Está en la página 1de 6

La transferencia Freudiana

Juan de Althaus

Freud estableció el concepto de la transferencia después de su descubrimiento


del inconsciente como hipótesis y de inventar la “asociación libre”
abandonando la hipnosis. Diferenciándose de la psiquiatría, sostuvo que, la
terapia analítica no quiere agregar nada, no quiere introducir nada nuevo, sino, por el
contrario, quitar y extraer algo. Se trata de extraer algo del inconsciente reprimido.

Inicialmente Freud tomó de Breuer el método catártico o la hipnosis para la


cura. El término griego de catarsis alude a la purificación del alma y del cuerpo
en el contexto de la escenificación de las tragedias griegas. El espectador se
entrega a la actuación de los actores en escena, los cuales advierten de las
consecuencias nefastas de su narcisismo desmedido. El sujeto hipnotizado,
mientras se mantiene ante el mundo como un durmiente, se mantiene despierto
ante su hipnotizador, al cual se entrega como el hijo a su madre cuando es
amamantado. Un amor ciego hacia un amo que en gran medida se cierra.

En un momento Freud destituye a la hipnosis estableciendo sus límites: 1. Las


personas normales son más susceptibles de aceptarla. 2. El medio es la
sugestión y se realiza sobre la base de una autoridad casi absoluta del médico.
3. Los hipnotizados sólo se dejan influir hasta determinado grado. 4. Si bien se
modificaba temporalmente el síntoma, el paciente no tenía idea de cómo había
sucedido eso y vuelve a recaer. 5. En los límites del trauma y del síntoma, el
paciente colocaba una pared infranqueable.

Si bien la hipnosis le sirvió a Freud para descubrir el inconsciente y demostrarlo


ante otros, le resultaba cansino, poco interesante y de resultados insuficientes.
Se dio cuenta que para el paciente salir de su “enfermedad” le implicaba un
sacrificio muy grande. Se topaba siempre con una resistencia. Hay algo que se
jugó en el deseo del propio Freud que fuera más allá que Breuer, Charcot y
Janet.

Freud observó que el paciente hipnotizado recordaba hechos de su pasado


infantil que estando en vigilia no recordaba, pero al revelarles luego lo que
habían manifestado durante la hipnosis, hacían algunas interpretaciones que no
habían hecho antes. Como consecuencia dejó de lado la hipnosis y se inventó la
“asociación libre” establecida como regla fundamental del análisis, donde el
paciente debería hablar de cualquier cosa, aún así tuviera restricciones morales
al respecto.

Usando el término de transferencia proveniente de la neurología (transferencia


de energía entre las neuronas), Freud comienza a hablar de transferencias en
plural, como indicando experiencias puntuales con los pacientes dentro de la
sesión, pero que no involucraban todo el lazo establecido en ella. Sólo a partir
del caso Dora, en cuya exposición se extiende considerablemente sobre el tema,
es que Freud logra conceptuar el término general de transferencia en
psicoanálisis.

La manera como Freud intervenía en la transferencia fue definida por Jacques


Alain Miller con el término interpretación-traducción. Esto tenía que ver con los
conceptos freudianos fundamentales de la represión, el complejo de Edipo, la
castración y el síntoma. Se trataba de levantar la represión sobre el inconsciente,
identificado como recuerdos displacenteros provenientes de la infancia o de la
libido reprimida que no había podido encontrar un camino de realización hacia
el exterior.

Sucesos infantiles Interpretación en Consciente

Recuerdos displacenteros Transferencia Inconsciente

Los síntomas, que eran una transacción entre el ello y el yo, podían levantarse o
modificarse haciendo consciente el inconsciente reprimido. Pero esto se hacía
confrontando el amor de transferencia y la resistencia, cuyos prolegómenos fueron
constatados ya en la hipnosis. En el primero, postula que el paciente traslada al
médico sus afectos inconscientes que provienen de la infancia, sustituyendo con
el analista a las personas amadas y odiadas de sus primeros años. El paciente no
se da cuenta de esto, pero permite en una primera fase asista a las sesiones y
que hable para contentar al analista que lo invita decir algo. Después de un
tiempo, cuando el amor del paciente al analista no es correspondido en
términos que él cree que debe serlo, el sujeto pasa, más bien, a desarrollar
sentimientos negativos y de frustración hacia el analista, resistiéndose a
continuar y levantar la represión. El analista no debe ceder a las demandas de
amor del paciente sino más bien comunicarle interpretaciones para que proceda
a investigar sobre su infancia y que la represión ceda.

Freud define así la doble cara del amor en la transferencia estableciendo los
conceptos de transferencia positiva y negativa. El tratamiento psicoanalítico
“puede ser considerado como una segunda educación, encaminada al
vencimiento de las resistencias internas” (T.VII, p.1013).

Freud postula que la palabra, como magia atenuada, es el instrumento


esencial del “tratamiento anímico”. Sin embargo, Freud insiste a lo largo de su
investigación en la resistencia. La compara con la censura del sueño, la
represión, y la satisfacción en el síntoma.

Freud hacía uso de la pregunta al paciente para que surgiera lo


reprimido. A Dora le preguntó si conocía los signos somáticos de excitación
sexual del hombre, pero a la vez no le proporcionaba ningún conocimiento
sobre la sexualidad. A Freud le producía perplejidad los desarrollos lógicos del
discurso del paciente, sin embargo le hacía sospechar que encubrían otras ideas
reprimidas. Los reproches contra otros, eran los mismos que contra la misma
persona. También buscaba que el paciente confirmara o denegara sus
interpretaciones, por lo general, de manera indirecta. Le comunicó a Dora que
su inclinación hacia el padre indicaba su enamoramiento temprano, pero ella
responde con un “no me acuerdo”. La relación amorosa de Dora con la Sra. K.,
indicada constantemente por Freud, era negada por ella siempre. Cuando logró
que ella lo confirmara, no regresó más. Más allá del análisis de los efectos en
Dora de la transferencia planteada por Freud y su modo de intervención, de
este caso él derivó el concepto crucial de la resistencia que prácticamente la
equiparó a la transferencia.

La resistencia se repetía en todos sus pacientes durante todo el


tratamiento, ante lo cual freud no retrocedía. A su vez, todo lo que se repetía,
como algunos sueños, era motivo para invitar al paciente a analizarlos. Muchas
veces Freud realizaba una extensa interpretación del sentido de los sueños del
paciente y se lo comunicaba. Otras veces explicaba al paciente sus actos
sintomáticos que surgían en las sesiones y que los ignoraba. En otras
oportunidades, Freud solicitaba al paciente que le volviera explicar algún tema
que había traído en sesiones anteriores. Al transmitirle sus deducciones, Freud
lograba, con no poco trabajo, que el paciente dijera algo distinto que no había
dicho antes, y lo interpretaba como el surgimiento de nuevos recuerdos
reprimidos.

Las ideas, recuerdos y asociaciones que transmite el paciente son fáciles


de producir, pero la transferencia-resistencia hay que adivinarla con sus
indicios leves. El psicoanálisis no crea la transferencia, ésta se descubre. Está
destinada a ser el mayor obstáculo para la cura, pero se convierte en el más
poderoso auxiliar cuando el analista la adivina y se la traduce al paciente. Los
resultados no surgen sino después de “resuelta” la transferencia.

Hasta el final, Freud insistió que el tratamiento sicoanalítico puede ser


considerado como una segunda educación, encaminada al vencimiento de las
resistencias internas y para explicitarla usó siempre la metáfora militar de un
campo de batalla. El analista debe aliarse al yo debilitado del paciente para
confrontar las pulsiones del ello y las demandas del superyó. En estas
condiciones el paciente puede transferir al analista impulsos de crueldad y
motivos de venganza para mantener los síntomas, puesto que abandonarlos es
un gran sacrificio y los usa para tratar de demostrar la incapacidad del analista.

En el caso del hombre de los lobos, Freud indica que se mostraba


inclinado manifiestamente a la crueldad, y combatió “varias veces su opinión
con acaloramiento”. Una vez le pidió que explique sobre un castigo espantoso
del Oriente que mencionó, pero el paciente se levantó y solicitó no hacerlo.
Freud respondió que no consideraba que era cruel, pero que “la superación de
la resistencia era un mandato ineludible de la cura”, teniendo en cuenta que al
principio de aquella sesión le había explicado el concepto de resistencia.

Freud puntualiza que “la técnica psicoanalítica obliga al médico a


reprimir su curiosidad, y dejar que el paciente fije con plena libertad el orden de
sucesión de los temas en el análisis.” En esta línea, luego abandona las
discusiones con los pacientes, porque en algunos casos se dio cuenta que las
explicaciones psicoanalíticas transmitidas a los pacientes, eran utilizadas por
aquellos para robustecer sus defensas.

En 1910 Freud precisa que hay que pedirle al paciente que no critique,
rechace o retenga sus ocurrencias, ya que esto significaría caer bajo el influjo de
la resistencia. Esto permitiría también la producción de pequeños actos fallidos,
sintomáticos y casuales, que son extraordinariamente significativos, los cuales
el paciente tendría que examinar.

Freud vuelve una y otra vez sobre el “extraño fenómeno llamado


transferencia, consistente en que el enfermo dirige hacia el médico una serie de
tiernos sentimientos mezclados frecuentemente con otros hostiles”. Los
síntomas sólo pueden disolverse o ser transformados en sublimaciones con la
“elevada temperatura” de la transferencia, señalando que ningún analista llega
más allá de lo que le permiten sus propios complejos y resistencias, y que por
eso todo principiante debe analizarse para evitar la contratransferencia.

En uno de sus últimos escritos publicado en 1940 Compendio del


Psicoanálisis explicita nuevas formulaciones. La asociación libre no solamente
permite decir al paciente lo que sabe y oculta sino “lo que él mismo no sabe”.
Esto lo remite Freud al Ello y al inconsciente (Más allá del consciente y el
preconsciente). En este trance el paciente no sólo ve en el analista a un
consejero sino a una reencarnación “de alguna persona importante de su
infancia”, que podrían no ser sus padres. Esta transferencia es ambivalente con
actitudes positivas afectuosas y negativas hostiles. Es simplemente por el amor
al analista que el paciente colabora y se cura abandonando sus síntomas. En
tanto que el superyó fue originado por los padres, como salida del Edipo, la
transferencia permite constituir un nuevo superyó como una especie de
reeducación que no implique sustituir una dependencia por otra, sino respetar
la “independencia de su individualidad”.

Precisa que la transferencia provee de la ventaja que el paciente, en cierto


modo, actúa representando un trozo de su vida ante el analista, lo cual no lo
hubiera hecho en otras condiciones. Es preferible que el paciente actúe en
transferencia y no fuera de las sesiones. Como indicaciones señala que el
analista debe advertir al paciente que el amor de transferencia o el odio
extremos podrían producirse, lo cual no es conveniente.
En este punto, la resistencia permanente durante el tratamiento no es
solamente por la represión originada en el yo del paciente. Se trata de la
“necesidad del sufrimiento” causada por el sentimiento de culpa. Esto se debe a
que el superyó “se ha tornado particularmente severo y cruel”. El analista
puede modificarlo, pero el paciente lo sustituye de otra manera, incluyendo la
somatización. Luego Freud se refiere a otro tipo de resistencia, la que
corresponde a pacientes que intentan dañarse o autodestruirse, y que algunos
de ellos se suicidan. Este tipo de pacientes se resisten totalmente al tratamiento
cuya razón no logró esclarecer. Podríamos pensar en los pacientes psicóticos,
casos cuya solución la dejó para un esclarecimiento futuro. Esta posta fue
tomada por Lacan desmitificando el Edipo freudiano.

En todo caso, en la transferencia Freud propone que el yo del paciente


participe en la interpretación, hablando de sus lagunas, y “hostigándolo” para
que luche contra las exigencias del ello y sus resistencias. Se restablece un orden
en su yo al investigar los impulsos que han irrumpido del inconsciente,
“exponiéndolos a la crítica mediante la reducción a su verdadero origen”.

La demanda de curación del paciente y su interés intelectual en el


psicoanálisis ayudan en la transferencia, pero lo más importante es la
transferencia positiva cuyo éxito relativo depende de la cantidad de energía que
el analista ha logrado movilizar a favor del tratamiento.

Ya en Lacan, la resistencia se traduce en un goce que no es apalabrado y


que tiene que ver con la presencia del objeto a. Lacan reduce y replantea la
resistencia freudiana de trasferir al analista los recuerdos afectos (amor y odio)
inconscientes infantiles del paciente con el concepto operativo del objeto a. El
objeto a como imaginario está más del lado del amor de transferencia, de lo
agalmático. El amor enceguece y omnibula al amante, y sobredimensiona al
amado. La fórmula lacaniana del amor es dar lo que no se tiene. En esa falta o
agujero es que se instala el objeto narcisista de cada uno. Con esa falta el
analista maniobra para que el analizante haga de su objeto la función de causa,
causa de saber sobre su inconsciente. Un saber que en este caso hay que
entenderlo como el relanzamiento continuo del decir del analizante, para que
de su resistencia, de su goce paralizante e ignorado, pueda decir algo nuevo
cada vez, al analista y circunscribirlo. Es allí donde la transferencia se convierte
en un sujeto supuesto saber. Es decir, se le supone un saber al inconsciente y a
su vez al analista, anudamiento con el cual se juega en la transferencia. Esta
transferencia instalada supone la construcción del síntoma analítico hasta su
mutación en sinthome, con su pragmática del saber hacer allí, si es que el
analizante así lo desea. Miller añade, leyendo a Lacan, que así como Freud
señalaba la repetición de la resistencia, insiste el sujeto supuesto gozar.
Bibliografía:

Freud, Sigmund. Obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid s/a.

Miller, Jacques-Alain. Extimidad. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2010.

Miller, Jacques-Alain. Conferencia en Buenos Aires. El Caldero de la Escuela.


Año 2008, No. 5. Buenos Aires.

También podría gustarte