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El sacrificio a Dios
es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado,
oh Dios, no lo desprecias.
¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!
Entonces te agradarán
los sacrificios justos,
-holocausto y oblación entera-
se ofrecerán entonces
sobre tu altar novillos.
Para el propio Jesús, el momento había sido difícil. En cuanto hombre, sus
afectos fueron probados. Ya el sol se ponía y Simón, como en otras ocasiones,
invitó al grupo a ir a su casa,
Uno de los pocos, que se quedaron en la Sinagoga, se dirigió a Laila.
-¿De dónde eres mujer?
Laila no sabía que contestar. “Soy de tantos lugares. He estado en tantas
posadas y en los brazos de tantos hombres” -pensaba en su interior.
-No te preocupes. No tienes que contestar.
La situación de la mujer, en la cultura de Israel, era discriminatoria. Cuando
ella se montó al bote, algunos la habían mirado con recelo, pero no dijeron nada.
-Desde cuándo sigues al Rabí –preguntó el hombre.
-Hace poco tiempo-. “A su mente venía Maqueronte, Jerash y todos sus
clientes…”
-Eres de pocas palabras. Mira ya anochece. Si gustas vienes a nuestra casa,
que está cerca de la de Simón.
-¿Quién es Simón? -preguntó Laila
-El discípulo que habló por todos en la Sinagoga. En su casa, se hospeda el
Rabí. Allí ocurrió el milagro de mi hermano Amiel, el paralítico.
-Veo que tienes tiempo con el Rabí.
-Fui uno de los que cargó a Amiel– dijo el hombre– y desde hace un año
escuchamos las enseñanzas del Rabí.
-Me da pena ir a tu casa. Nunca he estado por estas regiones.
-No te preocupes. Ven con nosotros y podrás descansar. Seguro eres de los
que cruzaron desde Betsaida. ´
-Sí, así es.
-¡Qué milagro tan portentoso hizo el maestro! Eres dichosa de haberlo
presenciado.
-Así es. Lloré mucho…
La casa de Amiel, como en otras tardes, estaba llena. Muchos de los que
seguían al Rabí, sin ser de los apóstoles, se hospedaban allí.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Laila.
-Dror. Algunos me llaman Drori, el hombre libre.
-La madre de Amiel y Drori los recibió.
-Shalom -dijo Alitza.
-Shalom, madre. Ella es Laila, de los de Betsaida que han cruzado para
seguir al Rabí.
-Bienvenida a esta casa –dijo la mujer– Te prepararé un baño y te daré ropas
limpias. Supongo que el lago y el día no habrán sido tan fáciles.
-Muchas gracias, señora.
Laila pudo darse un baño y ponerse ropa limpia. La cena ya estaba servida.
Alitza la acompañó, pues Drori se había ido a casa de Simón a ver qué había
ocurrido luego del escándalo en la Sinagoga.
-¿De dónde eres? -preguntó Alitza.
-Soy de una pequeña aldea del Jordán llamada Bethabara. Allí Juan
bautizaba.
-Allá empezó todo –dijo Alitza.
-Yo estaba allí ese día –exclamó Laila.
-¡Qué honor! ¿Y desde entonces sigues al Rabí?
-No, propiamente…
Unas lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Laila.
-¿Qué ocurre? ¿Dije algo que te ofendió? -preguntó Alitza.
-Mi vida es un desastre –Laila tenía miedo de que Alitza se escandalizara,
pero encontró en ella alguien con quien desahogarse. “¿Dónde estarán Prili y
Razzi? Me siento tan sola” -pensaba.
-Sí quieres puedes hablar conmigo. Desde el milagro de Amiel, mi casa es
un sitio para escuchar gente y contar testimonios.
-Me da mucha vergüenza, pero se lo contaré, pues no quisiera que mañana se
entere por otros. Soy una pecadora pública…
Hubo un silencio, pues Laila temía el reproche de Alitza.
-Sigue. Te escuchó.
-Mi padre trabajó en la reconstrucción del Templo. Alguna vez fui a
visitarlo y ahí empezó todo. Unas amigas trabajaban en los alrededores y me
dijeron que podía ganar dinero sin mucho esfuerzo. Mi cuerpo se convirtió en
mi herramienta de trabajo…
Las lágrimas afloraron y los sollozos también. -De allí, nos trasladamos a
Maqueronte, Jerash... Los guardias y militares, judíos y romanos, son nuestros
clientes-.
-¿Y cómo llegaste hasta acá?
-Estaba en Maqueronte el día que murió el Bautista. Algo me ocurrió ese
día; me sentí muy triste por la muerte del profeta… Fue una danza lasciva y
provocativa lo que desencadenó su fin… Herodes lo escuchaba con atención,
pero Herodías lo odiaba y se valió de su hija para sacar al Hombre de Dios de
su camino…
-Juan era un buen hombre. El Rabí dijo que no hay hombre nacido de mujer
tan grande como el profeta –comentó Alitza
-Ante la muerte del Bautista, huimos hacia Jerash. Allá nos encontramos
con un hombre que había sido liberado por el Rabí. Escuchamos su testimonio
y yo no pude resistir más. Convencí a mis amigas para visitar Galilea y en
Betsaida fue el encuentro.
-¿Y qué sientes ahora?
-No quiero volver atrás. Tengo mucho miedo. He estado teniendo
pesadillas con el demonio Asmodeo…
-El de Tobías– exclamó Alitza
-Creo que debes escuchar el testimonio de María de Magdala.
-¿Quién es ella?-
-Es una de las mujeres que acompaña a Jesús, junto con Juana, esposa de
Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudan con sus
bienes. Tiene un testimonio hermosísimo. Dicen que de ella, el Rabí sacó siete
espíritus inmundos –comentó Alitza.
-¿Y dónde puedo encontrarla?
-En la casa de Simón, pero supongo que ya será mañana; es un poco tarde.
Deberás levantarte temprano, pues he oído que mañana salen hacia Tiro y Sidón.
Cuando Laila fue a recostarse, a su mente venían muchos pensamientos. “Yo
no soy digna”, “Eres una pecadora pública”, “Todo árbol que no dé fruto, será
cortado”. Algunos de sus clientes salían en sus sueños. “Ven con nosotros,
Laila”. “Ese Rabí no te va a dar lo que nosotros”…
Los ataques del Demonio eran fuertes para con ella.
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-Maestro, atiende a esta mujer; hace varias horas que nos sigue y sus
peticiones ya nos atormentan –exclamó uno de los apóstoles.
-¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio -insistió la mujer que los había topado en la zona
de Capar y tenía dos horas con el cortejo misionero que ya se acercaba a Tiro.
Las mujeres venían más atrás, pero estaban al tanto del suceso.
“¿Por qué el Rabí la ignora?” -se preguntaba Laila.
Ante la insistencia de la mujer, Jesús dijo: -Yo he sido enviado solamente a
las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Ya iban entrando al pueblo, cuando la mujer hizo un gesto desesperado y se
lanzó a los pies del Maestro y entre lágrimas exclamó: -Señor, socórreme.
-No está bien echar el pan de los hijos a los perros- dijo Jesús ásperamente.
Todos quedaron atónitos por la dureza de las palabras del Rabí.
-¿Por qué es tan cruel con ella? -preguntó Laila a María de Magdala.
-No lo sé; nunca lo había visto así.
El cortejo se había detenido.
-Es verdad, Maestro; pero los perritos se alimentan de las migajas que caen
de la mesa de los hijos -exclamó la mujer.
El aire se podía cortar.
-¡Qué grande es tu fe, mujer. Que ocurra lo que has deseado y el demonio
salga de tu hija! -dijo Jesús.
La mujer se levantó y salió corriendo. Laila se fue detrás de ella. Cuando
llegó a su casa, la jovencita estaba sentada sobre la cama muy tranquila. Desde
afuera, Laila puedo oír los gritos de alegría de la madre.
Cuando regresó a donde estaban los demás, ya habían entrado a las casas que
los hospedarían.
-¿Por qué ha sido tan duro para conceder esta curación? -volvió a preguntar
Laila.- La llamó perra.
-Sus razones tendrá el Rabí. Créeme su dulzura es única –dijo María.
-Pero la humilló enormemente. Casi dos horas de camino, suplicando para
obtener la curación. Yo fui hasta allá a ver el desenlace. Y efectivamente la
niña fue sanada. Se le veía tranquila.
-A lo mejor era para probar su fe –dijo María buscando una explicación
coherente.
-Yo no hubiese resistido tanto.
-Comamos y descansemos; seguro que veremos más de estos casos –dijo
María.
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Cuando se levantaron, Laila había recogido sus cosas y se alistaba para
abandonar el grupo.
-¿Qué sucede? -le preguntó María.
-No soy digna de estar aquí. Mi fe no es tan grande– dijo Laila
-No te vayas. Aún no has hablado con el Rabí. No te dejes vencer por esta
tentación.
-No sé si es una tentación. Necesito más tiempo.
María no pudo detener a Laila.
-Dios te bendiga, Laila. Espero verte en Cafarnaún –fue lo último que le
dijo María.
Laila aceptó la invitación de Drori para irse a su casa y vivir con su madre,
mientras él acompañaba al séquito misionero. Allá llegaban las noticias sobre
el Maestro: Sus enseñanzas sobre el número de los escogidos, el lugar que uno
ocupa a la mesa en un banquete, la elección de los invitados, la parábola del
banquete; de igual forma escucharon las parábolas de las cien ovejas, de la
dracma perdida, y la hermosa parábola del hijo pródigo. Incluso llegó la
noticia de que Herodes había hablado de encarcelar a Jesús.
Drori aprovechó la estancia de Jesús en Perea para ir a visitar a su madre y a
Laila.
-Shalom madre, Shalom Laila –les dijo a ambas mientras las abrazaba.
-¿Es cierto que Herodes amenazó con matar a Jesús?-preguntó Laila con
perplejidad.
-Aparentemente fue una amenaza de los fariseos, pero el Rabí les contestó
que él no tenía miedo de morir lo mismo que los profetas. En un par de
ocasiones, Jesús ha hablado de ir a Jerusalén a morir; Simón-Pedro lo reprendió,
pero el Maestro le dijo que ese era su camino.
-¿Por qué tendría que morir? -preguntó perpleja Alitza.
-No lo sabemos, madre. Pero él lo ha dicho. Eso entristeció sobremanera
a los apóstoles, pero unos días después Simón-Pedro, Santiago y Juan fueron
testigos de una manifestación muy especial en el Monte Tabor. No quisieron
contarnos, pero cuando regresaron del Monte su tristeza había desaparecido.
Cuando partí para acá, le llegaron noticias de la enfermedad de Lázaro. ¿Lo
recuerdas, verdad?
-Sí, el hermano de María.
-Dicen que está muy grave y temen lo peor.
-Deberíamos ir a ayudar a María –dijo Laila.
-¿Tú crees? -preguntó Drori.
-No sé, me parece que sería un gesto de solidaridad. Ella me ha ayudado
tanto en mis momentos de más confusión.
-¿Te atreves a quedarte sola, madre? -preguntó Drori.
-Por supuesto, hijo. Vayan a Betania. El ángel del Señor velará por mí.
Cuando iban por el camino, cerca del Tabor, Drori empezó a contemplar la
belleza de Laila. Ya sabía su pasado, pero ahora era otra mujer. Se veía más
hermosa. La gracia la hermoseaba. Su madre se lo había dicho: “Laila es una
buena mujer y la santidad se está convirtiendo en el adorno de su casa”,
parodiando el salmo noventa y dos.
Sus cabellos negros y largos, usualmente recogidos, se los soltó aquella tarde.
Drori empezó ver con otros ojos a la antes prostituta.
-¿Qué hacías antes de conocer al Rabí?- le preguntó Laila.
-Soy pescador, como Simón-Pedro y los hijos de Zebedeo. Como vivimos
tan cerca nos ayudamos…
-¿Y cómo te sostienes ahora?
-El bote es una herencia de nuestro padre. Así que lo alquilamos a una
familia y con eso vivimos. El Maestro nos ha enseñado a vivir el afán de cada
día y no preocuparnos por amasar riquezas de este mundo.
-¡Qué buen regalo te hizo tu padre!
-Sí, mi padre fue un buen hombre. ¿Y él tuyo? -preguntó Drori, tratando de
que la conversación no se acabara.
-Mi padre también fue un gran hombre; muy trabajador. Participó en la
reconstrucción del Templo. Allá iba yo a visitarlo, antes de que muriera en un
accidente en la obra de Herodes. Cuando él falleció, quedamos sin apoyo
económico. Unas mujeres que trabajaban en la obra me dijeron que me
ayudarían, y la necesidad de sustento para mi madre y mis hermanos me adentro
en el mundo de la prostitución y al final no pude escapar. Ser el centro de
atención de las miradas de los hombres me gustaba. Me fascinaba ser
observada y deseada. Miraban mi cuerpo con lujuria y eso me despertaba
orgullo… ¡Qué gran mentira! Vivía para el pecado, hasta que sucedió lo del
Bautista.
-Sí, mi madre me refirió algo de eso, cuando te fuiste. Quedamos
desconcertados al retorno de Tiro.
-Tuve mucho miedo de que el Maestro me rechazara. Había llamado perra
a la Cananea.
-Creemos que lo hizo a propósito, para darnos una enseñanza sobre la
salvación universal, y para que aprendiéramos que la fe verdadera puede darse
en todos los hombres de buena voluntad; inclusive paganos.
-Eso mismo me dijo, María.
-¿Y no te gustaría casarte? ¿Es decir, tener tu propia familia?
-Ya tengo treinta años; estoy un poco mayor para ese paso.
-No, eres joven aún.
-Tengo mucho miedo. He tenido pesadillas muy feas con el demonio
Asmodeo. En ellas me dice que no va a permitir que ningún hombre se
enamore de mí.
-El Maestro seguro podrá sanarte de eso y de mucho más.
-Mi corazón está muy herido. He pecado en demasía. Y he escuchado que
el Rabí dijo que debíamos ser “santos, porque el Padre Celestial es santo.” Yo
no creo que pueda alcanzar ese nivel.
-El Rabí es muy comprensivo. Tú fuiste testigo de lo que pasó con la mujer
que sorprendieron en adulterio. “Vete y no peques más”, le dijo. No la juzgó,
no le recriminó… Nada. Él sabe qué somos barro.
Cuando iban llegando a Betania, vieron un gentío. Eso no era buen presagio.
La gente estaba con trajes oscuros y muchos lloraban.
En lo que pudieron acercarse, escucharon la conversación que, entre
lágrimas, Marta tenía con Jesús.
-Maestro, te enviamos aviso de la enfermedad de Lázaro pero no pudiste
llegar. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas– dijo
Marta con dolor.
-Tu hermano resucitará –exclamó Jesús.
-Sé que resucitará en la resurrección del último día –increpó la mujer.
-Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? -le preguntó el
Rabí.
-Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al
mundo.-
Alguien del gentío dijo: “Lázaro también creía y ha muerto”.
Marta salió corriendo hacia la casa y fue a llamar a María. Jesús no había
llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo
había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver
que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: -
Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.-
Jesús, al verla llorar, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido
y turbado, preguntó: -¿Dónde lo pusieron?-.
María le respondió: -Ven, Señor, y lo verás-.
-El Rabí está llorando –dijo Drori a Laila. En verdad lo amaba.
Otro de los que estaba en el sitio exclamó: “Este, que abrió los ojos del ciego
de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”.
Cuando llegaron al sepulcro, Jesús se conmovió nuevamente. La tumba era
una cueva con una piedra encima.
Jesús se adelantó y se puso a orar y para sorpresa de los asistentes dijo: -
Quiten la piedra-.
Marta, la hermana del difunto, le respondió: -Señor, huele mal; ya hace cuatro
días que está muerto-.
-¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?
Los amigos de Lázaro, quitaron la piedra, y Jesús, levantó los ojos al cielo y
dijo: -Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero
lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado-
.
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: -¡Lázaro, ven afuera!-.
La gente sollozaba. El muerto salió con los pies y las manos atadas con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: -Desátenlo para que
pueda caminar-.
LIBRO TERCERO
-Vamos con el Maestro a Jerusalén –dijo uno de los apóstoles que se había
hospedado en casa de Lázaro.
La procesión iba creciendo a medida que avanzaban. Todos los vecinos de
Betania se unieron.
Mucha gente había viajado a Jerusalén para pasar la Pascua, y cuando
escuchaban que el Rabí venía llegando salían para conocerlo y saludarlo.
Luego de tres años su fama había crecido. Sus escaramuzas y discusiones con
los Maestros de la Ley le habían ganado prestigio entre el pueblo sencillo y
pobre.
En Betfagé, cerca del Monte de los Olivos, la comitiva se detuvo. Jesús
montó en el burro que había solicitado. La gente empezó a cortar ramas de
olivo y a poner sus mantos para honrar al Maestro que iba entrando a la Ciudad
de David, la Ciudad de La Paz.
La masa no entendía el gesto profético, pero los maestros de la ley, que
estaban al borde del camino viendo el acontecimiento, sí podían recordar el
texto de Zacarías:
Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y
montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga.
Está escrito mi casa será llamada casa de oración y ustedes han hecho
de ella una cueva de ladrones.
Comió con ellos y los bendijo. Drori empezó a llorar e igual Laila.
-Lo veo Drori. Veo sus llagas. Su voz es la misma. Es el Señor –dijo
Laila.
Sus temores se fueron. Sus corazones se llenaron de alegría, como les había
pasado a los de Emaús. Días después el Maestro se apareció a Simón-Pedro
y otros apóstoles en el Lago de Tiberíades.
Cuando los apóstoles se preparaban para ir a Jerusalén, Drori preguntó:
-¿Debemos ir con ustedes a Jerusalén?
-No es necesario. Quédense en Galilea. Nosotros estaremos con La Madre
para esperar el cumplimiento de la Promesa que el Maestro nos ha hecho.
En ese instante, Laila se acercó a la Madre. María la acogió con una sonrisa.
-Hermosa Laila, María me ha hablado de ti. He orado por ti -le dijo la Virgen-
Madre.
-Gracias, Madre. Mi vida se parece un poco a la de María. He encontrado
el amor de un buen hombre, Drori de Cafarnaún; pero tengo miedo. No sé si
el matrimonio es para mí; no sé si pueda darle hijos.
-“Para Dios nada hay imposible”, me dijo el Ángel Gabriel cuando me visitó
hace más de treinta años en Nazaret. Dios me bendijo con un hombre justo.
No sé qué habría sido de mí sin José. No puedo entender mi vida lejos de él.
Me comprendió; se abrió al plan del Altísimo. Nos protegió a mí y a Jesús de
Herodes. El matrimonio es algo hermoso y querido por Dios. Es cierto que hay
divorcios, pleitos, infidelidades, pero “al principio no era así”, tal como predicó
Jesús.
-¿Es posible ser fiel para siempre? -preguntó Laila a la Madre.
-Hay una Fuerza que viene de Dios y no de los hombres, que nos puede hacer
abrazar cualquier sacrificio por amor. Los apóstoles la van a recibir y de
seguro ustedes también. No temas, sólo ten fe en Dios.
En eso, llegó María de Magdala la abrazó y le dijo: “Vete y no peques más”.
Gracias, Señor,
Por tu Misericordia.
Míranos como Tú sabes.
No mires nuestros pecados,
Sino la fe de la Iglesia