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Conocí la obra de Jean-François Revel (1924 – 2006) cuando, en 1985, leí su entonces
rompedor libro COMO TERMINAN LAS DEMOCRACIAS (1). La lectura del provocador
ensayo, que ponía en solfa los fundamentos de la corrección política de la época, me
causó una estimulante y fructífera sacudida ideológica. Desde entonces venía conser-
vando un sentimiento de admiración y respeto por el prestigioso y profusamente ga-
lardonado filósofo, escritor y periodista francés. Pero hete aquí que el señor Revel
también fue reputado gastrónomo y que, al correr de los años, la historia de la gastro-
nomía relegó a la política en el escalafón de mis intereses. Nada original, pues ya lo
cantaba Carlos Cano en La metamorfosis (2): El mismo que decía: ¡compañero a luchar!
/ en la gastronomía encontró su ideal. El caso es que, recientemente, he leído con mu-
cho interés su libro sobre historia de la gastronomía UN FESTÍN EN PALABRAS (3), y…
¡Nunca lo hiciera! Mi admiración y respeto por Revel se han trocado en decepción. Una
decepción profunda al comprobar la profusión de lagunas, inexactitudes e incluso
errores históricos que contiene, y una indignación aún mayor, al constatar que buena
parte de esos errores y omisiones, muchos de ellos sospechosos de dolosa intenciona-
lidad, están al servicio del prolijo entramado de invenciones sobre el que se sustenta la
fama gastronómica de Francia, y de la damnatio memoriae hispanorum decretada ya
en el siglo XVI por los herejes enemigos de España y abrazada con entusiasmo en el
XVIII por los ilustrados franceses. En definitiva, he constatado que, a pesar de llegar a
ser un intelectual de fuste, los prejuicios antiespañoles asimilados desde la más tierna
infancia estaban tan hondamente arraigados en Revel que ninguno de los saberes ad-
quiridos posteriormente fue capaz de desterrarlos. Para desencanto y desazón de
quien esto escribe, resulta que mi otrora idealizado Jean-François Revel no fue más
que otro francés chovinista, hispanófobo y negrolegendario, con una pátina de pedan-
te suficiencia en el decir, y una coraza de desvergonzada caradura en el timar. Comme
il faut. Por cierto, en España fue nombrado caballero de la Orden de Isabel la Católica
con el grado de Gran Cruz… Sin comentarios, ¿para qué?
UN FESTÍN EN PALABRAS (3) fue editado por vez primera en noviembre de 1980, y el
nivel de conocimientos que había entonces sobre el tema podría explicar muchas de
las lagunas e inexactitudes que contiene. Pero mi ejemplar es de la tercera edición
realizada en noviembre de 2009, y, según asegura la reseña de la obra en páginas web
como las de PlanetadeLibros (4) y Amazon (4): Este libro resurge hoy, en una edición
enteramente revisada y muy ampliada por el propio Revel, en la misma colección, tam-
bién totalmente renovada, que lo vio nacer en 1980. ¿Enteramente revisada? Pues sí,
eso dice, y yo añado que menuda bribonada de revisión. Pero mejor juzgue el lector
por sí mismo a la vista de esta selección de “perlas” que incluyo a continuación y que
en modo alguno pretende ser exhaustiva.
Página 13:
Para ir abriendo boca, ya en el prólogo el señor Revel nos obsequia con esta sorpren-
dente tontería:
[…] apenas podemos imaginar cómo dos hortalizas, tan íntimamente relacionadas con
la cultura mediterránea como el tomate y la berenjena, no se consumieran de hecho
hasta el siglo XIX.
Es cierto que, en algunas regiones, los europeos tardaron lo suyo en decidirse a con-
sumirlos y solo los cultivaban como plantas ornamentales (6):
En el siglo XVIII el tomate venció las renuencias de los franceses, y en el XIX las de bri-
tánicos y alemanes. En el siglo XX, por fin, la salsa de tomate se había introducido en
las cocinas de Occidente hasta tal punto que ya no era posible imaginar la gastronomía
de medio mundo sin su presencia.
Se conoce que, para el señor Revel, España y sus vecinos de latitud no deben de contar
como países europeos.
En cuanto a las berenjenas que aparecen mencionadas por Latini en la reseña anterior,
ya eran alimento corriente en Oriente Medio y el norte de África muchísimo antes del
siglo XIX. En España se consumieron desde que los musulmanes las trajeron en el siglo
VIII. Como explico en LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO (7):
Las berenjenas se cultivaban en el sudeste asiático, al menos dos mil años antes de
Cristo. Mercaderes árabes las llevaron al norte de África, y de allí fueron traídas por los
musulmanes al sur de la península ibérica.
El buque insignia de los platos con berenjenas, el pisto manchego —y sus homólogos la
fritada aragonesa, la samfaina catalana, el tumbet mallorquín y la ratatouille proven-
zal—, tuvo su origen en una receta procedente de Bagdad que Ziryab (789 – 857) in-
trodujo en la corte cordobesa durante la primera mitad del siglo IX, la alboronía (7):
Un plato antecesor del pisto, hecho con fritura de berenjenas, calabacines, cebollas y
membrillos que se sirvió en la boda del hijo de Harún al-Raschid; posteriormente, los
españoles del siglo XVI sustituirán el membrillo por los pimientos y tomates traídos de
América. […] En la boda de Al-Ma’mün, hijo de Harún al-Raschid, con la princesa Al-
Buran, se sirvió este plato llamado alboronía, según unas versiones en honor a la prin-
cesa Al-Buran, aunque según otras el vocablo procede de la palabra árabe “al-
baraniyya” que significa “cierto manjar”.
Afirmar, como hace Revel, que las berenjenas, no se consumieran de hecho hasta el
siglo XIX, es un error tan garrafal que resulta inexplicable… salvo que España y sus ve-
cinos de latitud no cuenten para él como países europeos, claro.
Páginas 40 – 41:
Como la ignorancia es muy osada, Revel también se atreve con la gastronomía mexica-
na. En relación con el mole poblano, nuevamente se deja llevar por su hispanofobia
negrolegendaria al afirmar:
En pueblos pobres, he tenido el placer de degustar platos exquisitos: la “barbacoa” de
los indios de México, […] el mole poblano5 en el mismo país […], y un poco más adelan-
te, añade: […] la inmensidad del cataclismo que se tragó a las cocinas precolombinas
por el empobrecimiento del indio, como consecuencia de la era colonial […]
Por otro lado, como muy bien sabía el señor Revel aunque lo ocultara, la era colonial
no existió porque en el Imperio español no hubo colonias. Revel llama era colonial al
periodo virreinal, con la manifiesta mala intención de equipararlo con el reiteradamen-
te fracasado colonialismo francés. Es un “error” doloso que aún hoy siguen perpetran-
do aquellos en los que la majadería, la ruindad y la vileza pugnan por sobrepujar.
Además, mientras duró el Imperio, todos los españoles de América, indios incluidos,
gozaron de un nivel de vida y de un poder adquisitivo muy superior al que tenían los
europeos de la época, incluidos londinenses, parisinos, romanos o madrileños. Los que
sí empobrecieron concienzudamente a los indios de sus colonias fueron los compatrio-
tas del señor Revel.
En la nota mole poblano5, Revel trata de ilustrarnos… y mejor hubiera hecho no me-
tiéndose en líos:
5
El mole es un guiso de pavo al chocolate. El chocolate, en estado natural, no es dulce,
es la harina de cacao pura. Es el plato precolombino por excelencia porque tanto el
pavo como el chocolate son de origen americano, y eran desconocidos en Europa antes
de Cristóbal Colón. Poblano puede venir de pueblo, lo que indicaría que el mole es un
plato popular (de días festivos al menos) o de Puebla (la ciudad), lo que indicaría un
origen regional.
Lo más sorprendente es que, en su juventud, Revel había pasado dos años en México
como profesor. Dos años en los que enseñar, enseñaría lo que enseñara, pero apren-
der, no aprendió nada. Ni tan siquiera aprendió prudencia, y en su afán por demostrar
las excelsas virtudes de las cocinas precolombinas que, según él, destruyeron los espa-
ñoles, tiene el desacierto de elegir el mole poblano como ejemplo de plato supervi-
viente a ese cataclismo. ¡Craso error! Precisamente el mole poblano fue creado en el
siglo XVII en el convento de Santa Rosa, en la ciudad de Puebla, por la monja dominica
sor Andrea de la Asunción que se encargaba de la cocina. Para su famosa creación, Sor
Andrea mezcló ingredientes autóctonos —chiles, cacahuetes, chocolate, jitomates,
guajolote…— con otros españoles —ajos, cebollas, almendras, azúcar…— y obtuvo el
que se ha convertido en plato emblemático de la gastronomía mexicana que en modo
alguno es el plato precolombino por excelencia. Y es que las petulancias del ignorante
las carga el diablo.
En LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO (8) explico que el origen de los actua-
les moles mejicanos no es precolombino como afirma tan rotundamente el señor Re-
vel. Lo que sí es precolombino es el vocablo náhuatl mulli del que deriva la palabra
mole. El mulli o chilmulli era una especie de potaje que preparaban los mexicas para
sus grandes señores con diversos tipos de chiles y otros muchos ingredientes. En cam-
bio, los moles que conocemos hoy se gestaron durante la época virreinal:
Cuenta Luis Francisco Martínez Montes en su maravillosa obra ESPAÑA, UNA HISTORIA
GLOBAL que, en la década de los sesenta, siendo el poeta y premio Nobel mejicano Oc-
tavio Paz embajador de México en la India, le llamó la atención el notable parecido
entre el curry indio y el mole mejicano. Según la tradición, el mole, un majado realizado
con diversos ingredientes como clavo, coriandro, almendras, chile, chocolate o canela,
fue inventado por las monjas en el convento de Santa Rosa de Puebla que en el siglo
XVIII era la segunda ciudad más poblada de Nueva España. Hoy, el mole es un símbolo
de la identidad nacional mexicana del mismo modo que el curry se identifica con la
India. Sin embargo, tanto el mole como el curry tienen su origen en la gastronomía mu-
sulmana llevada casi al mismo tiempo a América por los conquistadores españoles y a
la India por la dinastía Mogol. Otrosí: las empanadillas rellenas que, procedentes de
Persia, llegaron a los reinos cristianos peninsulares a través de al-Ándalus, fueron lle-
vadas a América por colonos, probablemente gallegos, y hoy son un plato emblemático
de la gastronomía argentina.
Página 74:
Página 76:
A vueltas otra vez con la gastronomía mexicana y en relación con las tortillas de maíz,
Revel afirma:
Aún tenemos el ejemplo de un pueblo que se alimenta esencialmente de las tortas lige-
ras hechas de maíz: son los indios de México y de América Central. Sus tortillas (nombre
que los españoles dieron a las crepes de maíz que utilizaban como pan) poseen un po-
der nutritivo superior al del pan blanco que se encuentra en los comercios mexicanos
para consumo de europeos y estadounidenses y, además, son más sabrosas.
Página 117:
En la página 117 de su libro, el señor Revel afirma que los fideos y los macarrones fue-
ron elaborados, por primera vez en Europa, en la Italia del siglo XIV. Tampoco esto es
cierto y también esta falsedad tiene la finalidad de borrar a España de la historia de la
gastronomía.
Obviamente, a Revel todo esto le debía sonar a chino, el idioma de los que, según él,
habían inventado los macarrones.
Página 129:
Por supuesto, según Revel y sus compatriotas, la “gran cocina” es un invento francés,
sólo francés y nada más que francés ¿vale?, aunque, en un rapto de humildad que los
engrandecería aún más si ello fuera posible, los franceses admiten que, en el siglo XVI,
recibieron un pequeño estímulo inicial de origen florentino:
Los franceses, xenófobos por excelencia, fijan —la excepción no confirma la regla— los
comienzos del arte culinario moderno y los orígenes de la “gran cocina” en la fecha de
llegada de Catalina de Médicis a Francia, acompañada de sus cocineros florentinos.
Página 133:
[…] entre el VIANDIER, de Taillevent, aparecido a finales del siglo XIV, y el CUISINIER
FRANÇAIS, de François de La Varenne, publicado en 1651, no aparece en Europa, y par-
ticularmente en Francia, “ningún libro de cocina propiamente dicho”.
¿No? ¿De verdad que no? Pues en España, en ese periodo de tiempo —principios del
siglo XIV a mediados del XVII—, se escribieron, entre otros, los siguientes libros de co-
cina propiamente dichos (13):
LLIBRE DE SENT SOVÍ, anónimo y fechado en torno a 1324, es la fuente histórica fun-
damental para conocer la historia de la alimentación europea en la Edad Media.
ARTE CISORIA, escrito por el marqués Enrique de Villena en 1423 y publicado por vez
primera en 1766.
LLIBRE DE COCH, escrito por Ruperto de Nola hacia 1490 y repetidamente editado
desde su primera edición en Barcelona en 1520. En 1525 se publicó la primera edición
en castellano.
OPERA DELL'ARTE DEL CUCINARE, escrito por Bartolomeo Scappi y publicado en 1570,
fue reeditado reiteradamente hasta 1643. Aunque no es una obra de cocina española,
sí recoge numerosas aportaciones españolas, entre las que destaca la novedosa utiliza-
ción de ingredientes traídos de América.
LOS QUATRO LIBROS DEL ARTE DE LA CONFITERIA, escrito por Miguel de Baeza e im-
preso en 1592. Es el primer libro de confitería publicado en castellano y está dirigido a
los jóvenes aprendices y oficiales del gremio. Lo más destacado es que el azúcar ya se
utiliza profusamente en sustitución de la miel que había sido, desde siempre, el endul-
zante tradicional*.
LIBRO DEL ARTE DE COCINA, escrito por Diego Granado Maldonado. La primera edición
es de 1599, la segunda de 1609 y la tercera y última de 1614. Es una recopilación que
pretende hacer un resumen de la cocina europea del momento.
LIBRO DEL ARTE DE COZINA (14), escrito por Domingo Hernández de Maceras en 1604
y publicado en 1607. Mientras que los demás libros recogen la cocina cortesana, éste
tiene la singularidad de que recoge la cocina popular de su tiempo. Los platos sencillos,
baratos y sabrosos que preparaba en las cocinas del Colegio Mayor de San Salvador o
de Oviedo, en Salamanca, para dar de comer y cenar diariamente a una veintena de
voraces colegiales. La obra también es pionera en el desarrollo y la aplicación de dos
conceptos que hoy están de plena actualidad entre los profesionales: la cocina de
aprovechamiento y la cocina de proximidad.
A la vista de lo visto, nuevamente hay que concluir que el señor Revel, en un ejercicio
de cerrazón muy francés pero impropio de un intelectual de su talla, se obceca en no
reconocer el atraso gastronómico de Francia con respecto a España. Y para justificar
tan absurdo e infame ninguneo, no duda en excluir a España y a sus vecinos latitudina-
les de “su” Europa.
Página 137:
Una afirmación como ésta, puesta además por escrito, debería ser perseguida de oficio
por el ministerio fiscal. O Revel fue un cretino, o un ignorante supino, o en él, la obse-
sión francesa por robar creaciones culinarias ajenas alcanzó cotas que hubieran hecho
palidecer de envidia al propio Chauvin.
En LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO (16) explico el origen del manjar blan-
co… el verdadero origen, claro:
Una creación del bagdadí [Ziryab] que se convirtió en uno de los platos más afamados
durante la Edad Media y el Renacimiento, fue la llamada zirbaya, evidente deformación
de ziryaba, que consistía en una crema espesa elaborada con un hervido de pechuga de
gallina, arroz, leche, almendras molidas y azúcar. Con toda probabilidad, su receta fue
trasunto de un plato persa más antiguo llamado “isfidbadj” con el que guarda notables
similitudes; aunque tampoco hay que olvidar que los romanos tenían recetas muy pa-
recidas que nos han llegado en los escritos de Catón el viejo (siglo I a.C.) y de Apicio
(siglo I d.C.). En todo caso y fuera cual fuese la fuente de inspiración de Ziryab, la fama
de su zirbaya traspasó las fronteras de al-Ándalus y conquistó el occidente europeo.
Con leves variaciones, dio lugar al manjar blanco de los reinos cristianos peninsulares
llamado “menjar blanc” en catalán, al “blanc manger” de los franceses y al “bianco-
mangiare” de los italianos.
Pues no. Resulta que, según Revel, el manjar blanco lo inventó ese tal Guillaume Tirel
(h. 1314 – h. 1395), apodado Taillevent (Cortaviento), en el siglo XIV. El mismo manjar
blanco cuya receta aparece en el LLIBRE DE SENT SOVÍ de 1324, cuando Taillevent te-
nía alrededor de diez añitos. Ignaro Revel, indocumentado Revel, pero siempre ba-
rriendo para casa.
Página 169:
Raro, ¿no?, que un soldado alemán, tras licenciarse, en vez de volver a casa se viniera a
España con unas cepas del valle del Rin en su mochila, la atravesara de norte a sur y
decidiera afincarse en la zona de Montilla-Moriles, en la provincia de Córdoba, resulta
más que raro. ¿No sería más bien un soldado cordobés llamado Pedro y apellidado
Jiménez o Ximénez, como se escribía en la época, o Ximén según otras versiones,
quien, tras licenciarse, volvió a casa? Parece mucho más razonable, pero en su afán de
borrar a los españoles de la historia de la gastronomía, el señor Revel asume como
ciertas las conjeturas más rocambolescas. Como raro resulta también que, un soldado
licenciado que se desplazaba a pie, transportara unas cepas desde el valle del Rin o del
Mosela para plantarlas en Montilla, y que, después de tan largo viaje, llegaran en buen
estado de conservación.
Pues sí, todo muy raro. Tan raro que no es más que otra patraña inventada por cierto
ampelógrafo alemán del siglo XVII, difundida por otros escritores alemanes y recogida
como verídica por Revel. Según el imaginativo teutón estudioso de las vides, la cepa
pedro ximénez sería originaria de las Canarias o de Madeira, de allí habría llegado a
valles vinícolas alemanes y, en el siglo XVI, habría realizado el viaje de vuelta hasta tie-
rras cordobesas en la mochila de un soldado de los tercios. O, según otra versión
igualmente fantasiosa, habría sido un cardenal llamado Pedro Ximénez el que la habría
traído y plantado en los montes de Málaga. Cábalas y conjeturas sin más fundamento
que la imaginación calenturienta de unos zumbados.
Lo que sabemos con certeza (17) es que la uva pedro ximénez es originaria de la cuen-
ca del Mediterráneo, que las pruebas de ADN demuestran su parentesco genético con
la variedad norteafricana de uva de mesa gibi y con la variedad extremeña alarije, y
que, desde comienzos del siglo XVI, su cultivo se extendió por el sur de la provincia de
Córdoba, desplazando a otras cepas gracias a sus excelentes cualidades. Lo demás son
figuraciones, leyendas o fantasías. Y, desde luego, su procedencia de las variedades
que se cultivan en las cuencas del Rin y del Mosela no es más que una fábula, como
han demostrado los estudios de ADN.
Página 175:
[…] poco después, la primera de las grandes salsas madre, la primera salsa radicalmen-
te nueva desde las “dodines” de Taillevent y las salsas verdes del Renacimiento italiano:
la mayonesa cuya invención se atribuye al duque de Richelieu, quien, tras haber toma-
do el puerto de Mahón el 28 de junio de 1756, habría bautizado “mahonesa” a una
salsa de su autoría, que otros prefieren llamar “bayonesa”, mientras que Carême la
llama “magnionnaise” que, según él, vendría del verbo “manier” (manejar). Este último
sostiene que siempre se la ha llamado así en las cocinas.
¡Hala! Desde que el mariscal Richelieu conoció la salsa en Mahón y la llevó a Francia,
los gabachos se atropellaron quitándose la vez para robarles la autoría a los mahone-
ses y atribuirla al presunto ingenio culinario francés. ¿Nación de cocineros ladrones o
de ladrones cocineros? En realidad, sean cocineros, escritores o titiriteros, todos prac-
tican el plagio, la mentira y la estafa con total naturalidad. Y Revel no fue una excep-
ción.
Página 182:
Otro descarado robo de autoría. Con cuánta razón, Dionisio Pérez (Post-Thebussem)
llama a los franceses ladrones de salsas. Y no solo de salsas, añado yo. Por ejemplo, la
tortilla a la que los españoles bobaliconamente llamamos francesa, es otro robo fran-
cés de una receta española (18).
[…] la revolución decisiva ha consistido, en el siglo XIX, en el paso del “servicio a la fran-
cesa” al “servicio a la rusa”. El servicio denominado a la francesa ha regulado nuestros
ágapes no sólo en Francia sino en toda la Europa occidental durante cerca de mil años,
desde los festines medievales a los banquetes del Primer Imperio […] consiste en dispo-
ner de golpe sobre la mesa todo lo que se ofrecerá a los invitados, […] por el contrario,
el servicio a la rusa, que se ha convertido en el nuestro, ejecuta una partitura musical
en la sucesión temporal.
[…] Tanto en las mesas populares como en las nobles, los platos se servían todos a la
vez y se ingerían según la apetencia o el capricho del comensal. Ziryab, buen conocedor
de la alta cocina bagdadí, se erigió en supervisor culinario de la corte cordobesa. Dispu-
so el orden en el que debían servirse los platos para que la comida resultase armoniosa:
primero los entremeses seguidos, en su caso, de la sopa, después los pescados, a conti-
nuación, las carnes y, por último, los postres y la fruta. Tras la comida, durante la so-
bremesa, debían servirse las infusiones y los licores acompañados de frutos secos para
prolongar así el placer de la plática. Como vemos, es el mismo protocolo que, desde
entonces, sigue vigente en Occidente. También sigue en vigor otra novedad que im-
plantó Ziryab en la corte andalusí, la de sustituir las copas tradicionales de oro o de
plata por copas de cristal para servir el vino. De esa forma, el placer estético de con-
templar los bellos colores de los caldos de la uva, se sumaba al deleite proporcionado
por sus aromas y sabores. […] Este orden, como tantas otras costumbres en el Bagdad
de la época, está inspirado en el banquete romano clásico (“convivium”) que comenza-
ba con los aperitivos (“gustatio”), seguía con los platos principales de pescados y car-
nes (“prima mensa”) que incluía el plato estrella, normalmente de carne (“caput ce-
nae”), y terminaba con los postres (“mensa secunda”).
(1) Revel, Jean-François, COMO TERMINAN LAS DEMOCRACIAS, Editorial Planeta S. A.,
Barcelona, 4ª edición, 1984.
(2) Cano Fernández, José Carlos, disco SI ESTUVIERAN ABIERTAS TODAS LAS PUERTAS,
canción LA METAMORFOSIS, sello Movieplay, 1983.
(5) Quesada Rettschlag, Fernando R., LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO.
HISTORIAS, CURIOSIDADES Y ANÉCDOTAS GRASTONÓMICAS, Editorial Cultiva Libros,
Madrid, 2017. Premio Gourmand World Awards al mejor libro de Literatura Culinaria
en español, 2017. Capítulo 13: EL CONTROVERTIDO Y DENOSTADO FRUTO DE LA TO-
MATERA.
(6) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO, capítulo 17: LA SALSA DE TOMATE.
(7) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 02: LA HERENCIA DE AL-
ÁNDALUS: LA ETIQUETA EN LA MESA.
(8) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 02: LA HERENCIA DE AL-
ÁNDALUS: LA ETIQUETA EN LA MESA. El párrafo citado pertenece a la segunda edición
de este libro que verá la luz editorial próximamente.
(9) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO, capítulo 34: LA LENTA Y DIFÍCIL ACEP-
TACIÓN DE LA PATATA EN EUROPA.
(11) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO, capítulo 17: LA SALSA DE TOMATE.
(12) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 02: LA HERENCIA DE AL-
ÁNDALUS: LA ETIQUETA EN LA MESA.
(16) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 02: LA HERENCIA DE AL-
ÁNDALUS: LA ETIQUETA EN LA MESA.
(17) Extracto del libro LOS VINOS DE MONTILLA MORILES, de Manuel María López Ale-
jandre, disponible en: https://www.pedroximenez.es/historia-del-pedroximenez.html.
LA CASA DEL PEDRO XIMÉNEZ: https://lacasadelpedroximenez.com/que-es-el-px/. Pá-
ginas consultadas el 08/04/2023.
(18) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 22: ¿TORTILLA FRANCESA O
TORTILLA LIADA?
(19) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 18: LA SALSA DEL IMPERIO.
(20) LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO. Capítulo 02: LA HERENCIA DE AL-
ÁNDALUS: LA ETIQUETA EN LA MESA.