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Vamos también nosotros y muramos con El...

 En los umbrales de Jerusalén

Ya viene la Pascua y un año más nos planteamos cual es la experiencia a la que nos queremos
exponer. Cada uno traemos nuestras preguntas en el atillo del corazón, los cansancios de un camino de
seguimiento no siempre fácil. Cada uno tiene sus pequeñas cruces y sus diminutas esperanzas que viene a
confirmar o a desmentir.

Todos desearíamos que esta Pascua de Liberación fuera como la primera, la única, la última para la
conversión definitiva. Y sin embargo... seguramente casi todos venimos como “perros viejos” disfrazados
de discípulos... que no se creen del todo, por propia experiencia, que esta Pascua, precisamente esta, sea LA
PASCUA PARA MI, mi paso de la muerte a la vida, del individualismo a la fraternidad, del egoismo a la
solidaridad, de la seguridad al riesgo, de la autorealización al Reino...

Por eso una vez más nos avisamos, nos recordamos, nos animamos a intentarlo de nuevo y, para
ello, a centrarnos en estos días en lo único importante: Jesús. El habrá de ser el centro sobre el que todo
gire, el protagonista al que todos escuchemos y contemplemos, el único tema, la única experiencia que
interesa en realidad...

Comenzemos pues...
Antes de entrar en los significados y acentos del Jueves, del Viernes y del Sábado Santos (Triduo
Pascual), nos situamos en los umbrales de Jerusalén porque aún estamos subiendo con Jesús y no está muy
claro si de verdad queremos o podemos entrar con El.
Quisiéramos saber qué pasa por la cabeza y el corazón de Jesús en este momento...

Imaginémos:
La decisión de subir a Jerusalén está siendo una de las más difíciles en la vida de Jesús. Se ha
desatado el conflicto con los poderes religiosos y políticos. Jesús ha probado a ignorarla (“Yo sigo mi
camino...” Lc 13,33), ha empezado a hablar enigmáticamente cambiando de táctica para que entienda el que
pueda (Mc 4,11), e incluso ha intentado huir “retirándose una temporada” (Mt 14,13)... Pero todo eso se ha
vuelto insuficiente. El conflicto no remite sino que se intensifica y en esas circunstancias Jesús se ve llevado
a una decisión oscurísima y solitaria: “Tomó la decisión de subir a Jerusalén” (Lc 9,51 (Algunos traducen
literalmente: “se dispuso con valor a subir a Jerusalén”)).

No está tan claro que subir a Jerusalén sea la decisión más acertada porque podría ser una tentación:
estar obligando a Dios con ello a intervenir... y eso es “tentar al Señor tu Dios” (Mt 4,7)... Pero, por otro
lado, quedarse en la paz del retiro, podría equivaler a olvidar la causa del Reino, siendo infiél al Dios que se
identifica con lo humano...

Además ¿No tendrán razón, por una vez, tus discípulos cuando piensan que te juegas inutilmente la
vida?... Presentarte en Jerusalén cuando los jefes han decretado matarte es un paso que no goza del apoyo de
ninguno de tus seguidores. Y es natural: precisamente porque te quieren desean evitarte un peligro tan serio:
“¿Cómo quieres ir allí si están tratando de lapidarte?” (Jn 11,8).

Jesús tiene que tomar, por tanto, una decisión en esa soledad radical en la que la persona es siempre
ella misma ante Dios: “Jesús subía solo delante de ellos, y ellos se asombraban y tenían miedo de seguirle”
(Mc 10,32).

Habrá que soportar la falta de aceptación de los que le quieren a uno o, exponerse a hacerles daño
sin querer, cuando el mismo cariño le lleve a más de uno a reaccionar como Tomás: “Vamos también
nosotros y muramos con El” (Jn 11,16).

Jesús comprende el cariño de sus discípulos pero sabe también que ha de hacer verdad el Plan de
Dios y decir la verdad es exponerse a no ser creído cuando la verdad lesiona los intereses de las instituciones
y de los poderosos. Sabía que, en último término, los hombres se vuelven violentos, con una violencia
extraña, extrema e impensada.
En estas condiciones subir a Jerusalén no sólo es jugarse la vida, sino exponer a ver Su Verdad (la verdad
de Dios) injuriada, falsificada y convertida en blasfemia.

Por todo esto Jesús decidirá subir a Jerusalén, pero sin tentar a Dios. Es decir; sin esperar una
victoria de Dios que anule la libertad de los hombres. Entrará en Jerusalén sin “disponer” de Dios,
renunciando a las “legiones de ángeles” que lo podrían defender. Pidiendo quizá solamente “la fuerza del
Espíritu” (Heb 9,14) para encarar todas las consecuencias de esa decisión.

Por todo esto subir a Jerusalén implica además de una decisión oscura, un doble dolor cuando ya la
decisión ha sido tomada: El llanto por Jerusalén y el miedo a la experiencia de abandono.

Al divisar la ciudad Jesús llorará (Lc19,41) y de sus labios saldrán palabras estremecedoras:
“Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados” (Mt 23,27). La sangre de los
profetas, en estas horas, es la única que puede lavar a Jerusalén.

Y además del llanto, el miedo. Si Dios interviniera aparatosamente para disipar esas tinieblas, todo
sería demasiado infantil. La fe no podría resistir ante la dureza de lo real y Freud tendría razón al decir que
la fe es “el porvenir de una ilusión”... Pero si el Padre deja a Jesús en poder de la noche... Jesús mismo
tendrá que asistir al veredicto de culpabilidad contra la transparencia de su propia causa. Jesús se verá
definido como el Blasfemo por antonomasia, el que pretendió estar por encima de la Ley y del Templo en
favor, simplemente, de los hombres. Y este veredicto será pronunciado desde el más alto tribunal religioso:
desde la “catedra de Moises”.

Finalmente, en Jerusalén habrá que contar además con la posibilidad de que los amigos fallen
porque la prueba es, realmente, insoportable. Será la noche (Jn 13,30). Y al profeta ya no le quedarán
palabras de profeta sino aquellas otras desconcertantes del Siervo de Yahvé: “¿Será posible que me haya
cansado en vano y haya gastado mi vida en viento y en nada?” (Is 49,4 y Mc 15,34).
Quizá habrá alguna mujer loca y sin crédito que no sólo reconocerá en ese gesto de entrega, que
Jesús es el Ungido, sino que ungirá expresamente a Jesús ganandose con eso las iras de todos, pero también
ganando la promesa de Jesús de que esa “forma” de unción desde la gratuidad pertenecerá en adelante a la
Buena Noticia (Mc 14,9). Quizá...

 La lógica de la fraternidad

Pero, y nosotros, ¿dónde estamos?... Es evidente que subir con Jesús a Jerusalén y “entrar” con El
a celebrar la Pascua de liberación, es una experiencia de tal envergadura que necesita un “clima espiritual”
que la envuelva. Sobre todo cuando además de un cariño mal entendido a Jesús (como el de los discípulos),
además del miedo a defender la verdad de Jesús ante los tribunales del “qué dirán”, además de la cordura
que abandona... nosotros llevamos hoy dos nuevas tentaciones a cuestas: la del desánimo y la de la eficacia.

Caemos con suma facilidad en el desencanto y en la apatía desentendiéndonos egoistamente del


sufrimiento de los demás porque la pasión la entendemos bien como amor y gozo fugaz, pero no acabamos
de asumir que pasión también es padecer y, como separamos ambas realidades, terminamos recabando en la
apatía.

Y nos solemos preguntar también: pero...¿qué saco yo con seguir a Jesús?... Es la lógica del
beneficio, del buscar el ser en el hacer, del chato pragmatismo de lo meramente útil... No se trata de negar el
valor de la eficacia, sino de jerarquizarla incluyéndola en una lógica más amplia que no nos dificulte el
poder tomar decisiones como la de Jesús, que nos anime y no nos des-anime en el empeño de hacer
proyectos de vida que entregan la vida... Es entrar en la lógica de la fraternidad.
La fraternidad nos dice que el criterio último de actuación en la vida no es la ganancia (propia o del
propio grupo), sino el servicio que se dirige a todos: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, que se entregan
por todos...”(Mc 14,24) “Y se puso a lavarles los pies a sus discípulos...” (Jn 13,5).

Los cristianos, junto a todos los hombres y mujeres, como hijos de un mismo Padre, estamos
llamados a aportar al mundo la urgencia, realista y utópica, de esta lógica fraternal: “...por iniciativa del
Espíritu de Dios ha nacido en nosotros una urgencia cristiana que nos impulsa a la acción. El sufrimiento
de tanta miseria y nuestra incapacidad para acabar con ella, nos abren a Dios y nos vinculan en
comunidad de hermanos...” (Credo adsis 1).

Esta lógica cuenta con la cruz de la historia y por eso se somete a la paciencia de las mediaciones y,
aún a su posible fracaso, pero no cede a la resignación, ni renuncia a la urgencia pues el reino está ya aquí
entre nosotros (Lc 17,21), presente en un simple vaso de agua dado a un pequeño (Mt 10,42), esperando ser
conquistado con la incruenta pero tenaz “violencia” del amor (Lc 16,16), acelerando el avance para que la
creación “sea liberada de la servidumbre y de la corrupción” (Rom 8,21) y Dios pueda, por fin, “ser todo
en todos” (1Cor 15,28).

Esta Pascua que comenzamos reclama de ti una decisión: Entrar en Jerusalén detrás de Jesús para
afrontar la historia desde la experiencia de la fraternidad que solidariamente se quiere entregar a todos, o...

REZA LOS TEXTOS PROPUESTOS EN EL TEMA Y PREGUNTATE

 En qué circunstancias vengo a la Pascua de este año?


 Qué decisiones tengo que tomar y desde dónde las quiero tomar?
 Qué rupturas tengo que hacer en este momento para poder “entrar” con Jesús en Jerusalén
 Cuáles son los egoismos que tengo que compartir, cuáles las pretensiones que tengo que
crucificar, cuáles las esperanzas que he de resucitar...

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