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estudios ingleses
1 El concepto de literatura
La palabra literatura esta marcada por la imprecisión semántica. Su contenido ha ido evolucionando a lo largo
de la historia, y procede de la palabra latina “Litteratura” que Quintiliano considera como un calco semántico de la
palabra griega “Grammatiké” que procede de “Grammé” (inscripción o huella). Para Tácito la palabra literatura
significa conjunto de letras y para Tertuliano erudición. Por tanto, en los orígenes de la palabra literatura está presente
la noción de escritura.
Lo que supondrá la marginación y desinterés hacia las formas literarias de forma oral, aunque estas no solo
han existido siempre, si no que en términos cronológicos eran las más cultivadas.
La voz literaria entra como cultismo en las lenguas románticas a partir del siglo XVI (como seis siglos
después de las lenguas romances), con el significado de bibliografía o estudios. Lo artístico seguía llamándose poesía,
por ejemplo, la tragicomedia de Calixto y Melibea o El cantar del Mio Cid no era literatura.
El sentido moderno de la literatura en occidente para designar textos escritos con valor ficticio y estético se
gesta durante el romanticismo alemán especialmente en el círculo de Jena y su empleo se consolida en el año 1800
(XIX).
La mayor parte literaria es la ficción, pero no significa que esta sea mentira, si no que ni es verdad ni mentira,
por lo que constituye un universo distinto. La autoficción es la novela donde se ficcionaliza la vida del autor. Por
ejemplo, Soldados de Salamina de Javier Cercas.
Hay que tener en cuenta que la tradición clásica utilizaba la palabra o voz poesía para designar el conjunto de
textos artísticos caracterizados por su riqueza en cualidades locutivas, lo que se denomina retóricamente ornatus
(adorno) frente a la palabra literatura que designaba la escritura en general. El transito de la palabra poesía a la
literatura se produce en el siglo XVIII, cuando la primera pasa a designar el genero particular de la lírica y ese hueco
referencial pasa a ocuparlo la palabra literatura.
La pregunta esencialista sobre la literatura fue dominante en las poéticas clásicas y clasicistas. Estas poéticas
tenían un marcado afán prescriptivo y estaban muy apegadas a ciertos principios como la “mimesis aristotélica”.
En la teoría del siglo XX, frente a todas estas poéticas, los formalistas rusos elaboraban y recogen
teóricamente distintas concepciones de la poesía (literatura) que se habían ido abriendo camino desde los románticos
alemanes hasta el simbolismo y las vanguardias, y que insistían en las cualidades formales estrictamente verbales del
lenguaje poético.
Para el formalismo ruso el objeto de la literatura como ciencia era la literariedad (lo que hace una obra dada a
una obra literaria).
El concepto de literariedad, aunque insuficiente se ha revelado fundamental en los estudios literarios, no
solamente para el estructuralismo si no también para las corrientes post-estructuralistas.
Las matizaciones que llevan a cabo sobre este concepto las poéticas o las teorías post-estructuralistas,
permiten acoger dentro del campo de la literatura cualquier texto sin importar sus cualidades formales o temáticas, ni
la intención original con el que fue compuesto, porque la literatura deja de concebirse como una cualidad intrínseca y
empieza a entenderse como un juicio derivado de valores culturales o circunstancias sociales.
Justamente esta concepción de la literariedad nos abre la puerta para considerar las corrientes funcionalistas,
pragmáticas o empíricas que se desarrolla en el marco cultural o filosófico del post-estructuralismo cuyo denominador
común es el desplazamiento de la atención del texto hacia el proceso de la comunicación literaria.
Por lo tanto, de la pregunta ¿qué es la literatura? Pasaremos mejor a la pregunta ¿a que llamamos literatura y
que permite analizar los elementos que entran en juego los textos literarios? Para responder a esta pregunta tendremos
que tener en cuenta dos factores fundamentales:
1. La influencia del receptor en la obra.
2. El peso especifico de los factores sociales e institucionales que condicionan el valor artístico en un
determinado momento.
2 Funciones de la literatura
2.1 La literatura como medio de evasión
Pensar en ese planteamiento es considerar la literatura con plena autonomía como un juego para la
abstracción. Esta concepción de la literatura como medio de evasión es plenamente moderna.
Ya Aristóteles negaba la independencia total de la literatura y Horacio predicaba el famoso “Docere atque
delectare” (enseñar que deleitar).
Pero en 1790 en su Crítica de la razón sensible plantea la idea de que el sentido estético es ajeno a cualquier
interés práctico, estas ideas calaron en muchos de los poetas del siglo XIX que fueron pioneros en la máxima “el arte
por el arte”. Por ejemplo, el grupo francés “La Boheme y los poetas del Parnaso” liderados por Le Comte de Lisle, en
América Edgar Alan Poe, en Portugal Eça de Queiroz y en Gran Bretaña Oscar Wilde.
La radicalización de este planteamiento se llevó a cabo por parte de algunos poetas que caen en el
decadentismo que condujo a actitudes cercanas a la mortalidad. Un caso evidente es el personaje marginal que
revindica Charles Baudelaire en Las flores del mal.
Características que tendría la literatura como medio de evasión:
1. Se niega a cualquier objeto útil y solo se permite hablar de utilidad con fines estéticos.
2. Si es imposible vincular la literatura a objetivos utilitarios es imposible asociarlo a valores morales. Esta
concepción supone un rechazo manifiesto a los planteamientos literarios del siglo XVIII a la ilustración.
3. La vida para esta concepción de literatura es un conjunto de elementos impuros que chocan con el arte, la
sustituye la religión porque el arte se convierte en el refugio de los que huyen de lo feo de la vida.
4. La literatura desde esta perspectiva no se dirige al gran público si no a un grupo selectivo de hombres y
mujeres.
5. El autor persigue la evasión de la realidad por diferentes causas, conflictos con la sociedad, inadaptación,
sentimientos perturbadores.
2.2 La literatura como vía de conocimiento
Según esta función, la literatura nos permite llegar a las profundidades del ser humano. Esta concepción
aparece ya en la estética platónica o en Platón, aunque finalmente concluye en que si bien existe esa posibilidad no
puede ser un vehículo adecuado de conocimiento. Para Aristóteles, la poesía (literatura) era mas verdadera que la
historia y filosofía, si bien no puede sustituir a la filosofía, ya que es la madre de todas las ciencias.
Esta concepción de la literatura como vía de conocimiento vuelve a debatirse con el romanticismo al surgir el
concepto de “poeta vidente” de Rimbaud. El poeta o literato se concibe como un sabio que es capaz de llegar a lo
desconocido por estas ideas conectan con los principios surrealistas que entienden el poema como una revelación de
las profundidades del yo.
En el siglo XX el problema de la literatura como conocimiento preocupa a diferentes autores con
planteamientos estéticos distintos, sin embargo, muchos críticos se oponen a esta función, porque sostienen que la
literatura constituye un dominio ajeno al conocimiento. La literatura no es filosofía disfrazada, ni el conocimiento que
se transmite con ella es similar al conocimiento científico, pero la ruptura tajante entre literatura y capacidad
cognoscitiva es inaceptable porque la obra traduce siempre una experiencia humana y siempre ha constituido un
instrumento de análisis y comprensión del hombre y de sus relaciones con el mundo, por eso Sófocles, Cervantes o
Shakespeare representan nuevos modos de comprender al hombre y descubren verdades antes desconocidas, gracias a
Rousseau entra la subjetividad e intimidad del Ser humano en la literatura. Con Confesiones y Kafka descubrimos al
hombre laberintico del siglo XX.
2.3 La literatura como vía de catarsis
La cuestión de la catarsis que es la depuración de los sentimientos (pasiones) o a través del arte aparece
recogida por primera vez en La Poética de Aristóteles donde se afirma que la función de la literatura es la del placer,
pero no la de cualquier placer, si no un placer puro y elevado dicho de otra manera esta concepción tiene un carácter
más ético que lúdico. Este concepto catártico de la literatura reaparece en el siglo XVI y aunque tuvo distintas
interpretaciones, triunfa y se acaba imponiendo dos concepciones:
1. La moralista: es la que supone la sustitución de las pasiones por sentimientos elevados, inspirados en las
caritas cristianas.
2. La mitridática: es la que sostiene la clasificación de las pasiones por via de la razón en una obra literaria (la
tragedia griega).
La primera línea dará lugar en el siglo XVIII, a la catarsis como lección moral; la segunda también en el siglo
XVIII por Racine. Hoy día ambas corrientes se muestran de manera conjunta.
Con todo no resulta fácil reducir la complejidad del ámbito de los estudios literarios a la estrechez de una
clasificación. El desarrollo d el a teoría sobre todo desde los años 70, parece contradecir este planteamiento. Si en las
universidades aún hoy, desde la institucionalización de las teorías literarias como disciplina de los años 80 se mantiene
esta postura.
3.2 La teoría y el cuestionamiento postmoderno de la literatura
La actividad teórica tiene una clara tendencia en poner en cuestión las idead recibidas entorno a la literatura y
a su disciplina. La identidad de la literatura se vuelve problemática y la teoría especialmente en los últimos años ha
adquirido un carácter crítico de hecho se ha convertido en un eficaz instrumento de reconsideración y análisis cultural
que lógicamente esta vinculado a los caminos por los que ha transitado la cultura y la ciencia en los últimos decenios
del siglo XX. Es cierto que en los últimos tiempos la teoría se ha situado más allá de lo literario como una forma
extremamente general de critica de la cultura, esto significa que se ha ocupado de textos culturales y practicas
discursivas de toda índole, porque la literatura parece haber perdido buena parte de su prestigio y quizá de su
atractivo.
Aunque haya surgido como preocupación particular por el ámbito literario parece como si la teoría hubiese
acabado por adquirir una gran autonomía respecto a lo que en un primer momento constituyó su campo de estudio.
Cuando se entiende de esta manera la teoría tiene mal encaje en el seno de los estudios literarios, porque sus
afinidades se orientan hacia nuevas disciplinas como los estudios culturales, de género, el post-colonialismo….
A esto tenemos que añadir que la noción de cultura ha sido sometida a una profunda revisión y en
consecuencia la posición y el perfil que la literatura ha ocupado tradicionalmente.
Un reflejo expresivo de esta situación son los cuatro puntos mediante los cuales Jonathan Culler caracteriza la
teoría.
1. La teoría es indisciplinar: porque su discurso tiene un efecto fuera de la disciplina de origen.
2. La teoría es analítica y especulativa: porque averiguar que se implica en lo que llamamos sexo, sujeto,
escritura, lenguaje, …
3. La teoría es crítica: las nociones de sentido común y los conceptos considerados naturales.
4. La teoría es reflexiva: es pensamiento sobre pensamiento, esto es un análisis de las categorías, que utilizamos
para dar sentido o explicación a las practicas discursivas literarias y no literarias.
3.3 Posteoría y estudios culturales
La evolución de la teoría literaria y, de manera más general, de la Theory, en el sentido anglosajón del término
no ha sido en vano. De un lado el énfasis sobre el relativismo cultural y de las ciencias y de otro la conciencia sobre la
pérdida del lugar centrar de la literatura como manifestación cultural han tenido unas consecuencias evidentes
condicionan de forma muy profunda su lugar disciplinar muy lejos del perfil tan nítido que le atribuían Wellek y
Warren o Alfonso Reyes.
Para describir este estado de cosas se ha generalizado en los últimos años el término posteoría. Es frecuente
vincularlo a la emergencia de los estudios culturales. En otras palabras, se trata de un distanciamiento de la
especulación abstracta y una atención correlativa a la vida cotidiana en toda su complejidad, de la superación de la
concepción textocéntrica de la cultura a favor de una percepción más multimediática, de un desplazamiento del interés
crítico hacia las cuestiones de identidad y representación, así como de una implicación mucho más evidente del crítico
o estudioso en el terreno de la programación cultural.
No solo la teoría literaria, sino los estudios literarios en su conjunto han sentido los efectos de esta situación.
Sin embargo, habría que recordar que no se trata tanto de hacer tabla rasa de la tradición teórica como de desplazarla a
un contexto caracterizado por unas condiciones diferentes.
Una cuestión de gran interés en este sentido es, por ejemplo, la presencia en este marco posteórico de la obra
de grandes teóricos contemporáneos. Sería el caso de Foucault en el seno de los estudios poscoloniales, de Derrida en
el pensamiento feminista, de Barthes y Bajtin en ciertos sectores de la teoría actual sobre el hipertexto electrónico, etc.
Esa búsqueda debería incidir en las formas de apropiación de la tradición teórica del siglo XX por parte de los actuales
estudios culturales, pero también en la revisión crítica de las limitaciones del modelo de pensamiento que condujo
tanto a la culminación como a la crisis de la teoría
Dialogismo Intertextualidad
El sugerente concepto de dialogismo propuesto por Bajtin conforma en gran medida los cimientos de la
fructífera noción de intertextualidad sobre la que asienta las relaciones entre textos.
2.1 La tesis de Bajtin: el concepto de dialogismo
La tesis de Bajtin parte de la concepción del carácter dialógico interno de los textos, es decir, todo texto hay
que analizarlo como respuesta a otros enunciados anteriores y posteriores, de una esfera comunicativa dada.
Un texto es un eslabón en la cadena de la comunicación discursiva y no puede ser separado de los eslabones
anteriores que lo determinan, por dentro y por fuera generando en él reacciones y ecos dialógicos. En el estilo de un
texto es posible descubrir toda una serie de discursos ajenos, ocultos, semióticos o implícitos y con diferentes grados
de otredad, es decir, de distancia en relación al discurso que lo acoge.
Bajtin aplica estos planteamientos al análisis de la novela que entiende que es el género y rompe con el
monologismo de los géneros cultos
2.2 La reformulación de Kristeva: el concepto de intertextualidad
Julia Kristeva a finales de los 60 ampliando y reinterpretando el concepto de dialogismo utiliza el termino
intertextualidad para designar toda relación semiótica entre textos.
A partir de esta propuesta de Kristeva, su concepto (semiótica entre textos) recoge un largo camino que se
bifurca dando lugar a una concepción amplia y a una concepción restringida de intertextualidad.
Intertextualidad
Amplia Restringida
(Kristeva y Barthes) (C. Segre, C. Guillén y G. Genette.)
Tanto Kristeva y Barthes abren esta concepción amplia de intertextualidad, al entenderla de manera
generalizada consideran que el texto tiene un carácter dinámico y heterogénea, que no es algo único ni autónomo, ni
cerrado en si mismo, si no que siempre permanece abierto a otros textos.
Kristeva diría: “todo texto se construye como mosaico de citas” y Barthes de una forma aún más oscura diría
“todo texto es un intertexto”.
Entre los autores que tienen una concepción restringida de la intertextualidad se encuentran C. Segre, C.
Guillén y G. Genette.
3 Relaciones transtextuales
Entre los acercamientos teóricos-críticos a la intertextualidad de mayor relieve hay que destacar o señalar el
que plantea Genette en su libro Palimpsestos, la literatura en segundo grado de 1982.
Para Genette el objeto de estudio central no seria tanto el texto si no la transtextualidad o transcendencia
textual del texto.
3.1 Paratextualidad
Es la relación que mantiene un texto con lo que denominaríamos sus paratextos.
3.2 Metatextualidad
Es la relación que mantienen un texto con otro que habla de él, a este tipo de relación se llamaba comentario y
es la relación critica por excelencia.
3.3 Architextualidad
Es la relación que mantiene una obra literaria con el resto de las obras que pertenece a su mismo genero
literario. De estas cinco relaciones de Genette, esta es la más abstracta e implícita.
3.4 Intertextualidad
Según Genette es una relación de co-presencia entre dos o más textos, es decir, se trata de la presencia efectiva
de un texto en otro. Hay tres formas según Genette.
1. Cita: es la forma más explicita y literal de intertextualidad
2. El plagio: es una copia no declarada pero literal y por tanto, es la forma menos canónica y explicita de
intertextualidad.
3. Alusión: se trata de la forma menos explícita y literal de intertextualidad y supone o implica un enunciado
cuya plena comprensión implica la percepción de su relación con otro enunciado al que reemite
necesariamente.
3.5 Hipertextualidad
Toda relación que un “texto a” llamado hipotexto, con su “texto b” que Genette llama hipertexto. El hipertexto
o “texto b”, deriva necesariamente del “texto a” o hipotexto, por transformación o por imitación. El autor del
hipertexto tiene que reconocer aceptar la deuda de la que el hipertexto pertenece.
Vistos los cincos tipos de relaciones transtextuales hay que dejar claro que no podemos considerarlas
aisladamente ni sin relación entre ellas, por el contrario, sus relaciones a menudo son amorosas y decisivas. De hecho,
por ejemplo, la palabra architextualidad se constituye por la vía de la imitación y por tanto de la hipertextualidad.
La hipertextualidad es desde luego un aspecto universal de la literatura porque no hay obra alguna de que
alguna manera o en algún caso no evoque esta, y en este sentido podría decidirse que todas las obras son
hipertextuales, pero desde luego unas lo son más que otras. Es en este punto donde hay que dejar claro la distinción,
porque de no hacerlo todos los textos se considerarían hipertextos y su estudio abarcaría toda la literatura universal.
Nosotros concebiremos la hipertextualidad en su aspecto más definido, aquel en el que la derivación del
hipotexto al hipertexto esta declarada de manera más o menos oficial.
Literatura y lenguaje
1 La retórica
Los clásicos separaron dos artes verbales diferentes, por un lado, la gramática (uso recto del lenguaje), y por
otro, la retórica (uso recto del lenguaje basado en el “hablar bien”).
El discurso teórico se servía de distintos recursos para evitar el tedio a aburrimiento del autor. Y es en Grecia
donde surgen los primeros estudios de retórica, incluso desde la etapa pre-homérica hoy una conciencia histórico-
literaria que clasifica los temas y los géneros del discurso teórico.
Más tarde ese legado pre-homérico continuo de la mano de Aristóteles, Quintiliano y Cicerón, y previve
durante la Edad Media penetrando en el Renacimiento y Barroco hasta llegar el siglo XVIII, es justamente en este
siglo cuando se produce una decadencia de la Retórica por la rigidez con la que se llegó a explicar unos principios que
Aristóteles había sugerido de manera más flexible.
La retórica podemos definirla como el arte de la elocuencia verbal frente a la poética que podemos definirla
como el arte de la escritura.
La retórica tiene tres pilares:
2 Lingüística y literatura
2.1 El formalismo ruso
Con el nombre de formalismo ruso se conoce un movimiento renovador de los estudios literarios surgidos en
Rusia en la década de los X o la Primera Guerra Mundial. Como reacción a una decadencia evidente de la disciplina
en los estudios académicos y en la Critica periodista carente de rigor científico y dominada por un subjetivismo
impresionista. En este momento convergen dos grupos diferentes:
1) Círculo lingüístico de Moscú: el cual se funda en 1915 y entre sus autores se encuentran R. Jakobson, B.
Tomachevski, G. D. Vinokourov y P Bogatirev.
2) La OPOIAC (Sociedad para el estudio de la lengua poética): se funda en San Petersburgo en 1916 y esta
conformada entre otras por V. Shklovski; B. Eichenbaum, O. Brik, S. I. Bernstein.
Los formalistas defienden por una crítica inmanente de los textos literarios y aspira a la elaboración de una
poética literaria liberada del subjetivismo estético y filosófico y encaminada a un estudio científico y objetivo de las
obras literarias. Algunos de los trabajos fundamentales del formalismo ruso son:
La lengua poética de Klebnikov de R. Jakobson, que en el año 1919 se transfiere en poesía moderna rusa.
El arte como artificio de V. Shklovski, que puede considerarse como el manifiesto del formalismo ruso.
En 1920 y 1925, el formalismo ruso logra consolidarse como corriente crítica y de investigación literaria y se
introduce por primera vez dentro de los medios académicos entre las obras más importantes de ese periodo:
La teoría del método formal de B. Eichenbaum en 1925 donde se introduce un infame retrospectivo sobre las
principales aportaciones de la escuela y donde se evidencia que el objetivo era el deseo de crear una ciencia
literaria anónima que se centrara en las cualidades intrínseca de los materiales literarios.
A finales de los años 50 empieza a conocerse en Europa Occidental y Estados Unidos las teorías de los
formalistas, gracias a las obras de V. Erlich El formalismo ruso del año 1955 y a la famosa conferencia de Jakobson
titulada Lingüística y poética del año 1958 donde se habla por primera vez de la función poética y de la ontología de
trabajos recopilados por T. Todorov bajo el título de Teoría de la literatura del año 1965.
2. 1. 1. La teoría de la desautomatización
Para todos los formalistas rusos, la lengua literaria contenía una serie de procedimientos cualitativos que la
convertían en una manifestación diferenciada de la lengua cotidiana. Se trataba para ellos de superar la vieja idea de
que la poesía era un “pensamiento con imágenes” y se plantearan, por el contrario, o el estudio de la literatura, si no el
estudio de la literariedad llamado así por Jakobson en 1923.
Para Jakobson, la literariedad es lo que se hace de una obra dada una obra literaria. La especificidad de lo
literario no se encontraba para los formalistas ni en la persona del poeta, ni en los temas o vivencias, si no que debería
buscarse en la “cualidad de divergencia” de las formas artísticas del lenguaje, frente a las no artísticas.
Una de las manifestaciones primeras de la teoría de la desautomatización, y, por lo tanto, del concepto de
literariedad es la idea de extrañamiento de V. Shklovski.
V. Shklovski, sostenia que nuestra percepción del mundo y del lenguaje se encontraba automatizada y
desvanecida. Las palabras que pronunciamos nos son diferentes y no fijamos nuestra atención en ella. Porque lo único
que nos interesa en el lenguaje cotidiano, es la “cosa nombrada”. Esta propiedad automatizada del lenguaje es
ordinaria, es la que el artista mediante el lenguaje poético pretende contrarrestar.
¿Cómo se consigue desautomatizar el uso del lenguaje V. Shklovski? Lo contrarresta aumentando la duración
de la percepción mediante el oscurecimiento de la forma singularizando los objetos y las palabras al aumentar su
dificultad formal, esto quiere decir que mediante el uso de “artificios”, el mensaje verbal poético pone de relieve su
propia forma y obliga a que fijemos nuestra atención en ella.
En un primer momento, los formalistas rusos se detuvieron en el estudio de los artificios verbales sobre todo
de tipo rítmico, pero rápidamente se dieron cuenta, entre otros Tinianov y, sobre todo, Mukarovsky (que era poeta
además de teórico) que no es la suma de artificios lo que otorga poeticidad al mensaje, si no la función de los mismos.
Y esa función no podría medirse únicamente frente a la convención del lenguaje cotidiano, si no que habría de
establecerse referida a las propias convenciones de la tradición literaria, y extraliteraria; de esta manera Mukarovsky
concluye que la desautomatización no es un principio absoluto si no relativo a la función que cada elemento literario
cumple el conjunto.
2. 1. 2. La teoría de la función poética
Roman Jakobson clausura al famoso Congreso de Indiana con una potencia titulada muy significativamente
“lingüística y poética” a finales de la década de los 50. Para entender bien la tesis de Jakobson hay que tener en cuenta
una doble circunstancia:
1. Lo defendido por Jakobson en 1959 ha de ser evaluado en el ámbito de la clausura de un congreso que trataba
de diferenciar el mensaje verbal artístico de otras conductas verbales.
2. La tesis de Jakobson es una formulación nueva de una vieja pregunta enunciada ya en 1919.
La función poética es la orientación del mensaje hacía si mismo diría Jakobson. Este consideraba que en la
lengua literaria el factor dominante es la propia forma del mensaje. La palabra es sentida como tal palabra, porque en
el lenguaje poético, esta no es un simple sustituto del objeto nombrado, ni tampoco la explosión de una emoción, si no
que la palabra tiene valor por su calidad fónica, morfosintáctica y léxica.
La siguiente pregunta que se hace Jakobson es “¿mediante que rasgos se manifiesta la función poética?”,
sintetizando enormemente Jakobson concluye que la lengua poética atrae la atención sobre sí por medio de la
recurrencia y el paralelismo gramatical, es decir, “mediante la insistencia en lo ya dado”.
Junto a Jakobson otros autores han ampliado la tesis originaria, entre ellos hay que destacar a Samuel R.
Levin, para quién la función poética supone dos rasgos fundamentales:
1. La unidad fondo y forma que en literatura son inseparables.
2. La característica ya señalada por P. Valery de la “menorabilidad”.
2. 2. Conceptos básicos del Estructuralismo
La teoría estructuralista está conformada por varias escuelas que se fueron configurando desde los años 20
hasta finales de los años 70. Entre estas escuelas hay que destacar dos:
1. Círculo de Praga: se constituye en el año 1926. Bajo el impulso de Jakobson (exiliado en Praga desde 1920)
y supuso un lugar de debate y reflexión excepcional no solo para investigadores checos, si no para
investigadores de otras partes de Europa atraídos por las propuestas de Jakobson. Entre estos autores hay que
destacar a Weller y Pulezle. El estructuralismo literario Praguense que se conoció tardíamente en occidente
tiene sus orígenes en la revisión de las tesis elaboradas por los formalistas rusos y en la atención que sus
miembros prestaron entre otras a las aportaciones de Saussure. De especial relevancia por su influencia
posterior resultan las teorías de Mukarovsky, el objeto literario puede estudiarse como signo autónomo como
estructura y como valor, de modo que junto su función como signo autónomo hay que considerar su función
como signo comunicativo. Mukarovsky se fija en la variabilidad histórica y relativa a las normas y valores con
las que el texto se relaciona. Se abre así el Estructuralismo hacia una perspectiva semiótica al entender el
concepto de función estética con independencia de un sistema de normas históricas, sociales, y culturales, que
afecta a lectores y críticos y vienen a determinar el sentido de la lectura e interpretación.
2. Estructuralismo francés: la ampliación del módulo nacido de las tesis praguenses al ámbito general de las
ciencias humanas y sociales alcanza su momento de máxima vigencia a finales de los años 50 principio de los
60. El encuentro de Jakobson exiliado de Praga en Estados Unidos con el antropólogo francés Levi-Strauss y
la recepción en Europa de las múltiples aplicaciones que el modelo antropológico estructural proyecto sobre
las formas literarias supuso el afianzamiento del interés con las gramáticas universales y su aplicación al
estudio de la narrativa y poesía. El Estructuralismo francés supuso la culminación de los movimientos
estructuralistas y su importancia resulta transcendental por varias razones:
a. Culminación de las corrientes formalistas y de los movimientos anteriores.
b. Permitió la difusión de los textos teóricos rusos que hasta ese momento no eran demasiado conocido.
c. Como consecuencia de su labor adquirimos un orden y una manera de ver la historia de la teoría
literaria del siglo XV que es hasta hoy la dominante.
d. Porque contribuyó a la consolidación de tres corrientes teórico-literaria fundamentales: narratología,
semiótica y pragmática que se desarrollan a partir de los años 70.
Entre los autores que participaron de manera más o menos plena en la teoría literaria estructural de la Francia
de los años 60 se encuentran P. Barthes, G. Genette, T. Todorov, A. Greimas. Otros autores próximos al
estructuralismo, pero sin compartir completamente sus ideas son J. Kristeva, U. Eco (más grande semiótico S.
XX), J Cohen.
3 Lectura e interpretación
3. 1. El problema de la interpretación: hermética de reconstrucción e integración
La creación literaria se completa necesariamente en la actividad de la lectura sin la cual el texto no alcanzaría
la categoría de objeto estético, ya que esta solo es posible en la conciencia del receptor. Roman Ingarden, en la Obra
de arte literaria había considerado la obra como una formulación esquemática necesitada de cumplimiento en la
concreción que surge de la lectura individual y cuyos antecedentes más remotos se encuentran en la poética de
Aristóteles.
La preocupación por descifrar recto sentido de los textos, esta presente desde la antigüedad y se inscribe
dentro del problema de la “exégesis”, una disciplina que pretende comprender el texto, a partir de su intención, sin
embargo, desde el momento que toda lectura se realiza en el marco de una tradición implica unos presupuestos: la
exégesis o interpretación esta ligada a la teoría del signo, y de su significación en la medida en que todo texto puede
tener varios sentidos. Es lo que P. Ricoeur denominó “el conflicto de las interpretaciones” y que ha de resolverse en el
deseo de vencer la distancia cultural que medía entre el texto y el lector, esta tarea se lleva a cabo en la práctica
hermenéutica (o practica de interpretación).
3.2. Proceso de lectura
Para hablar de la actividad de la lectura hay que comenzar mencionando a la repercusión que la obra literaria
de R. Ingarden tuvo en W. Iser, porque esta asienta las bases para el estudio de las operaciones que se realizan en el
acto de la lectura.
Se concibe la obra literaria como una formación intencional que tiene su fundamento en actos de conciencia
creativos del autor y cuya estructura es esquemática. Esta estructura esquemática ha de estar formada por lugares de
indeterminación que se completan por el lector en las respectivas concreciones.
Por lo tanto, hay que distinguir la obra literaria de las lecturas individuales. Cuando a través de los enunciados
no podemos concluir si cierto objeto posee un determinado atributo, este tendrá una realización diferente en cada
autor. Los aspectos visuales, auditivos y olfativos sugeridos en el texto se actualizan de distinto modo en cada lectura,
gracias a estas operaciones percibimos más intensamente la atmósfera de la obra, activamos la creación de imágenes
mentales y construimos nuestro personal mundo imaginario. En esto consiste según Iser el proceso de lectura y en él
es donde se genera las significaciones de los textos literarios que son “el producto de una interacción entre texto y
lector”. Lo que Iser esta reclamando es un espacio para el lector que había ido relegando en esos años de primacía del
texto.
Iser estudia como el proceso de lectura de un texto provoca en el lector, gracias a los vacíos o lugares de
indeterminación, un placer estético que es fundamental en toda experiencia de lectura, por ello en la ficción, en tanto
estructura comunicativa, no hay que pretender saber lo que significa sino el efecto que produce al mismo tiempo, la
lectura comporta unos conocimientos previos referidos a textos precedentes y a un determinado contexto sociocultural
necesarios para la producción de una situación, a esto lo llamamos repertorio, es decir, aparece como un espacio
donde se mezcla la literatura precedente y las normas extratextuales.
Esos repertorios se organizan en el concepto de lectura en forma de estrategias que son las que organizan la
previsión del tema del texto, así como sus condiciones de comunicación. En el proceso de lectura, el lector pasa por
diferentes fases, ya que la comprensión se efectúa en sucesivas etapas de hecho a consecuencia de los lugares de
interminación o espacios vacíos cuando se realiza una segunda lectura, se obtiene una información que se revela
básica para establecer combinaciones que no habíamos visto en una primera lectura. Gracias a las cuales el lector
modifica su punto de vista. La interpretación se realiza por tanto desde distintas perspectivas que a su vez aportan
diferentes matices al objetivo imaginario y de la síntesis de todos ellos se obtiene el significado que percibimos.
El estatuto de la ficción
1 LA FICCIÓN LITERARIA
1.1 Realidad, ficción y literatura
En general y por casualidad metonímica, al ser la ficcionalidad característica ontológica de la literatura, se
utiliza el termino de ficción – particularmente en el ámbito anglosajón – en un sentido homosmico de “literatura”.
Según Barthes, se denomina generalmente ficción al discurso imaginativo, “caracterizado por la distancia que
mantiene con la verdad del mundo referencial: serian ficcionales los discursos que no corresponden a un estado de
cosas en el mundo empírico, los discursos no-referenciales o auto-referenciales.
No obstante, esto no quiere decir que el mundo de la ficción no guarde vínculos con la realidad porque la
ficción, de una u otra manera, esta basada e la realidad. Por tanto, ficción y realidad no solo no constituyen
compartimientos estancos (herméticos, aislados), si no que están fuertemente interconectadas. De hecho, se denomina
ficción a la simulación de la realidad que realizan las obras literarias, cinematográficas u de otro tipo, cuando
presentan un mundo imaginario al receptor. El termino ficción procede del latín, fictus (“fingido” o “inventado”).
Por tanto, la cuestión de la ficción literaria puede comenzar a entenderse cuando nos resistimos a la tradicional
e ingenua contraposición literatura / realidad como dos esferas independientes y en la que la literatura supusiera una
“versión” más o menos cercana a los hechos reales o a la historia. En otras palabras, la ficción literaria puede ser
comprendida cuando sospechamos o dudamos de cualquier teoría que presenta lo real opuesto a lo ficcional. Ya desde
Aristóteles en su Poética, el concepto de mimesis o imitación del mundo por la poesía implicaba la doble
consideración de la referencialidad y de la ficcionalidad del texto literario; en el primer caso, porque este plantea una
alusión a la realidad (establecida a través de la mediación sígnica), aunque esta sea de carácter imaginativo e indirecto;
e el segundo, porque, en la medida en que la literatura se constituye como tal imitación del mundo, se plantea a la vez
como algo distinto a la propia realidad y construido desde la actividad creativa del poeta, es decir, desde la actividad
poética “poiesis” (“creación” o “producción) del autor. Se entiende por poiesis todo proceso creativo, la praxis.
En este sentido, en el siglo XX, el filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur, desde una posición que resalta
el papel de la interpretación y busca la intersección entre el mundo del texto narrativo y el mundo del lector, reorienta
la noción aristotélica de mimesis en su libro Tiempo y narración (1983 – 1984). Ricoeur concibe mimesis, dada en la
ficción literaria, no como reproducción de la realidad, sino como regeneración y figuración de la misma, como
“invención creadora”, cercana a las nociones de poiesis y praxis, tanto en la actividad autoral como lectoral. Ricoeur
distingue así tres etapas en la mimesis:
- La prefiguración, que contempla el mundo ético o real como comprensión del actuar humano o del mundo de
la acción, fase necesaria para la construcción del mythos.
- La de configuración o representación como creación de una nueva realidad, como “actividad creadora” dada
en la poiesis, y como último momento de la operación mimética
- La de refiguración, vinculación del mundo de la obra y el del receptor como momento de producción del
sentido en la interpretación del texto por el lector.
Así pues, la teoría literaria desde sus inicios, en la Poética de Aristóteles, ha marcado la importancia de una
distinción que supera la confrontación ficción/realidad por un lado, y falso/ verdadero por otro lado, al ejecutar el
elemento principal de la teoría en torno a la categoría de lo verosímil (no es verdad pero si puede ser creíble). La
verosimilitud, concepto que encontramos en el capitulo XI de la Poética, se traduce en la credibilidad de la obra, en el
hecho de que los elementos que la componen han de ser creíbles para los lectores o para la opinión común. Para
Aristóteles, las artes son mimesis, unitación, pero no se trata de una simple imitación, una copia fotográfica de la
realidad, sino que expone algo que podría suceder y que es, por tanto, verosímil. Por tanto, la imitación, dada en una
obra literaria, ha de ser verosímil, lo cual se consigue gracias a la actividad creadora del autor – la Poiesis -. De este
modo, la literatura nos ha enseñado que los hechos más increíbles pueden resultar verosímiles (algo es creíble, pero no
es verdad), y los más ciertos, sin embargo, inverosímiles, todo depende de la destreza creadora autoral.
Por ejemplo, una novela como Los enamoramientos (2011) de Javier Marías, donde se combina el género
policial y romántico, nos cuenta como María Dolz, una mujer profesional y analítica que trabaja en una editorial
investiga el crimen de Miguel Deverne, un hombre a quien todos los días observaba con su pareja Luisa en una
cafetería. Un día María acude al mismo café y no lo ve, y es a través de los medios de comunicación que se entera que
Miguel ha sido asesinado brutalmente. Ella se enamora perdidamente de Javier, amigo personal de Miguel, y desea
estar con él pese a que descubre que es el verdadero asesino y desea a otra mujer. Cierto es que María, nuestra
narradora, adquiere de manera información suficiente para indagar la verdad y aclarar este crimen, pero ella no tiene
intención alguna de hacerlo. La verdad nunca se esclarece y el crimen queda impune. Desde la perspectiva del lector,
el personaje de María, a causa de sus despistes y desatinos durante la investigación, puede resultar inverosímil puesto
que el lector no se cree que una mujer, instruida, profesional y analítica cometa tantos errores en la investigación del
crimen y caiga rendida ante un hombre que es asesino y desea a otra mujer.
De esta manera, el concepto de verosimilitud se propone como categoría imprescindible en aras de superar el
tradicional conflicto entre ficción, literatura y realidad. La categoría de la verosimilitud no va ligada indisolublemente
a la novela realista, sino que los sucesos más fantásticos y maravillosos o pertenecientes, por ejemplo, a la ciencia
ficción como ocurre en la película Matrix (Wachowski, 1999 y 2003), pueden resultar verosímiles, creíbles, a ojos del
receptor o espectador. Esta consideración se enfrenta al hecho de que nuestra mirada de lectores actuales ha sido
educada en los principios de la estética realista. Esta ha dejado en herencia una vasta tradición literaria que culmina en
el siglo XIX con la novela realista y en el éxito de las formas de estilización de lo familiar cotidiano, que tiende a
hacer próximos dos conceptos que la literatura durante siglos se esforzó por distinguir: el concepto de realismo y el
concepto de verosimilitud. Estamos instaurados en el erróneo postulado de que solo la narrativa que supone una copia
de la realidad extratextual es verosímil, creíble y factible.
Por ejemplo, un libro fantástico, como Alicia en el país de las maravillas, no es por ello menos verosímil que
cualquier novela realista de Balzac o Galdós como Fortunata y Jacinto, de un lado, porque, a través del “salto”, se
permite la entrada en otro mundo en el que resulta coherente, por ejemplo, que pueda hablar un conejo que ya lleva un
reloj; de otro, porque el propio acto de la lectura literaria nos coloca en la exigencia de entender como creíble lo que
alguien nos está contando.
Así pues, la categoría de lo verosímil, la mejor que explica la ficción literaria, no está referida a una corriente
estética concreta como la novela realista decimonónica, sino que es compartida por muchas formas de literatura,
incluyendo la más fantástica o antirrealista, aunque esta pueda presentar una realidad distorsionada. La literatura, por
muy fantástica y maravillosa que sea, crea simulacros de la realidad, representa acciones humanas, de manera que los
hechos expuestos se asemejan a los ocurridos a personas que se mueven realmente en el escenario de nuestras
existencias. Por muy inventados que sean personajes y escenarios, por maravillosas que sean sus cualidades e incluso
su representación, acaban refiriéndose directa o simbólicamente a los conocidos o imaginados por la experiencia del
receptor. Si no fuese así, la fuerza de la literatura y su perdurabilidad, así como su sentido sería mucho menos.
La verosimilitud no es, pues, ni la veracidad, ni tampoco algo nacido esencialmente de la relación dual y
equivalente realidad/obra, sino la citada imagen poética de veracidad (que parezca real o tenga visos de realidad a
vista del lector). Como señala Pozuelo (1993), la cuestión de la ficcionalidad, como cualidad especifica de la ficción
literaria, afecta a la vez a la ontología (qué es), la pragmática (cómo se emite y recibe) y la retórica (cómo se organiza)
del texto literario. Por ello, la profundidad y multiplicidad de facetas del concepto ha sido abordada, a partir de la
preocupación por él de la filosofía analítica, por numerosos teóricos como Pratt, Dolezel, Martínez Bonati, Genette,
Eco, Mignolo, Hamburger, Pozuelo o Albaladejo, entre muchos otros.
El pacto narrativo
W. Booth dijo en su importante libro La retórica de la ficción (1961) que el autor de narraciones no puede
escoger el evitar la retórica: solamente le es dado elegir la clase de retórica que empleará. En efecto, el discurso de un
relato es siempre una organización convencional que se propone como verdadera. En el mundo de la ficción – y ése es
uno de los datos de definición pragmática más atraídos – permanecen en suspenso las condiciones de “verdad”
referidas al mundo real en que se encuentra el lector antes de abrir el libro. De entre las muchas aproximaciones y
consecuencias que cabe hacer y deducir de esta suspensión de la realidad, nos vamos a interesar ahora por lo que el
profesor Pozuelo Yvancos llamó Pacto narrativo en el año 1987. Este pacto es el que define el objeto – la novela,
cuento, etc. – como verdad y en virtud del mismo el lector aprende y respeta las condiciones de Enunciación-
Recepción que se dan en la misma. No hay novela que no invite al lector a aceptar una retórica, una ordenación
convencional por la que el autor, que nunca está propiamente como persona – quien escribe no es quien existe, decía
R. Barthes -, acaba disfrazándose contantemente, cediendo su papel a personajes que a veces son distintos de sí.
Entrar en el pacto narrativo es aceptar una retórica por la que la situación enunciación-recepción que se ofrece
dentro de la novela es distinguible de la situación fuera de la novela. En la primera, la retórica discursiva distingue
entre narrador y autor y entre autor implícito y autor real. Ello es posible en virtud de unos signos de la narración,
inmanentes al texto, por los cuales es necesario separar y no confundir a narrador con autor (quien da el libro). Igual
ocurre en el plano de la recepción, donde es posible separar mi papel como receptor real del papel de los receptores
que actúen dentro del texto como tales (narratarios).
Hay acuerdo en todos los tratadistas acerca de la distinción entre autor/narrador y lector/narratario. Tanto el
autor real como el lector real no son identificables en ningún caso con el narrador y el narratario, que son quienes en el
relato actúan respectivamente de emisor-receptor y cuya identidad textual no es extrapolable a su identidad real vital.
No obstante, el desarrollo de la teoría retórica narrativa en los ultimo años ha introducido otras categorías no siempre
aceptadas por la generalidad de los tradistas y que ahora no vamos a tratar (por ejemplo, en el plano de la recepción
aparece el término de lector implícito de W. Iser). A continuación, vamos a explicar un cuadro de los posibles pactos
narrativos a partir del ofrecido por Darío Villanueva (1984) y Pozuelo Yvancos (1994) en aras de distinguir las
distintas categorías:
Como se puede ver en el esquema, se ha distinguido varios tipos de instancias marcada por la frontera de un
cuadro de linea continua. Los elementos que están fuera del cuadro son completamente ajenos a inmanencia textual y
los que estan dentro son instancias del texto mismo, y vienen determinados por marcas formales, y no son susceptibles
de modificación historica una vez que el texto ha sido codificado.
1. Autor real – lector real: con independencia de las determinaciones textuales hay una realidad empírica con
nombre y apellidos que es el autor del texto. Tal autor es “quien existe”, y su relacion es la de producir una
obra que da a leer a otra instancia empírica, que es el lector real. El analisis de las relaciones en este nivel es
de carácter sociologico entre productor y consumidor.
2. Autor ficitio – lector ficticio: El autor ficticio puede ser definido como la figura que en el texto aparece como
responsable de su escritura. Puede ser un personaje dentro de la historia o no. Es por ejemplo, Cide, Hamete
Renengeli, el supuesto autor arábigo de Don Quijote de La Mancha, o Durley en Justine (1957), la novela de
Lawrence Durrell. Desde el comienzo de la novela Cervantes finge ser una especie de erudito que recopilaba
datos de otros autores y de los archivos de la Mancha para reconstruir la historia de Don Quijote. Al empezar
el capítulo 9 Cervantes se introduce en la narración para indicar que encontró unos papeles escritos en árabe
por Cide Hamete Benegeli y que al hacerlos traducir vio que era la historia de Don Quijote, a partir de ahora
hará ver que la historia es la traduccion de la obra árabe. Esto no deja de ser una parodia de los libros de
caballería en las que los autores a veces fingen que las traducen de otras lenguas o que han encontrado un
original en misteriosas circunstancias. Asimismo, en la novela de Durrell ejerce de narrador el nunca
nombrado Durley, un escritor frustado que trabajo como profesor en la Alejandria previa al comienzo de la
Segunda Guerra Mundial. Retirado a una isla del Mediterráneo, recrea sus recuerdos en un manuscrito que
esta teñido de su absoluta subjetividad fruto del amor por Justine.
Esta instancia, la del autor ficticio, representa al autor codificado o representado en el texto como tal autor,
son de su responsabilidad los comentarios, justificaciones y todas aquellas ocurrencias de la voz del texto que
revelan la presencia de una instancia diferente de la del narrador. En la mayor parte de los relatos esta figura
no aparece o está neutralizada por la del narrador. En el plano de la recepción, el lector ficticio es el lector
inmanente que en el texto aparece como tal. Es el Tú con el Yo del autor ficticio dialoga. Conserva como
lector la memoria del relato y solo puede conocer su desarrollo sometido a la linealidad del mismo. Como en
el caso anterior, el lectorr ficticio se neutraliza en muchas ocasiones con el narratario.
3. Narrador – narratario: el narrador ha sido considerador como principal problema del relato, pero por ahora
solo diremos que se trata de la categoria textual responsable de la enunciacion del texto tal y como lo leemos.
Puede estar implicito (no notamos su presencia, por ejemplo, cuando se encarga de transcribir literalmente las
palabras pronunciadas por los personajes a modo de dialogo e 3ª persona) o explicito (1ª o 2ª persona).
El narrador responde a la pregunta ¿Quién cuenta? Quien habla e el relato – el narrador – no debe confundirse
con quien escribe – el autor -. El narratario designa exclusivamente al receptor inmanente y simultaneo de la
emision del discurso y asiste dentro del relato a su emision en el instante mismo en que esta se orgina. El
narratario se localiza en el mismo nivel diegético que el narrador. Es un concepto, correlativo al narrador y
entendido como el destinatario explícito o implícito de su acto de enunciación, como el receptor nombrado o
innombrado del telato del narrador, propuesto por Barthes (1966), Genette (1972) y Prince (1971, 1973). Por
tanto, podemos encontrar un narratario ausente o no marcado (narratario implícito) de modo que no
percibimos su presencia con claridad en el texto, es decir, el narrador no hace explícito quien es su
interlocutor, lo que no significa que no exista; y un narratario nombrado (explícito), que forma parte de la
diégesis de la hisotira (por ejemplo, un narratario personaje).
Hay que precisar que en la mayor parte de los relatos la oposicion lector ficticio – narratario esta neutralizada.
Es decir, el TÚ con el que el Yo, el autor ficticio, dialoga dentro del texto queda solapado o anulado en la
figura del narratario, el receptor dentro del texto.
Lo que está fuera del cuadro es lo que pertenece a la realidad. Lo que está dentro, forma parte de la ficción y
en ningún caso se rompe este cuadro. Por tanto, no hay comunicación entre lo que hay dentro y lo que está fuera. El
autor real siempre se dirige al lector real. El narrador se dirige al narratario, nunca al lector. El narratario es una
instancia que está dentro de la ficción y que normalmente está implícita y poco representada. El autor ficticio aparece
como responsable de la historia que se cuenta.
A modo de resumen, el pacto narrativo es el trato implícito según el cual el lector se compromete a creer lo
que el escritor le está contando, siempre que el escritor respete su creación y mantenga la coherencia en la narración.
Los puntos más importantes son:
1. El lector acepta que lo que está leyendo son hechos imaginarios, pero no son mentiras. Es decir, abandona
– mientras dure la experiencia de lectura – todo juicio acerca de la verdad o falsedad del texto. De esta
manera, aunque el lector sepa que las hadas no existen, mientras esté leyendo un libro donde aparezcan
hadas, aceptará la existencia de las mismas dentro del contexto de la historia.
2. El escritor puede incluir en la historia tantos elementos ficticios e irreales como desee, pero deberá
respetar la base de lo que ha creado. Por ejemplo, si al comienzo de tu narración has dicho que los
dragones solo escupen fuego, no puedes hacer que de repente escupan hielo a mitad de la historia (a
menos que lo justifiques de manera coherente y realista dentro del marco de ficción que has creado).
3. Durante la experiencia de narración y lectura, tanto el lector como escritor fingen que los hechos de la
narración ocurrieron. De no ser así todas las historias de ficción estarían contadas como si fueran
hipótesis, y resultaría imposible introducirse de lleno en las mismas.
4. El escritor debe mantener ciertos elementos de la vida real para que sirvan de referencia al lector. Lo
contrario probablemente sería imposible dado que incluso cuando estamos inventando algo que no existe
en la vida real, tenemos como base nuestro propio conocimiento y experiencia sociocultural.
5. El escritor asume que aquellos detalles que no especifique serán percibidos por el lector tal y como existen
en el mundo real. Es decir que, si hablas de un mundo fantástico en el que hay nubes, pero no específicas
de qué color son, el lector dará por hecho que las nubes son blancas. En la ficción, siempre se establecen
vínculos con la realidad.
6. El escritor se compromete, además, a respetar en cierta medida las características del género que ha
elegido. Eso significa que, si no son coherentemente integrados en la trama, no se meterán elementos de
fantasía en una trama policiaca y realista, porque implicaría romper con la continuidad y la coherencia de
la narración, y descolocaría al lector, con lo que podría romperse el pacto narrativo.
A su vez, el submundo de cada personaje está formado por un submundo real efectivo (por ejemplo, Madrid
en el s. XIX en la novela galdosiana) y por una serie de submundos imaginarios. El submundo real efectivo, que sería
el mundo real objetivo efectivamente realizado en la obra, integra los seres que tienen existencia real para los
personajes y los sucesos protagonizados en el espacio y en el tiempo por los mismos. Respecto a este submundo real
efectivo se organizan y sitúan los distintos tipos de procesos mentales que configuran los submundos imaginarios de
los personajes (sueños, creencias, deseos, imaginaciones, etc.). Al igual que ocurre en la vida real, dichos procesos
mentales determinan en última instancia el comportamiento de los personajes, ya que si estos actúan como lo hacen, es
porque temen, desean, imaginan y conocen determinados elementos que forman parte de sus submundos imaginarios.
Así pues, el desarrollo de la trama argumental depende de la interacción entre el submundo real efectivo y los
submundos imaginarios de cada personaje, de manera que algunos elementos de los submundos imaginarios pueden
llegar a integrarse en el 10 submundo real efectivo, mientras que otros no llegan a hacerlo, sin que por eso dejen de
tener importancia como experiencias mentales.
3. Discurso: El narrador
La figura del narrador es la más compleja de un texto narrativo. Esto se debe a que, en un primer momento,
fue muy difícil separar esta categoría de otras con las que estaba relacionada. Una de las funciones más problemáticas
y complejas, desde el punto de vista del análisis discursivo, es la del narrador porque, en el estudio de esta figura,
debemos responder a tres preguntas fundamentales, esto es, quién ve los hechos, quién cuenta los hechos y cómo se
relatan los hechos. El narrador es la instancia enunciadora de una historia y, como tal, forma parte del texto. Es él
quien nos va a contar los hechos de esa historia, quien va a presentar los personajes y quien los sitúa en un tiempo y
espacio determinados. Sus funciones han sido pormenorizadas por Genette en Figuras III (1972):
- Función narrativa: es decir, la de contar unos hechos y “de la que ningún narrador puede desviarse sin perder
al mismo tiempo su carácter de narrador”.
- Función de control: o articulación interna del texto.
- Función de comunicación: que atiende a situación narrativa “cuyos dos protagonistas son el narratario,
presente, ausente o virtual, y el propio narrador”.
- Función testimonial: “cuando el narrador indica la fuente de donde procede su información, o el grado de
precisión de sus propios recuerdos, o los sentimientos que despierta en él determinado episodio”. Se da
cuando el narrador muestra su opinión sobre los hechos que está contando, o dice cómo o de dónde ha
obtenido la información de sus hechos. También habla sobre sus recuerdos acerca de la historia.
- Función ideológica: “las intervenciones, directas o indirectas, del narrador respecto de la historia pueden
adoptar también la forma más didáctica de un comentario autorizado de la acción”. se aproxima a la
testimonial en cuanto que supone la emisión de un juicio de valor sobre toda la historia, es decir, el narrador
adopta un punto de vista o una posición ideológica respecto a toda la historia.
De igual manera que frente al autor real encontrábamos un lector real, frente al narrador encontramos (o
podemos encontrar) un narratario. Gerald Prince nos ha dado uno de los estudios (1973) ―“Introduction a l’étude du
narratarie” (1973) ―, más lúcidos respecto a esta figura. Y es que, si aceptamos que toda narración presupone una
instancia enunciadora ficticia e intratextual, hemos de admitir también la presuposición de un narratario, explícito o
implícito, a quien el narrador se dirige en la ficción. Un ejemplo es de la manifestación del narratario explícito está en
el Lazarillo (1554):
Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de
Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nascimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa
tomé sobrenombre, y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una
aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la
aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí.
3.1 Voz narrativa y niveles narrativos
Estos dos términos son totalmente alejados, y no se deben confundir. 3 La voz narrativa ha sido confundida
con mucha frecuencia con la persona gramatical (primera, tercera) que enuncia la historia. Sin embargo, Genette en
Figuras III clasifica la voz del narrador, no en función de la elección de la persona gramatical, sino en función de su
participación o no en la historia (diegésis) que se cuenta. Efectivamente, en relación a la voz y siguiendo a Genette, la
elección del novelista no es entre primera, segunda o tercera persona sino entre dos actitudes narrativas (cuyas formas
gramaticales no son sino consecuencia lógica): la historia puede ser contada por un narrador extraño a la historia (no
participa ni interviene en la diegésis, la cuenta desde fuera) y entonces estaremos ante un relato heterodiegético, o
puede ser contada por uno de los personajes de la diegésis dando lugar a un relato homodiegético. Vemos, pues, que
no hay más posibilidad, en la elección de la voz narrativa, que situarse fuera o dentro del relato. El narrador
heterodiegético no presenta grados, pero el homodiegético sí en tanto que quien narra los acontecimientos de la
historia puede ser un personaje-testigo, es decir, un personaje secundario que presencia o es testigo de los hechos que
cuenta o puede ser el protagonista que cuenta su propia historia. A este último Genette lo denomina autodiegético.
Pero en el estudio del narrador, hay que tener en cuenta, además, la relación de éste con los niveles narrativos
porque, a menudo, un relato incluye otras narraciones que se sitúan en un plano diferente al de la historia principal. Si
bien no en todos los textos narrativos hay distintos niveles, de hecho, en la mayoría de textos narrativos encontramos
un solo nivel. No obstante, hay textos en los que se insertan historias dentro de historias. La historia o relato principal
se corta y se produce la introducción de otro relato, normalmente contado por otro narrador, que no tiene nada que ver
con la trama principal. Por ej. el cuento 4 “Continuidad de los parques” (Cortázar), donde una historia principal (un
hombre sentado leyendo) contiene otra (la de la pareja de amantes que se desarrolla en el texto que el hombre está
leyendo). Otro ejemplo es Scheherazade en Las mil y una noches, donde evita morir contando relatos.
Para abordar este abanico de posibilidades narrativas, Genette propone una estructura de niveles con sus
correspondientes narradores que ha resultado tremendamente operativa: denomina narrador extradiegético a aquel que
comienza el relato con el que se inicia la historia (principal) y narrador intradiegético a aquel que surge dentro de la
diégesis inicial. La narración que introduce este último narrador de segundo grado es denominada por Genette relato
metadiegético. Esta clasificación del narrador atendiendo a su relación con el nivel narrativo implica necesariamente
una clasificación del narratario. A un narrador intradiegético le corresponderá un narratario intradiegético, en cambio,
el narrador extradiegético solo puede dirigirse a un narratario extradiegético.
En conclusión, al estudiar el narrador respecto a la cuestión de quién dice, se ha de tener en cuenta la relación
de éste con la historia que narra – heterodiegético u homodiegético- y su relación con el nivel narrativo –
extradiegético o intradiegético-.
3.2 La percepción del narrador: focalización
Los términos de “aspecto” o “punto de vista” vienen a ser sinónimos de lo que nosotros, siguiendo a Genette,
llamaremos “focalización”. Se trata de un concepto claramente delimitado que, en numerosas ocasiones, se ha
confundido con la voz de igual manera que, como 5 hemos aludido en el punto anterior, la voz se ha hecho coincidir
infinidad de veces con la persona gramatical que narra la historia. Cuando hablamos de focalización o percepción, que
son términos idénticos, se pueden entender dos cosas: cuánto sabe el narrador sobre los hechos que está contando y
desde qué punto de vista se cuentan los acontecimientos. El término focalización, elaborado por Genette (1972, 1983)
a partir de las propuestas de Zéraffa y Brooks y Warren, ha llegado a consolidarse como una denominación pertinente
y muy generalizada en el campo de la teoría y análisis de la narrativa. Otros conceptos similares y conocidos son el de
punto de vista (point of view o blickpunkt, en la crítica inglesa y estadounidense, y también en la alemana –
Friedemann, Hamburger, Stanzel–), el de visión (utilizado en la tripartición de Pouillon y Todorov), el de tipos
narrativos de Lintvelt o el de centro focal de Lotman, el de ocularización de F. Jost, etc.
Genette, en Figuras III (1972), diferenció entre focalización cero o relato no focalizado cuando el narrador
sabe más que todos los personajes y accede a sus sentimientos más íntimos (se identifica con el llamado narrador
omnisciente), la focalización interna cuando el narrador filtra su relato por uno de los personajes que participa en la
diégesis y la focalización externa donde el narrador queda fuera de la diégesis y solo informa sobre lo que los
personajes hacen y dicen. Normalmente, a una determinada voz narrativa le corresponde un punto de vista o
focalización narrativa. A la voz heterodiegética correspondería, normalmente, una focalización cero (el conocido
también como narrador omnisciente) ya la voz homodiegética (autodiegética) le correspondería una focalización
interna. Respecto a esta última, Genette dirá que puede ser de tres tipos: focalización interna fija, variable o múltiple:
- Fija: cuando nunca se abandona el punto de vista elegido, el cual pertenece a un solo personaje (el lazarillo).
Ej. El cuarto mundo (Damiela Eltit).
“Pocas veces he visto un espectáculo semejante según la plenitud de mis deseos. Cierto de nuestra soledad, yo
bailaba con ella, dirigido y estimulado por ella, allí donde todo mi cuerpo se ponía al servicio de mis mejores
percepciones y sueños. Parecido a lo sensual, estaba más allá de la sensualidad misma; semejante a lo irreal,
portaba la realidad de todas las vidas humanas’’-
- Variable: el personaje focal varía y primero es uno y luego otro. El relato cambia de perspectiva de un
personaje a la perspectiva de otro personaje, aludiendo a diferentes acontecimientos. Por ej. “La señorita
Cora” (Julio Cortázar) cuando, por un lado, aparece el punto de vista del adolescente y enfermo Pablo ante las
pruebas médicas y, seguidamente, los médicos que conversan después de su operación.
“No sé cómo alcancé a decirte que era lo mismo, algo así, y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y
entonces me topé la cabeza con la frazada y que le iba hacer, a pesar de los cólicos me mordí las manos y lloré
tanto que nadie, nadie puede imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la insultaba y le clavaba un
cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces, maldiciéndola cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo
me suplicaba que la perdonase por lo que me había hecho.
Es lo de siempre, Che Suárez, uno corta y abre, y en una de esas la gran sorpresa, claro que a la edad del pibe
tiene todas las chances a su favor, pero lo mismo le voy a hablar claro al padre, no sea cosa que una de esas
tengamos un lío. Lo más probable es que haya una buena reacción, pero allí hay algo que falla, pensá en lo
que pasó al comienzo de la anestesia: parece mentira en pibe de esa edad. Lo fui a ver a las dos horas y lo
encontré bastante bien si pensás en lo que duro la cosa. Cuando entró el doctor De Luisi yo estaba secándole
la boca al pobre, no terminaba de vomitar y todavía le duraba la anestesia, pero el doctor lo auscultó lo mismo
y me pidió que no me moviera de su lado hasta que estuviera bien despierto’’.
- Múltiple: cuando se evoca un mismo acontecimiento varias veces según el punto de vista de varios personajes.
El relato cambia de perspectiva de un personaje a la perspectiva de otro personaje; aludiendo al mismo
acontecimiento. Por ej. en las novelas epistolares donde se puede evocar el mismo acontecimiento varias
veces según el 7 punto de vista de varios personajes epistológrafos. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el
cuento “La señorita Cora” (J. Cortázar), donde el hecho de ponerse el termómetro provoca el sonrojo de Pablo
y esto es focalizado desde las perspectivas de la enfermera Cora y del mismo Pablo.
‘‘Después traje el termómetro y se lo di ¿Te lo sabés poner?, le pregunté, y las mejillas parecía que iba a
reventárseles de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las
persianas y encendía el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado
que estuve a punto de reírme, pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta
acostumbrarse a esas cosas. Pero me mira en los ojos, por qué no le puedo aguantar esa mirada si al final no es
más una mujer cuando saqué el termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo
que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más
fuerte que yo. Después anotó la temperatura que está a los pies de la cama y se fue sin decir nada’.’
El narrador con focalización externa o deficiente es el menos frecuente; se da especialmente en torno al siglo
XX. El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio, referente dentro del realismo social y la novela española de
posguerra, es un ejemplo. Relata la historia de un grupo de once jóvenes madrileños que van a pasar el día al campo,
en un caluroso domingo de verano; la acción tiene lugar en el río Jarama, donde los protagonistas se bañan y en una
venta próxima. El narrador está al margen de los hechos y deja que los sucesos ocurran; la información va a divulgarse
en la medida que transcurre el relato. Así pues, el narrador no va a intervenir o comentar lo que los personajes piensan,
solo se puede entender lo que sucede a través de los diálogos de los personajes y lo que hagan:
El sol arriba se embebía en las copas de los árboles, trasluciendo el follaje multiverde. Guiñaba de
ultrametálicos destellos en las rendijas de las hojas y hería diagonalmente el ámbito del soto, en saetas de polvo
encendido, que tocaban el suelo y entrelucían en la sombra, como escamas de luz. Moteaba de redondos lunares,
monedas de oro, las espaldas de Alicia y de Mely, la camisa de Miguel y andaba rebrillando por el centro del corro en
los vidrios, los cubiertos de alpaca, el aluminio de las tarteras, la cacerola roja, la jarra de 8 sangría, todo allí encima
de blancas, cuadrazules servilletas, extendidas sobre el polvo.
― ¡Bueno, hombre!, ¿qué os pasa ahora? ¿Me la vais a quitar? - Echaba el brazo por los hombros de Carmen
y la apretaba contra su costado, afectando codicia, mientras con la otra mano cogía un tenedor y amenazaba,
sonriendo:
― ¡El que se arrime...!
La clasificación de Gérard Genette viene a ser la misma, pero rebautizada, que recogió Pouillon en Tiempo y
novela (1970). Este último hablaba de visión y de una triple focalización: la visión por detrás (típica de la narrativa
hasta el s. XIX, donde el narrador conoce todo); la visión “con”, donde el narrador sabe lo mismo que los personajes,
uno o varios; y la visión “desde fuera” donde el narrador se limita a contar lo que ve. Asimismo, Tzvetan Todorov en
“Las categorías del relato literario” (1974) presenta las siguientes posibilidades de focalización que tienen su
equivalencia con las planteadas por Pouillon:
- El narrador sabe más que cualquiera de sus personajes que se corresponde con la llamada visión “por detrás”
de Pouillon
- El narrador sabe lo mismo que cualquiera de uno o varios de sus personajes. Es la conocida visión “con” de
Pouillon.
- El narrador sabe menos que cualquiera de sus personajes. Es la visión “desde fuera” de Pouillon.
Asimismo, Óscar Tacca, en Las voces de la novela (1973), utiliza la siguiente terminología para identificar a
cada uno de los tres narradores arriba diferenciados según sepan más, la misma o menos información que los
personajes: narrador omnisciente, narrador equisciente y narrador deficiente respectivamente.
A continuación, aparece un esquema donde se recogen a modo de resumen los diferentes términos empleados
por los diversos teóricos citados en relación a la focalización o punto de vista del narrador:
En este sentido nos puede resultar muy útil la tipología estudiada también por Friedman unos años antes, en
1955, y que puede completar aquellos detalles de focalización que no aparecen tan minuciosamente contemplados por
el esquema anterior de los estructuralistas. Respecto al estudio de qué punto de vista un narrador puede tomar respecto
a los hechos que narra, fue Norman Friedman, en 1955, quien estableció ocho posibles perspectivas de la instancia
narradora en su conocido artículo «Point of View in Fiction: The Development of a Critical Concept». Se trata de una
clasificación anterior a las propuestas por los estructuralistas, pero que estudiamos ahora porque mezcla voz y punto
de vista, aspectos que había que estudiar previamente por separado para comprenderlos tal y como hemos hecho.
Friedman establece ocho puntos de vista, que también incluyen sus respectivas voces.
- La omnisciencia editorial: el narrador se inmiscuye en la historia y tiene un papel explícito en ella, se puede
expresar en primera persona, meterse en la mente de los personajes y emitir comentarios, 10 juicios de valor y
su punto de vista sobre lo que está contando. Cumple la función ideológica de la que habla Genette. Por
ejemplo, es el narrador realista español del XIX. También aparece en El celoso extremeño de Cervantes:
Iba nuestro pasajero pensativo, revolviendo en su memoria los muchos y diversos peligros que en los años de
su peregrinación había pasado, y el mal gobierno que, en todo el discurso de su vida, había tenido. […] Y por
concluir con todo lo que no hace a nuestro propósito, digo que la edad que tenía Felipe, cuando pasó a las
Indias, sería de cuarenta y ocho años…
- La omnisciencia neutral: se trata de un narrador en 3ª persona que no interviene directamente en la historia,
tiene capacidad para introducirse en la mente de sus personajes, pero no se expresa en primera persona sino en
tercera, no apela al lector y, lo más importante, no emite juicios de valor sobre las acciones que narra. Tanto
en la omnisciencia editorial como neutral encontramos narradores heterodiegéticos y omniscientes (o
focalización cero de Genette)
- El yo-testigo es un personaje que narra en primera persona sobre aquello que es testigo o presencia de la
historia, tiene un conocimiento limitado y no conoce los pensamientos de los demás personajes. Puede darse
una focalización interna o externa.
- El yo-protagonista es siempre autodiegético y con focalización interna. Narra los hechos que él mismo ha
protagonizado y habla de sus pensamientos.
- La omnisciencia multiselectiva donde encontramos los puntos de vista de varios personajes (focalización
interna variable). El punto de vista va pasando de un personaje a otro, aunque el de uno o dos de ellos
predomine sobre los demás.
- En la omnisciencia selectiva tenemos un solo punto de vista (focalización interna fija) puesto que la voz del
narrador cuenta tan sólo aquellos aspectos de la historia perceptibles desde la perspectiva de un personaje
escogido, que le presta así su punto de vista. A este tipo de personaje Henry James le llamaba reflector.
- El narrador del modo dramático es un narrador “no narrador”, porque se limita a transcribir literalmente las
palabras pronunciadas por los personajes a modo de diálogo. Este narrador se limita exclusivamente a
introducir las intervenciones de los personajes.
- El narrador cámara es el que asiste a los acontecimientos como si fuera un espectador de estos
acontecimientos. Cuenta lo que le pasa por delante de la vista, pero no sabe más que eso y, por tanto, no puede
hablar del pasado de los personajes, o de sus pensamientos, etc.
3.3 Modalización del discurso del personaje
Vamos, ahora, a adentrarnos en el análisis de los diferentes recursos que el narrador tiene para dar forma al
discurso narrativo ya que este canaliza un conjunto de información cuyo volumen depende, en primer término, de la
posición o punto de vista adoptado por el narrador –como hemos visto- y, a continuación de los procedimientos que
regulan la transmisión de la información narrativa sea en boca del narrador, sea en boca o conciencia del personaje.
Hablamos, pues, de las modalidades discursivas del relato.
La diferencia entre información transmitida por el narrador e información transmitida por el personaje fue
señalada por Genette y 12 denominada: relato de acontecimientos y relato de palabras respectivamente. El
protagonismo del narrador va a estar directamente relacionado con la preeminencia del relato de acontecimientos:
cuanto más extenso sea este más favorecida quedará la figura del enunciador del discurso narrativo. Pero sabemos que
un relato exclusivamente de acontecimientos, donde los personajes quedaran enmudecidos, no sólo es poco frecuente
sino también poco operativo. Una de las funciones más destacadas del narrador es la de dar cabida a las voces de los
personajes que pueblan su universo ficcional con todos los matices de la actividad lingüística ordinaria. Y son
precisamente los diferentes procedimientos de los que se vale el narrador para reproducir el discurso ajeno los que
vamos a intentar tipificar a continuación.
Las tipologías de modalización del discurso del personaje han proliferado en las últimas décadas y se han
realizado desde diferentes perspectivas. Genette, en Figuras III, se refiere a la distancia o el grado de proximidad o
lejanía existente entre el narrador, la narración, los personajes y el narratario. Se utiliza el concepto de distancia para
indicar las operaciones relatoras –de «contar»– que afectan a «la modulación cuantitativa (“¿cuánto”?) de la
información narrativa». Según esto, Genette diferencia distintos estados de discurso del personaje, expuestos desde la
mayor a la menor manipulación del narrador:
Discurso narrativizado/contado/relatado: es la forma más distante de dar cuenta de un hecho discursivo dado o
sobre un personaje. El narrador está muy presente porque cuenta, explica o resume las palabras o el pensamiento del
personaje. Por ej. “Sergio informó al profesor sobre su decisión de no presentarse al examen” o “Informé a mi madre
de mi decisión de casarme con Albertina”.
Discurso transpuesto: el narrador se acerca más a las palabras o pensamientos del personaje, pero sigue sin
reproducirlas. El narrador cuenta los que dicen los personajes sin reproducir exactamente sus palabras mediante el
estilo indirecto a partir de un verbo declarativo (decir, preguntar, afirmar…) y una conjunción (que) u otra partícula.
Por ej. (“Sergio le dijo al profesor que no presentaría al examen”, “Mario le preguntó a Pedro cómo estaba). También
aparece el estilo indirecto libre cuando se fusionan el discurso del narrador y el del personaje sin la mediación de un
verbo introductorio. El narrador se mete en la mente del personaje y habla como si fuese el propio personaje, de modo
que narrador y personaje se confunden. Por ej. “Sergio habló con el profesor, no iba a presentarse al examen”.
Otro ejemplo aparece en “Final de juego” de Cortázar, donde se entremezclan las sensaciones que tiene el
personaje como paciente en el hospital con los propios pensamientos del narrador:
“… la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa…Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin… Ya no
debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La
almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral”.
Discurso restituido/mimético/citado: es la forma más mimética. El narrador cede la palabra al personaje, pero
él sigue estando presente mediante el uso del estilo directo. Se introducen las palabras del personaje mediante un
verbo declarativo y el uso de los dos puntos. Por ej. Sergio le dijo al profesor: “No voy a presentarme al examen”.
Discurso inmediato: el narrador desaparece, se desdibuja, y es sustituido por el personaje. Sus palabras llegan
al lector de forma directa sin ningún tipo de introducción mediante el uso del monólogo (no voy a presentarme al
examen) o se reproducen fielmente los 14 pensamientos íntimos del personaje tal como fluyen de su conciencia
mediante el uso del monólogo interior (El examen. No, no me presento).
Por su parte Chatman, en Historia y discurso. La estructura narrativa en la novela y el cine, atiende, para la
elaboración de una tipología del discurso narrativo, a la presencia o ausencia del verbo dicendi, introductorio del
hablar de los personajes. Así distingue entre formas regidas de formas libres. Pero a este criterio, Chatman añade en su
tipología otros aspectos que se han de tomar en consideración en el discurso de los personajes: su naturaleza interna o
externa y la forma directa o indirecta de reproducción.
Uno de los intentos más destacados por intentar poner orden en el conglomerado de tipologías, además de las
señaladas, es el de Luis Beltrán Almería en Palabras transparentes. La configuración del discurso del personaje en la
novela (1992). Este autor considera que, a la hora de elaborar una tipología del discurso del personaje, se debe tener
en cuenta otros criterios además de los estrictamente gramaticales. De esta manera propone atender al marco
epistemológico del género porque considera que la narrativa ha dado lugar a muy distintas formas de relación entre el
hablar del narrador y el hablar del personaje que van más allá de lo puramente formal. Beltrán diferencia la narrativa
impersonal de la personal y, dentro de cada una de ellas, distingue distintos tipos de discurso según reproduzcan la voz
o el pensamiento del personaje. Nosotros vamos a seguir, en líneas generales, la tipificación establecida por Beltrán
Almería, partiendo, como él, de la aportación de Cohn al estudio de la reproducción del pensamiento diferenciado de
la reproducción de palabras en Transparent Minds (1978). Veamos el siguiente cuadro:
Beltrán diferencia, tanto en la narrativa personal (se cuenta en primera persona) como en la impersonal
(relatos en tercera persona), formas de reproducción de palabras y formas de reproducción de pensamientos de los
personajes.
Respecto a los términos observados en el cuadro, vamos a estudiar aquellos que pueden resultar más confusos
y que no se han tratado hasta ahora como monólogo citado/autocitado, monólogo autónomo y psiconarración.
En la enunciación de pensamiento se desdoblan el monólogo citado (pensamiento en el marco narrativo
impersonal) y el monólogo autocitado (pensamiento en el marco narrativo personal). El monólogo autocitado aparece
cuando el narrador-personaje reproduce de forma directa y en primera persona sus pensamientos, de forma idéntica a
como se hace en la escritura dramática. Por tanto, se asemeja al monólogo dramático, también conocido como
soliloquio, en tanto que está dirigido a un auditorio, aunque no sea real, hay una puesta teatral de las reflexiones
personales y los pensamientos de un personaje determinado. El monólogo autocitado normalmente aparece
entrecomillado y se aprecia en la mayoría de fragmentos monológicos de El túnel (Sábato, 1948):
… la muchacha estaba perdida, a menos que trabajase regularmente en esas oficinas; pues si había entrado
para hacer una simple gestión podía ya haber subido y bajado, desencontrándose conmigo. «Claro que –pensé– si ha
entrado por una gestión es también posible que no la haya terminado en tan corto tiempo». Esta reflexión me animó
nuevamente y decidí...
A diferencia del monólogo autocitado (1ª persona), el monólogo citado consiste en reproducir el discurso de la
conciencia del personaje por parte del narrador en 3ª persona. Coincide con el tratamiento que se da a la intimidad
mental de los personajes presente, sobre todo, en la narrativa impersonal. En ella, simplemente, el narrador, en
ejercicio de sus prerrogativas, cuenta en estilo indirecto lo que las criaturas de ficción piensan o han pensado. También
suele ir entrecomillado. Obsérvese el siguiente ejemplo sobre los pensamientos de don Álvaro en La Regenta (1884)
de Clarín:
Se creía hombre de talento –«él era principalmente un político»–; confiaba en su experiencia de hombre de
mundo, y en su arte de Tenorio, pero humildemente se declaraba a sí mismo que todo esto no era nada comparado con
el prestigio de su belleza corporal. «Para seducir a mujeres gastadas, 17 ahítas de amor, mimosas, de gustos
estragados, tal vez no basta la figura, ni es lo principal siquiera; pero las vírgenes honradas (conocía él otra clase) y las
casadas honestas se rinden al buen mozo».
Tenemos que hacer referencia también al monólogo interior como la modalidad del discurso directo de un
personaje, no dicho, sin interlocutor y sin tutela narrativa alguna, en el que se reproducen sus pensamientos interiores
de forma alógica y con una sintaxis básica para mimetizar el proceso subconsciente del pensamiento. Es un concepto
homosémico del flujo o fluir de conciencia (stream of consciousness de W. James y la tradición anglosajona), del
discurso inmediato (Genette) o monólogo autónomo (Dorrit Cohn). En el monólogo interior aparecen una serie de
rasgos determinables: el máximo grado de autonomía o emancipación de la voz del personaje respecto al narrador, la
reproducción del discurso mental, impronunciado e inaudito, del personaje, la organización sintáctica simple o caótica
en correlación con la alogicidad e irracionalidad de los procesos psíquicos directos y espontáneos, la instauración del
tiempo subjetivo o vivencial de los personajes frente al cronológico.
Así pues, la diferencia entre el monólogo interior o flujo de conciencia y el monólogo citado, que ambos son
reproducciones literales del pensamiento, es que en el monólogo citado el pensamiento se reproduce de una forma
gramatical y sintácticamente correcta, mientras que en el monólogo interior se reproduce tal y como nosotros
pensamos, con fallos gramaticales, repeticiones, etc. Un ejemplo del flujo de conciencia muy señalado está en Ulises
(1922) de Joyce:
el día que estábamos tumbados entre los rododendros en Howth Hesd con su traje gris de tweed y su sombrero
de paja yo le hice que se me declarara sí primero le di el pedazo de galleta de anís sacándomelo de la boca y era año
bisiesto como ahora sí ahora hace 16 años Dios mío después de es beso largo casi perdí el aliento sí dijo que yo era
una flor de la montaña sí eso somos 18 todas flores un cuerpo de mujer sí ésa fue la única verdad que dijo en su vida y
el sol brilla para ti hoy sí eso fue lo que me gustó porque vi que entendía o sentía lo que es una mujer...
Por último, hablamos de psiconarración cuando se produce la narración del propio pensamiento en estilo
indirecto. Se trata, pues, de una variedad monológica de reproducción del pensamiento del personaje en forma
indirecta en la que, desde una focalización omnisciente, el narrador relata con su propia voz y rasgos discursivos la
vida psíquica de los personajes. Un ejemplo es este fragmento de La Regenta de Clarín donde la omnisciencia
narrativa permite reproducir en tercera persona el sueño y el despertar de Ana Ozores:
Ana corría, corría sin poder avanzar cuanto anhelaba, buscando el agujero angosto, queriendo antes destrozar
en él sus carnes que sufrir el olor y el contacto de las asquerosas carátulas; pero al llegar a la salida, unos la pedían
besos, otros oro, y ella ocultaba el rostro y repartía monedas de plata y cobre, mientras oía cantar responsos a
carcajadas y le salpicaba el rostro el agua sucia de los hisopos que bebían en los charcos. Cuando despertó se sintió
anegada en sudor frío y tuvo asco de su propio cuerpo y aprensión de que su lecho olía como el fétido humor de los
hisopos de la pesadilla...
Así pues, al tratar el tiempo narrativo, debemos hablar, por un lado, del tiempo externo o de la historia que
hace referencia a la época o momento en que se sitúan los acontecimientos, es decir, al contexto histórico en el que
se ambienta la narración y puede ser explícito o deducirse del ambiente, personajes y costumbres. Según
Villanueva (1989), el tiempo de la historia sería la «dimensión cronológica de la diégesis o sustancia narrativa
externa, el tiempo de los acontecimientos narrados, mensurable en unidades cronológicas como el minuto, la hora,
el día o el año. Por otro lado, el tiempo interno o del discurso se refiere al orden en que el autor presenta esos
acontecimientos a los lectores, su duración (toda una vida o varios días) y lo que ocupan en términos de líneas,
párrafos, páginas o capítulos. Es «el tiempo intrínseco de la novela, resultado de la representación narrativa del
tiempo de la historia» de acuerdo con las estrategias narrativas del autor. En este caso, el autor utiliza recursos
narrativos para seleccionar los momentos que juzga interesantes y omite (elipsis temporales) aquellos que
considera innecesarios.
Los narrátologos franceses, a la hora de estudiar el tiempo, parten de la teoría de la enunciación de
Benveniste y la distinción de Günther Müller. En 1966 Émile Benveniste, en Problemas de lingüística general,
aborda el tiempo en el análisis verbal y distingue diversos tipos de tiempo: el tiempo físico es un continuo
uniforme, infinito y lineal, exterior al hombre; el tiempo crónico o convencional, generado por las divisiones a que
se somete el tiempo físico para parcelarlo y ser utilizado en las comunidades humanas (época; calendario: año, mes,
día; reloj); el tiempo psicológico son las formas personales, emotivas y vivenciales de captar y organizar el tiempo
físico ―ampliaciones o abreviaciones, disolución o espesor―; el tiempo lingüístico es de naturaleza intersubjetiva
y comunicativa, ligado al ejercicio de la palabra y se define y ordena como función del discurso, vinculado al
presente del sujeto de la enunciación (yo-ahora); y el tiempo figurado es un pseudotiempo, es la imagen del tiempo
generado por la ficción literaria, el tiempo artístico semiotizado, regulado y comprensible solo desde las reglas
artísticas.
Por su parte, en 1947, Müller distingue dos órdenes temporales distintos en la narrativa: el tiempo narrante
que es el tiempo del significado o la enunciación narrativa, el tiempo exterior en que transcurren los hechos en ella
representados; y el tiempo narrado que es el tiempo del proceso expresivo de la novela, del significante o del
enunciado, algo intrínseco a la obra. Es la misma distinción que realizará Baquero Goyanes (1974), afirmando que
existe un tiempo real –el de la andadura narrativa– y un tiempo novelesco –el de la acción imaginaria–.
Los narrátologos franceses van a realizar sus propias aportaciones. En 1972, Tzvetan Todorov y Oscar
Ducrot, en su Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, diferencian entre el tiempo de la historia
(tiempo de la ficción o tiempo representado) que es la temporalidad propia del universo evocado; el tiempo de la
escritura (de la narración o relatante) que es el tiempo ligado al proceso de enunciación igualmente presente en el
interior del texto; y el tiempo de la lectura (mucho menos evidente) que es la representación del tiempo necesario
para que el texto sea leído, es decir, lo que tardamos en leer el texto. Por su lado, tanto Genette en, Figuras III
(1972) como Ricoeur en Tiempo y narración (1983) insisten en esta división triádica.
A la hora de abordar el tiempo narrativo, Genette diferencia tres dimensiones temporales partiendo dicotomía
historia/discurso: orden, duración y frecuencia.
4.1. ORDEN
Según Genette, el orden se refiere a los distintos tipos de alteraciones temporales producidas en el relato con
respecto a la organización lineal cronológica del tiempo de la historia. A partir de un hipotético grado cero de
coincidencia absoluta entre el orden de la diégesis y el orden del relato –historia/discurso–, toda alteración del
orden cronológico de los acontecimientos de la historia por causa del discurso es denominada por Genette como
anacronía. El relato reordena el tiempo de la historia con dos posibilidades fundamentales de alteración
anacrónica: la retrospección narrativa o vuelta al pasado, la analepsis, y la prospección, anticipación o la ida al
futuro, la prolepsis.
Las alteraciones del orden temporal –anacronías– de la historia por el del discurso es una técnica antigua, que
ya en la retórica clásica –ordo naturalis/ artificialis, relato ab ovo/in medias res/in extremas res– aparecía
codificada y que ha sido más que utilizada. Así pues, mediante el uso de las anacronías, el narrador, para enfatizar
determinados acontecimientos, generar suspense o crear simplemente efectos estéticos, muestra su capacidad de
someter la fluencia cronológica –lineal y progresiva– de la historia a una serie de alteraciones anticipativas
(prolepsis) o regresivas (analepsis) en la organización discursiva. Contrastamos el orden en que ocurren los
acontecimientos con el orden en que los acontecimientos nos son contados, pudiéndose dar la analepsis, que se
corresponde genéricamente con el concepto cinematográfico de flashback, y la prolepsis, que se corresponde con el
concepto cinematográfico de flashforward.
En el concepto de anacronía están implicados otros dos conceptos de capital importancia: el alcance y la
amplitud. El alcance se refiere a la distancia temporal que media entre el momento actual de la historia y el punto al
que se desplaza la anacronía. Por ejemplo, en la película Titanic el alcance es 84 años, desde 1996 donde la anciana
empieza a contar su historia hasta 1912, momento al se traslada para contar el suceso del Titanic). La amplitud se
refiere al segmento temporal que cubre la anacronía, es decir, la cantidad de tiempo que dura la anacronía. Por
ejemplo, en la película Titanic la amplitud corresponde a 4 días que son los días que duran los acontecimientos (el
barco se hundió 4 días después de partir). De esta manera, respecto a las anacronías, Genette en Figuras III (1972) va
a distinguir tres tipos de analepsis (interna, externa y mixta) y dos tipos de prolepsis (interna y externa):
- ANALEPSIS INTERNA cuando el tiempo vuelve a un pasado ya narrado en el relato. La analepsis interna
se inicia en un momento posterior al del inicio del relato principal. Por ejemplo en Madame Bovary
(Flaubert, 1857), cuando Emma Bovary, casada, recuerda unos momentos durante su juventud cuando iba a
misa, etapa que se sitúa posteriormente al momento del inicio de la historia que comienza en su infancia.
Una tarde en que sentada junto a la ventana abierta acababa de ver a Lestiboudis, el sacristán, que
estaba podando el boj, oyó de pronto tocar al Ángelus. […] Ante aquel tañido repetido, el
pensamiento de la joven se perdía en sus viejos recuerdos de juventud y de internado. Recordó los
grandes candelabros que se destacaban en el altar sobre los jarrones llenos de flores, y el
sagrario de columnitas. Hubiera querido, como antaño, confundirse en la larga fila de velos
blancos, que marcaban de negro acá y allá las tocas rígidas de las hermanitas inclinadas en sus
reclinatorios; los domingos, en la misa, cuando levantaba la cabeza, percibía el dulce rostro de la
Virgen entre los remolinos azulados del incienso que subía. Entonces la sobrecogió un sentimiento
de ternura; se sintió languidecer y completamente abandonada, como una pluma de ave que gira en la
tormenta; e instintivamente se encaminó hacia la iglesia, dispuesta a cualquier devoción, con tal de
entregarse a ella con toda el alma y de olvidarse por completo de su existencia.
- ANALEPSIS EXTERNA: Cuando el recuerdo es anterior al punto de partida del relato principal. El tiempo
viaja a un momento que no ha sido narrado en la historia. Por ejemplo, en este fragmento de Las yeguas
finas (Guadalupe Loaeza, 2003) donde la narradora-protagonista (Sofía) cuenta un hecho del pasado de su
madre y tías que es anterior al momento del inicio de su narración (a los 11 años).
Me llamo Sofía, tengo once años y soy una "yegua fina". Así le dicen a las chicas del colegio
Francés. Mi mamá y todas mis tías fueron "yeguas finas". Mi tía Guillermina me contó que
cuando estaba en San Cosme, los muchachos del Cristóbal Colón y del Morelos iban a la
salida del colegio para ver de cerca a les jeunes filles, como llamaban a sus alumnas las
monjas francesas.
- ANALEPSIS MIXTA: es poco frecuente, empieza como externa y acaba como interna. La analepsis mixta
se inicia en un tiempo anterior al punto de partida del relato principal y llega a unirse con este punto o a ir
más allá. Por ejemplo, aparece en el cuento “Macario” de El llano en llamas (Rulfo, 1953) donde el joven
Macario se acuerda de la noche anterior donde las ranas formaron un gran alboroto, situación que continúa
todavía en el presente y, por eso, continúa sentado y esperando a que salgan para golpearlas. La acción se
prolonga hacia el futuro (continuará sentado).
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para
esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de
higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al
despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles»,
me dijo Plácida Linero, su madre, evocando veintisiete años después los pormenores de aquel
lunes ingrato.
- La PROLEPSIS EXTERNA desempeña, según Genette, una función epilogal o de cierre (según Genette) al
proyectarse más allá de los límites temporales del relato principal. Se hace la anticipación de una escena o
hecho que no sabemos si ocurrirá o no porque se proyecta más allá del marco temporal del relato principal,
más allá de la conclusión de la acción narrativa. Así pues, las prolepsis externas nos muestran algo a lo que
nunca llegará la historia. Por ejemplo, alguien ve su propia muerte en una premonición, pero en la historia
no llega a morirse. Otro ejemplo de prolepsis externa aparece habitualmente en los pasajes predictivos del
evangelio:
«Os digo que llega la hora, y es esta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y
los que la oigan vivirán».
[…]
«Haré honor a la Navidad en mi corazón y procuraré mantener su espíritu a lo largo de todo el año. Viviré en
el Pasado, el Presente y el Futuro; los espíritus de los tres me darán fuerza interior y no olvidaré sus
enseñanzas. ¡Ay! ¡Dime que podré borrar la inscripción de esta losa».
La prolepsis de la muerte futura de Mr. Scrooge no se llega a cumplir. Después de que Mr. Scrooge es
visitado por el espíritu del pasado, que muestra su solitaria infancia, su juventud y su amor fracasado, el segundo
espíritu le lleva a ver cómo se celebra la Navidad en el mundo y cómo la celebran su sobrino y su empleado junto a
sus familias, siendo felices y celebrando la Navidad a pesar de ser pobres. Por último, llega el fantasma del futuro,
quien le hace una premonición y le enseña a Scrooge el triste destino que le espera: su casa saqueada por los
pobres, el mal recuerdo que sus conocidos tienen de él y su propia tumba abandonada, sin nadie que le recuerde.
Esta visión provoca que el avaro, tacaño y solitario hombre decida cambiar de actitud y se convierte en un hombre
generoso, que celebra la Navidad y ayuda a los que le rodean. De esta manera, la premonición no se llega a cumplir
en la historia.
A partir del número de veces que un acontecimiento de la historia es relatado en el discurso, Genette
clasifica diferentes relatos que se corresponden con cuatro formas de frecuencia:
a) Relato singulativo: se cuenta una vez lo que ocurre una vez. Es la forma narrativa más común. Ej.: “El
domingo fui a dormir temprano.”
b) Relato anafórico: se cuenta x veces lo que pasado x veces. Ej.: “El domingo fui a dormir temprano,
el lunes fui a dormir temprano, el martes fui a dormir temprano, etc.”
c) Relato repetitivo: se cuentan varias veces lo que ha pasado solo una vez.
d) Relato iterativo: lo que sea que ocurra, ocurre muchas veces. Contar una vez lo que pasó x veces.
Implica condensación. Ej.: “Cada día iba a dormir temprano”.
Veamos un ejemplo en La Regenta (1975, Alianza Editorial) de Clarín de relato repetitivo:
Aquello lo entendió. Había estado, mientras pasaba hojas y hojas, pensando, sin saber cómo, en don Álvaro
Mesía, presidente del casino de Vetusta y jefe del partido liberal dinástico; pero al leer: «Los parajes por donde
anduvo», su pensamiento volvió de repente a los tiempos lejanos. Cuando era niña, pero ya confesaba, siempre que
el libro de examen decía «pase la memoria por los lugares que ha recorrido», se acordaba sin querer de la barca
de Trébol, de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la noche que pasó dentro de la barca
con aquel Germán, su amigo... ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. Dejó el
libro sobre la mesilla de noche –otro mueble vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia– apagó la luz... y se
encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que
ella. Él la abrigaba solícito con un saco de lona que habían encontrado en el fondo de la barca. Ella le había rogado
que se abrigara él también. Debajo del saco, como si fuera una colcha, estaban los dos tendidos sobre el tablado de
la barca, cuyas bandas obscuras les impedían ver la campiña; sólo veían allá arriba nubes que corrían delante de la
cara de la luna.
–¿Tienes frío? –preguntaba Germán.
Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes:
-¡No!
–¿Tienes miedo?
–¡Ca!
–Somos marido y mujer –decía él.
–¡Yo soy una mamá!
Y oía debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla; era el rumor de la
corriente.
Se habían contado muchos cuentos. Él había contado además su historia. Tenía papá en Colondres y
mamá también. (págs. 52-53)
No pensó más en aquellos años en que había una calumnia capaz de corromper la más pura inocencia;
pensó en lo presente. Tal vez había sido providencial aquella aventura de la barca de Trébol. (pág. 62)
actuación
espacialización
Si la dimensión de los sucesos de la historia es el tiempo, la de la existencia de la historia es el espacio y del
mismo modo que distinguimos el tiempo de la historia del tiempo del discurso, debemos distinguir el espacio de la
historia del espacio del discurso.
El espacio de la historia es la localización que, en un plano o nivel situacional, emplaza espacialmente
(geográficamente) a los hechos y seres. Sirve como marco de la historia narrada, es el espacio de la historia. Por tanto,
cuando hablamos de la localización nos referimos a un plano estrictamente topográfico, donde los hechos y los
personajes se emplazan en ámbitos geográficos concretos que pueden ser reales (localizables en el mapa, por ejemplo
el Madrid galdosiano de Fortunata y Jacinta) o ficticios (inventados por el autor), pero ambos pueden construirse a
mayor o menor semejanza de los reales según las necesidades discursivas y el mismo modelo de mundo del texto.
Estos últimos son los que encontramos en obras como La Regenta (Clarín) donde la ciudad provinciana de Vetusta
alude a Oviedo, y otas más alejadas de la realidad como El señor de los anillos, Juego de Tronos y Las crónicas de
Narnia.
Así pues, pueden encontrarse espacios de muy diversa índole: geopolíticos y urbanos (país, región, comarca, ciudad,
pueblo), naturales (valle, montaña, jardín), sociales de carácter público (calle, bar, plaza,
barrio) y privado (casa, habitación, despacho). No obstante, Gullón en Espacio y novela, (1980) habló también de
espacios simbólicos típicos de la narrativa (detrás y delante, islas y rincones; espacios fantásticos -féretro, caparazón,
laberinto-, u oníricos o metafóricos, por ejemplo “la niebla” del personaje Augusto Pérez la novela Niebla de
Unamuno).
Un ejemplo del espacio símbólico (metafórico), que se vincula con
la interioridad del personaje, aparece recreado en relación a Fermín de
Pas, el canónigo de La Regenta (Clarín). Desde el primer capítulo, los
rasgos que lo caracterizan son el orgullo y su creciente ansia de
dominarlo todo, representa el poder de la Iglesia en el s. XIX. Desde la
torre de la catedral donde observa, a través de su catalejo, a los
vetustenses, se siente poderoso y muestra su desprecio por lo terrenal.
Las alturas y la acción continua de subir y ascender es un símbolo de su
ambición:
Uno de los recreos solitarios de don Fermín de Pas consistía en subir a
las alturas. Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes
y los campanarios de las iglesias. En todos los países que había visitado había
subido a la montaña más alta, y si no las había, a la más soberbia torre. No se
daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro, abarcándola por
completo y desde arriba. Cuando iba a las aldeas acompañando al Obispo en
su visita, siempre había de emprender, a pie o a caballo, como se pudiera, una
excursión a lo más empingorotado. En la provincia, cuya capital era Vetusta,
abundaban por todas partes montes de los que se pierden entre nubes; pues a
los más arduos y elevados ascendía el Magistral, dejando atrás al más robusto
andarín, al más experto montañés. Cuanto más subía más ansiaba subir; en
vez de fatiga sentía fiebre que les daba vigor de acero a las piernas y aliento
de fragua a los pulmones. Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para
De Pas.
También tenemos que referirnos al espacio como ámbito de
actuación, como una extensión donde, de una parte, los acontecimientos
aparecen en su desarrollo y ejecución procesual y concatenación y, de
otra, los personajes se sitúan y desplazan por el espacio definiéndose por
unas relaciones vinculadas al movimiento o reposo y a la direccionalidad.
Así pues, el ámbito de actuación presenta una dimensión escénica; por
ello, el cambio de uno a otro no viene directamente generado por el de
emplazamiento -aunque suele coincidir-, sino por la sustitución de un
acontecimiento central por otro o la aparición o salida trascendente de
actores. Se corresponde, así, con el estrato textual de la intriga, es decir,
con la ordenación secuencial de los motivos, nudos o conflictos que
sirven para generar la expectación o el suspense en el lector. Asimismo,
el ambito de actuación puede casi corporeizarse y adquirir una mayor
relevancia y significación a la hora de construir el persoanaje. Por
ejemplo, en la novela Pedro Páramo (Juan Rulgo, 1955), podemos
hablar de la hacienda de “La Media Luna”, en el pueblo de Comala, como
ámbito de actuación del cacique Pedro Páramo.
—¿Ve usted aquella ventana, doña Fausta, allá en la Media Luna,
donde siempre ha estado prendida la luz?
—No, Ángeles. No veo ninguna ventana.
—Es que ahorita se ha quedado a oscuras. ¿No estará pasando algo
malo en la
Media Luna? Hace más de tres años que está aluzada esa ventana,
noche
tras noche. Dicen los que han estado allí que es el cuarto donde
habita la
mujer de Pedro Páramo, una pobrecita loca que le tiene miedo a la
oscuridad.
Y mire: ahora mismo se ha apagado la luz. ¿No será un mal suceso?
—Tal vez haya muerto. Estaba muy enferma. Dicen que ya no
conocía a la gente, y dizque hablaba sola. Buen castigo ha de haber
soportado Pedro Páramo casándose con esa mujer.
—Pobre del señor don Pedro.
—No, Fausta. Él se lo merece.
Eso y más. —Mire, la ventana
sigue a oscuras.
—Ya deje tranquila esa ventana y vámonos a dormir, que es muy
noche para que este par de viejas andemos sueltas por la calle.
Y las dos mujeres, que salían de la iglesia muy cerca de las once de la
noche, se perdieron bajo los arcos del portal, mirando cómo la sombra
de un hombre cruzaba la plaza en dirección de la Media Luna.
Por último, nos referimos a la configuración espacial (también llamada espacialización) que
resulta de las operaciones verbales y codificadoras que, discursivamente, producen un diseño
concreto en el texto narrativo del espacio; hablamos así del espacio del discurso.
La configuración espacial se produce a través de ciertos signos verbales (topónimos y sustantivos
con referencialidad de lugar, verbos de situación o movimiento, deícticos y nexos prepositivos,
adverbios) y operaciones narrativas (la descripción, con su efecto de pausa temporal, su
motivación…). El espacio se vincula también aquí al grado de intervención de instancias
intratextuales que, como el autor implícito o el narrador, tienen un papel más relevante en su
caracterización, así como los mecanismos focalizadores y de distancia, narrativos y de tipología
discursiva, que sin duda igualmente contribuyen a presentar y representar discursivamente y de una
determinada manera el espacio. Así pues, el espacio del discurso es un espacio verbal, esto es,
construido con palabras y nunca responde a un espacio geográfico o a un lugar real.
Veamos un ejemplo el siguiente texto de La ciudad de los prodigios (1986: 112-113) de Eduardo
Mendoza. Se cuenta la historia de Onofre Bouvila, un pícaro de finales del siglo XIX y comienzos
del s. XX que llega a Barcelona para hacer fortuna, pero al principio realiza trabajos muy variados
(cigarrero, marmolista, pocero, repartidor de panfletos anarquistas ). A su llegada, Onofre se
instalará en la pensión de Braulio, cuya hija es Delfina.
Tuvo que cruzar media Barcelona con la escalera de mano a cuestas, pero no
llamaba la atención de nadie así. Luego, muy entrada la noche, apoyó la
escalera de mano contra la fachada ciega del edificio, como le había dicho
Sisinio. Así subió al tejado: allí se habían dado cita durante dos años Delfina y
Sisinio. Él sabía dónde estaba la trampilla que daba acceso a la pensión: por
ella había salido al tejado para untarlo de aceite . El tercer piso estaba vacío y
sus antiguos ocupantes en la cárcel. Si había guardias al acecho estarían en el
vestíbulo esperando verlo entrar por la puerta, de ningún modo por el tejado.
La oscuridad reinante favorecía sus planes: sólo él conocía todos los recovecos de la casa al dedillo, él podía
recorrerla sin tropezar. Bajó al segundo piso y empujó la puerta de la habitación de Mosén Bizancio, oyó la respiración
del cura anciano que dormía, se escondió debajo de la cama y esperó. Cuando el reloj de la Parroquia de la
Presentación dio las tres, el cura se levantó y salió del cuarto. No tardaría más de dos minutos en regresar, pero
tampoco menos: con este margen de tiempo tenía que actuar.