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Un Dios misericordioso, según

Santa Teresa de los Andes

Félix Málax, ocd.

1. Los pasos de su vida

En el santoral del Carmelo Teresiano abundan las santas Teresas.


Nada menos que siete. Hoy nos encontramos con la de Los Andes. Como
en otros muchos casos, el apellido distintivo no corresponde al lugar de
nacimiento. En efecto, nuestra santa nació en Santiago de Chile el 13
de julio de 1900. Su nombre de pila es Juana Enriqueta Josefina de los
Sagrados Corazones Fernández Solar. Había que complacer a todos. Su
abuelo paterno era de Galilea (La Rioja). Sus ancestros maternos fueron
dueños del actual Desierto carmelita de Hoz de Anero (Cantabria).
El grueso de su formación religiosa y espiritual tendrá lugar en el
Colegio de las Religiosas del Sagrado Corazón de Santiago, primero
como externa y luego como interna con su hermana Rebeca. En total,
11 cursos lectivos.
Entra de monja carmelita en el monasterio de la ciudad chilena de
Los Andes el 7 de mayo de 1919 con el nombre de Teresa de Jesús. Allí
muere el 12 de abril de 1920, adelantando su profesión religiosa. En
mismo día del entierro corrió la voz de que había muerto una santa. Fue
canonizada en Roma el 21 de marzo de 1993. Su santuario cerca de la
ciudad de Los Andes es un lugar de ininterrumpida peregrinación.

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Se conserva su Diario (D) íntimo junto a 164 cartas (C). Ambos es-
critos se citan aquí con la numeración particular provisional, añadida a
la edición del Monte Carmelo de 1995.
En estos escritos se reflejan los colores espirituales de su época y la
influencia de sus formadoras religiosas de origen francés con muchos
resabios jansenistas. Pero ahí están también los acentos moderadores de
sus confesores españoles carmelitas, jesuitas y claretianos.

2. Espiritualidad incandescente

Los escritos de Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa de Lisieux


e Isabel de la Trinidad marcan profundamente el lado positivo de su vi-
vencia y pensamiento. Su vida mística es una puesta en marcha de esta
espiritualidad carmelitana. Las noches oscuras de Juan de la Cruz y los
fenómenos místicos de Teresa de Jesús se describen, en la pluma de esta
joven carmelita, con acentos de sencillez y cercanía ante el papel y los
directores espirituales.
Por otra parte, sus amigas de siempre y hasta su propia madre serán
objeto de un magisterio epistolar y oral. La amistad joven y la espiritua-
lidad fuertemente vivida de nuestra santa serán una escuela atractiva,
sincera y siempre válida.
Sin embargo, hay que resaltar un rasgo tal vez inesperado. Es el
atractivo de Teresa de Los Andes en el pueblo cristiano en torno a su
santuario. Las riadas diarias de jóvenes y adultos, que seguramente no
conocen sus obras escritas, son paralelas a las que seguían a Jesús. Su
santuario chileno es un campo de atracción, donde los milagros interio-
res y exteriores junto a la paz de las conciencias son una evangelización
silenciosa.

3. El tema de la misericordia

Quienes hemos sido testigos de estas oleadas de peregrinos a su san-


tuario de Auco (Los Andes) con sus cargas de intimidades, sabemos que
nuestra Teresa sigue repartiendo misericordia a raudales.

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Todas estas coordinadas marcan, sin duda, las líneas de su pensamien-


to sobre el tema de la “Misericordia” divina, partiendo, tanto de la “mi-
seria” humana, como del amor divino. Su Diario (D) y sus cartas (C) son
una fuente abundante, rica, joven y cercana para ahondar en la persona-
lidad y en la exuberante vida mística de esta mujer que se abre a la vida.
La palabra “misericordia” no es muy usada en la pluma de Teresa
de Los Andes. En la lectura de sus escritos dicha palabra sólo aparece
44 veces. Pero la misma idea estará expresada con matices diversos en
otras expresiones. El complejo de pecado que arrastra su época estará
compensado abundantemente por la incontenible experiencia del amor
divino en su vida joven. Su estribillo de “nada criminal” o “polvo suble-
vado” serán un índice de la espiritualidad de sus formadoras del Colegio.
Teresa, cuando empieza su Diario, a petición de una de ellas, divide
su vida en dos grandes bloques, teniendo como línea divisoria su prime-
ra comunión. Más tarde añadirá su ingreso al Carmelo como otra línea
definitiva, que durará pocos meses. (D 1,3).
Y en este recorrido de su vida la palabras sucedáneas de “misericor-
dia” serán “amor”, “perdón”, “gracia”, “librada” de peligros. Con sus
hermanos Miguel, desviado del camino cristiano, y Lucho imbuido de
filosofías agnósticas, Teresa será la repartidora de la bondad misericor-
diosa de Dios. Ambos descubrirán y proclamarán más tarde la presencia
de la bondad divina en su hermana.

4. Su primera comunión

El complejo de pecado nos ha rondado muchos siglos. Queda todavía


sus restos en las 20 menciones o recuerdos en la misa actual. Teresa hizo
su primera comunión a los diez años. Pero la confesión fue tres años an-
tes: “A los siete años me confesé. Nos prepararon en las Monjas” (D 3,3).
Y lógicamente, antes de su primera comunión tuvo lugar una confe-
sión más a fondo. Nos dirá que fue su “confesión general”. “Me acuerdo
que después me pusieron un velo blanco” (D 6,2). Aquellas monjas no ol-
vidaban ningún detalle. Allí desfilaba su “carácter iracundo”, “no sopor-
taba nada” a alguna compañera, “las peleas con mis hermanos” (D5, 3-5)

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Pero la gran confesión general la inventó la misma joven Juanita.


Fue en su casa. Todo fue improvisación y cariño:
“En la tarde pedía perdón. ¡Ay! Me acuerdo de la impresión de mi pa-
pacito. Fui a pedirle perdón y me besó. Entonces yo después me le hin-
qué y, llorando, le dije que me perdonara todas las penas que le hubiera
dado con mi conducta.
Y a mi papacito se le cayeron las lágrimas y me levantó y me besaba di-
ciendo que no tenía por qué pedirle perdón, porque nunca le había disgus-
tado, y que estaba muy contento viéndome tan buena” [.] Le pedí perdón
a mi mamá, que lloraba. A todos mis hermanos y por último a mi mamita
[niñera] y demás sirvientes. Todos me contestaban conmovidos” (D 6,2).
La homilía del Monseñor que presidió la primera comunión dejó una
idea bien clava en la mente de Juanita: “Pedid a Jesucristo que, si ha-
béis de cometer un pecado mortal, que os lleve hoy, que vuestras almas
son puras cual la nieve de las montañas” (D 6,6).
Y ese día la misericordia se llamaría con un nombre muy especial
en la vida de Teresa de Los Andes. ¿Locuciones?, ¿Hablas? Hay que
preguntarlo a Juan de la Cruz. Teresa sólo nos dirá lo que ocurrió: “No
es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces
que me llevara, y sentí su voz querida por primera vez” (D 6,8). Ella
pensaba que Jesús había hablado también a las demás niñas. Y añadirá:
“Todos los días comulgaba y hablaba con Jesús largo rato” (D 6,12).

5. Dos misericordias

Dios es misericordioso, pero no tanto la mamá. El perdón de Dios


estaba siempre a la puerta. La de la enérgica madre, doña Lucía, no fue
tan fácil. Ésta tendría sus razones pedagógicas, pues luego atribuirá el
pecado al cloroformo de la operación de apendicitis.
La adolescente Juanita tuvo su gran rabieta:
“Yo creo que de este pecado he tenido contrición perfecta, pues lo he
llorado no sé cuántas veces. Y cada vez que me acuerdo, me apeno de
haber sido tan ingrata con Nuestro Señor que me acababa de dar la vida”
(D 9,4).

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La rabieta era comprensible. Su hermana mayor organizó un baño


para las adolescentes y otro para las niñas. Ella no se creía ya una niña.
Y se dijo: “No me baño con ninguna”. Nadie podía superar su terquedad.
Y vino su enérgica madre. “Me pegó mi mamá y todo fue inútil. Yo
lloraba y era tanta la rabia que tenía, que quería tirarme al baño. Mi
mamá me principió a vestir [el traje de baño], pero yo seguía rabiando.
Cuando estuve lista, me arrepentía de lo que había hecho y le fui a pe-
dir perdón a mi mamá [.] Pero ella no me quiso perdonar, con lo que yo
lloraba inconsolable. Me echó de su pieza y yo me fui a esconder [.] No
sé cuántas veces pedía perdón, hasta que en la noche, mi mamá me dijo
que vería cómo era mi conducta en adelante” (D 9,3).

6. Jesús ha tomado el timón

Al cumplir los 15 años Teresa hace un balance de su vida. Y se


pregunta:
“¿En qué me he ocupado en estos quince años ¿Qué he hecho yo para
agradar a ese Rey omnipotente, a ese Creador misericordioso?” (D 10,4).
Aquí la palabra misericordia tendrá muchos nombres. El lector los
podrá insertar: “Jesús ha tomado el mando de mi barquita y la ha retira-
do del encuentro de las otras naves. Me ha mantenido solitaria con Él.
por eso, mi corazón, conociendo a este Capitán, ha caído en el anzuelo
del amor, y aquí me tiene cautiva en él. ¡Oh, cuanto amo esta prisión y
a este Rey poderoso que me tiene cautiva, a este Capitán que, en medio
de los oleajes del océano, no ha permitido que naufrague” (D 10,7).
“Jesús me alimenta cotidianamente con su Carne adorable y, junto con
este manjar, escucho una voz dulce y suave como los ecos armoniosos
de los ángeles en el cielo. Esta es la voz que me guía, que suelta las
velas del barco de mi alma para que no sucumba, y para que no me
hunda. Siempre siento esa voz querida que es la de mi Amado, la voz de
Jesús en el fondo del alma mía; y en mis penas, en mis tentaciones; es
El mi Consolador, es El mi Capitán”. (D 10, 8).
La Juanita quinceañera llama la atención por su belleza. Ya lo sabía:
“A mí, desde chica, me decían que era la más bonita de mis hermanos y

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yo no me daba cuenta de ello. Pero esas mismas palabras me las repetían


cuando más grande, a escondidas de mi mamá, que no le gustaba. Sólo
Dios sabe lo que me costó desterrar ese orgullo o vanidad que se apode-
ró de mi corazón cuando estuve más grande” (D 2,6). Su madre estaba al
acecho de cómo iban las cosas, cuando al salir del colegio. La “mama”,
niñera Ofelia era la vigilante, y dio parte. Los jóvenes le “corrían la cua-
dra”, la cortejaban, todos los días al salir del Colegio Externado.
Y vino la decisión. En el siguiente curso escolar, Juanita pasará al
Colegio Internado. Ya no habrá más “corridas”, pues no saldrá a la calle,
sino de tarde en tarde, para ir derechita a su casa. Estamos al final de julio
de 1915. Para disimular más la cosa, le acompaña su hermana Rebeca.
El Timonel sabía lo que hacía. El Internado será el lugar del gran
“postulantado” o prenoviciado de nuestra joven.

7. Su gran secreto

La Madre Ríos será el segundo de a bordo junto a Jesús. Es mujer de


experiencia. Sabía qué medios usar para captar vocaciones para su Con-
gregación del Sagrado Corazón. Esta vez las jóvenes internas presencia-
ron la profesión religiosa de tres jóvenes novicias. Y la interna Juanita
ha leído la señal. Escribía en su Diario el 8 de septiembre de 1015:
“Hoy pronunciaron los votos tres novicias. Me ha hecho gran impre-
sión. Se adelantaron y delante de la Hostia le prometieron ser sus Es-
posas. También una postulante recibió el hábito. Se puede decir que es
la novia de Jesús” (D 12,2).
El dolor de muelas y una pequeña carga interior le molestan y le ha-
cen reflexionar. “Aunque quiero escribir mi diario todos los días, me es
imposible por el dolor. Hoy me confesé. ¡Qué alivio he tenido, pues te-
nía pecados que, aunque son involuntarios, no me gusta tenerlos, pues
con ellos me aparto de Jesús y le doy pena. Y, como le amo, más bien
preferiría morir antes que ofenderlo”.
La operación del apendicitis, sus reflexiones al cumplir los 15 años,
la encerrona del Internado y la escena de la profesión de las novicias

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fueron los detonantes de su vocación al Carmelo. Su querido y miseri-


cordioso Timonel le iba a cambiar de rumbo.
La primera confidente del “secreto” será su propia y cercana herma-
na Rebeca. Pero tiene que ser un comunicado oficial: el cumpleaños. Y
el 15 de abril de 1916 recibirá calladita la carta confidencial:
“En pocas palabras te confiaré el secreto de mi vida. [.] El Divino
Maestro se ha compadecido de mí. Acercándome me ha dicho muy por
lo bajo: ‘Deja a tu padre y madre y todo cuanto tienes, y sígueme’.
¿Quién podrá rehusar la mano del Todopoderoso que se abaja a la más
indigna de sus criaturas? ¡Qué feliz soy, hermanita querida! He sido
cautivada en las redes amorosas del Divino Pescador. Quisiera hacerte
comprender mi felicidad. Yo puedo decir con certeza que soy su prome-
tida y que muy luego celebraremos nuestros desposorios en el Carmen.
Voy a ser carmelita, ¿qué te parece? No puedo decirte de palabra todo
lo que siento y por eso he resuelto hacerlo por escrito” (D 16, 5-6).

8. Sus razones

Teresa es ya una mujer completa. No se mueve sólo a impulsos del


corazón ni por lo que ve. Es también muy cerebral. Bastaría leer las car-
tas que más tarde va a escribir a Lucho, su hermano filósofo. También a
Rebeca le va a razonar su decisión, con muchos sinónimos de la “mise-
ricordia”, que, ya desde las viejas páginas de la Biblia, se identifica con
el amor que reside en las entrañas de una mujer:
“¡Oh, nunca tengo necesidad de nada, porque en Jesús encuentro todo
lo que busco! Jamás me abandona. Jamás disminuye su amor. Es tan
puro. Es la Bondad misma” (D 16, 7).

La joven prometida sabe qué comporta el sí que ha dado. “Él viene


con una Cruz, y sobre ella está escrita una sola palabra que conmueve
mi corazón hasta sus más íntimas fibras: ‘Amor’. ¡Oh, qué bello se le ve
con su túnica de sangre! Esa sangre vale para mí más que las joyas y
los diamantes de toda la tierra” (D 16,9).

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Ella sabe también que todo es misericordia, todo es puro regalo. No


ve ningún motivo de preferencia en ella, sino todo lo contrario: “¡Somos
miserables!” (D 16,15). Necesitados de misericordia.

9. Un paso más

La joven Juanita ha dado el sí. Un sí de prometida. Todavía en Chile,


al menos en su tiempo, había un rito de “desposorio” o “promesa”. La
boda viene luego. Ese sí total y efectivo, esa boda, será en las bucólicas
playas del Carmelo. Pero no quiere quedarse ahí, a la espera. Ella es
mujer de decisiones rápidas. Y acude a su confesor. Quiere hacer voto
privado de virginidad.
La cosa está solo al conocimiento de su confesor. Éste le da su con-
sentimiento. Pero le pone también sus límites. ¿No se fiaba del todo? Va
a ser como un ensayo en tiempos.
Ella va preparando todo con cuidado y el detalle. La víspera, el 7 de
diciembre de 1915, ella misma se anuncia el acontecimiento. De nuevo
podríamos leer los sinónimos de la misericordia divina: “Es mañana el
día más grande de mi vida. Voy a ser esposa de Jesús. ¿Quién soy yo y
quién es Él? El Todopoderoso, inmenso, la Sabiduría, la Bondad y Pu-
reza misma se va a unir a una pobre pecadora. ¡Oh Jesús, mi amor, mi
vida, mi consuelo y alegría, mi todo! ¡Mañana seré tuya! ¡Oh, Jesús,
amor mío!” (D 15,13).
No hubo ningún testigo terreno, pero sí muchos celestiales. También
la fórmula era de fabricación propia, hecha con mucho mimo y cuidado:
“Hoy, ocho de diciembre de 1915, de edad de quince años, hago el voto
delante de la Santísima Trinidad y en presencia de la Virgen María, de
San José y de todos los santos del Cielo, de no admitir otro Esposo sino
a mi Señor Jesucristo, a quien amo de todo corazón y a quien quiero
servir hasta el último momento de mi vida. Hecho por la novena de la
Inmaculada para ser renovado con el permiso del confesor”. (D 15,13).

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10. Entre las perfecciones divinas

La vida mística de Teresa de Los Andes es una escuela de teología


actual. Ahí ha aprendido por experiencia vivida cuál es el cortejo de
Dios, sus perfecciones o atributos. Pero todavía se interna más en el
misterio de Dios: “Sentí un gran impulso por ir a la oración e hice mi
comunión espiritual. Pero, al dar la acción de gracias me dominaba el
amor enteramente. Principié a ver las infinitas perfecciones de Dios,
una a una; y hubo un momento que no supe nada: estaba como en
Dios” (C 58, 29).
En el Diario va a especificar más estas perfecciones: “la Bondad, la
Sabiduría, la inmensidad, la Misericordia, la Santidad, la Justicia [.].
Cuando contemplé la justicia de Dios, me estremecí. Hubiera querido
huir o entregarme a la justicia.” (D 49,4). Sin duda en esta última ex-
periencia reaparecía en su subconsciente algunas prédicas clásicas de la
época sobre los novísimos o el esquema del más allá.
En una carta escrita a una amiga vuelve a enumerar estas perfeccio-
nes con una definición adecuada. Al llegar a la misericordia, la especifi-
ca así: “la misericordia, que jamás deja de perdonar” (C 138,3).
Sobre la Misericordia en particular anotará: “¡Ay, Señor, qué grande
eres en tu misericordia” (D 17,7). “Le alabaré y cantaré sus misericor-
dias constantemente” (D 31,6). “Entonces me acordé de Jesús, de su mi-
sericordia cuando miró a Pedro y lo enterneció con su mirada” (D 31,7).

11. En las purificaciones pasivas

En medio de sus purificaciones místicas pasivas, descritas por san


Juan de la Cruz (2N 6), Teresa de los Andes, se refugiará en la Miseri-
cordia de Dios. Aparecieron las dudas sobre la fe,
“que tuve la tentación de no comulgar y después, cuando tenía en mi
lengua la Sagrada Forma, la quería arrojar, porque creía no estaba ni
existía allí Nuestro Señor [.] La tercera prueba fue la más horrible.
Sentí todo el peso de mis pecados y los numerosos favores y el amor

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de Dios. Ya no sabía lo que me pasaba de ver que no correspondía a


Nuestro Señor. [.]
Al día siguiente se me presentó Nuestro Señor no ya en agonía, sino
con el rostro muy triste. Le pregunté qué tenía, pero no me contestó,
dándome a entender que enojado conmigo. Pero después, como yo in-
sistiera en preguntarle, me dijo que no quería hablar conmigo, y que
era una pecadora, y me dijo en un momento todos los pecados de mi
vida y siguió muy triste. Quedé con una pena negra y confusa de mis
pecados. Pero no podía creer que Dios estuviera tan enojado, pues Él
me ha dicho que me ha perdonado. Y además, Él es todo Bondad y Mi-
sericordia” (D 56, 3).
Luego vendría la calma y la confianza. “En fin, me abandono a la
voluntad de Dios. Él es mi Padre, mi Esposo, mi Santificador. Él me
ama y quiere mi bien”. (D 56,6).

12. Es mi propia sangre

Teresa lleva una espina en su propio corazón. Es su propio hermano


mayor, Miguel. Es la gran preocupación de la joven Juanita. Esta pre-
ocupación se agravó cuando se puso enfermo. Sabemos que Miguel,
muy bien dotado, poeta, llevaba una vida un tanto bohemia y se excedía
en la bebida. Miguel, refiriéndose a ella, solía decir que en su casa había
una santa de verdad.
Entre las experiencias místicas de Teresa de Los Andes está también
en lado negativo de los humanos. “Esto me produce una amargura in-
decible. Para mayor tormento, me llegó carta de mi madre en que me
dice ruegue para que Nuestro Señor se lleve a Miguel, porque está muy
malo. Esto me tiene fuera de mí misma, porque es mi propia sangre la
que ofende a Dios” (D 55,3).
La carta de despedida que la santa escribe a Miguel antes de entrar
en el monasterio de Los Andes tiene acentos heroicos de amor: “Si tú
pudieras comprender lo mucho que he llorado yo por ti, me oirías todo
lo que mi alma te quería decir. Prométeme que todos los días vas a
rezar un Ave María a la Santísima Virgen para que te dé la salvación, y

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que este crucifijo lo llevarás siempre hasta tu muerte, como recuerdo de


tu hermana. Siempre lo he llevado yo conmigo” (C 93,4).
De hecho, Miguel era profundamente religioso y vivió muy cristia-
namente sus últimos años, obtuvo premios a sus poesías y testificó en el
proceso de canonización de su hermana.
Pero no solamente es Miguel la gran preocupación de Teresa. Tam-
bién su mismo padre, que parece se enfrió en sus prácticas cristianas
debido a sus infortunios, y otras personas que no nombra fueron su gran
preocupación. En más de una ocasión se alegra de que hayan mejorado.
“Hoy me he unido a Nuestro Señor. Me he ofrecido a Él por la conver-
sión de esas personas” (D 22,1).

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