1. LA CONSPIRACIÓN CONTRA EL GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR
Desde el momento en que se confirmó la amplia victoria del Frente Popular se pusieron en marcha diversas tramas conspirativas contra el nuevo Gobierno, básicamente organizadas en torno a la Unión Militar Española (UME) dirigida por Sanjurjo desde su exilio en Portugal, y con apoyos muy diversos entre la oligarquía industrial, terrateniente y financiera. El Gobierno tenía conocimiento de la situación, pero su reacción fue lenta y tímida: algunas detenciones y la dispersión de los militares sospechosos lejos de Madrid. Fue un error de la República destinar al general Mola a Pamplona; allí se ganó al requeté, el brazo armado del carlismo, y se erigió en director de la conspiración. También los generales Franco y Goded, en sus destinos de Canarias y Baleares, respectivamente, habían maquinado libremente, hasta encontrar la ocasión. El 17 de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó y declaró el estado de guerra en Marruecos. El 18 de julio se alzó en Sevilla el general Queipo de Llano, y durante la noche del 18 al 19, el general Mola y otros jefes militares declararon el estado de guerra en el resto de España. Desde Canarias, Francisco Franco voló a Tetuán para ponerse al mando del combativo ejército africano, mientras el levantamiento se ponía en marcha en la Península ante el desconcierto del Gobierno de Casares Quiroga, que perdió unas horas decisivas sin tomar medida alguna. En pocos días, ante el fracaso del levantamiento en las principales ciudades de España, el enfrentamiento entre las fuerzas sublevadas y las leales al Gobierno se convirtió en una Guerra Civil. 2. LA ESPAÑA DIVIDIDA Inicialmente, la insurrección no tuvo éxito en todas partes y el 20 de julio el país quedó dividido. Los rebeldes habían triunfado en la España rural (Castilla, Aragón, Galicia, Navarra, Álava, norte de Extremadura y parte de la Andalucía occidental, además de Mallorca, Ibiza, Canarias y el protectorado de Marruecos). El resto del país se mantuvo fiel a la República, que conservaba las ciudades más importantes y las zonas industriales. En las primeras semanas del levantamiento, en la España leal a la República se crearon numerosos comités locales y provinciales que asumieron de manera espontánea la administración de los ayuntamientos y de las instituciones para garantizar el abastecimiento, la asistencia social, la creación de las milicias populares, el orden público, las comunicaciones, etc. El Gobierno de la República, los gobiernos del País Vasco y de Cataluña, y los alcaldes continuaban representando la legalidad formal, pero no tenían los resortes reales del poder ni la capacidad de hacer cumplir sus decisiones. Así, durante los tres primeros días del golpe, que eran esenciales para sofocarlo, el Gobierno tuvo tres presidentes: Santiago Casares Quiroga, el día 18; Diego Martínez Barrio (que intentó, sin éxito, pactar con el general Mola), el día 19; y José Giral, el día 20. El poder popular, espontáneo, plural y contradictorio, a pesar de no tener unidad ni coherencia política, consiguió durante los tres primeros meses, desplazar en las decisiones a los políticos. En algunas ocasiones y en determinadas zonas se cometieron muchos abusos de poder y numerosos asesinatos, sobre todo de miembros del clero. En la zona republicana, el Gobierno había licenciado a todos los soldados que realizaban el servicio militar con la ingenua intención de restar base a los rebeldes. Por eso, el esfuerzo militar de los republicanos en los primeros meses de la guerra fue asumido por las milicias populares. En la zona insurrecta, los generales rebeldes fueron sustituyendo, mediante el uso de una violencia extrema, a los alcaldes, a los gobernadores, a los jefes militares, etc., que representaban la legalidad vigente. Mucho de los responsables, militantes o simpatizantes de los sindicatos y de los partidos que integraban el Frente Popular fueron asesinados o fusilados sin juicio. La respuesta a la insurrección militar había dejado a España dividida en dos zonas, cada una con un ideario radicalmente diferente. Empezaba una larga Guerra Civil que los sublevados no habían previsto. 3. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LA GUERRA La Guerra Civil española conmocionó a todo el mundo occidental. La prensa americana y europea le dedicó mucha atención, y los políticos y las organizaciones obreras de los países europeos debatían sobre ella. En general, la opinión pública mundial se posicionó a favor de la democracia republicana frente al fascismo. La URSS vio en esta contienda la posibilidad de extender su influencia política y movilizó muchos recursos y personas para poder dirigir el proceso hacia posiciones favorables a sus planteamientos. Tanto el bando franquista como el republicano pidieron ayuda al exterior, por lo que tuvieron que realizar un gran esfuerzo diplomático. El ejército franquista obtuvo casi desde el comienzo de la guerra la ayuda directa con efectivos humanos y, sobre todo, con material, de Hitler (la Legión Cóndor, con unos 16.000 hombres) y de Mussolini (el Corpo Truppe Volontarie, con unos 40.000 hombres), sin la cual difícilmente habría ganado la guerra. Los republicanos obtuvieron el apoyo de la URSS, que les facilitó consejeros y armamento, y, en menor medida, de Francia. Además, hay que señalar el importantísimo papel que desempeñaron las Brigadas Internacionales, unidad militar integrada por unos 40.000 hombres procedentes de diversos países que acudieron de manera voluntaria y particular para ayudar a salvar a la República. Los gobernantes de las democracias occidentales (Francia, Reino Unido y Estados Unidos) fueron prudentes evitando la extensión del conflicto por Europa. Reino Unido defendía una política de apaciguamiento ante la Alemania nazi y comunicó a Francia que, si apoyaba a la República, no apoyaría la política internacional francesa ante la amenaza de Hitler. De esta forma se creó el Comité Europeo de No Intervención (agosto 1936), encargado de vigilar que no se enviara material de guerra a ninguno de los dos bandos contendientes, pero ni Alemania ni Italia acataron tales resoluciones. Esta política de no intervención se ratificó en septiembre de 1938, cuando las democracias cedieron ante Hitler y Mussolini, y dejaron abandonada a la República en la Conferencia de Múnich. Estas actitudes internacionales supusieron una causa de la derrota de la República, ya que se le privó de su derecho de adquirir armas para sofocar y defenderse de una insurrección como Estado soberano. 4. LAS FASES MILITARES DE LA GUERRA Las tropas insurrectas tuvieron la iniciativa militar casi siempre. La guerra puede dividirse en tres fases: desde el levantamiento hasta diciembre de 1936, los dos años de la guerra de frentes (1937-1938), con dos grandes batallas (Jarama y Ebro) que decidieron el final de la contienda, y el período final de descomposición de la resistencia republicana y los grandes avances de las tropas golpistas (diciembre de 1938-abril de 1939). Los primeros meses de la guerra (julio-diciembre 1936) El primer objetivo militar de los sublevados era Madrid. El general Mola envió allí columnas desde Pamplona. Mientras tanto, el ejército de África había conseguido atravesar el estrecho de Gibraltar con la ayuda de la aviación de Mussolini. Una vez en la Península, Franco entró en Córdoba y en Granada y, desde Sevilla, se dirigió a Madrid. Pero cuando llegó a las cercanías de Madrid, la eficaz defensa de la capital le obligó a detenerse. Los madrileños fortificaron los accesos y el interior de la ciudad, surgieron aquí las consignas “No pasarán” y “Madrid, tumba del fascismo”. Madrid resistió al ataque frontal gracias a la llegada de las Brigadas Internacionales, de los carros de combate rusos y a la llegada de una columna anarcosindicalista desde Barcelona, la Columna Libertad al mando del líder sindical Buenaventura Durruti. No obstante, el Gobierno de la República se trasladó a Valencia por motivos de seguridad. En septiembre, el general Mola ocupó San Sebastián y las tropas de Galicia (donde había triunfado el alzamiento) llegaron a Oviedo y acabaron con la resistencia republicana. Las milicias catalanas que se dirigieron hacia el frente de Aragón ocuparon algunas poblaciones, pero fueron frenadas en Huesca, Zaragoza y Teruel. La desorganización y la falta de preparación de estas columnas republicanas explican, en parte, su debilidad. De la batalla del Jarama a la batalla del Ebro (1937-1938) Durante la segunda fase de la guerra, las tropas insurrectas intentaron de nuevo conquistar Madrid mediante unas maniobras para cercarla, primero por la carretera de A Coruña, después por el valle del río Jarama y, por último, por el norte de la provincia de Guadalajara. Ante la imposibilidad de ocupar la capital, Franco decidió acabar con las resistencias de Asturias y el País Vasco. En marzo de 1937, el general Mola, con importante colaboración del ejército italiano y de la aviación alemana de la Legión Cóndor, inició una decisiva campaña militar en el frente norte. Tras el bombardeo de Gernika en abril de 1937, Bilbao cayó en manos del ejército nacional en el mes de junio. La resistencia continuó en Asturias hasta la caída de Gijón en octubre, con lo que toda la cornisa cantábrica, con sus recursos energéticos e industriales, quedó en mano de los franquistas. Durante el mes de diciembre de 1937, las tropas republicanas lanzaron una ofensiva contra Teruel, que ocuparon en enero de 1938. Pero en febrero, después de una batalla sangrienta, las tropas nacionales volvieron a recuperar el control de la ciudad. Poco antes, el Gobierno de la República se había trasladado de Valencia a Barcelona. En marzo de 1938, el ejército de Franco comenzó una ofensiva contra el frente de Aragón, situado entre los Pirineos y el Ebro. En abril, Franco ocupó las primeras plazas catalanas, y derogó el Estatuto de Autonomía de Cataluña. El 15 de abril, las tropas sublevadas llegaron al norte de la Comunidad Valenciana, con lo que la zona republicana quedaba dividida. El ejército republicano preparó una ofensiva en la zona del Ebro para volver a unir el territorio republicano. La batalla del Ebro se prolongó durante cinco meses y en ella se produjeron muchas bajas en ambos bandos. Finalmente, Franco consiguió romper el frente republicano y tuvo libre acceso hacia Cataluña. En esta cruenta batalla, la República perdió la posibilidad de cambiar el curso de la guerra. La rendición final (23 de diciembre de 1938 - 1 de abril de 1939) El 23 de diciembre de 1938, Franco dio la orden de iniciar la ofensiva final contra Cataluña. El ejército franquista fue ocupando toda Cataluña: el 15 de enero de 1939 entró en Tarragona; el 26, en Barcelona, y el 4 de febrero, en Girona. El 9 de febrero llegaba a la frontera francesa. El Gobierno republicano, el vasco y el catalán pasaron la frontera junto con miles de personas que huían. El 28 de febrero de 1939, Manuel Azaña dimitió como presidente de la República y no fue sustituido por nadie; no obstante, Juan Negrín, jefe del Gobierno, volvió a Valencia en avión para dirigir la resistencia de la zona republicana. Pero ya no había nada que hacer, en parte por el golpe de Estado del coronel Casado, jefe de defensa de Madrid, que pretendía una paz negociada con los golpistas. Sin embargo, Franco únicamente admitía la rendición sin condiciones. El 28 de marzo, las tropas franquistas ocuparon Madrid. Las otras ciudades de la zona republicana se entregaron sin resistencia: Jaén, Ciudad Real, Albacete, Valencia y Murcia. La última ciudad que ocupó el ejército franquista fue Alicante, el día 31 de marzo. El 1 de abril de 1939, la guerra había acabado. 5. EL BANDO REPUBLICANO: GUERRA Y REVOLUCIÓN El gobierno de Largo Caballero (1937-1938) Ante la necesidad de formar un gobierno para aunar esfuerzos y ganar la guerra, el 5 de septiembre de 1936, Francisco Largo Caballero formó un gobierno de concentración integrado por republicanos, socialistas y comunistas. En noviembre entraron en este gobierno cuatro ministros anarcosindicalistas. Esta etapa del Gobierno duró hasta mayo de 1937 y su idea era crear una “gran alianza antifascista”, recomponer el poder del Estado, eliminando juntas y comités, dirigir la guerra militarizando las milicias de los partidos y crear el Ejército Popular. Pero Largo Caballero tuvo graves problemas por su enemistad con los comunistas, por su empeño en dirigir la guerra personalmente y por los anarcosindicalistas, que insistían en las colectivizaciones y se resistían a integrar sus milicias en el ejército regular. Sin embargo, los problemas que debilitaron definitivamente el gobierno de Largo Caballero estallaron en Barcelona a principios de mayo de 1937. Del 2 al 7 de mayo se produjeron enfrentamientos armados en Barcelona entre las fuerzas anarcosindicalistas y el POUM de una parte, y las fuerzas del orden público y militantes del PSUC (comunistas catalanes) y de la UGT. El gobierno central envió fuerzas a Cataluña para controlar el orden público. El conflicto se saldó con la derrota anarquista y del POUM, con más de 500 muertos y una fuerte crisis de gobierno. El gobierno de Negrín. La resistencia a ultranza Los enfrentamientos en Barcelona de mayo de 1937 provocaron que la importancia de los anarquistas se redujera, fortaleciendo la posición de los comunistas debido a la ayuda de la URSS a la República. Además, los líderes del POUM fueron detenidos por los dirigentes comunistas a instancias soviéticas, acusados de trotskistas y enemigos de la revolución. Los “Hechos de Mayo” provocaron la dimisión de Largo Caballero y, el presidente de la República, Manuel Azaña, encargó la formación de un nuevo gobierno al socialista Juan Negrín. Formaron parte del nuevo gobierno los partidos del Frente Popular. El gobierno de Negrín permaneció hasta el final de la guerra y propuso una política de resistencia de la República. Además, ante la dificultad de frenar el avance de las tropas franquistas, el gobierno intentó buscar una salida negociada a la guerra. Para ello, Negrín propuso el programa de los Trece Puntos (1938), en los que proponía el cese de la lucha armada, la permanencia de la República y la convocatoria de elecciones democráticas. El bando sublevado no aceptó ya que “solo aceptaría una rendición sin condiciones”. A partir de marzo de 1938 la vida en el territorio republicano fue muy difícil por la falta de alimentos y productos básicos, reveses militares y cansancio de la población por la guerra. Negrín, con la única ayuda de los comunistas, decidió continuar la resistencia esperando el inicio del enfrentamiento europeo entre las democracias europeas y las potencias fascistas. De esa forma, se aligeraría el apoyo alemán e italiano a los sublevados. La pérdida de Cataluña en 1939 significó el exilio para el gobierno republicano, a lo que se unió que Gran Bretaña y Francia reconocieron el gobierno de Franco. La República tenía los días contados. La retaguardia en zona republicana En las retaguardias de los dos bandos hubo transformaciones importantes en los ámbitos social y económico, relacionadas ideológicamente con el contexto europeo y caracterizadas por su grado de violencia civil. En la zona republicana se produjeron dos fenómenos: la aparición de un poder popular, que realizó la colectivización de amplios sectores de la economía, y la ruptura política del bando republicano. Las organizaciones obreras, sobre todo las anarcosindicalistas (CNT, FAI), crearon comités que actuaban como un poder no controlado por las políticas institucionales. Una de las primeras medidas de la mayoría de estos comités fue hacerse cargo de las tierras y de las fábricas, muchas veces persiguiendo a sus propietarios, si es que no habían huido. Las colectivización se caracterizaban por la autogestión de los trabajadores. Durante 1937, el Gobierno pudo recuperar casi todo el control, sometiendo a los comités populares y devolviendo el poder a las autoridades correspondientes. La violencia y la represión en la zona republicana Los procesos de revolución y de reacción fueron acompañados de una represión, a menudo violenta, contra todos los grupos políticos y sociales que se podían considerar, directa o indirectamente, enemigos. Como en todas las guerras civiles, en la represión se mezclaban odios personales y sectarismos ideológicos. En la zona republicana, además, la represión se caracterizó por un profundo anticlericalismo. En la zona republicana, toda persona sospechosa de apoyar la sublevación militar o de simpatizar con ella (empresarios; propietarios; militantes de partidos de la derecha durante la república; católicos practicantes; curas; monjas, etc.) fue objeto de persecución, que, en ocasiones, terminó en asesinato. Las verdaderas causas de esta violenta represión fueron las tensiones sociales que habían generado odios ancestrales acumulados, con base real o, incluso, imaginaria. Aunque a menudo se culpó a los “incontrolados” de los asesinatos y de los incendios de los edificios religiosos, todas las organizaciones antifascistas tomaron parte, de una manera u otra, en la represión de los primeros meses con las patrullas de control, que el Gobierno fue incapaz de dominar. Y aunque a partir de diciembre de 1936 se restableció cierto orden y los órganos de prensa de la CNT y del POUM hicieron llamamientos para evitar los asesinatos, la represión y la violencia civil continuaron durante más de un año. 6. LA ZONA SUBLEVADA: LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO TOTALITARIO La zona sublevada, dominada por los militares, era conocida como la “zona nacional”, cuyo orden fue establecido a través de la disciplina militar. La muerte en accidente de aviación del general Sanjurjo el 20 de julio de 1936 dejó a los sublevados sin un jefe visible. La dirección del alzamiento militar la ejercía una Junta de Defensa Nacional creada en Burgos el 24 de julio, integrada por varios generales (Mola, Franco, Queipo de Llano…) y presidida por el más antiguo, Miguel Cabanellas. Pero, en realidad, cada general ordenaba lo que quería en su zona. Una vez asumido que el golpe de Estado se iba a convertir en una guerra, la necesidad de un mando único para dirigirla llevó a los generales insurgentes a proclamar a Francisco Franco jefe del Estado y generalísimo (general en jefe) de los ejércitos. Franco creó una Junta Técnica del Estado que sustituía a la Junta de Defensa Nacional y tenía sede en Valladolid y Burgos. Con los decretos de las juntas militares y de la Junta Técnica, pretendía contrarrestar la obra de la República: devolver las tierras a los propietarios expropiados, depurar a los funcionarios cercanos a la república, anular las reformas educativas y prohibir todos los partidos políticos y sindicatos, excepto la Falange (cuyo fundador fue fusilado por los republicanos) y la Comunión Tradicionalista. En abril de 1937 Franco dio a conocer el Decreto de Unificación y creaba un partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, unificando falangistas y carlistas e integrando a todas las demás fuerzas “nacionales”. Franco se inspiró en el modelo de Estado fascista italiano y alemán de partido único y con un jefe con plenos poderes. Franco sería Jefe Nacional de este partido único que adoptó como uniforme la camisa azul de Falange y la boina roja de los carlistas, y el saludo fascista con el brazo en alto. El gobierno de Burgos Ya en 1938 se produjo la formación del primer gobierno de Franco, en Burgos, con la desaparición de la Junta Técnica. En su persona concentraba la Jefatura del Estado y la presidencia del Gobierno. Pasó a ser llamado Caudillo de España. El nuevo Estado se inspiraba en el fascismo y defendía el conservadurismo y la religión católica. Se suprimieron las libertades religiosas, políticas y sindicales, y la censura en prensa y medios de comunicación, siguiendo las actuaciones iniciadas por la Junta de Defensa Nacional. Se anularon los estatutos de autonomía y se reestableció la pena de muerte. En marzo de 1938 se aprobó la primera de las Leyes Fundamentales, el Fuero del Trabajo, inspirada en el fascismo italiano, con un único sindicato que agrupaba a empresarios y trabajadores, y se prohibieron las huelgas y reivindicaciones obreras. Se respetaba la importante influencia de la Iglesia católica, que en julio de 1937 hizo pública una Pastoral Colectiva de los Obispos en apoyo de los sublevados. El nuevo Estado se declaraba confesional y se estableció el culto religioso en la enseñanza e instituyó una retribución estatal al clero. La zona sublevada se había convertido en un Estado totalitario. La violencia y la represión en la zona sublevada En la zona insurrecta también se vivió un clima de terror, a veces más acentuado incluso que en la zona republicana, con el agravante de que, mientras duró la guerra, ninguna voz, ni siquiera de la jerarquía católica, se levantó contra la represión, que se produjo de manera sistemática, organizada por el nuevo estado contra las personas de reconocida pertenencia y fidelidad a la República, siguiendo las órdenes de las autoridades militares. Episodios como los fusilamientos sin juicio de más de 2.000 personas en la plaza de toros de Badajoz, la represión sangrienta en Málaga, los asesinatos de la sima de Jinámar, en Canarias, los fusilamientos en el País Vasco, o los paseos de campesinos andaluces, son ejemplos representativos del clima de violencia que se vivió. 7. COSTES HUMANOS Y CONSECUENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES DE LA GUERRA No hay cifras exactas acerca de las víctimas de la Guerra Civil, aunque hoy en día, a pesar de las investigaciones aún en curso, se ha avanzado mucho en el conocimiento del coste en vidas del conflicto. En la guerra hubo víctimas por diversas causas: los combates, las penalidades de la retaguardia (hambre, enfermedades, bombardeos) y la represión del enemigo. También hubo otro tipo de víctimas, los encarcelados, desterrados y exiliados. Entre la guerra y la posguerra podemos hablar de entre 400.000 y 600.000 muertos. Esta sangría demográfica influyó más tarde en la caída de la natalidad. A estos efectos se deben sumar las pérdidas económicas (viviendas, fábricas e infraestructuras), además del agotamiento de las reservas de oro y el endeudamiento, que provocaron un retroceso de la economía española que tardaría años en recuperarse. Al comienzo del conflicto, en ambos bandos se practicó la persecución indiscriminada de los contrarios o de los que se mostraban partidarios del enemigo. En la zona republicana, la represión fue ejercida en los primeros meses por las milicias, que actuaban al margen de las instituciones republicanas. Se sucedieron las detenciones y ejecuciones sin proceso (“sacas” y “paseos”) y la reclusión en cárceles clandestinas (“checas”). De especial significación fue la brutal represión contra el clero, que alcanzó casi a 7.000 personas (el 12% del total de la represión republicana), además de la quema de templos y conventos. Esta furia anticlerical inclinó definitivamente a la jerarquía católica española hacia el bando sublevado, y la declaración de la Guerra Civil como Cruzada sirvió como legitimación y propaganda para el bando nacional. El caos político de 1936 arrastró a la muerte a personajes como José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange, o dio lugar a matanzas tan graves y controvertidas como la ocurrida en Paracuellos del Jarama. Las prácticas descontroladas de la represión fueron superadas con la creación de los Tribunales Populares y el fortalecimiento del poder político por parte del Gobierno republicano. Los militares rebeldes y las milicias falangistas y carlistas practicaron también desde el principio de la guerra una implacable y sistemática represión, que se dirigió fundamentalmente contra los miembros de organizaciones y partidos del Frente Popular y contra los miembros del ejército y las fuerzas del orden que se negaron a sumarse a la insurrección. En este caso, fue una represión dirigida por el incipiente nuevo Estado para aniquilar toda oposición por medio del terror y consolidar el bando sublevado. Se basó en las leyes militares y juicios sumarísimos sin garantías procesales, pero también en “paseos”, fusilamientos, desapariciones y matanzas indiscriminadas de civiles, como en Badajoz o Málaga. Se ejecutó también a políticos destacados o personajes relevantes de la cultura, como el poeta Federico García Lorca. La represión ejercida por el bando franquista se alargó durante la posguerra e incluyó también encarcelamientos (en 1939 había 250.000 presos políticos en campos de concentración), trabajos forzados (Valle de los Caídos) y depuraciones de intelectuales y docentes. En la fase final de la Guerra Civil, abandonaron España por los Pirineos hacia Francia, o por algunos puertos del Mediterráneo hacia el norte de África, algo más de 400.000 personas comprometidas con la República. Muchos de ellos regresaron a España poco después, confiados por las promesas (no cumplidas) del nuevo régimen de no proceder contra los que no habían cometido delitos de sangre. Con todo, casi la mitad permanecieron en el exilio, que se plantearon como provisional, aunque muchos de ellos tardaron casi cuarenta años en regresar y otros, no lo hicieron jamás. Los exiliados españoles se dispersaron por distintos países de Europa y el norte de África. Francia acogió a la mayoría, de los cuales, muchos volvieron a tomar las armas durante la Segunda Guerra Mundial para luchar con los aliados. Algunos colaboraron con la resistencia francesa y otros fueron deportados a los campos de exterminio nazi. En la URSS, el conjunto más numeroso de exiliados lo constituyeron los 3.000 niños evacuados durante la guerra. Otro grupo importante consiguió embarcar hacia América Latina, especialmente México, el país que acogió mas generosamente a los españoles, sobre todo intelectuales y profesionales cualificados que se integraron rápidamente a la vida del país. En México se reanudó también la actividad del gobierno de la República en el exilio, institución que se mantuvo simbólicamente hasta la recuperación de la democracia en 1977. Las consecuencias del exilio fueron asimismo desastrosas para la cultura española, que sufrió una merma considerable. El éxodo de grandes figuras terminó con la llamada “Edad de Plata” que floreció en España a lo largo del primer tercio del siglo XX. Desde el punto de vista económico, la destrucción fue muy intensa en el sector de las comunicaciones. Unas 500.000 viviendas quedaron parcial o totalmente destruidas. La producción industrial descendió un tercio por la falta de materias primas y energía y, la agrícola una cuarta parte debido a la marcha de hombres al frente. La cabaña ganadera se redujo entre un tercio y la mitad. Se considera que la guerra costó entre el 25 y 30% de la renta nacional de 1935.
SUBLEVACIÓN MILITAR Y GUERRA CIVIL (1936 – 1939). DIMENSIÓN POLÍTICA E INTERNACIONAL DEL CONFLICTO. EVOLUCIÓN DE LAS DOS ZONAS. CONSECUENCIAS DE LA GUERRA.