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Octava Clase Segunda parte (de Casas – Volta)

✔22a conferencia: “Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología” (1916-7),


AE, XVI, 309-312.
✔ 23a conferencia: “Los caminos de formación de síntoma” (1916-7), AE, XVI, 329-43.
✔ “De la historia de una neurosis infantil” (1914-8), AE, XVII, caps. V y VIII, 47-57 y 87-94.

En la segunda parte de esta clase vamos a retomar y continuar explorando las consecuencias
que trajo en la obra de Freud ese cambio importante que se produjo con la caída de la teoría
de la seducción, la introducción de los conceptos de pulsión sexual y sexualidad infantil (1905),
junto al tema de las fantasías. Habíamos comenzado a delinear con algunos artículos de esta
Unidad del programa la estructura y función de las fantasías en esos años, su implicación en la
génesis de los síntomas y su relación con el elemento “constitucional” a nivel de la etiología.
Habíamos llegado al punto en que Freud concebía que un síntoma histérico corresponde a un
compromiso entre una moción libidinosa y una moción represora, pero que también responde a
una reunión de dos fantasías libidinosas de carácter sexual contrapuesto, con aquel ejemplo de
un ataque histérico observado por él en que la paciente con una mano se aprieta el vestido
contra el vientre (mujer) y con la otra intenta arrancarla (varón).
Habíamos visto también que lo que determina el síntoma no es tanto lo que le pasó en
términos fácticos, sino la fantasía en la que lo traumático (espontáneo o provocado) se viene a
insertar, el molde en que lo vivido se va a procesar. Subrayamos la importancia de cómo lo vive
el sujeto (su historia) en función del encuentro con su propia sexualidad (infantil). La sexualidad
es pensada en términos de pulsiones parciales que se expresan/encubren en la fantasía y que
arman la estrategia para poner en acto la propia sexualidad.

En los síntomas se figuran las fantasías y su nexo con la satisfacción pulsional. Por eso dijimos
que Freud comenzará a pensar las producciones inconscientes como expresión de las
pulsiones parciales vehiculizadas por las fantasías. Si bien el estudio de los sueños diurnos o
fantasías conscientes resulta más asequible, Freud planteaba que las fantasías que se
encuentran en la base de los síntomas son inconscientes. El síntoma histérico es la concreción
de una fantasía inconsciente, sirve a la satisfacción sexual, y representa una parte de la vida
sexual de la persona. Pone en escena una fantasía inconsciente irreconocible. Así, el síntoma
es el compromiso entre poner una pulsión parcial en escena (una fantasía) y el empeño por
sofocarlo, que no aparezca.
Estas fantasías inconscientes son fantasías estrictamente sexuales, es decir, que funcionan no
sólo a nivel de los síntomas patológicos sino que también como condición para obtener algún
tipo de excitación sexual para el sujeto. Constituyen una escena donde está en juego un sujeto
y un objeto, y donde fundamentalmente se produce una acción que cumple la meta de la
pulsión parcial. Una escena donde “chupo o me hago chupar”, “miro o me doy a ver”, etc. ¿Se
entiende? Incluyen en su estructura una meta pulsional que lo ubica al sujeto en alguna
posición. Es un armado de escena, mucho más pobre que el sueño diurno, y sin mucho guion,
sólo una escena.
Por ejemplo, para masturbarse alguien se arma una escena para excitarse, o para tener
relaciones con otra persona requiere de alguna condición particular. Ese es el lugar de la
fantasía, es la manera de encauzar la sexualidad del sujeto, teniendo las mismas
características del sueño diurno. Parte de una insatisfacción y trata de crear una estrategia
para lograr la satisfacción. Es la vía para canalizar la propia sexualidad.

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Pasemos ahora a realizar algunas puntualizaciones de los artículos restantes de la unidad.
Tenemos por un lado la “22a conferencia: “Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la
regresión. Etiología” y la “23a conferencia: “Los caminos de formación de síntoma”
(1916-17). En la primera está nuevamente señalada desde el título mismo la cuestión de la
etiología y su relación con los vaivenes del desarrollo de la función sexual en la especie
humana. En la segunda, Freud formula algunos planteos novedosos al estudiar la participación
de las fantasías en la formación de los síntomas. Luego tomaremos algunos pasajes de “De la
historia de una neurosis infantil” (1914-18), que es el historial del Hombre de los Lobos,
para ejemplificar estas cuestiones.
La “Conferencia 22”, es la que sigue a las que en la Clase séptima habíamos comentado para
introducirnos en la teoría de la sexualidad, y en la idea freudiana de un “desarrollo libidinal” y
de las “organizaciones sexuales” infantiles. Recuerden que habíamos dicho que la teoría de la
sexualidad, a partir de las conceptualizaciones acerca de la pulsión y la sexualidad infantil
(“Tres ensayos de teoría sexual”) es abordada allí desde el marco y el lenguaje evolutivo de la
época. Freud describe las distintas fases o estadios en los que se organiza la sexualidad: oral y
anal. Inicialmente Freud no tiene en cuenta la importancia de la denominada fase fálica. Ya en
la próxima clase volveremos sobre la sorpresa que implicó posteriormente este
descubrimiento. Un concepto fundamental entonces era el de “desarrollo de la libido”. Según
Freud, la libido tiene que realizar un recorrido, un desarrollo demasiado largo en la especie
humana antes de llegar a estar preparada para la procreación y que el mismo no estaba
garantizado. Dijimos que lo caracterizaba como una “vía oscilante de desarrollo” que está llena
de peligros.
Considera que el recién nacido, trae consigo en su “constitución” las raíces anárquicas de
mociones sexuales que siguen desarrollándose y organizándose durante cierto lapso, pero
que luego sufren una progresiva sofocación. La sexualidad humana se despliega en dos
tiempos: el infantil y el de después de la pubertad, mediados por el período de latencia. Pero
Freud aclara que no es un proceso lineal, ya que este movimiento puede ser quebrado. Es un
“desarrollo interrumpido”. Hay oleadas regulares de avance pero el proceso puede nuevamente
ser suspendido por peculiaridades individuales. Al no poder establecer con seguridad el
carácter legal y la periodicidad de este movimiento tendrá que teorizar sus obstáculos.
Considera que el fin biológico de la sexualidad, ligado a la procreación, coincide con el
momento en que el conjunto de las pulsiones parciales, que buscaban satisfacción cada una
independientemente de las otras, se organizan bajo el primado genital a partir de la pubertad.
Sin embargo reconoce que este fin genital tiene grandes dificultades para cumplirse
plenamente. No se trata de una evolución meramente lineal que pudiera equipararse al
funcionamiento perfectamente ordenado e integrado del instinto sexual en los animales. Este
desarrollo demasiado prolongado de la función sexual, puede verse perturbado por varios
elementos.
¿Cuáles son los peligros del desarrollo libidinal? Los va a presentar con diversos nombres. Al
principio menciona tres: “fijación”, “regresión” (internos), y “frustración” (externa e interna).
Luego agrega otros factores (“inclinación al conflicto” y “viscosidad de la libido”).
El primero de ellos, dijimos, es teorizado con el concepto de “fijación” (Fixierung) (AE, XVI,
p.310). Formula que una pulsión o un componente pulsional no transita el desarrollo
supuestamente previsto como normal y, como consecuencia de esa inhibición del desarrollo,
perdura en un estadio más infantil. Esa corriente libidinal se comportará, en relación a las
formaciones psíquicas posteriores, como reprimida e inconsciente. Este es el modo en que
Freud comienza a teorizar un resto, un excedente de la sexualidad que va permaneciendo en el
camino sin producir los cambios esperados en la evolución, mientras que otros sí adquieren
ese desarrollo. Aclara además, que hay diversidades en cuanto a la fijación. Son tantas como
estadios en el desarrollo libidinal. Cada escala en la prolongada senda del desarrollo puede
convertirse en un lugar de fijación, y todo punto de articulación de lo que idealmente se
esperaría como una síntesis nueva puede ser la ocasión de un proceso disociador de la pulsión

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sexual. Es decir que todo el tiempo Freud mantiene la idea de que hay algo a nivel de la
pulsión que no se mantiene integrado y armónico. La consecuencia de este desarrollo libidinal
incompleto, que deja tras de sí fijaciones libidinales extensas y múltiples a fases de
organización y a objetos anteriores, es teorizada como un “factor interno” (AE, XVI, p. 315)
predisponente que contribuye a la génesis del conflicto psíquico. ¿Por qué predispone al
conflicto? Por la naturaleza perverso-polimorfa de las metas sexuales infantiles que
permanecen siempre vigentes en los puntos de fijación.
En segundo lugar, Freud menciona al peligro de la “regresión” (Regression) (AE, XVI, p. 311).
Por tratarse de un recorrido libidinal que se realiza en etapas, es sencillo que las partes que ya
han avanzado puedan revertir, “retroceder casilleros” diríamos en un juego de mesa, hasta una
de esas etapas anteriores. Este movimiento de retroceso libidinal es denominado regresión. La
aspiración pulsional se verá llevada a una regresión cuando el ejercicio de su función, y por
ende la ganancia de su meta de satisfacción, tropiece con fuertes obstáculos externos en lo
que sería la forma más evolucionada o tardía.
La conjetura freudiana es que la fijación y la regresión no son peligros independientes entre sí.
Existe un nexo entre ambos conceptos. En caso de encontrarse obstáculos en la evolución, la
libido no hará mucho por mantener su nueva posición conquistada y regresará a aquellos
lugares en donde justamente hay un estancamiento, una fuerte fijación. Junto a la marcha
progresiva, pero obstaculizada a nivel libidinal, surge una marcha retrógrada donde lo que está
en juego es una modificación real a nivel de la satisfacción.
Freud se encarga muy bien de distinguir a la regresión (Regression) de la represión
(Verdrängung). La primera está ligada a lo que llama un “factor orgánico” (AE, XVI, p. 312),
pulsional, y carece de una localización determinada en el aparato psíquico. Veremos en la
tercera parte del programa que algunos años después esto estará vinculado a la noción de Ello
y a la acefalía de la pulsión. La represión en cambio, es un proceso psíquico.
Los peligros para el desarrollo mencionados pueden verse además acompañados de otro
elemento. Se trata de un “factor externo” que Freud denomina “frustración” (äußeren
Versagung) (AE, XVI, p. 314). Este tampoco se confunde con la represión. Mientras que la
represión es lo que se opone a que las representaciones accedan o permanezcan en la
conciencia, la frustración es una fuerza que se pone a la satisfacción plena. No se trata de
cualquier privación libidinal, sino de aquella forma de satisfacción que el individuo creía tener
derecho a pretender con exclusividad. Es como cuando se rompe un pacto, o un supuesto
acuerdo previo. Se suponía que algo tenía que pasar, alguna satisfacción especial tenía que
darse y no sucede. Entonces, cuando se ve privado de ella, la libido se ve obligada a buscar su
satisfacción en antiguos caminos y objetos.
Este modo de teorizar la marcha pulsional a partir de la articulación de estos factores internos
(fijación, regresión) y externo (frustración) es clave a la hora de comprender el problema de la
“causación de las neurosis” (AE, XVI, p. 311).
Es que el yo se contrapone con todos los medios de la defensa a la satisfacción de las
aspiraciones libidinosas pasadas que reemergen originando a su vez una frustración “interior”
(innere Versagung) (AE, XVI, p. 319). La realidad exterior no lo único que funciona como
obstáculo o barrera para la satisfacción. Cuando por la frustración exterior la libido regresa a
antiguos puntos de fijación se topa allí con un veto interno. El Yo dice que no. El sistema
deberá entonces encontrar los rodeos necesarios, con la ayuda de las fantasías, en los
caminos de formación de síntoma para encontrar una satisfacción sexual sustitutiva
suficientemente irreconocible. Esto lo veremos a continuación con la Conferencia N° 23.
La “inclinación al conflicto” (Konfliktneigung), como tercer factor, depende entonces tanto del
desarrollo de la libido como del desarrollo del yo (AE, XVI, p. 320).
La tenacidad con la que la libido permanecerá adherida a determinadas orientaciones y
objetos, que Freud llama “viscosidad” (Klebrigkeit) (AE, XVI, p. 327) es presentada como un
factor autónomo y variable entre los individuos. Su condicionamiento le resulta desconocido.
Sin embargo, su importancia es fundamental para la etiología de las neurosis ya que atenta

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contra un claro y pacífico despliegue de la función sexual basado en el establecimiento de la
polaridad masculino-femenino.
Con todo esto Freud señala que hay una suerte de oposición entre un acceso idealmente no
perturbado a la satisfacción genital y aquello que permanece pegado a lo infantil. Es
justamente sobre ese punto de inercia que se mantienen sin tramitación,- implicando
adherencia y fijeza- que pretende operar la cura analítica. Freud busca reintroducir un
desplazamiento, una rectificación a nivel de la satisfacción. De allí que la cura analítica sea
concebida como una vía para superar los “restos infantiles”, un tratamiento particular de un
resto libidinal, fuente de conflictos, que no se aviene a la dialéctica analítica. En este sentido,
en el Prólogo a la tercera edición de Tres ensayos de teoría sexual (1914), Freud propone una
articulación entre la participación de los factores adquiridos accidentalmente en el desarrollo y
que por lo tanto pueden ser dominados casi sin residuos por el análisis, y aquellos factores
disposicionales que atentan contra sus posibilidades de acción. Estos últimos salen a la luz
como algo despertado por el vivenciar, pero cuya valoración excede por completo al campo de
abordaje del psicoanálisis.
En la “Conferencia 23”, Freud comienza haciendo una síntesis condensada de lo explicado
anteriormente: “Ya sabemos que los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que
se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional. Las dos fuerzas que se
han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian, por así decir, gracias al
compromiso de la formación de síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente; está sostenido
desde ambos lados. Sabemos también que una de las dos partes envueltas en el conflicto es la
libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para
su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto en lugar del
denegado {frustrado} la realidad permanece inexorable, aquella se verá finalmente precisada a
emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de una de las
organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resignó antes. En el
camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos
lugares de su desarrollo” (AE, XVI, p. 327).
La libido halla las fijaciones en las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en las metas
parciales y en los objetos abandonados de la niñez. La importancia acordada a lo infantil es
doble. Por un lado, ya que en ese momento se manifestaron primariamente las mociones
pulsionales que el niño traía en su "constitución sexual”. Freud trae la idea de que estas serían
como sedimentos filogenéticos de lo adquirido en la evolución de la especie. Pero por otro lado,
porque en virtud de influencias o factores accidentales, se le despertaron y activaron otras
pulsiones. No es entonces que Freud abandone completamente el valor de lo accidental
infantil. Considera que las vivencias contingentes de la infancia pueden también dejar como
secuelas fijaciones libidinales. “El hecho de que sobrevengan en períodos en que el desarrollo
no se ha completado confiere a sus consecuencias una gravedad tanto mayor y las habilita
para tener efectos traumáticos” (AE, XVI, p. 329).
Para intentar despejar la importancia de los factores “constitucionales” versus los “adquiridos”
en la causación de la neurosis, Freud plantea la idea de una “ecuación etiológica” (AE, XVI, p.
329). Dentro de ella hay “series complementarias”. La idea de lo complementario supone que
cuanto más pesa un factor, menos pesa el otro y viceversa. Hay un equilibro que se mantiene
entre cada polo de lo patógeno (predisposición y vivenciar accidental).
Pero además, entre los factores accidentales, no sólo deben ser tenidos en cuenta los de la
adultez. Freud propone incluir en su ecuación etiológica, junto a la disposición heredada o
constitución sexual (la secuela dejada por las vivencias de nuestros antepasados), a la
“predisposición adquirida” en la primera infancia. El vivenciar accidental infantil, cuenta
entonces también como “predisposición” a enfermar.

Para ser más gráfico, organiza un esquema que “contará seguramente con la simpatía de los
estudiantes” (AE, XVI, p. 330) donde sitúa junto al vivenciar accidental del adulto la historia

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libidinal del sujeto que comprende las prácticas y el vivenciar de la sexualidad infantil, los
afanes parciales abandonados y los objetos resignados de la niñez.

Sería un ejercicio interesante para que ustedes hagan, el de comparar lo que estudiamos en la
primera parte del programa con el caso Emma, los dos tiempos en cuya articulación se
despliega el trauma y la formación del síntoma como retorno de lo reprimido.
Aquí en esta ecuación etiológica también se mantienen los dos tiempos:
El tiempo 1 está ligado a lo infantil, la “predisposición por fijación” libidinal. Este a su vez se
descompone, dijimos, en una serie complementaria entre lo puramente constitucional y el
vivenciar infantil. Sin embargo, esto no vale por sí mismo. Para adquirir eficacia patógena,
necesita de lo que sucede en el tiempo 2, el del vivenciar accidental después de la pubertad.
Por eso Freud dice que: “a la importancia de las vivencias infantiles debemos restarle lo
siguiente: la libido ha vuelto a ellas regresivamente después que fue expulsada de sus
posiciones más tardías. Y esto nos sugiere con fuerza la inferencia recíproca, a saber, que las
vivencias libidinales no tuvieron en su momento importancia alguna, y sólo la cobraron
regresivamente” (…) “la importancia patógena de las vivencias infantiles ha sido reforzada en
gran medida por la regresión de la libido”. (AE, XVI, p. 331). Es verdaderamente una idea muy
cercana a la temporalidad retroactiva del efecto nächtraglich.
Sin embargo, Freud discute y destaca también la importancia “propia” de las vivencias
infantiles. El argumento más fuerte para esto son los casos en los que se demuestra una
neurosis con producción de síntomas ya durante la infancia, en las que el diferimiento temporal
de la pubertad juega un papel muy reducido o falta por completo. Vamos a ver luego con el
ejemplo del “Hombre de los Lobos” un enorme punto de discusión al respecto, porque en ese
caso justamente, lo que está en discusión para Freud es el valor y el peso específico de lo
infantil. En este punto Freud sostiene que durante el análisis de una neurosis eclosionada en la
adultez se revela que ésta es en realidad “la continuación directa de aquella enfermedad
infantil” (AE, XVI, p. 331).
El segundo argumento dado por Freud es que no se entendería cómo la libido regresa a ciertas
modalidades de satisfacción y objetos infantiles si no hubiese nada allí que ejerza cierta
“atracción”. Fíjense que aun tratándose de otra forma de regresión que la que había planteado
en “La interpretación de los sueños” también plantea un polo de atracción.
Termina resolviendo esta discusión entonces con la idea de la serie complementaria: “puedo
hacerles presente que entre la intensidad e importancia patógena de las vivencias infantiles y la

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de las más tardías hay una relación de complementariedad semejante a la de las series antes
estudiadas. Hay casos en que todo el peso de la causación recae en las vivencias sexuales de
la infancia; en ellos, estas impresiones ejercen un seguro efecto traumático y no necesitan de
otro apoyo que el que puede ofrecerles la constitución sexual promedio y su inmadurez. Junto
a estos, hay otros en que todo el acento recae sobre los conflictos posteriores, y la insistencia
en las impresiones de la infancia, según la revela el análisis, aparece enteramente como la
obra de la regresión; vale decir, tenemos los extremos de la «inhibición del desarrollo» y de la
«regresión» y, entre ellos, todos los grados de conjugación de ambos factores (AE, XVI, p.
332).
Después de pasar por esta discusión, Freud vuelve a la cuestión del síntoma y desde allí nos
conduce otra vez al terreno de las fantasías. Está de telón de fondo la idea de que a partir de la
regresión libidinal los síntomas crean sustitutos de la satisfacción pulsional que se vio frustrada,
no sólo de la actual sino que fundamentalmente “el síntoma repite de algún modo aquella
modalidad de satisfacción de su temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del
conflicto, por regla general volcada a una sensación de sufrimiento y mezclada con elementos
que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad” (AE, XVI, p. 333). Esa
modalidad de satisfacción infantil es comparada por Freud algunas veces con el grano de
arena en el centro de toda perla. Los revestimientos de sentido ocultan ese punto de
inseminación, esa modalidad de satisfacción infantil “que es irreconocible para la persona, que
siente la presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y se queja de ella” (AE, XVI, p.
333). Más bien provoca resistencia o repugnancia.
Ahora bien, en este punto Freud nos recuerda que por el análisis de los síntomas sabemos que
aquellas escenas infantiles en las que la libido está fijada y desde las cuales se crean aquellos
“no siempre son verdaderas. Más aún: en la mayoría de los casos no lo son, y en algunos
están en oposición directa a la verdad histórica” (AE, XVI, p. 334); “las vivencias infantiles
construidas en el análisis, o recordadas, son unas veces irrefutablemente falsas, otras veces
son con certeza verdaderas, y en la mayoría de los casos, una mezcla de verdad y falsedad”
(AE, XVI, p. 335). En realidad, reaparece aquí entonces, lo que vimos en la primera parte de
esta clase con la Carta 69, cuando comentábamos el problema de la verdad y el nuevo estatuto
que cobra en psicoanálisis cuando se abandona su sentido aristotélico. “Mentira y verdad”
forman parte de la ficción en cuestión. Por eso dirá que las fantasías “poseen realidad psíquica,
por oposición a una realidad material, y poco a poco aprendemos a comprender que en el
mundo de las neurosis la realidad psíquica es la decisiva” (AE, XVI, p. 336). Un error que a
veces escuchamos en los finales, y que vale la pena aclarar aquí es que no se trata entonces
de que haya una “realidad verdadera” y superpuesta una “realidad psíquica” que la deforme. El
planteo freudiano supone abandonar la mirada empirista ingenua de un acceso inmediato y
directo a una supuesta “realidad objetiva”, para dar lugar a otra idea de realidad, fruto y
resultado de una construcción que encubre y evita un punto insoportable. La referencia última
del síntoma, la fijación libidinal, pasa por el velo de la fantasía.
Freud compara aquí a las fantasías con las sagas o mitos que los pueblos crean acerca de su
historia olvidada, sobre sus orígenes. Ustedes ya han estudiado en Antropología el valor de los
mitos en las sociedades, para intentar resolver y dar forma de relato a lo que supone un punto
de imposibilidad estructural. Pues bien, con las fantasías plantea algo similar. Freud descubre
en ellas su estructura de saga, y la imposibilidad estructural que intentan resolver está
planteada a nivel de la anarquía de la satisfacción pulsional. En ese sentido tienen una enorme
similitud con lo que planteamos respecto de lo que empuja a elaborar un saber en términos de
las “teorías sexuales infantiles”.

A continuación, Freud encuentra que algunas fantasías se repiten en el relato construido por
diferentes pacientes. Esta recurrencia lo lleva a plantearlas como "fantasías universales". Las
denomina "fantasías primordiales" (Urphantasien) (AE, XVI, p. 338), y tienen en común que
conservan la relación con la sexualidad. Además tienen la vinculación de una cierta escena de

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un niño con sus padres. Freud encuentra que en esa relación del niño con sus padres hay algo
de universal, estructural, una estructura invariante. Son tres:

- La fantasía de seducción: haber sido iniciado en la sexualidad muy tempranamente de


manera abusiva por alguien mayor, casi siempre el padre. Ya la conocen y la hemos tratado en
los comienzos de esta clase en tensión con la concepción freudiana del trauma sexual infantil.
Es una fantasía gracias a la cual si hay “mal encuentro” con el sexo, no es porque haya un
desarreglo estructural sino “por culpa del padre”. Permite sostener la idea de un padre garante.
“Con la fantasía de seducción (…) el niño encubre por regla general el período autoerótico de
su quehacer sexual. Se ahorra la vergüenza de la masturbación fantaseando
retrospectivamente, para estas épocas más tempranas, un objeto anhelado” (AE, XVI, p. 337).

- La "escena primordial": es la fantasía de haber observado o presenciado la escena del coito


entre los padres. Es una fantasía que se apuntala también en el encuentro fallido con el sexo:
“en la observación del comercio sexual entre animales (perros) y su motivo es el insatisfecho
placer de ver” (AE, XVI, p. 337). Recuerden aquí si quieren lo que señalamos en clases
anteriores acerca del valor pulsional de la mirada, por ejemplo en el sueño de la mujer que va
al teatro. Eso es cubierto no por la pareja hombre-mujer, sino por la pareja padre-madre.

- Amenaza de castración, atribuible al varón, en relación a su práctica sexual masturbatoria.


Independientemente del personaje que con sus dichos la dispare, su ejecución queda imputada
al padre. Luego retomaremos algunas cuestiones en la unidad siguiente del programa. Pero
reparen ya que está también en esta fantasía la idea de que si la satisfacción sexual está
arruinada, es porque está “prohibida” por el padre, el agente de una amenaza que empuja a la
renuncia pulsional.

Freud nos dice que estas fantasías tienen un carácter “necesario” (AE, XVI, p. 337), y que
pertenecen al patrimonio indispensable de la neurosis. Su construcción se apuntala en indicios
mínimos. ¿De dónde viene esta necesidad de crear estas fantasías? De la pulsión misma, de
su carácter profundamente disarmónico. “No cabe duda de que su fuente está en las pulsiones”
(AE, XVI, p. 338). Este es el referente etiológico último.
¿Cómo explicar que siempre sea idéntico su contenido? Aquí Freud introduce la hipótesis de
un patrimonio común filogenético. En ellas, el individuo va más allá del propio vivenciar para
alcanzar el vivenciar prehistórico de la humanidad, allí donde el primero le ha resultado
insuficiente. Entonces, todo aquello que en el análisis resulta contado como fantasía -la
seducción infantil, la excitación sexual iniciada por la observación del coito entre los padres, la
castración- fue realidad en los tiempos originarios de la familia humana. “El niño fantaseador no
ha hecho más que llenar las lagunas de la verdad individual con una verdad prehistórica” (AE,
XVI, p. 338). Desarrollos posteriores del psicoanálisis proponen reescribir la filogenia en
términos de estructura. Todo ese “vivenciar prehistórico” no es más que el orden simbólico que
preexiste al sujeto, y que al igual que los mitos culturales, las fantasías primordiales constituyen
respuestas a los enigmas de la sexualidad (el origen de la sexualidad, el origen de los niños y
la diferencia entre los sexos).
Así como dijimos que la fantasía le deba un “marco” a la pulsión, podemos agregar aquí que
Freud comienza a pensar la organización de la pulsión a partir de ciertas estructuras
universales.
Pensaremos esta organización, esta estructura, a partir de dos conceptos: el Complejo de
Edipo y el Complejo de castración. Serán una manera para pensar cómo se arma, cómo se
organiza la sexualidad humana, habiendo partido de esa mera suma de pulsiones parciales
que buscan satisfacción de manera independiente.

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Un ejemplo paradigmático del valor de estas fantasías primordiales lo encontramos en “De la
historia de una neurosis infantil” (1914-18), el historial del Hombre de los Lobos. Se trata de
un caso de un paciente adulto, que Freud atendió durante varios años, con bastantes
dificultades a lo largo de la cura. Sin embargo, cuando escribe el historial, no se centra
demasiado en los aspectos “actuales” del caso, por ejemplo en las dificultades que este
hombre tenía con las mujeres, sino que fundamentalmente apunta a la reconstrucción de su
“neurosis infantil”, tal como lo indica desde el título mismo.
A Freud le interesa mostrar la importancia de varias particularidades de su naturaleza psíquica:
la tenacidad de sus fijaciones libidinales, el desarrollo extraordinario de la ambivalencia, y una
“constitución arcaica” en la que se conservan unas junto a otras, y en condiciones funcionales,
investiduras libidinosas de lo más diversas y contradictorias. Digamos que el “infantilismo de la
sexualidad” estaba muy presente en el caso de este paciente adulto.
Hay que tener en cuenta además, el contexto de escritura del historial. Jung, discípulo de
Freud, había comenzado a discutir en esos años la idea de la etiología sexual infantil. Según él,
la neurosis se trataría de una especie de fuga del individuo frente a situaciones reales actuales
(que no puede solucionar o lo angustian) y se refugia entonces en las fantasías que proyecta al
pasado, “espejismos”, o “fantasías retrospectivas”. Para Jung las neurosis son el producto de
la actividad imaginativa que permite apartar al sujeto de situaciones reales insoportables.
Cuestionaba así la relación entre la neurosis y su etiología sexual infantil.
Freud, por el contrario, quiere demostrar y verificar en este caso particular, la importancia del
factor infantil, del real sexual infantil en juego. Pero además, Freud cuestiona la noción de
fantasía como mera imaginación. Se va a preguntar sobre las relaciones entre la fantasía y la
pulsión en el historial.
¿Por qué lo conocemos como “El hombre de los Lobos”? Porque el paciente trae al análisis un
sueño importantísimo que tuvo a sus 4 años, y que trajo varias modificaciones importantes en
su desarrollo sexual. En el sueño había lobos subidos a un árbol que lo miraban inmovilizados.
Se despertó angustiado. Tiempo después el paciente lo pintó.

En el capítulo IV del historial verán que a partir del trabajo asociativo llevado adelante en el
tratamiento, Freud reconstruye con el paciente toda su neurosis infantil. Sin detenernos
demasiado en los detalles, digamos que se trata de un sueño de castración. Freud, casi contra
todos los hechos, defiende allí el rol asignado al padre como agente de la amenaza de
castración. A partir del sueño, reconstruye hasta en sus detalles más inverosímiles algo
sucedido antes. En ese sueño se reactiva y refunde con efecto póstumo la “escena primordial”,
que según logra conjeturar Freud, podría fecharse al 1 ½ año. El sueño sitúa la escena
retroactivamente en términos de Edipo y Castración.
En todo esto es fundamental tener en cuenta una cuestión: esta escena nunca fue rememorada
por el paciente. El paciente jamás la recordó ni la dijo como un saber consciente articulado en
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palabras. Esto obviamente introduce una serie de preguntas. ¿Qué estatuto darle a esta
escena? ¿Fue real? ¿Fue una fantasía? ¿Fue un delirio de Freud? Freud considera que la
escena primordial es un supuesto necesario. “Ya a los cuatro años el desdichado tuvo un
sueño con el que empezó su neurosis (…) y cuya interpretación hizo necesario el supuesto de
esa escena primordial” (AE, XVII, p. 94).
La producción de esta escena originaria, punto límite y tope al recuerdo, permite sin embargo
ordenar los sucesos de la historia subjetiva y las discontinuidades de la presentación de los
síntomas ya en la infancia (una secuencia que va desde un súbito período díscolo de alteración
del carácter, pasando por una fobia, más tarde la aparición de síntomas obsesivos, hasta
llegar a la alucinación de un dedo cortado). Además esta escena permite captar ciertas
particularidades de su posición pasiva frente al padre y un tipo peculiar de elección de objeto.
Hacia el final del historial, Freud trae nuevamente el tema de las fantasías en relación a lo
originario. Nos dice que frente al encuentro traumático con el sexo, los esquemas (Schema)
filogenéticos juegan un rol esencial. Al modo de unas categorías filosóficas, procuran la
colocación de las impresiones vitales. Es indistinto finalmente si el paciente vio o no
efectivamente a sus padres en un coito. Podría tratarse simplemente de haber visto animales
copulando y de su efecto traumático. Pero ese encuentro inasimilable con el sexo fue vertido
en los moldes de uno de esos esquemas primordiales. “En verdad, en los análisis de personas
neuróticas no es una rareza la escena de observar el comercio sexual entre los padres a una
edad muy temprana —se trate de un recuerdo real o de una fantasía—. Acaso se la encuentre
con igual frecuencia en quienes no se han vuelto neuróticos. Y acaso pertenezca al patrimonio
regular de su tesoro mnémico —consciente o inconsciente—. Ahora bien, todas las veces que
pude desarrollar mediante análisis una escena de esa índole, ella exhibió la misma peculiaridad
que nos desconcertó en nuestro paciente: se refería al coitus a tergo, el único que hace posible
al espectador la inspección de los genitales. Entonces ya no cabe dudar más de que se trata
sólo de una fantasía, quizás incitada regularmente por la observación del comercio sexual entre
animales” (AE, XVII, p. 57)
Freud ve en estos esquemas unos precipitados de la historia cultural humana. Nos dirá que el
complejo de Edipo constituye el mejor ejemplo conocido de esta clase, un gran organizador.
Allí donde las vivencias individuales no se adecúan al esquema hereditario, se produce una
refundición de ellas en la fantasía. Dice que son justamente los casos atípicos los que prueban
la existencia autónoma y la potencia organizadora del esquema. En el Hombre de los Lobos, el
esquema triunfa sobre el vivenciar individual accidentado. El padre deviene castrador, y logra
amenazar la sexualidad infantil a pesar de la pregnancia de lo que va llamar más adelante un
complejo de Edipo invertido. Del mismo modo, la nodriza aparece en el lugar de la madre o se
fusiona con ella. Freud agrega que las contradicciones del vivenciar respecto del esquema
parecen, en todo caso, colaborar con el surgimiento de conflictos infantiles.
Otra cuestión que Freud discute, y que está ligada a la anterior, surge de considerar la
conducta del niño de cuatro años frente a la escena primordial vivida al 1 ½ año y reactivada
con el sueño. Freud concluye que en el niño coopera una suerte de “saber” difícil de
determinar, como una suerte de preparación para entender. Para dar una imagen de algo que
en realidad se sustrae a toda representación, propone una marcada analogía con el vasto
saber instintivo de los animales.
Así, si en el ser humano existiera un patrimonio instintivo semejante, Freud considera que no
sería asombroso que recayese muy especialmente sobre los procesos de la vida sexual. ¿Se
entiende? Estos esquemas o fantasías primordiales serían un equivalente de lo que es el
instinto en los animales.
Algunos años más tarde este problema será tratado en términos de “herencia arcaica”. Para
Freud eso “instintivo” sería el núcleo de lo inconsciente, una actividad mental primitiva que más
tarde se ve destronada por la adquisición de la razón. Sin embargo, y con bastante frecuencia,
aquello conserva la fuerza suficiente requerida para atraer hacia sí los procesos anímicos

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superiores. La represión implicaría el regreso a ese estadio, y el hombre daría testimonio de él
con las neurosis.

Llegados a este punto, retomemos lo que veníamos revisando de la “Conferencia 23”. El pasaje
por las fantasías de seducción, castración y escena primaria lo obliga a Freud a considerar una
vez más y con mayor detenimiento la génesis y la importancia de las fantasías para la génesis
de los síntomas. Después de recordar las ya conocidas relaciones de sustitución entre principio
del placer y principio de realidad, recuerda que para el hombre la renuncia al placer no se hace
sin alguna forma de resarcimiento, y que por ello se conserva con las fantasías una forma en
que las fuentes y vías de ganancia de placer resignadas tienen una supervivencia. En ellas
consiguen una forma de existencia en cierto sentido emancipadas de los requisitos del examen
de realidad: “en la actividad de la fantasía el hombre sigue gozando de la libertad respecto de
la compulsión
exterior, esa libertad a la que hace mucho renunció en la realidad” (AE, XVI, p. 339). Para
ilustrar esto Freud compara a las fantasías con las “reservas” o “parques naturales”. Ahí le está
permitido conservar, vivir y crecer a todo aquello (incluso lo dañino) que se sacrificó por el
progreso (comercio, industria, agricultura, etc.). “Una reserva así, sustraída del principio de
realidad, es también en el alma el reino de la fantasía” (AE, XVI, p. 339).
A continuación retoma distinciones planteada en los artículos de 1907 y 1908 entre sueños
diurnos, sueños nocturnos y fantasías inconscientes. Es aquí donde planteará una articulación
novedosa referida a la importancia de la fantasía inconsciente para la formación de síntomas.
Va a introducir un eslabón intermedio en la secuencia previamente establecida entre
frustración, regresión, y fijación libidinal. Se pregunta: “¿Cómo encuentra la libido el camino
hacia esos lugares de fijación”? (AE, XVI, p. 340). La libido regresa ahí porque es un lugar
donde se obtuvo algo de satisfacción. Pero los objetos y satisfacciones de la libido no son
automáticamente abandonados por obra de la frustración exterior. Son retenidos en las
representaciones de la fantasía. Esta retirada de la libido a la fantasía es un estadio intermedio
en la formación de síntoma. Freud lo denomina que denomina “introversión”. Aquí florecen
sueños diurnos que implican una satisfacción imaginada de deseos eróticos y de ambiciones
de grandeza. Freud plantea que mientras no cobren demasiada fuerza pueden pulular en lo
consciente. Ahora bien, el extrañamiento de la libido respecto de las posibilidades de
satisfacción real conduce a una “sobreinvestidura” de las fantasías conscientes hasta ese
momento inofensivas. El factor cuantitativo, la cantidad resulta decisiva en este punto, ya que
por su intensidad se vuelven exigentes, desarrollan un esfuerzo que empuja a su realización.
Es aquí que interviene el “conflicto”, el veto del yo o “frustración interna”.
“Si antes fueron preconscientes o conscientes, ahora son sometidas a la represión por parte
del yo y libradas a la atracción del inconsciente. Desde las fantasías ahora inconscientes, la
libido vuelve a migrar hasta sus orígenes en el inconsciente, hasta sus propios lugares de
fijación” (AE, XVI, p. 340). Es en la fantasía donde la libido encuentra la vía o el camino de
regresión a las fijaciones sexuales infantiles. Recuerden aquí el carácter de “soldadura” que
Freud le confería en su estructura. La articulación entre esa modalidad de satisfacción
autoerótica infantil y una representación de deseo que la ocultaba. (Ver cuadro del final de la
clase)

Si tenemos en cuenta la secuencia lógica en la que libido y fantasía se entraman en los


caminos de formación de síntoma, la cura analítica supone recorrer el camino en sentido
contrario. Partiendo del síntoma, de su fijeza repetitiva, deberá pasar por la fantasía
inconsciente para atravesar esa pantalla última que vela el acceso a ese resto libidinal al que
está fijado. El planteo terapéutico de Freud supone que el análisis pueda hacer otra cosa con
ese punto de fijación, que la libido recupere en cierto sentido un margen de desplazamiento, y
que no se limite a encontrar satisfacciones sustitutivas sólo en los síntomas.

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¿Acaso el síntoma es la única salida para el problema de la satisfacción? Hacia el final de la
“Conferencia 23” Freud deja planteada una alternativa que ya había anunciado en “El creador
literario y el fantaseo” (1907). Nos dice que el artista logra inventar “un camino de regreso de la
fantasía a la realidad” (AE, XVI, p. 342). Considera que la capacidad de “sublimación” de algún
modo lo salva de enfermar. Mientras que para el común de los mortales que no son artistas, la
ganancia de placer extraída de las fuentes de la fantasía es muy restringida, el “artista
genuino” se las ingenia para elaborar sus sueños diurnos de tal modo que pierdan lo que
tienen de excesivamente personal y de chocante para los extraños. Logra atenuarlos hasta el
punto en que no dejen traslucir fácilmente su proveniencia de las fuentes prohibidas. Su talento
da forma a un material determinado (letras, pintura, música, esculturas, etc.) hasta convertirlo
en copia fiel de su fantasía. Logra así anudar a esta figuración de su fantasía inconsciente una
ganancia de placer tan grande que al menos temporariamente logra cancelar las represiones.
Además, si logra todo eso, quizás pueda además permitir que los otros, extraigan a su vez
satisfacciones y consuelo. De allí logre finalmente el agradecimiento, la admiración y el
reconocimiento del público. Por ese rodeo alternativo, equivalente pero distinto al síntoma
patológico “alcanza por su fantasía lo que antes lograba sólo en ella: honor, poder, y el amor de
las mujeres” (AE, XVI, p 343).
Si tomamos en cuenta esto, la curación analítica podría en cierto sentido inspirarse en el
recorrido alternativo que nos enseñan los artistas. Frente al problema de la satisfacción, se
abrirían al menos dos caminos. Un camino posible es, tal como hemos visto, el de la formación
de síntomas. Pero también la libido se podría sublimar. La producción de la obra de arte sería
algo así como la creación de un síntoma pero sin el costo patológico del sufrimiento. Tengamos
presente esta idea, para contrastarla cuando trabajemos en la Unidad 16, con “El malestar en
la cultura” (1930), qué modificaciones plantea Freud respecto de los alcances y límites de la
sublimación en relación al problema de la satisfacción pulsional.

Introversión
Fijación libidinal a una Fantasía Pcc-Cc
modalidad autoerótica
(perversa-polimorfa)
Fantasía Inconsciente
que la oculta

Regresión Frustración
externa

Síntoma como retorno de lo


Frustración reprimido- satisfacción sexual
interna sustitutiva
Conflicto con el yo Fantasía implicada y figurada 11

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