Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
MOTIVACIÓN INTROPUCTORIA
Dos compañeros compraron con muchos días de anticipación las entradas para asistir a un
partido de campeonato de fútbol. Cuando el día indicado llegaron por la noche al estadio,
estaban cerradas las taquillas y se vendían las entradas en reventa. Los grandes reflectores
estaban prendidos y proyectaban su luz sobre el césped verde del campo. Y aparecieron los
dos equipos. Veinte, sesenta, cien mil espectadores, hombres y mujeres presencian el desfile.
Se lanza el balón y empieza la expectación y el nerviosismo. Hay muchas apuestas hechas
para el vencedor. Los de ambos lados quieren ganar. Gritos, aplausos, silbidos y peleas en el
público, decepciones y éxitos. La televisión y la radio transmiten para millones de personas
que siguen desde fuera. Mañana comentarán el partido todos los periódicos.
Esta es una escena que vivimos a diario. ¿No es verdad? ¿Por qué todo este fervor y
entusiasmo?
-Es que la gente busca divertirse -es la primera respuesta.
Y esto es muy cierto. Todos vamos a un partido para divertirnos. Pero ¿no os parece que en
esto hay que ver algo más que una simple diversión? De hecho, se trata de ir a ver al que
gana, ir a sentir la emoción de un enfrentamiento de fuerzas y admirar el esfuerzo y nobleza
de la lucha de unos valientes. Esto es lo que hace divertido el partido. Y cuanto más se lucha
y más difícil se hace la victoria crece el interés y es mayor la emoción del partido. Ninguno
de nosotros irá a pagar entrada por un partido de siete a cero. Gusta la dureza del encuentro.
Una conquista fácil no es victoria.
El mundo siempre admira y aplaude a unos jóvenes valientes y que luchan. Desde luego, una
competición deportiva tiene para nosotros repercusiones de poco alcance. En la vida hay
luchas más decisivas. Una de éstas es la conquista del reino de Dios. La conquista de la copa
de la vida eterna. La salvación es un trofeo de mayores alcances para nosotros (1 Cor 9, 24).
En la meditación de ayer, nuestro héroe, Cristo, nos invitaba a seguirle. El ideal de la
vocación cristiana, que en los mensajes de ayer nos propuso, es sublime. Él mismo se ofreció
a ayudarnos e ir con nosotros. Pero Cristo para seguirle quiere valientes, jóvenes que estén
dispuestos a luchar por la victoria; y no una victoria incierta como la de un partido de fútbol.
Desde el momento de empezar, Cristo, si estamos dispuestos a luchar, ya nos asegura el
trofeo del éxito final. Digo el éxito final, porque nuestro héroe sólo puede perder en la media
parte. Ésta ha sido siempre su historia.
Seguir a Cristo significa siempre tener que luchar, competir... y vencer. «El reino de los cielos
sufre violencia y los valientes lo conquistan» (Mt 11, 12). «Si alguno quiere venir en pos de
mí -nos dice-, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Le 9, 23).
Los cristianos, en el gran estadio de la vida, no queremos ser simples espectadores, público
que paga para aplaudir, sino «espectáculo para el mundo, los hombres y los ángeles» (1 Cor
4, 9). No queremos sólo que nos diviertan, sino divertir. Ésta es la respuesta concreta que
hoy Cristo espera de cada uno de nosotros. Quiere que le digamos si estamos dispuestos a
seguirle luchando, para conseguir en el mundo la gran victoria.
PARTE PRIMERA
LA ESCUELA DE JESÚS ES SUPERACIÓN Y VENCIMIENTO
Vimos ayer que ser cristiano es convertirse en hombre nuevo. Ahora cabe preguntarnos,
¿dónde está la cuna del hombre nuevo? La cuna donde renace el hombre nuevo es la cruz. Es
con la cruz que Jesús se presenta al mundo como el libertador y el tipo del hombre nuevo. Al
morir Cristo en la cruz, dio muerte al hombre viejo, y la convirtió en fuente de vida nueva.
También nosotros sólo aceptando vitalmente la cruz, es decir, saliendo de la pasividad y
conformismo, y muriendo al hombre viejo de pecado, resucitar a hombres nuevos. En las
cuentas, «más» (+), siempre se escribe con el signo de la cruz...
Desde luego, buscar la cruz por la cruz y el vencimiento por el vencimiento es absurdo e
inhumano. El dolor por el dolor es masoquismo o dolorismo. El dolor hay que evitarlo como
un mal. Siempre que Jesús se encuentra on alguien que sufre lo alivia o lo cura. Pero no son
escasos los casos en que Jesús mismo va en busca del sufrimiento y también lo recomienda.
Es cuando quiere transformarlo o sublimarlo, como medio para conseguir valores nuevos o
una vida superior. Entonces su nombre es: superación, servicio mérito, renovación. Más
propiamente: pascua y redención.
He aquí las cuatro leyes de vida que Jesús ofrece a los jóvenes y a los cristianos para
convencernos y decidirnos a aceptar vitalmente el sacrificio y a luchar con éxito en la vida.
1) La ley de la naturaleza
«Respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24).
La ley biológica que dictó el Creador para que germinara la vida en la naturaleza fue que la
muerte de uno fuera principio de vida para el otro. Corruptio unius generatio alterius. Cristo
mismo nos puso la parábola del grano de trigo, que para poder permanecer y multiplicarse
en la espiga antes tiene que perderse y pudrirse en el surco. Toda recolección se paga con
algún sacrificio. «Aquellos que siembran con lágrimas cosechan entre gritos de júbilo» (Sal
126, 5). Hay que dar para recibir. «El que escaso siembra escasamente cosecha» (2 Cor 9, 6).
Podríamos aducir tantos ejemplos de la naturaleza: la poda remoza las plantas, el invierno
prepara la primavera como la noche al día. Dice un dicho campesino: Quien no arriesga un
huevo no tiene un pollo.
Como se ve, la ley del sacrificio no es una ley escrita en el aire. Es la ley de la vida. El
Evangelio presenta siempre un riesgo a correr, el de nacer de nuevo.
2) La ley del mérito
«Dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida
por mi, la encontrará» (Mt 16, 25).
Por la vida se pierde la vida. Quien quiera ganar, primero debe saber Perder. Todo sacrificio
es fuente de méritos. Mérito es el derecho que se adquiere a la recompensa. La persona que
sufre y lucha dignamente es acreedora de admiración y de premio. Es un principio de la
moral.
«Ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición...Estrecha es la puerta y
angosta la senda que lleva a la vida» (Mt 7, 13, Ad augusta, per angusta. Veamos casos
concretos:
- Para ganar un partido, hay que prepararse con días de entreno.
- Para cobrar el sueldo, hay que trabajar.
- Para sacar buenas notas, hay que estudiar.
- Para ser libre, no hay que dejarse esclavizar por los caprichos y veleidades de la voluntad
El mundo es de Dios y lo alquila a los valientes. Se dice también, que de cobardes nada se
ha escrito. Lo que más cuesta es lo que más se quiere. Es clásico el aburrimiento de los hijos
de los ricos. Como no saben lo que cuesta ganar dinero, por eso lo malgastan. No saben
apreciarlo. Nada les dice nada.
3) La ley del amor
«La mujer, cuando da a luz, está triste, porque le ha llegado la hora; pero cuando el niño le
ha nacido, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo»
(Jn 16, 21).
El máximo exponente del amor humano es el de la madre, que es un amor forjado en el dolor.
Una madre ama al hijo por lo mucho que ha arriesgado y sufrido por él, y, a su vez, el hijo
por lo que por él ha sufrido su madre. El sacrificio es la suprema escuela del amor. Amor y
dolor son correlativos. Cuando descubren los adolescentes el amor lo pintan siempre con un
corazón y una flecha. El clásico flechazo de Cupido.
En el sacrificio está la prueba y sublimación del amor. «El que ama no sufre, porque, si sufre,
ama el sufrimiento» (San Agustín). El que no sabe sufrir y sacrificarse por el otro, no es capaz
de amar. Decía un enamorado: «Pido a Dios que algún día ella tenga necesidad de mí" para
demostrarle lo que yo soy capaz de hacer por ella.»
4) La ley sobrenatural de la redención
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán hartos.
Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios. Bienaventurados los que sufren
persecución por la justicia, porque suyo es el reino de los cielos» (Mt 5, 3ss).
El tipo del hombre viejo es Adán. Él pecó y la ley o castigo que le impuso Dios para su
liberación fue el sacrificio: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente.» El sufrimiento tiene
para la humanidad caída el valor de redención. El hombre perdió la libertad y la gracia por el
abuso del placer y la falta de vencimiento, y tiene que recuperarlas por el sacrificio y el
vencimiento.
Existe un pasaje bíblico, en el Génesis, supremamente gráfico, que nos explica la manera de
conceptuar el sacrificio. Es la lucha que libra Jacob en la región de Yabboq con un ángel
signo del dolor enviado de Dios (Gen 32, 23 ss)
PARTE SEGUNDA
PARTE TERCERA
LA VICTORIA DE CRISTO
Conclusión
Por la cruz a la luz. La cruz es la señal del cristiano. Nosotros no queremos una cruz sin
Cristo, como los marxistas; ni un Cristo sin cruz, como los capitalistas. Cristo en la cruz es
el signo del sacrificio, del amor y de la victoria. El hombre nuevo que inaugura una nueva
creación.
Termino con las palabras que un día pronunció el fundador de la Juventud Obrera Católica
(J.O.C.), cardenal Cardyn, frente a millares de jóvenes trabajadores:
«Qué revolucionarios son aquellos que comprenden el precio de la cruz; ellos cambian el mal
en bien, el sufrimiento en alegría, la muerte en vida... y esta revolución no es sólo espiritual
y personal. Qué renovación profesional, social, económica y política, a la par, ella realiza.»
ANOTACIONES A LA REFLEXIÓN