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- Las doctrinas del arte por el arte rehúsan toda posibilidad de identificar o de
aproximar siquiera la utilidad y la belleza, y, por tanto, niegan a la obra literaria todo
objetivo útil. Si se habla de utilidad es con fines estéticos.
- Si es imposible vincular la literatura a objetivos utilitarios, no podremos
asociarla a valores morales. Los románticos habían opuesto a las exigencias moralizantes
de cuño tradicionalista una moral basada en la intensidad de la pasión y de los
sentimientos y en los derechos y deberes de ella derivados: los defensores del arte por el
arte adoptan más bien una actitud de amoralismo total. De aquí surgen dos tendencias:
la de Huysmans y O. Wilde (“la estética es superior a la ética”), que, escudándose en la
independencia con respecto a la moral, caen en una inmoralidad velada, y la de Ch.
Baudelaire, para quien toda obra tiene su propia moral.
- La vida, para esta estética, es sinónimo de imperfección, fealdad y
mediocridad, lo que choca con el arte, que sirve como refugio y evasión. Aparece la
literatura y el arte, en general, como evasión, lo que supone siempre la fuga del yo ante
determinadas condiciones y circunstancias de la vida y del mundo. Correlativamente,
implica la búsqueda y la construcción de un mundo nuevo, imaginario, diverso de aquel
del cual se huye, y que funciona como sedante, como compensación ideal.
- El arte por el arte solo habla a un sector de personas (“los selectos”) y, por
tanto, rompe con la relación escritor/público.
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- Se observa la huida en el tiempo y en el espacio: las obras se desarrollan en
épocas pretéritas o en lugares exóticos. El exotismo en el tiempo se vincula con la
antigüedad grecolatina. El exotismo en el espacio se circunscribe casi siempre al Oriente
coloreado y misterioso que ya atrajera a los románticos (Orientales de Victor Hugo, Voyage en
Orient de Gérard de Nerval, etc.). A veces, este exotismo se asienta en una experiencia personal,
como en el caso de Flaubert, que había recorrido Siria, Egipto, etc.; otras, se trata de un exotismo
puramente imaginario, fruto de lecturas y de la fantasía, como sucede con Antonio Feijó en
Cancioneiro chinés. De todos modos, es siempre la puerta de la evasión, que se busca a través de
los paisajes coloridos y configuraciones singulares, de las costumbres y usos pintorescos, de las
leyendas y episodios que guardan un sabor insólito para la sensibilidad del lector europeo. En
cuanto al exotismo en el tiempo, el arte por el arte reencuentra, después del paréntesis
medievalista de los románticos, la antigüedad grecolatina, especialmente la antigüedad
helénica. En ella se sitúa el reino de la belleza suprema, el altar purísimo del arte. Ante la
fealdad y vileza de la realidad cotidiana y circundante, se exalta el esplendoroso mármol
de los templos de la Acrópolis griega. Esta nostalgia de Grecia y de Roma atraviesa los
Poèmes antiques de Leconte de Lisle, y se expresa, entre otros, en Flaubert.
- Ante la naturaleza, el movimiento del arte por el arte conservó
frecuentemente una actitud de desconfianza e incluso de hostilidad. La naturaleza, lejos
de proporcionar solaz o regocijo, se ve con hostilidad porque ha de imitar al arte. La
belleza no procede del mundo natural, sino del arte. Por tanto, la naturaleza tiene que
imitar al arte para ascender a la belleza, solo a través de un transfigurador bautismo del
espíritu, de una interioridad que el individuo (el artista) confiere a las cosas, adquiere el
mundo natural dimensiones de belleza.
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• La moralista: representada por Vincenzo Maggi, quien, comentando a
Aristóteles, afirma que la poesía trágica no sólo lleva a la compasión y al temor, sino que
también purifica bajas pasiones como la ira, la lujuria y la avaricia, obstáculos para una
vida virtuosa. Según Maggi, la purificación debía consistir en la sustitución de estas
pasiones viciosas por sentimientos alimentados de la caritas cristiana.
• La mitridática (más cercana a la de Aristóteles): la llamada interpretación
mitridática de la catarsis fue defendida en el siglo XVI por autores como Robortello y
Mintumo. Supone la clarificación de las pasiones por medio de la razón. El género más
propicio para ello es la tragedia (asesinatos, envidias, infanticidios, matricidios,
traiciones), pues el espectador, al ver los sufrimientos que sin razón acontecen a otros y
que pueden acontecerle también a él, se da cuenta de cómo está sujeto a muchas
desventuras, y prepara el espíritu de acuerdo con tal estado de cosas. Hay un fin
aleccionador que evita el dejarse llevar por las bajas pasiones y cometer tales actos.
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hombre para los otros hombres, a fin de que éstos asuman, ante el objeto así desnudado,
su responsabilidad plena.