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UNIDAD 11: LA GUERRA CIVIL (1936-1939)

1. LA CONSPIRACIÓN CONTRA EL GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR


Desde el momento en que se confirmó la amplia victoria del Frente Popular se
pusieron en marcha diversas tramas conspirativas contra el nuevo Gobierno,
básicamente organizadas en torno a la Unión Militar Española (UME) dirigida por
Sanjurjo desde su exilio en Portugal, y con apoyos muy diversos entre la
oligarquía industrial, terrateniente y financiera.
El Gobierno tenía conocimiento de la situación, pero su reacción fue lenta y tímida:
algunas detenciones y la dispersión de los militares sospechosos lejos de Madrid.
Fue un error de la República destinar al general Mola a Pamplona; allí se ganó al
requeté, el brazo armado del carlismo, y se erigió en director de la conspiración.
También los generales Franco y Goded, en sus destinos de Canarias y Baleares,
respectivamente, habían maquinado libremente, hasta encontrar la ocasión. El 17
de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó y declaró el estado de guerra
en Marruecos. El 18 de julio se alzó en Sevilla el general Queipo de Llano, y
durante la noche del 18 al 19, el general Mola y otros jefes militares declararon el
estado de guerra en el resto de España.
Desde Canarias, Francisco Franco voló a Tetuán para ponerse al mando del
combativo ejército africano, mientras el levantamiento se ponía en marcha en la
Península ante el desconcierto del Gobierno de Casares Quiroga, que perdió unas
horas decisivas sin tomar medida alguna. En pocos días, ante el fracaso del
levantamiento en las principales ciudades de España, el enfrentamiento entre las
fuerzas sublevadas y las leales al Gobierno se convirtió en una Guerra Civil.
2. LA ESPAÑA DIVIDIDA
Inicialmente, la insurrección no tuvo éxito en todas partes y el 20 de julio el país
quedó dividido. Los rebeldes habían triunfado en la España rural (Castilla, Aragón,
Galicia, Navarra, Álava, norte de Extremadura y parte de la Andalucía occidental,
además de Mallorca, Ibiza, Canarias y el protectorado de Marruecos). El resto del
país se mantuvo fiel a la República, que conservaba las ciudades más importantes
y las zonas industriales.
En las primeras semanas del levantamiento, en la España leal a la República se
crearon numerosos comités locales y provinciales que asumieron de manera
espontánea la administración de los ayuntamientos y de las instituciones para
garantizar el abastecimiento, la asistencia social, la creación de las milicias
populares, el orden público, las comunicaciones, etc. El Gobierno de la República,
los gobiernos del País Vasco y de Cataluña, y los alcaldes continuaban
representando la legalidad formal, pero no tenían los resortes reales del poder ni la
capacidad de hacer cumplir sus decisiones. Así, durante los tres primeros días del
golpe, que eran esenciales para sofocarlo, el Gobierno tuvo tres presidentes:
Santiago Casares Quiroga, el día 18; Diego Martínez Barrio (que intentó, sin
éxito, pactar con el general Mola), el día 19; y José Giral, el día 20. El poder
popular, espontáneo, plural y contradictorio, a pesar de no tener unidad ni
coherencia política, consiguió durante los tres primeros meses, desplazar en las
decisiones a los políticos. En algunas ocasiones y en determinadas zonas se
cometieron muchos abusos de poder y numerosos asesinatos, sobre todo de
miembros del clero. En la zona republicana, el Gobierno había licenciado a todos
los soldados que realizaban el servicio militar con la ingenua intención de restar
base a los rebeldes. Por eso, el esfuerzo militar de los republicanos en los
primeros meses de la guerra fue asumido por las milicias populares.
En la zona insurrecta, los generales rebeldes fueron sustituyendo, mediante el uso
de una violencia extrema, a los alcaldes, a los gobernadores, a los jefes militares,
etc., que representaban la legalidad vigente. Mucho de los responsables, militantes
o simpatizantes de los sindicatos y de los partidos que integraban el Frente
Popular fueron asesinados o fusilados sin juicio. La respuesta a la insurrección
militar había dejado a España dividida en dos zonas, cada una con un ideario
radicalmente diferente. Empezaba una larga Guerra Civil que los sublevados no
habían previsto.
3. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA GUERRA
La Guerra Civil española conmocionó a todo el mundo occidental. La prensa
americana y europea le dedicó mucha atención, y los políticos y las organizaciones
obreras de los países europeos debatían sobre ella. En general, la opinión pública
mundial se posicionó a favor de la democracia republicana frente al fascismo. La
URSS vio en esta contienda la posibilidad de extender su influencia política y
movilizó muchos recursos y personas para poder dirigir el proceso hacia
posiciones favorables a sus planteamientos. Tanto el bando franquista como el
republicano pidieron ayuda al exterior, por lo que tuvieron que realizar un gran
esfuerzo diplomático.
El ejército franquista obtuvo casi desde el comienzo de la guerra la ayuda directa
con efectivos humanos y, sobre todo, con material, de Hitler (la Legión Cóndor,
con unos 16.000 hombres) y de Mussolini (el Corpo Truppe Volontarie, con unos
40.000 hombres), sin la cual difícilmente habría ganado la guerra. Los republicanos
obtuvieron el apoyo de la URSS, que les facilitó consejeros y armamento, y, en
menor medida, de Francia. Además, hay que señalar el importantísimo papel que
desempeñaron las Brigadas Internacionales, unidad militar integrada por unos
40.000 hombres procedentes de diversos países que acudieron de manera
voluntaria y particular para ayudar a salvar a la República.
Los gobernantes de las democracias occidentales (Francia, Reino Unido y Estados
Unidos) fueron prudentes evitando la extensión del conflicto por Europa. Reino
Unido defendía una política de apaciguamiento ante la Alemania nazi y comunicó a
Francia que, si apoyaba a la República, no apoyaría la política internacional
francesa ante la amenaza de Hitler. De esta forma se creó el Comité Europeo de
No Intervención (agosto 1936), encargado de vigilar que no se enviara material de
guerra a ninguno de los dos bandos contendientes, pero ni Alemania ni Italia
acataron tales resoluciones.
Esta política de no intervención se ratificó en septiembre de 1938, cuando las
democracias cedieron ante Hitler y Mussolini, y dejaron abandonada a la República
en la Conferencia de Múnich. Estas actitudes internacionales supusieron una
causa de la derrota de la República, ya que se le privó de su derecho de adquirir
armas para sofocar y defenderse de una insurrección como Estado soberano.
4. LAS FASES MILITARES DE LA GUERRA
Las tropas insurrectas tuvieron la iniciativa militar casi siempre. La guerra puede
dividirse en tres fases: desde el levantamiento hasta diciembre de 1936, los dos
años de la guerra de frentes (1937-1938), con dos grandes batallas (Jarama y
Ebro) que decidieron el final de la contienda, y el período final de descomposición
de la resistencia republicana y los grandes avances de las tropas golpistas
(diciembre de 1938-abril de 1939).
Los primeros meses de la guerra (julio-diciembre 1936)
El primer objetivo militar de los sublevados era Madrid. El general Mola envió allí
columnas desde Pamplona. Mientras tanto, el ejército de África había conseguido
atravesar el estrecho de Gibraltar con la ayuda de la aviación de Mussolini.
Una vez en la Península, Franco entró en Córdoba y en Granada y, desde Sevilla,
se dirigió a Madrid. Pero cuando llegó a las cercanías de Madrid, la eficaz defensa
de la capital le obligó a detenerse. Los madrileños fortificaron los accesos y el
interior de la ciudad, surgieron aquí las consignas “No pasarán” y “Madrid,
tumba del fascismo”. Madrid resistió al ataque frontal gracias a la llegada de las
Brigadas Internacionales, de los carros de combate rusos y a la llegada de una
columna anarcosindicalista desde Barcelona, la Columna Libertad al mando del
líder sindical Buenaventura Durruti. No obstante, el Gobierno de la República se
trasladó a Valencia por motivos de seguridad. En septiembre, el general Mola
ocupó San Sebastián y las tropas de Galicia (donde había triunfado el alzamiento)
llegaron a Oviedo y acabaron con la resistencia republicana.
Las milicias catalanas que se dirigieron hacia el frente de Aragón ocuparon
algunas poblaciones, pero fueron frenadas en Huesca, Zaragoza y Teruel. La
desorganización y la falta de preparación de estas columnas republicanas explican,
en parte, su debilidad.
De la batalla del Jarama a la batalla del Ebro (1937-1938)
Durante la segunda fase de la guerra, las tropas insurrectas intentaron de nuevo
conquistar Madrid mediante unas maniobras para cercarla, primero por la
carretera de A Coruña, después por el valle del río Jarama y, por último, por el
norte de la provincia de Guadalajara. Ante la imposibilidad de ocupar la capital,
Franco decidió acabar con las resistencias de Asturias y el País Vasco. En
marzo de 1937, el general Mola, con importante colaboración del ejército italiano y
de la aviación alemana de la Legión Cóndor, inició una decisiva campaña militar
en el frente norte. Tras el bombardeo de Gernika en abril de 1937, Bilbao cayó en
manos del ejército nacional en el mes de junio. La resistencia continuó en Asturias
hasta la caída de Gijón en octubre, con lo que toda la cornisa cantábrica, con sus
recursos energéticos e industriales, quedó en mano de los franquistas.
Durante el mes de diciembre de 1937, las tropas republicanas lanzaron una
ofensiva contra Teruel, que ocuparon en enero de 1938. Pero en febrero, después
de una batalla sangrienta, las tropas nacionales volvieron a recuperar el control de
la ciudad. Poco antes, el Gobierno de la República se había trasladado de Valencia
a Barcelona.
En marzo de 1938, el ejército de Franco comenzó una ofensiva contra el frente de
Aragón, situado entre los Pirineos y el Ebro. En abril, Franco ocupó las primeras
plazas catalanas, y derogó el Estatuto de Autonomía de Cataluña. El 15 de abril,
las tropas sublevadas llegaron al norte de la Comunidad Valenciana, con lo que la
zona republicana quedaba dividida.
El ejército republicano preparó una ofensiva en la zona del Ebro para volver a unir
el territorio republicano. La batalla del Ebro se prolongó durante cinco meses y en
ella se produjeron muchas bajas en ambos bandos. Finalmente, Franco consiguió
romper el frente republicano y tuvo libre acceso hacia Cataluña. En esta cruenta
batalla, la República perdió la posibilidad de cambiar el curso de la guerra.
La rendición final (23 de diciembre de 1938 - 1 de abril de 1939)
El 23 de diciembre de 1938, Franco dio la orden de iniciar la ofensiva final contra
Cataluña. El ejército franquista fue ocupando toda Cataluña: el 15 de enero de
1939 entró en Tarragona; el 26, en Barcelona, y el 4 de febrero, en Girona. El 9
de febrero llegaba a la frontera francesa. El Gobierno republicano, el vasco y el
catalán pasaron la frontera junto con miles de personas que huían.
El 28 de febrero de 1939, Manuel Azaña dimitió como presidente de la República y
no fue sustituido por nadie; no obstante, Juan Negrín, jefe del Gobierno, volvió a
Valencia en avión para dirigir la resistencia de la zona republicana. Pero ya no
había nada que hacer, en parte por el golpe de Estado del coronel Casado, jefe de
defensa de Madrid, que pretendía una paz negociada con los golpistas. Sin
embargo, Franco únicamente admitía la rendición sin condiciones. El 28 de marzo,
las tropas franquistas ocuparon Madrid. Las otras ciudades de la zona republicana
se entregaron sin resistencia: Jaén, Ciudad Real, Albacete, Valencia y Murcia. La
última ciudad que ocupó el ejército franquista fue Alicante, el día 31 de marzo. El 1
de abril de 1939, la guerra había acabado.
5. EL BANDO REPUBLICANO: GUERRA Y REVOLUCIÓN
El gobierno de Largo Caballero (1937-1938)
Ante la necesidad de formar un gobierno para aunar esfuerzos y ganar la guerra, el
5 de septiembre de 1936, Francisco Largo Caballero formó un gobierno de
concentración integrado por republicanos, socialistas y comunistas. En noviembre
entraron en este gobierno cuatro ministros anarcosindicalistas. Esta etapa del
Gobierno duró hasta mayo de 1937 y su idea era crear una “gran alianza
antifascista”, recomponer el poder del Estado, eliminando juntas y comités, dirigir la
guerra militarizando las milicias de los partidos y crear el Ejército Popular. Pero
Largo Caballero tuvo graves problemas por su enemistad con los comunistas, por
su empeño en dirigir la guerra personalmente y por los anarcosindicalistas, que
insistían en las colectivizaciones y se resistían a integrar sus milicias en el ejército
regular.
Sin embargo, los problemas que debilitaron definitivamente el gobierno de Largo
Caballero estallaron en Barcelona a principios de mayo de 1937. Del 2 al 7 de
mayo se produjeron enfrentamientos armados en Barcelona entre las fuerzas
anarcosindicalistas y el POUM de una parte, y las fuerzas del orden público y
militantes del PSUC (comunistas catalanes) y de la UGT. El gobierno central envió
fuerzas a Cataluña para controlar el orden público. El conflicto se saldó con la
derrota anarquista y del POUM, con más de 500 muertos y una fuerte crisis de
gobierno.
El gobierno de Negrín. La resistencia a ultranza
Los enfrentamientos en Barcelona de mayo de 1937 provocaron que la importancia
de los anarquistas se redujera, fortaleciendo la posición de los comunistas debido
a la ayuda de la URSS a la República. Además, los líderes del POUM fueron
detenidos por los dirigentes comunistas a instancias soviéticas, acusados de
trotskistas y enemigos de la revolución.
Los “Hechos de Mayo” provocaron la dimisión de Largo Caballero y, el presidente
de la República, Manuel Azaña, encargó la formación de un nuevo gobierno al
socialista Juan Negrín. Formaron parte del nuevo gobierno los partidos del Frente
Popular.
El gobierno de Negrín permaneció hasta el final de la guerra y propuso una política
de resistencia de la República. Además, ante la dificultad de frenar el avance de
las tropas franquistas, el gobierno intentó buscar una salida negociada a la guerra.
Para ello, Negrín propuso el programa de los Trece Puntos (1938), en los que
proponía el cese de la lucha armada, la permanencia de la República y la
convocatoria de elecciones democráticas. El bando sublevado no aceptó ya que
“solo aceptaría una rendición sin condiciones”.
A partir de marzo de 1938 la vida en el territorio republicano fue muy difícil por la
falta de alimentos y productos básicos, reveses militares y cansancio de la
población por la guerra. Negrín, con la única ayuda de los comunistas, decidió
continuar la resistencia esperando el inicio del enfrentamiento europeo entre las
democracias europeas y las potencias fascistas. De esa forma, se aligeraría el
apoyo alemán e italiano a los sublevados. La pérdida de Cataluña en 1939 significó
el exilio para el gobierno republicano, a lo que se unió que Gran Bretaña y Francia
reconocieron el gobierno de Franco. La República tenía los días contados.
La retaguardia en zona republicana
En las retaguardias de los dos bandos hubo transformaciones importantes en los
ámbitos social y económico, relacionadas ideológicamente con el contexto europeo
y caracterizadas por su grado de violencia civil.
En la zona republicana se produjeron dos fenómenos: la aparición de un poder
popular, que realizó la colectivización de amplios sectores de la economía, y la
ruptura política del bando republicano.
Las organizaciones obreras, sobre todo las anarcosindicalistas (CNT, FAI), crearon
comités que actuaban como un poder no controlado por las políticas
institucionales. Una de las primeras medidas de la mayoría de estos comités fue
hacerse cargo de las tierras y de las fábricas, muchas veces persiguiendo a sus
propietarios, si es que no habían huido. Las colectivización se caracterizaban por
la autogestión de los trabajadores. Durante 1937, el Gobierno pudo recuperar casi
todo el control, sometiendo a los comités populares y devolviendo el poder a las
autoridades correspondientes.
La violencia y la represión en la zona republicana
Los procesos de revolución y de reacción fueron acompañados de una represión, a
menudo violenta, contra todos los grupos políticos y sociales que se podían
considerar, directa o indirectamente, enemigos. Como en todas las guerras civiles,
en la represión se mezclaban odios personales y sectarismos ideológicos. En la
zona republicana, además, la represión se caracterizó por un profundo
anticlericalismo.
En la zona republicana, toda persona sospechosa de apoyar la sublevación militar
o de simpatizar con ella (empresarios; propietarios; militantes de partidos de la
derecha durante la república; católicos practicantes; curas; monjas, etc.) fue objeto
de persecución, que, en ocasiones, terminó en asesinato. Las verdaderas causas
de esta violenta represión fueron las tensiones sociales que habían generado odios
ancestrales acumulados, con base real o, incluso, imaginaria.
Aunque a menudo se culpó a los “incontrolados” de los asesinatos y de los
incendios de los edificios religiosos, todas las organizaciones antifascistas tomaron
parte, de una manera u otra, en la represión de los primeros meses con las
patrullas de control, que el Gobierno fue incapaz de dominar. Y aunque a partir de
diciembre de 1936 se restableció cierto orden y los órganos de prensa de la CNT y
del POUM hicieron llamamientos para evitar los asesinatos, la represión y la
violencia civil continuaron durante más de un año.
6. LA ZONA SUBLEVADA: LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO
TOTALITARIO
La zona sublevada, dominada por los militares, era conocida como la “zona
nacional”, cuyo orden fue establecido a través de la disciplina militar.
La muerte en accidente de aviación del general Sanjurjo el 20 de julio de 1936 dejó
a los sublevados sin un jefe visible. La dirección del alzamiento militar la ejercía
una Junta de Defensa Nacional creada en Burgos el 24 de julio, integrada por
varios generales (Mola, Franco, Queipo de Llano…) y presidida por el más antiguo,
Miguel Cabanellas. Pero, en realidad, cada general ordenaba lo que quería en su
zona. Una vez asumido que el golpe de Estado se iba a convertir en una guerra, la
necesidad de un mando único para dirigirla llevó a los generales insurgentes a
proclamar a Francisco Franco jefe del Estado y generalísimo (general en jefe) de
los ejércitos. Franco creó una Junta Técnica del Estado que sustituía a la Junta
de Defensa Nacional y tenía sede en Valladolid y Burgos. Con los decretos de las
juntas militares y de la Junta Técnica, pretendía contrarrestar la obra de la
República: devolver las tierras a los propietarios expropiados, depurar a los
funcionarios cercanos a la república, anular las reformas educativas y prohibir
todos los partidos políticos y sindicatos, excepto la Falange (cuyo fundador fue
fusilado por los republicanos) y la Comunión Tradicionalista.
En abril de 1937 Franco dio a conocer el Decreto de Unificación y creaba un
partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, unificando
falangistas y carlistas e integrando a todas las demás fuerzas “nacionales”. Franco
se inspiró en el modelo de Estado fascista italiano y alemán de partido único y con
un jefe con plenos poderes. Franco sería Jefe Nacional de este partido único que
adoptó como uniforme la camisa azul de Falange y la boina roja de los carlistas, y
el saludo fascista con el brazo en alto.
El gobierno de Burgos
Ya en 1938 se produjo la formación del primer gobierno de Franco, en Burgos, con
la desaparición de la Junta Técnica. En su persona concentraba la Jefatura del
Estado y la presidencia del Gobierno. Pasó a ser llamado Caudillo de España. El
nuevo Estado se inspiraba en el fascismo y defendía el conservadurismo y la
religión católica.
Se suprimieron las libertades religiosas, políticas y sindicales, y la censura en
prensa y medios de comunicación, siguiendo las actuaciones iniciadas por la Junta
de Defensa Nacional. Se anularon los estatutos de autonomía y se reestableció la
pena de muerte.
En marzo de 1938 se aprobó la primera de las Leyes Fundamentales, el Fuero
del Trabajo, inspirada en el fascismo italiano, con un único sindicato que agrupaba
a empresarios y trabajadores, y se prohibieron las huelgas y reivindicaciones
obreras.
Se respetaba la importante influencia de la Iglesia católica, que en julio de 1937
hizo pública una Pastoral Colectiva de los Obispos en apoyo de los sublevados. El
nuevo Estado se declaraba confesional y se estableció el culto religioso en la
enseñanza e instituyó una retribución estatal al clero. La zona sublevada se había
convertido en un Estado totalitario.
La violencia y la represión en la zona sublevada
En la zona insurrecta también se vivió un clima de terror, a veces más acentuado
incluso que en la zona republicana, con el agravante de que, mientras duró la
guerra, ninguna voz, ni siquiera de la jerarquía católica, se levantó contra la
represión, que se produjo de manera sistemática, organizada por el nuevo estado
contra las personas de reconocida pertenencia y fidelidad a la República, siguiendo
las órdenes de las autoridades militares.
Episodios como los fusilamientos sin juicio de más de 2.000 personas en la plaza
de toros de Badajoz, la represión sangrienta en Málaga, los asesinatos de la sima
de Jinámar, en Canarias, los fusilamientos en el País Vasco, o los paseos de
campesinos andaluces, son ejemplos representativos del clima de violencia que se
vivió.
7. COSTES HUMANOS Y CONSECUENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES DE
LA GUERRA
No hay cifras exactas acerca de las víctimas de la Guerra Civil, aunque hoy en día,
a pesar de las investigaciones aún en curso, se ha avanzado mucho en el
conocimiento del coste en vidas del conflicto. En la guerra hubo víctimas por
diversas causas: los combates, las penalidades de la retaguardia (hambre,
enfermedades, bombardeos) y la represión del enemigo. También hubo otro tipo de
víctimas, los encarcelados, desterrados y exiliados. Entre la guerra y la posguerra
podemos hablar de entre 400.000 y 600.000 muertos. Esta sangría demográfica
influyó más tarde en la caída de la natalidad. A estos efectos se deben sumar las
pérdidas económicas (viviendas, fábricas e infraestructuras), además del
agotamiento de las reservas de oro y el endeudamiento, que provocaron un
retroceso de la economía española que tardaría años en recuperarse.
Al comienzo del conflicto, en ambos bandos se practicó la persecución
indiscriminada de los contrarios o de los que se mostraban partidarios del enemigo.
En la zona republicana, la represión fue ejercida en los primeros meses por las
milicias, que actuaban al margen de las instituciones republicanas. Se sucedieron
las detenciones y ejecuciones sin proceso (“sacas” y “paseos”) y la reclusión en
cárceles clandestinas (“checas”). De especial significación fue la brutal represión
contra el clero, que alcanzó casi a 7.000 personas (el 12% del total de la represión
republicana), además de la quema de templos y conventos. Esta furia anticlerical
inclinó definitivamente a la jerarquía católica española hacia el bando sublevado, y
la declaración de la Guerra Civil como Cruzada sirvió como legitimación y
propaganda para el bando nacional. El caos político de 1936 arrastró a la muerte a
personajes como José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange, o dio
lugar a matanzas tan graves y controvertidas como la ocurrida en Paracuellos del
Jarama. Las prácticas descontroladas de la represión fueron superadas con la
creación de los Tribunales Populares y el fortalecimiento del poder político por
parte del Gobierno republicano.
Los militares rebeldes y las milicias falangistas y carlistas practicaron también
desde el principio de la guerra una implacable y sistemática represión, que se
dirigió fundamentalmente contra los miembros de organizaciones y partidos del
Frente Popular y contra los miembros del ejército y las fuerzas del orden que se
negaron a sumarse a la insurrección. En este caso, fue una represión dirigida por
el incipiente nuevo Estado para aniquilar toda oposición por medio del terror y
consolidar el bando sublevado. Se basó en las leyes militares y juicios
sumarísimos sin garantías procesales, pero también en “paseos”, fusilamientos,
desapariciones y matanzas indiscriminadas de civiles, como en Badajoz o Málaga.
Se ejecutó también a políticos destacados o personajes relevantes de la cultura,
como el poeta Federico García Lorca. La represión ejercida por el bando
franquista se alargó durante la posguerra e incluyó también encarcelamientos (en
1939 había 250.000 presos políticos en campos de concentración), trabajos
forzados (Valle de los Caídos) y depuraciones de intelectuales y docentes.
En la fase final de la Guerra Civil, abandonaron España por los Pirineos hacia
Francia, o por algunos puertos del Mediterráneo hacia el norte de África, algo más
de 400.000 personas comprometidas con la República. Muchos de ellos
regresaron a España poco después, confiados por las promesas (no cumplidas)
del nuevo régimen de no proceder contra los que no habían cometido delitos de
sangre. Con todo, casi la mitad permanecieron en el exilio, que se plantearon como
provisional, aunque muchos de ellos tardaron casi cuarenta años en regresar y
otros, no lo hicieron jamás. Los exiliados españoles se dispersaron por distintos
países de Europa y el norte de África. Francia acogió a la mayoría, de los cuales,
muchos volvieron a tomar las armas durante la Segunda Guerra Mundial para
luchar con los aliados. Algunos colaboraron con la resistencia francesa y
otros fueron deportados a los campos de exterminio nazi. En la URSS, el
conjunto más numeroso de exiliados lo constituyeron los 3.000 niños evacuados
durante la guerra. Otro grupo importante consiguió embarcar hacia América Latina,
especialmente México, el país que acogió mas generosamente a los españoles,
sobre todo intelectuales y profesionales cualificados que se integraron rápidamente
a la vida del país. En México se reanudó también la actividad del gobierno de la
República en el exilio, institución que se mantuvo simbólicamente hasta la
recuperación de la democracia en 1977. Las consecuencias del exilio fueron
asimismo desastrosas para la cultura española, que sufrió una merma
considerable. El éxodo de grandes figuras terminó con la llamada “Edad de Plata”
que floreció en España a lo largo del primer tercio del siglo XX.
Desde el punto de vista económico, la destrucción fue muy intensa en el sector de
las comunicaciones. Unas 500.000 viviendas quedaron parcial o totalmente
destruidas. La producción industrial descendió un tercio por la falta de materias
primas y energía y, la agrícola una cuarta parte debido a la marcha de hombres al
frente. La cabaña ganadera se redujo entre un tercio y la mitad. Se considera que
la guerra costó entre el 25 y 30% de la renta nacional de 1935.

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