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Se inicia entre los tres y cuatro años, y se supera alrededor de los cinco o cinco
años y medio.
Se inicia entre los cinco o cinco años y medio y se supera alrededor de los seis
años y medio o siete.
Se inicia entre los seis años y medio o siete y se supera alrededor de los ocho
o nueve años.
Los cambios más notables se producen en el manejo del color: ahora es objetivo y
genérico.
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La forma de los objetos se estabiliza, este es un patrón personal de
representación que logra cada niño, y que utiliza cada vez que necesita
representar un mismo objeto.
Etapa del realismo (de 9 a 12 años). A esta edad los niños comienzan a sentirse
miembros de la sociedad y del ambiente en que viven. Es la etapa de la pandilla
de amigos. Sus dibujos comienzan a ser más detallados y comienzan a entrar en
la búsqueda de la proporcionalidad, la perspectiva y el movimiento, flexibilizando
las figuras. Pero todavía los dibujos son más simbólicos que representativos de la
realidad.
El juego simbólico.
El juego simbólico forma parte de una de las cinco conductas que surgen como
expresión de la función semiótica o simbólica. Recordemos pues que dicha
función se desarrolla durante el período preoperatorio, que es un período
preparatorio de lo que luego se construirán como las estructuras lógicas
elementales del período operatorio concreto. Entonces tenemos que en el
preoperatorio se va a reconstruir en otro plano (el de la representación) lo ya
logrado en el nivel sensorio motriz, en donde las representaciones se coordinan
aún de manera pre-lógica y el pensamiento del niño es todavía no sistemático,
impreciso y falto de la movilidad que le otorgará luego la reversibilidad operatoria.
En este contexto el juego simbólico aparece como una actividad
predominantemente asimiladora y es a través del símbolo que el sujeto va a
representar un objeto ausente bajo una forma de representación ficticia (efecto de
la acción de deformante de la asimilación), donde la ligadura entre el significante
y el significado estará en función de los intereses puramente subjetivos y lejos de
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la función convencional que ejercen los signos en el lenguaje socializado. La
función de compensación, de realización de deseos y la elaboración de conflictos
del juego simbólico le sirve al sujeto para la asimilación de lo real al yo sin tener
que adaptarse a las restricciones de lo real. El mundo en el que se desenvuelve el
niño es el mundo y el lenguaje de los adultos y en este sentido el juego simbólico
y la creación de significantes construidos por él, lo que Piaget llama “símbolos
motivados”, le permiten una forma de expresión acorde a sus necesidades. La
imaginación simbólica que implica la combinación libre y la asimilación recíproca
de los esquemas, que aparece alrededor del segundo año de vida y tiene su
apogeo entre los 2 y los 4 años, aleja al juego del simple ejercicio, aunque en el
simbolismo queden subsumidos en muchas ocasiones las acciones o ejercicios
del estadío precedente. Lo que en el período sensorio motriz eran ejercicios y
rituales lúdicos4 se transformarán luego en esquemas simbólicos debido a que
se salen del contexto de la acción habitual y se aplican a otros objetos.
Entre los 4 y los 7 años los juegos simbólicos comienzan a declinar y el símbolo
va perdiendo su carácter de deformación en vías de una representación imitativa
de la realidad. Esto va de la mano de una mayor organización del pensamiento,
la preocupación creciente por la imitación exacta de lo real en las
representaciones, ya sean éstas escenificaciones o construcciones materiales de
la representación (modelados, dibujos, construcciones de objetos concretos, etc.)
y el comienzo del simbolismo colectivo (cuando el niño juega en una escena con
diferenciación y adecuación de papeles o roles). Es allí donde según Piaget el
juego evoluciona hacia formas más adaptadas ligadas al trabajo o a la imitación.
La ritualización de los esquemas implica, dentro del período sensorio motriz, que
el esquema es sacado de su contexto adaptativo y es imitado y “jugado” por el
niño. Por ej. cuando ve la almohada desarrolla todos los gestos que realiza
cuando va a dormir.
EL JUEGO REGLADO.
Entre estas tres formas del juego que son de aparición sucesiva, aunque
funcionalmente en ocasiones haya superposiciones o inclusiones (por ej. la regla
enmarcando al ejercicio), veremos que surgen relaciones diversas respecto de los
juegos de construcción que, si bien para Piaget no constituyen una etapa entre las
otras en la evolución de los juego, sin embargo, señalan una transformación que
orienta la actividad hacia formas de representación más adaptada.
Los juegos de construcción son de los que mayor éxito tiene entre los niños
y uno de los que acompañan la actividad lúdica de los pequeños durante más
tiempo.
Alrededor del primer año el niño empieza a descubrir de qué se tratan hasta
alrededor de los cinco o seis años, cuando que ya se han vuelto expertos en el
arte de montar y encastrar.
Son además una base para que desarrollen el juego simbólico, también llamado
juego de simulación en el niño recrea situaciones que ve en la vida real. Imitar lo
que ve y crear nuevas formas activa su propia creatividad.
Este tipo de juego ayuda a que el niño acepte que existen ciertas reglas físicas
que debe acatar, que no todo es como él quisiera. Esto le ayudará en el futuro
a adaptarse mejor a las normas en todas las situaciones de la vida.
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