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Para aquellos músicos, les compartimos este primer consejo espiritual: la Santa
Eucaristía, no es un acto en el cual nosotros demostramos nuestros dotes y talentos a los
demás. Es un sacramento en el cual Cristo se hace presente, en cuerpo alma y
divinidad bajo las especies del Pan y del Vino. Por lo tanto, la misa no es un
concierto. El centro de la Misa es Cristo, la estrella es Él.
2. Discernimiento
Como músicos de Dios, debemos discernir todo el tiempo, tanto en el diario vivir, como
en el servicio litúrgico, para poder cumplir con excelencia nuestra misión de músicos
católicos. Es difícil, pero no imposible, ser buenos músicos de Dios. Acudir
constantemente a los sacramentos, la lectura diaria de la Palabra de Dios y el rezo del
santo rosario es de vital importancia espiritual.
3. Ora y estudia
La oración es el combustible de nuestro corazón, sin ella, no podemos seguir el
camino en el Señor. Un cristiano que no dedique un momento de su día a la oración
está perdiendo su batalla espiritual. Debemos orar todos los días, comunicarnos con
Dios en todo lugar y en todo momento. No buscar excusas, para no orar. «Quien dice
que no ora por falta de tiempo, no le falta tiempo sino amor» (San Juan Pablo II).
¿Estudiar? sí hay que estudiar, pero… ¿estudiar qué? Música, liturgia, magisterio de la
Iglesia, vida de santos, hay mucho por estudiar. En el coro, se debe dar algunas
nociones musicales a todos los integrantes, se debe estudiar el Catecismo de la Iglesia
Católica, el Concilio Vaticano II, el «Musicam Sacram», entre otros documentos
eclesiales, que hablen sobre la música.
4. No ser superficiales
La misión de los músicos de Dios no es solamente cantar la misa, la hora santa, los
conciertos, etc. El coro debe enseñar a las demás personas, música y canto. De igual
modo también pueden dar charlas sobre liturgia y música –según el nivel de formación
que lleven– en otras parroquias a coros o ministerios que se están iniciando en este
hermoso servicio. Además procurar en realizar visitas a los ancianatos y hospitales para
llevar la alegría del Evangelio.
Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos
dice que no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos elegir, si
antes no somos nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados.
Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al
hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó
primero. Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El
apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder
amarlo: El amor de Dios dice ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha
sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el
Espíritu Santo que se nos ha dado.
Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él
procede. Oíd con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de
Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es
amor? Él lo afirma porque sabe lo que posee.
Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor
un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis?
Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os
preguntáis cuáles son las alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor
un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene su alabanza en la asamblea de
los fìeles. Su alabanza son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de
acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor
alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta».
De los Sermones de San Agustín, obispo (Sermón 34, 1-3.5-6; 41, 424-426).