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CHARLIE DEL CID CUMMINGS

VETE, Y NO PEQUES MAS


Una novela para acercarnos a la
Misericordia de Dios
Porque tu misericordia
se eleva hasta el cielo
y tu fidelidad hasta las nubes.
Salmo 108, 5
LIBRO PRIMERO

-Córtale la cabeza – dijo el guardia que había bajado las escaleras de la


fortaleza.
Desde arriba, llegaban los ecos de la envolvente música que Salomé danzó
para su tío y sus invitados en la fiesta que Herodes Antipas había organizado en
Maqueronte; la imponente fortaleza del Mar Muerto había sido reconstruida por
su padre Herodes el Grande para vigilar las fronteras orientales de su Tetrarquía.
En las mazmorras, los soldados también tenían su francachela con Laila,
Razzi y Prili. Ellas venían cada mes a satisfacer la masculinidad de las tropas
herodianas.
-¿Qué sucede? -preguntó Laila al soldado con quien estaba en ese momento.
-Seguro Herodes se cansó del Bautista.
La prostituta no pudo seguir trabajando. El soldado se enojó, pero poco
pudo hacer para que la mujer lo satisficiera.
El cuerpo del bautista quedó muy cerca de las celdas que utilizaban los
soldados para entretenerse con las prostitutas.
Las mujeres huyeron ante la decapitación.
Mientras iban de camino, Laila empezó a llorar y las otras se alarmaron.
-¿Qué te pasa? No es para tanto –dijo Razzi un poco enojada- ¿Acaso tú lo
conocías?
-No, pero era un hombre bueno y... Yo estaba en Bethabara el día que el
Rabí de Galilea fue a bautizarse; algo maravilloso ocurrió.
-Nosotras no tenemos perdón del Cielo –exclamó Prili- De seguro el juicio
del Altísimo será severo para los pecadores. Somos mujerzuelas y así será
siempre. No tendremos hijos, ni nadie que nos ayude a la hora de morir.
-Juan me hizo sentir que mi vida podría cambiar. El mismo Herodes lo
escuchaba con respeto, pero Herodías pudo más que su conciencia –dijo Laila.
Las mujeres se dirigieron hacia el norte, adonde la situación política era
menos conflictiva.
Visitemos a nuestros amigos de Jerash. Allá no llegan los profetas y
maestros que censuren nuestras labores –exclamó Prili.
Gerasa, Jerash, era una de las ciudades en la zona al oriente del Jordán, que
los romanos llamaban Decápolis –diez ciudades-.
-Vayamos directo al cuartel romano. Allí siempre hay trabajo. – dijo una de
las mujeres.
La plaza y las calles empedradas denotaban que la urbe era territorio romano.
En medio de la plaza, un hombre hablaba muy alto y la gente lo rodeaba.
Ellas se extrañaron, pero se acercaron, pues pensaron que contaba sobre los
incidentes de Maqueronte.
-Les digo la verdad –exclamó el hombre- Yo vivía entre los sepulcros y el
Rabí vino a mi pueblo. La gente me encadenaba para que no hiciera daño a
nadie o a mí mismo, pero me soltaba. Mi familia sufría mucho y hoy ha llegado
la paz a mi casa.
-¿Es cierto lo que dicen de los puercos? -exclamó uno de los pueblerinos de
Gerasa.
-Los dueños de los puercos, hacia los que se fueron los espíritus que me
atormentaban, le pidieron al Rabí que se fuera de nuestra aldea. Yo le rogué
que me dejara acompañarle, pero se negó. Y me dijo que fuera a contar a mi
familia su misericordia para conmigo.
-¿Y por qué vienes a nuestra tierra? ¿Acaso quieres contaminarnos con tus
demonios? -preguntó alguien de los que escuchaban.
-La salvación ha llegado a mi casa. Ustedes deben conocer al Rabí.
-Vete de aquí, endemoniado; seguro nos traerás mala suerte –gritó otra
persona.
Poco a poco el gentío se fue retirando. El ahora predicador tomó camino
para Filadelfia, la última ciudad de la Decápolis que le faltaba por visitar.
Laila no era la misma. Razzi y Prili lo notaban. Algo le ocurría.
-No puedes continuar con esa cara, Laila. Ahuyentas la clientela –dijo
Razzi.
-Sigues con lo del Bautista en la mente –exclamó Prili.
-Lo siento muchachas, pero no puedo olvidarlo y las palabras del
endemoniado me resuenan cada vez con más fuerza: “Mi familia sufría mucho
y hoy ha llegado la paz a mi casa”
-Sí, está bien, pero tenemos que vivir –exclamó Prili.
-Tengo que ir a Galilea.
-¿Estás loca?
-Tengo que conocer al Rabí. Es mi oportunidad. No quiero morir…
-Todos vamos a morir. Unos antes y otros después –dijo Razzi.
-Sí, pero no quiero morir lejos del Altísimo.
-¿Ahora piensas que eres Rahab? -preguntó Prili con una sonrisa irónica.
-El Altísimo nos permita, a mí y a ustedes, una redención como la de Rahab.
-Esta profesión me da lo necesario para vivir. Hay cosas que no me gustan,
como los hombres que nos maltratan o los borrachos, pero qué podemos hacer
–espetó Prili.
-Lo siento chicas. Mañana mismo partiré hacia Galilea.

El Rabí Jesús tenía ya dos días predicando y en el momento culminante


exclamó:

“Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que


entra por la boca, sino lo que sale de ella. ¿No saben que lo que entra
por la boca pasa al vientre y se elimina en lugares retirados? En cambio,
lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al
hombre. Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las
difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el
comer sin haberse lavado las manos".

En los ojos de Laila afloraban lágrimas; los silenciosos sollozos eran


captados por sus amigas, quienes ante la solemnidad del momento no se atrevían
a comentar nada.
La muchedumbre, unas cinco mil almas, estaba extenuada luego de los dos
días de predicación. El sol estaba muy fuerte a la hora nona.
Mientras algunos pensaban qué comerían, Laila comentaba con sus
compañeras.
-Eso era para mí: “Lo que sale del corazón hace al hombre impuro”.
-¿Por eso llorabas? -preguntó Razzi.
-Sí, pero es un llanto de alegría. No puedo explicarlo. Siento mi miseria,
pero hay algo en sus palabras que me consuela.
De pronto hubo un vocerío. La gente decía: -Milagro, milagro, milagro-.
Los panes y los peces llegaron hasta ellas. Había comida para todo el gentío.
-Esta es la respuesta que esperaba– dijo Laila-. Si abandonamos esta vida,
no nos va a faltar el pan. Ni a nosotros, ni a nuestras familias.
-Déjate de ilusiones –dijo Prili-. Una cosa es escuchar sus bonitas palabras
y otra la vida cotidiana. Nadie nos va a dar de comer, si no trabajamos.
-Es cierto; pero por qué tenemos que seguir vendiendo nuestro cuerpo. Debe
haber una forma digna de que consigamos sustento –exclamó Laila.
-Esto no me está gustando. Debo volver a Jerash. Allá todo estaba
tranquilo –expresó Razzi.
Los detalles del milagro llegaron hasta ellas. La familia que compartió el
alimento con ellas lo comentaba.
-El Rabí tomó cinco panes de cebada y dos peces que alguien ofreció a sus
discípulos, oró y empezó a repartir –dijo el padre de familia.
-¡Echen aquí lo que sobra! Qué nada se pierda ha dicho el Maestro-.
-Ese es uno de los discípulos más cercanos. Los llaman apóstoles –comentó
el hombre.
-¿Y si le preguntó por el Rabí? -dijo Laila a su compañera-.
-Esto es el colmo, Laila. Nosotras no contamos para Él. Este gentío es
incontable. Déjate de ilusiones. Nunca conocerás a ese hombre. Mañana
debemos regresar a Jerash.
Cuando llegaron las siete de la noche, la gente empezó a buscar un lugar
donde pasar la noche; los de las poblaciones cercanas se habían regresado a sus
casas.
Mientras sus amigas conciliaban sueño, Laila recordaba los salmos que su
madre le rezaba de niña:

Tenme piedad, oh Dios,


según tu amor, por tu inmensa
ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;
contra Ti, contra Ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí…

Por que aparezca tu justicia cuando hablas


y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en la culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.
Mas Tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo secreto me enseñas la sabiduría.

Rocíame con el hisopo, y seré limpio,


lávame, y quedaré más blanco
que la nieve.
Devuélveme el son del gozo y la alegría,
exulten los huesos que machacaste Tú.
Retira tu faz de mis pecados,
borra todas mis culpas.

Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,


un espíritu dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,


y en espíritu generoso afiánzame;
enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y los pecadores volverán a Ti.

Líbrame de la sangre, Dios,


Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.
Pues no te agrada el sacrificio;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas.

El sacrificio a Dios
es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado,
oh Dios, no lo desprecias.
¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!

Entonces te agradarán
los sacrificios justos,
-holocausto y oblación entera-
se ofrecerán entonces
sobre tu altar novillos.

Con estas palabras en su mente, se durmió y empezó a soñar. “Una enorme


serpiente bajaba del árbol en cuyas raíces se habían recostado. El animal
hablaba y se dirigía a ella. – ¿Piensas que podrás cambiar de vida? No te hagas
ilusiones. Todos esos hombres que se han acostado contigo te harán la vida
imposible. Si llegas a enamorarte ellos matarán a tu esposo. ¿Recuerdas a
Sara la de Tobías? Pues te enviaré a Asmodeo y cinco demonios más…
Nunca podrás ser feliz… Nunca…
Laila se despertó a las tres de la mañana, la hora de mayor tentación según
los hebreos. Sudaba copiosamente, como si hubiera combatido con leones.
Razzi y Prili dormían como niñas.
El sol empezó a despuntar. Ya Laila se había decidido: “Tengo que conocer
al Rabí”.
-Apúrate, mujer. Una caravana sale hacia Jerash –gritó Prili.
-Me quedo, muchachas. Me quedaré en Galilea unos días más.
-Te embrujó el Rabí. ¿Y si es un farsante? Las autoridades del Templo
dudan de su doctrina.
-Yo no sé nada de doctrina, pero esta es mi oportunidad de cambiar. Por mi
misma no he podido. Ustedes lo saben. Lo siento amigas. Perdónenme.
-El Altísimo te proteja, Laila. El pan no es fácil de conseguir. Todos los
días no ocurren milagros.
Las mujeres se unieron a la caravana que ya partía. Laila bajó hacia el
embarcadero. Había unas cien personas allí.
-El Rabí, ni los discípulos venían en las barcas que llegaban de Tiberíades.
-¿Dónde habrán ido? -preguntó alguno de los que estaban en el muelle.
Nadie sabía lo que había ocurrido en la madrugada: Jesús había caminado
sobre las aguas. Como pudieron se acomodaron en unas barcas. Unas veinte
almas en cada bote. Por todo eran cuarenta personas.
Cruzaron el Lago para llegar hasta Cafarnaún. El mar estaba tranquilo; nada
comparado con la madrugada.

-¿Maestro, cuándo llegaste aquí? -preguntaron los que cruzaron el lago y


acababan de desembarcar en Cafarnaún.
-Les aseguro que ustedes me buscan porque les di de comer y no por cambiar
sus vidas. Trabajen más bien por el alimento que no perece.
Laila escuchaba con atención y comenzó a cuestionarse. “¿Lo estará
diciendo por mí?”
-¿Qué obras realizas para que creamos en ti? Moisés dio pan a nuestros padres
en el desierto –cuestionó alguien del auditorio.
-No fue Moisés quien les dio pan del Cielo, fue mi Padre. Yo soy el pan de
vida; el que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna…- exclamó el
Rabí.
Estas palabras confundieron a muchos de los que estaban en la Sinagoga de
Cafarnaún. Las murmuraciones se sentían en el auditorio.
-¿Cómo vamos a comer su carne? -preguntó alguien que estaba cerca de
Laila.
-¿Les parece duro este lenguaje? ¿Qué pasara cuando vean al Hijo del
Hombre subir adonde estaba antes?
El silencio cundió en la Sinagoga. Algunos empezaron a irse, incluso de los
que venían siguiéndolo desde meses. Unos cuantos, entre ellos los apóstoles,
se mantuvieron en el lugar.
-Las palabras que les he dicho son espíritu y vida- prosiguió diciendo Jesús
y los reto a dar el salto en fe- ¿Ustedes también quieren irse?
El momento era muy tenso. El aire se podía cortar. A la desbandada inicial,
se unieron otros indecisos. Los apóstoles estaban confundidos.
El hombre que había caminado sobre las aguas, y en cuya casa Jesús se
hospedaba cuando venía a Cafarnaún, dio un paso el frente y exclamó:

“Señor, a quién vamos a ir. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.


Nosotros hemos creído que Tú eres el Hijo de Dios”.

Para el propio Jesús, el momento había sido difícil. En cuanto hombre, sus
afectos fueron probados. Ya el sol se ponía y Simón, como en otras ocasiones,
invitó al grupo a ir a su casa,
Uno de los pocos, que se quedaron en la Sinagoga, se dirigió a Laila.
-¿De dónde eres mujer?
Laila no sabía que contestar. “Soy de tantos lugares. He estado en tantas
posadas y en los brazos de tantos hombres” -pensaba en su interior.
-No te preocupes. No tienes que contestar.
La situación de la mujer, en la cultura de Israel, era discriminatoria. Cuando
ella se montó al bote, algunos la habían mirado con recelo, pero no dijeron nada.
-Desde cuándo sigues al Rabí –preguntó el hombre.
-Hace poco tiempo-. “A su mente venía Maqueronte, Jerash y todos sus
clientes…”
-Eres de pocas palabras. Mira ya anochece. Si gustas vienes a nuestra casa,
que está cerca de la de Simón.
-¿Quién es Simón? -preguntó Laila
-El discípulo que habló por todos en la Sinagoga. En su casa, se hospeda el
Rabí. Allí ocurrió el milagro de mi hermano Amiel, el paralítico.
-Veo que tienes tiempo con el Rabí.
-Fui uno de los que cargó a Amiel– dijo el hombre– y desde hace un año
escuchamos las enseñanzas del Rabí.
-Me da pena ir a tu casa. Nunca he estado por estas regiones.
-No te preocupes. Ven con nosotros y podrás descansar. Seguro eres de los
que cruzaron desde Betsaida. ´
-Sí, así es.
-¡Qué milagro tan portentoso hizo el maestro! Eres dichosa de haberlo
presenciado.
-Así es. Lloré mucho…
La casa de Amiel, como en otras tardes, estaba llena. Muchos de los que
seguían al Rabí, sin ser de los apóstoles, se hospedaban allí.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Laila.
-Dror. Algunos me llaman Drori, el hombre libre.
-La madre de Amiel y Drori los recibió.
-Shalom -dijo Alitza.
-Shalom, madre. Ella es Laila, de los de Betsaida que han cruzado para
seguir al Rabí.
-Bienvenida a esta casa –dijo la mujer– Te prepararé un baño y te daré ropas
limpias. Supongo que el lago y el día no habrán sido tan fáciles.
-Muchas gracias, señora.
Laila pudo darse un baño y ponerse ropa limpia. La cena ya estaba servida.
Alitza la acompañó, pues Drori se había ido a casa de Simón a ver qué había
ocurrido luego del escándalo en la Sinagoga.
-¿De dónde eres? -preguntó Alitza.
-Soy de una pequeña aldea del Jordán llamada Bethabara. Allí Juan
bautizaba.
-Allá empezó todo –dijo Alitza.
-Yo estaba allí ese día –exclamó Laila.
-¡Qué honor! ¿Y desde entonces sigues al Rabí?
-No, propiamente…
Unas lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Laila.
-¿Qué ocurre? ¿Dije algo que te ofendió? -preguntó Alitza.
-Mi vida es un desastre –Laila tenía miedo de que Alitza se escandalizara,
pero encontró en ella alguien con quien desahogarse. “¿Dónde estarán Prili y
Razzi? Me siento tan sola” -pensaba.
-Sí quieres puedes hablar conmigo. Desde el milagro de Amiel, mi casa es
un sitio para escuchar gente y contar testimonios.
-Me da mucha vergüenza, pero se lo contaré, pues no quisiera que mañana se
entere por otros. Soy una pecadora pública…
Hubo un silencio, pues Laila temía el reproche de Alitza.
-Sigue. Te escuchó.
-Mi padre trabajó en la reconstrucción del Templo. Alguna vez fui a
visitarlo y ahí empezó todo. Unas amigas trabajaban en los alrededores y me
dijeron que podía ganar dinero sin mucho esfuerzo. Mi cuerpo se convirtió en
mi herramienta de trabajo…
Las lágrimas afloraron y los sollozos también. -De allí, nos trasladamos a
Maqueronte, Jerash... Los guardias y militares, judíos y romanos, son nuestros
clientes-.
-¿Y cómo llegaste hasta acá?
-Estaba en Maqueronte el día que murió el Bautista. Algo me ocurrió ese
día; me sentí muy triste por la muerte del profeta… Fue una danza lasciva y
provocativa lo que desencadenó su fin… Herodes lo escuchaba con atención,
pero Herodías lo odiaba y se valió de su hija para sacar al Hombre de Dios de
su camino…
-Juan era un buen hombre. El Rabí dijo que no hay hombre nacido de mujer
tan grande como el profeta –comentó Alitza
-Ante la muerte del Bautista, huimos hacia Jerash. Allá nos encontramos
con un hombre que había sido liberado por el Rabí. Escuchamos su testimonio
y yo no pude resistir más. Convencí a mis amigas para visitar Galilea y en
Betsaida fue el encuentro.
-¿Y qué sientes ahora?
-No quiero volver atrás. Tengo mucho miedo. He estado teniendo
pesadillas con el demonio Asmodeo…
-El de Tobías– exclamó Alitza
-Creo que debes escuchar el testimonio de María de Magdala.
-¿Quién es ella?-
-Es una de las mujeres que acompaña a Jesús, junto con Juana, esposa de
Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudan con sus
bienes. Tiene un testimonio hermosísimo. Dicen que de ella, el Rabí sacó siete
espíritus inmundos –comentó Alitza.
-¿Y dónde puedo encontrarla?
-En la casa de Simón, pero supongo que ya será mañana; es un poco tarde.
Deberás levantarte temprano, pues he oído que mañana salen hacia Tiro y Sidón.
Cuando Laila fue a recostarse, a su mente venían muchos pensamientos. “Yo
no soy digna”, “Eres una pecadora pública”, “Todo árbol que no dé fruto, será
cortado”. Algunos de sus clientes salían en sus sueños. “Ven con nosotros,
Laila”. “Ese Rabí no te va a dar lo que nosotros”…
Los ataques del Demonio eran fuertes para con ella.

-Madre nos vamos temprano para aprovechar la frescura –gritó Amiel a


Alitza.
Laila ya estaba despierta y la ansiedad la hizo dar los pasos necesarios. Se
levantó rápidamente y exclamó: ¿Yo podría ir con ustedes?
-No lo sé. Alístate rápido; voy a consultar a Judas, que es quien lleva la
bolsa de los gastos. Si me dicen que no, te quedas acá con mamá. Yo creo
que en dos semanas estamos de vuelta.
-Quisiera hablar con María de Magdala.
-Ella va con nosotros.
Su corazón empezó a latir vertiginosamente.
-Te vas con nosotros, y así ayudas con las comidas. ¿Te parece?
-Seguro –dijo Laila.
-El Altísimo te bendiga –le dijo Alitza
-Eran las cinco de la mañana. El fresco del amanecer favoreció el camino
del séquito. Tomaron la vía romana que comunicaba Galilea con Cesarea de
Filipo. Las casi setenta personas iban muy contentas. Luego de tres horas de
camino, pararon a tomar un descanso en la aldea de Seleucia.
Laila iba con las mujeres. Se atrevió a acercarse a María.
-Shalom– le dijo María.
-Shalom –respondió Laila.
-Eres nueva. ¿De dónde vienes?
-Soy de la zona de Bethabara, pero tengo muchas casas.
-¿Cómo así? -dijo María.
-Es una historia larga que te iré contando poco a poco. Mi pasado es muy
oscuro y me avergüenza, pero no quiero retroceder.
-El mío también. Tuve que vencer muchos temores y respetos humanos para
acercarme al Rabí.
Hacia las nueve de la mañana reemprendieron camino con el propósito de
llegar antes del anochecer a Cesarea de Filipo.
A las tres de la tarde, se detuvieron para orar la Minjá. El paisaje era
hermoso. El torrente de agua invitaba a descansar. Santiago, hijo de Zebedeo,
dirigía la oración.

¡Qué amables son tus moradas,


Yahvé Sebaot!
Mi ser languidece anhelando
los atrios de Yahvé;
mi mente y mi cuerpo se alegran
por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado
una casa, para sí
la golondrina un nido
donde poner a sus crías:

¡Tus altares, Yahvé Sebaot,


Rey mío y Dios mío!
Dichosos los que moran en tu casa
y pueden alabarte siempre;
dichoso el que saca de ti fuerzas
cuando piensa en las subidas.

Al pasar por el valle del Bálsamo,


lo van transformando en hontanar
y las lluvias lo cubren de albercas.
Caminan de altura en altura,
y Dios se les muestra en Sión.

¡Yahvé, Dios Sebaot,


escucha mi plegaria,
hazme caso, oh Dios de Jacob!
Oh Dios, nuestro escudo, mira,
fíjate en el rostro de tu ungido

Vale más un día en tus atrios


que mil en mis mansiones
pisar el umbral de la Casa de mi Dios
que habitar en la tienda del malvado.

Porque Yahvé es almena y escudo,


Él otorga gracia y gloria;
Yahvé no niega la felicidad
al que camina con rectitud.
¡Oh Yahvé Sebaot
dichoso quien confía en ti!

Cuando terminaron la oración, se dividieron en grupos de mujeres y hombres


para el baño vespertino. El paisaje en Cesarea de Filipo es verdaderamente
hermoso. El Río Jordán, que nace en el Monte Hermón, hace de la región una
zona muy verde, muy fresca. El emplazamiento, al que Filipo había bautizado
como Cesarea, para ganar favores con Tiberio, era monumental y estaba en las
laderas del Monte Hermón.
A las cinco de la tarde los dos grupos se volvieron a reunir para orar y tomar
los alimentos. Las mujeres se encargaban de la tarea. El pan y el cordero que
llevaban alcanzaron para todos.
-El Rabí está muy callado y cómo pensativo. ¿Es siempre así?
-¿A qué te refieres? -le preguntó María a Laila.
-No sé. Se le ve como pensativo.
-Creo que fue lo de la Sinagoga de Cafarnaún. Yo estoy con el grupo hace
unos ocho meses. He visto que el Rabí se ha enfrentado con los fariseos y
doctores de la Ley. Un día ellos le pidieron una señal milagrosa y Jesús les
dijo “que no se les daría más signo que el de Jonás”.
-¿Qué quiso decir con eso? -preguntó Laila.
-No lo sé. Pero lo cierto es que las autoridades lo han enfrentado y Él les ha
contestado muy fuerte. Yo pienso que lo de Cafarnaún lo entristeció, porque
el gentío que se retiró, sólo lo seguía por los milagros.
-Háblame de tu encuentro con el Rabí.
-Yo vivía en Magdala, una gran ciudad de pescadores y tintoreros. Había
muchas tiendas de lana fina. Hace unos años, me fui de mi casa en Betania de
Judea por una discusión con mis padres. Viajé mucho y esta rica ciudad me
sedujo. Acabé como prostituta.
De los ojos de Laila empezaron a correr lágrimas.
-¿Qué ocurre? -le preguntó María.
-Nada. Vienen recuerdos a mi mente. Mi padre trabajaba en la
reconstrucción del Templo… Yo empecé a visitarlo y ahí se desencadenó mi
historia de prostitución. Pero sigue contándome.
-Supe que Jesús estaba en casa de Simón el fariseo. Yo había estado en
manos de tantos hombres; algunos me prometieron cosas, casa, riquezas… El
Demonio se apoderó de mí; por eso los discípulos hablan de los siete espíritus
que me poseían.
-Sabes que he estado soñando con Asmodeo –dijo Laila.
-No me extraña. El Demonio no quiere que dejemos nuestra vida de pecado
y te va a atacar de muchas maneras. Yo tuve que vencer tantos respetos
humanos. Cuando iba llegando a la casa de Simón, entre el gentío había varios
hombres con los me había acostado. Se burlaban de mí: “¿Para dónde vas
mujerzuela” ¿Vas a ofrecerle tus servicios al Rabí?...
Como en otras ocasiones, cuando María contaba su testimonio, las lágrimas
afloraron en sus ojos.
-Entré a la casa de Simón. Todas las miradas estaban sobre mí. Me acerqué
al Rabí y empecé a llorar a sus pies. Con mis cabellos los secaba y luego se los
ungí con perfume. Simón, quien me conocía bien, pensaba para sus adentros:
“Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer lo toca”. En ese
instante, como si leyera sus pensamientos, el Rabí le dijo: “Simón tengo algo
que contarte”. “Di, Maestro”. “En una ciudad había un prestamista a quien un
par de hombres le debían. El primero debía quinientos denarios y el segundo
cincuenta. Como no podían pagar, los perdono a ambos. ¿Quién crees tú que
estará más agradecido?” Simón respondió: “Aquel a quien se le perdonó más,
Maestro.” “Haz dicho bien, Simón.” En ese momento me miró y exclamó:
“¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies;
en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no
me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no
ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que
sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha
demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra
poco amor.”
Laila estaba atónita ante el relato de María. Ya eran casi las diez de la noche.
Las demás mujeres se habían dormido al cobijo del árbol. Jesús y los hombres
estaban como a trecientos metros de distancia debajo de otro árbol. Se
turnaban para hacer guardia y proteger el sueño de los demás.
-Entonces Jesús se dirigió a mí –prosiguió María– y me dijo: “Tus pecados
te son perdonados; vete en paz.” Simón y los demás murmuraban contra el
Rabí.
-¿Y cómo llegaste a Cafarnaún?
Yo salí como pude. Lloré por varios días. Mis compañeras de Magdala
trataban de consolarme, pero no entendían mis lágrimas. Varios hombres
vinieron a buscarme, pero todo había cambiado. Con una muda de ropa, decidí
ir a buscar al Maestro.
-Me pasó algo parecido. Estaba en Maqueronte el día que murió el Bautista.
Algo me ocurrió ese día; me sentí muy triste por la muerte del profeta… Fue
una danza lasciva y provocativa lo que desencadenó su fin… Herodes lo
escuchaba con atención, pero Herodías lo odiaba y se valió de su hija para sacar
al Hombre de Dios de su camino… Viajé a Jerash y allí escuché el testimonio
de un hombre que vivía entre los sepulcros.
-Sí escuché a los apóstoles hablar de esa liberación.
-Entonces, viajé hacia el norte y en Betsaida fui testigo del milagro de los
panes y los peces. Cruce el lago y ahora estoy contigo.
Ambas mujeres de reputación dudosa se pusieron a dar gracias a Dios. Ya
eran casi las doce de la noche.
-Durmamos que mañana salimos hacia Tiro –dijo María.


-Maestro, atiende a esta mujer; hace varias horas que nos sigue y sus
peticiones ya nos atormentan –exclamó uno de los apóstoles.
-¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio -insistió la mujer que los había topado en la zona
de Capar y tenía dos horas con el cortejo misionero que ya se acercaba a Tiro.
Las mujeres venían más atrás, pero estaban al tanto del suceso.
“¿Por qué el Rabí la ignora?” -se preguntaba Laila.
Ante la insistencia de la mujer, Jesús dijo: -Yo he sido enviado solamente a
las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Ya iban entrando al pueblo, cuando la mujer hizo un gesto desesperado y se
lanzó a los pies del Maestro y entre lágrimas exclamó: -Señor, socórreme.
-No está bien echar el pan de los hijos a los perros- dijo Jesús ásperamente.
Todos quedaron atónitos por la dureza de las palabras del Rabí.
-¿Por qué es tan cruel con ella? -preguntó Laila a María de Magdala.
-No lo sé; nunca lo había visto así.
El cortejo se había detenido.
-Es verdad, Maestro; pero los perritos se alimentan de las migajas que caen
de la mesa de los hijos -exclamó la mujer.
El aire se podía cortar.
-¡Qué grande es tu fe, mujer. Que ocurra lo que has deseado y el demonio
salga de tu hija! -dijo Jesús.
La mujer se levantó y salió corriendo. Laila se fue detrás de ella. Cuando
llegó a su casa, la jovencita estaba sentada sobre la cama muy tranquila. Desde
afuera, Laila puedo oír los gritos de alegría de la madre.
Cuando regresó a donde estaban los demás, ya habían entrado a las casas que
los hospedarían.
-¿Por qué ha sido tan duro para conceder esta curación? -volvió a preguntar
Laila.- La llamó perra.
-Sus razones tendrá el Rabí. Créeme su dulzura es única –dijo María.
-Pero la humilló enormemente. Casi dos horas de camino, suplicando para
obtener la curación. Yo fui hasta allá a ver el desenlace. Y efectivamente la
niña fue sanada. Se le veía tranquila.
-A lo mejor era para probar su fe –dijo María buscando una explicación
coherente.
-Yo no hubiese resistido tanto.
-Comamos y descansemos; seguro que veremos más de estos casos –dijo
María.


Cuando se levantaron, Laila había recogido sus cosas y se alistaba para
abandonar el grupo.
-¿Qué sucede? -le preguntó María.
-No soy digna de estar aquí. Mi fe no es tan grande– dijo Laila
-No te vayas. Aún no has hablado con el Rabí. No te dejes vencer por esta
tentación.
-No sé si es una tentación. Necesito más tiempo.
María no pudo detener a Laila.
-Dios te bendiga, Laila. Espero verte en Cafarnaún –fue lo último que le
dijo María.

Laila empezó a desandar el camino hecho. Una voz en su conciencia la


atormentaba. “Ves a qué te han llevado tus sueños de redención” “Dios es
muy exigente” “No puedes vivir en su Reino” “Este mundo es el tuyo y el
mío”.
Se sentía condenada, sola, abandonada a su suerte. A golpe de mediodía el
sol del camino empezó a fatigarla, pues no había comido nada desde el día
anterior. Cuando arribó a Cesarea, había un retén de la guardia romana. Uno
de los soldados la reconoció.
-Mira, quién pasa por aquí –dijo el soldado con un gesto vulgar.- La más
codiciada de los cuarteles.
El cansancio y el ataque del enemigo la llevaron a desmayarse; no pudo más
con la carga. Cuando se levantó, eran las diez de la noche. Estaba en una
posada de Cesarea, que acostumbraban visitar los soldados romanos para
satisfacer su virilidad.
-¿Cómo llegué aquí? -preguntó a la mujer que compartía el cuarto con ella.
-Unos soldados se apiadaron de ti, luego de haber gozado de tus encantos.
Sus vestidos estaban rasgados. Su cuerpo olía al licor que algunos de ellos
bebían mientras habían abusado de ella.
Laila empezó a llorar.
-¿Qué te ocurre? -le dijo la mujer-. Agradece que no te tiraron en el camino.
Laila no sabía qué hacer y hacia dónde dirigirse
-Toma un poco de este vino y descansa. Mañana será otro día.
LIBRO SEGUNDO

El gentío se fue agolpando en el Templo. La noticia se había propagado


rápidamente por todas las calles y posadas de Jerusalén. Esta mañana no sería
igual.
Habían pasado siete meses del viaje de Laila a Tiro. El Rabí Jesús había
curado diversos enfermos, nombrado a Simón como Pedro, su roca; se había
transfigurado en el Monte Tabor con Simón-Pedro, Santiago y Juan de
testigos…
Laila había retomado su antigua profesión. Su conciencia había sido
vencida por la necesidad y el conformismo. Sus amigas estaban felices. Pero
esa mañana, todas las trabajadoras de la noche fueron testigos del suceso.
-¿Maestro qué dices? Esta mujer fue sorprendida en adulterio. La ley de
Moisés autoriza a apedrear esta clase de mujerzuelas –gritó uno de los fariseos
que la presentaba.
La mujer había sido paseada por las calles. Ellos habían tramado el plan,
cuando supieron que el Rabí se encontraba en Jerusalén. La fama del Maestro
empezaba a ser incómoda. Se había negado a darles un signo distinto de el
del profeta Jonás, detalle que no comprendieron. Los acusó de hipócritas, y
llamó a la gente a cuidarse de la hipocresía de ellos.
El movimiento era extremadamente astuto: Si la condenaba, se le caía su
discurso misericordioso que les molestaba sobremanera. A sus oídos había
llegado el discurso sobre lo puro y lo impuro, en el que les quitaba autoridad
moral llamándolos guías ciegos. Y si se le ocurría dejarla libre, se oponía a la
Ley de Moisés: lo más sagrado de las Escrituras. No tenía escapatoria.
Jesús se puso a escribir en el piso, pero no decía nada. Su mirada estaba fija
en el suelo.
El vocerío iba creciendo.
-Di algo, Maestro.
-Te consideras superior a Moisés.
-Ya vemos qué clase de profeta eres.
-Alientas el pecado y la vida inmoral.
Jesús se levantó y los miró fijamente: -Él que esté sin pecado que tire la
primera piedra.
Al silencio sepulcral, siguió un mutismo de humillación. Los más viejos
empezaron a retirarse discretamente.
Cuando Jesús se quedó solo con la mujer, le dijo: -¿Dónde están los que te
condenan?-
-Todos se han ido, Rabí.
-Yo tampoco te condeno; vete y no peques más.
El eco llegó hasta Laila. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
Es imposible no pecar.
El incidente se propagó por todo Jerusalén.
-El Rabí dejó callados a los Maestros –grito alguien en el mercado-. Era la
noticia de aquel día.
Jesús se fue a Betania para bajar la tensión, pues todos los ojos estaban sobre
él.
Laila oyó del periplo hacia el pueblo de María, su compañera de viaje a Tiro.
Y decidió ir hacia Betania, que quedaba a tres kilómetros de la capital.
Fácilmente dio con la casa de María, pues el gentío que se agolpaba en los
alrededores indicaba que algo especial pasaba en aquel sitio.
El séquito de Jesús había crecido con los otros setenta y dos, que el Maestro
había enviado por los caminos a anunciar la Buena Noticia; entre los que
estaban Drori y Amiel.
-¡Laila! -gritó Drori quien la reconoció entre el gentío que se agolpaba afuera
de la casa de Lázaro, Marta y María- ¿Cómo estás? ¿Dónde estabas? Mi madre
me preguntó tanto por ti.
Laila no sabía qué decir. –He regresado a mi familia.-
-¡Qué bueno!- dijo Drori.
-No entiendes nada Drori. He vuelto a mi vida de pecado y tinieblas.
-No sé de qué hablas –dijo el hombre– Mira allá está María a los pies del
Rabí. No le pierde palabra.
-¿Quién es la que dirige el servicio? -preguntó Laila.
-Es Marta, la hermana de María y Lázaro, quien también está cerca de Jesús.
Cuando todos comieron, el Rabí se levantó y empezó a enseñarles:

“Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a


medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis
amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le
responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo
estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro
que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al
menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les
aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le
abrirá. ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente
cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más
el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”.

Cuando Jesús terminó de predicar, Drori le dijo a Laila: -¿Por qué no te


quedas y hablas con María?
Laila esperó que Drori fuera a buscar a María, la que antes había vivido en
Magdala y ahora acompañaba a Jesús en sus viajes.
-Shalom, Laila. Qué alegría verte de nuevo.
-Shalom, María.
-¡Qué bueno que has regresado! Dios tiene algo para ti.
-¿Tú crees eso? Para mí todo es tan difícil. Sabes, cuando me fui, caí en
manos de unos soldados e hicieron conmigo lo que quisieron. Pensé que era el
signo de que debía volver a mi antigua vida y así estoy hoy.
-Beelzebú no soporta que un alma se le escape. Así pasó conmigo.
-Me siento tan ruin, baja, pecadora, indigna. Y te veo a ti, tan cerca del
Maestro.
-Hoy he estado tan cerca, que mi hermana se quejó –dijo María con una
sonrisa.
-¿Por qué? -preguntó Laila.
-Le dijo al Rabí que yo debía ayudarla y Él le respondió: “Marta, Marta,
María escogió la parte mejor y no le será quitada?
-¿Y de qué vas a vivir? ¿No piensas en el futuro? ¿Las seguridades?...
-El maestro un día dijo: “¿Por qué se preocupan de lo que van a comer o
beber? Miren las aves del cielo que no siembran, ni cosechan y nunca les falta
el alimento. ¿No son ustedes más importantes que las aves del cielo?” Yo
vivo el día. Creo que uno de los demonios de los que el Señor me liberó fue
de la avaricia. Ya no me preocupo del futuro; se lo dejo al Señor en sus manos.
-No podría vivir así. Mi padre me enseñó que el trabajo es una bendición.
-¿Y quién dijo que yo no trabajo? Cambié mi oficio; antes vivía para el
mundo y ahora me fatigo por la causa del Reino de los Cielos –respondió María.
-¿Reino de los Cielos? ¿Qué es eso? -dijo Laila perpleja.
-Es el proyecto de amor de Dios, su presencia viva entre nosotros; Él quiere
que todos los hombres se salven.
-Para ti todo es tan fácil.
-No te creas. La gente que ahora me ve, recuerda mi pasado escandaloso.
Nosotros nos habíamos mudado a Galilea para ver si yo me alejaba de las malas
compañías, pero todo empeoro. El puerto de Magdala fue un caldo de cultivo
para mi perdición. Mis hermanos estaban muy tristes y se habían regresado a
Betania. Fue entonces cuando caí más profundo y ya sabes lo demás.
-Pero ahora te ves tan pura y casta –dijo Laila.
-El encuentro con el Rabí me cambió. Y a ti te va a pasar lo mismo. Yo lo
sé.

Días después, el séquito misionero regresó a Jerusalén. Era sábado.


Mientras caminaban, los apóstoles vieron a un ciego de nacimiento.
-¿Maestro quién pecó para que él esté así; él o sus padres? -le preguntaron
al Rabí.
-Ni él ni sus padres han pecado-respondió Jesús-; nació así para que se
manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que
me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo...
Los discípulos quedaron perplejos, pues algunos maestros afirmaban que la
enfermedad era causa del pecado o de los demonios. Era lo que habían
escuchado desde niños.
Después que dijo esto, Jesús escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo
puso sobre los ojos del ciego, y le dijo al ciego: -Ve a lavarte a la piscina de
Siloé-que significa “Enviado”.
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.
Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: -¿No
es este el que se sentaba a pedir limosna?
-Es el mismo- unos opinaban.
-No, -respondían otros- es uno que se le parece.
-Soy realmente yo– replicaba el beneficiario de la curación.
Ellos le dijeron: -¿Cómo se te han abierto los ojos?-.
Él respondió: -Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis
ojos y me dijo: “Ve a lavarte a Siloé”. Yo fui, me lavé y vi-.
Ellos le preguntaron: -¿Dónde está?-.
-No lo sé– él respondió.
Como era sábado, el que había sido ciego fue llevado ante los fariseos.
Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
-Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.
Algunos fariseos decían: -Ese hombre no viene de Dios, porque no observa
el sábado-.
-¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos? -otro replicó.
Y se produjo una división entre ellos.
Entonces dijeron nuevamente al ciego: -Y tú, ¿qué dices del que te abrió los
ojos?-
El hombre respondió: -Es un profeta-.
Sin embargo, los maestros no querían creer que ese hombre había sido ciego
y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: -
¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora
ve?-
-Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve
y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para
responder por su cuenta- sus padres respondieron.
Ellos dijeron esto por temor a las autoridades, que ya se habían puesto de
acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías.
Los maestros llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le
dijeron: -Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador-
-Yo no sé si es un pecador -respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y
ahora veo-
Ellos le preguntaron: -¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?-.
-Ya se los he dicho y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de
nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?-
Ellos lo injuriaron y le dijeron: -¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros
somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no
sabemos de dónde es este.-
El hombre les respondió: -Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de
dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha
a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó
decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre
no viniera de Dios, no podría hacer nada.-
Ellos le respondieron: -Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos
lecciones?-
Y lo echaron del templo.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: -¿Crees
en el Hijo del hombre?-
-¿Quién es, Señor, para que crea en él? - dijo el hombre.
-Tú lo has visto: es el que te está hablando– le dijo el Rabí.
Entonces él exclamó: -Creo, Señor-, y se postró ante él.
Después Jesús agregó: -He venido a este mundo para un juicio: Para que vean
los que no ven y queden ciegos los que ven.-
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: -¿Acaso también
nosotros somos ciegos?-
Jesús les respondió: -Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como
dicen: “Vemos”, su pecado permanece.-

Laila aceptó la invitación de Drori para irse a su casa y vivir con su madre,
mientras él acompañaba al séquito misionero. Allá llegaban las noticias sobre
el Maestro: Sus enseñanzas sobre el número de los escogidos, el lugar que uno
ocupa a la mesa en un banquete, la elección de los invitados, la parábola del
banquete; de igual forma escucharon las parábolas de las cien ovejas, de la
dracma perdida, y la hermosa parábola del hijo pródigo. Incluso llegó la
noticia de que Herodes había hablado de encarcelar a Jesús.
Drori aprovechó la estancia de Jesús en Perea para ir a visitar a su madre y a
Laila.
-Shalom madre, Shalom Laila –les dijo a ambas mientras las abrazaba.
-¿Es cierto que Herodes amenazó con matar a Jesús?-preguntó Laila con
perplejidad.
-Aparentemente fue una amenaza de los fariseos, pero el Rabí les contestó
que él no tenía miedo de morir lo mismo que los profetas. En un par de
ocasiones, Jesús ha hablado de ir a Jerusalén a morir; Simón-Pedro lo reprendió,
pero el Maestro le dijo que ese era su camino.
-¿Por qué tendría que morir? -preguntó perpleja Alitza.
-No lo sabemos, madre. Pero él lo ha dicho. Eso entristeció sobremanera
a los apóstoles, pero unos días después Simón-Pedro, Santiago y Juan fueron
testigos de una manifestación muy especial en el Monte Tabor. No quisieron
contarnos, pero cuando regresaron del Monte su tristeza había desaparecido.
Cuando partí para acá, le llegaron noticias de la enfermedad de Lázaro. ¿Lo
recuerdas, verdad?
-Sí, el hermano de María.
-Dicen que está muy grave y temen lo peor.
-Deberíamos ir a ayudar a María –dijo Laila.
-¿Tú crees? -preguntó Drori.
-No sé, me parece que sería un gesto de solidaridad. Ella me ha ayudado
tanto en mis momentos de más confusión.
-¿Te atreves a quedarte sola, madre? -preguntó Drori.
-Por supuesto, hijo. Vayan a Betania. El ángel del Señor velará por mí.

Cuando iban por el camino, cerca del Tabor, Drori empezó a contemplar la
belleza de Laila. Ya sabía su pasado, pero ahora era otra mujer. Se veía más
hermosa. La gracia la hermoseaba. Su madre se lo había dicho: “Laila es una
buena mujer y la santidad se está convirtiendo en el adorno de su casa”,
parodiando el salmo noventa y dos.
Sus cabellos negros y largos, usualmente recogidos, se los soltó aquella tarde.
Drori empezó ver con otros ojos a la antes prostituta.
-¿Qué hacías antes de conocer al Rabí?- le preguntó Laila.
-Soy pescador, como Simón-Pedro y los hijos de Zebedeo. Como vivimos
tan cerca nos ayudamos…
-¿Y cómo te sostienes ahora?
-El bote es una herencia de nuestro padre. Así que lo alquilamos a una
familia y con eso vivimos. El Maestro nos ha enseñado a vivir el afán de cada
día y no preocuparnos por amasar riquezas de este mundo.
-¡Qué buen regalo te hizo tu padre!
-Sí, mi padre fue un buen hombre. ¿Y él tuyo? -preguntó Drori, tratando de
que la conversación no se acabara.
-Mi padre también fue un gran hombre; muy trabajador. Participó en la
reconstrucción del Templo. Allá iba yo a visitarlo, antes de que muriera en un
accidente en la obra de Herodes. Cuando él falleció, quedamos sin apoyo
económico. Unas mujeres que trabajaban en la obra me dijeron que me
ayudarían, y la necesidad de sustento para mi madre y mis hermanos me adentro
en el mundo de la prostitución y al final no pude escapar. Ser el centro de
atención de las miradas de los hombres me gustaba. Me fascinaba ser
observada y deseada. Miraban mi cuerpo con lujuria y eso me despertaba
orgullo… ¡Qué gran mentira! Vivía para el pecado, hasta que sucedió lo del
Bautista.
-Sí, mi madre me refirió algo de eso, cuando te fuiste. Quedamos
desconcertados al retorno de Tiro.
-Tuve mucho miedo de que el Maestro me rechazara. Había llamado perra
a la Cananea.
-Creemos que lo hizo a propósito, para darnos una enseñanza sobre la
salvación universal, y para que aprendiéramos que la fe verdadera puede darse
en todos los hombres de buena voluntad; inclusive paganos.
-Eso mismo me dijo, María.
-¿Y no te gustaría casarte? ¿Es decir, tener tu propia familia?
-Ya tengo treinta años; estoy un poco mayor para ese paso.
-No, eres joven aún.
-Tengo mucho miedo. He tenido pesadillas muy feas con el demonio
Asmodeo. En ellas me dice que no va a permitir que ningún hombre se
enamore de mí.
-El Maestro seguro podrá sanarte de eso y de mucho más.
-Mi corazón está muy herido. He pecado en demasía. Y he escuchado que
el Rabí dijo que debíamos ser “santos, porque el Padre Celestial es santo.” Yo
no creo que pueda alcanzar ese nivel.
-El Rabí es muy comprensivo. Tú fuiste testigo de lo que pasó con la mujer
que sorprendieron en adulterio. “Vete y no peques más”, le dijo. No la juzgó,
no le recriminó… Nada. Él sabe qué somos barro.
Cuando iban llegando a Betania, vieron un gentío. Eso no era buen presagio.
La gente estaba con trajes oscuros y muchos lloraban.
En lo que pudieron acercarse, escucharon la conversación que, entre
lágrimas, Marta tenía con Jesús.
-Maestro, te enviamos aviso de la enfermedad de Lázaro pero no pudiste
llegar. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas– dijo
Marta con dolor.
-Tu hermano resucitará –exclamó Jesús.
-Sé que resucitará en la resurrección del último día –increpó la mujer.
-Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? -le preguntó el
Rabí.
-Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al
mundo.-
Alguien del gentío dijo: “Lázaro también creía y ha muerto”.
Marta salió corriendo hacia la casa y fue a llamar a María. Jesús no había
llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo
había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver
que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro para llorar allí.
María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: -
Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.-
Jesús, al verla llorar, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido
y turbado, preguntó: -¿Dónde lo pusieron?-.
María le respondió: -Ven, Señor, y lo verás-.
-El Rabí está llorando –dijo Drori a Laila. En verdad lo amaba.
Otro de los que estaba en el sitio exclamó: “Este, que abrió los ojos del ciego
de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”.
Cuando llegaron al sepulcro, Jesús se conmovió nuevamente. La tumba era
una cueva con una piedra encima.
Jesús se adelantó y se puso a orar y para sorpresa de los asistentes dijo: -
Quiten la piedra-.
Marta, la hermana del difunto, le respondió: -Señor, huele mal; ya hace cuatro
días que está muerto-.
-¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?
Los amigos de Lázaro, quitaron la piedra, y Jesús, levantó los ojos al cielo y
dijo: -Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero
lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado-
.
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: -¡Lázaro, ven afuera!-.
La gente sollozaba. El muerto salió con los pies y las manos atadas con
vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: -Desátenlo para que
pueda caminar-.

LIBRO TERCERO

Luego de la resurrección de Lázaro, Jesús partió hacia el norte


desde Efrén; posteriormente pasó por Samaria; de allí hacia el este a lo largo de
la frontera de Galilea; entonces hacia el sur a través de Perea; después hacia el
oeste a través del Jordán; y por último Jericó.
En este largo periplo curó a diez leprosos; contestó las preguntas
hechas por los fariseos respecto al reino de Dios; predicó sobre la necesidad de
la oración incesante a través de la parábola del juez inicuo; enseñó sobre el
matrimonio, los niños, el uso correcto de las riquezas ilustrada por la historia
del joven rico, y la parábola de los trabajadores de la viña. En Jericó, Jesús sanó
dos ciegos, y recibió el arrepentimiento de Zaqueo el publicano.
Laila se quedó a vivir en Betania, junto con María y sus hermanos.
Allá llegaron todas estas noticias. Mucha gente venía a ver a Lázaro, pues el
acontecimiento había sido divulgado por toda Judea. Esto exasperó a las
autoridades judías, pues la fama de Jesús seguía creciendo y los choques con el
Rabí eran constantes.
Cuando Drori regresó, les contó todos estos detalles del viaje; y no ocultó lo
que inquietó nuevamente a los discípulos, pero sobre todo a los apóstoles.
-El Rabí ha vuelto a hablar de su muerte. La primera vez que lo mencionó
estábamos en Cesarea de Filipo y fue cuando le dijo a Simón que se llamaría
Kefas –expresó con tristeza.
-Sí lo recuerdo –esgrimió María-. En ese instante, ante el rechazó tajante de
Simón, el Maestro le dijo “Apártate de mí Satanás”.
-El regresará acá. Eso me dijo que les dijera cuando me envío delante. Tal
vez en dos días esté de vuelta.
Cuando se quedó solo con Laila, Drori se atrevió a hablarle de sus
meditaciones durante el viaje.
-Pensé mucho en ti cuando el Maestro habló sobre el matrimonio y los niños.
Laila guardaba silencio.
-Cuando tú y yo veníamos hacia Betania, empecé a contemplar tu belleza, no
sólo física, sino espiritual. En mí ha empezado a florecer un sentimiento
especial por ti. En algún momento pensé que mi vida debía ser como la de
Juan, el más joven de los apóstoles, que no tiene mujer, pero yo no creo que sea
una llamada para mí. He orado y he sentido que debo casarme.
Laila había notado sus detalles, sus miradas, pero tenía mucho miedo. Las
pesadillas con Asmodeo se habían ido, pero ella había descartado ese tipo de
vida.
-Tú y yo debemos hacer una familia. Yo quiero hacerte feliz, quiero fundar
un hogar contigo. Quiero darte todo mi amor.
-Pero yo no tengo nada qué ofrecerte. Sólo mis treinta años. Es más, tal
vez no pueda tener hijos.
-¿Por qué piensas eso?
-Mis amigas prostitutas contaban como los soldados las ayudaban a abortar.
Yo nunca, gracias al Altísimo, tuve que hacerlo. Ellas mismas referían que sus
vientres quedaban heridos para siempre.
-¡Qué triste! -exclamó Drori.
-Lo que más las hacía sufrir era pensar en el hijo que pudieran haber tenido;
los sentimientos de ternura están ahí, pero algunas empiezan a odiarse a sí
mismas.
Una voz fuerte que venía de afuera cortó el diálogo:
-El Rabí está en casa de Simón el Leproso. Ha ido a comer allá.
El tumulto era grande. Ya no podían entrar, pero escucharon el comentario
de que María estaba a sus pies llorando y vertiendo perfume.
Cuando María salió, Laila y Drori se fueron con ella.
-Debemos decirle a Marta y a Lázaro que ya han llegado y que debe preparar
lugar para algunos de la comitiva.
Cuando los apóstoles llegaron a la casa de los amigos de Betania, Jesús no
venía con ellos. Él Maestro se había ido a Getsemaní, uno de sus lugares
favoritos para encontrarse con el Altísimo. Estaba por comenzar la semana
crucial de su ministerio. Los apóstoles le habían oído decir que debía subir a
Jerusalén para ser rechazado, apresado, muerto y…

-Vamos con el Maestro a Jerusalén –dijo uno de los apóstoles que se había
hospedado en casa de Lázaro.
La procesión iba creciendo a medida que avanzaban. Todos los vecinos de
Betania se unieron.
Mucha gente había viajado a Jerusalén para pasar la Pascua, y cuando
escuchaban que el Rabí venía llegando salían para conocerlo y saludarlo.
Luego de tres años su fama había crecido. Sus escaramuzas y discusiones con
los Maestros de la Ley le habían ganado prestigio entre el pueblo sencillo y
pobre.
En Betfagé, cerca del Monte de los Olivos, la comitiva se detuvo. Jesús
montó en el burro que había solicitado. La gente empezó a cortar ramas de
olivo y a poner sus mantos para honrar al Maestro que iba entrando a la Ciudad
de David, la Ciudad de La Paz.
La masa no entendía el gesto profético, pero los maestros de la ley, que
estaban al borde del camino viendo el acontecimiento, sí podían recordar el
texto de Zacarías:

Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y
montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga.

Los apóstoles, los discípulos y la multitud empezaron a ovacionar a Jesús –


Hosanna, al Hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Hosanna en las alturas.
Los que contemplaban la procesión comentaban: “Es Jesús, el profeta de
Galilea”.
Cuando la marcha triunfal llegó al Templo, ocurrió algo que exasperó a los
maestros de la ley. Jesús tumbó varias mesas de cambistas, comerciantes y
vendedores y exclamó:

Está escrito mi casa será llamada casa de oración y ustedes han hecho
de ella una cueva de ladrones.

Ya en Betania, adonde regresaron para pasar la noche, Drori, Amiel, Laila y


otros discípulos estaban felices, pues el apoyo de la gente había sido masivo.
-Mañana, Laila y yo volveremos a Galilea. Hace un par de meses que no
sabemos de mi madre –exclamó Drori, quien se sentía muy feliz con la
compañía de Laila.

Todo era muy confuso. Las versiones variaban de unos a otros. En la


magna Asamblea había más de quinientos hermanos.
-Está vivo. Sufrió mucho, pero está vivo; Santiago, Juan y yo –añadió
Simón-Pedro, estuvimos con Él en Getsemaní. Luego de la cena de Pascua, Él
nos dijo que lo acompañáramos al huerto. Tenía una tristeza de muerte, que
ahora podemos entender. Él sabía que Judas lo traicionaría y que yo lo negaría.
Él me lo había dicho, y yo no pude enfrentar mis miedos. Delante de una criada
lo negué. Mi dolor era inexplicable; solo el amor de la Madre me consoló.
Escuchemos a Juan de Zebedeo que fue el más valiente de todos nosotros.
-La Madre, María de Magdala y yo estuvimos aquella madrugada en casa del
Sumo Sacerdote. Muy temprano, como a las seis de la mañana, lo llevaron al
palacio de Pilato. El Gobernador no encontró nada malo en Jesús, pero no se
atrevió a dejarlo libre por miedo a una revuelta. De allí lo llevaron donde
Antipas, quien estaba por esos días en Jerusalén. Cuando regresó, lo azotaron
inmisericordemente y lo coronaron de espinas. Nosotros limpiamos la sangre
del piso. Pensamos que luego de eso lo librarían, pero Caifás y Anás
convencieron a la multitud de pedir la liberación de Barrabás en lugar del
Maestro –expresó Juan, quien flanqueaba a La Madre.
-¿Cómo fue su muerte? -preguntó uno de los discípulos de Galilea.
-La Madre, María de Magdala y yo lo acompañamos en el camino de la Cruz.
Fue muy doloroso. Aquí está Simón, quien le ayudó con lo Cruz. Cayó varias
veces; su cuerpo estaba todo llagado. Cuando llegamos al Gólgota, temblaba
por la fiebre que testificaba lo que su cuerpo herido sufría. Los soldados lo
tiraron sobre la cruz. Al ser clavado, gritó muy fuerte. La Madre estaba ahí.
Ella oraba y nos fortalecía. El Maestro estuvo casi seis horas en la Cruz.
Entonces me dijo: “Juan, he ahí a tu Madre”. Mi corazón se rasgaba del dolor,
pero trataba de ser fuerte, pues sabía que La Madre sufría más que nosotros. A
la hora de Minjá, Jesús dijo: “Todo se ha cumplido”.
-Drori abrazaba a Laila, quien se sentía como aquel día de la muerte del
Bautista: sola, desconcertada, abandonada…
-¡Qué hable María de Magdala! –dijo alguien de los hermanos.
-El Maestro está vivo. Yo lo he visto. El primer día de la semana fuimos
al sepulcro que José de Arimatea prestó para la sepultura. De camino
pensábamos, “¿quién nos correrá la piedra?”. Cuando llegamos al sitio, la
piedra estaba corrida. Dos ángeles se nos aparecieron y dijeron: “¿Por qué
buscan entre los muertos al que está vivo?” Luego de que fui a decirles a
Simón-Pedro y los apóstoles, Él se me apareció en el sepulcro y me dijo que
nos vería a todos en Galilea.
Drori no estaba muy convencido de lo que escuchaba. Cuando la asamblea
en casa de Simón-Pedro terminó, buscó a Tomás, cuyo testimonio le impactó.
-Yo me siento como tú –le dijo al apóstol- No puedo creer, si no lo veo. Todo
es tan confuso. Yo no lo he visto. Escucho lo que ustedes han vivido, pero…
-Lloré mucho a los ocho días que volvió a aparecerse a nosotros. Me dijo:
“Dichosos los que crean sin haber visto”.
Laila había buscado consuelo con María de Magdala, quien le presentó La
Madre.
Luego de comer, mientras se reunieron para seguir compartiendo los
testimonios, Jesús se apareció a los quinientos hermanos:

La paz sea con ustedes.

Comió con ellos y los bendijo. Drori empezó a llorar e igual Laila.
-Lo veo Drori. Veo sus llagas. Su voz es la misma. Es el Señor –dijo
Laila.
Sus temores se fueron. Sus corazones se llenaron de alegría, como les había
pasado a los de Emaús. Días después el Maestro se apareció a Simón-Pedro
y otros apóstoles en el Lago de Tiberíades.
Cuando los apóstoles se preparaban para ir a Jerusalén, Drori preguntó:
-¿Debemos ir con ustedes a Jerusalén?
-No es necesario. Quédense en Galilea. Nosotros estaremos con La Madre
para esperar el cumplimiento de la Promesa que el Maestro nos ha hecho.
En ese instante, Laila se acercó a la Madre. María la acogió con una sonrisa.
-Hermosa Laila, María me ha hablado de ti. He orado por ti -le dijo la Virgen-
Madre.
-Gracias, Madre. Mi vida se parece un poco a la de María. He encontrado
el amor de un buen hombre, Drori de Cafarnaún; pero tengo miedo. No sé si
el matrimonio es para mí; no sé si pueda darle hijos.
-“Para Dios nada hay imposible”, me dijo el Ángel Gabriel cuando me visitó
hace más de treinta años en Nazaret. Dios me bendijo con un hombre justo.
No sé qué habría sido de mí sin José. No puedo entender mi vida lejos de él.
Me comprendió; se abrió al plan del Altísimo. Nos protegió a mí y a Jesús de
Herodes. El matrimonio es algo hermoso y querido por Dios. Es cierto que hay
divorcios, pleitos, infidelidades, pero “al principio no era así”, tal como predicó
Jesús.
-¿Es posible ser fiel para siempre? -preguntó Laila a la Madre.
-Hay una Fuerza que viene de Dios y no de los hombres, que nos puede hacer
abrazar cualquier sacrificio por amor. Los apóstoles la van a recibir y de
seguro ustedes también. No temas, sólo ten fe en Dios.
En eso, llegó María de Magdala la abrazó y le dijo: “Vete y no peques más”.

Gracias, Señor,
Por tu Misericordia.
Míranos como Tú sabes.
No mires nuestros pecados,
Sino la fe de la Iglesia

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