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El objetivo del presente ensayo es examinar, de manera muy preliminar, algunos elementos
conceptuales presentes en la obra freudiana que podrían dar algunas luces sobre las posibilidades
de economía libidinal que subyacen a estas tendencias, tratando de distinguir los caminos que
recorrería la pulsión en los individuos que se definen como asexuales y su posible relación con el
campo de la neurosis. Al respecto es necesario advertir que solo estoy en condiciones de llevar a
cabo esta pretensión de manera predominantemente especulativa, apoyándome en unos pocos
testimonios y descripciones ofrecidas por la propia comunidad asexual, pues su visibilización en
tanto orientación sexual es todavía muy reciente y no dispongo de material clínico que permita
abordar con mayor profundidad las diferentes aristas que se relacionan con este tipo de
tendencias.
En primer lugar, podríamos indicar que, lo que aparece como común a la variedad de estos
casos es la inhibición de la función sexual, entendida de acuerdo a la definición que ofrece Freud
en “Inihibición, Síntoma y Angustia” (Freud, 1976ª), es decir, una limitación funcional del yo;
dinstiguiéndola de la formación de síntoma propiamente tal, que podríamos entenderla como la
puesta en marcha de un conflicto psíquico sobre la base de un tipo particular de defensa, que sería
la represión, y que tendría como resultado, no solo una limitación o rebaja de una función, sino
además una variación desacostumbrada de ella. Lo anterior es importante a la hora de discutir el
status patológico de la asexualidad y sus derivados, pues una inhibición no necesariamente
implica un desenvolvimiento patológico, en tanto el retiro de la líbido podría constituir una
medida precautoria emprendida por el yo justamente para evitar el desencadenamiento de un
conflicto entre las diferentes instancias psíquicas y por tanto, la contracción de neurosis ¿Qué
peligro psíquico podría entrañar el ejercicio del quehacer sexual? ¿Cuál es el conflicto que podría
sobrevenir al orientar la pulsión sexual hacia el objeto?
Para responder a dichas interrogantes debemos revisar los caminos que debe atravesar la pulsión,
desde las primeras exteriorizaciones de la sexualidad infantil hasta la pubertad, donde la
organización sexual alcanzaría conformación definitiva. De acuerdo a lo planteado por Freud en
“Tres Ensayos de Teoría Sexual” (Freud, 1976b), la sexualidad infantil se caracterizaría por el
carácter autoerótico que asumiría la pulsión sexual, manifestándose más bien como una serie de
pulsiones singulares, que parten de ciertas zonas erógenas - apuntaladas en determinadas
funciones corporales de interés biológico - y que no prefiguran, en principio, un objeto ajeno
como destino para su satisfacción, sino que tienen al propio cuerpo como meta de descarga. La
orientación de la pulsión hacia los objetos del mundo externo (líbido) constituye un camino
progresivo, puesto que el objeto no nace con la pulsión, por eso Freud habla de que la relación de
ésta con su objeto constituye más bien una “soldadura”. En ese sentido, la pulsión se desarrollaría
entonces desde un despliegue autoerótico hasta uno de objeto (libidinal), tomando primero al
propio yo como objeto de descarga pulsional (líbido yoica), para posteriormente, ya en la fase
genital, convertirse en líbido de objeto; conquista que supondría, a la vez, la integración de las
diferentes pulsiones parciales en una sola organización sexual y su subordinación a los genitales
como zona erógena rectora.
El despliegue asexual del sentimiento erótico sería, por tanto, consecuencia de la preservación
de mociones incestuosas y, a raíz, de ello, de una particular dificultad para conciliar la corriente
sensual y la corriente tierna en el mismo objeto de amor. No obstante, a lo largo de otros textos
parecen deslizarse dos sentidos diferentes en los que podría traducirse esta “fijación” a los
objetos primarios. De esta manera, cuando en El Tabú de la Virginidad Freud (1976c) se refiere a
la “frigidez femenina”, la explicación de la fijación incestuosa parece estar mucho más cercana al
campo sintomática de la histeria y, de alguna manera, a la sexualidad femenina, en tanto habría
una especie de resistencia de la mujer a encontrar satisfacción en el objeto sexual adulto en tanto
éste no cumpliría con las credenciales suficientes para sustituir al objeto infantil, de manera que
el extrañamiento de la líbido podría interpretarse como una suerte de “fidelidad con el padre”,
para quien estaría reservada la investidura de la corriente sensual bajo la forma fantasías sexuales
inconscientes. La dinámica que se da entre el padre y el señor K en el caso Dora parece ser muy
ilustrativo del desencuentro que se produce en la histeria frente al deseo sexual adulto, al punto
que Freud destaca como una de sus características fundamentales (Freud, 1976d).
Otra vía por las cuales podría discurrir la fijación libidinal a los objetos infantiles es la que
formula Freud para abordar la impotencia psíquica, donde, más que una imposibilidad para
sustituir estas figuras, nos topamos, por el contrario, con un traspaso casi íntegro de los objetos
primarios de amor a la elección del objeto sexual, tomando un cariz incestuoso de manera que la
corriente sensual quedaría, o subsumida por completo detrás de la corriente tierna, lo que podría
desviar por completo la líbido de su meta sexual, quedar soterrada en la fantasía o permitir su
despliegue en la realidad a condición de ser dirigida a objetos de menor estimación psíquica, o en
otras palabras, “objetos degradados” (Freud, 1976e). Sin embargo, esta última opción, la de la
elección de un objeto degradado para el despliegue de la potencia sexual, parece estar cada vez
más sofocada para el hombre heterosexual a raíz de los avances civilizatorios conquistados por
los movimientos feministas y la reivindicación de su lugar en la sociedad. Es necesario considerar
que la resignificación de los papeles de género conlleva diversos acomodamientos en las formas
de reposicionarse frente al encuentro con el otro, actualizando la eficacia de nudos traumáticos y
surgiendo nuevas oleadas represivas sobre la sexualidad que convocan un profundo trabajo de
elaboración a nivel individual y colectivo. Movimientos como el “me too” son expresión de ello.
Junto con est0, los mecanismos punitivos a los que se ha debido recurrir para empujar estos
avances (la Funa, por ejemplo) también contribuyen, como efecto colateral, al retorno de
representaciones traumáticas infantiles, como la escena primara, fantasías de seducción y el
horror de la castración. En ese contexto, el refugio en la corriente tierna podría constituir una
respuesta corriente contra los autorreproches y formaciones reactivas que surgen ante las
mociones sexuales, a modo de “sistema defensivo primario” de la neurosis obsesiva (1976f). Tal
vez alguno de estos componentes esté puesto en juego en ciertas formas de demi-sexualidad
(tendencia a sentir atracción sexual solo en vínculos de fuerte intimidad afectiva). Son los
síntomas de un contexto donde coexiste tanto el mandato de tener que gozar como la imposición
de nuevas normatividades e imposiciones morales al quehacer sexual.
Hasta ahí algunos elementos que pueden rastrearse en los textos freudianos en torno al
problema de las inhibiciones sexuales, si acaso resulta legítimo recurrir al modelo de la frigidez
femenina o la impotencia masculina, o al marco discursivo de la neurosis, para explicar la
variedad de formas de extrañamiento del deseo sexual y las posibilidades de economía libidinal
que podrían estar implicadas en la tendencia asexual. Más bien podríamos considerar que ésta
tendría más de un camino de llegada y podría ser un refugio para diferentes trayectorias de
padecimiento frente al encuentro sexual. De hecho, en las descripciones que suelen difunden en
AVEN se reconoce la actividad sexual de las personas de tendencia asexual, motivada
principalmente por el interés de satisfacer a la pareja alosexual (no asexual) más que por una
atracción sexual, y sin que dicho acto vaya acompañado de angustia, displacer, autorreproches o
los refuerzos reactivos que son propios de la inhibición neurótica, pues parece recubierto por una
especie de ceremonial sublimado de entrega al objeto de amor.
Lo anterior nos remite a las formas en que se gestiona la articulación entre consentimiento y
deseo sexual, ya que al contrario de la histérica, que desea lo que no consiente, podríamos
constatar aquí un posicionamiento asexual donde se puede consentir lo que no se desea, que es,
de alguna manera y aunque suene contradictorio, una forma de implicarse en el acto sexual, una
manera particular de desear que se apuntala en el erotismo de la ternura. Todo ello se complica
cuando además incluimos las nuevas significaciones que asumen las posiciones de género, el
papel que juegan otros tipos de fijaciones libidinales así como su entrelazamiento con la
orientación homo u heteroeróritca hacia el objeto de amor.
REFERENCIAS
Freud. S. (1976a). Inhibición, síntoma y angustia (1926 [1925]). Obras completas, Tomo XX.
Buenos Aires: Ed. Amorrortu.
Freud. S. (1976b). Tres ensayos de teoría sexual (1905) Obras completas, Tomo VII. Buenos
Aires: Ed. Amorrortu.
Freud. S. (1976d). Fragmento de análisis de un caso de histeria (1905 [1901]). Obras completas,
Tomo VII. Buenos Aires: Ed. Amorrortu.
Freud. S. (1976f). Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896). Obras
completas, Tomo III. Buenos Aires: Ed. Amorrortu.