundo.

Mi gesto cambió cuando llegué y me encontré con Alejo. No porque no tuviera


ganas de verlo, sino porque fue como un golpe de realidad. Lo saludé con la
desgana y fui a buscar las cosas para comenzar a limpiar la casa.

—Epa, ¿qué te pasa? —dijo él.

—Nada,  tengo un poco de sueño todavía.

Pensé que ahí se iba a quedar la cosa; pero se levantó del sofá y, en dos
segundos, se colocó detrás de mí. Antes de darme cuenta ya tenías sus manos en
mi cintura y la cara pegada a mi cuello.

—¿Por qué no viniste a verme anoche? —susurró.

—¡Oye! Suél... —intenté no gritar— Suéltame, por favor.

—Pará... Tengo ganas de estar con vos...

—Te he dicho que no.

—Un ratito nada más...

Cuando su mano alcanzó mi trasero, me enervé y me lo quité de encima de un


fuerte codazo.

—¡Bueno, bueno! Perdón...

—Ya te he dicho que ni te me acerques cuando Benjamín esté en casa. Te lo dejé


claro anoche en el balcón —dije, girando un poco la cabeza, enfada.

—Sí, pero el otro día no decías eso cuando allanaste mi cuarto. Parece que acá
sólo se pueden hacer las cosas cuando tenés ganas vos.

—¿Qué? —ya no pude más— ¿Tú eres consciente de la comparación estúpida que
estás haciendo? ¡Que mi novio se puede levantar en cualquier momento,
descerebrado! ¡Vete a tomar por culo de aquí! —exclamé, con los dientes
apretados para no vociferar.

—Bah... Como quieras —dijo, y volvió al sillón.

Todo el fin de semana había sido igual, cuando Benjamín no estaba en casa no
tenía que preocuparme por nada... Mis verdaderos problemas llegaban cuando sí
que estaba presente. No sabía por qué, pero me daba la sensación de que Alejo
me buscaba más... No sabría decirlo, pero como que lo notaba más
envalentonado. Quizás había sido culpa mía por ir a buscarlo aquella madrugada,
cuando me acosté con él mientras mi novio dormía... Que, por cierto, esa velada
sentí que el sexo fue diferente. ¿Cómo decirlo? Más... más... más bestial. No me lo
pasé mal; pero me arrepentí de aquello el resto del finde, porque así fue como le
di alas para que comenzara a asediarme estando Benjamín en casa. Un par de días
después volvió a entrarme en el balcón, donde prácticamente me obligó a
masturbarlo luego de que Benja se hubiera ido a duchar... Ahí pude aplicarle el
freno y decirle que nunca más.

Mientras pensaba en todo aquello, terminé de limpiar la cocina y de fregar el


suelo. Me tomé un pequeño descanso y me senté en el sofá, muy cerca de Alejo.

—Quita eso... Estoy harta de política —dije, tratando de rasgar un poco la tensión
que se había creado a raíz de mi reciente rechazo.

—¿Y qué querés que ponga?

—No sé... pon el canal de comedia.

No pretendo engañar a nadie, a esa altura de la película yo ya estaba


terriblemente apegada a Alejo. Cuando Benjamín no estaba cerca, ya
prácticamente hacíamos vida de pareja. Y ya no se reducía todo al sexo, no... O
sea, sí, follábamos un montón; pero lo que sucedía entre polvo y polvo era algo
que solamente podía pasar entre dos personas que se querían. Esos besos llenos
de pasión, esos abrazos, esos mimos, esas palabras bonitas que siempre tenía
para mí... En definitiva, Alejo ya había circulado varios kilómetros más allá de ese
cartel que lo catalogaba como "amante". Por eso, cuando le dije que estaba
enamorada de él, lo hice de verdad.

—Ese, deja ese canal —le sonreí.

El cacao mental que padecía en ese momento era alucinante. Pasaba de ser la
mujer más feliz del mundo por un simple abrazo de mi novio, a ser la mujer más
feliz del mundo por solamente sentarme a ver la televisión con mi otro chico. Era
cuestión de con quién estuviese, y el problema era que casi siempre estaba con el
mismo...

—Che, ¿no es tu móvil eso que suena?


Alejo me sacó de mis pensamientos de repente. Me levanté del sofá y cogí mi
teléfono de encima de la mesa de la cocina, donde lo tenía cargando. Resoplé
escandalosamente cuando vi el mensaje...

—¿Otra vez tu hermana? —preguntó Alejo.

—Sí...

—Está bastante hincha pelotas, ¿eh?

—Pues sí...

Sí, sí que lo estaba. Desde el viernes que me estaba buscando. Tenía unos
problemas con unas promesas de trabajo que le habían hecho desde Bélgica y
quería venir a desahogarse conmigo. Que no, que yo no tenía ningún problema en
apoyar a mi hermana; el problema era que ya le había dicho varias veces durante
todo el fin de semana que ya iría yo a visitarla en la semana, que no se
preocupara. Pero no, la muchacha tenía que seguir insistiendo. Incluso había
tenido que cerrarle la puerta en la cara el domingo por la tarde.

—¿Qué quiere?

—Hablar... Lo de siempre...

—¿Y por qué no vas y te la sacás de encima de una vez?

—Porque se supone que estoy deprimida... Si voy y no me ve con ojeras,


despeinada y con la ropa sucia, se va a dar cuenta de que le estuve mintiendo.

Sí, me tuve que hacer la deprimida para no tener que quedar con mi hermana, y lo
hice usando todo el tema del trabajo de Benjamín. No se me había ocurrido nada
mejor... No era fácil pensar en una excusa con el cuerpo extasiado después de
haber llegado al enésimo orgasmo de la tarde.

—Eso te pasa por inventarte boludeces... Esperemos que no decida venir para acá.

Yendo al grano, Noelia se creía que estaba deprimida y, ¡ah, cierto!, que Alejo ya
no vivía más con nosotros... Todo gracias a otra de mis torpes e inconvenientes
excusas.

—No creo... ¿Después de cómo le cerré la puerta en la cara? Tú no tienes la menor


idea de lo orgullosa que es...

—¿Si es tan orgullosa por qué carajo sigue escribiéndote?

—¡Porque estoy "deprimida"! Se preocupa por mí...

—Meh...
No hablamos más. Me quedé de pie ahí un rato mirando el móvil y luego seguí
ordenando la casa, tal y como le había prometido a Benjamín.

Una hora después, el susodicho apareció por el pasillo.

—Buenos días, gente —dijo, coqueto, abrazándome y dándome un piquito.

—Buenos días —respondí, sin más.

—¡Hola! —saludó Alejo desde la distancia.

Inmediatamente, Benjamín me soltó y se quedó de pie en el centro del salón


mirando muy serio para todos lados. En un momento determinado, su mirada se
posó en Alejo y se quedó mirándolo fijamente. Luego me miró a mí. Todavía no
estaba acostumbrada a que estuviéramos los tres juntos en una habitación, era
una situación bastante complicada para mí. El corazón me latía a mil por hora.

—En fin... —pronunció entonces, con un deje de disgusto en su semblante.

—¿En fin qué? —reí nerviosa.

—¿Como que qué? Que la casa está reluciente. Tenías razón al final...

—¡Ah! Claro... O sea, ¡claro! ¿Qué te esperabas? Payasín.

—Nada menos, mi amor —conluyó, acercándose y dándome un nuevo beso en los


labios.

Benjamín se aferró con ambas manos a mi espalda e intensificó el beso de una


manera nueva en él... La sorpresa fue grande, pero la molestia fue mayor e,
instintivamente, lo aparté de un empujón. No entendía qué me pasaba, pero
estaba claro que no podía ponerme cariñosa con mi novio estando Alejo cerca.
Tampoco lo entendió él, que se me quedó mirando con una carita que me rompió
el alma. La escena se tornó tensa de repente. El silencio se apoderó del salón y
tuve que improvisar algo rápido.

—Oye, que no estamos solos... —lo reñí, intentando así justificar mi reacción. Y
coló, porque el pobre enrojeció como un tomate.

—Perdona... Es que me tienes muy abandonado y... —intentó susurrar, para que
Alejo no escuchara.

—Vale, pero no es momento, ¿de acuerdo?

Benjamín asintió y volvió a la habitación muerto de vergüenza. Y a mí se me vino


el mundo abajo. No podía, simplemente no podía. No sabía qué era, pero no podía.
La sensación era horrible; como si la sangre se me subiera toda a la cabeza de
golpe, como si todo el oxígeno del lugar desapareciera. ¿Por qué? ¿Por qué me
sucedía eso? ¿Porque no quería hacer sentir mal a Alejo? ¿O porque su mera
presencia me hacía sentir culpable delante de mi novio? Aquello era un sinvivir... 

—¿Estás bien? —preguntó Alejo desde el sofá.

—¿Qué? Sí. Tú sigue a lo tuyo.

El resto de la mañana transcurrió sin inconvenientes. Benjamín se encerró en la


habitación porque tenía que rellenar no sé qué cosas del trabajo, yo continué
ordenando la casa y Alejo se la pasó en el balcón hablando por teléfono. Lo cierto
es que agradecí esa tranquilidad, y ojalá se hubiese podido prolongar por el resto
del día...

Cerca de la una de la tarde, Alejo soltó por fin el móvil y decidió cocinar algo para
los tres. Benjamín salió de la habitación aproximadamente media hora después,
cuando ya la comida estaba lista. La mesa del salón cocina no era muy amplia,
apenas había lugar para cuatro personas; y era de estas que hacen de separación
entre un ambiente y otro, de las que tienen poco espacio para meter las piernas.
Cuando teníamos invitados o venía Noelia a cenar, solíamos desplegar otra mesita
de jardín que teníamos guardada en el balcón; pero esta vez no, supongo que
porque a nadie se le ocurrió

Cuando Benjamín llegó, Alejo y yo ya estábamos acomodados y preparados para


comer.

—Sírvase, jefe —dijo un Alejo risueño.

Benjamín se quedó mirándome de pie, como esperando que yo hiciera algo. Y


tardé en caer, tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por
algo así. ¿Qué sucedía? Que Alejo se había sentado junto a mí, del lado de la
cocina, en el lugar que solía ser de Benja. Y él, tan poco avispado como siempre,
no pareció enterarse de las miraditas de mi novio.

—Siéntate, Benja —le dije, resignada.

—Claro —aceptó, no sin antes fulminar a Alejo con la mirada.

Hasta ahí todo normal, comimos los tres juntos y sin complicaciones. Incluso ellos
dos tuvieron alguna que otra charla sobre fútbol y demás, cosa que me sorprendió.
Charlas iniciadas por Benja, que parecía querer mostrarme que se podía llevar bien
con mi amigo. El problema llegó cuando...

"Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine"

—Disculpen, chicos —dijo Benjamín, levantándose rápido y yendo a buscar el


teléfono.
No pasaron ni diez segundos. No, menos, quizás cinco. No lo sé, pero apenas
Benja nos dio la espalda, Alejo metió una mano por debajo de la mesa y la aparcó
sobre mi muslo. Di un respingo y me alarmé.

—¿Qué haces? —le susurré asustada.

—Callate.

Levantó la vista para ver lo que hacía Benjamín y, cuando se cercioró de que no
miraba, enterró todavía más su mano entre mis piernas. Intenté levantarme, pero
me lo impidió tirando de mi brazo hacia abajo.

—Quedate quieta, tarada, o se va a dar cuenta...

Tras soltar esa amenaza indirecta sin pudor alguno, volvió a introducir su mano
por debajo de la mesa y no se detuvo hasta alcanzar mi braguita. Esta vez cerré
las piernas con toda la fuerza que pude, evitando así que pudiera mover sus
dedos; pero él, cabrón como nadie más, comenzó a hacer ruido con los platos de
la mesa para llamar la atención de Benjamín.

—No seas malo... Luego tenemos todo el tiempo que quieras —volví a susurrar.

—Pero así no tiene gracia... —sentenció.

Esa frase me ayudó a resolver muchísimas dudas. A Alejo le daba más morbo
tocarme cuando estaba Benjamín cerca y acababa de confirmármelo. Ya me había
dado muestras de ello cuando contestó un llamado suyo mientras estábamos
haciendo el amor, sólo que en ese momento creí que era todo para que yo me
soltara más... ¡Qué ingenua!

Volviendo al tema, decidí quedarme quieta para que Alejo no hiciera más
tonterías. Total, ¿qué tan lejos podía llegar en esa situación? Benjamín no se dio la
vuelta en ningún momento y no parecía que lo fuera a hacer, estaba muy metido
en su conversación. Así que decidí aguantar.

Alejo siguió moviendo sus dedos por encima de mi braguita, dibujando circulitos
por la zona del clítoris y dándome pequeños pellizquitos en los labios exteriores.
Todo con una sola mano. Si alguien hubiese presenciado la escena, únicamente
hubiese visto a dos personas sentadas una al lado de la otra. Bueno, a una de ellas
un poco frígida y tensa; porque él, por encima de la mesa, seguía picoteando de
su plato como si no estuviera sucediendo nada.

—¿No tuviste suficiente diversión ya? —dije de nuevo, sin levantar la voz.

No me respondió; sonrió y por fin retiró la mano de mi vagina. Suspiré tranquila y


pude volver a acomodarme, sintiendo que no había sido tan terrible la cosa
después de todo. Pero la calma no duró mucho. Cuando volví a girarme hacia él
con la intención de regañarlo, casi me caigo de espaldas con lo que vi. Se había
abierto la cremallera del pantalón y ahora tenía el pene al aire duro como una
roca.

—¡¿Qué haces?! —volví a alarmarme.

—Te toca a vos ahora —respondió, sonriente.

—¡Estás loco! ¡Guárdate eso! —dije después, apretando los dientes para no elevar
la voz.

Ignorándome completamente, me cogió la mano más cercana a él y la colocó


sobre su miembro. Lo tenía durísimo, durísimo como pocas veces lo había sentido.
No entendía cómo podían ponerlo así esa clase de situaciones.

—Eres un pervertido... Mira cómo estás...

—Callate y pajeame.

Por más increíble que pareciera, Benjamín llevaba casi diez minutos hablando sin
haberse volteado ni una sola vez hacia nosotros. Parecía que discutía con un tal
Barrientos sobre algo, pero no logré enterarme bien sobre qué. Alejo también se
percató de que mi novio estaba demasiado ocupado y siguió metiéndome prisa.

—No se da cuenta de nada... Apurate, dale...

No estaba del todo convencida, pero parecía la única manera de sacármelo de


encima. Así que, sin perder de vista a Benjamín, comencé a masturbarlo
lentamente. Estaba acostumbrada a hacerlo así, despacio y sin preocuparme, era
ya instintivo; por eso tardé en caer en que la situación requería un poco más de
velocidad. Así que aceleré el movimiento de mi mano y recé a todos los dioses
para que Benjamín no se diera la vuelta y para que Alejo eyaculara pronto. Ahora
sí que estaba llamando demasiado la atención y cualquiera se hubiese dado cuenta
de lo que estaba pasando. Mi posición despejaba cualquier tipo de dudas;
levemente inclinada hacia mi derecha haciendo un exagerado movimiento vertical
de brazo y hombro. Era demasiado evidente.

—Vamos, un poco más... —suspiró Alejo.

Cinco minutos más pasaron y ahí seguíamos los tres; yo regalándole una paja a mi
amigo de la infancia y Benjamín discutiendo por teléfono con alguien del trabajo
sin enterarse de lo que estaba pasando a sus espaldas. Alejo decía que ya estaba a
punto, pero a esas alturas yo ya conocía mejor que nadie como funcionaba ese
falo. Si bien se notaba que la situación lo tenía mucho más caliente de lo habitual,
yo sabía que no iba a terminar hasta que no le diera algo más...

—Un poco más...

No sé cómo me atreví a hacer lo que hice a continuación, pero, suceder... sucedió.


Fueron unos escasos treinta segundos, pero fue suficiente para acabar con aquella
desafortunada escena. Solté el pene de Alejo y, sin pensármelo dos veces, me
incliné sobre él y me lo metí en la boca. Como ya dije, fue poco menos de medio
minuto, pero con unas cuantas chupadas conseguí hacer que eyaculara todo lo que
tenía guardado. Me apretó el cuello con fuerza, supongo que para reprimir las
ganas que tenía de gritar, y descargó todo su semen dentro de mi boca. La
posición era muy incómoda, pero igual pude tragar una gran catidad. Otra
bastante grande también terminó cayendo en sus muslos y en el suelo.

—Qué barbaridad... —susurró Alejo mientras se recuperaba.

Aguantándome las ganas de toser, me la saqué de la boca y luego me limpié la


comisura de los labios con su camiseta. Me di el gusto de pellizcarle un testículo
antes de enderezarme, provocando que diera un pequeño grito de dolor.

Cuando terminé, levanté la cabeza y me di cuenta de que Benjamín no había


notado nada. Me dio mucha lástima verlo ahí, hablando por el móvil y sin
preocuparse por nada más... Lástima y... también sentí un poco de decepción.
Sabía que eran tonterías, pero yo siempre había creído que entre nosotros existía
algún tipo de conexión extrasensorial... ¿Cómo explicarlo? Un hilo invisible que nos
mantenía unidos y, de alguna forma, nos hacía sentir cuando uno de los dos
necesitaba al otro. Pero no, acababa de hacerle una mamada a otro hombre
delante de sus narices y él ni se había inmutado. Me puse de pie, sin preocuparme
de nada más, y me fui a mi habitación sin esperar a que colgara esa llamada que
tan embobado lo tenía.

Cinco minutos después vino a buscarme.

—¿Ro? —dijo, cruzando el umbral de la puerta casi de puntillas—. ¿Por qué te


fuiste?

—Porque ya había terminado de comer —respondí desde la cama. No quise


parecer disgutada, e intenté actuar normal—. ¿Qué pasó en el trabajo?

—¿Eh? Ah, no te preocupes por eso. Son discusiones creativas que suelo tener con
el nuevo jefe. ¿Te vas a quedar aquí?

—Sí, me entró sueño.

—Vale... Entonces te dejo dormir. Yo estaré ahí fuera.

—De acuerdo —concluí.

Me sabía mal despedirme de esa manera, pero en ese momento me salió así. Mi
intención no era crear tensión entre nosotros, que se diera cuenta de que estaba
enfadada; pero aun así lo hizo...

—Ro...

—¿Qué?
—¿Estás enfadada por lo de antes? —preguntó, como un gatito asustado.

—No, Benjamín, estoy bien.

—¿En serio? Es que antes... No sé, sentí como que no te gustó nada y... —
continuó victimizándose. Me estaba dando muchísima lástima, pero lástima de la
mala...

—No pasa nada, en serio —insistí.

—Sé que no está bien que te ande besuqueando delante de otras personas, pero...

—¡Que no estoy enfadada, Benjamín! ¡Vete de una vez! —grité ya harta y


mirándolo a la cara.

No se esperó una respuesta así. Se hizo un silencio largo que ninguno se atrevió a
romper. Al no obtener respuesta, me volví a recostar en mi lado de la cama.

—Vale, perdón por ser tan pesado. Nos vemos por la noche —dijo al fin, con un
tono de voz lleno de tristeza. Luego cogió su maletín y se fue, cerrando la puerta
tras de sí.

Media hora tardó en invadirme la culpa. Me levanté a toda prisa de la cama y me


dirigí al salón en busca de Benjamín. Me había equivocado y lo sabía.

—¿Benja? —exclamé apenas llegué.

—Se fue a trabajar ya. Me dijo que te diga que no a sabe a qué llega hoy —
respondió Alejo, que ya estaba acomodado en el sofá.

—¿Por qué me tienes que complicar la vida así? —lo increpé, enfadada.

—¿Qué? ¿Ahora qué hice? —preguntó, indiferente a todo, también como siempre.

—Vete a la mierda... —simplifiqué las cosas, ya sabía que no tenía ningún sentido
discutir con él.

—¡Epa! Qué boquita...

Tenía ganas de tirarle algo en la cabeza. Juro que buscaba algo con la mirada para
arrojárselo. Todo había sido su culpa... Todo. Cada vez que provocaba una
situación así, me hacía pensar todas aquellas cosas de Benjamín que no quería
pensar. Esta vez, por primera vez, había sentido pena por mi propio novio. Y fue
horrible, porque al verlo en la habitación luego de haberle hecho una mamada a
nuestro invitado, la sensación que me dio fue la de estar viendo a un pobre infeliz
al que le estaban follando a la novia en su cara. Y esa era la última imagen que
quería tener de Benjamín...

—¿Estás enojada? —volvió a hablar, esta vez levantándose y acercándose a mí.


—¡Sí! ¡Estoy harta de ti! —le respondí, al borde de las lágrimas.

—¡No! —rio—. ¿En serio te pareció que estuve tan mal? Vení, vení... No te pongas
así.

—Eres un cabrón...

No quería estar con él, pero acepté su abrazo de todas maneras. Ya a esta altura
mencionar cómo me sentía en ese momento no tiene sentido, porque mi estado de
ánimo cambiaba a cada rato. Sólo puedo decir que no rechacé el beso que me dio
Alejo después... Tampoco sus caricias... Tampoco sus disculpas... A medida que
me iba empujando contra la pared, fui perdonando cada una de las cosas que me
molestaban de él. Mientras me levantaba en brazos y me llevaba hasta la
habitación, fui aceptando y esperando lo que estaba a punto de suceder. Ya no lo
podía rechazar... y mucho menos con la imagen de Benjamín que se me había
quedado grabada a fuego en la cabeza.

—Fóllame —fue lo último que le dije antes de volvernos a fundir en un nuevo beso.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 18:30 hs. - Benjamín.

—Hoy no te vas a escapar, lo sabes, ¿no?

—Que no, tranquilo. Pero primero tengo que ir a buscar a Lulú, que está
agobiadísima con Barrientos. ¿Puedo?

—¡Pírate, anda! Si no estás aquí a las siete, te traigo de los cojones.

Ya no iba a poder estirar más el momento. Esa tarde mis compañeros me iban a
fusilar a preguntas sobre mi vida privada y no iba a poder escaparme de ninguna
forma. Lourdes era, en parte, mi salvación. Así como yo iba a ser la de ella en un
par de minutos.

Llegué a la misma cafetería del otro día y allí me la encontré. Me esperaba sola en
una mesa, tan guapa como siempre y con cara de pocos amigos.

—Por fin llegas...

—¡Oye! Vaya carita me llevas...

—Tú porque no sabes lo que es tener un pesado siguiéndote todo el día de arriba a
abaj... —se interrumpió ella sola al verme levantar las cejas—... Vale, sí que lo
sabes. Pero a ti no parecía molestarte mucho la presencia de Clara.

—Si tú supieras... En fin, vámonos, que Luciano y los chicos nos están esperando.

—No, espera. Nos quitamos de encima rápido a Santos y luego vamos. No será
mucho tiempo, te lo prometo.
—Bueno, vale.

No entendí muy bien qué sentido tenía esperar a alguien para luego decirle que
nos íbamos, pero no pregunté. Supuse que Lulú iba a intentar algo como lo del
otro día... y no me equivoqué del todo. A los diez minutos apareció Barrientos por
la puerta de la cafetería.

—¿En serio? Jolines, Benja... ¿siempre eres así? —dijo, de la nada.

—¿Eh? ¿"Así" cómo? —respondí, un poco perdido. Me devolvió una patadita por
debajo de la mesa—. ¡Ay... Ah! Bueno, ya sabes cómo soy, ¿no? Je...

—Brillante eres —dijo ella, mirándome embelesada.

—¡Ya lo creo que lo eres! —se metió Barrientos.

—Buenas, Santos —lo saludé. Lulú sólo hizo un gesto con la mano.

—¿Qué tal, chicos? ¿Qué tal el día, Benjamín? —preguntó, tan amable como
siempre.

—Pues... aquí estamos, descansando un rato.

—Y bien merecido lo tienes, que antes estuve hablando con Clara y es increíble lo
que ha progresado. Eres brillante, tal y como dijo Lourditas —soltó, desviando
poco después la mirada hacia Lulú y lanzándole una sonrisa.

—Bueno, gracias... supongo. Ya te digo que yo sólo hago mi trabajo y ella me


observa. Es todo mérito de Clara.

—Deja de ser tan humilde —intervino Lulú, manoteándome el brazo de forma


coqueta.

—Eso mismo, eres muy bueno en lo que haces, ¡disfrútalo! —concluyó Santos.

—Bueno, basta, que me van a hacer sonrojar. Santos, perdón por ser tan cortante,
pero nos están esperando los chicos en la cafetería de arriba. Si quieres vente y...

—¡No, no! —me cortó—. Tengo algunas cosas que hacer ahora, aunque sí que me
gustaría hablar un momento contigo. ¿Puedes?

—¡Sí, claro! Lu, ve subiendo tú, en un rato te alcanzo —le dije, mientras los tres
nos íbamos levantando.

—Vale. Hasta luego, Santos —se despidió ella, bastante fría.

—¡Hasta luego!
Una vez se hubo ido, Santos se sentó más próximo a mí en la mesa de la cafetería
y carraspeó un par de veces antes de volver a hablarme. Parecía que no sabía
cómo comenzar...

—Esto... No quiero parecer... O sea, cómo decirlo... Es tu vidra privada y tal,


pero... ¿Qué relación tienes...? A ver, ¿tú y Lourdes...? Ya sabes... ¿Estáis...? —
logró decir al final. Estaba sudando el pobre. Aunque más pobre yo, porque no
sabía cómo salir de ese engrudo sin perjudicar indirectamente a mí compañera.

—Santos...

—O sea, sé que no es momento ni lugar, pero... —hizo una pausa y se acercó más
a mí para susurrarme—... pero me gustaría que me lo aclararas porque... la
verdad es que estoy interesado en ella.

—Santos, sabes que Lourdes está casada, ¿no?

—¡Ya! ¡Por supuesto que lo sé! Pero lo están dejando, ¿o no? O sea, sí; que me lo
dijo ella misma.

Aquello me descolocó. ¿Lulú se lo había dicho? ¿Por qué? ¿No se lo quería quitar
de encima? Si es así, ¿por qué le dice que lo está dejando con su marido? Quedé
completamente desconcertado con eso, pero decidí continuar con la misma
estrategia.

—Si ella te lo dijo supongo que será así... —respondí, casi sin mosquearme.

—Vamos, Benjamín, que creo que ya hay bastante confianza entre nosotros... No
me tomes por gilipollas —dijo entonces, con un tono un poco más severo.

—¿Perdona?

—Que ya sé que Lourdes y tú sois íntimos, ¿me vas a venir a decir que no sabes lo
de su matrimonio?

—Santos, perdona que te diga; pero es que esos son asuntos de ella... No me vas
a ver por aquí ventilando la vida de nadie —lo frené en seco. Barrientos era un tipo
razonable, se notaba a leguas, y menguó un poco su ofensiva.

—De acuerdo, tienes razón. Mala mía ahí. Pero respóndeme lo que te pregunté,
por favor —ahora me miraba expectante. Nervioso y expectante.

—¿El qué?

—¡Joder! ¿Estáis liados o no?

 —¡No!
Se nos estaba a punto de ir de las manos la cosa. Ya bastantes problemas me
había traído todo el tema con Clara, no iba a arriesgarme a meterme en otro
laberinto por ayudar a Lulú, por muy amiga que fuera.

—¿Seguro? —insistió.

—Claro que estoy seguro, dios bendito. Que tengo novia y la amo más que a mi
vida.

—Vale...

—Bien.

—Pero está coladita por ti —prosiguió. Al final sí que había tenido éxito la táctica
de mi jefa.

—¿Cómo dices?

—Oye —me ignoró—, ¿me ayudarías con ella?

—Espera, ¿qué?

—Lo que has oído.

—¿Ayudarte? ¿Cómo?

—Ella se derrite por ti, cualquiera que os haya visto sentados aquí se habrá dado
cuenta. Por otro lado, tú tienes novia y, según dices, estás muy enamorado de
ella. En definitiva, que creo que podrías ayudarme con Lourdes —concluyó.

—¿Y de qué manera podría ayudarte? Yo no termino de verlo —dije, con


pesimismo.

—Ya hablaremos de eso. Vete con tus compañeros, que tampoco quiero comerte
todo el descanso.

Nos despedimos con total normalidad y ahí se terminó la charla. A mí,


personalmente, no dejaba de sorprenderme esa capacidad que tenía últimamente
para meterme en fregados. Y casi siempre por culpa de terceros...

Salí de la cafetería y me encontré a Lulú esperándome de pie en la puerta del


ascensor. Ahora iba a tener que ir y darle explicaciones sobre mi vida personal a
Luciano y al pesado de Sebastián, y lo cierto es que no tenía ganas. El día ya había
comenzado muy mal con esa discusión con Rocío y se había terminado de torcer
con lo de hacía un momento. Por eso, en un arranque que tuve, cogí a Lu de la
mano y me la llevé de nuevo a la cafetería de la que acabábamos de salir.

—¿Qué te pasa? —me preguntó.


—Que no estoy ahora para soportar a nadie.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo Santos?

—Quiere que lo ayude contigo.

—¡¿Qué?!

—Ahora te cuento... ¡Camarero!

Las complicaciones en el trabajo no habían hecho más que comenzar...

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Rocío.

—¿Qué hacés acá? Te estoy esperando hace media hora.

—En cualquier momento viene Benjamín. Vístete o enciérrate en tu cuarto.

—Qué fría que sos a veces...

La calma era necesaria. El día había sido demasiado ajetreado y necesitaba


distanciarme un poco de Alejo, quien parecía que todavía tenía fuerzas para
continuar. No es que llevábamos todo el día "dale que te pego", pero igual...

—Dale... —insistió.

Por la mañana, una vez se fue Benjamín, nos metimos en mi habitación y lo


hicimos varias veces. No paramos hasta las tres de la tarde, cuando Alejo se tuvo
que ir a hacer un trabajo de urgente en no sé dónde. Más o menos a esa hora me
telefoneó la señora Mariela, diciéndome que no fuera ese día a su casa porque
Guillermo no se encontraba del todo bien, por lo que tuve toda la tarde para
terminar de dejar la casa impecable. Alejo volvió a las ocho con más ganas de
marcha. Cenamos, me ayudó a recoger la mesa y después nos fuimos a mi
habitación para continuar lo que habíamos dejado "a medias". Y así se hicieron las
nueve y media de la noche...

—No puedo seguir tu ritmo... Déjame descansar —casi que le supliqué.

—El otro día lo seguiste lo más bien. Dale, vení, no te hagas desear.

Me terminé la cerveza de un trago y luego me fui a sentar al sofá. Benjamín había


dicho que no sabía a qué hora vendría, así que tampoco iba a poder estar mucho
tiempo más con Alejo. Pero a él mucho no le importaba eso, porque me volvió a
abordar apenas se sentó en el sofa.

—Esp... Espera... —le pedí, pero ya no iba a dejar de besarme.

Los tirantes de mi camisón cayeron más rápido que mi resistencia; pero no más
que los pantalones de Alejo, que ya estaba más que listo para volver a entrar en
acción. Con la fuerza de su boca me recostó sobre la cama y luego se subió
encima mío de un salto.

—Está bien... la última de hoy... A partir de mañana ya vuelves a usar condón, ¿de
acuerdo?

—Hecho.

—Y date prisa, que Benjamín puede llegar en cualquier momento...

—Hecho.

 Asintiendo con la cabeza y acatando mis órdenes, terminó de montarme bien y,


sin más preámbulos, comenzó a penetrarme lentamente. Una vez se acomodó bien
encima de mí, comenzó a mover sus caderas a ese ritmo perfecto que había
quedado establecido sin que ninguno de los dos tuviera que decirlo. Alejo ya sabía
exactamente cómo me gustaba hacer el amor y no tenía ningún problema en
adaptarse a mis peticiones. A los pocos segundos, ya ambos nos encontrábamos
jadeando y gimiendo, disfrutando de la fusión de nuestros cuerpos.

—Hablame —dijo, de pronto.

—¿Q-Qué...?

—¿No querés que me de prisa? Bueno, hablame... Decime cosas...

—¿Y... qué quieres que... qué quieres que te diga?

—No sé... Animame... gritá más... gemí... aullá...

Era la primera vez que me pedía algo así. ¿Era otro de sus fetiches? ¿Le ponía más
escuchar a su mujer disfrutar? No entendía por qué nunca me lo había dicho; más
teniendo en cuenta que, salvo momentos de espectaculares clímax, yo no era de
hacer mucho ruido a la hora de tener sexo. Pero parecía que iba a tener que
cambiar un poco esa costumbre...

—Aaaahhhhhhhhh... Aaaaaaahhhhhhhhhhh... —comencé.

—Sí... ¡Así! —me animó él, acelerando un poco la velocidad de la penetración

—¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhh! ¡Aaaaaaaaaaaaaah!

—Sí... ¿T-Te gusta? ¿Te gusta que te coja?

—Sí, Ale... M-Me encanta...

—¿El qué... qué te encanta? —insistió— Contestame, yegüita.

—Me e-encanta que me c-co...cojas... ¡Me encanta que me folles, joder!


Fue raro, porque nunca me había insultado... y me gustó. No sé por qué, pero me
gustó. La situación era completamente diferente a lo que había vivido hasta ese
momento, y aquello me animó a soltarme más todavía de lo que ya lo había
hecho.

—¡Síííííí! ¡Métemela más fuerte! ¡Fóllame más fuerte! —volví a gritar, cada vez más
alto.

—¿T-Tanto te gusta, yegüita? Ahhh... —continuó él, sin dejar de embestirme.

—¡Ya te he dicho que sí! Aaaaaahhhhhh... ¡Aaaaaaaaahhhhhhhh!

—Pedime más. ¡Pedime más te dije! —gritó esta vez él. El movimiento de sus
caderas ya rozaba la violencia. El crujir del sofá se oía casi tan alto como nuestras
voces.

—¡M-Más! ¡Dame más! ¡Fóllame más! ¡Fóllame más! ¡Fóllame más! —no podía
parar.

—Decime que me amás... Pedime que no me vaya nunca... Decime que soy el
único hombre de tu vida.

Yo todavía estaba lo suficientemente cuerda como para entender el significado que


me estaba pidiendo. Sabía que todo formaba parte de aquél polvo, que no me lo
estaba diciendo en serio... No obstante, me echaba un poco para atrás
pronunciarlo tal cual él lo quería.

—¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amoooooooooooooooo! —grité, aferrándome a su espalda


y clavando mis uñas en su piel.

—Eso es... A-Ahora pedime que no me vaya nunca... Que me necesitás a tu lado...

—¡No te vayas nunca, mi amor! ¡Te necesito a mi lado!

—Y que... y q-que soy el único hombre de tu vida...

—Eres... Eres... —no quería decirlo, pero estaba desbordada en sensaciones.

—¿Soy qué? ¡¿Soy qué?!

—Eres... Lo eres... —no quería...

—¡¿El qué?! ¡¿Qué carajo soy?! —insistió, ahora sí taladrándome con gran
violencia.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

—¡Contestame, mierda!
—¡El hombre de mi vida! ¡Eres el único hombre de mi vida! —dije, finalmente.

No necesitó más. Su torso se irguió encima de mí, sus nalgas se apretujaron y el


tronco de su pene llegó a su dureza máxima justo antes de soltar una nueva carga
de semen en las profundidades de mi ser. Yo no pude llegar, pero lo que sentía en
ese momento superaba cualquier tipo orgasmo que hubiera tenido hasta entonces.
Me sentía fuera de mi propio cuerpo... Mis garras seguían enterradas en la piel de
mi amante y en mi cara se podía apreciar una enorme sonrisa... Pero no me sentía
yo misma. Esa no era yo. Ese no era mi cuerpo. No podía ser yo la estuviera
sintiendo todo aquello. No podía ser yo la que había pronunciado todo aquello.

Tras sus últimos bufidos, Alejo se quito de encima y se quedó sentado en la otra
punta del sofá. Estaba exhausto, parecía que en cualquier momento se iba a
desmayar... Me reincorporé como pude y me abracé a él. Necesitaba sentirlo.
Quería sentirlo. Alcé la cabeza y busqué sus labios. Nos dimos un tierno y largo
beso que nos ayudó a volver a poner los pies sobre la tierra.

—Te amo —dijo, entonces.

—Yo también te amo —respondí, con una sinceridad que me asustó.

Nos quedamos así, abrazados y tranquilos mirando la televisión, sin vestirnos


siquiera. Benjamín no dio señales de vida, ni siquiera me llamó; así que dejamos
de preocuparnos por que pudiera aparecer, al menos durante un rato. Me sentía
feliz y agradecida de estar ahí con Alejo. No quería que el tiempo pasara. Pero
pasó, casi sin darnos cuenta, y se hicieron las diez de la noche.

—Me voy a dar un baño —le dije, previo a darle un último besito en la boca.

—Dale.

Estaba desbordada, sentía que flotaba en ese momento. Hacía mucho tiempo que
no me sentía tan entera física y mentalmente. Y quería seguir sintiéndome así, no
quería parar. Ya no se trataba solamente del tan buen sexo que tenía con Alejo,
era mucho más que eso...

Regresé al salón aproximadamente media hora después; Alejo seguía desnudo de


cintura para abajo, bebiéndose una cerveza y zapeando con el mando en la mano.
Iba a enfadarme y decirle que se diera prisa y se fuera, pero entonces me llegó un
mensaje que no esperaba:

"No sé a qué hora voy a llegar hoy, tengo que ayudar al jefe con unas cosas... Voy
a comer algo por aquí, así que no te preocupes por mí. Cuídate. Te quiero mucho".

—No viene —dije, en voz alta.

—¿Eh? —respondió Alejo, creyendo que le hablaba a él.

—Que no viene... Benjamín... O sea, que no sabe a qué hora.


—Ah...

—De todas formas, vístete.

—Che, Rocío, ¿te puedo pedir una cosa? —dijo, de la nada.

—¿Qué cosa?

—Vení...

Sin saber qué se proponía, fui hacia el sofá con la intención de sentarme a su lado;
pero, por alguna razón, me interceptó antes y me hizo caer en su regazo. Se
quedó varios segundos observándome fijamente, como deleitándose con lo que
veía... Yo lo miraba expectante, con ganas de saber ya qué quería, y a la vez
sintiendo vergüenza por la intensidad de su mirada.

—¿Qué quieres? —le pregunté, con más timidez que otra cosa.

—¿Ya te dije que sos hermosa? —sostuvo, sin apartar sus ojos de los míos.

—Sí... Y si es sólo eso, yo...

Me besó apenas hice el amago de levantarme. Me besó y comenzó a acariciarme


con la mano que tenía en mi espalda. Le devolví el beso, con la esperanza de que
fuera algo rápido; pero esa no era su intención. Sin separarse de mis labios, me
depositó de espaldas en el sofá y luego llevó su mano a uno de mis pechos. Por la
incomodidad tuve que separar las piernas. Cuando cayó de lleno encima de mí,
volví a notar su dureza. Alejo volvía a estar listo para más.

—Te dije que era la última de hoy...  —logré articular en un segundo de descanso
—. Benjamín puede venir en...

—Shh... Vos dejame a mí.

Abandonó el beso y seguidamente descendió por mi torso hasta llegar al centro de


mi pecho. Se detuvo unos segundos en ese sitio, olfateando suavemente la zona y
dándome pequeñas lamidas sobre la piel. Después, en un acto rápido, llevó su
boca al pezón más cercano y se entretuvo con él otro largo rato. Yo seguía sin
saber qué pretendía exactamente, pero no me privé de gozar un poco de ese
tratamiento tan gentil que me estaba ofreciendo.

—En serio, Ale... En cualquier momento...

—Callate... Haceme caso —susurró, sin dejar de morder mi rosadita protuberancia.

Cuando se cansó de jugar con mis mamas, siguió bajando por mi cuerpo y esta
vez no se detuvo hasta que llegó a mi entrepierna. Me imaginaba lo que quería, así
que me coloqué un cojín en la nuca y abrí un poco más las piernas. Por alguna
razón Alejo quería regalarme un cunnilingus, y yo no me encontraba en posición
de negárselo.

—Rápido, porfa... Como tú sabes...

Antes de terminar la frase, ya lo tenía moviendo sus dedos en las profundidades


de mi vagina mientras que su lengua bailoteaba encima de mi pequeño clítoris. La
ferocidad de sus movimientos me hizo entender que quería volver a oírme gritar, a
rogarle que me diera otro orgasmo. Y no lo quise privar de sus deseos, por eso
comencé a gemir y a chillarle que no se detuviera.

O al menos lo intenté. Alejo alzó la mano que tenía libre y, con dos dedos, me tapó
los labios. No quería que gritara, no quería que hiciera nada. Me sorprendí al
principio, pero luego dejé que mis emociones salieran de mí de forma natural. No
volví a forzar nada más.

—No te asustes, ¿ok? —dijo, de pronto.

—¿Eh?

Sin dejar de mirarme a los ojos, descendió un poco más entre mis bajos y colocó
sus brazos en mi vientre, haciendo fuerza para que no me moviera.

—¿Qué haces?

—Quedate tranquila.

Empecé a imaginarme por dónde iban los tiros, pero no me lo terminé de creer
hasta que comenzó a hacer circulitos con su lengua en el más pequeño de mis
orificios.

—¡Oye! ¡Alejo!

No me hizo caso. Me mantuvo sujeta con sus brazos en mi estómago y no cesó en


ningún momento los lameteos en mi ano.

—¡Alejo! ¡Que no quiero eso! ¡Para ya! —bramé por última vez, logrando así
quitármelo de encima.

No estaba muy segura de si pretendía lo que yo creía, pero la mera insinuación ya


me daba pánico... y asco.

—¿Tanto te cuesta confiar en mí? —exclamó, un tanto ofendido.

—No seas injusto, siempre confío en ti —respondí, dejándome llevar por su


reacción.

—¿Y qué te cuesta hacerlo una vez más? ¿Alguna vez te lastimé?
—No, pero... ¡Esto es diferente! —me defendí. No quería saber nada del asunto.

—No seas pelotuda, ¿no habíamos quedado en que ibas a dejar tus prejuicios
atrás?

—No es un prejuicio, es que yo nunca...

—Entonces sí que tenés miedo.

—¡Pero no porque no confié en ti!

—Escuchame, Ro —dijo, volviéndose a acercar a mí—. Yo nunca voy a hacer nada


que te pueda lastimar. Sólo quiero mostrarte una cosa nueva más...

No estaba para nada convencida; el sexo anal era algo que nunca me había
siquiera planteado, y algo que tampoco me había planteado nadie. No le
encontraba ningún sentido comenzar con ello a esa altura de mi vida... Además,
¿por qué cambiar? Si en ese momento estábamos disfrutando del sexo tradicional
como nunca lo habíamos hecho.

—No quiero...

—Bueno, ¿qué le vamos a hacer? —finalizó, con resignación.

Cuando creía que la noche se iba a terminar ahí, nuevamente se abalanzó sobre
mí y me besó. Me tomó por sorpresa, pero esta vez también se lo correspondí.
Instintivamente abrí la boca para dejar entrar su lengua y volvimos a fundirnos en
un apasionado morreo.

Enseguida entendí que aquello terminaría en un nuevo polvo y, por eso, busqué
con ambas manos su falo mientras nuestras lenguas no dejaban de jugar entre
ellas. No necesité masturbarlo mucho tiempo; a los pocos segundos que lo envolví
por debajo de nuestros cuerpos, adquirió su tamaño y dureza habitual. No dejaba
de sorprenderme la capacidad de Alejo para siempre estar listo para una ronda
más. Y yo no quería ser menos...

—Métemela... —le pedí.

Ilusa yo, creía que la cosa iba a ser igual que antes; pero Alejo había quedado
claramente dolido por mi negativa a iniciarme en el sexo anal. Me imagino que se
debió a ello la violenta estocada que me propinó después. Yo no dije nada, aunque
me dolió mucho más de la cuenta. Él se dio cuenta, pero pareció no importarle,
porque continuó taladrándome con el frenesí típico de cuando estaba a punto de
acabar.

—Espera, me duele... —me animé a decirle.

—¿Te duele?  —habló al fin.


Inmediatamente me la sacó de dentro y se reincorporó de un salto. Se sacudió un
par de veces el pene y pronto volvió a sentarse a mi lado. No me habló más. Me
tironeó del brazo para que me levantara yo también y luego me indicó con una
seña que me subiera encima de él. Yo estaba un poco perdida con esa nueva
situación, pero obedecí de todas maneras. Pasé una pierna por encima de la suya,
pero me frenó y me señaló que así no, que quería que me montara del revés.

—¿Cómo? —pregunté.

Con dureza una vez más, me cogió de un brazo y él mismo hizo que me girara.
Así, dándole la espalda, quería que me sentara encima suyo y que me fuera
penetrando yo solita.

—¿Encima? ¿Así? Espera... ¡No! ¡Espera! ¡Qué esperes!

Mis quejas fueron en vano; Alejo me sujetó con ambas manos de la cintura y me
la metió hasta el fondo de un solo intento. Proferí un grito de dolor que se tuvo
que haber oído hasta en Río de Janeiro. La tenía demasiado grande para hacer esa
clase de cosas y él, evidentemente, todavía no era consciente de ello. Y tampoco
le importaba mucho, porque se sujetó de mis pechos y empezó un mete saca al
mismo ritmo violento de antes. Se había puesto en plan macho alfa y no había
nada que hacerle.

—No hace falta que seas tan bruto. Deja que me mueva yo sola, sólo dime si lo
hago mal —le pedí una vez el dolor disminuyó.

Cuando por fin decidió parar, pude colocar ambas manos detrás de mi espalda,
apoyándolas en su panza, y empecé a subir y bajar sobre su pene por mi propia
cuenta.

—¿Así está bien? —pregunté, girando levemente la cabeza para buscar su


respuesta.

Asintió y me dio la orden para que continuara. Era la primera vez que lo hacíamos
en esa posición y yo tenía mis dudas; pero, a pesar de la incomodidad, me fui
acostumbrando a medida que pasaron los segundos y logré coger un ritmo rápido
y seguro. Al poco rato ya estaba dejándome llevar y disfrutando a tope esa nueva
sesión de sexo.

—Lléname... —conseguí decir entre jadeo y jadeo— Lléname y asegúrate de


disfrutarlo... Ay... Ah... Ah... P-Porque... Porque es la última vez que lo hacemos
sin condón.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 23:25 hs. - Noelia.

—¿Hola?

—¿Noe? Soy Aura.


—¡Aurita! ¡Hola! ¿Qué sucede que me llamas a estas horas?

—Ya, perdona que te moleste, pero es que no encuentro mi móvil por ningún lado
y me preguntaba si no te lo habías llevado tú por error...

—¿Me estás llamando ladrona?

—¡No, Dios bendito! Es que como tú siempre acomodas la zona de las taquillas y
vas quitando y pon...

—¡Que es broma, jodida! Dame un segundo que me fijo.

—¡Cómo eres, bonita!

—Pues sí... Ya puedes ir llamando a la policía, porque tu móvil lo tengo yo.

—¡¿En serio?!

—¡Que sí! Está en mi bolso, no tengo ni idea por qué...

—¡Vaya peso me sacas de encima! Todavía lo estoy pagando...

—¿Quién es el maromo que está contigo en el fondo de pantalla? No sabía que


tenías un noviete. Está buenorro, por cierto.

—¡Es mi hermano! Jajaja. Cuando quieras te lo presento.

—¿Sí? ¡Digo no! ¡Quita, quita! Estoy yo ahora para relaciones... Bueno, mañana te
llevo el teléfono al trabajo y...

—En realidad lo necesito ahora... Si me dices dónde vives yo misma voy a


buscarlo.

—¿Segura?

—¡Que sí!

—En fin... La juventud de hoy en día que no puede andar sin sus maquinitas...

—¡Menuda lo dice! ¡Si vives con el móvil en la mano!

—Jajaja. Cállate, anda. ¿Tienes para apuntar?

—Venga, dime...

Quedamos en diez minutos a partir de ese momento en el portal de mi edificio. La


pobre parecía desesperada de verdad. Tenía que volver a bajar los ocho pisos,
pero no me importaba, sinceramente. Lo que había escuchado hacía un par de
minutos me tenía en las nubes. Mi hermanita por fin empezaba a disfrutar de la
vida; a deshacerse de los estúpidos prejuicios que le habían marcado a fuego mis
padres durante su etapa de crecimiento. No sé qué tanto tenía que ver Benjamín
en esto, pero a él era al que iba dirigido mi agradecimiento. Por más problemas
que estuvieran pasando, él seguía siendo aquél que había hecho cambiar a Rocío;
el que había conseguido lo que ningún otro. Y yo que me alegraba.

Salí de casa a los cinco minutos e, inevitablemente, me acerqué a la puerta donde


vivía mi hermanita y volví a pegar la oreja. No logré escuchar nada al principio,
pero esperé un rato y nuevamente Rocío volvió al ataque. Esta vez no logré
descifrar nada, pero ni falta me hacía, porque la chica seguía gimiendo como si se
estuviera follando un caballo. No quería perder mucho más tiempo, mi compañero
podía llegar en cualquier momento y estaba feo hacerla esperar, así que separé la
oreja y me puse de camino a las escaleras -no tenía planeado esperar ese maldito
ascensor-. Eso sí, antes de irme logré escuchar un largo y estruendoso bufido
masculino... ¡Vaya corrida se había pegado el cabrón del Benja!

Bajé los ocho pisos a toda prisa y llegué al portal para esperar a mi compañera. No
hacía mucho frío, pero sí que estaba un poco fresquito. Eso, sumado a mi buen
ánimo, hacía que no me molestara en lo más mínimo tener que esperar a Aura.

—¡Noe! ¿Llevas mucho esperando? —me dijo la pobre apenas me vio, pocos
minutos después. Estaba sin aliento.

—Acabo de bajar, tú. A ver si te piensas que iba a estar aquí tomando frío sólo por
ti—le contesté. Ella rio—. Toma tu móvil.

—Gracias, Noe... No sabes qué alivio...

—No es nada. Te juro, de verdad, que no sé cómo llegó a mi bolso.

—Creo que fui yo la que lo metió ahí... Estaría apurada y habré confundido el tuyo
con el mío, como son negros los dos...

—Vives en las nubes, Aurita...

—¡Pero cómo te at...!

No escuché nada más. No pude escuchar nada más. Todo se nubló a mi alrededor.
En especial la dulce carita de Aura. Lo único que permanecía nítido era la pequeña
silueta que se aproximaba a unos cincuenta metros detrás de mi compañera. Una
figura masculina de 1.85, pelo negro y barba de dos días.

—¿Me oyes, Noe? ¡Hooola!

—¿Eh? Sí, sí... —pude responder.

Miles de cosas pasaron por delante de mis ojos en ese momento. Miles de
recuerdos comenzaron a dar vuelta por mi cabeza. Esas quedadas que nunca pude
hacer con Rocío... El portazo que me había dado el fin de semana en la cara...
Conversaciones, mensajes, llamadas... Todo mentiras. Sólo tardé diez segundos, y
sin tener que hablar con él, para darme cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Ostras! ¡Buenas noches! —saludó apenas se acercó a nosotras, tan alegre como
siempre.

—Benjamín... —logré decir. No me salían las palabras.

—Sí, ese soy yo. ¿Estás bien? ¡Oh! Perdón, qué modales los míos. Yo soy
Benjamín, el cuñado de Noelia —dijo cuando pareció advertir la presencia de mi
compañera.

—Aura, compañera de trabajo —respondió ella con una sonrisa.

—¡Encantado! Bueno, no quiero molestarlas, yo voy subiend...

—¿Qué? ¡No, no! —lo frené, en un arranque de lucidez.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—¡Porque no! —me alteré. No sabía qué decir.

—Esto... Yo ya me voy, Noe... —dijo Aura de pronto un tanto incómoda. Mi


comportamiento no estaba siendo normal y se notaba a leguas—. Gracias por el
móvil.

—No... de nada... ¡Ah! ¡Eso es! Benjamín, Aura vino a buscar su móvil... Resulta
que me lo traje por error y... la pobre tuvo que venir hasta aquí y... Joder,
¿puedes llevarla a casa? Yo voy con ustedes —dije, al fin. Sabía que Benjamín no
se iba a negar a eso.

—¡Oye! ¡No! Que tengo a un amigo esperándome en la esquina... Igual, gracias


por preocuparte. Eres un sol, Noe —saltó enseguida Aura, tirándome todo al suelo.

—¿Segura? Mira que no me cuesta nada, ¿eh? —intervino él, tan amable como de
costumbre.

—Muchas gracias, pero en serio que está mi amigo esperándome en la esquina.


¡Ya me voy! Un placer, Benjamín. Gracias de nuevo, Noe. ¡Adiós!

—¡Adiós! —se despidió mi cuñado también—. Qué agradable, ¿no?

—Sí...

—Bueno, ¿subimos?

—Sí...
Entramos al edificio y llamamos al ascensor, al que agradecí por primera vez que
estuviera estropeado. Seguía sin saber qué hacer... En ese momento estaba muy
enfadada con Rocío. Tenía ganas de tirarle abajo la puerta de la casa y liarme a
hostias con ella. Realmente se lo merecía. El problema era que Benjamín no... El
chico era demasiado bueno como para tener que llevarse un disgusto así después
de otro largo día de trabajo. Además, yo, egoístamente, no quería que aquella
tontería de mi hermana rompiera la pareja más bonita que había visto en mi vida.
Por eso, intenté tranquilizarme y trazar un plan de ataque. Primero necesitaba
información.

—Oye, Benja... El chico este... Alejo... ¿sigue en tu casa? —comencé a indagar.

—¿Otra vez con eso? A ver, Noe, el muchacho se va a ir dentro de poco, ¿de
acuerdo? No quiero que sigas...

—¡No, no, no! Tranquilo, sólo preguntaba... —lo corté, al mismo tiempo que mi
corazón se oscurecía de ira...

Apreté los puños y me apoyé contra la pared disimuladamente y a espaldas de


Benjamín. Hubiese incendiado todo el edificio si hubiese podido. La confirmación
de que mi hermana había caído en los brazos de ese hijo de la grandísima puta
terminó de hervirme la sangre.

No le pregunté nada más, no necesitaba saber más. Mi hermana me había estado


mintiendo en la cara y estaba completamente segura de que llevaba bastante
tiempo follándose a ese cabrón, por eso mismo se puso tan histérica cuando le
descubrí el primer piso del pastel. Por eso me había dicho todas esas cosas
horribles aquél día.

Los siguientes diez minutos, que fue el tiempo que tardamos en subir al octavo
piso, Benjamín se la pasó hablando de su trabajo; pero yo no lo escuchaba. En mi
cabeza sólo había lugar para una sola cosa... y eso no era nada más y nada menos
que pensar en cómo me iba a deshacer de Alejo Fileppi.

—Benjamín, necesito hablar de algo contigo... —le dije cuando llegamos a la mitad
del pasillo.

—¿Ahora? ¿No puede esperar a mañana? Quiero irme a casa ya...

—Ese es el tema, que no quiero que vayas a casa todavía... ¿Puedes venir
conmigo? —dije, ante su atenta mirada. Enseguida me di cuenta de que la había
cagado, pero todo era fruto de la desesperación.

—¿Y por qué no quieres que vaya a casa? —me preguntó, con gran seriedad.

—Ven conmigo —insistí, una vez más, tomándome el atrevimiento de cogerlo de


una muñeca.
—Noelia —repitió, fulminándome con la mirada—, ¿por qué no quieres que vaya a
casa?

El silencio se adueñó del pasillo de repente. Me había metido en un berenjenal y


no tenía ni idea de cómo cojones salir de ahí... Pensando en una solución me
encontraba cuando la puerta al costado nuestro se abrió de golpe.

—¿Noe? ¿Benjamín? ¿Qué está pasando aquí? —preguntó Rocío, bastante perdida,
desde el umbral del 8º C.

Las decisiones de Rocío - Parte 19.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 00:02 hs. - Noelia.

—¿Noe? ¿Benjamín? ¿Qué está pasando aquí?

Rocío abrió la puerta su casa, encontrándonos a Benjamín y a mí en pleno


forcejeo. Nos miraba desconcertada, sin saber muy bien qué pensar o decir. Yo
seguía tirando de la manga de su novio, mirándolo intranquila, y él se resistía.
Pero debo decir que, a pesar de lo incómodo de la escena, el alma me volvió al
cuerpo al verla.

—¿Me va a contestar alguien o...?

—Pues no lo sé, Ro... Noelia me dijo de pronto que no quería que entrase en casa
y... aquí estamos —respondió Benjamín, dejándome en evidencia el muy imbécil.

—¿Noe...? —dijo entonces Rocío, dedicándome una mirada confusa.

¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo mejor? Ya "los secretos" de mi hermana estaban a
salvo y, por ende, su relación con Benjamín. Sin embargo, no me parecía correcto
dejarla irse de rositas. Rocío estaba siendo una perra asquerosa, y sentía que era
responsabilidad mía hacérselo saber, así como también lo era el hacer que
terminara con esa locura de una vez por todas.

—¿Qué pasa? —dije al fin—. Quería que Benjamín viniera a casa un rato para
hacerme un poco de compañía, ¿no puedo?

—Pero tú dijiste que... —intentó decir él, pero yo fui más rápida.

—Que no quería que fueras a tu casa justamente porque quería que vinieras a la
mía. Y ya te vale, Benjamín, que tal y como lo dices das a entender cualquier cosa.

—Es muy tarde, Noelia, y Benjamín recién viene de trabajar, ¿no puedes esperar
hasta mañana? —intervino mi hermana, demasiado seria para ser ella.
—Verás, bonita, hace días que te estoy diciendo de quedar tú y yo porque quiero
pasar tiempo contigo, pero pasas de mí como de la mierda... A saber por qué
razón —dije, elevando un poco el tono de voz en la última frase.

—No tengo ganas de discutir ahora... Vamos, Benja —respondió, llevándose a mi


cuñado de la mano. La cerda hipócrita...

—Lo siento, Noe... —dijo él— Si encuentro un hueco, mañana te pego una visita,
¿ok?

—Sí, cariño, no te preocupes —le sonreí.

Benjamín me devolvió la sonrisa y luego se metió en la casa, dándole antes un


besito en los morros a la guarra de mi hermana. Había muchas cosas en la vida
que a mí me molestan, pero nada como el engaño descarado.

—Hasta mañana —se despidió Rocío.

—Espera —me adelanté antes de que cerrara la puerta.

—¿Qué quieres? Noe, te juro que esta semana me paso por tu...

—Te estoy vigilando, Rocío.

—¿Eh?

Dicho eso, me di la vuelta y entré en mi casa. No sabía si había dejado claras mis
intenciones, pero la conocía lo suficientemente bien como para estar segura de
que, al menos, se había quedado intranquila.

—Y esto recién empieza.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 00:25 hs. - Rocío.

—¿Estás bien? —preguntó Benjamín desde la puerta de la habitación.

—Sí, ¿por?

—No sé... Te noto decaída.

—¿En serio? Pues no, estoy bien.

—Me voy a dar una ducha. ¿Me esperas despierta?

—Lo intentaré —le sonreí, finalmente.

Benjamín tenía motivos para preguntarme aquello, pues mi cara no era la mejor.
Las últimas palabras de Noelia todavía me tenían atontada. ¿Qué quería decir
exactamente con que me estaba "vigilando"? En cualquier otro momento lo
hubiese entendido como un simple gesto de preocupación, algo muy habitual en
ella... Pero, esta vez, me daba la sensación de que quería darme a entender algo...

«¿Será qué...?»

Podía ser, tranquilamente podía ser eso; aunque también podía ser que no... No
iba a sacar conclusiones hasta no estar completamente segura. Pero... ¿y si sí?
Más allá de nuestros últimos encuentros, yo todavía confiaba ciegamente en
Noelia. Y la conocía mejor aún; ella estaba encantada con Benjamín y tenía plena
seguridad de que nunca iba a hacer nada para poner en peligro mi relación con él.

«Pero... ¿y si sí?»

Y de pronto me iluminé, sentí que ese era el momento adecuado. No estaba


segura de si Noelia lo sabía o no, pero había demasiadas cosas en juego como
para no jugármela.

—¡Vaya baño! No sabes cómo lo necesitaba... —dijo Benjamín, entrando por la


puerta, a los gritos, quince minutos después—. ¿Rocío? ¿Estás ahí?

—Sí... Ven...

—No veo nada... Enciende la luz de tu lado, que...

—No, ven aquí...

Antes de meterme en la cama, apagué la luz y me aseguré de que no pudiera


encenderla de nuevo, utilizando el interruptor de mi lado de la cama. Me tapé
hasta el cuello y lo esperé con una sorpresita debajo...

—¿Ro? —volvió a llamarme, mientras se metía debajo del cubrecama.

—Abrázame...

Con mucho cuidado, y mayor lentitud, Benjamín se fue acercando a mí hasta


pegar su cuerpo contra el mío. Nada había cambiado en su forma de proceder; sus
movimientos seguían siendo suaves y comedidos, como si estuviera tratando con
algo que en cualquier momento se podía romper. Hacía unos meses lo hubiese
soportado, porque yo también pensaba como él; pero mis preferencias habían
cambiado de una forma... digamos radical.

—No tengas miedo... Abrázame de una vez —sentencié, tratando de no parecer


muy severa.

Se quedó quieto unos segundos, tragó saliva y se acurrucó detrás de mí, pegado a
mi espalda. Esas actitudes suyas hacían que me enterneciera, ese sentimiento al
que nunca le había hecho ascos; pero yo ya no quería sentirme así... Esas
reacciones las podía esperar de Guillermo, pero Benjamín ya tenía demasiada
experiencia como para dudar tanto. Sea como fuere, me resigné, y entendí que iba
a recaer en mí la tarea de convertir a mi novio en un hombre de verdad.

—Tócame... —dije de pronto, intentando sonar lo más insinuante posible.

Respiró profundamente, volvió a tragar saliva de forma escandalosa, y llevó una


mano al pecho que tenía más cerca. Lo apretó, lo acarició, lo mimó... sin atreverse
a hacer nada más. Seguía inquieto, temeroso, lo podía notar sin siquiera mirarlo.
Tenía la cara pegada a mi cuello, pero no me besaba, ni me acariciaba con la
nariz, ni nada que pudiera hacer despertar mis sentidos... La situación era un
tanto frustrante.

—Creí que estabas enfadada conmigo... —dijo entonces, dejando de mover su


mano al mismo tiempo.

—¿Eh? ¿Por qué? —pregunté.

—Por todo lo de esta mañana... Te hice pasar vergüenza delante de tu amigo y,


después, para una vez que puedo almorzar contigo, voy y te dejo tirada por hablar
con mi jefe... Soy un caso perdido... No sé ni cómo me aguantas...

No me lo esperé nunca... De estar al borde del enfado, casi me pongo a llorar de la


tristeza. Una vez más, como ya era costumbre, con tan sólo unas cuantas
palabras, Benjamín consiguió que me sintiera como la peor de las personas. Yo me
había pasado el día al borde de asumir que estaba viviendo con un pobre diablo, y
él no había dejado de pensar en si yo estaba enfadada o no por algo a lo que no le
había dado siquiera importancia.

—No tengo arreglo...

Ya no me importaba nada. Me di la vuelta y le comí la boca como nunca lo había


hecho. Imprimí en ese beso todo lo que había aprendido en esas últimas semanas
y me apretujé contra él como si mi única intención fuera fusionar nuestros
cuerpos. Él intentó hablar, pero yo no le iba a dar tregua. Cuando retiré mi lengua
de su boca, empujé su cuerpo hacia el lado opuesto en el que estaba, metí la
mano dentro de su calzoncillo y, sin mediar palabra, liberé a ese viejo conocido
que hacía tanto tiempo no veía. Su mirada era un poema, un poema que se
convirtió en Premio Nobel cuando me incliné y me la metí en la boca.

 —R-Ro... No tienes que hacer es... —dijo, entre sorprendido y asustado.

—Cierra la boca —respondí yo, tajante.

Por alguna razón todavía no la tenía dura, pero no tardé demasiado en conseguir
que renaciera. Cuando ya estaba en su plena viveza, me quité el sujetador y le
hice su primera "turca", que era como le gustaba llamarlo a Alejo.

—R-Rocío...
Estaba sudando como un cerdo, y lo estaba disfrutando, vaya que sí. Pero no
quería que se notara, era evidente. ¿Por qué? Porque pensaba que yo estaba
haciendo todo eso en contra de mi voluntad. Lo conocía como si lo hubiese
parido... Además de que nunca había hecho nada parecido con él, se pensaba que
yo, llevada por la culpa de haberlo tratado mal por la mañana, ahora me estaba
forzando a mí misma. Y volví a pasar de la tristeza a la irritación total en un abrir y
cerrar de ojos.

—¿Tanta pena te doy? —le dije— Entonces toma, cómemelo todo.

Dicho eso, de un salto me coloqué sobre su torso e, inmediatamente, me arrastré


sobre él hasta dejar mi trasero a la altura de su cara. Era una irresponsabilidad
total, pero me daba completamente igual. El semen de Alejo todavía estaba dentro
mío, y lo más probable era que cayera a la boca de Benjamín. Pero no, me daba
completamente igual. Necesitaba hacerle sentir el rigor, necesitaba presentarme
como la hembra que no iba a andarse con chiquitas nunca más. Además, contaba
con que no conociera el sabor de mi coño, teniendo en cuenta de que nunca me
había practicado sexo oral.

—¡Venga! ¡Mete bien la lengua! ¿O tampoco sabes hacer eso? —le grité.

No sabía si estaba intentando hablar o si de verdad quería satisfacerme, pero tomé


eso como una señal de que podía continuar con lo mío. Me acomodé sobre su
cuerpo, de forma que pude volver a agacharme, y seguí chupándole el pene.

—Nunca te había visto así, bebé... Mira como la tienes... —dije yo, embelesada.

Era cierto, nunca se la había visto así de grande e hinchada. Si bien no alcanzaba
el tamaño de la de Alejo, sabía que ese falo iba a ser capaz de proporcionarme un
placer parecido al de mi amante.

—Vas aprendiendo... Sí... ¡Así se hace! —vociferé, mientras revolvía mi culito


sobre su boca.

Y entonces sucedió. Benjamín decidió despertar de su letargo y clavó sus dos


manos en mis nalgas mientras hundía la punta de su nariz en las profundidades de
mi vagina. La presión de su boca en mi entrepierna me hizo perder el equilibrio y
casi me caigo de costado, pero él se encargó de mantenerme encima suyo
abrazándome por mis muslos y sin dejar de mover su lengua dentro de mí.

—¡Sí! ¡Sí! Benja... ¡Síííí!

No pude más; solté su pene y me erguí sobre su pecho para deleitarme con la
maravillosa comida de coño que me estaba regalando. El sonido del golpear de su
lengua contra mi encharcado orificio ya había inundado la habitación y no se podía
escuchar nada más. Y yo ya quería mi premio. Por eso, como si de una danza
erótica se tratara, comencé a menear mi cadera sin preocuparme en ningún
momento de si iba a ser capaz de cargar con todo mi peso o no. Pero sí, sí que iba
a poder... Mi novio no era ningún mindundi y estaba más que dispuesto a
demostrármelo. Y me sentí feliz por ello, me sentí feliz al descubrir, una vez más,
que mis preocupaciones se iban a quedar en sólo eso... en meras preocupaciones.

—Ya casi, Benja... Ya ca... ya casi, mi amor... ¡Sigue así!

Benjamín se incorporó en la cama y, con una fuerza sorprendente y sin separar su


cara de mi entrepierna, logró que me colocara en cuclillas sobre la cama. Y
entonces me corrí... No aguante más y, como si fuera una perra en esa posición,
me vine como tal... No escondí mis gritos, no escondí mis gemidos; me daba
absolutamente igual quien pudiera escucharnos, exploté por el coño, y por la boca,
a manos de la persona que más amaba en el mundo. Mi novio había dicho
presente y yo no podía estar más agradecida.

Caí a un costado y creí que nunca más iba a volver a moverme. Benjamín también
respiraba agitado en un costado. No podía verle la cara, pero estaba segura de que
su rostro debía destilar la misma relajación que el mío.

—Ro... yo... —dijo, aproximadamente diez minutos después—. Eres increíble...

Sacando fuerzas de no sé dónde, me giré y volví a besarlo. Lo amaba con todas


mis fuerzas, más que nunca en ese instante, e iba a premiarlo... Vaya que si iba a
premiarlo. Y, al mismo tiempo, iba a suprimir absolutamente cualquier posibilidad
de que Noelia pudiera ponerlo en mi contra.

Verificando que todavía la tenía en posición de guerra, me monté sobre él, y


comencé a clavármela hasta el fondo.

—Y ahora me vas a follar... —le ordené— Y me vas a follar bien follada.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 12:05 hs. - Alejo.

—¿Me pasas la sal, princesa?

—Sí, bebito mío.

—Eres un cielo, te amo mucho.

—Y yo a ti, corazón.

De no ser porque estaba a, creía yo, unos cuantos trabajos de terminar de pagar
mi deuda con Amatista, no hubiese dudado en salir afuera y tirarme por el balcón
a lo Félix Baumgartner. Esos dos llevaban toda la mañana en ese plan y no tenía ni
la más puta idea de por qué. Hacía tan sólo 24 horas parecía que estaban a punto
de romper, y ahora estaban más cariñosos que Batman y Robin.

Terminamos de almorzar y nos quedamos un rato conversando los tres. Benjamín


y yo ya teníamos un poco más de confianza, y ya nos salía natural hablar de
algunos temas sin que tuviera que intervenir Rocío. Ella, mientras tanto, nos
observaba contenta desde su lado de la mesa. Visto de esa manera parecíamos
tres amigos de toda la vida compartiendo piso. Pero... lamentablemente yo no
había ido ahí para hacer amigos.

—Ya vengo —dije, pellizcando a Rocío por debajo de la mesa para llamar su
atención.

—Vale... —respondió ella.

Luego de que Benjamín levantara el pulgar, me puse de pie y me fui para el baño.
Me senté en el inodoro y me quedé esperando pacientemente. A los cinco minutos
apareció.

—¿Qué quieres? Benjamín cree que estoy en la habitación. Date prisa.

—Vení para acá.

Pasé la traba de la puerta y, agarrándola por la cintura, la empujé contra la pared


y le cerré el pico de un beso antes de que tuviera la oportunidad de quejarse. Ese
conjuntito  ajustado que tenía puesto me había tenido loco toda la mañana.

—No doy más...

Cuando me separé de ella, la dejé completamente sofocada y sin poder decir nada.
Inmediatamente le di la vuelta, le levanté el vestido y me puse a frotar mi verga
contra su colita mientras le pasaba las manos por todo el contorno de su cuerpo.

—Podrías esperarte un poco... Benjamín se va en nada y... —dijo al fin, después


de recuperar un poco el aliento.

—Ya te dije que no es lo mismo... —suspiré yo, despegando unos segundos mi


boca de su cuello.

—Estás enfermo.

—Sos vos la que me vuelve loco... —le susurré al oído, al mismo tiempo que le
acariciaba la conchita por encima de la tela de su tanguita.

—Detente... por favor...

—¿Por qué estás tan cariñosa con Benjamín hoy? —le pregunté, haciendo presión
con el dedo mayor a la altura de su clítoris.

—No... Ah... —suspiró—. No es asunto tuyo...

—¿No es asunto mío? Mirá vos... —le contesté, a la vez que dibujaba circulitos
sobre su puntito más sensible con la punta de mi dedo—. ¿Qué pasó anoche?

—Déjame ir... Se va a preguntar... en dónde e-estoy y...


—Contestame —insistí, haciendo más presión, esta vez ayudándome del dedo
índice.

—Ah... ¿Por qué... quieres saberlo?

—Porque quiero saber si otro tipo se está cogiendo a mi hembra...

—Y-Yo no soy tu hembra...

—¿Qué? —la volví a testear, moviendo a un lado la tela de su tanguita y tocándo


su piel directamente. A partir de ahí no volvió a abrir los ojos.

—N-No soy tu hembra, pesado...

—¿No? ¿Y de quién sos la hembra?

—De nadie... No soy la hembra de nadie...

—¿Te cogió? —volví a preguntarle. Y coloqué ya mi dedo mayor en la entrada de


su conchita.

—No es asunto tuyo...

—¿Te hizo esto que te estoy haciendo yo ahora?

—Ah... —suspiró.

—Contestame —insistí. El primer dedo ya estaba dentro.

—No quiero...

—Contestame —repetí. El segundo entró con la misma facilidad.

—No...

—¿Te gustan los deditos?

—No... Quítamelos...

—Estás muy rebelde hoy... ¿Capaz voy a tener que castigarte? —le volví a susurrar
al oído, justo antes de empezar un suave mete y saca.

—Luego... Cuando se vaya Benjamín...

—Sí, te voy a dar lo tuyo todo el día... Pero ahora también.

—¡No! —exclamó de pronto—. Sigue con los dedos, por favor... —pidió, levantando
ella sola el culito para facilitarme la tarea.
—¿Eh? ¿Te gustan los deditos entonces?

—Sí... Me gustan...

—Pero yo quiero meterte otra cosa... —la probé de nuevo, y aumenté la velocidad
de la penetración.

—Ah... No... Más tarde... Ahora no... —continuó gimiendo.

—Mmm... Está bien... Pero con una condición.

—¿C-Cuál?

—Que me cuentes qué pasó anoche con Benjamín...

—Qué pesado estás con eso... ¿Si te lo digo me dejarás ir?

—Tal vez...

—No... Prométemelo.

—¿Segura? ¿Querés que te lo prometa? —pregunté. Ya el chapoteo era


peligrosamente sonoro.

—Sí... Pero cuando termines con los dedos...

—¿Qué? —me hice el sorprendido— ¿Cuando termine qué?

—De masturbarme...

—"De pajearme" quiero que digas.

—De pajearme...

—Está bien, te lo prometo. Contame qué hicieron...

—Follamos...

—¿Sí? ¿Y te parece bien ponerme los cuernos así?

—Y-Yo no te puse nada... Tú no eres mi novio...

—¿Y te gustó? ¿Coge bien tu noviecito?

—Sí...

—¿Mejor que yo?


—... —dudó. Le sonreí.

—¿Mejor que yo o no?

—Son dif-diferentes... ¡Ayy!

—¿Diferentes? Mirá vos... Pero uno te tiene que gustar más...

—Él... Él me gusta más...

—¿Sí? Me partís el alma... Yo pensaba que nadie te cogía como yo... —me hice el
ofendido, a la vez que volvía a acelerar el movimiento de mis dedos en su interior.

—¡Ahhh! —volvió a jadear—. Pues no... Él es mejor que tú...

—Entonces supongo que no me necesitás más.

—Puede...

—¿En serio? Está bien.

—¿Qué haces?

Dejé de pajearla de golpe, quería torturarla. Era obvio que se estaba haciendo la
mujer fuerte e independiente; pero yo iba a quebrarla. Ese era mi objetivo
principal: hacerla plenamente dependiente de mí.

—Me voy a la mierda.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, todavía apoyada en la puerta y tratando de


recuperar el aliento.

—Dijiste que ya no me necesitás más.

—Yo no dije eso...

—Sí que lo dijiste.

—No... Sigue... —dijo ella, mirándome expectante, casi en tono de súplica.

—Me duele que me digas eso...

—Pues... Pues... —dudó de nuevo—. Igual... Igual no es tan así...

—¿El qué?

—Que... —bajó el tono de voz—. Que... tú también eres muy bueno...


—Oh... ¿En serio? —me sorprendí falsamente. Ahí inicié de nuevo el jugueteo en
su conchita.

—Sí...

—¿Entonces querés que te siga cogiendo?

—...

—¿Sí o no?

—¿Rocío? ¿Estás ahí?

Justo cuando mejor se estaba poniendo la cosa, apareció el boludo. Quizás fue
culpa mía por jugar demasiado con ella y no ir directamente al grano, pero en
ningún momento pensé que el tipo pudiera venir a jodernos. Lo peor fue que su
voz despertó a Rocío y esta se alejó de mí sin dejarme hacer nada más.

—Ya salgo —gritó a los pocos segundos, el tiempo que tardó en recomponerse.

—¡Ah, no! ¡Sólo quería saber cómo estabas! Es que como no te vi por ningún
lado... Tómate tu tiempo, bebé.

Cuando el cornudo se alejó, intenté acercarme a ella de nuevo, pero me sacó


cagando. A partir de ahí, me resigné y me quedé en el molde hasta que, dos
minutos después, salió del baño. Me quedé solo, con cara de pelotudo y con un
calentón de la grandísima puta.

Salí cuando creí que ya no había nadie cerca y me metí en mi cuarto ya sin
escalas.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 21:05 hs. - Benjamín.

—Oye... Oye... ¡Oye!

—¿Q-Qué? ¿Qué pasa?

—¿Estás bien?

Como pude, abrí los ojos y lo primero que vi fue una carita angelical muy cerca de
mi rostro observándome con cierta preocupación. Me había quedado dormido en el
segundo descanso del día y la mismísima Clara era la que me estaba despertando.

—¡Dios! ¿Llevo mucho tiempo dormido? ¡Mierda! ¡Los papeles! Tengo que...

—Espera, calma —rio la muchacha—. Recién está terminando el segundo


descanso. No llevarás dormido ni media hora.

—Ah... Perdona, es que anoche casi ni pude dormir...


Y no, si aquella noche había dormido cuatro horas ya me parecía demasiado. Y
todo por culpa de esa amazona que había secuestrado el cuerpo de Rocío y me
había forzado a hacerle cosas que, hasta la fecha, sólo había tenido la oportunidad
de visualizarlas en mis sueños. ¡Vaya noche! ¡Vaya... polvos! ¿La abstinencia? ¿El
tiempo que llevábamos sin amarnos? ¿Toda la tensión que se había creado entre
nosotros transformada en pasión? Ni puta idea, lo único que sabía era que Rocío
me había dado la mejor sesión sexual de mi puñetera vida y mi cuerpo todavía
estaba sintiendo los efectos secundarios.

—No te preocupes... A veces este trabajo resulta agotador.

Estaba tan entumecido que ni me di cuenta de que estaba hablando normalmente


con Clara. ¡Si hasta me había sonreído! Otra más que había pegado un cambio
considerable en cuestión de días. No iba a ser yo el que cuestionara su nueva
actitud, pero sí que me resultaba, cuando menos, raro.

—Me tomé la libertad de terminar algunas cosas por ti... Hice una copia de
seguridad por si quieres rehacerlo todo tú solo, pero me harías un favor si al
menos te tomaras la molestia de revisar lo mío... —dijo, juntando los dedos, con
cierta timidez en el rostro.

—Claro, sin problemas.

No me tomó ni un minuto darme cuenta de que todo estaba en orden. Barrientos


tenía razón, la chica era buena y aprendía demasiado rápido para la edad que
tenía. Y yo que me alegraba, porque no estaba en esos días para lidiar también
con una "aprendiz" inútil.

—Pues... ¿qué quieres que te diga? Está todo perfecto —le comenté, sacándole
otra amplia sonrisa—. A ver si bajas un poco el ritmo, no vaya a ser que el jefe me
ponga a mí a aprender de ti.

—¡No! ¡Calla, calla! —volvió a reír, confirmándome así su cambio total de actitud
hacia mí.

—Tú ríete, pero Barrientos te tiene en muy alta estima. Un día de estos entro aquí
y me encuentro tu nombre escrito en el cuadrito de la mesa.

—¿Tú crees? Bueno, al menos tendrías la garantía de que nunca te encontrarías a


tu jefa dormida en el trabajo —contraatacó, hombreando levemente y giñándome
un ojo con esa picardía que hacía mucho tiempo no veía en ella.

—¡Vaya! ¿Te levantaste peleona hoy? ¡A ver si voy a tener que ponerme serio para
que sepas quién manda aquí!

—¡A ver si es verdad! Porque estoy sintiendo que ya necesito clases un poco más
avanzadas... —continuó, sin bajar ese nivel de coquetería que le salía de forma
natural.
—¿Ah, sí? ¡Te vas a cagar lo que queda de semana! —la desafié.

—Te espero ansiosa —cerró, con una mirada llena de seguridad.

No pude evitar quedarme observándola con una sonrisa cargada de nostalgia. No


parecía que sólo hubiera pasado una semana desde que ella decidió no
relacionarse más conmigo... Y noté que ella estaba sintiendo lo mismo que yo.
Pero, en fin, las cosas terminan cayéndose por su propio peso y el momento se
rompió cuando ambos nos dimos cuenta de lo rara que se había puesto la cosa.
Con la cara como un tomate, cosa poco común en ella, se disculpó con una excusa
boba y se alejó todo lo que pudo de mí.

—¿Puedes venir un momento? —dijo, de pronto, una voz detrás de mí.

Miré para atrás con las cejas arqueadas y asentí. Clara ya había adelantado mucho
trabajo y me podía permitir tomarme unos minutos más de descanso.

—¿Qué pasa?

—Que estoy preocupada... —dijo Lulú.

—¿Por qué? ¿Qué pasó ahora?

—¡Que el tío este cada vez va más a saco! —respondió, dando golpes al aire con
ambos puños cerrados y apretando los dientes para que no se la oyera.

—¿Cómo que más a saco? ¿Te hizo algo? Porque si es así yo...

—¡Que no! —me interrumpió—. No me ha hecho nada, pero cada vez es más
insistente...

—Coño, ¿insistente cómo? Que tan pesado no puede ser...

—¡Que sí lo es! —volvió a levantar la voz, conteniéndose nuevamente—. Cada vez


que tiene la oportunidad de tocarme, me toca, ¿lo pillas? Una caricia en el hombro,
una caricia en la mano, un abracito por detrás... ¡Es insoportable!

—Vale, vale, lo pillo. ¿Quieres que hable con él?

—No creo que sirva de mucho... Además, ¿no te pidió que lo ayudes conmigo? Si
es que vaya marrón...

—Sí, un marrón en el que te metiste tú sola. ¿Para qué le dices que lo estás
dejando con tu marido? Es como decirle "ataca".

—¿Otra vez con eso? ¡Que se me escapó sin querer! Eso me pasa por ser
extrovertida. ¡Como sea! Eso no es importante ahora.

—Pues... si no quieres que hable con él, no sé qué más puedo hacer yo.
—De momento no necesito que hagas nada, sólo quería desahogarme un poco.
Cuando te vaya a necesitar de verdad, te lo haré saber, tú no te preocupes.

—¡Lu! ¡Venga, que nos llama el jefe! —gritó Romina desde la distancia.

—Gracias por escucharme, Benja... Eres un sol.

—Sí, soy un sol, pero me dejas aquí desconcertado, como siempre —me quejé.

—No te enfades, tontín. Dentro de poco te recompensaré por todo —dijo antes de
irse, guiñándome un ojo, dejándome más perdido todavía.

Volví a mi mesa de trabajo para terminar lo que había comenzado, que era lo
único que me interesaba hacer en lo que me quedaba de jornada. Sin embargo,
sucedió algo que nadie se esperaba...

—¡Gente, gente! ¡Atención, por favor! Disculpen por no haber dicho nada hasta
ahora, pero ya cumplieron con creces los objetivos para esta semana. Son ustedes
libres de irse a casa cuando terminen con lo que estén haciendo. Mañana
retomamos nuestros horarios habituales, los que tenían con Mauricio antes de que
llegara yo. Muchas gracias, señores.

Ese anuncio de Barrientos fue un alivio para mí... Por fin, 19 rel... casi tres
semanas después, se terminaba oficialmente la pesadilla. Y creo que fui el primero
que apagó el ordenador, recogió sus cosas y se marchó sin despedirse de nadie.
Estaba desesperado por llegar a casa y ponerle las manos encima a mi Rocío.

Martes, 14 de octubre del 2014 - 23:05 hs. - Rocío.

Nadie hablaba, ninguno levantaba la cabeza de su plato. Benjamín había


escarmentado de la última vez y ya casi no me decía nada fuera de lo trivial
cuando estaba Alejo presente, salvo las coletillas cariñosas de toda la vida. Este, a
diferencia de mi novio, no había dicho ni una palabra en toda la cena. Estaba
enfadado, se notaba. Era mi culpa, tal vez, porque le había prometido que íbamos
a hacer nuestras cositas esa tarde; pero, por una cosa u otra, en ningún momento
pude encontrar un rato para estar con él. Y si a eso le sumábamos que Benjamín
había llegado mucho más temprano de lo habitual...

—Muy buena la comida, como siempre, Alejo —dijo mi chico, supongo que para
romper un poco el silencio que se había creado.

—Gracias, jefe —respondió él, fingiendo una sonrisa.

Quizás había demasiada tensión para lo que venían siendo los últimos días, por
eso entendí que lo mejor era terminar con la cena lo más rápido posible y me puse
a recoger la mesa. Las cosas entre los tres estaban yendo demasiado bien como
para arruinarlo todo por un calentón.

—Deja que te ayudo, mi amor —se ofreció Benja.


—No es necesario, cariño. Tú vete a dar una ducha y luego a la cama, que tienes
que descansar para mañana.

—¿Segura? Mira que no me cuesta nada...

—Que sí, que vayas tranquilo.

—Vale...

Terminé de juntar las cosas de la mesa y me fui a la habitación a esperar a Benja.


Alejo ya se había encerrado en su habitación sin decirme buenas noches siquiera.
En otro momento, quizás, me hubiese importado, pero no tenía tiempo para
preocuparme por sus pataletas de niño chico. Benjamín necesitaba toda mi
atención y yo se la iba a dar.

A eso de las doce menos cuarto ya estábamos los dos arropaditos, juntitos y
comiéndonos la boca en nuestro lecho.

—No sabes las ganas que tenía de lanzarme encima tuyo durante la cena... —dijo,
asfixiado luego del beso más largo que recordaba con él.

—Pero aguantaste como un campeón... —le respondí, recostándome en su pecho y


jugando con los pelillos que adornaban una de sus tetillas.

—Bueno, trataré de contenerme mientras tu amigo esté aquí. Pero prepárate,


porque cuando se vaya no te va a salvar nadie —dijo, juguetón, justo antes de
darme otro besito, ignorando el gesto contrariado que no pude evitar hacer luego
de que mencionara la posible marcha de Alejo.

Intenté obviar el comentario y me centré en el nuevo morreo que Benjamín me


estaba obsequiando. Nos abrazamos con fuerza y no despegamos los labios hasta
que la posición a la que nos había llevado nuestra constante inquietud nos obligó.
Nos miramos a los ojos y no pudimos evitar estallar en carcajadas al darnos
cuenta que, un par de centímetros más, y él hubiera terminado de cabeza contra
el suelo.

—¿Qué te pasó, Ro? —preguntó él, cuando nos reacomodamos sobre la cama.

—¿Eh? Nada, ¿por qué?

—Todo esto... Tú sabes bien lo complicadas que eran nuestras relaciones íntimas.
Sin embargo, ahora todo es tan simple... Yo tengo ganas de ti, tú tienes ganas de
mí... y nos lo decimos sin problemas, ¿me entiendes?

Sí, entendía perfectamente lo que me quería decir, pero ahondar en ese tema no
me convenía demasiado, así que decidí hacer que se callara como yo mejor sabía.
Sin que se lo esperara, me incorporé con rapidez y pegué un salto para quedar
sentada a horcajadas sobre él.
—A partir de ahora quiero que todas las noches sean como la de ayer, ¿me
entiendes tú a mí? —dije, apoyando ambas manos en su estómago y sacando un
poco el culito hasta apresar su entrepierna en el centro de mis nalgas. Antes de
seguir hablando, comencé a moverme rítmica y sensualmente sobre su ya
pronunciado bulto—. Soy tu mujer, Benjamín, soy tu hembra. Y tú eres mi
hombre, eres mi macho. No quiero que tengas más dudas cuando trates conmigo,
¿me entiendes? Cuanto estemos solos no voy a permitir que vaciles más. Las
dudas déjalas para tu trabajo, para tus compañeros, para tus amigos. Conmigo no,
ya no, ¿me entiendes? —continué sermoneándolo, mirándolo directamente a los
ojos, intentando que mis puntos quedaran claros y no los atribuyera simplemente
al calentón del momento.

—Rocío... Yo...

—Cállate. Así que acaríciame, haz con mi cuerpo lo que quieras. Deja que tus
deseos más profundos salgan a la luz, no los reprimas más. Deja que fluyan, que
se liberen. Libérate, liberémonos... Este cuerpo te necesita, te necesita mucho más
de lo que tú te crees; atiéndelo como se merece, como te lo pide él, como te lo
pido yo. No soy una muñeca de porcelana, no me voy a romper, ni me voy a
morir, no me va a pasar nada. Y, aunque así fuera, preferiría morir satisfaciendo
todas y cada una de mis necesidades como mujer que pasarme toda la vida
reprimiéndome y acabar mis días siendo una amargada como mi madre... ¿Me
entiendes?

Benjamín se quedó callado y con gesto de sorpresa. Nunca se esperó una reacción
así por mi parte. Si bien la noche anterior ya me había mostrado de forma
totalmente distinta con él, era la primera vez que le contaba mis deseos de esa
forma tan cristalina. Y soltarme así me hizo entrar en un estado de euforia que
sólo iba a poder aplacarse de una sola manera.

—Ro...

No quise esperar a que reaccionara. Sabía que semejante estamento de mi parte


no iba a ser fácil de digerir, pero necesitaba aprovechar el envión y convertirlo
rápidamente en la fuente que nos proporcionara a ambos el placer que
necesitábamos para sellar definitivamente el cambio radical que había dado
nuestra relación.

Con una mirada llena de lujuria, me quité el sujetador y lo arrojé a la primera


dirección que apuntó mi mano. Benjamín me miraba expectante ahora, pero yo
sabía que estaba más que preparado para reactivarse cuando el momento llegara.
Sin dejar de mirarlo, tiré mi cuerpo hacia atrás, apoyándome en sus muslos, y
retomé el bailecito que había comenzado antes. Luego de varios segundos, los que
mi brazos tardaron en cansarse, decidí que ya era hora de que Benjamín
participara también. Sin detener el meneo de mi culito, cogí sus manos y las dejé
caer, con mucha suavidad, sobre mis pechos. Y ese simple gesto, fue el 'click' que
hizo despertar a mi macho.

—No voy a dudar más, te lo prometo —dijo entonces, fulminándome con una
mirada llena de lujuria— Te amo.
—Te amo —contesté.

—Te amo —repitió, y buscó mis labios.

Y lo acompañé, acompañé su deseo con la mayor de mis sonrisas. Me abracé a su


cuello y nos regalamos otro beso para la historia, para nuestra historia. Pero
queríamos, necesitábamos mucho más que un beso, necesitábamos sentir cada
centímetro de nuestro cuerpo. Queríamos sentir como cada uno de nosotros se
derretía deleitándose con los encantos del otro. Por eso, Benjamín me levantó en
el aire, haciendo gala de una fuerza increíble, y me estampó contra la cama como
si se tratara de una llave de lucha libre. Los dos reímos como adolescentes y
volvimos a darnos otros beso maratónico, beso que terminó recién cuando nuestra
respiración ya sólo era un pequeño hilo entrando y saliendo por la comisura de
nuestros labios. Emblesado, Benjamín comenzó a reptar por mi cuerpo hacia
abajo, deteniéndose únicamente para mimar mis ya erectísimos pezones. Para
saborearlos como si se trataran del mayor manjar del mundo; para lamerlos y
succionarlos como si buscara extraer de ellos el néctar más delicioso del universo.
Y mis jadeos se fueron transformando poco a poco en gemidos, en gemidos que en
cualquier momento iban a empezar a ser gritos, gritos de súplica para que fuera
directamente al punto de mi cuerpo que más exigido estaba.

—Te amo —susurraba— Te amo más que nunca. Te amo. Te amo.

A cada palabra que pronunciaba, más contundente salía mi respiración, más


ruidosa, y mis movimientos se acompasaban con todo ese ajetreo. Lo necesitaba
ya entre mis piernas, era el momento. Me quité las bragas de un solo estirón y, sin
perder tiempo, haciendo presión en su coronilla con las dos manos, lo empujé
hacia abajo de la forma más violenta que pude esperando que ya supiera lo que
tenía que hacer. Y vaya que si lo supo. Sin necesidad de que yo le dijera, como
había sido habitual toda nuestra vida juntos, enterró su cara en mi coñito y puso
en funcionamiento esa lengua que tanto me había hecho disfrutar la noche
anterior.

—Te amo —consiguió decir entre acometida y acometida en mi sexo—. Te amo.

—Repítelo —respondí yo, igual de extasiada.

—Te amo —insistió él—. Te amo, te amo.

Cada vez que pronunciaba esas dos palabras, se producía un efecto casi
afrodisiaco en mí. Provocaba que mis manos se movieran todavía más rápido por
su cabello, por su nuca, por sus hombros. Provocaba que no pudiera abrir los ojos
por miedo a romper el hechizo al que estaba siendo sometida.

—Fóllame... ya —dije, finalmente.

—No —respondió.

—Por favor... Métemela...


—No —repitió, implacable.

—Te necesito dentro... Fóllame...

—¡No!

Parecía que estaba jugando conmigo, pero no tardé en darme cuenta de que algo
no iba bien. Benjamín de pronto comenzó a moverse de forma torpe y a no dar pie
con bola. Sus caricias se volvieron erráticas, así como su respiración. En un primer
momento, creí que estaba intentando bajar las revoluciones, que pretendía que el
ambiente se enfriara un poco. No entendía por qué, yo estaba ardiendo como el
motor de un tractor y él tenía su herramienta como para trabajar acero hirviendo
con ella, no tenía ningún sentido. Iba a clavarle las uñas en la espalda y obligarlo a
que me follara de una vez, pero algo me hizo pensar antes de actuar.

—¿Qué te pasa, Benja? —pregunté, obligándolo a levantar la cabeza y a mirarme a


los ojos. Tardó un par de segundos en contestar... O, mejor dicho, tardó varios
segundos en juntar el valor.

—Me dijiste que no dude... pero si te la meto ahora... se terminó todo. No puedo
más...

—¿Qué? ¿Cómo que se terminó todo? ¿De qué hablas?

—Si te la meto ahora... me voy a venir enseguida —dijo, esquivándome la mirada,


provocando en mí un deseo inmenso de matarlo.

—¿De verdad me estás diciendo esto, Benjamín? —le contesté—. ¡Cuando te dije
que no dudaras, me refería a estas cosas también! ¡Mírame a los ojos! —le ordené,
sentándome en la cama y haciéndolo sentar a él también, enfadada de verdad.

—¿Qué...?

—¿Quién es tu novia?

—Tú...

—¿Quién es la mujer con la que pretendes pasar el resto de tus días?

—Tú...

—Bien, ¿y quién es mi novio?

—Yo...

—¿Y quién es el hombre con el que pretendo pasar el resto de mis días?

—Yo...
—Pues ya está. Quiero que te quites todos los miedos cuando estés conmigo, te lo
he dicho antes. Yo no soy una cualquiera, no soy un ligue que acabas de conocer y
que tienes miedo de perder. Yo soy la mujer que se ha entregado a ti para
siempre, la mujer que te ha aceptado con tus virtudes y con tus defectos.

—Rocío...

—Quizás te parezca que esté exagerando, pero en serio que quiero cambiar esa
manera de verme que tienes. Quiero que me bajes de ese pedestal en el que me
tienes. Recién me tenías gozando como a una golfa, ¿no me estabas viendo? La
Rocío delicada, la Rocío recatada, la Rocío miedosa, la Rocío de antes ya no existe
más, ¿me entiendes? Si yo te pido que me folles... Sí, que me folles, del verbo
follar, ¡pues fóllame! ¡No me respondas con un seco 'no'!

—Pero, Rocío, en serio que estaba a punto de...

—¡Pues te corres y no pasa nada! ¡No tienes 70 años, por el amor de dios, no va a
tardar una semana en volver a ponérsete dura! Me la metes, te corres, y ya luego
buscamos otra manera para intentar satisfacerme a mí. Y si no la encontramos
hoy, no pasa nada, yo voy a estar feliz igual de haber conseguido que tú, el amor
de mi vida, te lo hayas pasado bien.

Me había ido por las ramas de una forma increíble y no sabía cómo iba a continuar
la noche a partir de ahí, pero esa había sido mi última bala para intentar lograr
que Benjamín aprendiera la lección de una vez por todas. Tenía que hacerlo
cambiar, por dios que tenía que hacerlo cambiar.

—Lo siento... Yo... es que no quería decepcionarte... —dijo, al fin, con la cabeza
gacha.

—Está bien, ya está. No pasó nada.

—No quiero que la noche termine así, Ro —dijo, luego, pero sin mucha seguridad.

—Y no va a terminar así —respondí yo, de igual manera. Ya la magia había


desaparecido, se había esfumado; pero, si dejaba las cosas de esa manera, no
sabía si él iba a lograr recuperarse de un golpe de esa magnitud—. Bueno, no
todas son malas noticias, al menos tu amiguito se tranquilizó un poco con todo
esto —reí.

—Pues sí... Aunque ahora hay que volver a reanimarlo...

—Déjamelo a mí.

Lo que parecía que iba a ser una noche ideal, terminó de una de las peores
maneras posibles. Sí, al final hicimos el amor, o al menos algo parecido, porque
Benjamín no se recompuso en ningún momento del golpe inicial. Y yo... bueno,
yo... yo hacía tiempo que había perdido la costumbre de llevarme ese tipo de
reveses en la cama, y no me resultó nada fácil continuar después de ese
"gatillazo" técnico.

Aunque, al menos, sí que pude sacar un dato positivo de todo aquello: no se me


daba del todo mal fingir orgasmos.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Benjamín.

—Ey, fantasma, despierta. ¿Quieres un café o no?

—¿Eh? Sí, por favor...

—Vaya cara que traes hoy, Benjamín... ¿Es por el Barça? Venga, hombre, que
siguen primeros de grupo.

—Ya... Tienes razón...

Luciano y Sebastián seguían ladrando a mi lado, pero yo no me enteraba de nada.


Después de todo, es lo que pasa cuando solamente duermes tres míseras horas.
Todavía me quedaban más de seis de trabajo y yo ya tenía ganas de pegarme un
tiro.

—¡Buenos días! Perdón por llegar tarde, pero el autobús se frenó en medio de la
carretera por un loco que chocó su moto...

—Ah...

—¿"Ah"? Vaya reacción ante el saludo mañanero de esta belleza —me regañó
Luciano.

—¿Eh? Oh... —reaccioné— Disculpa, Clara, pero no pasé la mejor de las noches... 
¿Fue grave?

—¡No! Aunque de milagro. El loco logró frenar a tiempo, pero se pegó un buen
golpe contra la glorieta. Pudo haber resultado mucho peor...

—Me alegro, pues.

—¿Vieron a Santos por aquí? Necesito entregarle unos papeles que me pidió.
Espero que no sea demasiado tarde...

—Seguro que no, mujer. Está en su despacho, creo que está reunido con Lourdes,
así que golpea antes de entrar —dijo Luciano, de nuevo, guiñándole un ojo con la
última frase.

—Ah, de acuerdo, entonces iré luego.

—¡Que es broma, por dios!


—Sí, ya, pero prefiero ir más tarde.

La conversación terminó cuando apareció Romina para decirnos que nos


pusiéramos a trabajar. Sí, ahora Romina, que en ausencia de Mauricio ejercía de
secretaria de Barrientos, era la encargada de poner orden cuando el jefe no
estaba. Cosa que tenía un poco cabreados a algunos miembros de la planta que no
soportaban que una simple mecanógrafa viniera a decirles lo que tenían que hacer.
La confianza en el nuevo encargado era total por parte de todos, pero el trato
diferencial que estaba teniendo con algunos no terminaba de calar bien en aquellos
compañeros que tenían los humos algo subiditos. Y la única apuntada no era
Romina, Lourdes también estaba en el punto de mira, más que nada debido a que
Barrientos no se separaba de ella ni para ir al baño. Y eso que apenas llevábamos
unos pocos días de cambios...

Por suerte, la mañana transcurrió normal, conmigo un poco decaído por la falta de
sueño, pero normal a fin de cuentas. Trabajar con Clara era un regalo que me
había dado el cielo. Además de no molestarme para nada, también se ofrecía para
hacer parte de mi trabajo a modo de práctica. Y esa mañana, al verme cabizbajo,
lo terminó todo ella sola en mucho menos tiempo de lo que lo habría hecho yo.

—¿Te vienes a la cafetería? —me preguntó, cerca del mediodía.

—¿Eh? ¿Tú en la cafetería? Qué raro...

—¡La de aquí no! La de siempre... —dijo, bajando un poco la mirada, dejando un


aire de cierta timidez.

—¿La de sie...? ¡Ah, joder! Pues... ¿no puede ser un poco más cerca? Si supieras
las ganas que tengo de bajar todos los pisos de nuevo...

—Oh... Pues nada... En media hora vuelvo entonces.

—¿Y por qué no te vienes con nosotros a la cafetería de aquí? No te va a pasar


nada por una sola vez...

—Ya... Por mí iría, pero como Romina y Lourdes no me tragan... Bueno, creo que
no me traga el 80% de la planta, pero ya me entiendes —rio, tímidamente de
nuevo.

—Romina y Lourdes ahora se van al piso de abajo en los descansos. Sólo


estaremos Luciano, Sebas, tú y yo. Y a ellos no les caes muy mal que digamos,
¿no? —le sonreí, tratando de convencerla, mostrándome un poco más animado yo
también.

—Pues... —dudó—. Bueno, vale.

—¡Estupendo!
Tardé unos tres minutos en ponerme en marcha. Tenía que dejar listas las cosas
para la tarde y en ese estado me costaba todo el doble. El descanso comenzaba a
las 12:00 y duraba media hora, pero con el trabajo que habíamos adelantado, nos
podíamos dar el lujo de tomarnos media más. Llegamos a la cafetería diez minutos
pasados del mediodía. Luciano y Sebas se estaban levantando de una de las mesas
cuando entramos.

—Ey, ¿a dónde van? —pregunté yo.

—El gilipollas de Montoya no sé qué tocó en el PC y perdió todos los datos de esta
semana. Voy con Sebas a ver si tiene salvación. ¡Hombre, Clara! Por una vez que
vienes por aquí y nosotros... ¡Puto Montoya! Le voy a dar un par de hostias cuando
lo vea —sentenció Luciano, provocando en Clara una pequeña carcajada.

—¿Y no puede esperar? ¿Justo en el descanso tiene que ser?

—Que no, que nos acaba de llamar desesperado. A ver si todavía se va a tirar por
la ventana... Que es el curro de toda una semana, Benjamito.

—Vale... Pues... después nos vemos.

—Que sí. ¡Y te me portas bien con la chiquilla! —dijo, antes de irse.

—¡Pírate de una vez, anda! —sentencié.

No me esperaba tener que quedarme a solas con Clara sin trabajo de por medio.
No es que me molestara, pero no tenía muy claro de qué cosas podía hablar con
ella.

Nos sentamos en la mesa que habían dejado libre aquellos dos; pedimos un café
con leche para ella y uno bien fuerte para mí.

—¿No quieres nada más? —le pregunté— Invito yo, venga.

—¡No, no! Estoy bien así, gracias.

—Hay que cuidar la línea, ¿eh? —bromeé.

—Por supuesto. Este cuerpazo no se mantiene solo, ¿sabes? —rio, con guiño de
ojo incluido.

—Me imagino... Mi novia es igual que tú con la comida y...

Me quedé en blanco. Mencionar a Rocío en ese momento provocó que recordara la


espantosa escena de la noche anterior. Mi gesto cambió por completo y,
obviamente, no pasó desapercibido para Clara.

—Oye, ¿estás bien?


—¿Eh? Sí, sí... Disculpa... ¡La falta de sueño! —me excusé, tratando de
recomponer mi rostro. Pero el remolino de pensamientos ya había comenzado a
girar y...

—Benjamín... ¿en serio estás bien? Mira, ya sé que no soy nadie para pedirte que
me cuentes tus cosas, mucho menos después de todo lo que te hice, pero...

No pude evitar levantar la cabeza y mirarla un tanto sorprendido. Era la primera


vez que Clara hablaba de lo que había sucedido entre nosotros. Y en el momento
no supe cómo reaccionar. Estuve a punto de obviar su comentario y responder
directamente a su pregunta, pero algo en su mirada me dijo que ella quería hablar
de ello.

—¿Por qué dices eso? —le pregunté.

—¿El qué? Dije muchas cosas.

—Lo de "después de todo lo que te hice" —respondió. Hizo una pausa larga antes
de continuar.

—Ya sabes... Me porté muy mal contigo, y encima...

—¿Y encima qué? —volvió a hacer otra pausa.

—Déjalo, no debí sacar el tema. No creo que este sea el mejor lugar para hablar
de ello.

—¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo? —ya me había arrojado al mar y no me iba a
echar atrás. Sentía que todo iba a ser mucho más fácil si terminaba de solucionar
las cosas con ella.

—Benji... —me miró, con la cabeza gacha y alzando la vista. Además, volviendo a
pronunciar ese apodo que hacía tanto tiempo no usaba—. Me gustaría hablar
contigo de todo esto, pero de verdad pienso que este no es momento ni lugar. Hay
muchas cosas que me quiero sacar de encima y no sé qué tanto pueda eso afectar
nuestra relación aquí en la oficina, ¿entiendes?

—Bueno, viéndolo así... Pues... ¿cuándo tienes un hueco libre? —me animé.

—¿Eh?

—Sí, quedemos para hablarlo en algún otro lugar.

—¿Eh? ¿Quieres que quedemos fuera del trabajo? —hicimos un breve silencio
mientras la camarera nos ponía los cafés.

—Sí, ¿por qué no? —reanudé.

—No sé... Tan repentino... Yo creía que...


—Mira, Clara —la interrumpí—, no te voy a mentir y decirte que estaba enfadado o
triste cuando no me hablabas. Ciertamente en esta etapa de mi vida mientras
menos problemas tenga, mucho mejor. Sí, desde que te conocí te consideré un
problema, un problema que tenía que quitarme de encima a toda costa. Por eso no
quería trabajar contigo cuando Barrientos nos lo propuso, ¿sabes?

—Ya... —dijo, con un poco de pena en su voz.

—Pero ahora es distinto... Siento que ahora sí que conozco a la verdadera Clara,
que la otra chiquilla caprichosa, molesta, irresponsable era otra persona. Sí, ya,
que sólo pasaron unas semanas desde que te conozco; pero vaya si no hemos
vivido cosas tú y yo en tan sólo unas semanas...

—¿Adónde quieres llegar con todo esto? —saltó entonces—. Porque te estás
quedando a gusto poniéndome verde... —su semblante cambió considerablemente,
parecía una adolescente enfadada a la que le estaban echando la bronca. Y me
hizo reír—. Y encima te ríes.

—Perdona, perdona. A lo que voy es que ya no te veo como un problema. Todo lo


contrario, me estás ayudando una barbaridad con el trabajo. No sé qué haría sin ti
estos días, sinceramente. Y ahora que estás tan simpática... no sé... siento que,
quizás, algún día podamos ser amigos.

—Vaya... —dijo ella, un tanto ruborizada—. Eres un buenazo, la verdad... Después


de todo lo que te hice —repitió, una vez más.

—¡Y dale con eso! ¿Quieres hablarlo ya o no? Oye, que yo te he abierto mi
corazón, ¿sabes? —bromeé.

—No, ahora no. Insisto. Quedemos mejor. Dime cuándo te viene bien.

—No sé... ¿después del trabajo hoy?

—Hoy no puedo... Voy a clases de inglés, ¿sabías? Santos me dijo que


perfeccionarme en idiomas me va a venir fenomenal para este trabajo en el futuro
—me comentó, un poco más alegre ahora.

—Y tiene mucha razón. Bueno, mañana lo vamos viendo entonces.

—De acuerdo, pero seguramente hasta... —pensó—, hasta el sábado no pueda.

—Oye, Clara —la interrumpí—, sea por lo que fuere, tú y yo hemos intimado
mucho más de lo que me hubiese imaginado cuando te conocí. Para mí no eres
una más en mi lista de ligues, yo no soy esa clase de hombre, ¿sabes? —se
ruborizó de nuevo—. Perdona que sea tan directo con todo esto, pero es que
quiero dejar las cosas claras desde ya. Y, ¿el sábado has dicho?, bueno, el sábado,
cuando hablemos lo que tengamos que hablar, quiero empezar desde cero contigo,
¿de acuerdo?
—Yo... —se sorprendió, no se esperaba que yo, el tímido e introvertido Benjamín,
le dijera todo eso. Y no la culpaba, sinceramente—. Vale, de acuerdo.

Una vez acordamos vernos para terminar de limar las asperezas que quedaban
entre nosotros, nos quedaba poco más de media hora para hablar de trabajo, o de
lo que a nosotros nos diera la gana. O eso creíamos, porque, a los pocos minutos,
apareció alguien a quien no le iba a hacer mucha gracia esa pequeña reunión.

—¡Benjamín! Por fin te encuen... Ah, hola —saludó Lulú.

—Hola —dijo también Clara.

—¿Puedes venir un minuto conmigo? —me pidió mi jefa, ignorando completamente


el saludo de la chica.

—Sí... ¿Me esperas un momento? —dije yo, mirando en dirección a Clara.

—No te preocupes por mí —sonrió—. Tengo cosas que hacer. Ve tranquilo.

Lulú me cogió del brazo y me sacó de la cafetería a las apuradas. No nos


detuvimos hasta que encontramos un rincón con poca gente alrededor.

—¿Entonces te vuelves a llevar bien con la niñata? Un poco más y pienso que
estoy interrumpiendo algo —fue lo primero que me dijo.

—¿Qué dices, loca? Creo que juntarte tanto con Romina te está afectando de
verdad...

—Bueno, no es por eso por lo que te llamé... Es por Santos... Hoy se pasó de la
raya de nuevo, y yo ya no sé qué más hacer —contó. A pesar de la cierta gravedad
que tenía todo el caso, no la veía tan preocupada.

—¿Por qué? ¿Qué hizo esta vez? —me interesé yo, aunque no con mucho énfasis.

—Oye, que esto es serio, ¿sabes? Si no quieres escucharme entonces me...

—Que no, mujer, cuéntame. No estoy teniendo el mejor de mis días, no me hagas
mucho caso... ¿Qué hizo?

—Vale... —se lo pensó, y bajó un poco la voz luego—. Me invitó a cenar esta
noche... Y me dijo que me ponga guapa.

—Ok, ¿y lo grave? —intervine.

—¡Joder, Benjamín! ¡Que no quiero nada con ese hombre? ¿Cómo te lo tengo que
decir?
—Es que vienes y me dices que se pasó de la raya, y yo... no sé, me imagino que
te intentó forzar contra el escritorio —exageré. Ella abrió los ojos de una forma
muy graciosa.

—Vete a la mierda.

—¡Joder con Lourditas! ¿Qué te ha pasado? Antes no decías palabrotas ni cuando


te sacaban de quicio.

—Es por culpa de ustedes los hombres, que me tienen trastornada.

—Vale, ¿entonces qué vas a hacer? ¿Vas a ir?

—Sí, claro que voy a ir... —viró un poco la cabeza hacia el lado contrario... y luego
me miró de reojo—. Y... ¿tú vas a venir conmigo?

—¿Qué? ¿Es una pregunta o una orden?

—¿Las dos cosas? —preguntó de nuevo, mordiéndose un poco el labio inferior.

—¿Qué pinto yo en una cena contigo y Barrientos? No, creo que voy a pasar.

—¡Por favor, Benja! Él todavía no se me declaró abiertamente, que invite a una


persona a lo que se supone es una cena íntima es un mensaje directo y
contundente. ¡Te lo suplico! —ahora sí que la veía desesperada. O no sé si esa era
la palabra adecuada... Tal vez "ansiosa" definía mejor su estado.

—¿Y yo qué le digo a Rocío? "Oye, Ro, que una compañera de trabajo me invitó a
cenar, no me esperes despierta".

—¿En serio me lo dices? Que es una sola noche, Benjamín.

—Joder, Lourdes... Que no, que no me convences, ¿y si luego Barrientos quiere ir


a otro lugar? Que no quiero más problemas en casa... —ahora el que suplicaba era
yo.

—Que no, Benja, eso no va a suceder. Escúchame, por favor.

—¿Qué?

—Mira, es así de sencillo: Santos y yo nos tenemos que quedar hoy hasta más
tarde aquí porque tenemos que reordenar un par de archivadores para mañana.
Hasta ahí bien, ¿no? Vale. Tú te vienes con tu coche sobre las 20:30, y yo te
estaría esperando en el aparcamiento. Él llegará después, nos verá charlando, y yo
te invitaré a cenar con nosotros delante de él como quien no quiere la cosa. ¡Es
perfecto el plan!

—Joder...
No sabía cómo explicarle de manera que lo entendiera. Necesitaba sí o sí dedicarle
a Rocío el resto del día. Hasta la última hora, me daba igual todo. Lulú tenía en
sus ojos algo que te atrapaba, que te atraía, por esa razón a muchos de los
empleados les costaba decirle que no. Y por eso a mí me estaba costando tanto
reclinar su invitación... Por eso hasta me estaba pensando aceptar... Pero no, no
podía.

Que no, Lu, que acabo de estabilizar las cosas en casa y no quiero más marrones.
Hoy tengo que quedarme en casa.

—¿Echarme una mano a mí es un marrón?

—Entiéndeme, por favor —volví a suplicarle.

—Un marrón, de acuerdo —repitió, dándose la vuelta con un gesto de pena que no
me dejó nada tranquilo.

—¿Me vas a hacer quedar como un cabrón, encima?

—No, pero yo siempre... Déjalo, no importa. Haz de cuenta que no te pedí nada.

—Lulú, no te enfades, por fav...

Pero no me escuchó más, se dio la vuelta y se fue. Me quedé con cara de idiota ahí
parado. Sí, sabiendo que había hecho lo correcto, pero con cara de idiota. Me daba
muchísima lástima darle la espalda a mi jefa y amiga, pero no podía, por más que
lo pensara... no podía. No después del fracaso de la noche anterior.

Regresé a la cafetería esperando encontrar a Clara, pero ya se había ido. Me


mosqueé, porque Lulú había llegado justo en el mejor momento de mi charla con
ella, y ahora iba a tener que pasar el resto del descanso solo. Y no me interesaba
para nada estar solo, porque estar solo significaba ponerme a pensar en cosas que
me iban a hacer mal, y todavía quedaba un largo día de trabajo...

Elegí una de las mesas, me pedí otro café, y me quedé ahí sentado esperando que
el tiempo pasara...

—Me cago en mi vida.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 14:10 hs. - Rocío.

—Ya no puedo más... Ya no puedo más, te lo juro.

—Te mereces algo mejor, llevo mucho tiempo diciéndotelo.

—¿Y qué hago? ¿Lo dejo sin más? No soy capaz de romper una relación de danto
tiempo así como así. Yo lo amaba, pero lo de anoche ha sido...

—Sabes bien que yo nunca te haría algo así.


—Lo sé... No hay nadie más fiable que tú, por eso te amo tanto.

—¿Entonces lo vas a dejar?

—Sí, lo voy a dejar. Quiero estar contigo para siempre.

—Yo también quiero estar contigo para siempre, te amo.

—Te amo, Rolando.

Ya ni la televisión me dejaba en paz. Todos los canales me hacían acordar a lo


sucedido la noche anterior. Aunque también era porque no había dejado de pensar
en ello en todo el día. También, quizás, tendría algo que ver el haber pasado toda
la mañana sola, porque Alejo no había dado señales de vida en todo el día.
Desayuné sola, almorcé sola, y tenía pinta que el resto de la tarde iba a seguir
estando sola.

O no...

—Buenas —dijo Alejo, apareciendo de pronto por la puerta de la casa.

—Hola. ¿Dónde estabas? —lo saludé, preocupada.

—Trabajando. De paso aproveché para buscar algún pisito por la zona.

—¿Y...? —me interesé— ¿Encontraste algo?

—No, pero ya voy a encontrar. Quedate tranquila.

—Oye, ¿qué te pasa? —le pregunté, un tanto mosqueada por el tono de su


respuesta.

—Nada. Me voy a dar una ducha. ¿Querés pasar antes? —respondió él, ignorando
mi cabreo.

—No.

—Ok.

Otra vez venía en plan víctima. No lo soportaba cuando se ponía así, me ponía de
un humor de perros, y eso no ayudaba para nada a mejorar ese malísimo día. Para
colmo, hacía un par de horas, me había llamado la señora Mariela para decirme si
podía pasarme por su casa el jueves; para recuperar las clases que no habíamos
dado el lunes y tal. Lo cierto es que no tenía ganas de volver a ver a ese chiquillo
después de nuestro último encuentro, pero no podía darme el lujo de perder ese
trabajo que, en ese momento, era lo único que me ayudaba a abstraerme de todos
mis problemas.
Ya mentalizada en que Alejo no iba a quedarse a hacerme compañía, me puse a
contar los segundos que faltaban para que Benjamín volviera del trabajo. Me
sentía fatal por lo ocurrido; quería arreglarlo de alguna manera. Aunque también
era cierto que sabía que yo no había tenido la culpa de nada. Pero eso no me
importaba, no iba a dejar que el orgullo me dominara de nuevo; bastantes errores
había cometido ya por mi testarudez.

Quedaba una hora todavía para que llegara, y en mi cabeza ya estaba haciendo
planes para pasar el resto de la tarde con él. Cerré las cortinas del salón, dejando
el lugar prácticamente a oscuras, y me tumbé en el sofá a ver si encontraba algo
bueno que ver en la caja boba.

—Buenas —dijo Alejo, apareciendo de golpe y tirándose a mi lado en el sofá.

—Hola —lo saludé de nuevo, sorprendida.

—¿Cómo fue el día? —preguntó, quitándome el mando de la tele y empezando a


hacer zapping.

—Eh... Pues aquí. Normal, supongo...

—Ah, me alegro —comentó, sin mucho interés, mientras buscaba un canal que le
interesara.

—¿Y el tuyo? ¿Qué tal el trabajo? —me interesé yo esta vez.

—Meh —balbuceó—. He tenido días mejores, pero nada grave.

—Ah...

No hablamos más, y la tranquilidad volvió a reinar en el salón. Él encontró por fin


algo que ver en la tele y yo lo acompañé en silencio. Los primeros minutos no dejé
de mirar el reloj, deseando que el tiempo pasara y Benjamín llegara de una vez,
pero no duré mucho de esa manera; en un momento decidí relajarme, y terminé
por quedarme enganchada a la película que había puesto Alejo.

—Un tarado el protagonista... ¿Por qué no le dice que el asesino es el novio? —


comentó de pronto, rompiendo el silencio.

—Supongo que porque no le interesa meterse en problemas con el amigo... ¿Y si


se lo dice y termina matándolo a él también?

—Para mí es un cagón. Como lo que quiere es garcharse a la rubia, tiene miedo de


decirle la verdad, que no le crea y, encima, termine odiándolo. Un cagón.

—No todos los hombres se quieren acostar con las mujeres de sus amigos, ¿sabes?
—le respondí, con una poca de intención. Alejo se me quedó mirando.
—¿Lo decís por mí? Yo nunca me cogí a la mujer de un amigo, eh. Para mí las
novias de mis amigos tienen barba.

—Ya...

Volvimos a callarnos. No tenía ni idea de por qué le había dicho eso, lo último que
quería era volver a quedarme sola. Por suerte no me hizo mucho caso y seguimos
viendo la tele, pero me preocupada esa tendencia mía de meterme con la gente
porque sí cuando a mí no me iban bien las cosas. Bueno, ya no sólo meterme con
la gente, sino también el no saber comportarme según qué momentos.

—Te lo dije —murmuró entonces, casi sin inmutarse.

—Es una película, ¿qué esperabas? —respondí yo.

El protagonista de la película terminó por estallar y se abalanzó sobre la novia de


su amigo a besarla con desesperación. La chica se resistió al principio, pero no
tardó en abandonarse al placer, demostrándonos a todos que ella también lo
deseaba. La escena continuó con ambos besándose, ya medio desnudos, apoyados
en la pared de la cocina de la casa de ella. En un momento, él desesperado, la da
vuelta y la cámara nos muestra a ambos derretirse juntos, luego de una fuerte
embestida del protagonista por detrás. Increíblemente, la escena no terminaba
después de eso, algo poco común en una película a esas horas de la tarde.
«Vámonos a la cama», dijo ella. «Vamos», respondió él. La siguiente toma los
mostró subiendo las escaleras a toda prisa para luego encerrarse en la habitación
que, yo suponía, era de ella y de su novio.

—Vaya escenita... —dije yo— Mira que poner una película así a est... ¡¿Qué
haces?!

Giré la cabeza a mi izquierda para mostrar mi desconcierto por lo que acabábamos


de ver, y, ¿con qué me encuentro? Con Alejo con el pene afuera y meneándoselo
con ganas.

—Una paja. Me puso a mil la peliculita —contestó, sin inmutarse de nuevo.

—¡Guárdate eso, que en cualquier momento viene Benjamín! —lo regañé,


apartando la mirada rápidamente.

—¿Por qué? ¿Benjamín nunca se hizo una paja? —continuó, ignorando mi pedido
completamente.

—A veces me das asco. No me gusta cuando te comportas como un capullo.

—Son las tres y pico de la tarde, Rocío. Todavía falta una hora para que vuelva el
tipo.
—¡Me da igual! ¿Te parece a ti normal que estemos viendo la tele como dos
personas civilizadas y tú de golpe te pongas a... hacer eso? —lo señalé, incrédula
todavía.

—Bah, dejate de joder, ni que fuéramos dos desconocidos, nena. Yo a vos te


garché de cuarenta formas diferentes ya, mirá si te vas a poner así por verme
hacer una paja. Ya va siendo hora de que maduremos —dijo, un poco más
indignado esta vez, pero sin dejar de menearse el miembro.

—¡Déjate eso quieto de una vez! ¡Por lo menos mientras hablas conmigo!

—¿Y por qué no me ayudás vos en vez de quejarte tanto? Llevás un par de día sin
atenderme como es debido.

—¿Sin atenderte como es debido? Oye, guapo, que yo no soy una de esas putas a
las que estás acostumbrado a follarte.

Dejó de masturbarse, me cogió por la espalda y me acercó a él con agresividad,


colocando mi pierna derecha encima de la suya y apoyando su mano bien abierta
en toda la redondez de mi nalga.

—No, tenés razón, sos mejor que esas putas a las que estoy acostumbrado a
"fosharme". Y así me tenés, como un adolescente, que veo una cogida en la tele y
ya se me pone dura —me dijo, con mucha seriedad y mirándome fijamente a los
ojos.

Sin más, me lo quité de encima de un empujón. Se me habían ido todas las ganas
que tenía de que me hiciera compañía. Me daba mucha rabia que se portara así,
porque él sabía bien que no tenía que actuar como el típico cabrón para poder
estar conmigo. Sí, era cierto que esos últimos días había estado concentrada en
Benjamín y me había olvidado un poco de él, pero eso no le daba derecho a
tratarme como a una cualquiera.

Al ver que no iba a obtener nada de mí, se volvió a acomodar en el sofá y continuó
masturbándose, hecho que terminó de indignarme. ¿Qué hice? ¿Qué decisión
tomé? ¿Qué fue lo mejor que se me ocurrió? Otra vez esos cambios de ánimo, esa
bipolaridad que me estaba matando. Otra vez esa estúpida carencia mía de saber
qué hacer según qué momentos.

—Quita —le dije, apartándole la mano con brusquedad.

Me agaché sobre él, me acomodé el cabello para que no me molestara, y me metí


su pene en la boca sin pensármelo dos veces. Él (seguramente sintiéndose
ganador una vez más) me cogió de la nuca e intentó marcar el ritmo de la
mamada, al mismo tiempo que soltaba un par de bufidos de satisfacción por la
nariz. Sí, emulando a un toro, algo ya típico en él. Me lo volví a quitar de encima
con violencia, pellizcándole la mano, dejándole claro que la que mandaba ahí era
yo. Y no tardé en entonarme yo también; decidí olvidarme de todo lo que me
rodeaba y saboreé esa polla como hacía días no lo hacía. Quería reencontrarme
con ella de la mejor manera, quería tratarla con el cariño que se merecía; como si
tuviera vida propia, como si no fuera una parte más del cuerpo de Alejo. Porque
me encantaba ese miembro; aunque yo a veces me resistiera, estaba enamorada
de ese pene y no podía evitar demostrarlo cuando lo tenía en la mano. Y decidí
que esa sería la mentalidad con la que iba a afrontar esa situación improvista.
Estaba claro. Le iba a hacer esa mamada para darme el gusto a mí, no para
saciarlo a él.

Con eso ya decidido, seguí chupándole la polla, a mi ritmo, sin apurarme, pero
tampoco deteniéndome. Quería divertirme, hacerlo como a mí me gustaba, probar
distintas cosas a ver cuál me satisfacía más. Primero me la saqué de la boca y lamí
sus testículos, succionándolos un buen rato y luego soltándolos, dejándolos
chorreando de saliva y con los pelillos pegoteados en la piel. No me importaba su
reacción; si le dolía, si le gustaba, o si prefería otras cosas, yo iba a seguir
descubriéndome a mí misma. Luego, la cogí por arriba, con la mano cerrada, y
comencé a masturbarlo mientras, con la boca bien sujeta a la base del tronco, se
la lamía de arriba a abajo con un veloz movimiento de lengua. Todo esto, sí, todo
esto sin dejar de masturbarme. Hacía varios minutos que mi mano estaba pegada
en mi chochito, dándome así el placer, las energías que necesitaba para
acompañar esa magnífica felación que estaba realizando.

—No sabés cómo te extrañaba...

¡No quería que hablara! ¿No se había enterado todavía? Aquella cagada sólo
consiguió que se me fueran las ganas de chupársela. Le di un mordisco en la
punta, un mordisco con intención de que lo sintiera, no de que le gustara, y luego
me retiré dejándolo así. En serio, iba a dejarlo a medias para que se jodiera, para
que aprendiera a no jugar conmigo. Pero yo ya estaba chorreando. El masaje en
mi coñito había surtido efecto y ahora necesitaba calmarme, y lo necesitaba ya.

Nuevamente, con la única intención de beneficiarme yo misma, regresé al sillón,


donde Alejo todavía continuaba mirándome con cara de idiota, me monté encima
suya y me clavé esa pedazo de polla hasta el fondo de mis entrañas.

—Aaaaaaaaah —suspiré, con más alivio que otra cosa—. Todo esto es por tu
culpa... No es mi culpa, es tu puta culpa...

Alejo me miraba estupefacto, sorprendido también, pero extrañado más que nada.
Seguramente se creería que esas palabras eran para él, pero no, el destinatario
era otro. Aquél que no había sabido satisfacerme la noche anterior, aquél que me
había obligado a fingir un orgasmo, aquél que todavía no conocía a la verdadera
Rocío... Sí, ya no me refería a mí como la "nueva Rocío", porque esa afirmación
era falsa. Nunca hubo una Rocío de antes y después, sino una falsa y una
verdadera. Una que había permanecido dormida toda su vida mientras la otra
había ocupado, usurpado su lugar. Una que a partir de ese momento iba a tomar
las riendas para siempre.

—Rocío...

—Cierra la boca.
Ya lo dije, no quería que hablara. No necesitaba que hablara. Solamente
necesitaba que su polla estuviera dura. Me aferré a sus hombros con las uñas
clavadas en la tela de su camiseta, tomé distancia, y comencé a cabalgarlo; a
subir y bajar sobre su cuerpo, a contonearme con su falo enterrado dentro de mí,
a disfrutar como una mujer de verdad.

Veinte largos minutos pasaron, entre gritos y jadeos interminables. Alejo estaba
desatado, se notaba que me echaba de menos. Llevaba cinco minutos besando y
mordiendo mis pechos, que ya estaban enrojecidos como fresas. No había dejado
de masajear mi culo en ningún momento, ayudándome en el sube y baja continuo
que nunca había cesado. Y yo... bueno, yo...

—Suéltame... —le dije, arañando sus manos y separándolas de mis nalgas—.


Necesito... necesito... ir a mi ritmo ahora.

—Lo que quieras, mi reina...

—¡Cállate!

Estaba a punto, ya casi, no me faltaba nada. Mi cuerpo me pedía que acelerara, lo


necesitaba ya. Lo que me había sido negado hacía unas cuantas horas estaba a
punto de llegar de la mejor manera posible. Casi poseída, hundí mis garras en el
cuello de Alejo, me clavé hasta el último centímetro de su pene, levanté la cabeza
y...

—¡Aaaaaaaaaaa! —gritó Alejo—. Me vas a arrancar la cabeza, hija de puta.

—¡Me cago en todo! ¡Benjamín!

—¿Dónde? ¿Dónde? —volvió a gritar.

—¡El reloj!

—¿En el reloj?

—¡Que son casi las cuatro, joder! —chillé con todas mis fuerzas.

—¿Y qué? Terminamos rápido y...

—¡Que no! ¡Que Benjamín es súper puntual! ¡Quita ya, coño!

—Ni lo sueñes. Ahora sí que no. No me vas a volver a dejar garpando.

—¿Qué? ¡Suéltame, capullo!

Encima nuestro, a muy poca distancia de mi cabeza, las agujas del reloj señalaban
las cuatro de la tarde, horario en el que Benjamín supuestamente salía de
trabajar. Quizás entré en pánico un poco pronto, puesto que del trabajo de mi
novia a casa, en coche, no se tardaba menos de diez minutos, y si a eso le
sumábamos lo que costaba llegar a nuestro piso en el ascensor, probablemente
superábamos ya los veinte. No obstante, no habían sido pocas las veces que
Benjamín había llegado temprano a casa, por lo que mi temor estaba más que
justificado.

—¡Que me sueltes, cabrón! Suél... —me detuve.

—Me chupa un huevo, portate bien porque...

—Cierra la boca —lo detuve, poniéndole la mano en la boca—. ¡El ascensor! ¡Que
Benjamín ya está aquí!

Me levanté a toda prisa, dejando un rasguño importante en la mejilla de Alejo, y


acomodé todo intentando dejar el menor rastro posible de lo que acababa de
suceder ahí. Cuando terminé, abrí las cortinas, recogí mi ropa, cogí a Alejo de la
mano y me encerré en el cuarto de baño con él.

—JAJAJA —reía Alejo, sin parar— JAJAJAJA.

—¡Cierra la puta boca y vístete! ¡Hablas demasiado!

—No estoy hablando, me estoy riendo. ¿Viste lo que me hiciste en la trucha? Sos
una bestia.

—¿A ver? —pregunté, acercándome a su cara. Efectivamente, le había dejado una


buena marca—. Mierda... Ven aquí, ponte un poco de alcohol.

—Estás diciendo muchas malas palabras, ¿sabés? —volvió a reír.

Agarré el botellín de alcohol del botiquín, un poco de papel higiénico y me puse a


tratarle la lastimadura. En todo ese tiempo que estábamos perdiendo, Alejo se
podría haber vestido e ido a su habitación. Pero, en fin, no podía dejarlo con la
cara chorreando sangre.

—Todavía la tengo dura... —me susurró al oído, mientras intentaba limpiarle la


herida.

—Cállate, por dios... ¿Qué tengo que hacer para que te calles?

—Ayudarme a dejar de tenerla dura.

Dicho eso, se sentó en la taza, que la teníamos al lado, y me invitó a que me


acomodara encima de él. Un poquito harta con todo el tema, terminé haciéndole
caso y me senté encima suyo, de frente, aunque esta vez con las bragas puestas.
Y, en esa posición, seguí curándole el arañazo.

—Dale... portate bien —me decía, intentando esquivar el trozo de papel que se
interponía entre nuestras miradas.
—No, Benjamín está al caer.

—Dale...

—Que no...

Por más que discutiera, por más que me negara, en el fondo sabía que se iba a
salir con la suya. Porque, mientras intercambiábamos monosílabos, sus manos ya
me estaban acariciando el culo, perdiendo sus dedos entre mis glúteos, tratando
de conseguir mi 'sí' intentando llegar a mi lugar más sensible...

—Dale...

—Hazlo... Pero date prisa... —acepté.

Sin perder ni un segundo, movió mi braguita hacia un costado, y me fue


penetrando lentamente, muy lentamente... Se quería hacer desear... Y no era
momento, quería que se diera prisa y me la metiera. Que me hiciera correr y luego
me dejara en paz el resto del día. La estocada final llegó en el momento que
escuchamos la puerta de casa abrirse y la voz de mi novio de fondo.

—¡Rocío! —repitió, hasta tres veces.

Me llevé la mano a la boca, tratando de ahogar un grito de dolor provocado por la


repentina apuntalada de Alejo. Sin darme cuenta, tiré al suelo una botella grande
de gel de ducha que descansaba encima del lavamanos, ocasionando así un
escandaloso estruendo que, seguramente, había escuchado hasta San Pedro.

—¿Rocío? ¿Estás ahí? —se escuchó, de pronto, al otro lado de la puerta.

—S-Sí... —respondí, intentando disimular la voz lo máximo posible.

—¿Ro? ¿Estás bien? —volvió a preguntar.

En ese momento, Alejo me sujetó de los brazos por detrás de mi espalda y


empezó a taladrarme con mucha fuerza. Tuve que morderme los labios, la lengua,
apretar los puños para no gritar; sabía que si salía un solo sonido de mi boca,
podía ser el fin de todo. Pero lo soporté. Fueron muchos segundos los que tardó
Alejo en aflojar un poco, pero lo soporté. Y pude responder...

—Sí... E-Estoy... un poco indispuesta... nada más —me excusé, como pude.

—¿Te traigo un vaso de agua o algo?

—No... En serio... Estoy b-bien, no... te preocupes —repetí, momento que


aprovechó Alejo para volver a la carga—. ¡Ay! ¡Ah!

No pude contener esos alaridos, y casi se me cae el alma suelo por ello. Traté de
pegarle a Alejo para que dejara de molestarme, pero esquivó mi intento de golpe
sujetándome nuevamente por las muñecas, tirando al suelo en el proceso otra de
las botellas que descansaban en el lavamanos.

—¿Qué fue eso? ¿Estás bien? ¡Déjame entrar! —gritó, asustado. Pero la que
estaba empezando a entrar en pánico otra vez era yo.

—¡No fue nada! ¡E-En serio! —volví a excusarme—. En un rato salgo, espérame
en...

En plena charla a través de la puerta con mi novio, Alejo me interrumpió


estampándome un beso en la boca e iniciando una nueva aceleración en el mete-
saca.

—¿Que te espere dónde? Me estoy empezando a asustar, Rocío. Si te pasa algo


dímelo, no tengas vergüenza.

Mientras Benjamín hablaba, Alejo me levantó en volandas y me llevó hasta el


fondo del pequeño habitáculo. Nos situamos en un costado de la bañera, abrió el
grifo de la ducha, y me siguió follando sujetándome contra la pared.

—¿Te vas a duchar? —se volvió a escuchar a Benjamín.

Me sentía fatal por lo que estaba pasando, pero el polvo estaba siendo magnífico.
No le encontraba explicación, pero la sensación en mi interior estaba siendo
maravillosa. Ya había experimentado algo parecido, lo recordaba perfectamente, y
la situación no había sido del todo diferente a esa... Era como si... como si la
presencia de Benjamín le diera un toque... un toque diferente a la follada. Un
nuevo golpe en la puerta del baño me hizo salir del trance. Necesitaba llegar al
orgasmo, no podía esperar más, pero el obstáculo que estaba fuera no me dejaba
concentrar... Respiré profundo, frené las acometidas de Alejo con un par de
golpecitos en su espalda, y...

—Benjamín, espérame en el salón, por favor, no me siento cómoda contigo aquí


escuchando lo que hago dentro del baño...

—Está bien... —respondió enseguida—. Voy a preparar algo para que


merendemos, te espero ahí.

Cuando escuchamos los pasos de Benjamín alejarse, nos miramos a los ojos y nos
volvimos a besar. Alejo me afianzó contra la pared, sujetándome bien fuerte por el
culo,  y se puso a follarme como se debía.

En ese momento dejé de dudar y me entregué al placer. Ya era seguro, ya podía


permitírmelo. Ya no tenía por qué sentir miedo a ser descubierta. Es más, la
sensación era de que podía pasarme toda la tarde follando con Alejo en ese
pequeño cuarto y que nadie nos iba a molestar nunca.

—Hazme correr —le pedí, luego de una mordidita en la oreja.


Estaba en la gloria, lo notaba. Por eso me sonreía, y me chupeteaba el cuello, y
me lamía la cara, y me besaba en los labios, y me taladraba con esa potencia
propia de un macho de su calibre. Así, aguantando mi peso contra la pared, sin
haber cedido ni un poquito en ningún momento, sin haber ahorrado ni una pizca
de energía. Y me hizo gritar, me hizo sudar, me hizo sacudir y disfrutar. Quince
espectaculares minutos seguidos follándome sin parar a un ritmo inhumano, con
unas ganas tremendas, con un vigor poco normal en alguien que recién venía de
trabajar. Sabía que le excitaba más hacerlo conmigo cuando Benjamín estaba en
casa, pero aquello seguía sin parecerme normal. Y llegó, finalmente me hizo llegar.
Estallé en ese orgasmo que me había sido negado los últimos dos días. Enterré las
uñas en la espalda de Alejo y me dejé ir en un nuevo momento que quedaría
grabado en mi memoria para siempre.

—Ah... Ay... Increíble...

—¿Ya... está? —dijo él, entre jadeos— ¿Puedo preocuparme... por mí... ahora?

Lo miré, agotada, extasiada, sin respiración, pero feliz. Sí, me di cuenta de que
era eso lo que necesitaba. Ese era el tipo de hombre que yo quería que se
acostara todos los días en mi cama. Y lo besé. Lo besé, aunque ya parezca
repetitivo, como nunca antes lo había besado. Y, en ese momento, me prometí
que nunca jamás iba a volver a permitir que se repitiera el espectáculo grotesco
que había tenido lugar en mi habitación la noche anterior. El hombre que quisiera
pasar las noches a mi lado iba a tener que aprender a satisfacerme como mi
cuerpo me lo pedía. Y si no... bueno, y si no, la responsable de las consecuencias
no iba ser yo.

—Lléname con tu... ahora. Dámela toda...

Nos dedicamos una nueva sonrisa, nos volvimos a besar, y Alejo continuó
dándome caña hasta que no aguantó más y llenó las profundidades de mi coñito
con su semen. Lo sabía, lo sabía bien, estaba siendo irresponsable de nuevo, pues
cada día estaban más cerca esos 'días'. Pero no me importaba en ese instante; si
mi cuerpo me lo pedía, yo se lo proveía.

No salimos del baño hasta cerca de las cinco de la tarde, luego de una duchita
conjunta y un nuevo polvo debajo del agua. Luego de cambiarme de ropa y volver
al salón, me encontré a Benjamín durmiendo en el sofá, sentado, con la cabeza
caída para un costado. Lo miré y sentí mucha lástima por él, porque era evidente
que se había quedado así mientras me esperaba. La culpabilidad, como casi
siempre, no tardó en aparecer. Esos momentos ya los llevaba mucho mejor que al
principio, pero igual no me terminaba de acostumbrarme a sentirme así.

—Tonto...

Me senté a su lado y me dejé caer sobre su hombro, intentando quedarme


dormida junto a él. A ver si así podría ser capaz de sobrellevar un poco mejor ese
remolino de sensaciones y sentimientos dentro de mí que no sabía cómo
interpretar.
—Tonto...

Por un lado me sentía bien, satisfecha, libre. Por otro lado me sentía sucia, mala,
cobarde. Me inclinaba más por el segundo grupo, pero la sonrisa no se me borraba
de la cara... Mi cuerpo estaba relajado, feliz, conforme...

—Tonto...

Aunque, en ese preciso instante, no era nada de eso lo que me preocupaba más...
En ese momento... lo que más me preocupaba... era lo cachonda que me estaba
poniendo al sentir el semen de Alejo resbalando por la entrada de mi vagina para
fuera.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 20:20 hs. - Benjamín.

—Va a ser una hora como mucho, te lo prometo...

—Es que no entiendo por qué te tienes que ir a cenar con nadie. Tú novia soy yo,
jolines.

La situación era la siguiente: cuando salí del trabajo, luego de una segunda parte
de jornada que no deseaba volver a repetir en mi vida, puesto que a Barrientos le
había dado por darnos a hacer el triple de trabajo en el mismo tiempo, en lo único
que pensaba era en la cara que se le había quedado a Lulú luego de nuestro
encuentro. Sí, tenía que arreglar, de alguna manera, la mierda de noche que le
había dado a mi novia; pero el cargo de conciencia por haberle dado la espalda a
mi jefa era demasiado grande. Además, estaba seguro de que iba a estar todo lo
que quedaba de día pensando en ello y no iba a ser capaz de dar el 100% con
Rocío. Y fallar dos días seguidos sí que era algo que no me podía permitir.

—No seas así, Ro... Tú sabes bien que ella me ha ayudado mucho. No quiero
hacerle el feo.

—¿Y quién más se supone que va? —preguntó, desconfiada.

—Santos Barrientos, el nuevo jefe.

—¿Y...? —añadió, con un gesto que me desconcertó del todo. ¿Tres eran muy
pocos? ¿Si añadía más personas se iba a quedar más tranquila? Me sentía como un
artificiero a punto de desactivar una bomba.

—Eh... y tres o cuatro compañeros más que tú no conoces. Lulú me pidió que vaya
porque ella tampoco los conoce... Quiere una cara conocida, ¿sabes?

—¿Y tu jefe no es una cara conocida? —continuó.

—No del todo...

—Pues... —dudó. Una duda de más de diez segundos...


—¿Puedo?

—Venga, ve. Pero mañana me sacas a cenar a mí, ¿de acuerdo?

—¡Por supuesto! A donde quieras, bebé.

Y ahí me encontraba yo, en el aparcamiento de las oficinas de mi trabajo


esperando a que mi jefa terminara su jornada. Ya eran casi las y media, la hora
que habíamos acordado. Bueno, en realidad no habíamos acordado nada. ¡Lulú no
tenía ni idea de que yo estaba ahí! Estaba en el coche, esperando, pero sin saber
exactamente qué. Lourdes no tenía ningún motivo para bajar antes que Barrientos
al aparcamiento, así que no sabía sí me iba a encontrar con ella allí o no.

—La voy a llamar...

En eso estaba, apunto de llamarla por teléfono cuando apareció de pronto por uno
de los cuatro ascensores que había en la planta. Estaba sola, por suerte, así
podríamos seguir la cosa tal y como ella lo había planeado.

—¡Lu! —grité, desde lejos.

Ella, desconcertada, giró la cabeza en todas las direcciones, intentando averiguar


de dónde provenía la voz. Mi mano levantada la hizo frenarse en seco, dejando
una mirada de sorpresa, que tranquilamente pudo haber sido de susto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, una vez me acerqué a ella.

—Bueno... no podía dejar tirada a una amiga en apuros, ¿no? Aquí me tienes.

Su cara se iluminó como pocas veces la había visto, resaltando, por sobre todas
las cosas, esos impresionantes ojos verdes que cautivaban a todo aquél que se le
ponía por delante. Era como si librarse de Barrientos le causara mucha más ilusión
que alivio. Pero bueno, eso ya era problema de ella. Yo estaba ahí para ayudar
nada más.

—¿Qué haces? —le pregunté, por mera curiosidad, porque me había dado la
espalda y jugueteaba con algo en sus manos.

—¿Eh? ¿Qué? ¡Nada! Enviando un mensaje a Romina para que no se preocupe.


Porque hoy se queda a dormir en casa, ¿sabes? —se excusó, enseñándome el
móvil con mucha efusividad.

—En fin... ¿Crees que Santos tardará mucho? —pregunté, intentando ir al grano.

—Eh... No creo... O igual sí, porque todavía le quedaban un par de papeles por
rellenar...

—¿Y entonces por qué bajaste tan pronto?


—¿Qué?

—Que por qué estás aquí tan temprano si él todavía tiene cosas que hacer.

—Pues... no sé, sentí la necesidad de... ¡Pues eso, Benjamín! Que me agobia
mucho, y mientras más distancia tome, mejor —se alteró.

—Vale, vale. Tranquila...

Y ahí nos quedamos, esperando al hombre que, con todo el valor del mundo, había
invitado a cenar a la mujer que le gustaba, pero que se iba a llevar una no muy
agradable sorpresa al enterarse de que yo, supuestamente el tipo que a Lulú
verdaderamente le gustaba, iba a acompañarlos en tan romántica velada. No, no
me gustaba nada la idea, pero ya no me podía echar a atrás.

Quince interminables minutos pasaron, con Lulú dando muestras de un


nerviosismo que no era nada normal en ella. No me miraba, no quería hablarme,
revisaba el teléfono cada dos por tres. Algo raro le sucedía... ¿Tanta repulsión le
tenía a Santos? Que sí, que a mí me podía resultar un tanto explotador por
algunas cosas relacionadas con el trabajo; pero, fuera de eso, el hombre era
alguien entrañable. Una persona con la que se podía hablar de cualquier cosa.
Confianzudamente encima. Y que nunca te ponía una mala cara. No lo entendía.

—Benjamín... —dijo, de pronto.

—¿Qué?

—Gracias por venir. No sé qué hubiese hecho esta noche sin ti... —dijo, pegándose
hombro a hombro conmigo y dejando descansar su cabeza sobre mí.

—Pues cenar normalmente con tu jefe, tonta —intenté bromear, puesto que su
tono de voz no parecía el de alguien muy tranquilo.

—Benjamín... —volvió a llamarme, ignorando mi frase anterior.

—¿Qué pasa?

—¿Confías en mí? —tiró, de la nada.

—¿Eh? ¿Confiar de qué? No entiendo.

—Responde eso... ¿Confías en mí? —repitió, todavía apoyada sobre mi hombro,


con una voz muy serena.

—Pues... Sí. Supongo que sí.

No volvió a articular palabra luego de eso. Y yo ya estaba más perdido que Hitler
en el día del amigo. ¿Confiar en ella? ¿Qué quería decir con eso? Porque yo a esas
alturas ya no confiaba ni en mi sombra. Las cosas estaban para ser más precavido
que nunca... Precavido, cauteloso, timorato, prudente... incluso asustadizo. Con
los últimos acontecimientos, yo ya no quería dejar nada al azar. O al menos esa
era la teoría, porque la práctica, en la mayoría de ámbitos de mi vida, siempre se
me solía dar como el culo.

A la media hora de haber llegado al aparcamiento, Barrientos por fin hizo su


aparición. Pero no a nuestro lado, no por uno de los cuatro ascensores que
bajaban desde las oficinas, no. Apareció, a lo lejos, donde estaban los ascensores
que llevaban a la parte de atrás del edificio.

—¿Qué hace ahí tan lejos? —pregunté.

—Disimula —me dijo Lulú.

—¿Que disimule el qué? Allá está —dije yo, sin hacerle mucho caso.

—¡Disimula, coño! Se supone que tú no sabes que viene.

—Vale, ¿pero por qué te pegas tanto?

—Confía en mí.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué Lourdes se había puesto en frente mío? ¿Por
qué me miraba a los ojos? Sus labios se movían también, simulaba que tenía una
conversación conmigo, pero no entendía por qué había tan poco espacio entre
nosotros. Cada vez menos.

—Confía en mí —me susurró.

—Lu... ¿Me puedes explicar...? —estaba comenzando a asustarme.

—Se acerca... Confía en mí... Sígueme la corriente, por favor te lo pido.

—Lu...

—Confía...

No dejaba de pedirme que confiara... Y yo confiaba... Pocas personas en el mundo


me transmitían la confianza que me transmitía ella. Ella, Lulú, mi mentora, mi jefa,
mi amiga... ¿Qué pretendía? ¿Por qué de pronto se aferró con ambas manos del
cuello de mi chaqueta? No, ya no había ni un solo hueco por donde pudiera correr
el aire entre nosotros. Su cuerpo estaba pegado al mío por completo, allí mismo,
en el aparcamiento de la empresa donde había pasado los últimos años de mi vida.
Y sus tacones... sus pequeños taconcitos... despegados unos diez centímetros del
suelo... Su cara tan cerca de la mía...

—Lu... no...

—Confía...
Precavido, cauteloso, temeroso, timorato, asustadizo, el verbo que más les guste.
Si hubiese aplicado el significado literal de cualquiera de esas palabras,
seguramente nunca hubiese ido a encontrarme con ella. Seguramente mi vida no
hubiese dado el cambio brusco que dio esa noche. Seguramente mis problemas
hubiesen continuado siendo los mismos de siempre, pero los mismos a los que ya
estaba acostumbrado a lidiar a fin de cuentas. Y, más importante que nada,
seguramente no me hubiese dejado besar por mi jefa... delante de mi jefe...

Las decisiones de Rocío - Parte 20.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 20:50 hs. - Benjamín.

Qué silencio, qué paz, qué tranquilidad, cuánta armonía en el aire... ¿Me había
quedado sordo de repente? No, no era eso... ¿Se me habían taponado los oídos?
Tranquilamente podía ser eso. ¿Debido a la presión, tal vez? También, también. La
situación me había sobrepasado completamente. No descartaba que me diera un
infarto ahí mismo.

—Sígueme la corriente, por favor... —me dijo entonces, rogándome, con los ojos
humedecidos.

¿Seguirle la corriente? ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿No era suficiente ya mi


estatismo? ¿Qué más quería que hiciera? ¿Qué pretendía? ¿Por qué me estaba
haciendo pasar por eso?

—Por favor, Benjamín... Es mi última oportunidad. Por favor... —volvió a


suplicarme.

¿Última oportunidad para qué? ¿No era mi repentina presencia en aquella cena
íntima suficiente para marcarle los tantos al muchacho? ¿En serio que no lo era?
Pues no, parecía evidente que no. Sus lágrimas me confirmaban que no.

—Por favor... —repitió por última vez.

Ya no iba a volver a hablar, o al menos eso me contaba la situación. Pegó sus


labios a los míos y colocó su mano derecha en mi nuca mientras su cuerpo se
pegaba al mío. Yo permanecía inmóvil, incapaz de proceder de ninguna manera.
Estaba completamente desbordado. Alcé la vista, Barrientos se acercaba despacio,
pero sin haberse percatado de nuestra presencia. ¿Por qué tardaba tanto? Pues
porque caminaba con la cabeza gacha, sin despegar la vista de su pequeño
smartphone. No podía verle el gesto, estaba muy lejos. Mi impaciencia
incrementaba con cada segundo que pasaba sin que nuestro jefe le pusiera fin a
todo esa locura.

—No mires al frente... Se dará cuenta...

—Basta, Lu... ¿Por qué haces esto? —pregunté, dolido, aunque intentando no
parecerlo.
—Por favor —insistió.

—No puedo, sabes que no puedo. Es poner en juego demasiadas cosas por algo
que podría solucionarse de una forma mucho más simple.

—No hay otra manera, ya lo intenté todo —su voz se estaba quebrando—. No me
hagas esto... Ayúdame...

—Lu...

Esa mirada... Esos ojos inundados en lágrimas... ¿Por qué estaba tan
desesperada? Recién en ese momento, cuando sujeté sus manos para alejarla de
mí, me di cuenta de que estaba temblando. No daba crédito, de verdad. «¿Por qué
me tiene que pasar esto a mí?», me preguntaba. Así como también me preguntaba
qué pasaría si la dejaba tirada en esa. Porque la estaría dejando tirada, ¿no? Me
estaba muriendo por dentro, y el tiempo se me agotaba.

—Hazlo por mí... —volvió a la carga—. Sólo... sólo hazlo por mí...

La cabeza me estaba a punto de estallar. Sus preciosos ojos verdes fulminándome


era algo demasiado fuerte como para que alguien como yo pudiera soportarlo. Sus
manos sujetando mi chaqueta, la redondez de sus senos apretándose contra mi
pecho, su boca tan cerca de la mía... Todo eso... Todo eso era tan...

—Hazlo por mí...

Una vez más, sin dudar apenas, se elevó esos pocos centímetros del suelo que la
separaban de mi boca, y volvió a juntar sus labios con los míos. Iba a empujarla,
mis sentidos me decían que la empujase, que la apartara de mí...

Justo en ese momento, el fuerte sonido de unos pasos retumbando y haciendo eco
por todo el subsuelo, hizo que mis ojos se desviaran mínimamente hacia arriba, lo
necesario para darme cuenta de que Barrientos estaba a punto de encontrarnos. El
tiempo se había terminado.

Ya no había lugar para dudar. Era coger el revólver y disparar. O vendía a mi


mentora, a mi jefa, a mi amiga, o me jugaba mi credibilidad delante de mi jefe. Y
quién sabía cuántas cosas más.

—Hazlo...

Y disparé. Cerré los ojos, pasé ambos brazos por detrás de su espalda, aferré su
cuerpo fuertemente contra el mío y... me entregué a ella.

Fue como saltar de un barco y comenzar a bucear en un gran océano. Ya no oía


nada. Ya no sentía nada. El reloj de arena se había detenido para mí. Sabía que
estaba besándome con ella, pero no quería ser consciente de nada más. No quería
saber si Barrientos ya nos había localizado, no quería saber si su corazón se había
hecho pedazos, no quería saber si venía hecho una furia a romperme la cara... No,
no quería saber nada. Sólo rezaba para que en algún momento sonara el
despertador y me rescatara de esa repentina pesadilla. Soñaba con abrir los ojos y
ver a mi bella Rocío durmiendo plácidamente a mi lado.

Pero no, eso no iba a suceder, y yo lo sabía. Lulú lo sabía. Barrientos lo sabía. Por
eso, sumido en una espiral de terror, seguí besándola; besándola como un novio
besa a su novia, como un marido besa a su mujer, como el amante besa a su
chica... No era lo que buscaba, pero la inercia había hecho todo el trabajo. Era
inevitable. Ninguno de los dos sabía lo que estaba haciendo, pero somos animales,
nuestros instintos nos manejan. Sólo basta con darle un leve empujoncito a
nuestro cuerpo para que se ponga a funcionar, para que nos dicte el camino a
seguir. Así fue como Lulú soltó mi chaqueta para atrapar mi cara, para atraerla
hacia la suya, para hacer el beso mucho más intenso. Así fue como, gracias a la
presión que ejercía una de mis manos en su cadera, hice que su cuerpo se
encorvara hacia atrás, haciendo ver ese beso mucho más apasionado a los ojos de
cualquiera. Incluidos a los de Barrientos...

No voy a decir que no me estaba gustando porque estaría mintiendo. Nadie en su


sano juicio aborrecería un beso de esa mujer. Nadie con todos los patitos en fila
hubiese dudado en explotar esa situación al máximo. Nadie con un mínimo de
hombría no hubiese aprovechado para explorar cada centímetro de la boca de
Lulú. Y yo no iba a ser el chiflado que quedaría en la historia, por supuesto que no.

Ya sin preocuparme por lo que sucedía a nuestro alrededor, de manera totalmente


involuntaria, fui dando pequeños pasos sin dejar de saborear la dulce miel de los
labios de mi jefa, hasta que nos topamos con una pared. Ahí, dejando salir mi lado
más salvaje, la aprisioné contra el muro de hormigón y convertí ese beso en un
morreo con todas las letras. Hasta ese momento yo casi no había hecho nada; la
iniciativa había sido toda de ella desde el principio. Pero las cosas cambiaron
cuando la sujeté por el montón con una mano y saqué a pasear mi lengua. Quería
comérmela, quería sentirla como se merecía, quería demostrarle que yo no era
ningún blandengue. Quería que viera el hombre que podía ser, quería que supiera
que no iba a volver a dudar nunca más. Este Benjamín ya no volvería a pedir
permiso para ponerle las manos encima, este Benjamín saltaría encima de ella
cuando sus más bajos instintos despertaran, este Benjamín...

«Rocío...»

Abrí los ojos de pronto. Desperté del trance. Solté a Lulú, me alejé de ella unos
diez pasos y miré a todas partes. Estábamos solos. No había rastro de Barrientos.
Se había ido... El plan había sido un éxito.

Estaba perdido, era incapaz de analizar la situación con calma. No sabía qué
decirle tampoco. Todo me daba vueltas, me dolía la cabeza, apenas tenía idea de
dónde estaba parado.

—Ya se fue... —dije de pronto, dirigiéndome de nuevo a una completamente


sofocada Lourdes, pronunciando lo primero que se me vino a la mente.
No me respondió, por supuesto que no. La pasión se había esfumado. Ahora
reinaba la incomodidad. ¿Cómo hablar después de lo que acababa de suceder?
¿Cómo proceder después de haber cruzado esa línea con ella? Sí, ya con
anterioridad había ocurrido algo entre nosotros, pero esta vez el alcohol no había
dicho presente.

—Gracias... —dijo ella—. Creo que funcionó...

—Sí... Tal vez sí...

Era difícil continuar... Ya no sabía cómo hablarle. Ella tampoco parecía encontrar
las palabras adecuadas. No me sentía bien dejando las cosas así, pero tampoco
tenía sentido seguir prolongando ese momento.

—Bueno, supongo que ya no hace falta ir a cenar... —apuré.

—No, supongo que no...

—¿Quieres que te lleve a casa?

—¡No, no! Tranquilo... Tengo mi coche justo ahí...

—¡Ah! De acuerdo... Pues... hasta mañana.

—Hasta mañana, Benja. Y... gracias de nuevo —concluyó, justo antes de


emprender el camino hacia su vehículo.

Me quedé en el mismo lugar, casi ausente, viéndola marchar por el sombrío y


gélido aparcamiento. Tan recta y femenina como siempre, como si no hubiese
pasado nada. Pero sí que había pasado, vaya que sí había pasado. Yo no podía
darme la vuelta y hacer como que no. No, tenía que sacar conclusiones ya mismo,
de otra forma, estaría cometiendo el mismo error de siempre. ¿Qué tipo de
conclusiones? Pues más que nada el porqué de todo. ¿Por qué Lulú no se lo había
sacado de encima como a todo aquél que la había abordado en el pasado? ¿Por
qué le había contado toda su vida a un hombre con el que no quería saber nada?
Y, por encima de todo, ¿por qué Barrientos no me terminaba de parecer lo
exageradamente desesperado que ella lo pintaba? Es decir, toda esta historia
estaba pésimamente hilada desde el principio, lo vieras como lo vieras, y, aún así,
todo había salido como ella lo había predicho.

Me quedé un largo rato dándole vueltas a las cosas, hasta que decidí que podría
aprovechar mejor ese tiempo al lado de mi querida novia, que seguramente estaba
esperándome ansiosa en casa.

Miércoles, 15 de octubre del 2014 - 21:15 hs. - Alejo.

—¿No te parece una mierda que todas las semanas nominen a Gabo? Para mí es el
que mejor canta.
—Hmm...

—¿Qué?

—¡Hmm...!

—Ah, sí. Bueno, aunque Leo tampoco canta mal. Me daría pena que lo nominaran
a él también. ¿A vos cuál era el que te gustaba?

—Hmm...

—No entiendo nada...

—Hmmmm...

—¿Jaimito? ¿Quién?

—¡Hmm...! ¡Ángel es mi favorito, joder! ¡No puedo hacer esto y hablar contigo al
mismo tiempo!

—Sos una golosa...

—Cállate.

Qué peligroso se estaba poniendo la cosa. Me estaba empezando a acostumbrar a


esa vida y sabía que eso no me convenía. Sí, todo era perfecto. Cualquier hombre
firmaría que una diosa así le chupara la pija mientras él mira la televisión. Pero yo
no estaba para tantos lujos. Por lo menos no mientras tuviera a una organización
criminal vigilándome con lupa. Aunque, más allá de todo eso, sabía que no podía
hacer nada hasta que el sorete de Amatista decidiera liberarme por completo.

—Quiero hacerlo... —me dijo.

—¿Ahora? Van a empezar a votar...

—No sé a qué hora va a volver Benjamín. Date prisa.

Me había agarrado por sorpresa la actitud de Rocío esa noche. Cuando terminamos
de cenar y levantamos la mesa, me agarró de la mano y me llevó al sillón con ella.
Me esperaba la típica la charla que a veces me daba después de una cogida, pero
no, la yegüita se agachó adelante mío y ni me pidió permiso para empezar a
sobarme la verga. Cabe destacar que yo no tenía ni la más puta idea de dónde
estaba el cornudo en ese momento, por lo que tampoco tenía muy claro qué era lo
que pretendía ella para esa noche.

—¿Adónde fue el tipo? —le pregunté.

—Está cenando con no sé qué zorra de su trabajo. Venga, quítate los pantalones.
—¿En serio? Mirá vos el Benja, ¿eh? Y parecía boludo cuando lo alquilamos —me
reí.

—Que le den. ¿Sabes el tiempo que hace que no me lleva a cenar? Mira, paso.
Date prisa te he dicho —continuó rezongando.

—Está bien, pero vos arriba, que a mí me duelen las piernas.

—Vale.

Me saqué los lompas, revoleé a la mierda los calzoncillos y apunté el glande hacia
arriba esperando que esa tremenda hembra se ensartara sola.

—Aaahh... —jadeó—. Dios... Es como si... como si cada día la tuvieras más
grande.

—No es eso, lo que pasa es que cada día me ponés más caliente.

—Fóllame.

—Vení para acá.

Recontra excitado, la abracé por la cintura e hice que se la clavara enterita. El


grito que pegó lo escucharon en todo el edificio. Ya era evidente que a esa altura
ya no le importaba una mierda nada. Después, como ya era costumbre, fue ella la
que marcó el ritmo desde arriba. Ya era prácticamente una experta. Si al principio
era yo el que tenía que guiarla, ahora era ella la que se sabía de memoria cómo
darnos el máximo placer a ambos.

—Cómo te gusta la pija, nena, ¿eh? Y eso que al principio te resistías.

—C-Cállate ya y haz algo, que... que estás ahí como un muerto.

Sin pensárselo dos veces, se tironeó la remera y se quedó en tetas. Abajo no tenía
nada. Eso de andar sin sostén también era algo que estaba empezando a practicar
sin pudor.

—Ten, chupa aquí. A ver si así te callas un rato.

No puedo explicar en palabras, por más que lo intente, lo que me provocaba en el


cuerpo cuando se hacía la dominatrix. Si pudiera expresar de alguna manera cómo
me sentía cuando la veía tan descarada, tan suelta, tan puta... Era maravilloso
todo eso para mí. Y estaba empezando a ver cerca el momento... El momento en
el que terminaría de convertirla en mi mujer. Sólo faltaba el último paso...

—Ahh... Alejo... Me voy a volver loca —murmuraba, sin parar de saltar, sin
despegar sus tetas de mi cara.

—Te voy a llenar de nuevo...


—No, espera... Todavía no... Aguanta...

—Me la estuviste chupando como media hora, no puedo más...

—Espera...

—No doy más te dije...

No podía más, era verdad. Estaba al borde de inundarla de vuelta. Y lo iba a hacer,
como venía haciéndolo todo ese tiempo. Si se quedaba embarazada no iba a ser
problema mío. En el lugar al que la iba a mandar había gustos para todos.

En fin, concentrándome para llenarle la cocina de humo estaba cuando


escuchamos unas llaves entrar en la cerradura de la puerta.

—No...

Rocío se quedó helada, quieta, paralizada; como si le hubiese dado un ataque al


corazón. No hizo nada por quitarse de encima. Igual, aunque lo hubiese hecho, no
había tiempo. Nunca escuchamos el ascensor llegar tampoco. Era... ¿el fin?

—¿Hola? ¿Rocío?

Seguía congelada, con la mirada clavada al frente y sin aliento. Recién reaccionó
cuando le hablé yo.

—Creo que te llaman a vos —le dije, en completa armonía.

—¿Hola? —repitió Benjamín—. ¿Hola?

Rocío volvió en sí y dirigió su mirada a la entrada de la casa. El color volvió a su


cara cuando se dio cuenta de que la voz provenía del otro lado de la puerta.
Después volvió a mirarme a mí.

—Menos mal que estoy yo acá... —susurré—. Si no querés tener visitas


inesperadas, lo único que tenés que hacer es dejar las llaves en la cerradura.

—¿Hola? —volvió a llamar el tipo.

—No digas nada —salté yo, antes de que fuera a contestar—. Te dije que estoy al
borde, ¿no?

Me quise hacer el canchero, pero en verdad sabía que me iba a mandar a la


mierda para poder recibir al otro pelotudo. No era la primera vez que nos
agarraban en offside y ya, más o menos, me las iba aprendiendo todas. O eso
creía...

—Rápido... Por favor —me susurró, de vuelta, al oído.


—¿Qué?

—¡Termina ya! No sé cuánto tiempo va a aguantar ahí fuera.

Si me quedaba alguna duda sobre si poner en marcha el último paso de mi plan,


aquél pequeño acto promovido por la puta sedienta de sexo que llevaba adentro,
terminó de despejar todas mis dudas. Mi cara se iluminó con una sonrisa eterna;
con una sonrisa que reflejaba todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Por
eso, con ella encima todavía, me paré y me fui hasta la puerta, donde del otro lado
estaba parado el cornudo gritando y golpeando esperando que su noviecita fuera a
abrirle. Ahí mismo, la di vuelta, hice que empinara el culo, y la empotré contra el
gran  con todas mis fuerzas.

—¿Estás ahí, Rocío? ¿Qué fue ese ruido?

Me sentía fuera de mí, completamente desbordado por la euforia. Todo era tan
perfecto que no me importaba una mierda aporrear esa puerta con su cuerpo una
y otra vez y que el payaso que estaba del otro lado siguiera preguntando qué
carajo estaba pasando.

—¡Rocío! —gritó entonces, ya claramente preocupado.

—¡N-No se abre! —atinó a contestar ella.

Yo seguía con lo mío. La visión de su cara aplastada contra la fría madera por
arriba y mi poderosa garcha entrando y saliendo de su encharcada conchita por
abajo me tenía hipnotizado. Ella, por el contrario, fue más inteligente que yo y se
puso a jugar con la manija de la puerta; haciéndole creer al bobo que estaba
intentando desatascar la cerradura. Todo esto al mismo tiempo que hacía esfuerzo
no escritos para controlar el tono de su voz.

—La llave no entra. ¿Qué le hiciste a la puerta, Rocío?

—¡E-Espera! ¡Creo que ya lo... tengo!

Hubiese querido estar en esa situación el resto de la noche; pero, como ya había
dicho, estaba al borde del lechazo.

—¿Rocío? ¿Te fuiste? ¿Llamo a un cerrajero?

—¡No!

La aparté de la puerta y la apoyé en la pared de al lado, ahí la agarré de las tetas,


me ajusté bien atrás de su culito, y me la seguí cogiendo durante no más de 60
segundos hasta que le unté las entrañas con mi juguito una vez más. Acallé mis
inminentes aullidos mordiéndole la oreja. No sé qué tan violento fui, pero era lo
que necesitaba en ese momento. Tres, cuatro, cinco, hasta seis salvajes chorros
llegué a contar. Todos impactando directamente contra la entrada de su útero.
Desafiando cada uno de ellos aquellas leyes de nuestra sociedad que dictan que
una mujer sólo puede ser impregnada por un hombre, preferiblemente por su
pareja. Y ella lo recibía con todo el gozo del mundo, sin oponer ninguna
resistencia, mordiéndome los dedos que se encontraban tapando su boca en un
torpe intento de evitar cualquier tipo de gemido que pudiera comprometernos.

Quedé agotado, pero infinitamente satisfecho. Finalmente creía que no haber


hecho demasiado escándalo y confiaba en que el idiota se hubiera apartado un
poco de la puerta en esa larga espera a la que lo habíamos sometido. Podía
sospechar, claro, porque no era normal una situación como la que se le había
presentado. Pero, en fin, si no había dudado de la puta de su novia con todas las
cosas que habían pasado antes, menos lo iba a hacer ahora.

Como siempre, Rocío me mandó a encerrarme en mi cuarto y ella se metió en el


baño para, supongo, arreglarse un poco antes de recibir al corneta. Más o menos a
los 10 minutos escuché la puerta de la calle abrirse. Traté de no hacer un solo
ruido durante los siguientes segundos, esperando escuchar algún grito de reproche
o algo que me indicara que la cosa se había complicado, pero no. Una
conversación tranquila que no fui capaz de escuchar y un par de puertas
abriéndose y cerrándose con normalidad me dieron a entender que no tenía nada
de lo que preocuparme. Rocío ya tenía práctica en inventarse excusas para
engañar al inútil.

Jueves, 16 de octubre del 2014 - 17:15 hs. - Rocío.

Tantos días sin aparecer por esa casa, tantas cosas vividas de por medio, tantos
sentimientos nuevos encontrados entre una fecha y otra... No olvidaba lo que
había pasado la última vez que había pisado esa casa, y ahí radicaba el miedo que
sentía de volver a presionar ese timbre.

—¡Rocío, vida mía! —me saludó Mariela con su jovialidad de siempre—. ¡Pasa,
anda!

Una vez dentro, no pude evitar mirar a todos lados buscando al perpetrador de
mis preocupaciones. No estaba, por suerte. Me lo iba a tener que cruzar de todos
modos, era obvio; Mariela no me había llamado ahí sólo para conversar conmigo.
Pero me relajó un poco no encontrármelo a las primeras de cambio.

—¿Y? ¿Cómo te va la vida, chiquilla? —preguntó, una vez nos acomodamos en el


salón.

—Bien, supongo. No puedo quejarme —respondí, con mi timidez habitual.

—Me alegro mucho, bonita. Ojalá pudiera decir lo mismo del cabeza dura que
tengo ahí arriba... Lleva unos días que ni quiero contarte.

—¿Sí? ¿Por qué? —me interesé. Lo sabía mejor que nadie yo, pero informarme un
poco sobre lo que iba a encontrarme ahí arriba no estaba de más.
—Pues no lo sé. Ya sabes lo cerrado que es el crío. Lo que sí te puedo decir es que
ha estado comiendo poco y apenas saliendo de su habitación cuando viene del
insti. Vamos, como antes de conocerte a ti.

—Cielos...

Evidentemente el chiquillo se había quedado con ganas de más y esa era la única
forma que sabía de expresar sus malestares. El dilema para mí era otro: ¿cómo
continuar a partir de ahí? ¿Cómo decirle que habíamos ido demasiado lejos y que
teníamos que dejar las cosas así?

—¿Y los estudios? ¿Cómo siguen las notas? —pregunté.

—¡No! ¡Eso va estupendamente! Ahí has encontrado petróleo, hija mía.

—Entonces... ¿la urgencia era por su estado de ánimo?

—Pues sí... Yo no sé lo que haces, pero cada vez que pasa tiempo contigo se
convierte en otra persona.

—Ya... —dudé, y ella lo notó. No me hacía gracia tener que hace de madrina de
Guillermo y me costaba ocultarlo.

—Puedo pagarte más si quieres... —dijo entonces.

—¿Qué? ¡No, no! ¡Faltaría, Mariela! —me alarmé, su cara de pena podía
demasiado conmigo—. Lo que pasa es que no estoy del todo segura de cómo
encarar este tipo de situaciones...

—Sólo sé con él como eres siempre. Ya te digo que tu mera compañía es suficiente
para alegrarle el día.

—Pues...

Mariela me miraba como un mendigo mira a los transeúntes para pedirles


monedas. Parecía tener miedo de que de un momento a otro me levantara y me
fuera. Eso no iba a suceder, pero sí que tenía la cabeza llena de dudas con
respecto a lo que haría una vez estuviera cara a cara con Guillermo.

—¡Vamos allá! —me terminé de animar—. Lléveme con el enfermo —reí, pero
enseguida me di cuenta de que había elegido la palabra incorrecta—. Con el
paciente... quiero decir.

—Eres un amor —me sonrió ella— Ven.

Mientras subíamos las escaleras intenté trazar un plan de maniobra. Estaba


completamente segura de que el chico se iba a mostrar inseguro y tímido cuando
me viera, pero también creía que esa vergüenza se iría apagando conforme se
fuera sintiendo más cómodo. Más allá de eso, me tranquilizaba que la madre se
quedara en casa. Al menos así no intentaría nada si se llegase a armar de valor.

Llegamos a la puerta de la habitación de Guillermo y la madre ni se molestó en


golpear antes de entrar.

—Oye, tú, Rocío ya está aquí —le dijo. Yo permanecí fuera.

—¡Me la suda! —gritó él, provocando que la madre diera un pequeño bote.

—¡¿Cómo dices, jov...?!

—¡Que te pires a la mierda de aquí! ¡Tienes todo el puto mapa para hacer tus
gilipolleces, subnormal!

Mariela cerró la puerta y me miró muerta de vergüenza.

—Si vuelvo a entrar te juro que soy capaz de hacerle tragar la zapatilla —me juró.
Yo me reí.

—¿Entonces...? —pregunté.

—Nada, yo me voy para abajo. A partir de aquí te encargas tú —dijo, de pronto,


mientras se dirigía hacia las escaleras con la cara roja.

—Pero, Mariela, qué fue lo que...

—No te preocupes, está con sus estúpido jueguito de ordenador. Se debe estar
peleando con algún amigo por micrófono. Tú hazle saber que estás ahí y vas a ver
cómo corta todo. Nos vemos luego.

—¡Pero, Marie...!

Pues sí, me quedé sola ante el peligro. Había llegado el momento de enfrentar al
chico con el que hacía unos días me había morreado y al que hace más tiempo le
había dejado chuparme las tetas.

Toqué un par de veces, esperé y finalmente me adentré en esa habitación de la


que no iba a volver a salir siendo la misma...

—¿Guille...?

Jueves, 16 de octubre del 2014 - 17:15 hs. - Benjamín.

Un día más en el trabajo. Un día más que en el que me presentaba como un


zombi. Un día más que acudía sin las más mínimas ganas de hacer nada. La gente
pasaba por al lado mío y ya ni me daba las buenas tardes. Debía desprender un
aura de tipo antisocial, de tipo enfadado con el mundo. Y me estaba empezando a
preocupar de que la gente se acostumbrada a tener por ahí a ese nuevo Benjamín.
Con lo social que había sido yo siempre...

Echado hacia atrás en mi silla, con los ojos tapados por mi antebrazo y con ambas
patas apoyadas en el escritorio, estaba dispuesto a pasar todo mi descanso, que,
por alguna razón, aquel día era de una hora entera. Órdenes directas de
Barrientos. Sí, casualmente el día después de haberme visto tonteando con "su
chica", había decidido no mostrarse mucho por la oficina.

—¿Te vienes a tomar un café? —dijo una voz femenina de pronto.

—¡De acuerdo! —respondió la otra.

Se dirigían a Clara, obviamente. ¿Quién me iba a invitar a mí a ningún lado?


Encima Sebastián y Luciano habían sido enviados en una "misión especial" a tratar
no sé qué asuntos con una empresa cercana. Así que mi día se iba a presentar de
esa manera, sin ningún tipo de compañía y con la incertidumbre desgarrándome
por dentro debido al estúpido numerito que había montado hacía unas horas en el
aparcamiento de ese mismo edificio. Encima Lourdes no había dado señales de
vida en todo el día, al igual que nuestro jefe... No, no lo estaba pasando nada bien
esa mañana.

—¿Te pasa algo? —me preguntó de golpe Clara, sacándome de mis penurias
mentales—. Pareces un zombi.

—¿Tú crees? —respondí, sin quitarme el brazo de la cara.

—Yo y todos los que pasan por aquí. ¿Has tenido una mala mañana? —se interesó.

—No, Clara. Estoy un poco estresado nada más. No te preocupes.

—¿Un poco nada más? —insistió—. ¿Quieres venir con las chicas y conmigo? Te
vendrá bien.

—¿Qué chicas?

—Esas.

Me giré y dirigí la mirada hacia donde apuntaba el dedo de Clara. Un grupo de


cuatro mujeres vestidas completamente de morado esperaban en la puerta
mientras fumaban y reían. Eran del sector de diseño gráfico, lo supe por el color
de su uniforme. Más allá de eso, no las conocía de nada. Aunque sí que sabía que
las empleadas de esa facción no eran de las más queridas de la empresa. Tenían
fama de ser algo pedantes y antipáticas con todo el mundo.

—¿Vienes o no?

—¿Desde cuándo te llevas con las de Diseño? —pregunté, volviendo a la misma


posición del principio.
—Desde anoche, je. Me las encontré en ese famoso bar que está a unas calles de
aquí. Hicimos migas bastante rápido, la verdad.

—Joder, pues se dice por ahí que son unas cerdas que te cagas. Ten cuidado con
quién te vas juntando —solté, sin pensarlo.

Me di cuenta de la burrada que acababa de decir e instantáneamente me quité el


brazo de la cara para ver su reacción. No es que me importara mucho lo que fuera
a decirme, pero...

—Benjamín...  —dijo, fulminándome con la mirada.

—¿Qué pasa? —respondí, desafiante.

—¡JAJAJAJAJAJA! —estalló—. ¡JAJAJAJAJAJA!

—¿Clara?

—¿Q-Quién eres tú y qué has hecho con Benjamín? ¡JAJAJAJA! ¡Vaya lengua esa!
¿Desde cuándo eres así?

—Meh...

Tenía razón. Yo no era de ir hablando así de mis compañeros de trabajo. En la vida


había tenía un exabrupto de esa índole. Incluso Clara, que me conocía de hace
muy poco, se había dado cuenta de que no pegaba para nada conmigo. El estrés
de esas últimas semanas me estaba empezando a pasar factura de verdad...

—¡Pues decidido! ¡Vienes con nosotras! No te vas a quedar aquí cagándote en todo
el mundo.

—¡E-Ey! ¡Oye! ¡Espera un mom...!

Tiró de mi brazo y me arrastró con ella a la fuerza. No me dio tiempo ni de apagar


el ordenador.

No tenía ningún tipo de ganas de socializar en ese momento y mucho menos de


interactuar con esas princesitas. ¡Si eran todas unas crías como Clara! Y, obvio, no
había ninguna fea. No se manejaban de esa forma en mi empresa.

—¿Vamos? —dijo cuando llegamos a la puerta— Él es Benjamín, algo así como mi


jefe. ¡Pórtense bien o ya saben!

—Hola... —atiné a decir, pareciendo un virgen de quince años que habla por
primera vez con una mujer.

—Hola —respondieron tres de ellas. La cuarta me miró de arriba a abajo y luego


siguió mirando su smartphone.
Como ya dije, no me hacía ninguna gracia el tener que pasar el descanso con esas
mujeres, pero menos ganas tenía de quedarme solo y seguir comiéndome la
cabeza. Por eso no rechisté y fui con ellas. Al parecer el destino era la misma
cafetería donde Clara me había llevado la primera vez que almorzamos juntos.

Durante el camino, todas iban hablando y riendo a la vez, incluida mi compañera.


Parecían un grupito de cheerleaders que acababan de salir del entrenamiento y se
dirigían a ver a los jugadores del equipo de fútbol. Bueno, eso si tomamos como
referencia a la típica película norteamericana. A mí simplemente me parecían un
montón de niñas ruidosas con mucho tiempo por delante para madurar.

—Qué callado estás —me dijo una, la más alta de las tres.

—¿Eh? —contesté, sin ponerle mucha atención.

—Déjalo, debe estar pensando en el trabajo todavía. Últimamente nos tienen


agobiadísimos con...

Dejé de escucharlas. No me interesaba en absoluto nada de lo que tuvieran para


decir. Sus vocecitas chirriantes lo único que lograban era irritarme un poco más a
cada paso que daba junto a ellas. Estaba a punto de darme la vuelta y huir sin
poner ningún tipo de excusas. No sentía la necesidad de explicarme ante ese
grupo de niñatas.

Pero no, no lo hice. Llegamos a la cafetería y nos ubicamos en una de las mesas
con más asientos. Me quedé de pie esperando a que eligieran lugar ellas primero y
luego me senté yo, en un extremo, con Clara a mi izquierda y la que era morena y
bajita a mi derecha. Cada uno pidió lo suyo y la cháchara volvió una vez se fue el
camarero. Yo no tenía ganas de participar, pero esos no eran los planes de ella...

—Bueno, ¿por qué no te presentas como es debido? —dijo Clara, dirigiéndose


directamente a mí para que no hubieran dudas.

—Sí, preséntate como es debido, que no has dicho una palabra en todo el camino
—la apoyó la morena bajita.

—Pues... ¿Qué quieren que les diga? Me llamo Benjamín, tengo 29 años, llevo dos
años en la empresa y... eso.

Juro que intenté poner la mejor de mis caras y hablé con el mejor de mis ánimos,
pero debía ser demasiado evidente que mis últimas 24 horas habían sido una
mierda, porque Clara me metió una patada por debajo de la mesa que me hizo ver
las estrellas.

—Ya les dije, está un poco borde por culpa del trabajo, pero les prometo que es un
sol.

—Yo soy Lin. Mucho gusto —se presentó la morena bajita, la cual recién me daba
cuenta que tenía rasgos asiáticos.
—¿Lin? ¿Es chino? —me interesé.

—Sí —sonrió—. Por parte de madre. Por parte de padre soy francesa.

—Vaya mezclas —rio Clara.

—Yo soy Teresa. Puedes llamarme 'Tere' —se presentó la alta que me había
hablado antes.

—Encantado, Tere.

—¡Yo soy Olaia! —saludó la tercera, una chica blanquísima con el cabello color
anaranjado—. ¡Encantada!

—Igualmente.

—Perdona si no te hicimos mucho caso en el camino hacia aquí, pero es que no


parecías con muchas ganas de charla —añadió, enseñándonos a todos una amplia
sonrisa.

—Pues... sí, para qué mentirles. No he tenido el mejor de mis días. ¡Pero, bueno,
¿qué mejor para reconducir una mala tarde que una compañía como ésta?! —
mentí. Todas rieron y festejaron mi comentario al mismo tiempo. Bueno, todas no,
había una que no.

—¿A que somos unos amores? Ella también, aunque no lo parezca —dijo Lin,
señalando a la chica que estaba sentada en el otro extremo, la única que no se
había presentado todavía—. Oye, deja el teléfono un rato, anda.

—¿Qué pasa? ¿El único que puede tener un mal día aquí es él? —habló al fin.

—¿Qué? ¿Has tenido un mal día? —intervino Olaia.

—No, pero podría haberlo tenido y vosotras no lo sabéis.

—Perdónala ahora tú a ella —dijo Lin, hablándome a mí—.  Sucede que la toma
con nosotras cada vez que pasa más de una semana sin follar —sentenció. Todas
menos la aludida rieron.

—"Ja, ja" —respondió burlonamente, levantando uno de sus dedos mayores en el


proceso.

—Bien podrías usar ese dedito para bajarte un poco esos humos —contraatacó la
chinita. Todas volvieron a reír. Victoria contundente de la más bajita del grupo.

—Tú no les hagas ni puto caso —dijo entonces la derrotada mirándome a mí—
Hace unos meses lo dejé con mi novio y desde entonces no han dejado de
presentarme tíos. ¿Cómo vamos, Olaia? ¿A uno por día ya?
—Pero si a Benjamín lo invitó Clara, que prácticamente la conocimos anoche,
flipada. ¿Qué tío va a querer presentarte ella a ti? —se defendió la pelirroja en
nombre de todas.

—Me los habéis querido colar de todas las formas. Yo ya no confío en ninguna de
vosotras.

—Si te sirve de ayuda, eh... ¿cómo te llamas? —intervine yo, con la intención de
calmar los ánimos.

—Cecilia.

—Vale, Cecilia... La que me invitó fue Clara, puedes quedarte tranquila. Además,
tengo novia.

—¿Tienes novia? —saltó Olaia—. Qué lástima... Me habías caído bien... —añadió
con un toque de picardía.

—Pues sí —asintió también Teresa—. Bueno, ahora que ya sabes que tiene novia,
puedes dejar de comportarte como una autista y unirte a la conversación.

—O bien podría mandaros a todas a la mierda y seguir comportándome como una


autista, ¿qué te parece?

—¡Oigan, que me van a espantar al muchacho! —las regañó Olaia.

—Por mí no se preocupen, yo voy a estar aquí diez minutos como mucho. Tengo
mucho trabajo hoy... —aclaré lo más rápido que pude.

—¡Nooo! ¡Dile algo, Clara!

—El jefe aquí es él —rio ella.

—¡Joooo! ¿Tanto trabajo tienen?

—Lamentablemente sí... —contesté.

—¿Y de qué se trata exactamente?

Los diez minutos que me quedaban de descanso los terminamos invirtiendo Clara y
yo explicando, de una forma que ellas lo pudieran entender, el trabajo que nos
tocaba realizar a nosotros. Lin, Olaia y Tere se mostraron muy interesadas y
participaron en la conversación cada vez que pudieron. Todo lo contrario de
Cecilia, que seguía sin encontrar su sitio en esa mesa.

Finalmente, y a pesar de todo lo dicho anteriormente, me lo pasé muy bien con


ellas y me hubiese quedado más tiempo de haberlo tenido. Logré olvidarme de
todo lo que me estaba machacando el coco y encima logré ampliar un poco mi
círculo de conocidos dentro de la empresa, por más que fueran cuatro niñatas con
muchas tonterías en la cabeza.

—Bueno, yo me tengo que ir —dije entonces—. ¿Tú te quedas un rato más?

—¿Sobrevivirás sin mí? —contestó Clara.

—Tsss. Te faltan unos 100 años para que yo pueda depender de ti —afirmé. Las
tres de siempre echaron a reír de nuevo.

—¡Vaya! Eso no es lo que me dices cuando estamos a solas... —contraatacó, con


su toque coqueto y desinhibido de siempre. Se escuchó un gran "oooh" alrededor
que me dejó en jaque.

—Porque en privado sólo te digo lo que tus dulces orejitas quieren escuchar —
sentencié, provocando en ella una sonrisita de las suyas y que todas se quedaran
boquiabiertas. No le di tiempo a retrucar, me di la vuelta y me fui por donde había
llegado con un sonoro "Adiós".

No sé por qué, pero me hizo sentir bien conmigo mismo actuar tan altanero y
poderoso con esas crías. No sé si era por la falta de confianza que había
acumulado por culpa de todas las mujeres que me rodeaban, Clara incluida, pero,
sentirme así de... macho, por decirlo de alguna manera, era como un soplo de aire
de fresco.

Cuando iba saliendo de la cafetería, entre toda la multitud, casi de reojo, me


pareció ver dos figuras que me resultaron conocidas. Me apresuré a salir del
establecimiento y me paré en el centro del paseo para ver si eran quienes yo
pensaba. Después de otear un rato, volví a ver esa nuca rubia que se movía al
lado de otra cabeza que se alzaba unos centímetros por encima. Sí, eran Lulú y
Barrientos.

—¿Qué cojones hacen esos dos juntos? —murmuré, completamente


desconcertado.

Caminaban hombro a hombro, en dirección opuesta a donde estaba el trabajo.


Conversaban, podía saberlo porque se iban mirando a la cara. ¿De qué? No lo
sabía. Estaba muriéndome de la curiosidad. Por eso los seguí. Me daba igual dejar
tirado el trabajo, tenía que saber qué diablos estaba sucediendo. Por supuesto, no
pretendía hacer de espía y seguirlos sin que se dieran cuenta, mi intención era
alcanzarlos y... a partir de ahí, improvisar. Joder, quería saber, tan sólo quería
saber.

Apuré un poco y traté de ponerme detrás de ellos, pero había demasiada gente
caminando por esa acera. No iba a gritarles desde tan lejos, quería que el
encuentro fuera lo más casual posible. Pero se me iban alejando más y me estaba
comenzando a desesperar. Aceleré el paso lo más que pude, abriéndome paso
entre la multitud sin llegar a ser violento. Ellos seguían caminando muy cerca, sin
dejar de comunicarse y soltando alguna que otra risa. ¡No lo entendía! ¿Acaso no
nos había visto Barrientos besarnos? ¡Esa no era la actitud de alguien despechado!
¿Y por qué Lulú le seguía el rollo?

En un momento dado, Barrientos señala con el dedo un costado y ambos


desviaron su trayectoria para seguir esa dirección. Se metieron en una especie de
bar... pub, local... no sabía lo que era. Estaba iluminado con luces rojas y la gente
que entraba y salía de allí iba considerablemente elegante.

—Me cago en mi vida... —volví a murmurar.

Esquivé a los pocos peatones que me quedaban y me posicioné de pie junto a la


puerta del lugar. Me acomodé un poco la corbata, me limpié el sudor de la frente y
luego me aventuré hacia lo desconocido. Una vez dentro, busqué con la mirada a
mis objetivos. Se habían sentado casi al final del primero de varios pasillos que
tenía el sitio. Un camarero los atendía y luego se iba con la bandeja en la mano.
Caminé despacio, observando bien el lugar, empapándome con la tenue luz roja
que bajaba desde el techo y acostumbrando mi vista a su escaso brillar. Me quedé
quieto a unos pocos metros de ellos... Mi cabeza estaba nublada. Me había metido
en ese local por un arranque repentino, pero ya no sabía qué hacer. ¿Debía
abordarlos? ¿Preguntar qué estaba pasando? No... No lo veía claro. Quizás lo
mejor hubiese sido darme la vuelta y esperar a cruzarme con alguno de ellos en el
trabajo... No sabía qué hacer, hasta que, de pronto, una de las mesas que estaba
situada relativamente cerca de la suya, se desocupó. Estaba ubicada justo detrás
de una de las columnas que separaba los distintos pasillos. Decidí que esperaría
sentado ahí hasta que pensara mejor qué hacer.

—¿Qué desea tomar, caballero? —me preguntó otro camarero apenas tomé
asiento.

—Un café, por favor —casi que tartamudeé, rápido, para sacármelo de encima.

—¿Qué tipo de café, señor? Tenemos una carta especial de cafés, con una
variedad bastante...

—Un latte macchiato, por favor —lo interrumpí, sonriendo amablemente justo
después para bajar un poco el nivel de mala educación que estaba mostrando—.
Uno de esos "dolce gusto".

—Entendido. Enseguida se lo traigo —respondió el hombre, sin perder las formas


en ningún momento.

Una vez se fue, me acomodé en mi asiento e intenté concentrarme en los sonidos


que me rodeaban. La música de ambiente sonaba a un volumen acorde a un sitio
como aquél; sin destacar demasiado y lo suficientemente alto como para
acompañar el relax que suponía pretendían buscar los clientes al entrar a un
establecimiento de ese estilo. Las voces... Sí, las voces, lo que más me interesaba
escuchar... Nada, no se oían. O sí, sí se oían, pero mezcladas; susurros
entrelazados que no conseguían tener ningún sentido para mí. Era como si todos
los ahí presentes buscaran guardar secretos del mundo que aguardaba fuera.
Como si todos hubiesen acudido a ese lugar a esconderse.
—No soporto el olor a puro. Sentémonos aquí mejor.

—Tienes razón.

Me sobresalté de repente. Eran ellos. Se habían cambiado de mesa. Sentí miedo


de darme la vuelta y mirar. Aunque era difícil que me hubieran visto, la columna
detrás mío bloqueaba casi toda la visión de mi mesa desde la parte de atrás del
recinto. Sea como fuere, agradecí al cielo que hicieran ese cambio, porque ahora
podía oírlos con claridad.

—¿De qué conoces este sitio? Es tan... elegante —dijo Lulú.

—Soy algo así como el propietario de este lugar —le contestó Barrientos.

—¿Sí? Vaya, eres una caja de sorpresas.

—¿Caja de sorpresas? Deshuesar a tu ex mujer en el divorcio lo llamo yo —rio. Mi


jefa lo acompañó con una leve carcajada.

—En fin... ¿Crees que estará bien que nos ausentemos tanto tiempo del trabajo?
—preguntó ella.

—No, pero bueno. Yo soy el jefe y tú estás conmigo. ¿Quién nos va a decir nada?

—Ese tipo de abuso de poder no va conmigo.

—Venga, Lourditas, sabes bien que es necesario. Tienes que guardar un poco de
distancia ahora. Y yo también debería...

El camarero se acercó a ellos y les preguntó si necesitaban algo más. Una vez
abandonó su mesa, vino a la mía con mi latte macchiato. No retomaron la
conversación hasta algunos segundos después.

—Yo sigo viendo muchísimas lagunas en todo esto... —continuó Barrientos—. Vale,
os besasteis, ¿ahora qué? ¿Se supone que tiene que aflorar en él algún tipo de
amor o deseo oculto por ti? —prosiguió. El corazón comenzó a latirme
rápidamente, por fin estaban hablando de lo que había pasado.

—Je... eso no va a suceder, tranquilo. Sé cuánto quiere a su novia.

—¿Entonces?

—Paso a paso, Martín. No tengo por qué precipitarme.

—Sigo sin verlo claro...

Aparentemente Barrientos no se lo había tomado tan mal. Él seguía luchando


desde su honesta posición y le pedía explicaciones. Lo que yo me esperaba era
una reacción más infantil. Que dejara de hablarla y se enfadara tanto con ella
como conmigo. Pero nada más lejos de la realidad. Me di cuenta de que estaba
perdiendo mi tiempo con esa estúpida misión espía... Estaba a punto de
levantarme y retirarme antes de que se dieran cuenta de que estaba ahí... Pero...

—Aquí estoy —dijo otra voz, de repente.

—Sí que has tardado, ¿dónde estabas? —la inquirió Barrientos.

—En el cuarto de baño. Vaya lujos que tenéis aquí dentro, ¿eh? —respondió. No
necesité mucho más tiempo para reconocer esa voz: era Romina—. ¿Y bien? ¿Ya
os habéis puesto al día?

—Lo estoy intentando... Pero es que ese plan vuestro no me termina de cerrar —
dijo él, dubitativo como pocas veces lo había oído.

—¿Lo qué no te cierra? ¿Qué más quieres que te expliquemos? —devolvió Romina.

—Nada, si está todo claro. Lo que no entiendo es por qué no te le declaras y ya


está. ¿Qué necesidad hay de todo este paripé? A fin de cuentas, el tío está en
contra de traicionar a su novia tanto de una forma como de otra —sentenció.

Mis oídos cada vez estaban más atentos. Mi corazón latía cada vez más rápido.
Pero en mi cabeza cada vez entendía menos. Las palabras "traicionar" y "paripé"
no dejaban de resonar en mi interior.

—Mira, Santos... —comenzó Romina, luego dio un largo suspiro—. Benjamín es un


poco gilipollas. Sí, Lu, te pongas como te pongas. Es lelo que te cagas. No se daría
cuenta de las cosas ni aunque le hicieran un dibujito. Si hasta le contó en la puta
cara cómo se enamoró de él y éste ni se enteró.

—¿Qué? Venga, ¿cómo se podría malinterpretar una declaración?

—Vamos a ver, no fue una declaración directa, ¿vale? Ella le contó la historia
intentando obviar nombres y el capullo no se enteró de nada.

Parecía que el corazón se me iba a detener. No lo estaban diciendo directamente...


Bueno, sí, lo estaban haciendo: Lulú estaba enamorada de mí y supuestamente
me lo había dicho en la cara y yo no me había dado cuenta. ¿Cuándo? ¿En qué
momento? ¿Cuál era esa historia con nombre obviados? La única historia que
recordaba era...

—Joder... —susurré para mí...

Acababa de caer. Era yo... Era yo del que hablaba. Ese compañero que le habían
asignado... era yo. Era yo el que la había conquistado en la oficina, el responsable
de que casi no se casara con su actual marido, el chico del cual ella no se había
podido olvidar... Era yo. Y me quería pegar un tiro.
—Pues... no sé. Yo os estoy ayudando porque nos conocemos de hace tiempo y no
quiero dejaros tiradas, pero... yo creo que deberíais ir de frente y ser más sinceras
con él.

Yo seguía escuchando, pero cada vez más abatido. Ya no me importaba que todo
aquello del "acosador" Barrientos fuera una mentira. Tampoco me importaba que
estuvieran haciendo todo eso para intentar juntarme con Lulú. Lo único que me
importaba era que mi jefa estaba enamorada de mí, que me lo había querido hacer
saber, y que yo la había ignorado como a la mierda.

—No... —dijo de pronto Lulú—. No, no, no y no. Esto no es por mí, es por él.
Bueno, que también es por mí, pero más por él que por mí.

—Tranquilízate, Lu...

—¿Otra vez con eso? ¿Tienes pruebas? —preguntó Barrientos.

—¡Pero si él mismo es el que sospecha! Tú porque todavía no habías llegado, pero


lo que nos contó de los condones fue... Joder, Martín, más claro agua. ¿No, Romi?
—prosiguió, dejándome a mí más helado de lo que ya estaba.

—Ajá...

—Además, estos últimos días que me he estado reuniéndome con él, no dejé
escapar ni una oportunidad para preguntarle por ella, y siempre me termina
contando cosas que... no son nada normales.

—¿Como qué?

—Pues... que se encierra en el baño y comienza a hacer ruidos extraños. Que él va


a preguntarle qué le pasa y ella no responde, y que le nota rara la voz... Un
montón de cosas así que lleva notando desde que metieron a ese hombre en su
casa.

—Yo insisto en que deberíais hablar con él y explicarle todo cómo lo veis vosotras.

—No nos hará ni puto caso, te estamos diciendo que está ciego de amor por esa
guarra. La única forma de que se dé cuenta es pillándola con las manos en la
masa... y eso ya se escapa de nuestras manos —cerró Romina.

No me podía creer nada de lo que estaba escuchando. Intenté recapitular varias


veces e intentar entender todos y cada uno de los puntos que se habían tratado en
esa reunión. Desde el falso acoso de Barrientos, pasando por el amor de Lulú hacia
mí y terminando en... en los supuestos cuernos que Rocío me estaba metiendo.
Esto último era lo que menos me preocupaba, porque todas sus suposiciones eran
por cosas que yo mismo les había contado. Es decir, la fuente que tenían para
asegurar que mi novia me estaba siendo infiel, era yo. Y yo, salvo por ese episodio
de los condones, que al final había terminado entendiendo como una paja mental
que me había montado, no había vuelto a tener ni una sola sospecha de ello...
Pero, de todas formas, me preocupaba que hablaran con tanta seguridad, con
tanta certeza de algo de lo que no tenían ni la más remota idea, porque eso
después podría repercutirme directamente a mí en mi relación con Rocío. ¿Lo hacía
Lulú desde el despecho? ¿Por saber que nunca dejaría a mi chica por ella? ¿Lo
afirmaba Romina porque le gustaba el salseo? ¿O simplemente porque era
impulsiva? Lo único que tenía claro de todo eso era que el pobre Barrientos no
tenía culpa de nada de lo que estaba pasando...

—Creo que deberíamos ir yendo... —dijo entonces el mismo Barrientos—. ¿Qué


vas a decirle a Benjamín cuando lo veas? ¿Cómo te piensas comportar?

—Pues... igual que siempre. Ya te dije que voy a ir paso a paso. No sé cómo voy a
hacer, pero te puedo garantizar que no me voy a rendir.

—Joder... vale. No te entiendo en absoluto, pero bueno, seguiré apoyándote con


todo este teatro. Aunque no sé qué voy a decirle cuando lo vea.

—Tú hazte el distraído. Supuestamente tú no sabes que él te vio llegar... Haz


como que no pasó nada y ya luego pensaremos en algo.

—Genial, sí. Quedar como el subnormal al que le quitan la chica en la cara y no


hace nada. Gran papel me otorgas, señora mía.

—Vámonos, anda.

Cuando escuché las sillas arrastrarse por el suelo, me di prisa y salí por el lado
contrario de mi mesa, por donde la columna tapaba toda la visión. Los vi pagar y
luego irse los tres juntos. Regresé a mi mesa y me quedé sentado un rato largo,
pensando en todo lo que acababa de escuchar. Analizando cada una de las
palabras que habían salido de esas bocas; cada acusación, cada declaración... No
podía creer que yo fuera el protagonista principal de esa historia. No terminaba de
entrarme en la cabeza.

A los pocos minutos, salí de aquel lugar y puse dirección hacia mi trabajo. No sabía
qué iba a decirle a Lulú cuando me la cruzara, lo que sí sabía muy bien era que no
iba a dejar que esta pequeña telenovela que se habían montado durara mucho
más.

Jueves, 16 de octubre del 2014 - 17:35 hs. - Rocío.

—¿Guille...?

La habitación estaba muy desordenada: bolsas de aperitivos por todos lados,


botellas vacías, pilas amontonadas de ropa encima de la cama... Un auténtico
desastre. Además olía mal, muy mal. A encierro, a humanidad... Olía a hombre
que echaba para atrás.

—¿Guillermo? —volví a llamarlo, esta vez tocándole un poco el hombro.


El chico giró un poco la cabeza y casi se cae de la silla del respingo que dio. Tal y
como había anticipado la madre, cerró el juego, soltó el ratón y tiró los cascos
encima de la mesa. No era la reacción que esperaba en un principio, pero de
momento me servía.

—¿Qué haces aquí? Le dije a mi madre que no te llamara... —dijo, intentando


mirarme a los ojos, pero sin éxito.

—Bueno, pero aquí estoy. Mariela me dijo que no estás muy bien, ¿es verdad? —le
pregunté. No era que desconfiara en la palabra de su madre, pero así pretendía
acercarme un poco mejor a él. Me senté en su cama y esperé su respuesta.

—Estoy igual que siempre. Gracias por preocuparte. Ya puedes irte —respondió,
cortante.

—Oye, que sólo quiero ayudarte, ¿sabes? —me enfadé.

—¡Que no necesito ayuda, joder! Mira, ya que has venido hasta aquí, para que al
menos puedas cobrar, ¿por qué no sacamos cuatro libros, los repasamos un rato y
luego hacemos subir a mamá para que vea que ya estoy bien? Te prometo
mostrarle la mejor de mis sonrisas —soltó, sin más, sin mirarme a los ojos
todavía.

—Vamos a ver, chavalito, no me gusta que me hables de esa manera. Tampoco


me gusta que te tomes así los intentos de tu madre por ayudarte, y...

—¿No me jodas que vas a volver a soltarme todo el rollo de mi madre otra vez?
Mira, paso. Haz lo que quieras, yo sigo jugando... —finalizó, girando la silla de
nuevo y poniéndose los auriculares de nuevo.

Me hartó. Me levanté de la cama, me puse detrás de él y le quité los cascos de un


manotazo. Él volvió a girarse hacia mí y se quedó mirándome con seriedad.

—¿Qué haces? —me dijo.

—Te estás pasando de la raya. ¿Quieres que vaya a tu madre y le cuente toda la
verdad detrás de tus primeras notas?

—Pss... Tú misma —contestó, y se dio la vuelta nuevamente dejándome otra vez


con la palabra en la boca.

Me estaba comenzando a impacientar. No había forma de entrarle a ese chico.


¿Acaso ya se había hartado de mí? No podía ser, ¿si no a qué habían venido tantas
pataletas esos últimos días? A no ser que no fueran por mí... Porque sí, yo ya
había dado por hecho que su "mal estado de ánimo" era por mi culpa. ¿Y si no era
así? Iba a tener que averiguarlo de todas formas.

—Guille, venga, vamos a hablar como dos adultos que somos.


—Yo no soy un adulto, tengo 17 años recién cumplidos.

—Para mí eres un adulto. Aunque te comportes como un crío, para mí eres un


adulto.

—Que sí, que sí. ¿Qué quieres? ¿De qué quieres hablar?

—Sobre ti, sobre lo que te ha estado pasando últimamente. Yo soy tu amiga,


Guille, puedes contarme lo que sea que te esté molestando.

Por alguna razón, sentí que por fin había llegado a su corazón. Mirándome a los
ojos por primera vez, amagó un par de veces con comenzar a hablar, hasta que se
atrevió por fin...

—No sé si es buen momento este para decírtelo... —dijo, intentando no levantar la


voz.

—¿Por qué no? Dime —insistí, retomando ese tono materno que tan buenos
resultados me había dado con él.

—Porque... no puedes solucionarlo. Por lo menos ahora...

—¿Y por qué no puedo? ¿De qué se trata? En serio quiero ayudarte, sólo dímelo.

—Porque está mamá abajo...

Estaba tan metida en mi papel que casi me olvido todo lo que había sucedido entre
él y yo. ¿Qué era lo que iba a pedirme que "solucionara" que tenía miedo que su
mamá pudiera ver? Más claro imposible....

—Entonces has estado mal por mi culpa, ¿eh? —dije, casi sin pensarlo.

—En parte sí, ¿para qué negarlo? Tú sabes perfectamente lo que me pasa
contigo... Lo sabes, me das un poco de lo que quiero y luego desapareces como si
nada hubiera pasado. Me haces sentir como una mierda...

Tenía razón, por primera vez tenía razón. Es lo que presentí aquél jueves cuando
salí de su habitación dejándolo solo luego de lo que sucedió.

—Fue un error... Nunca debí haber llegado tan lejos. Me dejé llevar por... bueno,
por... porque eres un chico muy atractivo, Guille... —logré decir, intentando
controlar el tono de mi voz.

—Entonces fue un error... Todo lo que pasó entre nosotros fue un error,
¿entonces?

—Todo no... Yo creo que hicimos migas tú y yo, ¡mira la confianza con la que nos
tratamos! —reí—.  Además, lo primero te lo ganaste, ¿recuerdas?
—Ya... Pero el beso sí que fue un error...

—El beso sí... —acepté, esquivándole esta vez yo la mirada.

—Si el beso fue un error, entonces no tiene sentido que te molestes en


preguntarme qué me pasa —dijo, y volvió a girarse con su silla.

—¿Por qué no? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? —insistí.

—¿Qué tan atractivo me encuentras, Rocío? —dijo de pronto, ignorando


completamente mi pregunta.

—¿Eh? Pues... no sé. Eres un chico guapo, no sabría decirte más...

—O sea, que soy guapo para besarme y para dejarme jugar con tus tetas... ¿y qué
más? —continuó. Sentí que la sangre se me subía a la cara al mismo tiempo que
empecé a temer por el devenir de esa conversación.

—¿Cómo que y qué más?

—Sí... me consideras atractivo para besarme, para dejarme meterte mano en las
tetas, ¿y para qué más?

Me dejó en un total y absoluto fuera de juego. La pregunta era clara. ¿Pero cómo
debía responderla? O, mejor dicho, ¿qué esperaba que le respondiera? ¿Qué
pretendía de mí? ¿Cuál era ese tema que quería que le solucionara? Me quedé
callada; respiré y luego ahí hablé. No podía volver a cometer el mismo error.

—Y para nada más, Guille...

—Vale... —respondió, esta vez de forma dubitativa—. ¿Y si te pido que me beses


de nuevo? Has dicho que para nada más... bueno, creo que me gustaría repetir la
experiencia.

—No, Guillermo. Ya te he dicho que aquello fue un error y no puede volver a


repetirse. Quiero dejarte claro desde ya que...

—Entonces mientes... Me dices que "y para nada más", pero la respuesta sería "ni
para eso ni para lo otro".

—Tómalo así si quieres... No quiero hacerte daño, pero no puedo dejar que esta
locura vaya más lejos.

—¿Por qué es una locura? Me haces sentir como si fuera un acosador. Dime una
cosa, ¿acaso te llamo todos los días? ¿Te mensajeo cada hora? ¿Te voy a buscar a
tu casa? ¿Te espío cuando sales a la calle? No, ¿verdad?

—Oye, que yo no he dicho...


—Escúchame, por favor. Si tú un día decides no venir más, yo tendré que joderme
y seguir con mi vida. No haré ninguna de esas cosas que acabo de decir. ¿Tengo
razón?

—Sí, pero...

—Entonces dime, ¿por qué es una locura? ¿Por qué es una locura hacer feliz a un
chico que no tiene nada, que lo perdió todo? ¡Si es algo que no saldrá de aquí!
Luego tú te irás y hasta quizás te sientas bien contigo misma por haber hecho una
buena acción. Y no habrán secuelas, nadie se enterará, será un secreto entre tú y
yo. Ahí termina la historia.

Sus argumentos eran sólidos como el hierro. No sé si tenía razón, pero que sabía
exponer sus razones no había nadie que pudiera negarlo. Y ese era el problema,
que yo tiraba de típicas como "fue un error", o "me dejé llevar", y él lograba
rebatírmelas sin problema alguno. Pero yo no podía serle sincera y decirle que no
quería nada con él, que ya estaba bien atendida en casa y no necesitaba que un
chiquillo de 17 años me diera lo mío. En definitiva, me encontraba en una
encrucijada.

—¿Ves? Me encanta esto... Me encanta ver la cara de la gente cuando tiro abajo
sus putas excusas sólo hablando. Contigo lo acabo de hacer y me siento genial,
aunque hayas resultado ser una puta mentirosa —dijo entonces, riéndose de forma
irónica.

—Oye, que no hace falta insultarme....

—Te lo mereces, y te aseguro que me quedo cortísimo.

—Yo no soy ninguna mentirosa, yo he estado tratando de ayudarte desde el primer


momento que puse un pie en esta casa, aguantando tu pésimo trato para con todo
el mundo y tus sucias argucias para conseguirme ponerme las manos encima. No,
aquí no eres víctima de nada, chaval...

Me había enfadado de verdad. Mi intención no era hacerlo sentir mal, pero tantas
acusaciones juntas merecían respuesta. Y bien a gusto que me quedé. Iba a
levantarme y a pirarme para no regresar jamás, pero entonces... bueno, sucedió
algo.

—Rocío —dijo de pronto él, dejando su silla y poniéndose de pie frente a mí—. Veo
que esto ya no tiene arreglo. Tú ya no me soportas pero necesitas el trabajo y yo
sigo queriendo mi beso. Así que, ¿por qué no hacemos lo siguiente? Tú me das mi
beso; o sea, un buen morreo, y yo no vuelvo a molestarte. No volveré a pedirte
nada. Me portaré bien en casa, no preocuparé más a mi madre, y tú seguirás
viniendo los lunes y los jueves a nada más y nada menos que darme clases. ¿Qué
te parece?

Sentada, mirándolo desde abajo, lejos de la puerta y con él en frente mío


tapándome todo el panorama... como que me sentía un poco intimidada. No podía
pensar con claridad. Era una petición bastante precisa, pero no me terminaba de
llegar del todo. Sabía que quería irme de esa casa y no regresar jamás, más por
hartazgo que por otra cosa, pero... No, no quería perder el trabajo... Un trabajo
que había encontrado para abstraerme de los problemas de casa. Que, bueno,
tampoco es que estuviera ayudando mucho en ese sentido, porque tranquilidad lo
que se dice tranquilidad, no me traía para nada. Aunque, en fin, era un trabajo
que había encontrado para demostrarle a Benjamín que podía ser autosuficiente,
para demostrarle que yo también podía llevar dinero a la casa... Ese era,
probablemente, el punto que más me importaba mantener. No quería darle el
gusto de que me dijera que no había durado nada en mi primer trabajo... No
quería... Pero tampoco quería darle el gusto a ese mocoso que tenía adelante. Ese
mocoso pedante, altanero, que creía que tenía el sartén por el mango.

—¿Y? ¿Qué me dices?

—No voy a besarte estando tu madre abajo... —dije al fin, largando lo primero que
se me ocurrió. Como ya dije, me encontraba un poco aturdida. No estaba en
condiciones de pensar las cosas antes de decirlas.

Y me equivoqué... Claramente me equivoqué.

Guillermo sonrió, cogió su teléfono del escritorio, se entretuvo un rato con él, y
luego se giró hacia mí de nuevo. No volvió a articular palabra hasta que una
musiquita sonó.

—Solucionado —dijo, enseñándome la pantalla de su smartphone.

"Mamá, ya me encuentro mucho mejor. La verdad es que Rocío es como mi hada


madrina. Tenías razón. ¿Puedes ir al centro a comprarle un regalo? Me gustaría
sorprenderla antes de que se vaya...", rezaba un mensaje escrito por él. Un poco
más abajo, otro mensaje firmado por 'Mamá' decía: "¡Ya mismo salgo! Tú
entretenla hasta que vuelva".

—Eres un pequeño hijo de la gran puta, ¿sabes? —le solté, salido directamente de
lo más profundo de mi ser.

—Sí, lo sé, ¿para qué lo vamos a negar a estas alturas?

No sabía si seguir insultándolo o salir corriendo. Tenía varias opciones y ninguna la


veía clara. En cambio, Guillermo sí que sabía qué hacer.

—Tenemos media hora como mucho.

Sin esperar más, tiró una de las pilas de ropa sucia que descansaba sobre su
cama, se acomodó a mi lado y estiró el cuello cual pato para besarme en los
labios. Mi primera reacción fue hacerle una cobra, pero él no se rindió y volvió a la
carga. Al notarme reacia, se puso a darme besitos en la mejilla y fue deslizándose
poco a poco para buscar mi boca. Yo seguía negándome, no directamente, pero sí
tratando de evitar el contacto directo. Estuvimos así hasta que la paciencia de
Guillermo se agotó.
—¿Tanto te cuesta darme un puto beso? Es que me cago en la puta... ¡Que no soy
Shrek, joder!

—¡Y yo en ningún momento te dije que lo iba a hacer!

—Vamos a ver, Rocío, que tenías dos opciones nada más: besarme o pirarte. Y yo
no veo que te hayas ido. ¿En qué quedamos entonces?

Otra vez tirando de autoridad verbal para desarmarme. Eso es lo que más me
irritaba de él, que siempre tuviera lista la frase perfecta para hundirme en la
miseria.

Mientras esperaba una respuesta, me callé un rato largo e intenté mentalizarme


para la decisión que iba a tomar. Tenía razón en algo, era aceptar o largarme de
ahí. Pero tirar de puerta también iba a significar el fin. El crío cabrón ya no iba a
querer verme más... y adiós trabajo.

En fin, el tiempo jugaba en mi contra, y como siempre que el tiempo juega en mi


contra, tomé la peor decisión que podía tomar:

—¡Vale! De acuerdo... Pero lo vamos a hacer a mi manera, ¿vale?

—Que sí, me la suda. Yo sólo quiero que me beses.

Me sorprendía verlo tan decidido cuando en nuestro último encuentro no había


mostrado ni el más mínimo ápice de hombría. Me resultaba difícil tomarlo en serio
cuando ni siquiera estaba segura de cuál era su verdadera cara.

Sea como fuere, limpié mi cerebro de pensamientos vanos y me preparé para


cumplir con las exigencias de ese chico una vez más. Muy despacio, acerqué mi
cara a la suya y no me detuve hasta que nuestros labios se juntaron. Froté mi
nariz contra la suya y moví la boca muy suavemente indicándole el ritmo que
íbamos a seguir. No quería apurarme. No quería que me metiera la lengua en la
garganta y todo terminara ahí. No, ya que iba a tener que pasar por aquello, al
menos iba a intentar disfrutarlo. Por eso, sin dejar de tocar su nariz, le di el primer
piquito. Luego le di otro, haciendo una pausa larga entre el nuevo y el anterior.
Luego otro, luego otro, luego otro. Hasta que, por inercia pura, ambos separamos
los labios y comenzamos un beso mucho más regular. Sin lengua todavía, pero
habíamos conseguido ponernos en marcha. Noté que sus manos estaban quietas
entre su cuerpo y el mío, no parecía tener ninguna intención de tocarme. Era de
agradecerse que adoptara esa posición sumisa luego de todo el show que había
montado, pero, como ya he dicho, yo quería entonarme un poco y para eso iba a
necesitar de su ayuda.

—Puedes tocarme —le dije, en un suave susurro—. Pero no te pases...

Él asintió, y le faltó tiempo para colocar su mano en mi cintura. Reanudamos el


beso, pero esta vez con él algo más atrevido. Mientras movía las yemas de sus
dedos por el costado de mi torso, aceleró por cuenta propia el ritmo
provocándome el primer respingo de la noche. Él ni se inmutó. Por un momento
creí que se había asustado, pero lejos estuvo de hacerlo. Es más, provocar esa
reacción en mí debió envalentonarlo más, porque lo siguiente que hizo fue colocar
su otra mano en la parte baja de mi espalda y tantear con la punta de los dedos el
inicio de mis nalgas.

No sé por qué, pero, lejos de molestarme, sentí que había ganado en comodidad.
Tanto, que no pude evitar abrir un poco más la boca, enviándole así una evidente
señal de que podía llevar ese tierno beso al siguiente nivel. Y, de nuevo, no tardó
ni dos segundos en aprovechar la oportunidad. Su lengua se abrió paso por toda
mi cavidad bucal, transformando así el beso en morreo.

Me había dejado llevar por mis sensaciones nuevamente. Cada vez que mi cuerpo
me pedía algo, yo se lo terminaba dando. Y así es como terminaban llegando todos
los problemas para mí. No sabía cuándo decir basta, cuando poner el freno. Y lo
iba a terminar pagando, vaya que si lo iba a terminar pagando. Aquella simple
acción no era nada menos que el preludio de lo que terminaría llevándome a mi
total y absoluta perdición.

—O-Oye, espera...

Me había entrado con tantas ganas que tuve que apartarlo de un pequeño
empujón para poder dar una bocanada de aire. Una vez se recuperó él también,
dio otro paso al frente y llevó las manos que hasta el momento habían
permanecido en mi espalda, hasta mis pechos. Sin sin siquiera pararse a mirar mi
reacción, sin echarme un mísero vistazo, echó la cara hacia delante y continuó
comiéndome la boca, con tanta fuerza que caí de espaldas sobre el colchón,
quedando él encima mío y con un panorama de mi pecho con el que en no habría
soñado tener en su dichosa vida. Y aprovechó el momento, ¿por qué no iba a
hacerlo? La primera mano fue por debajo de mi blusa mientras que la otra me
afianzaba el cuerpo por la espalda. Todo esto no hacía más que ponerlo más y más
cachondo, y lo pude sentir en carnes propias, porque la ferocidad del morreo no
hacía más que aumentar. Mi resistencia empezó a mermar como siempre, y de un
momento a otro perdí completamente el control de la situación.

—G-Guille, no...

Lejos de siquiera oírme, dejó de besarme y dirigió su boca a la teta que acababa
de liberar su mano izquierda. Por cuenta propia, esta vez fue él el que la tomó, el
que la saboreó, el que la mordió y gozó, repitiendo el mismo proceso con el otro
pecho y volviendo al anterior cuando ya se cansaba de ese. En un momento dado,
mis brazos comenzaron a estorbarle y decidió elevarlos por encima de mi cabeza
con la fuerza de una única mano. Ya estaba totalmente expuesta para que él
hiciese lo que quisiera conmigo. Solamente tenía que dar otro paso al frente y
tomar lo que tanto deseaba...

—Guille...

Más allá de sentirme completamente derrotada. Más allá de saber que en cualquier
momento me iba a terminar convirtiendo en el plato principal de esa velada. Más
allá de la incertidumbre que me abrazaba el alma en ese momento. Más allá de
todo... me sentía tranquila. Sí, relajada. A diferencia de mis otros encuentros
primerizos... esta vez no sentía miedo de mi compañero. Me había sucedido con
Benjamín y me había sucedido con Alejo... Por razones distintas, por contextos
completamente diferentes, mis primeras experiencias anteriores se habían visto
empañadas por pésimas sensaciones. Entre ellas el miedo. Pero no, con Guillermo
estaba siendo distinto. Sí, estaba actuando con brusquedad; pero no estaba siendo
violento, ni mucho menos. No me estaba dando ningún motivo para temer. Es
más, estaba comenzando a acostumbrarme a estar rodeada por sus brazos. O
apresada, lo que fuera. El morreo estaba siendo tan eficiente, tan incisivo, tan
placentero, que me tenía en un estado de relax que sólo había sentido en mis
mejores polvos con Alejo. Aunque, insisto, no había comparación. No me sentía
presionada, no sentía que la cosa pudiera complicarse... ¿Sería porque no estaba
en casa y no corría el riesgo de que Benjamín entrara por esa puerta? No lo
descartaba. Ciertamente era un plus a favor el que no existiera ese miedo. ¿O...
tal vez en contra?

—¡Ay!

Di un nuevo respingo, esta vez al sentir una dureza presionar mi muslo. ¿Era una
botella vacía? ¿Un mando a distancia aparecido? ¿Su teléfono móvil? No, no era
nada de eso... Sus manos habían vuelto a jugar con mis pechos desnudos y su
lengua no abandonaba mi boca en ningún momento. Tenía todo la mitad de arriba
de mi cuerpo ocupada, pero mis partes bajas ya estaban más que listas para
comenzar a sentir también. Por eso, en un acto reflejo, casi sin pensarlo, estiré la
mano derecha y la llevé hasta ese bulto que hacía presión en mi pierna. Abrí la
palma y comencé a acariciar a conciencia toda su extensión. Quería conocer bien a
mi oponente, estudiar su contorno, calcular su tamaño, medir la fuerza con la que
luchaba por salir de su prisión... No, ya estaba empezando a ceder y empezaba a
quedar claro que ya no había vuelta atrás. Así, confiada y resignada, decidí que
quería sentirlo directamente. Ya nada iba a hacerme cambiar de opinión, ni
siquiera su madre entrando por esa puerta. Con todos mis sentidos a flor de piel,
desabroché su cinturón y metí la mano por dentro de su pantalón hasta llegar a él.
Y me liberé. Era lo que necesitaba sentir. Liberación. Quería hacerlo y lo hice, no
me importó nada. Guillermo no habló, no se sorprendió, no se inmutó. Nada, no
hizo nada. No dejó de besarme en ningún momento ni de jugar con mis tetas. Pero
yo quería que reaccionara de alguna manera...

—¡Aparta! —le dije de repente

Con un fuerte empujón a la altura del pecho, me aseguré que ahora fuera él el que
quedaba de espaldas al colchón. Estaba agitadísima, sofocadísima. El beso había
sido demasiado intenso, necesitaba recuperar el aire... Él me miraba con los ojos
muy abiertos, expectante de nuevo, y con cierto temor también... Sí, me di cuenta
de ello enseguida. Había comenzado a temer que me hubiera arrepentido, que
hubiera recapacitado y que lo fuera a dejar así, abandonado como un cachorro
bajo la lluvia. Pero no, eso no iba a suceder. Había llegado demasiado lejos y
quería dejarme llevar. Error o no, arrepentimiento posterior o no, mi cuerpo me lo
estaba pidiendo y yo se lo iba a dar. Por eso me arrojé sobre él y le bajé los
pantalones. Por eso me situé sobre su entrepierna y le dediqué una mirada llena
de intenciones. Por eso quedé cara a cara con su pequeño, no tan pequeño
"amigo" todavía encerrado dentro de la tela del calzoncillo. No dejé de mirarlo, ni
cuando volvía a palpar el contorno de su miembro ni cuando con mi mano libre
busqué alguna zona sensible de mi cuerpo para poder subir un poco más mi propia
temperatura. No rompí el contacto visual en ningún momento. Quería mantenerlo
hipnotizado hasta que me decidiera a hacerlo. Hasta que encontrara el momento
preciso para llevar a cabo mi cometido. Él no se movía, apenas parecía respirar.
Esperaba el momento con suma pasividad, un momento con el que seguramente
había estado soñando desde el primer día que me vio. Ese momento que estaba a
segundos de llegar. Sólo un paso más y se convertiría en el hombre más feliz del
mundo...

—Hazlo... —suplicó.

Y el momento llegó. Liberé su falo de su camisa de fuerza y comencé una mamada


que no iba a olvidar en su vida.

Era grande, considerablemente grande para la edad que tenía. Pero era normal,
ese cuerpo de macho tenía que tener una herramienta acorde a su tamaño. No era
como la de Alejo, pero sí un poco más larga que la de Benjamín. Quizás más ancha
que la de ambos. O quizás ese era el estado al que había llegado gracias a mí. Me
ocupaba toda la boca, apenas podía con él por su grosor, pero eso no iba a impedir
que la degustara como era debido. Desprendía un olor fuerte, como de varios días
sin haber conocido agua y jabón, pero tampoco me importaba. Me excitaba. Era
algo nuevo para mí, algo desconocido. Acostumbrada a tratar dos machos muy
pulcros, toparme con la suciedad de este muchacho para mí era como probar un
nuevo sabor de helado.

—Ah... Aaaaaah... —suspiró al fin el chico. Fue un largo suspiro. Como de alivio,
como si llevara semanas acumulando ese aire.

El cosquilleo en mi entrepierna ya era insoportable. Me levanté la falta y con la


mano que tenía libre comencé a masturbarme mientras le seguía saboreando el
miembro a lengua viva. No podía parar. Ni siquiera me tomaba la molestia de
sacármela de la boca y mimarla como me gustaba hacerlo con la de Alejo. No, ésta
quería comérmela, tragármela y no soltarla hasta que él soltara lo suyo. Así me
sentía. Y con muchas ganas de tocarme yo misma. Y de gritar, de gritar muy alto.
Por eso comencé a gemir como una loba, como una perra en celo. Y en un
momento dejé de chupársela unos segundos sólo para eso, para mirar mi
entrepierna y berrear mientras los chorros de mi dulce agüita salían disparados
hacia arriba.

—Basta... —dijo Guillermo—. Esto es demasiado para mí.

Quitándose de debajo mío, volvió a tomar la voz cantante en la posición y se


colocó encima. Sujetándome por ambas piernas, tiró hacia arriba de mí y dejó
todo mi culito a la altura de su cara. Estiró el cuello cual avestruz y hundió la boca
en mi hendidura para luego absorber todos los fluidos que seguían saliendo gracias
a esa maravillosa paja que me acababa de regalar. Semejante accionar lo único
que consiguió fue seguir sacándome gritos, alaridos y peticiones de más, más y
más. Lo único que consiguió fue que mentara a Dios y a todos los santos que
conocía. Lo único que consiguió fue terminara de perder la cabeza. Lo único que
consiguió fue... que pidiera su polla.

—Métemela ya, Guillermo. Hazlo de una vez.

Se habían terminado los juegos. Se había terminado la hora de la maestra


dispuesta. Hasta ese momento había intentando de hacer cada experiencia única e
irrepetible para él. En cada momento había pretendido enseñarle a hacer las
cosas. Enseñarle a darle placer a una mujer, a darse placer a sí mismo mientras lo
hacía. Pero no, ya se había terminado todo aquello. Quizás, si las cosas se
hubiesen dado de manera distinta, le hubiese dado una primera vez como se
merecía. Como había venido haciendo todo hasta ese preciso instante. Pero,
repito, no, ya no. Mi cuerpo estaba ardiendo, estaba pidiéndome a gritos
desgarradores que calmara esa picazón. Y yo, como siempre, como he repetido
hasta el hartazgo, iba a darle lo que él necesitaba.

No hizo falta que se lo volviera a pedir. Él estaba tan ansioso como yo. Soltó mis
piernas, que hasta ese momento habían permanecido colgadas sobre sus hombros,
y me puso en posición para comenzar lo que hacía ya rato se sabía que iba a
suceder. Antes de hacer nada, me miró a los ojos y buscó mi aprobación una vez
más. Con una mirada llena de lujuria, llena de deseo, llena de locura, asentí. Él
endureció el gesto y agachó la cabeza para mirar su objetivo. Con mucho cuidado,
se acostó encima de mi pecho y luego llevó una mano a su pene para situarlo en la
entrada de mi vagina. Con todo ya dispuesto, colocó una mano a cada lado del
colchón y, así, dejó caer todo el peso de su torso encima mío mientras su pene se
iba metiendo lentamente dentro de mí.

—S-Sin miedo... Hazlo sin miedo...

Entendía su inexperiencia, pero lo último que quería en ese momento era lidiar con
otro patito temeroso. Necesitaba placer urgente y lo iba a obtener sea como fuere.
Así que, sin más, lo agarré del cuello y estiré la cabeza para pegarle otro morreo.
Una vez nos volvimos a enganchar lengua con lengua, llevé las manos a su
espalda y presioné su cuerpo contra mí para hacerle entender cómo quería que
fuera la cosa.

—Mmmm... Mmmm... —gemía con su boca todavía pegada a la mía—. Así... Así es
como se hace...

Con un semblante muy serio, dejó de besar y luego agachó la cabeza, evitando
cualquier tipo de contacto visual. No sabía si era por vergüenza o por qué, pero no
me importaba. Más allá de eso, me hizo caso y comenzó a moverse muy despacio.
A medida que tomaba confianza, más rápidos eran sus movimientos de cadera.
Más firmes. Su determinación iba creciendo conforme sus estocadas ganaban en
regularidad. No sé cuánto tiempo llevaríamos de esa manera, pero yo estaba muy
cómoda. La penetración había acallado mis ansias de macho y ya estaba mucho
más tranquila. Ahora gemía en voz baja, no gritaba, no le pedía más y más. Me
sentía relajada y sabía que el momento cúspide llegaría una vez Guillermo
terminara de acomodarse, de encontrarse a sí mismo, de decidir cuál era la forma
de proceder que más placer le daba.

—Eres increíble... —dijo de pronto, parando en seco todo movimiento.

—¿E-Eh?

—No eres como las demás... En el fondo intentas serlo, pero no puedes, tu
verdadero ser no te deja —continuó hablando, recobrando el aliento entre frase y
frase, y esta vez mirándome directamente a los ojos.

—¿Qué...? ¿Qué quieres decir? —pregunté. No entendía por qué se había detenido
—. No pares ahora, Guille...

—Primero fue una sobada de tetas... Una sobada de tetas que podrías haber
evitado si te hubieses puesto un poco más firme. Luego... todavía no sé cómo
terminamos así la última vez, pero, nuevamente, llegamos a una situación que
podrías haber evitado de no haber... En fin. Y ahora... mira como terminamos por
un simple beso.

—¿A dónde quieres llegar?

—Amo tu cuerpo, Rocío. Me vuelve loco. Cada noche deseaba con hacer mía cada
una de tus curvas. Y más o menos te lo dejé claro la primera vez que hablamos
cara a cara, sin máscaras, ¿no? En ese sentido, yo fui sincero contigo desde el
primer momento. En cambio, tú... No, tú no eres sincera ni contigo misma. Yo a ti
te caigo mal, prácticamente me aborreces, pero te gusta mi cuerpo. Y ahora te
estás dando cuenta que te gusta mi polla también. ¿Entiendes lo que digo?

—Pues no, no entiendo... Guille, estás arruinándolo todo —me quejé. Tanta
cháchara en ese momento... Iba a conseguir apagarme por esa estupidez.

—¿Arruinándolo todo? No, para nada. Observa.

De golpe, dejó caer todo el peso de su torso encima mío y me la ensartó entera de
una sola empotrada. Ahogué un grito de dolor y cerré los ojos con mucha fuerza. A
partir de ahí, todo lo que vino fue placer. Guillermo comenzó a moverse rápida y
rítmicamente, muy distinto a como lo había venido haciendo. Y así me gustaba a
mí, era como si me hubiese leído el pensamiento. Enterró su cara en mi cuello e
inició una pequeña tortura a besitos y lametazos muy cerca de mi oreja. Me estaba
inundando de placer. Empecé a gemir a los gritos igual que antes, a pedirle más, a
llamar a deidades desconocidas... Me tenía a sus pies.

—¡Dios, sigue! ¡Por lo que más quieras, sigue!

—¿Te das cuenta? Todo a ti se resume en esto: en un buen pollazo.

No me dio derecho a réplica, se aferró a cada lado de la cama y continuó


embistiéndome con mucha violencia. Yo me abracé a él y ni pensé en sus
palabras, atrapé su culo con mis piernas y decidí que ya era de que me llevara a
mi más que merecido orgasmo.

—Si te detienes ahora te juro que te arranco una oreja —le susurré al oído, justo
antes de atraparle el lóbulo derecho con mis dientes.

Sonrió, sólo sonrió. Agachó la cabeza otra vez y se concentró en darme, en darme
sin cambiar ese ritmo agresivo que estaba a punto de volverme loca. Estaba a
punto de llevarme a mi primer clímax lejos de los brazos de Alejo y Benjamín.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Así, Guillermo! ¡Ya casi! ¡Ya casi, Guillermo!

—Cógete bien, porque no pienso parar hasta que te corras como una perra.

Y obedecí. Pero obedecí a mi manera. Todavía me quedaba un poco de cordura


como para devolverle alguna de las que me había hecho. A duras penas, puesto
que la cama era un terremoto viviente, llevé ambas manos a su espalda y me
aferré a su piel con cada una de mis diez uñas.

—¡AAAAAAAAAAAAAAH!

El grito que soltó fue de ultratumba, pero no me importó. Así lo quería tener. Esa
era mi forma de someter a ese tipo de machitos que se creían los amos del
universo sólo por llevar a una mujer al orgasmo. Y este tan sólo tenía 17 años, por
lo que mi lección venía más que a tiempo.

—¡Hija de la gran puta! —volvió a gritar.

—D-Dame lo mío... ¡Dámelo ya, maldito cabrón!

—¡Toma lo tuyo, estúpida guarra!

El terremoto de la cama se convirtió en una explosión interplanetaria. Todo lo que


había encima de ese colchón terminó en el suelo y de milagro no lo hicimos
nosotros también. Sus embestidas ya eran cosa de otro mundo. Toda esa fuerza
adolescente estaba entrando y saliendo de mí de una forma absolutamente
increíble. Ambos gritábamos, gemíamos y nos maldecíamos el uno al otro. La
conexión era perfecta. No le podía pedir nada más a un polvo. Las gotas de sangre
chorreaban de su espalda como si fueran géisers. Mis manos estaban rojas como
el más bello de los atardeceres. Y mi cuevita estaba a nada de culminar el cantar
más maravilloso de todos...

—¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!

Ambos gritamos a la vez, pero la que se corrió fui sólo yo. El orgasmo me llegó en
el mejor momento posible. No sé explicarlo, pero así fue. Aplastada por todo el
peso de su cuerpo, sentí todo mi cuerpo convulsionar, revolverse por dentro y por
fuera, regodearse por la explosión de sensaciones que acaba de tener lugar en una
de sus entradas más bajas. Grité, grité mucho. Clavé más las uñas en su espalda
si se podía. Mordí su oreja como una tigresa muerta de hambre, incumpliendo la
promesa que había hecho. No sé si fueron 30 segundos, 20, 15 o 40, pero para mí
fue como una eternidad. Porque a mí los orgasmos no se me hacían cortos como
Noelia me había explicado que le pasaba a ella. No, a mí los orgasmos me duraban
días. Así es como había aprendido a disfrutar del sexo yo.

Finalmente creo que fue un minuto, el mismo tiempo que tardó Guillermo en
volver a la carga. No me habló, no me dijo nada. No me preguntó qué tal estaba ni
se preocupó por el estado de mi cuerpo. Separó mis piernas con ambas manos y
continuó taladrándome, quizás con algo menos de énfasis, pero con la misma
fuerza y rapidez con la que lo había estado haciendo antes del primer parate.

—No te corras dentro... —alcancé a pedirle, en un extraño alarde de cordura.

Asintió, entendiendo lo delicado de la situación, y enseguida se salió de dentro


mío. Dudó un segundo, pero se recompuso rápido y con una seña me pidió que me
sentara en la cama. Cuando me tuvo como quería, comenzó a masturbarse frente
a mí hasta que su semen caliente salió disparado directamente hacia mi cara.
Varios chorros contundentes, acompañados de largos bufidos, pegaron en mis
ojos, en mi frente, en mi nariz, en mi boca... Luego bajó la cabeza de su pene y
dirigió los últimos coletazos del orgasmo a mis pechos. Antes de quedarse
tranquilo, se cogió el miembro por la base y apuntó el resto a mi boca, esperando
que yo hiciera la limpieza...

—Vaya con el crío... ¿Tú te piensas que es así como se debe comportar un chico en
su primera vez? —lo regañé de forma traviesa, mientras cumplía su último deseo.

—¿Y quién te dijo a ti que yo era virgen? —respondió.

—Venga ya, Guille. A mí con esas no me...

Su mirada era seria de nuevo. Por alguna razón, había iniciado todo aquello con la
certeza de que el chico era inexperto en la materia. Y así lo seguía creyendo, pero
esa mirada...

—¿En serio?

—Yo te dije que no estoy interesado en las mujeres de mi edad, pero eso no
significa que si se me presenta la posibilidad de echar un polvo, no lo eche.

Anonadada me quedé. Tantos esfuerzos de mi parte por enseñarle al tío a tratar a


una mujer. De intentar dejar una imagen única en él. De tratar que cada momento
quedara grabado en su memoria... Todo en vano. Había sido completamente
engañada, una vez más, por ese adolescente no tan adolescente.

—Aunque... —prosiguió—. Es la primera vez que me intentan mutilar...

—¡Te lo mereces por mentiroso, traidor, capullo, escoria, falso...!


Cada insulto fue acompañado de la primera cosa que encontré cerca mío para
tirarle. Él se reía a carcajada limpia mientras esquivaba a duras penas cada
proyectil.

En eso estábamos cuando el teléfono de Guillermo comenzó a sonar. Ambos nos


miramos con los ojos muy abiertos y comenzamos a vestirnos como almas que
lleva el diablo. Ni tiempo tuve de asearme correctamente, ni tampoco él. Yo llena
de semen y él cubierto de sangre. La escena era tan nefasta que no hubiese
habido explicación posible de haber sido pillados.

—Eh... —dijo después de mirar la pantalla del teléfono—. Dijo que el centro
comercial está lleno de gente y que va a tardar un rato más...

—¡Me cago en la puta!

Ninguno de los dos pudimos evitar comenzar a reírnos como niños. Como tampoco
pudimos evitar abalanzarnos el uno encima del otro y comenzar a besarnos con
una pasión que hasta el momento había sido prácticamente inexistente entre
nosotros dos...

—¿Alguna vez te has duchado con una mujer que no sea tu madre? —le pregunté.

—Vaya, creo que tampoco —respondió, con una sonrisa que le ocupaba toda la
cara.

—Pues ya va siendo hora.

Así tal cual estaba, lo cogí de la mano y me lo llevé para el cuarto de baño. ¿Por
qué no? Pensé. Ya que estaba, iba a terminar de regalarle a ese pequeño
cabroncete el mejor día de su vida.

Las decisiones de Rocío - Parte 21.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 08:40 hs. - Benjamín.

Negro, el horizonte se alzaba negro. Pero no un negro provocado por la falta de


iluminación, no, se trataba de un negro absoluto. La nada misma. Un panorama
desolador para cualquier que lo viera. Y la escena no terminaba ahí; sobre un
costado, muy cerca de mí, muchos rostros desfilando. La oscuridad era infinita.
Aunque, por alguna razón, podía ver con claridad quiénes eran.

—¡¿Qué miras, gilipollas?! —me gritaba Romina desde muy lejos.

—¡Benny! ¡Benny! ¡Aquí estoy, Benny! —saltaba una eufórica Clara desde un poco
más cerca.
—¡Ponte a trabajar, jodido gandul! —se sumaba Mauricio, justo antes de
estamparle un beso en los labios a su becaria favorita.

Quería contestarles, pero la voz no me salía. Quería salir corriendo y reunirme con
ellos, pero mi cuerpo no se movía. Estaba paralizado. Lo único que podía hacer era
seguir mirando y escuchando sus gritos, que no se detenían.

—¡Benja, amigo mío! ¡Vente para acá, que esto está lleno de chochetes! —
exclamaba también un contentísimo Luciano.

—¡Todas putas, Benjamín! ¡Todas las mujeres son unas guarras! —añadía
Sebastián, a su lado. Contrastando su comentario con una sonrisa de oreja a
oreja.

—¡No le hagas caso! ¡Te estamos esperando, cuñado! —me llamaba también
Noelia.

Seguían gritando, cada uno diciendo una cosa distinta; pero todos dirigiéndose a
mí. Era el protagonista de esa película y me lo querían hacer saber a toda costa. Y
yo quería ir con ellos, quería estar con ellos. Sus caras felices me invitaban a
añorarlo. Ninguno parecía sufrir, ninguno parecía tener preocupaciones. Yo quería
eso también, quería experimentar esa dicha yo mismo.... ¡Pero no podía! ¡No
podía!

La necesitaba a ella. Sí, era la única persona que podía curarme esa ansiedad que
me estaba matando. Dejé de escucharlos un momento y busqué a Rocío. Quería
verla; deseaba verla, notarla, sentirla. Necesitaba saber que estaba ahí,
esperándome entre esa multitud de cuerpos que no dejaban de aparecer. Pero no
estaba, no la encontraba. Cerré los ojos y agudicé el oído para ver si conseguía
distinguir su voz entre todo ese barullo.

...

Nada. Tampoco iba a tener esa satisfacción. ¿Qué clase de tortura era esa? ¿Por
qué me estaban sometiendo a semejante castigo? ¿Qué querían de mí? ¡¿Qué más
querían de mí?!

—¡Cuidado! —gritó Barrientos de pronto— ¡Aléjate de ahí! ¡Aléjate de ahí,


Benjamín!

—¡Atrás tuyo, Benjamín! ¡Vete de ahí! —lo acompañó una desesperada... ¿Lin?
¿Era Lin?

—¡Corre! ¡Corre! —exclamaron al unísonos las otras tres muchachas de diseño


gráfico.

—¡Huye de ahí, subnormal! —saltaba Romina, moviendo sus brazos de manera


exagerada buscando llamar mi atención.
 

No entendía nada. ¿Qué sucedía? ¿Qué había detrás de mí? Sus expresiones se
habían tornado sombrías de repente; ya ninguno reía, ya ninguno festejaba, ya
ninguno bailaba. Agitaban sus brazos buscando mi atención completamente
aterrados.

Entonces, un grito desgarrador y el silencio absoluto.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba una mujer— ¡No! ¡No! No!

No se oía nada más, sólo los alaridos de esa mujer repitiendo una y otra vez la
misma palabra. Sentía que los oídos me iban a reventar, que en cualquier
momento mi cráneo iba a ceder ante semejante onda sonora. Era el fin, sabía que
era el fin...

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Benjamín, no! ¡Aléjate de ella! ¡Tienes que alejarte de
ella!

Y comencé a sentirlo... Por fin empecé a sentir mi cuerpo. Seguía escuchando los
gritos de aquella mujer, pero la parálisis había desaparecido. Mis oídos me dolían,
me dolían mucho, como si estuvieran a punto de estallar. Aunque... ya podía
moverme.

—¡No! ¡No!

De pronto un cosquilleo... Un placentero cosquilleo en todo mi cuerpo. Moví mis


brazos y me masajeé el estómago en un espontáneo intento de querer encontrar
el motivo de dicho cosquilleo. Entonces me di cuenta de que esa agradable
sensación venía de más abajo. ¿Por qué? ¿Por qué de pronto eso? ¿Por qué
después de tanta desesperación se me estaba otorgando un momento de relax?

—¡Aléjate de ella, Benji! —se escuchó por última vez.

—¿Lulú?

Oscuridad absoluta de nuevo. Varios segundos de penumbra total. Ya no se podía


ver nada, tampoco se podía escuchar nada. Todo había desaparecido. Hasta que
los poderosos rayos de sol golpearon en el centro de mis retinas.

—¿Qué pasó? —murmuré, todavía medio dormido.

—¿Mmmm...?

Abrí los ojos, temeroso... Encontrarme con el techo de mi habitación sin duda que
era un alivio, a pesar de que todavía podía sentir el miedo en el cuerpo.

—¿Te encuentras mejor, mi amor? —dijo la voz que había estando buscando,
sacándome de ese pequeño trance.
Al escucharla, me di cuenta de que esa bonita sensación en mis partes bajas no
había desaparecido. Con cuidado, levanté el grueso edredón que todavía me cubría
y colé la vista por debajo.

—Buenos días —me saludó una sonriente Rocío justo antes de volver a meterse mi
falo en la boca.

—¿Ro...? ¿Q-Qué haces? —pregunté, ingenuo.

—Pues una mamada, ¿a ti qué te parece? —respondió ella, con altanería.

—P-Pero... ¿por qué?

Tras un largo suspiro, se salió de abajo del acolchado y se abalanzó sobre mí para
comerme la boca. Era imposible no notarlo, estaba... ¿excitada?

—Porque me pareció que estabas teniendo un mal sueño y no se me ocurrió mejor


manera que esta para tranquilizarte —argumentó, coqueta como pocas veces la
había visto—. ¿Qué pasa? ¿No te gustó?

—¡No! ¡No es eso! Es que creo que acabo de tener una parálisis del sueño... y
todavía no me termino de recuperar.

—¿Una parálisis del sueño? Eso es grave, Benjamín... —me miró asustada—.
Joder... Si lo sabía no lo hacía...

—No te preocupes, mi amor, creo que ya estoy bien —salté enseguida—. No hay
nada que tu dulce carita no pueda curar.

La sonrisa que esbozó a continuación le ocupó toda la cara. Y me sentí feliz


nuevamente. Tanto que obvié ese "joder" que no era nada típico de ella. Ver al
amor de mi vida sonreír era lo único que necesitaba para recuperar las fuerzas.

—Te amo —le dije, en un acto de sinceridad que no pude reprimir.

En un nuevo arrebato, se volvió a abalanzar sobre mí y atrapó mis labios con los
suyos. Abrí la boca y recibí esa lengua cuya única intención era violarme la
garganta. Tan violenta, tan agresiva... Tan fogosa como me tenía acostumbrado
últimamente.

Me aferré a su espalda y yo también metí mi lengua en su boca. Quería sentirla,


saborearla, comérmela...

—Mi dulce carita no es la única parte de mi cuerpo que puede curar dolores —dijo
entonces.

Dejó de besarme y en un rápido movimiento se montó a horcajadas sobre mi


todavía tendido cuerpo. Se quitó la camiseta holgada que había elegido para
dormir aquella noche y me regaló una deliciosa vista de sus pechos desnudos.
—¿Ves estas de aquí? —dijo señalando con ambos dedos índices sus pezones—.
Estas de aquí también saben curar dolores.

Acto seguido, me cogió por la nuca y me arrastró hacia ella, poniéndome una teta
en la boca.

—Chupa... Chupa y verás —sus palabras eran intensas, así como su mirada y su
respiración.

Abrí la boca como un bebé asustado y comencé a chuparle el pezón. Olía


maravillosamente bien. Se notaba que acababa de ducharse. Su piel desprendía un
leve olor a fresa que compaginaba perfectamente con el rosa fuerte de sus
aureolas. Cerré los ojos y me concentré en comerme ese rico malvavisco. La
escuchaba gemir, disfrutar del masaje que le estaba dando, entregarse al placer
como nadie. De pronto sus uñas rascando mi nuca; como tanteando el terreno, y
de vez en cuando una ligera presión en la zona. Hasta que volvió en sí.

—Suelta —dijo, dándome un pequeño golpe en la cabeza.

Lanzándome una nueva mirada cargada de calentura, me tumbó en la cama de un


empujón e irguió su cuerpo hasta quedar recta sobre mi entrepierna.

—¿Sabes...? — sus manos comenzaron a jugar sobre mi pecho—. Todavía tengo


otra parte que también sabe de primeros auxilios.

—¿S-Sí...? —balbuceé.

—Sí... Y no sólo cura todos los dolores, también cura todos los males. ¿Quieres
verlo? ¿Sí? —añadió, retirando las manos de mi torso y llevándoselas muy
despacio a su entrepierna.

Así, completamente desinhibida, se inclinó sobre mi torso, pegó su boca a mi oído


derecho y susurró:

—¿Quieres sentirlo?

¿El momento había llegado? ¿El momento de redimirme por fin había llegado?
Entre tanto jaleo con Lulú, Barrientos y todas las mierdas a las que me tenía
sometido mi trabajo, no había tenido ni los ánimos ni el valor de enfrentarme a
Rocío después de nuestro último fracaso en la cama. Ella tampoco había hecho
nada por acercarse. Pero yo la entendía, el que tenía que comenzar a demostrar
era yo. Ella me había marcado el camino, me había abierto su corazón, me había
hecho partícipe de sus fantasías. ¡Joder, que ahora lo estaba haciendo de vuelta!
No... No iba a fallar otra vez.

El corazón me latía a mil por hora por todo el ajetreo acumulado. Me dolía el
cuerpo, aunque no me importaba. Sin responderle, me levanté de la cama con ella
encima y la planché sobre el colchón. La dejé debajo mío, con el semblante serio,
expectante; esperando sumamente excitada mi próximo movimiento. Y la besé. No
esperé más y la besé de nuevo.

—¿Eres mía? —le pregunté, sin pensarlo, dejándome llevar por la situación.

—Soy tuya —contestó ella, caliente, emanando lujuria por todo su ser.

—¿Sólo mía? —insistí.

—Sólo tuya —confirmó.

Tras un nuevo asalto a sus labios, levanté una de sus piernas y la mantuve
plegada contra su vientre. Era el momento de demostrarle lo macho que podía ser.
Era el momento de demostrarle que podía hacerla mía sin dudarlo. Era el
momento de bajarla del pedestal. Era mi mujer; Rocío era mi hembra y la iba a
usar para satisfacer mis más bajos instintos. Porque así lo había querido ella.

—Métemela ya —me ordenó.

—¿O si no qué? —la desafié.

—Te voy a arrancar los huevos —contestó, concisa, bajando su mano libre y
aparcándola sobre su monte de venus.

—¿Le harías eso a tu macho?

—No eres mi macho si no me das lo mío —contraatacó, previo a un nuevo morreo


—. Ahora fóllame.

No sabía qué había pasado con mi dulce Rocío, no tenía ni idea de lo que habían
hecho con ella. Pero ya no me interesaba. En ese momento tenía delante a una
diosa del sexo que me había caído del cielo y yo no podía estar más feliz.

No esperé más. Apreté más su muslo contra su propio vientre y se la metí hasta el
fondo al primer intento. El gemido que soltó rebotó por todas las paredes, así
como los crujidos que empezó a hacer la cama cuando inicié el mete y saca.

—Así... No pares... —suplicaba, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia
atrás.

No escatimé en esfuerzos. Quería cumplir sus deseos tal y como ella me los había
descrito. Me sujeté con violencia a su pierna y concentré todas las fuerzas en mi
pelvis. Estaba convencido de lo que debía hacer; esa noche no iba a terminar
hasta que el coño de mi novia quedara completamente satisfecho.

—Me vengo, Benja... Me vengo... —me anunció al fin.


Sonreí y continué empalándola sin compasión. ¿Estaría cumpliendo con lo que ella
esperaba? ¿Había superado sus expectativas? Estaba convencido de lo que iba a
saber en segundos.

La primera noche que lo habíamos hecho después de todos nuestros problemas, su


cara al llegar al orgasmo había sido majestuosa; no sabría describir su bello rostro
al experimentar tanto placer, pero era notorio que la había llevado al paraíso. Sin
embargo, la última vez, la vez de mi fracaso, la vez de la decepción... Sí, la había
hecho gritar, pero no había sido lo mismo. Ambos lo sabíamos. Por eso, y por
alguna que otra cosa más, estaba convencido de que ese era el momento de
averiguar si estaba a la altura de los deseos de Rocío o no.

—Casi, Benja... Sigue...

Mi cuerpo estaba empezando a ceder. Había hecho alarde de un estado físico


fabuloso al aguantar tanto tiempo taladrándola sin parar, pero ya estaba a punto
de desfallecer sobre ella.

—Vamos... —dijo, una vez más.

De pronto se acercó a mí y llevó sus manos, que hasta el momento había tenido
sujetando la almohada por encima de su cabeza, a mi cuello. Me miró fijamente y
luego me besó. Logró liberar su pierna apresada entre su vientre y el mío y la
utilizó para empujarme hacia atrás. Cuando consiguió que quedara sentado sobre
el colchón, terminó de acomodarse encima mío y esta vez fue ella la que empezó a
saltar sobre mi pene.

—¿Te das cuenta? Si al final siempre tengo que hacerlo todo yo —me susurró de
nuevo al oído.

—Y-Yo...

—Cállate y aprende.

Aferrándose a mi cuello y clavando ligeramente sus uñas en mi piel, continuó


subiendo y bajando sobre mi miembro sin cortar el ritmo ni un solo segundo. Su
orgasmo no tardó en llegar. Al igual que el primer día, echó la cabeza hacia atrás y
emitió un largo y potente alarido que hizo temblar toda la habitación.

Lo había conseguido, estaba claro. Por fin me había redimido. Esa carita estaba
saludando a los dioses. Sonreí, sonreí mucho y me olvidé de mi propio placer.
Tenía ganas de besarla, de mimarla, de cuidarla... Me sentía más enamorado que
nunca en ese momento.

—Dios. Sí... —murmuró a los pocos segundos—. Esto es vida.

Cuando decidí que ya era el momento de dejar salir el romántico que había
escondido para ese polvo, Rocío se volvió a montar sobre mí e inició una nueva
cabalgada.
—¡Rocí...!

—¡Cállate y córrete para mí! —me volvió a ordenar.

—¡Y-Yo... ya casi...!

Se desmontó de mí y se acomodó para continuar el trabajo con una mamada. No


tardé ni diez segundos en inundarle la boca con mis fluidos. La dejé
completamente perdida. Y era la primera vez. Hasta ese día todo zumo fabricado
por mis huevos había terminado en un condón o en el suelo de la ducha. Pero no
me sorprendí. Por alguna razón, no me sorprendí. Esta nueva Rocío era una caja
de sorpresas y yo ya me había hecho a la idea de que en cualquier momento me
podía salir con una nueva.

¿Hecho a la idea? Sí. O al menos eso creía...

—Mmmm —llamó mi atención con la boca todavía cerrada.

—¿Qué pasa?

Me miraba desde abajo, con esos ojos serios pero a la vez llenos de excitación,
dejando pasar el máximo tiempo posible para darme una respuesta. Sabía bien lo
ansioso que yo era, sabía bien lo loco que me ponía que me hicieran esperar.
Rocío me conocía mejor que nadie y jugaba conmigo mejor que nadie. Cuando
decidió que ya era el momento, comenzó a reptar muy despacio sobre mi torso
hacia arriba, hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la mía. Sin
deshacer el contacto visual, abrió la boca lentamente y me enseñó su interior.

—R-Rocío... —reaccioné, estupefacto.

—¿Ves? Y este es el brebaje que cura todo mis dolores... —susurró, coqueta,
instantes después de haberse tragado el espeso líquido blanquecino que me
acababa de enseñar.

Inmediatamente, se levantó de la cama, se vistió con un camisón que estaba


tirado en el suelo y salió de la habitación corriendo y riendo como una adolescente.

Sólo puedo decir que tardé varios minutos en darme cuenta de lo que había
pasado. Cuando creía que ya lo había visto todo, pudo sorprenderme una vez más.
Rocío se había convertido en otra persona y yo no había sido partícipe del proceso.
Y me cagaba en Mauricio, me cagaba en Barrientos, me cagaba hasta en la propia
Clara por ello. Pero ya no había nada que hacerle, tenía que resignarme y
aprender a convivir con esa hembra sedienta de sexo que la vida me había puesto
por delante.

Estaba aturdido todavía, así que me tomé mi tiempo para recomponerme y


alistarme para el trabajo. Sabía que todavía me quedaban una 4 horas para entrar
y necesitaba distraerme aunque fuera eligiendo el color de la corbata. Necesitaba
desconectar.
El resto de la mañana continuó sin ningún tipo de incidentes y, gracias al cielo, sin
Alejo de por medio.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 14:10 hs. - Alejo.

—¿A qué hora te piensas levantar? ¡Oye! ¡Alejo!

—¿Qué? Dios, dejame dormir.

—¡Que no! ¡Que te levantes ya!

Qué odiosa podía resultar la voz de Rocío cuando uno no quería escucharla. Si
hubiese sido por mí la habría ejecutado con cualquier cosa en ese mismo instante.
Había estado toda la noche trabajando para el hijo de cuatrocientos containers
llenos de putas de Amatista y no estaba de humor para que me vinieran a
interrumpir el sueño. Casi diez horas manejando por las afueras de la ciudad
haciendo encargos para él y sin poder ni rechistar porque el tipo me tenía
agarrado de los huevos. Encima me obligaba a hacer la jornada larga para
terminar rápido de cobrarme la deuda y así no tener que verme más "la puta
cara".

—¿Qué mierda querés, Rocío? Estuve laburando hasta 8 de la mañana, dejame


dormir un rato más —casi que le supliqué.

—Entonces ya has dormido más de seis horas. Suficiente para ser persona.
¡Venga, arriba! —volvió a gritar antes de tironear y llevarse mi almohada.

A la conchuda le chupaba un huevo si yo estaba cansado o no; se le había metido


en la cabeza joderme y parecía que no iba a parar hasta que me levantara. Pero
yo no era su mascota y no iba a estar saltándole alrededor todo el día. Por eso,
bastante podrido, me incorporé, le arranqué la almohada de las manos y me volví
a acostar tapándome hasta la cabeza.

—Eres de lo que no hay, ¿eh? —siguió.

—Andate —repetí una última vez.

—Está bien, vamos a hacerlo a tu manera.

No pude ni procesar el mensaje. Cuando me quise dar cuenta, ya la tenía abajo de


la frazada tanteándome el bulto.

—A ver si así se te quita el sueño.


Con esa actitud desafiante, me sacó la verga medio muerta del calzoncillo y se la
metió la mitad en la boca. Muy impaciente, empezó un rápido lengüeteo por todo
la circunferencia del tronco que no detuvo hasta que, por pura inercia, empecé a
retorcerme como un pelotudo. A la hija de puta no le tomó ni dos minutos
conseguir que se me pusiera dura.

—¡Está bien! ¡Ganaste vos! ¡Me levanto ya, hinchapelotas!

—¡Perfecto! ¡Te espero en el salón! Hay algo que quiero hablar contigo.

Dicho aquello, me dejó un besito en la punta del glande y se fue de la habitación


riendo y saltando como una adolescente.

—Qué hija de pu... —murmuré, incrédulo, cuando ya se había ido.

A duras penas y poniéndole todas las ganas que pude, me saqué la fiaca de
encima y me fui para la cocina después de ponerme lo primero que encontré.

—¡Buenas tardes, dormilón! —me recibió tirada en el sofá una risueña Rocío—.
Ven aquí.

—Ya voy.

Bostezando como un oso, caminé hasta la heladera y me serví un vaso bien


grande de leche. Quería tomarme aunque fuera un par de minutitos para mí. Ya
iba a tener toda la tarde para ella. O al menos lo intenté, porque a la primera
miradita que le eché ya no pude volver a dejar de mirarla. Así, recién bañadita,
acostada y formando un cuatro con sus piernas, desprendía un erotismo que te
invitaba a zambullirte sobre ella y garchártela en el lugar. Era un monumento de
hembra y ella ya lo sabía, por eso se ponía la ropa que se ponía. Estaba enfundada
en una remerita blanca, bien ajustadita, que resaltaba la amplia redondez de sus
tetas y que le marcaba bien los pezones sobre la tela. Abajo tenía puesto un
shortcito verde manzana que dejaba apreciar por todos lados la carnosidad bien
repartida de sus muslitos. Esa mujer era capaz de devolverle la vida a un muerto
sólo con su presencia.

—¿Vienes o no? —volvió a llamarme, sin dejar de sonreír.

Increíblemente, cualquier síntoma de cansancio en mí había desaparecido. O


habían ido a esconderse, no lo sé. Pero el alma me volvió al cuerpo durante esos
pocos segundos en los que me había quedado mirándola como un pajero.

Una vez a su lado, se abalanzó encima mío y empezó a besarme con


desesperación. Se subió sobre mis piernas y se puso a moverse sobre mi bulto a
una velocidad tremenda. No me podía creer que estuviera tan contenta y a la vez
así de caliente. No era algo muy común en ella.

—R-Rocí... Rocío... Pará. Pará un poco, nena.


—¿Qué quieres? —dijo ella, radiante y obediente, pero sin dejar de mover las
caderas.

—¿No querías hablar conmigo?

—Sí.... Mmm... Pero quiero follar primero.

—Está bien, pero después no me vengas con que no pienso en otra cosa.

Sin nada más que añadir, le saqué la remera de un tirón y me prendí a una de sus
tetas como una garrapata. Dejé de pensar en pelotudeces que ya no venían a
cuento y atendí a esa ubre como yo mejor sabía. No la solté hasta que mi lobita
empezó a aullar y a suplicarme que se la metiera de una vez.

—La quiero... La quiero ya, Alejo.

—¿El qué querés? —intenté pincharla, pero la piba no estaba para juegos.

—Qué pesado eres. Ya me encargo yo.

Otra vez, sin darme tiempo a reaccionar, bajó una mano entre nuestros cuerpos y
buscó mi pedazo con unas ansias que no eran normales. Cuando lo encontró, lo
sacudió varias veces entre sus muslos y se la enterró ella solita después de
moverse el pantaloncito a un costado.

—Aaahhh... —gimió, dejándose llevar, tirando la cabeza para atrás mientras


terminaba de ensartársela.

Resignado, ya sabiente de que el poder esa tarde era suyo, me volví a enganchar
de su teta y me dediqué a disfrutar de la tremenda cabalgada que me estaba
regalando.

—Venga, chupa, chupa, cerdito. ¡Aaahhh!

Mientras me agarraba a su culo y lo ayudaba a subir y bajar sobre mi verga, por


dentro no dejaba de congratularme por la hembra que había logrado domar. Por
ese ser celestial que ahora se debía a mí y a nadie más que a mí. Mi felicidad era
absoluta y el éxtasis pleno. Era consciente de que en su cabeza todavía habían
fantasmas que la torturaban, cosa totalmente normal teniendo en cuenta que
hasta hace un par de semanas apenas sabía lo que era un orgasmo. Pero ya no me
preocupaba eso, sabía que con secuencias como la que estaba viviendo en ese
momento no me iba a costar mucho trabajo eliminarlos. Sabía que muy pronto iba
a terminar de convertirse en la mujer que yo quería; en la mujer que me iba a
sacar de la mierda y darme el futuro que durante tanto tiempo había soñado.

—¡Ahhh! Alejo, sigue... ¡Cómo me pones, cabronazo! ¡Cómo me pones! —seguía


aullando sin dejar de moverse. Lo estaba disfrutando como nunca.
—Imaginate... Imaginate cómo me ponés vos a mí, pedazo de yegua —contesté,
ido también, sin medir un carajo las palabras—. Seguí cabalgando, zorrita. No te
pares ni un segundo, ¡o vas a ver!

—¡Cállate, imbécil! —contestó, amagando con clavarme las uñas en los hombros—.
¡Aquí la que manda soy yo! ¡Traga y cierra la boca! —cerró, inclinándose un poco y
aplastándome una teta en la cara.

La sensación de que las cosas sólo podían ir a mejor en ese momento era
absoluta. Ya me la imaginaba aceptando la oferta de Bou. Ya la veía entrando en el
cuarto de un hotel vestida como una puta. Ya la visualizaba volviendo feliz a casa
con un sobre lleno de billetes en la mano. El sueño estaba cerca, sólo faltaba un
último empujón. Un empujón que iba a llegar más temprano que tarde. No me
movía el suelo pensar cuándo sería. Así, tal y como estaba, pocas cosas tenían el
poder de traerme más dicha que la que ya tenía.

—¡Ale! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡AHHH! ¡Ale! ¡Ale! —empezó a gritar de golpe.

—¿Q-Qué? ¿Qué te pasa?

—¡Ya estoy lista! ¡Ya puedo! —siguió gritando, sin control.

—¿Ya? Bueno, cuando quieras. No te contengas.

—¿S-Seguro?

—¡Sí!

—Voy... ¡Voy, Alejo!

—¡Dale!

—¡Me follé a Guillermo! ¡Me follé a Guillermo!

Y de golpe se hizo un silencio monumental en mi cabeza. Dejé de escucharla a


ella, dejé de escucharme a mí. Dejé de escuchar nuestros cuerpo chocando.

—¿Qué?

—¡Ahhh! ¡Sigue! ¡Esto es lo mejor, por dios!

Quería recibirlo, pero no llegaba. No alcanzaba destino. Me sentía como en trance,


pero no dormido del todo. Entre grito y chapoteo parecía conectar, parecía hacer
chispas en mi cabeza, parecía empezar a tener sentido, pero no terminaba de
llegar. Rocío igual no dejaba de moverse y todo indicaba que estaba muy cerca de
correrse, pero quería volver a escucharlo. Necesitaba volver a escucharlo.

—¿Qué...? Uh... ¿Qué dijiste, Rocío? —insistí una vez más.


—¡Hazme llegar, Ale! ¡Ya casi!

—¡Decime qué carajo dijiste!

—¡Que me he follado a Guillermo!

Perdido, casi en shock y con la mente en blanco, me levanté del sillón con ella
todavía empalada, la llevé hasta la pared vacía que tenía más próxima y le di un
par de embestidas en esa posición. Enseguida nos separamos del muro y nos
fuimos a la cocina. Sin ningún tipo de cuidado, la deposité encima de la mesada,
sobre lo que fuera que hubiera ahí, y seguí dándole duro otros tantos minutos
más. Cuando me cansé, volví al sillón y ahí me la empotré sin compasión hasta
que por fin la hija de puta explotó como la cerda que era.

—¡Así, Alejo! ¡Sí! ¡Por dios, así! ¡Ya casi! ¡Vamos, cabrón!

—¡Callate, carajo! ¡Callate!

Contra todo pronóstico, no sé si porque su conchita me estaba apretando más de


lo normal, o si porque ya llevaba muchas horas sin descargar, yo también llegué al
orgasmo. Mientras Rocío se quedaba a gusto mordiéndome el cuello y clavándome
las uñas en la espalda, como casi siempre hacía, yo vacié adentro de ella hasta la
última gota de leche que tenía adentro de los huevos, como también casi siempre
hacía.

Exhaustos, abatidos, extasiados, nos dejamos caer en silencio sobre el tapizado


marrón de aquel sofá que tantas veces nos había visto hacer de las nuestras. Lo
único que sentía en ese momento era su respiración en el oído y sus brazos
conectados tras mi cuello. Me dolía la espalda, la verga, el estómago. Me dolía la
cabeza por haber trabajado tanto y dormido tan poco. Sin embargo, ningún dolor
físico iba a poder borrarme esa sonrisa que me decoraba toda la cara. Sí, el
mensaje por fin había llegado.

—No me has dicho nada... —dijo Rocío de golpe, un largo rato después, rompiendo
el silencio.

—¿De qué?

—De lo que te acabo de confesar...

—¿Y qué querés que te diga?

—No sé... —dudó—. ¿No te molestó?

—¿Y por qué me iba a molestar? —respondí, sincero como un pelotudo, dejándome
llevar por el relax.

—Pues... porque... ¿No estabas enamorado de mí?


—¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? —intenté salir del barro.

—¿Cómo que qué tiene que ver? ¿No te molesta que me acueste con otros
hombres?

—Claro que me molesta.

—Acabas de decir que no...

—No me pongas a prueba, Rocío, es un tema complicado y lo sabés —contesté,


intentando llevar las cosas a mi terreno. No podía dejar que lo emocional arruinara
un momento tan perfecto.

—¿Complicado por qué? ¿Te molesta o no te molesta que me acueste con otros
hombres?

—Sí, me molesta —me separé de ella y la miré a los ojos para aplicarle
contundencia a mis palabras—. Pero esto que te pasó a vos es diferente. No sé los
detalles, pero te digo desde ya que no me extraña. Hace poco que aprendiste a ser
mujer y es normal que tu cuerpo ahora te pida cosas que antes no te pedía. Como
también es normal que a veces se te vaya un poco la mano. ¿Me entendés?

—Sí... —volvió a dudar.

—No te noto muy convencida.

—No, no. Tienes razón y te creo. Es sólo que...

—¿Qué?

—Que me hubiese gustado verte aunque fuera un poco celoso. Pero déjalo, no
pasa nada.

Lo dejé ahí, no le contesté más. Ya bastante me había dejado llevar y no quería


seguir cagándola. Cuando ya me sentía con fuerzas, me salí de adentro de ella y
me volví a sentar en el otro lado del sillón. Ella se quedó ahí, despatarrada, con la
concha al aire y a punto de dejar caer un goterón enorme de chele sobre el
tapizado del sofá.

—¿Qué vas a hacer si me quedo embarazada? —reanudó la charlita al cabo de un


rato.

—¿Eh?

Giré la cabeza y me quedé viéndola un tanto perplejo. Si bien hacía bastante que
tenía asumido que el temita saltaría tarde o temprano, no me esperaba que fuera
tan directa a la hora de abordarlo. Y si bien tampoco era algo que me quitara el
sueño, sabía que la probabilidad de que llegara a suceder incrementaba con cada
polvo que echábamos.
—Entrar en internet y buscar un conjuntito de fútbol blanco y celeste para recién
nacidos —me reí.

—En serio, idiota —se molestó, dándome un golpecito en la pierna con la punta del
pie.

—¿Qué voy a hacer? Alegrarme, supongo. No todos los días uno tiene un hijo con
la mujer a la que ama —respondí, lo más serio posible. Noté como se estremecía.

—¿Lucharías por ser el padre? —volvió a preguntar, jugando con las manos y
mirándome de reojo.

—No sé, ¿me darías la posibilidad de luchar por ser el padre? —contraataqué, sin
dudar.

—Depende... ¿Querrías ser el padre? —insistió.

—Bueno, si digo que me haría feliz tener un hijo con vos, ¿por qué no iba a querer
ser su padre? —finalicé.

—Entonces puede que sí te dejaría luchar por él —acabó ella con una amplia
sonrisa.

—De todas formas, pocos hijos vamos a tener si vas desperdiciando la materia
prima de esa manera —volví a reír a la vez que le señalaba con el dedo el
charquito que se estaba formando entre sus piernas.

—¿Eh? ¿Qué dic...? ¡Dios mío! ¡Qué desastre! ¡¿Por qué no me avisas antes?!

Se levantó como un rayo y salió corriendo a la cocina a buscar un trapo húmedo,


sin darse cuenta del rastro de semen que iba dejando por el camino. Me empecé a
reír como un enfermo y esperé a que terminara de limpiar el sofá para decírselo.

—¿De qué te ríes? —preguntó, histérica.

—¿Por qué no mirás el suelo?

—¿Para qué el sue...? ¡Me cago en la puta! ¡Joder, Alejo! ¡Que me avises! —
pataleó en el lugar, todavía desnuda.

Me levanté del sillón todavía riéndome y me acerqué a ella para darle un abrazo y
después besarla. Forcejeó una milésima de segundo, pero terminó
correspondiéndomelo. Inmediatamente retrucó mi mimo con una rica sobada de
pija.

—Si no fuera porque me escuece ahí abajo te juro que íbamos a estar toda la
tarde dale que te pego —me dijo en voz baja y dándome unos besitos en las
heridas que ella misma me había hecho con las uñas en los hombros.
—¿Te arde? ¿En serio me lo decís?

—Sí...

—¿Tan grande la tiene el pendejo ese? —volví a preguntar entre risas.

—No, bobo... La tuya es más grande... y más bonita. Aunque la de él es más


gruesa...

—Entonces es por eso; como tenés la conchita acostumbrada a mi grosor, el pibe


ese te metió algo más gordo y te lastimó. Bueno, eso o es que hace días que estás
cogiendo sin parar.

—¿Y si es por las dos cosas? —rio ella esta vez, tan coqueta como siempre.

—¡Uh! Entonces vamos a tener que darle al paciente un trato especial esta tarde.

—¿Cómo que un trato especial? Ya te he dicho que me escuece...

—No, reinita, no es eso. Te voy a cuidar como nunca te cuidaron en la vida.

—¿En serio?

—Ya vas a ver.... Pero a cambio quiero que me cuentes todos los detalles.

—¿Todos los detalles de qué?

—De cuándo, dónde, cómo y por qué pasó lo que pasó con el pibe ese.

—¿En serio me vas a hacer contarte todo?

—Sí, y no acepto un no por respuesta.

—Vale, papá... Pero vas a tener que darme un trato más que profesional para
hacerme hablar...

—No sabés con quién estás hablando, nena. Vos andá a la cama que yo me ocupo
de todo —cerré, con un beso en la frente y dándole una palmadita en el culo para
que se fuera.

—De acuerdo.

—Esperá un segundo, ¿me dijiste "papá"?

No contestó; rio una vez más y salió corriendo para su cuarto sin mirar atrás.

Sin más, acomodé un poco el quilombo que habíamos hecho en el salón y salí
detrás de ella pensando que era imposible que un ser humano pudiera ser más
feliz.
 

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 17:10 hs. - Benjamín.

—Bueno, parece que al final terminamos todo a tiempo.

—Pues sí...

—Y nos queda prácticamente una horita libre.

24 horas habían transcurrido desde mi más que discreto seguimiento a Lulú y


Barrientos en plena calle. 24 horas que había tenido para pensar con claridad y
analizar todo en lo en lo que estaba metido. Y vaya que si lo había pensado... El
tema era que no tenía ni idea de cómo iba a hacer para lograr que Lulú entrara en
razón y acabara con todo ese despropósito que se había montado en torno a mí.

Ya habían pasado varias horas de comenzada mi jornada laboral y todavía no me


había cruzado con ninguno de los dos para alivio mío. Pero el nerviosismo de poder
encontrármelos en cualquier momento me tenía más torpe de lo habitual.

—Bueno... ¿me vas a decir a dónde fuiste ayer y por qué llegaste tan tarde? —me
abordó Clara a mi regreso del baño.

—¿Qué? Ya te dije que a ningún sitio, chica. Me encontré con un amigo que hacía
mucho no veía y se me pasó el tiempo.

—Vaya mentira más gorda —contestó.

—Benjamín, ¿tienes un segundo?

Cuando me encontraba pensando una nueva respuesta para sacarme a la becaria


de encima, llegó para salvarme la última persona que esperaba ver en ese
momento...

—¿Lo tienes o no? —insistió.

—Claro, Santos.

Me disculpé con Clara y acompañé a Barrientos hasta su oficina. Cuando llegamos,


me sorprendió no ver a Lulú. Me la esperaba, ya que siempre estaba metida ahí.
Pero no, ni rastro. Sólo estábamos nosotros dos.

Yo estaba hecho un auténtico flan... Sobra decir que era un manojo de nervios. No
estaba ni por asomo preparado a afrontar toda esa situación directamente.
Tampoco pensaba que me fuera a citar tan pronto, no luego de cómo había
terminado su reunión con las otras dos. ¿Y si no se trataba de nada de eso?
Deseaba y esperaba que me hubiera llamado por algo del trabajo. Y me aferré a
esa esperanza hasta que comenzó a hablar.

—Pues... ¿qué tal todo con Clara? ¿Sigue progresando? —arrancó,


sorprendiéndome de entrada.

—Eh... ¡Sí, sí! Sin duda. Creo que dentro de muy poco será ella la que me
supervise a mí —reí, intentando ocultar los nervios.

—¡Te lo dije! Es buena, ¿eh? Si yo cuando pongo el ojo en alguien...

—Ya...

A pesar de haber tocado el tema del trabajo, me di cuenta enseguida que no era
eso de lo que quería hablar. Los gestos de Barrientos, su inquietud... Estaba
cantado que lo que quería decirme no tenía nada que ver con la oficina. No
obstante, siguió sacando temas menores sobre lo que hacía con Clara, cosas que
tranquilamente podíamos tratar en cualquier momento durante el día. Él seguía
hablando, pero en ningún momento me había dado ningún motivo para que yo
estuviera ahí hablando con él.

—¿Has hablado con Lourdes hoy? —dijo entonces. Por fin.

—No... La verdad es que no.

—Ah...

Volvió a callarse. Ya estaba claro que quería abordar el asunto que yo bien
conocía. Y a mí me daba mucho miedo que lo hiciera... Sentía que estaba a punto
de morirme de los nervios. No podía seguir más así, por eso traté de darle un
pequeño empujón para que se decidiera de una vez.

—Santos, ¿para qué me has llamado? —dije, contundente.

—¡Joder! ¡Qué difícil que es todo esto! —se alteró de pronto.

—¿Qué?

—¿Qué vas a hacer con Lourdes, Benjamín? Necesito saberlo —dijo, apoyando sus
dos puños sobre el escritorio y mirándome fijamente.

—¿Hacer qué, Santos? ¿De qué estás hablando?

—Me cago en la puta, Benjamín... —suspiró—. Os vi la otra anoche... Y tú ya lo


sabes...

¿Pretendía seguir con la farsa? Probablemente. No me esperaba ese movimiento. Y


me ponía a mí en un nuevo dilema... ¿Cómo debía proceder yo ahora? ¿Seguirle la
corriente? ¿Seguir alimentando las esperanzas de Lulú? ¿O acabar con todo de una
vez por todas? No lo sabía. Por eso prefería seguir viendo por dónde continuaba
esa conversación.

—¿Qué quieres saber? —respondí, finalmente, en un tono más o menos desafiante.

—Quiero saber qué cojones vas a hacer con Lourdes. Sé que ella va totalmente en
serio contigo, lo que no sé es lo que quieres tú.

—Yo tengo novia, Santos. Y la amo más que a mi vida. ¿Te vale como respuesta?

—Vale... —dijo, y se detuvo unos segundos antes se continuar—. ¿Y qué estás


esperando para ser sincero con ella?

—¿Qué? He sido más que sincero con ella todas las veces que he podido. Ella sabe
perfectamente cómo me siento.

—No me jodas, Benjamín... Que ayer poco más y te la follas ahí en el


aparcamiento.

—¡Baja la voz! —me alarmé— ¿Nadie te ha dicho que aquí las paredes tienen ojos?

—Lo siento —dijo, acomodándose la corbata.

—Me dejé llevar por la situación... Lulú es una mujer preciosa y yo no soy de
piedra. Pero eso no cambia nada en absoluto.

La conversación se estaba desarrollando dentro de una tensión absoluta. Ninguno


de los dos queríamos dejar que se viera mucho entre líneas, pero al mismo tiempo
intentábamos dejar claras nuestras posturas. Más allá de eso, si la cosa continuaba
por esos derroteros, ambas tapaderas sí que iban a comenzar a correr peligro.

—Dime la verdad, por favor —prosiguió luego de un largo silencio—. ¿Tú sabías
que Lourdes estaba enamorada de ti? Porque la última vez te hiciste el sueco.

—No, no lo sabía.

—¿Qué pasa? ¿Te enteraste anoche en medio morreo? —me atacó, de nuevo,
clavándome la mirada.

—Me estoy empezando a sentir incómodo, Santos.

—Lo siento —volvió a decir, toqueteándose la corbata de nuevo.

—No importa cuándo me enteré... El tema es que no va a pasar nada más entre
ella y yo.

Barrientos se acercó y me clavó la mirada una vez más. Parecía que estaba
intentando leerme el rostro. Como si de verdad quisiera cerciorase de que no le
mentía. Fue entonces cuando me di cuenta de que esta pequeña charla no
formaba parte de los planes de Lourdes. Barrientos estaba yendo por cuenta
propia. Estaba indagando para sacar sus propias conclusiones sobre el tema. Su
forma de hablar, su forma de mirarme, esos nervios... No era igual que aquella
conversación que habíamos tenido en la cafetería...

—¿Puedes jurármelo? ¿Puedes jurarme que entre Lourdes y tú no va a volver a


suceder nada?

—¿Quieres traer una biblia? Te lo juro por lo que más quieras. Soy un hombre que
ya encontró al amor de su vida, Santos. A Lulú la quiero mucho, muchísimo. La
respeto y admiro más de lo que puedas imaginarte, pero nuestra relación no va a
ir más de ahí.

Alto y claro. Cortita y al pie. Directamente a los ojos. Me faltó sujetarle las manos
nada más. No se me ocurría ninguna otra forma de hacerle llegar mis
sentimientos.

Por suerte, no hizo falta más... Santos se alejó de mí y volvió a su lado del
escritorio. Ahí, se tomó unos segundos y luego volvió a hablar.

—Tengo que contarte una cosa, Benjamín...

—¿El qué?

—Sólo si me prometes que no te enfadarás con Lourdes... Me moriría si llegara a


cambiar el concepto que tienes de ella por mi culpa.

—Nada que puedas contarme haría que cambiara el concepto que tengo por Lulú.
Absolutamente nada.

—¿No? Pues mejor... —dijo. Tragó saliva y continuó—. Verás...

En ese momento, mientras yo ya estaba preparando una reacción sorpresa


improvisada para lo que estaba seguro me iba a decir Barrientos, la puerta del
despacho se abrió de golpe y de forma violenta.

—¡Martín! —gritó una Lulú sin aliento y pálida como la leche—. ¡T-Tenemos que
hablar! —añadió como pudo, asesinándolo con la mirada.

—Claro... —dijo él, sorprendido—. ¿Me esperas un momento?

—Sí... —respondí yo, igual de anonadado.

Lulú ni me miró. A pesar de que busqué el contacto visual, ni me miró. Barrientos


tomó la puerta y ambos desaparecieron en silencio por el pasillo. No sabía a dónde
habían ido, pero supuse que bastante lejos por lo que tardaron en regresar. En ese
lapsus intenté relajarme, respirar, serenarme. Yo era el que sabía todo, el que
estaba un paso por delante de ellos. Sólo tenía que saber cómo sujetar a ese toro
por los cuernos. Era menester mantener la calma.
Volvieron a los 15 minutos, pero sólo Barrientos se quedó en el despacho conmigo.
Esta vez Lulú sí que tuvo el valor para mirarme, y también para sonreírme como lo
hacía siempre. Pero no duró mucho. Quería huir de ahí y se notaba.

—Perdón por hacerte esperar, Benjamín...

—No pasa nada.

—Eh... Ya —dudó. Volvía a estar nervioso—. Dejémoslo aquí por hoy. Ya


hablaremos tú y yo como es debido algún día.

—Pues... —me levanté y me golpeé los muslos con las palmas de las manos—, no
creo que tengamos mucho más de qué hablar. Creo que, aun sin tener la
obligación de contarte nada de esto, y te lo digo con todo el respeto del mundo, he
sido bastante claro con mis sentimientos.

—Ya... pero es que... ¡Joder! —se dio la vuelta y se llevó las manos en la cabeza—
Has sido claro conmigo, sí. ¿No puedes serlo con ella también?

—Ya te dije que...

—¡Que sí! Hazlo de nuevo. Conversa con ella una vez más. Dile todo lo que me
dijiste a mí... Yo es que... Es lo único que te pido. Reúnete con ella y déjale todo
claro. Hazme ese favor, Benjamín.

En sus ojos había súplica de verdad. Yo seguía sin dar crédito. ¿A qué venía tanta
preocupación por una relación que ni le iba ni le venía? ¿Tanto tiempo hacía que se
conocían? ¿Tan buenos amigos eran? ¿Habrían sido novios? No era normal que
llegara a esos extremos por Lulú...

—De acuerdo. Lo haré —respondí finalmente, completamente coaccionado por su


cara de perrito abandonado.

—Gracias. Gracias de verdad —suspiró, totalmente aliviado.

Volví a mi escritorio mucho más calmado y con la sensación de haber hecho bien
las cosas. Por lo menos le había dejado los puntos claros a Barrientos y eso ya era
un gran avance, ya que el hombre parecía la cabeza más sensata de aquel trío.

—¿Te vienes? —dijo Clara apenas llegué, señalando a la puerta de la planta donde
se encontraban las mismas chicas del día anterior.

—Venga, va... Tampoco es que tenga nada mejor que hacer —dije. Y era verdad,
prefería ir y distraerme con esas cabezas huecas que tener que quedarme solo y
seguir comiéndome la cabeza.

—¿Cómo dices? Deberías sentirte afortunado de que todos estos bellezones te


inviten a pasar el descanso con ellas —rebatió ella, haciéndose la ofendida por mi
desdén.
—Que sí, que sí. Vámonos ya.

—Hoy estás otra vez muy subidito, ¿no crees?

—Debe ser por los bellezones —cerré, provocando que Clara se echara a reír.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 18:10 hs. - Noelia.

—Eres un sol, Aurita. No sabes el favorazo que me estás haciendo.

—Espero que merezca la pena, Noelia, no sabes la bronca que me acaban de


echar...

—¡Lo siento! ¡Te juro que te lo voy a pagar! Necesitaba hacer este viaje...

—En fin... ¿Ya estás en el tren?

—¡Sí! Hace una hora que salimos. Ya estoy de camino.

—Bueno... Espero que este familiar tuyo sepa valorar lo que estás haciendo por él,
porque vaya tela...

—Lo va a valorar, te aseguro que lo hará.

—Esperemos que sí. Te dejo, Noe, que empiezo el segundo turno.

—Que te sea leve, Aurita. Y gracias de nuevo.

—Chao.

Ya muchísimo más tranquila, colgué la llamada y guardé el móvil en el bolso. Mi


amiga Aura había conseguido cubrirme en el trabajo y ya no me quedaban más
preocupaciones que atender a esa altura del día.

Ansiosa, bastante más ansiosa que nerviosa, me pasé el resto del viaje
tomándome mi cervecita y mirando por la ventana. Llegamos a destino
aproximadamente a las seis y media de la tarde. A las siete menos veinte ya
estaba en el taxi dando la dirección que me había pasado mi contacto.

«Tranquila, Noelia, estás haciendo bien, estás haciendo lo correcto. Te lo va a


agradecer. A la larga te lo va a agradecer».

—Tres con cuarenta, señorita —dijo el taxista, por segunda vez, sacándome de mis
pensamientos.
—Aquí tiene. Muchas gracias.

Llevaba todo el día autoconvenciéndome, animándome a no arrugarme en el


último momento. Estaba más que lista, estaba más que preparada para dar la
cara. Con esa decisión, con esas ganas, caminé un par de metros más hasta que
encontré el lugar que me habían detallado por teléfono. No pude evitar sonreír, ya
que me había hecho mil historias en la cabeza pensando que no sabría cómo
llegar. Pero sí, ahí estaba. Y seguí caminando hasta toparme con una pequeña
caseta de vigilancia donde un señor bastante mayor fumaba mientras leía un
periódico.

—Buenos días —lo saludé, buscando su atención entre la mugre del cristal de la
ventana—. ¿Me escucha? Busco a un señor llamado Lorenzo.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.

Y ahí estaba yo, en la misma cafetería del otro día, en el mismo lugar y rodeado
de las mismas mujeres: Clara, Lin, Teresa, Olaia y Cecilia.

—Estoy hasta el chichi de Magallanes —arrancó con la cháchara Teresa una vez el
camarero dejó las cosas y se fue—. Yo no sé si lo hace por joder o... No sé.

—Qué perseguida que eres a veces, tía —le respondió Lin—. Magallanes es así con
todas.

—Y una mierda. ¿No viste con qué asco comentó mi presentación? Te digo que ese
está despechado todavía.

—Que no, pesada —insistió la chinita—. Verás esta tarde cuando me toque
exponer a mí...

—Pues conmigo es un encanto —intervino Olaia, la del pelo color zanahoria.

—Tú no cuentas. Tú eres un bicho raro —la atizó, para mi sorpresa, la callada
Cecilia.

—Es verdad —la acompañó Lin—. Monstruo.

—Friki —se acopló Teresa también—. Mutante.

—Bah, iros a la mierda —cerró Olaia, generando un festival de risas entre todas las
presentes. Y sí, por qué no decirlo, yo también me reí un poco.

Más allá de eso y de alguna que otra participación casual más, me sentía
completamente fuera de lugar en esa mesa. Y no porque sintiera que les caía mal
o porque no estuviera cómodo, sino porque... no sé, no eran la clase de personas
con las que a mí me interesaba hacer amistad. Y con el transcurrir de la
conversación, cada vez me convencía más.

—¿Estás bien? —me dijo Clara por lo bajo—. Estás muy callado.

—Todo bien —le dije, asentiendo con una ligera sonrisa.

Me daba la impresión de que a Clara le pasaba lo mismo que a mí. Si bien ella
estaba más predispuesta a participar que yo, les reía las gracias como un mayor
se las ríe a sus hijos. Se notaba que estaba varios escalones por encima en temas
de madurez y mentalidad. Y eso que era prácticamente de la misma quinta que
ellas.

—¿Qué tanto cuchicheáis? —dijo Lin, de pronto—. Encima que no habláis un


pimiento, ¿venís con secretismos?

—¡Oye, Lin! ¡Que son cosas de pareja! —la regañó la pelirroja, con más sorna que
otra cosa.

—¿Qué pareja? ¿Tú no tenías novia? —volvió a carga la asiática, no dejándome


más alternativa que defenderme.

—Sí, tengo novia. No te creas todo lo que vas oyendo por ahí.

—¿Y cómo es? —intervino Teresa—. ¿Es guapa?

—Se comenta por ahí que es poco menos que una top model —se me adelantó
Clara.

—¿Qué? ¿Tú no la conoces? —insistió Tere.

—Nunca la vi por aquí, sinceramente, sólo digo lo que se comenta. El bribón este
no debe querer que nadie de aquí se le acerque —contestó de nuevo la becaria,
lanzándome una mirada acusadora.

—La verdad es que no, no viene mucho por aquí. Y ni falta que hace —dije yo, por
fin.

—Pues yo quiero verla —se metió entonces Olaia—. Ahora tengo curiosidad. ¿Tú
no, Ceci?

—¿Eh? A mí me la suda —soltó sin reparos la menos sociable del grupo.

—Qué desagradable que eres a veces, corazón —volvió a regañarla Lin, como el
día anterior—. Tú no le hagas caso. Ya sabes, hasta que no le echen un buen
polvo...
—Bien podrías echárselo tú —me dijo directamente Teresa—. No sabes el favor
que nos harías.

—Que te lo eche a ti, gilipollas. Mucho hablar de mí pero aquí todas sabemos que
hace como un año que no te comes un rosco.

—¡Oigan! —intervino Clara al ver que la cosa se caldeaba—. Vamos a calmarnos


un poco. Igual, si quieren algo con él, la cola empieza detrás mío —rio, dándome
un jocoso codazo. Olaia y Lin la acompañaron con dos sonoras carcajadas.

La verdad es que no me afectaba nada de lo que decían, ni para bien ni para mal.
Con lo que había pasado a la mañana, más la charla productiva que había tenido
con Barrientos, mi estado de ánimo no podía estar mejor. Quizás en otro momento
me habría afectado tener a tantas mujeres hermosas hablando de follarme, no lo
niego; pero ese día me sentía mucho más allá que lo que cuatro niñatas pudieran
decir.

—Entonces... ¿cuándo nos la vas a presentar? —volvió a la carga Olaia—. Quiero


conocerla.

—Pues no lo sé... Rocío no es una persona que salga mucho de su círculo de...

—¿Se llama Rocío? —se sobresaltó la pelirroja—. ¡Qué bonito!

—¿Y tú para qué quieres conocer a nadie, pesada? —saltó de nuevo Cecilia.

—¿Y a ti qué te importa, malfollada? —se defendió la aludida.

—¡Vaya clima! ¡Vaya clima! —se alarmaba Clara.

—A ti lo que te pasa es que te cae mal el chico y quieres que nos lo saquemos de
encima rápido —continuó Olaia.

—¡JAJA! Interesante manera de echar balones fuera. Tú quieres conocer a la novia


para ver si está más buena que tú y ver si tienes alguna oportunidad, puta guarra.
Como si no te conociera.

—¿Pero qué dices, subnormal? ¿A que te comes el salero?

—¡A que te lo comes tú!

—¡Basta! —interfirió entonces Lin—. ¡Joder! No me extraña que luego no se nos


acerque ni dios. Para un par de amigos que nos echamos en la puta empresa...

—Por mí no te preocupes —reía Clara—. Yo estoy flipando, pero para bien.

Bueno, me sentía más allá de lo que cuatro niñatas pudieran decir, pero la
escenita fue tensa y un tanto impactante. No parecía que la cosa pudiera llegar
más allá, pero telita...
—Mirad al pobre... —siguió Lin—. Se quedó petrificado.

—Bueno... petrificado petrificado... —contesté—. Un poco atónito sí.

—Lo siento, Benjamín —se disculpó Olaia—. Es que me saca de mis casillas a
veces.

—Tranquila —reí, para quitarle hierro al asunto—. Aquí todos tenemos nuestras
cositas.

—Me piro —dijo Cecilia, antes de coger su bolso y perderse por la puerta.

—En fin... Discúlpala de nuevo, te prometo que en el fondo es una buena chica —
se volvió a excusar Lin, que ya me empezaba a parecer la más normal del grupito.

—No pasa nada, en serio —volví a reír.

No volvimos a hablar ni de Cecilia ni de Rocío el resto del descanso. El ambiente se


había apagado bastante y los pocos temas que salieron luego fueron todos del
trabajo. No voy a decir que me dio pena; yo tenía claro que nada me iba a arruinar
ese día y mucho menos una peleíta semiadolescente; pero sí que me decepcionó
un poco que lo que se suponía era nuestra hora de relax hubiera acabado tan mal.

Entre disculpas y promesas de volver a quedar, Clara y yo nos despedimos y


pusimos rumbo hacia al ascensor.

—Oye, Benny.

—¿Qué pasa?

—Al final tenías razón.

—¿En qué?

—Bueno... Salvo Lin, el resto sí que son unas cerdas que te cagas —finalizó la
becaria sin poder contener la risa.

—¿Has visto? Si yo cuando catalogo a alguien... —reí con ella.

—Mira, hablando del rey de Roma.

Me di la vuelta y, en efecto, Lin venía caminando rápida y decididamente hacia


nosotros justo cuando el ascensor había llegado.

—¡Benjamín! Menos mal que no has subido todavía. Clarita, ¿te lo puedo robar un
minuto?

—Por supuesto —sonrió ella—. Te veo arriba, jefe.


—Enseguida voy... —me despedí de ella, entre expectante y confundido. No sabía
qué podría querer de mí una de diseño gráfico.

Me alejé del ascensor junto a la medio-asiática y me dispuse a escuchar lo que


tenía para decirme.

—Disculpa, va a ser un momento nada más.

—No te preocupes, voy bien de tiempo. ¿Qué sucede?

—¿Recuerdas que antes estábamos hablando de una presentación que teníamos


que traer para hoy?

—Sí... Creo que sí.

—Pues... estuve muy liada esta semana y tuve que hacerlo todo ayer a las prisas.
Vamos, que lo que he traído hoy es un desastre.

—Ya... ¿Entonces?

—Que nada, hoy voy a tener que jorobarme y presentarlo así. Me tragaré la
bronca de Magallanes y luego le pediré una segunda oportunidad.

—Vale... ¿y...?

—Y ahí es donde entras tú... O sea, Clara me dijo que sabes un huevo de
ordenadores, y que eres súper original a la hora de resolver problemas... ¿Lo
pillas?

—Sí, Lin... Quieres que te ayude con la presentación, ¿no?

—¿Puedes?

—No tengo inconvenientes en ayudarte, pero es que igual me muestras el tema y


no me entero de nada. Tendría que ver qué es lo que hay primero.

—¡Sin problemas! ¿Cuándo tienes un rato libre?

—Ya sabes, todos los días durante el descanso.

—¡Bien! ¡Mañana mismo entonces! Seguramente Magallanes me dé una semanita


de margen.

—El lunes mejor. Los fines de semana libro.

—¡Pues el lunes! ¡Gracias! ¡De verdad! ¡No te molesto más!

—Nada, mujer. Nos vemos.


—¡Adiós!

Quizás no era buena idea involucrarme con una del cuarteto hueco, pero Lin me
caía especialmente bien. Además parecía que necesitaba ayuda de verdad y a mí
no me costaba nada echarle una mano.

Aunque sí, después de las mis últimas experiencias con mujeres del trabajo,
esperaba no tener que arrepentirme de lo decidido.

Sábado, 18 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Rocío.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Así! ¡Así! ¡Dioooooooos!

Un nuevo grito, un nuevo llanto, una nueva declaración de intenciones en forma de


alarido. Un nuevo orgasmo matutino con el amor de mi vida. Un nuevo día en mi
nueva y perfecta vida que no podía comenzar de mejor manera.

—Me sigo preguntando quién eres tú y qué has hecho con mi Rocío... ¡Responde,
fiera!

—Me la comí, pequeño ratoncito... Me la comí y ya no volverá jamás —seguí su


juego, mientras me tumbaba a su lado y me recostaba sobre su pecho.

—Vaya... No sé qué decirte, la verdad. Era una buena chica...

—¿Sí? ¿La echas de menos?

—A veces sí... A veces no... Depende del momento.

—Ah, ¿sí? Entonces... dime si este es uno de esos momentos.

Sin más, repté por su cuerpo hacia abajo, aparté la sábana a un lado y me
acomodé de manera que su miembro quedara cerca de mi boca. Busqué su
mirada; inquieta, ansiosa, juguetona; lo torturé, acaricié sus muslos, toda zona
cercana a su pene, pero sin llegar a tocarlo. Él se retorcía, pataleaba; porque,
aunque yo no se lo había dicho, sabía que tenía prohibido apurar nada. Y no
detuve el jueguecito hasta que ese falo por fin adquirió su máxima dureza. Feliz
por haber logrado mi objetivo, me acerqué a ese tronquito erguido, miré a
Benjamín, acerqué los labios, y... ¡pegué un salto fuera de la cama y salí corriendo
para el baño riendo como una posesa!

—¡Oye! —fue lo último que oí de Benjamín al alejarme por el pasillo.

Había entrado tan rápido y tan ciega que no me di cuenta de que el cuarto estaba
ocupado.
—Podrías golpear antes de entrar, maleducada —dijo Alejo, sentado en el váter
con una revista en la mano.

—¡Qué susto, joder! —exclamé, tratando de controlar la voz—. ¡Y tú podrías poner


el pestillo!

—Qué se yo... Tengo un sueño del carajo.

—Me voy a dar una ducha, ¿te vienes? —le propuse, tanto para su sorpresa como
para la mía. Era la primera vez que le decía de hacer algo estando Benjamín en
casa.

—¿Segura? ¿Y si aparece...?

—Da igual —le dije, totalmente segura—. Entra.

—Bueno, pero esperá a que termine de cag...

—¡No me interesa eso! —lo interrumpí, asqueada. Él se echó a reír sin más.

Tratando de no ponerle atención, me di la vuelta y me metí en la bañera con ropa


y todo. Abrí el grifo y me dediqué a disfrutar como el agua tibia recorría todo mi
cuerpo. Me sentía tan feliz en ese momento, tan satisfecha, tan llena de
energías... Para cualquiera mi vida podría parecer un desastre tal y como estaba,
pero para mí no podía ser más perfecta. Tenía dos hombres a mi lado que me
llenaban cada uno a su manera, cada uno con sus dotes, con su forma de ser.
Ellos me completaban y yo sentía que los completaba a ellos. Sí, quizás era una
forma de verlo un poco egoísta, pero me importaba entre poco y nada; hacía rato
que había decidido a vivir a mi manera, sin escuchar ni, mucho menos, obedecer
esos mandamientos que promovía la sociedad.

Me quedé varios minutos así, tranquila y sintiendo como los calambres provocados
por otra noche de sexo desenfrenado iban desapareciendo. Alejo no tardó en
acompañarme. Tampoco tardó en entender lo que yo necesitaba, que era ni más ni
menos que sentir su cuerpo junto al mío.

—¿Te ayudo con esto? —me susurró al oído, tirando de los costados de mi
camisita.

Despacito y con delicadeza, me quitó la empapada prenda y volvió a pegarse a mí.


Calmo, seguro, me abrazó por la espalda y comenzó a mimarme el cuello con
pequeños besitos cerca de la oreja. Mientras tanto, sus manos hacían pequeños
círculos sobre mi vientre, donde, cada tanto, rozaba disimuladamente los inicios de
mi vello púbico con sus dedos más largos. Yo, dejándome llevar por sus caricias,
ya había llevado una mano a mi espalda con el único objetivo de encontrar aquello
que hacía rato estaba presionando mis posaderas.

—¿Todavía te arde acá abajo? —me preguntó, de nuevo al oído, mientras bajaba
el brazo y ponía sus dedos a pocos centímetros de mi vagina.
—Sí... —dije, sin dar más detalles.

—Está bien.

Con la misma delicadeza con la que estaba haciendo todo, apartó la mano que
tenía detrás y me hizo apoyar contra la pared de la ducha. Con la misma, encajó
todo el largo del tronco entre mis nalgas e inició un lento vaivén de arriba a abajo
sin dejar de besarme el cuello.

—Así me van a entrar ganas de hacerlo... —le dije, con sinceridad y cada vez más
cachonda.

Sin parar de mimarme el cuello, retiró una de las manos que jugaban en mi
vientre y la llevó hasta mi culito. Tras un par de minutos meneando su miembro
por mis glúteos, lo retiró y dejó paso para que sus dedos continuaran el trabajo.

—Cuidado, por favor... —le recordé, sin mucha convicción, como invitándolo a que
me tocara aun sabiendo que me iba a doler.

—Tranquila.

Sus dedos índice y mayor fueron directamente a mi coñito con la suavidad


suficiente como para que apenas los notara. Una vez allí, comenzó a moverlos de
nuevo en circulitos muy cerca de mi pequeña cuevita.

—Ale... —suspiré por primera vez—. Ale...

Luego de un buen rato moviendo sus dedos a lo largo y ancho de mi chochito, se


separó de mí, se arrodilló y continuó el trabajo con la boca.

En eso estábamos cuando unos cuantos golpes en la puerta nos hicieron


sobresaltar.

—¡Rocío! ¿Te falta mucho? ¡Me estoy meando! —gritó Benjamín desde el otro lado.

No le contesté, no tenía ganas. Además, el agua de la ducha corriendo debía ser


suficiente respuesta para él.

—¡Rocío! —insistió.

No sobra decir que Alejo no dejó de comerme el coño en ningún momento.


Benjamín estaba del otro lado aporreando la puerta y a mi amigo de la infancia le
importaba un comino. Debí enfadarme con él, debí hacerlo, pero lo cierto es que la
situación me puso más cachonda todavía. Por eso, sin despegar las manos de la
pared, eché el culo más para atrás, si cabía, enviándole a mi amante un mensaje
claro y conciso.

—¡Voy a desayunar, Rocío! ¡Como no salgas en 5 minutos tiro la puerta abajo!


No me importaba ni me preocupaba. En ese momento sólo tenía ojos para el
regalito que me estaba dando mi otro hombre. Y así se lo hice saber.

—Sigue, Ale... Mmmm... Así, como ayer...

Entonces sucedió algo que nunca me esperé. Mientras su lengua se perdía entre
mis labios vaginales, elevó su mano derecha y me agarró con fuerza una de las
nalgas. Sin dejar de chupar, repitió la misma maniobra con la otra mano, dejando
todas mis intimidades al descubierto y a su merced. De nuevo, sin darme tiempo
ni a preguntar, subió unos centímetros su cabeza y empezó a... ¡lamerme el culo!

—E-Espera... ¿qué haces? —salté, visiblemente alterada.

No respondió, siguió dándome lengüetazos por toda la zona anal sin aflojar ni
media pizca la forma en la que me tenía agarrada del culo.

—¡Oye! ¡No me chupes ahí, es asqueroso!

Al oír eso se detuvo. Se detuvo y cogió una de las esponjas que yacían al costado
de la bañera. Tomó el bote de jabón y vertió una buena cantidad sobre ella para
luego comenzar a pasarla por toda mi entrepierna.

—Casi me olvido que nos estamos duchando —se rio, el cabronazo.

— Alejo, ¿se puede saber qué pretendes? —le pregunté, seria por primera vez.

—Nada... Estimularte una zona nueva. Vos dejame a mí.

—No necesito que me estimules ninguna zon... ¡Aaahhh!

Cuando me quise dar cuenta, la esponja estaba en el suelo de la ducha y su


lengua volvía a incursionarse en el centro de mi oscuridad.

No me hacía ninguna gracia eso que estaba haciendo y ya quería salir de ahí, pero
entre el poder de sus manos sobre mi culo y lo resentida que había quedado
después de la comida de coño, me sentía incapaz de poder resistirme.

—¡Basta ya, Alejo! Ya llevamos mucho rato aquí. ¡Salgamos! No... Espera, ¿qué
haces? ¡Alej...!

¿Era su lengua? Sí, era su lengua. Ese objeto sólido punzante que intentaba
adentrarse en mí por mi puerta trasera era su lengua. Con todas las fuerzas que
me quedaban, erguí mi cuerpo y apreté las nalgas para que cesara en su intento
de violarme por ahí. Creí que lo había logrado, pero las piernas me fallaron y volví
a caer hacia adelante donde sólo la pared me pudo frenar.

—Por favor, Alejo... Basta...


—¿Alguna vez te hice algo que no te gustara? —me preguntó, alzando la vista y
mirándome entre divertido y coqueto.

Cuando creía que la cosa no podía ir a peor, Alejo sustituyó su lengua por un dedo,
que entró en mi agujerito con mucha facilidad, consiguiendo arrancarme un
pequeño grito. Sin ningún tipo de piedad, comenzó a meterlo y sacarlo, a moverlo
en círculos también, a hacerlo chocar contra las paredes interiores como buscando
incrementar la dilatación. Luego volvió a ayudarse de la lengua, haciendo fuerza
con la puntita en los bordes para ayudar la otra penetración.

—Mirá, Rocío... Este ya baila... Uno más y el resto ya ni los vas a notar.

—¿El resto? ¿A qué te refieres con el re...? ¡Aaaaahhhhh!

Dos dedos entraron de golpe en mi ano. Dos dedos que me penetraron de un solo
intento y casi sin forzar. Dos dedos que comenzaron a violarme ferozmente al
ritmo que Alejo les marcaba.

—¿Ves? ¿A que te está gustando? —preguntaba, eufórico como nunca.

—¡No! ¡Me duele y no siento nada!

—Esperaba que me dijeras eso.

—No, ¿por qué esperabas que te dij...? ¡Aaaaaaahhhhhhh!

Aquél grito lo tuvo que escuchar Benjamín, era imposible que no lo hubiera hecho.
Y estaba deseando que lo hubiera hecho. Ahora sí que me empezaba a doler de
verdad. Si bien todo lo anterior me había resultado incómodo, que Alejo
comenzara a mover los dedos y a hacer fuerza para separarlos dentro de mi culo
ya me estaba haciendo ver las estrellas.

—Basta, Ale... Te lo pido por favor... —le supliqué, llorando. No me gustaba nada
ese juego. No me gustaba nada tener sus dedos en el culo. No lo había invitado a
la ducha para eso. Me sentía traicionada.

—¡Voy a entrar, Rocío!

La voz de Benjamín nos petrificó a los dos. Al segundo grito, Alejo sacó sus manos
de mi interior y yo por fin logré estabilizarme.

—¡El pestillo! —exclamé, dejando salir el alma por la boca— ¡Me olvidé del pestillo!

—Después soy yo...

—¡Cállate! ¡Acuéstate ahí! —le dije, empujándolo y haciéndolo caer de culo—. ¡Ni
se te ocurra moverte!

—¿Rocío? —sonó la voz de Benjamín ya dentro del baño.


—¡Aaaaaahhhhh! —grité, a drede, para asustarlo.

—¿Qué te pasa? Soy yo.

—¡Benjamín! ¡¿Que te tengo dicho de entrar al baño cuando estoy yo?!

—Joder, Ro... Me estoy meando y tú no sales...

—¡Me da igual! ¡Mi intimidad es mi intimidad y tú no tienes derecho a violarla! —lo


regañé, al mismo tiempo que le echaba una mirada asesina a Alejo, quien esbozó
una sonrisa maliciosa.

—¡Y mi vejiga es mi vejiga y si no descarga explota! ¿Puedo mear?

—Bueno, vale... ¡Pero como te asomes aquí te juro que me voy una semana a casa
de mi madre! ¡Y acaba rápido!

—Que sí, que sí... —se resignó, al fin.

Por suerte, el baño era amplio y la cortina de la ducha negra. El váter se


encontraba en una punta y la bañera en otra; era imposible que pudiera ver
dentro si no se asomaba. Así que respiré, busqué la paz interior, y me seguí
duchando con toda la normalidad del mundo.

Cuando creí que había pasado un tiempo más que normal para que Benjamín
hubiera terminado de hacer pis, cerré el grifo y me asomé por la cortina.

—¡¿Pero qué haces?! —le grité, sin poderme creer lo que estaba viendo.

—Caca, ¿a ti qué te parece?

—¿Y no podías hacerlo luego? —seguí gritando, al borde de la histeria.

—¿Qué dices, Rocío? Ya estoy en el baño. ¿Qué diferencia hay?

—¡Que me estoy duchando, joder!

—¿Y qué? Dios, ni que no te hubiese visto nunca. Qué rara que estás hoy, chica.

—¡Acaba rápido y pírate! —le solté, y volví a cerrar la cortina.

Medio aturdida y atemorizada por que a Benjamín se le ocurriera venir a la bañera


conmigo, abrí el grifo de nuevo e intenté tranquilizarme lavándome el pelo.
Cuando tenía la cabeza enjabonada junto con media cara, noté un movimiento
debajo mío que me alarmó. Giré un poco la cabeza y, con el único ojo que podía
abrir, vi como Alejo se agarraba de los costados y se ponía de pie. Cuando quise
frenarlo ya era tarde; el cabrón era ágil y no tardó nada en volver a pegarse a mí
por la espalda.
—Rocío —dijo entonces Benjamín, inoportuno de nuevo.

—¿Q-Qué quieres?

—Espero que no te moleste esto que te voy a preguntar, porque, vaya...

—Entonces no me lo preguntes.

Mientras lidiaba con las tonterías de mi novio, Alejo ya había vuelto al ataque
hacía rato. Aprovechándose de que tenía media cara cubierta con la espuma que
me caía de la cabeza, se puso a acariciarme las tetas desde atrás y a besarme el
cuello de nuevo. Yo, lejos de calentarme con sus caricias, intentaba librarme de él
con pequeños codazos y pellizcones que no parecían afectarle. Como ya dije,
estaba mermadísima por culpa del champú en los ojos.

—Bueno, te lo pregunto igual, ¿hace cuánto que no vas al ginecólogo? —tiró, sin
venir a cuento, el cacho de tonto.

—¿Q-Qué? ¿A qué viene eso ahora? —respondí yo, intentando juntar las piernas
para que los dedos de Alejo no se colaran donde no debían.

—Es que, anoche... No sé, me pareció ver que ponías cara de dolor... Y esta
mañana también... Como si estuviera lastimada ahí...

—Cosas tuyas, Be-Benjamín...

Viéndose incapaz de entrar por delante, Alejo cesó con sus intentos y devolvió las
manos a mis tetas. Dentro de la gravedad de la situación, eso me tranquilizó, ya
que me sentía capaz de mantener la calma aunque me tocara ahí.

—¿Estás segura? No te dije nada en el momento porque te veía muy... ya sabes,


"entonada", pero estoy casi seguro de haberte visto varios gestos de dolor.

—¡Que sí! Lo que puede ser es que...

Me callé, me tuve que callar. Fue demasiado rápido y no me dio tiempo a


reaccionar. No le importaba si estaba en plena charla con mi novio; parecía que le
daba completamente igual si nos descubrían o no. Cuando me quise dar cuenta,
volvía a tener dos dedos perdidos dentro del ano. Esta vez no llegaron hasta más
de la mitad porque la voluminosidad de mis nalgas no se lo permitió, pero el
énfasis que estaba poniendo para lograrlo era demasiado para mí. En menos de lo
que me esperaba, ya volvía a estar pegada a la pared con el culo en pompa
intentando controlar la voz con todas mis fuerzas.

—¿"Lo que puede ser es que..."? ¿Estás bien, Rocío? —prosiguió Benjamín.

—¡S-Sí! Es sólo que... ¡Tienes razón! Sí, estoy un poco escocida aquí debajo,
¿vale? Pero ya me las apañaré... Ahhh... —terminé dándole la razón, al mismo
tiempo que Alejo conseguía incrustar sus dedos hasta el fondo.
—¿Te estás revisando ahora? —insistió el pesado.

—¡S-Sí! ¡Basta de preguntitas, por favor!

—Vale, vale.

Harta, di una patada hacia atrás y conseguí golpear a Alejo en un tobillo. En


respuesta, él me cogió de ambos brazos y me colocó en la pared ancha de la
ducha con el culo todavía en pompa. Ahí, quitó sus dedos de mi interior y fue
entonces cuando todos mis temores comenzaron a hacerse realidad.

—¡O-Oye! ¡Ni se te ocurra! —susurré lo más bajo que pude.

—Es ahora o nunca —respondió él, colocándose de nuevo detrás mío y empezando
a tantear mi todavía virgen agujerito con su pene—. Vos callate y dejate llevar.

—¡Alejo, no!

Mi última súplica no sirvió para nada; el animal me agarró del culo con una mano y
con la otra situó su grueso glande en esa pequeña trampilla mía que hasta el
momento sólo había servido como tubo de escape. Lentamente, comenzó a hacer
presión hasta que mi culito, ya bastante dilatado, absorbió la mitad de la cabeza.
Yo me mordía los labios para no gritar y apretaba la cabeza contra los fríos
azulejos para evitar que los sonidos salieran de mi boca. Me dolía, me dolía una
barbaridad. Pero aquello sólo era el comienzo; el comienzo de una agónica
pesadilla que todavía estaba lejos de terminar.

—Ahora voy a empujar —me dijo al oído—. Tomá, mordeme la mano si querés.

—Ya basta, Ale Te lo suplico —dije, nuevamente, al borde de las lágrimas.

Le seguía importando tres narices. Y prometiendo lo dicho, subió una mano hasta
mi cara, dejándola completamente a mi disposición, y, por debajo, fue enterrando
centímetro a centímetro su ardiente polla dentro de mi ano. Cuando entró la
cabeza entera, no pude más y lo mordí. No con mucha fuerza, no buscando
desgarrarlo, pero sí con la suficiente presión como para ahogar mis primeros
gritos. Él no se inmutaba, parecía que se había preparado para eso. Y siguió
haciendo presión hasta que la parte más gorda consiguió atravesarme.

—¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh! —grité, vencida, totalmente sobrepasada por el dolor.

—¡Eh, Ro! ¿Estás bien? ¡Rocío!

—¡Benjamín! —exclamé, con los ojos llenos de lágrimas, al escucharlo levantarse


de la taza— ¡Como te asomes aquí te juro que no respondo!

—¿Pero qué te pasó? Vaya alarido, mi amor.

—Se me cayó una botella de champú en el pie. Estoy bien.


—Vale... Encima que me preocupo.

—¡V-Vete ya de aquí!

—Tranquila... Ya termino —sentenció antes de volverse a sentar.

Concluida la charla, con una mano sobre mi nalga izquierda y la otra todavía en mi
cara por si necesitaba morderla, terminó de empujar hasta que su pene entró del
todo. Cuando se aseguró de que no iba a volver a gritar, comenzó a bombearme el
culo con cierta delicadeza y deteniéndose de vez en cuando para fijarse en mis
gestos. Yo, impotente y entregada a mi crudo destino, cerré los ojos en un vano
intento de que mis lágrimas dejaran de brotar e intenté concentrarme en no hacer
ruidos que pudieran provocar una nueva intervención de Benjamín. Esa pasividad
debió hacerle creer a Alejo que ya me había acostumbrado a mi invasor, porque,
tras un breve momento en el que se quedó quieto, reanudó otra vez la follada pero
esta vez de una manera más decidida y contundente.

—Rocío —me llamó de nuevo, para mi desesperación, Benjamín.

—¡¿Q-Qué quieres?! —bramé, sobrepasada por toda esa situación, a la vez que
Alejo volvía a aumentar la velocidad de cada penetración. Los 'chop, chop, chop'
cada vez eran más sonoros.

—Nada... Te quería decir que esta última semana me has hecho muy feliz —dijo,
ignorando mi mala hostia y provocando una irónica risita que Alejo ni se molestó
en disimular—. Te lo agradezco, de verdad.

Mientras buscaba una respuesta menos agresiva que las anteriores, Alejo,
calculador como él solo, me terminó de empotrar contra la pared de la ducha y,
sujetándome los brazos y aplastando mis tetas contra el azulejo, se puso a
taladrarme con tal violencia que ya no pude volver a articular palabra. La
brusquedad de la follada ya era la misma que cuando me daba por el coño; sin
piedad, irracional, dejándose llevar por sus más bajos instintos. Y yo empecé a
disfrutarlo. Sí, de un momento a otro, el dolor y el placer se fusionaron
convirtiéndose en una misma sensación. Mi cuerpo había logrado acostumbrarse a
los bestiales envites de mi malísimo amigo y ya era capaz de transmitirme lo que
lo desconocido le había estado prohibiendo hasta el momento. Ni el sonido de la
cisterna del váter me hizo volver a centrarme en lo que sucedía más allá de esa
cortina de ducha.

—Bueno, hablamos cuando se te pase. Perdón por molestarte —fue lo último que
dijo Benjamín, con la voz apagada, antes de salir por la puerta.

Increíblemente, fue sólo una milésima de segundo en la que me preocupé por si


mi novio se había sentido mal o no, porque, apenas fui consciente de que mi
tapadera ya no corría peligro, dejé salir en forma de aullidos todo lo que me había
estado aguantando hasta ese momento.

—¡Cabrón de mierda! ¡Eres un hijo de puta! —vociferé, furiosa, pero sin dejar de
jadear y disfrutar entre insulto e insulto.
—Te voy a llenar el culo de leche —fue lo único que se dignó a decir.

—¡Hazlo! Y asegúrate de disfrutarlo, porque te juro que esta es la última vez que
me pones un dedo encima —sentencié, furiosa, convencida de lo que estaba
diciendo.

—Sí, sí... Capítulo 20, temporada 8.

Sin necesidad de añadir nada más, nos plantamos en el suelo de esa ducha y
concentramos todos nuestros esfuerzos en tratar de concluir esa espectacular
sesión de sexo anal. Ante la duda de si iba a ser capaz de correrme a través de
ese orificio, llevé una mano a mi entrepierna y empecé a masajearme el clítoris
con furor. Me ardía, pero no menos de lo que me dolía el canal trasero, por eso
seguí castigándome el botoncito sin compasión al ritmo de las embestidas de mi
profanador. Él, un tanto más calmado y ya no tan descortés como hacía un par de
minutos, metió las manos por delante de mi pecho y buscó unos ya hinchadísimos
pezones que encontró al instante. Aparentemente, consciente de que yo ya
buscaba estimulaciones extra para lograr llegar al orgasmo, comenzó a pellizcarlos
y tirar de ellos mientras pegaba su cara a mi cuello dándome unos besos que,
debido al cansancio y la falta de aire, era más baboseos que otra cosa.

Nuestros gemidos, ya difícilmente disimulados por el correr del agua, fueron


aumentando en intensidad a medida que los segundos pasaban dándonos a
entender a cada uno que ya estábamos muy cerca del final. Con los sentidos
completamente alborotados y sin saber por cuál de los dos lugares iba a estallar,
aumenté la velocidad de la masturbación esperando que eso acelerara el proceso.
La polla de Alejo seguía entrando y saliendo con la misma potencia que al
principio, y eso, fuera yo consciente o no, terminó siendo el desencadenante de lo
que terminaría siendo el orgasmo más raro, pero no por eso menos maravilloso,
de toda mi vida. Mordí mis labios, asenté las manos en la pared y me dejé llevar
por la lluvia de sensaciones que azotó mi cuerpo desde la coronilla hasta los dedos
de los pies. No grité, no emití ruido alguno esta vez, pero no pude evitar erguirme
como una avestruz y apretar los glúteos como no lo había hecho en toda aquella
inolvidable sesión de sexo anal. Ese acto reflejo de mi cuerpo, terminó acelerando
también la ya más que inminente culminación de Alejo.

—Y-Ya... Voy a acabar... Te voy a llenar, mi yegüita... —comenzó a gritar Alejo


también.

—H-Hazlo... Hazlo rápido...

—¡Tomá! ¡Tomá! ¡Dioooooooooos!

No sólo lo sintió mi ano; también lo sintió mi cuerpo, mis piernas, mi clítoris, mis
tetas; a las que estrujó y estranguló sin miramientos. Toda parte sensible de mi
cuerpo se volvió a retorcer como hacía unos segundos, generando en mí, esta vez
sí, un grito de dolor que retumbó juntó al suyo por todo el cuarto de baño. Por
primera vez en mi vida un hombre se vaciaba dentro de mi culo.
Salí del baño a los veinte minutos nerviosa y aterrada pensando si Benjamín
habría llegado a escuchar o sentido algo en esa media hora que estuvo en el baño
con nosotros. Ni siquiera me molesté en vestirme; me puse un camisón, me calcé
mis pantuflas de conejito y fui a la cocina a toda prisa para encontrarme con mi
novio. Por órdenes mías, y a regañadientes, Alejo se quedó en la ducha esperando
el momento oportuno para volver a su habitación. Una vez crucé el pasillo, me
tranquilicé cuando vi a Benjamín sentado en el sofá viendo el fútbol mientras
picoteaba de un plato lleno de jamón. Él sabía que yo ya estaba ahí, pero me
ignoró completamente, incluso cuando me senté a su lado.

—¿Va todo bien? —le pregunté, cariñosa, extiendo una mano y poniéndola sobre la
suya.

—Sí, ¿por? —contestó él, frío, sin despegar la vista de la tele.

—No, no va todo bien...

—Tú sabrás —añadió, con la misma frialdad. Me tomé unos segundos antes de
responder.

—Perdón por cómo te traté antes en el baño. Ya sabes cómo soy cuando se trata
de mi intimidad.

—¿Tan mal estuve anoche? —dijo entonces, esta vez volteándose para mirarme a
la cara.

—¿Qué? ¿A qué viene eso ahora? —respondí, totalmente perdida.

—Vamos, Rocío... Que no me chupo el dedo —continuó, un tanto crispado.

—Es que no... —respiré y pensé—. Anoche estuviste genial, mi amor. No entiendo
por qué...

—¿Y entonces por qué te estabas tocando en la ducha? —soltó, sin más.

Me quedé en silencio y analicé lo que acababa de decirme. Cuando lo comprendí,


toda la tensión que había dentro de mi cuerpo desapareció en un instante. Sí que
había escuchado; pero sin darse cuenta absolutamente de nada. Si en ese
momento no se dibujó una sonrisa enorme en mi rostro, estoy seguro de que
mucho no faltó.

—Vale, sí... —dije entonces, decidida—. Me estaba masturbando, ¿algún


problema?

—¡Pues sí! ¿Cómo crees que me siento ahora yo como hombre al saber que mi
novia va a tocarse al baño después de hacer el amor conmigo? —exclamó,
soltando con rabia en el plato el trozo de jamón que segundos antes iba a llevarse
a la boca.
—¿Qué? —pregunté, incapaz de controlar la risita boba—. ¿Por qué eres tan
exagerado?

—No te rías.

—Lo siento —dije, de nuevo riendo—, es que es la primera vez que te veo tan...
¿infantilmente indignado?

—¿Y cómo quieres que me ponga? Me levanté de la cama creyéndome el macho


más viril del mundo y mira la hostia que me acabo de dar.

—Pero, ¡Benjamín! —no pude más y estallé de la risa.

—¡Que dejes de reírte!

Mucho más calmada y plenamente conocedora de que la situación estaba más que
controlada, pegué un salto sobre el regazo de Benjamín y le estampé un beso
exageradamente fuerte en los labios. Satisfecha, me recosté sobre su pecho
mientras él me miraba entre excitado y sorprendido.

—Ayer me diste una de las mejores noches de mi vida, tontín —le mentí sin
reparos—. Y esta mañana también hiciste muy bien tu trabajo. Si me hice un dedo
en el baño fue porque me volvieron a entrar las ganas, tú no tienes nada que ver
con eso.

—¿Estás segura? —me preguntó, luego de varios segundos de duda.

—Pues claro que sí, bobo. ¿Por qué iba yo a mentirte? —le confirmé justo antes de
darle otro largo y húmedo beso.

—Está bien, te creo. Pero no me gustó que te escondieras como un pajillero de 17


años.

—Sabes que mi intimidad es sagrada, y eso no es nada nuevo.

—Vale, que sí. Ya quedó todo claro.

—¡Conmigo no seas así de frío, ¿eh?! A ver si te voy a dejar sin cenar esta noche
—lo regañé, a la vez que me erguía sobre él imponiendo mi voluminoso pecho.

—Me da igual; voy y pico algo en la ducha. ¿Qué te parece? —contraatacó, sin
poder aguantar la risa.

—¡Imbécil!

Las carcajadas de ambos animaron una situación que, de no ser por la exagerada
incapacidad de Benjamín para ver que lo sucedía a su alrededor, podría haber
terminado muy mal. Esa mañana pude respirar tranquila, pero sabía bien que
estaba jugando con fuego y que en cualquier momento me podía quemar. Sí, era
plenamente consciente del peligro que suponía hacer lo que yo hacía; no obstante,
no pretendía dejar de dar rienda suelta a mis deseos en la brevedad. Justamente,
ese pensamiento entró directamente en conflicto con mi cuerpo apenas sentí como
un frío líquido comenzaba a escaparse de mi todavía dilatado canal trasero
mientras me besaba con mi chico. Otra vez ese cosquilleo en el estómago
provocado por lo prohibido. Otra vez esa picazón en el chichi por estar sintiendo
algo que no debería sentir. Quería no pensar en ello, o más bien quería pensar que
era producto de la casualidad; aunque en el fondo, no tan profundo, sabía que
cada día me ponía más cachonda serle infiel a Benjamín en sus narices y que el
pobre no se enterase de nada.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 18:55 hs. - Noelia.

— ¿Me escucha? Busco a un señor llamado Lorenzo.

— ¿De parte de quién? —respondió el hombre, desconfiado, desde el otro lado de


la ventanilla.

—Eh... de parte mía. Estoy interesada en alquilarle una habitación.

Tras oír eso, el viejo se acomodó sobre su asiento y, con una mirada que me dio
bastante asco, me repasó de arriba a abajo antes de darme una respuesta.

—Este es un lugar decente, señorita. Haga el favor de ir a hacer sus negocios a


otro lado —dijo el hombre, lleno de desdén, dejándome totalmente anonadada.

—Oiga, señor, que yo no soy ninguna puta —respondí al instante, logrando


controlar las ganas de insultarlo. El viejo volvió a acercarse y me echó una nueva
mirada.

—¿Quién la manda? —volvió a preguntar.

Me estaba empezando a impacientar. ¿Cómo podía ser tan difícil alquilar una
habitación en un lugar tan cutre y alejado como ese? Encima había ido sin ningún
tipo de plan para una situación así y no podía vender a la persona que me había
enviado allí. Con eso clarísimo, sólo me quedaba una salida...

—Alejo Fileppi —contesté, finalmente. Me la había jugado, no me quedaba de otra;


era eso o volverme por donde había venido.

Me quedé mirándolo intentando con todas mis fuerzas no cambiar el gesto de


tranquilidad. Él, completamente impertérrito, me volvió a echar una nueva ojeada,
le dio una nueva calada a su puro y...
—Vaya cabronazo está hecho el sudaca ese, cada día se echa una mejor... En fin,
Yo soy Lorenzo. ¿Por qué no me acompaña a mi oficina? Ahí estaremos más
cómodos.

—De acuerdo —acepté, aliviada.

—¡Servando! —gritó de golpe, dirigiendo la mirada a un viejo que parecía ser el


jardinero del lugar—. Vigílame esto un rato, que tengo visita.

—¿Otra vez de putas, Lorenzo? —respondió ese repugnante individuo luego de


haberme visto—. Cagon la leche, y encima esta parece de las caras.

Sin molestarse en desmentir al jardinero, Lorenzo salió de la caseta y me hizo una


seña para que lo siguiera.

—No se ofusque, querida —me dijo al ver mi cara de indignación—. No es que


tenga pinta de puta, lo que pasa es que las pocas mujeres jóvenes que vienen por
aquí suelen ser señoritas de compañía que llaman los inquilinos.

—No se preocupe —dije, nuevamente tratando de no dejar salir mi vena peleona.


Aunque me costaba, porque lo que me estaba contando no tenía nada que ver con
la "decencia" de la que me había hablado hacía un par de minutos.

Durante el camino, no pude evitar fijarme en lo desagradable que era; un señor no


muy alto, fofo, desaliñado y con cara de borracho. El típico ejemplar al que
cualquier mujer prefiere no tener cerca. De nuevo, me volví a preguntar cómo el
caradura había tenido la cara de hablarme de decencia.

Intentando centrarme en lo que me incumbía de verdad, seguí caminando algunos


metros detrás de él mientras observaba el lugar. El sitio parecía el típico
motelucho de carretera que se ve en las películas norteamericanas. Un sitio que no
distaba mucho de lo que era su encargado; es decir: mugriento, viejo y
descolorido.

—Por aquí —dijo cuando llegamos a lo que parecía ser la recepción. Una vez
dentro, me guió a través de un pequeño pasillo que terminaba en una puerta doble
de madera—. Tome asiento —me pidió educadamente cuando entramos.

Ya estaba donde quería; en el centro del infierno a punto de hablar con uno de sus
custodios sobre un tema el cual todavía no sabía cómo abordar. Me había lanzado
a la aventura con un nombre y una dirección creyendo que el resto caería del cielo,
pero nada más lejos de la realidad. En ese momento me sentía como si estuviera a
punto de hacer un examen para el cual no había estudiado.

—¡Oh! Gracias, Ramón —dijo el viejo dirigiéndose a otro señor que había entrado
por otra puerta a traerle un café—. ¿Quieres uno, querida? —dijo, de nuevo con
amabilidad.

—No, gracias.
—Bueno, al grano, ¿por qué una mujercita como usted querría alquilar una
habitación en un sitio como este?

—Pues...

Era hora de poner la maquinaria a funcionar. No tenía nada preparado y me sentía


una estúpida por ello, pero sabía que no iba a tener una oportunidad mejor que
esa. Traté de serenarme, y fui dejando que las palabras fueran fluyendo por sí
solas.

—¿Pues...?

—Verá, don Lorenzo, le voy a ser sincera...

—La escucho —dijo, apoyando sus manos entrelazadas en el escritorio.

—Yo soy una mujer casada y... bueno, estoy buscando un sitio para quedar con mi
amante cuando mi marido está en casa. ¿Me explico?

—Perfectamente. Deduzco que su amante es Alejo, ¿no es así?

—Efectivamente —asentí.

—¿Y dice que fue él el que le dio mi nombre y la envió aquí?

—Así es —volví a asentir, cada vez más animada al notar que la cosa podía llegar a
funcionar.

—Ya veo... Deme un momento.

Mientras seguía pensando cómo proseguir, Lorenzo se levantó de su butaca y se


dirigió a la puerta principal. Mi cabeza se giró instantáneamente cuando oí el ruido
de la llave siendo accionada. Me asusté, me asusté de verdad. No dije nada, pero
mi cara ya debía ser un poema. El viejo volvió a su sitio con un semblante
completamente distinto al de antes.

—Vale, preciosa, ahora me vas a decir la verdad, ¿quién cojones te envía?

Las decisiones de Rocío - Parte 22.

Viernes, 17 de octubre del 2014 - 19:05 hs. - Noelia.

—Vale, preciosa, ahora me vas a decir la verdad, ¿quién cojones te envía?

La había cagado, estaba claro. Alguna parte de mi historia no debió coincidir con lo
que sabía el viejo y eso había hecho saltar la alarma. Estaba asustada, sí, y mi
cara seguramente me delataba, pero debía mantener la calma y lo sabía; habían
demasiadas cosas para analizar en ese momento. Evidentemente había tocado
hueso; que el viejo se encargara de encerrarme para que le dijera quién me
mandaba era digno de película de mafiosos. No sabía dónde me estaba metiendo y
la escenita no ayudaba mucho; sin embargo, las ganas por saber qué estaba
pasando eran mucho más grande que las que tenía de salir de ahí.

Mucho más tranquila, decidí adentrarme en ese desafío interrogatorio que me


acababa de proponer el viejo Lorenzo.

—Alejo Fileppi —le dije, haciendo todo lo posible para recuperar mi semblante
inicial.

—Vamos a ver, querida... —suspiró, como armándose de paciencia—. Quizás porte


toda la cara de uno, pero te aseguro que gilipollas no soy.

—En ningún momento dije...

—¡Cierra la boca! —bramó, perdiendo la calma en un segundo y provocando en mí


un pequeño sobresalto—. Te mandan esos putos negros de mierda, ¿no? Bueno,
diles que yo no sé nada; que hace tiempo perdí el contacto con el argentino ese de
los huevos.

—Señor Lorenzo, le pido por favor que se tranquilice. Le juro por lo que más
quiera que no sé de lo que está hablando.

Entonces casi se me para el corazón. Hecho una furia, el viejo se levantó de la silla
y corrió los cinco pasos que nos separaban para situarse junto a mí y agarrarme
violentamente de los pelos. Si no me caí de la silla fue porque él mismo me sujeto
por la espalda.

—Mira, guarrilla pelirroja, no te violo aquí mismo porque no sé si vienes sola o


acompañada de toda esa morralla para la que trabajas, ¿me oyes? Ten por seguro
que no voy a permitir que nadie me venga a amedrentar a mi propio domicilio.
¡¿Entiendes o no?! —me gritaba al oído mientras apretaba con fuerza los
mechones de cabello que colgaban de mi sien. Ahora sí que estaba asustada de
verdad.

—S-Señor Lorenzo... le aseguro... que yo no... —intenté calmarlo, con la voz


entrecortada y con los ojos inundados en lágrimas.

—¡¿Entiendes o no?! —volvió a vociferar cada vez más fuera de sí.

—¡Lorenzo, por favor! —exclamó una nueva voz a nuestras espaldas.

El hombre que antes había traído el café se acercó corriendo a nosotros y obligó a
Lorenzo a que me soltara la cabellera. Estuvieron forcejearon un rato, hasta que el
primero logró hacer tranquilizar a mi agresor.
—¡Lo que me faltaba! ¡Que ahora me manden cerdas a sacarme información! Y tú,
tú, Ramón, me habías prometido que a mí no iban a venir a tocarme los cojones —
siguió chillando el primero, esta vez señalando con el dedo índice al otro hombre.

—Vamos a ver, ¿cómo estás tan seguro de que la envían ellos? —le preguntó el
que supuestamente se llamaba Ramón.

—¿Y quién más va a ser? Viene aquí contándome no sé qué milongas de Alejo...
Que si es su amante y...

—Espera un momento —se extrañó el otro hombre—. ¿De Alejo?

—¡Sí! Dice que él la mandó aquí para alquilar una habitación. Para poder venir a
follar y no sé qué más historias.

—¿Te dijo que Alejo quiere volver aquí?

—¡Que sí! ¡Por eso reaccioné como reaccioné! Esta guarra seguro que está con
ellos.

—Pero, Lorenzo, si es verdad que está con ellos, ¿te parece inteligente atacarla de
esta manera?

—Ya me la suda todo a mí... Estoy hasta las pelotas de toda esta mierda. Si
todavía no te he mandado a volar de aquí es por la pobre Brenda, que está
cargando con la misma cruz que yo. Me cago en la puta.

Mientras tanto, yo escuchaba todo con atención mientras sollozaba sin levantar la
cabeza y mientras me acariciaba por donde me habían tironeado del pelo. Estaba
segura de que dentro de ese pozo había petróleo, pero el susto había sido
demasiado grande y ya lo único que me importaba era salir de ahí cuanto antes.

—Mira, Lorenzo... ¿por qué no dejas que yo me encargue de aquí en más? —dijo
Ramón, de pronto, mientras se acercaba a mí y me ponía una mano en la espalda
—. La envíe quien la envíe, la chica está aterrorizada y no es cuestión de dejarla
que se vaya en estas condiciones a casa.

—Haz lo que quieras —refunfuñó Lorenzo—, pero en tu habitación. Aquí no quiero


verla más.

—Que sí... Vete a descansar un rato —lo despidió Ramón—. Ven, querida, vamos a
mi habitación. Ahí mi mujer te hará algo caliente para que tomes.

No pude declinar su oferta. El hombre me había salvado del otro neandertal y lo


menos que podía hacer era aceptar su amabilidad. Seguía teniendo mucho miedo,
sí, pero la conversación que acababan de tener los dos vejetes me había dejado
pensando mucho. Tenía que serenarme, habían demasiadas cosas buenas en ese
lugar y no me podía dar el lujo de perdérmelas por un puto susto.
—Parece que Brenda no está —dijo luego de pegar un par de gritos—. Esto...
Tengo té, ¿quieres un poco? —se ofreció apenas me senté.

—Vale... —respondí, todavía afligida.

—¿Quién eres? —preguntó de inmediato—. Sé que no trabajas para la gente que


decía Lorenzo porque... Bueno, yo me entiendo. Pero... ¿quién eres? —el hombre
parecía ser de confianza, pero no podía arriesgarme a contarle para lo que había
ido. Primero tenía que indagar un poco más.

—Soy una amiga de Alejo Fileppi... —continué con la misma farsa. Por el momento
no tenía más alternativa.

—Vale, eres amiga de Alejo. ¿Y qué haces aquí? —prosiguió Ramón, sereno,
hablándome como si fuera mi abuelo y yo su nieta.

—Buscar una habitación para...

—Vale, vale... No sigas por ahí —me interrumpió, riendo—. Tiene que haberte
hecho algo muy malo el cabrón para que vengas a un lugar como este a meter las
narices.

—¿Meter las narices? ¡No, no! Se equivoca, yo...

—Hija... —dijo de pronto, sentándose frente a mí y depositando la taza de té sobre


una mesita de cristal—. Mira, te voy a contar esto porque me está dando lástima
que sigas enfrascada en tu mentira creyendo que eso te va a llevar a algún lado.
¿Sabes por qué Lorenzo reaccionó así cuando le contaste tu historieta?

—Yo... No... —balbuceé, intentando darme tiempo para pensar algo rápido que
tuviera sentido. Todavía me sentía en el medio del nido de la serpiente y no podía
arriesgarme a meter la pata.

—Bueno, yo te lo digo; porque Alejo salió huyendo de este lugar como una rata,
querida.

La cosa se puso interesante de repente. Ese hombre no tenía ninguna obligación


de contarme aquello, pero lo había hecho de todas formas. Además, con un deje
un tanto rencoroso a la hora de pronunciar la palabra "rata".

Tomé un trago de té, respiré profundo y traté de centrarme en lo que estaba


pasando. El susto había sido grande, pero, respito, sabía que no podía ser tan
gilipollas de dejar pasar ese tren sólo porque un viejo me había tirado de los pelos.

—¿Cómo? ¿Como un rata? —pregunté yo ahora, sin cambiar ni un ápice el tono


lloroso de mi voz.

—Sí, como un rata —prosiguió—. Y antes de irse nos pidió a todos que por favor
no diéramos información sobre él si alguien venía preguntando.
—¿Pero por qué huyendo como una rata? —insistí—. ¿De quién huía? —seguí
preguntando, comenzando a enseñar bastante el plumero.

—No —me apuntó con un dedo—. Yo ya he confiado en ti, ahora te toca a ti confiar
en mí.

Tomé otro sorbo de té y me paré un momento a analizar la situación. ¿Por qué


estaba tan interesado Ramón en intercambiar información conmigo? No podía ser
que fuera para irle con el cuento a Alejo, ya que sólo con llamarlo y decirle que yo
estaba ahí, tenía más que de sobra. Tampoco creía que fuera por simple
curiosidad, o por un ataque paternal repentino de querer ayudar a una joven en
apuros. Así que la única opción que quedaba era que él también pudiera tener
algún tipo de problema con él. Y tenía mucho sentido; no sólo por su forma de
referirse a él hacía unos momentos, sino también por su cautela a la hora de ir
desvelándome las cosas.

Sea como fuere, ahí había algo más y yo tenía que averiguarlo a como diera lugar.

—Vale... —volví a respirar—. Mi nombre es Noelia y, en efecto, vine a buscar


información sobre Alejo Fileppi.

—Interesante... —respondió él, acariciándose la barbilla—. ¿Y se puede saber por


qué?

—No —lo señalé con el dedo—. Es su turno.

—Vaya... Y parecías de las inocentes —rio—. Pues bien, resulta que tu amiguito se
metió en problemas con las personas equivocadas. Es por eso que tuvo que salir
por patas. Te toca.

—Porque... —di otro traguito al té—, Alejo está metiendo en problemas a una
persona muy cercana a mí y de momento no sé cómo quitármelo de encima. Estas
personas de las que usted habla... ¿son mafiosos? —pregunté yo entonces, cada
vez más animada por cómo estaba saliendo la cosa.

—Algo así... —respondió, y se quedó dudando un rato—. Se metió en líos con un


grupo de narcotraficantes. Y volvemos a lo mismo, ¿quién te envió aquí?

—A Alejo lo conozco desde que éramos estudiantes. Un amigo que teníamos en


común me pasó el dato de que él vivió aquí durante un tiempo. No puedo decirle el
nombre, lo siento.

—No te preocupes... ¿Hay algo más que quieras saber?

Estaba radiante por dentro. No quería que se notara por fuera, pero por dentro
estaba que explotaba. Toda esa información que me estaba regalando Ramón era
oro puro. Ya me veía a Rocío echando a aquel despojo de su casa cuando se
enterase de todo. El chichi se me ponía a bailar de sólo pensarlo.
Me sentía sumamente conforme con lo ya averiguado, pero mientras más pudiera
saber, mucho mejor. Por eso me decidí a desplumar del todo a aquél vejete que
tan bien se estaba portando conmigo.

—Sí... No quiero parecer atrevida, pero ya que estamos intercambiando


información...

—Siéntete libre de preguntar lo que quieras.

—Vale... ¿A usted Alejo le hizo algo también? —solté, perforándolo con la mirada.

—Vaya... —volvió a reír—. Creo que tú y yo nos vamos a llevar la mar de bien,
Noelia querida.

Sábado, 18 de octubre del 2014 - 13:30 hs. - Benjamín.

Tras los tensos, extraños y cuasi pornográficos episodios de la mañana, Rocío y yo


nos arreglamos un poco y salimos a almorzar.

—¿Qué pedimos? —me dijo mientras ojeaba la carta.

—No sé, lo que sea. Me muero de hambre. Si me ponen un truño ahí encima te
juro que me lo como.

—¡Cerdo! —me pegó—. ¡No digas esas cosas en la mesa!

—Mala mía —reí yo.

En eso estábamos, cuando me dio uno de esos golpes repentinos míos de amor. La
tomé de las manos y, sin dejar de mirarla a los ojos, me dieron ganas de decirle
que la amaba.

—¿Qué? —preguntó, ruborizada, mirando para todos lados por si estábamos


llamando demasiado la atención.

—Que te amo —respondí, obviando a los posibles curiosos.

—¡Benja! ¡Que está todo el mundo mirando!

—Me da igual... Te amo mucho —insistí.

—¿Sí? —dudó, echando un último vistazo a los costados—. ¿Cuánto?

—Pues... Lo que tardarías en llegar caminando hasta la luna.


—No se puede ir caminando hasta la luna. O sea, que no me quieres nada...

—Por eso mismo, no se puede. Imagínate el tiempo que tardarías en inventar un


camino por el que se pudiera ir a pie —cerré, generándole una sonrisa instantánea.

—No vayas de listo conmigo —respondió ella, levantándose un poco y dándome un


tierno piquito.

El almuerzo transcurrió normal. Se notaba en el ambiente que estábamos felices,


enamorados, satisfechos con el estado actual de nuestra pareja. Y nos lo hacíamos
saber con pequeños detalles, con caricias; mimitos que no venían a cuento o
acercando el tenedor a la boca del otro. Todo era perfecto.

Hasta que...

—¿Benjamín? —dijo una voz conocida detrás de mí.

—L-Lu... ¡Lulú! ¿Qué haces aquí? —casi que grité, levantándome de la silla de
golpe, como si hubiera visto un fantasma.

—Nada, venía a almorzar. No sabía que tú también conocías este lugar. ¡Vaya
modales, por dios! —se alarmó cuando se percató de la presencia de Rocío—. Soy
Lourdes, compañera de trabajo de Benjamín.

—Hola —contestó ella, levantándose y dándole dos besos—. Yo soy Rocío, su


novia.

—¡La famosa Rocío! ¡Por fin nos conocemos!

—Ya —rio de forma seca—. Tú también eres muy famosa en casa. Si no me habrá
hablado de ti este...

—¿En serio? Con lo mal que me trata en el trabajo...

Algo me decía que esa conversación no tenía que estar sucediendo, que estaba
mal que estuviera sucediendo. Que el amor de mi vida y la compañera de trabajo
que estaba enamorada de mí se cruzaran... Era todo lo contrario a lo que debía
estar sucediendo en ese momento.

—No debe ser para tanto, si en el fondo es un amor —respondió de nuevo Rocío,
acercándose a mí y dándome otro de esos pequeños piquitos.

—Puede que sí... ¡Pero muy en el fondo! Igual tendré que empezar a cavar para
encontrarle ese lado yo también —dijo entonces Lulú, soltando una escandalosa
carcajada que Rocío acompañó con una risita tímida—. En fin, chicos, me esperan
unas amigas. ¡Rocío! Un placer, en serio. Cuídamelo, que el lunes lo necesito
enterito para el trabajo.
—Encantada yo también, Lourdes. Y tranquila, esta noche me encargaré de
dejártelo como nuevo —finalizó mi novia, riendo esta vez con más seguridad y no
despegando sus manos de mi torso.

—Seguro que sí, corazón... ¡Bueno, hasta luego!

—Adiós —dije yo, al fin, anonadado como nunca.

Cuando Lourdes desapareció entre las mesas del fondo, Rocío me soltó y volvió a
su sitio con un semblante que me preocupó. A partir de ahí, amagué varias veces
con iniciar una conversación, pero no lo hice. Llámenlo miedo si quieren, pero la
cara de Rocío me decía que no era buena idea.

Los platos con la comida vinieron rápido, por suerte. Pero todo se había torcido, y
el resto del almuerzo lo pasamos en silencio.

—Vaya guarra la "Lulú", ¿no? —saltó por fin, cuando ambos platos ya estaban
vacíos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? ¿Dónde iba desafiándome?

—¿Desafiándote? No entiendo —respondí yo, haciéndome el desentendido.

—¿Me lo dices en serio? ¿No escuchaste eso de "tendré que empezar a cavar yo
también"? Valiente zorra.

—No sé, a mí me pareció una gracieta normal. En el trabajo hace muchas así.

—Tú es que eres muy inocente, Benjamín. Esa guarra está detrás de ti, ya te lo
digo yo —afirmó, celosa como nunca la había visto.

—Rocío, ¿recuerdas que está casada?

—¿Sí? ¿Y el marido? No lo veo por ningún lado.

—Está en Alemania.

—En Alemania... ¡Aquí al lado, vaya!

—Como si está en Japón, bebé. La mujer está casada. Además, aunque tuvieras
razón, me resulta raro que todavía no sepas que yo sólo tengo ojos para ti —logré
contraatacar, intentando llevar el tema a mi terreno.

—¿Entonces admites que esa perra te tiene ganas?

—¡Que no! —hice un silencio—. Rocío, hace años que trabajo con Lourdes. Nos
tenemos mucha confianza, pero no pasa de ahí.
—Vamos a ver, cariñito mío —dijo imponente, un tanto harta, irguiéndose en su
sitio y acercando su cara a la mía desde el otro lado de la mesa—. No sé si te diste
cuenta, pero yo antes estaba marcando territorio. Y cuando una hembra marca
territorio, las otras hembras tienen que apartarse, ¿sabes? O se convierten
instantáneamente en putas, ¿lo pillas? Y tu querida "Lulú" no se apartó; se me
plantó frente a frente y redobló la apuesta.

La cosa se había complicado considerablemente. Todo el ambiente de armonía y


felicidad que nos rodeaba ya no era más que niebla y toxicidad. Y lo peor de todo
era que Rocío no quería saber nada con arreglar las cosas. Le habían tocado el
orgullo femenino y el que tenía que pagar los platos rotos era yo.

—Creo que estás exagerando, Rocío...

—Haz lo que quieras —fue lo último que dijo.

No insistí más. En el momento me pareció que era mejor dejar el agua correr y
esperar que el tiempo curara todo lo demás. Lo que nunca me imaginé era que ese
tiempo iba a abarcar todo el fin de semana, y algún día más...

Lunes, 20 de octubre del 2014 - 03:30 hs. - Rocío.

—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! Sigue... Sigue, por favor...

—No aguanto más... Llevo... Llevamos una hora casi...

—¡Un poco más, joder, que estoy a punto! ¡Desde el viernes que no me corro!

—¡Apurate! ¡Por el amor de dios!

Alejo me levantó de la silla de plástico y me hizo apoyar sobre la barandilla del


balcón. Ahí, me levantó la pierna lo más arriba posible y siguió taladrándome como
si no hubiera mañana.

—¿Me puedo venir adentro? —preguntó, para mi sorpresa, entre jadeo y jadeo.

—¡H-Haz... Haz lo que... Haz lo que quieras, joder, pero no te detengas!

—¡No puedo más, Rocío, la puta madre!

—¡Cállate y sigue dándome!

—¡Dale! ¡Aaahhh!
Más allá de las quejas y los pataleos, Alejo volvió a portarse y esperó a que me
corriera yo primero. Eso sí, me dejó perdida tanto por dentro como por fuera
cuando lo hizo él.

—¡Vaya desastre! ¡JAJAJA! —dije, a carcajada pura, cuando me toqué la


entrepierna luego de estar varios minutos hiperventilando.

—Jodete. Acabo el doble cuando me hacen aguantar...

—Me da igual. Si me llegabas a cortar este orgasmo te juro que te lanzaba al


vacío.

—¡Qué vas a lanzar, vos, tobillos de pollo!

—¡JAJAJAJA! ¡Baja la voz, que nos va a oír!

—Vamos adentro entonces.

Nada más entramos, nos tiramos sobre el sofá y comenzamos a besarnos como si
no hubiésemos estado juntos en todo el día. Ni siquiera nos tomamos la molestia
de limpiarnos.

—Bueno, ¿quién es mejor? ¿El pendejo o yo?

—Tú, idiota. El chaval apenas está aprendiendo... —le dije, antes de recostarme
sobre su pecho y empezar a masturbarlo despacito.

—¿Mañana te lo vas a coger de nuevo? —insistió.

—No lo sé... ¿tú quieres que lo haga?

—No importa lo que yo quiera, importa lo que quieras vos... —suspiró—. Dios,
Rocío, qué maravilla de manito que tenés.

—Pues... —me detuve en seco—. Todo depende de cómo me sienta en el


momento... ¿Sabes que cuando me entran las dudas me pongo a pensar en ti? —
continué, esta vez masajeándole la bolsa de los testículos.

—¿En serio? Qué lindo piropo.

—Sí... Si me dices qué hacer ahora, igual si mañana se me presenta la


oportunidad... Pues... —lo miré todo lo provocativa que pude y, sin más, bajé la
cabeza y me metí su falo en la boca, comenzando así una suave y tierna felación.

—¿Sí? Mirá vos... ¿Pensabas en mí también cuando te metiste en la ducha con él y


dejaste que te garchara de nuevo?
—Pues sí. Pensé: ¿qué haría Alejo en mi lugar? Y no lo dudé —reí, volviendo a
tragármela y aumentando un poco el ritmo de la chupada—. Qué grande que la
tienes, cabrón.

—¿Y qué...? Uff... ¿Qué creés que haría yo si se me presentara una nueva
oportunidad con una alumna a la que me acabo de empotrar? —respondió él,
dejándome claro que le estaba gustando lo que le estaba haciendo.

—Pues que no la desaprovecharías...

—¿Entonces...?

—¿Entonces qué? ¿Tanto quieres que me vuelva a follar a ese niñato engreído?

—Yo no dije... Uff... Así, así, yegüita... Uff...

—Pues vale, como mañana tenga la oportunidad, me lo volveré a follar. ¿Tanto


quieres que suceda? Pues sucederá, puto cerdo.

Cachonda como hacía días no me sentía, me puse de pie y caminé sensualmente


hasta la mesa que separaba el salón de la cocina. Una vez allí, subí la pierna a una
de las banquetas y lo invité a venir mientras con una mano me masajeaba una
nalga.

—¿Sabes? Este agujerito de aquí se ha estado sintiendo muy solito estos últimos
días... Sí, desde que lo estrenaste...

Sin perder ni un segundo, se levantó del sofá y comenzó a caminar hacia mí con
una sonrisa que le ocupaba toda la cara.

Lunes, 20 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.

—Vaya carita que me has traído hoy, Benny... ¿Has tenido un mal finde?

—Si yo te contara, Clarita... Si yo te contara...

Tras dos días libres más que nefastos, regresé a la oficina con menos ganas de
trabajar que un político. Sólo la bella y siempre sonriente Clara era capaz de
hacerme rendir al máximo aun cuando apenas juntaba las ganas suficientes como
para mover las extremidades.

—Por cierto, ¿no habías quedado con Lin? —me recordó la becaria.

—¡Lin! ¡Es verdad! Yo no sé para qué me comprometo a hacer nada...


—¡Venga! —me animó—. Si deben ser cuatro tonterías. Seguro te la quitas de
encima antes de que termine el descanso —sonrió nuevamente. Ese día estaba
más guapa que de costumbre.

—Eres el cielo personificado, Clara... No sé qué haría sin ti.

—Anda... Algún día me darás las gracias como corresponde —dijo, con un tono
inocente a la vez que me guiñaba un ojo.

—Sí... Invitándote a jugar a los dardos.

—¡Pírate ya! —rio ella.

Me despedí con un movimiento de mano y partí en busca de nuestra querida


chinita. Llegué a la cafetería de dos pisos más abajo como a los cinco minutos. Lin
estaba sentada cerca de la barra, con el portátil delante y con un montón de
carpetas encima de la mesa. Debo decir que me sorprendió encontrármela sola.

—¡Benjamín! —exclamó con alegría apenas me vio—. ¡Ven! ¡Ven que te enseño
esto!

—Buenas. Perdón por la tardanza. Hoy nos dejaron un montón de trabajo...

—¡No te preocupes! Mira esto, por favor... —dijo, extendiéndome una carpeta—.
En la presentación tengo que explicar todo lo que hay aquí. Es un proyecto en el
que llevo trabajando mucho tiempo.

—Vamos a ver —dije yo, interesándome, mientras me acomodaba en la silla que


se encontraba junto a ella—. ¿Es sólo esto o hay más?

—Hay más, pero te enseño eso para que me digas si tienes idea o no —rio—.
¿Recuerdas?

—Sí, es verdad. En fin, ¡pues vamos a ello!

Si apenas tenía ganas de hacer mi trabajo, imagínense lo que me apetecía a mí


tener que hacerle las cosas a una persona de otra sección. Es más, cuando iba
para allí, me pensé seriamente decirle que lo dejáramos para otro día; pero, como
siempre, una carita sonriente fue suficiente para hacerme cambiar de opinión.

La chica, por alguna razón que escapaba a mi saber, estaba radiante, como si le
acabaran de dar la mejor noticia de su vida. Cosa que no me cuadraba, ya que,
supuestamente, venía de comerse una bronca por haber entregado un trabajo de
mierda y que ahora tenía que volver a hacer. Pero, en fin, tratándose de la clase
de chica que se trataba, intenté no darle demasiada importancia y me dediqué a
intentar averiguar qué cojones podía hacer yo para ayudarla con esa presentación.

—Vale, Lin... —dije, luego de varios minutos ojeando papeles—. No me parece que
tenga mucho secreto esto.
—¿No? —me miró extrañada—. ¿Qué quieres decir? ¿Que es una gilipollez?

—No es eso. Es más, considero que la idea es buenísima. Lo que quiero decir es
que no sé en qué podría yo mejorar lo que ya has hecho tú.

—Pues... Clara me ha dicho que sabes mucho de esto, y, teniendo en cuenta que
lo que presenté el otro día era una basura, pensé que igual tú podrías aportar algo
que no se me hubiera ocurrido a mí... —respondió, esta vez bajando un poco esa
efusividad con la que me había recibido.

—Eh... —suspiré, un tanto perdido—. Pues bueno, manos a la obra. Sigo sin creer
que pueda aportar mucho, pero... ¡como quieras!

—¡Sí! ¡Te aseguro que me ayudarás más de lo que piensas! —volvió a reír, otra
vez visiblemente emocionada.

Seguía sin entrarme en la cabeza como una profesional de diseño gráfico no podía
preparar ella sola una presentación tan fácil como esa. No obstante, puse todo de
mi parte la siguiente media hora para que la cosa resultara de la mejor manera. Y
terminamos progresando mucho más de lo que me esperaba.

—¿Ves? Por lo menos así es como lo haría yo...

—No lo había pensado de esa manera... ¿Ves como sí me sirves, tonto? —dijo ella,
guiñándome un ojo y dejándome medio descolocado.

—Eh... Pues sí, a lo mejor sí te sirvo... ¡Pero seguimos mañana! ¿Cuándo tienes
que presentar esto me has dicho?

—No te lo he dicho —volvió a reír—. Para el viernes. Tengo que tenerlo listo para
el viernes.

—Pues tenemos tiempo de sobra para... —me frené al notar que la chinita no
dejaba de sonreírme, y de golpe me entraron unas ganas tremendas de pirarme
de ahí—. ¡Pues eso! Me voy, Lin, a ver si me da tiempo de tomarme algo arriba
con...

—¿Y por qué no te lo tomas aquí? Estamos en una cafetería, Benjamín —dijo,
ahora con más serenidad, mientras subía una mano hacia la mesa para ponerla
encima de la mía—. ¿O acaso no soy tan buena compañía como Clara?

—¡Claro que lo eres! Lo que pasa es que...

¡Y una nueva salvación! Cuando estaba a punto de soltar una excusa ridícula para
salir pitando de ahí, unas risitas escandalosas en la entrada de la cafetería
llamaron la atención de Lin, que inmediatamente retiró su mano de encima de la
mía.
—¡Aquí están! Clara tenía razón —gritó Olaia cuando nos vio. Por dentro no pude
hacer más que agradecer a mi becaria favorita.

—Lo siento, Lin —dijo Cecilia al llegar a nuestra mesa—. Le dije a la subnormal
esta que estabas con lo de la presentación, pero parece que la guarra tiene miedo
de que le quites el maromo.

—¡Oye! —exclamó enseguida la pelirroja—. ¡Si la que estaba aburrida eras tú! ¿A
que te comes el servilletero?

—¿A que te lo comes tú? Yo quería ir donde siempre, pero tú insististe en venir
aquí, puta pesada.

—¡Bueno, basta! —las cortó Lin—. ¡Que al final siempre terminamos igual! De
todas formas, Benjamín ya se iba.

—¿Qué? ¿Tan rápido? ¡Si queda medio descanso! —protestó Olaia.

—¿Ves como sí venía a lo que venía? —añadió Cecilia de nuevo.

—¿Podría alguien recordarme por qué soy amiga de esta petarda? ¡Lin, dile que se
calle ya!

—Mejor petarda que guarra. Se te ve el plumero a kilómetros, hija mía.

—Vete ahora —me susurró Lin—. Aprovecha, que estas tienen para rato.

—Gracias —le respondí, todavía un poco aturdido.

—Nos vemos mañana —me sonrió una última vez, acompañando el saludo con un
pequeño pellizco en mi mano derecha.

—¿Cómo que guarra? Pero si de aquí la que más pollas ha chupado eres tú, puta
sinvergüenza.

—¿Qué pasa? ¿Llevas la cuenta para competir? Revisa bien tu cifra, porque te
recuerdo que las de hombres con pareja también suman.

—¡Arrrgg! ¡No te soporto más!

Ni me despedí, no me importaba, no me encontraba en condiciones de seguir


socializando. Sólo podía pensar en cómo me estaba volviendo a pasar lo mismo.
No lo entendía. En todo momento me había mostrado poco cercano y más bien
borde con todas ellas. ¿Así que por qué? Ya no quedaban dudas de que lo del
trabajo era una puta excusa de Lin para acercarse a mí. Y los gestitos del final no
habían hecho más que confirmarlo.

—¿Otra vez con esa cara? —me increpó Clara apenas llegué—. ¿Tan mal te fue con
Lin?
—¿Qué? No, no es por eso... O sí. ¡Yo que sé! Hoy no estoy teniendo el mejor de
mis días —respondí, desganado, dejándome caer sobre mi silla.

—¿Quieres...? —dijo de pronto ella, frenándose en un deje de duda—. O sea... ¿Te


gustaría ir a tomar unas copas luego del trabajo? —preguntó, ante mi sorpresa—.
¡Conmigo y algunos compañeros! Estábamos hablándolo y... bueno, como te veo
tan decaído...

En ese momento estaba viendo fantasmitas por todos lados. Lo de Lin, lo de


Lourdes, el encuentro de ésta con Rocío el finde, ¡incluso lo que había pasado
entre Clara y yo hacía unas semanas! La suma de todo me tenía la cabeza a
reventar, y por eso no pude responderle de otra forma a mi joven compañera, que
esperaba expectante y algo nerviosa.

—Eh... Discúlpame, Clara, pero no... No creo que sea una buena idea.

Silencio incómodo...

—¡Vale! No te preocupes —cerró ella, con una sonrisa más grande que su cara.

—¿Volvemos al trabajo? —me apresuré a decir—. Me gustaría dejarlo terminado


todo hoy.

—¡Claro! Voy... Voy a buscar un refresco y vuelvo —contestó antes de darse la


vuelta y salir caminando en dirección contraria a donde estaba la máquina de
bebidas.

Me dio lástima, demasiada lástima, pero enseguida volví a pensar en Rocío. Me


obligué a pensar en Rocío. Tenía que hacer el esfuerzo y centrarme en ella y en
nadie más que en ella. Aunque me parecía que exageraba con lo que había pasado
con Lourdes, sabía que su enfado había sido provocado por el cúmulo de todo.
Había llegado la hora de dejar de pensar en mí y empezar a pensar en ella,
aunque ello significara quedarme sin amigos en la empresa.

Así que, con toda la decisión que pude juntar, agaché la cabeza y seguí tecleando
en el ordenador sin prestar atención a absolutamente nada de lo que pasaba a mi
alrededor.

Lunes, 20 de octubre del 2014 - 18:20 hs. - Rocío.

—Bien. Ya terminé.

—Déjame ver...
Lunes por la tarde en el salón de la casa de Guillermo. El chico curiosamente
dispuesto a estudiar y su madre observando todo muy de cerca.

—Perfecto. Con lo que te costaban antes estas ecuaciones... —reí nerviosamente al


ver que Mariela no me quitaba los ojos de encima.

—¿Puedo verlo? —sonrió luego ella, estirando una mano para que le diera la hoja.

Algo raro estaba sucediendo. No había dudas. Guillermo me había estado


esquivando la mirada desde que había llegado y, a diferencia de otros días que la
madre había estado de por medio, no había hecho absolutamente nada para que
nos quedáramos a solas.

—¿Sucede algo, Mariela? —pregunté, un tanto lanzada. No me había gustado la


forma en la que me había pedido revisar el papel.

—No... —dijo, sin más—. Continúen.

La siguiente media hora siguió de la misma manera; conmigo corrigiendo lo que


me dejaba el chico y la señora de la casa queriendo comprobar todo antes de darlo
por finiquitado. Por suerte, cuando terminamos con todo lo importante, Mariela
decidió irse.

—Me voy, Guillermo. Quedé con las chicas. Te encargas tú del resto.

—Sí, mamá.

—Rocío, tienes el dinero en la encimera. Adiós.

—Val... —portazo.

Cuando logré recobrarme del impacto que provocó en mí semejante trato, fui
directamente al grano con mi alumno.

—¿Se puede saber a qué narices se debió todo esto?

Sin ninguna intención de responderme, el chiquillo terminó de guardas las cosas


en su mochila y se abalanzó sobre mí sin darme tiempo a reaccionar.

—¡O-Oye! ¡E-Espera un momento!

—Luego hablamos. Llevo aguantándome las ganas desde el otro día...

Tenía ganas, sí. Vaya que las tenía. No habían pasado ni 20 segundos y ya lo tenía
enganchado a uno de mis pezones como si fuera una sanguijuela. Forcejeé un
poco al principio por la pura inercia de la escena, pero terminé resignándome y
dejándolo hacer a placer. A esa altura de las cosas, ya tenía más que claro que se
perdía menos tiempo haciendo correr a un hombre que intentarlo convencer de
algo.

—Rápido... No quiero que vuelva tu madre y nos pille así...

—Vale.

Desesperado, se puso de pie y se bajó los pantalones hasta los tobillos, dejando
ante mí su polla como nunca antes la había visto.

—¿En serio llevas desde el jueves sin correrte? —logré decir, sin poder apartar la
vista de su falo, más sorprendida que otra cosa.

—¿A ti que te parece? Venga... Date prisa.

Cuando puse la primera mano sobre aquel tronco, me estremecí de arriba a abajo.
No podía creer que estuviera tan duro. Incluso las venas parecían que estaban a
punto de estallar. Y las ganas que me entraron de metérmela en la boca fueron
tan monumentales como mi embelesamiento.

—¡No! ¡Espera! —exclamó, quejoso, apenas posé los labios sobre el glande—. No
puedo... Me voy a correr muy rápido así.

—¿Entonces? Porque si te pones así con la boca, no me quiero imaginar si tienes


que metérmela...

En ese dilema nos encontrábamos, cuando mi teléfono móvil comenzó a sonar. Y


era la persona que menos me esperaba en ese momento...

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»...

—¿No vas a contestar? —preguntó el chico.

—A lo mejor si dejas de apuntarme con eso...

—¿Es tu novio? —se interesó, todavía bastante agitado.

—¿Y a ti qué te importa?

—Si me lo dices, me aparto —insistió.

—Qué pesadito que eres a veces... Sí, es mi novio. Ahora quítate.

Curiosamente satisfecho, se volvió a guardar el pene en el calzoncillo y se sentó en


el sillón individual del otro extremo. Le eché un último vistazo al dichoso aparato y
contesté.

—¿Hola?
—Hola.

—¿Necesitas algo? Estoy ocupada ahora.

—Tenía ganas de escucharte. De saber cómo estabas... ¿Molesto?

—Pues... No sabría decirte —dije, echándole un vistazo a Guillermo, que seguía en


su sitio, visiblemente complacido.

—¿Por?

—Estoy trabajando... Y está mi alumno aquí.

—¿El tal Guillermo?

—Sí.

—¿Y qué hace?

—Está con unos deberes ahora... —mentí, volviendo a cruzar la mirada con él, que
sonrió al escuchar eso último.

—Entonces no estás ocupada ahora...

—¿Necesitas algo o no?

—Me gustaría que me hablaras bien.

—Es que eres muy pesado.

—¿Lo soy?

—Un montón...

—Qué mala...

—¿Me vas a decir qué quieres?

—Te dije que escuchar tu voz.

—Bueno, ya la has escuchado. ¿Algo más?

—¿Por qué tanta prisa? Da la impresión de que estuviera interrumpiendo algo...

—Una sesión de estudio es lo que estás interrumpiendo.

Cuando volví a buscar a Guillermo con la vista, me di cuenta de que su mirada se


había tornado bastante lujuriosa. Y no tardé en descubrir la razón... Con el
avanzar de la conversación, me había ido poniendo cada vez más cómoda en la
esquina de aquel sofá. Y, claro... cómoda cómoda. Hasta el punto de dejarle una
visión perfecta del centro de mis bragas.

Cuando fui a poner de nuevo las piernas en la posición que debían estar, mi
crecidito alumno se puso de pie y me hizo señas con su dedo índice para que
esperara un momento. No sé por qué, pero obedecí.

—Podemos hablar en lo que tu alumno termina los deberes.

—No, eso no es serio.

—¿Y por qué no? ¿Ahora no está escuchando cómo hablamos?

Sin bajar el dedo índice, se inclinó delante del sofá y acercó su cara a mi expuesta
entrepierna. Tras un par de segundos mirándome fijamente y entendiendo que yo
no lo iba a detener, hundió la nariz en la telita blanca y aspiró como si se tratara
de la flor más dulce del mundo. Y me sobresalté... Con gritito ahogado incluido.

—¿Estás bien? ¿Rocío?

—Sí...

—¿Qué fue eso?

—Nada...

—A mí no me pareció "nada"...

—Voy a colgar.

Tras un buen rato olfateando como un perro a un desconocido, hizo a un lado la


braga y comenzó a chupetearme despacio y con delicadeza. Yo, extrañamente a
gusto y sin rechazar aquel endiablado y peligroso juego que acabábamos de
empezar, eché la cabeza hacia atrás y continué hablando por teléfono...

—Otra vez el mismo ruidito... ¿Me vas a decir qué estás haciendo?

—No te importa.

—¿Cómo que no me importa?

—No te importa...

La lengua de Guillermo ahora se movía más rápido, más ávida, y ya comenzaba a


provocarme los primeros espasmos. Sabía que no iba a poder ocultar mucho
tiempo más lo que estaba sucediendo, pero ya era muy tarde para parar. Amén de
que del otro lado del teléfono no parecían estar por la labor de dejarme ir...
—Otra vez... ¿Voy a tener que adivinar lo que estás haciendo?

—Déjame en paz...

—No. Creo que sé dónde está tu mano ahora mismo.

—Cállate... Ah... —gemí en voz alta por primera vez.

—Está abajo... Muy abajo...

—No... Voy a colgar —lo amenacé, mientras ponía una mano en la nuca de
Guillermo para apretarlo más contra mí.

—Más abajo de tu pecho...

—Púdrete...

—Más abajo de tu ombligo...

—Muérete...

—Rozando ciertos pelitos...

—No hay pelitos...

—¿No? ¿Te afeitaste?

—Esta mañana...

—¿Y por qué? ¿Me querías dar una sorpresa?

—¡Ah...! No.

—¿No?

—No me rasuré para ti...

—¿De verdad? ¿Para quién entonces?

—Para mí. Para estar más cómoda...

—Para poder tocarte mejor, ¿no?

—Quizás...

—No es la primera vez que te descubro tocándote... ¿No te da vergüenza hacer


algo así delante de tu alumno?
Me iba a correr... Era demasiada para mí esa mezcla de sensaciones. Guillermo
había entendido perfectamente cómo se jugaba y en ningún momento había
intentado ponerme en una situación incómoda al teléfono. Si bien la escenita no
era del todo normal, él se dedicó a interpretar su rol y a no meterse donde no lo
llamaban. Y así, en silencio, estaba a punto de hacerme explotar...

—No me está mirando.

—¿Me estás reconociendo que te estás tocando?

—Si ya lo sabes...

No podía más. Iba a venirme con la boca de mi alumno mientras hablaba por
teléfono...

—¿Qué haces? —dije entonces, sorprendida y casi sin aire, mirando a Guillermo y
alejando el móvil lo máximo posible.

No me iba a responder, y lo sabía... Se incorporó, acercó su entrepierna a la mía y


empezó a penetrarme con la misma delicadeza con la que se había manejado
hasta ese instante.

—¿Rocío? ¿Rocío? ¿Estás ahí?

Me mordí la lengua, me aferré a lo que pude y me concentré en recibir el durísimo


pene de ese muchachote de 17 años al que ya no le importaba nada lo que yo
pudiera decir al respecto. Aunque no me importaba, porque se estaba portando
verdaderamente bien. Si bien era él el que llevaba la voz cantante, yo sentía que
podía levantarme en cualquier momento e irme si así me daba la gana.

—¿Qué quieres? —respondí, por fin.

—¿Fue otro gemido lo que escuché ahí?

—No.

—¿Por qué me dejaste esperando tanto tiempo? Pensé que querías jugar
conmigo...

—P-Pensaste mal... Estoy... E-Estoy trabajando ahora... No estoy p-para juegos...

—Uy... Palabritas entrecortadas, tartamudeos... Si no fuera porque estás


trabajando, juraría que alguien te está haciendo un trabajito...

—¿Y si es así...? ¿Y si es así, Alejo...? ¿No es lo que querías?

—Inútil de mierda. No digas mi nombre en voz alta, que pierde la gracia.

—Ah... Ah... Ah... Me da igual ya... Mmm...


Guillermo, ignorándonos por completo, se incorporó todavía más y puso su cara
muy cerca de la mía. Dejándome totalmente abierta de piernas, se cogió de ambos
lados del sofá y comenzó a taladrarme con mucha potencia.

—¿Te está dando bien el pendejo? ¿Te gusta?

—Mmm... S-Sí... Dios...

—¿Te garcha mejor que yo? ¿Mejor que el cornudín?

—Cállate, gilipollas.

—¿Sí o no?

—Diferente... ¡Diferente!

Seguramente dejándose llevar por el momento, el chico se envalentonó y se lanzó


para morrearme. Nuevamente, no lo detuve. Es más, abrí la boca y dejé que me la
invadiera con todo lo que tenía. Fueron sólo diez segundos, pero diez segundos en
los que no pude más y me corrí con muchísima fuerza.

—¡Conozco esa voz! ¡Te acabás de venir! ¡El pibe te hizo acabar!

—Mmm... Ale... Ojalá estuvieras aquí... —dije, antes de colgar, intentando que a
ojos de Guillermo todo pareciera una simple sesión de sexo telefónico con mi
pareja.

—No puedo más, Rocío... —dijo él, cuando se percató de que la llamada ya había
terminado.

—Ven aquí.

Lo desencajé de mí y me arrodillé delante suyo para recibir la descarga en la boca.


Descarga que no tuve ningún problema en saborear y luego tragar.

—Eres increíble... No sé cómo voy a hacer para no enamorarme de ti —me dijo a


la cara, visiblemente agradecido y agachándose para besarme tiernamente en la
frente.

—Pues vete buscando una forma rápida, porque lo que pasa aquí es meramente
carnal, ¿entiendes? —le respondí, lo más seria que pude.

—Que sí, que sí... Que tienes novio y "bla bla bla".

—Pues eso.

Tras dejarle las cosas claras, me levanté y me fui a su baño para darme una ducha
rápida. Cuando salí, lo invité a sentarse en el sillón para que me explicara de una
vez qué diantres estaba pasando con su madre.
—Que nos descubrió follando el otro día. Eso pasa.

—¡¿Cómo?! ¡¿Pero por qué?! Dios santo... Se acabó el trabajar aquí. Ya entiendo
por qué me miraba de esa manera... ¡Debe pensar que soy una guarra!

—¿Te quieres tranquilizar? Ni te va a despedir ni piensa que eres una guarra.


Bueno, eso último no lo sé con certeza... —rio.

—¡No te rías, subnormal! ¿Me puedes decir cómo nos descubrió? ¿No habías
cerrado la puerta? ¿No había ido a comprarme un regalo? Dios... Ahora ya
entiendo por qué no la vi cuando me fui ese día. ¡Y nos habrá visto desnudos y...!

—¡Que no! ¿Te puedes callar y dejarme hablar a mí? Ese día, cuando la mandé a
comprar un regalo para ti, volvió bastante antes de lo que pensaba porque vio que
las colas eran larguísimas y no le daba la gana quedarse tanto tiempo ahí.

—Nos vio en la ducha, ¿no? Me lo imaginaba. Eso me pasa por dejarme llevar por
ti... ¡Si hay que frenar las cosas cuando todavía se está a tiempo! ¡No aprendo
más!

—Al final te voy a meter la polla en la boca de nuevo para que me dejes terminar
de hablar —dijo, altanero como sólo él podía serlo.

—No te pases, puto niñato, ¿Me oyes? —le grité indignada. De no ser porque
estaba demasiado histérica, habría saltado a arrancarle los ojos en ese momento.

—Que sí, que sí. ¿Puedo terminar? —continuó, sin alterarse ni un pelo por mi
regaño—. Bueno, eso... Que llegó temprano, entró a la habitación, vio tu sujetador
tirado y el resto de conclusiones llegaron solas.

—¡Qué vergüenza! —dije, llevándome las manos al rostro—. No sé cómo voy a


volver a mirarla a la cara...

—A ver, Rocío, que a mi madre se la suda que te acuestes conmigo. Ella lo que no
quiere es estar pagándote para que lo hagas, ¿lo pillas?

—¿Eh? ¿Cómo que pagándome para que lo...? Dios... Sí, sí, ya lo pillo. Por eso
estuvo tan encima nuestro todo el día.

—Exacto. Aunque déjame decirte que me molesté en aclararle que tu trabajo lo


vienes cumpliendo a la perfección.

—Ya... Joder, pero me voy a morir de vergüenza la próxima vez que la vea. No,
no, paso. Además de que se pensará que estoy interesada en ti. ¡No! Yo aquí no
vuelvo más.

—Estás histeriqueando demasiado, tía... ¿Vas a perder el buen dinero que te paga
mi madre sólo porque te da vergüenza mirarla a la cara? Ya te he dicho que a ella
le da igual lo que hagamos en nuestra intimidad. Mientras cumplas con tu
trabajo...

Tenía razón. Además de que él mejor que nadie conocía a su madre. Pero también
podía que ser que estuviera mintiéndome de nuevo para poder seguir acostándose
conmigo... Mi cabeza volvía a ser un lío tremendo. Y, como era muy común en mí
cuando me alteraba, terminé proponiendo una estupidez...

—El jueves te vienes a mi casa.

—¿Qué? —dijo él, tan sorprendido como yo.

—Sí... ¡Sí! Le diré a tu madre que me lastimé una pierna o algo y que no puedo
salir de mi domicilio.

—¿En serio? ¿No te parece muy rebuscado?

—Me da igual... Yo aquí no vuelvo hasta que haya pasado un tiempo


considerable... No sé, uno o dos años.

—Estás loca... Pero, en fin, de acuerdo. No me molesta ir a tu casa. Y no creo que


mi madre ponga muchas pegas si en el examen de mañana saco una nota
decente. Que la sacaré, te lo aseguro —dijo, guiñándome un ojo.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo... Bueno, sí, ¿qué coño? Si a ti esto
no te afecta en nada. Tu madre incluso pensará que eres el rey del mundo por
haberte ligado a una como yo.

—¿Tú crees? —volvió a reír—. ¿Una como tú? ¿No te lo tienes demasiado creído,
guapita?

—Es la pura verdad. Si todas tus pretendientes son como esa feíta de la cafetería
de la otra vez... —reí ahora yo, pero con mucha socarronería.

—¿En serio me lo dices? —preguntó enseguida, cambiando el semblante a uno


mucho más serio—. Vaya, no pensaba que fueras así... Y luego venías a darme
clases de moral y comportamiento.

—Piensa lo que quieras, a mí ya me da todo igual.

Sin más que mediar, fui a buscar mi dinero, tomé mi bolso y emprendí el camino
hacia la puerta de la casa.

—Ya te escribiré para darte mi dirección —le dije cuando ya me disponía a


marcharme.

—¡Espera! ¿Alejo estará de acuerdo con esto? —saltó de pronto—. Es decir, ¿no le
molestará que vaya a tu casa?
—¿A Alejo? ¿Por qué le iba a mol...?

Me frené en seco y recordé que le había dicho que el de la llamada era mi novio, y
que encima lo había llamado por su nombre... En ese momento no me pareció algo
por lo que debiera preocuparte, pero no me sabía nada bien el haber metido la
pata de esa manera. Igualmente, el daño ya estaba hecho y había que continuar
por la misma vía.

—No te preocupes, no creo que tenga ningún problema con que vayas.

—¡De puta madre entonces!

Sin siquiera decir adiós, muy ofuscada y contrariada, pegué el portazo y comencé
a caminar en dirección a la estación de trenes.

Martes, 21 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.

Tras poco más de hora y media durmiendo, abrí los ojos de golpe y ya no los pude
volver a cerrar. Me di la vuelta sobre mí mismo y vi a Rocío sentada en el borde de
la cama, aparentemente intentando atinarle a las pantuflas. Estuve a nada de
llamarla, a nada de preguntarle a dónde iba a esas horas de la noche, pero preferí
callar. Ya bastante difícil había estado siendo la comunicación con ella esos últimos
días. Y en más de una ocasión me había pedido que no la atosigara, que la dejara
tranquila, que ya se le pasaría el cabreo con el tiempo... Obviamente yo no estaba
conforme con esas medidas, pero no me quedaba de otra más que entenderlas y
acatarlas.

Rocío todavía me tenía castigado por el suceso con Lulú y no había manera de
hacerla entrar en razón. Si bien seguíamos hablando igual que siempre, el
contacto físico entre ambos había disminuido hasta el mismísimo cero. No me
dejaba besarla, tampoco abrazarla, ni siquiera acariciarla. Y todo por una
tontería... Que sí, el cúmulo de todo, pero no hacía falta ser tan severa...

Resignado y bastante molesto, volví a mi posición inicial y traté de volver a


conciliar el sueño.

—¿Lunita...?

La pequeña gata de Rocío (que ya muy poco tiempo pasaba con Rocío), entró
corriendo por la puerta y se detuvo delante de mí, mirándome fijamente.

—Miau.

—¿Qué quieres?
Increíblemente, el felino se dio la vuelta y volvió hacia la puerta, donde se detuvo
de nuevo. No sé si era por el sueño que tenía, por el dolor de cabeza, o por los
fantasmitas que veía por todos lados, pero me pareció entender que Luna me
estaba llamando, que me pedía que la siguiera...

—Me estoy volviendo loco...

Sin más, me di la vuelta para el otro lado, buscando esquivar la mirada suplicante
de la gata, y volví a cerrar los ojos para intentar terminar de una vez con ese
maldito día.

Martes, 21 de octubre del 2014 - 16:25 hs. - Rocío.

—Otra vez dentro...

—¿Qué pasa? ¿Te molesta ahora?

—No, pero a este paso...

—¿Y? El otro día parecías bastante emocionada con la idea.

—Son momentos... —suspiré—. A veces pienso en ello y... me pongo muy feliz.
Pero cuando pienso en todo lo demás... No sé, mi vida se derrumbaría, Ale...

—¿Y qué ganás pensando en lo que va a pasar? Creía que ya te habías decidido a
vivir el presente y nada más.

— Sí, pero...

—Sin peros. Sacate el diablo de tu corazón, como dice la canción. Ahora contame
cómo fue todo ayer con el pibe.

—¿Qué quieres que te cuente? Si lo escuchaste todo.

—Sí, pero no estaba ahí. ¿Qué te dijo cuando colgaste? ¿Quedaron en volver a
verse?

—En serio, Alejo, no te entiendo. ¿Tanto te pone todo esto?

—¿Otra vez con lo mismo? Lo que me pone es ver que por fin dejaste atrás a la
vieja Rocío.

—Pero sigo sin verte celoso...


—Ay... ¡Dios! ¿En serio querés que me porte como un noviecito histérico que no te
deja ni ir hasta a la esquina? Porque si querés que sea así, te juro que ya mismo
me pongo manos a la obra.

—No es eso, joder. Déjalo, no me vas a entender nunca al parecer.

Curiosamente, todavía seguía ensartada mientras teníamos esa conversación. Y al


verme contrariada, Alejo comenzó a moverse de nuevo, despacito, mientras
comenzaba a darme pequeños besitos muy cerca de la boca.

—Te amo, Rocío. Y te amo el doble así como sos ahora. Así que, por favor, no me
hagas que me porte como alguien que no soy.

El muy cabrón sabía que me ganaba cuando me hablaba de esa manera. Y,


aunque yo supiera a la perfección que algo raro había detrás de su repentino
interés por que me acostara con otros hombres, prefería seguirle el juego en vez
de insistir y arriesgarme a arruinar todo lo perfecto que tenían esos momentos que
sólo nos pertenecían a él y a mí.

—Me dijo: "no sé cómo voy a hacer para no enamorarme de ti".

—¿En serio? —rio, sin alzar la voz, continuando luego con mimitos en mi cuello.

—Sí... Y ahí le tuve que decir que no se emocionara... Ah... Mmm...

—¿Sí...? ¿Y después qué pasó?

—N-Nada más... Pero hay algo que tienes que saber...

—¿Qué cosa? —dijo por fin despegándose de mi piel, muy interesado en lo que
pudiera decirle.

—Resulta que... por cosas que... Es decir, que por esto y por lo otro, ya no voy a
poder ir más a su casa.

—¿No? ¿Te despidieron? ¡No me digas! La mamá los encontró garchando y... —
comenzó a reír, esta vez a carcajadas.

—¡Que no, imbécil! ¡Quita de encima!

Riendo todavía, Alejo salió de mi interior y se sentó en el otro extremo del sofá.
Tras limpiar los restos de semen de mi entrepierna, me senté casi que en posición
fetal y le relaté con detalles todo lo que había pasado con la madre.

—¡JAJAJAJA!

—¡Que no te rías! —le grité, tirándole un cojín en la cara.


—Es que no me puedo creer que te sigan pasando estas cosas y sigas creyendo
que son casualidad...

—¿Qué? ¿Qué quieres decir?

—O sea, me decís que el pendejo te dijo que la madre iba a tardar más,
segurísimo además, ¿y resulta que la vieja ya estaba a la vuelta de la esquina?
Dale, Ro... El pibe lo que quería es que la madre los descubriera.

—No entiendo... —dije, llevándome tres dedos a la barbilla—. ¿Por qué iba a
querer que la madre nos descubriera?

—Yo que sé... Capaz le dijo que te tenía comiendo de la mano y la mujer no le
creyó. O tal vez es una forma de demostrarle que puede conseguir lo que quiere...
No sé, pueden ser muchas cosas, lo que tengo claro es que el pibe quería que los
agarraran.

—Igual ya te he dicho que no voy a ir más.

—¿En serio? ¿No decías que a la vieja no le importa una mierda que te cojas al
nene?

—Sí, pero a mí me da mucha vergüenza toda esta situación, y no quiero tener que
volver a mirarla a la cara. Si hubieses visto cómo me veía ayer...

—Bueh... Me parece que exagerás, pero como quieras. Y supongo que no vas a
seguir dándole más clases, ¿no?

—Yo nunca he dicho eso...

—¿Cómo? —se sorprendió—. No me digas que lo vas a llevar a un hot...

—¡No! ¡Dios! ¡¿Cómo me preguntas eso?! —salté indignada, muriéndome de la


vergüenza con sólo imaginarlo.

—JAJAJAJA. ¡Calmate! ¿Qué vas a hacer, entonces?

—No sé ni cómo te sigo hablando... —suspiré—. Lunes y jueves vendrá a casa. Le


daré las clases aquí.

—¿De verdad?

—Sí... No quiero perder el trabajo y me pareció la mejor opción. Eso sí, no volverá
a tocarme un pelo. Eso te lo garantizo desde ya.

—¡Está bien! Me lo decís en un tono como si yo estuviera desesperado por que se


acuesten con vos...
—Lo que tú digas. Me voy a dar una ducha rápida y luego me pondré con las cosas
de la casa. Te agradecería que me dejaras en paz lo que queda de día, que tengo
mucho trabajo hoy.

—Qué seca que te ponés a veces después de un buen polvo... Bipolar de mierda.

No dije más. Recogí mi ropa interior, me puse mis pantuflitas de conejito y me fui
para el baño sin volver a mirarlo.

Estaba cabreada; cabreada y asqueada. Quería dejarlo pasar, pero no podía... Era
más fuerte que yo. Y ese brillo en sus ojos cuando le conté que lo iba a traer a
casa... Era súper raro todo. La cabeza me daba mil vueltas y no sabía por dónde
comenzar a unir piezas. ¿Acaso era algún tipo de fetiche? ¿Acaso le excitaba que
otros hombres se acostaran con la mujer que ama? Preguntas y más preguntas
que no dejaban de amontonarse dentro de mi cráneo.

—Dios...

Quería saber los porqué de todo eso, pero de pronto me empecé a sentir
diferente... Todas esas cuestiones empezaron a tomar otro color... Como que de
golpe me olvidé de sospechar y me centré en algo más personal. Sí, las preguntas
tomaron otra dirección... Quería entender todo, y al no poder, me estresaba más
todavía... ¿Por qué no se ponía celoso? ¿Por qué no me estaba encima todo el día?
¿Por qué no me preguntaba si había estado con alguien más? ¿Por qué no me
había preguntado si había dejado que alguien más eyaculara dentro de mí esas
últimas semanas?

—Cielos, Rocío... Tienes que calmarte, por el amor de dios... —me dije a mí
misma, casi en un susurro, luego de cerrar la puerta del baño.

Y de pronto la angustia, la desesperación, el terrible deseo de que todo


desapareciera. Otra vez esa horrible sensación de desazón. De nuevo las ganas de
llorar y de gritar hasta que la voz no saliese más. ¿Por qué me sentía así? ¿Por qué
me aferré al lavabo y cerré los ojos? ¿Quizás era para analizarme por dentro?
¿Para entender qué diablos me estaba pasando? Tal vez... Tal vez...

—¡Dios! ¡Dios!

El tema, y lo raro, es que funcionó. Por un momento, un breve instante,


seguramente una milésima de segundo para el mundo exterior, conseguí hablar
con mi yo interior. Y me tranquilicé. Logré respirar profundo y me serené.

Casi que renacida; me duché rápido, me puse uno de los camisones que guardaba
en el armario del baño y me fui corriendo para mi habitación. Una vez ahí, me
arrojé sobre la cama y volví a cerrar los ojos...

—Vaya... —reí, esbozando una sonrisa llena de vida...


Puede que sí... Puede que lo supiera desde hace mucho. Después de todo,
habíamos tenido alguna que otra escenita donde nos lo habíamos dicho. Y había
sido totalmente sincero, por lo menos de mi parte. Pero... no sé, en ese momento
lo había sentido como algo natural, como algo que provocaba el roce. Ahora, ahora
era distinto... Esos celos repentinos, esas ganas de saberlo todo, las ansias que
tenía de que él también quisiera saberlo de mí...

—Creo que lo amo... Que lo amo de verdad... —volví a susurrarme.

Martes, 21 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Benjamín.

—Me tengo que ir a ayudar a Lin, ¿te puedes encargar del resto, por favor?

—¡Sí, claro!

Tan tensas se habían puesto las cosas con Clara que no me parecía tan mala idea
tener que largarme de ahí para ayudar a la otra con su mierda de presentación.
Incluso prefería soportar un rato a las cotorras de sus amigas con tal de acabar
con ese horrible ambiente que se había generado en torno a mi mesa de trabajo.

—¡Buenas! —me saludó Lin apenas me vio, feliz como siempre.

—Hola. Hoy tengo un poco de prisa, ¿podemos ir al grano? —sentencié nada más
sentarme, borrando de inmediato la sonrisa de su cara.

—S-Sí, por supuesto. Aquí tienes... —dijo la ahora nerviosa chinita.

—Perfecto.

Mi rostro serio, seco; esa cara de pocos amigos que había llevado a esa pequeña
reunión era lo que me iba a mantener fuera de todo tipo de problemas con las
féminas de esa empresa. Sabía que no era la más popular de las medidas, sabía
que seguramente obtendría semblantes parecidos al mío en retribución, pero lo
único que me importaba en ese momento era Rocío. Rocío y nadie más que Rocío.

Todo iba de perlas; Lin no había hecho ningún movimiento raro y se había limitado
a opinar únicamente del proyecto en la media hora que llevábamos ahí. Sin
embargo, la cosa se complicó cuando llegaron sus amigas. Sí, dije que no me
importaba tener que soportarlas un rato, pero no contaba con que aparecieran
acompañadas...

—¡Mira tú por dónde! ¡El bueno del Benji con las chicas de diseño! —exclamó Lulú
cuando nuestras miradas chocaron.

—¡Vaya! No sabía que lo conocías, Luli —dijo Olaia, sorprendida.


—¿Cómo no lo voy a conocer? Soy su jefa, je.

—¿En serio? ¿Pero tú no estabas en el otro lado de la planta? —prosiguió la


pelirroja.

—El otro lado de la planta es el de los jefes, atontada —contestó Cecilia antes de
que lo hiciera Lulú.

—¡Vaaaale! Disculpa, sabelotodo. Ojalá utilizaras esa sabiduría para evitar que te
rechacen todos los hombres.

—Al menos me rechazan hombres solteros, no como a ti que...

—¡No empiecen, por favor! —se interpuso Lin antes de que la morena pudiera
terminar de hablar—. Tenemos que terminar esta presentación antes del viernes.
Quédense si quieren, pero traten de no molestar, que ya bastante cruz tiene el
pobre hombre conmigo aquí incordiándolo —cerró con más pesadumbre que otra
cosa, haciéndome sentir como la última y peor de las mierdas.

—Lo siento —dijeron las dos casi al unísono.

—¡Eeeeh! —saltó entonces Lulú—. Entiendo... Yo ya me iba igual, vine sólo a por
un café. Benjamín, ¿podemos hablar en la oficina? O sea, luego, cuando terminen
aquí.

Pestañeé lo que me pareció una eternidad, suspiré lo que debió parecerles una
eternidad a ellas, y traté de no emprender una carrera hacia la salida, o hacia la
ventana abierta más próxima. Una reunión a solas con mi jefa muy pocas cosas
buenas podía traer, pero no podía decirle que no a un superior delante de todas
esas niñatas que recién estaban empezando a aprender lo que era la disciplina.

—Claro, Lu —dije, con la mejor de mis sonrisas. Ella me la devolvió e


inmediatamente se marchó.

Estuvimos sólo diez minutos, que era lo que quedaba descanso, y luego
empezamos a recoger. No terminamos todo lo que nos habíamos propuesto ese
día, pero habíamos progresado bastante. Confiaba en que una quedada más y ya
estaría todo terminado.

—Eres el amo, Benjamín —me agradeció Lin, volviendo a sonreír después de toda
la tensión de antes.

—No te creas, eh. Aquí casi todo lo has hecho tú —respondí, acompañando el
elogio con una palmadita en la espalda. Me sentía realmente mal por cómo la
había tratado antes—. Bueno, ya me voy.

—¡Espera! —me detuvo, todo esto ante la atenta mirada de Olaia y Cecilia, que
llevaban ya varios minutos sin meter palabra—. Me gustaría agradecerte de alguna
manera...
—¡No! ¡No tienes por qué hacerlo! De verdad.

—¡Que no! A mí mis padres me enseñaron a ser agradecida. Al menos déjame


invitarte a unas copas esta noche... O alguna otra noche.

Ahí estaba de nuevo... Había vuelto a bajar la guardia y me la habían vuelto a


colar. Nadie con un poquito de humanidad podía decirle que no a esa carita llena
de ilusión. Es más, en el fondo sentía que no tenía nada de malo aceptar su
propuesta... ¿Pero cómo iba a decírselo a Rocío? ¿Cómo iba a hacer que
entendiera que eran sólo un par de copas con compañeros? No, no podía...
Después del encuentro con Lulú las cosas se habían torcido demasiado como para
añadir más mierda...

Así que, intentando sonar menos borde que antes, rechacé su invitación.

—No puedo, Lin... Lo siento mucho. Paso demasiado tiempo fuera de casa y mis
horas libres prefiero pasarlas con mi novia.

—Oh... Vale. ¡No pasa nada! Ya te invitaré a algo aquí mismo en la cafetería
entonces.

—De acuerdo —reí sin mucha efusividad—. Nos vemos mañana. ¡Adiós, chicas!

Tras un seco "chao" de las otras dos, salí de aquel lugar sin mirar para atrás y
puse dirección hacia la oficina de Barrientos, donde seguramente me estaría
esperando Lourdes para seguir haciendo mi vida un poquitito más complicada.

Una vez delante de su puerta, llamé tres, cuatro y hasta cinco veces, y no entré
hasta que me dieron la señal desde el otro lado.

—Siéntate, por favor —me indicó con toda naturalidad, detrás de un escritorio que
no era el suyo.

—¿Sucede algo, Lu?

—No te preocupes... No es nada del trabajo —comenzó...—. Quería hablar contigo


de... Pues... De nosotros.

—¿Qué? ¿Cómo que de nosotros? —pregunté yo, tratando de sonar perdido, pero
sabiendo perfectamente lo que me esperaba.

—Prácticamente no me has vuelto a hablar desde lo del parking... ¿Te ocurre algo?
—soltó, sin más, yendo directamente al grano.

—Bueno... No sé... Tampoco es que nos hayamos cruzado mucho. Y tampoco me


has vuelto a llamar.

—Joder, Benji... Esperaba que el paso lo dieras tú... Me da mucha vergüenza


incluso ahora, después de varios días, sacar el tema.
—Espera un momento, Lu... ¿Qué paso querías que diera? Me imaginaba que todo
el temita con Barrientos ya estaría solucionado después de lo que vio.

—Pues sí... Eso ya está más que arreglado, así que no te tienes que preocupar
más. Pero, joder...

—¿Y entonces? ¿A qué viene todo esto?

—¡Joder, Benjamín! ¡Que el morreo que me diste no fue normal, coño! —estalló al
fin.

—¡Baja la voz, desquiciada! ¿Quieres que se entere todo el edificio? —me alarmé
al instante, haciendo un amague por levantarme de la silla para ver si había
alguien cerca.

—Calma... Estamos solos ahora mismo. Santos y Romina están reunidos con unos
socios en otra planta. Y no te hagas el loco...

—¿El loco yo? ¿El loco de qué, Lulú? ¡Fuiste tú la que me pidió que te siguiera la
corriente! —todo esto lo decía con los dientes apretados, haciendo alarde de una
fuerza de voluntad tremenda para no gritárselo todo en la cara.

—Así es... Te pedí que me siguieras la corriente, pero fuiste mucho más allá... Yo
sólo te pedí un beso, y tú lo transformaste en otra cosa... —seguía diciendo con
toda la cara dura. Si bien tenía razón en que se nos había ido de las manos, había
sido ella la primera en sacar a pasear la lengua esa noche.

—Mira... —traté de serenarme—. No me voy a poner a buscar responsables, pero


debes saber que sólo me dejé llevar por el momento. No soy de piedra y tú eres
una mujer hermosa. Me emocioné de más, me equivoqué y ya está. Pasado y
pisado.

Hubo un breve silencio. Lourdes se quedó mirándome como no creyendo lo que


estaba escuchando. Acto seguido hizo un gesto evidente de asimilación, sonrió
irónicamente y volvió a sentarse en el sillón de Barrientos.

—Así que... —prosiguió—. El beso más... ¿húmedo? Sí, húmedo... Más intenso,
más apasionado... Más... Más... Más beso... de mi vida... fue un puto error para ti,
¿verdad?

—No... Ahora no me vengas con esas. No me vas a hacer quedar como el chico
malo sólo porque yo no busco lo mismo que tú.

Otro silencio. Esta vez provocado por un error mío de verdad. Un error gordo diría,
porque se suponía que yo no sabía nada sobre sus sentimientos hacia mí... Lulú
volvió a fruncir al ceño y a mirar mucho más desconcertada que antes.

—¿Que no buscas lo mismo que yo? ¿Y qué se supone que es lo que yo estoy
buscando? ¿Eh, Benjamín? Dímelo.
—¿Por qué no lo dejamos aquí? Esto va a terminar mal si seguimos...

—¡Y una mierda! —gritó, esta vez fuerte de verdad y aporreando la mesa con
ambas manos—. ¡Dime qué cojones es lo que estoy buscando yo!

Y así fue como la burbuja terminó de reventar. Ya no había más lugar para
mentiras, ni para ocultamientos estúpidos que lo único que hacían era perjudicar a
terceros. El momento de hablar las cosas cara a cara, de zanjar el asunto de una
vez por todas, por fin había llegado.

—El otro día, Lulú... —arranqué, tras un largo y sonoro suspiro—. El otro día
estaba en una de las cafeterías de la calle... y te vi con Barrientos. Fue justo al día
siguiente de lo del aparcamiento —Lourdes me miraba fijamente, todavía furiosa,
pero atenta a lo que le estaba contando—. Y como ninguno de los dos me había
citado para hablar, pues me preocupé... Y los seguí.

—¿Nos seguiste? Espera... No puede ser, ese día yo... —frunció de nuevo el
entrecejo y se puso a recordar.

—Ese día tú te metiste con Barrientos en una especie de restaurante para gente
bien. ¿Lo recuerdas? Bueno, yo entré justo detrás de ustedes.

Y la revelación llegó. Lulú se llevó las manos a la cara y se dejó caer una vez más
en el sillón.

—Supongo que el resto te lo podrás imaginar tú solita.

El silencio se tornó incómodo. La situación había sido tensa hasta el momento,


pero llevable a pesar de todo. Ninguno de los dos quería decir nada. Yo seguro que
no, por lo menos. Me había vaciado por completo y esperaba que fuera ella la que
se explicara ahora. Que no había mucho que explicar, ya, pero la situación pedía a
gritos que dijera algo, lo que fuera... Y no tardó en hacerlo.

—Tu novia te engaña, Benjamín. Y te prometo que te lo voy a demostrar.

No me dio derecho a réplica. Inmediatamente se puso de pie y se marchó del


despacho, dejándome con cara de idiota y con la preocupación latente de que
pudiera hacer algo que pudiera seguir embarrando las cosas con Rocío. Tuve la
tentación de salir corriendo y amenazarla para que no se atreviera a hacer nada
estúpido. Pero no, me contuve y me quedé allí sentado. Me sentía demasiado
violentado y no quería terminar haciendo algo de lo que pudiera terminar
arrepintiéndome.

Miré el reloj y me di cuenta de que se me había ido completamente la hora. Tenía


ganas de despejar la mente y ver qué podía hacer con todo ese lío que tenía entre
manos, pero no podía dejar a Clara sola con todo el trabajo. Por eso, a los diez
minutos ya me encontraba de nuevo en mi escritorio.

—Hola —me dijo, sonriente a pesar de todo.


—Hola —respondí yo, tratando de poner buena cara y de que no se me notaran las
ganas que tenía de mandar todo a la mierda.

Por suerte, Clara sabía leer ambientes como aquel y no me preguntó por qué había
tardado tanto. Eso sí, intentó romper el hielo cuando ya estábamos recogiendo
para irnos.

—Benjamín...

—¿Qué pasa?

—Ya sé lo que me dijiste ayer, pero... La invitación sigue en pie —dijo,


sonriéndome, tan bella como siempre.

—Ay... ¡Clarita! —me reí, de forma totalmente espontánea, no esperándomelo


para nada—. No puedo. Pero gracias.

—¡Vale, vale!

—Nos vemos mañana. Cuídate.

Me sentí aliviado de saber que la becaria no estaba enfadada conmigo. Y un poco


estúpido por haber pensado que lo estaba. No era la gran cosa, pero también me
alegraba de al menos haber podido reírme un poco antes de llegar a casa y
encarar la penitenciaría de Rocío.

—¡Lollo & Cabral! —me gritó Clara desde la distancia, cuando ya estaba a punto de
salir de las oficinas.

—¿Qué? —devolví yo.

—¡Lollo & Cabral! ¡Así se llama el pub al que vamos! ¡Así que ya sabes!

—Dios mío... Hasta mañana, Clara —me despedí alzando la mano y volviendo a
sonreír.

Viernes, 19 de octubre del 2014 - 21:58 hs. - Noelia.

Flipando, flipando y flipando multiplicado por cien. Había ido ahí con la intención
de buscar trapos sucios, pero lo que me había encontrado era la colada sin hacer
de diez años enteros. Nunca me imaginé que este hombre, Ramón, me fuera a
contar todo tan fácilmente. Jamás. Era tremendo... Y encima su mirada irradiaba
un odio incalculable, lo que me hacía confiar en que no podía ser mentira todo lo
que me había dicho.
—Y-Yo... Estoy sin palabras... Realmente sin palabras, Ramón...

—Imagínate yo cuando me enteré de todo, querida. ¿Y qué piensas hacer?

—Contárselo todo a mi hermana, obviamente.

—¿En serio? ¿Y si no te cree?

—Me va a creer. Me tiene que creer. Es decir, soy su hermana... Toda la vida he
cuidado de ella y...

—Y toda la vida le has tenido animadversión a Alejo, ¿no?

—Sí, pero eso no tiene nada que ver. ¿Por qué iría tan lejos para inventarme todo
esto? Además, lo tengo a usted... O sea, ¿qué puede salir mal?

—Mira, querida, yo no soy quién para decirte lo que tienes que hacer, pero te
aconsejaría que procedieras con cautela. Yo he escuchado a Alejo hablar de tu
hermana, y también lo he visto en persona con mujeres casadas... Ese cabrón
tiene algo, no sé lo que es, pero tiene una facilidad asombrosa para engatusar al
sexo opuesto. Y no sólo al sexo opuesto... Ya has visto cómo logró que mi propia
gente se volviera contra mí...

Yo lo escuchaba con atención. El hombre hablaba con una seguridad que asustaba.
Sin duda alguna que conocía a ese sujeto mucho mejor que yo. Sin embargo, yo
conocía a Rocío mucho mejor que nadie en el mundo, y tenía la certeza de que no
iba a necesitar más que contarle todo lo que había descubierto para que mandara
a paseo a ese hijo de la gran puta.

De todas formas, quería saber qué tenía en mente ese señor...

—¿Y usted qué me recomienda que haga?

—Pues... Cautela ante todo. Tú date cuenta de que este cabrón se tiene tanta
confianza que cree que puede prostituir a tu hermana con su mismísimo
consentimiento. ¡Cielos! —exclamó al ver mi expresión—. Perdón por la falta de
tacto.

—Descuide... De verdad.

—Bueno, eso mismo. Su nivel de confianza debe estar por las nubes ahora mismo.
Y no niego que tu hermana te quiera mucho y confíe en ti más que en nadie más,
pero ahora mismo debe tener a Alejo en un pedestal, ¿comprendes?

—Sí, sí... ¿Entonces...?

—Me gustaría que me des unos días para hacer unas llamaditas y arreglar ciertas
cosas. Si me dejas tu número de teléfono, te llamaré cuando esté todo arreglado.
Y... Noelia —se detuvo en seco al ver mi cara de duda—. Créeme que yo soy el
que más ganas tiene de ponerle las manos encima a ese desgraciado, y podría
hacerlo ahora que me has dicho donde se esconde, pero es mejor que hagamos
esto con inteligencia, ¿de acuerdo?

—De acuerdo... —volví a responder sin estar del todo convencida.

—Hazme caso, bonita. Sé que no es fácil para ti quedarte callada después de todo
lo que has oído aquí, pero hay veces que debes mirar el panorama completo.

—Lo entiendo perfectamente, Ramón... El asunto es que... No sé dónde me estoy


metiendo, realmente.

—No confías en mí todavía, ¿verdad? —carcajeó en voz muy baja—. Si te


comprendo, yo tampoco lo haría.

—¡No! No es eso... Usted no tenía ninguna obligación de hacerme saber todo esto,
y de todas formas lo hizo... El tema es que... No sé cómo estará acostumbrado
usted a solucionar sus conflictos y... pues que me da un poco de miedo que
intervenga gente peligrosa en todo esto.

—¿Qué? —volvió a reírse, esta vez con más fuerza—. ¿Por lo de las llamadas lo
dices? ¡No, querida mía! Pobrecita... Ahora entiendo esa carita... Tranquila, te
prometo que no es lo que tú piensas. La gente peligrosa no se acercará ni a ti ni a
tu hermana. Es más, ni siquiera tendrás que conocerlos.

No me convencía. Ciertamente no lo hacía. Y en el fondo no quería que terminara


lográndolo. Estaba segura de que lo correcto era hacer las cosas frente a frente. Y
con eso en mente, intenté dar por finalizada esa conversación.

—Se ha hecho muy tarde, Ramón. ¿Podría llamarme a un taxi?

—De eso nada. Ya te llevo yo hasta tu casa —dijo, muy seguro, levantándose y
cogiendo su abrigo.

—¿Cómo? ¿Hasta mi casa? Queda algo lejos, no tiene que mol...

—Son más de las diez y esta zona no es muy famosa por su seguridad nocturna.
Así que no se hable más.

—Pero, es que...

—¡No se hable más! —volvió a interrumpirme, bastante autoritario esta vez—. Si


no quieres que vea donde vives, me dices otra dirección y ya está.

—En fin... Como usted quiera. Gracias, supongo.

—Si no te molesta, de camino pararemos para recoger a mi mujer. Seguro se


habrá quedado con sus amigas jugando al póker.
—Sin problemas...

Ramón cogió su abrigo, yo mi bolso, y partimos rumbo a la calle. Los días más
difíciles de mi vida estaban a punto de comenzar.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 02:22 hs. - Benjamín.

—Quita, gata.

Sonoramente molesta, pero casi sin levantar el tono de voz, Rocío apartó a Luna
de su camino y, como las últimas cuatro noches, dejó la habitación para irse a
hacer no sé qué cosa a no sé qué otra parte de la casa.

Aquel día llegué del trabajo y, con la esperanza de que ya se le hubiese pasado el
enfado, nada más entrar fui a buscarla directamente a ella. Para mi asombro, me
recibió con una sonrisa y con un besito en los labios, el primero en muchos días.
Estaba inusualmente contenta, por lo que me emocioné y creí que por fin todo
había vuelto a la normalidad. Pero no, me equivocaba... Después de comer,
cuando fui a darle un abrazo, me invitó amablemente a que se lo fuera a dar a mi
"amiga Lulú". Luego de eso, se encerró en el baño y no salió hasta que se hizo la
hora de ir a dormir.

Sí, en el momento se me quedó toda la cara de gilipollas, pero, ¿qué más podía
hacer yo? Ya la cosa se escapaba completamente de mis manos. Lo único que me
quedaba era resignarme y rezar para que todo aquello se le pasara pronto.

Y ahí estaba yo... despierto por culpa del ruido que había hecho Rocío al
levantarse, mirando el techo y haciéndome miles de preguntas. ¿Debía seguirla?
Era una de ellas. Me arriesgaba a empeorar las cosas, y ni quería imaginarme
cómo podían ser peor... ¿Debía esperarla despierto e intentar hablar con ella? Una
buena charla nocturna puede cerrar muchas heridas, no era mala idea. El tema
era... ¿y si se había ido a dormir al sofá para no estar conmigo y me quedaba
despierto toda la noche como un auténtico anormal? Estaba tan paranoico que no
me paré a pensar en que los días anteriores Rocío había amanecido junto a mí.
Esa no era una posibilidad, pero tenía miedo de que igualmente pudiera serlo.

—Miau.

—Ahora no, Luna...

Sin poder conciliar el sueño y sin encontrar una salida para todo aquello, me
quedé pensando en la charla que había tenido esa tarde con Lulú. No podía
sacarme de la cabeza sus palabras... «Tu novia te engaña, Benjamín». No
entendía cómo podía sonar tan segura sin tener ninguna prueba, y eso era lo que
más me intranquilizaba, porque no sabía de qué sería capaz para demostrármelo
como me lo había prometido.

—Miau. Miau.

Entonces, inquieta como jamás la había visto, la gata saltó a la cama y empezó a
correr en círculos por todo lo largo y ancho de la misma. Intenté cogerla un par de
veces, pero se libraba de mí para seguir saltando y arañando las sábanas.

—¡Estate quieta, Luna!

Al ver que no se detenía, me quedé mirándola un poco asustado, puesto que podía
ser alguna especie de ictus felino y yo no tenía ni idea de qué hacer si ese era el
caso. No obstante, decidí esperar a ver si se le pasaba, y, tras unas diez vueltas,
ya sea por cansancio o lo que sea, se detuvo. Se detuvo, se quedó mirándome
fijamente y luego se dirigió hacia la puerta, donde nuevamente paró para seguir
observándome. Exactamente lo mismo que había hecho la noche anterior.

—¿Otra vez...?

—Miau.

De nuevo, al igual que hacía 24 horas, Luna parecía pedirme que la siguiera. Y si
bien en ese momento me encontraba bastante aturdido por toda la mierda que me
rodeaba, no me dio la sensación de estar alucinando al igual que la última vez...

—¿Qué quieres? ¿Adónde quieres ir?

Eso se lo dije desde la cama, pero al ver que no hacía nada, me puse de pie y fui
hacia donde estaba ella.

—Venga, llévame...

Para mi sorpresa, Luna giró 180 grados sobre sí misma y salió caminando muy
despacio por la puerta, que estaba entreabierta. Yo, sumiso, la seguí sin decir ni
mu y tratando de emular los silenciosos pasos de la gata.

—Como me lleves a por comida, dichoso animal...

Estaba todo a oscuras, incluso el cuarto de baño. No se veía luz ni en el salón ni en


la cocina. Sólo lo que entraba a través del ventanal del salón.

—Joder, Luna... Que está todo apagado... ¿Qué cojones quieres?

No lo voy a negar, la gata era sólo una mera herramienta que iba a poder usar de
excusa si Rocío se enfadaba conmigo cuando nos encontráramos. Pero, más allá
de eso, me daba mucha curiosidad saber por qué estaba tan empeñada en que la
siguiera.
—¿Ya no maúllas más?

No esperaba que se girara y me dijera: "coño, Benjamín, que tengo mucha


hambre" o cualquier otra cosa. Le hablaba con la esperanza de que Rocío me
escuchara y no tuviera que seguir ese recorrido maldito con tanto miedo en el
cuerpo.

Pero seguí tras las huellas de Luna, que no había detenido su andar en ningún
momento. Cuando llegamos al salón, la gata se adentró en él como si nada. Yo me
quedé detrás del muro confiado en que cualquier momento iba a escuchar la voz
de Rocío. Así que esperé y esperé, nervioso, muerto de miedo, con el corazón que
se me salía por la boca, pero en vano. Ninguna voz se hizo escuchar.

—Miau. —se oyó, sin embargo.

Luego de tragar saliva un par de veces, finalmente atravesé el arco que conducía
al salón y a la cocina. Inmediatamente, Luna pegó un salto hacia el sofá grande y
ahí se quedó quieta, mirando hacia el ventanal que daba al balcón.

—¿Luna? —dije al aire una vez más—. ¿Luna? —repetí de nuevo—. ¿Luna?

Hacía ya treinta largos segundos que mis ojos apuntaban únicamente en una
dirección. Y no podía parar de repetir sin parar y en voz muy baja el nombre de la
gata que Rocío había encontrado en la calle y que yo le había permitido quedarse.
Dicha gata, que al igual que yo, sólo podía mirar a ese único punto. Estática,
moviendo apenas la cola, soltando algún maullido casi inaudible cada tanto. Ella
me había llevado hasta ahí, y ahora, dentro de esa parálisis física y mental que
estaba atravesando, podía entender el porqué.

—Luna... Luna...

La cortina blanca, aquella cortina blanca que juntos habíamos ido a comprar el
primer día que pisamos ese barrio, caía lisa y sin una sola mancha hasta el suelo,
bloqueando la visión desde afuera para cualquiera que quisiera echar un vistazo
desde algún edificio cercano, o desde el mismo balcón que se encontraba detrás
de nuestro pulcro ventanal. Y sí, también debía de cumplir el cometido de no
permitir que quien estuviera de este lado del cristal pudiera observar a través de
ella.

—Luna...

Pero no, caprichoso el destino, había colocado a nuestro vecino más próximo, a
aquel cuya primera visita se seguían disputando yanquis y rusos, justo en frente
de esa construcción en la que se encontraba nuestro hogar. La luna, aquel
hermoso satélite que acompañaba al planeta donde nacimos, se alzaba redonda y
más brillante que nunca delante de mis ojos, delante de los ojos de nuestra
compañera felina que a la vez era su tocaya. Y la cortina no podía ocultar su
silueta, no podía ocultar su presencia, que era demasiado poderosa para un simple
trozo de tela blanco con bordados... Así como tampoco podía ocultar lo que había
entre ellas dos...
—La luna...

No podía dejar de mirar hacia allí... Quería irme, pero no podía, mis pies no me
dejaban... No se movían. Parecían apuntalados al suelo. Y lo más raro de todo era
que no podía emitir reacción alguna; ni de desesperación, ni de enfado, ni de
tristeza. No, nada. Sólo podía mirar, mirar y mirar. La forma de la bella luna
iluminando más de medio salón, trayendo para dentro las sombras de la
barandilla, de los maceteros que decoraban sus bordes, de las sillas que habíamos
colocado en cada extremo para cuando tuviéramos ganas de relajarnos fuera y
tomar un poco el fresco...

—La luna...

Mirar, mirar y mirar... Mirar, mirar y mirar... Mirar, mirar y mirar... Mirar hacia la
esquina derecha, donde se dibujaba una silueta más sobre la cortina... La más
grande de todas; la más alargada y la que más extensión de tela blanca cubría...
Una silueta que por momentos cambiaba de forma, que se comprimía y luego se
volvía a estirar. Una silueta que cuando se movía hacia la izquierda dejaba
adivinar otra de parecido tamaño frente a ella. Una silueta que se movía de arriba
a abajo sobre lo que parecía ser una de las sillas. Una silueta a la que parecía que
le rebotaba algo a media altura, algo a lo que luego se pegaba la segunda silueta
para volver a formar una sola.

—Miau.

Pude moverme por fin... Me moví y me senté junto a la colita de Luna, mientras
seguía observando cómo Rocío subía y bajaba sobre el cuerpo del que supuse
debía ser Alejo, aquel muchacho al que muy amablemente había permitido que se
quedara a vivir bajo mi techo.

Y, de golpe, todo se tornó negro. No importaba hacia dónde mirara, todo se había
teñido de negro. Recuerdos, pensamientos, sueños y pesadillas. Sentimientos,
sensaciones, motivaciones y desmotivaciones. Todo negro. Vacío absoluto. Sólo
podía apreciar el tacto del pelaje de mi Luna, de mi querida Luna, intentando
subirse a mi regazo. Y la humedad de las lágrimas que habían comenzado a
descender por mi rostro.

Y, sumido en la nada misma, cerré los ojos y... renací.

Las decisiones de Rocío - Parte 23.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 10:20 hs. - Rocío.

Me sentía feliz, extremadamente feliz. La sensación de plenitud era total y no


podía estar más contenta. La brisa era suave y fresca, y me acariciaba la carita
ayudando a acrecentar ese bienestar. El paisaje acompañaba también; la verde
pradera en la que me encontraba sentada se situaba sobre lo alto de una amplia
colina que cubría hasta donde ya no podía ver, y mi melena ondeando al viento
creaba una fotografía propia de un anuncio de productos de belleza.

Y, además de todo eso, la escena que transcurría algunos metros delante de mí, le
ponía la guinda al que, sin duda alguna, podía considerar como uno de los
momentos más maravillosos de toda mi vida.

—¡No corras! ¡No vas a escapar! —gritaba la figura más alta de las dos, con una
voz increíblemente grave.

—¡Primero tendrás que atraparme! —respondía la otra, la más pequeña, mientras


corría, reía y se revolcaba sobre la hierba.

El gozo en mí, al apreciar semejante vista, era indescriptible. Y la alegría que me


generaba estar viviéndolo en cuerpo presente me desbordaba de una manera que
no era capaz de explicar. Tanto, que allí mismo, no pude evitar comenzar a llorar.

—¡Mira! —dijo entonces el pequeño, señalando en mi dirección—. ¡Está llorando!

—¡Vamos! —respondió el más alto.

Inmediatamente, ambos se pusieron de pie y emprendieron una carrera por la


pradera hacia donde estaba yo, todavía riendo y jugando entre ellos mientras se
acercaban. Intenté con todas mis fuerzas frenar esa catarata de lágrimas, pues no
quería que las dos personas más importantes en mi vida se preocuparan. No
quería que dejaran de disfrutar por mi culpa. Pero no pude... Simplemente no
pude.

—¿Qué te ocurre? —preguntó el niño cuando llegó a mi lado—. ¿Por qué lloras?

Inmediatamente, estiró la manguita de su camiseta y me limpió la cara con ella.

—Nada, mi amor —le contesté—. Es sólo que... soy muy feliz.

—Pero la gente sonríe cuando es feliz, ¿no es verdad? ¿Por qué no sonríes en vez
de llorar? Mira, así como hago yo.

Contra toda lógica, me puse a llorar más fuerte cuando el pequeño dibujó en su
dulce carita la sonrisa más grande y brillante que jamás había visto.

—No vas a cambiar nunca, Rocío —rio el de la voz grave mientras el pequeño,
desconcertado, me sacudía por los hombros.

—¡Mamá! ¡Que no tienes que llorar! ¡Tienes que reír! ¡Mamá!

•••
 

Increíblemente histérica y casi sin aire, me levanté de la cama y corrí hacia el


pasillo todavía en ropa interior. Entré al baño y miré en la ducha, pero no estaba.
Salí de allí y corrí hasta el cuarto de lavado, pero tampoco estaba.

—¡Benjamín! —grité, desesperada, cuando llegué al salón—. ¡Benjamín!

—¿Qué pasa?

Allí estaba, con la tele puesta y desayunando como todos los días. Me observaba
desorientado por mi reacción y esperando una respuesta que explicara por qué
había irrumpido en el salón semidesnuda y con la cara desencajada. Y me salió del
alma. Nada más verlo, me zambullí sobre él y comencé a comérmelo a besos.

—¡O-Oye! ¡Rocío! ¿Qué te pasa?

—¡Que te amo! —logré decir entre beso y beso—. Perdóname por lo imbécil que he
sido estos días. No te lo mereces. Para nada te lo mereces.

Completamente ida y apremiada por unas ganas locas de hacerlo mío, me quité las
pocas prendas que tenía puestas y me monté encima suyo para seguir besándolo
con la misma desesperación. Necesitaba que me follara de inmediato y no me
importaba nada más.

—¿Qué tienes por aquí? —dije, de una forma sensual y sin ocultar mi entusiasmo,
a la vez que metía la mano entre nuestros cuerpos intentando localizar su
miembro.

Estaba flácido, como era de esperar, pero no me suponía ningún problema.


Inmediatamente, me bajé de su regazo, me acomodé a un lado suyo y empecé a
chupárselo impetuosamente buscando tenerlo a mi disposición lo antes posible.

—¿Estás segura de esto, Rocío? No te olvides que no estamos solos... —soltó


entonces, sin ningún tipo de preocupación acompañando la advertencia.

—Me da igual. Estamos en nuestra casa y tú eres mi hombre.

No me costó demasiado trabajo entonarlo. Unas cuantas chupadas y el pequeño


Benjamín se irguió ávido y potente, preparado para darme lo que yo tanto quería.

—Fóllame —le dije.

—Vale —respondió con una seguridad atípica en él.

Sin más mediante, le cogí la polla con una mano y la guié, sin escalas, directo
hacia la entrada de mi vagina. Tras un fuerte gemido, eché la cabeza hacia atrás y
comencé a cabalgarlo como si no hubiera un mañana.
—¡AAAAAH! ¡Benjamín! ¡Así, por favor! —grité, a todo volumen, queriendo hacerle
saber que no me importaba que Alejo, o cualquier vecino, pudiera escucharnos.

Y él, una vez superada la sorpresa inicial de mi repentino asalto, tardó muy poco
en ponerse manos a la obra también. Acordándose de mis últimas enseñanzas,
dejó salir toda la lujuria contenida durante los últimos días, y no se preocupó por
nada más que por su propio placer; apretujó donde tenía ganas de apretujar,
lamió donde ansiaba lamer y mordió donde el cuerpo le pidió morder. No se
guardó nada y se dejó la vida en esa sesión de sexo desenfrenado. Y yo no podía
estar más agradecida. Lo animaba a que continuara, a que no se detuviera, a que
diera rienda suelta a cada uno de sus caprichos. Y yo tampoco bajé la marcha,
subí y bajé sobre él sin parar un instante. El corazón me decía que no escatimara
en esfuerzos, me decía que en ese polvo lo tenía que recompensar por haberme
comportado tan mal con él. Y así lo hice, le di todo lo que tenía. Lo monté como
jamás lo había hecho e intenté hacerle saber que ahí estaba yo para que me usara
como más quisiera.

—Te amo, Benja... Te amo.

Se lo dije de nuevo porque quería estampárselo a fuego en la mente. Necesitaba


que entendiera que él era la persona que más quería en ese mundo, que era el
hombre de mi vida y que iba a empezar a comportarme como la mujer de la suya.

—Te amo. Te amo.

Se lo dije de nuevo; tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y más de diez
veces. La necesidad de repetirlo era imperiosa. Y miles de imágenes me recorrían
la mente mientras lo hacía. No quería pensar en ello, pero no podía evitarlo. El
sueño... Ese maldito sueño no dejaba de torturarme. Quería quitármelo de la
cabeza, no quería sentirme así, no era lo que yo quería para mi vida, no lo era,
estaba segura de que no lo era. Y seguí gritándole que lo amaba para tratar de
olvidar... Era culpa... Nada más que culpa pura y dura.

—¡Cállate! —gritó de pronto.

Tras aquel grito que nunca me esperé, Benjamín se puse de pie, conmigo todavía
encima, y se volvió a dejar caer sobre el sofá dejándome esta vez a mí de
espaldas contra sus almohadones. Inmediatamente, y con una prisa inexplicable,
me separó las piernas y me penetró con una violencia que me hizo estremecer de
arriba a abajo.

—¡AAAY! —grité, acusada por la fuerza de su empuje—. Benja... Espera que...


¡AAAAAH!

De nuevo, otro envite mucho más violento que el anterior, y luego otro, y otro, y
comenzó a taladrarme a ese ritmo que lo único que estaba logrando era hacerme
daño.

—¡Benja! ¡B-Benjamín! ¡O-Oye...!


Y entonces me callé. No pude decir más nada. El grito de antes me había dejado
aturdida, pero esto había conseguido dejarme muda. Una mirada... Una mirada
profunda e intensa, una mirada que tranquilamente podría haber achacado a la
calentura del momento, pero que no lo hice porque era evidente que no era por
eso... Benjamín, sin dejar de entrar y salir de mí, me miraba con los ojos
inyectados en sangre... Me miraba... me miraba con odio, con ira, con rencor... Me
seguía taladrando y la intensidad de esa mirada no menguaba... Y yo no lo
entendía, no lo entendía y me dolía, ya no físicamente, me dolía en el alma estar
recibiendo semejante muestra de desprecio. ¿Y por qué? Fue instintivo hacerme
esa pregunta. ¿Por qué me estaba tratando así? ¿Tanto daño le había hecho mi
abandono de esos últimos días? ¿Tan severo había sido mi castigo? ¿Justificaba
que me estuviera haciendo aquello? No lo entendía... No lograba entenderlo... E,
inevitablemente, me empecé a angustiar.

—¿Qué te pasa? —me dijo entonces, aparentemente consciente de mi repentino


malestar—. ¿Por qué me miras así? ¿No me habías dicho que te bajara del
pedestal? ¿No querías que te follara del verbo follar? Pues aquí me tienes. Se
acabaron las contemplaciones.

No lo entendía. No lo entendía para nada. ¿Por qué? ¿Desde cuándo Benjamín


recurría a la superioridad física para imponerse? ¿Desde cuándo? No era propio de
él... Ese no era él... Si estaba enfadado conmigo, si de verdad quería reprocharme
mi actitud, ¿por qué no se sentaba y me lo decía directamente? ¿Qué le había
dado tan de pronto?

«Fuiste tú... Tú lo hiciste así...».

Y esa voz... Esa voz dentro de mí...

«Tienes razón, él no era así... Él jamás te habría hecho esto...»

Otra vez, igual que el día anterior en el baño... Y se oía alta y clara en mi cabeza.
Y no sólo la oía, también la escuchaba... Porque... Porque... decía verdades como
casas.

«Por puta, ¡te lo mereces por puta! ¡Y lo sabes! ¡Y en el fondo te da igual!».

Entonces, una nueva embestida que me sacó el grito de dolor más fuerte de mi
vida. Benjamín estaba desatado y ya estaba claro que su único objetivo era
hacerme daño. Y sí, la culpa era mía; era mía y de nadie más que mía. Lo tenía
asumido... Y ya sólo me quedaba una cosa por hacer... Lo había entendido así y
me iba a sacrificar para que saciara sus ansias de venganza.

—¿Q-Qué te pasa a ti, gallito? —dije, conteniendo las lágrimas como pude—. ¿Herí
tu orgullo de macho al tenerte tantos días a dos velas y ésta es la única forma que
se te ocurrió de cobrártela?

—Cierra la boca —respondió, esbozando una sonrisa irónica, pero con la misma
mirada asesina—. Dedícate a recibir, que es lo único que sabes hacer.
—¡Ja! Es gracioso que... que... que justamente tú me digas eso, que hasta hace
dos días no podías ni masturbarte sin mi ayuda.

—¡Que te calles! —gritó una última vez.

No me iba a achantar; sabía lo que necesitaba en ese momento y se lo iba a dar.


No iba a ponerme a llorar y tampoco iba a hacerlo sentir un maltratador. Iba a
aguantar hasta que a él le diera la gana. Si ese era el precio que debía pagar por
mis pecados, no tenía ningún problema en agachar la cabeza y acatarlo.

«¡Puta!».

Y lo pagué, claro que lo pagué; luego de mi última provocación, hundió la cabeza a


un costado de la mía y centró toda su atención en la parte baja de nuestros
cuerpos. Fueron cinco minutos más de un mete saca monstruoso que me destrozó
por todos lados, pero que logré soportar por él, sólo por él.

—Hazlo dentro —le dije cuando noté que llegaba a su límite—. No te contengas y
lléname.

Fui sincera. Más allá de cómo estaba resultando la cosa, tenía ganas de que se
corriera en mi interior por primera vez en su vida. Es más, necesitaba que lo
hiciera. Algo dentro mío me pedía a gritos que me regara con su semilla. Por eso
me aferré a él con uñas, y casi que con dientes, para que no se saliera. Él me
había hecho sufrir a mí y ahora yo lo iba a hacer sufrir a él. Los cinco dedos de mis
dos manos amenazaban con rasgarle la piel si se atrevía a salirse. Y él lo entendió,
y siguió follándome sin apaciguar ni un sólo ápice esa dureza tan cruda con la que
me había demostrado que él también podía ser rudo en la cama. Hasta que no lo
pudo contener más y...

—¡¿Qué haces?!

En el último suspiro, quizás en la última milésima de segundo, Benjamín se echó


para atrás y desperdigó todo su semen sobre mi vientre. No me había dado tiempo
de frenarlo. Había bajado la guardia porque estaba segura de que me iba a cumplir
el deseo. Pero no, a último momento, se arrepintió y fue mi panza la que recibió
esos cinco potentes chorros de su blanco jugo.

—Me tengo que ir a trabajar —dijo antes de ponerse de pie y comenzar a vestirse,
tan sereno como antes de darse aquella estrambótica escena.

No eran ni las 11 todavía y no entendía por qué se iba tan temprano, pero no se lo
pregunté. Tampoco quería hacerlo. Así como hacía unos segundos me había
sentido totalmente entregada, de un momento a otro pasé a sentir que no quería
volver a saber nada más de él en toda mi vida. Y tenía ganas de gritárselo en la
cara, de saltarle encima y lincharlo a puñetazos. Me sentía horrible; ultrajada,
humillada y utilizada... Había pagado por mis errores, había cumplido con lo que
me había propuesto, pero no podía evitar acumular todas esas terribles
sensaciones... Y creo que eso era lo que más me jodía de todo.
Sin decirle ni una sola palabra, me levanté yo también y salí corriendo para el
baño, donde estallé en llanto apenas cerré la puerta. Pero no tuve tiempo siquiera
de sentir aquellas lágrimas, porque nada más comenzaron a brotar, esa bola de
malas sensaciones que tenía en el estómago, todo aquello que sentía dentro de mí
y no me dejaba tranquila, me hizo pegar una nueva carrera hacia el váter y
soltarlo todo en forma de vómito.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 17:42 hs. - Benjamín.

Tanto ruido, tanto griterío en un día que supuestamente debía ser tranquilo.
Personas moviéndose de un lado a otro, llamándose a voces desde la distancia y
entorpeciendo la labor de los demás. Impresoras y fotocopiadoras funcionando a
todo ritmo, las máquinas de café sirviendo sin tregua, el ruido de las teclas siendo
aporreadas en el aire... No había paz por ningún lado.

—Revísame esto cuando puedas, Benny —me pidió Clara, que estaba tan
estresada como yo.

—De acuerdo.

Necesitaba desconectar, pero así no podía. Había llegado antes a la oficina


justamente para eso, para poder enfrascarme en mi trabajo y no tener que pensar
en nada más, pero era imposible con tanto ajetreo a mi alrededor. Cada segundo
en el que no me concentraba en lo que tenía delante, era un segundo en el que,
inevitablemente, la cabeza me viajaba a las últimas horas de mi vida. Y no quería
seguir mortificándome, no quería... Y encima el descanso se había retrasado
demasiado aquella tarde...

—¡Benjamín! —dijo de pronto una simpática, y a la vez inoportuna, voz detrás de


mí.

Era Lin, la verborrágica Lin. Venía sola, cargada con las carpetas de su
presentación en una mano y con el ordenador portátil en la otra.

—Buenas tardes —le dije, con la mejor cara que pude poner—. ¿Necesitas algo?

Sabía lo que necesitaba y a lo que había venido, e igual mi pregunta no fue muy
cortés teniendo en cuenta eso, pero ella era la última persona con la que tenía
ganas de entablar una conversación en ese instante.

—¡Pues...! —dudó, algo sorprendida por mi reacción—. Quería saber si... Bueno, si
hoy me vas a ayudar con la presentación también... Es que, como el descanso
comenzó hace rato y no venías, pues...
—Todavía no nos han mandado a descansar —la interrumpí, tremendamente seco
—. Pero si encuentro un hueco, yo mismo te voy a buscar a tu planta, ¿de
acuerdo?

Se pueda creer o no, esas son las palabras más amables que se me ocurrieron
para sacármela de encima rápido sin tener que dejarla tirada del todo. Sin
embargo, y como era de esperarse, no soné todo lo simpático que pretendía
sonar...

—Vale... Disculpa —dijo la chinita, justo antes de darse la vuelta y volver por
donde había venido.

Y, como buen gilipollas que era, me sentí mal. Era evidente que aquél tampoco iba
a ser una jornada fácil...

—¿Un mal día, Benny? —se acercó Clara cuando, por fin, llegó la hora de parar.

—¿Tanto se me nota? —reí, sin muchas ganas.

—Pues... un poco. No estás tan receptivo como otros días.

—¿Crees que la traté muy mal?

—No sé si mal... Pero igual pudiste tener un poco más de tacto.

—Joder... —suspiré—. Supongo que iré a buscarla...

—Déjalo, ya habrán terminado su descanso arriba. De todas formas, tienes tiempo


hasta el viernes, ¿no es verdad?

—Sí, pero ahora me siento como una mierda...

—Venga —dijo, decidida, poniéndose de pie—. Nos vamos a la cafetería. No me


gusta ver a mi jefe con esa carita —cerró, regalándome una sonrisa de las suyas.

—Tenemos mucho que hacer, Clara... Y, de verdad te lo digo, necesito


enclaustrarme un rato largo en mi trabajo...

—En serio, Benny... —dijo de nuevo, sonriente, dejando caer una mano sobre mi
hombro—. Suenas como alguien que necesita olvidar. Soy muy perspicaz para
estas cosas y lo sé. Como también sé, y hazme caso, que lo mejor para olvidar es
pasar tiempo con otras personas. Así que vamos a la cafetería ya mismo.

Sin más, cogió su bolso, tomó mi mano y casi que me arrastró hasta la salida de la
oficina. Yo seguía creyendo que lo mejor era concentrarme en mi trabajo, pero le
iba a dar una oportunidad a la becaria. Esos últimos días se había estado portando
bien y sentía que podía confiar en ella.

•         •         •
—¿Y qué te hace pensar que necesito olvidar? —le pregunté una vez se marchó el
camarero.

—"Necesito enclaustrarme en mi trabajo"... —dijo, exagerando el tono de la


imitación—. ¿"Enclaustrarte"? ¿Qué eres? ¿Una monja? —rio con fuerza.

—Si supieras cuán acertada es esa palabra, Clarita... —contesté, dando un largo
trago a mi zumo de naranja.

—¿Y por qué no me lo explicas? Igual te puedo ayudar más de lo que crees...

Lo decía en serio. Su mirada me decía que de verdad quería ayudarme. Pero, ¿era
lo mejor? Nunca antes había hecho partícipe a Clara de lo referente a mi vida
privada. Y, algún que otro hecho en concreto a parte, era la primera vez que ella
se mostraba interesada en mis asuntos. Y me lo pensé, me lo pensé seriamente.
Por eso tardé en responderle. ¿Con quién más iba a poder hablar de lo que me
pasaba sino? La idea me gustaba mucho, pero...

—¿Sabes por qué soy tan reacio a tratar con Lin? —dije, cambiando adrede y de
forma totalmente radical el tema de conversación.

—¿Por qué? —dijo ella, sin perder la sonrisa, entendiendo perfectamente mis
intenciones.

—¿No te parece evidente?

—¿Que la tienes loquita? Pues sí, se nota mucho —volvió a reír.

—¿Y qué crees que debo hacer? Está claro que lo de la presentación es una
conveniente excusa para acercarse a mí, pero, ¿y cuando acabemos? Va a salir con
alguna otra treta y yo...

—Bueno... Hoy no le diste ni media posibilidad a la chica, y me parece que tonta


tonta no es... El mensaje tuvo que haber llegado alto y claro.

—¿Te parece? ¿Y si no es así?

Hice una pausa entonces. Me di cuenta de que estaba hablando y confiando en


Clara como nunca antes lo había hecho. Hasta ese momento, nuestras charlas
habían sido tímidas y cortas; casi todas relacionadas meramente con temas
laborales. Jamás habíamos tenido esa soltura al tratar entre nosotros... Y se
estaba dando sin haber hablado todavía todo lo que había pendiente entre
nosotros dos.

Algo que habíamos quedado en hacer justamente...

—¡Dios! ¡Clara! —dije entonces—. ¡Lo del sábado!

—¿Qué? —me miró extrañada.


—¡Lo del sábado! ¡Habíamos quedado el sábado para...! Joder, lo siento mucho...

—No pasa nada... —respondió, sin alterarse—. Te lo iba a reprochar el lunes, pero
como te vi tan decaído, supuse que no habías tenido el mejor de los findes...

—¡Hostias, Clara! Y eso que fui yo el que te lo propuso...

—Que no te preocupes, de verdad... Bueno, en realidad... —dijo, y se quedó


analizando algo...

—¿Qué?

—¿Qué te parece si lo arreglas esta noche?

—¿Esta noche? ¿Qué quieres decir con esta...? —me asusté.

—¡Idiota! —carcajeó—. ¡Que te vengas esta noche al pub del que te he hablado!

—Ah... Cierto... Al que tantas ganas tienes de que vaya...

—¡Así es! ¡Y hoy no aceptaré un no! Además, te va a venir de perlas para quitarte
la amargura de encima.

—No lo sé, Clara... Te voy a aguar la fiesta y...

—¡Que no me importa! ¡Te vienes y punto! —zanjó, firme y altanera, haciendo que
me riera por primera vez en todo el día.

— ¿O qué? ¿Me vas a chantajear si no?

Fue un segundo, un solo segundo. Esa risa sincera y, quizás, la buena onda que
estábamos generando hablando de esa manera, me hicieron envalentonar hasta el
punto de mentar algo que, hasta la fecha, era algo prácticamente tabú entre
nosotros. Intenté arreglarlo rápido, pero...

—Lo siento, no debí...

—Esa es una de las tanta cosas de las que tenemos que hablar, Benny —dijo,
interrumpiéndome, de nuevo sin modificar su sonriente y bello rostro—. Todo lo
que pasó entre tú y yo tiene una explicación, te lo prometo.

—Vale...

—De todas formas —añadió—, vale que yo fui a saco, pero no me inventé ningún
trabajito para acercarme a ti —concluyó con falsa indignación. Era tremendo el
poder que tenía esa chica para salir de situaciones tensas.

—¿Qué? ¿Y ese ataque a la pobre Lin a qué viene ahora? —participé yo.
—¡Para que sepas valorar mejor lo que tienes! —volvió a reír.

—¡¿Valorar el qué?! ¡Si me hacías un bullying que flipas!

—Me da igual. Yo fui mucho más original.

—¡Venga, venga! ¡No te vengas arriba ahora! —cerré, sin poder dejar de reír.

No me podía creer que pudiera llegar a estar tan contento después de aquel
comienzo de día. Y todo era gracias a Clara, a la cual me sentía extremadamente
agradecido por haber logrado semejante hazaña.

Y, así, animados como pocas veces se nos había visto estando juntos, pasamos la
siguiente media hora hablando de todas aquellas cosas que nunca habíamos tenido
tiempo de hablar. Era increíble lo poco que sabíamos el uno del otro. Tantas cosas
que habían pasado entre nosotros y, a pesar de todo, seguíamos siendo dos
personas que prácticamente no se conocían de nada. Y yo... Bueno, me sentía
demasiado cómodo estando con ella de esa manera, y no quería que el descanso
se terminara nunca...

—Bueno, Benny... —dijo entonces, una vez terminamos de comentar nuestras


bandas de música favoritas—. Voy a hablar con estos para lo de después. Tengo
que ver si hay sitio en el coche para uno más... Y si no lo hay, no importa, vamos
caminando, o en taxi. Lo vamos hablando.

—O sea que... no tengo poder de decisión aquí, ¿verdad? O voy o voy, ¿no?

—¡Exacto! Me encanta cuando las cazas al vuelo.

—Pues, venga... Prepara todo tú... —dije, resignado.

—Cambia esa cara, tontín. Vas a ver que te lo vas a pasar genial. Además, mis
amigos son buenísimas personas. Ya lo verás.

—Que sí, que te vayas ya —le dije, riendo, al ver que no cabía en sí de la emoción.

—¡Vale, vale! ¡Nos vemos arriba!

—¡Vete ya!

Nos íbamos a ver dentro de unos pocos minutos en las oficinas, pero ya la estaba
echando de menos. Y no sólo porque me la estuviera pasando de lujo con ella, sino
porque, nada más salir ella por esa puerta, el cerebro decidió que ya era hora de
volver a torturarme.

—Otro, por favor —le dije al camarero.

No me daba la gana que mi cabeza se pusiera a trabajar sin mi permiso, pero


también sabía que no iba a poder estirar lo inevitable para siempre. En algún
momento me iba a tener que sentar a charlar conmigo mismo. En algún momento
iba a tener que poner todo encima de la mesa para analizarlas con detenimiento.
No estábamos hablando de una tontería, estábamos hablando de mi futuro, de un
futuro que más negro no podía verse... Sin embargo, no sentía que ese momento
hubiera llegado todavía. No estaba listo todavía... Necesitaba más tiempo para
mentalizarme... Más tiempo para prepararme a encajar todas las bofetadas a
mano abierta que me iba a dar la realidad. Y más tiempo para tomar una
decisión... La decisión más difícil que jamás iba a tomar...

—¡Jesús! ¿Me cambias el zumo por una cervecita? —le grité al camarero, sin
levantarme del lugar.

Tal vez no era la mejor idea, pero sabía que la mejor manera de comprar ese
tiempo era o con compañía o con alcohol. Y en ese preciso instante no tenía
ningún conocido cerca.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 18:30 hs. - Alejo.

—Dale, Rocío... No podés pasarte todo el día ahí metida.

—Hoy no estoy de humor, Ale... Déjame, por favor.

—Dale, boluda... Al menos decime qué carajo te pasa. Me preocupa verte así...

—Déjame, Alejo. De verdad... Ya se me pasará.

Todo el día encerrada en el cuarto y, por ende, privándome de disfrutar de sus


encantos. No sabía bien que había pasado entre ella y el novio esa mañana, pero
tenía toda la pinta de ser algo groso. Desde mi cuarto había escuchado algún que
otro grito no muy habitual, así que podía deducir que esa cogida se les había ido
un poquito de las manos.

Más allá de tener unas ganas de garchar impresionantes, quería averiguar un poco
más a ver si podía usarlo a mi favor en el futuro; pero justo llegó la llamadita que
había estado esperando todo el día.

—Buenas tardes, ¿con Alejo Fileppi?

—Sí, él habla.

—Soy la secretaria del Sr. Bou, de Bou & Jax. El Sr. Bou desea hablar con usted,
¿puede atenderlo?

—Sí, claro.
Y empecé a rezar....

—¡Hola! ¿Alexander? —dijo esa voz gruesa y desagradable del otro lado del
teléfono.

—Es Alejo, don Bou.

—¡Eso mismo! ¡Alejo! ¡Me alegro mucho de que hayas respondido!

—¿Qué se le ofrece?

—¿Cómo que qué se me ofrece? ¡Coño, que ya pasaron las dos semanitas que te
di! Antes en el avión me puse a ver las fotos de tu chica y no sabes cómo se me
hizo agua la boca. Me muero por catarla de una vez.

—Eh... Claro... Claro que lo recuerdo...

—¿Entonces? No te voy a decir que vengas hoy porque es muy repentino, ¿pero
qué tal mañana?

Imposible. Podría estar todo lo preparada que yo quisiera para lanzarse a esa
aventura, pero su maldita bipolaridad me jugaba demasiado en contra. A cualquier
otra perra ya la hubiese tenido trabajando y generándome los primeros ingresos...
Maldita mi suerte...

—Eh... ¿No me puede dar un tiempo más? Le juro que con una semanita...

—¿Una semanita? ¿No me habías dicho que te iban a sobrar días?

—Sí, pero las cosas se complicaron un poco y...

—Mira, chaval, me importa una mierda tu vida, sólo te voy a decir que llevo
guardándome no una, dos semanas enteras para esto, ¿entiendes lo que te quiero
decir? O me la traes mañana o...

—¡Entonces deme hasta el sábado! ¡Se lo pido por favor! El sábado le prometo que
no sólo que va a poder probarla, sino que también va a poder pasarle su primer
cliente si usted así lo desea.

—¿Y por qué habría de creerte? Te di 14 santos días y no has sido capaz de
convencerla. ¿Por qué tendría que pensar ahora que vas a conseguirlo en tan sólo
tres?

Me tenía agarrado de los huevos, y estaba empezando a desesperarme. Si la


conversación se alargaba un poco más, iba a terminar mandándolo a la mierda yo
a él... Pero no quería que eso pasara, por eso tuve que salir del paso con la
primera locura que se me ocurrió...

—Tengo a otra chica, don Bou.


—¿Qué quieres decir con otra chica? Yo quiero a ésta, eh... No me salgas ahora
con...

—No, no, a ésta usted la va a tener, se lo aseguro. Pero la otra, si sale bien lo que
estoy pensando, le va a dar muchísimas alegrías también.

—Es que, joder, chaval, ¡estamos en las mismas! No puedes convencer a una, ¿y
ahora me dices que vas a convencer a dos? Creo que vamos a dejarlo todo aquí...

—¡Es la hermana, don Bou! ¡La hermana mayor! ¡Imagínese la de posibilidades


que se abren teniendo a dos hermanas de este calibre trabajando para usted.

—¿Y a mí qué más me da si es la hermana, la prima o la abuela, si no la puedo


tener? Que no, muchacho. Búscate a otro, que yo...

—¡Don Bou, piense un poco! ¡Que son hermanas! ¡Y las dos están buenísimas!
Párese un momento y analice la situación... Dos hermanas que dejarían en
vergüenza a cualquier Miss Universo. Le repito, ¡imagínese las posibilidades que
esto puede abrirle!

—Pues... —dudó. Yo tenía el corazón en la boca—. ¿Tú crees? Nunca he tenido a


dos hermanas... Pero tampoco estoy muy seguro de lo que me pueden ofrecer...

—Usted sabrá mejor que nadie que el hombre promedio tiene sus fetiches...
Hágase la imagen visual de su catálogo en un futuro cercano: "Rosa y Noemí, las
hermanitas que están dispuestas a cumplir con todas sus fantasías", o cómo sea
que sus publicistas quieran ponerlo. ¿A que suena bien?

El viejo hizo un nuevo silencio. Parecía que se lo estaba empezando, y yo no daba


más de los nervios...

—¿Y cuándo dices que podrías presentarme a la hermana? —dijo entonces. El


"¡vamos!" mudo que tiré en ese momento fue monumental.

—Supongo que cuando la otra, mi chica, ya lleve algún tiempo trabajando con
usted. Es decir, la utilizaría a ella para conseguir a la hermana.

—Vamos, que le harás algún tipo de chantaje, ¿no?

—Los medios déjemelos a mí, usted sólo deme el tiempo que necesito.

—De acuerdo, chaval. El sábado a las tres de la tarde quiero a tu chica en mi


despacho. Y ese mismo día quiero fotos de la hermana mayor.

—¡Hecho! ¡Le juro que no se va a arrepentir!

—Que sí, chaval, que sí. Espero que no me vuelvas a fallar, porque ésta es la
última oportunidad que te voy a dar.
—Y se lo agradezco, don Bou. Se lo agradezco de verdad.

—Vale, chaval. Nos vemos el sábado.

—¡Así será! ¡Buenas tardes!

Nada más colgar, dejé todo lo que estaba haciendo y me encerré en mi cuarto
para empezar a trazar un plan de ataque. Estaba eufórico, pero todavía era pronto
para cantar victoria. Hasta ese momento todo me había salido bien,
extremadamente bien, y sabía que tenía que seguir por esa línea para que el
capítulo final de mi historia con Rocío terminara como yo quería. Porque sí, pasara
lo que pasara, tenía planeado acabar con todo ese mismo sábado.

No obstante, el sábado quedaba muy lejos todavía, y mi atención estaba centrada


en el jueves que aún estaba por llegar, día en el que Rocío traería por primera vez
a casa a su alumno Guillermo.

—Vos me vas a sacas las papas del horno, pendejo.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 19:28 hs. - Rocío.

No quería salir de mi habitación, no tenía ganas de levantarme de la cama, no


tenía ganas de cruzarme con nadie. Pero no me quedaba de otra... El asunto que
pronto me había surgido era demasiado importante como para ignorarlo... Y
además tenía mucha hambre.

Ya en la cocina, me preparé un bocadillo de mortadela y queso, y me fui al sofá


para poder comérmelo tranquila mientras veía un poquito de televisión. No podía
dejar de pensar en ello, y no tenía muchas esperanzas de que la tele me
distrajera... Sin embargo, la telenovela que me encontré parecía bastante
interesante.

—Bueno, ya estamos solos, ¿no? ¿Me vas a decir lo que tantas ganas tenías de
decirme? —decía un adolescente muy nervioso a una chica que se había sentado a
su lado en el banco de un parque.

—Sí, es que... ¡Joder, Maxi! ¡Que me da mucha vergüenza! —respondió ella, con
mucha timidez.

—Decímelo, dale. Sabés que podés confiar en mí —le insistió el joven, con un
marcadísimo acento argentino—. Además, es mi cumpleaños y te ordeno que me
lo cuentes ya —zanjó, entre risas.

No sabía muy bien de qué iba la cosa, pero, entre mordisco y mordisco a mi
bocadillo, empecé a sacar alguna que otra conclusión sobre lo que estaba viendo.
Primero, la cara del chiquillo denotaba un entusiasmo propio de alguien que está a
punto de recibir una buena noticia. Y, segundo, la otra niña no se terminaba de
decidir si decirle aquello que, supuestamente, le había dicho que le iba a decir.

—Se le va a declarar —murmuré para mí misma con la boca llena y señalando a la


pantalla.

Parecía evidente que sí, pero...

—¡Bueno, vale! Allá voy... —dijo la chica. Luego suspiró, se armó de valor y lo
soltó—. ¿Te acuerdas que te dije que igual podía haber alguien que me gustara?

—Eh... Sí... ¿Sí? Ahora no caigo —contestó el crío, que con cada segundo que
pasaba parecía más nervioso.

—¡Que sí, Maxi! ¿No recuerdas que Kairi me lo preguntó delante de todo el grupo?

—Ah... Puede ser... Y me querés... bueno, me querés contar quién es, ¿no?

—Pues... si lo quieres escuchar... sí —dijo ella, poniéndose coqueta de golpe y con


una cara de golfa que se la pisaba.

—Sí... Quiero... O sea, no me molesta, je.

—Vale...

Silencio, tensión. Televisión en estado puro. Primeros planos que pasaban de la


cara del chico, que ya no cabía en sí de los nervios, a la de su amiga, que se
estaba tomando una eternidad para hablar. Y yo con los ojos bien abiertos
intentando fusionarse con la caja boba.

—No sé si lo has notado, pero... —siguió estirando el chicle.

—¿Pero...? —dijo él, haciendo gala de una paciencia impresionante. Yo no sabía


cómo no le había dado un infarto todavía.

—Cada vez que me paso por tu clase me quedo hablando con ese chico que se
llama Adrián... —se sonrojó. Y yo no me lo podía creer—. Pues es él. ¡Ay, Maxi! Al
principio creía que sólo me gustaba por su pelo, ¡pero luego me di cuenta de que
me gusta todo de él! ¿Es tu amigo o algo? ¿Te llevas bien con él?

La cara del chico era un poema; sonreía, pero su mirada se había congelado y ya
sólo apuntaba en una sola dirección, dejando bien claro al espectador que esa no
era la respuesta que él esperaba. Sabía bien que sólo eran actores, pero el crío lo
estaba haciendo tan bien que yo ya quería saltar dentro de la tele para darle un
abrazo.

—Eh... Lo justo, supongo —respondió al fin, logrando mantener la compostura.


—¿En serio? Es que te quería pedir ayuda con él... O sea, a veces hablamos, pero
no me atrevo a decirle de quedar... ¿Tú podrías montar alguna salida con tus
amigos y él? Ya sabes, como quien no quiere la cosa.

No pude más y cambié de canal. ¡Menuda guarra! El chico todo ilusionado con que
se le declarase y va y le dice que le gusta otro. ¡Y encima en el día de su
cumpleaños! Me había indignado de verdad, tanto que, por un momento, había
olvidado que yo tenía mis propios problemas. Problemas que necesitaban ser
atendidos lo más pronto posible...

¿Sería lo que pensaba?

Luego de comerme lo último que me quedaba de bocadillo, apagué la tele y me


quedé un largo rato meditando. Bueno, meditando o, tal vez, mentalizándome
para afrontar el asunto. Ya había llegado a la conclusión de que las probabilidades
eran altas, pero no terminaba de decidirme si debía hablarlo con alguien o no.
Después de todo, no quería hacer un drama de lo que posiblemente terminara
siendo una tontería. Y con hablarlo con alguien me refería a Alejo o Alejo, porque
Noelia, en ese momento, no me quería ni ver, y Benjamín... No, Benjamín
definitivamente no era una opción.

Con eso ya decidido, me planté delante de la habitación de Alejo.

—Ale... ¿podemos hablar? —pregunté, luego de darle un par de toques a su


puerta.

Obviamente no respondió. Había estado evitándolo todo el día y me esperaba una


reacción similar. Así que tuve que insistir.

—Alejo, por favor...

Luego de un par de segundos, la puerta se abrió y me encontré de frente a un


Alejo serio que, tras lanzarme una mirada llena de desdén, pasó por delante de mí
sin siquiera preguntarme qué quería.

—¿En serio me vas a hacer esto? —le dije mientras lo seguía hacia el salón.

—¿No querías que te deje en paz? Ahí tenés tu paz —respondió, más ofendido de
lo que me imaginaba.

—Venga, Ale, no seas así... No tuve un día fácil...

—¿Y yo qué culpa tengo?

—Joder, Ale...

—Yo sólo quería pasar un rato con vos...


—Es que... tú los ratos conmigo sólo sabes pasarlos de una forma, y te juro que no
tenía ni tengo el cuerpo para eso.

—Estaba preocupado por vos, forra —dijo, girándose indignado y volviéndome a


mirar—. Los gritos que pegaste esta mañana no fueron normales.

—Lo siento, ¿vale? No quería hacerte preocupar, pero tenía mis motivos para no
querer hablar con nadie.

—Ah, sí, ¿cuáles?

—Por eso es que te he molestado ahora...

Me miraba con desconfianza, como pensando que estaba a punto de decirle alguna
excusa... Aun así, se sentó en el sofá y, tragándose todo su orgullo, puso toda su
atención a mi disposición.

—¿Qué pasa? —dijo, al fin.

—Creo que estoy embarazada...

No iba a andarme con largas, tampoco a jugar con el misterio ni nada de eso que
se solía hacer en esos casos. Era algo que necesitaba sacarme de dentro con
urgencia, algo que necesitaba hablar lo más rápido posible con él... Después de
todo, ni Benjamín ni Guillermo habían eyaculado, jamás, dentro de mí... Y su
reacción no me sorprendió... Apenas de inmutó y lo entendí perfectamente...
Ambos sabíamos que habíamos estado jugando con fuego y que la noticia podía
llegar en cualquier momento.

—¿Tenés un retraso? —preguntó, bajando bastante el nivel de agresividad con el


que me había recibido.

—No... Todavía no me tiene que venir...

—Entonces, ¿cómo lo sabés?

—Pues... por varias cosas, supongo... No es que sea una experta en la materia,
pero llevo varios días sintiéndome rara. Hoy incluso he vomitado sin venir a
cuento. Además...

—Esperá, Rocío... —me interrumpió entonces—. ¿Cuándo fue la primera vez que te
acabé dentro?

—No sé... —dudé—. ¿Hace dos semanas? Tiempo suficiente para...

—Pero no eran tus días peligrosos, ¿no? —volvió a interrumpirme.

—No, pero es que...


—No estás embarazada, Rocío... Haceme caso —zanjó, con una rotundidad que no
entendí.

—¿Qué? ¿No me estás oyendo?

—A ver... —me cortó una tercera vez—. Ayer estabas bien, antes de ayer estabas
bien, y esta mañana te escuché —me lanzó una mirada acusadora—, y también
me pareció que estabas bien. ¿Me vas a decir que empezaste a sentir los síntomas
todos juntos y de golpe?

—¿Me vas a dejar hablar? Te estoy diciendo que llevo varios días sintiéndome rara.
Si no te dije nada es porque no creí que tuviera importancia. Y el vómito de hoy no
fue normal; nunca había vomitado recién levantada y con el estómago vacío.

—¿Sabías que es normal vomitar cuando hacés ejercicio con el estómago vacío? Te
lo digo porque no me pareció suavecita la garchada que te pegó el animal de tu
novio esta mañana.

Me estaba poniendo de los nervios. Que sí, que cabía la posibilidad de que todo
fuese una falsa alarma, pero me molestaba muchísimo que no le diera a la
situación la importancia que se merecía. Y también me molestaba muchísimo que
afirmara con tanta seguridad y optimismo que no estaba embarazada. O sea, ¿no
había lugar a debate? Le estaba dando más de un motivo y él seguía encerrado en
la suya. ¿No hubiese sido lo normal decirme que no me apresurara y que fuera a
ver a un doctor para sacarme la duda? ¿O que me comprara un test? ¿O que lo
consultara con mi hermana o alguien que tuviera experiencia en el asunto? ¿Por
qué parecía que se quería sacar de encima algo que era tan importante a mí? No
lo entendía... Y estaba empezando a pensar que su nula reacción del principio
había sido un mero mecanismo de defensa ante una noticia que no quería
escuchar...

—Sabes que no tienes que preocuparte por nada, ¿verdad? —le dije entonces.

—¿Eh? ¿Preocuparme de qué? —preguntó él, con la misma despreocupación con la


que se había estado manejando hasta ese momento.

—Que si estoy embarazada, es sólo asunto de Benjamín y mío. No tienes por qué
comerte la cabeza con algo que no te incumbe.

—¿En serio me estás diciendo esto, Rocío?

—Mañana iré a comprarme un test de embarazo. Ya te contaré el resultado. Y


espero que sea de tu agrado.

—Rocío...

Sin decir más, me fui de ahí y me volví a encerrar en mi habitación con unas
ganas inmensas de llorar. Allí, me tumbé en la cama y me aguanté las lágrimas
con todas mis fuerzas. No quería que Alejo me escuchara sufrir por él. Y tampoco
quería darle el gusto, aunque no se enterara, de que me viera sufrir por él. Ya
bastante poder le había dado sobre mí como para seguir alimentando su ego, y ya
bastante le había quitado a Benjamín para darle a él. Sí, estaba enamorada de él y
era algo que no iba a cambiar por más que no soportara la idea, pero también
amaba a Benjamín con toda mi alma y, en ese momento, me repugnaba pensar
que aquel desgraciado le estuviera peleando mano a mano el primer peldaño de mi
corazón.

Tenía que luchar contra ello, debía luchar contra ello... E iba a luchar contra ello.
Sabía que sufriría más de la cuenta para conseguirlo, pero ya lo había decidido. El
hombre de la voz grave que en mis sueños jugaba con mi hijo, iba a ser Benjamín.
El hombre de la voz grave que en mis sueños me abrazaba y me susurraba al oído
que dejara de llorar, iba a ser Benjamín. El hombre que, ya no sólo en mi sueño,
portaría con orgullo el anillo que lo ataría para mí el resto de su vida... iba a ser
Benjamín.

—Lo siento... —pronuncié una última vez, con una mano en el vientre, momentos
antes de quedarme dormida.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 20:40 hs. - Benjamín.

—Bueno, cuando quieras —le dije a Clara una vez terminé de acomodar mis cosas.

—¡Sí! ¡Ya estoy lista también!

Después del descanso, y gracias a todo lo adelantado en las primeras horas del
día, la mayoría de mis compañeros consiguieron sacar adelante cada una de sus
asignaciones, logrando así que el ambiente en la oficina mejorara
considerablemente. No es un detalle menor, porque, en consecuencia de ello, pude
concentrarme en lo mío y no dedicar tiempo a pensar en cosas que no me hacían
bien. Entre aquello y el gran rato con Clara en la cafetería, había podido pasar una
tarde más que agradable.

—¿Caminando o en coche?

—A patita. El que tiene la furgoneta de seis plazas es Fer, y hoy no ha venido.

—¿Y si vamos en el mío?

—¿Tú flipas? —rio burlonamente—. ¿Te crees que no sé que te pasaste el descanso
bebiendo como un descosido?

—¿Qué dices? Si sólo bebí un par de zumos —mentí.


—Le dejé dicho a María, la encargada, que me avisara si se te ocurría pedir
alcohol. Así que no vayas de listo —me regañó.

—Vale, vale. Me has pillado. Pero no exageres, que fueron dos o tres cervecitas, y
en vasitos de plástico.

—Como si sólo fue media, no me pienso meter en el coche de un bebedor.

—¡Pero, Clara! —reí—. ¿Tú te estás oyendo?

—¡A patita y se acabó! —cerró, con un sonoro "jum" al final.

Si yo estaba de buen humor, digamos que ella estaba algo así como radiante. Y no
sólo por lo guapa que había venido ese día, sino por lo feliz que estaba. Se la veía
con muchas ganas, y podía suponer que se debía a que por fin íbamos a poder
aclarar todo entre nosotros. Además, se notaba que ella también estaba contenta
de haber descubierto que podíamos ser amigos a pesar de todo.

Con todas esas sensaciones rondándonos, y decidida ya la forma en la que


iríamos, bajamos hasta el aparcamiento y nos quedamos esperando a sus amigos
apoyados en la parte trasera de su monovolumen. Como dato importante, quiero
decir que silencié el móvil apenas tuve la oportunidad.

—¿Y por qué no vamos en tu coche? —le dije entonces.

—Porque esta noche pienso beber mucho —dijo ella, mientras se revisaba las uñas
de una mano.

—¿Y qué? Lo dejas aparcado allá y te tomas un taxi a la vuelta.

—¿Para que mañana tenga que ir a buscarlo al culo del mundo? Ni lo sueñes,
guapi.

—Vale, vale... ¿Y quiénes son tus amigos? ¿Los conozco?

—De vista, tal vez. Son de otra planta.

—Ah... ¿Y son buena gente?

—Ya te he dicho que sí...

—¿Y cuántos son?

—Qué preguntón que estás hoy, ¿no? —se rio—. Ya sé que no te gusta mucho
conocer gente nueva, pero te aseguro que estos te van a caer bien. Son muy
buenas personas.

—¿Cómo ? —reí yo esta vez—. ¿Que no me gusta conocer gente nueva? ¿De dónde
te sacas eso?
—Pues... —se puso a recordar—. El día que nos conocimos... eras un manojo de
nervios. Casi no atinabas a ninguna palabra. Lo mismo cuando te presenté a las de
diseño... Aunque esa vez estabas más borde que otra cosa.

—¿Cómo? —volví a reír—. Primero que nada, sabes de sobra lo que pasó el día que
nos conocimos. Segundo, las niñatas de diseño son insoportables. Alguna más que
otra, pero infumables en general.

—¿Y eso qué tiene que ver? Te comportaste como te comportaste, y punto.

—Bah... Si no quieres entrar en razón...

—Qué mono que eres cuando te pones así... —dijo, inclinando un poco la cabeza y
mirándome con ternura—. No tienes que ir de machote conmigo, Benny... Te
cuesta relacionarte con la gente, ¿qué problema hay?

—¡Pero es que no es verdad! —insistí—. ¡Has mencionado dos circunstancias que


son excepcionales! ¿Acaso no me has visto charlar con los chicos de la planta? ¿O
con mis amigos Sebas y Luciano? Me haces sentir como un ermitaño, coño.

—¿Un ermitaño? Qué exagerado eres... Eres introvertido, y no tiene nada de malo.

—Hablas de mí como si me conocieras de toda la vida...

—Bueno, no te conozco de toda la vida, pero... puedo asegurarte que sé cómo te


sientes en todo momento. Para mí eres como un libro abierto, Benny.

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—Entonces... ¿cómo me siento ahora?

—Intrigado y nervioso —dijo, sin dudar—. Intrigado porque tienes muchas ganas
de saber ya todo lo que tengo para decirte, y nervioso porque no sabes cómo le
caerás a los chicos que vienen con nosotros.

—¡Vaya con la adivina! ¿Por qué no me dices los números para el euromillones de
esta semana?

—¿Acaso no tengo razón? —preguntó, entre risas—. Desmiéntemelo, venga.

—¡Pero categóricamente te lo desmiento!

—En ese caso... —dijo, cambiando sutilmente su tono de voz a uno más...
¿coqueto?—. ¿Qué te parece si hago un análisis un poco más minucioso?

No había terminado de formular la pregunta, que su culo ya se había deslizado


sobre la puerta de su maletero hasta que nuestros hombros chocaron. Luego de
emitir una pequeña risita, Clara tornó su rostro en mi dirección y, aseverando
radicalmente el semblante, se quedó mirándome a los ojos haciendo exactamente
lo que dijo que iba a hacer.

—¿Qué haces? —le pregunté, gracioso, con la seguridad de que retrocedería y


comenzaría a reír.

—¡Sh! ¡Calla! —dijo ella, poniendo la punta de su dedo índice en mis labios.

Siguió observándome atenta, como tomando nota de cada detalle mi cara. Cada
vez se acercaba más a mí, y eso me incomodaba, pero no quería apartarme. No
era la primera vez que Clara me molestaba de esa manera, y me negaba a darle el
gusto de achantarme ante ella de nuevo. Por eso, le aguanté la mirada y fui un
poquito más allá...

—¿Y? ¿Cómo me siento ahora? —dije, tratando de controlar la respiración e


intentando sonar lo más seguro posible.

Al oírme, dio un pequeño respingo hacia atrás, e inmediatamente una semisonrisa


de lo más sensual cubrió su cara, dándome a entender que mi reacción le había
gustado. Yo esperaba que el jueguito terminara ahí, pero ella, lejos de pensar
igual que yo, redobló la apuesta y, sin romper ni un segundo el contacto visual,
fue acercando su cara, muy lentamente, hasta que nuestros labios quedaron a
unos dos centímetros de distancia.

—Benny... —susurró entonces, asegurándose de expulsar el suficiente aire como


para que mi boca lo sintiera.

Y claudiqué. No pude más. Aquello ya era demasiado para mí. Tragué saliva de
manera escandalosa y perdí todo control sobre mi forma de respirar. Otra vez iba
a quedar en ridículo delante de Clara...

—Mira, ¡por fin! —dijo ella, de pronto, levanta el dedo índice y señalando hacia uno
de los ascensores del aparcamiento—. ¡Vamos!

Como si nada, Clara se apartó de mí, me tomó de una mano y me llevó con ella al
encuentro de sus amigos, que venían mucho más alegres de lo que jamás me
hubiera imaginado.

—¡Clarita! —dijo un muchacho moreno y bastante fortachón, apenas se abrieron


las puertas y vio a la becaria.

—¡¿Elías?! —respondió ella, bastante sorprendida—. ¿Qué haces aquí? ¿No


deberías estar de vacaciones?

—¡Debería, sí! Pero estos cabrones me llamaron por la tarde para que viniera
porque hoy no daban a basto. ¡Ven aquí, anda! —dijo él entonces.
Sin reparar en mi presencia, el tal Elías se acercó hasta nosotros y se fundió en un
largo abrazo con ella. Cosa que me extrañó, porque nunca antes había visto a
Clara ser así de... "cercana" con alguien de la empresa que no fuera yo. Salvo
Mauricio, por supuesto.

—¡Buenas! —me dijo entonces otro chico un poquito más bajo que el otro, mucho
más delgado y con una larga melena pelirroja, sacándome de mi ensimismamiento
—. ¡Yo soy Brian! ¡Y tú debes ser el famoso Benjamín! —concluyó, ofreciéndome
una mano.

—¡Sí, sí! ¡Es él! ¡Por fin ha aceptado venir! —respondió Clara en mi lugar, que se
había quedado colgada con un solo brazo del cuello de aquel grandullón, mientras
que este no se había soltado nunca de la cintura de ella.

—Encantado —dije yo, intentando retomar la tranquilidad.

—¿Estás bien? —me preguntó el tal Elías—. Estás como... un poquito rojo, ¿no?

—¿Sí? Será por todo el estrés de hoy... Vaya día tuvimos —respondí, logrando salir
del paso con una agilidad que ni yo me esperaba.

—¡Ya te digo! —añadió él—. No sé cómo no pillan extras para casos como este...

—Es que hay que pagarles... Elías era, ¿no?

—¡Elías! —contestó, usando el brazo con el que no sujetaba a mi compañera, para


estrecharme la mano.

—Ellos son Giovanni y Jessica —dijo entonces Clara, señalando también con su
mano libre a los dos a los que todavía no me habían presentado.

—¡Hostias! —se me escapó, sin poder controlarlo.

Entre lo medio paralizado que me había quedado luego del acercamiento de Clara,
más su extraño comportamiento cerca del cachitas ese que se llamaba Elías, no
me había dado cuenta de que ya conocía a la otra chica que iba a acompañarnos
esa noche.

—¡Pensé que te habías ido de la empresa! —dije, notoriamente sorprendido,


mirando hacia Jessica.

—Hola, je —saludó ella, tímidamente—. Pues no... Resulta que pedí el cambio de
planta porque... pues porque en la 16º me sentía un tanto perdida, vaya.

"Luciano", pensé enseguida. Recordaba perfectamente los intentos de mi colega


por acercarse a Jessica, y cómo ella siempre se había mostrado reacia a tener
cualquier contacto con él. Aunque me parecía un poco extremo que hubiera tenido
que pedir el cambio de planta para deshacerse de él.
—¿Os conocíais? —preguntó el que se llamaba Giovanni, un tipo de unos 40 años,
canoso, que se me asemejaba bastante a George Clooney.

—Nos cruzamos un par de veces en la cafetería de nuestra planta —le respondí yo,
tratando de quitarnos el tema de encima lo más rápido posible para no
incomodarla—. Por cierto, yo soy Benjamín. Encantado.

—Un placer —dijo él, sin soltar la mano de Jessica—. Yo soy su novio —añadió,
apuntando hacia ella.

—¡Bueno! ¡Basta de presentaciones! —intervino Elías—. ¿Nos vamos ya? ¡Tengo


ganas de marcha hoy!

—Sí, que se hace tarde —adhirió Brian.

—¡Venga! ¡Vámonos! —cerró Clara.

Tras decir eso, mi compañera y el mastodonte comenzaron a caminar alegremente


hacia el centro del parking sin soltarse. No dejaban de hablar y de reír entre ellos,
como si llevaran toda una vida sin verse. Un poco más atrás, Giovanni y Jessica los
seguían cogidos de la mano. Y a su lado, un solitario Brian que avanzaba sin
despegar la vista de su teléfono móvil. Sobra decir que yo iba el último, tratando
de estudiar un poco a mis nuevos conocidos. Porque sí, Clara tenía razón en algo,
me costaba relacionarme con gente nueva y era algo que no podía evitar. Y no sé
si se trataba de un mecanismo de defensa o algo por el estilo, pero no solía
quedarme tranquilo hasta no analizar bien al nuevo (nuevos en este caso) de
turno.

Aunque, en esta ocasión no pude evitar fijarme más en Elías que en los demás. Me
preguntaba cómo es que no lo había visto con Clara antes, siendo que se llevaban
tan bien. La única idea que se me ocurría era que pudieran conocerse de fuera... Y
me intrigaba saber hasta qué punto podía ser ese el caso...

—¿Y cómo hacemos al final? —dijo Brian—. Tú nos habías dicho que ibas a ir
caminando, ¿no? —añadió, mirando a Clara.

—¡Sí! Benjamín y yo vamos a patita —dijo, separándose por fin de Elías, y


viniendo a mi lado—. Ustedes espérennos allá.

—¿Y por qué no voy yo caminando contigo? —intervino entonces el grandote.

Aquella propuesta tomó por sorpresa a mi compañera, que me miró


automáticamente como buscando mi ayuda. Aunque yo tampoco me lo esperé, y
me quedé tan en blanco como ella. Nosotros ya habíamos hecho nuestros planes
para ir juntos esa noche, pero nunca previmos tener que dar explicaciones al
respecto... Es decir, ¿cómo les explicábamos que queríamos pasar ese rato a solas
sin que sonara raro? Además de que yo no tenía la más remota idea de qué
manera Clara les había hablado a ellos de mí... Y lo último que quería era meter la
pata.
—Pues... —dijo ella—. Sabes que me encantaría, pero no voy a dejar a Benjamín
solo...

—¿No? ¿Por qué? ¿Qué tiene, 10 años? —rio con sorna el tío, a la vez que me
guiñaba un ojo en señal de complicidad.

—No, no tiene 10 años, pero fui yo que lo invitó, y no queda bien que lo deje solo
con gente que no conoce —insistió Clara, más segura de lo que me esperaba.

—Venga, Clarita... Que hace tiempo que no nos vemos... ¿A que a ti no te


molesta? ¿Verdad, Benjamín?

Estaba empecinado el tío, y me estaba empezando a tocar un poquito la moral. Me


quería sacar de en medio y ni se molestaba en disimularlo. Si tantas ganas tenía
de pasar tiempo con Clara, podía venir caminando con nosotros sin ningún
problema. Pero no, al anormal le molestaba yo. Y yo no le iba a dar el gusto.

—No, no me molesta, pero ya habíamos quedado en que nosotros dos iríamos


caminando, machote —dije, devolviéndole el guiño, a la vez que cogía a Clara de
la cintura y la atraía hacia mí—. Yo te la cuido, no te preocupes.

Y se hizo un silencio de ultratumba. Fueron tres segundos, pero tres segundos en


los que nadie dijo nada, y en los que nadie movió un pelo. Jessica y Giovanni se
quedaron mirándome con las cejas arqueadas, y Brian lo mismo pero con la boca
entreabierta. Clara se calló también, pero agachó la cabeza avergonzada, como no
sabiendo cómo reaccionar ante lo que acababa de hacer. Jamás la había visto tan
inhibida, y fue entonces cuando me di cuenta de que, quizás, me había pasado de
la raya. Y no porque me arrepintiera de haber defendido mi orgullo, sino porque,
tal vez, Clara y ese chico tenían algo de verdad, o en proceso de convertirlo en
verdad, y yo me había metido en el medio. En fin, tres segundos en los que, sin
quererlo, terminé por darle a todos los presentes una impresión totalmente
equivocada de mí.

—¡Vale, vale! —exclamó Elías, sonriendo y no poco sorprendido—. ¡Tampoco


quiero molestar!

—Oye, no quise... Quiero decir que... —comencé a decir, tratando de aclarar las
cosas, pero el bloqueo en mí era grande en ese momento.

—¡Pues hecho! Nos vemos allá, chicos —cerró Brian, seguramente en el momento
preciso.

—¡Hasta luego! —dijo Giovanni, siendo el último en cerrar la puerta de su


furgoneta dorada.

Nada más desaparecer el coche por la puerta del aparcamiento, solté a Clara e
intenté explicarme lo mejor que pude.
—Lo siento, Clara... Es que el tío no paraba de insistir, y tú no sabías cómo hacer
para que se callara, y yo...

—Tranqui, Benny —dijo ella, volviendo a sonreír como siempre—. ¿No te dije antes
que sé perfectamente cómo te sientes en todo momento?

—¿Eh?

—Pues eso. ¡Vámonos ya! Que se nos acaba la noche.

¿Que qué había querido decir con eso? No tuvo tiempo ni de pensarlo; Clara me
cogió de la mano y me arrastró con ella hacia la salida del parking. Aquel instante
de inhibición en ella fue uno de esos hechos que sólo se pueden apreciar una vez
en la vida; la becaria era una mujer acostumbrada a llevar en todo momento las
riendas de cualquiera que fuera la situación, y me lo demostraba cada vez que yo
intentaba tomar la iniciativa en lo que fuere. Y ya me había hecho a la idea de no
insistir más cuando eso pasaba.

En fin, que una vez fuera del edificio, Clara cruzó su brazo con el mío y
empezamos a caminar en dirección al pub.

—En serio, Clara... Lo siento... —volví a disculparme, siendo el primero en romper


el silencio.

—¿Por qué te sigues disculpando?

—Pues porque me pasé mil pueblos... Igual el chico este y tú tienen algo y yo
acabo de cagarla...

—¿Qué? —rio, de repente—. ¿Elías y yo? —carcajeó más fuerte todavía.

—¿No?

—¡Que no! ¿Qué te hizo pensar eso?

—Joder... El abrazo eterno que se dieron cuando salió del ascensor... Y que luego
te pegaras a él como una lapa... Daba que pensar, ¿sabes?

—No me lo puedo creer... —dijo entonces, mirando para un costado y soltando


otra risita.

—¿El qué?

—Nada, nada...

—¡Dímelo! —insistí, entre risas también.


—¡Que nada! Y a Elías lo conozco desde hace mucho tiempo ya... Hemos tenido
nuestras cositas, vale, y por eso nos tenemos tanta confianza. Pero, tranquilo, que
entre nosotros no pasa absolutamente nada.

—¿Y por qué tenía tantas ganas de quedarse a solas contigo?

—No sé... Supongo que será porque hace ya casi un mes que no nos vemos.

—¿Y no podía simplemente venir caminando con nosotros? Yo es que sentí que no
me quería metido en medio —dije, segurísimo. Ella volvió a reír.

—¡Que no te comas la cabeza, Benny! Guárdate el cuestionario para otra ocasión.

—No es un cuestionario, joder... Es que quiero conocer mi lugar aquí esta noche.

—¿Tu lugar? —una vez más, rio con ganas—. Benny, que vamos a tomarnos unas
copas nada más... Deja la paranoia.

—Igual pienso explicarme con ellos también... No quiero que se piensen lo que no
es.

—A mí no me molestó, ¿sabes? —dijo, de pronto.

—¿Eh?

—Que no me molestó que marcaras territorio.

—¿Que marcara...? —reaccioné—. ¡¿Que marcara territorio?! ¡Que yo no...!

—Bueno, ¿estamos aquí para hablar de ti o para hablar de mí? —me interrumpió,
con contundencia.

—De ti, pero si me dices que yo me pongo a marcar...

—¡Pues ya está! ¡Que tengo muchas cosas para contarte!

—Pero yo...

—¡Pero nada!

—Vale...

De nuevo, la conversación terminaba cuando ella lo decía, y, como ya dije, no


tenía caso seguir insistiendo. Por eso, resignado, le cedí la palabra para que
pudiera abrirse de una vez.

—Soy todo oídos —le dije, al fin.

—Vale...
El momento había llegado. Por fin esclareceríamos todo lo turbio que oscurecía
nuestra relación. Y yo, personalmente, tenía muchas ganas de cerrar de una vez
por todas ese capítulo de mi vida para nunca más volverlo a abrir.

Caminamos un par de metros más hasta que la chica por fin se decidió a hablar.

—Pues, básicamente, quería limpiar un poco mi imagen, ¿sabes? Y explicarte yo


misma muchas cosas que debes creer saber bien.

—Para eso vinimos —la animé yo, al ver que le costaba arrancar.

—Sí, ¿no? —volvió a sonreírme, y emitió un largo suspiro—. Antes que nada,
quiero pedirte perdón por todo lo que pasó esanoche (parte 12).

No respondí al instante, me tomé mi tiempo. Me sorprendió que comenzara por el


episodio más negro de todos. Por más que fuera una disculpa, creía que era algo
que dejaría para el final... Y no sabía cómo contestar exactamente a aquello.

—Pues... Perdonada, supongo... ¿Pero no sería mejor que te disculparas luego de


explicarme bien las cosas?

—Puede... Lo que pasa es que tampoco quiero remover mucho la mierda, ¿me
entiendes? —dijo, sonriente—. Por ahora me conformo con que me digas que vas a
olvidarte de que alguna vez me viste de aquella manera tan lamentable.

—Clara, te garantizo que pocos capítulos hay en mi vida que quiera borrar tanto
de mi memoria como ese...

—Estamos de acuerdo, entonces... Aunque me gustaría dejarte claro que no


pienso nada de lo que te dije esa noche, y que te portaste como un hombre de
verdad. Cualquier otro se hubiese aprovechado de la situación, y...

—Lo único que hice esa noche fue el ridículo, Clara...

—Si hoy estoy hablando y paseando así contigo, entre muchas otras cosas, es por
cómo te comportaste esa noche, Benny. Y te lo agradezco de corazón.

No sabía si me lo decía para que me sintiera bien conmigo mismo, si para quedar
mejor ella, o simplemente para que la charla no entrara en una cadena de
reproches sin fin; pero decidí creerle. No le había pedido aclarar todo, que fuera
sincera conmigo, para luego andar cuestionándole cada cosa que saliera de su
boca. Estaba decidido a confiar en ella al cien por cien.

—Pues... página pasada —reí.

—Sí, pero... también quiero que sepas qué me motivó a comportarme así...

—Oye, que no tienes que hacerlo si no quieres. Con lo de recién me basta y me


sobra.
—Eres un sol... —dijo, mirándome y sonriéndome—. Pero es vital que conozcas
esta historia para que lo entiendas todo... No sólo mi comportamiento esa noche,
también todo lo que hice desde que llegué a la empresa.

—Adelante, entonces.

Clara aminoró el paso de repente, como tomándose un tiempo para buscar en su


memoria el instante justo por donde quería comenzar a relatarme su historia. Yo,
de mientras, con el afán de despejar mi mente de cualquier imagen innecesaria
que a ratos me pasaba por la cabeza, cerré los ojos y dejé que la suave brisa de la
noche me llenara las fosas nasales. Que se llenaran y se vaciaran, así una y otra
vez. Me sentía bien en ese momento, y, habiendo poca gente en la calle, la velada
se presentaba perfecta para que por fin pudiéramos dejar todo el pasado atrás.

—Verás... —comenzó entonces—. Pocos meses antes de entrar en la empresa,


terminé una relación de muchos años con un chico del cual llevaba toda mi vida
enamorada —suspiró, y se tomó otro par de segundos—. Me quería casar con él,
tener hijos con él... Lo típico, ¿sabes?

—Sí.

—Y él se sentía igual conmigo hasta donde yo sabía. O sea, que los planes eran
mutuos. El tema es que... Bueno, el no pertenecer a la misma clase social fue el
gran obstáculo entre nosotros.

—¿Tan pobre era él?

—¿Qué? ¡No! ¡La de familia humilde era yo! ¿En serio me ves como alguien que
dejaría...? —no terminó la pregunta porque mi mirada ya lo decía todo—. ¿Te das
cuenta? Por cosas como esta es que tengo que lavar mi imagen contigo, bobo...

—¡Vale, vale! —reí yo—. Igual no lo pregunté con esa intención. O sea, no lo
pregunté con ninguna intención, vaya.

—Que sí, que sí. Tu a partir de ahora quédate callado y déjame hablar a mí.

—Tú mandas.

—Como iba diciendo —carraspeó—, sus padres eran dos de los abogados más
prestigiosos de la ciudad, y los míos dos vulgares panaderos. Al principio esto no
supuso nada en nuestra relación; a fin de cuentas éramos dos críos. Nos teníamos
el uno al otro, nos lo pasábamos bien, y eso nos bastaba. Pero luego hubo que
elegir universidad... y ahí es donde se complicó todo.

—¿Por qué?

—Pues porque yo no me podía permitir ir a la misma universidad que él. Para mí


era la pública o la pública, ¿sabes lo que te digo? —iba contando ella, cada vez
más metida en cada suceso que narraba—. Estuvimos todo aquel verano
discutiéndolo... Yo le decía que viniera a la pública conmigo, que no era tan lujosa
pero que no tenía nada que envidiarle a ninguna privada; le advertía que la
distancia iba a destruir nuestra relación, que no íbamos a aguantar tantos años
viéndonos sólo los fines de semana...

—Pero fue a la privada igual, ¿no?

—Sí... Aunque por pura presión de sus padres —dijo, cambiando bastante el
semblante—. Él quería venir conmigo; lo sabía él, lo sabía yo y lo sabían ellos. Y,
claro, como no podían permitir que su hijo fuera con la vulgar plebe a la pública, le
llenaron la cabeza hasta que el pobre no pudo soportarlos más...

—Vaya...

Hicimos una pequeña parada en una tienda de ropa porque Clara quería ver unos
vestidos. «¿Y qué pasa con los chicos?», pregunté yo. «Que esperen», fue su
respuesta. Diez minutos estuvimos dentro, y lo entendí como un momento que se
tomó ella para bajar tranquilizarse un poco. Si bien parecía muy decidida a sacarse
todo de dentro de una vez, se notaba que no le resultaba fácil tocar según qué
tema; en este caso, su pasado con el chico este... El cual todavía no me había
dicho su nombre.

—No te estoy aburriendo, ¿verdad? —me preguntó apenas volvimos a la calle,


sonriendo de nuevo y volviéndose a anudar con mi brazo.

—¿Cómo me vas a aburrir, boba? Es más, me encanta que te abras de esta


manera conmigo —le sonreí yo esta vez.

—Y a mí que tú me escuches, Benny... No sabes lo importante que es para mí.

—De todas formas, no quiero que te fuerces a hablar de nada que te haga mal,
¿me oyes? Lo último que quiero esta noche es verte triste.

No sé por qué, pero no pude evitar levantar la mano y acariciarle la mejilla con el
dedo pulgar. Así como tampoco entendía por qué me estaba sintiendo de esa
manera estando a su lado... ¿De qué manera? Pues... feliz. Sí, joder, me sentía
feliz, y tanta dicha se me escapa en forma de gestos como ese. Gesto que... Clara
recibió de la misma manera que cuando le puse el freno a Elías: sonrojándose y
agachando la cabeza.

—Perdona —dije, cuando me di cuenta.

—¡No! —exclamó de golpe, haciéndome sobresaltar—. Quiero decir... Que no, que
no te disculpes. Lo que pasa es que nunca habías sido tan cariñoso conmigo...

—Lo siento...

—¡Que no! ¡Te digo que no me molesta! Es más... me gusta.


Y caí en cuenta por fin... Todos mis actos, reacciones y dichos desde que nos
hubiéramos sentado en la cafetería del trabajo esa tarde. Todos esas acciones
inconscientes llevadas a cabo por el cacao mental que tenía en la cabeza; todos
juntos, como si fueran las piezas de un puzle, formaban una más que evidente
declaración de intenciones... Había estado tan concentrado en no recordar, en
tratar de que todo lo de mi alrededor me absorbiera, en tratar de pasármelo bien
con ella, que en ningún momento me di cuenta que lo de que de verdad había
estado haciendo era... ligar con Clara.

—Clara, yo... No es lo que piensas... Yo no quiero...

Quería explicarme, quería decirle la razón de mis acciones, pero no me salían las
palabras... De nuevo ese bloqueo... No quería ofuscarme, no quería pensar en
quien no tenía que pensar... Aquella era una noche para pasármelo bien, para
olvidarme de todo, para no tener que enfrentar mi triste realidad... Porque, por
más que mis verdaderas intenciones fueran otras, un malentendido de ese calibre
estaba destinado a arruinarlo todo entre ella y yo... Y yo la necesitaba más que
nunca en ese momento. Y no como amante ni como mujer, sino como amiga...

—¿Quieres que termine de contar mi historia, y ya luego tú, si quieres, me cuentas


lo qué te ocurre? —dijo, de pronto, de nuevo con una amplia sonrisa cubriendo su
bello rostro, leyendo perfectamente la situación una vez más.

Nos quedamos quietos en medio de la calle. Mi cara debía reflejar lo mal que lo
estaba pasando por dentro, y ella, como la curandera de todos mis males aquel
día, sólo tuvo que pronunciar esas pocas palabras para que lograra retomar la
calma.

—Sí... Creo que va a ser lo mejor —le contesté, luego de tomar una gran bocanada
de aire.

Sin darle más importancia, fue ella la que tironeó de mi brazo para que
volviéramos a emprender la caminata. Y luego continuó con su historia.

—Bueno, te iba diciendo que... Ah, Pau se llamaba, que no te lo había dicho —rio
—. Pues que Pau se terminó yendo a la privada, y yo a la pública. Por más que yo
no tuviera muchas esperanzas, los dos primeros años de universidad los
aguantamos sin problemas. Sólo nos veíamos los fines de semana, pero los
aprovechábamos a tope. ¿Me sigues, Benny? —me preguntó entonces, al ver mi
cara de divagación.

—¡Sí! ¡Por supuesto! Sigue —respondí, poniendo la mejor cara que pude.

—Hasta que llegó el tercer año... Resumiendo, las cosas dejaron de ser iguales,
nos distanciamos más de lo que nos hubiésemos imaginado, y un día me sale con
que se había enamorado de otra. Por mensaje de texto me lo dijo, ¿sabes? Y lo
dejamos ese mismo día.

—Joder... Lo siento.
—En el momento lo único que me jodió fue que me cambiara por otra... Por lo
demás, la ruptura se veía venir de lejos... Y estuvo mucho tiempo haciéndome a la
idea de que iba a suceder.

—Vaya...

—Vale, ahora lo importante de la historia —sonrió—. Resulta que, a los pocos


meses de romper, me llega la información de que Pau estaba saliendo con la
heredera del abogado más famoso del país —volvió a sonreír, ahora irónicamente
—. ¿Y con eso qué? Te preguntarás. Bueno, pues resulta que los de padres de Pau
llevaban mucho tiempo queriendo colarle a esa niñata. Yo siempre estuve al tanto,
pero mi confianza en él era absoluta. Además, la tía era repelente a más no poder,
todo lo contrario de Pau, y nunca nos había caído bien.

—¿Tú crees que se enamoró de ella de verdad?

—¡Qué va! —carcajeó—. Te digo que no la podíamos ni ver. Y no era el típico caso
del chico que no quiere poner celosa a su novia; aquí se notaba a leguas el asco
que Pau le tenía.

—Qué telenovelezco todo, ¿no?

—Sí, ¿no? —se rio—. Sobre todo por cuando lo llamé y le dije de todo, ja. Que si
cobarde, rata asquerosa, niño de papá y mamá, poco hombre, basura manipulable
y otras tantas linduras que no llegaban a hacer honor a todo el odio que sentía por
él en ese momento. Lo más gracioso es que lo único que le salía responderme era
"lo siento". ¿Qué más necesitaba para confirmar que me había dejado por
conveniencia?

Ya mucho más tranquilo, empecé a asociar la historia de Clara con todo lo que
había acontecido desde que ella había llegado a la empresa. Y muchas cosas
empezaron a tener sentido...

—¿Me cuentas todo esto porque ya sabes que yo sé lo tuyo con Mauricio?

—Benny... —rio—. No eres el único que sabe de lo mío con Mauri... Toda la
empresa se hizo eco ya.

—Ya... ¿Y me quieres decir que te liaste con Mauricio por algún tipo de despecho?

—No por despecho exactamente... Digamos que, después de lo de Pau, me


prometí que nunca más iba a dejar que nadie me mirara por encima del hombro...
¿Me entiendes?

—Creo que sí...

—Mi orgullo salió muy herido después de aquello, y supongo que yo terminé más
resentida de la cuenta... Vi en Mauricio una oportunidad de conseguir todo lo que
yo quisiera, y no la desaproveché.
—¿Aunque eso significara acostarte con un hombre de casi 60 años?

—¿Qué? —preguntó, sorprendida—. ¿Quién te dijo que yo me acosté con Mauricio?

—Venga, Clara... Que Lulú me lo enseñó todo...

—¿Cómo? ¿Qué te enseñó Lulú?

—Un día... Lulú me llevó a aquella urbanización a la que ibas con él, ¿sabes cuál te
digo? Y...

—Qué vergüenza —me interrumpió—. Esa puta loca... Normal, me vio como una
amenaza y tiró de lo fácil para deshacerse de mí...

—¿Cómo dices?

—Nada, nada... Bueno, no sé qué es lo que viste, o cómo nos viste, pero seguro
que follando no.

—Te vi morrearlo... y bajarle los pantalones. Luego me fui porque me pareció


demasiado fuerte todo...

—Benny... —dio un largo suspiro—. Utilicé a Mauricio para que me diera adelantos,
me llevara a hoteles caros y para que me ayudara con las notas de la beca, pero
nunca lo utilicé para que me diera placer...

—¿Y qué es eso que yo vi entonces? —insistí.

—Joder, Benjamín. Le hacía pajas nada más. Lo ponía a tono con algún que otro
morreo y luego lo masturbaba. Nuestros encuentros no eran más que eso.

Entonces comencé a recordar todo lo que me había contado Lulú; las amenazas a
Mauricio, los anónimos a su mujer, las bragas húmedas de Clara en el despacho de
Mauri... Y se lo solté, sin más. Si bien no cambiaba nada que me diera
explicaciones al respecto sobre esas cosas, quería la verdad sobre todo. Era ahora
o nunca.

—Bueno —dijo entonces—. ¿Quieres que vaya paso por paso?

—Sí.

—Vale, es cierto. Le mandé mensajes a su mujer. Vi peligrar el cómodo estilo de


vida que estaba empezando a tener y tomé cartas en el asunto. Te dije que no me
iba a volver a pasar lo mismo de nuevo, ¿no? Pues en ese momento vi a esa
señora de la misma forma que a los padres de Pau, como a una amenaza. Mauricio
me llevaba a hoteles con piscinas, jacuzzis, bufet libre gratis y demás lujos a los
que yo no estaba acostumbrada. Por eso, cuando un día me vino y me dijo que
todo eso se acababa, lo amenacé por ese lado. Punto, no tiene más.
—Vale... Pero Lulú parecía muy segura cuando me decía que...

—Te lo repito, Benny —me volvió a interrumpir—, par de besos, pajas y, el resto
de tiempo, charlas que ahora no vienen a cuento. Lourdes nunca nos vio
intimando, siempre nos daba nuestro espacio. Y estoy seguro de que ella lo sabía,
pero estaba empeñada en ponerte en mi contra.

—Ya... Bueno, te creo... —dije, todavía con ciertas dudas.

—En serio, tonto. Yo sólo me acuesto con gente que me atrae, y Mauricio es un
caballero de los que ya no quedan, pero no es para nada mi tipo...

—¿Y lo de las bragas? ¿Qué me dices a eso?

—Nunca me quité las bragas estando con Mauri, te lo vuelvo a prometer. Seguro
que eran de ella y no te lo habrá querido decir. Además, como me habías cogido
en tantas mentiras, endosarme ese muerto a mí no iba a ser tan difícil. Así que...
te vendió la moto con eso también —zanjó el asunto, volviendo a sonreír.

A lo tonto, ya llevábamos más de media hora caminando. Aquel pub no podía


quedar mucho más lejos, pero yo todavía no quería llegar; habían muchas cosas
de las que todavía no habíamos hablado y no quería dejar pasar la ocasión. Y me
alegraba ver que ella no tenía mucha prisa tampoco.

—¿Podemos sentarnos un momento? —me dijo, de pronto, señalando un banquito


en plena calle.

—Tus amigos se van a enfadar...

—Que se enfaden, me da igual —sonrió.

—Vale... ¿Qué sucede?

—Nada... Que quiero quedarme un rato aquí contigo.

Sin decir nada más, Clara esperó a que yo me sentara y luego apoyó su cabeza en
mi hombro. Y otra vez volví a recordar todos los mensajes que le había estado
lanzando desde el acercamiento en el aparcamiento. No podía culparla por haberlo
recibido... Aunque, lo curioso era que, a esa altura, yo ya no me arrepentía de
haberlos mandado...

—Gracias a ti fue que abrí los ojos, Benny... —comenzó de nuevo—. Yo estaba
más que decidida a seguir hasta el final con esto de aprovecharme de los demás,
¿sabes? Pero luego apareció Santos y te volvió a meter en mi vida... —suspiró—.
No me hacía ninguna gracia trabajar contigo, y no por lo que te había dicho
aquella noche... sino porque me daba mucha vergüenza mirarte a los ojos. ¿Cómo
explicártelo? Todos esos intentos de acercarme a ti al principio, o cuando me
pegaba a ti y no te dejaba en paz en todo el día, todo eso me salía natural. Esa sí
que era yo. Una yo egoísta que se había encaprichado contigo, pero mi verdadero
yo a fin de cuentas... Me gustaba picarte, incomodarte, verte sufrir cuando
pensabas que alguien podía estar mirándonos... Sin embargo, lo que pasó aquella
noche... Esa no fui yo, Benny. Y me daba mucha vergüenza haberte mostrado ese
lado mío tan lamentable...

—¿No habíamos pasado ya esa página?

—Sí, pero no... Necesito explicarte esto... —dijo, incorporándose y mirándome a


los ojos—. Yo te elegí a ti, de entre todos los de la oficina, porque me gustaste. No
era con Mauricio con quien quería liarme, era contigo. ¿Y cuál era el problema?
Que me daba igual que tuvieras novia, me daba igual lo que pensaran los demás,
y hasta me daba igual lo que tú pensaras al respecto. Te había puesto el ojo
encima y pensaba llegar hasta el final a como diera lugar. Te repito, la relación con
Pau me había hecho demasiado daño... y no me importaba a quien tuviera que
utilizar para sanar mi orgullo.

—Clara...

—Me lo pasaba bien contigo, sí, pero todos los días me iba a dormir frustrada por
tus constantes rechazos. Necesitaba avanzar de una vez —prosiguió, sin dejarme
participar—. Por eso, aquel día me levanté y dije basta... Decidí que daría todo de
mí para que por fin me aceptaras... No me importaba tener que llegar a extremos
a los que jamás había llegado, o tener que forzarte a ti a que te olvidaras de tus
principios... Estaba decidida a que aquella noche te iba a hacer mío... Y ya sabes
cómo terminó todo... y cuál fue mi reacción ante ese nuevo fracaso.

No sabía qué decir. Estaba en blanco. Hasta ese momento, todo el relato de Clara
había tenido su aire nostálgico, pero eso último no se sentía de la misma
manera... Era como si... estuviera suplicando mi perdón y, a la vez, buscando
también abrirse sentimentalmente. Aunque, no parecía tampoco del todo una
declaración, porque ella misma reconocía que sólo había sido un capricho, pero...
Mi cabeza volvía a estar hecha un lío.

—Me arrepiento tanto de haberme comportado así... Y no sólo contigo, también


con Mauri... ¿Sabías que se enamoró de mí? Él mismo me lo confesó...

—Sí, Lulú me lo dijo.

—Jodida, Lulú... —rio, rompiendo un poco ese tono triste con el que hacía rato
estaba hablando.

—¿Te arrepientes también del jarronazo? —dije yo, entre risas también, tratando
de animarla un poco.

—¡No, eso no! ¡No me hagas acordar de eso, Benny! ¡Malo! —exclamó, y me
golpeó con el codo que tenía más cerca de mis costillas.

—¡Y dale pegarle al pobre Benny! —volví a reír.


—¡Qué vergüenza, por dios! ¡Me había olvidado completamente!

—Imagínate si te lo hubiesen dado a ti...

—¡Basta!

—Vaya loca... Si supieras que estuve esquivando a Lulú una semana entera porque
pensaba que me quería matar...

—¿De verdad? —estalló de nuevo a reír—. Joder... ¿Cómo puedo estar riéndome
de algo tan grave? ¿Te das cuenta? Si en el fondo doy asco como persona...

—¡Que te calles, idiota! Hoy no has hecho más que confirmarme lo maravillosa que
eres, así que no te vuelvas a insultar en mi presencia, ¿de acuerdo?

De nuevo, ese fenómeno que sucede una sola vez cada mucho tiempo, pero que
aquella noche ya había tenido lugar tres. Clara esquivándome la mirada y
agachando la cabeza...

—Es increíble que me hagas sentir de esta manera, tonto... —dijo, sin mirarme
todavía.

—¿Cómo? —pregunté yo, sonriente, satisfecho de ser yo quien la estuviera


picando a ella esta vez.

—Así...

De la nada, con una certeza digna de admirar, en una milésima de segundo en la


que muy pocas cosas pueden suceder, ella se las ingenió para alzar de nuevo la
cabeza, virarla en mi dirección y trasladar sus carnosos labios hacia un choque
frontal imposible de esquivar con los míos. Me quedé de piedra de nuevo. Y
tampoco era para tanto... No era un beso húmedo, tampoco con lengua, apenas si
podía considerarse un piquito, pero un piquito que había conseguido acelerar mi
corazón hasta el punto de hacerme creer que podía darme un infarto en ese
mismo instante.

Fueron unos veinte segundos, unos veinte segundos en los que nuestros labios
permanecieron unidos, pero sin moverse. Veinte segundo que, cuando se
acabaron, nos dejaron a ambos quietos, a pocos centímetros el uno del otro, sin
saber a dónde mirar o qué decir... Veinte segundos que, sin duda alguna, iban a
cambiar mi vida para siempre...

—Lo siento... —dijo ella, rompiendo el silencio.

Yo seguía sin saber qué decir. Clara me miraba, esperando una respuesta, una
reacción; seguramente muerta de la vergüenza, o de la curiosidad por saber si iba
a ser correspondida o no. Pero yo no sabía qué cojones decir. Y, de un momento a
otro, mi mente empezó a llenarse de imágenes de ella... Sí, de ella. No quería, no
quería que se metiera en mi cabeza cuando a ella le diera la gana, pero ahí estaba,
en ese momento tan importante para mí, queriendo colocarse al lado de mi
compañera, tratando de hacerme sentir culpable, intentando desgarrarme el alma
por un beso que yo no había buscado... Y empecé a sentir la rabia... La misma
rabia que había sentido esa mañana cuando la hipócrita me había gritado que me
amaba mientras me la follaba.

—¿Benny? ¿Te pasa algo? —dijo entonces, alerta como siempre a lo que me
pasaba, a mi estado de ánimo y a cualquiera que fuera la emoción que me
estuviera invadiendo.

Y sentía que no podía fallarle... Ella había sido la que había estado todo el día ahí
para mí... Había sido ella la que había logrado que el peor día de mi vida se
transformara en uno digno de recordar... Clara era la responsable de que en ese
momento no estuviese ahogando las penas en un antro de mala muerte. Y empecé
a sentirlo, a sentirlo desde lo más profundo de mi corazón... Tenerla así, tan bella,
tan guapa como siempre, frente a mí, con los ojitos iluminados y llenos de
expectación... Y quería dejarlo salir, quería dar rienda suelta a mis emociones, a
hacer por primera vez en mi vida lo incorrecto... Su carita estaba tan cerca, y
nuestros cuerpos tan imantados el uno con el otro... Mis manos sujetando sus
hombros, atrayéndola hacia mí y...

—¡Oigan! —se escuchó, de pronto, desde lejos—. ¡Que llevamos como una hora
aquí, hijos de perra!

Mi mirada se tornó hacia el lugar de procedencia de aquella voz, donde Elías nos
miraba un tanto mosqueado. Rápida como ella sola, Clara se puso de pie de un
salto y respondió al llamado de su amigo a viva voz igual que él.

—¡Deja de gritar, gilipollas! ¡Que estás en medio de la calle!

—¡Es que, joder! ¡Un poquito de decencia, cabrones!

—¡Que sí! ¡Que ya vamos, pesados!

Aquel repentino grito me hizo salir del trance. Y Clara, recuperando esa sonrisa
suya tan característica, me tendió la mano y simplemente me dijo...

—¡Vamos!

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 23:40 hs. - Rocío.

—Llámame cuando lo escuches... Estoy preocupada...

Benjamín debía haber salido a las ocho de trabajar, pero ya habían pasado casi
cuatro horas y todavía seguía sin dar señales de vida. Ni una llamada, tampoco un
mensaje... Nada. Sabía que muchas veces tenía que quedarse más tiempo, ya
fuera por petición de los jefes o para adelantar trabajo del día siguiente, el
problema era que siempre me avisaba cuando algo de eso ocurría. Dicho esto,
tenía motivos para estar preocupada de verdad.

«¿Dónde estás?».

Me senté en el sofá del salón y me quedé mirando al móvil, esperando ese


mensaje que me dejara tranquila. No quería pensar en que le hubiera pasado algo,
aunque tampoco barajaba del todo esa posibilidad, ya que si algo tenía nuestra
ciudad era su buena fama en lo que a seguridad se refería. Tampoco tenía mucho
sentido pensar en que hubiese podido tener un accidente con el coche, porque,
pasado tanto tiempo, alguien ya me lo hubiese hecho saber.

«¿Y si...?».

Con cada minuto que pasaba, iba perdiendo la esperanza de que Benjamín se
pusiera en contacto conmigo. Y empecé a pensar en otras posibilidades, que si
bien ya las tenía en cuenta, no quería creer que tuvieran nada que ver con su
retraso. Pero ya no podía no pensar en aquello... No después de cuatro horas... La
escenita de la mañana había sido demasiado fuerte como para ignorarla. La actitud
de Benja... El odio en su mirada, la rabia contenida en sus dientes apretados... La
decepción... Sí, la decepción... En su momento no lo había visto así, sin embargo
con las aguas más calmadas era mucho más fácil darse cuenta. Podía intentar
engañarme, y echarle la culpa a esos días en los que no le hice ni caso, pero eso
no lo traería de vuelta a mis brazos. Decepción era la palabra que describía
perfectamente lo que debía de sentir mi chico en ese momento... Decepción por
hacer todo lo posible por tenerme contenta, y sólo recibir de mi parte desprecio y
desdén. Decepción por tratar de compensarme por la falta de atención debido a su
trabajo, y sólo obtener a cambio desconsideración e ingratitud por parte de su
novia... Sí, ya no podía no pensar en esa posibilidad... Benjamín se habría ido por
ahí para no tener que volver y cruzarse conmigo. Querría desconectar, pasar un
buen rato con gente que de verdad supiera apreciar su compañía, y olvidarse de
que en casa tenía a una mujer que sólo lo hacía sentir inferior. Y lo aceptaba, en el
fondo lo aceptaba. Me lo había ganado a pulso, y no iba a reprocharle nada cuando
lo viera atravesar esa puerta.

—¿Estás bien? —dijo Alejo, desde el marco del pasillo.

Y tuvo que llegar él... La última persona con la que tenía ganas de hablar en ese
momento. Aquél al que veía como el responsable de todos mis problemas. Por sus
tonterías, por todas esas historietas que me había metido en la cabeza, fue por lo
que me puse así con Benjamín y su compañera de trabajo. Yo nunca me había
comportado de esa manera... Nunca había sido una novia celosa. Era todo por su
culpa, por su gran y maldita culpa.

—Ro... —dijo, con tono de cachorrito indefenso, y se sentó a mi lado—. Perdoname


por lo de antes... Estuve pensándolo, y sí, tenés razón, fui un pelotudo... Pero
entendeme, es demasiado repentino todo esto... Ya sé que es a lo que nos
arriesgábamos teniendo sexo sin protección, pero... no sé, es algo muy groso
como para aceptarlo sin antes asegurarnos como es debido...

—Eso no fue lo que dijiste antes —respondí, sin mirarlo—. Tú directamente


afirmaste que no estoy embarazada. Sólo te faltó llamarme loca.

—Y por eso me estoy disculpando, Ro... Soy un tarado... Perdoname, de verdad...

No era el momento. Por más que sus disculpas fueran sinceras, no era el
momento... No quería saber nada de él... Era la última persona que tenía ganas de
ver en ese instante, y tenía miedo de estallar y terminar diciéndoselo todo en la
cara, cosa que no haría más que complicar todo.

—¿Ro...? Decime algo... —dijo, aproximándose a mí.

«Vete, por favor...».

—Rocío... —insistió, acercando cada vez más su cara.

«Que te vayas... ¡Vete ya!».

—Mi amor... Contestame... —continuó, respirándome muy cerca del oído.

«¡No quiero! ¡No me obligues!».

—Bebé... Sabés que me da mucha ilusión ser papá... Nada me haría más feliz en
esta vida que tener un hijo con vos...

«¡Basta!».

Quería levantarme e irme; encerrarme en mi habitación y no salir hasta el día


siguiente, hacerle saber mi desprecio, que lo sintiera, que supiera que se había
equivocado de mujer, que yo no iba a ser la que le bailara alrededor, la que se
tragara todas sus excusas y sus engaños... Pero... Era la Rocío de toda la vida la
que hacía fuerza por ese lado, la Rocío de siempre. La que de vez en cuando
tomaba posesión de ese cuerpo y traía un poco de racionalidad a mi vida. La que
no hacía nada sin antes asegurarse de que nadie saliera herido. La que... cuando
desaparecía... dejaba su lugar a otra persona completamente diferente... A la
Rocío incapaz de pensar por sí misma; a la Rocío manipulable, inconsciente y
sumisa que tomaba las decisiones sin importarle que estas pudieran afectar a sus
seres más queridos.

«¡Puta!»

Y era más fuerte, mucho más fuerte que la otra... Y no podía evitar sentirse
atraída a aquel hombre... No podía evitar mojarse cuando este le susurraba al
oído... No podía evitar que su cuerpo se estremeciera cada vez que la acariciaba...
Y no podía resistirse a la tentación de corresponderlo cuando él le pedía atención.
«¡Venga! ¡Ve con tu macho! ¡Déjalo todo por él! ¡Puta! ¡Más que puta!».

La victoria era suya. Por eso me giré hacia él y lo miré a los ojos para que pudiera
ver cómo el deseo recorría cada rincón de mi ser. Por eso lo besé. Por eso abrí la
boca y lo invité a que me la violara con su lengua a placer. Ya no me importaba
nada. Nada de nada. Benjamín que se pudriera donde fuera que estuviera; ya no
era asunto mío. Lo tenía a él, a Alejo; a mi hombre, a mi animal, a mi bestia... Al
padre de mi bebé. No necesitaba otra cosa en la vida.

Y más segura que nunca, volví a repetir aquellas palabras que alguna vez le había
dicho con mucha menos decisión...

—Te amo, Alejo.

Miércoles, 22 de octubre del 2014 - 23:40 hs. - Benjamín.

—¿Entonces qué? —preguntó Elías—. ¿Al final cae la Raquel esa?

—No lo sé, macho... Al principio creía que se hacía la estrecha, pero es que ahora
pienso que es una estrecha de verdad —respondió Brian.

—¡Pero si te lo llevamos diciendo todo el mes, subnormal! —dijo Giovanni—. A esa


como no la enamores no vas a conseguir nada. Haznos caso.

—Lo dices por experiencia, ¿no? —intervino Clara, en tono burlón.

—¡Por supues...! Espera, ¿le estás diciendo estrecha a mi chica? —rio él, al cabo
de unos segundos.

—Eso lo has dicho tú... Yo me desentiendo completamente —volvió a reír ella.

—Pues prefiero ser una estrecha que una suelta como tú —saltó la mencionada—.
Que te los vas ligando de tres en tres...

—¡Uuuuuhhhhh! —dijeron todos a la vez.

—¡¿Perdona?! ¿Dónde me ves a mí rodeada de tíos?

—Porque igual no les ofreces lo suficiente... Tal vez deberías ponerle más esmero.

—¡Uuuuuhhhhh! —se volvió a oír.

—Ah, ¿sí? ¿Pues sabes qué? Yo.... Cuando vaya a... Y veas que... ¡Bah! ¡Que te
den por culo!
La mesa entera estalló en una carcajada que sólo fue capaz de ocultar el sonido de
la música. La escena no era muy distinta a las que solían protagonizar Olaia y
Cecilia; quizás se diferenciaban en que habían menos insultos y más risas, pero se
notaba que ambas tenían la confianza suficiente como para soltarse esas lindeces.
Y me sorprendía gratamente ver a Jessica, la calladísima Jessica, tan integrada.
Recordaba su comportamiento de unas semanas atrás, y la chica parecía una
persona completamente diferente. Más suelta, más risueña, más abierta a la
charla... Y me daba la impresión de que todo aquello no era otra cosa que obra de
Clara.

—¿Y tú qué? Estás soltero, ¿verdad? —me preguntó Elías, de pronto.

—Pues...

—No, tiene novia —dijo Clara en mi lugar.

—¿En serio? —se sorprendió el chico.

—¿Y no le molesta que salgas con esta arpía? —rio Brian, señalando a Clara.

—¡Oye! —protestó ella.

—Pues... No... No es nada celosa —mentí, pero sin la intención de hacerlo. Era
como si quisiera sacarme el tema de encima lo más rápido posible.

—¿No? Pues vaya... Ya podrías aprender algo tú —le dijo Giovanni a Jessica, quien
sonrió y luego le dio un piquito.

—Estás flipando, mi vida, si piensas que te voy a dejar salir con elementos como
Clara. Bastante me hago la sueca cuando le miras el culo.

—¡Uuuuuhhhhh! —retumbó de nuevo la mesa.

—Q-Qué cosas tienes, cariño... —rio tímidamente el acusado, visiblemente tocado.

—¡Deja al hombre que mire los culos que quiera! —exclamó Elías—. Si pocas hay
por ahí que lo tengan mejor que el tuyo.

Curiosamente, ahí se hizo un silencio un tanto incómodo. Clara y Brian le lanzaron


una mirada punzante al chico que, con cara de no darse cuenta de que igual se
había pasado de la raya, observaba extrañado a todos esperando que se rieran con
él. Jessica sólo agachó la cabeza, esta vez sí actuando como la joven a la que yo
ya había conocido.

—¡Venga! ¿A qué vienen esas caras? Si con Giovanni hay confianza, anormales.

—Sí, ya... —dijo el novio—. Es que así de sopetón...

—¿Qué pasa? —intervino entonces Jessica—. ¿Para ti no tiene razón?


—¿Eh? ¡Claro que la tiene! ¡Lo que pasa es que no es normal ir por ahí mirándole
el culo a la novia de un amigo!

—Ah, vaya... Él no me puede mirar el culo a mí pero tú sí se lo puedes mirar a


Clara y a la que sea que pase, ¿no?

—Pero es que ellas no son las novias de mis amigos.

—Qué asco me das cuando te pones en plan retrógrado, Juan... Ven, Clara, vamos
un rato a la pista.

—¡S-Sí! —respondió ella, bastante aturdida.

Las chicas se fueron de la mesa y nos dejaron solos a los cuatro, en un ambiente
que se había entumecido una pizca.

—Ya te vale, Elías... —lo regañó Brian.

—Joder, tío, ¿yo qué iba a saber? Estamos aquí en confianza, bebiendo y
pasándolo bien... Lo siento, Gio... No era mi intención...

—Nah... No te preocupes. Si es que... mira ese culazo. A ver si ahora voy a echarle
el mal de ojo a todo tío que se lo mire... —suspiró, dirigiendo la mirada hacia ella
—. Ya se le pasará...

—Pues... —dije yo, incómodo como pocas veces—. ¿Quieren otra ronda? Yo invito.

—De puta madre —respondió Brian.

—Gracias, macho —hizo lo propio Elías—. ¿Vas tú o...?

—¡Sí, sí! Ya voy yo.

—¡Te esperamos!

—Ya vengo.

Necesitaba alejarme un poco de ese grupito. Nos lo estábamos pasando


curiosamente bien, pero no me gustaba quedarme estacando en medio del fuego
cruzado de otros. Además de que, tal vez sorpresivamente, me sentía bastante
molesto por no haber vuelto a tener tiempo a solas con Clara. Y era algo que me
urgía y que necesitaba. Ya habíamos hablado de todo, pero estando con ella la
sensación de vacío en mi alma desaparecía. Por ende, me sentía bien a su lado y
quería seguir sintiéndome así.

Sin poder borrarme a mi compañera de la cabeza, fui hasta la barra y pedí tres
cervezas llenas más para mis acompañantes. Yo no iba a beber más, no quería
volver a repetir un episodio como el del aparcamiento; pero ya me había
comprometido a llevarles otra ronda.
—Un momento, por favor —dijo el camarero.

—Sí, claro.

Mientras esperaba que el chico llenara las jarras, me di la vuelta y me puse a


observar la pista de baile. No estaba acostumbrado a meterme en lugares así, ya
que solía repeler cualquier sitio donde se juntaran más de diez personas a la vez.
No obstante, me estaba gustando mucho el ambiente del lugar. Todo era felicidad,
rostros sonrientes y mucha, mucha marcha. Sin duda alguna, si había un lugar en
el que la gente pudiera olvidarse de sus problemas, era ese. Vaya que si era ese.
Miraba a mi alrededor y todo era elegancia, gente bien vestida, engominada o
recién salida de la peluquería. Era como si nadie escatimara en gastos a la hora de
ponerse guapo para entrar en aquel lugar. Claro, luego estábamos los recién
salidos del trabajo, con nuestra aura particular, pero la mayoría eran como los ya
descritos.

—Aquí tiene, caballero —me volvió a llamar el camarero.

—Muchas gracias.

Cuando iba a agarrar las cervezas, algo llamó mi atención al otro lado de la barra.
Mejor dicho: alguien. Era Romina, la secretaria de Mauricio. Me pareció curioso ver
un rostro conocido, y me quedé un rato mirando hacia ella, esperando que me
divisara, pero nunca miró en mi dirección. Resignado, cogí las jarras y me dispuse
a irme, no sin antes echar un último vistazo hacia el final de la barra. Y entonces
la vi. Debía de haber llegado en ese momento en el que aparté la vista. Pero ahí
estaba: de espaldas, con su media melena rubia lacia y deslumbrante apuntando
hacia mí, hablando con su querida amiga. Traía puesto un vestido amarillo que
conjugaba con su cabellera, y se la veía un tanto más alta de lo habitual, por lo
que pude deducir que también se había puesto tacones. Venía dispuesta a
despuntar, al igual que en sus primeros meses en la oficina.

Me olvidé de la ronda de birras y comencé a caminar en su dirección. No había


tenido la oportunidad de hablar con ella ese día... Ni tampoco me había tomado un
momento para pensar en qué le diría cuando la viera... Porque le debía una
disculpa. Una disculpa y un agradecimiento. Había sido ella la primera interesada
en hacerme abrir los ojos. Por más que fueran puros presentimientos, o análisis
basados en todas las cosas que yo le había contado, siempre tuvo la razón. Y eso
era lo único que me importaba.

—Vaya... —dijo Romina cuando me vio—. Os dejo solos un rato.

—¿Qué? ¿A quiénes? —respondió Lulú, visiblemente animada, sin darse cuenta de


mi presencia.

Cuando se giró y me vio, su primer gesto fue de asombro, aunque no tardó en


cambiarlo por uno mucho más serio. Me imaginaba que todavía estuviera enfadada
por nuestro último encuentro, pero ahí estaba yo, más que dispuesto a arreglar las
cosas con ella.
—Hola —dije yo, con una media sonrisa.

—Hola —contestó ella, volviendo a retomar su posición inicial.

—¿Te molesta si me siento?

—Tú mismo —respondió, haciendo un leve movimiento con el hombro.

Mientras pensaba en cómo haría para menguarle un poco el enfado, esquivé a un


par de personas que había en el medio y me senté en el sitio que había dejado
libre Romina. Una vez ahí, le pedí al camarero que me acercara las tres cervezas
que me había dejado en el otro lado, y le ofrecí una a Lulú.

—No, gracias. Ya estoy servida —dijo ella, señalando un pequeño vaso con lo que
supuse debía ser whisky.

—No sabía que conocías este lugar... Por cierto, estás muy guapa —le dije,
tratando de cortar un poco la tensión.

—¿Necesitas algo, Benjamín? —contestó ella, fría como pocas veces la había visto.

Me dolía que me tratara así. Por más que me lo mereciera, no estaba


acostumbrado a que la siempre dulce Lulú me esquivara la mirada y me hablara
como si fuese una molestia. Y sólo había una forma de cambiar el rumbo de esa
conversación... Aunque me destrozara por dentro, aunque me reventara tener que
sacar el tema, ella era la única persona con la que podía hablar de ello... Por eso...

—Tenías razón —dije, justo antes de darle un buen trago a la birra.

—¿Razón de qué? —preguntó, todavía sin mirarme.

—Rocío me está poniendo los cuernos.

Y se giró hacia mí, por fin. Se giró y abrió los ojos como si de dos pelotas de fútbol
se tratasen. Y su actitud cambió radicalmente; pasando de la seriedad y el
pasotismo al nerviosismo y el bloqueo absoluto. Dio un par de tragos a su vaso
casi consecutivos, y luego amagó un par de veces con decirme algo, pero al final
fui yo el que habló primero.

—Ya lo sé... Me lo advertiste y no te quise escuchar... Ni a ti, ni a mis propias


sospechas, ni a los chicos que me decían que echara a aquel tío de mi casa... Puse
las manos en el fuego por ella, y aquí me tienes: quemado en cuerpo entero.

—Benjamín... Yo... —habló, al fin, todavía perdida—. ¿Cómo...? ¿Qué sucedió?

—Pues que anoche me desperté de madrugada, fui a la cocina a beber un poco de


agua, y ahí estaba ella, en el balcón cabalgando a su amigo.

—Joder —dio un nuevo trago—. ¿Y... cómo estás?


—Pues... Aquí... Clara me vio cabizbajo y me invitó a que viniera con ella y sus
amigos...

—Oh... Vale... Si necesitas algo... Yo... Pues...

—Tranquila, mujer... —sonreí—. Sólo quería darte las gracias por haberme
advertido, y pedirte perdón por no haberte escuchado.

—¿Qué? ¡No! Yo es que... Tampoco pretendía que te enteraras así... ¿Seguro que
estás bien?

—Bueno... No es el día más feliz de mi vida... Pero supongo que sí, que podría ser
peor. Y haberte encontrado aquí esta noche me imagino que es algún tipo de
bendición... Eres la primera persona a la que se lo cuento... Necesita sacármelo de
encima de una vez.

—¿Sí? Vaya... ¿No lo hablaste con Clara? ¿O con los chicos?

—No creo que sea algo que deba hablar con Clara... O sea, se portó muy conmigo
todo el día, y me trajo aquí para que pudiera despejarme, pero no... no siento que
deba contarle algo como esto. Y mucho menos a los chicos... Con lo cabezotas que
son, estarían todo el día comiéndome la cabeza con "te lo dije", "te lo dije".

—Ya...

—¿Y tú qué? ¿A qué se debe el placer de verte tan bella esta noche?

—Cosas de Romina... Ya sabes... Dice que no puedo seguir quedándome en casa


desperdiciando mi juventud... ¡Mi juventud dice! —rio—. A 32 años le llama
juventud...

—Pero si tiene razón —la acompañé riendo—. Puede que sean 32, pero aparentas
25.

—Cállate... Tú lo que pasa es que eres un buenazo.

—Pero si ahora lo veo todo negro, Lu... Y tú eres una de las pocas cosas que hoy
han conseguido alumbrar mi día.

Llevaba toda la noche sin contenerme a la hora de apreciar las cosas buenas a mi
alrededor, por pura inconsciencia digamos; pero en ese momento me sentía con
muchas ganas de piropear a Lulú. Me hacía bien intentar que ella se sintiera bien
consigo misma, aunque eso provocara que su lado más tierno y también tímido
saliera a la luz.

—¿Bailamos? —dijo, entonces, luego de darle un largo trago a su whisky—.Ya sé


que no eres mucho de bailar, pero creo que...
—¡Venga! ¿Por qué no? Pero no te quejes si te piso o si me paso de torpe, ¿vale? Y
ya si eso me das algún que otro consejo —la interrumpí, animadísimo y con
muchas ganas ya de pasar ese rato con ella.

—Pues... ¡Vamos! —concluyó ella, sin salir de su asombro.

Cada uno por su lado, nos pusimos de pie y nos adentramos en la multitud que
abarrotaba el centro del pub. Una vez llegamos lo más al centro que pudimos, Lulú
comenzó a menear su cuerpo al son de la música que sonaba en ese momento.

—¡Vamos, Benji! ¡Tú muévete como el cuerpo te lo pida!

—¿Y eso cómo se hace? —reí.

—¡Pues así!

Se acercó a mí, me cogió de ambas manos y comenzó a sacudírmelas de arriba a


abajo sin dejar de reírse. Yo, sin saber muy bien qué hacer pero sumamente
desinhibido gracias a la atmósfera, empecé también a moverme al ritmo de lo que
el local tenía para ofrecernos.

—¡Así! ¡Claro que sí! —continuaba riendo Lu, sin soltarme las manos.

—¡Joder! ¡Si es más fácil de lo que parece!

—¿Verdad?

Y ya no pude parar. Me sentía exageradamente bien, me sentía cómodo y feliz. Me


gustaba mucho estar haciendo el tonto de esa manera junto a alguien a quien
apreciaba y respetaba tanto. Y cada vez fui soltándome más, moviéndome quizás
de manera ridícula, pero haciendo reír mucho a Lulú, que era lo único que me
importaba en ese momento. Me había acostumbrado a ver un lado de ella
apagado, un lado que no la representaba para nada; y verla así, tan llena de vida
y tan contenta, me llenaba el pecho de aire.

—¡E-Espera! —dije, agitadísimo, al cabo de tan sólo diez minutos, volviendo a la


barra—. Necesito un respiro... ¡Dios! ¡No puedo más!

—¡Eso es porque no estás acostumbrado a bailar! ¡Ya te traeré yo más veces por
aquí, para que aprendas a disfrutar la vida!

—Joder, Lu... ¿Tú no estás cansada?

—¿Yo? ¡Qué va! ¡Sostenme esto! ¡Mira y aprende!

Radiante, deslumbrante y atronadora, Lulú me entregó su pequeño bolso, se


acomodó un poco el vestido y se lanzó de nuevo entre todo el tumulto de gente.
Cuando la nueva canción comenzó a retumbar en el establecimiento, se tomó unos
segundos para pensar y luego empezó a moverse de nuevo al ritmo de la música.
Podría decir aquí mismo que todos se dieron vuelta para observarla, que resaltaba
tanto que nadie podía evitar girarse para apreciar tanto encanto y desenfreno.
Pero no, cada cual iba a su rollo, unos quietos bebiendo, otros bailando más
tranquilamente, y otros hablando y riendo sin enterarse de que semejante mujer
estaba detrás de ellos emanando luz y belleza por todos los poros de su cuerpo.
Aunque a ella no le importaba en lo más mínimo, porque no bailaba para esos
desconocidos, no bailaba para resaltar entre toda la gente... bailaba para mí, para
que yo la viera. Y no lo hacía de una manera insinuante, tampoco buscaba seducir;
lo que hacía le salía de forma natural, dejaba que su cuerpo la guiase por ese
escaso metro cuadrado, y el resultado no podía ser más espectacular.

«Ve».

Siempre había sido consciente de la belleza de Lourdes, más cuando todos los tíos
de la planta se arrancaban los ojos por tener, aunque fuera, unos minutos para
hablar con ella a solas en su despacho. Y todo esto sin gozar de un cuerpo para el
infarto como Clara, Jessica o la misma Rocío. No, no lo necesitaba. Con su carita
angelical, con su buen rollo y con su grandísima dialéctica, le bastaba y le sobraba
para volver loco a todo miembro del género masculino que se le acercase. Por eso
fue un caos el día que anunció que se casaba y que se iba a vivir a Alemania... Y
un verdadero funeral las semanas posteriores a su marcha. Lulú tenía algo
especial, algo que yo hace mucho que sabía que tenía, pero que hasta ese
momento nunca se me había ocurrido que yo... que yo pudiera...

«Ve».

No se detenía. La canción había acabado, ya sonaba otra distinta, una en inglés,


un rock estadounidense bastante pesado, cuya letra decía algo así como: "Oigo
voces en mi cabeza... Voces que me aconsejan, voces que me entienden, voces
que me hablan...". Y ella seguía bailando, ajena a todo y lanzándome una sonrisa
cada tanto, sin importarle el cambio de pieza. Y yo no podía creer que...

«Ve».

Continuaba meneándose sobre la pista. Me veía cada vez más cerca, pero no
paraba.

«Hazlo».

Y se detuvo, se detuvo cuando llegué a su lado. Alzó la mirada y se quedó


observándome todavía con esa sonrisa llena de vida. De repente, la música dejó
de sonar, la gente a nuestro alrededor desapareció, y sólo quedamos ella y yo;
uno delante del otro, cogidos de las manos y cruzando nuestras miradas. Y fue
mutuo, ninguno tomó por sorpresa a ninguno, ambos sabíamos que era lo que
queríamos, que era lo que deseábamos. Ambos sabíamos que aquella era la cura
para todos nuestros males, que sólo nosotros la poseíamos, y que sólo nosotros la
podíamos intercambiar el uno con el otro.

«Bien hecho».
Lulú y yo nos besamos, y nos besamos con la misma pasión con la que nos
habíamos besado aquella noche en el aparcamiento de la empresa, pero esta vez
sin mentiras y sin ningún tapujo de por medio. Ella me acariciaba a mí la cara y yo
a ella la cintura, y no detuvimos aquella maravillosa unión de nuestros labios hasta
que, motivada por el ardiente deseo que esto había provocado en ella, se separó
de mí y me susurró unas palabras al oído que jamás olvidaría.

—Ven conmigo, Benji.

No la cuestioné, confiaba en ella como nunca había confiado en nadie. Por eso la
cogí de la mano y me dejé guiar a través de la muchedumbre hacia Dios sabía
dónde.

Las decisiones de Rocío - Parte 24.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 00:35 hs. - Rocío.

Cuando te lanzas a vivir esto que se llama vida como a ti te da la gana, te


arriesgas a que la sociedad te ponga mala cara. Bueno, o al menos si intentas
hacerlo más allá de las reglas establecidas. Porque sí, tienes que jugar como ellos
quieran, como ellos te digan. Y, dependiendo de cómo lo hagas, te dirán si eres
más "negro" o más "blanco", menos "bueno" o menos "malo", etc. Siempre ha
funcionado de esta manera, así que no te engañes. Te podrán decir que no están
de acuerdo contigo, pero que igual te apoyarán; o quizás te digan que no te
apoyarán, pero que tampoco se meterán en tu camino... Da igual, porque, de una
forma u otra, al final terminarán juzgándote como el mundo les enseñó. Así son
todos. Te lanzarán miradas de comprensión, pero por dentro te despedazarán
como a un cerdo en el matadero.

—Me voy a la cama, mi amor.

—No, Ale... Quédate un rato más.

—Pero, ¿y si viene...?

—Me da igual. Quédate...

Tenía clarísimo cómo funcionaba la cosa, pero ya me daba lo mismo. No tenía por
qué seguir unas reglas que lo único que hacían era reprimirme como ser humano.
Por eso mismo, y por muchas otras cosas, ya estaba decidida a jugar con las mías
propias. Sí, ya no iba a seguir permitiendo que me dijeran cómo tenía que vivir.

—¿Cómo que te da igual? Se va a pudrir todo si nos ve.

—Mejor... Ya va siendo hora de que blanqueemos esto.


No era un venazo que me había dado de un momento a otro, era algo más
parecido a una revelación; como un momento de luz entre tantas dudas y
sentimientos encontrados. Y el detonante de esta revelación había llegado justo
cuando le dije el primer te amo cien por cien sincero a Alejo, porque fue ahí
cuando me di cuenta que jamás iba a poder elegir a uno solo.

—¿Blanquear el qué?

—Lo nuestro.

No, no me daba la gana tener que desechar a uno de los dos amores de mi vida,
¿por qué? Amaba a Benjamín y amaba a Alejo, y quería estar con los dos. ¿Por
qué iba a tener que privarme de la estabilidad en todos los sentidos que me ofrecía
Benjamín? ¿O por qué iba a tener que renunciar a una vida llena de un sexo
espectacular al lado de Alejo? ¿Por qué tenía que ser uno u otro? Pues no, no iba a
hacer lo que ellos me dijeran. Me iba a quedar con los dos, y las consecuencias me
importaban una mierda.

—Es broma, ¿no?

—No, no es ninguna broma.

—Eh... creo que estás cansada, Ro. Yo me voy a mi cuarto, ¿está bien? Necesitás
dormir.

—Piensa lo que quieras. Yo te aviso que si no es hoy, será mañana. Tú verás.

—Rocío, ¿me estás hablando en serio?

Y ellos iban a ser los primeros en aceptarlo. Aunque tuviera que encerrarlos juntos
en una habitación toda una semana, aunque tuviera que encadenarlos a mis
brazos, aunque tuviera que hacer que Benjamín me pillara con Alejo desnudos en
nuestra cama... Estaba tan decidida que no me importaba desafiar cualquier lógica
con tal de lograr lo que quería.

—Pues sí... Ya me cansé de vivir así. Estoy harta de tener que fugarme por las
noches para follar contigo, y estoy harta de sufrir todos los días por no saber cómo
resolver esto. Le voy a contar a Benjamín lo nuestro, y espero que tú estés
presente cuando lo haga.

Todavía en calzoncillos, Alejo se volvió a sentar en el otro lado de la cama y ahí se


quedó varios segundos mirándome con incredulidad. Yo, lejos de achantarme, me
incorporé, dejando al descubierto mi pecho desnudo, y le devolví la mirada
esperando que se diera cuenta de lo en serio que iba.

—Estás loca, Rocío —dijo, al cabo de un rato, rompiendo el contacto visual y


negando varias veces con la cabeza.

—Te he dicho que harta, no loca.


—No es ningún juego esto. Lo sabés, ¿no? Acá hay muchísimas cosas en juego.

—¡Claro que hay cosas en juego! —respondí enseguida y airadamente—. Cosas en


juego para mí. ¿Tú qué tienes que perder?

—¿Que qué tengo que per...? ¡Esto, carajo! ¡Una vida al lado tuyo!

—¿Y a ti quién te ha dicho que no vas a seguir estando a mi lado?

Alejo se sorprendió con mi respuesta. Tanto, que se tomó unos segundos para
analizarla bien antes de volver a decir algo.

—Esperá... ¿Me estás diciendo que...? O sea...

—No pienso perderte, Ale —le dije, sin bajar ni un ápice la seguridad de en mi tono
de voz.

—¿Eso quiere decir que...?

—No —lo corté enseguida—. Ya sé por dónde vas. Y no, no voy a dejar a Benjamín
para quedarme contigo.

—¿Entonces?

Y ahí llegaba lo ya expuesto: la primera prueba contra la sociedad. Prueba que


sabía no iba a superar, pero que me seguía dando igual. No pensaba cambiar de
opinión.

—Quiero quedarme con los dos, Alejo... Quiero estar junto a ambos, ¿vale?

—Nah... Dejate de joder.

Su reacción fue instantánea; se levantó de la cama, agarró su ropa y se fue de la


habitación. Un minuto después, volvió hecho una furia.

—¿Vos estás escuchando lo que estás diciendo? ¿En serio se puede vivir tan
sumido en una burbuja de pedos? —arrancó, en un tono de reprimenda que no me
gustó nada.

—Me importa poco tu opinión... —respondí, todavía en la cama, mientras me ponía


cómoda sobre una de mis almohadas.

—¡No se trata de mi opinión, pelotuda! —dijo, levantando alzando todavía más la


voz—. ¿Te paraste a pensar un segundo en cómo va a reaccionar tu novio cuando
se lo digas?

—Me importa muy poco eso también.


—¡¿Cómo que te importa muy poco?! Por favor, Rocío, abrí los ojos... ¡Que te va a
dar una patada en el culo y se va a mandar a mudar!

—Eso no lo sabes.

—¡Dios bendito!

Su nivel de indignación crecía con cada respuesta mía. Se llevaba las manos a la
cabeza y caminaba de un lado para otro sin parar. Pero yo no pensaba dar el brazo
a torcer. Me sentía muy bien con la decisión que había tomado.

—Rocío, escuchame una cosa... —dijo, tras varios segundos intentando calmarse
—. ¿Cómo sería tu plan? ¿Ir y decirle que llevamos un mes acostándonos, que te
enamoraste y que ya no podés vivir sin mí?

—Y que tampoco puedo vivir sin él le voy a decir. Y que busquemos una manera
de ser felices los tres.

—Entonces —volvió a suspirar—, aun conociéndolo, ¿esperás que agache la


cabeza, te dé un abrazo y diga que sí?

—No soy idiota, Alejo. No espero que las cosas sean tan fáciles. Si me tengo que
comer un bofetón, me lo voy a comer, me da igual; pero después me voy a poner
de pie y voy a seguir insistiendo hasta que se digne a escucharme.

—Si lo cuento no me lo creen —murmuró para sí mismo—. ¿Y el embarazo? ¿Qué


pasa con el embarazo?

—"Posible" embarazo —le recalqué.

—¡Ah! ¿Así que ahora sí que es "posible"? —preguntó, indignado, haciendo


aspavientos con las manos. Luego suspiró y continuó—. Bueno, está bien,
"posible" embarazo. ¿Qué pasa si estás embarazada? ¿Qué le vas a decir?

—Que estoy embarazada, ¿qué quieres que le diga?

—Ya veo... Ya entiendo. Resumiendo, no sólo esperás que acepte sin más unos
cuernos de mes y pico con un tipo que él te dejó meter en su casa, sino que
también pretendés que se banque que ese mismo tipo te haya hecho un bombo...
Tiene mucho sentido, sí.

—Tómatelo cómo te dé la gana. Además, tengo miles de salidas para el tema del
embarazo. Y por eso mismo tengo que darme prisa.

Tras oír aquella respuesta, Alejo se volvió a ir de la habitación visiblemente


cabreado. Yo me acomodé en la cama, apagué la luz y traté de dormirme; pero a
mi amigo de la infancia todavía le quedaban un par de cosas por decirme.
—Mirá, Rocío —dijo cuando volvió, ya mucho más relajado—. Capaz necesites
dormir un poco nada más, consultarlo con la almohada como se suele decir. Sólo
te quiero pedir que, si mañana te levantás todavía con ganas de que nos fusilen a
los dos, que no te apures. Como favor personal te lo pido, no te apures. Tragá
saliva, o lo que sea que te haga bien, y aguantate un poco más.

—¿Cómo que me aguante?

—¡Sí! O sea, dame un par de días para mentalizarme... Y para pensar bien lo que
le voy a decir a tu novio cuando venga de frente a querer ponerme los dientes en
la nuca, ¿está bien?

—No sé... —dudé—. Ya te dije que mientras más tiempo pase, peor va a...

—¡Unos días nada más! ¡Hasta el domingo! ¿Te parece bien? El domingo, si
querés, yo me siento y pongo el pecho con vos.

No le respondí... No pude... Su tono de voz había cambiado de forma radical. Era


la primera vez que lo escuchaba tan... ¿desesperado? Ni cuando se presentó el
primer día en la puerta de casa lo había visto así...

—Tengo sueño, Alejo. Mañana lo hablamos.

—Está bien —dijo él, todavía con ese tono de voz—. ¡Pero no hagas ninguna
boludez cuando te levantes! Por favor te lo pido.

—Que sí, que sí... Vete ya.

Antes de marcharse definitivamente, se acercó y me dio un suave beso en la


frente. Y ahí pude confirmar su estado total de nerviosismo. Sus labios
temblorosos al besar mi piel, su mano empapada en sudor sobre mi hombro...
Alucinaba con lo que estaba viendo.

—Te amo, mi amor. Hasta mañana.

—Yo también... Hasta mañana.

¿De verdad tenía tanto miedo tenía de que Benjamín le pudiera pegar? ¿O acaso
era por la posibilidad de quedarse en la calle? Porque el chico no tenía donde
caerse muerto y... vaya. Porque miedo a perderme no creía que fuera... Él no era
esa clase de hombre.

Tenía curiosidad por saber qué le pasaba, pero más me urgía saber dónde diantres
se había metido Benjamín... Por eso, saqué el móvil y marqué su número una
última vez...

—¿Hola? —dijo, por fin, su voz al otro lado del teléfono.

 
Jueves, 23 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Benjamín.

Y se detuvo, se detuvo cuando llegué a su lado. Alzó la mirada y se quedó


observándome todavía con esa sonrisa llena de vida. De repente, la música dejó
de sonar, la gente a nuestro alrededor desapareció, y sólo quedamos ella y yo;
uno delante del otro, cogidos de las manos y cruzando nuestras miradas. Y fue
mutuo, ninguno tomó por sorpresa a ninguno, ambos sabíamos que era lo que
queríamos, que era lo que deseábamos. Ambos sabíamos que aquella era la cura
para todos nuestros males, que sólo nosotros la poseíamos, y que sólo nosotros la
podíamos intercambiar el uno con el otro.

«Bien hecho».

Lulú y yo nos besamos, y nos besamos con la misma pasión con la que nos
habíamos besado aquella noche en el aparcamiento de la empresa; pero esta vez
sin mentiras y sin ningún tapujo de por medio. Ella me acariciaba a mí la cara y yo
a ella la cintura, y no detuvimos aquella maravillosa unión de nuestros labios hasta
que, motivada por el ardiente deseo que esto había provocado en ella, se separó
de mí y me susurró unas palabras al oído que jamás olvidaría.

—Ven conmigo, Benji.

No la cuestioné, confiaba en ella como nunca había confiado en nadie. Por eso la
cogí de la mano y me dejé guiar a través de la muchedumbre hacia Dios sabía
dónde.

—Por aquí —dijo, al cabo de un rato, mirando hacia una esquina con sofá y mesa
donde no había mucha gente cerca.

Lulú caminaba ansiosa, y no tenía inconvenientes en chocarse con quien fuera con
tal de llegar rápido a donde nadie nos molestara. Verla de esa manera me
emocionaba de una manera tremenda. El darme cuenta de que, a pesar de mi
estupidez, de mi ceguera y de mis constantes rechazos, ella no había perdido
nunca el deseo por mí, me devolvía todas las ganas de vivir que había perdido en
esas últimas horas. Por eso apuré el paso y la relevé en la tarea de abrirnos
camino entre todo el mundo, porque quería demostrarle que yo también me moría
por estar con ella.

Cuando llegamos, nos sentamos en la parte más profunda de aquel sillón forrado
en cuero negro. Una vez ella se terminó de deslizar a mi lado, busqué su dulce
carita con la mirada y me quedé apreciándola embobado. Esos ojitos verdes
cargados de anhelo, ese rubor que se marcaba de una forma desmesurada en sus
blanquísimas mejillas, esa sonrisa de oreja a oreja que sólo podía ser la traducción
de lo feliz que se debía sentir en ese momento...

—Lu... —murmuré, sin dejar de comerla con los ojos.


—Benji... —susurró ella, dándome una tierna caricia muy cerca de los labios con la
contracara de sus deditos.

Y la besé de nuevo. Despacio, ya sin prisas. Quería disfrutar el momento,


deleitarme con la dulzura de sus labios, con el calor que desprendía su respiración,
con la calidez que emanaba su cuerpo... Y ella se debía de sentir igual que yo,
porque me besaba con la misma calma, muy tranquila, como pensando "ya está",
"ya lo tienes para ti", "no tienes que preocuparte por nada más". Y sí que era así,
vaya si era así.

—Benji... Espera... —dijo, de pronto, parándose en seco—. Tus amigos... ¿No se


van a preguntar dónde estás?

Increíble... Ahí me tenía delante, por fin me tenía donde quería, pero ella se seguía
preocupando por mí; de que no quedara mal con la gente que me había
acompañado. Y yo no me podía sentir más feliz por tener a semejante ángel a mi
lado. Y tampoco entendía cómo podía haberla ignorado durante tanto tiempo...
Cómo había sido ajeno a tanta bondad, a tanto amor que tenía para dar... Y quería
compensarla... Necesitaba compensarla.

—Ahora mismo sólo me importas tú, Lu.

Sonrojada, por supuesto, agachó la cabeza y se puso a jugar con mis dedos.

—Jolín, Benji... Así no voy a querer dejarte ir nunca...

—Tranquila, que no tengo intención de irme a ningún lado.

Apenas terminé de pronunciar la última palabra, los ojos se le iluminaron y me


regaló la sonrisa más brillante que jamás le había visto. Entonces nos volvimos a
trenzar en un nuevo y, esta vez sí, apasionado beso. En consecuencia, tomé su
espalda y, con la otra mano, comencé a acariciar el lado derecho de su torso. Ella,
por su parte, rodeó mi cuello con ambos brazos, buscando afianzar nuestra unión,
dejándose llevar por el frenesí del momento y cediendo por momentos ante otro
tipo de deseos, porque su cuerpo estaba cada vez más pegado al mío, más encima
del mío, intentando abarcar partes que no le pertenecían pero que quería, que
necesitaba poseer. Y yo no pude más, tanto énfasis por su parte me obligó a
acelerar las cosas. Por eso la alcé y, con un rápido movimiento, la senté sobre mí,
sobre mi entrepierna. Le saqué una risilla, y me siguió besando. Estaba entregada,
completamente entregada, y parecía no importarle que las pocas personas que
pasaban por nuestro lado nos pudieran ver. Más claro me quedó cuando me cogió
la cara e, irguiendo el cuerpo, me metió la lengua lo más adentro que pude
mientras se ponía a contonear sus caderas a sabiendas de que lo que había debajo
iba a comenzar a cobrar vida de un momento a otro.

—Estoy un poquito cachonda —volvió a reír luego de varios minutos, cuando por
fin nos despegamos—. Y me parece notar que tú también... Esto que tienes aquí...
está... está... ¿vibrando?

—¿Qué? —reí yo, sin entender del todo su juego.


—Sí... Te están llamando, Benji... —dijo, mirándome seria, aunque sin perder ese
brillo de excitación en sus ojos.

—¿Qué? No me jodas...

Puse la mano en mi bolsillo, y, en efecto, me estaban llamando.

—Tú no te preocupes, sigamos.

Era evidente que era ella. ¿Quién más sino? Y la maldije varias veces en mi cabeza
antes de sacar el teléfono del pantalón. No sabía cómo ese maldito aparato se
había vuelto a poner en vibración, pero tenía claro que no me iba a arruinar mi
momento con Lulú. Busqué con desesperación la forma de hacerlo callar, pero...

—Contesta, Benji —me dijo, colocando su mano sobre la mía.

La miré a los ojos buscando algún indicio que contradijera sus palabras; pero no,
volvía a sonreír y su mirada seguía iluminada.

—Pero, Lu...

Sin darme tiempo a decir nada más, Lourdes deslizó su dedo por el iconito verde
de la pantalla de mi móvil, y luego se bajó de mi regazo tratando de no hacer
ruido.

—¿Hola? —dije, todavía sin entender lo que acababa de pasar.

—¡Hola! ¡Al fin!—dijo  ella del otro lado.

Y no esperó a que yo terminara de hablar... Claro, ¿para qué? Sin dejar de sonreír,
Lulú se acomodó la ropa, se despidió lanzándome un besito y volvió a perderse
entre la multitud que abarrotaba la pista. Yo seguía sin entender nada, y dejé
varios segundos a Rocío hablando sola. Tuve la tentación de salir corriendo detrás
de mi querida compañera, pero algo me decía que no lo hiciera, que era en vano,
que la cosa ya se había terminado ahí. Y un sentimiento de rabia increíble me llenó
de arriba a abajo.

Todo era su culpa.

—Espera un momento —le dije, sin detenerme a escucharla, mientras me dirigía


hacía los baños.

Una vez dentro, esquivé a un par de personas, entre ellas a varias mujeres
(curioso tratándose de un baño de hombres), y me metí en la primera letrina
abierta que encontré. Allí, necesité algo más de tiempo para tranquilizarme,
respirar y no dejarme llevar por las horribles emociones que me invadían... Mi
cabreo era máximo, pero no podía descargarme con ella sin tener que explicarle
qué coño estaba pasando.
—¿Me estás escuchando? —fue lo primero que oí cuando me volví a poner el
auricular en la oreja.

—No, perdón. Estaba buscando un lugar tranquilo.

—¿Dónde estás? ¿Tú sabes lo preocupada que estaba?

—Me vine a tomar unas copas con mis compañeros.

—¿Y no podías avisarme? ¿Tanto te costaba? —decía, tranquila a pesar de todo.


No parecía tener ganas de pelear.

—Lo siento —fue lo único que se me ocurrió.

Sí, estaba muy enfadado, pero lo mejor era no discutir. Sí, se me ocurrían miles
de cosas para decirle, miles de reproches, de insultos, de poesías irónicas que
tenían que ver con lo puta que era; pero soltárselo por teléfono tampoco me
parecía la mejor opción. Por eso decidí callar y aguantar la que viniera...

—No... —dijo ella entonces—. Yo soy la que lo siente.

—¿Qué?

—Que lo siento, Benja... Siento haberme portado tan mal contigo estos días y...
siento no estar a la altura de alguien tan bueno como tú...

De nuevo no entendía nada. ¿A qué venía esa mierda justo en ese momento? Juro
que era lo último que quería escuchar: disculpas y más excusas. Pero, ¿por qué
tan de repente? ¿Acaso sospechaba que yo podía saberlo todo y era su forma de
tomar la delantera en caso de que yo decidiera escupírselo en la cara? Pero,
¿cómo? Me había asegurado de no dejar ningún rastro cuando regresé a mi cama
aquella noche... ¿O simplemente era porque me había ido por ahí sin avisar? No,
no podía ser... porque ya por la mañana me había dicho algo similar, y yo no le
había dado ninguna razón para ello... Entonces, ¿por qué?

Se lo tenía que preguntar...

—¿A qué viene todo esto ahora? —lo solté, mientras me apoyaba en la puerta de
aquel pequeño habitáculo.

—Es que... nunca te habías portado así conmigo...

—¿"Así" cómo?

—Pues... lo que pasó esta mañana... Tú nunca me habías tratado de esa manera,
y nunca me habías dicho cosas así... Y ahora te vas por ahí sin avisarme...

Más o menos lo que me imaginaba. Aunque seguía sin cuadrarme, porque eso me
lo había dicho antes de que lo hiciéramos en el sofá...
Me estaba empezando a doler la cabeza.

—Rocío... Mejor hablémoslo en casa. Mira, voy para allí y...

—No —dijo, interrumpiéndome—. Quédate con tus amigos todo el tiempo que


necesites. Y haz lo que tengas que hacer... Ya mañana hablaremos lo que
tengamos que hablar.

Esa última frase me hizo abrir los ojos como platos. Lo sabía, lo tenía que saber.
"Haz lo que tengas que hacer". ¿Qué hiciera qué? ¿Follarme a quien me quisiera
follar y que luego volviera a sus brazos? Lo tenía que saber... ¿Cómo? Ni puta
idea... Pero esa propuesta no era nada normal viniendo de ella. ¿Tal vez estaba
sobreestimándola? Rocío nunca fue de las que hablan con doble sentido, o de las
que te hacen leer entre líneas cuando te quieren decir algo... Aunque... ¿cómo iba
a saber yo con qué Rocío estaba hablando en ese momento? ¿Con la mía, con la
que conocía como a la palma de mi mano? ¿O con la nueva, con la guarra
asquerosa que se tiraba a su amigo de la infancia en mi propia casa? Imposible
saberlo...

Lo que sí sabía era que ya no quería seguir hablando.

—De acuerdo. Igual no voy a llegar muy tarde.

—Seguramente me pillarás dormida, salvo milagro.

«O follando con tu amigo», pensé.

—Bueno, no te despierto. Mañana hablamos.

—Te qui... Te amo, Benja.

—Vale... Buenas noches —cerré, y colgué.

Guardé el móvil y volví a agachar la cabeza. Me senté en la taza, sin siquiera


pararme a observar si estaba sucia o limpia, y me quedé un largo rato pensando
en todo. En Lulú, en Rocío, en los pedazo de cuernos que calzaba... y en Clara.

—¡Clara! —exclamé en voz muy alta.

Me había olvidado por completo de ella, y ya había pasado más de una hora desde
la última vez que la había visto. Me levanté como una exhalación y salí del baño
esquivando a la multitud como mejor pude. Una vez fuera, volví a sacar el móvil y
marqué el número de Clara. Me arrepentí enseguida de haber salido del servicio,
porque nuevamente me iba a encontrar incapaz de poder escuchar nada. Por
suerte, un par de metros a la izquierda, me di cuenta de que había otra puerta.
Tenía un cartelito que ponía "no pasar", pero me importó un pimiento y la abrí
igual.

—¿Benny? ¿Hola? —contestó Clara.


—¡Cierra la puta puerta, gilipollas!

Levanté la cabeza, sorprendido por el agravio, y allí vi a Elías, el amigo de Clarita,


con la cara rojísima y sudada. Justo delante de él, había una mujer ligeramente
inclinada hacia adelante y con la falda remangada hasta la cintura. El baño era
pequeño, quizás era un reservado para minusválidos, así que no pude ni dar un
paso hacia dentro antes de comerme ese portazo que casi me revienta la nariz.

—¿Estás ahí? ¿Benny?

—¡Espera, voy fuera, que aquí no te oigo nada! ¡Ahora te llamo!

—¡Vale!

Fui rápido, y apenas un minuto después ya estaba en la puerta del pub.

—Vaya, no tardaste nada —me dijo la mismísima Clara una vez llegué a la calle.

—¡Ostras! ¿Qué haces aquí?

—Salí un rato a tomar el aire —rio—. Lo cierto es que me agobia un poquito este
lugar a partir de ciertas horas... ¿Y tú? ¿Dónde estabas?

—Pues... Me encontré con unos amigos y me olvidé de todo... —mentí—. Sí, lo sé,
soy un asco de tío.

—¿Qué dices? —volvió a reír ella—. Te traje aquí para que te distraigas, y si tus
amigos te ayudaron, ¡yo que me alegro!

—Eres un ángel, Clarita... —sonreí al notar la sinceridad en sus palabras—. ¡Es


cierto! ¡No te vas a creer lo que acabo de ver!

Todavía me sentía asqueado por lo que había presenciado minutos antes, pero
quería comentárselo igual a mi amiga, para que estuviera al tanto de cómo se
manejaban en su grupito de amigos...

—¿Qué? ¿Qué acabas de ver?

—A Elías... en el baño para minusválidos...

—Follándose a Jessica, ¿verdad?

—¡Follándose a...! Espera, ¿era Jessica? ¡No me jodas!

—Así que al final lo consiguió... —rio para sí misma—. Nada, Benny... Ya te lo


contaré por el camino... ¿Me acompañas a casa?

—¿Jessica? ¿De verdad me lo dices?


—Que sí, pasmado —volvió a reír—. ¿Me acompañas a casa o no?

—Sí, por supuesto. ¿No les dices nada a los demás?

—No, déjalos. Brian estará distrayendo a Giovanni ahora mismo... Y lo cierto es


que no me sentiría cómoda viéndolo a la cara mientras la novia está... En fin.

—Pues... sí, tiene sentido. Joder con la chica... Si es que al final son todas...

—¡¿Todas qué?! —vociferó con falsa indignación ella.

—Rebeldes, rebeldes... —respondí yo, incapaz de no seguirle el juego. Su risa era


demasiado contagiosa.

—¡Más te vale! —rio una última ve—. ¿Vamos?

—Vamos.

Se cogió de mi brazo y, todavía riendo, ambos nos pusimos en marcha hacia su


casa.

Ah, ¿que por qué dije que jamás olvidaría las palabras que me susurró Lulú?
Tiempo al tiempo...

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Rocío.

Abrí los ojos y lo primero que hice fue girarme hacia mi derecha en busca de
Benjamín.

No estaba. No había pasado la noche en casa.

Su lado de la cama estaba impoluto, con la sábana intacta y la almohada sin una
sola arruga. Y me enfadé... Sabía que no debía, pero me enfadé de todos modos.
¿Qué más tenía que hacer para que me perdonara? Había dejado que me tratara
como a un trozo de carne el día anterior, había perdonado que se fuera por ahí sin
avisar y, encima, lo había animado a que se divirtiera y que no se preocupara por
mí. ¿Por qué me seguía torturando entonces?

Y lo llamé, vaya que si lo llamé.

—Contesta, cabronazo...

Pero no, no contestó.


Cogí la almohada y ahogué lo que hubiese sido un pedazo de grito contra ella. La
rabia me estaba consumiendo, y estaba a punto de tirar el móvil contra la pared,
pero...

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»...

—¿Dónde coño te has metido? —dije inmediatamente luego de pasar el dedo por la
pequeña pantalla—. ¿Te parece bonito hacerme esto, hijo de...?

—¿Qué? —me interrumpió una voz que no esperaba.

Me aparté el móvil de la oreja y miré la pantalla. No era Benjamín... era Guillermo.

—¿No habíamos quedado a la hora de siempre? —prosiguió, descolocado—. Joder,


¿lo habías adelantado? Me cago en la puta. Te juro que yo...

—Tranquilízate, Guillermo... —lo corté esta vez yo a él—. Creí que eras otra
persona...

—Ah. Pues vaya susto... Ya pensaba que la había cagado de nuevo —rio


tímidamente.

—No... No has hecho nada. ¿Qué querías?

—Confirmar lo de esta tarde... Todavía sigue en pie, ¿no?

No lo tenía del todo claro, sinceramente. Estaba con la cabeza en otro lado y no
sabía si iba a conseguir mantenerme centrada para darle clases al chiquillo ese. No
obstante, sentía que no iba a venirme nada mal abstraerme un poco de todo lo
que me rodeaba. Hubiese preferido otra cosa, pero el crío era lo único que tenía a
mano...

—Sí, Guillermo... Todavía sigue en pie.

—¿Entonces a las cinco?

—Sí, a las cinco. Ahora te dejo, que estoy esperando una llamada —seca, como
nunca.

—¡Espera! —se apresuró a decir él.

—¿Qué quieres? Por dios... De verdad que ahora no estoy para...

—Joder, chiquilla... Qué arisca que te pones a veces... Nunca me pasaste la


dirección de tu casa, no creo que pueda ir si no me la dices. ¡Vaya con la...!

—¡Que vale, joder! Apunta.

—Ni un "lo siento" ni nada, vaya... —suspiró, del otro lado—. Venga, dime.


—Avenida del Príncipe, número 22, 7º C. No vengas antes de la cinco, porque no
pienso abrirte la puerta.

—Vale... Allí estaré.

—Adiós.

—Venga.

Sin darle respiro al aparato, volví a marcar el número de Benjamín; que siguió sin
cogérmelo.

—¡Hijo de la gran puta! —grité entonces, sin contenerme—. ¡Alejo! ¡Alejo!

Ya me daba todo igual.

—¡Alejo! ¡Alejo! ¡Alejo!

Todo me daba igual.

—¡ALEJO!

La puerta se abrió del golpe mostrándome a un agitado, despeinado y perdido


Alejo.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! —me preguntó apenas me vio.

—Ven aquí.

—¿Qué? ¿Pero...?

—¡Ven aquí, joder!

Dubitativo, se acercó a mí y se me quedó mirando con desconfianza. Ni le pedí


permiso: fui a lo que fui.

 —¡Ey, ey! ¿Qué hacés?

Mientras seguía preguntándome qué me pasaba, metí la mano por la delantera de


su pantalón corto y le saqué la polla. Sin darle tiempo a reaccionar, comencé a
chupársela con una voracidad que ni me sorprendió.

—¿De verdad te pusiste a gritar como una enferma por esto? No me lo puedo
creer...

Lo ignoré y seguí comiéndosela como si la cosa no fuese con él. Era simple
despecho, sí. No podía insultar a Benjamín, tampoco podía pegarle ni tirarle cosas,
así que opté por hacer lo único que se me ocurría que me haría sentir bien
conmigo misma.
Al cabo de unos diez minutos, lo solté y me abrí de piernas en la cama delante de
él.

—Vamos, haz lo tuyo —le ordené.

Tras unos segundos observándome fijamente con una ceja levantada, Alejo se
agachó en el lugar y hundió su cara en mi entrepierna.

—Eso es... ¡Mueve bien la lengua!

Mientras el chico me lameteaba toda, por dentro maquinaba mil venganzas para
hacer sentir a Benjamín como la última de las mierdas del universo. Ya no me
interesaba intentar convencerlo para que aceptara a Alejo, ahora me moría de
ganas por obligarlo a hacerlo. Yo sabía mejor que nadie lo que disfrutaba ese
mamonazo de la nueva Rocío, y que no le resultaría fácil separarse de ella, por
muy humillado que pudiera llegar a sentirse. Y me daba igual tener que barrer el
suelo con su hombría, él se lo había ganado. Yo había puesto todo de mi parte y a
él se la había sudado, por eso ahora iba a pagar.

—¡Más rápido! ¡Quiero correrme, joder!

Cuando me estaba imaginando la cara del gilipollas de Benjamín luego de


enterarse de mi embarazo, Alejo se abrazó a mis piernas y aumentó la velocidad y
precisión de cada lengüetazo. Y yo comencé a gemir con más fuerza, disfrutando
de cada caricia que me propiciaba el también gilipollas de mi amante.

—¡Ahora sí! ¡Ahora sí! ¡Vamos, Alejo!

Ahí lo tenía, ya llegaba; me encontraba al borde de un nuevo orgasmo cortesía de


este chico que no había hecho más que traer problemas a mi vida... Su mentón ya
estaba completamente empapado con mis fluidos, y yo quería darle más, ahogarle
la boca para que se diera cuenta quién mandaba ahí.

—¡Sí! ¡Joder! ¡Sí!

—No.

—¿Qué? ¿No? ¿Por qué no?

Pues sí, no... Alejo se detuvo en el acto, se puso de pie y se marchó de la misma
forma que había venido, dejándome con el calentón y el clímax aporreando la
puerta.

—¡¿Cómo que no?!

—Ya me escuchaste... ¡No! —gritó desde el pasillo, dejando oír luego un buen
portazo.
Y se me hirvió la sangre. A grito pelado, comencé a desmontar toda la cama, a
revolear almohadas de un lado para otro, a patear zapatos, ropa sucia y lo que se
pusiera en mi camino.

—¡Gilipollas de mierda! —le grité desde ahí—. ¡Tú también puedes irte a la mierda!
¡No te necesito! ¡No necesito a nadie! ¡Pedazo de cabrón!

No entendía por qué me había dejado así, no tenía ni idea de qué tramaba, pero
me importaba muy poco. En ese momento sólo quería que se muriera. Igual que
Benjamín, igual que Noelia, igual que todos los que me habían soltado la mano.

Con un cabreo de mil demonios, me vestí y, sin recoger el desastre que acababa
de montar, me preparé para afrontar ese día que no podía vislumbrarse más
negro.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 11:04 hs. - Benjamín.

—¡Venga, Benny! ¡Arriba!

Entreabrí un ojo y la luz del sol me hizo cerrarlo de nuevo. Tenía mucho sueño y
quería seguir durmiendo.

—Benjamín, que vamos a llegar tarde al trabajo.

Lo volví a entreabrir, pero esta vez no lo cerré, la imagen que tenía delante era
demasiado impresionante como para ignorarla.

—¿Qué miras? —dijo ella, volteando un poco la cabeza regalándome una bella
sonrisa.

—A ti... ¿Qué sino?

Porque sí... de espaldas a mí, revolviendo en su armario, con sólo un pequeño


tanga de color violeta cubriendo su cuerpo... ¿Qué más iba a mirar si no era a ella?
¿Y más cuando no le importaba pasearse así delante de mí?

—Venga, vístete. Ahí te he dejado unas camisas blancas que creo que te pueden
servir —dijo, señalando al pie de la cama—. Y no me preguntes por qué las tengo,
¿vale? —zanjó, guiñándome un ojo.

Dicho esto, se puso un sujetador a juego con su prenda de abajo, y salió por la
puerta con su ropa de trabajo colgando de un brazo.

Entonces... ¿Que qué hacía yo comenzando el día en la casa de Clara, junto a una
Clara semidesnuda? Pues...
—Ah —dijo de repente, asomándose de nuevo por la puerta—. Vete haciendo a la
idea de que me vas a contar por qué no quisiste irte a tu casa anoche, ¿entendido?
Y también puedes ir pensando en qué le vamos a decir a los chicos cuando los
veamos, porque esos ya deben estar pensando que nos hemos pasado la noche
follando...

—Pues... —dudé.

—Vístete ya, anda. Luego lo hablamos mejor, que pareces un zombi.

Pues eso, que decidí pasar la noche en lo de Clara porque todavía no estaba
preparado para volver a dormir con Rocío. Simplemente por eso. Además de que
tampoco tenía ganas de cruzarme con el otro hijo de la gran puta... Y lo de que
Clara se paseara delante de mí en pelota picada, pues cosa de ella. Habría
decidido que ya nos teníamos la suficiente confianza y que no hacía falta andar
ocultándonos el uno del otro. O eso quería creer, no sé.

Sea como fuere, me vestí lo más presentable que pude, ya que esas camisas me
quedaban un poco holgadas, y fui hacia la cocina a ver si la becaria me ofrecía
algo para desayunar.

—Mira —dijo apenas me vio, con la carita iluminada—. Aquí tienes zumo de
naranja, tostadas y un poco de todo. Elige tú mismo.

—¡Buah! Te lo agradezco infinito, Clara. No te das una idea del hambre que tengo
—respondí con una gran sonrisa mientras ya le echaba el ojo al frasco de nocilla.

—De nada, hombre —rio antes de darle un buen sorbo a su café—. Bueno,
tenemos media hora antes de irnos... ¿Me vas a contar por qué no te fuiste a casa
anoche?

Le debía una explicación, sí. El caso era que me sentía demasiado bien en ese
momento como para traer a escena cosas que sólo lograban ponerme de mal
humor. Además de que no estaba muy seguro de hasta dónde era necesario
contarle...

—Me peleé con mi novia —dije, al fin.

—Bueno... eso ya me lo imaginaba —dijo ella, entre risas.

—Pues eso.

—¿Ya está? ¡Venga, Benny! Que hay confianza...

No quería contarle que era un cornudo... Y no porque no confiara en ella, sino


porque uno tiene su orgullo y... eso.

—No puede ser tan grave, ¿no? —añadió.


—Hombre... el fin del mundo no es, pero...

—Vale... —volvió a sonreír de pronto—. Ya no hace falta que digas más.

—¿Por qué? —pregunté yo, sorprendido.

—Porque sólo hay una cosa que a un hombre le cueste mucho contar cuando se
trata de una pelea de pareja.

—¿Qué cosa?

—Además —me ignoró—, tu forma de comportarte ayer, que aceptaras por fin
venir conmigo a tomar unas copas y...

—¿Y qué?

—Que hayas estado tan receptivo conmigo estas últimas horas... —cerró,
esquivando un poco mi mirada... con una timidez un tanto coqueta.

No terminaba de asociar todo eso que me estaba diciendo con que ya supiera lo
que había pasado entre Rocío y yo, pero que mencionara aquello me hizo acordar
de golpe que la noche anterior nos habíamos vuelto a besar.

—Tu novia te puso los cuernos, ¿verdad?

¿Había algo que se le pudiese ocultar a la muchacha esa? Ya no valía la pena


seguir esquivando el bulto...

—Sí —confirmé.

—Menuda guarra... —dijo ella, enseguida, sin perder la tranquilidad.

—Pues sí...

—¿Con el tío ese que metiste en tu casa?

—Sí, con el tío... —me detuve y la miré a los ojos—. Oye, ¿y tú cómo sabes eso?

—Jessica —rio tímidamente—. Y me lo dijo ayer, justamente.

—¿Hay algo que se te escape, Clarita? —reí yo también—. Es que lo sabes todo,
caray. ¿Llegaste a todas estas conclusiones ayer mismo?

—Bueno, ya te dije que algo me olía, pero lo terminé de confirmar cuando me


pediste pasar la noche aquí.

—Ya, claro...

—Ya te lo dije ayer, Benny, para mí eres como...


—Como un libro abierto, ya.

Curiosamente, no me sentía tan mal cómo me había imaginado. Clara me


inspiraba demasiada tranquilidad, demasiada confianza... A pesar de haber
reconocido que otro tío se estaba follando a mi novia, mi orgullo como hombre
seguía intacto. En ningún momento intentó recordarme lo ingenuo o gilipollas que
había sido, o achacarme que si hubiese tomado otras decisiones la cosa habría
resultado de otra forma... Ni siquiera me había pedido detalles del asunto. No, su
única intención era animarme, y yo no podía estar más dispuesto a dejar que lo
hiciera.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Lo sabes, ¿verdad?

—Gracias, Clara... pero no puedo seguir evitándola mucho tiempo más.

—Supongo que no...

Con toda la ternura del mundo, Clara puso su mano encima de la mía, que había
permanecido sobre la mesa en todo momento. Ese simple gesto, por alguna razón,
me hizo vomitarlo todo.

—La otra noche... —tragué saliva—, por lo que fuera, por primera vez en mucho
tiempo me levanté de madrugada para ir al baño...

—Benny, no tienes que... —intentó detenerme.

—Entonces, en pleno pasillo, algo me hizo... —seguí, sin hacerle caso—. No, algo
no, nuestra gata Luna... Nuestra gata Luna, por más extraño que te parezca, me
llevó hasta ellos, a que los viera cómo follaban en el balcón...

—Benny...

—Me quedé un rato viéndolos... Intentando entender... Intentando recordar ese


momento en el que la había empujado a los brazos de ese tipo... Intentando sentir
también... Intentando sentir algo, lo que fuera... Pero nada, ni una cosa ni la
otra... Eso sí, todos los detalles que había dejado pasar, ya fuera porque confiaba
en ella o por no querer pensar en lo peor, me vinieron todos juntos a la cabeza,
haciéndome sentir como un verdadero inútil, como un trozo de mierda sin valor
alguno...

—No —me cortó ella, y me apretó la mano con mucha fuerza—. No digas eso,
¿vale? No eres ningún trozo de mierda sin valor, eres el hombre más maravilloso
que he conocido jamás.

Nos quedamos en silencio. Ella, tranquila y con un gesto tan amoroso como
tranquilizador, y yo... pues estupefacto.

—Clara...
Y otra vez esas ganas de querer estar a la altura de las circunstancias, de querer
corresponder al esfuerzo que ella sola, sin que nadie se lo pidiera, estaba poniendo
para que yo no cayera en las garras de la depresión...

—Clara... —repetí.

Mi cuerpo se movió solo. Era imposible resistirse a tanta bondad, a tanta empatía
por parte de un ser tan perfecto como Clara... Por eso me acerqué, la sujeté de los
hombros, y esta vez no iba a permitir que ningún incordio volviera a interrumpir
nuestra unión.

—Es tu culpa... —dije yo, cuando por fin logré separar mis labios de los suyos.

—¿Mi culpa por qué? —preguntó ella, con una voz apenas audible, ruborizada a
más no poder.

—Porque me estás haciendo sentir cosas que hacía mucho tiempo no sentía...

No respondió. La lanzada y desinhibida Clara no respondió. Aunque tampoco hizo


falta que lo hiciera. Las palabras sobraban ahí.

No nos volvimos a besar, ya se nos hacía tarde para el trabajo, pero ambos
sabíamos que difícilmente las cosas iban a volver a ser como antes entre
nosotros... Algo había nacido ahí, y no dependía ni de ella ni de mí decidir hasta
dónde iba a crecer. El tiempo era el que diría, y nuestras acciones sólo lograrían
acelerar o ralentizar el proceso.

No hablamos más esa mañana. Ambos nos terminamos de preparar y salimos para
el trabajo.

Eso sí, el día no había hecho más que comenzar.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:08 hs. - Alejo.

—Con permiso.

—Llegas ocho minutos tarde.

—Lo siento, creía que sería más fácil moverse por el centro.

—Te pienso cobrar la hora completa. Avisado quedas.

—Que sí, que sí...


El momento había llegado. El pendejo llegó a casa como estaba previsto y ya
estaba todo dado para culminar la transformación final de Rocío. Y para eso iba a
tener que convertir esa tarde de estudios en una velada llena de sexo y puterío.
Tarea más que fácil tal y como estaban dadas las cosas.

Aunque primero, obviamente, iba a tener que presentarme como era debido.

—¡Buenas! —grité, después aparecer muy contento delante de nuestro invitado.

—Eh... ¡Hola!

El chico, que todavía estaba sacando las cosas de su mochila para comenzar a
estudiar, se puso de pie y me ofreció la mano, la cual apreté gustosamente. En
esos cuatro segundos que duró el saludo, tuve tiempo de observarlo bien, y sobre
todo de entender los motivos por los que le había resultado tan fácil garcharse a
Rocío.

—¡Guillermo! ¡Encantado! —dijo después, sin ningún tipo de vergüenza,


demostrando bastante madurez para la edad que tenía.

No había exagerado para nada nuestra putita... El pibe era un pedazo de potro.
Decían que tenía 17 años pero aparentaba 35. Era bastante más alto que yo y
tenía el doble de musculatura. ¿De dónde había sacado a semejante mastodonte?

Me giré hacia ella un segundo para lanzarle una mirada cómplice y una arqueada
de cejas, y la conchuda me devolvió el gesto con una sonrisita llena de seguridad y
orgullo. "Mira lo que es un hombre de verdad" era lo que quería decirme. La
conocía como a la palma de mi mano.

—Tú debes de ser Alejo. Rocío me ha hablado mucho de ti —añadió enseguida el


pendejo.

Excelente dato. No recordaba que Rocío me hubiera dicho que le había hablado de
mí al pibe. Aunque enseguida supuse que todo pudo haber sido a raíz de aquella
llamadita que le había hecho mientras estaba con él aquella vez de hacía no
mucho.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué te dijo de mí? —dije yo, intentando indagar más.

—Pues...

—Pues lo que cualquier chica diría de su novio, tontito —se adelantó ella,
poniéndose de pie y agarrándome de un brazo.

—Ah... Sí, claro. ¿Qué más iba a ser, amor? —contesté yo, cazándola al vuelo, y
acto seguido le planté un tremendo beso en los labios.

No le gustó. Si bien el chico se tomó la escenita con humor, Rocío me soltó un


seco "contrólate un poco" para después desaparecer por el pasillo.
—Ve preparando lo de matemáticas, que ya voy —gritó desde lo lejos.

—¡Entendido!

Estuvimos un rato en silencio luego de eso, yo con mi birra en la mano y él


haciendo no sé qué mierdas en una hoja en blanco. De vez en cuando levantaba la
mirada y me sonreía, como tratando de que no hubiera tanta incomodidad. O sea,
no la había, pero era el típico silencio molesto que se forma entre dos personas
que no se conocen. A mí me daba lo mismo, era él el que intentaba que no se
notara. Aunque demasiado para mi gusto, porque llegó a hacerlo más de tres
veces en cinco minutos, y de una forma que en un momento empezó a romperme
las pelotas... Algo así como... como si me estuviera sobrando.

Y claro, caí.

—¿Te creés que tenés la sartén por el mango, nene? —le solté de golpe.

—¿Perdona? —dijo él, levantando la cabeza, algo confuso.

—¿Vos te pensás que soy el típico cornudito al que se le garchan a la mujer sin
que él sepa una mierda?

No dijo nada, y su carita de nene bueno se tornó seria de repente.

—Acá no pasa nada sin que yo me entere, Guillermito. Y te lo digo para que no te
creas el rey del mundo solamente porque te empomaste un par de veces a Rocío.

—Para el carro —dijo entonces—. ¿De qué vas?

—De nada, nene, está todo bien. Pasa que no voy a dejar que vengas a mi casa y
me mires por encima del hombro

—Yo no te estaba miran...

—Guillermito —lo corté—, ¿sabés la cantidad de mujeres emparejadas,


comprometidas y casadas que me cogí? Incluso cuando era así un pendejito como
vos, y yo también iba a sus casas y me les cagaba de risa en la cara a los
cornudos que vivían con ellas. Pero, ya te digo, eso cuando era un pendejito
boludo como vos. Cuando vas creciendo, aprendés a comportarte delante de la
gente.

Se quedó callado de nuevo. Lo había agarrado donde se creía inmune y no pudo


decir nada más. Aunque no se terminó ahí la conversación.

—Entonces... —volvió a hablar al cabo de un rato—. Entonces... ¿eres de esos?

—¿De esos qué?


—De los que... ya sabes, de los que les pone que otros se follen a su novia. Quiero
decir... si sabías lo que pasó entre Rocío y yo... ¿por qué...?

—¿Por qué no te cagué a trompadas todavía y te saqué a patadas de mi casa? ¡Ja!


—la seguí yo, casi sin poder aguantar la risa—. Primero, porque creo que no podría
con vos en un mano a mano. Y segundo, porque ya te dije que acá no pasa nada
sin que yo lo sepa.

—Pues por eso, entonces sí eres de esos...

—No, Guillermito, no soy de nada yo. Rocío vive su sexualidad como yo vivo la
mía: sin ataduras. Yo no voy diciéndole a quién se tiene que curtir y a quién no,
¿me entendés?

—Supongo que sí... Son liberales de esos.

—No le pongas nombre, es una boludez eso. Disfrutamos la vida como mejor
podemos. Punto pelota. Disfrutadores podés llamarnos si querés.

—Vaya...

Por más que pudiera parecer que me había dolido que me tratara como a un
cornudo infeliz, lo que estaba haciendo ahí era poner los cimientos de lo que
estaba a punto de construir esa misma tarde.

Y con todo ya más que dispuesto, sólo me faltaba saber si el verdadero corneta iba
a venir a cagarme los planes. Y la única que podía saberlo con seguridad era
Rocío.

Dejé al pibe, todavía pensando, en el salón, y me fui a buscar a la guarrita.

—Golpea la puta puerta, gilipollas —me dijo apenas entré en su habitación.

—Tremendo galgo te montaste, hija de puta.

—Cierra el pico, que te puede oír.

—¿Y? Recién hablé con él, ya sabe que yo sé todo —le confesé. Se quedó dura un
par de segundos y después sacó la cabeza del armario.

—¿Qué coño le has dicho? —dijo con el ceño re contra fruncido.

—La verdad. Bueno, la verdad siguiendo tu jueguito ese de que somos novios... Le
dije que somos una pareja liberal y que acá la que manda es mi poronga. Ningún
problema, ¿no? —cerré, quedando a esperas de su reacción, que fue inmediata.

—¡Ja! El señorito no podía soportar que le pusieran la etiqueta de cornudo, ¿no? Ni


siquiera un chico al que, como mucho, vas a ver una vez por semana, y no por
mucho tiempo.
—¿Y qué más te da a vos? En definitiva, te estoy facilitando las cosas. Te lo vas a
poder garchar cuando quieras y las veces que quieras sin que el pibe pregunte
demasiado.

—Eso a ti no te incumbe —contestó ella, y volvió a meter la cabeza en el ropero—.


Espero que no le hayas dicho nada de Benjamín.

—No, ¿qué le voy a decir de Benjamín? Si en esta historia no pinta un carajo.


Claro, siempre y cuando no aparezca una tarde de estas y te encuentre empalada
por el pendejo.

Se la dejé picando, esperando que resolviera mi duda de una vez; pero Rocío se
había convertido en una impresionante caja de sorpresas.

Sacó la cabeza del armario de nuevo, me sonrió y me tiró a las manos un montón
de ropa interior revuelta.

—Elige —me dijo entonces, sin dejar de sonreír.

—¿Que elija qué? —le respondí, algo perdido.

—El juego de lencería que quieres que me ponga.

—¿Y para qué?

—¿Cómo para qué? Pensé que te haría ilusión decidir lo que voy a tener puesto
cuando Guillermo me folle esta tarde.

Me quedé mirándola con cara de pelotudo. No me la esperé jamás, para nada. Y


tardé mucho en reaccionar, tiempo que ella aprovechó para seguir contándome
sus planes para ese día.

—¿Qué pasa? ¿No tenías tantas ganas de que me lo volviera a follar? Pues deseo
concedido. Es más, ya lo tenía decidido antes de que vinieras a dártelas de
machito todopoderoso, lo que no tenía muy claro era si traerlo aquí o quedarnos
en el salón; pero, con lo que me acabas de decir, eso ya no es algo que me
preocupe. Lo haremos estés tú delante o no. Así que, venga, elige.

Me costó, pero al final lo entendí: despecho puro y duro. Ya me extrañaba que se


le hubiese pasado tan rápido el tremendo enojo de antes. Estaba claro que mi
desplante de esa mañana le había dolido de verdad y esa era su forma de
vengarse. Y yo no podía estar más encantado. Eso ya dejaba todo listo para que
diera comienzo la fiesta.

—¿Y qué vas a hacer si vuelve tu novio? —dije, tirando sus prenditas encima de la
cama.

—No va a venir. Recién me mandó un mensaje diciéndome que pasó la noche en la


casa de un amigo y que de ahí se fue directo a trabajar.
«Cartón lleno».

—Bueno, hacé lo que quieras, yo me voy a encerrar en mi cuarto. Tratá de no


hacer mucho ruido.

Ni se molestó en contestarme, y entendí que yo ya no tenía nada más que hacer


ahí. Pocas veces la había visto tan decidida a hacer algo, así que no tenía que
preocuparme por nada.

Y ya sólo quedaba esperar... Esperar pacientemente en mi cuarto a que fuera la


hora de volver a intervenir.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:25 hs. - Rocío.

—Ya estoy aquí. ¿Qué tienes hoy?

—Eh... lo mismo de la semana pasada, supongo.

—Pues, venga, a ello.

Una hora y media nos quedaba antes de que Guillermo tuviera que irse. Y no me
podía permitir malgastar ese tiempo pensando en estupideces. Había venido a
estudiar, y eso es lo que íbamos a hacer.

—¿Es verdad? —dijo, de pronto.

—¿El qué?

—Que tu novio y tú tienen... pues eso, una relación abierta.

—Veo que estuviste hablando con el gilipollas ese de cosas que no te incumben.

—Un poco, sí —se rio—. Aunque el tema lo sacó él, no yo.

—No tienes que jurármelo.

—Entonces... ¿es verdad? —insistió.

—Joder... ¿Por qué tanto interés?

—Pues... no sé, me sorprende un poco —respondió, arqueando las cejas y mirando


al suelo.

—¿Estás decepcionado o qué?


—¡No! No es eso —se apresuró a aclarar, todavía algo nervioso—. Es que... no me
cuadra mucho con lo que he visto de ti hasta ahora.

—¿Y por qué no? ¿No hemos follado ya varias veces?

—Sí, ya... Pero lo que me costó que te abrieras... O sea, de mente... Tú ya me


entiendes.

—¿Me hablas en serio? —dije yo entonces, sin perder la calma—. ¿Y cómo te crees
que funciona esto? ¿Viene un tío con ganas de follarme y yo me dejo sin más? No,
guapito, esto es como todo; si me quieres, tienes que ganarme.

—¿Eso quiere decir que yo te gané? —volvió a sonreír.

Estudiar, sí, o eso creía... Me iba a resultar muy difícil tal y como estaban dadas
las cosas. El anormal de Alejo había encendido la llama y a saber cómo iba a hacer
para que el chaval se concentrara en lo suyo... Que sí, que le había dicho al otro
que me lo iba a follar; pero había sido más charlatanería que otra cosa. No me
hacía mucha gracia la idea de acostarme con Guillermo en mi propia casa, por
mucho que antes me hubiera quedado con un calentón del diablo.

—Tú no has ganado nada todavía, chavalín. Te queda mucho camino por recorrer.

—¿De verdad?

—Sí.

Guillermo, suponía que envalentonado por el tono que había tomado la


conversación, se deslizó sobre el sofá en forma de 'L' que decoraba nuestro salón,
y quedó a muy pocos centímetros de mí.

Exactamente como pensaba, lo de estudiar igual iba a tener que quedar para otro
día...

—¿Y me dejarás recorrerlo? —dijo, mirándome así de cerca.

—Tú te flipas demasiado a veces, ¿no crees? —le contesté yo, sin moverme ni una
pizca.

—¿Y a ti te parece que habría llegado tan lejos si no fuera así de flipadito?

Así mientras hablaba, levantó una mano y la dejó sobre mi muslo desnudo. Yo
llevaba un vestidito veraniego y, de alguna manera, estaba a su merced para
ciertas cosas. Aunque no tenía intención de ceder con tanta facilidad...

—Ya te he dicho que todavía te falta mucho.

—Pues no sé qué puede haber más allá de aquí... Yo me siento en la luna ahora
mismo.
Curiosamente, aquello no era simplemente una metáfora, porque lo decía mientras
la manita avanzaba lentamente bajo de mi vestido. Debo decir que me sorprendió
que no se aventurara directamente hacia el premio final. Quiero decir, lo hubiese
frenado inmediatamente y ahí hubiese encontrado la excusa perfecta para
terminar con todo eso de una vez; sin embargo, al moverse con tanta lentitud, con
tanta paciencia... como que hizo reaccionar a mi cuerpo. Y, en fin, ya me había
aguantado demasiado para un solo día...

—¿Vas a seguir hablando tonterías o me vas a besar de una vez?

La carita se le iluminó y su respuesta fue inmediata: un beso tan rápido y fuerte


que me tumbó de espaldas sobre el sofá. Me cogí de su nuca y recibí aquel morreo
con muchísimas ganas. ¿Estudiar? Bah.

—Quiero hacerte muchas cosas esta tarde —dijo entonces, mientras bajaba por mi
cuello y le daba los primeros achuchones a mi pecho.

—¿Aunque esté mi novio aquí?

—Tu novio ya dijo que no le molesta.

—¿Quieres decir que sólo haces esto porque tienes su permiso?

—Buen intento —sonrió de nuevo, justo cuando se disponía a subirme la blusa—,


pero esa carta sólo te serviría si esta fuera la primera vez que te voy a follar.

—¿Y quién te ha dicho que voy a dejar que me folles? —pregunté yo, sin poder
evitar soltar un pequeño suspiro al sentir como la mano de antes se aproximaba a
mi calorcito.

—Eso no lo decidirás tú, lo decidirá tu cuerpo.

Dicho aquello, apresuró su mano debajo de mi vestido, y me quedé


completamente sin habla cuando sus dedos hicieron contacto con la hinchada
colina que se formaba por encima de la braguita que había elegido exclusivamente
para él.

—¿Lo ves? Tu cuerpo es mucho más sincero que tú.

Pues sí, lo era, porque apenas se puso a jugar sobre aquella zona, mi respiración
se aceleró y los gemidos comenzaron a salir por sí solos. Me jodía tener que ceder
ante las caricias de aquel criajo con tanta facilidad, pero estaba increíblemente
cachonda.

La culpa era suya, sólo suya...

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:40 hs. - Alejo.


 

Salí de la pieza aproximadamente quince minutos después, básicamente con la


idea de poner un poco la oreja para ver qué carajo estaba pasando. Gratísima fue
mi sorpresa al escuchar los suspiros de la puta de Rocío. Aunque todavía no me
podía entrometer, tenía que dejar pasar un poco más de tiempo. Y tampoco podía
asomarme... No quería correr el riesgo de arruinar el ambiente. Por eso, me apoyé
contra la pared del pasillo y me quedé escuchando lo que pasaba al otro lado.

Fueron unos cinco minutos seguidos de suspiros y respiraciones agitadas, hasta


que por fin decidieron darme alguna pista de lo que estaba pasando.

—Cómemelo ya —dijo ella, con su típica voz de perrita en celo.

—¿Ahora tienes prisa? —le contestó el pendejo, con un deje de soberbia.

—Que me lo comas ya, puto niñato.

—¡Vale, vale! Joder, qué carácter...

No pude evitar reírme al escucharla. Y no porque me hiciera gracia la situación,


sino por el hecho de que fuera culpa mía que ella se portara de esa manera.
Porque esa cerdita que le estaba ordenando al pibe que le chupara la concha, era
mi creación. Y el orgullo que sentía por semejante logro apenas me cabía en el
pecho.

—Ah... Ah... Ah... La lengua, Guillermo... Mueve más la lengua...

—¿Así?

—Sí... ¡Joder! Así... ¡Dios! Usa los dedos también... Méteme algún dedo, por
favor...

E, inevitablemente, terminó poniéndoseme dura. Todo mi ser me pedía intervenir


de una puta vez, pero todavía no era el momento, tenía que esperar un poco más,
y también que la recompensa iba a valer la pena.

—¿Qué haces? ¡No pares ahora, gilipollas! —dijo ahora ella, bastante alterada.

—Déjame quitarme los pantalones, joder, que me están haciendo doler la polla
que no veas.

—Acuéstate, anda.

Me causaba gracia escuchar cómo el pendejo trataba de imponerse, y cómo todo el


rato terminaba con Rocío dándole las órdenes a él. Si bien el chico aparentaba más
edad y experiencia de la que tenía, se notaba que todavía no estaba preparado
para una mujer como esa. Y también dudaba mucho que pudiera estar a la altura
de lo que significaba satisfacerla sexualmente.
Volviendo a la escenita, de pronto se hizo otro silencio, durante el que supuse que
se estarían poniendo en posición para hacer un sesenta y nueve. Cosa que se
confirmó al poco rato cuando ella empezó a ahogar sus gemidos con, lo que
evidentemente era, la pija de Guillermo.

—Quiero correrme ya... —dijo entonces Rocío.

—Dame un respiro, tía... Además, así es más difícil.

—Por eso no tenías que detenerte antes, tonto del culo.

—¿Por qué no te callas y me dejas que lo haga a mi ritmo?

—No sirves para nada...

Estaba aguantando la respiración para no cagarme de la risa. El pibe estaba


poniendo todo de su parte, pero seguía sin alcanzar. Y Rocío le respondía como su
nuevo instinto le decía que lo haga... De verdad que lo digo, me sentía
tremendamente orgulloso de ella, y tenía unas ganas inmensas de entrar ahí,
empujar al retardado ese y darle a mi reina la garchada que se merecía.

—Buah... Déjalo —volvió a hablar Rocío, al cabo de otros cinco minutos—. Vamos
a follar ya.

—Vale... —respondió un ahora bastante inhibido Guillermo.

—A ver si así respondes de una jodida vez...

Pasaron otro par de minutos en silencio, hasta que por fin sonó aquel suspiro de
alivio tan característico en Rocío...

—Mmm... ¡Aaahhh!

Y esa era la señal... La señal para que yo entrara en escena.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Rocío.

Ya me había cabreado, y harta de la torpeza de Guillermo, me saqué su pene de la


boca y giré mi cara para que viera en primera plana mi cara de decepción.

—Vamos a follar ya.

—Vale...

—A ver si así respondes de una jodida vez...


¿Qué coño le pasaba? ¿Tanto respeto le daba estar en un lugar que no conocía?
Parecía un puto virgen. Era inentendible, mucho más después de las buenas
folladas a las que me tenía acostumbrada.

Pero, en fin, estaba demasiado cachonda y tenía muchísimas ganas de correrme


como para parar ahí. Ya casi no había morbo en la situación, y la imagen que tenía
del chico había quedado bajo el sofá, pero no me importaba, porque lo único que
necesitaba de él en ese momento era su polla lista para darme lo mío. Además,
quería que el gilipollas se Alejo escuchara como me follaban bien follada.

Así que, haciendo todo lo posible para no ver la cara de crío asustado que me traía
Guillermo, me monté de espaldas hacia él y me enterré, centímetro a centímetro,
su ardiente pene.

—Mmm... ¡Aaahhh!

Menos mal que el chiquillo seguía duro como una piedra, porque no sé si hubiese
podido soportar también que me viniera con problemas de virilidad...

En fin, el caso es que me mentalicé para tratar de disfrutar aquella follada lo


máximo posible, y comencé a saltar sobre él como si no hubiera un mañana.

Lo que no me esperé nunca fue lo que sucedió a continuación...

—¿Qué coj...? —dijo Guillermo, que se había quedado igual de anonadado que yo.

—Vos seguí a la tuya, pendejo, que acá los mayores tenemos cosas importantes
que tratar —le contestó Alejo, que había aparecido por el arco del pasillo, desnudo
de cintura para abajo.

Tras decir aquello, se quedó quieto delante de mí, mirándome un buen rato con
esa sonrisa suya de superioridad que tanto me irritaba. Y yo no me lo podía creer,
porque era lo último que me esperaba que hiciera.

—Chupala —me dijo, acercándome la polla a la boca, luego de varios segundos


aguantándonos las miradas.

—Flipas —le respondí, con cara de asco, cuando logré salir de mi asombro.

—Yo no soy el boludito ese, eh. Abrí la boca y chupámela.

—En tus sueños, imbécil.

—Vas a abrirla, Rocío. Vas a abrir la boquita y me la vas a chupar.

—¡Que no voy a abrir...!


Me detuve en seco porque algo llamó mi atención. Algo que estaba debajo de mí...
Algo que estaba dentro de mí. Sí, el pene de Guillermo se estaba deshinchando, y
justo en el peor momento posible.

—¿Guille? —le dije, volviéndolo a mirar a él.

—Si es que te quedas quieta... Yo desde aquí abajo no puedo hacer mucho.

Claro, no me había vuelto a mover ni un milímetro desde que había aparecido


Alejo, y el idiota estaba demasiado inhibido como para cogerme de la cintura y
obligarme él mismo a que siguiera cabalgándolo.

—¿Qué pasa, princesita? ¿Por qué no seguís saltando sobre el pibe? ¿Te molesto
acá?

Quería correrme, y quería correrme mucho, pero no me daba la gana que ese tío
se pusiera a pasarme la polla por la cara mientras me follaba al crío. Por eso, de
pronto me vi en la situación de tener que elegir entre mi orgullo o mi gozo. Era
ceder ante Alejo y otorgarle una victoria que sentaría varios precedentes, o
terminar todo aquello ahí y dejarlos a los dos idiotas tirados con sus pollas flácidas
en la mano.

Sin embargo, de repente todas las piezas encajaron en mi cabeza.

—Eres un hijo de puta... —le dije.

Todo tenía sentido ya. Todas esas preguntas sobre mis encuentros con el crío,
toda la insistencia en que me lo volviera a follar, la comida de coño interrumpida
aquella mañana... Todo había sido hilado perfectamente para que la cosa llegara
hasta ese punto en el que nos encontrábamos en ese instante. Todo calculado con
meticulosidad para llevarme al primer trío de mi vida. Lo había vuelto a hacer,
había vuelto a jugar conmigo, y yo pisé cada palito que él puso delante de mí.

Ya no hacía falta que me metiera la polla en la boca para herir mi orgullo... Ya lo


estaba, y diría que de muerte... Y no pude evitar esbozar una sonrisa de
resignación cuando lo volví a mirar a los ojos. Había querido hacerme la fuerte, la
decidida y la que iba a manejar mi vida sin que nadie me dijera cómo hacerlo, y,
aun así, Alejo, con tan sólo aparecer desnudo delante de mí mientras trataba de
vengarme de él, se había encargado de que todos mis esfuerzos parecieran un
juego de niños.

Me sentía increíblemente derrotada, y ya no pude encontrar otra excusa para no


tener que ceder ante él. Total, ¿para qué? Él lo orquestaba todo, y cualquiera cosa
que hiciera yo iba a quedar en la nada si le daba la gana a él. Por eso mismo abrí
la boca y dejé que empujara su polla todo lo adentro que quisiera, por eso mismo
reanudé las subidas y bajadas sobre el rabo del chaval... Y por eso, con alguna
que otra lagrimilla comenzando a caer sobre mis mejillas, traté de vaciar mi
cabeza de cualquier cosa que no tuviera que ver con ese trío que estaba a punto
de montarme.
La victoria era suya, sólo suya...

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:45 hs. - Benjamín.

Luego de un comienzo de día de lo más gratificante, y a la vez increíblemente


extraño, la jornada laboral estaba saliendo mejor de lo que me había imaginado en
un principio. Había conseguido abstraerme de los problemas de mi vida y estaba
logrando que el trabajo saliera con facilidad y sin ningún tipo de inconvenientes.
Obvio que Clara, con quien ya me entendía a la perfección, también estaba siendo
de gran ayuda para ello.

Increíblemente, en esos instantes sentía que esa oficina era mi nuevo lugar en el
mundo.

—Venga, un último esfuerzo, que ya viene el descanso —me dijo, sonriente, desde
su silla.

—Sí, gracias al cielo —dije, soltando un sonoro suspiro.

Sin embargo, más allá de lo bien que estaba saliendo el día, algo me tenía
intranquilo... y era que Lulú no había dado señales de vida en toda la tarde. Y me
tenía intranquilo porque no sabía cómo se había tomado lo de la noche anterior. Si
bien lo de irse cuando llamó Rocío fue cosa de ella, algo adentro me decía que me
había portado como un imbécil. Y por eso quería hablar con ella para, por lo
menos, pedirle disculpas...

Saqué varias veces el teléfono y amagué con enviarle un mensaje, pero en todas
me terminé arrepintiendo. No lograba decidirme si forzar las cosas o dejar que
fuera el tiempo el que la volviera a poner delante de mí...

En eso estaba, cuando...

—¡Benjamín! —me sorprendió una voz desde la distancia.

Luciano, al que llevaba sin ver varios días, apareció por la puerta junto a ¿quién
sino? Sebastián.

—Hombre, Lucho. ¡Sebas!—dije, levantándome y dándoles un abrazo a ambos—.


¿Qué les trae por aquí?

—Nada, estábamos terminando unas cositas cuando de golpe nos acordamos de tu


existencia. ¿Te vienes a la cafetería con nosotros?

—Venga, va —dije, al instante—. Que hace días que no nos juntamos. ¿Te vienes,
Clara?
—Eh... —me miró, algo sorprendida—. ¿Seguro? No quiero molestar...

— ¡Pero qué vas a molestar tú, muchacha! —se me adelantó Luciano—. Si eres
una de las pocas cosas dignas de ver que hay en esta puta empresa.

—Ya lo dijo él todo —añadí, entre risas.

—Calla, anda... —rio ella también—. De acuerdo, voy.

Fuimos a la misma cafetería de siempre. Bueno, a la que siempre íbamos nosotros


como grupo. Y nos sentamos en la misma mesa de siempre. Yo en una esquina,
Luciano y Sebas a mis lados, y Clara en el otro extremo. Cada uno hizo su pedido,
y entonces dio comienzo una sorpresiva charla que, probablemente, iba a ser la
responsable de que mi vida cambiara para siempre.

—Bueno... —dijo Luciano, aseverando el gesto de forma repentina—. Yo creo que


deberíamos ir al grano, ¿no?

—Concuerdo —dijo Sebas.

—¿Qué grano? —respondí yo.

Miré a Clara, buscando algún gesto de complicidad, pero lo que hizo ella fue
agachar la cabeza.

No tardé nada en caer.

—¿Qué has hecho, Clara? —dije, mirando al techo con pesar.

—Pues preocuparse por ti, gilipollas. Que andas por ahí sufriendo en silencio
teniendo dos pedazos de amigos como nosotros —saltó Luciano enseguida, que
parecía bastante cabreado.

—Remarco lo de gilipollas. Y añadiría un "te lo dije" como una casa —añadió


Sebas.

Los miré a ambos, también a Clara, y me dieron ganas de salir corriendo de ahí.
Pero, ¿de qué me iba a servir? Esa gente me iba a perseguir hasta que me dignara
a hablar con ellos del tema...

—Vale, ¿y qué mierda quieren? Bueno, tú ya lo has dicho: "te lo dije". ¿Algo más?
Con lo bien que iba el día... —respondí yo, tratando de no levantar la voz, pero
algo encendido ya.

—Oye, que queremos ayudar, mamonazo —prosiguió Luciano, manteniendo la


calma también.
—¿Y cómo? A ver, que yo vea cómo. ¿Me van a dar unas palmaditas en la espalda
y a invitarme a unas copas? No... No necesito eso, chicos. Es más, lo que menos
necesito es hablar de este tema ahora mismo.

Ninguno supo qué contestar a eso. Clara se mantenía callada, y ahora parecía
bastante arrepentida de haberse ido de la lengua. Luciano, por su parte, negaba
con la cabeza sin despegar la vista de la tele de la cafetería. Y Sebas...

—Y una polla vamos a dejar de hablar del tema —dijo, justamente Sebas, esta vez
sí levantando levemente la voz.

—Oye, más bajo —lo regaño Luciano.

—Me la suda. ¿No ves que este subnormal piensa dejar que el hijo de puta aquél le
siga follando a...?

—Baja la voz. Último aviso —intervine de inmediato, dedicándole la mirada más


intimidante que pude poner.

Aquello hizo que Sebas se callara, pero simplemente se estaba mordiendo la


lengua, porque ni mucho menos parecían haber disminuido sus ganas de discutir...
Por suerte justo llegó el camarero con nuestros pedidos, y las cosas se calmaron
un poco durante ese rato.

—Vamos a ver, Benjamín... —la comenzó nuevamente Luciano, un poco menos


serio que antes—. No queremos hacerte pasar un mal rato, tampoco pretendemos
meternos en tu vida; pero creo que deberías sacártelo todo de adentro lo antes
posible.

—¿Y qué se supone que tengo que sacarme de adentro? —respondí yo, algo más
calmado también.

—¡Todo, joder! Cómo te sientes, las cosas que tienes ganas de hacerle a ese
cabrón, lo que tienes ganas de decirle a ella, lo que piensas hacer con respecto a
esta situación... Todo.

—¿En serio? —reí, con bastante sorna—. Pues lo típico, Luciano... ¿Qué esperabas
escuchar? Me siento como una mierda, tengo ganas de matar al tío ese y de
decirle a ella lo guarra que es. Y quiero irme de esta ciudad para no volver jamás.
¿Te sirve esto?

—A mí no, payaso, te sirve a ti. ¿Le habías dicho a alguien esto ya?

—Pues no, y ni falta que hacía. Me sigo sintiendo igual de mal. ¿Igual? Un cojón,
ahora me siento peor que antes. Con lo bien que iba el día...

—Vaya que sí hacía falta —volvió a meterse Sebastián—. Me estás dando la razón.
Estás en modo "que se joda la cerda y haga lo que quiera, que a mí ya me la suda
todo".
—¿Y qué si es así? —le contesté yo, en tono desafiante—. ¿Qué tendría que hacer
según tú? ¿Ir a casa y quemarla con ellos dentro?

—No entiendo por qué te cierras tanto —respondió él mismo—. No tienes que
quemar a nadie, es tan fácil como que vayas, les digas las verdades en la cara y
luego los mandes a tomar por culo, ¿me sigues?

—Ya... Debe parecer todo muy fácil desde el sofá de casa —dije yo, antes de darle
un buen sorbo a mi café.

—Sabes bien que él pasó por lo mismo que estás pasando tú, Benjamín... No seas
injusto —me regañó Luciano.

—¿Por lo mismo que estoy pasando yo? —contesté, y exploté al mismo tiempo—.
¿Y tú cómo sabes que es lo mismo? Rocío era la mujer más pura del universo
antes de que apareciera ese cabrón, ¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío
jamás había soltado una palabra mal sonante antes de que apareciera ese mal
nacido, ¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío me demostraba todos los
santos días de su vida cuánto me amaba antes de que apareciera ese hijo de puta,
¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío... Rocío no era... Rocío no era así
antes de...

Entonces... ¿la revelación? Ponerme a pensar en las cosas buenas de Rocío de


pronto me trajo a la cabeza todos aquellos felices pasados junto a ella. La imagen
de su sonrisa, de su carita de felicidad cuando llegaba a casa después de una
jornada larga de trabajo, el sonido de su vocecita alegre cuando le daba una buena
noticia... ¿Cómo era posible que un solo tío la hubiese hecho cambiar tanto en tan
poco tiempo? ¡No tenía puto sentido!

Mientras todos me miraban, eché un poco la silla para atrás, anudé las manos y
miré al suelo para intentar concentrarme. Sentía le necesidad de volver a poner
todo sobre la mesa y analizarlo todo desde el principio. ¿Por qué? Pues porque
recordar todo eso me hizo recobrar un poco la esperanza... Quiero decir, en
ningún momento me había planteado la posibilidad de darle un voto de confianza a
Rocío... ¿De qué manera? Había varias... Por ejemplo, pensar que lo del balcón
había sido un desliz. O, por ejemplo, yendo un poquito más lejos, pensar que el
hijo de puta ese la estaba coaccionando de alguna manera... Había dado por hecho
que llevaban mucho tiempo follando, pero también estaban todas estas
posibilidades. Que sí, que las pruebas jugaban en contra de ello... Los condones
desaparecidos, las conversaciones telefónicas raras, las charlas también raras a
través de la puerta del baño, los paseos nocturnos... Sí, todo parecía muy
evidente, pero en ese momento me sentía con unas ganas increíbles de creer que
todo estaba en mi puta imaginación.

Además...

«Perdóname por lo imbécil que he sido estos días. No te lo mereces. Para nada te
lo mereces».
¿Por qué se había disculpado tanto esos últimos días? ¿No jugaba eso a mi favor?
¿No podía significar que estaba arrepentida por haberla cagado? ¿No cabía la
posibilidad de que ese hubiera sido la última vez que se folló al amigo?

«Lo siento, Benja... Siento haberme portado tan mal contigo estos días y... siento
no estar a la altura de alguien tan bueno como tú».

¡Claro que era posible! ¿Por qué me iba a decir todo eso si no? Cada frase que
recordaba me iba convenciendo cada vez más de que arreglar todo todavía era
posible.

"Quédate con tus amigos todo el tiempo que necesites. Y haz lo que tengas que
hacer... Ya mañana hablaremos lo que tengamos que hablar".

«Y haz lo que tengas que hacer».

Un castigo. Rocío se quería castigar a sí misma por su error. Lo veía claro. Pero
necesitaba confirmarlo. Y sólo había una manera de hacerlo...

Por fin me sentía listo para enfrentarla.

—¿Estás bien, Benny? —me preguntó Clara, cuando levanté la cabeza.

No me había dado cuenta de que estaba en cuclillas al lado mío con una mano en
mi espalda. Tampoco me había dado cuenta de que media cafetería nos
observaba. Al parecer había gritado más de la cuenta y había terminado llamando
un poco la atención.

Me acomodé en la silla, carraspeé y traté de recuperar la compostura.

—Lo siento —dije, ya mucho más calmado.

—¿Estás bien? —insistió una todavía preocupada Clara.

—Sí, gracias.

—Soy una idiota... Perdóname, Benny... No tendría que haberles dicho nada...

—Sí, no tendrías que haberlo hecho, pero no te preocupes, en serio —le dije,
forzando una sonrisa, y luego me dirigí a Sebas.

—Discúlpame tú también, Sebas... Me pasé tres pueblos.

—¿Qué? —dijo, riendo—. Si a mí me la suda ya la guarra esa. Tienes razón, nunca


fue nada de lo que dijiste, pero ya está en el pasado. Por mí como si se muere
mañana.
Clara volvió a su lugar y no pudo evitar soltar una risita mientras por el
comentario de Sebas mientras lo hacía. Luciano, por su parte, me seguía mirando
pensativo.

—¿Y? —dijo, al fin—. ¿Qué coño piensas hacer?

—Déjalo ya, Luciano —intercedió de nuevo Sebas, para sorpresa de todos—. Si no


está listo, no está listo. Forzamos más de la cuenta hoy aquí.

—Sí, yo creo que tiene razón —dijo también Clara, ante la cara de resignación del
más veterano de todos.

Igual no era buena idea comunicarles mi decisión; sin embargo, me sabía mal
dejarlos en ese estado luego de haber mostrado tanta preocupación por mí.

Así que...

—¿Sabes qué, Lucho? —dije, entonces.

—¿Qué?

—Antes le dije a Rocío que no iba a volver hasta la noche.

—Sí, ¿y? —me miró sin entender nada.

—Pues que... igual no cumplo esa promesa.

Ambos se miraron como si no entendieran lo que quería decir.

—¿Te vas a ir de putas? —preguntó Luciano, con una seriedad que me asustó.

—¿Qué? ¡No! Pienso volver más temprano a casa, anormal.

—Ah... ¿Para qué?

—Sí, ¿para qué? —repitió Sebas.

—Estuve pensando recién, y... creo que se merece un voto de confianza.

Los muchachos se volvieron a mirar, de nuevo, sin entender nada. Clara, por otro
lado, me miraba atentamente y sin cambiar el gesto serio que había adoptado
desde que había vuelto a su lugar.

—¿Un voto de confianza? —preguntó Sebastián—. Oye, no estarás pensando en


perdonarla, ¿no?

—Perdonarla sólo si lo de la última vez fue un desliz —dije, al fin.


Sus respuestas fueron instantáneas: Sebas se llevó las dos manos a la cara,
Luciano echó la mirada tan atrás que sus ojos casi se quedan completamente
blancos, y Clara... bueno, Clara sólo torció un poco los labios.

—¿Tú eres gilipollas? —comenzó a ladrar, para variar, Sebas—. ¿Qué quieres decir
con un desliz? ¿Te piensas que se lo folló esa noche en el balcón porque se tropezó
y tuvo la mala suerte de ir a parar justo encima de su polla?

—No, retrasado —respondí yo, harto ya de que me faltaran—. Pero muchas cosas
pudieron haberla llevado a esa situación, ¿sabes?

—¡Jooooder! Yo es que no me lo creo.

—¿Y qué tienes planeado hacer? ¿Ir y ver si los pillas acostados? —dijo ahora
Luciano.

—Tal cual —contesté, seguro de mí mismo.

—No lo sé, Benjamín... ¿Y si no están haciendo nada?

—Pues me llevaré a Rocío a donde podamos estar solos y le diré que lo sé todo.
Luego le daré la oportunidad de explicarse.

No parecían muy convencidos, pero tampoco daba la impresión de que fueran a


oponerse. Sea como fuere, me daba igual lo que opinaran. Ellos querían que
actuara, pues iba a actuar, aunque a mi manera.

—Espera... —dijo Clara, de repente—. ¿No te parece que te la juegas demasiado a


esa única carta?

—¿Qué quieres decir? —dije yo, un tanto sorprendido por su pregunta.

—O sea, estás diciendo que vas a ver si la puedes pillar con el otro, y que si no, le
vas a soltar todo en la cara y esperar su excusa. ¿No te parece muy arriesgado?

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? ¿Y si no los pillas juntos de pura casualidad? ¿Y si resulta
que en ese momento no tenían ganas de follar?

—Tiene razón... —comentó Sebas por lo bajo.

—Cállate —lo señalé—. ¿Puedes ir al grano? Porque no te entiendo, de verdad.

—¡Joder, Benny! Que si cuando vas, da la casualidad de que en ese momento no


querían montárselo por "X" o por "Y", luego cuando le sueltes que lo sabes todo, le
darás una oportunidad única para que se excuse. Te dirá que sólo ha sido esa vez
y tú te lo creerás, porque es lo que quieres escuchar, ¿me entiendes?
Tenía lógica lo que me decía, por supuesto que la tenía; pero no me gustaba nada
que, entre líneas, me estuviera tomando por gilipollas.

—O sea, lo que quieres decir es que soy un idiota fácil de manipular, ¿no?

—¿Qué? ¡No! —dijo, exaltándose más de la cuenta—. ¡Lo que quiero decir es que
ella se puede aprovechar de tus buenas intenciones! Joder, que no quiero que te
ciegue el cariño que aún le tienes.

—¡Es amor, me cago en la puta! ¡No cariño! ¡La amo con toda mi alma, ¿vale?! ¡Y
no me sale de los cojones que me la quite un hijo de la gran puta que apareció en
nuestras vidas de un día para otro!

Otra vez hice demasiado ruido, y varias cabezas volvieron a girarse para mirarnos.
Me arrepentí enseguida de haber gritado, y no me quedó otra más que volver a
encogerme en la misma silla.

Y sí, ya era demasiado evidente que quería creer en la inocencia de Rocío sin
importar qué. Que quería pensar que todo había sido un error y que estaba
arrepentida. Necesitaba sentirlo así. Y Clara lo único que lograba haciéndome ver
la realidad era que me alterara más.

—Clara... —dije, cuando me volví a calmar—. Tienes razón, mucha razón, pero yo
también puedo tenerla, y no voy a crucificar a Rocío sin haberme cerciorado antes
de que es culpable al cien por cien. Además, pase lo que pase, pienso decirle a ese
tío que se vaya de mi casa hoy mismo.

No dijo nada, sólo agachó la cabeza para evitar el contacto visual conmigo. Era
obvio que no le había gustado mi respuesta.

—Basta —intervino de nuevo Luciano—. No estamos aquí para discutir. Estamos


aquí para ayudarte. Si tú crees que la solución es hacer eso que dices, yo te
apoyo.

—Y yo, ¿qué cojones? Es más, te vamos a acompañar —añadió Sebas, ante mi


sorpresa.

—¿Qué? No, no. Esto es entre...

—Te vamos a acompañar y punto. Necesitas tener apoyo moral cerca si llega a
suceder lo peor —zanjó Sebastián.

—Yo vuelvo al trabajo. Ya me cuentan mañana lo que pasó —dijo entonces Clara,
como intentando volver a sonreír.

No nos dio tiempo a despedirnos, se levantó y se fue sin más.

—De verdad sabes que tiene razón, ¿verdad? —insistió Sebas.


—Sí, claro que lo sé... pero mantengo lo que dijo recién.

—De acuerdo... Aun así creo que deberías disculparte la próxima vez que la veas.

Cuando Sebas dijo eso, recordé el beso que Clara y yo nos habíamos dado esa
mañana, y también el de la noche anterior, pero sobre todo el de esa mañana,
más que nada por el significado sentimental que había tenido... Y me sentí
increíblemente mal. El pensar tanto en Rocío me había hecho olvidar de lo que se
había formado entre Clara y yo... y me había hecho olvidar de todo el esfuerzo que
había puesto ella misma esos últimos días para que yo no me viniera abajo... Y mi
respuesta había sido decirle que en mi mundo sólo existía Rocío y nadie más... La
había ninguneado y ni me había dado cuenta de ello.

—Pues bien, en marcha, ¿no? —dijo Luciano, sacándome de mis pensamientos.

—¡En marcha! —gritó un animado Sebastián.

—¡Es hora de ponerle un fin a todo esto! ¡A ver si van a venir ahora de afuera a
joderle la vida a nuestro queridísimo amigo! —siguió Luciano, que también parecía
bastante eufórico.

—Vale, vale, chicos... Pero bajemos la voz, por favor.

—¡Estás tú para hablar! —dijeron casi al unísono, antes de echarse a reír.

Pero sí, tenían razón, ya era hora de ponerle fin a todo aquello. Saliera como
quería yo, o saliera como todo el mundo pensaba que iba a salir, los días de esta
triple convivencia estaban a punto de llegar a su fin.

Me metí en el ascensor junto a mis dos compañeros, y juntos emprendimos un


viaje que nos llevaría o bien al cielo, o bien al mismísimo infierno.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:10 hs. - Alejo.

De golpe, Rocío abrió la boca como si me estuviera invitando a hacer lo que


quisiera con ella. Como si se estuviera rindiendo, como si por fin hubiera asumido
que ahí, definitivamente, el que mandaba yo. Y no me hice desear, le empujé la
verga por toda la boca hasta que empezó a toser. Después ella solita se puso a
chupármela con tremendas ganas mientras volvía a subir y bajar sobre la poronga
del pendejo.

—Sacá esa cara de pelotudo, nene. Mirá a la yegua que te estás empomando.
Ponele huevo, pedazo de virgo.
Me estaba enfermando verle esa cara de asustado al pibe. Si fuera un puberto de
verdad, todavía me la aguantaba, pero teniendo ese cuerpo mastodóntico no se
podía portar así.

Y pareció que mi reto lo hizo despertarse un poco.

—Sí... mucho virgo, pero... pero el que tiene su polla dentro de ella soy yo —se
puso a reír.

A partir de ahí, la actitud del pendejo pareció cambiar. Se agarró de la cintura de


Rocío y empezó él a hacer el laburo pesado. Lejos de enojarme, solté tremenda
carcajada y me sujeté fuerte de la cabeza de Rocío para hacer esa chupada mucho
más intensa.

—No aguanto más... Abrí la boquita bien porque te la voy a llenar.

No me insultó como de costumbre, se calló y la abrió sin rechistar mientras con


una mano me pajeaba fuerte. Me sorprendió que tampoco me mirara desafiante
como solía hacerlo. No, miraba fijamente mi pija, sin mostrar ninguna emoción. No
sabía qué mierda estaba pasando por su cabeza, pero yo estaba encantadísimo
con esa nueva actitud sumisa suya.

—¡A-Ahí va, Rocío! ¡Dios!

Abrió la boca más todavía y se volvió a meter casi media verga. Los chorros
salieron con una fuerza de la puta madre. Hasta cuatro llegué a contar, y bastante
abundantes. Ella, como buena puta, intentó tragársela toda, pero algo se escapó
por la comisura de sus labios y fue a parar directamente a sus tetas, dejando ante
mí una imagen espectacular que describía perfectamente lo puta que se había
vuelto Rocío en tan poco tiempo.

Cuando terminé, me senté en una de las sillas de la cocina y me quedé viendo


como el pibe se la seguía garchando.

—Perdoná que no haya durado más, pero es que entre esto y la chupadita de la
mañana... ya te podés imaginar cómo estaba.

De nuevo no me contestó, y siguió cabalgándolo con las manos apoyadas en sus


propios muslos y con el cuello tirado para atrás. Ah, y con los ojos cerrados, como
buscando abstraerse de todo y dedicarse únicamente a disfrutar de la cogida. O
eso parecía... porque tal vez era una forma de hacer que el tiempo pasase más
rápido. Repito, me gustaba que se portara así, que acatara cualquier orden sin
quejarse, pero era imposible no sentir curiosidad ante una actitud que hasta el
momento no había visto en ella...

Sea como sea, después de unos cinco minutos viendo como seguían garchando en
la misma posición, Rocío empezó a mover las caderas mucho más rápido. Reconocí
enseguida esa forma de gemir y contonearse, y confirmó mis sospechas cuando
estiró todo el cuerpo para atrás y se puso a gemir como una enferma.
Le dejé unos dos minutitos más para que se recuperara, y después decidí que ya
era hora de volver a intervenir.

—Abrí la boca de nuevo, princesa —dije, acariciando su perita con los dedos índice
y pulgar—. Ponémela dura otra vez.

Esta vez sí que me miró a los ojos, e hizo una especie de amague como para
contestarme, pero, otra vez, prefirió no hacerlo y obedeció sin rechistar.

—Así... Así... Despacito... Ensalivala bien y usá la lengüita cómo vos sabés. Si lo
hacés bien, enseguida la vamos a tener lista para romperte de nuevo el culito.

Y se paró en seco. Se detuvo y me miró fijamente, pero ahora sí que mostraba


una emoción... y era lo más parecido al odio que jamás me había hecho ver desde
que la conocía. Sin embargo, de nuevo no dijo nada y, después de no más de diez
segundos quieta, siguió chupándomela como si nada.

—Aminora un poco, Rocío... Que me voy a correr en nada... —dijo el pendejo.

Ella lo ignoró y siguió a la suya. Diferente al trato que tenía conmigo. A mí me


trataba como si fuera el amo, y al pibe como si no existiera.

Me gustaba sentirme superior al mocoso ese prepotente, pero no me convenía que


hiciera acabar al pibe tan rápido.

—Levantate, Ro. No queremos que el pibe se venga todavía.

No se lo tuve que decir dos veces, se desensartó y se quedó parada al lado del
sofá esperando la siguiente indicación.

—Ahora vos vas a esperar un ratito. Dejá que se te baje un poco y enseguida
seguimos, ¿estamos? —le dije al pibe.

—Sí... Supongo.

Inmediatamente, me llevé a Rocío hasta la parte de la cocina, ahí le dije que se


apoyara sobre la mesa alta y levantara un poco el culo. Cuando ya la tuve en
posición, me agaché atrás de ella y me puse a trabajarle el asterisquito con la
lengua.

—¡Ay!

Su primer quejido llegó cuando metí el primer dedo. Que salió limpio y sin ningún
tipo de hedor, por cierto. Si algo tenía Rocío era su impecable higiene personal.

—¡Aaah! Espe...
Un segundo quejido al segundo dedo... y esta vez casi vino con una petición. Pero
no paré un carajo, seguí moviendo los deditos al mismo tiempo que le estimulaba
el clítoris con la lengua. Y ahí los quejidos cambiaron por gemidos.

—Mmm... Mmm... Ah... ¡Aaaay! ¡AAAAY!

Hasta que el tercer dedito hizo su aparición.

—¡P-Pa...! —hizo el amague de gritar de nuevo, pero se interrumpió ella solita—.


M-Más despacio, por favor...

—¿Más despacio el qué querés?

—L-Los dedos... No seas tan... ¡AAAHHH!

Mientras intentaba decirme lo que le molestaba, metí de golpe los tres dedos hasta
donde la mano me dejó. Su cuerpo se tensó de tal forma que no pudo evitar
ponerse de puntita de pies. Y no los saqué hasta que el dolor se le fue unos treinta
o cuarenta segundos.

—Pensaba que ya lo tenías acostumbrado... Te llego a meter la pija y te destrozo


hoy...

Lo decía en serio. No sabía si era porque estaba nerviosa o por a saber qué mierda
de tara le había agarrado ese día, pero no me iba a arriesgar a desgarrarla
estando a tan pocos días de la reunión con Bou.

Me levanté y le ensalivé un poco la conchita para atacar por ahí. Justo cuando
apoyé el glande en la entrada, su mano me detuvo.

—No.

—¿"No" qué?

—Por ahí no.

—¿Por qué?

—Porque tú no quieres por ahí...

Juro que me quedé helado. ¿Qué carajo estaba pasando? ¿Qué mierda estaba
ocurriendo ahí? Prometo que no tenía ni la más mínima idea de qué le había dado
ese día. Nunca, pero nunca se había entregado tanto a mí... Y ya no era una
cuestión de querer satisfacer a su hombre, no. Me sentía en ese momento como su
dueño, como su protector... como su amo. No me lo podía creer, y me quedé
varios segundos estupefacto.

—¿Ale...? —dijo ella, devolviéndome a la realidad.


—¿Eh? Sí, sí... ¿Por el culito entonces? ¿Estás segura?

Volvió a girar el rostro hacia adelante, como si ya hubiese dicho suficiente y no


quisiese hablar más conmigo. Algo le pasaba, eso era seguro. No obstante, y como
ya dije antes, no tenía pensado averiguarlo en ese momento.

Agarré el pomito de lubricante que ya tenía listo desde antes, me puse una buena
cantidad por toda la poronga, y me preparé para volver a romperle el ojete una
vez más.

—Ahí voy, hermosa.

No dijo nada, pero noté como su cuerpo se volvía a tensar. Y dando por hecho que
esa era la señal, puse el glande en su culito, y empecé a apretar muy, pero que
muy despacio.

—Mmgghh... —gimió ella, casi inaudiblemente.

Como vi que todo iba bien, empujé un poquito más hasta que la cabeza entró
entera. Ahí volvió a hacer un sonido similar al anterior, y el cuerpo se le tensó otro
poquito más.

—¿Sigo?

Al pedo le preguntaba, porque no me iba a contestar nada más, pero me salía de


adentro. Una parte de mí se sentía preocupada por ella.

Pero, en fin, teniendo muy claro que no quería hablarme más, acerqué las caderas
unos centímetros más hasta que la parte más gorda de mi pija quedó cerca de
entrar.

—¡Mmgghh! —volvió a quejarse, esta vez con algo más de fuerza.

Al ver que el dolor no parecía muy grande, seguí empujando, todavía muy
despacio, milímetro a milímetro, hasta que logré meter lo mismo de las últimas
dos veces. Rocío seguía callada, soltando algún alarido cada tanto, pero sin
quejarse demasiado. Cuando noté que la cosa estaba resultando, se la saqué con
toda la suavidad que pude y se la empecé a meter de nuevo, también muy
lentamente.

—¿Tienen para mucho? —dijo de golpe el pendejo—. ¿Van a cámara lenta o qué?

Giré la cabeza y lo miré con desprecio. Hasta me dieron ganas de ir y encajarle un


buen cachetazo... Sin embargo, al mirarlo... se me ocurrió algo que,
increíblemente, no había tenido en cuenta hasta ese momento...

—¿Tenés ganas de participar, pibe? —le dije, cambiando la mirada asesina por una
más amigable.
—Por supuesto que quiero. Si sigo viendo cómo juegan a los enamorados se me va
a bajar esto rapidísimo —contestó él, señalando su pene con las dos manos.

Sin esperar más, le saqué la pija a Rocío y la llevé hasta el sofá de nuevo.

—Acostate vos —le dije a Guillermo—. Boca arriba.

El chico, obediente, acomodó un poco los almohadoncitos y se puso justo como le


dije.

—Rocío, subite arriba suyo y metete su pija en la concha. Cara a él, eh.

Otra vez, sin objetar nada, se montó sobre el pendejo y se enterró ella solita la
verga del pibe, que todavía tenía cierta dureza. Una vez clavada, me volvió a mirar
esperando la siguiente orden.

—Empezá a garchártelo.

Sin más, se apoyó en los pectorales de Guillermo y empezó a subir y a bajar sobre
él. No tardó nada en entonarse, y esta vez sí que la vi un poco más metida en la
garchada.

—Ahora voy yo —fue lo último que dije.

Rocío me miró, y como que preparó el cuerpo para volver a chupármela. Así que
se podrán imaginar la cara de sorpresa que puso cuando me acomodé atrás de
ella.

—¡Oye, no! —dijo, alto y claro por primera vez en la noche—. N-No... ¡Eso no!
¡Eso no!

—Calmate, ¿estamos? No te va a doler. Es lo mismo de siempre, sólo que por


ambos lados al mismo tiempo.

—¡No quiero! ¡Me voy! —volvió a protestar, y se puso a desencajarse de la chota


del pendejo.

—¡ROCÍO!

Aquello fue un grito que retumbó por toda la casa. Jamás lo había hecho, y me
sorprendió a mí mismo mi atrevimiento. Porque sí, lo había hecho a consciencia.
Ver durante toda esa última hora cómo Rocío me obedecía a todo lo que le decía,
como que me dio alas para jugarme la carta de la autoridad. Y ni miedo tuve de
haberla cagado, porque de verdad sentía que tenía agarrado al toro por los
cuernos.

Se hizo un silencio incómodo, silencio que acompañé con un gesto serio y decidido.
Al cabo de un rato, Rocío habló...
—Vale. Como tú digas.

Otro movimiento inesperado. No se había vuelto para pegarme ni me había


insultado. No, había vuelto a obedecer, y esto sí que ya me ponía en la cima del
mundo.

Dicho esto, Rocío se volvió a sentar sobre Guillermo, inclinó el cuerpo levemente
hacia adelante y sacó un poco el culo para afuera.

—Hazlo —dijo entonces.

Me asomé un poco sobre el cuerpo de ella y me fijé en la cara del pibe. Sonreía
ahora el hijo de puta. Sonreía porque seguro le emocionaba la idea de ser parte de
una doble penetración. Y yo también sonreí, porque sentía que la vida, el mundo y
los dioses me sonreían a mí también, porque Rocío ya era mía. Sí, lo dije mil
veces, pero esa vez ya lo podía tomar como literal.

Rocío me pertenecía. Rocío era de mi propiedad. Rocío iba a prostituirse para mí.
Rocío me iba a hacer millonario.

Con todo eso, y mucho más, en mente, cerré los ojos, respiré profundo, y traté de
centrarme en lo que tenía delante, que no era nada más y nada menos que el
hermoso orto de mi nueva esclava sexual.

—Allá voy —dije, y volví a acercar mi poronga al culito de Rocío.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:37 hs. - Rocío.

—Allá voy —dijo, y sentí cómo su pene se volvía a pegar a mi culito.

Traté de no pensar, de sentir el menos dolor posible, pero me resultaba muy difícil
al tener ya dentro de mí la polla de Guillermo. Además, todavía me escocía el ano
por lo de antes...

Apenas sentí el primer empujón, no pude evitarlo y clavé las uñas en los hombros
de Guillermo, que lo aguantó como un campeón. Intenté no emitir ningún sonido,
porque sabía que si me quejaba, aquello iba a durar más tiempo todavía, y yo
quería que terminara ya. Por eso, al notar que no había ningún tipo de problema,
Alejo siguió empujando con la misma paciencia que había tenido minutos atrás.

—Mmgghh...

No pude reprimir ese quejido, pero, por suerte, no fue suficiente para hacerlo
detener. La presión aumentó de golpe y sentí cómo entraba todo el glande... Me
dolió, esta vez sí me dolió, y tuve que morderme los labios para que no se diera
cuenta.

Guille me miró a los ojos entonces, y algo debió notar, porque de pronto se
incorporó un poco y empezó a lamerme el pezón derecho con mucha suavidad.
Inmediatamente, dejando sus dos brazos detrás de él como soportes para su
cuerpo, comenzó a mover su pene dentro de mí también.

—¡Aaahhh!

Esta vez me salió un gemido largo y alto, justo antes de que sintiera cómo todo el
miembro de Alejo me terminaba de empalar completo.

Y no me dolió. Por primera vez en mi vida tenía dos pollas llenando mis dos
agujeritos más íntimos, y no me dolía. Y, justamente, a pesar de haberme decidido
a que me dejaría usar como Alejo quisiera, en ese momento me volví a sentir con
voluntad propia. Como si esas dos pollas hubiesen activado algo dentro de mí para
que pudiera liberarme de las garras de Alejo... De pronto volvía a sentirme con
unas ganas tremendas de girarme y desfigurarle la cara, pero el deseo de
regalarme un nuevo orgasmo estando clavada de esa nueva y fantástica manera
eran mucho mayor.

Eso sí, no iba a dejar pasar la oportunidad de demostrarle al cabrón ese que había
vuelto. Giré el rostro un poco hacia atrás, y busqué hacer contacto visual con
Alejo.

—¡Muévete ya, gilipollas!

Ya lo había dejado jugar bastante conmigo por un día. Y ahora me tocaba a mí


tomar las riendas de la situación. Por eso no mantuve la cara virada para ver la
reacción de Alejo, por eso me agaché en el lugar y besé a Guillermo con tantas
ganas que le corté un labio con los dientes, por eso dejé de contenerme y empecé
a gemir, jadear y gritar como si no hubiera un mañana...

Por eso...

Por eso...

—¡Hostia!

—¡¿Qué fue eso?!

Todos nos detuvimos. Todos nos frenamos. Todos nos quedamos congelados
mirando en la misma dirección. Los gemidos, los chapoteos, los crujidos, todo dejó
de sonar. Todo menos mi corazón, que pasó de cero a mil en menos de un
segundo.
Porque sí, eso había sido un portazo. Un portazo pesado, además, cuyo sonido
había venido justamente desde la entrada de casa. Y, aunque no había llegado a
ver quién lo había dado, no necesitaba ser adivina para saberlo.

—¡¡¡QUITA!!! ¡¡¡QUITA, JODER!!! ¡¡¡QUITAAAAAA!!!

Jamás en la vida había dejado salir un grito semejante de mi garganta. Jamás en


la vida había deformado tanto mi voz para dirigirme a alguien. Jamás en la vida
había experimentado eso que suelen llamar "sudor frío" en carne propia. Jamás en
la vida había tenido tantas ganas de saltar por ese balcón...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:53 hs. - Alejo.

"¿Me explico o no? El paraíso es una situación para tu vida con la que sueñas
desde que te empiezan a crecer los primeros pelos en los huevos. Bueno, situación
o forma de vida ya asentada, ¿sabes? Por ejemplo, para mí el paraíso sería
poderme follar a cada tía buena que me encuentre por la calle. Así, sin más.
Divisarla, bajarle las bragas y ¡pimba! Polvazo pa' pa mi boca. Llámame básico si
quieres, pero no necesito otra cosa. No quiero grandes fortunas, tampoco yates ni
mansiones, no quiero un Ferrari ni una tele que me ocupe toda la pared del salón.
Ni siquiera espero llegar a los 100 años, mira lo que te digo. Yo sólo quiero
follarme todo aquello que me ponga la polla dura".

Roque, 44 años, divorciado y alcohólico empedernido, sin oficio conocido. El tipo


más grasa y ordinario que tuve la suerte de conocer. Aunque, a su vez, el más
sabio y conocedor de la vida.

Esas palabras que nos dijo a mí y a mi grupo de amigos aquella tarde de verano
iban a quedar grabadas en mi mente para siempre.

"¿Y el de ustedes, chavales? Espera, no me digan; sacar a su familia de la mierda,


enamorarse y tener muchos hijos, y... ¿algo de salud supongo? Escuchen bien lo
que les voy a decir a continuación, ¿vale? Ustedes primero piensen en ustedes,
luego en ustedes, hagan escala en ustedes y pasen sus últimos días pensando en
ustedes. Si durante todo ese proceso les sobra algo de tiempo, ya se dedican a sus
padres. Siempre y cuando no hayan sido una basura con ustedes, eso sí. Pero sólo
si les sobra tiempo, ¿me entienden? No se desvivan por intentar demostrarles una
mierda, porque ellos el día que se mueran los van a dejar con una mano delante y
la otra detrás, y todos esos días que perdieron por culpa de ellos no los van a
recuperar jamás. Lo mismo con la gilipollez del amor... Que sí, que está muy bien
eso de tener una mujer al lado que te cuide, te quiera, te la chupe cuando tengas
un día difícil y todo eso... Pero está muy bien hasta que la zorra decide que ya se
acabó el amor y se pire con el primer cabrón que se le cruce. Así que no sean
tontos, chicos; apenas puedan, apenas tengan lo mínimo para poderlos mandar a
todos al carajo y empezar una vida para ustedes y sólo para ustedes, háganlo. No
pregunten a nadie, no se paren a ver reacciones; simplemente háganlo".

Una semana después, a Roque se lo llevó por delante un cáncer de pulmón.

En su momento lo tomé como palabrería sin sentido de un viejo borracho del que
nos reíamos con el resto de pibes. Sin embargo, como ya dije, con el pasar de los
años aprendí a valorar como se debía semejante consejo.

—¡AAAAAHHHHH!

Aprendí a valorarlo por un par de acontecimientos específicos que me ocurrieron...


Bueno, nada que no haya contado antes en realidad... ¿Recuerdan que en mi
adolescencia cobré una suculenta herencia? Nunca llegué a ahondar mucho en el
tema, pero, en resumidas cuentas, mis tíos, de un día para otro, empezaron a
hacer planes con ese dinero, mi dinero. ¿Qué planes? Lo típico que piensa uno
cuando empieza a manejar más de lo que está acostumbrado, ¿no? Como bien
decía Roque, en ayudar a la familia. Que si pagarle el casamiento al primo David
porque la pobre tía Julia se estaba quedando seca, que si comprarle un coche
nuevo al padrino Oscar porque el otro ya estaba muy viejo, que si hacerle un
préstamo al tío abuelo Mariano para que pudiera pagarse una residencia de las
buenas... ¡Y bastantes cosas más, eh! Y sin dignarse a preguntarme ni una sola
vez lo que opinaba yo. Claro, como yo era un pendejo boludo que no sabía nada
de la vida, ¿cómo iban a permitir que yo administrara semejante cantidad de
viyuya?

—¡AAAHHH! ¡JODER, JODER!

Sobra decir que todos los que se iban a aprovechar de tanta beneficencia vinieron
personalmente a hacerme saber lo buen pibe que era, todo lo que me querían y
diversas chupadas de medias más. Y todo esto cuando en sus putas vidas se
habían preocupado por mí.

Digamos que en algún momento de tanto manoseo y pisoteo, pensé en Roque y


sus consejos, y no tardé en armas mis valijas y mandarme a mudar. Y no, no hubo
boda gratis para el primo David, tampoco coche nuevo para el padrino Oscar ni
mucho menos residencia cara para el tío abuelo Mariano. Gracias que les dejé algo
a mis tíos por las molestias que se habían tomado en "criarme".

Primero yo, después yo y al final yo. ¿Quién necesita familia cuando se tiene
dinero? La mejor decisión que pude haber tomado, porque esos años viajando por
Asia fueron los mejores de mi vida.
Y bueno, los otros acontecimientos sí que los conocen bien... Los continuos
rechazos de Rocío sirvieron para ratificar esa otra parte del discurso de mi difundo
sabio consejero.

—AAAHHH... AAAHHH... AAAHHH...

Resumiendo un poco, ¿en qué quedaba entonces mi visión del mundo ideal? Sin
creer en el amor ni en la familia, e importándome únicamente el dinero y el sexo,
¿cómo visualizaba un futuro perfecto? O, con sus propias palabras, ¿cómo
visualizaba yo mi propio paraíso?

—¡AAAHHH!

En ese preciso instante, el paraíso tenía sólo una forma para mí, y comenzaba con
cierta escena que esperaba no tardara mucho tiempo en tener lugar...

—AAAHHH... ¡AAAAAHHHHH!

Permítanme narrarlo como si lo estuviera viviendo en primera persona...

Abro la puerta y me encuentro con un despacho enorme, lujoso, bañado en una


luz rojiza que le da ese toque chill out que debe tener un lugar así. Al fondo hay un
escritorio de madera oscura, con dos sillones delante y uno detrás. Más allá, de
espaldas a nosotros y mirando entre las cortinas marrones que cubren su enorme
ventanal, un hombre gordo en traje blanco, que se da la vuelta nada más reparar
en nuestra presencia.

Rocío me aprieta la mano. No quiere entrar. Bou sonríe maliciosamente en la otra


punta de la habitación. Me doy la vuelta y levanto la carita de mi mercancía con
las puntas de los dedos índice y corazón. Sonrío buscando tranquilizarla. Ella
asiente de forma nerviosa. Levanto sus manos y las beso, trato de transmitirle un
poco de seguridad. Ella sonríe ahora, y me suelta las manos para comenzar a
caminar dirección al escritorio de madera.

El desagradable empresario la mira de arriba a abajo mientras ella se acerca. Está


preciosa e increíblemente elegante. Su pelo negro, recién pasado por el salón de
belleza, ondea en su espalda sobre un vestido rojo sin mangas que acaba un
poquito más arriba de medio muslo. No debe existir hombre en este mundo,
heterosexual o no, capaz de resistirse a los encantos de semejante hembra. Y el
cerdo asqueroso este no va a ser la excepción. La desnuda con la mirada, se
relame sin ningún tipo de vergüenza, se ríe porque sabe que nada se va a
interponer entre su presa y él.

Rocío se detiene en medio de los dos sillones más próximos a nosotros. Yo termino
de adentrarme en el cuarto; cierro la puerta y me quedo de pie en la lejanía. No es
mi intención interferir en la cata. Ella se gira y me busca con la mirada,
sorprendida de que no esté a su lado. Yo vuelvo a sonreírle y le hago un gesto con
las manos indicándole que todo está bien. No parece muy convencida, pero se da
la vuelta de nuevo, con la cabeza gacha, incapaz todavía de cruzar la mirada con
su anfitrión. Se oye una carcajada de pronto y, acto seguido, Bou empieza a
caminar hacia donde se encuentra mi valiosa pieza. Esta vez me mira a mí, y sin
borrar esa sucia sonrisa de su cara me levanta un pulgar en señal de
congratulación. Yo hago una media reverencia y, por alguna razón, estiro un brazo
como invitándolo a proceder. Larga otra carcajada justo antes de detenerse detrás
de Rocío y vuelve a centrar su atención sobre ella.

La oigo suspirar, noto desde mi posición como tiembla. Y me encanta. Me fascina


verla así de entregada, así de sumisa, así de inferior ante un hombre que está a
punto de convertirse en su dueño. Me entran unas ganas terribles de empujarla
contra la mesa y garchármela ahí mismo. Me excita increíblemente toda esta
situación. Pero me controlo, porque sé que la cosa está a punto de ponerse mejor
todavía.

Me intento calmar, me intento tranquilizar, tomo aire. Levanto la vista tras unos
segundos de meditación y me encuentro al cerdo frotando su nariz en el cuello de
Rocío. Ella parece un maniquí; ni se deja ni se resiste, simplemente no se mueve.
A Bou no le importa; no le interesa que haya reciprocidad. Ahora coloca una de
sus manos sobre la cadera mi chiquita. Enseguida coloca la otra también, y da dos
pasos hacia adelante pegando todo su despreciable cuerpo contra la espalda de
ella. Es tanta la fuerza que ejerce semejante mastodonte, que Rocío no lo puede
evitar y termina chocando contra el escritorio. Tiene que poner las manos para no
caerse de boca sobre él. La escucho soltar un gritito de dolor; es posible que su
vientre haya chocado con demasiada fuerza contra la madera. Y, repito, me
encanta... El viejo se ríe en voz baja ahora, y comienza a mover su pelvis. Rocío
larga otro gritito, y vuelve a agachar la cabeza. Sé lo que pasa, es obvio, ahora
está sintiendo el grueso bulto de ese ser inmundo hundirse entre sus nalgas. Y sé
que si fuera por ella saldría corriendo sin mirar a atrás. Pero no puede. A esta
altura del partido es imposible para ella resistirse a mis órdenes. Sabe cuál es su
destino y lo acepta. Por eso sigue mirando a la pared con los ojos llenos de
lágrimas y su orgullo por el suelo.

Es más fuerte que yo, me resulta muy difícil centrarme teniendo todos mis sueños
hechos realidad delante de mí. Tengo ganas de gritar, de festejar, de saltar y
ponerme a reír sin parar. Y podría hacerlo, más vale que podría hacerlo, pero de
pronto Bou me saca de mis fantasías... Parece que se decide a actuar por fin. Sin
variar la posición, le sube la falda a Rocío y la deja con el culo entangado en
pompa delante de sus ojos. Inmediatamente, eleva las manos a la parte alta de la
tela roja y le baja ambos tirantes. Su vestido queda remangado en su cintura. Al
asqueroso no le interesa sacárselo del todo. Desde mi posición no lo veo muy bien,
pero me parece que ahora le palpa las tetas. No, sí, seguro que sí. Se las masajea
un rato, se recrea. Noto como ella se estremece. Como contrae los hombros ante
cada inmunda caricia del puerco ese. Pero se detiene de golpe y empieza a
tantearla de una forma más extraña. Está bien, ya lo entiendo; parece que está
buscando deshacerse del último obstáculo. Pero no lo desabrocha el corpiño, tira
para arriba desde adelante y le deja los pechos al aire. Ella se queja, parece que le
duele. No, le dolió de verdad. Después de todo tiene las tetas muy grandes y todos
los sostenes le van muy justos. Pero volvemos a lo mismo: no se opone, no dice
nada, ni el más mínimo ademán de querer parar. Una vez más: me fascina esto.
Quiero gritarle que se apure y que se la coja de una vez, pero me muerdo la
lengua. No quiero que me eche. No me lo perdonaría en la vida. Bou ahora le
murmura algo al oído a mi nena, ella escucha y, sin dudarlo, se inclina levemente
hacia adelante. Sin perder ni un segundo, las manos del horrible viejo se ponen a
recorrer sus nalgas. Las masajea con cierta concentración, las acaricia como
analizando mejor el producto. Me imagino que antes había hecho lo mismo con las
tetas... Claro, por momentos me olvido que esto, a fin de cuentas, es un negocio y
tiene que asegurarse de que el producto no tenga fallas. Rocío me vuelve a sacar
de mis pensamientos, esta vez mirándome fijamente a los ojos modificando
considerablemente su posición. El gordo me mira también, esta vez con el ceño
fruncido, como preguntándose qué mierda pasa. Yo sonrío de nuevo, un poco más
forzadamente que antes, y asiento nuevamente tratando con todas mis fuerzas de
transmitirle otra vez seguridad a ella. Me asusto por un momento, pero Rocío me
devuelve la sonrisa y vuelve a mirar hacia adelante. Suspiro para mis adentros, y
Bou refunfuña cuatro cosas que no llego a entender. Acto seguido, como si de
pronto hubiese decidido acelerar las cosas, se separa de ella y se lleva ambas
manos a la entrepierna. No puedo verlo muy bien, pero juraría que se está
desabrochando el cinturón. Y sí, está claro que decidió acelerar las cosas, porque
apenas sus pantalones chocan contra el suelo, dirige sus manos a las tiras
laterales de la tanguita de Rocío, que pega un pequeño saltito apenas vuelve a
sentir esas grasientas manos sobre ella. Bou tiene la cabeza gacha, y ahora veo
que hace movimientos con las manos que provocan algún que otro respingo en mi
yegüita. Una vez satisfecho con esa parte de su proceder, el tipo le vuelve a decir
algo al oído con el ceño fruncido. Ella se encoge de hombros y parece no saber qué
responderle. Me preocupo por un instante, ya que el cerdo se pone a refunfuñar de
nuevo en tono de decepción. ¿Es el fin? No, alto. Ni tiempo me dan para
preocuparme. Ella, tomando toda la iniciativa, echa todo el cuerpo hacia adelante
y se recuesta sobre el escritorio. Con la cabeza apoyada de lado, empieza a gemir
mientras su brazo izquierdo se mueve rítmicamente debajo suyo. El chancho
inmundo sonríe, y se hace a un lado para ver mejor el espectáculo que le está
dando mi trofeíto. Rocío se está pajeando para su nuevo posesor. Rocío quiere
agradarle a su nuevo amo. Gime para él, se retuerce para él, chorrea para él... Y
no me voy a cansar de decirlo, esto es la gloria.

El gordo seboso no espera ni un minuto, se vuelve a poner detrás de ella y le


aparta los brazos. Con prisas... O más con ganas, con apetito, con anhelo que con
prisas, le aparta los brazos y él mismo se pone a tantearle la zona. Ella pega un
nuevo respingo y levanta su torso con el culito todavía en pompa. El chancho
despreciable aumenta la velocidad en la que la penetra con sus dedos, y mi
chiquita ahora grita dejándose caer de nuevo sobre la madera oscura. Bou no
para, y ahora puedo ver perfectamente como tres de sus dedos invaden a toda
velocidad la zona más íntima de Rocío. En la habitación ahora sólo se escuchan
chapoteos y los sonoros gritos de pasión de una hembra que no está haciendo más
que disfrutar. Ya tiene que haberse venido... Conociéndola estoy seguro de que sí.
El caso es que el tipo no para, no le da ningún tipo de tregua. Y encima empieza a
bajarse los calzoncillos con la mano que tiene libre... Sí... No hay duda, se está
preparando para coronar el arbolito... No deja de pajearla, pero se pone justo
detrás de ella, como si buscara hacer un traspaso de batuta limpio y sin pausas. Y
me doy cuenta, por fin, en el momento en el que la gorda y venosa poronga del
viejo empieza a hundirse en la conchita de Rocío, como si de una iluminación
divina se tratase, de que el cuadro que representa mi paraíso personal, al fin, está
terminado.

—¡Muévete ya, gilipollas! —escucho de pronto.

Volví a la realidad con tal velocidad que me sentí mareado en un principio. Abrí los
ojos y sacudí la cabeza varias veces. Rocío me miraba con desprecio, con asco,
como si tuviera delante a un ser inferior. Mi pija todavía seguía adentro de su culo,
y entonces caí que estaba quieto. La miré medio perplejo, pero no me dio tiempo a
contestarle porque tan rápido como me di cuenta de la situación ella se dio media
vuelta y empezó a besarse con Guillermo, que, a su vez, la tenía empalada por la
concha. No supe en qué momento Rocío había regresado a la normalidad. Bueno,
"normalidad"... A esa altura ya no sabía si la verdadera Rocío era la perrita sumisa
o la madama dominante. Tampoco entendí por qué ahora ahora se movía como
una desesperada cuando al principio se había resistido a la doble pentración. Pero,
bueno, ya no me importaba tanto saber a esas alturas. Lo importante era que, casi
como en mi sueño, Rocío ya no se oponía a ninguna de mis peticiones. Así que,
con eso claro y tan feliz como en mis pensamientos, tomé envión con la cadera y
me dispuse a seguir haciéndola aullar como la loba que era.

...

—¡Hostia!

—¿Qué fue eso?

En realidad, si bien en el momento se sintió como si el tiempo se acabara de


detener para todos los que estábamos ahí, todo sucedió más rápido de lo que
parecía. Y de pronto pasamos de estar viviendo la experiencia maravillosa de
nuestras vidas a presenciar la oscuridad más tenebrosa. Del jolgorio más hilarante
al entierro más silencioso. Los tres nos quedamos mirando hacia la puerta
paralizados, desconcertados, mudos, todavía aturdidos por el horrible estruendo
que había hecho retumbar toda la casa. Ninguno reaccionaba, ninguno parecía
capaz de hacerlo. No miento cuando digo que fueron los segundos más largos de
mi vida.

Aquellas dos frases fue lo último que se escuchó antes de que todo explotara.
Aquel trance en el que nos encontrábamos sumidos se rompió apenas Rocío
terminó de asimilar lo que acababa de suceder. Y sólo su voz desaforada aniquiló
por completo el silencio que había inundado el lugar después del portazo.

—¡¡¡QUITA!!! ¡¡¡QUITA, JODER!!! ¡¡¡QUITAAAAAA!!!

No sé cómo mis tímpanos no reventaron al recibir aquel impacto sonoro tan de


cerca. Tampoco sé cómo la persona que lo incendió todo no volvió enseguida al
escucharla gritar así. ¿Qué se yo? Por preocupación al menos... Aunque mi mayor
preocupación en ese momento, por muy raro que parezca, era que no viniera la
policía producto de la llamada de algún vecino alarmado. No me convenía mucho
que me agarran en una escena que involucraba a una chica desnuda histérica y a
un menor de edad con la pija al aire.
De todas formas, no tuve mucho tiempo de preocuparme por eso, porque los
gritos de Rocío fueron sólo el principio de todo el caos. Aquel alarido del averno
me hizo reaccionar y pude agarrarla tal cual estaba por detrás antes de que
pudiera salir corriendo hasta la entrada. Sabía que lo iba a intentar y que se iba a
llevar todo por delante para lograrlo. Pero no podía permitírselo. No podía dejar
que se armara la escena del siglo ahí afuera, con una mujer desnuda, transpirada
y dejando un rastro de fluidos a su paso, gritando y corriendo por los pasillos del
edificio. Eso sí que iba a ser el fin de todo, aun sabiendo que las cosas se
acababan de complicar bastante para mí con ese desafortunado suceso.

—¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME, IMBÉCIL! ¡TODO ESTO ES POR TU CULPA!

—¡Pará, Rocío! ¡Pará! —le decía yo, mientras esquivaba como podía sus intentos
de desgarrarme la piel con sus uñas—. ¡No podés salir así, pelotuda! ¡Pensá un
poco!

—¡QUE ME SUELTES!

Un nuevo giro inesperado de los acontecimientos: un codazo en las costillas, un


cabezazo en la nariz y y un pasaje de ida hacia las nubes.

Sobra decir que solté a Rocío y caí de culo en el sofá retorciéndome como una
hormiga partida a la mitad. La hija de puta aprovechó el momento y salió
corriendo para la puerta mientras yo me cagaba en mi vida.

Y cuando parecía el fin de verdad, Guillermo estuvo atento y logró bloquearle el


paso antes de que llegara.

—¡¡¡DÉJAME PASAR, PUTO NIÑATO!!!

—¡Que no! ¡No puedes salir así!

—¡QUÍTATE, JODER!

Estaba demasiado histérica como para entender razones. Forcejeaba con el


pendejo y tiraba patadas al aire intentando embocarle alguna en los huevos. El
pibe era ágil, pero medio pelotudo, porque se arriesgaba al pedo pudiendo
reducirla fácilmente. Grandote para nada. Tenía que ir a ayudarlo porque sabía
que eso iba a terminar mal.

A duras penas, abrí los ojos y me estiré hasta un pedazo de tela blanca que estaba
tirado cerca de mí. Me limpie la cara lo más rápido que pude, taponé uno de los
huecos de mi nariz a ver si así cortaba la hemorragia y, haciendo un esfuerzo de la
gran puta porque me dolía muchísimo el costado, me levanté y fui con el pendejo
para tratar de frenar a esa amazona que estaba empeñada en cagarme la vida.

—¡QUE ME SUELTES! ¡QUE SE VA A IR! ¡TENGO QUE HABLAR CON ÉL! ¡SUÉLTAME
YA! —seguía gritándole a Guillermo, que ahora la tenía agarrada de las muñecas
con las dos manos.
—¡No te puedo dejar salir desnuda al rellano, Rocío!

—¡QUE ME DA IGUAL!

Me puse atrás de ella y, tratando de que no tuviera tiempo a reaccionar, le agarré


los dos brazos y se los crucé sobre sus tetas. Así, pude levantarla en el aire y
arrinconarla contra la pared.

—¿Me escuchás, Rocío? —le dije entonces, al oído, tratando de no apretar con
mucha fuerza.

—Suéltame, hijo de puta —respondió, mirándome de reojo, con el globo ocular


inyectado en sangre. Seguía resistiéndose y tirando patadas hacia atrás.

—Necesito que te tranquilices, porque con todo esto lo único que vas a conseguir
es empeorar las cosas.

—¿Empeorar las cosas? ¿Acaso pueden ponerse peor, cabrón?

—Si no me decís que te vas a calmar, no te suelto.

Entonces, Rocío dejó de forcejear y se quedó quieta. Su respiración seguía


agitada, pero cuando cerró los ojos entendí que estaba tratando de tranquilizarse.

—Muy bien...

Muy despacio, aflojé el agarre y la fui soltando poco a poco, atento también por si
de golpe decidía meterme algún otro golpe. Cuando ya estaba completamente
libre, le puse una mano en la espalda y le pedí que fuéramos al sillón a sentarnos
y a tratar de solucionar las cosas hablando. Ella asintió y vino conmigo con la
cabeza gacha y en silencio.

—Alcanzame ese vestido —le señalé al pibe.

Cuando me lo trajo, ayudé a Rocío a ponérselo y volví a dirigirme a ella.

—Bueno, ¿ya estás más tranquila? —le pregunté, poniéndome en cuclillas delante
suyo.

Volvió a asentir, y por fin sentí paz en mi interior. Aunque todo mi mundo se
acababa de dar vuelta, haber conseguido parar ese terremoto a tiempo me daba
algo de esperanzas para lo que estaba por venir. También, y ya sé que no era el
momento, me llenó el pecho de aire el haber podido calmar a la fiera con tan poco.
Era imposible no ponerme a pensar en el poder que había conseguido sobre esa
hembra en tan poco tiempo.

Pobre de mí.

—Nene, ¿podés ir al baño a buscar...?


—¡Cuidado!

No le voy a echar la culpa al pibe por avisarme tarde, porque, a fin de cuentas, el
que bajó la guardia fui yo. El caso es que mientras me giraba para decirle a
Guillermo que fuera a buscar una bombacha limpia al canasto del baño, Rocío
aprovechó y me encajó una terrible patada en el centro de las pelotas. Ni cerrar
las piernas pude. Cuando quise darme cuenta, ya tenía la punta de su pie
acariciándome el ojete por abajo.

Ni falta hace decir que pegué un grito similar al que había pegado ella tras el
portazo. El dolor ni se podía comparar con el que había sufrido hacía escasos diez
minutos después del codazo y el cabezazo. No, es algo que no le deseo ni al más
hijo de puta de mis enemigos. Y otra vez caí desplomado, esta vez en el suelo,
incapaz de poder hacer nada para frenar a una Rocío que otra vez había salido
corriendo hacia la puerta de la casa.

Y me rendí.

Me quedé ahí, en la fría baldosa, en posición fetal y mirando con la nada misma en
los ojos a las patas del sofá. "¿Acá se termina todo?" pensé. "¿Tanto laburo para
que todo se vaya a la mierda cuando estaba tan cerca?". Porque sí, no hacía falta
ser muy inteligente para saber que había sido el cornudo el del portazo. Y tampoco
hacía falta ser adivino para saber lo que se me iba a venir después: infidelidad
descubierta, patada en el orto y planes a la mierda... Había estado contando con la
esperanza de hacer entrar en razón a Rocío en esos últimos minutos para después
tratar de convencerla de que viniera a pasar el fin de semana conmigo a algún
hotel, pero ese último movimiento me había dejado claro que no iba a dejar al
pelotudo de su novio por nada del mundo.

Y el cuadro que representaba mi paraíso personal se hizo mierda de golpe.

Me quería morir.

...

—No te voy a dejar... —escuché mientras me arrastraba por el subsuelo de mis


pensamientos.

—¡Me vas a dejar porque eres un puto niñato que no tiene idea de nada!

—Me vas a tener que dar una patada en los huevos a mí también para que te deje
salir al rellano así.

—¿Así cómo? Ya estoy vestida. ¡Déjame pasar!

—¿Por qué no vas al cuarto de baño y te miras en el espejo? Cualquier vecino que
te vea va a llamar a la policía.

—¡Me importa una puta mierda, joder! ¡Quítate ya o te juro que...!


—¿Qué? Ya te lo he dicho, apunta bien si me vas a dar en los huevos a mí
también, porque sólo vas a tener una oportunidad.

Yo no miraba, pero escuchaba todo. Y lo siguiente que se oyó fue un fuerte choque
de pieles y huesos, e inmediatamente a Rocío gritando de nuevo que la soltara.

—¡SUÉLTAME! ¡QUE ME SUELTES, NIÑATO DE LOS COJONES ¡SUÉLTAME Y VETE A


TU PUTA CASA YA!

—¡Que te tranquilices de una vez, Rocío!

—¡ME HAS HECHO DAÑO! ¡VOY A GRITAR DE NUEVO Y VAN A VENIR TODOS LOS
VECINOS!

—¡¿Pero por qué?! ¿Qué cojones vas a conseguir? ¿Puedes escucharme sólo un
momento?

—¡QUE VOY A GRITAR, JODER!

"Si ya estás gritando, loca de mierda" pensaba yo, ahí mismo, desde el subsuelo
de mis penurias. Hubiese estado bueno gritárselo, pero, como ya dije, ya me
importaba todo una mierda. Me iba a quedar ahí hasta que mis huevos no me
dolieras con cualquier roce, o hasta que todos se fueran y me dejaran en paz de
una vez.

—¡Espera, espera! —dijo el pibe, como tratando de estirar un poquito el momento


del estallido.

—¡NO ESPERO NADA! ¡SUÉLTAME YA O GRITO!

—¡Rocío, por favor! ¿No crees que la persona que pegó el portazo ya estará
bastante lejos?

—¡QUE ME DA IGUAL, POR DIOS! ¡¿CÓMO TE LO TENGO QUE DECIR?!

—Es que no es cuestión de qué te dé igual...

Me importaba todo una mierda ya, está bien, pero con cada intercambio de frases
que hacían las pelotas se me inflamaban un poco más. Y no por la patada...

—¡TE HE DICHO QUE...!

—¡ROCÍO! —grité yo, de la nada, espontáneamente, sin siquiera habérmelo


propuesto.

Ella se giró y me miró. Le mantuve la mirada y traté de imprimirle todo el odio que
me salía. Me levanté, haciendo todo lo posible por evitar cualquier tipo de
tocamiento hacia mis huevos, y me senté en el sofá. Me dolía mucho, una
barbaridad, pero necesitaba vomitárselo todo en la cara de una putísima vez.
—¿No tenías tantas ganas de que el tipo nos agarrara? —empecé, tranquilo a
pesar de todo—. ¿Eh? ¿Por qué estás haciendo todo este quilombo si esto es lo que
querías?

Ahora fui yo el que noté el odio en su mirada. Agarré un almohadón que tenía
cerca y me preparé para defenderme, porque se acercó casi corriendo hacia mí con
cara de querer asesinarme.

Cuando estuvo a mi altura, se agachó y me agarró un cachete con la mano. Sus


uñas pinchaban de verdad...

—¿En serio te crees que era así como quería que sucediera, grandísimo gilipollas?
¿De verdad te piensas que en mi cabeza el escenario ideal era que me pillara
cabalgando dos pollas en el salón de casa?

No me hubiese extrañado que me escupiera después de decir eso. Me miraba con


una mezcla de odio, desprecio y asco... como si fuese una basura de la que tenía
que deshacerse rápido.

Pero... se había tranquilizado.

—¡Ah, claro! —respondí yo, levantándome para mirarla desde arriba. No me


gustaba nada que me hiciera sentir inferior a ella—. Porque si nos agarraba
garchando sólo a nosotros dos iba a entrar a la casa a darte un besito en la frente.

No me contestó, pero me mantuvo la mirada más de diez segundos como si


estuviéramos en un careo de boxeo. Y yo aguanté no por orgullo ni por querer
imponerme, sino porque no quería bajar la guardia de nuevo y que me volviera a
soltar otra patada en las pelotas.

—¡Aaargh! —rompió ella misma el silencio—. ¡Te odio, pedazo de cabrón! ¡Ojalá al
menos esto sirva para que desaparezcas de mi vida de una vez y para siempre!

Dicho eso, cazó sus sandalias hecha una furia y desapareció por el pasillo de la
casa sin pararse siquiera a decirle alguna última palabra a Guillermo, que seguía
mirando todo desde su rincón con una cara de perdido que daba miedo. El portazo
que dio desde su cuarto fue similar al que habíamos escuchado minutos antes.

No pasaron ni treinta segundos cuando el pendejo se acerca y me dice:

—¿Me puedes explicar qué cojones acaba de pasar?

Lo miré incrédulo porque no me podía creer que me estuviera preguntando eso, y


encima de esa manera, como si fuese un chiquito que acababa de presenciar el
aterrizaje de un OVNI. Lo ignoré y me puse a levantar mi ropa del suelo.

—Venga, no seas cabrón —insistió.


—Y dale con cabrón... ¿No se saben más insultos en este país? —contesté yo, sin
ponerle demasiada atención.

—Tú no eres su novio una mierda, ¿verdad? —siguió, ignorándome ahora él a mí


—. O sea, el del portazo lo era, ¿no?

—Sos vivísimo, nene, ¿eh? Te van a dar dos medallas a vos... Una por boludo, y
otra por si...

—¿Y te la has estado tirando aquí en su casa, en sus propias narices? ¡Qué fuerte,
joder!

—¡Shhh! ¿Quéres que salga la fiera y nos vuelva a sacudir? —dije entonces,
haciendo aspavientos con las manos. El pibe se rio.

—Te volverá a sacudir a ti, que a mí no me ha tocado un pelo. Venga, dime,


¿cuánto tiempo llevas follándotela?

—Vamos, pibe, es hora de que te vayas a tu casa, yo te pago el taxi.

—¡No! ¡Espera, que tengo que preguntarte muchas cosas todavía!

—Vestite, haceme el favor.

—¡Hostia, es verdad! —contestó él al darse cuenta de que todavía estaba en bolas.

No podía decir que era la mejor manera de terminar el día, pero bastante contento
podía estar de no haber salido castrado de esa... También, si bien como dije lo
veía todo negrísimo, todavía había alguna esperanza en mi corazón de que todo se
pudiera solucionar. Como que lo empecé a sentir así después del último
intercambio de lindeces con Rocío. No sé... me había impactado un poco verla más
bien enojada por que la hubieran descubierto y no triste y deprimida. ¿Qué Rocío
era esa? La del grito desgarrador parecía la original, la nenita inocente que no
había roto un plato en su vida. Pero la que me agarró el cachete y me sostuvo la
mirada por más de diez segundos estaba claro que era la otra. Y mientras pensaba
en ello, nuevas ideas me iban a la cabeza sobre cómo arreglar las cosas. Eso sí,
iba a necesitar algo de tiempo para terminar de entenderlo todo, y mucha, mucha
paciencia esa noche con Rocío. Porque sí, no podía dejarla en ese estado. Tenía
que ir y hablar con ella una vez se tranquilizara.

Y no, no era boludo. Sabía que mis horas bajo ese techo ya estaban contadas. El
tema era saber si estaban contadas sólo para mí...

Por lo pronto tenía que deshacerme del pendejo ese. Ya no lo necesitaba para
nada.

—Bueno, tomá esto. Espero que sepas ser discreto con todo lo que acaba de pasar
acá... Tu mamá no necesita enterarse de nada.
—¿Estás loco? —abrió los ojos como dos planetas—. Si mi madre se entera no
vuelvo a ver a Rocío en mi vida.

—Ah, ¿que todavía tenés ganas de volver a garcharte a esta loca después de lo de
hoy? —me reí adelante de él.

—¿Tú flipas? Creo que estoy... —dudó—. ¿Qué cojones? ¡Si tú no eres nada suyo!
Creo que estoy enamorado de ella, y más después de lo de hoy. Nunca en mi puta
vida me imaginé que iba a encontrar a una mujer así.

Me sorprendió esa confesión, pero no me molestó para nada. Tenía huevos el


pendejo, y me estaba empezando a caer simpático. Cualquier otro novatito
hubiese salido corriendo después de vivir algo como lo de esa tarde.

—Te lo digo en serio, quiero conquistar a Rocío.

—¡Bueno, bueno, bueno! Paremos la mano un poquito. No creo que estén ahora
las cosas para conquistas, ¿me entendés?

Le puse una mano en el hombro y me acerqué a él para hablarle de cerca.

—No voy a ser yo el que se interponga en tu misión de robarle el corazón, pero te


voy a dar un consejo: esperá a que las cosas se calmen un poco, quizás dentro de
unos días, o un par de semanas, Rocío esté más receptiva y... ¿quién te dice que
no?

—¿Quieres decir que...?

—¡Bueno! Tomá la plata y andate por las escaleras, que el ascensor tarda años en
llegar. Un placer, Guillermito.

—¡Oye! ¡Pero dime qué quisiste decir con...!

Sin más, lo acompañé a los empujones hasta el pasillo de la planta y le cerré la


puerta en la cara. Todavía tenías muchas cosas de las que ocuparme ese día.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:45 hs. - Noelia.

—¡Nos vemos, Aurita!

Un nuevo día de trabajo duro, agotador, cargante, estresante y todo lo que pueda
terminar en "-ante" con connotaciones negativas. Nueve horitas más de
sufrimiento para sumar a mí ya atormentada vida. Quería llegar a casa para
ducharme, comer, ver una película, masturbarme y dormir. Y el orden en el que
ocurrieran me daba igual.
Mientras esperaba el ascensor eterno, me puse a pensar en mi hermana y en todo
lo que estaba pasando a su alrededor. Hacía varios días que la veía ni a ella ni a
Benjamín, y me sentía preocupada. Más que nada porque me aterraba la mera
idea de que Benjamín llegase un día a casa y se encontrase a esos dos dale que te
pego. Que de no ser por mí ya podría haber pasado tranquilamente mucho antes,
y de ahí venía mi desconfianza total con la gilipollas de mi hermana. Me debatía
entre si hacerle una nueva visita y darle otra advertencia, o si creer que la última
la había captado y que a partir de ahí iba a ser más cuidadosa...

Tras diez largos minutos, por fin llegué arriba. Al final llegué a la conclusión de que
lo mejor era esperar a que se terminara de cocer todo lo que ya estaba en
marcha. Así que saqué las llaves del bolso y me encaminé hacia mi puerta.

No obstante...

Se dice que las revelaciones llegan en el momento justo. Bueno, revelaciones,


previsiones, adivinaciones, o cómo quieran llamarlo... Por alguna razón, me
guardé la llave en el bolsillo y miré en dirección al apartamento de mi hermana.
Igual no era la mejor idea ir y advertirle de nuevo, pero, ¿qué daño hacía ir y
poner la oreja a ver si se escuchaba algo dentro?

Pues ninguno.

—¡Muévete ya, gilipollas!

De entrada escuchar ese insulto ya me hizo retroceder un poco. Me seguía


resultando muy chocante escuchar a Rocío hablar de esa forma. Pero volví a pegar
la oreja porque quería saber para qué se tenía que mover ese gilipollas.

El corazón me latía a mil por hora.

—¡Aaaaaaaahhhhhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Sí!

Despegué la cara de la puerta y me apoyé en la pared de al lado. Mi pulso se


estabilizó y mi respiración volvió a la normalidad.

—Guarra... —susurré para mí misma, y una sonrisa irónica se dibujó en mi cara.

Era cierto que, tranquilamente, podría no haber escuchado nada y mi percepción


de la situación actual de mi hermana no habría cambiado nada. El caso era que...
¿cómo decirlo? El escucharlo tan de cerca, tenerla a tan pocos metros de mí
engañando al hombre más bueno y puro que jamás había conocido... No podía
evitar sentirme decepcionada y, a la vez, tremendamente enfadada.

No voy a mentir, tenía ganas de darle una patada a la puerta y empezar a liarme a
hostias con cualquiera de los dos. Me lo pedía el cuerpo e, incluso, una parte muy
pequeña de mi raciocinio. ¿Qué más daba? No sonaba tan mal la idea en mi
cabeza. Era una buena forma de desmontarle el chiringuito. Sólo tenía que entrar -
sí, intentando tumbar una puerta de 40 kilos-, hacerle un par de fotos y luego
amenazarla con contárselo a Benjamín.

"Cálmate, subnormal. El plan, cíñete al plan".

Me seducía demasiado la idea de ponerle fin a todo aquello ahí mismo; sin
embargo, lo otro era mucho mejor... Ya lo había hablado mucho por teléfono y en
persona, y sabía los pros y contras que tenía cada situación. El tema era que...
¿cuánto tiempo iba a tener que esperar para ello? Había una pareja maravillosa en
juego, y cada día que pasaba nos arriesgábamos a que todo se fuera a la mierda
cuando menos nos lo esperásemos.

Pero eso, la vida es asquerosa y muy puta, y cuando levanté la cabeza...

—¿Benjamín?

La voz me salió sola, y la respiración se me detuvo de golpe.

—¿Noelia?

Ahí estaba, respirando entrecortadamente y con la cara rojísima, terminando de


subir los últimos escalones que lo traían a esta planta.

Me quería morir.

—¿Qué estás haciendo ahí? ¿Por qué no...? —dijo, mientras se acercaba a paso
lento, tratando de recuperar un poco el aliento. Hasta que él solo se interrumpió.

No entendí lo que pasó a continuación. Me miró de arriba a abajo y, de golpe, su


gesto cambió de forma radical. No me dio tiempo ni de pensar algo para
llevármelo de ahí, porque empezó a correr hacia mí como si su intención fuera
derribar la puerta de su casa conmigo de por medio y todo.

—¡Espera, Benja! ¡Hay algo que tienes...!

Cuando llegó a mi lado, me apartó de un empujón y metió la llave en la cerradura.

—¡No! —exclamé, mordiéndome la lengua, apretando los dientes, todo a la vez


para no hacer ruido.

Antes de que la girase, me puse delante de él y cogí sus manos con todas mis
fuerzas.

—¡Que esperes, Benjamín! ¡Te lo suplico! —volví a decirle, ya sin poder contener
las lágrimas, haciendo todo lo posible para no tener que gritar.

Pero fue inútil. Benjamín logró hacer girar la llave y, a pesar de mi sujeción,
consiguió entreabrir un poco la puerta. Intenté pedirle una vez más que no lo
hiciera, pero los gemidos de mi hermana ya estaban sonando por todo el rellano.
—No... —volví a decir, ya vencida, cerrando los ojos esperando que la bomba me
explotase en la cara.

Era el fin. Benjamín estaba a punto de descubrir el pastel y sabía que todo iba a
terminar ahí. Todos mis esfuerzos iban a ser en vano. Todas esas noches
pensando, maquinando, hasta llorando pensando en cómo poder ayudarlos... Todo
para nada. Y ya sólo me quedaba ser testigo de la que se iba a montar en cuestión
de segundos.

O...

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh!

Los gemidos no se habían detenido, y no parecía que nadie se hubiese movido de


sus lugares. Abrí los ojos, levanté la cabeza y miré hacia él. Benjamín estaba
paralizado, con la mirada fija en el pomo de la puerta y con un semblante que
jamás había visto en él.

Ese hombre, en ese instante, estaba muerto en vida.

Volví a girarme y asomé la cabeza por el espacio entreabierto.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Dioooos!

Mi hermana seguía a lo suyo, jadeando y cabalgando como si no hubiera un


mañana. Y, aunque suene feo, me alegré enormemente de que así fuera.

Estaba a punto de cerrar la puerta y hacer como si nada hubiera pasado, pero algo
en lo que no había reparado al principio llamó mi atención.

"Uno, dos y... ¿tres?"

Ahora sí que sí, ya no entendía nada de nada. ¿Qué cojones estaba sucediendo?
¿Qué había hecho ese hijo de la gran puta con mi hermana? ¿Por qué estaba
siendo empalada por detrás y por delante? ¿Quién era ese tercer mal nacido que
estaba debajo de ella?

Y el fuego se apoderó de mí. La ira, la rabia, la furia, el odio... Sentí como todo al
mismo tiempo empezó a recorrer mi cuerpo desde la coronilla hasta los pies.
Apreté los dientes con tanto ímpetu que tranquilamente pude haberme roto
alguno, cerré los puños con tanta fuerza que sentí como las uñas se clavaban en la
palma de mi mano, y dejé que toda aquella cólera saliera de mi interior en forma
de un portazo que retumbó por todo el pasillo y alrededores.

Sin esperar un segundo, cogí de la mano a Benjamín y salí corriendo con él hacia
las escaleras.

Estaba decidida a esperar el tiempo que hiciera falta.


 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 19:15 hs. - Rocío.

Entré en mi habitación y pegué un portazo con todas las fuerzas que me


quedaban. La desesperación que sentía en ese momento no se podía describir con
palabras... El odio que me invadía, la angustia que me castigaba... Era demasiado
todo como para poder soportarlo.

Me apoyé en la puerta y me llevé las manos a la cara buscando que la oscuridad


me trajera un poco de paz. Llevaba media hora aguantándome las ganas de llorar,
de gritar más de lo que lo había hecho, de romper cada cosa que se me pusiera
por delante, de hacerme daño físico a mí misma por lo estúpida que había sido...
Podría haber hecho cualquiera de esas cosas, pero no quería darle el gusto de
verme abatida. No quería darle el gusto de pensar que la victoria era suya. Y una
mierda, todavía estaba más que dispuesta a luchar.

Me di un par de palmadas en la cara, abrí los ojos, que debían estar súper rojos y
humedecidos, y me fui hacia la ventana de mi habitación para ver si lograba
divisarlo en la calle. Obviamente no tuve éxito, había dejado que pasara
demasiado tiempo. Tras chequear aquello, volví sobre mis pasos y cogí el móvil de
la mesilla de noche.

—Contéstame, por favor... —murmuraba para mí misma mientras me sentaba en


el borde de la cama.

No hubo respuesta. Y lo intenté una vez más, y otra, y otra, y otra... Y al no


contestarme esas veces, volví a intentarlo de nuevo, y después de nuevo, y
después de nuevo... Luego de veinticinco intentos más, decidí probar con la casilla
"mensaje de texto".

"Cuando leas esto llámame", probé primero. "Quiero hablar contigo", intenté
después. "Benja, ¿puedes contestar mis llamadas?", "¿Dónde estás?", "¿A qué
hora sales de trabajar?".

No sabía qué más ponerle, y no podía ir al grano porque no sabía con exactitud si
había sido él el que había abierto la puerta de casa. O sea, sí que lo sabía, en el
fondo lo sabía, pero no me la podía jugar. ¿Y si había sido el casero? No estaba
segura, pero lo normal era que tuviera copia de las llaves. ¿Y Noelia? No recordaba
haberle dado unas, aunque Benjamín fácilmente podría haberlo hecho para que le
fuera más fácil cuidar de mí.

Mientras analizaba todas las posibilidades, seguía pulsando el nombre de Benja


una y otra vez, pero perdiendo las esperanzas de que me respondiera con cada
intento.
Dejé el móvil en la mesilla de nuevo y me recosté en su lado de la cama. Me
abracé a su almohada y cerré los ojos de nuevo. Increíblemente, después de tanto
tiempo, volví a sentir ese remordimiento de consciencia que tanto me había
mortificado en los primeros días de mi aventura con Alejo. Hacía rato que me
había decidido a no volverme a sentir de esa manera, alegando siempre que todo
lo que había hecho tenía sus razones y sus justificaciones; pero ahí mismo,
tumbada en mi cama después de haber sido descubierta follando con dos hombres
a la vez, sólo podía pensar en que todo, sin ninguna excusa que valiera, era culpa
mía y nada más que mía. Me sentía sucia, mala y puta. Y también sentía que me
merecía todo lo que me estaba pasando.

Si Benjamín decidía no volver jamás iba a estar en todo su derecho.

Me fui quedando dormida poco a poco, mientras esperaba ilusionada que


el "You're way to beatiful girls" de mi móvil sonara en algún momento.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 19:15 hs. - Benjamín.

—¿Y cómo has dicho que te llamas?

—No lo he dicho.

—¿No? Bueno, ¿cómo te llamas?

—Noelia.

—¿Noelia? ¿Y por qué no te había visto antes por aquí? Las bellezas de la ciudad
no suelen escapas a mi radar.

—Será porque no suelo salir mucho.

—¿No? ¿Y eso por qué? ¿Trabajas mucho? ¿O es que te la pasas estudiando?

—Trabajo.

—¿De qué? ¿Dónde?

—De camarera. El lugar no te incumbe.

—Vaya... Nos ha salido fría la cuñada, ¿eh, Benja?

—Quizás es porque igual no es el momento, ¿no te parece?

—Ya, puede ser... ¿Y de qué lado estás?


—¿Qué?

—¡Sí! ¿De qué lado estás? ¿Del de Benjamín o del de la zorra asquerosa de tu
hermana?

—¿Perdona?

—Vaya, por fin te dignas a mirarme.

—Luciano, basta, ¿de acuerdo? Benjamín necesita un poco de tranquilidad ahora.

—Vale, vale.

Sebas me puso un brazo en el hombro cuando todos se callaron. Yo no reaccioné,


seguí apoyado contra la ventanilla, observando el exterior como si no estuviera
ahí, como si no existiera. Oía todo lo que se hablaba en la parte trasera del coche,
pero no les ponía ninguna atención. La realidad me había vuelto a dar una paliza,
y ya no tenía ganas de volverme a levantar de la lona. Ni siquiera de arrastrarme
sobre ella.

—Disculpa... Sebastián era, ¿no? —dijo Noelia al poco tiempo.

—Sí, ¿qué pasa?

—¿Puedes parar en el parque que está por aquí? Si sigues todo recto yo te aviso
donde es.

—Claro. ¿Te bajas ahí?

—Sí... No... O sea, necesito hablar un momento a solas con Benjamín... Ya luego
sigue con ustedes y yo me quedo.

"Buah...", pensé. Tenía muy pocas ganas de ponerme a hablar con nadie. Y menos
con Noelia, que seguramente me sacaría en cara el cómo me había advertido de lo
que estaba pasando. No dije nada de todas formas, principalmente, como ya dije,
porque ya todo me la sudaba en demasía. Haría cualquier cosa que ellos
decidieran y no me supusiera demasiado esfuerzo físico y mental.

—¿Benja? —me miraba Sebas mientras esperaba una respuesta por mi parte.

—¿Eh? Pues me da igual... —balbuceé, todavía con la cabeza apoyada en la


ventana.

—A mí no me da igual —saltó entonces Luciano, haciendo retumbar todo mi


asiento—. ¿Tú estás flipando, no? Que pechitos de caramelo se baje si quiere, pero
Benjamín se viene con nosotros.

—¡Oye! ¿Pero tú de qué vas? —reaccionó sin dilación Noelia, visiblemente alterada.
—¿Que de qué voy yo? ¡¿De qué vas tú?! ¿Te crees que te voy a dejar a solas con
él para que le comas la cabeza?

—¿Para que le coma la cab...? ¡Si fui yo la primera que le advirtió sobre todo esto,
pedazo de gilipollas!

—Me da absolutamente igual. Tú a solas con Benjamín no te quedas, chochito.

—Basta, chicos... ¿Por qué no paran? —volvió a insistir Sebas, al que me constaba
que lo ponía muy nervioso que la gente gritara mientras conducía.

Hubo un silencio de unos veinte segundos. Silencio que supuse que utilizó Noelia
para contenerse y respirar profundo. Luciano acababa de usar un par de
expresiones que en cualquier otra ocasión hubiesen sido motivo de llamada a los
servicios de emergencia.

—Estoy del lado de Benja, ¿vale? —dijo, rápida, dejando lo otro de lado.

—Mira, pechi...

—Vuelve a llamarme "pechitos de caramelo" y te aseguro que la próxima vez que


le entres a una tía lo harás sin la confianza de tener una polla que hable por ti,
¿me has entendido?

—¡JA!

Sebas soltó una carcajada enorme. Todos, incluido yo, nos giramos para mirarlo.

—Perdón... —añadió inmediatamente.

—Mira, Noelia —dijo ahora Luciano, haciendo mucho énfasis en el nombre de mi


cuñada—, no sé qué cojones pasó ahí arriba, pero no me voy a arriesgar a dejar
solo a Benjamín con la hermana de la guarra que le está poniendo los cuernos,
¿vale? Así que te voy a dar tres opciones.

Dentro de mi estado de muerte espiritual, me parecía extraño que Noelia todavía


no le hubiera saltado con las uñas a la cara a Luciano. Es más, me resultaba
increíblemente sorprendente que se quedara callada escuchando cuando Lucho
dijo lo de las tres opciones.

—Le dices aquí, delante de todos, lo que tengas que decirle; vienes con nosotros a
mi casa y nos demuestras que eres de fiar; o paramos aquí mismo y te bajas.

Silencio incómodo. Eché un vistazo rápido al retrovisor central a ver si veía algo,
pero lo único que tenía ahí era un primer plano de las grandes tetas de Noelia.

—No tienes ni puta idea de nada —dijo al fin Noe, dando un largo y sonoro
resoplido—. ¿Tú no vas a decirle nada, Benjamín? ¿O es que estás de acuerdo con
él?
"Vaya", pensé. "Ahora si no contesto me va a usar la del que silencio otorga...
Vaya fastidio".

—Sabes que no pienso lo mismo que él.

—Pues díselo, cojones. Que estoy quedando aquí como la mala de la película.

—¿Y para qué le voy a decir nada? Si me tienen por el gilipollas al que todo el
mundo engaña cuando quiere. Diga lo que diga no va a servir para nada.

Nadie respondió a eso, y ahí sí que sentí cómo se aplicaba la del silencio
otorgador. A los cinco minutos Sebas aparcó el coche al costado de una plaza.
"Plaza 4 de noviembre", según rezaba una placa dorada que decoraba una gran
fuente que había muy cerca de nosotros.

—Bueno, ¿qué van a hacer? —preguntó Sebas.

Yo seguía con la cabeza apoyada en la ventanilla, y no pensaba moverme hasta


que ellos se pusieran de acuerdo. Fue Noelia la primera en hablar.

—Oye... no me acuerdo tu nombre.

—Luciano.

—Bueno, Luciano, de verdad que necesito hablar a solas con él un momento. No te


pido una hora, sólo unos minutos. Por favor...

Al parecer, esta vez Lucho dudó. Seguramente mi cuñada le habría puesto una de
esas caritas de súplica que ya portaban de serie las mujeres de esa familia. Y eso,
sumado al potente par de tetas de Noelia, que encima iba con escote por la camisa
blanca de su uniforme de la cafetería, hacía de ella una persona a la que para
Luciano resultaba muy difícil decir que no.

—¿Tú qué dices, Sebas?

—¿Yo? —se sorprendió por la consulta—. Pues, no sé... Así, a simple vista, la chica
parece maja. Además, por la forma en la que lo tenía abrazado a Benja mientras
bajaban las escaleras... No sé, yo me fío de ella.

Se hizo un nuevo silencio que no se rompió hasta que me volteé a ver qué pasaba.
Todos me miraban expectantes.

—¿En serio no puedes hablar conmigo aquí? Mira que ellos están al tanto de
absolutamente todo, ¿eh?

—Por favor, Benjamín...

De nuevo esa maldita mirada que tanto me hacía acordar a la otra... Lo peor es
que no era intencionada, era algo que le salía de forma natural. Tenía muchas
ganas de pedirle que se pirara y que dejara de atormentarme con su presencia,
pero en el fondo no me sentía capaz de hacerle algo así a una de las pocas
personas por las que me sentía querido en ese momento.

—¿Me van a esperar o se van a ir? Miren que yo me las apaño como...

—Te esperamos, anormal —interrumpió Lucho—. Vamos a ir a mi casa y esta


noche nos vamos a poner ciegos con lo primero que pillemos.

—Vale...

Una vez afuera, Noelia se cogió de mi brazo y empezamos a caminar parque para
adentro.

—¡Oye! —gritó Luciano detrás nuestro cuando no habíamos dado ni cuatro pasos.
Los dos nos giramos—. ¿Tetitas de miel te gusta más?

Noelia arqueó las cejas y resopló fuerte devolviendo la mirada al fuerte.

—¿En serio ese es tu modus operandi para ligar? No te debes comer un rosco, hijo
mío.

—¿Y quién te ha dicho que estoy intentando ligar contigo? ¡Nos ha salido
prepotente la chiquilla!

—Toma prepotencia —zanjó Noe, levantando el dedo corazón de su mano libre y


dibujando una sonrisa enorme en su cara.

Mientras Lucho y Sebas reían como dos adolescentes, mi cuñada y yo nos


dirigimos a un banco que no había muy lejos de nosotros. No había gente cerca,
por lo que parecía que allí íbamos a poder hablar con tranquilidad.

—¿De dónde sacaste a ese tío? Vaya cosa más aberrante... —empezó a decir ella
apenas nos sentamos.

—Es un compañero de trabajo de toda la vida... Siempre se porta igual con las
mujeres, es su forma de romper el hielo. No le des mucha importancia.

—No, si no se la doy. Es más, espero no volver a verlo jamás.

—Exageras... Bueno, al grano, ¿qué querías decirme? —dije, igual no de la mejor


manera, pero quería acabar con todo eso cuanto antes.

—¡Oye! —protestó, dándome un suave golpe en el brazo—. ¡No seas grosero! Ya


sé que acabamos de salir del infierno, pero hacía tiempo que no nos sentábamos a
hablar... ¿Ni un "qué tal estás" ni nada?

—Vale... —asentí yo, sumiso como nunca. Iba a tratar de evitar cualquier tipo de
discusión por más mínima que fuera—. ¿Qué tal estás?
—¡Pues mal! ¿Te puedes creer que el hijo de la gran puta de mi jefe el otro día nos
hizo usar un uniforme que nos hacía ver como putas? "Hoy tenemos un
cumpleaños y tienen que ponerse esto". No te puedes imaginar la cara que se me
quedó cuando lo vi... Mira, aquí tengo una foto.

Sin siquiera preguntarme si la quería ver -que no, no quería-, sacó el móvil y me
enseñó una imagen de ella posando alegremente junto a una compañera.
Efectivamente, las dos iban enseñando bastante. Lo que no entendía muy bien era
por qué sonreía así si tan incómoda se sentía... Aunque no iba a ser yo el que se lo
preguntara.

—Muy guapas... —le dije, sin muchas ganas.

—¡Gracias! ¡Pero no te confundas, ¿eh?! Estamos sonriendo porque la foto era


para el tablón de la cafetería. Bueno, por lo menos yo, porque Aurita es un poco
fresca y le gusta ir por ahí mostrando carne. ¡No sabes la de propinas que saca
calentando pollas! ¡Si se hace el mes así y todo! Ojalá yo fuera la mitad de guarra
que ella, al menos no tendría los problemas que tengo para llegar a fin de mes...

—Noe...

—Dime, cariño.

—¿Me vas a decir de una vez lo que querías decirme o vas a seguir estirando el
chicle mucho tiempo más?

Tardó en contestar. Estaba claro que le costaba arrancar a hablar del tema y por
eso seguía contándome cosas que sabía que a mí, en ese momento, me
importaban una puta mierda. Y por eso también se la solté así, para que se diera
cuenta que ya me daba igual y que podía hablar de ello sin problemas. Como ya
he dicho, lo único que quería era terminar con eso cuanto antes para llegar a casa
de mis amigos y olvidarme de todo durante muchas, muchas horas.

—¿Cómo estás? —volvió a hablar, ahora con más seriedad.

—Pues... como ves —respondí yo, abriendo los brazos y señalando mi cuerpo con
la cabeza.

—Ya... pero... ¿cómo te sientes?

—¿Me vas a hacer terapia, Noe? —le sonreí ligeramente.

—No, joder... —chistó—. Eres como un hermanito para mí, Benja... Sólo me
preocupo por ti.

—Estoy bien, quédate con eso. Ahora mismo no tengo ganas de profundizar más
en el tema.
—Vale... Me alegro, entonces —me sonrió ella a mí ahora, y me dio una caricia en
el hombro.

—¿Algo más?

—¡Sí! Hay algo que... bueno, que no termino de entender.

—¿Qué cosa?

—Verás... antes, cuando nos encontramos en el pasillo de casa, me pareció un


poco rara tu reacción... O sea, como si ya supieras lo que estaba pasando ahí
adentro.

—Hombre, saber saber no, pero me lo imaginaba.

—¿Y por qué te lo ibas a imaginar? ¿Acaso ya sospechabas de algo?

—No, Noe... No es que sospechara, es que lo sé ya desde hace un par de días. Me


los encontré follando en plena madrugada en el balcón de casa.

—¿Qué...? ¿Y cómo...?

—¿Cómo qué? Pues que me levanté porque... porque me levanté por la noche, y
ahí estaban. Claro, como es muy raro que yo me levante de madrugada, y ella lo
sabe bien, estaría aprovechando esos momentos para tirárselo.

—Yo... Es que no me lo puedo creer...

Noelia negaba con la cabeza mientras seguía murmurando que no se lo podía


creer. Ya que la cosa fluía, aproveché ese momento para sacarme de encima una
sospecha que, si bien no llegaba a molestarme, tenía muchas ganas de resolver.

—¿Tú desde cuando lo sabes?

—¿Eh? —su semblante cambió, como si de pronto se hubiese sentido pillada.

—Tranquila, no te voy a reprochar nada. Es sólo por saberlo.

—Pues... desde no hace mucho, pero...

—¿Quizás desde aquella vez que no querías que entrara en casa? Ponle fecha,
tranquila. No va a cambiar en nada mi estado de ánimo.

—Sí...

—Bueno... Ahora que lo pienso, supongo que por eso antes reaccioné así, porque
verte así de pie en la puerta de casa me hizo recordar a lo de ese día.
—No quiero que pienses que la estaba encubriendo, Benja... Es sólo que quería
evitarte el disgusto... A nadie le gusta enterarse de que le están poniendo los
cuernos.

—No seas idiota... ¿Cómo voy a pensar eso si tú fuiste la primera que me avisó de
que esto podía pasar?

—Pues prefiero cerciorarme, más aún después de las palabras de tu compañero...

—Vaya... —sonreí, inesperadamente—. No pensé que fueras a darle tanta


importancia a eso.

—¡Que no se la doy! Pero, joder, en casos así la gente suele buscar enemigos
donde no los hay, y...

—Olvídate de eso, ¿vale? —interrumpí, y le di un golpecito en la espalda.

Hicimos una pausa que no duró mucho. El típico silencio en el que cada uno le da
espacio al otro para no agobiarlo. En este caso el que no debía serlo era yo, pero
sentía que ella también lo estaba pasando mal.

—Me molesta mucho que lo haya hecho contigo en casa...

—¿Qué? Bueno... está feo, sí. Pero te garantizo que no es algo a lo que le esté
dando importancia ahora mismo.

—No sabes las ganas que tengo de ir a buscarla y darle unas cuantas tortas.

—Tú misma —respondí, con una media sonrisa. Me estaba empezando a asustar la
naturalidad con la que avanzaba el asunto.

—Supongo que no le has dicho nada todavía, ¿no?

—¿De qué? ¿De que sé que me engaña? Pues no... Quería tomarme un tiempo
para pensar todo, ¿sabes? Lo último que quería era tomar una decisión
precipitada.

—¿Por qué hablas en pasado? ¿"Lo último que querías"?

—Sí... Ya todo me da igual.

Al final, aunque fuera de forma inconsciente, terminé hablando con Noelia sobre
mis sentimientos. Lo más gracioso era que, al mismo tiempo, sentía que también
estaba haciéndolo conmigo mismo. En ningún momento me había parado a pensar
qué iba a hacer con todo aquello, o cómo iba a afrontarlo. Ese "ya todo me da
igual" me salió de forma completamente natural y sincera. Y me sentía
increíblemente bien por haberlo dicho.

—No... Benjamín, no. No te puede dar igual.


—Pues sí que me da, y más después de todo lo vivido hoy. ¿Sabes qué? Esta tarde
estaba haciendo justamente eso, pensando en todo esto. ¿Y sabes cuál fue la
tremenda estupidez que se me ocurrió? Salir del trabajo antes para ver por mí
mismo si lo del otro día había sido sólo un desliz o si era cosa de todos los días
follarse a ese hijo de puta.

—¿Por eso...?

—Sí, por eso lo de hoy. O sea, ¿te das cuenta de lo absurdo que suena? Hice todo
esto con la esperanza de llegar a casa y encontrar a Rocío planchando, cocinando,
o simplemente viendo la tele, ¿me entiendes? Si llegaba diez minutos después de
que el otro se la hubiera follado, para mí hubiese sido lo mismo, porque la habría
encontrado justo como la quería ver.

—Pero... ¿No decías que habías entendido por qué no te quería dejar entrar a tu
casa aquella otra vez?

—De eso me di cuenta cuando te vi de pie ahí... Fue como una revelación, ¿sabes?

—Entiendo...

—Los chicos me advirtieron de lo que podía pasar, incluso le respondí mal a la


única persona que no se ha despegado de mi lado estos últimos tres días... Todo
por defenderla a ella, que ha quedado clarísimo que le importo una mi...

—¡No! —me interrumpió ahora ella—. ¡No le importas una mierda! ¡Rocío te
quiere, Benjamín!

—Sí, ya vi cómo me quiere...

—¡Que no, joder! ¡Es ese mal nacido el que le está llenando la cabeza! Tú sabes
bien que Rocío es más manipulable que un trozo de plastilina.

—Estás haciendo un poquito, sólo un poquito, lo que Luciano dijo que podías hacer
—le dije, con las cejas arqueadas. Noe se ruborizó un poco.

—No es lo mismo, Benja... —respondió claramente apenada—. Sé que suena a


justificación, pero creo que puedo llegar a demostrarte lo que digo sólo razonando
un poco.

—¿Sí? ¿Y cómo sería ese razonamiento?

—Rocío pasó días hecha una furia porque pasabas todo el día en el trabajo y no
tenías tiempo para ella, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bueno, ¿quieres que me ponga en el lugar de Alejo una noche cualquiera que se
la pudiera encontrar triste? "Rocío, tu novio se pasa el día en el trabajo y llega
cuando estás durmiendo para evitar tener que gastar su poco tiempo libre
contentando a una niñata que lo único que hace es traerle problemas. Y que no te
extrañe si lo del trabajo es una excusa barata y en realidad se está tirando a otra".

No tenía demasiada fe en que los razonamientos de Noelia pudieran hacer, aunque


fuera, un mínimo de mella en mí, por más que eso último que había dicho tuviera
todo el sentido del mundo.

—¡Piénsalo, Benjamín!

Si volvía unas semanas atrás en la memoria y recordaba algunos numeritos que


me había montado Rocío, como el de la vez que me echó en cara que los horarios
de mi agenda y los que yo le decía no coincidían, podía ser que Noelia tuviera algo
de razón. Es más, en la vida había desconfiado de mi palabra, ¿por qué de pronto
se iba a tomar la molestia de revisar mis papeles para ver si le decía la verdad o
no?

No obstante, iba a necesitar mucho más para poder convencerme.

—Pues sí, tiene sentido lo que dices. Ahora, ¿para ti eso ya es motivo suficiente
como para quitarse las bragas y montarse sobre la polla del tío que yo le dejé
meter en casa con toda mi estúpida confianza?

—¡No! Y, joder, ¿desde cuándo hablas así? Qué grima...

—Desde que Rocío me enseñó.

—¡No te desvíes del tema! ¿Sabías que Rocío vino a hablar conmigo de nuevo días
después de que me contaras los problemitas que tenías con la tal Clara?

—Sí...

—Yo te dije que no lo hicieras, pero sé cómo eres... ¿Le terminaste hablando de
ella?

Volví a hacer memoria... y recordé cuando me echó en cara el haberme visto


almorzando con ella una mañana.

—Es gracioso que menciones eso —reí otra vez—, porque se va a volver en tu
contra.

—¿Por qué?

—El día que me dijeron que por fin se terminaban los horarios exhaustivos del
trabajo, me reuní con Rocío en una cafetería para pedirle perdón y contarle la gran
noticia.

—Sí, ¿y...?
—Después de arreglar todo, de besarnos, de sonreírnos y abrazarnos... Me dijo
que me había visto almorzando en una cafetería no muy lejos de mi trabajo. Me
preguntó si tenía algo con ella, yo le dije que no, y ella lo aceptó con toda la
normalidad del mundo. Sin indagar ni un poco, ¿me entiendes? ¿Y sabes lo que
hizo después? Nunca voy a olvidar esa cara... de... vacío... fría, sin sentimientos...
Con esa cara me dijo que no podíamos dejar que Alejo se quedara en la calle, que
teníamos que ayudarlo durante un tiempo más hasta que encontrara algo... ¿Y
sabes qué más? Que o último que le había dicho sobre el tema era que se tenía
que ir de casa en esos días.

Estaba contando la historia para que se enterase Noelia, pero con cada palabra
que salía de mi boca mi cerebro iba atando cada vez más cabos. ¿Cómo explicarlo?
Mi intención en un principio era contarle cómo Rocío había aceptado lo de Clara sin
ningún problema, sin embargo, acababa de llegar a la conclusión de que todo
había sido un intercambio de favores, al igual que la noche anterior cuando me
había dado vía libre para que hiciera lo que quisiera... "Fóllate a Clara o a quien
quieras, pero no me toque las narices si me follo a Alejo".

—En ese momento ya estaba contaminada, entonces...

—El viernes pasado me montó un pollo tremendo porque no le gustó cómo hablé
con mi jefa cuando nos la encontramos por la calle. Ese mismo fin de semana me
tuvo a dos velas y justamente fue el domingo por la noche cuando la pillé. ¿Tienes
alguna explicación lógica para eso?

—No, Benja... No la tengo. Pero insisto en que todo se debe a toda la mierda que
ese cabronazo le metió en la cabeza contra ti.

—Como sea, Noe... Pensando en todo lo que sucedió este último es... Si me pongo
a atar cabos... tantas cosas cobran sentido... Y es todo tan doloroso... Y no por la
infidelidad en sí, ¿me entiendes? Porque todos somos seres humanos y podemos
tener deslices... ¿Tú crees que si venía una noche y me decía "me follé a Alejo
porque me puso cachondísima y no lo pude resistir" iba a ser igual de grave que
todo este tira y afloja que montó, involucrando mi trabajo, amistades y jefes para
hacerme sentir mal y justificar así tanto engaño y traición? No, Noelia... Me duele
diez mil veces más que no le haya importado jugar con mis sentimientos que todas
las veces que pudo haberse tirado a ese hijo de puta...

—Benja...

Repito, todo iba teniendo más sentido en mi cabeza a medida que iba saliendo por
mi boca. Y todo cuadraba tanto que sentía que con cada palabra que pronunciaba
iba hundiendo cada vez más las ganas de Noelia de defender a su hermana. Cosa
que, a la vez, me hacía daño a mi también, porque, sí... Muy en el fondo esperaba
que pudiera llegar a convencerme de no mandar todo a la mierda.

—Necesito que me hagas un favor, Benjamín... —dijo de pronto.

—¿Qué favor?
—Que no tomes ninguna decisión hasta que yo te lo diga, ¿vale?

—¿A qué te refieres?

—Que no rompas con ella hasta que... ¡Joder! Sé que suena raro, pero eso, hasta
que yo te lo diga, ¿de acuerdo?

—Eh... —negué un par de veces con la cabeza y traté de entender qué quería decir
con eso—. Explícate, por favor.

—No puedo explicarme ahora, pero te prometo que me lo vas a agradecer.


¿Puedes prometerme que no vas a tomar ninguna decisión hasta que yo te lo diga?

—Pues no. O sea, así rotundamente te digo que no. No estoy en un momento de
mi vida en el que pueda ponerme a prometer cosas. Quizás esta noche me coja un
pedo de campeonato y termine llamándola para mandarla a la mierda, ¿sabes lo
que te quiero decir?

—¡Joder, Benjamín! ¡Vale, dame dos días! ¡Sólo dos días!

—¡¿Pero dos días para qué?

Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi móvil, el cual hacía ya más de veinte


minutos que no dejaba de vibrarme en la pierna. Desbloqueé la pantalla y se la
enseñé a Noelia.

"Tienes 34 llamadas perdidas y 8 mensajes de texto sin leer".

—¿Qué? ¿Creías que íbamos a pasar desapercibidos después del portazo que
pegaste?

—¡Eso da igual! Además, a ti no te vieron... —dijo, sin darle nada de importancia a


lo que le acababa de enseñar.

—No sé si me vieron o no, pero el móvil deja bien claro que cierta personita piensa
que ha sido pillada. ¡Vaya, 35!

—Puedes contestarle y decirle que estabas sin cobertura. Eso nos daría más
tiempo.

Me quedé mirándola entre sorprendido y anonadado. Tanto hablar en clave y


secretearme de esa forma en la cara me estaba empezando a inflar
soberanamente los cojones.

—Suficiente, Noe. Me piro.

Me volvió a sujetar la mano y, esta vez se me quedó mirando con más cara de
preocupación que de súplica.
—Sólo prométeme que no vas a ir a romper con ella.

—No te voy a prometer nada.

—Necesito que lo hagas, por favor.

—Adiós, Noe.

—¡Sólo dos días, Benjamín!

Sin más, comencé a caminar en dirección al coche de Sebastián. Noelia no me


siguió, y lo agradecí. Un poco más de insistencia no habría acabado del todo bien.

Llegué al coche y me encontré con un Sebas sonriente y un Luciano expectante.

—Bueno, ¿qué te dijo la tetas?

—Nada... Quería ponerse al día nada más.

—¿No te intentó vender a la hermana?

—Lucho... Ya está, vamos a tu casa.

—O sea que sí, lo intentó.

—Un poco... Pero no como tú crees. Simplemente le echa toda la culpa al


argentino ese y la deja a ella como la pobrecita manipulada que no sabe lo que
hace.

—Típico... —dijo Sebas.

—Pues no sé si será lo típico, pero sí sé que es lo normal... Noelia apoyó nuestra


relación desde el primer momento en el que me vio. Si llegáramos a romper, para
ella sería un palo muy gordo...

—¿"Si llegáramos"? —dijo Luciano, sorprendido—. ¿De verdad todavía estás


dudando, pequeñajo de mi vida?

—Todavía es muy pronto para pensar en eso... De momento quiero llegar a tu


casa y pillarme el pedo de mi vida, ¿te parece bien?

—Vale, tienes razón. Me parece estupendo.

—¡Bien por mí también! ¡Así que en marcha!

Me traía una paz increíble al cuerpo el pensar en que en un par de horas estaría
más borracho que el carajo. ¿Qué mejor que pasar una noche como esa rodeada
de tus amigos?
Y bien que hacía, la verdad, porque una vez terminada, iba a dar comienzo el fin
de semana donde todo se iba a decidir... para bien o para mal.

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 22:45 hs. - Benjamín.

Risas, música, alcohol, griterío y vecinos llamando a la puerta para que nos
callásemos. Algún toque de atención de la policía quizás, o tal vez gritos de la calle
invitándonos a irnos a tomar por el culo. ¿Fiesta, desnudos, descontrol y mujeres?
Bueno, no lo sé. Probablemente eso ya fuera mucho. El caso era que me
imaginaba cualquier cosa para esa noche menos lo que estaba resultando.

—¿Y si nos lo llevamos de putas? —escuché de pronto.

—Pues no sé qué decirte... Igual sería lo suyo.

Dos horas y pico llevábamos en el salón de Luciano. Nada más llegar, cogió tres
vasos, abrió una botella de whisky y preparó la PlayStation 4 al grito de "esta
noche nos lo vamos a pasar en grande".

Pero, claro, el pobre no contaba con que me iba a venir abajo al primer trago.

—No te dejas ayudar, cabrón. Así va a ser muy difícil.

—Ponme otro vaso y déjame en paz.

—Al final vas a conseguir que te quite la tontería a hostias.

Quizás habría sido la solución. Después de todo los dos llevaban toda la velada
intentando animarme de una forma u otra.

Y eso que la cosa no había empezado mal, porque la consola logró mantenerme
entretenido más de media hora... El tema es que, entre risas y vaciles por un gol
chorrero que me hizo Sebastián, me dio por desbloquear el móvil para ver la hora,
y me topé de lleno con un mensaje entero de Rocío que me terminó de hundir por
completo.

"Es el último mensaje que te dejo. O das señales de vida esta noche, o te puedes
olvidar de mí para siempre".

Con las mismas, Luciano cogió el móvil y le quitó la batería. Pero el daño ya estaba
hecho, y por más que lo intentaron, no pude volver a levantar cabeza.

—¿Con "esta noche" qué quiere decir? —dije entonces—. ¿Se refiere hasta las
doce, hasta que se vaya a dormir o hasta antes del amanecer?

—Me estás empezando a tocar los cojones, Benjamín —respondió enseguida


Luciano—. Nos suda la polla a qué mierda se refería con eso, ¿vale? Aunque te
hubiese dado hasta el siete a las siete, se cavó su propia tumba en el momento en
el que se atrevió a darte un ultimátum. Aquí el que impone eres tú, no ella.

Por mucha razón que pudiera tener, en ningún momento me imaginé que ella se
pondría en el plan de exigir. Dentro de mi cabeza creía que, como cornudo ya más
que oficial, ese honor me pertenecía a mí, y que ella a partir de ahí tendría que
arrastrarse como una babosa para recuperar mi amor y confianza, si es que a mí
me daba la gana darle oportunidad de hacerlo, por supuesto. Pero no, sentía como
si ella hubiese tomado la iniciativa y que ya no había manera de que yo pudiera
darle vuelta a la tortilla. Y lo peor de todo era que me daba pánico no ser yo el que
decidiera si la dejaba o no. Y no por orgullo, más que nada por el miedo a no saber
qué era lo que quería yo en el fondo.

Porque sí, todavía no tenía ni puta idea de qué era lo que iba a hacer con nuestra
relación.

—¿Y si mañana vuelvo a casa y ya no está? ¿Qué coño voy a hacer con mi vida
después?

Debo aclarar que, pasadas ese par de horitas desde que habíamos llegado, ya
había más whisky corriendo por mis venas que dentro de la botella.

—Quítale eso, anda —dijo Sebas cuando estaba a punto de rellenarme el vaso por
enésima vez.

—Deja de decir gilipolleces, joder —me respondió Luciano arrebatándome la


botella de un manotazo—. Eso sería lo mejor que te podría pasar. Ya me dirás tú
para qué quieres a esa zorra asquerosa en tu vida.

—Porque la amo, Luciano —dije enseguida, apoyando una mejilla en la mesa y


dejando los brazos colgando por debajo—. A pesar de todo, todavía la amo.

—Pues eres más tonto de lo que creía. Y mira que creía que eras tontísimo,
¿sabes?

—Cállate. ¿Qué sabrás tú del amor? —contesté, luego de dar un sonoro bufido.

—Puede que no sepa una mierda del amor, pero sí sé bastante de lealtad y
compromiso. Y no, no me mires así. Me acuesto con mujeres casadas porque le
imprimen a la cosa ese fuego que las solteras no tienen, básicamente, porque no
lo sienten. Y no voy por ahí buscando una en particular, ni me meto en medio de
su relación para rompérsela. No. Si una noche me encuentro con una que me
atraiga, me le acerco, veo si puede haber tema, y si lo hay me la follo y al día
siguiente a otra cosa. Pero mis intenciones no son, ni por asomo, las de
robármelas o joderles la pareja, ¿lo entiendes?

Claro que lo entendía, el caso era que ya me había puesto a la defensiva e iba a
ser muy difícil sacarme de ahí, por lo menos, esa noche. Ya me hubiese gustado a
mí que mi situación fuera una como la que describía él. Pero no, Rocío se había
topado con un tipo que justamente era todo lo contrario a lo que acababa de
describir Luciano.

—Eres igual que el Alejo este de los cojones. Rompeparejas cabrón. Mamón de
mierda.

—Nada... Déjalo —saltó Sebas al mismo tiempo que Luciano ponía cara de
resignación—. Ya mañana se le pasará.

—¿Que se me pasará el qué? Tú mejor no me andes juzgando, que a ti también te


los pusieron bien puestos, mamarracho.

—Oye, por ahí no vayas, ¿vale? Que si estoy aquí soportando tus tonterías es
porque justamente no quiero que termines arrastrándote como hice yo.

—Pues si termino arrastrándome estoy seguro de que no voy a parecer ni la mitad


de gilipollas de lo que pareciste tú.

Entonces oí como una silla era arrastrada por el suelo con bastante vehemencia y
como otra hacía lo mismo justo a continuación. Supuse que Sebas se había
levantado para pegarme y que Lucho lo había interceptado a medio camino.

—Déjame, Lucho. Déjame, que le arreo dos tortas.

—No seas bobo, hombre. Sabes que el Benjamín que conocemos jamás nos
hablaría de esa manera. Son el alcohol y el despecho lo que lo están haciendo
pensar así.

—No tuviste huevos para pegarle al "amiguito" de la cerda de tu novia, menos vas
a tenerlos para pegarme a mí.

Me lo estaba mereciendo, la verdad. Y en el fondo sentía que era lo que realmente


quería. Ya que el alcohol no me estaba ayudando demasiado, quizás si uno de los
dos venía y me dormía de un golpe, mis problemas se iban a terminar, por lo
menos, esa noche.

Pero no, eran demasiado pacientes y buenas personas como para hacerme eso.
Bueno, para hacerme eso, pero no como para lo que decidieron a continuación.

—Suficiente —añadió Sebastián tras mi última provocación—. Es evidente que esto


nos queda grande.

—¡Que pegándole no vas a...!

—¡Que no le voy a pegar!

Cuando estaba preparado para detonarle el vaso de vidrio en la cabeza, Sebas se


detuvo varios centímetros antes de mi posición, exactamente donde con estirar la
mano podía llegar a mi teléfono móvil.
—Ey, fantoche, ¡deja eso que es mío! —le dije apenas lo cogió, pero sin moverme
de mi inerte postura.

—Cállate, anda. Seguro mañana me lo agradecerás. Oye, esto no va.

—Pues porque tienes que ponerle la batería, comemierdas.

—Que sí, que sí. ¿Te sabes el pin, Lucho?

—Tres, cuatro, cuatro, tres —dije yo, subnormal como pocos habían.

—¡Gracias!

—¿A quién vas a llamar? —preguntó Luciano.

—Ya lo verás.

Inmediatamente pensé en Mauricio, y tuve la tentación de levantarme y pegarme


con él para que no lo hiciera. Pero eran tan pocas las ganas que tenía de
moverme... Y también tenía muy pocas ganas de pegarme con nadie. Pensándolo
bien, gracias si tenía ganas de respirar en ese momento.

—¿Clara? Oye, soy Sebas.

—...

—¡Sí, sí! El mismo. Oye, disculpa las horas y las molestias, ¿pero tú me podrías
hacer un favor?

—¡Ey, gilipollas! ¡Cuelga esa teléfono! —dije yo, ahora sí, y contra todo pronóstico,
poniéndome de pie.

Luciano se reía en su costado de la mesa, y yo no me podía creer que estuviera


llamando a Clara. Quería que me tragara la tierra. Si había alguien que no quería
que me viese en ese estado, justamente era ella. Tanto trabajo para limpiar mi
imagen, tanto esfuerzo para arreglar todo aquello que sucedió en sus primeros
días en la empresa... Todo iba a irse a la mierda si se encontraba con esa versión
mía tan asquerosa y lamentable.

—¿Te acuerdas de todo lo que hablamos hoy en la cafetería?

—¡Que cuelgues, joder! —insistí, tratando de gritar, pero sin éxito porque mi voz
ya era un hilillo penoso después de tanto lloriquear e insultarme con mis amigos.

—Pues sí, terminó encontrándose con lo peor y ahora está aquí hecho una puta
mierda. ¿Puedes venir a echarnos una mano a Lucho y a mí?

—¡No lo escuches, Clara! ¡Yo estoy bien! —seguí diciendo, incapaz de levantar el
tono de mi voz.
—¡De lujo! Calle Turro y Pantera número 17, segundo patio, del lado de la sombra.

—Clara... No...

—Eres un encanto. Aquí te esperamos.

Sebas colgó el móvil y lo tiró cerca de donde estaba yo.

—De nada —dijo, sonriente y altanero. Ahora tenía ganas de pegarle de verdad.

—Vete a la mierda. Estás loco si piensas que voy a ver a Clara en este estado.

—Por supuesto que no la vas a ver en ese estado —intervino Lucho de repente.

—Venga, tú levántalo por ese lado.

—Ya está, vamos.

—¿Dónde cojones me llevan?

—Tranquilo, hombre. Vamos a lavarte un poco esa cara y a quitarte un poco el olor
a día largo que me traes. Si bien no creo que vayas a tener problemas con
llevártela a la cama, queda feíllo follar con esta peste encima.

—¿Que queda feíllo foll...? ¿Que qué? ¡Oigan, suéltenme, hijos de puta!

—Venga, Sebas, tú ve quitándole los pantalones, que de arriba ya me encargo yo.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Rocío.

Abrí los ojos y la luz de la habitación me dio fuerte en las pupilas. No sabía cuánto
tiempo, pero me había quedado dormida esperando esa maldita llamada que me
trajera algo de certeza.

Me dolía la cabeza, y los ojos, y la garganta, y la panza, y el culo... Y al recordar


todo lo que había pasado aquella tarde-noche, me vinieron unas ganas de vomitar
que no pude controlar. Salí corriendo al baño y expulsé en varias arcadas
continuadas todo lo que debía haber en mi estómago. Me enjuagué la boca en el
lavamanos y me dejé caer ahí mismo, junto al retrete, esperando que alguno de
mis dolores bajara algo tras haber devuelto. Bueno, y puede que también
esperando a quedarme dormida de nuevo. No tenía ganas de nada.

—¿Estás bien, Rocío? —dijo entonces una voz al otro lado de la puerta.
—Vete a tomar por culo de aquí —fue mi respuesta directa, sin pensarlo ni
dudarlo.

Y ya de verlo a él, ni hablar. No era un sentimiento muy distinto al asco lo que


sentía por Alejo en ese momento. Tampoco al odio. Todo lo bueno que había visto
en él durante esas últimas semanas ya no estaba por ningún lado. O sea, no
conseguía visualizarlo. Lo único que veía era al monstruo que me había destruido
la vida. Al hijo de puta que solito se encargó de separarme de las dos personas
más importantes de mi mundo. Y lo que más me jodía de todo, lo que más asco
me daba, lo que me resultaba más incomprensible de todo y lo que, justamente,
me quitaba las ganas de vivir, era el hecho de sentirme incapaz de salir de ese
baño y decirle que se fuera de mi casa y desapareciera para siempre. No podía,
por alguna razón no podía. Y la impotencia que sentía por ello me estaba
desgarrando por dentro.

—Voy a pasar.

No me dio tiempo a decir nada, Alejo abrió la puerta y se metió en el baño como si
no hubiera nadie dentro.

Se sobresaltó al verme tirada junto al inodoro.

—Qué tarada que sos... —dijo al rato, negando varias veces con la cabeza.

Intenté darle con un rollo de papel higiénico en la cabeza, pero lo esquivó con
facilidad.

—¿Cómo te tengo que pedir que me dejes en paz?

—Te voy a dejar en paz cuando te vea acostadita en la cama y tapadita hasta el
cuello —contestó él, poniéndose de cuclillas a mi lado y mirándome con
condescendencia.

—Me vas a dejar en paz el día que no te vuelva a ver la puta cara, Alejo.

—Sí, sí. Tenés razón. Vamos a la cama ahora.

—Vete tú a la cama, cabrón de mierda. Déjame aquí.

—Que sí te dije. Dale, ayudame a ayudarte.

—Cabrón.

Ya no calibraba muy bien. Lo empezaba a notar con cada gilipollez nueva que
hacía o decía. El dolor de cabeza era intenso y no me dejaba pensar.

Tuve que tragarme el orgullo y dejar que Alejo me acompañara hasta la cama. Era
eso o pasar la noche al lado del váter.
Una vez acostada y arropada, cogí mi móvil de la mesilla de noche y revisé tanto
la casilla de mensajes de texto como la de llamadas perdidas. En vano, porque
seguía sin haber nada nuevo. Y otra vez me entraron muchas ganas de llorar,
porque no sabía qué más escribirle. Ya ni siquiera amenazándolo había conseguido
que diera señales de vida. Y la sensación era peor porque la idea me había
parecido una mierda desde el principio.

Quería morirme.

Resignada, volví a poner el móvil sobre la mesilla y me puse el antebrazo en la


cara para poder llorar en paz y a oscuras.

—Es al pedo que te preocupes por él ahora... —dijo Alejo, que se había sentado al
borde de la cama—. Lo más seguro es que haya puesto el móvil en silencio, o que
lo haya tirado a la basura... La cosa es que dudo mucho que haya leído alguno de
tus mensajes. Ahora debe estar ahogando las penas en alcohol al lado de sus
amigos. O puede que trabajando... Y no, ni pienses en que esté con otra. Como no
lo droguen, el tipo lo último que va a querer ahora mismo es garchar.

Alejo siguió hablando, sin parar, dándome más razones por las que no debía
preocuparme. Como si estuviera preocupado por nuestra relación. Sobra decir que
no entendía por qué lo hacía, habiéndome comido tanto la cabeza con que lo
dejara y me fuera con él, o con que me ponía los cuernos mientras yo me quedaba
sola en casa.

Pero, en fin, ya no me interesaba leer ni averiguar sus intenciones. Por mí que


pensara o dijera lo que quisiera.

—Además, todavía no sabés cómo mierda se siente. ¿Te acordás todo lo que
hablamos de su trabajo, las putitas estas que le rondaban, las mentiras con los
horarios y demás cosas? Capaz se da cuenta lo sorete que fue y mañana vuelve
para pedirte perdón él.

—Cállate ya, Alejo... Por favor.

—No, no me callo, porque te veo hundida en la mierda y me da miedo que puedas


hacer alguna boludez durante la noche, ¿sabés? Quiero que tengas muy en cuenta
que nada está dicho hasta que se dice. O sea, que el tipo todavía no te dejó, y no
sabés si te va a dejar.

—Que te calles, Alejo... Por el amor de dios —insistí, girándome hacia el otro lado
para darle la espalda.

—Igualmente... ¿Qué se yo...? Aunque decida hacerlo, cosa que todavía no


sabemos, todavía me tenés a mí... Creas lo que creas, yo te amo, y lo último que
quiero es verte así como estás ahora... Y por mucho que me digas que no me
querés volver a ver en la vida, o más cosas feas como las que me llevás diciendo
todo el día, yo te juro que...
—Oye —lo interrumpí, y me volteé de nuevo hacia él—. ¿Si me dejo echar un
polvo me prometes que te vas a callar?

Se quedó mirándome con el ceño fruncido, como analizando si iba en serio o no.
Un par de segundos después, su respuesta fue contundente.

—No.

Me dejó un poco descolocada su rechazo, y también me molestó. Y no, no tenía


ganas de follar con él, creo que hasta sobra la aclaración, el tema era que no tenía
fuerzas ya para soportarlo. La única forma que se me ocurría para hacer que se
callara era ofrecerle mi cuerpo. Y ese rechazo ponía punto final a mi lucha esa
noche.

Doblemente resignada, me volví a acomodar como estaba y cerré los ojos


esperando ese milagro que me permitiera quedarme dormida aun con Alejo
hablando.

—No te ofendas, eh. Pasa que no tengo las pelotas para mucha acción después de
la patadita que me metiste...

"Perfecto", pensé. Ya ni aquello de lo que podía sentirme orgullosa iba a terminar


jugando a mi favor.

...

Increíblemente, todo lo que hubo a continuación fue silencio. Unos diez minutos
seguidos de absoluto silencio. Nunca me lo esperé, y supongo que por eso no pude
quedarme dormida, porque esperaba que en cualquier momento se pusiera a
hablar de nuevo. Como quien se prepara para lo inevitable y no puede
concentrarse en nada más.

Y mientras esperaba con los ojos cerrados y los dientes apretados, sentí como mi
lado del edredón se movía.

—Movete. Dale.

Alejo quería acostarse en la cama, y me empujaba con la rodilla y una mano para
que le hiciera hueco.

Me moví. Total...

Apenas se acomodó en el lado de Benjamín, pasó su mano libre por encima de mi


cuerpo y la posó en mi vientre.

—¿Puedo dormir acá? —preguntó.

—Haz lo que quieras —dije yo.


"¡¿Qué haces, gilipollas?! ¡¿Y si viene en la noche y te ve haciendo la cucharita con
el cabrón este?! ¡Mándalo a tomar por culo de tu casa ya, antes de que termine de
joder la vida!".

No tenía fuerzas para negarme. No tenía fuerzas para echarlo de mi cama. No


tenía fuerzas siquiera para responderle a esa parte de mí que me gritaba
desaforadamente que me deshiciera de él. ¿Para qué? ¿Qué iba a lograr con ello?
Si mi vida ya había sido destruida. Porque sí, ya sentía que el contador estaba en
cero. Benjamín no había respondido ningún mensaje, no había devuelto ninguna
llamada, y eran casi las dos de la mañana y seguía sin regresar a casa. ¿Qué
esperanza me podía quedar con las cosas así?

Por mí como si se me caía el techo encima.

Alejo se puso a hacer circulitos en mi vientre con su mano, y comencé a notar su


respiración justo al lado de mi oreja.

No le di importancia, tampoco reaccioné.

"¡No dejes que te toque, joder! ¡Que te quite las asquerosas manos de encima!
¡Espabila, Rocío! ¡Despierta!".

—Te quiero mucho, bebé...

Tras un breve susurro, Alejo empezó a darme pequeños besos en el cuello. Muy
despacio, uno detrás de otro, sin dejar de masajearme la panza. Pero seguía sin
moverme un pelo.

"¿De verdad vas a entregarnos a este ser humano despreciable, Rocío? ¿En serio
vas a dejar que este ente repugnante controle tu vida?".

Esa otra parte de mí ahora me hablaba con pesar. Con pesar y decepción. Mientras
tanto, la mano de Alejo que se movía encima de mi ombligo, había empezado un
lento descenso en dirección a mi entrepierna. Cuando se topó con mis bragas, sus
dedos hundieron con suavidad esa parte de mi piel y sortearon el obstáculo como
si no estuviera. Pero no más de media mano se atrevió a adentrarse.

—¿Sigo? —preguntó entonces.

"Párale los pies, Rocío. Demuéstrale que todavía las llaves de tu vida son tuyas y
nada más que tuyas. No dejes que piense que eres de su propiedad. Te lo suplico,
Rocío. Te lo suplico".

No lo veía, pero sabía que Alejo me miraba esperando una respuesta. Y no, por
más que insistiera, yo no iba a oponer más resistencia esa noche. Estaba más que
decidido. Además, sabiendo que no estaba en condiciones de follarme, y después
de haberme entregado de tantas formas distintas a ese hombre, muy poco respeto
me imponían un par de caricias más, fueran donde fueran.
—Ya te he dicho que hagas lo que quieras.

Tras un casi insonoro "je" y un besito en la mejilla, su mano terminó por meterse
de lleno en mi entrepierna.

"Te lo suplico, Rocío... Te lo suplico".

...

"Te lo suplico...".

...

"Te lo...".

...

"...suplico".

...

Y así, después de un interminable mes y medio, mi cabeza volvió a saber lo que


era el silencio.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Benjamín.

—Ya te vale, guapa... Un rato más y nos íbamos de putas.

—¡Lo siento, chicos! ¡De verdad! Mis amigos me acaban de liberar recién ahora...
Espera, ¿de putas?

—Te está vacilando, Clara... —dije yo, desde el sofá.

Ahí seguía, más deprimido que el carajo, recostado boca arriba en aquel sillón
donde a saber cuántas mujeres se había tirado Luciano en él. Lugar en el que, por
cierto, pretendían que yo me acostara con Clara esa misma noche. Cosa que, por
más ganas que yo quisiera ponerle, se me presentaba bastante complicada. Y no
precisamente por mi estado de ánimo...

—En fin... Disculpen, chicos. De verdad —cerró Clara, ignorando mi acotación y


dando vuelta la cabeza para volver a dirigirse a Luciano.

—Parece que pasa de tu culo —señaló de inmediato mi amigo.


—¿Qué? ¡No! —dijo enseguida ella, sobresaltada por tanta sinceridad—. O sea... Si
he venido por él...

—¡Vaya! ¿Has oído eso? ¡Ha venido por ti, Benjamito! —vociferó él, exagerando
cada palabra y mirándome con los ojos muy abiertos.

—Cállate ya, subnormal... Me aburres —respondí.

—Venga, basta —irrumpió Clara de nuevo, con cara de perdida—. ¿Puede decirme
alguien de qué va todo esto?

—Pues que este cabronazo lleva toda la noche insultándonos porque la novia le
metió un ultimátum.

—¿Un ultimátum? Espera, vamos por pasos, ¿qué sucedió hoy al final? —dijo ella,
y se sentó en el sofá frente a mí con cara de interés.

—Pues que se los encontró follando —soltó Lucho, a pelo, provocando perplejidad
en el gesto de Clara—. Y vaya suerte, porque de lo contrario habría pasado todo lo
que tú dijiste esta tarde. El subnormal se habría pensado que todo había sido un
desliz, y la habría perdonado.

—Vete a la mierda, hijo de la gran puta —solté yo, también a pelo.

—Tu puta madre, cornudo cabrón —respondió él, sin cortarse lo más mínimo.

—¿A que te parto la cara?

—¿No tienes huevos de partírsela al tío que se folla a tu novia, y me la vas a partir
a mí? ¿No le dijiste eso a Sebas?

—¡Oye! —se quejó el aludido.

—Deja, que me levanto... —mentí yo, haciendo el inútil ademán de incorporarme.

—¡Oigan! ¡Basta ya, ¿no?!

Intenté hacerlo, pero apenas puse el torso en posición vertical, todo me empezó a
dar vueltas y el primer vómito de la noche hizo su aparición, concretamente sobre
la alfombra del salón de Luciano. Clara, alarmada, se puso de pie enseguida y vino
en mi auxilio.

—¡Benny!

—¡Y ahora vas y me potas la alfombra! Tendría que haberte dejado con Pechitos
de oro, mamonazo.

—Ya te vale, Luciano... Te estás pasando muchísimo —lo regañó ella, con cierto
enfado.
—Llevamos como tres horas merendando insultos por delante y por detrás,
tampoco pretendas que no nos defendamos un poco...

—Venga, Lucho... Vamos a la cocina a buscar algo para limpiar esto —dijo Sebas
entonces.

—Ven conmigo, Benny. Vamos al baño.

Clara me colocó un brazo encima de su hombro y me condujo hasta el cuarto de


baño más cercano que teníamos. Medio torso mío estaba cubierto por una gran
capa de vómito que soltaba un olor a cerveza que daba asco. Y hasta que no me
senté sobre el váter, no me di cuenta que a ella no le había importado mancharse
el vestido con tal de ayudarme a llegar hasta allí.

—Soy un desastre, Clarita... Perdóname —le dije, con una media sonrisa
provocada por lo grotesco de la situación.

—Eres un desastre, sí. Pero no tienes que pedirme perdón por nada —respondió
ella, con el gesto serio, mientras me pasaba papel higiénico sobre la mancha
amarillenta de la camisa.

—Sí, sí... Sí que tengo que pedirte perdón. Por tantas cosas tengo pedirte
perdón... Jamás me he portado bien contigo.

Clara se separó un poco de mí y se quedó mirándome. No sé de qué forma, porque


había agachado la cabeza. Pero estaba seguro de que me miraba.

—¿Tú crees que ahora estaría aquí si jamás te hubieras portado bien conmigo?
¿Eh?

Levanté la cabeza y ahí la vi, sonriéndome como sólo ella sabía. No estaba muy
arreglada, y venía con la ropa del trabajo, pero no necesitaba vivir de gala para
deslumbrar con su mera presencia.

No sé por qué. Quizás llevado por ese cautivador resplandor, o quizás fue el
alcohol el que me empujó a hacerlo... Lo único que sé es que a continuación me
incliné con la única intención de fundir mis labios con los suyos.

—¡Woooow, wow, wow!

Clara se hizo para atrás y me hizo caer de boca contra el suelo del baño. La hija de
la gran puta me acababa de hacer la mayor cobra de mi vida.

—¿Estás tonto, Benny? Que acabas de potar, vida mía. Tienes la barbilla bañada
en vómito todavía

Inmediatamente se acuclilló y me ayudó a sentarme de nuevo sobre la taza. Y


entonces se echó a reír.
—¿Cómo no voy a venir en tu ayuda? Si siempre me regalas situaciones únicas.

—Vete al carajo.

Esta vez me eché a reír yo. Diría que por primera vez en la noche. Y por un
momento me olvidé de todo lo que me estaba haciendo mierda la vida. Esa era la
mayor virtud de Clara. Ese era su poder. Así de útil me era su mujer siempre.

—No te vayas nunca, Clara. Quédate para siempre conmigo —dije de pronto, sin
pensarlo, llevado por todas sensaciones que me estaban acariciando el alma.

Se me quedó mirando de nuevo, esta vez con seriedad, pero también sorprendida.
Evidentemente no se esperaba semejante declaración.

—¡Luciano, tráeme una muda de ropa para Benjamín! —gritó de repente, como
ignorando lo que acababa de decirle.

—¡No te preocupes mujer, dentro de un rato no la va a necesitar! —se escuchó


venir del pasillo.

—¡Trae la puta muda, Luciano! —contestó ella de nuevo, ahora ruborizada por el
comentario de mi amigo—. Y tú, desvístete y métete en la ducha. Yo me quedaré
por aquí.

Decidí no forzar más las cosas y hacerle caso. Ella se dio media vuelta y me dio
una intimidad que no pedí. Lo último que me preocupaba en ese momento era que
me viera desnudo. Pero bueno, me metí en la tina y me dispuse a darme ese buen
baño que tanto necesitaba desde hace bastantes horas.

—Toma la jodida mud... ¡Pero, joder, Clara! ¡Te hemos dicho que vinieras
justamente para que estuvieras con él en momentos así! ¡Métete en la duch...!

Lo siguiente que escuché fue un grito de dolor seguido de un portazo.

—¡Coño, ya! ¡Tanta tontería! —clamó, bastante ofuscada y con el ceño fruncido,
mientras se dejaba caer sobre el inodoro—. ¡Y cómo te vuelva a ver por aquí te
comes la pastilla de jabón!

No pude evitar reírme mientras me empezaba a frotar el cuerpo. Luciano no daba


a basto ese día con tanto rechazo.

—¡Tú deja de reírte, lerdo! ¡Y dúchate de una vez!

La noche iba a ser más larga de lo que me imaginaba.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Noelia.


 

—¡Llevo más de dos horas aquí haciendo el gilipollas por teléfono! ¡¿Puedes darte
prisa?! Se nos acaba el jodido tiempo.

—¡Pero, oye! ¡¿Tú sabes con quién cojones estás hablando?! Vuelve a levantarme
la voz de esa manera y te va a ayudar tu gran putísima madre, viejo cabrón.

—¡Basta, compañeros! Recordemos que estamos haciendo esto porque habrá


beneficios para todos. Nadie está ayudando a nadie aquí.

—Pues díselo a él, puto negro, que no me deja concentrar.

—¡Que van a venir, joder! ¡Que van a venir!

—¡Cierra la puta boca, viejo gilipollas, que ya lo tengo! ¡Dime el puto nombre ya!

Y de golpe, todo negro.

—¡¿Qué cojones ha pasado?!

—¡Que se ha ido la luz, subnormal de mierda!

—¡Calma, calma! Esto pasa a cada rato. Ahora vengo, voy al sótano a darla de
nuevo.

—¿Y por qué no la mandas a ella? Es la única que no está haciendo una mierda.
Lleva toda la noche ahí tocándose el coño mientras nosotros nos jugamos la vida.

—¿Disculpa? Que yo estoy igual de expuesta que ustedes.

—¡Tú qué vas a estar! Teníamos las cosas bien planeadas para hacerlas la semana
que viene, ha sido a ti a la que le ha salido del hoyo apresurarlo todo.

Llevaba un buen rato quieta escuchando como esos tres anormales se ponían a
caldo. Y si no había hecho nada todavía era porque no me habían dejado. Yo
simplemente era la inútil que vigilaba la puerta.

—Deja a la chiquilla en paz, Amatista, que si estás a punto de hacerte rico es


gracias a ella.

—Cuando me haga rico si quieres hasta le doy por el culo. Hasta entonces no es
más que un estorbo en todo esto.

—No le queda nada a un alfeñique cachillas como tú para ponerme un dedo


encima a mí. Yo soy más de follarme a hombres de verdad.

—Alfeñique cachillas con un pollón como el que no has catado en tu miserable


vida, golfa asquerosa.
—Vale ya... —intervino Ramón.

—¿Me puedes volver a explicar para qué la has traído? ¡Si no aporta nada!

—Pues porque insisitió. Quería ver de cerca bien...

—No le des explicaciones, Ramón. Lo que yo haga o deje de hacer aquí no es


problema suyo.

—Pues sí que será problema mío si me voy a tomar por culo de aquí ahora mismo,
guarrilla del tres al cuarto.

Aquel hombre que no paraba de insultar a todo el mundo, al parecer, se apellidaba


Amatista. Y, según palabras de Ramón, era el único contacto con el que se podía
llegar a un acuerdo dentro de esa organización criminal. El otro, el señor de color
que acababa de bajar a dar la luz de vuelta, se llamaba Samuel, y parecía ser una
persona mucho más razonable que la primera.

No le respondí más. No tenía sentido discutir con un hombre tan inferior a mí. Él
se calló también, hasta que, no sé por qué, lo empezaron a asaltar las dudas.

—Vamos a ver si lo he entendido bien, porque todavía hay cosas que no me


cuadran... Se supone que nosotros localizamos a este tío... al de la pasma, ¿no? Y
le ofrecemos la cabeza del jefe Niang en bandeja de plata, ¿no? —dijo entonces
dirigiéndose a Ramón, desviando la mirada luego hacia mí.

—Así es.

—Bueno, más allá de lo del muchacho y tal, ¿cómo cojones estáis tan seguros de
que el tío cogerá el dinero sin más? O, no, peor, ¿cómo cojones estáis tan seguros
de que no pactará con él para hacerse el picoleto más rico del mundo?

—Porque no le conviene, Amatista... Nosotros sabremos que él se lo quedará, y


nosotros sabremos lo que va a hacer con él. Te lo juro, Leandro. No hay nada en el
mundo que ese hombre quiera más que ponerle las manos encima.

—Joder... ¿Y el reparto? ¿Estáis seguro de que no se la va a quedar toda para él?


—insistió, nervioso. Cada vez me parecía peor idea tener a ese hombre metido en
medio de todo.

—Volvemos a lo mismo... Mientras nosotros sepamos todo, el tío va a hacer lo que


se le diga que haga.

—Joder, joder...

—Ramón, ¿podemos hablar un segundo? —intervine yo, haciéndole señas con la


mano para que se acercara a mí.
—Si quiere un trío me avisas, viejo cabrón —rio el calvo feo, justo antes de
sentarse y encender un cigarro.

El sitio estaba totalmente oscuro, pero la luz de la luna bañaba aquella habitación
con mucha intensidad. Cuatro rayos plateados entraban por las ventanas de esa
primera planta. Primera planta que se suponía era inaccesible para cualquier
persona de a pie. Claro, menos para Ramón, Leandro y Samuel, los ejecutores de
un plan que, de salir bien, iba a terminar con todas mis preocupaciones.

—Sigo sin confiar en este tío, Ramón —susurré, de espaldas al calvo cabrón.

—Tranquila, cielo. Yo tampoco confío en él, pero te aseguro que haría cualquier
cosa por dinero. Y aquí hay mucha panoja en juego, querida.

—No dudo de eso, de lo que dudo es de que no termine cagándola. Míralo, está
como un flan.

—Puede ser, pero fue él el que nos trajo hasta aquí, ¿no? Te recuerdo que esta es
uno de los centros de operaciones de los nigerianos. Desde aquí es de donde
acceden a las bases de datos de las fuerzas de seguridad. Sin este lugar no
podrían campar a sus anchas por la ciudad. Mira si no nos hemos colado en un
sitio importante...

No me convencía, y mientras le fruncía el ceño para volver a refutarle, Samuel


apareció sonriente por las escaleras que daban al sótano. Acto seguido, alzó
ambas manos y empezó a levantar los dedos uno por uno hasta que, ¡zas! Se hizo
la luz.

Nada más volver la electricidad, Amatista se levantó como una exhalación y


encendió el ordenador que descansaba sobre un mugriento escritorio de metal.

—La instalación es viejísima, y no la pueden renovar porque el edificio,


supuestamente, está abandonado. Cualquier arreglo que le hagan levantaría
sospechas.

—Nos la pela, puto negro. Dame el nombre de una jodida vez.

Ramón sacó una pequeña agenda de un bolsillo y empezó a deletrear en lo que


parecía ser alfabeto aeronáutico.

—Mike, India, Romeo, Óscar, Sierra, Echo, Víctor, India, Charlie.

—¿Qué cojones me estás contando, viejo subnormal? —clamó Amatista, sin


enterarse de nada de lo que le acababan de decir.

—Joder, sí que eres paleto, ¿eh? ¡Mirosevic! ¡Roberto Mirosevic! Así se llama el
guardia civil que estamos buscando.

Un par de segundos después...


—¡Lo tengo! Dirección y número de teléfono. Más te vale que esto no sea en vano,
muñeca. Estos negros de mierda no tardarán ni dos días en darse cuenta de que
estuvimos aquí.

—Va a valerla, Leandro. Te aseguro que en menos de dos días tú vas a estar
perdido en alguna playa del Caribe, Samuel liderando la organización, yo
decorando mi nueva casa con mi mujer y... bueno, tú... —se frenó Ramón,
mirándome a mí.

—¿Yo? Bueno... Yo simplemente estaré en casa de mi hermana y mi cuñado


pasándomelo bien con ellos, como siempre —respondí, sonriente y confiante.

—¡Me la suda también! ¡Ya podemos ir esfumándonos de aquí!

—Deja todo como estaba, Leandro. Hasta la última mota de polvo tiene que estar
como te la encontraste.

—¡Que sí, negro asqueroso!

No salimos corriendo, pero si a paso a rápido. Amatista se perdió por un callejón


sin despedirse, y Ramón, Samuel y yo nos metimos por otro, dirección al coche
que nos había llevado hasta ahí.

—No sé si el Caribe va a estar lo suficientemente lejos para ese hombre, Ramón —


dijo Samuel, una vez nos metimos en el vehículo.

—¿A qué te refieres?

—Pues que, una vez llegue al poder, te prometo que no le va a alcanzar el mundo
para correr al imbécil ese.

Cerro rio con ganas, Samuel también. Yo me había apoyado en la ventanilla y


había cerrado los ojos.

—Un poco más... —susurré para mí misma.

El final de toda aquella historia cada vez estaba más cerca, y yo no podía estar
más contenta.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Rocío.

—¿Así, bebé? ¿Así te gusta?


Alejo seguía masturbándome y hablándome al oído al mismo tiempo. Yo me
mantenía inerte, fría, silenciosa. Aun resignada, seguía sin querer darle el gusto de
verme entregada. Más que nada, porque me daba mucha rabia verlo tan subidito.

—Estás mojadita, ¿sabés? —me susurró al oído, justo antes de darme un suave
mordisco en el lóbulo de la oreja.

—Porque me acabo de duchar —respondí, con displicencia.

—No. Estás mojadita porque antes te quedaste con ganas.

Mientras decía esto, su dedo índice recorría de arriba a abajo mis labios vaginales,
deteniéndose cada tanto en la zona del clítoris para darle pequeños masajitos.

—Si no me hubieras dado esa patada, taradita mía, ahora estarías disfrutando
como te merecés...

—Qué pena que no pude darte la segunda.

Nada más terminar de decirlo, un dedo se hundió con fuerza en mi vagina.

—¿No te parece que ya va siendo hora de que aceptes cómo son las cosas?

Esta vez su voz sonó más grave. Y me pareció que lo dijo con los dientes
apretados.

A continuación, metió otro dedo más dentro de mí.

—¿Y quién te ha dicho que no las he aceptado ya? —respondí, ahogando un poco
la voz esta vez, pero igual de entera que antes.

—Tu actitud me lo dice. Por momentos parece que ya está, que por fin te
decidiste, y de golpe me salís con una nueva. Y no te das una idea de cómo me
rompe las pelotas que seas así.

Esa última frase la volvió a decir con los dientes apretados, y comenzó a mover
sus dedos con cierta violencia dentro de mí.

—Me haces daño —protesté.

—Los dos sabemos que te gusta más así —dijo él, y aumentó la velocidad con la
que me toqueteaba.

—Tú no sabes nada sobre mí.

—¿Ves? Primero me decís que ya aceptaste como son las cosas, y ahora me salís
con que no sé nada de vos.

—Puede que... Ah... Puede que no nos refiramos a las mismas cosas, entonces.
—Eso era lo que quería escuchar.

Alejo retiró sus dedos de mi interior, y se incorporó un poco sólo para obligarme a
girarme hacia en su dirección. Primero poniéndome boca arriba, y luego
cogiéndome fuerte del glúteo izquierdo para dejarme cara a cara contra él.

No pude evitar desviar la mirada cuando la cruzamos. Si había algo que no podía
negar que tenía Alejo, era esa capacidad para ver a través de mí con sólo mirarme
a los ojos.

—¿Sabés qué? Creo que voy a probar igual... Tengo las pelotas grises, pero
tenerte así de entregada... Uff, no sabés cómo me pone —suspiró, fuerte,
devolviendo a la normalidad su tono de voz.

—Haz lo que quieras.

—Sí, eso ya me lo dijiste.

Con una sonrisa burlona, mirándome directamente a los ojos seguramente casi sin
pestañar, como esperando a grabar en su memoria ese momento en el que
nuestros ojos se encontraran, Alejo levantó mi pierna y la dejó sobre su cintura.
Entonces, bajó una mano entre nuestros cuerpos para volver a centrar su atención
en mi vagina.

—Bueh, esto ya está más que listo. ¿Voy? —preguntó, de nuevo casi en un
susurro. Su voz reflejaba la misma burla que su sonrisa.

—Me da igual.

—¿Eso quiere decir que sí?

—Eso quiere decir que me da igual.

Alejo dejó de tocarme a mí y comenzó a tocarse a él. Ya podía sentir sobre mi


estómago la dureza de su pene. Insisto en que todo aquello no me estaba
provocando absolutamente nada, pero...

—No voy a hacer nada hasta que no me lo pidas vos.

—Pues vas listo. Buenas noches.

Cerré los ojos, sin convicción, porque sabía que eso no se iba a acabar ahí. Y,
porque también... No sé... en ese momento no sabía cómo explicarlo, pero...

—Al final no te fuiste a comprar el test, ¿no? —dijo, de golpe, sin venir a cuento.

—Te he dicho que ese problema ya no es tuyo.

—El padre soy yo. Por supuesto que es problema mío.


—El padre es Benjamín. Tú no eres nadie.

—¿Vas a aceptar las cosas de una vez cómo son o no? Cuidado ahí abajo...

Juro que no entendía nada, prometo que no sabía el porqué. Quería, pero no
podía. No le encontraba explicación... De pronto me encontraba abrazada a su
cuello, con mi pecho pegado al de él, con nuestros vientres aprisionando su pene
con mucha fuerza. ¡Pero aquello no me provocaba absolutamente nada!

—Tu aliento quema, Rocío... ¿Sabías?

—Y el tuyo apesta.

—No parece que te desagrade mucho.

—Pues sí que lo hace. Me desagrada mucho. Así que date prisa.

—¿Que me dé prisa con qué?

—Haz lo que tengas que hacer.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Ya sabes lo que tienes que hacer.

—¿Qué? ¿Qué cosa? No caigo.

No estaba para sus tonterías. Yo misma cogí su polla y me la enterré sin


contemplaciones en el centro del coño. Y me volvió el alma al cuerpo cuando la
sentí profanando centímetro a centímetro mis profundidades.

—Aaahhh... Sí...

—¡Ah! ¿Era eso? Me lo hubieses dicho, boludita...

—Hazme correr, Alejo... Hazme correr y luego haz lo que quieras conmigo.

—¿Lo que quiera?

—Lo que tú quieras.

—Te tomo la palabra.

Me esperaba que me empotrara contra la cama y empezara a darme hasta


conseguir lo que necesitaba. Sin embargo, parecía que el dolor de huevos era más
real de lo que yo creía.

—Dejame a mí —dijo—. Vos no hagas nada.


Cogiéndome el culo con las dos manos, empezó un mete y saca que me sabía a
muy poco. A poquísimo. Me sentía inquieta y nerviosa, y tuve que ponerme a darle
mordiscos en la oreja, en el hombro y en cualquier trozo de pie que me encontrara
en el camino. La impaciencia iba en aumento al no apreciar ningún tipo de avance
en sus formas. Y él lo empezó a notar.

—Tranquila, tranquila... Estoy tanteando. No te das una idea de lo que me duele.

¿O...? ¿Y si...?

—¡Eh! Esperá. ¡¿Qué mierda hacés?!

En un arrebato de locura, llevé una mano a mi trasero y palpé la zona hasta que di
con ese bultito mullidito que tantas complicaciones le estaba trayendo a Alejo.

—¡Rocío! ¡La puta madre que te parió!

Lo cogí con fuerza y, sin soltarlo, comencé a subirme sobre el cuerpo de Alejo,
obligándolo en el proceso a ponerse de espaldas contra la cama. Así, montada
sobre él y con la mano apresando firmemente la bolsa de sus pelotas, esta vez sí
que me atreví a mirarlo fijamente a los ojos.

—Te he dicho que me hagas correr. Y de esa manera va a ser muy difícil que me
hagas correr.

—¡Rocío, bajate o te juro que...!

El resto de palabras las ahogó en cuanto apreté un poquito más esas inflamadas
pelotitas. Su cara había perdido todo tipo de emociones. Miraba al techo con los
ojos muy abiertos y los labios hundidos dentro de su boca.

—Si no te resistes, vamos a terminar más pronto de lo que te imaginas.

Sólo un poquito, no mucho, pero bajé la presión lo justo para que pudiera follarme
sin inconvenientes. Bueno, eso iba a ir viéndolo a medida que avanzara la cosa,
pero me parecía que de esa manera todo iba a ir bien. Mucho mejor si Alejo seguía
así, tieso, sin molestarme durante todo el polvo.

Empecé a moverme muy despacio, rítmicamente sobre su miembro, con una mano
sobre su pecho y la otra detrás, ya saben dónde. Su gesto ahora era distinto, me
miraba con cara de enojado y con algo de impotencia, pero no parecía del todo
incómodo. Y yo ya no esquivaba la mirada. Estaba atenta a él mientras la
velocidad de mis meneos iba subiendo. Sin ningún tipo de emoción reflejada en mi
gesto, eso sí, salvo las obvias provocadas por los placeres de la follada.

—¿Sabés que esto no va a quedar así?

—...
—Ignorame lo que quieras, pero al final siempre termino vengándome.

—...

—Cuando terminemos solos, en una pensión de mala muerte y... Uff... Y sin una
mierda que llevarnos a la boca, tu único consuelo cada mañana va a ser el de
poder enterrarte mi verga en la concha... Y... Uff... Te prometo que vas a tener
que trabajar muy duro para conseguirlo.

Llegó el punto en el que dejé de escucharlo. Ya me revolvía sin parar montada


sobre su polla. Estaba tan grande y gorda que incluso sentía como palpitaba
dentro de mí, y eso me ponía loca, loquísima. Era esa cosa única que tenía el hijo
de la gran puta de Alejo. Lo que no llegaba a provocarme Guillermo, ni mucho
menos Benjamín con su pequeño pene.

—Te voy a poner a trabajar de puta, Rocío... ¡Ahhh! ¡Carajo! Quiero que lo sepas
desde ya. Cuando el cornudo de tu novio te dé la patada en el orto, no pienso
quedarme en la pobreza por tu culpa... Uff... Vas a trabajar de puta y me vas a
mantener hasta que me canse de vos.

Sin soltarle los testículos, hinqué la rodilla derecha sobre la cama y flexioné la otra
dejando la planta del pie apoyada sobre el colchón. Tenía que hacer un poco más
de esfuerzo en esa posición, pero de esa manera podía subir un poco más antes de
dejarme caer sobre toda la altitud de la polla. Y juro que valía totalmente la pena
el derroche de energías.

—P-Puede ser que ocurra todo lo que dices... —dije, entonces—. Pero no te creas
que va a ser todo tan fácil... Joder... ¡Dios! No te creas que va a ser todo tan fácil
para ti. Vamos a tener hijos, y no sólo yo me voy a deslomar para darles la mejor
vida, tú también lo vas a hacer. Y me voy a encargar de que así sea. Te lo juro por
mi vida.

Fue un momento solo el que me descuidé, pero aprovechó esa milésima de


segundo para zafarse de mi agarre y, con las mismas, tumbarme sobre la cama
sin sacarme la polla de dentro.

—¡AAAAAHHHHH!

Alejo pegó un grito feroz que resonó por toda la habitación. Acto seguido, y con la
violencia propia de alguien que ya no tenía control sobre su juicio, se inclinó sobre
mí y me estampó un morreo que me fue imposible rechazar, o siquiera
corresponder, porque ahí sólo había lugar para la voluntad de su propia boca. Y,
sin apiadarse ni una pizca, acomodó bien su pelvis entre mis piernas y comenzó de
nuevo a follarme con tal ímpetu que me obligó a sujetarme al respaldar de la cama
para no golpearme contra él.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Aaahhh!

—¡AAAAAHHHHH! ¡AAAAAHHHHH!
Y me corrí. Me corrí con muchísima fuerza. Clavé mis uñas en su espalda, mis
dientes en sus labios, y me entregué a aquel espectacular placer que sólo él sabía
darme. Y lo siguiente que sentí fue un torrente hirviendo llenarme por dentro. Un
grito ahogado de Alejo y un último empale que me hizo quedar casi sentada en el
colchón mientras una cantidad interminable de semen se vertía en las
profundidades de mi cuerpo.

Sudados, exhaustos, deshechos, pero complacidos y en el cielo, quedamos


abrazados sobre el respaldar de madera de aquella cama que yo misma había ido
a comprar con Benjamín a los pocos días de habernos mudado a ese apartamento.
Fueron, tranquilamente, diez minutos los que permanecimos así, jadeando y
recuperando la respiración poquito a poquito. Dejando que las fuerzas volvieran a
nuestros cuerpos para poder volver a movernos, regodeándonos en todo el gozo
que acabábamos de saborear. Y pensando qué sería lo que le diríamos a
continuación al otro. Aunque, eso, por mi parte, ya lo tenía más que claro.

—Vete a tu habitación. Ya has cumplido aquí.

A duras penas, Alejo se quitó de encima mío y se recostó a mi lado ignorando mi


petición. Me dio igual, sinceramente, porque la noche ahí no la iba a pasar se
pusiera como se pusiera.

—Ro... —dijo, con dificultad, unos segundos después.

—¿Qué quieres?

—Sabes que no es verdad todo eso que te dije, ¿no? Lo de que te voy a hacer
trabajar de puta y todo eso...

Lo miré con seriedad, pero enseguida me salió una carcajada que no pude
contener. Me parecía muy cómico que reculara de esa forma tan cobarde a esas
alturas del partido.

—¿Sabes qué, Alejo? Lo que te he dicho yo... es todo verdad —dije entonces,
poniéndome seria.

—¿Cómo?

Intenté acomodarme un poco, pero no tenía fuerzas para nada más. Así que así
me quedé, apoyada sobre el respaldar, desnuda, con las piernas abiertas de lado a
lado y con una buena cantidad de mousse blanca chorreando de mi rajita hacia
fuera.

—Cuando me has preguntado que cuándo iba a aceptar las cosas como son... era
cierto que ya las he aceptado.

—Sí, pero lo que yo quería decir era...


—No, no... Espera. Las he aceptado tal cual son, ¿sabes? No sé si será todo esto
del sexo... Si me vuelve loca tu polla o la manera en la que follamos... No sé si
será por algún fetiche raro que cogí de ponerle los cuernos a Benjamín... No sé
qué será, sinceramente... El caso es que he aceptado que ya no puedo renunciar a
esto, ¿vale? Me he vuelto adicta.

Se venía. Se venía y ya no había vuelta atrás.

—Rocío... —dijo él, como si estuviera viendo a Jesucristo.

—Amo a Benjamín con toda mi alma, Alejo. Benjamín es el hombre de mi vida y el


único que puede darme un futuro digno. Estoy segura de que a su lado jamás me
va a faltar de nada y que todo va a ser increíblemente fácil. Cuando imagino mi
futuro, siempre me veo a su lado, a su lado y con muchos niños. A veces jugando
en un parque, otras en la playa, otras simplemente en una casa grande haciendo
vida de familia... Y cuando me da por imaginarme esas cosas, el corazón se me
llena de alegría, y felicidad, y amor, y ternura... Pero...

Sentí como varias gotitas empezaban a resbalar por mi mejilla mientras miraba a
la nada rememorando todas aquellas imágenes con las que llevaba años
decorando mi paraíso personal... Y sentí como mi pecho me pedía expulsarlo,
como mi cuerpo hacía fuerza para largarlo, para encontrar esa tranquilidad que
por fin trajera paz a mi vida... Esos paisajes de lugares que nunca había visitado,
de niños que todavía no conocía, de escenas que aún necesitaba experimentar...
empezaron a esfumarse de mi cabeza a medida que iba pronunciando las siguiente
palabras.

—Pero, después de todo lo que he hecho, después de todo el daño que he


causado, no me merezco un futuro así... Por eso te elijo a ti, Alejo.

Su cara se transformó. No sé qué pasaba por su mente, pero sí que se notaba que
no se esperaba semejante declaración. ¿Sorpresa? ¿Alegría? ¿Victoria, quizás?
Aunque probablemente fuera una mezcla de las tres.

—Ya está más que decidido... Me he vuelto adicta a... a esto que tú me das... Y
me doy tanto asco, me repugno tanto a mí misma, que no quiero que alguien tan
bueno como Benjamín esté con alguien como yo.

Paisajes que nunca iba a visitar...

—Es más, ahora mismo todo esto me suena a excusa incluso a mí misma, ¿sabes?
Como si me estuviera justificando con toda esta mierda solamente para quedarme
contigo, para poder volver a sentir tu polla dentro de mí, para poder volver a
revolverme sobre ti, para poder volver a sentir ese gustito tan bueno que me da
cuando te corres dentro de mí... Me doy mucho asco...

Niños que nunca iba a conocer...


—Pero es que así es como lo siento, de verdad. Suena a excusa, ya sé que suena a
excusa, pero así es como lo siento: no me da la gana que Benjamín esté con
alguien como yo. Yo me merezco sufrir a tu lado, llenarme de hijos a tu lado,
pasar miserias a tu lado, que todo sea difícil a tu lado... Después de todo lo que he
hecho, no merezco ser feliz, ni mucho menos pasar una vida pacífica y tranquila.

Escenas que jamás iba a experimentar...

—No sé lo que va a pasar mañana si te soy sincera... No sé cómo va a terminar


todo cuando vea a Benjamín y le cuente toda la verdad. Porque sí, Alejo, pienso
contarle toda la verdad. Y después voy a poner la mejilla para que reaccione cómo
le dé la gana. Y tú vas a hacer lo mismo, ¿vale? Vas a dar la cara junto a mí y
luego nos vamos a ir de la manita.

Alejo parecía incapaz de articular palabra. Por momentos parecía que iba a decir
algo, pero terminaba dejando la misma cara de idiota. Y yo, a pesar de mis
lágrimas, a pesar de mi tranquilidad, por dentro ardía. Ardía de odio por estar
dándole la victoria a una persona que no valía ni un codo de Benjamín.

Pero así eran las cosas. Así las había asumido. Mis decisiones, las decisiones de
Rocío, me habían conducido a ese final.

—Te amo, Rocío —dijo, al fin—. Te amo con toda mi alma. Hoy es el día más feliz
de mi vida. Te prometo que te voy a hacer la mujer más feliz del mundo.

Me quedé mirándolo con algo de incredulidad. ¿Había escuchado todo lo que le


acababa de decir? ¿Había puesto atención? Su cara me decía desde el principio
que muy afectado no estaba por decirle indirectamente que era una mierda de
persona y que a su lado no me esperaban más que angustias, pero de ahí a
responderme eso y quedarse tan pancho... No entendía nada.

—¿Me estás vacilando? —le pregunté.

—¡No, no! ¡Te escuché perfectamente! ¡Y te voy a demostrar que nada de lo que
te esperás va a ser cómo te pensás! ¡Estoy preparado para darte la vida que te
merecés!

Suspiré, y le dediqué una mirada de hastío que me salió de muy adentro. Deseaba
de verdad que supiera ver a través de ella como en tantas otras ocasiones.

—Alejo... ¿puedes parar de una vez? —dije, más decidida que nunca—. No quiero
que sigas pensando que soy una idiota que no se entera de nada, ¿vale?

—¿Qué? No, no... Te estoy diciendo la ver...

—Para... Para ya, por favor... Para ya con esta farsa, Alejo... No tienes que seguir
haciéndote el chaval enamorado... Todo eso hace tiempo que sobra mucho, ¿te
enteras? Soy muy consciente de la clase de persona que eres en realidad... Eres
un despojo, Alejo. Eres un ser despreciable al que sólo le importa lo que le pase a
él a nadie más que él. ¿Dices que me amas? ¿A quién va a amar tú? Si me amaras
no me habrías hecho pasar por este calvario. Si me amaras no me habrías
convertido en esta basura que soy ahora...

Otra vez esa cara de idiota provocada por la desorientación. Era evidente que no
se esperaba verme tan abierta, tan dispuesta a soltar verdades sin parar... Para él
seguía siendo la putita sumisa que iba a asentir todo sin rechistar.

Me seguía ardiendo todo por dentro... Pero, al mismo tiempo, me sentía fenomenal
por ser capaz de plantarle cara sin que nuestros genitales estuvieran de por
medio.

Y, aun así, el cabrón seguía teniendo los santos cojones de seguir intentando
verme la cara de gilipollas.

—Dale... Dale, Ro... Vení, vení conmigo.

Se acercó y me abrazó. Me puso las manos en la nuca y me hizo apoyarme sobre


su pecho.

—Tranquilita, ¿sí? ¿Sentís lo rápido que me late el corazón? Es por vos... Es por lo
que provocás en mí. Esto es amor, Rocío... Te aseguro que es amor.

Me quedé quieta, apoyada sobre él, escuchando atentamente cada palabra que
expulsaba de su boca

—Vamos a tratar de acordarnos de todos los buenos momentos que pasamos


juntos, Ro... ¿Te acordás de cuando nos abrimos? ¿Te acordás de cuando me
dijiste que me amabas? Ahí arrancó todo, mi vida... Ahí me hiciste empezar a
creer a que era posible... Ahí decidí que no me iba a rendir... Por eso no me fui,
por eso no paré hasta que terminé de conquistarte...

Yo escuchaba en silencio.

—Ahora me decís todas estas cosas feas como efecto de todo lo que viviste estos
últimos días... Pero vos misma lo dijiste: son excusas, ¿no? Vos sentís por mí lo
mismo que siento yo, y dentro de poco te vas a terminar dando cuenta. Yo te voy
a ayudar a que te des cuenta. Y te vas a olvidar de Benjamín, porque vamos a
crear la familia más bonita del mundo...

Hasta ahí.

—¿Has acabado?

Sin aviolentarme, sin alterarme ni emitir ningún sonido de más, me aparté de él y


le volví a dedicar una nueva mirada de hartazgo.
—Alejo, escúchame, pero escúchame bien, ¿vale? No estoy enamorada de ti.
Nunca lo estuve ni nunca lo estaré, ¿de acuerdo? No hay ninguna posibilidad de
que me pueda enamorar de alguien como tú. La Rocío que te dijo que te amaba
era una que se dejó embaucar con tus mentiras, engaños y palabras bonitas, pero
eso no va a volver a funcionar jamás, ¿me entiendes?

—P-Pero...

—Nada... Pero nada... Ya hemos hablado suficiente. Mañana va a ser un día muy
largo y necesito estar descansada para afrontarlo... Ya te puedes ir.

Con algo de dudas, Alejo se levantó de la cama y recogió su ropa del suelo. Antes
de irse, se volvió hacia mí e hizo amago de acercarse para despedirse con un beso,
pero finalmente reculó y empezó a caminar hacia la puerta de la habitación.

—¿Estás segura de que querés que las cosas sean así a partir de ahora? —dijo,
cambiando totalmente el semblante en un sorprendente y burdo intento de
intimidación.

—¿Vas a ser tú mismo a partir de ahora? —retruqué yo, para nada afectada.

—Contestame a lo que te pregunté.

—¿Vas a dejar de intentar verme la cara de gilipollas?

—Contestame a lo que te pregunté.

—Hasta mañana, Alejo.

—Hasta mañana, Rocío.

Una vez cerró la puerta, me acosté en el lado limpio de mi cama, me tapé hasta el
cuello y cerré los ojos deseando que la espera del sueño no me torturara mucho
más de lo que me lo merecía.

Después de todo, sabía que, seguramente, esa era mi última noche durmiendo en
esa cama.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 02:00 hs. - Benjamín.

Descripción de la escena: Sebastián y Luciano jugando a la play, borrachos, sin


camiseta ambos, riendo y gritando como dos subnormales. En el sofá de en frente,
sentados Clara y yo, serios, cabizbajos, hartos los dos de tanto ruido insoportable
a nuestro alrededor.
—Clara... Vete a tu casa. Esto va a seguir así toda la noche —le dije, sin
molestarme siquiera en abrir los ojos.

—He venido aquí para animarte... Y está ocurriendo todo lo contrario. No me


pienso ir dejándote con esa cara, Benny.

—Pero si estoy mejor que antes... Me hizo bien verte. Me hiciste reír y me
ayudaste a reponerme un poco.

—Y también te hizo una cobra —señaló Sebastián.

Miré a Clara de forma fulminante.

—Se me escapó, je —rio, inocentemente.

—Pues les has dado material para que se metan conmigo durante un año.

—Dos —me corrigió Luciano—. Como no te líes con ella esta misma noche, de los
dos años no bajas.

Ninguno de los dos respondió. Y ella agachó la cabeza, avergonzada.

—¡Venga ya, Clara! —exclamó Lucho de nuevo—. ¡Que tenemos una edad!

—La edad la tendrás tú, cabrón. Que ella tiene veinte y pocos —intervino Sebas, a
carcajada limpia.

—Con veinte y pocos ya se tiene una edad, capullo.

—¡Se tiene una edad, pero no se tiene una edad de esa manera que tú dices!

—¿De qué cojones me estás hablando? Si tiene una edad es que tiene una edad.
Da igual para qué.

—¡Pero tú dices que tiene una edad como quién dice "joder, que tiene una edad"!

—¡Porque tiene la jodida edad!

Sin más, Sebas le soltó una bofetada a Luciano que nos dejó de piedra a todos.

—¿Me acabas de dar una torta? —preguntó Luciano.

—¡Sí! —contestó Sebas.

Ni dos segundos después, otro estruendo hizo temblar medio salón.

—¡La mía no fue tan fuerte, cabronazo!


—¡Te jodes! ¡De toda la vida el que da segundo, da más fuerte!

¡Plas! Otro cachetazo por parte de Sebas, y luego otro de Luciano, seguido de uno
nuevo de Sebastián, terminando con uno bueno de Lucho que impactó más en la
sien que en la propia cara.

—¡Basta! ¡Estamos en paz! —propuso Sebas.

—¡De acuerdo! Además, creo que voy a echar la pota...

¡Zasca! Un nuevo tortazo de Sebastián que tumbó a Luciano de costado, que no


pudo aguantar más y terminó vomitando sobre el parqué del salón.

—Y luego me decías a mí —dije yo, riendo, mientras mi amigo se retorcía en el


sofá.

—Más te vale que lo dejes follarte hoy, bonita... Porque otra noche como esta no
la voy a soportar...

—Venga, ven aquí —se levantó Sebas para socorrerlo—. Yo seré tu Clarita esta
noche.

—Entonces ve preparando el culo, porque quiero una imitación fiel y leal de la


chica.

—Pues si quieres una imitación fiel y leal, ve preparando el culo tú, porque según
me han dicho la chica es del estilo 'dominátrix'.

—¡Y una polla!

—Sí, sí. Una polla es lo que te vas a comer.

—Te voy a meter otra hos...

Lucho no pudo terminar la frase porque tuvo que salir corriendo al baño para no
seguir ensuciando el bonito suelo de su living. Sebastián salió corriendo detrás de
él a carcajada limpia.

—¿'Dominátrix'? —dijo Clara entonces, mirándome con las cejas un poco


arqueadas—. ¿Y tú qué les has dicho sobre mí?

—Se me escapó, je —respondí, imitando la misma carita que había puesto ella
unos minutos atrás.

—¡Te vas a enterar!

Entre sonoras risas, Clara se abalanzó sobre mí y se puso a hacerme cosquillas en


la zona de las costillas y también por el estómago. Yo no me quedé atrás y
respondí de la misma forma. Como buena señorita de bien, ella terminó más
afectada que yo, y empezó a retorcerse en el sofá mientras mis manos la
castigaban sin piedad.

—¡B-Basta, capullo! ¡Suéltame! —reía ella.

—¡Oblígame! ¡Venga!

No sé cómo lo consiguió, pero logró empujarme y hacerme caer de espaldas sobre


el sillón. Sin pensárselo dos veces, aprovechó ese momento de duda para subirse
a horcajadas sobre mí y volver a agredir el costado de mi panza.

—¡Cabrona! ¡¿Cómo cojones tienes tanta fuerza?! —me quejaba yo, aunque sin
poder parar de reír.

—¡No sabes con quién te has metido!

Clara siguió con sus cosquillas, pero en un momento perdió el equilibrio de una
pierna y, entre eso y que yo seguía forcejeando para liberarme, su cara terminó
casi pegada a la mía.

Muy conveniente, ¿no?

Mis instintos y la situación misma me instaron a echarme para adelante y buscar


sus labios de nuevo, pero la sinvergüenza me volvió a hacer la cobra.

—¡Estás pesadito con los besitos, ¿no?! —se quejó ahora ella, retomando la
compostura y volviéndose a sentar en su lado del sillón. Eso sí, riendo todavía.

—Ya van dos... A la tercera me voy a deprimir —sonreí yo también.

—Pues fíjate si te la quieres jugar —prosiguió ella, tan coqueta como siempre.

—Ya no tengo vómito en la barbilla... ¿Cuál es tu excusa ahora?

Clara desvió la mirada y se puso seria de repente, acabando con ese ambiente de
cachondeo tan cómodo que se había formado.

—No quiero que sea así, Benny...

—¿Así? ¿Así cómo?

—Así... De esta manera... No soy un trozo de carne.

—¿Qué? Joder, Clara... Sabes de sobra que no te veo así...

—Pues así es cómo llevan haciéndome sentir desde que entré en esta casa.

—Eso es cosa de estos dos gilipollas... Si yo ni siquiera quería que vinieras... No


para verme en este estado tan lamentable...
—Eso dices, pero no paras de intentar besarme... Y me desconcierta un poco,
porque llevas tiempo evitándome y de repente hoy ya me has intentado besar tres
veces. Y en la primera tuviste éxito porque... pues porque no sé.

Por momentos me miraba, pero después desviaba la mirada con cierto deje de
vergüenza. Era como un quiero y no puedo. Y sí, en el fondo tenía razón, mis
últimos acercamientos a ellos no estaban teniendo mucho sentido. Aunque,
tampoco sabía qué esperaba estando mi vida cómo estaba en ese momento...

—No te ofendas, Benny... —volvió a hablar—. Pero me huele a despecho... Y...


justamente después de ese beso... lo pensé bien y... decidí que no quiero ser el
segundo plato de nadie...

Ahora miraba hacia abajo mientras jugaba con sus dedos, y su voz sonaba muy
bajita. Irradiaba lástima por todos lados. Aun montada sobre mí, con sólo nuestros
pantalones evitando que nuestros genitales hicieron contacto, la cabrona se las
ingeniaba para irradiar lástima con su carita acongojada y sus ojitos semicerrados.

—Vale, que sí, soy un asco de persona. Tienes razón y lo acepto.

—¿Qué? ¡No! No volvamos de nuevo con eso... Yo entiendo perfectamente que


estás en un momento de tu vida en el que no puedes controlar ciertas cosas...
Estás vulnerable y no puedes evitarlo. Y más difícil se te hace si te me planto yo
delante, que estoy buenísima, ¿me sigues?

Ahora Clara rio y me guiñó un ojo. El control de emociones lo llevaba ella, y yo me


dejaba guiar sin ningún tipo de queja.

—Sí, sí que lo estás... Mucho más que ella...

La sonrisa le desapareció de la cara de forma fulminante. No había atinado con ese


comentario, y no dudó en hacérmelo saber.

—¿Podrías tratar de no hacer ese tipo de comparaciones? De verdad te digo que


no quiero ser el segundo plato de nadie.

—Pero... en este caso serías primero, ¿no? Dije que estás mucho más buena.

—Sí, pero no. Porque instantáneamente piensas en ella, y eso al revés seguro que
no va a pasar nunca. Eso me convierte automáticamente en segundo plato.

—¿Y qué pretendes? ¿Que me olvide de ella de la noche a la mañana?

—No, pero tampoco tienes por qué ir jugando conmigo mientras pones en orden tu
cabeza.

Dicho eso, se bajó de encima mío y se sentó en un costado mirando hacia otro
lado. Ahora estaba enfadada.
—Oye, Clara... Te recuerdo que yo no fui el que comenzó todo esto, eh. Tú te
acercaste a mí a pesar de que te dije mil veces que tenía novia y que no quería
saber nada de ti.

Se dio la vuelta y volvió a mirarme, esta vez con sorpresa. No se esperaba que le
mencionara ese pasado que ambos creíamos estaba más que enterrado. El caso
era que, claro, quería dejarme guiar, pero tampoco iba a tolerar que todas las
culpas cayeran sobre mí.

—¿Por qué sacas eso ahora? Ya te he pedido perdón por todo aquello. Creía que
esa página ya estaba pasada.

—Está pasadísima esa página, pero tampoco me vengas ahora con la del "segundo
plato" como si tú nunca me hubieses tratado a mí de la misma forma.

—¿Y cuándo te he tratado yo a ti de segundo plato? Si te he dicho que me acerqué


a ti justamente para que fueras el primero —dijo entonces, alzando un poco la voz
y terminando de crear un ambiente mucho más caldeado que el anterior.

—No digo que me trataras de segundo plato, pero tampoco es que tu coqueteo
fuera simple e inocentón, ¿me explico?

—¿Vas a seguir con eso? Porque cojo mis cosas y me piro, ¿vale?

Repito, quería dejarme guiar, pero el alcohol volvía a vibrar dentro de mí, y esas
ganas de guerra volvieron a aflorar como cuando me puse a insultar a Sebastián y
Luciano.

No, no tenía ningún sentido, pero no era yo mismo, y Clara había hecho que mi
indignación con la vida volviera a salir de la cueva.

—Claro, a la señorita le cuentan sus verdades y ya amenaza con irse, ¿no?

Su cara de indignación ya era evidente.

—¿Cuáles verdades? ¿Qué tiene que ver todo esto con que me hayas llamado para
follarme y que a mí no me dé la gana darte el gusto?

—¿Cómo? ¡Que ya te he dicho que yo no quería que vinieras! ¡Si necesitara


alguien para echar un polvo a la última persona que habría llamado es a ti!

—¡Entonces deja de comportarte como un capullo!

—¡Deja tú de comportarte como una quinceañera despechada!

—¡¿Quién se comporta como una quinceañera despechada?!

—¡Tú! ¡Que me hablas de "segundos platos" y me intentas poner entre la espada y


la pared para que elija entre Rocío y tú!
—¡¿Qué?! ¡Que yo no quiero que elijas nada!

Sus ojos comenzaron a humedecerse. El ambiente ya estaba arruinado, y parecía


muy difícil que pudiera volver a arreglarse por lo menos esa noche.

—¡Entonces deja de hacerme el show sólo porque intenté darte un par de besos!

—¡Pues esos besos te los guardas para otra hasta que decidas qué cojones quieres
para tu vida, porque yo no soy la "follamiga" de nadie!

No había necesidad de decir lo siguiente que dije. Podría habérmelo guardado y


dejado que la cosa terminase mal, pero no tan mal como terminó después...
Encima, para empeorarlo todo, Sebastián y Luciano acababan de aparecer por el
arco del pasillo.

—No eres la "follamiga" de nadie, pero no tienes problemas para tirarte a tu jefe a
cambio de favores, ¿no?

Silencio absoluto. Caras congeladas y tiempo detenido.

—¿Qué has dicho?

La cara de Clara se puso roja y sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. El


ceño fruncido y los dientes apretados fueron claros indicadores del golpe que
estaba a punto de llevarme.

Grandísimo y merecido bofetón.

—¡¿Tú eres gilipollas?! ¡Oye, Clara, que no le hagas caso! ¡A nosotros también nos
ha dicho cosas muy feas! ¡Es la mezcla del alcohol con el despecho!

No volví a escuchar la voz de Clara esa noche. Bueno, en realidad, no volví a


escucharla durante bastante tiempo. Y me di cuenta enseguida de que eso iba a
ocurrir, después de todo, acababa de dejarla como una puta delante de dos
compañeros de trabajo. Y no sólo eso, acababa de destruir la confianza que había
entre nosotros. La confianza que ella misma había depositado en mí.

Lo siguiente que recuerdo es sentir como una mano abierta impactaba contra mi
nuca.

—Eres un subnormal de mierda, Benjamín... —dijo Sebastián—. A esa chica le


importas de verdad... Se nota desde lejos... Y en un sólo día le has fallado dos
veces cuando ella sólo intentaba ayudar.

—Que sí, Sebas... Déjame en paz, por favor.

—Vale.
Luciano no dijo nada, pero, antes de irse con Sebas, pasó por delante de mí y
negó varias veces con la cabeza.

Una última mirada de pena para cerrar uno de los dos peores días de mi vida.

Estuve media hora ahí sentado solo en el sofá. Mirando a la nada y con la mente
en blanco. Creo que fueron los únicos momentos en los que conseguí no pensar en
Rocío.

Me levanté al ratito en busca de un lugar más cómodo. Cuando entré en la


habitación de Luciano, uno estaba tumbado boca abajo sobre la cama y el otro de
costado en la otra punta roncando como un cabrón. Se habían ocupado toda la
cama y a mí me iba a tocar buscarme la vida.

Volví al sofá y me dejé caer en la misma posición en la que acababa de ver a


Sebas. No tenía ganas de hurgar en las habitaciones. A fin de cuentas, ¿qué más
daba cama que sillón? De todas formas me iba a levantar con resaca, dolor de
espalda, de brazos, de piernas y con el estómago revuelto.

Estaba desesperado por que ese día llegara a su fin de una puta vez. Así que cerré
los ojos y esperé pacientemente a terminar de perder todo el conocimiento que me
quedaba.

"Please allow me to introduce myself, I'm a man of wealth and taste...".

Mi nuevo tono de móvil empezó a sonar alrededor de las 3:30 de la mañana.

Gruñendo y refunfuñando insultos que ni yo mismo entendía, maldiciendo por


haberle vuelto a poner sonido al dichoso aparato, lo cogí con rabia y miré a ver
quién diablos tenía ganas de molestarme a esas horas.

"Lulú" decía la pantalla. En grande y en negrita.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 03:47 hs. - Benjamín.

La noche estaba sorpresivamente tranquila. Ni un alma por la calle, ni rastro de


nubes que pudieran provocar alguna alteración meteorológica durante el camino,
ni ruidos molestos que hicieran las veces de agravantes para mi ya pronunciado
dolor de cabeza. Todo estaba en su lugar, y resultaba agradable caminar así por el
barrio donde vivía mi querido amigo Luciano. Bueno, amigo o ex amigo, porque
todavía no sabía en qué estado había quedado nuestra relación después de los
últimos acontecimientos en su casa.

A esa altura lo único que tenía claro era que no tenía nada claro.
Desganado, a pesar de todo lo bonita que estaba la calle, saqué el móvil del
bolsillo y volví a revisar aquel mensaje de texto. "Calle Comandante Chacho Nº3"
era la dirección a la que tenía que ir. Me detuve en una esquina y miré hacia
arriba, concretamente a una placa de hierro que decoraba el saliente de una casa.
La calle concordaba, y para que la altura también lo hiciera sólo necesitaba
caminar unos seiscientos números más hacia el sur.

Ahora, ¿estaba seguro de querer llegar a mi destino? No del todo. Pero, bueno, la
que me esperaba allí no era sino otra que Lulú, así que tampoco tenía nada que
temer. ¿Que cuáles eran sus intenciones? Dios sabía.

"Tengo que ir a un sitio y me da miedo ir sola. Ven conmigo, Benji", me dijo por
teléfono. Además, cuando le pregunté que si era necesario, su tono de voz se
aseveró y prácticamente no me dejó alternativa. Y como siempre fue un huevón,
aun cansado, adolorido, harto, triste, enfadado y sin amigos, acepté sin rechistar.
"Te coges un taxi", fue su última orden antes de colgar, pero esa sí que me tomé
la libertad de desobedecerla. No tenía ganas de socializar con ningún taxista.

A cada paso que daba menos ganas tenía de llegar. Sólo las pocas ganas que tenía
de perder a otro amigo me ayudaban a seguir avanzando. También la curiosidad
de saber qué podría querer a esas horas de la madrugada. ¿Acaso quería seguir lo
que habíamos dejado a medias la última vez? ¿O tal vez sólo hablarlo? Pero, ¿por
qué a esas horas? ¿No podíamos quedar a una hora normal? Otra opción, que me
daba un poco más de miedo que las otras, era que alguno de los idiotas de mis
amigos la hubiese llamado para chivarse de todo lo que había pasado.

—No puede ser... No serían tan hijos de puta —murmuré, a la vez que le daba una
patada a una piedra gorda que se había puesto en mi camino.

Aunque, bueno, también podrían haberla llamado por la misma razón que habían
llamado a Clara: para curarme las penas. Eso ya me cuadraba un poco más. Por
más que estuviéramos peleados, estaba seguro de que todavía estaban
preocupados por mí.

—Subnormales... —murmuré al aire con los dientes un tanto apretados.

Por muy buenas intenciones que tuvieran, ¿de qué iba a servir aquello? En el
mejor de los casos me la iba a tirar, ¿y luego? Me iba a seguir sintiendo como una
mierda por lo que le hice a Clara, y tampoco es que un polvo por despecho pudiera
servir para reforzar los lazos con mi jefa. Veía más potable terminar cagándola
también con ella y acabar la noche durmiendo debajo de un puente. O peor aún,
colgado de uno.

"33" rezaba el siguiente letrerito en el que me fijé. Ya estaba más cerca, pero cada
vez más lejos de llegar a una conclusión. Porque, si bien todas las dudas se iban a
despejar cuando llegara, no tenía ni la más puta idea de cómo iba a reaccionar con
lo que fuera que me encontrara allí.

—Número quince... —susurré para mí mismo entonces. A punto de llegar.


Por no mencionar mi aspecto. Ni tiempo de peinarme había tenido. O, bueno, sí
que lo había tenido, pero me había olvidado completamente. Menos mal que antes
me habían convencido de ducharme, porque si no el espectáculo cuando Lulú me
viera iba a a ser bastante lamentable. Si había algo que le jodía a mi jefa, era
verme desalineado, sucio o mal aseado. Y a esa cita ya iba con un poco de cada
una.

Había una cosa que sí se podía destacar de todo aquello: y era que, a esa altura
del partido, me encontraba en un estado en el que no me importaba nada.
Después de lo de Clara, como que mi cerebro se había pausado. Mis cerebro y mis
emociones. No sé, algo así como cuando le dices a alguien que tiene el corazón de
piedra, ¿sabes? Por eso, aunque sí que no quería terminar las cosas mal también
con Lourdes, en el fondo me importaba un cojón lo que fuera a ser de mí una vez
terminara con aquello.

Así que dejé de comerme la cabeza.

Seguí mirando los numeritos, casa por casa, hasta que algo llamó mi atención. En
una casita decorada con dos grandes maceteros llenos de flores en los ventanales,
sobre los cuatro escaloncitos que ornamentaban la entrada, una silueta con forma
de mujer hizo que desviara mi mirada hacia ella. Seguí acercándome, con cautela,
y me di cuenta de que estaba ensimismada mirando su móvil. Cuando iba a
hablarle, de pronto sonó el mío.

"Please allow me to introduce myself, I'm a man of wealth and taste...".

La silueta levantó la cabeza y me miró con sorpresa. Inmediatamente se levantó y


vino corriendo hacia mí.

—¡Te dije que cogieras un taxi, tonto del culo! ¡¿Pero qué coño te ha pasado?! ¡¿Y
estas pintas?! ¡Apestas a alcohol, Benjamín! ¡¿Te has duchado?! Ven conmigo,
anda.

No me dio tiempo a decir nada. Lulú tomó mi mano y tiró de mí como si fuese un
niño que se había estado portando mal.

—Es increíble que a tus años te comportes de esta manera, Benjamín. ¡Coño, ya!
Ni que fuese el fin del mundo.

No parecía, estaba enfadada de verdad. No era el típico cabreo de madre, era el


típico cabreo de amigo. Tironeó de nuevo de la manga de mi camisa y entramos a
una casa en la que no había estado nunca. Nada más pisar el salón, me fijé en
unos cuadros colgados en la pared en los que aparecía un rostro familiar.

—¡Y ni se te ocurra hacer ruido, que si llegamos a despertar a Romina, ahí sí que
vas a tener motivos para deprimirte!

Seguí siendo arrastrado hasta llegar a lo que parecía ser el cuarto de baño. Una
vez dentro, Lulú cerró la puerta y comenzó a desvestirme.
—¿Te parece normal que tenga que hacer esto como si tuvieras doce años? ¿Eh?
¡Dime!

No había dicho ni una palabra desde que había llegado, pero eso no parecía
importarle, porque cada tres segundos me salía con una pregunta nueva. Cuando
me quise dar cuenta, ya estaba desnudo en la ducha con ella rociándome la
alcachofa por toda la espalda.

—Tonto del culo... —volvió a repetir, esta vez en voz más baja, con un deje de
pena en la pronunciación.

Traté de obviar todo aquello e intenté disfrutar un poco de aquella ducha. Aunque
cueste creerlo, la escena no tenía nada de erótico. Puede que algo de violento,
pero nada que ver con mi desnudez, o con el hecho de que Lulú me estuviera
frotando todo el cuerpo con una esponja, sino por lo cabreada que estaba. Cuando
quise darme cuenta, estaba empezando a sentirme cómodo y el dolor de cabeza
ya no era tan agudo como al principio. Si tenía que quedarme en esa ducha para
siempre no me iba a quejar. Cerré los ojos y...

—¡No te atrevas a relajarte y hacer como que no pasa nada, Benjamín! —gritó de
pronto Lulú, que enseguida se alarmó por su propio alarido—. Y deja de alterarme
ya, joder.

Dicho eso, se dio la vuelta, como intentando calmarse, y me dejó terminar de


darme aquel glorioso baño. Eso sí, entrando cada veinte segundos para decirme
que me diera prisa.

—Ni se te ocurra ponerte esos trapos sucios de nuevo —dijo, sacando unas
cuantas cosas de una bolsa justo después de que cerré el grifo—. Toma, son del
hermano de Romi.

No dije nada. Me puse ese chándal viejo lleno de agujeros que me dio, y la seguí a
una habitación que estaba al final del pasillo principal de la casa. Ya no se trataba
de si me importaba una mierda todo o no, se trataba de que me sentía intimidado
por Lulú. Nunca la había visto así. Y prometo que daba miedo.

El cuarto era grande; tenía una cama de matrimonio con una tele de unas sesenta
pulgadas colgada justo en la pared de enfrente. Un escritorio con un ordenador
tremendamente moderno decoraba la esquina opuesta a la puerta, justo al lado de
una ventana cubierta por unas cortinas rosas con lunares compradas por alguien
con el gusto en el culo.

—¿Qué miras tanto? Es la habitación de la hermana de Romi. Tiene quince años.

Me encogí de hombros y me senté en la cama en posición como si estuviera a


punto de acostarme, que era exactamente lo que me pedía el cuerpo. Pero la
mirada asesina de Lourdes me hizo abandonar la idea.

—Está en la casa de los padres hoy, así que podemos hablar tranquilos aquí.
—¿Y de qué se supone que tenemos que hablar? —dije, al fin.

—Pues de lo que estás haciendo con tu vida, Benjamín. ¿Te parece normal
comportarte como te has comportado hoy? —dijo, sentándose a mi lado y
despejando toda sospecha de por qué estaba ahí.

—¿Fue Luciano? —inquirí.

—Eso no importa —respondió ella, esquivándome la mirada.

Parecía que iba a volver a gritar, pero se controló. Tomó aire, miró al techo y se
tranquilizó. Me empezaba a parecer excesivo que estuviera tan cabreada. Entendía
la preocupación, pero ponerse así cuando a ella, todavía, no le había hecho nada...

—¿Piensas pasarte lo que te queda de vida deprimido?

La miré serio, a ver si se daba cuenta las pocas ganas que tenía de hablar. Su
semblante no cambió sin embargo, y siguió observándome con cara de pocos
amigos mientras esperaba una respuesta. Aquello iba para largo.

—No sé qué te han dicho, pero estoy perfectamente.

—No, no estás perfectamente. Te peleaste con tus dos mejores amigos y...

—¿Y qué?

—Pues... —Lulú hizo un breve silencio, como si tratase de elegir las palabras
adecuadas—. Sabes que Clara no es santo de mi devoción, pero...

—Espera, espera, espera —la interrumpí—. ¿Qué cojones te han contado?

—Todo, Benjamín. Todo.

—¿Y qué es todo?

—¡Pues todo!

—Joder, Lulú... Que me digas lo que sabes.

—¡Dios! ¡Que te peleaste con los idiotas de tus amigos y que les dijiste delante de
Clara todo lo que tú y yo bien sabemos de ella!

—¿Eso es todo?

—¿Te parece poco?

—¿No te han dicho nada de lo de Rocío?

—¿Qué me tenían que decir?


—Da igual.

—No da igual. ¿Qué más sucedió?

—No tengo ganas de hablar de eso.

—Pues entonces hablemos de lo otro.

—¿De qué cosa?

—De lo de tus amigos y Clara.

—Por favor...

Me estaba empezando a alterar, así que hice un silencio y traté de calmarme.


Cuando me dijo que lo sabía "todo", enseguida me di cuenta de que no podían
haber sido nunca Lucho y Sebas los que la habían llamado. Quiero decir, eran
capaces de llamarla para que me dé un escarmiento, pero no a base de decirle con
pelos y señales todos mis errores. Le seguí preguntando sólo para terminar de
confirmar lo ya confirmado: que Clara fue la que se comunicó con Lulú. Cosa que
tampoco tenía demasiado sentido, pero eso ya era otra historia.

—¿Qué pretendes con todo esto? —le pregunté, haciendo de tripas corazón.

—¿Cómo que qué pretendo? —respondió ella, más cabreada a cada palabra que
pronunciaba.

—Sí, ¿qué pretendes?

—Pues que no entiendo qué coño pasa contigo.

—Ni lo vas a entender, porque no entra en mis planes tocar el tema.

—Al final vas a hacer que me cabree.

—Pues cabréate, ya ves tú.

—Me estás dando mucha pena.

—¿De verdad? Bueno, es una pena que me importe una puta mierda —aquello
sonó feo, y Lulú me miró como si estuviera a punto de saltarme a la yugular.

—Mira... —respiró, y respiró bien—. Yo no soy Clara, ¿vale? A mí no te me vas a


poner en plan capullo.

—Haz lo que quieras, Lu —zanjé, con desdén, y me recosté en aquella cama tan
cómoda, que quizás no lo era tanto, pero a mí me parecía una puta nube.
Lourdes se puso de pie y salió de la habitación murmurando palabras no muy
agradables. Di por hecho que ya no iba a volver y que por fin podría dormir en
paz, pero no iba a caer esa breva. A los tres minutos regresó. Regresó con un pack
de seis botellines de cerveza en una mano.

—Toma —dijo, destapando uno y ofreciéndome mientras se volvía a cruzar de


piernas a mi lado. La miré con cierta desconfianza—. ¿Qué? —dijo ella, encogiendo
un hombro.

—¿Vas en serio? —contesté, sentándome de nuevo.

—¿Por qué no?

Cuando me decidí a aceptar su ofrenda, ella ya había dado dos o tres tragos al
suyo. Luego del quinto o sexto, se tumbó en la cama y se desperezó como quien
acaba de terminar una larga jornada de trabajo.

—Venga, va —dijo en tono conciliador, mirando al techo, con la boquilla del


botellín descansando sobre sus labios—. Cuéntame qué te pasa.

Así, con los brazos estirados por encima de su cabeza y con las piernas creando
una "V" en la parte baja de su cuerpo, sus pechos formaban una curvatura
perfecta debajo de la camiseta sin mangas que cubría su torso. No eran demasiado
grandes, pero no pude evitar quedarme mirándolos con cierta concentración. Fue
entonces también cuando me di cuenta de que se había quitado varias prendas de
encima durante el ida y vuelta a la cocina. Entre ellas los vaqueros, que había
sustituido por un pantaloncito corto verde de verano con pequeñas aberturas en
los laterales. Ahora iba más fresquita que una lechuga.

Cuando volví a la realidad, Lulú se estaba descojonando mientras me miraba.

—Santo cielo, Benja... Pues sí que tienes que estar mal... —dijo, tratando de
recomponerse—. Con lo que has catado tú, que te quedes así de embobado con
tan poco... Es la primera vez que pillo a un tío mirándome las tetas durante tanto
tiempo.

La miré a la cara, luego le miré las tetas de nuevo, y finalmente volví a buscar su
mirada. Sin sentirme pillado en lo más mínimo, respondí con lo primero que me
vino a la cabeza.

—Pues para mí están muy bien —dije, sin ningún tipo de pudor. Lulú se sonrojó y
se tapó el pecho con las manos.

—¡Calla, idiota! ¡Y contesta mi pregunta!

No lo demostré, pero la escena me había causado mucha más gracia de lo que me


había podido imaginar en un principio. Sea como fuere, me encogí de hombros y
me recosté boca arriba igual que ella. Ambos estábamos ahora mirando al techo
en la misma posición. Yo un poco menos despatarrado, eso sí.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué esperas escuchar? —pregunté, un poco más
predispuesto esta vez.

—Pues... —pensó—. Quiero saber cómo te sientes.

—¿Me vas a hacer un psicoanálisis tú también?

—¿Te molesta?

—Si es para reprocharme cosas, te recomiendo que no...

—Que no te voy a reprochar nada —me interrumpió en el acto—. Nunca tuve esa
intención.

—Pues llevas haciéndolo desde que llegué.

—Que no, idiota... ¿Qué me importará a mí de la niñata egocéntrica esa? Me


preocupa más que no tengas problemas en el trabajo por culpa de ella.

Todo aquello ya iba poniéndose más normal y adquiriendo mucho más sentido. A
Lulú sí que podía considerarla alguien a quien podía contarle mis mierdas sin
miedo a que me juzgara. ¿Quién sabía? Si seguía por ese camino, quizás
terminaría abriéndome y todo. O, por lo menos, así me sentía en ese momento.

—¿Entonces...? —prosiguió, dándome el pie para empezar.

—Pues... No sé... Hazme preguntas.

—Mmm... —pensó—. Antes dijiste que pasó algo más con tu novia... ¿Qué fue?

—Nada del otro mundo... Resulta que hoy salí pronto del trabajo para llegar rápido
a casa y poder aclarar todo con ella como el grandísimo gilipollas comemierdas
que soy.

—Oye... No hace falta que...

—Por alguna razón —la interrumpí—, creía que lo de la última vez, o sea el polvo
con el hijo de puta ese, podría haber sido un mero desliz. Y me emocionó pensar
que quizás la estaba juzgando antes de tiempo y no estaba teniendo en cuenta los
posibles engaños del tipo.

—Entiendo...

—¿Y qué pasó? Que no se me ocurrió otra manera de intentar averiguarlo que
llegar de imprevisto a casa. Si se la estaba follando de nuevo: bueno, mala suerte.
Pero si no estaba haciendo nada malo, ahí es donde podíamos sentarnos a hablar
y contarnos toda la verdad, ¿me sigues?

—Más o menos...
—Bueno, pues que pasó lo primero —Lulú torció el gesto—. Lo primero que oigo al
acercarme a la puerta es a esa guarra asquerosa gimiendo como una cerda. Y
menos mal que justo pasaba por allí Noelia, porque no sé lo que hubiese pasado si
llegaba a entrar en esa casa...

—O sea... ¿Quieres decir que todavía no sabe que lo sabes todo?

—No. Y si hoy me peleé con Sebastián, Luciano y Clara es porque todavía me


siento enganchado a esa... a esa persona. Tenía tanto sentido ese plan para mí...
Te juro que tenía tanto sentido... Fue un palazo tremendo ver la realidad, Lu...

Mi jefa se sentó de golpe y me cogió de la mano. Luego de animarme a darle un


trago a mi botellín, se quedó mirándome con una de esas caras de lástima que te
hacen sentir como si fueras el fracasado más grande de la tierra.

—Lo siento, Benji...

—Bueno —traté de animarme, dando un largo trago a mi cerveza. No quería que


me siguiera mirando de esa manera ni un segundo más—. Lo que importa es que
ya lo sabes... Mis peleas, mi estado, mi higiene... Las pocas ganas que tengo de
hacer nada... Todo es por eso.

—No digas eso, idiota —dijo, frunciendo el ceño—. No es el fin del mundo. Y
tampoco es que lleves diez años casado con ella.

—Claro... Para ti es fácil, tú a tu marido no lo quieres. A mí me cuesta un huevo


imaginarme un futuro sin Rocío.

Otra vez me fui de la lengua, pero el grito que estaba esperando nunca llegó. En
su lugar, Lourdes se acercó a mí y se recostó en mi hombro.

—¿Qué habíamos dicho sobre lo de ser un capullo? —me recordó, sin levantar la
voz.

—Lo siento... Tal vez debería tratar de no abrir más la boca. Cada vez que hablo la
cago... Por momentos pienso que, quizás, sólo quizás, hubiese sido mejor no
haber nacido nunca...

Me fui por las ramas. Aquello fue una divagación que no venía a cuento.
Victimismo puro y duro, pero me salió del alma. Si quería que Lulú dejara de
mirarme con lástima, estaba claro que ese no era el camino.

La charla era un constante "tú hablas, yo digo un burrada, y me quedo esperando


a que me consueles". Pero, una vez más, la respuesta que esperaba de Lulú no
llegó. Le levanté la carita y lo que vi me dejó más de piedra todavía.

—Lu... —le dije, casi en un susurro—. ¿Estás llorando?

—¡Pues sí! —respondió, enfadada de nuevo, y me apartó de un empujón.


—Yo... Yo no quería que...

—¡Tú no querías pero es que no paras! ¡Y yo ya no sé qué hacer!

No me gustaba verla triste, nunca me había gustado. Y que fuera por mi culpa me
gustaba menos. Y si ella no sabía qué hacer conmigo, yo mucho menos sabía qué
hacer con ella estando así. Porque, lo peor de todo era que lo único que estaba
haciendo era ser sincero. Por primera vez en toda la noche, me estaba abriendo
con alguien sin alcohol de por medio, y eso, aunque pareciera que no, me hacía
muy bien, demasiado bien.

Por el momento, decidí que lo mejor era darle un buen abrazo.

—No sé por qué te preocupas tanto por mí, Lu... No me lo merezco.

—Si no te lo merecieras no lo haría. Ten por seguro que no lo haría. Al contrario, la


que no se merece que seas tan bueno conmigo soy yo, que no he hecho más que
cagarla —soltó de la nada, sin despegar la cara de mi pectoral, dejándome algo
perplejo.

—¿Cómo? ¿Cuándo la has cagado tú conmigo? Si lo único que has hecho todo este
tiempo ha sido hacerme sentir especial. Y yo nunca supe valorar eso...

Me incorporé de nuevo y la obligué a sentarse también. Con la contracara de mi


pulgar, le sequé las lagrimitas que corrían por una de sus mejillas a la vez que ella
hacía lo propio con la otra. Cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar, me di
cuenta de que la tristeza que le embargaba en ese momento era profunda.

—El otro día... —empezó a hablar de nuevo—. El otro día yo no quería que las
cosas terminaran así.

Y por fin el tema que tanto llevaba esperando. No sé si era el mejor momento para
hablarlo, porque las cosas iban más o menos bien y aquel era un tema que bien
podría hacernos pelear un poco. Pero... ya que nos estábamos abriendo.

No dije nada. La dejé explicarse hasta que fuera mi turno.

—El silencio te delata, eh... —rio—. No te culpo... Tú estabas tan predispuesto, me


dijiste cosas tan bonitas... Soy la persona más estúpida del mundo.

—Lo hiciste por mí —intervine, sin denotar mucha convicción—. Siempre pones por
delante las necesidades de los demás y...

—Que no, Benji... Que no... —me cortó—. Lo hice porque tenía miedo... porque
estaba aterrada. No te diste cuenta en ningún momento porque te dejaste llevar,
pero en el fondo estaba rogando que ocurriera cualquier cosa que me sirviera de
excusa para pararlo todo ahí mismo.

—Espera, ¿qué? Explícame un poco más eso del miedo.


—No pongas esa cara, idiota... Fue algo así como... ¡miedo escénico! ¿Sabes? Me
daba pánico que termináramos echando un polvo en el baño de la discoteca y que
al día siguiente todo entre nosotros fuese diferente.

—Vale, que sí... Lo que me estás queriendo decir es que lo del teléfono fue una
excusa. Lo pillo perfectamente.

—Pero es que te enfadas... En fin, supongo que me lo merezco. Sólo quería que
supieras que prefiero hacer las cosas bien.

Nada más decir eso, cerró los ojos y pegó su carita contra mi pecho de nuevo. No
me había gustado mucho lo que acababa de escuchar, pero me pareció que no era
momento de echarle en cara nada. Al fin y al cabo, yo tampoco es que hubiese
hecho mucho por evitar que se fuera aquella noche.

Y más allá de todo eso, ahora estaba en otra situación, en otro escenario y con
otras expectativas. Delante de mí tenía a una mujer que necesitaba que la
mimasen y la quisieran. Y yo iba a mimarla y quererla. Siempre respetando su
deseo de querer hacer las cosas bien.

—¿Te das una idea de lo bien que me hace tenerte a mi lado ahora mismo? —le
pregunté, intentando entrar en ese mismo modo de ternura y paz en el que había
entrado ella.

—Entonces... —dijo, levantando un poco la cabeza para mirarme—. ¿No estás


enfadado?

—Que no, boba... ¿Cómo voy a enfadarme contigo por haberme dejado probar
esos labios tan ricos tuyos?

—¡Benji! —rio—. Calla, idiota...

—Es la verdad... Tampoco te pienses que me olvido del beso en el garage, o de...
bueno...

—¿De qué?

—De aquello que pasó en tu casa cuando me quedé a dormir...

Lulú abrió los ojos de par en par y su cara se puso roja como un tomate.

—¡No me vuelvas a mencionar eso en la vida, tonto!

Muerta de vergüenza, Lulú me empujó y me tiró un cojín a la cabeza. Yo me eché


a reír, a carcajear fuerte, y volví hacia ella para abrazarla en otro acto de ternura
que no puedes fingir, que sólo te salen de adentro.

—Idiota... —me dijo, recomponiéndose como pudo—. A mí también me hace bien


tenerte a mi lado ahora mismo...
—Lo sé —volví a reír.

Me sentía bien. Estar así, recostado y abrazado con Lulú era algo
indescriptiblemente hermoso. Tan hermoso que hubiese pagado por quedarme así
horas y horas.

—Lu...

—¿Qué?

Pero, por alguna razón, aquella noche estaba destinado a hacerlo todo, pero todo
mal.

—¿Sabes por qué le dije todo eso a Clara? —dije, de la nada.

—¿Qué cosa? —preguntó ella, con algo de sorpresa.

—Verás... —di un nuevo trago a mi cerveza—, desde que me encontré con lo que
me encontré hoy, llevo todo el día intentando autodestruirme, ¿sabes? Y no de
manera consciente. ¿Cómo te lo explico? Sé exactamente lo que tengo que hacer
con Rocío. Lo sé. Todos me lo dicen y tienen razón, ¿vale? Pero no me gusta oírlo.
Y cuando lo oigo, me pongo a la defensiva. Y una vez me pongo a la defensiva, ya
no salgo hasta que me llevo una torta muy fuerte en la cara.

—Vale... —dijo ella entonces—. Que no quieres que te diga nada de Rocío. Lo pillo.

—Que no es eso... Te estoy contando esto porque... Joder, Sebastián y Luciano


estuvieron toda la tarde intentando animarme, pero como a cada rato me
mencionaban a Rocío, los insultaba y los trataba mal. Por eso, hartos, llamaron a
Clara para que... bueno, para que me diera una alegría.

—Una... ¿Una alegría? —Lulú rio, para mi sorpresa—. ¿Cómo "una alegría"?

—La llamaron para que me la folle, ¿vale?

—Vale, vale... —respondió, con algo de sorna en el tono de voz todavía.

—¿De qué te ríes?

—De nada, de nada...

—No, dímelo.

—Pues... —volvió a levantarse y me miró, con una sonrisota en la cara que se la


pisaba—. Me parece gracioso porque tú no eres de esa clase de hombre...

—¿Cuál clase de hombre?

—De la de llevarte a una mujer a casa sólo para follártela.


—¿Y por eso tienes que reírte así?

—¡Venga ya! ¿Te vas a enfadar por eso?

—Pues que sepas que todo lo que le dije fue justamente porque que no quiso
echar un polvo sin compromiso conmigo.

—Pero por todo lo que te está pasando, no porque seas un capullo.

—A Clara le gusto, Lu... Por eso cuando se dio para lo que la habían llamado en
realidad, se cabreó y me montó la del "o vamos en serio o vete a la mierda". Y por
eso le solté todo lo de Mauricio delante de los otros dos... Sí que soy un capullo.

—Vamos a ver, Benji... Por mucho que te esfuerces, no vas a conseguir que mi
opinión sobre ti cambie, ¿vale, cariño? —y tras darme una suave caricia en la
mejilla, se volvió a recostar en mi pecho.

—No busco que tu opinión sobre mí cambie, pero me da rabia que me trates como
a un rey cuando no me lo merezco. Por Dios, Lu, que quería llevármela a la
cama... Me importaron una mierda sus sentimientos, lo único que quería era
follármela.

Lulú se levantó por enésima vez, y vi un gesto de hastío en su cara cuando pasó
por delante mío. Cuando volvió, traía consigo otro pack de botellines. Todavía no
nos habíamos acabado los primeros, pero ella decidió que íbamos a necesitar más
por alguna razón.

—Estas están más frías —dijo, cuando volvió.

—Vale... —respondí—. Pero no creo que vaya a beber más.

—Pues bien por ti, porque yo lo voy a necesitar.

—¿Para qué?

—Para soportarte a ti.

—Vete a la mierda...

Lulú se echó a reír y se abalanzó sobre mí, quedando a horcajadas sobre mi


entrepierna.

—Estoy borracha de nuevo, y es por tu culpa —dijo, con una sonrisa de oreja y
poniendo su brazos sobre mi pecho.

Se hizo un silencio bastante largo. Un silencio en el que entendí que, por lo menos
esa noche, todavía podían pasar muchísimas cosas. Su mano masajeaba mis
pectorales a un ritmo lento y pausado, y había cerrado los ojos como para
encontrarse con ella misma.
Ahora sí que la cosa tenía mucho de erótico, y eso que ninguno de los dos se había
desnudado... todavía.

"She's a Killer Queen, gunpowder, gelatin, dynamite with a laser beam,


guaranteed to blow your mind. Anytime".

La voz de Freddie Mercury empezó a retumbar a todo volumen por toda la


habitación.

—¡Aaahhh, no me jodas!

Bastante molesta, Lulú se levantó de la cama y fue hacia el escritorio para coger el
móvil de su bolso. Echó un vistazo rápido y dejó que la canción siguiera sonando
hasta quién fuera que estuviera del otro lado se cansó.

Entonces se quedó quieta, en silencio, todavía mirando la pantalla del pequeño


aparato y acariciándola con los dedos. Parecía pensativa. Y a mí los párpados cada
vez me pesaban más. Necesitaba una resolución urgente o me iba a quedar
dormido, y eso sí que podía llegar a ser catastrófico.

En el instante en el que ya estaba haciendo uso de mis últimas fuerzas para


aguantar despierto, veo que Lourdes comienza a hacer un movimiento raro con los
brazos. Cuando quise darme cuenta, su camiseta blanca sin mangas volaba por
encima mío hasta aterrizar del otro lado de la cama. Volví a pestañar y ahora tenía
las manos en su espalda, buscando lo que parecía ser el cierre de su sujetador.
Una vez fuera la segunda prenda, se puso de pie y se quito el pequeño
pantaloncito veraniego en lo que fue un nuevo pestañeo. Lulú estaba de pie
delante de mí cubierta únicamente con un pequeño tanga negro que me dejaba
apreciar toda la firmeza y redondez de su culo. Dos nalgas perfectamente
ovaladas, fuertes y firmes que nada tenían que envidiarle a las pocas que habían
pasado por mis manos.

—Lu... —murmuré, atónito, sin saber todavía cómo continuar.

Con cierto pudor, tapándose el pecho con el brazo derecho, se metió debajo de la
cama y reptó hacia mí hasta que su cabeza quedó a la misma altura que la mía.

—Lu...

—Shhh... —me dijo, poniéndome un dedo sobre los labios—. Ya has dicho
suficiente.

Dijo eso y volvió a abrazarme igual que antes. Su móvil sonó de nuevo. Torció el
gesto. Se debatió entre si darse la vuelta y cogerlo o no. Finalmente lo ignoró y
luego volvió a quedar cara a cara conmigo. Parecía esperar algo de mí. No me
daba cuenta de qué era. ¿Un beso quizás? ¿Así, de la nada? No lo veía nada claro.

En la espera, el móvil sonó por tercera vez. Visiblemente harta, chistó y se quitó el
cubrecama de encima. Cogió el móvil, miró la pantalla, le dio a un botón, se tomó
su tiempo tecleando un par de cosas y lo dejó de nuevo donde estaba. Ahora, sin
vergüenza ninguna, como si tanta serenata, tanta pérdida de tiempo, tanta
molestia innecesaria hubiese espantado todos sus fantasmas pudorosos, se dio la
vuelta y me mostró la inesperada hermosura de un torso tan blanco y, a la vez,
rosado que no me dejaba apartar la mirada de él. Su carita, al mismo tiempo,
brillaba con un ligero rubor que resaltaba el verde esmeralda de sus ojos, creando
así una mezcla de colores que terminaban de darle forma a la eterna belleza que
desde siempre había encandilado a todos los de la oficina.

Me quedé embobado mirándola. Sin palabras y sin ideas. Todo se me quedó en


blanco.

Entonces levantó la cabeza y me miró.

—Ya sé que te he dicho antes que hay que hacer las cosas bien, pero...

—¿Pero qué?

—Estoy dispuesta a hacerlas mal si tú me lo pides...

El móvil sonó de nuevo. Esta vez le echó un ojo rápido y luego siguió mirándome a
mí.

—¿Qué quieres decir con eso?

Lulú suspiró y miró al suelo.

—Benji... Pídemelo. Pídemelo y...

—¿Y qué...?

—Pídemelo...

De nuevo tan entregada, tan sumisa, tan dispuesta a entregarse a mí... Otra vez
la tenía a mi merced para poder liberarme de una vez, para poder matar aquel
gusanillo vengativo que lentamente me iba carcomiendo por dentro a medidas que
iban pasando las horas. No había podido ser con Clara, pero podía ser con Lulú.

—Dime algo...

Se empezaba a impacientar, y su carita ya estaba alcanzando una tonalidad que


podía superar al más rojo de los autobuses londinenses. Advertido de esto, me
levanté de la cama y, sin demasiada prisa, me puse de pie junto a ella. Esta vez sí
que se tapó un poco, y agachó la cabeza tanto como para que sólo pudiera verle el
nacimiento de su rubio flequillo. Sonreí, y sonreí con dulzura, porque parecía una
adolescente temerosa. La gran Lourdes, la que sabía hacer de todo, la que podía
organizar un grupo de más de cincuenta personas sin que se le venga la oficina
abajo, no podía aguantarle la mirada ni dos segundos a su joven aprendiz.
—Lu...

Eché un vistazo a sus pechos, que cada tanto se rozaban con el mío provocando en
ella casi imperceptibles respingos hacia atrás, y me entraron unas ganas diabólicas
de levantar las manos y estrujárselos como seguramente muchos otros se lo
habían hecho antes. Nuestras caras estaban cada vez más cerca. Aun sin habernos
tocado, podía notar como su respiración cada vez sonaba más fuerte, Los dedos
gordos de sus pies se montaban sobre los mayores para luego volverse a bajar, así
una y otra vez. Su rodilla izquierda se vencía cada tres segundos exactos,
justamente el tiempo que tardaba en hacer un amague con su mano derecha para
coger la mía. Lourdes era un manojo de nervios, y parecía que estaba en mí
tranquilizarla.

—Benji...

Finalmente estiré mi mano y cogí la suya, me acerqué hasta que nuestros pechos
se pegaron por completo, fundí la punta de los dedos de mis pies con los suyos, y
le di un golpecito a su rodilla izquierda para que dejara de temblar. Lulú levantó la
cabeza y me miró. El rubor seguía ahí, el brillo en sus ojos también. Seguía
respirando fuerte y sus labios permanecían separados por medio centímetro. Ya
estaba todo dado para, por fin, podernos sacar esas ganas que tanto nos
teníamos. Que sí, diferentes tipos de ganas, pero ganas al fin y al cabo. Ella estaba
enamorada de mí y esperaba que todo aquello fuera el principio de algo más
grande. Yo, sin embargo, no sabía si quería vengarme, desenamorarme de la otra
para volverme a enamorar de otra o simplemente vaciar el cargador después de
varios días sin meterla. A todas luces injusto, ¿no? ¿Se merecía Lulú algo así para
algo que llevaba esperando durante tanto tiempo? No. ¿Me importaba una mierda
en ese momento?

Sí.

Ya fuera por venganza, atracción sentimental o meras ganas de follar, no iba a


dejar escapar esa oportunidad.

Porque ya estaba cansado de preocuparme siempre por los demás y que nadie se
preocupara por mí.

Ese era mi momento. Mi momento y el de nadie más.

Y el pensar en la posibilidad de que aquello pudiera ir quitándome a Rocío de la


cabeza poco a poco...

...me llenaba los pulmones de aire.

Me atiborraba el alma de vida.

Me hacía tocar el cielo con las manos.

Por eso la cogí por los hombros, acerqué mi cara a la suya y...
—¿Benjamín?

...besé su frente en vez de su boca.

Sin decir nada más, cogí la manta más gorda de la cama y se la pasé por encima
para tapar su desnudez. Ella cogió cada extremo y lo cerró sobre su pecho sin
entender muy bien lo que estaba ocurriendo. La abracé, la abracé con ternura, con
ternura y mucha fuerza.

—¿Benjamín? —volvió a repetir, sin poder ocultar el desconcierto.

—Tienes razón... Yo no soy así. Simplemente no puedo hacerlo.

—¿Qué?

—Eres lo único que me queda, Lu... Si la cago contigo también, no me lo voy a


perdonar en la vida... No pienso tratarte como a una cualquiera, y menos cuando
sé cuáles son tus sentimientos.

—Joder...

—No sé qué va a pasar con todo esto de Rocío... De verdad que no lo sé. Lo que sí
sé es que, si tiene que pasar algo contigo, va a pasar después de haber hecho las
cosas bien, como tú bien has dicho.

Nada más terminé de hablar, Lulú apretó su cara contra mi pecho y la dejó ahí. No
emitió sonido alguno, tampoco palabra, y apenas la oía respirar. No sabía si estaba
llorando, pensando o simplemente descansando. Yo, por otro lado, la miraba
desde arriba esperando algún tipo de respuesta después de semejante discurso,
pero lo único que me encontré fue silencio y desconcierto.

—¿Lu...?

Pasados unos segundos, se separó por fin de mí y se quedó otro rato bastante
largo con la mirada perdida. Sus grandes ojos verdes no se despegaban de aquel
trozo de tela blanco que pertenecía al hermano de Romina. Quería hablarle, pero,
por alguna razón, no me atrevía.

Sólo cuando levantó la carita y me fulminó con la mirada me di cuenta de que, lo


que tenía delante, no era muy distinto a una bomba de tiempo humana.

Su ceño se frunció, su gesto se endureció, sus labios se tornaron hacia abajo y los
músculos de su espalda se tensaron hasta el punto de hacerme soltarla como si
fuera un trozo de hierro hirviendo. Un instante después estaba recibiendo la
bofetada más fuerte que jamás me habían dado en toda mi puñetera vida.

—Tienes razón, no eres un capullo, eres simplemente gilipollas.


La miré atónito, sin entender muy bien lo que acababa de pasar. Ella, por otro
lado, me apartó de un empujón y fue a la cama a por otro botellín.

—Respóndeme a una pregunta, por favor —dijo, dando un primer sorbo y


saboreándolo con un énfasis exagerado—. Después de todo lo que hemos hablado
hoy, luego de que te contara lo que me pasó el otro día y de que te repitiera por
activa y por pasiva que me importan una mierda las cosas que hayas hecho o
hayas dejado de hacer, ¿por qué eres tan tonto de creer que me voy a sentir
utilizada, vejada o ultrajada por dejarme echar un polvo por ti?

—Pu...

No me dejó responderle, se levantó y me soltó un bofetón similar en la otra


mejilla.

—Me dices, repitiendo lo mismo que te dije yo antes, que quieres hacer las cosas
bien luego de que te dijera, mirándote a la cara, que estaba dispuesta a hacerlas
mal si tú me lo pedías, ¿de verdad puedes ser tan cretino? ¿En serio no puedes
hacerte una idea de lo atraída por alguien que se tiene que sentir una mujer para
quedarse desnuda y decir algo así? ¿En serio me lo dices?

Hizo otro silencio, silencio en el que aprovechó y recogió su ropa interior del suelo.
Yo permanecía callado, esperando que la bronca continuara. Más no podía hacer.

Luego de dejar todo más o menos organizado, volvió a pararse frente a mí.

—Benjamín, que esté enamorada no significa que no pueda ser yo la que te esté
utilizando a ti para sacarse las ganas, cariño mío, ¿te enteras? Por lo tanto, si me
pongo en pelotas delante de ti, ¡cierra la jodida boca y échame un puto polvo, puto
pelmazo!

«Cobarde».

—¿Sabes quién era el que me llamaba antes? —dijo de pronto—. Santos. Sí, el
mismísimo Santos Barrientos. ¿Sabes qué quería? ¿Sabes qué quiere? Pues tener
una oportunidad como la que tú acabas de tener. Lleva insistiéndome días que me
olvide ti, que pase página y me centre en otras cosas. Que abra los ojos y me fije
la de cosas que hay a mi alrededor. Textual, ¿eh? Bueno, hoy iba a darle una
oportunidad... Hoy habíamos quedado para salir de marcha juntos, ya que mañana
ninguno de los dos trabaja, pero no fui porque preferí venir aquí para ocuparme de
ti.

«Cobarde».

—Esto no volverá a ocurrir, Benjamín... Se acabaron los "ven conmigo, Benji", los
intentos desesperados por que te fijes en mí y toda la mierda que me vengo
comiendo porque no sé cómo coño hacer para conseguirlo —dijo a continuación,
golpeándome con la punta de su dedo índice una y otra vez mientras trataba de
contener las lágrimas—. La próxima vez que me necesites, vas a ser tú el que
tenga que dejar todo lo que esté haciendo para venir a verme a mí, ¿me oyes? Y
no te garantizo que mi puerta vaya a estar abierta. Y si, por alguna razón, llegas a
decidir que soy yo a la mujer que quieres en tu vida, entonces sí que vas a tener
que hacer las cosas bien. Seguir paso por paso el libro no escrito de cómo
conquistar a Lourdes Weiss.

«Cobarde».

—Y ahora vete de aquí antes de que Romina se despierte y se entere de todo lo


que acababa de suceder, que ella no va a ser tan amable como yo.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 05:32 hs. - Benjamín.

Si en ese momento me hubiesen dicho que las últimas siete horas de mi vida
podían ser eliminadas de mi memoria, habría aceptado sin pestañar. Estaba
exactamente igual que cuando salí del edificio de mi casa escoltado por mis
amigos y Noelia. Me sentía igual de mal, igual de perdido y con la misma
sensación amarga de no saber qué cojones estaba haciendo en ese mundo. Y todo
eso viendo el vaso medio lleno, porque, en realidad, el hecho de contar con cuatro
amigos menos me hacía estar mucho peor que al principio. Ya no tenía a quién
acudir, ya no tenía en quién confiar... Estaba completamente solo.

Y a todo aquello podíamos sumarle el cabreo monumental que traía encima. Por
más raro que pueda parecer, seguía sin entender muy bien el enfado de Lulú. O
sea, tenía claro que todo había sido porque no quise echarle un polvo, ¿pero por
qué me echaba a mí la culpa si la que me había estado dando largas toda la noche
había sido ella? Primero con la historieta del miedo escénico y luego con toda la
mierda de querer hacer las cosas bien. ¿Qué cojones iba a saber yo que en
realidad me quería decir lo contrario? ¿O que en su puto interior las ganas de
mandanga le habían ganado a las ganas de "hacer las cosas bien"?

Pensar en aquello me hacía cabrear mucho, demasiado.

—Me cago en mi vida.

Lo único más o menos rescatable, era que la cabeza ya no me dolía tanto. A pesar
de los intentos de Lulú, casi no había probado la cerveza y no tenía que
preocuparme por no ser capaz de dar dos pasos seguidos. Además, podía darme el
lujo de tomarme alguna que otra copa más si encontraba un lugar donde terminar
de pasar las últimas horas de la noche. Porque no, a pesar de todo, no tenía
intenciones de amanecer tirado en la hierba de algún parque o sentado en algún
banco como un vagabundo cualquiera. Y como, por ejemplo, no podía molestar a
Mauricio y tampoco quería volver al edificio maldito para pedirle asilo a Noelia, la
única opción que me quedaba era que algún buen samaritano me acogiera en su
garito nocturno sin preguntas mediante.
Y sabía dónde podía ser ese lugar. En un segundo de brillantez, recordé que no
muy lejos de allí había un pub juvenil que abría toda la noche y no cerraba hasta
el mediodía. Luciano me había invitado allí incontables ocasiones para que le
hiciera del típico amigo que entretiene a la acompañante de la casada de turno.
Nunca fui, sobra decir. Pero tenía la dirección apuntada en algún lugar de mi
teléfono móvil.

Saqué el aparatito y busqué los mensajes viejos de Lucho. "Benja, joputa, ayer me
follé a la rubia de la barra. No veas como la chupa la cabrona". "Benjamín,
pitocorto, como me vuelvas a dejar tirado cuando estoy a punto de tirarme a un
bombón como aquel que me hiciste perder ayer, te juro que te cuelgo del
ventilador de Mauricio por las putas pelotas". "Benjamín, carapolla, mira cómo me
quedó el capullo después del repaso que le di a la tetona de la tienda de ropa.
Abre la foto, eh, no me seas cabrón". "Benja, capullazo, vente a la Ricky, que esta
noche te necesito sí o sí. Esquina de Arias y García. No me falles".

Me empecé a reír solo mientras caminaba acera abajo por las solitarias calles del
barrio de Luciano. Todos esos mensajes me hacían volver a aquellos días en los
que mi vida no era una puta mierda, en los que regañaba a Luciano por no poner
en orden sus prioridades, en los que me daba el lujo de mirar por encima del
hombro a muchos compañeros de trabajo a los que consideraba desafortunados
por no tener una vida como la mía.

Reía por no llorar.

Después de unos quince minutos caminando esperanzado de encontrarme alguna


señal que me dijera que me aproximaba a mi destino, empecé a escuchar música
proveniente desde el horizonte. Un par de pasos después, unas luces de neón
azules y lila, que bien podrían haber sido las de un puticlub, iluminaron un punto
en la lejanía. Contra todo pronóstico, sonreí y aceleré el paso, tanto, que tardé en
darme cuenta de que cada vez habían más personas a mi alrededor. El vacío de
diez calles atrás había sido sustituido por montones de adolescentes. Chicos y
chicas, señores y señoras que, vestidos de gala, iban y venían con el único
objetivo de dejar atrás, al menos durante algunas horas, todos y cada uno de sus
problemas diarios.

Aguantándome un poco más las ganas de llegar, me detuve en la esquina anterior


y aprecié el escenario que tenía delante. La entrada era una terraza amplia llena
de sillas, tumbonas y sombrillas, asemejando lo que era el típico chiringuito de
playa, sólo que en pleno centro de un barrio que muy lejos estaba del océano más
cercano. En medio de todo eso, en un pasillito estrecho, parecía que estaba lo que
era la puerta que llevaba al interior de la discoteca, custodiada por dos gorilas que
parecían pasárselo bien charlando con la gente que pasaba por ahí.

Ya con el paisaje medido, comencé a caminar con decisión hacia aquella puerta.
Tenía tantas ganas de tomarme una copa que ya podía saborear esos hielitos
rozándose con mis labios y podía sentir el ardor del whisky bajando por mi
garganta. Tantas ganas tenía que no me importaba que la gente se me quedara
mirando cuando pasaba por delante de ellos inhalando y exhalando como si
acabara de correr una maratón. Es más, por cada idiota que me miraba como si
fuera un tonto, más exagerada hacía la repiración si se podía. Y tan entre ceja y
ceja tenía esa puerta, tan metido estaba en mi actuación anti imbéciles, que jamás
me di cuenta de que, por un costado, venía un camión cisterna de doscientas
toneladas directo hacia mí.

...

O sea, con camión cisterna me refiero a un muchacho bastante musculoso al que


le acababa de hacer derramar todo el contenido de su vaso sobre la ropa.

—¡Me cago en la grandísima puta! —resonó por todo el lugar.

La gente ahora sí que se dio la vuelta de verdad. Todos miraron al musculitos e


instantáneamente se formó un coro alrededor nuestro. Yo me quedé aturdido ahí
en el centro, sin saber muy bien cómo reaccionar.

El tipo levantó la cabeza y vi una mirada cargada de odio. Dio dos pasos al frente y
empezó a soltarme perdigones de todos los colores.

—Oye, subnormal, ¿tú de qué vas?

—Yo... Lo siento... —murmuré, como pude, en el tono rasposo y cansado que me


salió en ese momento.

—¿Lo siento? ¿Tú has visto cómo me has puesto, subnormal? —exclamó esta vez
un poco más cerca de mi cara, repitiendo el insulto anterior como si no conociera
ningún otro.

—N-No... No era mi intención... —repetí yo, todavía estupefacto, pero claramente


consciente de que sí que estaba pareciendo algo tontito con esa forma de hablar.

—Déjalo, Toni —intercedió enseguida una chica que iba con él—. Va hasta las
cejas, vamos a dejar las cosas así...

—Me la suda que vaya pedo. A ver si ahora voy a tener que aguantar que
cualquier panoli me toque los cojones.

—Que sí, Toni... Venga, vamos...

El anormal de gimnasio parecía tener ganas de guerra esa noche, y seguramente


me habría partido la cara de no ser por su amiga. Por suerte, controló ese impulso
violento únicamente motivado por ese par de brazacos que le colgaban de los
hombros y reculó justo cuando empezaban a escuchar los primeros gritos de
"¡pelea, pelea!".

—Porque voy con ella, si no te reventaba la cabeza, friki de mierda —fue lo último
que dijo antes de darse media vuelta y seguir su camino.
Técnicamente era lo único que me faltaba esa noche, una buena paliza. Me venía
librando por los pelos de terminar el día en la sala de urgencias de un hospital,
primero con Luciano y Sebastián, y luego con Romina.

Y me negaba a finiquitar así un día ya de por sí nefasto.

Era lo último que necesitaba esa noche.

Y, pasara lo que pasara, no iba a permitir que sucediese.

—¿A quién le vas a reventar la cabeza tú, musculitos? A ver si te piensas que
asustas a la gente por cuatro anabólicos baratos que te metas en el cuerpo.

En una película, el chico se hubiese quedado quieto, hubiese levantado la cabeza,


suspirado, quizás sonreído, y se hubiese dado la vuelta lentamente para
preguntarme qué acababa de decir o, por lo menos, que lo repitiese si tenía
huevos.

Pero eso solo pasa en las películas.

En la vida real te llevas la hostia mucho antes de poder pensar qué vas a
responder en caso de que la provocación surta efecto.

Ni tres segundos pasaron hasta que me llevé la primera. Por suerte no tuvo gran
puntería y me la dio en la sien, pero le bastó para tumbarme de costado en el
suelo.

El cabrón pegaba fuerte. Ahí no habían solo cuatro anabólicos.

—¡Toni, cálmate! ¡Que te calmes, joder!

Oía gritos a mi alrededor y muchos pasos aproximándose a nuestra posición. Lo


que no entendía era por qué no llegaba todavía el segundo golpe. ¿Habían logrado
reducirlo? ¿O su amiga lo había convencido de que parara?

Ninguna de esas dos. Por el aturdimiento no me había dado cuenta, pero esa voz
que le había dicho a Toni que se calme no era la de la chica de antes, era de
alguien... bueno, de alguien que nunca me imaginé que iba a encontrarme ahí en
ese momento.

—¡Benjamín! ¡¿Estás bien, Benjamín?!

Me giré sobre mí mismo y parpadeé varias veces mirando al cielo. Una carita que
me resultaba familiar me miraba llena de preocupación mientras me pedía que
reaccionara.

—Tú antes molabas —se escuchó de fondo—. Estás insoportable desde que
trabajas con todos esos pijos de mierda.
—¡Vete a la mierda, gilipollas! ¿Te piensas que estás en el instituto todavía? ¿Te
crees que puedes ir pegándole a quien te dé la gana, imbécil?

—¿Cómo dices, guarrilla de poca monta? ¿A que te comes una hostia?

La persona que tenía agachada delante mío, se puso de pie y se le plantó al


gigante que me acababa de partir la cabeza. Aun con la vista borrosa, me pareció
reconocer la forma de ese cuerpo... También esa melena ondulada que caía sobre
su espalda... Y también me pareció reconocer su voz cuando, a continuación, le
devolvió la amenaza al tal Toni.

—¿A que te la comes tú?

El grandullón se quedó varios segundos aguantándole la mirada antes de escupir al


suelo y seguir su camino no sin antes echar otra ojeada a lo que quedaba de mí.
La chica se quedó mirando cómo se iba y luego volvió a inclinarse para ayudarme.

—Venga, ven conmigo.

Pasó uno de mis brazos por detrás suya y luego me ayudó a incorporarme.
Todavía había personas mirándome, algunas riéndose y apuntándome como al
idiota al que acababan de pegar. Incluso algunos la señalaban a ella murmurando
que pobre chica al tener que cargar con un novio como yo. Pero a ella le importó
poco y me guió hacia unos baños que había en la parte de atrás del pub.

—Oye, a la puta cola, chavalina —dijo otro anormal con voz de cani—. Si quieres
follar te buscas un hotel, que aquí venimos a mear y a cagar.

Sin mediar palabra, cogió mi mentón con dos dedos y me giró la cara en dirección
contraria a donde estaba él.

—¡Hostia puta! Pasa, pasa...

Abrimos la puerta y nos metimos dentro mientras oía como más voces de sorpresa
y exaltación acompañaban a la de ese muchacho.

Cuando entré y me vi en el espejo, entendía el porqué.

—Mira cuánta sangre, joder... Menudo neandertal —se quejó ella mientras buscaba
algo dentro del habitáculo.

El lado contrario a donde me había dado la piña estaba negro y chorreaba sangre
como si me hubiese abierto la cabeza de verdad. Según parecía, me había dado un
golpe al caer, y lo negro... bueno, por lo que veía en el espejo podía ser o la
suciedad del asfalto o un morado que necesitaba ser tratado con urgencia.

—Es mugre —se rio ella—. La sangre viene de aquí arriba.


Tras limpiarme con agua la mancha negra, abrió el pequeño botiquín que había
encontrado debajo del lavabo y trasteó hasta que encontró un par de gasas y un
bote de yodo.

—No te muevas.

Con mucha suavidad, puso la gasita sobre la herida y palpó varias veces la zona
hasta que quedó bien impregnada de aquel líquido marrón. Traté de aguantar,
pero terminé sobresaltándome un par de veces. Ahora sí sentía dolor de verdad.

—No es nada —volvió a reír—. Un corte pequeñito. No parece profundo. La


cascada esta de sangre es por la postura en la que quedaste. Toma, sujeta aquí.
Vas a tener que quedarte así un buen rato.

—Gracias.

Ya viendo todo con bastante más claridad y habiendo recuperado la compostura,


pude ver mejor el rostro de mi salvadora. Me resultaba curioso verla comportarse
así después de nuestros últimos encuentros, en los cuales no había hecho más que
quejarse de mi presencia y poner malas caras cuando sus amigas me ponían
atención.

Sea como fuere, ahí estábamos los dos y no era momento para ponerme a analizar
actitudes pasadas. Tenía que darle las gracias como era debido y tratar de no
comportarme como un imbécil en el proceso.

—Cecilia, ¿no?

—¡Venga ya! ¿En serio me estás preguntando mi puto nombre después de haberte
salvado de la paliza del siglo?

—Yo... Pues...

—Es broma —rio, mientras trataba de colocar bien la gasa—. Sí, Cecilia, una de
esas de diseño de las que tienes tan buena opinión.

No entendí a qué vino eso, pero lo dejé pasar sin más. Además, ya en frío, me
empezaba a doler un cojón y medio esa brecha en la cabeza.

—¡Auch!

—Te dije que no te muevas. Ya casi está.

—Joder... —me volví a quejar, pero tratando de controlarme. La chica estaba


haciendo un buen trabajo—. Gracias, de verdad

—Nada... Ya era hora de que alguien se le plantara al idiota de Toni. Y no lo digo


por ti —sonrió de forma pícara—. Lo cierto es que no te veía en ese plan de ir
provocando cachillas por ahí a las tantas de la mañana.
—No soy de esos... —rechisté—. Lo que pasa es que no he tenido el mejor de mis
días y, bueno, que a veces hacemos gilipolleces.

—Ya lo veo —respondió ella, echándome un vistazo de arriba a abajo—. Para que
estés aquí a estas horas en este estado... tiene que haber sido un día terrible.

—Y tanto...

—Bueno, esto ya está. Vámonos.

—¡Venga, joder! ¡Que nos estamos meando! —gritó alguien desde afuera.

—¡Ya va, pesados!

Cecilia guardó las cosas de nuevo en el botiquín y me cogió del brazo para volver a
guiarme entre la multitud. Cuando salimos ya casi no quedaba gente en la cola, y
la poca que había parecía recién llegada.

—Tienes una mancha de sangre en la camisa —me dijo un cuarentón medio


borracho que iba pasando por ahí.

—Sí —le respondió por mí uno que iba con él—. Es al que le partieron la cara
antes.

—Vaya.

Cayendo en cuenta de que seguíamos llamando demasiado la atención, Cecilia


decidió acelerar el paso. Y, para sorpresa mía, no me llevaba hacia el interior del
establecimiento.

—Oye, que quiero tomarme una copa —me quejé, pero sin presentar demasiada
oposición.

—¿Tú estás loco? No voy a dejar que sigas bebiendo y mucho menos ahí dentro,
que todavía el animal de Toni te parte lo que te queda de cara.

—¿Dónde me llevas, entonces?

—A la parada de los taxis, ¿dónde más?

Apenas dijo eso, dejé de caminar. Ella se detuvo y me miró con algo de sorpresa.

—¿Qué haces? —me inquirió.

—No me voy a subir a ningún taxi, Cecilia. No tengo dónde ir —me sinceré.

—¿Que no tienes dónde ir? ¿No tienes casa?


—Esto... —dudé—.El caso es que no quiero volver a casa. Es un tema
complicado...

—¿E ir a un hospital? Al menos para que te vean eso.

—Me dijiste que no era la gran cosa.

—Pero médico no soy, enfermera tampoco... ¿Te vas a fiar de mí opinión?

—Me fié de la de Rocío durante tanto tiempo, ¿por qué no me voy a fiar de la de
alguien que me acaba de salvar la vida?

Cecilia se me quedó mirando dubitativa, como haciendo memoria. Luego volvió a


hablar.

—¿Rocío no era tu novia? ¡No me jodas! ¿Rompieron?

—No... pero... Nada.

—No, no... Ahora no me vengas con esas, dime qué —de pronto, sus ojos se
abrieron de par en par y el gesto de su cara cambió radicalmente—. ¡Hostia puta!

Me soltó y empezó a caminar en círculos agitando las manos con excesivo énfasis.

—¿Y ahora qué coño hago? No te puedo dejar tirado en ese estado. Joder... ¡Joder!
¿Quién me manda a mí de hacer de buena samaritana?

—O-Oye, Cecilia... No te preocupes. Yo me las arreglo so...

—¿Que te las arreglas solo? Por favor, mírate un poco... Que no, que no, tú te
vienes conmigo a casa.

—¿Qué?

No muy convencida, volvió a cogerme de la mano y tiró de mí en dirección hacia


quién sabía dónde. Mientras me guiaba, trataba de ir ordenando un poco mis
ideas. ¿Debía aceptar su invitación o no? No sabía adónde me llevaba, tampoco
sabía con quién vivía. Y si se lo había pensado tanto quizás era porque podía surgir
algún problema, y ya bastante había tenido con la hostia que me acababan de dar.
¿Era buena idea o no?

—Oye, Cecilia... Yo te lo agradezco, pero...

—Cállate ya, Benjamín... —dijo, con algo de hastío—. Te vienes conmigo y punto.

—Pero, joder, tampoco quiero molestar...

—Si no haces ruido no vas a molestar a nadie. Lo único que tienes que hacer es no
despertar a mi hermano.
Su hermano... Tenía lógica. No sé por qué había pensado en una pareja o algo así,
si sus amigas se habían pasado todas nuestras reuniones burlándose de ella
justamente porque no tenía. Ahora, obviando la lógica respuesta de la hora que
era, ¿por qué era mala idea despertar a su hermano?

—Esto... por casualidad, ¿qué pasaría si tu hermano se despierta?

Cecilia se giró, rio de nuevo después de varios minutos, y me soltó la mano.


Entonces me di cuenta de que el pub había quedado atrás y de que las calles
volvían a estar desiertas.

—Tienes miedo de que te vuelvan a hostiar, ¿eh? —carcajeó fuerte—. No te


preocupes, el tema es que le tengo prohibido llevar mujeres a casa por razones
obvias... Y no quiero que verte a ti le dé pie a empezar a llevarlas de nuevo.

—Bueno... Supongo que está bien entonces.

—¡Pero no hagas ruido! ¡Una vez dentro, ni "mu"!

—Que sí, que sí...

No entendía muy bien qué cojones estaba pasando, pero decidí encomendarme al
destino.

Ninguno de los dos volvió a hablar hasta un par de calles después.

—¿Y tú qué hacías en ese sitio a estas horas? —le pregunté, por simple curiosidad.

—¿Yo? Pues de fiesta con otras amigas "huecas" que no conoces.

—Espera, espera... Ya es la segunda vez que me sales con esas. ¿Qué te han
contado?

—"Oye, Benjamín" —comenzó a decir con vos bastante grave, como si emulara a
un hombre—, "¿qué te traes con las guarrillas esas de diseño últimamente?".
"Nada, Lucho, es Clara, que se piensa que me hace gracia quedar con las huecas
esas. Ni siquiera sé por qué tienen una planta propia en la empresa".

Mi mirada me delató. Me habían adelantado por la derecha. No obstante, Cecilia


rio al ver mi rostro y trató de quitarle hierro al asunto.

—No eres el único que utiliza la cafetería de tu planta, ¿sabes? Deberías tener más
cuidado, y más si traes loquita a más de una de esas "huecas".

—Yo... Lo siento.

—Que no pasa nada, hombre. Si tú tampoco es que me caigas muy bien —soltó
con toda naturalidad—. Eso sí, Lin y Olaia se llevaron un disgusto cuando se
enteraron. Bueno, en realidad a Lin mucho no le importó, porque siguió yendo a
saco a por ti hasta que le diste calabazas... Pero a Olaia... A ella sí que le tocaste
la moral.

—Lo siento...

—¡Deja de disculparte, coño! Que pareces un niño chico... Soy de las que creen
que hay que hablar siempre las cosas, pero no lo estoy haciendo para hacerte
sentir mal ni nada.

No dije nada más. Seguí caminando, siguiendo su estela, intentando disfrutar un


poco la brisa que me golpeaba la cara. La calle seguía igual de tranquila que
cuando había salido de casa de Luciano. Lejos de la discoteca ya casi no veíamos
personas y el clima no había variado en lo más mínimo. Así, al igual que antes,
daba gusto dar un paseo.

A los pocos metros, Cecilia se detuvo.

—Oye, Benjamín... No quiero parecer chismosa, pero... ¿es grave lo tuyo con tu
novia?

Por lo que había podido ver, Cecilia era una mujer de esas firmes, decididas, que
no agacha la cabeza ante nadie. No tanto como Noelia, que lo único que le faltaba
para ser hombre era un pene, pero sí que era del estilo que no se dejaba pisotear
nunca. Por eso me sorprendió que desviara la mirada y bajara el tono de su voz
para hacerme esa pregunta. Y también me agradó ver que podía bajar a la tierra
cuando sabía que podía estar pisando terreno pantanoso.

—Se podría decir que sí... —dije, sincero—. No creo que tenga arreglo.

—Vaya... ¿Quieres hablar del tema?

—¿Tú quieres? —sonreí—. Mira, tenemos todo el día.

Señalé al horizonte, justo donde se podía ver cómo el negro de la noche empezaba
a ser sustituido por un rojizo anaranjado. Ella sonrió.

—Me lo vas contando en el camino.

—¿Cómo "camino"? ¿Está lejos la casa?

—Sí... —asintió—. Digamos que a unas veinte manzanas.

—¡¿Y por qué no fuimos en taxi?!

—Porque no quisiste subirte. Y porque no tengo un duro encima.

—Pero no me quise subir para ir a mi casa... A la tuya era otra historia.


—Bueno, ¿hablamos o no? O es que soy poca cosa como para poder hablar
contigo.

—Que no, joder... ¿Nos podemos olvidar de eso? No tengo nada en contra de
diseño gráfico, lo que pasa es que soy un bocazas de mierda.

—Pues parecías muy seguro cuando se lo decías a tu amigote... Que, por cierto, se
estuvo tirando a Tere un par de meses. Quizás por eso estaba intrigado.

—¿Quién? ¿Luciano? No creo... Luciano sólo se tira a...

—...mujeres casadas, ¿no? Eso mismo me contó Tere. Pero, en su defecto,


también le apunta a las que tienen novio.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Porque estuvo meses pasando de Tere, que le tiraba los trastos como loca. ¿A
que no adivinas cuándo el muy cabrón se empezó a interesar en ella?

—Cuando se echó novio, supongo...

—Ahí lo tienes. Le estuvieron dando al tema bastante tiempo, hasta que se dio
cuenta que lo de Tere con ese chico no iba tan en serio.

—¿Qué?

—Lo que seguramente te estás imaginando ahora —rio—. Tere se metió con el crío
ese para darle celos al cerdo de tu amigo. Y cuando este se enteró la mandó a
pastar. Pero bueno, no fue traumático para ella, después de todo, lo quería nada
más que para echarle un par de polvos. Triunfo y adiós, hasta la próxima.

No me podía creer que estuviera oyendo una historia como esa a las seis y pico de
la mañana con una persona que apenas conocía y después de todo lo que me
había ocurrido ese día. Aunque no por ello iba a darle menos importancia. Ese
material era muy bueno para molestar a Luciano cuando se pusiera tonto.

—Luciano el de las mujeres casadas engañado por una cría de diseño...


Curiosamente curioso —reí yo.

—Por fin cambias esas cara de amargado, hijo mío. Y no la llames cría, que me
suena a menosprecio de nuevo.

—Y dale... ¿Me vas a estar picando toda la noche con eso?

—No sé... depende. Si me cuentas lo que pasó con tu novia puede que me olvide
ya por completo.

—Que me puso los cuernos, tampoco es la gran historia...


—Hasta ahí llegaba, bonito... Por eso estás aquí todo sucio peleándote con la gente
y caminando con una "cría hueca" a las seis de la mañana en un barrio que
seguramente esté a tomar por culo de tu casa.

—No te recordaba tan habladora —reí. Me lo estaba empezando a pasar bien.

—Ni yo a ti tan vulnerable.

—¿Cómo que vulnerable?

—Pues sí... Ahora siento como que estoy a cargo de ti. Si te dejara solo me
sentiría mal. Mañana podrías aparecer apuñalado en un callejón, o lo mismo
flotando en el lago más cercano.

—¡¿Qué dices?! —volví a reír.

Me sentía de nuevo como si estuviera con Clara en casa de Luciano. Mismas


sensaciones y mismo ambiente, pero diferente chica. Se me hizo un nudo en el
estómago al pensar en ello.

—No sé si estoy preguntando una tontería, pero... ¿tienes dónde ir mañana? O


sea, supongo que seguirás sin ganas de pasarte por casa...

¿Debía serle sincero? O sea, ¿más sincero todavía? ¿Qué probabilidades habían de
que toda mi historia con Rocío se supiera la semana que viene en toda la
empresa? De momento pocas, pero ¿y si seguía contándole cosas a esa mujer?
Estaba jugando con fuego.

—Mira, no tienes por qué hacer de niñera conmigo. Es más, creo que ya estoy
mucho más espabilado que hace un par de horas. Puedes irte a casa si quieres,
que yo me busco la vida a partir de aquí.

—Vaya tío borde que eres... No sé qué cojones habrán visto en ti Olaia, Lin y
Clarita...

—A Clarita puedes quitarla también de la lista, que después de lo de hoy...

Bocazas a tiempo completo.

—¿Después de lo de hoy? —dijo, abriendo los ojos muy grandes—. ¿Qué pasó hoy?
¿Qué le hiciste?

—Nada... Tuvimos un pequeño desencuentro. Peleas que tienen las personas...


Aunque no creo que me vuelva a hablar.

—Joder... Eres un cabronazo, ¿no? Y yo aquí salvándote el culo y cuidándote


luego... Tremendo hijo de puta.
Por alguna razón, todos esos insultos no me dolían en lo absoluto. Tampoco
parecía soltarlos para lastimar. Era como si estuviera llegando a conclusiones ella
sola y expresándose a medida que las cosas tomaban sentido en su cabeza.

—Pero si ni te he dicho lo que pasó.

—No, no... Eso guárdatelo para ti. De verdad que no quiero dejarte solo hasta que
hayas podido dormir un par de horas... Si me cuentas lo que hiciste y no me gusta
puede que lo haga y que además te dé una patada en las pelotas.

—Vaya...

—Bueno, ya que te has abierto, creo que puedo hacerlo yo también —dijo de
pronto.

—No creo que me haya abierto nada, pero adelante...

—¿Por qué? ¿Quieres contarme algo más?

—No... Creo que ya fue suficiente. ¿Tú también tienes asuntos pendientes?

—Se podría decir que sí...

No sabía hasta qué punto me interesaba escuchar los problemas de esa chica, pero
todavía nos quedaba un largo camino hasta llegar a su casa. Pensé que mejor
pasarlo hablando que envueltos en un silencio incómodo y desagradable.

—Cuéntame —lancé.

—Pues... ¿Por dónde empiezo? Resulta que ahora podría estar con el que
probablemente sea el amor de mi vida, pero decidí no hacerlo porque tengo miedo
de lo que pueda pasar.

—Espera, paso a paso —traté de involucrarme—. ¿Cómo que "ahora mismo"?

—Pues sí... Déjame contártelo bien. Es decir, somos amigos desde hace muchísimo
tiempo. Él lo sabe todo de mí y yo lo sé todo sobre él. Cuando tenemos parejas yo
le cuento cosas a él de la mía y él a mí de la suya, y luego decidimos entre
nosotros si son adecuados para nosotros o no, ¿lo pillas? Tenemos ese tipo de
relación de confianza que es muy difícil conseguir hoy en día con nadie.

—Entiendo... Como si tuvieran quince años... —Cecilia me fulminó con la mirada—.


Quiero decir, algo así juvenil... Mira, sigue.

—Bueno —prosiguió, luego de un fuerte carraspeo acusador—, la cosa es que hace


tiempo que han empezado a haber acercamientos, e incluso contactos. El
problema es que la última vez se notaba que los dos queríamos llegar a más, pero
la situación era tan incómoda que hice bomba de humo. Baño y a casita.
—Ya...

—Hace una semana que no nos vemos, y hoy va y me dice que quiere quedar
conmigo esta noche, a solas, que su compañero de piso se pira diez días a no sé
dónde.

—Entiendo... ¿Y por qué no fuiste entonces?

—¿Tú me estás oyendo? ¡Porque si voy nos vamos a acostar y adiós amistad ideal!
¡Joder! —exclamó. Y el déjà vu fue instantáneo.

—No me lo puedo creer... —traté de no pensar en aquello y continué—. ¿Y cuál


sería el problema? ¿No dices que puede ser el amor de tu vida?

—¿Y si no lo es y se arruina nuestra relación? O sea, la amistad ya sé que es


perfecta. Cien por ciento comprobado. ¿Cómo se yo que una relación sentimental
sería igual de pura e ideal?

Era increíble que estuviera teniendo una conversación así de nuevo. Me quería reír,
pero no podía estando Cecilia ahí. Y mucho menos podía mencionárselo porque si
no una cosa llevaría a la otra y... bueno, que no me interesaba que se tocara el
tema.

Más allá de eso, no pude evitar empezar a preguntar también: ¿qué hacía yo a
esas horas hablando de problemas amorosos con una cría de diseño? ¿Cómo podía
ser tan caprichoso el destino que me había puesto en una situación así después de
todo lo que había pasado? No era que me molestara, pero sí que me parecía muy
curioso. Además, el paseo me estaba sentando muy bien y ya sentía que, por fin,
había vuelto a recobrar la compostura después de lo de Lulú. Como que volvía a
sentirme yo de vuelta.

Por eso, y por seguramente más cosas, decidí seguir con aquella conversación.

—Eh... mira, Cecilia... No puedes tenerlo todo en la vida, o amistad perfecta o


relación perfecta —arranqué, viniéndome un poco arriba.

—Ya lo sé, genio. Por eso estoy aquí contigo, que no me caes nada bien, y no con
él.

—Vaya... ¿Y siempre te quedas cuidando a la gente que no te cae bien? —le


pregunté, con un poco de sorna. Ella dudó y luego respondió.

—Hombre, no es que sea algo que haga mucho, pero... no sé, que me caigas como
el puto culo no quiere decir que no te ayude si veo que lo necesitas. O sea, no me
pareces un mal tío del todo...

Mientras pronunciaba esas últimas palabras, noté como sus ojos recorrían mi
cuerpo de arriba a abajo sin disimular ni un pelo. Lo que no me quedó muy claro
era si me estaba analizando de alguna manera rara que tendría ella o si, por lo
contrario, me estaba admirando como hombre.

—¿Hola? —la llamé, moviendo una mano delante de su cara cuando sus ojos
recorrieron mi cuerpo por novena vez.

—¡Ah! Perdona —dijo, dándose un poco de aire con la mano—. Creo que bebí más
de la cuenta.

La observé con atención y, salvo por ese último gesto, nada en ella me decía que
pudiera estar borracha. O sea, remitiéndome a lo que se puede ver, oír y oler.
Pero, bueno, si ella lo decía... Quizás se debía también a eso tanto desparpajo
desde que nos encontramos.

—Ni me había dado cuenta —respondí.

—¿Cómo te vas a dar cuenta si aquí el que apesta a alcohol eres tú?

—¿Que huelo a alcohol? Si me he dado dos baños esta noche.

—Échame el aliento, a ver.

Sin darme tiempo a reaccionar, Cecilia dio un par de pasos hacia mí y estiró el
cuello hasta que su nariz quedó a unos pocos centímetros de mi boca. Ahí mismo,
cerró los ojos y señaló con un dedo el hueco que había quedado entre nuestras
caras.

—Sopla.

Completamente desconcertado por lo bizarro de la situación, en vez de soltarle el


aliento, tosí como un auténtico tarado.

—¡P-Pero, ¿qué haces?! —exclamó ella, apartándose al instante y comenzando a


agitar las manos por delante de su cara.

—L-Lo siento.

—¡Como me hayas pegado algo te juro que te denuncio! —exageró, todavía


haciendo aspavientos—. ¡Y apestas a cerveza!

Cecilia dijo eso e inmediatamente se echó a reír, no pudiendo seguir más con su
falso enfado y devolviéndome la gentileza con un intento de tosida el cual pude
esquivar sin mucha dificultad.

—¡Cabronazo!

Mientras reía y me insultaba, algo en su carita llamó mi atención. Es cierto que yo


soy muy de sonrisas, pero la suya me pareció particularmente especial. Su carita
blanca, llena de pecas, se iluminaba de una forma muy tierna cuando se reía que
te invitaba a quedarte mirándola con cara de idiota.

A decir verdad, era la primera vez que me fijaba en su cara con atención. Su
cuerpo ya lo tenía más que analizado: chica esbelta con pechos normales y un culo
respingón de esos que arrastran miradas allá por donde pasan. Pero, ¿su carita?
No tanto. Supongo que nunca me había parecido nada a destacar teniendo en
cuenta lo poco que le gustaba verme desayunando con ella y sus amigos.
Definitivamente eso no había ayudado mucho.

Sin embargo, la cosa era diferente esa noche. Era imposible no darte cuenta que
aquel par de labios carnosos, cubiertos por una fina capa de carmín rosa suave
que combinaba a la perfección con la palidez de su piel, esa nariz pequeña y
redondita, y aquel flequillo negro que coronaba esos ojitos verdes tan
hipnotizantes formaban un rostro tan digno de ser venerado durante horas y
horas.

Bueno, horas y horas, o hasta que te la dueña te pille mirándola con cara de
violador en serie.

—¡Hostia puta! ¡Tú me quieres follar! —gritó de golpe, y se fue de espalda


directamente contra el paredón de una casa.

—¡Oye! ¡Baja la voz! —le espeté alarmado, echando un vistazo a los alrededores
por si alguien andaba cerca.

—¡Pero si me estás mirando como si estuvieras a punto de empotrarme ahí mismo


contra esa puerta!

—¡Que te calles, enferma!

Totalmente espantado por aquel numerito, me acerqué a ella y le puse una mano
en la boca.

Sí, no se me ocurrió mejor idea.

Cecilia, que se había hecho la asustada cuando comencé a caminar hacia ella,
ahora se había quedado quieta y mirándome con cara de póquer.

—¿En serio? —me dijo, con mi mano todavía en su boca, la cual quité enseguida—.
¿De verdad me tapas la boca cuando te estoy acusando de violador?

—P-Pues... Yo...

La niñata soltó un bufido ahogado por sus labios cerrados y comenzó a reírse de
nuevo a viva voz. Nada más darme cuenta de que me estaba vacilando, la miré
con enfado y seguí caminando calle arriba.

—¡Oye, espera! —me gritó desde lejos.


—Vete a la mierda —le respondí.

—¡No te pongas así! —seguía diciendo mientras me perseguía.

—¡Que me dejes!

—¡Pero si no tienes dónde ir!

Me detuve en el acto. La cría tenía razón. Me di media vuelta y la volví a mirar con
el ceño fruncido.

—Joder, Benjamín... —dijo, tratando de recuperar el aliento—. Ahora que estaba


empezando a tener una mejor impresión de ti...

No sabía en qué momento su impresión sobre mí había cambiado, pero ya no me


interesaba en lo absoluto. Lo único que quería era llegar a su casa y acostarme a
dormir lo más rápido posible.

—Mira —dije, haciendo caso omiso a su tontería—, ¿por qué no dejamos de perder
el tiempo y vamos a tu casa de una vez? Te aseguro que no estoy para estas
cosas ahora mismo.

—¡Oye! Tampoco fue para tanto, ¿vale?

—Vamos a tu casa.

—Muchas ganas tienes tú de venir a mi casa... —me volvió a mirar con sospecha
—. ¿Te das cuenta que es verdad que me quieres follar?

—Joder... —murmuré, ya bastante cansado—. Si quisiera follarte, te habrías dado


cuenta en el baño de la discoteca.

—¡Vaya, vaya, vaya! ¿Te me vienes arriba? ¿Y cómo es que lo habría sabido?

—Te garantizo que te habrías dado cuenta —insistí, tratando de no caer en la


provocación.

—¡Pues dime cómo! ¡Quiero verlo!

«Cobarde».

Me cansó. Me di media vuelta, la cogí por un brazo y la llevé hasta un nuevo


paredón que teníamos delante.

—Vale, vale... Ya me quedó claro —reculó enseguida ante tanta agresividad.

—¿Segura?

—Sí... Suéltame.
—¿No querías verlo?

Ya estaba cansado de que me tomaran el pelo. No me la iba a follar ahí, ni mucho


menos, pero iba a llevar las cosas un poco al límite.

Totalmente envalentonado, acerqué mi cara a la suya de una forma parecida a


como lo había hecho ella hacía unos minutos. Acto seguido, estampé mi mano libre
contra la pared al lado de su cabeza y clavé mis ojos en los suyos. A pesar de su
negativa inicial por continuar, Cecilia me miró seria, con contundencia, hasta con
cierta arrogancia, como invitándome ella también a ver hasta dónde podía llegar.
Recogiendo el órdago, le mantuve la mirada y acerqué, muy cuidadosamente, mi
pierna izquierda a la suya, hasta que se tocaron. Noté un respingo en ella, pero no
modificó el gesto. Aquello me animó a continuar y, sin pensármelo dos veces,
intenté meter aquella misma pierna entre las de ella, lo que detonó la hecatombe
que vino a continuación.

—¡Que no me voy a acostar contigo, pipiolo! —gritó, totalmente desbordada, y me


dio un empujón que casi me hace caer al suelo—. ¡¿Tú qué coño te has creído?!
¡Me cago en todo ya! ¡Una no puede ser buena con alguien que enseguida
empiezan a montarse sus propias películas!

Sin cambiar un ápice la seriedad en mi gesto, algo desestabilizado por el empujón,


me acerqué de nuevo a la cría e intenté hablar con ella.

«Cobarde».

—Cecilia...

—¡Mira, Benjamín! ¡No sé qué has entendido o qué has creído ver en todo esto que
he hecho por ti, pero mis intenciones nunca han sido las de meterme en la cama
contigo, ¿de acuerdo?!

—Cecilia...

—Vale, que no, que no estás mal... Es más, antes te estaba mirando y vi que...
pues, joder, que tienes tu punto y... ¡Pero que no! ¡No me vas a convencer!

—Cecilia...

—Y encima me lo propones justo después de que te contara que estoy


enamorada... ¡Claro, has debido verme débil y confundida y has pensado: "esta es
la mía"! ¡Pues no, cerdo!

—Cecilia...

—O sea... en otro momento... Quizás en otra situación... Si no estuviera tan


pillada por él, quizás tú y yo... ¡¿Pero qué me estás haciendo decir?! ¡Que no!

—Cecilia...
—Además... ¿tan rápido? No sé... podrías intentar currártelo un poco más, ¿no?
Una cena, un cine... ¡Que no soy un trozo de carne, Benjamín! ¿Cómo pretendes
que reaccione si de buenas a primeras me propones ir a mi casa a echar un polvo?

—¿Me vas a dej...?

—¡Ni siquiera me has intentado besar, has ido directamente a las zonas a las que
no tenías que ir! Que te habría hecho la cobra, obviamente... ¡Pero la intención es
lo que cuenta!

—¡Cecil...!

—¡Dios! ¡¿Y si nos pilla mi hermano?! ¡O peor aún, ¿los vecinos?! ¿Sabes que
tengo un par de ancianitas al lado, doña Sara y doña María, que siempre me dicen
lo buena pareja que hago con mi amigo? ¿Qué pensarían si me vieran llegar
contigo a casa? Vamos a ver, que podría ser el típico malentendido por el que pasa
cualquier chica soltera viviendo sola que se aprecie, ¡pero es que ya no sería un
malentendido porque tú sí que vas a lo que vas!

No había manera. No dejaba de hablar. Lo único que quería era decirle que iba a
acompañarla hasta la puerta de su casa, para que no fuera sola por la calle a esas
horas, y que luego seguiría mi propio camino. Pero el torrente de tonterías que no
paraba de salir de su boca parecía que no iba a tener fin.

¿Y qué podía hacer entonces? Pues gritarle, golpearla o...

—Por cierto, ¿a que tampoco tienes condones? ¡Vaya, vaya! ¡El señorito quiere
meterla en caliente, pero no...! ¡Oye, ¿qué hac...?!

Ella me lo había pedido, ¿no? Pues ahí lo tenía. No sé de dónde saqué el valor,
tampoco sé de donde saqué las fuerzas para caminar y descontar esos siete pasos
que me separaban de donde estaba ella, y mucho menos sé por qué no me hizo la
cobra y sí me devolvió el beso... y con ganas.

Nada más parar, me quedé mirándola con el ceño fruncido, decidido, serio como
no lo había estado en toda la noche. No sé por qué actué así, de verdad que no lo
sé. Si bien el cuerpo me pedía que la hiciera callar de alguna forma, nunca jamás
en la vida se me habría ocurrido recurrir a algo como eso para conseguirlo. Ese no
era yo... Así no se comportaba el Benjamín educado, respetuoso, responsable,
siempre amigo de las mujeres y nunca uno de los tantos depredadores que
amenazan su seguridad.

Y fue una milésima de segunda. Una milésima de segundo que a mí me pareció


una puta eternidad. Fue, literalmente hablando, un parpadeo en el que vi su rostro
entre mis manos... Sus rizos negros rozando mis pulgares... Sus grandes tetas
chocando contra mi pecho... Sus ojos negros perforando los míos... Delante mío
estaba Rocío, con ese gesto burlón que había puesto cuando me llamó "gallito" la
última vez que tuvimos relaciones,
—R-Ro...

Estuve a nada de pronunciar su nombre, pero no lo hice porque sabía que aquello
era una ilusión. Y lo malo, lo malo de todo era que no quería salir de ella.

Pero sí quería saber por qué cojones mi cabeza me estaba haciendo eso.

Por suerte, mis dudas se iban a despejar pronto, porque Rocío tenía un par de
cosas que quería decirme con urgencia.

—Vaya... Ya pensaba que ibas a cagarla por tercera vez en la noche... Y eso que
con esta nunca pensaste en tener nada. ¿Te has animado entonces por fin? ¿Vas a
dejar de actuar como un eunuco y vas a sacar al macho que tienes dentro? Porque
conmigo no dudaste aquella tarde, ¿recuerdas? Si me tenías que desgarrar, me
ibas a desgarrar... Bueno, esmerándote bastante, eso está claro, porque no es que
vayas tan bien armado, ji. Eso, ¡eso! Que crezca ese odio... ¿Lo sientes? El mismo
con el que me follaste esa tarde... Ahí no había pasión, ni sentimientos, ni
lujuria... Ahí lo único que había era rabia contenida, frustración, enfado... ¿Y sabes
qué más? Te descargaste conmigo porque no tuviste los cojones de hacerlo con
Alejo. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿No te gusta lo que oyes? Pues te jodes. Porque sí,
elegiste el camino fácil. Elegiste el camino de señalar a tu novia. Elegiste ponerle
la mochila en la espalda a ella. No te confundas, Benjamín... Las decisiones de
Rocío no fueron causa de los lavados de cabeza de Alejo, fueron causa de tu falta
de valor para poner orden en tu puta casa, ¿me sigues? ¡Tú eres el causante todas
las decisiones fallidas de Rocío! ¡Porque preferiste hacerte el sueco desde el primer
día! ¡Tú sabías bien que esos condones que faltaban no habían desaparecido por
arte de magia! ¡Tú sabías bien lo que estaba haciendo cuando hablamos esa noche
por teléfono y me notaste tan rara! ¡O cuando al otro lado de la puerta del baño te
mandé a tomar por culo! ¡O en la ducha! ¡Sabías que Noelia tenía razón cuando te
advirtió sobre Alejo! ¿Y sabes qué? Sí, tenías confianza ciega en mí, pero tu
miedo, cobarde de mierda, no era por eso, era porque no sabías cómo harías para
enfrentarte al hijo de puta de mi amante. Cosa que, hasta la fecha, todavía no
sabes, ¿me equivoco? Y preferirías no tener que hacerlo nunca. Llevas todo el día
rezando para que Rocío, por fin, tome la decisión final. Has cogido la última piedra
y la has dejado caer sobre su espalda porque te faltan pelotas, Benjamín. Te faltan
pelotas para enfrentarte a Alejo, te faltan pelotas para decirle a Clara y a Lulú que
no quieres nada con ellas porque estás esperando que tu novia te dé la señal para
volver a casa. Y ahora te faltan pelotas para llevarte a esta cría a su casa y
follártela en su cama. Porque sabes que esto terminará en un "disculpas, Ceci...
No sé por qué lo he hecho...", y saldrás corriendo como haces siempre, cagón,
cobarde, pedazo de mierda, inútil escoria inservible. Haznos un favor a todos y
vuelve a la discoteca para que el matón ese te termine de partir la cara. Y si no
estás de acuerdo con lo que te estoy diciendo, tengo cinco palabras para ti:
CONVIÉRTETE EN EL PUTO PROTAGONISTA.

Como si estuviese intentando de despertarme de un largo sueño, abrí los ojos y


seguí batallando internamente para tratar de borrar esa imagen de Rocío,
insultándome y gritándome, que todavía seguía agitándose dentro de mi cabeza.
Noté que estaba temblando, y que mi corazón latía a mil por hora... Noté que
estaba sudando, y que la herida de mi cabeza me dolía como no lo había hecho en
toda la noche. Pero el más punzante de todos, el que me ayudó a volver a la
realidad, era el ocasionado por unas uñas clavándose en mis dos brazos. Fue
entonces cuando recordé que delante mío tenía a Cecilia, que me miraba asustada
y con lágrimas en los ojos.

—Vámonos a mi casa —me dijo.

—Vale —respondí.

Viernes, 24 de octubre del 2014 - 06:42 hs. - Benjamín.

Sólo había una manera para lograr entender qué cojones acababa de suceder, y no
era otra más que meterme grandes cantidades de alcohol entre pecho y espalda.
Lo que estaba ocurriendo con mi cabeza en ese momento sólo podía ser tratado
por profesionales. Sin embargo, aun sabiendo que todo se trataba de meras
alucinaciones, yo seguía sintiéndolo muy real, demasiado real.

Ahora, ¿me sentía afectado por lo que acababa de oír?

Sin duda alguna, un discurso tan dañino, tan desesperanzador, tan devastador e
insultante, sólo podía tener un único propósito: destruirme. No obstante, por ese
lado me sentía bastante entero. Todo lo que me había sido echado en cara por el
¿fantasma? de Rocío, absolutamente todo, lo tenía más que asumido y meditado.
¿Que no quise abrir los ojos cuando todo me decía que me estaba siendo infiel?
Era verdad. ¿Que por cobarde no aproveché ninguna de mis oportunidades con
Clara y Lulú? Ni falta hacía aclararlo. ¿Que tenía miedo a una confrontación con
Alejo? No sé si era miedo, pero que estaba estirando el chicle lo máximo posible...
por descontado. Y, por sobre todas las cosas, ¿que estaba enamorado de Rocío
hasta las trancas y no quería ni pensar en la idea de tener que romper con ella?

No había verdad más absoluta en mi vida.

Entonces, ¿por qué me había impactado tanto? ¿Quizás por lo realista que había
sido? ¿Porque fue justo después de besar a Cecilia? No lo entendía. No podía
entenderlo. Y no podía entretenerme mucho tiempo más intentando analizar todo
aquello, porque, caminando a mi lado, tenía a una muchacha de veinte y pocos
años que el destino me había puesto delante a saber por qué.

Caminábamos despacio, sin prisas y cogidos de la mano. Sí, cogidos de la mano.


Ella iba considerablemente recta, mirando al frente con la mirada perdida.
Temblando por momentos, disimulándolo muy bien clavando muy fuerte sus dedos
sobre los míos. Estaba hecha un flan, por más que tratara de que se notara. Lo
que me hacía pensar, ¿de verdad estábamos yendo a su casa a follar? ¿O íbamos a
seguir con el plan inicial de invitarme únicamente a dormir? Verla tan callada, tan
nerviosa, me hacía preguntarme si de verdad sabía lo que estaba haciendo. A mí
me valía cualquiera de las dos opciones, pero con cada paso que dábamos me iba
inclinando cada vez más hacia la segunda.

—Llegamos —me dijo entonces, apestando todavía a un miedo que lo flipaba.

Llegamos a un rellano bastante florido, con macetones a cada costado que le


daban color a unas paredes grises bastante sosas. Vamos, como todas las del
barrio. Cecilia subió unos cinco escalones y se detuvo en la puerta de la casa para
rebuscar las llaves en su bolso. Estuvo varios segundos hasta que lo consiguió. La
chica no daba pie con bola. Me tentaba preguntarle si de verdad estaba segura de
querer meterme en su casa. Si no se lo preguntaba era únicamente por el miedo a
que me dijera que no y me terminara dejando en la puta calle.

—Sube.

Todavía con cara de póquer, me hizo una seña con la mano y yo la seguí. Se
quedó quieta en la entrada y me dejó pasar primero. Noté como se quedaba un
rato mirando a los alrededores de la casa antes de entrar y cerrar la puerta, lo que
me confirmaba que lo de las vecinas no había sido un cuento chino.

Ya dentro, ya metido de lleno en algo que no sabía cómo iba a terminar, intenté
olvidarme de mí por un rato y centré mi atención en ella, que de verdad parecía a
punto de colapsar. La seguí hasta el final de un pasillo que terminaba en lo que
parecía ser el comedor de la casa. Una vez allí, Cecilia cerró la puerta detrás de
nosotros y se quedó quieta, dándome la espalda, en silencio. Quería acercarme,
pero me daba miedo de que le pudiera dar algo si llegaba a tocarla. Opté por
hablar, en su lugar.

—Ceci... ¿Puedo llamarte Ceci? —le pregunté, en un tono suave, como si estuviera
hablándole a un gatito abandonado.

Ella no contestó, pero vi como asentía con la cabeza. Lo gracioso era que yo quería
tranquilizarla, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo o qué decir. De momento iba
improvisando.

—¿Quieres que nos sentemos? Ha sido una caminata bastante larga... Seguro que
a ti te duelen los pies tanto como a mí.

—Vale... —dijo—. Pero no aquí.

Evitando en todo momento el contacto visual, la chica caminó en dirección


contraria a la puerta por la que acabábamos de entrar y se metió en un nuevo
pasillo luego de hacerme una seña para que la siguiera. Al llegar al final, tanteó un
poco la pared hasta que tocó un interruptor que encendió la luz de la habitación
que teníamos delante.

—¿Qué coj...?

Capítulo 2 del Déjà-vu: la habitación infantil.


Pude frenarme antes de decir la frase entera en voz alta, pero mi sorpresa seguía
siendo grande. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía ser que esa habitación se pareciese
tanto a la de la hermana de Romina? ¿Qué cojones estaba pasando ahí? Delante
de mí se alzaban cuatro paredes pintadas de rosa, cubiertas con repisas blancas
llenas de florecillas de colores y diversos muñecos y muñecas que mucho distaban
de ser meros artículos de colección

Cecilia se me quedó mirando, pero no sorprendida, cosa que esperaba debido a mi


exabrupto, me miraba como expectante.

—¡Qué cojines más bonitos! —lancé al final.

No esperaba que colara, pero lo hizo. Su cara hizo amague de iluminarse, aunque
terminó quedándose en una leve sonrisa. Ya íbamos teniendo avances.

—¿Te gusta Frozen? —me dijo, mostrándome ahora su lado tímido.

—Pues... sí. Peliculón —mentí.

—No parecías ser de esos... —replicó, todavía sin animarse a mirarme a los ojos
de forma continuada.

—¿De esos cuáles?

—De los que miran películas de Disney.

—Bueno... no hay edad para estas cosas, ¿no crees?

—¿Verdad que no? —dijo entonces, sonriendo ampliamente y esta vez mirándome
de lleno—. ¡Eso es lo que la gente no entiende y estoy cansada de explicar!
¡Siéntate, que te enseño un par de cosas!

Definitivamente, Cecilia se acababa de graduar como caja de sorpresas. Y ya me


preguntaba cuál de todas sería su personalidad original: si la borde apática que no
me dirigía la palabra en el trabajo, si la súper heroína que se le plantaba a los
chulos de playa en las discotecas, si la charlatana vacilona que se desmelena con
un poco de alcohol, o si la chica tímida que se quedaba de piedra luego de besar a
un hombre...

También cabía la posibilidad de que hubieran más, pero eso yo no lo sabía todavía.

—Mira... —dijo entonces, sentándose al lado mío en el borde de la cama.

Cuando estaba esperando de que me trajera algún tipo de colección de películas


de Disney, Cecilia me acercó el móvil y me enseñó la foto de un muchacho
pelirrojo que no me sonaba de nada.

—¿Quién es? —pregunté, totalmente perdido.


—Mi amigo... Del que te hablé antes —dijo, todavía con algo de timidez.

—¡Ah! ¡Vaya!

—Joder, qué guapo es —dijo ahora, esbozando una bonita y dulce sonrisa, la cual
no pude evitar observar con atención.

Cecilia volvió a pillarme mirándola y la sonrisa desapareció de su cara como si


nunca hubiese estado allí. A continuación, agachó la cabeza y apagó la pantalla del
teléfono.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró, tras un largo suspiro.

Dicho esto, dejó el móvil en la mesilla de noche y se quedó quieta con las piernas
juntas y las manos en las rodillas. Y yo ya me estaba arrepintiendo de haber
entrado en aquella casa. Esa chica no quería que estuviera allí y no sabía cómo
decírmelo. Era consciente de ello, pero ya era demasiado tarde. Estaba destrozado
y no podía ni imaginarme la posibilidad de volver a dar otra caminata como las dos
anteriores. Ahora, iba a tratar de no ponerle las cosas muy difíciles. Como mínimo,
iba a esperar a que ella se durmiera primero antes de hacerlo yo.

—Oye, Ceci... —dije entonces, en el tono más paternal posible. Ella levantó la
cabeza y me miró—. Sabes que no tienes que hacer nada que no quieras,
¿verdad? Yo lo único que quiero es que me des un lugar cómodo para dormir.

«Cobarde».

—No me digas eso, por favor... —respondió, suspirando y tapándose la cara con
una mano—. Me haces sentir peor de lo que ya me siento...

—¿Por qué?

—Porque yo no soy así...

—¿"Así" cómo?

—Una calientapollas, Benjamín.

—¿Una calientapollas? —reí, condescendientemente—. Te recuerdo que el que te


besó fui yo.

—Sí, ya. —dijo, como si le hubiese dicho una mentira.

—¿Acaso no es verdad?

—Venga ya, Benjamín... Puede que me esté comportando como una, pero no
tienes que tratarme como a una cría.

No entendía un cojón. ¿Acaso me había perdido algo?


—Te juro que no sé qué me pasó ahí afuera... —prosiguió, sin esperar una
respuesta para lo otro—. Supongo que no me esperaba que fueras tan lanzado.

—Espera, Ceci... —intervine yo, que no quería que la cosa se siguiera enredando
más—. Deja de comerte la cabeza, en serio. Yo me voy al sofá y santas pascuas.

—Que no puedes dormir en el sofá... Mi hermano no te puede ver.

—Pues... ¡ya me busco la vida!

—Joder... —sonrió, por fin—. Eres un buenazo de verdad, ¿eh? Te dejo con todo el
calentón y, aun así, ni una mala cara.

No sé cómo habíamos terminado intercambiando roles; pasando a ser ella la mala


puta y yo el caballero considerado. Pero no iba a poner ninguna pega al respecto,
podía terminar aquella noche sin follar. Es más, estaba empezando a cogerle asco
a la idea.

—En fin... —dijo ella, visiblemente más tranquila—. Eres libre de acostarte cuando
quieras —añadió, señalándome la cama con ambas manos.

—¿Qué? Ni lo sueñes. La cama toda para ti.

Me levanté a toda prisa, más que nada para que no me ganara en velocidad, y
busqué con la mirada algún recoveco en el suelo en el que me pudiera acostar. La
habitación era pequeña y la cama ocupaba gran parte del espacio, pero no me
quedaba alternativa. Por eso, como pude, me metí en un costado y traté de
acurrucarme allí intentando no hacer mucho ruido.

—¿Qué haces? —dijo entonces Cecilia, ahogando una carcajada.

—Calla —respondí yo, de forma seca, cuando trataba de colocar una pierna debajo
de la cama.

—Deja de hacer el tonto, Benjamín... —contestó ella, poniéndose de pie—. Anda,


ven aquí.

Con una sonrisa de lo más inocente, se agachó junto a mí y me ofreció una mano
para ayudar a levantarme. Acepté su ofrecimiento recién cuando me di cuenta de
que no había forma de encajar esa pata ahí.

—¿Cómo hacemos entonces? —dije, ya sin ideas.

—En la cama cabemos los dos...

Abrí los ojos sorprendido, y luego la miré dubitativo. ¿De verdad le parecía buena
idea? Ya no parecía asustada, tampoco nerviosa. Ese ambiente cómodo y de
confianza que nos rodeó desde que nos encontramos, había regresado. Ya sé que
tantos cambios de parecer pueden sonar irreales, pero es que así eran las cosas.
Cecilia estaba demostrando con hechos que era esa clase de mujer.

—¿Estás segura? —pregunté, y sólo le iba a dar una oportunidad para negarse.

—Sí... supongo que sí. Pero quítate esa camisa llena de sangre —zanjó ella,
señalándome el pecho. Era cierto, todavía tenía la ropa del hermano de Romina
ensuciándome el cuerpo. Ya casi ni me acordaba de que tenía una brecha en la
cabeza.

No tardé ni dos segundos en quitarme ese sucio trapo por encima de la cabeza y
revolearlo a cualquier lado. Sin esperar a que volviera a hablar, porque tenía
miedo de que ella también me mandara a la ducha, pegué un salto y me acosté en
el lado derecho de la cama.

—Dios bendito... —susurré para mis adentros, nada más sentir el contacto del
algodón de su almohada con mi nuca. Una sensación de paz recorrió todo mi
cuerpo de arriba a abajo. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba
físicamente al límite. No podía ni con mi alma. Ese catre iba a ser mi lecho durante
unas cuantas horas y pobre de aquél que me dijera lo contrario.

—¿Y los pantalones? —me preguntó, entonces.

—¿Cómo?

—¿No te los vas a quitar?

—No... Déjalo así. Estoy cansado.

Contra todo pronóstico, y sin darme tiempo a responder, Cecilia pasó una pierna
por encima de las mías y quedó sentada a horcajadas sobre mis rodillas. Sin
ningún tipo de vergüenza, me desabrochó el botón del pantalón y comenzó a tirar
de las costuras hacia abajo. Con una agilidad sorprendente, reptó hacia atrás,
hasta tocar el suelo con los pies, y me lo quitó sin yo haber tenido que hacer ni el
más mínimo esfuerzo.

—¡Ale! Ya está —dijo, satisfecha. Y como si no hubiera pasado nada, se me quitó


de encima y se acostó en su lado de la cama.

Anonadado por lo que acababa de ver, torné la mirada en su dirección y me


sorprendí más al ver que no había ni rastro de vergüenza en su gesto. Es más, la
seriedad con la que me miraba me hacía sentirme avergonzado a mí.

—¿Qué pasa? —me dijo, poniéndose de lado.

—Nada... —dije yo.

—Otra vez me estás mirando de esa manera —soltó entonces, de la nada. Mi cara
volvió a denotar sorpresa.
—¿Qué?

—Así no ayudas, eh —insistió.

—Pero, espera, Cecilia. ¿Cómo te estoy mirando?

—Ya no, pero recién sí.

—¿"Recién sí" qué?

—Que recién me mirabas de esa manera.

—¡¿Cuál manera, Cecilia?!

—Esa. La de antes.

Me senté y respiré profundo. Sentía que podía ponerme histérico en cualquier


momento. Tanta afirmación estúpida era a lo que te llevaba. Y, lo peor de todo,
era que no parecía perturbada. Todas aquellas acusaciones las lanzaba como quien
hablaba del clima, e ignorando completamente lo que acababa de hacer.

—¿Qué me miras ahora? —volvió a la carga.

—Estoy intentando entenderte.

—¿Entenderme a mí? Eres tú el raro aquí.

—¿Que yo soy el raro?

—Sí, porque me dices que me quede tranquila, que no tengo que hacer nada
contigo, pero luego me miras con deseo.

—¿Que yo te miro con...?

Me detuve de nuevo y volví a respirar profundo. Ella me seguía mirando, acodada


sobre la almohada con esa seriedad inamovible. Y me empezó a molestar mucho.
¿Qué necesidad tenía de todo aquello? Ya habíamos arreglado las cosas y
estábamos a punto de ponerle fin a ese día de mierda. ¿Por qué quería
complicarme las cosas?

" si me pongo en pelotas delante de ti, ¡cierra la jodida boca y échame un puto
polvo, puto pelmazo!"

Entonces, sin venir a cuento, vino a mi cabeza aquella escena que había sucedido
hacía un par de horas con Lulú. Miré a Cecilia, que seguía observándome de la
misma manera, y traté de unir piezas. ¿Tenía algo que ver una cosa con la otra?
Quiero decir, la chica no se había despelotado delante de mí. Sólo había tenido
lugar un mísero beso, y su actitud de después no tenía ninguna semejanza con la
de Lulú.
Ahora, ¿y si sus intenciones sí eran las mismas? ¿Y si la chica seguía dudando y
hacía todo esto para tantear un poco el terreno? ¿Qué debía hacer yo entonces?
¿Cortar por lo sano o seguirle la corriente para ver hacia dónde llevaba todo eso?

La curiosidad comenzaba a pisotear mis ganas de dormir.

—Otra vez —dijo ella, rompiendo el silencio.

—¿Otra vez qué?

—Otra vez te me quedas mirando con deseo.

—¿Cualquier mirada que te eche la vas a interpretar de esa manera? —lancé yo,
ya viendo las cosas desde otra perspectiva.

—Las interpreto como lo que son. Me miras con deseo.

—¿Y no será tu culpa?

—¿Mi culpa? —respondió, arqueando un poco las cejas.

—Sí.

—¿Mi culpa por qué?

—Bueno... me quitaste los pantalones de una forma que... —dije entonces,


dejándola ahí botando.

—¿De qué forma? De la única forma que podía. Me dijiste que estabas cansado y
te hice el favor.

—De la única forma que podías no... Seguramente te sabías alguna en la que no
tuviera que restregarme el higo por toda la pierna.

Con eso y un tomate, directos al combate. Al carajo las ganas de dormir. Si Cecilia
quería guerra, guerra iba a tener. Si resultaba que sólo me estaba vacilando de
nuevo, bueno, una nueva derrota para mi historial que no me iba a cambiar nada
la vida. Ahora, si Cecilia pensaba avanzar hasta que no hubiera vuelta atrás...

«Cobarde».

Esa semisonrisa en su cara me decía que, igual, ya había puesto el pie en el


acelerador y no pensaba sacarlo de ahí. Se arrodilló en la cama y se acercó a mí.

—¿Perdona? ¿Cuándo te he restregado nada yo? —me preguntó, pasados unos


segundos, con una falsa indignación que se la pisaba.

—Venga, Cecilia... ¿vas a seguir haciéndote la inocente y virginal? —redoblé la


apuesta.
—¿Que yo me hago la...? —apretó los dientes y se acercó más a mí—. ¿Ves esto
de aquí, pipiolo? —dijo entonces, cogiéndose un pliegue del vaquero—. Pues se
llama vaquero, y ni con la polla gorda de un negro conseguiría sentir nada con
esto puesto.

—Ya, ya... ¿Cómo era eso que habías dicho antes que no te querías sentir? Eh...
Calienta... ¿Calienta qué? ¿Te acuerdas?

All in. Su cara volvió a transformarse al oír eso, y como si le hubiese lanzado la
provocación más provocativa, valga la redundancia, del mundo, me señaló con el
dedo y me dijo:

—Te vas a enterar.

Como si estuviese a punto de demostrarle a su detractor más grande lo capaz que


era de comerse el mundo, Cecilia, con una mirada traviesa llena de entusiasmo, se
bajó de la cama de un salto y se paró frente a mí con las manos en la cintura. Yo,
consciente de que estaba a punto de presenciar alguna especie de performance la
cual, en algún momento, me iba a tomar de co-protagonista, me recosté con las
manos detrás de la cabeza y esperé con el semblante más seguro que me sabía.

A lo suyo, pero asegurándose de que yo no me perdía ningún detalle de lo que


tenía delante, comenzó el show metiendo ambos pulgares por los costados de su
vaquero. Viró la cabeza ligeramente hacia la derecha, quedando mirando su propio
hombro, y deslizó sus manos desde la cintura hacia la zona del ombligo hasta
formar una 'M' perfecta con sus dedos unidos. Entonces, echando una risita, con
los dedos índice y pulgar, cogió ese trocito de tela que sobresale por encima del
botón del vaquero y, de un solo tirón, abrió el pantalón hasta que la cremallera
hubo llegado hasta abajo del todo.

A mi vista quedó un trozo de ropa interior rosa el cual no pude evitar quedarme
mirando con suma atención. Una nueva risita de Cecilia, acompañada de una fugaz
mirada furtiva de Cecilia, me hizo caer en cuenta de que, por su propia cuenta, se
acababa de anotar un punto por aquel desliz visual mío.

—¿Qué? —fue mi respuesta, encogiéndome de hombros, dándole a entender que


iba a necesitar más que eso para hacerme caer.

Envalentonada por aquel estúpido suceso, se dio la vuelta y, mirándome por


encima del hombro con una malicia digna de villana de película, sacó el culo para
afuera de una forma terriblemente descarada. Ella sabía que, de entre todas las
que tenía, esa era su mejor carta, y no dudó en utilizarla en todo su esplendor.

—Host... —murmuré, en voz muy baja, callándome a tiempo antes de que me


escuchara.

 
El culo de Cecilia era algo para coger y no soltar nunca jamás. Así como lo de
Rocío y Noelia eran las tetas, de Clara y Lulú la belleza, lo de Cecilia era ese culo
moldeado por los mejores ángeles de los dioses más importantes del universo. Y,
si parece que estoy exagerando con la descripción, no me culpen; así es como lo
veía yo en ese momento.

Y su siguiente movimiento no se hizo esperar: devolvió la vista al frente y,


encorvándose hacia adelante, de nuevo con esa lentitud tan destructiva, comenzó
a bajarse los vaqueros hasta que la carnosidad de sus nalgas no la dejó continuar.
Entonces, mirando hacia atrás y riendo una vez más, se puso a forcejear con sus
pantalones, haciendo así que sus glúteos rebotaran, se comprimieran y luego se
expandieran cuando dejaba de intentar liberarlos por la fuerza.

Y yo ya no podía apartar la vista de allí. Aquello era demasiado injusto si aquello


se suponía que era una batalla de igual a igual. Cecilia me miraba y se reía
sabiéndose victoria. Y ni siquiera se había quitado el pantalón todavía.

—¿Te gusta? —me dijo, rompiendo por fin ese largo silencio—. Pero no es para ti.
Ya tiene dueño.

Luego de aquella aclaración, cuyo único objetivo era hacerme sufrir un poquito
más si se podía, devolvió su cuerpo a su posición natural y se terminó de quitar los
pantalones sin inconvenientes.

Y el tercer déjà-vu del día entró como un rinoceronte atravesando un muro de


hormigón.

Cecilia, de espaldas hacia mí, únicamente vestida con un tanga de cintura para
abajo. Yo acostado en la cama presenciando cómo se iba desnudando para mí.
Aquello ya no podía ser casualidad. Aquello ya tenía que tomarlo como lo que era:
como una puta señal. Una segunda oportunidad que me había dado el destino para
arreglar mis cagadas... Para demostrarle que podía aprender de mis errores.

«Cobarde».

El reloj marcaba casi las ocho de la mañana y la única razón por la que mis ojos se
mantenían abiertos era por el show que tenía delante. Y ya tenía claro que ese
desvelo sólo podía terminar de una manera, de una manera que nunca había
planeado, tampoco vaticinado, sólo sabía que estaba a punto de darse. No sabía
de qué forma, pero estaba seguro de que, esta vez sí, iba a darse.

«Cobarde».

Sin borrar la sonrisa de su cara, se colocó en el borde de la cama y subió una


rodilla. Tras echarme una nueva miradita como preguntándome si todo iba bien,
subió la otra sin esperar respuesta. En esa posición, inclinó el cuerpo hacia
adelante y comenzó a gatear hacia mí hasta quedar en la misma posición que
cuando me quitó el pantalón.
«Cobarde».

Siempre mirándome a los ojos, levantó la mano izquierda y la posó encima de mi


muslo. Luego levantó la derecha e hizo lo propio con el otro. Y, sin esperar ni un
segundo, se puso a masajearlos con pausa y suavidad. Primero uno, luego el otro,
después los dos a la vez. Con una sola mano, con las dos a la vez. Presionaba y
acompañaba los movimientos con su torso entero, echándolo hacia adelante
cuando avanzaba y retomando la posición cuando quedaba más cerca de las
rodillas. La peligrosidad de acercarse a los pliegues de mis calzoncillos slip no la
asustaba. Es más, jugaba con ello buscando desestabilizarme todavía, haciéndome
pensar que, quizás, esa chica tenía más experiencia que la que decía tener.

«Cobarde».

Entonces me lanzó otra de sus miradas penetrantes. Sí, sí, "mirada penetrante y
sonrisa de guarra" podría titularse aquella obra tranquilamente. Y estaba a punto
de llegar a dónde quería, a dónde ambos queríamos. El "te vas a enterar" estaba a
punto de hacer efecto cuando levantó su pierna izquierda, abrió levemente las
mías y se montó de lleno sobre mi muslo.

«Cobarde».

Y dejó de sonreír. Se quedó quieta observándome con seriedad, con frialdad y,


hasta diría que, con algo de arrogancia. Pero a mí me daba igual, lo único que
quería era sacarme la polla de una vez, que dentro de su envoltorio ya me estaba
provocando un dolor que necesitaba aplacar con urgencia. Y la hija de puta no
dejaba de estirar el chicle. Parecía que se iba a quedar así hasta que dieran las
doce del mediodía.

«Cobarde».

Por suerte, y para mi felicidad, las comisuras de sus labios se tornaron hacia arriba
casi de golpe y cuando comenzaba a mover su pelvis sobre mi pierna en un ritmo
tranquilo y pausado.

—¿Notas la diferencia?rde —me dijo, muy pasiva, muy calmada.

Nada más hacer la pregunta, apoyó ambas manos sobre la parta alta de mi muslo
y aceleró un poco el movimiento. Todavía era lento, pero ahora su culo se
meneaba a más velocidad.

—Esto, querido Benjamín, es "restregar el higo".

Entonces fue ella la que rompió el contacto visual. Echó la cabeza hacia atrás y
cerró los ojos para concentrarse mejor en lo que estaba haciendo. Yo no hablé, no
opiné. Para mí si ella hacía todo era mejor. A fin de cuentas, se iba a dar. Iba a
pasar. Iba a ocurrir. Iba a tener lugar ahí mismo. Lo sabía. Sabía que iba a pasar.
El movimiento de caderas de Cecilia pasó de cero a cien en medio segundo, y sus
primeros jadeos no tardaron en hacer su aparición. Estaba inmersa en su mundo,
centrada en su propio gozo, ajena a todo lo que la rodeaba. La velocidad con la
que se masturbaba crecía a cada instante que pasaba. Más y más. Y se notaba que
cada vez le gustaba más, porque de unos gemidos silenciosos e imperceptibles,
estábamos pasando a unos más llamativos y sonoros.

«Cobarde».

De pronto, cuando empezaba a preguntarme si la guarra sólo iba a proporcionarse


placer a sí misma, Cecilia, no sé si consciente o no, se dejó llevar por los bruscos
movimientos de su cuerpo y, en un arrebato, puso su mano en mi entrepierna y se
prendió a mi polla con una fuerza que casi hace que me corriera ahí mismo. Di un
respingo, ella se rio con malicia, me guiñó un ojo y empezó a masajearme el pene
por encima del calzoncillo como si estuviese amasando un trozo gordo de
plastilina.

«Cobarde».

Quería más. Se notaba que cada vez quería más. Me torturaba mucho, demasiado,
todo lo que hacía lo hacía despacio y tomándose todo el tiempo del mundo, pero a
mí me daba igual, porque estaba confiado. Y la confianza crecía cada vez que
Cecilia daba un paso al frente, como el de echar el culo hacia atrás para poder
agacharse y tener una perspectiva mejor de lo que tenía entre manos.

—Te dije que no soy una calientapollas, ¿recuerdas?barde

Con delicadeza, pero sin restar ni un ápice de pasión, estiró la punta de sus dedos
y las colocó en el elástico superior de mis calzoncillos. Sin ningún tipo de prisa, sin
desesperarse, y hasta podríamos decir que con un toque de elegancia, fue tirando
de ellos en su dirección, llevándose también toda la polla en el proceso, y no la
libertó hasta que, como si se tratase de un arco, hubiese hecho todo el recorrido
hacia atrás hasta no poder más. Una vez retiró la tela, mi pene salió disparado de
su prisión como un péndulo. Cecilia se rio y luego volvió a sujetarlo con su mano
izquierda sin ningún tipo de pudor.

«Cobarde».

De repente, comenzó a pajearme al mismo tiempo que volvía a menear sus


caderas. Tanto su mano como su culo empezaron a moverse, aumentando la
velocidad de forma progresiva. Cecilia ya no jugaba con sus gestos, su ceño
fruncido y su boca semi abierta reflejaban todo el desenfreno por el que estaba
pasando. Se habían terminado las tonterías. Los jueguitos, las guerras y todas las
mierdas. Ambos queríamos lo mismo. Ambos nos necesitábamos el uno al otro.
Por eso, Cecilia comenzó a masajearse ella misma con la mano libre, por eso su
voz ya salía feroz y sin filtros, por eso me castigaba el pene desinteresándose
complemente de su bienestar, por eso mi cara empezó a desencajarse, por eso
clavé las uñas a las sábanas de la cama, por eso bufaba como un toro bravo a
punto de llevarse por delante a su rival. Y por eso Cecilia, totalmente sumida en el
éxtasis del momento, echó la cabeza hacia adelante y se metió toda mi polla en su
boca.

—¡Dios! —exclamé, muy alto, sorprendido y descolocado, pero agradecido de que


lo hubiera hecho por fin.

La succionó entera una vez, subió y bajó hasta besar los huevos por segunda vez,
rozó la pared de su garganta una tercera vez, hubo una cuarta en la que ya no
pudo más y tuvo que toser, a la quinta se vio en la obligación de escupir, a la
sexta no escarmentó y volvió a repetir lo de las primeras cinco veces. Así hasta
que no pude más y, sin avisar, estallé en su boca coronando así la mejor mamada
que jamás me habían hecho en la vida.

«Cobarde».

Cecilia, lejos de asustarse, aceptó el desafío y chupó y chupó hasta que la última
gota de semen salió de mi interior. Y luego siguió chupando hasta que hubo
limpiado cada centímetro de piel embadurnado por sus fluidos y los míos. Y
continuó durante otros cinco minutos hasta que mi pene recuperó la dureza que en
ningún momento llegó a perder del todo. Fue entonces cuando volvió a mirarme a
la cara.

«COBARDE».

Cerré los ojos. Tuve que cerrarlos. Quería encontrarme frente a frente con aquello
que no dejaba de atormentarme. Quería visualizarlo. Visualizarla. Necesitaba
tenerla delante de una vez.

Y entonces apareció.

La cara de Rocío se dibujó en mi cabeza de nuevo se esa forma tan real que
asustaba. Sonreía, sonreía de esa forma tan soberbia y asquerosa que nunca había
tenido el placer de ver en la realidad, pero sí en mi sueños, en mis delirios, en mis
alucinaciones.

«CO-BAR-DE», me llamó una última vez.

Abrí los ojos y los clavé directamente en Cecilia, que seguía expectante delante de
mí todavía con su boca impregnada en mi semen. Raudo, me eché hacia adelante
y tiré de sus brazos hacia mí hasta que nuestras entrepiernas se encontraron por
primera vez. No tuve que hacer más. Cecilia me dedicó una última mirada llena de
pasión, y ella misma corrió su tanga para inmediatamente dejarse caer sobre mi
ardiente y erguida pene, que listo estaba para darse el festín que durante tantas
horas le venía siendo esquivo.

—Fóllame, cobarde.

Si la que me hablaba era Cecilia, podía quedarse tranquila, porque no pensaba


ponerle pegas a sus pretensiones. Y si la que me hablaba era Rocío, podía
prepararse, porque, por fin, le iba a demostrar de lo que estaba hecho. Por fin le
iba a demostrar de lo que era capaz. Por fin le iba a poder mostrar al hombre que
estaba a punto de perder para siempre.

Ya sintiéndome libre de aquellos fantasmas, centré todos mis pensamientos en la


belleza que tenía delante. Se lo merecía, se lo había ganado. Me había ayudado a
darme cuenta de que con buenas artes, con honestidad y fidelidad, también se
podían conseguir objetivos. ¿Cuál era el objetivo en este caso? Terminar un día
nefasto de la mejor manera posible: echando un polvo con esa preciosidad llamada
Cecilia.

Una Cecilia que, ajena a todo lo que pasaba por mi cabeza, terminó de ensartarse
hasta el último centímetro de mi falo para, nuevamente, deleitarme, deleitarse,
con ese exquisito movimiento de pelvis con el que había dado inicio todo aquello. Y
yo, que ya no quería ser un mero espectador, decidí que ya era hora de ponerle
las manos encima también. Por eso estiré las manos y las clavé en sus carnosas
nalgas. La miré, y ella se rio de una forma tan sexy que provocó en mí una especie
de espasmo que no había experimentado en la vida. Algo plenamente sexual. Un
cosquilleo en las pelotas tan fuerte que me pareció sentir que mi pene se alargaba
unos centímetros. Y me dejó tan loco que, de una forma totalmente espontánea,
levanté las nalgas dos centímetros de la cama, doble la fuerza con la que le
sujetaba el culo, y empecé a taladrarla como si no hubiera un mañana.

—¡¡¡Aaahhh!!!

Cecilia pegó un grito tan fuerte que pensé que le había hecho daño, pero los
jadeos de placer que vinieron a continuación me demostraron que estaba
equivocado. Y tanto que estaba equivocado. Llevada por el placer y por la inercia
del brusco movimiento, inclinó todo el cuerpo hacia adelante y me estampó un
beso tan apasionado como sucio, ya que nunca se había terminado de limpiar los
restos de mis fluidos de sus labios. Pero me importaba una absoluta mierda. Le
comí la boca con las mismas ganas que un cerdo le entra a su plato de comida. Y
ella reía entre beso y beso, se lo estaba pasando tan bien como yo. Se sentía igual
de viva que yo. Y no tenía reparos en demostrarlo a viva voz.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Por Dios! ¡POR DIOS!

No sabía qué tanta experiencia sexual tenía esa mujer al final, pero me hacía
sentir como si tuviera la misma que la mía. Como si recién en ese momento
hubiese conocido el verdadero sexo por primera vez. Y cuando digo el verdadero
sexo, lo digo de verdad. Sin tapujos, sin preocuparse por lo que pueda pensar el
otro sobre ti, ¡sin esa maldita ignorancia de creer que todo se acaba después de la
primera penetración! No me sentía nervioso, ni inhibido, ni tenía miedo de que la
cosa pudiera terminar mal. Por primera vez sentía lo que era un polvo de verdad.
Y, a no ser que Cecilia se dejara llevar de la misma forma con todos sus amantes,
me daba la sensación de que ella estaba pasando lo mismo que yo.

Dejé de escuchar a esa persona gritarme cobarde. Sólo escuchaba los alaridos de
la primera compañera sexual de mi vida. Compañera que, de un momento a otro,
dejó de besarme y enderezó el torso echando la cabeza hacia atrás para después
apoyar ambas manos en mis rodillas. Luego de detenerse un instante para
respirar, en esa misma posición, se acuclilló e inició una cabalgada que sólo había
podido ver en páginas porno.

—¡Sí! ¡Benjamín, joder! ¡Vaya que sí!

Lo que parecía iba a ser lento y tranquilo, en un abrir y cerrar de ojos se convirtió
en lo que venía siendo toda aquella follada: feroz y sin pausa. Cecilia clavó las
uñas en mis piernas y aceleró la cosa de tal forma que consiguió que fuera difícil
seguir el movimiento de mi pene apareciendo y desapareciendo dentro de su coño.
Y cada vez iba más rápido, y cada plus de velocidad que imprimía venía
acompañado de un gemido aún más fuerte. Su camiseta estaba empapada en
sudor, y a mí me dolían los huevos de tanto chocar y chocar contra sus nalgas. Era
todo demasiado salvaje e impredecible, demasiado húmedo y cavernícola. Y
aquello sólo podía coronarse de una manera. Y vaya que sucedió, por supuesto
que sucedió. Sentí como si mis rodillas fueran a partirse, Cecilia apoyó todo el
peso de su cuerpo sobre ellas y levantó su pelvis hasta que mi polla salió entera de
su interior. No pasó ni una milésima de segundo cuando un chorro de agua
abominablemente abundante salió disparado desde su entrepierna directamente
hacia mi cara con una potencia que ni en el mejor de los jacuzzis. El siguiente fue
exactamente igual, y un tercero apareció con algo menos de fuerza cuando la
chica se frotó el coño a cuatro dedos como quien quiere borrar una mancha de
rotulador de una mesa de madera. Y yo... Yo parecía que acababa de salir de una
piscina.

La pobre cayó como un peso muerto sobre mi pecho nada más terminar de
expulsar esos ¿cinco? litros de agua corporal. Y cuando lo hizo, se acercó a mi
oído, y con una sonrisa me dijo:

—Vas a tener que hacer el resto del trabajo tú, je... Estoy agotada.

Quería preguntarle si se había corrido o no, pero me daba vergüenza quedar como
un inexperto. Todavía me quedaba mucho por aprender del cuerpo femenino. Sea
como fuere, ella quería seguir, así que accedí a su petición y, con mucha
delicadeza, la deposité a un lado de la cama para, esta vez, ponerme yo encima de
ella.

—Cuidado... —le dije, cuando intentando quitarse la camisa un dedo se le


enganchó en el tirante del sujetador—. Te vas a hacer daño.

Ceci rio y, en respuesta, me dio un tierno piquito en la boca.

—Date prisa... —me susurró a continuación—, que quiero correrme e irme a


dormir.

Duda resuelta: no se había corrido. Y si había llegado al orgasmo y quería otro, yo


se lo iba a proporcionar. Me dolía hasta el alma, pero me sentía tan omnipotente
que podía con eso y con lo que me pusieran por delante.
Por eso, sin hacerla esperar, me coloqué entre sus piernas, la miré a los ojos y se
la metí de nuevo con mucha delicadeza. Ceci emitió un suave gemido,
acompañado de una sonrisa de aprobación. Inmediatamente se abrazó a mi
cabeza y me besó de nuevo. Esa especie de histeria sexual en la que nos habíamos
sumido parecía haber bajado con lo que acababa de ocurrir, y era algo incómodo
estar encima de esa manta totalmente fría y empapada. Y si quería centrarme
meramente en las vistas, esa venda blanca, que ya había adquirido el color rosado
de la mezcla entre sangre y agua, que me había estado cubriendo la herida en la
cabeza hasta hacía unos minutos y yacía al lado de la cabeza de mi amante, justo
delante de mis ojos, no colaboraba mucho con la causa. Es decir, que ya no era lo
mismo.

—Qué incómodo, ¿no? —dijo ella, como si me hubiese estado leyendo la mente.

—Un poquito... —respondí.

—Venga, hagamos las cosas bien.

Me quité de encima de ella como pude y, a duras penas, me levanté de la cama


para dejarla hacer. Ella, con dificultades parecidas a la mía, se levantó también y
quitó todo lo que cubría aquel colchón de un solo tirón.

—El colchón también está empapado —dijo, echándose a reír de nuevo.

—Te diría que lo siento —participé yo también—. Pero eso fue culpa tuya.

—Cállate, guarro —respondió, y me lanzó uno de los cojines empapados a la cara.

Otra vez envalentonado, me abalancé sobre ella y comencé a hacerle cosquillas.


Ella, riéndose como una niña, comprimió su cuerpo y comenzó a defenderse con
las pocas fuerzas que le quedaban. En uno de esos vaivenes, me empujó contra la
puerta del armario y me cogió de los huevos, dejándome totalmente desarmado
para el resto del combate.

—Parece ser que hoy estás destinado a que te ganen todas las peleas, ¿eh,
Benjaminito?

Dicho eso, acercó su carita a la mía y me dio un beso igual de tierno que el de
antes, con la diferencia de que este tardó bastante en llegar a su fin. Cuando nos
separamos, nos quedamos unos segundos mirándonos hasta que ambos volvimos
a sentir ese fuego prendiéndose nuevamente en nuestro interior. Ahí mismo,
empecé a morrearla con deseo, con fuerza y con pasión. La cogí de los hombros y
cambié las tornas, dejándola a ella contra el armario y a mí con toda la facilidad de
maniobra. Sin más, llevé mis manos a su espalda y le quité el sujetador para verle
por fin las tetas. Rosaditas, puntiagudas, ni muy grandes ni muy pequeñas, eran
extremadamente apetitosas, así que solo dejé de comerle la boca para ponerme a
comer sus pechos. Ella me cogió de la nuca y cerró los ojos para deleitarse con lo
que le estaba haciendo mientras me revolvía todo el pelo, y todo esto con el
suficiente cuidado de no tocarme la herida de la cabeza. Estaba en todo. Era una
auténtica maravilla de pareja.
—Fóllame, Benjamín —volvió a decir, totalmente encendida, con las mismas ganas
con las que me lo había pedido antes.

Me erguí, la cogí con fuerza de un muslo, el cual levanté hasta colocar la rodilla
casi a la altura de su pecho derecho, y con la otra mano me agarré la polla para
guiarla directamente a la entrada de su coño, que seguía cubierto por esa braguita
que nunca me molesté en quitarle. De un empujón se la enterré toda, y sus ojos
me mostraron esa llama roja que tantas ganas tenía de ver. Nos besamos de
nuevo, como bestias, y me puse a darle con tanta fuerza que parecía que la puerta
del armario se iba a venir abajo en cualquier momento. Con cada empotramiento,
nuestros cuerpos se sacudían como si pequeñas bombitas explotaran dentro de
nosotros, aumentando por cien la satisfacción que subía por nuestros cuerpos. Era
demasiado bueno. Y mejor fue cuando levantó la otra pierna, quedando con ambos
pies en el aire, y me pidió al oído que no me detuviera, que estaba a punto de
correrse de nuevo. Esta vez sí, utilizando ya las últimas de las últimas fuerzas que
me quedaban, imprimí toda la violencia que pude en esas últimas empaladas,
hasta que su cuerpo empezó a agitarse una vez más de arriba a abajo como buena
señal de que el orgasmo acababa de hacer su brillante aparición. Pero no me
detuve, todavía quedaba yo, y continué un par de segundos más hasta que sentí
que estaba a punto de llegar.

—¡No!

Cuando intenté quitarme, Cecilia me aprisionó con las manos y con ambas piernas.
Solo necesitó un beso para hacerme entender que tenía permiso de llenarla. Y
aquello fue lo único que me faltaba para coronar también la follada perfecta.
Nunca en la vida me había corrido dentro de una mujer, y tener la posibilidad ahí
mismo, delante de mis narices, me llenó de dicha y felicidad. Y no me contuve,
metí y saqué mi polla de su interior hasta que no pude más y dejé salir dentro de
ella todo lo que me quedaba en los huevos. Apreté tanto mi entrepierna contra la
suya que sentí crujir la madera que nos sujetaba a ambos. Y no solté a Cecilia
hasta que no saboreé hasta el último espasmo que me había regalado aquella
maravillosa corrida.

—Joder... J-Joder... ¡Joder! —farfullé entonces, muerto del cansancio, pero en la


más grande de las glorias.

Maravilloso. Había sido absolutamente maravilloso.

No sin dificultades, bajé a Cecilia, que estaba igual de muerta en vida que yo, y
abrí la puerta de ese robusto y confiable ropero para buscar algo con lo que poder
cubrir la cama. A pesar de las cortinas oscuras anti luz, la habitación ya estaba lo
suficientemente iluminada como para tener visión total de las cosas.

—Arriba —me señaló ella, sentándose en un borde de la cama.

En la parte alta, vi un juego de sábanas con su cubrecama y un par de fundas de


almohadas que no me iba a molestar en colocar en ese momento. Cogí todo y fui a
ponérselo al colchón, pero Cecilia me quitó de un manotazo la manta gruesa y se
acostó cubriéndose con ella en el mismo lugar en el que estaba.
—Ven aquí y abrázame —murmuró con los ojos cerrados.

Sin poder evitar sonreír, coloqué el resto de cosas donde estaban y me acosté
justo a su lado, haciendo exactamente lo que me había pedido que hiciera.

—Soy el puto protagonista —murmuré, para mí mismo, instantes antes de


quedarme dormido.

Eran casi las diez de la mañana.

Sábado, 25 de octubre del 2014 - 12:02 hs. - Rocío.

—Ya está, Alejo. Haz las maletas.

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