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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Estudio Superiores

Plantel Acatlán

Historia Económica y Social de México II

Profesor: Diego Osorio Garcia

Integrantes:

Balestra Salgado Alicia Mozerrat

Bolaños Macia Sebastian

Guzmán García José Eduardo

Hernández Ruiz Luis Enrique

Ramirez Chávez Jorge

Olvera Torres Uriel

Jiménez Ortiz Edwing

Trabajo Final:

Revolución Mexicana

5 de junio de 2023
I. Introducción

La revolución mexicana es un hecho histórico sumamente importante, que para nosotros


como economistas resulta fundamental conocer en tanto que se trata del punto de partida del
Estado mexicano moderno; desde la promulgación de su constitución política en 1917, hasta
la conformación de muchas de sus instituciones. Además, es el punto de inflexión en el cual
ciudadanos, obreros y campesinos -quienes habían sufrido terribles condiciones durante el
Porfiriato- comenzaron a organizarse para buscar la defensa de sus posesiones y derechos. Y
es que tras los tiempos de la colonia, donde se vivía a merced de la metrópoli y no se buscaba
un desarrollo y crecimiento para los mexicanos, pasamos a una era en la cual esto no cambió
significativamente y la desigualdad continuaba siendo estratosférica -sin mencionar la
vulnerabilidad del aparato democratico- he ahí el rasgo trascendental que, sin considerar el
desenlace, pensamos que definió a este movimiento.

Ahora bien, la división del presente escrito parte del Porfiriato, para entender en primer lugar
cómo se gestó la erosión del entramado político y social que a su vez desencadenó el
conflicto armado. De ahí transitamos a la revolución Maderista, con el propósito de observar
sobre qué postulados se cimentó y en qué medida estos fueron satisfechos. En la segunda
mitad, examinamos la traición de Huerta y su breve mandato, para después indagar sobre la
sublevación comandada por Carranza, eje esencial de las reformas que terminaron
prevaleciendo y dieron forma al país. En cada uno de estos apartados se reconocen los efectos
políticos, económicos y sociales que tuvieron lugar, además del rol que jugó Estados Unidos
como supuesto “mediador” en la pugna. Finalmente, las conclusiones harán un análisis, con
el cuerpo del trabajo como sustento, alusivo a responder hasta qué punto se preservaron
indemnes los ideales revolucionarios y su vigencia hoy en día..

Se propone dicha segmentación -teniendo en cuenta que no es la más apta para abordar un
acontecimiento social- con el objetivo de invalidar la visión historicista que superpone a la
figura del héroe nacional (antagonista), haciendo proliferar la idea de que estos fueron
personajes intachables (deleznables) en cualquiera de sus facetas. Siendo así, lo que esta
investigación pretende capturar es precisamente la multidimensionalidad de dichos sujetos de
la historia, y por supuesto, de los acontecimientos en los que estuvieron involucrados.
Creemos firmemente que sustraer el mito de la narrativa converge en mostrar un panorama
más acorde al que vivieron los grupos subalternos, mismos que han permanecido ocultos en
los estudios convencionales al respecto de esta conflagración.
II. Porfiriato: 1876-1911

Bajo ninguna circunstancia es lícito abordar el tópico concerniente a la Revolución Mexicana


sin ahondar en lo ocurrido al menos durante los 35 años que precedieron al estallido de la
conflagración. Y es que, cuando nos referimos a dicho lapso -cuya periodicidad data
aproximadamente de 1876 a 1911- no estamos hablando de una etapa como cualquier otra en
la historia de un país, caracterizada por vaivenes en lo económico, lo político y lo social.
Todo lo contrario, hubo homogeneidad en el manejo de esos tres aspectos, y esto se debe a
que, a lo largo de casi cuatro décadas imperó una dictadura, la del General Porfirio Díaz.

Pese al transcurso del tiempo, la época en la que Díaz ostentó el poder, incluso en la
actualidad, ha traído a la palestra un sin fin de debates de corte maniqueísta que buscan
determinar si su gobierno fue “bueno” o fue “malo”. En la simplicidad de esos términos,
evidentemente se ha llegado a conclusiones reduccionistas que no dan cuenta de lo que en
aquellos momentos aconteció, y que desencadenó en el suceso que hoy conocemos como la
Revolución Mexicana. En ese sentido, lo que nos proponemos en este escrito es justo lo
inverso, en tanto que creemos que es importante sentar correctamente las bases de nuestra
investigación, trataremos de dar al lector la visión más objetiva posible de los hechos.

En principio, ¿quién fue Porfirio Díaz? De acuerdo con los documentos de la Secretaría de la
Defensa Nacional, fue un político y militar destacado en las múltiples disputas que se
vivieron en México durante la segunda mitad del siglo XIX. En 1854 inició su carrera en el
ejército cuando se adhirió al Plan de Ayutla -mismo que desconocía la gestión de Santa Anna-
para 1857 ya participaba en la Guerra de Reforma como gobernador y comandante militar en
el Istmo de Oaxaca, logrando alcanzar el grado de coronel para 1860. Combatió en contra de
las fuerzas conservadoras, y junto al ejército republicano en la Segunda Intervención
Francesa que se desarrolló de 1864 a 1867.

En lo subsecuente a la disolución del Segundo Imperio Mexicano con el fusilamiento de


Maximiliano de Habsburgo, Díaz impulsó el Plan de la Noria, mismo que pretendió sin éxito
obstruir la reelección de Juárez, argumentando que ésta violaba el espíritu de la Constitución
de 1857. Finalmente, Porfirio Díaz asume la presidencia de México en 1876 tras la
proclamación del Plan de Tuxtepec, con el cual nuevamente se opuso a una reelección, en
este caso la de Sebastian Lerdo de Tejada. Como vemos hasta aquí -y complementando con
los antecedentes de su juventud- se trataba de un hombre que supo comenzar desde abajo,
seminarista, estudiante de leyes, con formación liberal, nacionalista decimonónico, bien
relacionado, e incluso revolucionario cuando sus intereses estaban en juego.

Ahora bien, no debe soslayarse el hecho de que tuvo que haber quienes respaldaran la citada
llegada al ejecutivo, y en su libro “Elevación y caída de Porfirio Díaz” José López Portillo y
Rojas nos da algunas pistas. Los principales opositores al gobierno de Lerdo de Tejada -y
copartícipes en la Revolución de Tuxtepec- según el escritor tapatío fueron la elite
conservadora, miembros del clero y del ejército, pero también liberales radicales que se
oponían a las políticas de su administración, en particular a la reelección presidencial.
Además, existían grupos insurrectos en distintas partes del país que se manifestaban en contra
de la regencia central y que en virtud de ello fueron reprimidos por las fuerzas federales.

En contraste con lo anterior, el respaldo a Díaz -y quizá el más determinante entre todos
ellos- no sólo provino del interior del país, pues cabe destacar que Lerdo de Tejada en su
ejercicio del poder había fomentado una política de intervención Estatal con una clara
orientación proteccionista, la cual dio origen al descontento de algunas potencias extranjeras.
De acuerdo con la historiadora Doralicia Carmona Dávila, en su biografía al respecto del
mandatario jarocho, Lerdo de Tejada favoreció la inversión nacional, a la vez que limitó la
influencia de las empresas extranjeras en México, ejemplo de ello fue no otorgar concesiones
en el sector minero y ferroviario a capital estadounidense.

Habiendo examinado brevemente la manera un tanto sui generis en que Porfirio Díaz se
colocó en la silla presidencial, y aunque su educación y carrera militar no dan sustento a la
metamorfosis que sufrió su persona en el poder, sí podemos advertirla mirando quienes
secundaron la Revolución de Tuxtepec. En esa tesitura, el inicio de la dirigencia porfirista se
caracterizó por la construcción de una fachada casi que chovinista, cosa que el profesor de
historia y estudios latinoamericanos, Jürgen Buchenau relata de manera sublime cuando
menciona que:

“Díaz tuvo éxito donde Juárez falló. Con ayuda del gran avance obtenido en la distribución de
información y propaganda -o, en palabras de Karl Deutsch, en un crecimiento ‘en la eficiencia de la
comunicación’- lanzó un esfuerzo para promover la patria grande y aumentar el control central,
mientras destruía las patrias chicas. Díaz mencionaba con frecuencia su política exterior, en su esfuerzo
por fomentar un nacionalismo oficial que facilitará el más grande proyecto de construcción del Estado
y la nación.”
Con dicha estratagema publicitaria como corolario, y con los matices sociales que en un
momento abordaremos, se reconoce el Porfiriato como una fase de modernización y progreso
en la que México experimentó un crecimiento económico significativo y una transformación
urbana sin precedentes. Enrique Cárdenas Sánchez en su volumen célebre “El largo curso de
la economía mexicana” nos habla de una dirigencia cuyas directrices profundizaron en la
adopción de los preceptos liberales -inclusive los más exacerbados si se nos permite agregar-.
Se llevaron a cabo a lo largo de este periodo una serie de reformas y políticas económicas que
permitieron la llegada de inversiones extranjeras, y un consecuente progreso en materia de
infraestructura como carreteras, ferrocarriles y puertos.

Prosiguiendo con la perspectiva que nos ofrece Jürgen Buchenau, el instinto político de Díaz
lo llevó a comprender que el manejo de las relaciones con el vecino del norte no requería
tanto de un convenio con las autoridades gubernamentales de aquel territorio, sino más bien
de mantener satisfechos a sus inversionistas privados. Por otro lado, en aras de evitar una
dependencia unilateral de Estados Unidos, el cabecilla oaxaqueño igualmente entabló lazos
económicos con el grupo de naciones europeas no gratas: España, Francia y Gran Bretaña.
Así, el país se dejaba finalmente a merced del capital extranjero, lo cual, ya a título personal,
nos parece qué, aunque no se justifica, se entiende que después de un siglo convulso para
México y en un contexto de auge del imperialismo, está fuera la política exterior más
conciliadora, sino la más heroica, a tomar por parte de Porfirio Díaz.

Como cierre del apartado relativo al estrato político y económico, creemos a corte de caja,
que no es plausible juzgar las decisiones de Díaz en aludidos ámbitos de forma tan severa
como se ha hecho. Dadas las circunstancias, México poseía un margen de negociación
prácticamente nulo, y aún con el gobierno estadounidense asumiendo posturas poco
razonables como relata Buchenau, Porfirio Díaz escenificó uno de sus escasos momentos de
genuina inspiración nacionalista, cuando objetó el corolario Olney a la Doctrina Monroe en
1896. Aunado a esto, resulta incongruente tener al General Díaz como un personaje infame
del pasado por estas acciones, al tiempo que se conserva a Benito Juárez como símbolo
patrio, siendo este último el artífice de las primeras iniciativas “liberales” de corte
“entreguista”, tal como lo constata el Tratado McLane-Ocampo descrito por Pedro Salmerón
en la revista Relatos e Historias en México.

Remitiéndonos a la consigna de desnudar el régimen de Díaz, haciéndolo visible tal cual fue,
aún nos queda por indagar acerca de la evolución del componente social. Con esa intención,
explorando diversas fuentes encontramos el esclarecedor enfoque de Octavio Paz en “El
laberinto de la soledad”, y es que para él -por paradójico que pueda sonar si se equipara con
lo aducido en párrafos precedentes- la dictadura porfirista fue inexorablemente anacrónica.
La configuración que en aquella época primaba aparentó ser vanguardista, sin embargo, en
realidad se basaba en: “...la gran propiedad agrícola, el caciquismo y la ausencia de libertades
democráticas” (Paz, 1950).

Paz continúa más adelante desarrollando su tesis, y argumenta que la autocracia porfirista en
miras de encontrar una filosofía de orden -una que justificara las jerarquías sociales
existentes- perpetró un despojo epistémico de las ideas positivistas de Auguste Comte; un
despojo en tanto que no se sumerge de lleno en ellas, pero tampoco las cuestiona, únicamente
las adopta en su favor. Pero ¿qué papel ejerció esta nueva interpretación en el régimen? El
Premio Nobel de Literatura en 1990 es preciso al señalar que este paradigma no reservó un
lugar para los subalternos, a diferencia de la religión católica y el liberalismo; tal
infecundidad no podía producir nada excepto la rebelión.

A raíz de estas influencias, y retomando también tintes del llamado darwinismo social como
ilustra la “Antología” de Rafael Mejía, el porfiriato transformó guerras endémicas en guerras
de exterminio contra apaches, comanches, yaquis y mayas -tal vez a eso se refiera Paz cuando
expone que la introducción de la filosofía positivista fracturó de forma irreversible los
vínculos de la nación con su pasado-. La política agraria por su parte, también se instrumentó
en detrimento de las comunidades indígenas que fueron desposeídas de sus tierras para la
ulterior constitución de enormes latifundios, algunos de ellos incluso llegando a ser de
propiedad extranjera.

Para 1910, el 90% de la población campesina carecía de tierras, situación que los obligó a
convertirse en peones, de los cuales había dos tipos: acasillados y aparceros. En cualquier
caso, ambos estaban supeditados a la voluntad de los hacendados, la gran mayoría por
“deudas”. Las condiciones de trabajo eran deplorables, se les imponían toda clase de castigos,
existían prisiones y cuerpos represores a disposición de los latifundistas. Fue entonces a
expensas de esta clase atrozmente sometida que se logró acrecentar la producción de distintos
cultivos de exportación, entre los que fue notorio el expediente del henequén.

Aunado a lo anterior, Díaz implementó una política de fuertes restricciones a la libertad de


prensa con el propósito de controlar la información y limitar la disidencia política en el país.
Se decretaron multas y sanciones penales para aquellos que violaran sus estatutos, lo que
significó que muchos periodistas tuvieran que autocensurarse para evitar el castigo. El
periódico Regeneración de los hermanos Flores Magón -cuyo padre Teodoro Flores había
sido partícipe en su momento de la Revolución de Tuxtepec- fue el más asiduo crítico de la
dictadura, lo que les valió el encarcelamiento a muchos de sus editores y el exilio a Ricardo
Flores Magón.

John Kenneth Turner, columnista estadounidense, conocería a Ricardo Flores Magón, y a


otros integrantes del Partido Liberal Mexicano disconformes con el gobierno porfirista, en
una prisión de Los Ángeles en 1908. Ellos, con sus testimonios, lo motivarían a realizar una
investigación que culminaría a su vez con la publicación del título “México Bárbaro”. Los
temas en los que Turner abunda son justamente alusivos a la autarquía de Porfirio Díaz,
haciendo especial énfasis en los “trabajos por deuda”, que el generalizo con el termino de
“esclavitud”. En el Capítulo VIII del libro dedica las siguientes palabras al presidente Díaz:
“...es lo más opuesto a la bondad; es un tratante de esclavos, un ladrón, un asesino; no
imparte justicia ni tiene misericordia… solo se dedica a la explotación”.

Dicho de la manera más sucinta, el periodo conocido como Porfiriato es distinguido por la
represión política y la falta de libertades civiles, así como por la corrupción y la desigualdad
social. Se destaca que este lapso se caracterizó por una concentración aún más exacerbada del
poder político y económico en manos de una pequeña nobleza, mientras que la gran parte de
la población vivía en condiciones de pobreza y marginación. La repercusión que esto tuvo en
la cultura mexicana fue en particular la creación de una imagen idealizada de México como
una nación moderna y progresista. Esta falsa perspectiva fue reflejada sarcásticamente en las
obras de artistas como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, quienes representaron el
pasado prehispánico de México y la lucha por la independencia como antecedentes de esa
presunta modernidad porfirista.

III. Maderismo: 1911-1913

Francisco Ignacio Madero fue un político y líder revolucionario mexicano. Nació el 30 de


octubre de 1873 en Parras, Coahuila, México, y falleció el 22 de febrero de 1913 en Ciudad
de México.
“La figura de Francisco I. Madero es ampliamente reconocida y respetada como un símbolo de la lucha
por la democracia y la justicia en México. Sus ideales y su papel en el inicio de la Revolución
Mexicana lo convierten en una figura importante en la historia del país” (Flores, 2005).

Madero desempeñó un papel fundamental en el inicio de la revolución mexicana. Fue un


crítico del gobierno autoritario de Porfirio Díaz y se convirtió en el líder del movimiento
opositor en la lucha por la democracia y justicia social del movimiento.

El principal objetivo del maderismo era derrocar a Porfirio Díaz y establecer un gobierno
democrático en México, ya que Madero denunciaba la falta de participación política, la
corrupción y la concentración del poder en manos de unos pocos, así como la desigualdad
social y la falta de oportunidades para los campesinos y trabajadores (Navarro, 1987).

Después de una serie de batallas y enfrentamientos, el gobierno de Díaz colapsó y Madero se


convirtió en presidente de México el 6 de noviembre de 1911. Durante su breve mandato no
acontecieron grandes sobresaltos económicos pues se esperaba que con Madero no hubiera
cambios más que de índole política.

Justamente, uno de los principales ideales del movimiento encabezado por Francisco I.
Madero en ese tenor era decretar la no reelección. Este principio nacía de la oposición al
régimen de Porfirio Díaz, quien había permanecido en el poder durante más de 30 años.

Madero promovió esta concepción como parte de su estandarte político. Argumentaba que los
gobernantes debían ser elegidos por períodos limitados y que la rotación en el poder era
necesaria para garantizar una verdadera democracia y evitar la concentración excesiva del
poder.

“A pesar de su corta duración, el principio de la “No reelección” sentó las bases para la posterior
evolución política de México. La Constitución Mexicana de 1917, promulgada después de la
Revolución Mexicana, estableció el principio de no reelección presidencial y la limitación de mandatos
para garantizar la alternancia en el poder y la participación democrática en el país” (Flores, 2005).

Otro de los puntos importantes que se evaluaron en el maderismo, y del que se hizo énfasis,
fue la defensa de los derechos individuales, pues durante su gira por el país, se intentó
promover la democracia, la justicia social y la participación ciudadana. Estos postulados
estaban estrechamente ligados también con garantías como el derecho a un trabajo digno, a la
educación y a la vivienda.
Francisco I. Madero sabía que este movimiento revolucionario buscaba no sólo la
transformación política, sino también reformas sociales. En esa tesitura, reconocía que la
garantía de derechos era esencial para lograr una sociedad más justa y equitativa, y formaban
parte integral de su visión de cambio político y social en México.

Cabe destacar, que estas mejoras sociales y económicas previstas, en virtud de que habían
impulsado la presidencia de Madero, debían de ser atendidas si lo que se quería era mantener
a las facciones revolucionarias en paz. Francisco I. Madero y sus seguidores buscaron
abordar las desigualdades sociales y económicas que existían en ese momento en México.

“En relación a los derechos económicos, el maderismo se enfocó en la redistribución de la tierra y en la


protección de los derechos laborales. Madero consideraba que la concentración de la tierra en manos de
unos pocos era injusta y perpetuaba la pobreza y la desigualdad. Por lo tanto, se propuso una reforma
agraria que permitiera una distribución más equitativa de la tierra y brindará oportunidades a los
campesinos y trabajadores rurales” (Navarro, 1987).

Sin embargo, Madero enfrentó numerosos desafíos y conflictos internos -quizá por querer
conciliar las demandas económicas y sociales-. A lo largo de la presidencia interina de De la
Barra se había buscado reivindicar la confianza de los grupos económicos y mediar las
disputas agrarias. Una vez en el poder Madero, éste continuó con una política de reparto de
tierras laxa, lo cual derivó en que las revueltas agraristas prosiguieran (Cardenas, 2015).

Por otro lado, Francisco I. Madero abogó por el reconocimiento y la protección de los
derechos laborales, como salarios justos, condiciones de trabajo dignas y la posibilidad de
organizarse en sindicatos para defender los derechos de los trabajadores. Esto porque se
aspiraba a mejorar las condiciones económicas de los trabajadores y brindarles una mayor
protección y estabilidad en la esfera laboral.

En el ámbito económico, Madero tuvo que enfrentarse a una situación un tanto compleja con
el vecino del norte, la cual incidió en el sector productivo, financiero e institucional, a través
de la disminución de la inversión extranjera en México.

El sistema financiero, por medio del incremento de las tasas de interés, comenzó con una
reducción en la disponibilidad de crédito, haciendo que los bancos fuesen más cautelosos a la
hora de otorgar préstamos. Aunque en rigor, la banca continuó con sus operaciones
prácticamente con normalidad y el tipo de cambio se mantuvo estable en este lapso.
Por otro lado, durante la redistribución de la tierra se promovió la reforma agraria con el
objetivo de garantizar el acceso a la tierra para los campesinos y pequeños propietarios. Se
promulgó la Ley de Desamortización, que buscaba la recuperación de tierras malhabidas y su
redistribución entre aquellos que las trabajaban.

Sin embargo, estas medidas no se llevaron a cabo de manera efectiva durante el gobierno de
Madero entre otras cosas debido a la inestabilidad política y las luchas internas, aunque
también podría achacarse a una falta de iniciativa.

Ciertamente hubo descontento por el incumplimiento del reparto de tierras pactado por
Madero, pero en ese momento ello sólo representó una leve contracción económica del
estrato, ya que la agricultura comercial continuó siendo muy dinámica.

En cuanto a la política fiscal, Madero se mostró favorable a una mayor equidad en la


recaudación de impuestos. Se implementaron medidas para combatir la evasión fiscal y se
buscaron fuentes alternativas de ingresos para el Estado, sin embargo no pudo culminar como
se esperaba.

La política hacendaria, pretendió aumentar la tributación mediante la elevación y creación de


impuestos, con la cual fuera posible incrementar el gasto dirigido a la pacificación del país
-aunque en términos reales esto no se logró-. En 1911 se tuvo un pequeño superávit y en 1912
un déficit no tan importante que fue cubierto con un crédito externo (Cardenas, 2015).

La minería y la industria mostraron una conducta positiva a pesar del estallido de múltiples
huelgas que en un principio fueron comprendidas por el gobierno de Madero siempre que se
conservaran dentro del marco legal, cuando no, fueron duramente reprimidas como en el caso
de Río Blanco (Ibid, 2015).

Incluso algunas empresas evidenciaron cierta empatía con las demandas laborales que aludían
al salario y la jornada. De cualquier modo, Madero -y De la Barra en su efímera estadía-
impulsaron el Departamento del Trabajo, e hicieron expresamente legal la organización de los
trabajadores en sindicatos y las protestas pacíficas.

Aunado a ello, el sistema ferrocarrilero también se mantuvo en pie aún cuando muchas rutas
fueron interrumpidas a raíz de los estragos que generarón las disputas armadas, ya que las
reparaciones se dieron de manera oportuna.
En términos generales la actividad económica no sufrió un gran sobresalto entre 1911 e
inicios de 1913; las relaciones del gobierno con los grupos económicos y el capital financiero
no fueron alteradas significativamente (Ibid, 2015).

Dicho de la manera más sucinta, durante el periodo maderista se implementaron medidas para
fomentar la justicia social, la redistribución de la tierra y la mejora de las condiciones
laborales. Aunque muchas de estas medidas no se llevaron a cabo de lleno debido a múltiples
factores, sentaron las bases para los posteriores logros en dicha materia durante y después de
la Revolución Mexicana.

El sector comercial no tardó en presentar anormalidades por las revueltas de la revolución,


pues la inestabilidad política y la falta de gobernabilidad establecieron un clima de
incertidumbre y conflictos armados en varias regiones del país, lo que dificultó el normal
funcionamiento de las actividades comerciales.

Citada incertidumbre por la inseguridad y la falta de orden afectaron tanto al comercio


interno como al comercio exterior, lo que provocó una disminución en las inversiones y un
estancamiento en la actividad económica. Muchos empresarios veían que se atentaba contra
sus intereses y pedían controlar los movimientos amenazando con cerrar operaciones de lo
contrario (Ibid, 2015).

Aunado a esto, no se implementaron medidas claras para promover el comercio exterior ni se


buscaron nuevos mercados para diversificar las exportaciones, lo que llevó a una dependencia
económica continua de las exportaciones de materias primas, como el petróleo y los
productos agrícolas, lo que dejó al país vulnerable a las fluctuaciones en los precios
internacionales

“Durante el gobierno de Madero, las exportaciones de petróleo representaban aproximadamente el 70%


de los ingresos por exportaciones de México, alrededor del 80% de las exportaciones mexicanas tenían
como destino Estados Unidos, principalmente ponderaban las exportaciones de productos agrícolas
como el café, el azúcar y el algodón” (Rodriguez, 1990).

Asimismo, las tensiones con Estados Unidos también afectaron el comercio durante el
maderismo, ya que, en ese momento, Estados Unidos era el principal socio comercial de
México, y los conflictos políticos y las disputas territoriales generaron incertidumbre en las
relaciones comerciales entre ambos países. Las acciones militares y la inestabilidad en la
frontera afectaron el flujo de mercancías y el comercio transfronterizo.

A propósito de ello, una de las principales fuentes de tensión fue la disputa sobre la frontera
entre México y Estados Unidos. Antes del gobierno de Madero, México había perdido una
gran parte de su territorio en la guerra con Estados Unidos en la década de 1840. Sin
embargo, aún persistían diferencias y reclamos territoriales no resueltos, lo que generaba
tensiones y preocupaciones en ambos lados de la frontera

“Durante el periodo maderista, hubo episodios en los que Estados Unidos intervino directamente en
asuntos internos de México. Por ejemplo, en 1911, el presidente William Howard Taft ordenó el
desembarco de tropas estadounidenses en Veracruz en respuesta a un incidente en el que marinos
estadounidenses fueron arrestados por las autoridades mexicanas. Esta acción fue percibida como una
violación a la soberanía mexicana y generó una fuerte reacción nacionalista en México” (Navarro,
1987).

El maderismo culminó de manera abrupta y violenta con el golpe de Estado liderado por
Victoriano Huerta en febrero de 1913. A pesar de los ideales de cambio y justicia social
promovidos por Francisco I. Madero, su gobierno enfrentó una serie de desafíos y conflictos
internos que llevaron a su derrocamiento y asesinato.

Para Madero, surgieron tensiones y divisiones dentro de su propio gabinete, así como
descontento entre algunos sectores de la sociedad. Uno de los principales conflictos fue el
levantamiento armado encabezado por Pascual Orozco y Emiliano Zapata, quienes se sentían
desilusionados por la falta de avances en las reformas agrarias y la justicia social.

El golpe de Estado de Victoriano Huerta, un general del ejército, se llevó a cabo con el apoyo
de sectores conservadores y poderosos intereses económicos. Huerta arrestó y posteriormente
ordenó el asesinato de Madero y del vicepresidente Pino Suárez, poniendo fin al gobierno
maderista.

“... el golpe de Estado liderado por Victoriano Huerta se llevó a cabo el 18 de febrero de 1913, dicha
fecha, Huerta traicionó al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez,
arrestándolos y posteriormente ordenando su asesinato. Este evento marcó el fin del gobierno maderista
y el inicio de un periodo de violencia y conflicto en México” (Flores, 2005).
IV. Huertismo: 1913-1914

José Victoriano Huerta Márquez nació en 1850 (aunque hay fuentes que dicen 1845) en
Colotlán, estudió en el Colegio Militar donde obtuvo notas sobresalientes y se graduó en
1877.

Saliendo del Colegio Militar obtuvo el grado de Teniente y tiempo después fue promovido al
grado de capitán y asignado al cuerpo de oficiales de la Cuarta División de Guadalajara. El
oficial a cargo de esta división era Manuel Gonzales Flores, el cual era amigo del presidente
Porfirio Díaz, esta situación lo ayudó bastante ya que González lo tomó bajo su protección y
lo ayudó a crecer su carrera. Hecho que vemos todo el tiempo en la historia de nuestro país.

Tenía fama de siempre asegurarse que sus hombres siempre recibieron sus pagos a tiempo
aunque fuera utilizando formas cuestionables como por ejemplo se cuenta que Huerta ordenó
que saquearon una iglesia para vender todo el oro y la plata y de esta forma poder hacer el
pago de las tropas, otra historia es que Huerta vació una sucursal de banco con pistola igual
para poder pagarle a sus hombres, la defensa de Victoriano fue que iba a pagar lo tomado una
vez que la Ciudad de México mandará los fondos.

Huerta veía como héroe a Napoleón y apoyaba a Porfirio Díaz creyendo que era la mejor
opción para México. Para 1890 alcanzó el grado de coronel pero durante los siguientes años
Huerta comenzó a padecer problemas grandes de alcoholismo.

En diciembre de 1900 Huerta dirigió una campaña militar contra los Yaquis en Sonora.​Desde
el 12 de abril hasta el 8 de septiembre de 1901, Huerta también se encargó de sofocar, de
forma implacable y violenta, varias rebeliones indígenas en Guerrero y en Mayo de ese año
fue promovido a general, después fue promovido a general brigadier y condecorado con la
Medalla al Mérito Militar (él se consideraba así mismo indigena y tiempo después se
dedicaba a asesinarlos por razones injustas que “gran medalla”). En 1907 se retiró del ejército
por problemas de salud, después de desarrollar cataratas mientras se encontraba en las selvas
del sureste.

Yaquis de Sonora

Los Yaquis son un pueblo que se encuentra en Sonora ubicados a lo largo del río Yaqui,
comprende una Zona Serrana que se encuentra en la sierra del Bacatete, una zona pesquera
Guásimas y Bahía de los lobos y el valle del Yaqui que son tierras de cultivo. Están
organizados en 8 pueblos Pótam, Huirivis, Tórim, Cócorit, Loma de Bácum, Vícam, Ráhum
y Belem que se distribuyen a lo largo de los 500 kilómetros por donde está el río Yaqui, cada
pueblo tiene una estructura de gobierno tradicional, guardias comunitarias, sistema de
asambleas, cultura propia, etc.

Entre las décadas de 1870 y 1880 los gobiernos liberales desconocieron la posesión comunal
de los pueblos Yaquis porque decían que era terrenos “improductivos”. Esto se intensifica
durante el gobierno de Porfirio Díaz. (En la actualidad usan este mismo argumento de
“terrenos improductivos” por ejemplo para el argumento de defensa de la construcción del
tren maya).

En 1866 la Constitución establece en el Artículo 17 que “las tribus errantes y la de los ríos
Yaquis y Mayo no gozarán de los derechos de los ciudadanos sonorenses”. Después en 1883
sacaron otra ley que permitía despojar de sus territorios a las comunidades Yaquis,
nombrando “territorios baldíos” al territorio del pueblo. después de esto se iban a levantar en
armas pero se logró un periodo de paz conocido como la Paz de Ortiz donde se había
elaborado un acuerdo con los Yaquis, el cual fue incumplido en 1899, fecha en la que el
pueblo Yaqui se levantó en armas para defenderse.

Un esfuerzo admirable por el pueblo de defender sus tierras y derechos cuando primero
vencieron a las fuerzas armadas locales apoyadas por agricultores ricos y latifundistas,
lamentablemente el gobierno porfirista mandó al ejército federal contra el cual ya no
pudieron ganar, el ejército mandó jefes y combatientes Yaquis a trabajar como esclavos para
dar como una lección y que no se volvieran a levantar en armas.

En 1910 se les otorgó el 50% de las aguas del río Yaqui como una forma de disculpa. Lo peor
de caso es que en la actualidad el pueblo Yaqui sigue peleando por su territorio y sus
derechos, en los últimos años han pasado por desapariciones de los integrantes de la
comunidad y esto se dice es a causa de la intromisión de empresas mineras que buscan
plantar miedo para que abandonen los territorios.

Huerta en la etapa de Madero

Cuando inició la rebelión por la revolución Maderista Huerta entra de nuevo el ejército con el
mismo rango que tenía, en 1911 durante la presidencia de Fransisco Leon de la Barra Huerta
sofocó las fuerzas zapatistas quemando poblados y exterminando a sus habitantes, esto
sucedió mientras Madero intentaba hacer pases con los Zapatistas, esta acción lo perjudicó y
Huerta fue acusado de insubordinación ya que estas acciones fueron determinantes para que
hubiera un quiebre entre Madero y Zapata y sucesivamente la proclamación del Plan de
Ayala. A pesar de todo esto Huerta juró lealtad a Madero y dirigió las fuerzas para apaciguar
a todos que no quisieran seguir la movilización en especial a Pascual Orozco.

La rebelión de Orozco fue creciendo y Madero tuvo que enviar nuevamente a Huerta a
combatir esta rebelión de la cual salió victorioso en 1912.

Madero fue perdiendo apoyo y grupos internos comenzaban a conspirar contra él, Huert fue
invitado pero decidió esperar a ver como salían las cosas, estrategia que efectivamente le
funcionó, el general Reyes murió en Combate Huerta fue designado como encargado y ahora
si con esa posición Huerta se unió a los conspiradores pero a los pocos días fue descubierto
por el hermano de Madero quien lo arrestó y acusó enfrente de Madero, sin embargo este no
le creyó y lo pusó en libertad.

Grave error ya que tras varios días de combate entre las fuerzas leales y las insurrectas Huerta
hizo arrestar a Madero teniendo el respaldo del embajador Henry LAne Wilson y el pacto de
la ciudadela (Estados Unidos metiendo sus narices desde tiempos inmemorables) obteniendo
de esta forma el poder.

Gracias al pacto de la embajada el gobierno de Huerta fue reconocido rápidamente por las
potencias extranjeras pero la administración del presidente estadounidense William Howard
Taft se negó a reconocer el nuevo gobierno, como una forma de presionar al gobierno
mexicano a resolver una disputa fronteriza en El Chamizal en favor de los Estados Unidos, a
cambio del reconocimiento al gobierno de Huerta. (nuevamente Estados Unidos sacando
provecho de las situaciones)

Desde que inició su gobierno, después de muchas disputas por el poder, tratos para que lo
aceptaran, entre otros, enfrentó un levantamiento generalizado de todo el país por Carranza.
En abril de 1914,el gobierno huertista enfrentó una nueva invasión norteamericana. Desde el
día 21 el puerto de Veracruz fue ocupado por los estadounidenses. El dictador quiso utilizar el
conflicto con Estados Unidos como pretexto para llegar a un acuerdo con los revolucionarios
pero Carranza se negó.
Para combatir los distintos frentes revolucionarios que se abrían por todo el territorio
nacional, en julio de 1913, el presidente ordenó aumentar el ejército federal a 80 mil hombres
a través del arbitrario procedimiento de la leva. Huerta envió al frente de batalla a todo el que
se dejaba: estudiantes, civiles, obreros, campesinos, reos del fuero común, opositores sin
embargo no fue suficiente ya que no lograba apagar la creciente revolución; el 15 de julio de
1914 presentó su renuncia.

El impacto económico del levantamiento contra Huerta

En cuanto al impacto económico que generó el levantamiento contra Huerta destaca las
consecuencias inmediatas que tuvo en el funcionamiento de los ferrocarriles, y que comenzó
a impactar en la actividad económica de diversas partes del país.

La destrucción de las vías sumado al creciente empleo de los ferrocarriles para uso bélico
distorsionó el funcionamiento del mercado interno a mediados de 1913. Esta desarticulación
de la movilidad del mercado interno provocó que las empresas tuvieran dificultades para
abastecerse de materias primas, limitando la actividad productiva hasta que las existencias de
insumos se agotaran.

En cuanto al funcionamiento del orden monetario la incertidumbre pública en la situación


política, sumamente tensas por la decisión del gobierno norteamericano del presidente Wilson
de no reconocer la legitimidad del régimen huertista motivó a la gente a atesorar monedas de
oro y tiempo después también de plata, o bien, exportarlas, retirándose gradualmente de la
circulación.

En agosto de 1913 el gobierno de Huerta recibió el ofrecimiento del gobierno de Estados


Unidos para apoyar su gobierno con un nuevo crédito norteamericano a México, pero sólo si
se dejaba Huerta del poder, condición que fue recibida de forma indignante por los
funcionarios de su gabinete, negándose al apoyo y buscando financiamiento en la banca
interna, presionada por la banca internacional principalmente de Francia y Gran Bretaña para
no realizarlo. Las confrontaciones con el gobierno de Wilson se incrementaron al grado de
que Washington logró bloquear cualquier intento de negociación de un nuevo préstamo con
Europa.

Sin fondos suficientes y con restricciones al financiamiento, el gobierno también decretó en


diciembre del mismo año una moratoria en el pago de intereses de la deuda interna, misma
que se prolongó una y otra vez hasta marzo de 1914. En cuanto a este acto podemos
identificar la aguda fragilidad de las finanzas públicas y del sistema financiero del país que
llegaban a los límites de declarar moratorias de su propia deuda interna, condición que hoy en
día podría aparecer impensable ante la cantidad de valores gubernamentales que aseguran una
tasa libre de riesgo al ser el gobierno el principal deudor y que con la garantía de un sistema
financiero sólido garantiza los pagos.

La oposición del gobierno norteamericano al gobierno de Huerta se volvió un apoyo expreso


hacia los constitucionalistas encabezados por Carranza. Cardenas (2015) indica que el 3 de
febrero de 1914 el gobierno norteamericano eliminó cualquier restricción de exportación de
armas y municiones a México, armando rápidamente al ejército del norte y favoreciendo su
avance, a su vez, sus tropas interceptaron un envío de armas de Europa a Huerta.

A pesar del apoyo tácito del gobierno norteamericano a los constitucionalistas, se hizo
expresó un rechazo de prácticamente todos los ejércitos en conflicto a la ocupación
norteamericana, incluido el mismo Carranza y Zapata. A lo sumo con el apoyo de una parte
de la opinión pública norteamericana y de países latinoamericanos como Argentina, Brasil y
Chile se interrumpió e impidió el plan de Wilson de avanzar hasta la Ciudad de México para
deponer a Huerta, evento que de materializarse pudo haberse redireccionado a una inminente
invasión de los Estados Unidos con fines colonizadores.

Transición hacia el triunfo constitucionalista

La derrota de Huerta no detuvo el deterioro de la situación financiera y económica. La


situación política se mantenía sumamente incierta ya que las diferencias entre grupos
revolucionarios eran ya muy evidentes y no se esperaba realmente ningún resultado positivo
de la Convención de Aguascalientes. La lucha se volvió todavía más encarnizada entre los
constitucionalistas, encabezados por Venustiano Carranza, y los convencionalistas,
encabezados por la División del Norte de Francisco Villa y los zapatistas al sur.

Carranza había puesto los ferrocarriles al servicio del Ejército Constitucionalista desde su
entrada a México en 1914, como también otras líneas del centro y norte del país estaban
siendo destinadas a este fin, afectando el abasto de alimentos, materias primas y combustible.

Para Haber, Razo y Maurer (2003) las facciones armadas percibían a las fábricas como
activos estratégicos que podrían ser utilizados para generar ingresos. Una facción podía
incautar los establecimientos o infraestructura y operarlos para su propio beneficio. Cárdenas
(2015) reafirma esta idea señalando que, a los pocos días del asesinato de Madero, se dice
que Venustiano Carranza asaltó un convoy en Coahuila que iba desde el municipio de Ramos
Arizpe a Saltillo, y una vez en su poder lo utilizó para sus propias operaciones militares
durante 1913.

Para Haber (2010) existe un mito acerca del desarrollo industrial durante el conflicto armado,
que afirma que durante este periodo el desarrollo industrial del Porfiriato llegó a un final
abrupto. Se podría imaginar que la Revolución trajo consigo la destrucción física de la planta
y el equipo instalados, pero el autor indica que en la evidencia este no fue el caso.

Otro ejemplo del argumento anterior lo expresa Haber (p. 463) donde describe que, en 1915,
Villa amenazó con ocupar y operar para beneficio de su ejército una fábrica enorme de jabón
de la Compañía Industrial Jabonera de La Laguna, a menos de que sus propietarios le otorgan
financiamiento para sus campañas militares.

El mito del desarrollo industrial durante el conflicto armado al cual se refiere Haber trata de
explicar que no es la destrucción física de los activos fijos de las empresas internas las que
explican la caída en la producción durante el periodo, sino que tiene mayor peso el colapso
del sistema ferroviario.

Con el triunfo de Carranza ante la Convención y su entrada a la Ciudad de México en agosto


de 1915 la violencia empezó a ceder. Además, con la derrota de los villistas en Saltillo y la
reclusión de los zapatistas en Morelos, la Conferencia aceptó que la fracción de Carranza era
la que debía reconocer de facto. El reconocimiento forzado del gobierno carrancista por los
Estados Unidos el 19 de octubre contribuyó a establecer cierto orden y la violencia
generalizada comenzó a disminuir.

V. Carrancismo: 1915-1921

José Venustiano Carranza de la Garza nació en la Villa de Cuatro Ciénegas, actual estado de
Coahuila, el 29 de diciembre de 1859 y murió asesinado el 21 de mayo de 1920 en
Tlaxcalantongo, Puebla. Fue el undécimo hijo del coronel liberal Jesús Carranza y de doña
María de Jesús Garza. En Cuatro Ciénegas hizo sus primeros estudios y, posteriormente, se
trasladó con su familia a Saltillo para completar su educación. En 1874, Carranza marchó a la
capital de la República para matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria.
La carrera política de Venustiano inició en 1887 cuando fue electo presidente municipal de su
pueblo natal, aunque renunció a su cargo por diferencias con el gobernador del estado de
Coahuila, José María Garza Galán. Entre 1894 y 1904, Carranza ocupó diversos cargos
públicos, entre ellos nuevamente la presidencia municipal de Cuatro Ciénegas. En 1908 fue
nombrado Gobernador interino de su estado. Un año después se postuló como candidato
independiente a las elecciones para gobernador y su cercanía con el grupo de Bernardo
Reyes, le significó ganarse la oposición de los científicos y de Porfirio Díaz.

En el contexto de desigualdad, nula libertad de expresión y demás causas que provocaron el


estallido de la Revolución Mexicana, Carranza mostró su profunda inconformidad ante el
régimen de Porfirio Díaz. Gracias a esto, Francisco I. Madero le pidió que se uniera a su
partido. Una vez triunfante la revolución maderista en mayo de 1911, Carranza formó parte
del gabinete provisional de Madero como secretario de Guerra y Marina y fue designado
Gobernador provisional revolucionario de Coahuila, cargo que validó el 22 de noviembre de
1911, cuando fue nombrado gobernador electo.

No obstante, debido a la inconformidad generada por las decisiones “tibias” del gobierno de
Madero, el nuevo régimen comenzó a desconocerse y a generar levantamientos armados de
antiguos líderes revolucionarios como Emiliano Zapata y Francisco Villa.

Finalmente, Madero, y diversas personas allegadas a su gobierno, fueron asesinados y


Victoriano Huerta usurpó el máximo poder del país. Ante esto, la Legislatura de Coahuila
lanzó un decreto en el que se desconocía al gobierno impuesto por Huerta. Además, en el
mismo documento se brindaba el permiso a Carranza para iniciar un movimiento en defensa
del orden constitucional.

El 26 de febrero de 1913, Carranza salió de Saltillo levantado en armas contra el gobierno de


Huerta. Un mes después, en la Hacienda de Guadalupe, en Ramos Arizpe, Carranza y sus
partidarios firmaron un plan que lo proclamó como Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, cuya misión fue derrocar al gobierno ilegítimo. Luego de que el Ejército
Constitucionalista derrotara al Ejército federal, el 13 de agosto de 1914 se firmaron los
Acuerdos de Teoloyucan que dieron fin al gobierno de Victoriano Huerta. El 20 de agosto de
1914, Venustiano Carranza entró triunfante a la Ciudad de México rechazando el título de
presidente interino, pero conservando aún el del Primer Jefe encargado del poder ejecutivo.
Las desavenencias entre los caudillos revolucionarios y Carranza los llevaron a pedir la
destitución del Primer Jefe para evitar una guerra civil, petición que fue rechazada. Carranza
convocó a una Convención Revolucionaria para definir el rumbo del país el 1 de octubre de
1914 en la capital de la República.

Las dificultades para el proceso de reconstrucción nacional carrancista

El objetivo principal para Carranza era la reconstrucción del país. Buscaba consolidar la
posición nacional de México en el extranjero y repeler la intromisión norteamericana,
establecer un banco central que le diera independencia monetaria y financiera para estimular
la actividad económica nacional, regresar tierras a los hacendados que las habían perdido
durante la revolución, atender las demandas de tierras usurpadas a los pueblos,
institucionalizar la mediación entre patrones y trabajadores, y reprimir a campesinos y
obreros desobedientes. Naturalmente, el plan tenía muchos obstáculos, externos, internos,
militares, políticos y económicos. En el lado intencionalidad, estaba la presión de Estados
Unidos y su disputa con la Gran Bretaña por la hegemonía imperial, así como el
desenvolvimiento de la primera guerra mundial.

El gobierno de Carranza decidió “regularizar” los bancos, lo que poco después significó casi
la desaparición del sistema bancario. El gobierno carrancista desconoció, como parte de los
activos bancarios, los bonos federales de huerta y otros vales por dinero.

Los problemas de distribución se derivan también del quiebre del sistema de transportes, que
se complicaron aún más por el hundimiento del sistema nacional de cambios y moneda. Para
Haber (p. 464) conectado al sistema de cambios se encontraba el sistema bancario y todos los
bandos de la revolución mexicana, que “depredaban los bancos”. El autor señala que el golpe
de gracia fue dado por Carranza cuando su gobierno intervino los bancos en 1916 y los privó
de activos líquidos. Cardenas (p.327) indica que estos movimientos hacia los bancos llevaron
a la cancelación de concesiones y cierre de 15 de los 24 bancos de emisión existentes.

Después de la suspensión del servicio de la deuda, decretada en 1914 por el régimen de


Huerta, se produjo la incautación de las reservas metálicas de los bancos por parte de
Carranza en 1916. A falta de respaldo metálico, se produjo la emisión descontrolada de papel
moneda por parte de las facciones revolucionarias. La situación económica de la población
era sumamente precaria. La escasez de alimentos y sus precios aumentaron cada vez más. La
inflación continuaba a un ritmo galopante por el exceso de dinero disponible y el desempleo.
La estabilización monetaria se volvió una prioridad para el gobierno carrancista, lo cual tuvo
como respuesta un proyecto basado en un nuevo papel moneda y un único banco de emisión.
Así en 1915 el gobierno anunció la puesta en circulación de un billete “infalsificable” con el
fin de unificar la emisión de moneda fiduciaria.

La moneda de moneda de oro y plata desapareció de la circulación provocando una


hiperinflación y depreciación violenta del tipo de cambio, que de 2 pesos por dólar en 1913
cambió a 11 en 1915 y 24 pesos en 1916. Para Riguzzi (p. 433) un intento de experimento de
dolarización de la economía mexicana se presentó cuando se le dió valor legal a monedas y
barras de oro extranjeras a raíz de la escasez de circulante metálico.

Desde 1913 cesó el flujo de inversiones a México, con la excepción de empresas petroleras,
que entre 1915 y 1917, como respuesta a los altos precios del petróleo en el mercado
internacional y al descubrimiento de nuevos pozos, las empresas ya establecidas en el país
invirtieron grandes volúmenes en infraestructura. Cárdenas (p. 330) señala que la explotación
del petróleo mexicano en las costas de Tamaulipas y Veracruz, así como en la Huasteca, había
aumentado extraordinariamente. Mientras en 1913 la producción había llegado a 25.7
millones de barriles, para 1916 se produjeron 405 millones. Las exportaciones petroleras
aumentaron paralelamente con la producción, representando el 15% del total.

Riguzzi (p. 434) señala que el papel de México como segundo productor mundial de petróleo
después de Estados Unidos se ha magnificado en su importancia estratégica al referirse que es
un argumento de poco valor señalar que el crudo mexicano representará más del 95% de las
importaciones de Estados Unidos, puesto que tales importaciones representaban una
proporción pequeña de la producción norteamericana, con el 67% de la producción mundial.
Por otra parte, la exportación estaba controlada íntegramente por empresas extranjeras y, por
tanto, el valor de retorno para el país era muy inferior al valor exportado.

Desde 1914 las fuerzas carrancistas intentaron cobrar un impuesto a las compañías petroleras,
y en 1915 iniciaron un esfuerzo encaminado por recuperar la soberanía sobre la riqueza
petrolera. Dada la riqueza del país que cada vez se hacía más evidente, no sorprendente
entonces porque el control del petróleo mexicano se constituyó como uno de los motivos más
importantes de fricción entre los ingleses y los norteamericanos en su política hacia México.
Esto tuvo grandes repercusiones en las relaciones diplomáticas entre los tres países bajo el
estigma de la Doctrina Monroe (Cárdenas, p. 331).
Como se ha mencionado anteriormente el henequén constituía uno de los principales
productos de exportación mexicanos, y el auge de su exportación difirió con respecto al del
petróleo, ya que para Riguzzi (p. 435) este si fue estratégico para la economía estadounidense
por su uso en las cosechas de cereales del medio oeste. La producción estaba por completo en
manos mexicanas, indica el autor. Además, a partir de 1916 el estado de Yucatán afianzó su
monopolio de exportación imponiendo una escalada de precios, convirtiéndose en el
problema más importante del sector agrícola estadounidense.

La primera Guerra Mundial implicó un súbito incremento de la participación de Estados


Unidos como proveedor o como mercado para los productos de exportación, aumentando el
elevado grado de concentración geográfica del comercio de México entre 1915 - 1916 con
restricciones al comercio europeo.

Las huelgas de los trabajadores ferrocarrileros, textiles, tipógrafos, electricistas y mineros que
se desataron en la Ciudad de México en noviembre de 1916 eran producto del creciente
descontento social que el gobierno carrancista vinculaba con el daño que la inflación y el
desorden monetario estaban causando. Desde el punto de vista financiero, el gobierno intentó
recuperar su soberanía monetaria pero se excedió en el monto de la emisión para llevarla a
cabo, erosionando la confianza del público (Cárdenas, p. 334). El resentimiento contra el
gobierno era absolutamente comprensible.

Cárdenas (p. 336) señala que la carestía y la cotización de la mayoría de los bienes en pesos
oro agudizaron la ansiedad y el malestar de la gente. Los trabajadores, al ver que las empresas
vendían sus mercancías valuadas en oro y ellos recibían su salario en billetes “infalsificables”
que se depreciaban continuamente, no tardaron en protestar. Por ejemplo, señala el autor, más
de 100 sindicatos del Distrito Federal y del resto del país fundaron la Confederación de
Trabajadores de la República Mexicana para exigir el pago de salarios en oro o su
equivalente, que, aunque fueron reprimidos abruptamente por el gobierno, a cambio este les
otorgó una reducción de la jornada de trabajo a ocho horas diarias.

Otra represión se dio el 31 de julio cuando la Federación de Sindicatos Obreros encabezados


por electricistas estalló una huelga nacional, afectando la electricidad de la ciudad por varios
días y la actividad productiva de estados aledaños. La huelga fue duramente reprimida y
muchos de sus dirigentes fueron enviados a prisión. Para Cárdenas (ibid.) El movimiento
obrero no había vivido una represión tan brutal desde la caída del porfirismo, y el malestar
popular se acentuaba con la depreciación del billete infalsificable. Durante 1916 la presión
laboral fue en aumento. La desesperación del gobierno por dinero continuó y como represalia
Carranza liquidó a los bancos al no querer cumplir el requisito de respaldar al 100% la
emisión de sus billetes.

Para 1916 la economía interna estaba estancada, el hambre en las ciudades era un problema
evidente y la inflación persistía. Había escasez de alimentos básicos debido a la poca
producción, a las sequías, a la especulación y a la plaga de langosta que invadió muchos
campos del país. Además, hubo epidemias que se extendieron por todo el país y los
problemas diplomáticos del gobierno eran latentes ante el enfrentamiento constante contra los
villistas en el norte y zapatistas en Morelos.

Uno de los rasgos de la economía mexicana durante la etapa armada de la revolución fue la
divergencia entre los sectores externo y doméstico. Para Riguzzi (p. 432) un indicador de la
merma de la capacidad productiva doméstica en varios sectores lo ofrecen los requerimientos
de importación solicitados a Estados Unidos desde mediados de 1917. Los pedidos
mexicanos abarcaban alimentos como el maíz, la cebada, la harina de trigo, materias primas
como el algodón y coque, así como bienes intermedios para la industria metalúrgica.

Indica Cárdenas (p. 328) que solo la entrada de Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial
modificó sus prioridades hacia México y la tensión cedió un poco. La disminución de la
violencia por este frente permitió la utilización de los ferrocarriles cada vez más
frecuentemente para fines comerciales.

La dimensión de la problemática de la propiedad agraria

Marino y Zuleta (2010) comentan que México, además de ser una economía minera desde la
época de la conquista y la colonización española, también ha sido una nación agraria por lo
menos hasta el último tercio del siglo XX, cuando comenzó a gestarse un fenómeno de
ruralidad sin agricultura. Para las autoras, hubo dos hitos legales relacionados con la
propiedad de la tierra: en primera instancia, de 1856 a 1957 se promovió lo que ellas llaman
el monismo legal de la propiedad privada “perfecta”, es decir, propiedades sin obstáculos
para incorporarse al mercado libre de tierras. De 1915 a 1917 fue la legislación y
constitucionalización de la reforma agraria revolucionaria que reintrodujo sobre nuevas bases
un sistema jurídico plural de propiedad de la tierra, al reconocer la legalidad de la propiedad
colectiva y el derecho originario del Estado sobre todo el territorio.
Para las autoras, estos antecedentes legales con respecto a la administración, uso y
valorización de las tierras se relacionan con las dos mayores guerras civiles que ha enfrentado
México, motores de transformaciones políticas determinantes en la historia nacional, tanto en
los regímenes de gobierno como en la composición de élites y alianzas sociales. Sobre esta
idea, argumentan que el paso del liberalismo al reparto agrario (dos movimientos opuestos)
dio lugar a un profundo desorden jurídico en la titulación de la tierra y el ordenamiento de los
usos del suelo que perdura hasta hoy.

En abril de 1911, teniendo como trasfondo el ascendente empuje del movimiento maderista y
conflictos agrarios en varios estados, Díaz sugirió al Congreso emprender el fraccionamiento
de latifundios y desarrollar políticas federales de a gran escala para favorecer a la pequeña y
gran producción agrícola empresarial.

La segunda marca importante en la historia de la propiedad la demarcan las autoras durante el


ciclo político - militar de la Revolución. La ley del 6 de enero de 1915, promulgada por
Venustiano Carranza, nulificó todas las enajenaciones de tierras, aguas y montes
pertenecientes a los pueblos y fijó "como acto de elemental justicia” su devolución mediante
restitución y dotación y estableció de forma general los mecanismos de la reforma agraria,
aunque sus alcances fueron moderados antes de 1930.

Posteriormente, señalan, en el nuevo marco de la Constitución de 1917, el artículo 27


instauró la propiedad original de la Nación sobre el suelo, el subsuelo y las aguas, y
restableció, aunque sobre nuevas bases, el pluralismo jurídico de la propiedad territorial: la
propiedad privada (establecida por la Nación y restringida por el derecho de expropiación por
causa de utilidad pública) y la propiedad colectiva. La Constitución de 1917 dejaba en manos
de los estados las tareas de fraccionar la gran propiedad por causa de utilidad pública y de
fijar en leyes agrarias la extensión máxima de tierras en manos de un propietario.

Para las autoras, estas leyes , renovaron y extendieron la pluralidad de tipos de propiedad,
incrementando la imprecisión conceptual y diversidad interpretativa respecto a sus formas
jurídicas. Como consecuencia, al lado de un ciclo de luchas agrarias y litigios interminables
ante las dependencias de gobierno, complejizando así los procedimientos administrativos de
este rubro.

Por su parte, la construcción de una organización y estructura administrativa federal


especializada en los asuntos agrícolas y agrarios se demoró por varias décadas. Indican las
autoras que en 1917 que se instauró la primera Secretaría de Agricultura y Fomento de la
historia independiente, con ocho direcciones (entre ellas, las de Agricultura y de Zootecnia),
una comisión agraria, 17 departamentos (Aguas, Tierras, Investigación Agrícola-Industrial y
Biológica entre otros).

Sin embargo, el impulso del Estado no fue suficiente, ya que estos procesos prosperaron allí
donde concurrieron fuerzas del mercado, así que las mejores tierras de cultivo y las
requeridas para la construcción de infraestructura fueron las primeras en movilizarse y
valorizarse.

De 1915-1916 la reforma y reparto agrarios fue a escala masiva, un gran movimiento de


redistribución de tierras implementado por el Estado, que distingue la historia agraria
mexicana de este periodo respecto a las de otras economías latinoamericanas. Para las
autoras, el reparto afectó el valor de la propiedad y generó costos adicionales a las
transacciones con la tierra, por ejemplo, de información y cobertura de pleitos en las
instancias oficiales. A su vez, creó una nueva modalidad de endeudamiento público, la deuda
agraria, que fue destinada al pago de indemnizaciones de los propietarios afectados
anteriormente. Con la reforma agraria que inicia en 1915 - 1917 se refunda la propiedad
colectiva, el ejido.

Entre 1916 y 1929, aproximadamente 10% de la tierra en cultivo fue redistribuida y


transferida por el Estado a 10% del campesinado (los peones acasillados y jornaleros en
haciendas no se beneficiaron sino hasta después de 1934). El Estado, no el mercado, creó una
nueva forma de propiedad agraria, el ejido, despojado de carácter mercantil (no enajenable y
no hipotecable): en total se crearon cerca de 4 000 ejidos. Entre las tierras distribuidas
predominaron las menos apropiadas para la agricultura: más de 50% de la tierra entregada era
de baja calidad (de temporal, agostadero) o no cultivable. La distribución por estados fue
desigual: Chihuahua, 14.7% del total de tierra asignada en el periodo; San Luis Potosí,
11.6%; Zacatecas, 6.8%; Puebla y Guanajuato, con cerca de 5.5%. Quintana Roo, Tabasco y
Querétaro fueron los estados que alcanzaron montos inferiores a 0.5 por ciento. En la zona
central, Morelos, México, Tlaxcala, Hidalgo, Jalisco, Guanajuato y Guerrero obtuvieron entre
3 y 5% del total de tierras entregadas.

La reforma precarizó la propiedad privada al privar de carácter mercantil a las tierras dotadas
como ejidos. Surgieron nuevos actores e instituciones, como comisiones agrarias,
organizaciones campesinas, organizaciones de terratenientes, confederaciones y cámaras
agrícolas, que fueron órganos de gobierno ejidal. Se fue configurando un sistema piramidal
de clientelas políticas en contra de los mecanismos de oferta y demanda del recurso tierra.
Todo ello tuvo consecuencias en la comercialización de la propiedad, la organización de la
producción, la modernización del equipamiento de las unidades productivas, la oferta y flujo
de capitales, y la fiscalidad (Marino y Zuleta, p. 491)

Los sonorenses triunfantes no tenían un programa agrario sino más bien un programa
agrícola, cuya meta era transformar la situación del campo mediante políticas públicas que,
fortaleciendo a las empresas agrícolas capitalistas, crean una estructura agraria centrada en
pequeñas y medianas granjas productoras para mercados ampliados, una especie de "vía
farmer” de desarrollo del capitalismo (ibid, p. 492).

Se discute si la reforma agraria agravó el progreso económico del campo al crear un sector
de pequeños productores directos carentes de medios de producción e imposibilitados por
falta de capitales, expectativas e incentivos para incorporar insumos que mejoraran la
productividad y los rendimientos productivos.

Estas dos grandes fases provocaron transformaciones sustanciales en los patrones de tenencia
y distribución social del acceso a la tierra, influyendo en la transformación de la economía
rural y del paisaje agrario y productivo. Entre las tierras distribuidas predominaron las menos
apropiadas para la agricultura: más de 50% de la tierra entregada era de baja calidad (de
temporal, agostadero) o no cultivable.

Hacia la Constitución de 1917

Carranza creyó necesario convocar a un Congreso Constituyente para reformar la


Constitución de 1857, por lo cual realizó una convocatoria para la elección de diputados
constituyentes. El 1 de diciembre de 1916 dio inicio el Congreso Constituyente en la ciudad
de Querétaro, donde Carranza dio lectura a su proyecto de reformas. Las discusiones entre los
legisladores evidenciaron la necesidad de contar con un nuevo texto constitucional.
Casualmente, indica Cárdenas (p. 340) ese mismo día decretaba que los sueldos de
trabajadores públicos serían pagados en moneda dura, pero en menos de dos semanas, el
Primer Jefe perdió control sobre las deliberaciones del Congreso Constituyente a manos de
los seguidores de Álvaro Obregón, quienes a la postre diseñarán las reformas económicas,
sociales y anticlericales en la Constitución de 1917.
El 31 de enero de 1917 se clausuraron las sesiones del Congreso Constituyente y el 5 de
febrero Venustiano Carranza promulgó en bando solemne la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos que reformaba la del 5 de febrero de 1857. Al siguiente día
Carranza promulgó en Querétaro la convocatoria para las elecciones de diputados y senadores
de la XXVII Legislatura y para elegir al presidente constitucional de la República, mismas
que se verificaron al siguiente mes, en las cuales triunfó el Primer Jefe. El 1 de mayo de
1917, Venustiano Carranza rindió protesta como Presidente Constitucional de los Estados
Unidos Mexicanos. Su gobierno se enfocó en pacificar el país, reorganizar la administración
pública y hacer valer la Constitución de 1917.

La promulgación de la Constitución parecía abrir con más claridad las puertas de la


reconciliación y el progreso, pero los debates de los diputados constituyentes también
reflejaron las diferencias políticas y de facciones que no estarían resueltas en varios años
más. Una excepción, señala Cárdenas (p. 341) fue el consenso general de restringir la
dependencia de los poderes económicos y políticos del extranjero, especialmente de Estados
Unidos, cuya intervención era evidente para toda la sociedad.

En particular, el Artículo 27 de la Constitución, que regresaba la propiedad de la riqueza del


subsuelo a la nación, concentró el fondo de las disputas diplomáticas y económicas entre
Estados Unidos y México en los siguientes dos decenios. En el corto plazo, la nueva
Constitución reunió a diversos grupos de poder norteamericanos con el Departamento de
Estado para ejercer máxima presión sobre el gobierno mexicano.

El departamento estadounidense restringe las exportaciones de alimentos a México debido a


las amenazas de sus intereses en el Artículo 27. En septiembre de 1917 reforzó el embargo de
alimentos, armas y bienes industriales a México, en parte como presión para que dejara la
neutralidad en la guerra y se declarara a favor de los Estados Unidos, este periodo lo
caracteriza Alan Knight como el “año del hambre”. A través de Alberto J. Pani, se iniciaron
conversaciones con las compañías petroleras para relajar las restricciones.

Los obreros, estimulados en parte por el sindicalismo norteamericano de la Primera Guerra


Mundial, desataron varias huelgas en los distritos petroleros como Minatitlán y Tampico, al
que se sumaron trabajadores textiles en la Ciudad de México, Puebla y Veracruz. En julio
estallaron huelgas en la zona minero - metalúrgica de Coahuila y Nuevo León.
Las relaciones del gobierno con el capital nacional no eran del todo amigables. Existía una
confrontación gubernamental con banqueros, empresas mineras y petroleras de elevada
incertidumbre. En particular, objetaban lo que se refería a la reforma agraria, a la propiedad
estatal del subsuelo (Art. 27) y especialmente a las conquistas laborales establecidas en el
Artículo 123. En este se fijaba para todos los obreros la jornada de trabajo de 8 horas, la
semana laboral de 6 días, pago igual a trabajo igual, y el derecho a sindicalizarse y realizar
huelgas.

Carranza optó por la política de postergar la aplicación estricta de algunas de las


prescripciones de la Constitución. Por ejemplo, la nueva ley minera no apareció sino hasta
1925, mientras que la Ley Federal del Trabajo no se emitió hasta 1931, principalmente para
ganarse a la clase empresarial mexicana y hacer aliados políticos. Carranza también devolvió
a los hacendados tierras que habían sido confiscadas como a José I. Limantour y el clan de
los Terrazas en Chihuahua. En 1916, también con objetivos políticos (señala Cárdenas, p.
350) se estableció la Comisión Nacional Agraria para atender las demandas de los pueblos
usurpados.

A mediados de 1918 el gobierno ya no tenía reserva monetaria alguna y estaba desesperado


por obtener recursos para sostenerse. los recursos fiscales adicionales generados por la
expansión de las exportaciones no le estaban llegando en su totalidad, ya que una parte estaba
siendo administrado por facciones opositoras, y fue entonces cuando inició pláticas con las
compañías petroleras para revisar el Artículo 27 de la Constitución. La oposición creciente y
el avance popular de los seguidores de Álvaro Obregón y la animosidad de los poderes
extranjeros hicieron imposible la supervivencia del gobierno de Carranza.

Entre abril y junio de 1920 se regresó a un periodo de lucha entre un debilitado Carranza y
los seguidores de la candidatura de Álvaro Obregón, que terminó con el triunfo de la facción
sonorense. Carranza buscó imponer como sucesor presidencial a Ignacio Bonillas, lo cual
causó que diversos sectores del ejército y la sociedad se rebelaran contra su gobierno
mediante el Plan de Agua Prieta. El levantamiento obligó al presidente a abandonar la Ciudad
de México el 7 de mayo, para intentar instalar su gobierno en Veracruz. La presión externa
reflejada en su falta de apoyo esperando un cambio de política en el artículo hacia sus
intereses, contribuyó al debilitamiento de Carranza. A la postre, Carranza fue asesinado el 21
de mayo de 1920.
La Constitución de 1917 había puesto en forma legal la tendencia nacionalista que el Estado
mexicano había empezado a desarrollar desde el porfirismo. Por otro lado, también reconoció
un cambio respecto al derecho de los pueblos de tener tierras comunales, e incorporó las
demandas campesinas por tierra para los pueblos que habían sido desposeídos. De la misma
forma, los derechos laborales de los trabajadores también quedaron integrados, lo que
mostraba que ahora los grupos populares campesinos y obreros tendrían que desempeñar un
papel más importante.

La presión externa para impedir la aplicación del Artículo 27 constitucional seguía teniendo
un papel preponderante en las relaciones exteriores con ramificaciones al interior del país. A
estas presiones se agregaron la de los acreedores extranjeros para definir los pagos de
reparación e indemnizaciones causadas por la Revolución. A partir de esos años, y a lo largo
de los siguientes decenios, el esfuerzo público por establecer un Estado más sólido e
integrado registró un esfuerzo con una misión más social. Pero la historia también registró las
fallas, desviaciones y desencantos en la ejecución de este esfuerzo.

Crítica a la Revolución desde el pensamiento Magonista

Uno de los cuestionamientos más interesantes que plantea la discusión teórica sobre los
motivos que gestan y conducen la Revolución Mexicana es sin duda el marco o soporte
teórico - ideológico que hay de trasfondo en las acciones y posiciones de sus principales
actores. Por ejemplo, la Independencia no solamente es fruto de diversas circunstancias
históricas, sino de un movimiento intelectual universal, que en México se inicia en el siglo
XVIII (Paz, 1950), haciendo referencia a las ideas del movimiento cultural e intelectual
europeo de la Ilustración. La Reforma, añade Paz (op.cit), es el resultado de la obra y de la
ideología de varias generaciones intelectuales, que la preparan, predicen y realizan. Es la obra
de la ‘inteligencia’ mexicana, argumenta.

La ausencia de precursores ideológicos y la escasez de vínculos con una ideología universal


constituyen rasgos característicos de la Revolución y la raíz de muchos conflictos y
confusiones posteriores (Paz, 1950). Lentamente, en plena lucha o ya en el poder, el
movimiento se encuentra y se define. Y esta ausencia de programa previo le otorga
originalidad y autenticidad populares. De ahí proviene su grandeza y sus debilidades (Paz,
op.cit).
Las afirmaciones que hace el autor en el párrafo anterior son sumamente polémicas por la
cantidad de literatura que estudia el conflicto bajo alguna corriente de pensamiento
internacional o nacional. Por ejemplo, Delgado (2005) al decir que la historia del siglo XX
mexicano puede ser revisada bajo una perspectiva de la acumulación de capital o enfoque
marxistas, y parte de considerar este proceso como el determinante de la política económica
que se diseña. Es por ello que a continuación se plantea la discusión del trasfondo ideológico
precursor y dirigente de la Revolución Mexicana partiendo de la crítica hecha durante los
años más tensos del conflicto por el movimiento radical Magonista, impregnados en el diario
Regeneración y que Torres, J (2014) recopila en una colección de seminarios sobre el Partido
Liberal Mexicano y las relaciones entre el movimiento obrero de México y Estados Unidos.

Torres (2014) señala que el movimiento magonista fue acusado en repetidas ocasiones de
exagerar la importancia de las insurrecciones ocurridas en México, pero que esa crítica
ocultaba el insuficiente desarrollo del proletariado mexicano y de su autoconciencia como
actores contundentes en el sistema económico. Los magonistas y la corriente anárquica
cercana al PLM perfilan una idea del proceso revolucionario a partir de contenidos que
forman una concepción histórica.

La idea magonista expresa que el pueblo mexicano tiene la “aptitud” de adoptar formas de
organización comunista. Sería absurdo pensar que los dirigentes magonistas y del PLM no
tuvieran idea de las condiciones obrero - patronales características del pueblo mexicano en
ese momento de la historia, que difieren abruptamente con el desarrollo del capitalismo
estadounidense y europeo, así como de las confrontaciones los actores antagónicos, donde la
concepción de una lucha de clases entre capitalistas y obreros era más avanzada en cuanto a
la teoría y comprensión de sus seguidores o rivales.

Ricardo Flores Magón traslada esta “aptitud” del pueblo mexicano a la capacidad de las
comunidades indígenas para resistir la destrucción de que eran objeto por parte de la
modernidad capitalista (Torres, 2014). Para él, la herencia indígena presente entre los
campesinos mestizos los llevarían a enfrentar el desarrollo devastador del capitalismo y del
Estado que lo cobijaba, una comunidad indígena idealizada (Torres, op.cit).

En contraste, Para Paz (1950), ninguno de los precursores de la Revolución, entre ellos los
magonistas, era verdaderamente un intelectual:
“... quiero decir un hombre que se hubiese planteado de un modo cabal la situación de
México como un problema y ofreciese un nuevo proyecto histórico. “ (Paz, 1950)

Ricardo Flores Magón hace latente la necesidad de “restituir” la tierra a sus poseedores
originales, quienes fundaban su existencia y organización social en una relación estrecha con
la tierra. Torres (2014) señala que estas ideas de Flores lo acercan a dirigentes obreros rusos.

Knight (2005) en un estudio sobre la Revolución Mexicana señala que una revolución grande
y social necesita bastante combustible popular - político, que en ese momento había en forma
de protesta agraria producida por la concentración de la propiedad a favor de los hacendados,
rancheros y caciques en detrimento de los campesinos. El zapatismo, por ejemplo, era
netamente agrario, sus causas y metas eran agrarias y encarnó un fuerte sentimiento de
solidaridad campesina.

Sobre esta discusión, yace la que defiende que el sistema económico construido durante el
porfiriato era de tipo feudal (postura que entonces se alejaría de concebir las categorías del
sistema capitalista en su crítica) y otros que señalan que la modernización capitalista había
tenido éxito. Por ejemplo, Torres (2014) indica que la percepción del dirigente magonista
consideraba que México no estaba compuesto únicamente por comunidades indígenas y
haciendas supuestamente feudales y que la modernización capitalista había tenido un éxito
que no siempre se le reconoce.

Desde el núcleo del movimiento magonista que defendió la Revolución como un movimiento
puramente social, estuvieron inmersos mineros, los trabajadores de los puertos, los
ferrocarrileros, los tabacaleros y los obreros textiles, junto con los indios yaquis y los
campesinos de Veracruz. A lado de estos grupos, trabajadores mexicanos y de otras
nacionalidades residentes en Estados Unidos se vincularon con el movimiento obrero que,
además de tomar la tierra, intentaron llevarlo hasta tomar las minas, los talleres, las fábricas y
las fundiciones.

Para Paz (1950) había una naciente clase obrera, y por otro lado, los campesinos poseían ya
una larga tradición de luchas. Los obreros no solamente carecían de los más elementales
derechos, si no de una experiencia o una teoría en que apoyar sus demandas y justificar su
combate. Si retomamos a Knight (2005) nos dice que los campesinos para hacer valer sus
demandas era obligatorio participar en la política local, de no hacerlo no podían proseguir
con sus objetivos, y que los campesinos pioneros de la Revolución fueron seguidos por otros,
como aparceros, arrendatarios y los peones acasillados (quizá el grupo más explotado y
controlado).

Para Torres (2014) el magonismo constituyó la más enérgica expresión internacional de la


vertiente popular y radical de la Revolución, es decir, fue una polémica que se desató en
Estados Unidos entre socialistas y anarquistas y que se extendió a América Latina, y el
proceso revolucionario de México se incorporó al conjunto de definiciones de diversos
movimientos sociales de la región.

Nos dice además Torres (2014) que la revolución fue vista en numerosos países de la región
como un gran movimiento antiimperialista, y que la “Revolución social de México” adquirió
grandes perfiles anticapitalistas y antiautoritarios. Bajo estas características, indica el autor,
se fortaleció la imagen de la Revolución mexicana e imprimió su huella en el pensamiento
revolucionario de América Latina. Además, diversas corrientes populares y la opinión
pública latinoamericana se planteaban si la revolución mexicana era una revolución
socialista. La veían como un paso adelante en el devenir histórico y un nuevo porvenir.

Urrutia (1911) en un artículo para un periódico socialista en Uruguay menciona que aún no
existía un proletariado internacional suficientemente fuerte para disputarle al “mercado
internacional” su creciente predominio, ni se encontraban aún los trabajadores
adecuadamente preparados, por su educación, para darle a la sociedad una forma comunista.

Para Knight (2005) en términos muy generales, hubo dos episodios de guerra civil, en
1910-1911 y 1913-1914, cuando dos amplias coaliciones —la revolucionaria y la del antiguo
régimen— se enfrentaron y dicha confrontación siguió, en parte, una lógica socioeconómica.

Los magonistas, como ocurrió en el caso de Madero, explicaron el debilitamiento de Huerta


como resultado del esfuerzo campesino por recobrar la tierra, movimiento que, para el PLM,
conducía a la total transformación de la sociedad capitalista. Liberados los dirigentes
magonistas en enero de 1914, reiniciaron sus actividades y renovaron la publicación de
Regeneración. Sus esfuerzos se dirigieron entonces a fortalecer y aclarar la perspectiva de la
insurrección ante la intervención y disputas de los principales dirigentes constitucionalistas

La participación de los trabajadores en la rebelión constitucionalista fue para el PLM, a pesar


de los objetivos “políticos” de los dirigentes de ese movimiento, una nueva confirmación del
ímpetu revolucionario que animaba al pueblo mexicano.
Flores Magón hacia aseveraciones tales como:

“... los miembros del Partido Liberal Mexicano no nos conformamos con esperar a que comenzara la
Revolución mexicana, sino que la forzamos, la precipitamos, para tener la oportunidad de encauzarla con la
acción y con la palabra hacia el comunismo anárquico revolucionario”. (R. Flores Magón, “El deber del
revolucionario”, en Regeneración, 13 de junio de 1914, ibid., p. 327.)

Al observar la actividad del PLM desde la caída de Díaz hasta fines de 1914, es posible
reconocer que los magonistas mantuvieron un esfuerzo político y militar coherente para
orientar el proceso revolucionario hacia los objetivos “sociales” expresados en el Manifiesto
del 23 de septiembre de 1911. Fue precisamente a fines 1914 cuando el PLM reconoció que
la Revolución se encarrilaba hacia un curso reformista.

Flores Magón señalaba:

“Si la Revolución mexicana muriera ahogada bajo un ambiente de reformas económicas, políticas o de
la especie que fueren, resucitaría, andando el tiempo para dar muerte definitiva a la causa de todos los
males [...], al derecho de propiedad privada o individual. De manera que otra revolución nos amenaza
si no queremos, de una vez por todas, acabar con la causa de ellas. Si por extravío, o por cualquiera otra
razón, el pueblo mexicano admite como la solución de este conflicto de cuatro años, la división de la
tierra y su reparto en lotes a los pobres, bien pronto tendrán su desengaño”. (R. Flores Magón, “¡Muera
la propiedad individual!”, en Regeneración, 11 de noviembre, 1914, en A. Bartra, op. cit., pp. 350-351.)

Para Knight (2014) los trabajadores urbanos jugaron un papel secundario en la Revolución
armada, pero se aprovecharon de la apertura sociopolítica para organizarse y reclamar sus
derechos en cuanto a horas y pago (es decir, demandas "economicistas"). Al mismo tiempo,
mostraron una precoz capacidad para aliarse con políticos de distintas facciones e ideologías
(liberales, revolucionarios, anarquistas y católicos). En 1918 la flamante Confederación
Regional Obrera Mexicana (CROM) fraguó un pacto con Obregón que inauguró su estrecha
relación con la dinastía sonorense durante los años veinte.

La revista norteamericana Mother Earth opina sobre la intervención norteamericana a


México diciendo que esta constituyó un crimen con el que Wilson demostró que era un
“títere" entre las manos de Rockefeller y de los intereses estadounidenses en México (Torres,
2014).

Ricardo Flores Magón acusó a Villa y a Carranza de explotar la invasión para aumentar sus
respectivas fuerzas, sin embargo, vio en Villa al principal beneficiario del apoyo
norteamericano. Los enemigos a combatir, Wilson y Carranza, formaban parte de una misma
amenaza contra la Revolución (Torres, 2014).

A principios de 1916, Ricardo Flores Magón reconoció que se había definido claramente la
escisión del movimiento revolucionario en México, constituyendo dos tendencias: “Una de
ellas es la tendencia de los campesinos a obtener su libertad económica, basada en la libre
posesión de la tierra. La otra es la tendencia del trabajador de la ciudad a mejorar su
condición económica por medio de salarios más altos”. La tendencia campesina fue
caracterizada como la auténticamente revolucionaria y considerada como predominante en las
fases iniciales de la revolución, “pues contaba con la simpatía de los obreros de las fábricas,
de los talleres, de las minas, de las fundiciones, etcétera, que a millares se lanzaban al campo
a unirse con sus hermanos los trabajadores rurales para arrebatar la tierra de las manos de los
burgueses”, señalaba Flores Magón en sus escritos.

Paz (1950) continúa afirmando que desnuda de doctrinas previas, ajenas o propias, la
Revolución será una explosión de la realidad y una búsqueda a través de la doctrina universal
que la justifique. Además, que distingue a nuestro movimiento la carencia de un sistema
ideológico previo y el hambre de tierras.

VI. Conclusiones: Análisis regresivo

La Constitución de 1917 planteó una serie de dificultades para la consolidación del Estado
posrevolucionario. Su carácter social y de reivindicación de luchas añejas atentaban contra la
propiedad privada de nacionales y extranjeros, que imponía un reto difícil de alcanzar:
satisfacer las demandas populares como el reparto agrario , la consagración de los derechos
laborales y asumir la responsabilidad de la propiedad de la riqueza del subsuelo por parte del
Estado, lo cual afectaba intereses económicos y políticos de agentes influyentes y decisivos.
La cooperación de estos agentes era, a su vez, indispensable para reactivar la economía,
acelerar la inversión, promover la productividad y el crecimiento. Esta dicotomía entre el
sentido social de la lucha materializado en la Constitución y los intereses del capital privado
nacional y extranjero eran quizás el reto más importante del periodo posrevolucionario. Para
Cárdenas (p. 356), había falta de credibilidad y confianza para con las instituciones y
gobernantes, que acentuaban aún más la incertidumbre. Obregón se refería a la salud del país
en esta etapa como de un estado “convaleciente”, consciente de que los primeros años
posteriores al conflicto iban a ser muy difíciles para la reconstrucción nacional.
La culminación del maderismo no solo muestra el fin de una época, pues los ideales de
aquellas personas que pelearon por justicia social y política, pueden ser vistos hasta nuestros
días. El maderismo fue un movimiento que buscaba la instauración de un sistema
democrático en México. Francisco I. Madero abogaba por la participación ciudadana, el
respeto a los derechos políticos y la no reelección. Dichos principios sentaron las bases para
el desarrollo posterior de la democracia en México y se reflejan en el sistema político actual.

También se vela por la libertad de expresión y el respeto a los derechos humanos,


reconocidos y protegidos en la Constitución Mexicana actual. Incluso la lucha por la justicia
social y la igualdad en México, ya que estos ideales aún enfrentan desafíos en la búsqueda de
un país más equitativo y justo, pues esto continúa siendo una demanda clave en la sociedad
mexicana actual.

Las repercusiones de la Revolución en la población del país fueron mucho mayores a lo que
tradicionalmente se ha creído. En los últimos estudios con técnicas demográficas más
avanzadas (señala Cárdenas p. 354) se está llegando al consenso de que la pérdida total de la
población mexicana fue de entre 2.9 y 3.3 millones de personas, lo cual coloca a la
Revolución Mexicana como la peor catástrofe en el continente americano después de los
estragos de la Conquista.

La posición internacional de México durante el periodo que comprende las diferentes fases
de la Revolución Mexicana corresponde a un lapso de tiempo que marcaba la trayectoria de
la primera globalización económica moderna y que ve comenzar su debilitamiento por la
Primera Guerra Mundial. Para Findlay y O’Rourke (2006) la globalización de este periodo se
alimentaba con la gran movilidad de capitales, bienes, personas e información, cuyos flujos
derivaron en niveles inéditos de integración económica.

En particular, a finales del Porfiriato, México tenía importancia relativa en relación con cinco
productos: plata, henequén, plomo, cobre y oro, de los cuales era segundo, primero, cuarto y
quinto productor mundial, respectivamente. Un señalamiento importante que nos brinda
Riguzzi (2010) es que alrededor de 75% de las exportaciones minero - metalúrgicas no eran
materias primas, si no que recibían un procesamiento de tipo industrial que elevaba el valor
agregado y proporcionaba beneficios ampliados a las regiones productoras.

Para Riguzzi (p. 427) la amplitud de las inversiones remite a la gran contribución del capital
extranjero a la formación de capital y a la modernización de infraestructura, por ejemplo, el
trazado de ferrocarriles conectó gran parte del territorio nacional. La inversión directa, señala
el autor, fue un vehículo muy poderoso para la transferencia tecnológica, ya que una parte de
las importaciones mexicanas de bienes de capital correspondía al equipamiento de empresas
extranjeras.

Por lo que se refiere a la inversión de capital extranjero, el país fue en la etapa de 1880 - 1914
uno de los principales receptores de América Latina. El extraordinario incremento en el
número de compañías extranjeras hizo de México el país latinoamericano con el mayor
número de empresas foráneas operantes. Riguzzi (p. 426) nos dice que la inversión directa
estadounidense incluía grandes grupos económicos: Guggenheim-ASARCO, Phelps Dodge,
Anaconda, Southern Pacific, entre otras. Mientras que la británica se componía de compañías
como Rothschild-Exploration Company y Venture Corporation en la minería, y Weetman
Pearson en servicios públicos.

Varios procesos internacionales modificaron las jerarquías y las magnitudes económicas del
centro. En primer lugar debemos señalar el ascenso de Estados Unidos, que superó al líder
británico en volúmen de producción industrial e intercambio comercial, acompañado de un
enorme movimiento de fusiones entre compañías e integración vertical, con la acelerada
exportación de capitales. La primera década del siglo XX mexicano tuvo el objetivo de
diversos dirigentes de disminuir la integración regional, la creación de trusts en el sector
minero metalúrgico, en los ferrocarriles y el petróleo enfrentaron al gobierno mexicano a un
fenómeno desconocido, la tendencia a la fusión de empresas norteamericanas y el aumento de
la inversión en cartera.

En términos generales, el trasfondo inmediato internacional en el que se desenvuelve la


Revolución Mexicana está en las cuestiones de la inserción de un país de la periferia a la
economía mundial, que en este plano global y como medidas de protección ante la inminente
inserción el país vió desafiadas sus capacidades para amortiguar la volatilidad y la
inestabilidad inherentes al periodo de integración externa. Este fenómeno adoptó
innumerables veces la forma de suspensiones abruptas de los flujos de capitales y de
fluctuaciones violentas en los precios de exportación de las materias primas. La inserción fue
fruto de varios niveles entrelazados de negociación entre el gobierno mexicano con
inversionistas, banqueros, organizaciones y gobiernos externos que moldearon y ajustaron la
posición mexicana en la economía internacional.
Tras esta etapa, el perfil de México en la conexión con la economía internacional fue muy
segmentado, centrándose en las fuertes exportaciones de petróleo, donde México fue el
segundo productor mundial. Los volúmenes de petróleo generaban la capacidad importadora
y eran el enlace principal con los mercados mundiales, además de siempre estar obstaculizado
por las fuertes tensiones entre el gobierno mexicano, empresas petroleras y la diplomacia
estadounidense.

Sin embargo, para Riguzzi (p. 431) no hay evidencia que permita ubicar la inserción
mexicana a la economía global de comienzos del siglo XX como causa de la Revolución, ya
que ni la estructura de la tenencia de la tierra ni el largo régimen reeleccionista de Díaz eran
consecuencia de fuerzas económicas externas. En contraste, por ejemplo, Hart (2002) ve el
proceso revolucionario como una lucha de liberación antinorteamericana.

Años más tarde y como producto de los ideales revolucionarios que fecundaron en el devenir
de este complejo proceso histórico se difundió una visión negativa de las relaciones
económicas exteriores y de todo lo transnacional (Riguzzi, p. 436). Varios funcionarios y
políticos expresaban y compartían la idea de que la expansión económica porfiriana había
hecho de México “un país colonial subyugado al capitalismo internacional” (Marte R.
Gómez, 1978), ideal que contrastará con el pragmatismo de los presidentes y los esfuerzos de
reorganización nacional.

Primeramente, es importante mencionar que el estudio del complejo proceso que significó la
Revolución Mexicana requiere de una periodización elaborada para especificar sus
principales eventos como proceso total (Delgado, 2005). Desde una perspectiva marxista, el
autor critica que en nuestro país gran parte de los análisis referidos a la economía mexicana
parten de una periodización sustentada en las políticas económicas seguidas en cada
momento por el gobierno federal. En esta perspectiva, la política económica adoptada por el
gobierno en curso llega a adquirir una importancia analítica relevante que parece ser la
determinante del ritmo e intensidad adquiridos por el proceso de acumulación de capital, así
como de su existencia misma.

Siguiendo en línea con el autor, este asevera que al seguirse la versión “histórica sexenal” se
sobredimensionan las posibilidades de la acción gubernamental y se desestiman las
condiciones internas del desarrollo del capitalismo y de la fase vigente de la economía
mundial. Para Delgado, se debe considerar el proceso de acumulación de capital como el
determinante de la política que se diseña y se lleva a cabo de acuerdo a la percepción de las
clases dominantes respecto al momento en el que se ubica el desarrollo del capitalismo.

Otro factor importante que hay que identificar según Delgado (p. 16) es que en la historia no
existen cortes verticales o rígidos. La diferencia entre cronología y periodización para el autor
consiste en que mientras la primera fija los límites temporales de los sucesos, la segunda
refleja los cambios dentro del proceso interno del desarrollo histórico. Para Semo (1978) “los
períodos se caracterizan por el hecho de que en ellos se resuelven los problemas históricos
determinados que son de importancia fundamental para el desarrollo de una época histórica,
los tiempos de desarrollo rápido o lento”.

Si trasladamos la idea anterior al análisis hecho de la Revolución Mexicana en este trabajo, es


totalmente compatible con la periodización que se requiere para poder estudiarla, ya que este
suceso tuvo divisiones muy marcadas entre períodos que marcaron una trayectoria
determinante en la dirección y causas del movimiento, que no podían mencionarse de forma
simplista como una cronología ya que son hechos que estuvieron encadenados o tuvieron
repercusiones en su corto o largo plazo. Delgado (p. 16) nos dice que las transformaciones
sean en la economía, las creencias de los individuos o las masas, así como el comportamiento
político, no pueden, sin deformarse, plegarse a un cortometraje demasiado preciso.

Finalmente, podemos observar que el capitalismo mexicano a lo largo de su desarrollo ha


adquirido diferentes formas. En la etapa que concierne al conflicto armado, se puede
identificar, según Delgado (ibid.) que su desarrollo fue expansivo y pre monopólico. Años
más tarde, y como uno de los saldos que dieron como resultado tras las modificaciones
estructurales post revolución, se identifica un capitalismo monopólico, con un desarrollo
intensivo.

Para comprender el siglo presente, es indispensable estudiar lo que fue el siglo XX mexicano,
contradictorio y apasionante pues “es la historia de un pueblo que fue sometido a un poder
que le era absolutamente ajeno” (Degado, p. 22). Los saldos que deja la Revolución
Mexicana en el largo plazo difieren de la esencia de la lucha armada de sus orígenes. La etapa
neoliberal del capitalismo monopolista inicia formalmente en 1982 con el gobierno de Miguel
de la Madrid cuando la crisis fiscal y de la deuda del Estado mexicano tocaba fondo (la
revisión histórica del conflicto armado nos señala que desequilibrios de este tipo han sido una
constante para el margen de maniobra de los gobiernos) y se prolonga hasta finales de la
segunda década del siglo XXI, donde el partido que floreció del sentido de lucha social
durante el conflicto (PRI) y sus aliados han dejado saldos económicos y sociales desastrosos
y perdido credibilidad ante el pueblo para con su política y sus gobernantes.

Por ejemplo, los rasgos básicos del neoliberalismo, por lo menos en México han sido: el
descenso cualitativo y cuantitativo del peso del Estado en la actividad económica y el
surgimiento de los grupos empresariales monopólicos como “interlocutores directos y
privilegiados del gobierno” Delgado (p. 23) y que muchos de ellos surgieron de la
privatización de empresas estatales; la creciente influencia del sector externo en el diseño y
seguimiento de la estrategia económica sustentada en el “liberalismo de Estado” y que Carlos
Salinas de Gortari en su gobierno llamó “el proyecto de reforma de la Revolución”; la
apertura indiscriminada de mercancías y capitales hacia el exterior con la elevada entrada de
capital extranjero de corto plazo en la esfera especulativa y detrimento del financiamiento a la
esfera productiva.

El modelo neoliberal presenta una extrema vulnerabilidad al depender del capital externo, y
crece cuando estos se ubican en el sector financiero y salen cuando creen haber agotado su
ciclo de especulación en el país. El capitalismo mexicano de la etapa neoliberal ha
profundizado las diferencias sociales y regionales en México, “al grado de que la manera en
cómo se ocupa el territorio de la República depende más de las decisiones externas o de las
urgencias y exigencias del capital extranjero maquilador” (Delgado, p. 25), y no de las
necesidades nacionales para un proyecto de desarrollo interno soberano.

En nuestro tiempo, parece que se inicia un nuevo combate histórico para tomar las riendas del
destino de la Nación y de un proyecto alternativo, donde la equidad, la igualdad, la inclusión,
el respeto a las diferencias y la democracia participativa sean rasgos esenciales e indelebles,
al parecer, el pueblo de México ha comprendido, a través de la necesidad y de la enseñanza
histórica, que otro mundo es posible y se apresta a construirlo.
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