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Facultad de Derecho
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● Intento de definición:
En la actualidad, el Derecho Civil es la parte general y común del Derecho Privado. Es
general porque se aplica a todas las personas con independencia de la actividad a la que se
dediquen. Es común porque ejerce una función supletoria o subsidiaria respecto de las demás
ramas del Derecho Privado que se aplican especialmente a determinadas actividades:
comercio, minería, agricultura. Cuando en las leyes especiales no existe una regulación
sobre algún aspecto, se aplica, en forma subsidiaria y supletoria, el Derecho Civil. Regula a
las personas en sus aspectos más vitales y comunes.
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LIBRO II: Se refiere a los bienes, su dominio, posesión, uso y goce. Modos de adquirir. Se
aleja del Código Francés en esta materia. Tiene una parte orgánica, pero de igual manera
opera la voluntad, ya que establecen cuáles son los modos de adquirir y estos, salvo ciertos
casos especiales de accesión, implican siempre un acto voluntario. La tradición, el más
amplio de los modos de adquirir, implica la realización de de un acto jurídico bilateral y,
consecuencialmente, una expresión recíproca o de consentimiento.
LIBRO III: “De la sucesión por causa de muerte y de las donaciones entre vivos”. Si la
sucesión es intestada las normas son totalmente orgánicas. En la sucesión testada, existe una
manifestación de voluntad en un testamento válido, lo que se encuentra limitada por ciertas
asignaciones forzosas (alimentos legales, porción conyugal, las legítimas y las cuarta de
mejoras). El papel de la voluntad es bastante restringido en el ámbito sucesorio.
LIBRO IV: Se refiere a las obligaciones en general y a los contratos. En este Título Final de
este Libro se tratan conjuntamente las prescripciones adquisitiva y extintiva. Libro más
importante, en él se estudian las normas abstractas que contienen los principios conceptuales
que regulan las relaciones jurídicas. Se trata de actos jurídicos o hechos jurídicos. Fuentes de
las obligaciones. Responsabilidad contractual y extracontractual.
TÍTULO FINAL: Está constituido por un solo artículo que se refiere a la observancia del
Código.
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Corral identifica dos principios más que Ducci (Dignidad de toda persona e Igualdad ante la ley).
2. La buena fe: Protección de la buena fe y, consecuencialmente, en el castigo de la mala
fe. Encontramos más de cuarenta disposiciones referidas a ambas. La buena fe
subjetiva aparece como una actitud mental, que consiste en ignorar que se perjudica
un interés ajeno o no tener conciencia de obrar contra derecho, de tener un
comportamiento contrario a él. La buena fe objetiva consiste en la fidelidad a un
acuerdo concluido o observar la conducta necesaria para que se cumpla en la forma
comprometida la expectativa ajena, esta es la realización de una conducta. Existe una
presunción de buena fe en el derecho privado.
3. El enriquecimiento sin causa: El art. 1467 dispone que no puede haber obligaciones
sin causa real y lícita. El enriquecimiento sin causa es aquel que no tiene un motivo
jurídico válido para haberse producido. Debe existir un enriquecimiento y un
empobrecimiento simultáneos. Actio in rem verso, prestaciones mutuas, actos
realizados por un incapaz, nulidad de pago, etc.
4. La responsabilidad: Este es un principio común a todo el ordenamiento jurídico, aquí
nos referimos a la responsabilidad civil. Consiste en la reparación de un perjuicio o un
daño ilícitamente causado. Responsabilidad contractual y la persona que dolosa o
culpablemente ha cometido un hecho ilícito que causa daños a un tercero, esta es
responsabilidad extracontractual. La forma de hacer efectiva la responsabilidad será la
ejecución forzada de la obligación.
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EL DERECHO CIVIL:
A. Naturaleza: es la más general y fundamental de las ramas del derecho privado y del
derecho en general. Proviene del civis, derecho de la ciudad. Se refiere al derecho que surge
entre particulares, por eso corresponde a la regulación de las relaciones fundamentales de la
vida humana. Por eso mismo es el derecho general aplicable a toda persona, al margen de
toda calificación subjetiva y es el derecho común, aplicable a todo tipo de relaciones y
actividades, a menos que exista un ordenamiento especial.
Relaciones patrimoniales: relaciones patrimoniales son aquellas que dan lugar a derechos y
obligaciones susceptibles de avaluación pecuniaria.
A) Relaciones de propiedad y derechos que se tienen sobre las cosas: los derechos que se
tienen sobre los bienes caen bajo la denominación genérica de derechos reales
(art.577). Lo característico de los derechos reales es que son absolutos, se pueden
hacer valer contra cualquier persona. El más fuerte que se puede tener en una cosa es
el de dominio o propiedad, mientras que los demás derechos reales no constituyen
sino desmembramientos de este. Surge un principio individualista: la propiedad
entrega, uso, goce y disposición de la cosa, las limitaciones son la ley y el derecho
ajeno (art.582). Otros derechos reales son desmembramientos del derecho real de
dominio.
B) Relaciones obligatorias: relaciones patrimoniales que se tienen con personas
determinadas, en cuya virtud una de las partes adquiere el derecho de exigir una
determinada prestación y la otra se encuentra en la necesidad de otorgársela: el
contrato, obligaciones recíprocas entre contratantes, obligaciones tributarias o del
derecho de alimentos, etc.
C) Relaciones por causa de muerte o sucesiones: se trata de los efectos patrimoniales de
la muerte de las personas.
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Pregunta del parcial acerca de las influencias extranjeras del C.C.
1. Criterio del interés de la norma: Digesto establece la distinción. Si se refiere a la
comunidad o al Estado, pertenece al derecho público, si se refiere a relaciones entre
particulares, corresponde al derecho privado. Sin embargo, uno y otro cumplen
funciones con implicancias tanto en el ámbito privado como el público (ejemplo del
régimen económico y los derechos fundamentales).
2. Criterio del sujeto destinatario de las normas: El art.547 inc 2 del C.C enumera las
personas que se consideran públicas. Sin embargo, tanto el Estado como los demás
entes públicos pueden ser partes de relaciones privadas, con esto no se pueden excluir
directamente estas dos ramas del derecho.
3. Criterio de la naturaleza de la relación: define el tipo de relación. Si la relación es de
subordinación, es decir, de poder o imperio, se rige por normas del derecho público.
En cambio, cuando las relaciones son de coordinación, es decir, desarrolladas sobre el
principio de igualdad jurídica, aunque intervengan en ellas entes públicos , están
regidas por el derecho privado. Derecho privado generalmente son normas
dispositivas. Aunque hay relaciones de subordinación en el derecho privado (marido
con la mujer e hijos), contratos laborales. Y en el derecho administrativo, contratos de
concesión.
4. Combinación de los criterios del sujeto y de la naturaleza de la relación: una mezcla
de los dos anteriores. La regla general es que las relaciones sean privadas, las públicas
tienen un ente público, actuando en ejercicio de una potestad pública. La actuación
pública del órgano del Estado es: las relaciones en las de autoridad que ejerce el poder
público o la de prestatario de un servicio público.
Juicios críticos a la distinción: Kelsen en la Teoría puerta del derecho, plantea que el
derecho es una unidad y todas las normas están interconectadas, de suerte que confluyen
frente a un mismo tipo de casos. El problema consiste en que la distinción es puramente
instrumental.
Tendencias actuales: Límites a la autonomía de las personas por medio de normas
imperativas. Se ha revitalizado del derecho privado por la economía de mercado. Se ve así la
“la privatización del derecho público”. Esto sirve para los distintos principios de
ordenación: el derecho privado es el orden de las relaciones que pueden ser estructuradas
por medio de actos no sujetos, en principio, normas inexcusables. En cambio, el derecho
público establece relaciones con la ley, lícito realizar lo que la ley autoriza. Ello no obsta
que en una misma relación pueden intervenir, normas de distintos órdenes.
El art. 576, establece dos tipos de derechos subjetivos: el derecho real y el personal.
DERECHOS REALES (Art.577): Es el que se tiene sobre una cosa sin respecto a
determinada persona, como el dominio, el de herencia, el de usufructo, el de uso o habitación,
el de servidumbre activa, el de prenda y el de hipoteca.
DERECHOS PERSONALES (Art.578): Es el que puede reclamarse de cierto sujeto que, por
un hecho suyo o la sola disposición de la ley, ha contraído la obligación correlativa. como el
que tiene el prestamista contra su deudor por el dinero prestado o el hijo contra su padre por
alimentos.
En la línea de Barros y Rojas podría afirmarse que: “la relación jurídica comprende un
vínculo entre personas, en virtud del cual surgen, por lo general, uno o más derechos
subjetivos y uno o más deberes jurídicos correlativos”.
Estructura de la relación jurídica:
1. Los sujetos de la relación jurídica: activo y pasivo. Los que tienen el deber de dar
la cosa son los pasivos, porque el activo es el comprador, ya que es el protegido por el
ordenamiento jurídico. Los sujetos vinculados por una relación jurídica de carácter
personal se denominan partes. Los sujetos no vinculados se llaman terceros. La
existencia de dos sujetos resulta clara en los derechos personales y en los derechos de
familia de contenido no patrimonial, mas no tratándose de derechos reales ni de la
personalidad. Esto por el deber de la comunidad de no interferir en el ejercicio del
derecho, ese deber genérico puede ser calificado como obligación. Existen relaciones
jurídicas relativas (determinados tanto el titular como quien soporta el o los deberes) y
absolutas (comunidad, deber de tolerancia y respeto).
2. El objeto de la relación jurídica; la entidad sobre la que recae el interés envuelto en
la relación. En general, tal entidad puede consistir en un bien material o inmaterial o
en una conducta. Derecho real (bien material), derechos de la personalidad (bien
inmaterial), derechos personales (conducta debida, que a su vez puede tener cosa o un
hecho). En los derechos personales la relación con la cosa es indirecta, porque el
sujeto primero debe cumplir su deber para que el titular se pueda servir de la cosa. Un
derecho subjetivo no puede ser a su vez el objeto de otro derecho subjetivo. Art.583,
se ocupa propiedad en sentido impropio, se podría desmentir la existencia de una
auténtica propiedad sobre los derechos personales o reales.
3. El contenido de la relación jurídica: está formado por los poderes y deberes que la
relación encierra y que constituyen su integral substancia. Muchas veces no existe una
correlación exacta, entre las facultades del titular de la cosa y el deber genérico del
resto de la comunidad. En los derechos personales la correlatividad es palmaria: una
parte tiene derecho a exigir la ejecución de una determinada prestación y la otra el
deber de ejecutar esa misma prestación. Se ejercen acciones, importancia de la acción
reivindicatoria (a fin de recuperar la posesión) y acción de responsabilidad civil
(indemnización por perjuicios sufridos). El contenido de una relación jurídica
sustentada en un derecho subjetivo se refiere a los poderes o facultades que este
derecho contempla. La facultad requiere de la existencia de un derecho subjetivo,
sirve para diferenciarlos.
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No obstante, desde la perspectiva de la teoría del acto jurídico, la causa no se concibe como
el elemento generador de un efecto (causa-eficiente), sino como el motivo directo, abstracto e
invariable que induce a la celebración del acto jurídico (causa-final; teoría clásica) o como el
motivo indirecto, subjetivo y variable que induce a la celebración del acto jurídico
(causa-ocasional; teoría del móvil o motivo determinante). De ahí que, a fin de evitar
confusiones, hoy en día sea más propio hablar de fuentes de las obligaciones.
No deja de ser curioso que una tesis tan antigua (pero sabia) sea replicada, con muy pocas
precisiones, por parte de códigos modernos. Así, por ejemplo, el Código Civil italiano de
1942 establece que "las obligaciones derivan del contrato, del hecho ilícito, o de todo otro
acto o hecho idóneo para producirlas en conformidad al ordenamiento jurídico" (artículo
1173).
No obstante, atendido el desarrollo del derecho romano hasta ese entonces, la enunciación de
Gayo presentaba un problema: ¿qué estatuto podía aplicarse respecto a esas “varias otras
figuras”?
En cambio, la remisión a “varias otras figuras” quedaba, por así decirlo, “en el aire”. No se
sabía qué reglas aplicar a estas “varias otras figuras”, siendo difícil la determinación de la
estructura básica de la obligación y la forma en que ésta era exigible.
Ante este problema, los romanos optaron por una solución simple y eficaz: se distinguió si
estas “varias otras figuras” constituían hechos lícitos o ilícitos. Si el hecho era lícito, se
aplicaban las reglas de los contratos; si el hecho era ilícito, las de los delitos. Por eso se
hablaba de obligaciones quasi ex contractu y quasi ex delicto (Esta solución usualmente se
atribuye a Justiniano).
Así las cosas, hasta ese momento de la historia, se reconocían cuatro fuentes: el contrato, el
cuasicontrato, el delito y el cuasidelito. Se desechó, en consecuencia, la fuente residual
propuesta por Gayo: “ex variis causarum figuris” (por causa de varias otras figuras).
Más tarde, en el período de la codificación francesa, el autor más influyente fue Pothier,
quien siguió la clasificación cuatripartita (contrato, cuasicontrato, delito y cuasidelito) y
agregó la ley.
De esta manera, a la época de dictación del Código Civil francés la clasificación en boga era
entre contratos, cuasicontratos, delitos, cuasidelitos y ley. Esta es la clasificación que hoy en
día suele denominarse como “clasificación tradicional (o clásica) de las fuentes de las
obligaciones”.
Artículo 578: “derechos personales o créditos son los que sólo pueden reclamarse de ciertas
personas, que, por un hecho suyo (contrato) o la sola disposición de la ley (cuasicontrato,
delito y cuasidelito), han contraído las obligaciones correlativas...”
Artículo 1437 “Las obligaciones nacen, ya del concurso real de las voluntades de dos o más
personas, como en los contratos o convenciones; ya de un hecho voluntario de la persona que
se obliga, como en la aceptación de una herencia o legado y en todos los cuasicontratos; ya a
consecuencia de un hecho que ha inferido injuria o daño a otra persona, como en los delitos o
cuasidelitos; ya por disposición de la ley, como entre los padres e hijos de familia”.
En una interpretación diversa, Barrientos sostiene que Bello habría seguido principalmente
la obra de Savigny y que habría consagrado como fuentes el concurso real de voluntades, el
hecho voluntario de la persona que se obliga, el hecho que infiere injuria o daño a otra
persona y la ley. En opinión del autor, todas estas fuentes o causas concretas pueden
reconducirse a la voluntad, la que, a su turno, podría ser general (en cuyo caso está
expresada en la ley) o individual (como ocurre en las convenciones y contratos, en el hecho
lícito voluntario y en el hecho ilícito voluntario).
Artículo 2284: “las obligaciones que se contraen sin convención, nacen o de la ley, o de un
hecho voluntario de una de las partes. Las que nacen de la ley se expresan en ella. Si el hecho
de que nacen es lícito, constituye un cuasicontrato. Si el hecho es ilícito, y cometido con la
intención de dañar, constituye un delito. Si el hecho es culpable, pero cometido sin la
intención de dañar, constituye un cuasidelito”.
Esta norma, según la lectura tradicional, también distinguiría entre las cinco fuentes
tradicionales de las obligaciones: contrato, cuasicontrato, delito, cuasidelito y ley. Por lo
demás, la norma hace la misma distinción romana entre hechos lícitos e ilícitos, para efectos
de calificar a tales hechos como cuasicontratos (hechos lícitos) o delitos y cuasidelitos
(hechos ilícitos).
Por lo demás, no es casual que el artículo 1437 sea la primera norma del libro IV,
denominado justamente “de las obligaciones en general y de los contratos”; nuestro Código
sigue un orden lógico, pues alberga un afán de sistematicidad y coherencia entre todas sus
normas.
Recordemos que la regla general es que las personas no se encuentren obligadas. De ahí que
el libro IV comience estableciendo precisamente cuáles son las fuentes de las obligaciones
(debe existir un antecedente jurídico que justifique la existencia de una obligación).
A) En los contratos por adhesión sólo una de las partes predispone el contenido del
contrato, limitándose la otra a aceptar el clausulado en bloque (adherir). No podría
sostenerse (al menos no con fuerza) que es la voluntad del adherente la que ha
determinado el objeto y alcance de las obligaciones que contrae en virtud de ese
contrato.
B) En los contratos dirigidos el legislador, por razones de orden público, no solamente
limita la autonomía privada de las partes, sino que derechamente establece un
contenido mínimo irrenunciable e indisponible por las partes, de manera que en estos
contratos el rol que juega la voluntad está bastante restringido. Pareciera que en estos
casos la determinación del objeto y alcance de las obligaciones viene dado, en gran
medida, por la ley, y sólo de manera residual por la voluntad de las partes. Piénsese en
las obligaciones que surgen como consecuencia del contrato de trabajo.
C) En los contratos forzosos heterodoxos sencillamente no hay ejercicio alguno de la
voluntad, por lo que en estos es sólo la ley la que determina el objeto y alcance de las
obligaciones. Los contratos forzosos heterodoxos son contratos en que el vínculo
jurídico entre las partes y el contenido de las obligaciones se determina de manera
heterónoma por el legislador. Por ejemplo, si un vehículo motorizado no está
asegurado contra el riesgo de accidentes personales señalados en la ley 18.490, queda
gravado con prenda sin desplazamiento para responder de los daños personales y
materiales causados por un accidente de tránsito (la prenda sería el contrato forzoso
heterodoxo).
En principio, si una fuente distinta a la ley tiene la aptitud de generar obligaciones, esto es así
justamente porque la ley misma reconoce su eficacia. En consecuencia, la ley siempre
desempeña un rol en la generación de las obligaciones, incluso en aquellas que no son
estrictamente legales. En este sentido, se discute si en el caso de las obligaciones que no son
estrictamente legales, la ley es su fuente mediata o inmediata.
Trasladada la cuestión a nuestro Código Civil, se discute cuál es el rol que desempeña la ley
respecto a las obligaciones que surgen de los contratos, cuasicontratos, delitos y
cuasidelitos: ¿Es la ley la fuente mediata o inmediata de esas obligaciones?
1) Quienes entienden que la ley es fuente mediata, señalan que ésta simplemente se
limita a reconocer cuáles hechos tienen la aptitud de generar obligaciones, de
manera que una vez acontecido uno de estos hechos, es éste el que sirve de fuente
inmediata.
2) Por el contrario, quienes entienden que la ley es fuente inmediata argumentan que
una vez que acontece uno de los hechos previstos por la ley, es ésta la que genera
la obligación. Según esta postura, los hechos previstos por la ley serían las fuentes
mediatas, pues la obligación surge en última instancia por disposición de la ley.
IMPORTANTE: Con todo, más allá de lo bizantino de la discusión, nuestro Código Civil
parece establecer que las obligaciones que no son estrictamente legales derivan directamente
del contrato, cuasicontrato, delito o cuasidelito. En efecto, el artículo 1437 señala que “las
obligaciones nacen”, lo que da a entender que la ley desempeña en estos casos únicamente el
rol de fuente mediata.
Contrato: Como señala Meza Barros, “la fuente normal y más fecunda de obligaciones es el
contrato, esto es, el concierto de voluntades encaminado a crearlas.” De ahí que el Código, en
su afán de sistematicidad y coherencia, defina contrato (art. 1438 CC) inmediatamente
después de establecer las fuentes de las obligaciones. Técnicamente, el contrato es un acto
jurídico bilateral que tiene por objeto crear derechos y obligaciones correlativas. En
este sentido, en una definición no exenta de críticas, el artículo 1438 señala que “contrato o
convención es un acto por el cual una parte se obliga para con otra a dar, hacer o no
hacer alguna cosa”. Corolario de que es ésta la fuente fundamental de las obligaciones es
que buena parte del Libro IV del Código Civil clasifica a los contratos y regula
pormenorizadamente a los más importantes.
Cuasicontrato: Sin perjuicio de ser ésta la fuente más resistida y criticada en doctrina (las
críticas que se hacen a esta fuente las revisaremos oportunamente), a partir de la lectura del
artículo 2284, puede definirse como un hecho voluntario, lícito, no convencional, que genera
obligaciones. El artículo 2285 establece que “hay tres principales cuasicontratos: la agencia
oficiosa, el pago de lo no debido y la comunidad”. La disposición pone de manifiesto que,
además de los nombrados, existen otros cuasicontratos, como el depósito necesario de que se
hace cargo un incapaz (art. 2238).
Delitos y cuasidelitos: En atención a lo establecido en el artículo 2284, los delitos y
cuasidelitos son, ante todo, hechos ilícitos. El delito es un hecho ilícito que causa daño,
cometido con la intención positiva de dañar. El cuasidelito es un hecho ilícito que causa
daño en que, si bien no concurre una intención positiva de dañar, existe negligencia. En
ambos casos, para que surja una obligación, se requiere que efectivamente el hecho ilícito
cause daño. Si no hay daño, no hay obligación. La obligación que generan los delitos y
cuasidelitos se denomina responsabilidad, y tiene por objeto reparar los daños que hayan
sido una consecuencia necesaria y directa del hecho ilícito.
Ley: Siguiendo a Alessandri, son obligaciones estrictamente legales aquellas cuya fuente
directa e inmediata es la ley. Estas obligaciones están basadas en consideraciones de orden
público, anticipándose la ley al acaecimiento de un hecho que causa daño; en sentido amplio,
estas obligaciones se imponen justamente para prevenir un daño o lesión mayor y no
requieren el acaecimiento de ningún hecho. Generalmente tienen lugar en el derecho de
familia. El ejemplo típico es la obligación que la ley atribuye a ciertas personas de dar
alimentos en favor de otras.
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Introducción: El primer elemento de la relación jurídica son los sujetos, los sujetos de
derecho son las personas. En general, reciben el nombre de sujetos de derecho todos los seres
que, conforme al ordenamiento legal, están dotados de capacidad jurídica, llamada también
capacidad de goce, o sea, aptitud para ser titular de derechos y obligaciones. Son de dos
clases: personas naturales o físicas y personas jurídicas o morales, dos especies:
corporaciones-asociaciones y fundaciones de beneficencia pública.
Personas naturales: art. 55.
Personas jurídicas: art. 545.
La visión de Corral:
Según Corral la personalidad jurídica se adquiere por el solo hecho de ser persona natural.
Así, hay que definir desde cuándo puede afirmarse la existencia de un nuevo individuo
humano, lo que, a su juicio, se produce cuando el óvulo es fecundado, independiente de si se
produce al interior o exterior del vientre gestante. La criatura humana sería titular de derechos
fundamentales desde el momento de la concepción.
El art. 74 del C.C sería solo para la adquisición de la capacidad para ser titular de derechos
patrimoniales, la que se encontraría en suspenso, mientras el humano concebido no nazca.
En otros argumentos Corral se basa en el art. 75 del C.C, por la referencia a la vida que está
por nacer y de la existencia del no nacido. En el art. 76, existencia se remonta al momento de
la concepción. En el artículo 181, que establece la determinación de la filiación se retrotrae a
la época de la concepción y en los principios y normas de la Constitución y de los Tratados
Internacionales de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica).
Añade el autor que, si la criatura humana concebida y no nacida no fuera considerada
persona, sería una cosa. Adoptar la postura de Corral significa un obstáculo para la admisión
del aborto y el congelamiento, desecho donación de embriones.
La visión de Figueroa:
La implantación del embrión en el vientre materno–vientre de la persona gestante– es el
momento a partir del cual puede hablarse de una auténtica vida humana individual y, por
tanto, de un sujeto de derechos.
El embrión preimplantacional es solo una cosa, lo que no privaría que la ley le otorgue ciertas
medidas de protección, pues tiene la potencialidad de ser un ser humano. El embrión
implantacional sería titular del derecho a la vida, mas no en la misma medida que el ya
nacido.
Tomar esta postura no es óbice para la admisión efectiva de la fertilización in vitro, como
técnica de reproducción humana asistida, pues el congelamiento o desecho de embriones, no
tienen realmente como objeto un sujeto de derechos, pero el autor no se manifiesta abierto a
la fertilización in vitro con fines meramente científicos, experimentales o industriales.
La visión de Campos:
A la luz del artículo 74 del CC, la personalidad jurídica se adquiere al momento del
nacimiento y sólo desde allí puede predicarse la existencia de un sujeto de derechos.
El ordenamiento jurídico atribuye personalidad jurídica a quien puede desenvolverse como
sujeto de derechos y obligaciones en el intercambio económico, aptitud que presupone cuanto
menos el nacimiento.
1. Contrariamente a lo que sostiene Figueroa, no cree que el embrión implantacional sea
sujeto de derechos.
2. Tampoco cree que existan derechos legales antes del nacimiento, pues antes
simplemente no hay persona, sino una mera criatura, cuya vida es protegida por la ley.
(art. 74, 75 y 77 del C.C).
3. Crítica a la visión de Corral, por la disociación entre existencia legal y personalidad
jurídica se sustenta en una interpretación sesgada de las reglas del C.C, de la
Constitución y de los tratados internacionales de derechos humanos.
4. El art.74 alude a la existencia de la persona natural, dada por el nacimiento. En
conclusión el nasciturus no es persona.
5. La determinación de la concepción no tiene por finalidad afirmar la personalidad
jurídica del concebido, sino servir otros efectos, como son, contribuir a la
determinación de la filiación matrimonial o no matrimonial de una criatura ya nacida
(ex art. 180, otro es el art. 77).
6. El art. 55, al definir persona natural alude a la edad, la cual se computa desde la fecha
de nacimiento (despenalización de la interrupción del embarazo).
7. En lo referente a la Constitución, se refiere a que la ley brinda protección al
nasciturus, ya que es un bien o interés cuya protección la Constitución estima valiosa,
encomendado a ello al legislador.
8. El tratado internacional del Pacto de San José de Costa Rica, se estima que el aborto
no tiene porqué verse como privación de la vida arbitrariamente, pues existen otros
valores, además de que el Estado parte debe definir cuando es la concepción.
9. Lo propuesto por Zapata es desmentido por el TC y no tiene sustento constitucional,
el nasciturus no es más que un bien o interés cuya protección provee la Constitución.
10. La falta de personalidad del nasciturus queda referida en las leyes 21.171 (catastro
nacional de mortinatos) y la 21.371 (medidas especiales en caso de muerte gestacional
o perinatal). No se alude en ninguna de estas a la personalidad o existencia natural de
la criatura fallecida.
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LYON: Hay atributos que sirven para estructurar el concepto mismo de persona, como
ocurre, particularmente con la capacidad de goce, el nombre, el domicilio y el patrimonio.
Estos atributos pueden determinarse como elementos esenciales de la personalidad. En
cambio, otros solo surgen con motivo del reconocimiento de personalidad jurídica (no son
necesarias para estructurar el concepto de persona, no desvirtúan su existencia), esto ocurre
con la nacionalidad y el estado civil.
CORRAL: Para él los atributos no son realmente esenciales a toda persona. Renuncia a los
atributos de la personalidad y los estudia a cada uno por separado.
Se refiere con esto a:
● NACIONALIDAD: Los apátridas tienen un estatuto especial, como sujetos de
derechos, del derecho internacional.
● NOMBRE: No es asignado a la criatura que está por nacer.
● ESTADO CIVIL: No es propio de todos los sujetos de derechos, porque las personas
jurídicas carecen de él.
● CAPACIDAD DE GOCE: Parte de la premisa de la que el ordenamiento jurídico para
la concesión de personería jurídica.
CAMPOS:
La capacidad de goce y el patrimonio efectivamente son elementos imprescindibles para que
una persona pueda desenvolverse en el mundo material. No puede concebirse que un
individuo adquiere derechos o contraer obligaciones civiles si no está dotado de capacidad de
goce y patrimonio.
Por su parte, el nombre y el domicilio contribuyen a la identificación de la persona, dotándola
de identidad propia y de una sede física para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento
de sus obligaciones. Permiten que el sujeto entre en relación con otros sujetos.
En cuanto al estado civil, no es necesario que un sujeto tenga uno determinado, aunque
resulta inconcebible que una persona no tenga al menos uno. El estado civil se puede estimar
como un atributo de la personalidad privativo de las personas naturales.
Los derechos de la personalidad, derivan de la dignidad de la persona, y, por lo tanto, son
inherentes en esta. No puede catalogarse con certeza en atributos de la personalidad, pero
merecen un tratamiento especial en el derecho de las personas.
LA CAPACIDAD DE GOCE
I. DEFINICIÓN
Según Alessandri, la capacidad es la aptitud de una persona para adquirir y ejercer derechos y
contraer obligaciones. En opinión de Claro, la capacidad es la aptitud legal de las personas
para el goce y el ejercicio de los derechos civiles.
CAPACIDAD:
● La capacidad de goce, también llamada capacidad adquisitiva, es la aptitud de una
persona para adquirir derechos y contraer obligaciones.
● La capacidad de ejercicio, también llamada capacidad de obrar, es la aptitud de una
persona para ejercer los derechos y para cumplir las obligaciones por sí mismo, sin el
ministerio o la autorización de otra persona.
El CC se refiere a esta especie de capacidad cuando dice que la capacidad legal de una
persona consiste en poderse obligar por sí misma, y sin el ministerio o la autorización de
otra(artículo 1445 inciso 2° del CC).
De la falta de capacidad trata el artículo 1447 del CC, distinguiendo entre los absolutamente
incapaces y los relativamente incapaces.
I. DEFINICIÓN
El nombre puede ser definido como la designación que sirve para individualizar a una
persona en la vida social y jurídica. Conforme con el artículo 58 bis del Código Civil -
incorporado a este Código por la Ley Nº 21.334, de 14 de mayo de 2021, sobre determinación
del orden de los apellidos por acuerdo de los padres-, el nombre “es el conjunto de palabras
que sirve legalmente para identificar a una persona. Está formado por el o los nombres
propios, y por el o los apellidos con que se encuentre individualizada en su respectiva
inscripción de nacimiento”.
Antes de que entrara en vigor la Ley N° 21.334, la opción de la legislación nacional era la
precedencia del apellido paterno. La derogada precedencia del apellido paterno era
cuestionada, pues privilegiaba la perpetuación en el tiempo de los apellidos paternos (a costa
de la progresiva y eventual desaparición de apellidos maternos), favoreciendo con ello una
cultura patriarcal.
Fijado en la inscripción de nacimiento el orden de los apellidos del primero de los hijos
comunes, los demás hijos que dos progenitores tengan en común deberán inscribirse siempre
con el mismo orden de apellidos, conforme a las disposiciones del presente artículo.
CORRAL: En opinión de Corral, la libre imposición del apellido materno o paterno podría
desvirtuar la función pública que desempeña el nombre patronímico en la vida social, pues
dificulta la identificación de los individuos. De esta guisa, el referido autor señala que resulta
preferible un sistema en que resulte imperativo el orden de los apellidos, sea que el primero
sea el materno o el paterno.
CAMPOS: No alcanzo a ver cómo una regulación como la actual puede mermar la función
pública que desempeña el nombre. De hecho, el artículo 58 ter establece que el orden que se
acuerde entre los progenitores para el primer hijo debe respetarse para el caso en que se
inscriban nuevos hijos.
Ello, a mi juicio, no es una inconsistencia, sino una medida que permite conciliar la función
pública del nombre patronímico con el interés de los progenitores -y también de la sociedad-
de que no solo se perpetúen algunos apellidos. A mayor abundamiento, desde que la Ley N°
21.400 incorporara el actual artículo 34 al Código Civil, el legislador nacional reconoce que
los progenitores podrían ser una mujer y un hombre, dos mujeres o dos hombres. De esta
guisa, el problema de determinar el apellido precedente de los hijos no debiese ser planteado
en términos de apellido materno o apellido paterno, pues bien podría haber dos madres o dos
padres.
CAMBIO DE NOMBRE: El nombre, si bien tiene vocación de permanencia -pues sólo así
puede cumplir su función pública-, no tiene un carácter inmutable, permitiéndose
excepcionalmente su cambio. En términos generales, suele afirmarse que el cambio puede
producirse por vía principal o consecuencial.
VÍA PRINCIPAL:
A) SENTENCIA JUDICIAL LEY 17.344.
B) ORDEN DE SERVICIO FUNDADA (DIRECTOR NACIONAL DEL RC E I).
C) RESOLUCIÓN ADMINISTRATIVA O JUDICIAL, POR IDENTIDAD DE
GÉNERO 21.120.
VÍA CONSECUENCIAL:
EFECTO NECESARIO DE UNA DETERMINADA SITUACIÓN JURÍDICA.
Así, por ejemplo, habría cambio de nombre por vía consecuencial cuando el hijo de filiación
no matrimonial, reconocido solo por sus progenitores, después adquiere la filiación
matrimonial por el matrimonio de sus progenitores, pasando a llevar los apellidos de ambos
progenitores, en lugar de llevar el apellido de uno solo.
El cambio de apellido no podrá hacerse extensivo a los padres del solicitante y no alterará la
filiación; pero alcanzará a sus descendientes sujetos a patria potestad, y también a los demás
descendientes que consientan en ello (artículo 4 inciso 2°).Como ya se expusiera, si el
solicitante es casado o tiene descendientes menores de edad, deberá pedir también, en el
mismo acto en que solicite el cambio de su apellido, la modificación pertinente en su partida
de matrimonio y en las partidas de nacimiento de sus hijos (artículo 4 inciso 3°).
Por su parte, la facultad de vedar a los demás el uso indebido del nombre se extrae de la
tipificación del delito de usurpación de nombre (artículo 214 del Código Penal) así como
también de los ya referidos artículos 548-3 inciso 2º del CC y 20 letra c) de la ley Nº 19.039.
SOBRE LA INDIVIDUALIZACIÓN DEL MORTINATO:
Conforme con el artículo 1 de la Ley N° 21.171, de 22 de agosto de 2019, que modifica la ley
N° 4.808, sobre registro civil, y crea un catastro nacional de mortinatos, facilitando su
individualización y sepultación, la persona gestante, o quien esta expresamente autorice, tiene
la facultad para inscribir a sus mortinatos en el catastro de mortinatos con los nombres y
apellidos que el solicitante señale, con la exclusiva finalidad de permitir su individualización,
inhumación o la disposición de sus restos (artículo 1 inciso 1°).
1. El seudónimo.
En palabras de Ducci, el seudónimo es un nombre imaginario que voluntariamente adopta
una persona para esconder o caracterizar su verdadera personalidad en una actividad
determinada 62 . Si bien el Código Civil no reglamenta ni se refiere al seudónimo, la ley N°
17.336, de 2 de octubre de 1970, de propiedad intelectual, permite asociar una obra al
seudónimo de su autor (artículos 5 letra e), 8 y 14). Por su parte, la Ley N° 19.039, de 25 de
enero de 1991, que establece normas aplicables a los privilegios industriales y protección de
los derechos de propiedad industrial, permite que, con el consentimiento del interesado, se
inscriba como marca su seudónimo (artículo 20).
2. El nombre comercial.
El nombre comercial es el que una persona, natural o jurídica, utiliza para ser Conocida en el
desarrollo de actividades empresariales o de comercio 63. En el caso de las sociedades, el
nombre comercial se llama razón social. Una especie de nombre comercial es el nombre
artístico, utilizado, por ejemplo, por cantantes para difundir su música y su figura. El nombre
artístico puede ser registrado como marca, gozando de la protección brindada por la ley N°
19.039.
3. El apodo o sobrenombre.
En palabras de Corral, el sobrenombre o apodo es la denominación que se da a una persona
que ya tiene nombre y para distinguirla por algún defecto corporal u otra característica suya.
En principio, carece de todo valor jurídico, aunque, con ocasión de investigaciones penales,
puede tener alguna importancia. En efecto, el artículo 321 del ya derogado Código de
Procedimiento Penal, todavía aplicable para los delitos cometidos antes de la entrada en vigor
del nuevo Código Procesal Penal, dispone que en la primera declaración se le preguntará al
inculpado, entre otras cosas, su apodo, si lo tuviere.
EL DOMICILIO:
Conforme con el artículo 59 inciso 1° del CC, el domicilio consiste en la residencia,
acompañada, real o presuntivamente, del ánimo de permanecer en ella. Existen, por ende, dos
elementos constitutivos del domicilio: a) la residencia, que es el elemento objetivo o físico; y
b) el ánimo de permanecer en ella, que es el elemento subjetivo o psicológico. De los dos, el
elemento más gravitante es el ánimo, pues el domicilio se mantiene, aunque el individuo
tenga su residencia en otro lugar, con tal que mantenga su familia y el asiento principal de sus
negocios en su residencia anterior.
Según Claro, el domicilio es el asiento jurídico de una persona, esto es, la relación
permanente que establece la ley entre una persona y un lugar determinado en que se le supone
presente (aunque momentáneamente no lo esté) para el ejercicio de sus derechos y el
cumplimiento de sus obligaciones.
A la luz del artículo 59 inciso 2° del CC, el domicilio se divide en político y civil:
1. Según el artículo 60 del CC, el domicilio político es el relativo al territorio del Estado
en general; el que lo tiene o adquiere es o se hace miembro de la sociedad chilena,
aunque conserve la calidad de extranjero.
2. Por su parte, conforme con el artículo 61 del CC, el domicilio civil es el relativo a una
parte determinada del territorio del Estado . Existe un claro interés público en que
toda persona cuente con domicilio civil, al punto de que la ley, en el artículo 68 del
CC, establece que la mera residencia 70 hará las veces de domicilio civil respecto de
las personas que no lo tuvieren en otra parte.
En principio, al igual que la habitación, la residencia es una mera relación de hecho entre una
persona y un lugar determinado. No obstante, la residencia tiene importantes efectos
jurídicos: a) hace las veces de domicilio civil respecto de las personas que no lo tuvieren en
otra parte (artículo 68 del CC); y b) la residencia determinada a que están obligados obispos,
cuyas y otros eclesiástico hace las veces de domicilio civil (artículo 66 del CC) 78 .
El domicilio civil, en cambio, es un concepto jurídico y no de hecho como los dos anteriores.
Es una abstracción legal en cuya virtud se considera a una persona presente permanentemente
un lugar, aunque en los hechos no ocurra así El elemento distintivo del domicilio es el ánimo
de permanecer en la residencia actual. Este ánimo puede ser real o presunto.
El CC, vislumbrando el problema recién planteado, refiere ciertas hipótesis en que, según las
circunstancias, no debe presumirse ánimo de permanencia ni de cambiar de domicilio civil.
Algunos autores señalan que estas hipótesis configuran presunciones negativas de domicilio
civil, pero ello, a mi juicio, no es correcto, pues el interés del legislador es excluir que en
estos casos pueda presumirse ánimo de permanencia.
El domicilio civil es el relativo a una parte determinada del territorio del Estado. A la
luz de los artículos 59 y 61 del CC, el domicilio civil puede ser definido como la residencia
en una parte determinada del territorio del Estado, acompañada, real o
presuntivamente, del ánimo de permanecer en ella.
Domicilio legal
El domicilio legal o de derecho es el que la ley impone a ciertas personas, en razón del estado
de dependencia en que se encuentran con respecto a otras o por consideración al cargo que
desempeñan. Dentro del domicilio legal resulta comprendido el domicilio de origen. El
domicilio legal puede resultar, en los hechos, forzoso o ficticio. Las disposiciones que
imponen un determinado domicilio (domicilio legal) han de interpretarse restrictivamente y
no pueden ser extendidas por analogía a situaciones que no resulten comprendidas en sus
supuestos de hecho. No obstante, cuando, según las circunstancias, no sea posible determinar
si una persona tiene o no ánimo de permanencia en un determinado lugar, el solo hecho de
que habite en tal lugar, por efímera o accidental que sea su estancia, servirá de base para
configurar allí su domicilio civil (ex artículo 68 del CC). Dado que el domicilio legal está
impuesto por la ley, su determinación es una cuestión de derecho, no de hecho.
El domicilio convencional
A la luz del artículo 69 del CC, el domicilio convencional es el que se pacta en un contrato
para los actos judiciales o extrajudiciales a que pudiere dar lugar el mismo contrato. En
palabras de Lyon, es “aquel designado por los particulares en sus actos jurídicos y donde,
según su voluntad, deben producirse los efectos propios de la respectiva relación jurídica”.
El domicilio convencional, que es una clase domicilio especial, puede servir para someter
eventuales conflictos al conocimiento de los tribunales de un determinado lugar y, más en
general, para fijar un domicilio distinto a aquel que resultaría si se aplicasen las reglas legales
supletorias. Para que sea válida la estipulación en que se designa domicilio convencional, este
debe determinarse con claridad, bastando, no obstante, con que se señale una ciudad o
comuna. La jurisprudencia ha estimado que, dada su vaguedad, carecen de valor las cláusulas
que fijan como domicilio del deudor “el lugar que el acreedor designe” o “donde
judicialmente se pida el cumplimiento del contrato".
PLURALIDAD DE DOMICILIOS:
Alejándose del Código Civil francés y siguiendo en este punto la doctrina romana, el CC
reconoce la posibilidad de que una persona tenga pluralidad de domicilios 114 . En concreto,
conforme con lo dispuesto en el artículo 67 del CC, cuando concurran en varias secciones
territoriales, con respecto a un mismo individuo, circunstancias constitutivas de domicilio
civil, se entenderá que en todas ellas lo tiene. No obstante, si se trata de asuntos que se
relacionan con una de dichas secciones exclusivamente, se entenderá que el individuo tiene
su domicilio civil para tales asuntos únicamente en la respectiva sección.
La aceptación de que una misma persona pueda tener pluralidad de domicilios tiene especial
importancia respecto de personas jurídicas, pues éstas suelen operar en diversas secciones
territoriales. De esta manera, en ausencia de un domicilio convencional, se facilita la
posibilidad de notificar válidamente las demandas que se interpongan en contra de una
persona jurídica.
En opinión de Claro, de una lectura conjunta de los artículos 65 y 67 del CC, debe concluirse
que sólo cabe reconocer pluralidad de domicilios cuando no pueda determinarse cuál es el
asiento principal de los negocios de una persona.
Art. 1438 CC. “Contrato o convención es un acto por el cual una parte se obliga
para con otra a dar, hacer o no hacer alguna cosa. Cada parte puede ser una o muchas
personas.”
1) Contrato unilateral: una sola de las partes resulta obligada, la que asume el rol de
deudora, y la otra, de acreedora.
El contrato unilateral no pierde tal calificativo por quedar después obligada la parte que no lo
estaba. Esa obligación deriva de la ley, no del contrato.
La “compensación de las moras” (conocida también bajo el adagio “mora purga la mora”)
impediría que se pueda demandar indemnización de perjuicios, en tanto impide que se
cumpla uno de sus requisitos de procedencia, esto es, la constitución en mora.
Si bien la expresión exceptio non adimpleti pareciera indicar un origen romano, lo cierto es
que esta institución aparece recién en la edad media, como un desarrollo propio del derecho
canónico. Su desarrollo se relaciona con el derecho de retención que se reconoce al vendedor
en caso de que el comprador no pague el precio; ante la falta de pago, el vendedor puede
retener la cosa y mantener la situación en un incumplimiento recíproco. Pothier reconoció
este principio (todavía sobre la base de un derecho de retención) a propósito de ciertos
contratos especiales, tales como el arrendamiento, el depósito y la compraventa. A diferencia
del Código Civil francés, en nuestro sistema la exceptio non adimpleti se configura como un
principio general en los contratos bilaterales, estando implícitamente consagrado en el
artículo 1552 del CC.
DOCTRINA: Con todo, la tesis de la resciliación tácita ha sido resistida en doctrina –en
razón de su ambigüedad y falta de certeza- y no admitida por la jurisprudencia. Mientras no
opere la prescripción de las acciones –que, por lo demás, puede ser renunciada o
interrumpida-, es preferible entender que el contrato no se ha extinguido, sino que
únicamente se ha suspendido la exigibilidad de las obligaciones recíprocas, pudiendo
cualquiera de las partes solicitar la resolución. Por lo demás, si el efecto de la exeptio non
adimpleti contractus es suspender la exigibilidad de las obligaciones, sería incorrecto sostener
que sigue corriendo la prescripción. En opinión de Baraona, la exigibilidad de la obligación
de cada parte depende de que la otra esté llana a cumplir con la suya; siendo así, la
exigibilidad dependería de una conditio iuris, condición que, de no cumplir en un plazo de 5 o
de 10 años, caducaría, extinguiendo las obligaciones.
La resolución basada en el Art. 1489 CC es la que interesa como efecto particular de los
contratos bilaterales.
Es una resolución judicial, que supone un proceso declarativo. No opera de pleno derecho. Es
un beneficio que la ley otorga al acreedor cuyo crédito no ha sido satisfecho. Según la
doctrina contemporánea, para que la resolución sea declarada judicialmente:
1) Debe haber incumplimiento.
2) El incumplimiento del deudor debe ser grave.
La teoría de los riesgos no se refiere a los riesgos de las cosas vinculadas con el titular
exclusivamente por un derecho real, sino que a los riesgos en relación con los contratos en
curso, más concretamente, los riesgos que hacen imposible el cumplimiento de una de las
prestaciones emanadas de un contrato bilateral.
Art. 1550 CC. “El riesgo del cuerpo cierto cuya entrega se deba, es siempre a cargo del
acreedor; salvo que el deudor se constituya en mora de efectuarla, o que se haya
comprometido a entregar una misma cosa a dos o más personas por obligaciones distintas; en
cualquiera de estos casos, será a cargo del deudor el riesgo de la cosa, hasta su entrega.” Esto
se confirma con la regla del Art. 1820 CC: el riesgo es para el comprador.
Si se aplicaran por analogía los Art. 1550 y 1820 CC, resulta que también el riesgo sería
para el acreedor. Pero esta alternativa debe ser rechazada. Los fundamentos de los efectos
particulares de los contratos bilaterales permiten postular que hoy en Chile, sin necesidad de
una reforma legal, el riesgo lo soporta el deudor. Sirven de argumento la
interdependencia de las obligaciones, la doctrina de la causa y la equidad o buena fe.
Lo general es que los unilaterales sean gratuitos, y los bilaterales, onerosos. Pero no es la
regla absoluta.
Ej. Contratos unilaterales onerosos: préstamo de dinero y depósito cuando se faculta al
depositario para usar la cosa en su provecho. Algunos autores añaden el denominado
comodato celebrado en pro de ambas partes y las cauciones otorgadas por terceros a fin
de garantizar obligaciones ajenas cuando dichos terceros se obligan a causa de una prestación
realizada por el deudor principal. En rigor, en estos últimos casos, por mucho que puedan
vislumbrase beneficios (indirectos) para ambas partes, no se aprecia que cada una se grave en
beneficio de la otra, lo cual también es una exigencia para estar frente a un contrato oneroso.
Críticas a la disposición:
1. Adoptar como criterio la equivalencia de las prestaciones recíprocas es una base
doblemente falsa:
a) Supone que el contrato oneroso es siempre bilateral.
b) Equivalencia significa igualdad de dos o más cosas, y en el contrato oneroso las utilidades
que recibe cada parte no son iguales, pues siempre suponen algún grado de incertidumbre que
genera desigualdad. El legislador tolera esta desigualdad; sólo en ciertos casos reacciona
mediante la institución de la lesión enorme.
2. Sugiere que sólo pueden tener carácter conmutativo los contratos onerosos que engendran
obligaciones de dar o hacer. No hay motivo para excluir el no hacer.
3. Incurre en una ambigüedad al decir que en el contrato aleatorio, la equivalencia consiste en
una incertidumbre.
Importancia de la clasificación: hay dos instituciones jurídicas que sólo se aplican a los
contratos conmutativos: lesión enorme y teoría de la imprevisión. Algunos sostienen que
los contratos aleatorios serían mal mirados por el legislador, lo que en realidad sólo resulta
cierto respecto del juego y la apuesta.
Son accesorias las cauciones (Art. 46 CC). Las cauciones se clasifican en:
1. Reales: con una cosa determinada se asegura al acreedor que se le pagará íntegra y
oportunamente la obligación principal.
2. Personales: un nuevo sujeto se compromete a cumplir la obligación si el deudor
principal no lo hace.
Las formalidades objetivas de los contratos solemnes varían según el contrato de que se
trate:
a) Escritura del acto: ya sea en escritura pública (Ej. Compraventa de bienes raíces) o privada
(Ej. Promesa).
b) Autorización o aprobación judicial (Ej. Insinuación en la donación).
c) Presencia de testigos (Ej. Matrimonio).
d) Subinscripción en el Registro Civil (Ej. Capitulaciones matrimoniales).
En el contrato real, quien entrega la cosa se constituye en acreedor de una típica obligación
restitutoria. Si bien el Art. 1443 CC señala que en los contratos reales es necesaria la
tradición, ello es cierto sólo respecto del mutuo, que es título traslaticio de dominio, y en el
cual se debe restituir otro tanto del mismo género y calidad. En los demás contratos reales
(depósito, comodato, etc.), la entrega se efectúa en mera tenencia.
El contrato atípico, de acuerdo al Art. 1545 CC, también es una ley para las partes;
tiene plena fuerza obligatoria. El problema está en determinar la legislación supletoria por la
cual se rigen. El criterio ha sido la asimilación del contrato atípico al contrato o contratos
típicos más parecidos. En consecuencia, las lagunas contractuales en los contratos atípicos se
dirimen por analogía.
1. Contratos de ejecución instantánea o de una sola ejecución: aquellos en los cuales las
obligaciones se cumplen apenas se celebra el contrato que las generó. El contrato nace y
se extingue simultáneamente. Ej. Compraventa de mueble al contado.
Importancia de la clasificación:
1) La nulidad y resolución de los contratos de ejecución instantánea y diferida se producen
con efecto retroactivo. En los contratos de tracto sucesivo, por lo general no es posible borrar
los efectos ya producidos, por lo tanto se entiende que la nulidad y resolución o terminación
sólo operan para el futuro.
2) En el ámbito de los riesgos, el CC, al menos en el supuesto del artículo 1550, pone el
riesgo a cargo del acreedor (si se extingue la obligación de una parte por pérdida de la cosa,
subsiste la obligación correlativa). Tal regla sólo resulta aplicable a los contratos de ejecución
diferida. En los contratos de tracto sucesivo, la extinción de una obligación por imposibilidad
sobrevenida no imputable produce la extinción de la obligación de la contraparte, poniendo
término al contrato.
3) La teoría de la imprevisión se concibe a propósito de los contratos de tracto sucesivo y de
ejecución diferida. Los remedios contemplados son inoperantes respecto de los contratos de
ejecución instantánea.
4) En los contratos de duración indefinida se reconoce a ambas partes la facultad de poner
término al contrato de manera unilateral. Por el contrario, en los contratos de ejecución
instantánea y de ejecución diferida la regla general es que se requiera mutuo acuerdo.
2. Contrato de adhesión o por adhesión: aquel cuyas cláusulas son dictadas o redactadas
por una sola de las partes. La otra se limita a aceptarlas en bloque, adhiriendo a ellas. El
rasgo decisivo de la adhesión se encuentra en el desequilibrio del poder negociador de los
contratantes: el contrato es obra exclusiva del oferente, que dicta el texto de la
convención. El destinatario, siendo el más débil, no puede discutir la oferta y debe
circunscribirse a aceptarla. Además, generalmente no es posible que el destinatario pueda
rehusar a la contratación. La adhesión es conceptualmente independiente de la
contratación masiva, lo que no impide que a menudo vayan aparejadas.
2. Tesis contractual: el contrato por adhesión no tiene una naturaleza jurídica diversa de la de
los contratos libremente discutidos. La voluntad del aceptante es indispensable para la
conclusión del acto jurídico. La adhesión es un modo especial de aceptación. En
consecuencia, la adhesión no es un acto unilateral. Ambos consentimientos tienen
jurídicamente el mismo valor, aunque no participen en las mismas condiciones. Sin embargo,
si tienen un peso diferente, lo lógico es que jurídicamente tengan distinto valor. Al parecer, la
tesis anticontractual fracasó por la excesiva extensión o vaguedad de la idea del contrato de
adhesión. Además, la desigualdad del poder negociador se encuentra, con mayor o menor
amplitud, en todos los contratos. La jurisprudencia chilena, sólo excepcionalmente ha
admitido la autonomía del contrato de adhesión, declarando consecuencias jurídicas
particulares para él. Existen reglas de interpretación contractual que son propias de los
contratos de adhesión:
1) Interpretación contra el redactor. Esta regla está establecida en el Art. 1566 inc. 2º CC,
y es una buena herramienta para atenuar abusos de la adhesión, aunque no soluciona todos los
problemas.
2) Preferencia de la cláusula manuscrita sobre la cláusula impresa. Esta regla no está
directamente establecida en el CC, pero deriva del Art. 1560 CC, pues la cláusula manuscrita
que contradice a una impresa es considerada la genuina expresión de la voluntad común.
Los dos primeros dicen relación con la formación del contrato; los dos últimos, con los
efectos del contrato. Hay un quinto principio, independiente de la autonomía de la voluntad:
la buena fe, que se proyecta sobre todo el íter contractual.
Fundamento filosófico.
● Reposa en la afirmación de la libertad natural del hombre, resultado del racionalismo
que quedó plasmado en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano: la
sociedad debe reconocer al hombre las más amplias garantías individuales, como
expresión de la libertad que le pertenece naturalmente.
● El hombre no puede quedar vinculado por obligaciones en las cuales no ha consentido
y, recíprocamente, toda obligación querida por el hombre debe producir efectos. La
misión del derecho positivo es asegurar a las voluntades el máximo de independencia
que resulte compatible con la libertad ajena.
● El concepto superior de justicia y las consideraciones de solidaridad social son
irrelevantes. Estas ideas, cúspide del individualismo, tienen un vicio esencial: el
desconocimiento de la naturaleza social del hombre. La voluntad del hombre no es un
absoluto. Tampoco es la única fuente de los derechos y obligaciones.
Fundamento económico.
La autonomía de la voluntad es el fruto del liberalismo económico. El contrato garantiza la
justicia y la utilidad social, pues el libre juego de las iniciativas individuales asegura
espontáneamente la prosperidad y el equilibrio económico. Sin embargo, la identidad de lo
contractual con lo justo es una falacia: únicamente en circunstancias de real igualdad entre los
contratantes, podría tal idea tener alguna verosimilitud. Pero la igualdad del hombre, válida
en el terreno de los principios, no corresponde a la práctica. Es igualmente inexacto que la
libertad contractual produzca siempre resultados económicos socialmente útiles.
Los contratos que en Chile se llaman consensuales (no solemnes ni reales) muchas veces
son formales, en cuanto precisan el cumplimiento de alguna formalidad habilitante, de
prueba, de publicidad o convencional.
2. Atenuantes:
a) Formalidades habilitantes: tienen como finalidad brindar protección a los incapaces. Casi
siempre consisten en la necesidad de obtener una autorización. Su omisión es sancionada con
la nulidad relativa.
En Chile sólo existen normas especiales sobre formalidades convencionales (Ej. Art. 1802
CC relativo a la compraventa), pero se pueden pactar en cualquier contrato.
En Chile no está consagrada positivamente. Las legislaciones que la consagran advierten que
no es absoluta, sino que tiene como límites la ley, el orden público y las buenas costumbres.
CAPÍTULO CUARTO:
EL PRINCIPIO DE LA FUERZA. OBLIGATORIA DE LOS CONTRATOS.
Si bien existen semejanzas entre la ley y el contrato, entre las cuales sobresale la
obligatoriedad de ambos, las diferencias son numerosas:
También la transgrede cuando ordena la mantención de una relación contractual que había
expirado a la luz del título convencional. Ej. Prórrogas automáticas de los contratos de
arrendamiento de inmuebles urbanos expirados, los que subsisten durante los plazos de
restitución indicados por la ley. En ambos casos, no se ve tan afectada la obligatoriedad del
contrato. En el primer caso, los hechos trágicos justifican la excepción. En el segundo, son
parte de la ley del contrato.
c) Leyes especiales que modifican los contratos en curso: leyes que se dictan con efecto
retroactivo y que vulneran no sólo la fuerza obligatoria, sino también los derechos adquiridos.
El principio, en el derecho positivo chileno, es que el legislador carece de atribuciones para
modificar los derechos y obligaciones emanados de contratos ya celebrados (Art. 19 N° 24
CPol), pues existe un derecho de dominio sobre los derechos personales: el acreedor es
propietario de los derechos personales derivados del contrato. De acuerdo con la CPol, sólo
se puede ser privado del dominio mediante una ley de expropiación y previo pago de
indemnización.
Además, de acuerdo al Art. 22 LERL, en todo contrato se entienden incorporadas las leyes
vigentes al tiempo de su celebración. Por tanto, las normas legislativas sobre contratos sólo
rigen a los contratos que se celebran después de que entren en vigor. Y aunque esta
disposición sea de carácter legal, ello no implica que el legislador pueda dictar normas
retroactivas sobre contratos, pues se encuentra limitado por el derecho de propiedad, que es
constitucional. Así se ha fallado.
Crítica de la situación privilegiada en que hoy se encuentran los contratos en curso frente al
legislador chileno.
2. Para ser consecuentes con la idea del dominio sobre derechos personales, deberíamos
aceptar también su posesión. Esto es opuesto al sistema del CC, pese a las dudas que levanta
el Art. 715 CC, pues la principal consecuencia de la posesión, la prescripción adquisitiva, no
tiene aplicación respecto de los derechos personales. Además, el Mensaje del CC descarta
dicha posesión.
3. El titular de un derecho personal ejercita las facultades que le corresponden, no porque sea
dueño de una cosa, sino porque es acreedor.
5. Supuesta la propiedad sobre derechos personales, la nueva ley que modifique contratos en
curso no es inconstitucional si las limitaciones impuestas a los acreedores derivan de la
función social de la propiedad. Así lo ha fallado la CS.
En virtud de la fuerza obligatoria del contrato, las partes deben cumplirlo, aunque les resulte
perjudicial. Si los contratos son intangibles para el legislador, lo son también para el juez, que
no puede modificarlos con el pretexto del cambio de las circunstancias existentes al momento
de contratar. El que concluye un contrato asume un riesgo. De este riesgo normal no puede
dispensar nadie sin afectar la seguridad contractual. No puede admitirse la revisión judicial de
los contratos como una institución permanente del derecho positivo, pues la subsistencia
jurídica de un contrato no puede depender de que el obligado se encuentre económicamente
en situación de cumplirlo. La revisión judicial debe quedar limitada a los casos en que la ley
lo ha admitido expresamente.
Para evitar esto, se ha desarrollado la teoría de la imprevisión: estudio de los supuestos bajo
los cuales los jueces estarían autorizados para prescindir de la aplicación del contrato al pie
de la letra, y estudio de las soluciones posibles al desajuste producido, que son
fundamentalmente dos: revisión judicial del contrato y resolución por excesiva
onerosidad sobreviniente.
1. Cláusula rebus sic stantibus: las partes contratan en consideración a las circunstancias
existentes al momento de celebrar el acto, subentendiéndose la cláusula tácita de los
contratantes, en virtud de la cual la intangibilidad del contrato quedaría subordinada a la
persistencia del estado de cosas que existían al momento de la contratación.
Crítica: la cláusula es artificial. Si las partes hubieran querido la posible revisión del
contrato, lo habría dicho. Lo que las partes no estipularon, no puede darse por tácitamente
convenido, salvo que ello sea la real intención de las partes que sea descubierta en un proceso
de interpretación por el juez.
2. Enriquecimiento sin causa: para que proceda la acción, deben concurrir los siguientes
requisitos:
a) Que haya enriquecimiento del demandado y empobrecimiento correlativo del demandante.
b) Que el enriquecimiento carezca de una causa que lo legitime o justifique.
c) Que el actor no tenga otro medio de obtener satisfacción.
d) Que la acción no se interponga para burlar una norma legal imperativa.
3. Doctrina del abuso del derecho: para que exista abuso del derecho deben darse
3 condiciones:
a) Que el hechor cause un daño al ejercer un derecho subjetivo.
b) Que no se trate de aquellos derechos llamados absolutos.
c) Que el ejercicio del derecho sea abusivo.
¿Cuándo ocurre esto?
Todos están de acuerdo en que hay abuso cuando el derecho se ejerce con intención de causar
daño, con dolo. Pero, ¿qué pasa si no hay dolo?
2 posibilidades:
c.1) Hay abuso cuando el derecho se ejerce contrariando la finalidad social o económica en
vista de la cual fue conferido.
Crítica: este criterio es vago e impreciso, pues no siempre se puede apreciar exactamente la
finalidad de cada derecho. Además, abre espacio a la arbitrariedad judicial.
c.2) El abuso del derecho es una especie de acto ilícito, al cual corresponde aplicar las reglas
generales de la responsabilidad civil extracontractual, de la cual el abuso del derecho es una
manifestación concreta.
Crítica: esta tesis quedaría, en consecuencia, fuera de un tema contractual, como es la teoría
de la imprevisión.
Ej. Government take clause, first refusal clause, cláusula del cliente más favorecido, cláusula
de alza y de baja, cláusula de fuerza mayor y cláusula hardship. Cláusula hardship: permite a
cualquiera de las partes exigir una adaptación del contrato si se produce un cambio en las
circunstancias que las llevaron a vincularse, de modo que este cambio le ocasione un rigor
(hardship) injusto.
Terminación anormal o invalidación: por la voluntad de las partes o por causas legales (Art.
1545 parte final CC).
a) Resciliación: convención en que las partes interesadas consienten en dar por nula la
obligación (Art. 1567 inc. 1º CC). Inexactitudes de la disposición:
1) No toda obligación puede extinguirse por resciliación.
2) En ciertas situaciones es posible la resciliación unilateral, por lo que no es una convención.
3) La obligación no se da por “nula”.
b) Causas legales:
las principales son:
1) Nulidad absoluta y relativa.
2) Resolución.
3) Resolución por excesiva onerosidad sobrevenida (derecho comparado).
4) Revocación (acción pauliana).
5) Caso fortuito, cuando se produce la extinción de la obligación correlativa.
6) Muerte de uno de los contratantes (contratos intuito personae).
b) En base a la libertad contractual, los particulares pueden celebrar las estipulaciones que
quieran, bastando que no violen disposiciones de orden público. El resto de la legislación es
supletoria de la voluntad de las partes; es esta voluntad la que configura la ley principal. Si se
sigue el criterio opuesto, los jueces podrían prescindir, en lo regulado por las partes, de las
cláusulas estipuladas y resolver conforme a lo que les parezca más conveniente, pero en lo no
estipulado, quedarían obligados por la ley supletoria. Se haría una diferencia inaceptable
entre los contratantes prolijos que regulan todos los aspectos de su contrato, y aquellos que
sólo regulan lo esencial.
GENERALIDADES.
Principio del efecto relativo de los contratos: los contratos sólo generan derechos y
obligaciones para las partes contratantes que concurren a su celebración, sin beneficiar ni
perjudicar a los terceros.
El principio está consagrado en el mismo artículo 1545, que establece la obligatoriedad del
contrato solamente para las partes. Este principio es otra consecuencia lógica y necesaria del
dogma de la autonomía de la voluntad: si la voluntad es fuente y medida de los derechos y
obligaciones contractuales, sólo lo es a condición de que haya voluntad.
Sin embargo, la declinación de este principio, en el derecho contemporáneo, surge desde dos
vías:
1. Excepciones al efecto relativo: casos en que un contrato crea derechos u obligaciones para
un tercero absoluto.
2. Efecto expansivo o efecto absoluto de los contratos: indirectamente, los contratos pueden
beneficiar o perjudicar a personas que no revisten el carácter de partes.
Causahabientes a título singular: quienes suceden a una persona, por acto entre vivos o
mortis causa, en un bien específicamente determinado, y no en la totalidad de su patrimonio o
cuota de él.
Según la mayoría de la doctrina, les afectan los contratos celebrados por el causante, sobre la
cosa específica de que se trate, antes de que se le transfiera o transmita; se les debe tener
como partes. Pero los ejemplos que se plantean dicen relación con la constitución de los
derechos limitativos del dominio, que el causahabiente debe respetar por el efecto erga omnes
de los derechos reales. La cuestión reviste interés cuando se trata de derechos personales que
limitan los poderes del causante sobre la cosa. De acuerdo a la teoría de las obligaciones
ambulatorias o propter rem, también afectan a los causahabientes.
Obligaciones ambulatorias: aquellas cuyo sujeto pasivo es variable, de modo que el rol de
deudor lo asume quien se encuentre en la posición jurídica de dueño de la cosa. Pasan al
causahabiente junto con el dominio. En la legislación chilena, hay situaciones en que la
obligación personal pasa al sucesor junto con el dominio. Ej. Obligación de pagar gastos
comunes en la propiedad horizontal. En otras ocasiones, es el contrato completo el que se
traspasa al causahabiente.
El problema subsiste en las hipótesis no previstas por el legislador. Parece que el principio es
que las obligaciones contraídas por el causante no empecen al causahabiente singular. Éste
último puede sostener que la obligación le es inoponible.
Acreedores de las partes: son terceros absolutos en los contratos que su deudor celebre con
otras personas. Pero, indirectamente, son alcanzados por el efecto expansivo o absoluto de los
contratos. Pueden impugnar los contratos que el deudor celebre en perjuicio de ellos.
Art. 1449 CC. “Cualquiera puede estipular a favor de una tercera persona, aunque no tenga
derecho para representarla; pero sólo esta tercera persona podrá demandar lo estipulado; y
mientras no intervenga su aceptación expresa o tácita, es revocable el contrato por la sola
voluntad de las partes que concurrieron a él. Constituyen aceptación tácita los actos que sólo
hubieran podido ejecutarse en virtud del contrato.”
En la estipulación por otro intervienen 3 personas: estipulante y prometiente, que son quienes
celebran el contrato, y el tercero que recibe el beneficio.
Críticas:
1) El crédito contra el prometiente inicialmente ingresa al patrimonio del estipulante, por lo
que podría ser embargado por sus acreedores.
2) La cesión a título gratuito podría ser invalidada, a posteriori, a iniciativa de los herederos
del estipulante, por la acción de inoficiosa donación.
3) La oferta caduca por muerte o incapacidad del oferente. Si el estipulante muere antes de la
aceptación del tercero, no es posible consolidar la operación.
b) Teoría de la gestión de negocios ajenos: el estipulante obra como gestor de los negocios
del tercero, como agente oficioso. Por la aceptación del tercero, se transforma
retroactivamente la operación cuasicontractual en un contrato de mandato. El beneficiario es
parte, no tercero.
Crítica:
la teoría es ficticia porque:
1) El estipulante actúa a nombre propio, no como agente oficioso.
2) Faltan dos elementos de la agencia oficiosa:
i) El interesado en la gestión debe cumplir las obligaciones contraídas por el agente si
éste ha administrado bien el negocio (Art. 2290 CC).
ii) El agente, después de iniciada la gestión, está obligado a proseguirla (Art. 2289
CC). El estipulante puede revocar la estipulación de común acuerdo con el
prometiente, mientras no acepte el tercero.
Críticas:
1) Es dudoso que el derecho chileno acoja la declaración unilateral como fuente de las
obligaciones.
2) Desconoce el contrato que media entre estipulante y prometiente.
3) No explica por qué es necesaria también la voluntad del estipulante para revocar la
estipulación.
Esto no es una excepción al principio del efecto relativo, ya que el contrato no crea ningún
derecho, y menos una obligación a cargo del tercero absoluto. El único que resulta obligado
es el prometiente, que se compromete a obtener que otra persona acepte efectuar la prestación
en favor del acreedor. Lo que el deudor promete es un hecho propio. Si el prometiente
fracasa en cumplir su obligación de hacer, debe indemnizar al acreedor por los perjuicios que
se deriven del incumplimiento.
Si el tercero acepta y después no cumple, se aplican las reglas de los efectos de las
obligaciones entre acreedor y tercero, sin que el acreedor pueda demandar al prometiente, a
menos que éste se hubiera obligado solidaria o subsidiariamente, o a través de otra caución.
Crítica: la agencia oficiosa crea obligación para el interesado si el negocio ha sido bien
administrado (criterio objetivo, Art. 2290 CC). En la promesa de hecho ajeno, todo depende
de la voluntad del tercero (criterio subjetivo).
Crítica: el Art. 1536 inc. 2º CC, referido a la cláusula penal, señala que la obligación puede
no tener efecto por falta de “consentimiento”. En consecuencia, la promesa de hecho ajeno
implica, para su eficacia, un acuerdo de voluntades, y no la voluntad aislada del deudor.
3) Es más simple admitir que la fuente de la obligación del tercero es la ley.
En cuanto el contrato es un hecho, que como tal existe para todos, en sus efectos reflejos
puede alcanzar a terceros absolutos: no para crear directamente un derecho o una obligación
en el patrimonio de ellos, sino en cuanto es factible invocar, o formular una pretensión basada
en el contrato ajeno. Esto es lo que se llama efecto absoluto, expansivo, indirecto o reflejo de
los contratos.
No hay propiamente una excepción al principio del efecto relativo, pues no surge un derecho
u obligación para el tercero. Los contratos, sin perjuicio de los derechos personales o
obligaciones correlativas que generan para las partes, por sí mismos constituyen una situación
de hecho que tiene vigencia erga omnes.
BUENA FE SUBJETIVA:
Es la convicción interna o psicológica de encontrarse el sujeto en una situación jurídica
regular, de actuar conforme a derecho, aunque objetivamente no sea así; aunque haya error.
Por tanto, la buena fe es una noción justificativa del error.
Casos:
1) Posesión de buena fe (Art. 706 inc. 1º CC).
2) Matrimonio putativo (Art. 51 LMC).
3) Pago de lo no debido (Arts. 2300 y ss. CC).
4) En materia de contratos: pactos de irresponsabilidad por el saneamiento (Arts. 1842 y 1859
CC), renuncia del socio (Art. 2110 CC) y acción pauliana (Art. 2468 CC).
BUENA FE OBJETIVA:
Es la que más interesa en el ámbito de los contratos.
Art. 1546 CC. “Los contratos deben ejecutarse de buena fe, y por consiguiente obligan no
sólo a lo que en ellos se expresa, sino a todas las cosas que emanan precisamente de la
naturaleza de la obligación, o que por la ley o la costumbre pertenecen a ella.”
Como el estándar de la buena fe tiene valor normativo, no sólo por estar consagrada
legalmente en el ordenamiento, sino por autorizar al tribunal para determinar los efectos
jurídicos del contrato, resulta que su aplicación configura una cuestión de derecho. La
decisión es susceptible de ser revisada por vía de casación en el fondo.
El incumplimiento de estos deberes puede configurar dolo. Pero aun sin dolo, cuando se
violan negligentemente los deberes de información, debe remediarse lo hecho a través de una
indemnización por culpa in contrahendo. Esto dice relación con la responsabilidad
precontractual.
Hay otros deberes precontractuales que pueden depender de la buena fe objetiva. Así, el
deber de interrumpir las tratativas para quien advierte que no está en situación de concluir un
contrato válido, o el deber de reserva respecto de las informaciones adquiridas.
Conclusión.
El principio de la buena fe es un instrumento morigerador de la autonomía de la voluntad en
materia contractual, ya que permite, cuando corresponda, apartarse del tener literal del
contrato, ya sea ampliándolo o restringiéndolo, en virtud de las circunstancias propias del
caso. La buena fe objetiva permite equilibrar la fuerza obligatoria del contrato con los
requerimientos de la justicia.
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I. GENERALIDADES.
Origen y desarrollo de la teoría del acto jurídico.
La teoría del acto jurídico tiene sus primeros desarrollos en la pandectística alemana de
inicios del siglo XIX, bajo el rótulo, conviene aclarar, de teoría del negocio jurídico.
Especialmente importante a este respecto es la obra de Savigny, que cimentó la referida teoría
sobre la base de la autonomía privada, esto es, la facultad o poder que el derecho reconoce a
los sujetos para regular sus propios intereses mediante determinados actos que respeten
ciertos límites.
En general, la teoría del acto jurídico pretende identificar y explicar los elementos comunes a
actos tan diversos como un contrato de compraventa y un testamento. En este sentido, la
teoría del acto jurídico busca perfilar científicamente el conjunto de reglas y principios
aplicables a todo acto jurídico.
El punto de partida es, justamente, reconocer que se trata de actos voluntarios. Luego, se
añade que estos actos persiguen un propósito determinado (v.gr., disposición de bienes en el
testamento; necesidad de intercambiar bienes en la compraventa) y que, además, producen
efectos jurídicos, esto es, la adquisición, modificación o extinción de derechos y deberes
jurídicos.
Los actos que tienen estas características (voluntad, propósito determinado y eficacia
jurídica) son los actos jurídicos.
Frente a los hechos jurídicos naturales, que cobran existencia sin el concurso de la persona,
están los hechos jurídicos humanos. Estos pueden definirse en un sentido amplio como los
hechos realizados por la persona, por lo general en forma voluntaria, y a los cuales el
ordenamiento jurídico atribuye o reconoce consecuencias o efectos jurídicos.
c) La manifestación de voluntad produce los efectos queridos por el autor o por las partes
porque el derecho la sanciona. La causa eficiente de los efectos del acto jurídico o
antecedente generador de los mismos proviene de la voluntad y la ley: los efectos del acto
jurídico derivan en forma inmediata de la voluntad del autor o de las partes, y en forma
mediata de la ley, que permite la libertad jurídica, cuya expresión es el poder jurídico, la
facultad de los particulares para crear las relaciones jurídicas.
En la misma línea, Rodrigo Barcia, siguiendo a Henry Capitant, define el acto jurídico como
“la manifestación de voluntad formada con la intención de producir efectos jurídicos”. Con
todo, conviene recordar que para él los efectos pueden consistir en crear, modificar, transferir,
transmitir o extinguir una relación jurídica.
Clasificación:
1. Comunes o generales: no pueden faltar en ningún acto jurídico. Son la voluntad, el objeto y
la causa. (Nota útil: es un típico error del estudiante agregar las solemnidades exigidas para la
existencia; esto no podría ser así pues no todo acto jurídico requiere solemnidad para su
existencia. Si bien voluntad, objeto y causa, en tanto son elementos esenciales, son también
requisitos de existencia, las solemnidades se exigen para determinados actos jurídicos, siendo
requisito de existencia sólo de tales actos).
Artículo 1444. “(…) Son de la esencia de un contrato aquellas cosas sin las cuales o no
produce efecto alguno, o degenera en otro contrato diferente;…”
Artículo 1445. “Para que una persona se obligue a otra por un acto o declaración de voluntad
es necesario:…”
De los requisitos enumerados por la disposición, sólo son esenciales la voluntad, el objeto y
la causa. Desde la perspectiva de Víctor Vial, la capacidad, la voluntad sin vicios, el objeto
lícito y la causa lícita no son esenciales, pues si faltan, el acto produce sus efectos, pero puede
ser anulado.
La doctrina más contemporánea, liderada en esta materia por Lilian San Martín, Jorge
Baraona, Jaime Alcalde y Patricia López, entienden que si un acto adolece de objeto ilícito,
causa ilícita o es celebrado por un incapaz absoluto, éste no produce efectos, pues en su
visión la nulidad absoluta opera de pleno derecho.
B) Elementos de la naturaleza o naturales.
No existen realmente elementos naturales del acto jurídico, sino efectos naturales. Por lo
demás, el Código Civil no dice “elementos”, sino “cosas”.
Artículo 1444. “(…) son de la naturaleza de un contrato las que no siendo esenciales en él, se
entienden pertenecerle, sin necesidad de una cláusula especial;…”
Las partes, en virtud de su autonomía privada, pueden eliminarlas sin alterar la esencia del
acto jurídico. Ej. En la compraventa, es de la naturaleza la obligación de saneamiento de la
evicción y de los vicios redhibitorios. En los contratos bilaterales, es de la naturaleza la
condición resolutoria tácita.
Con todo, si bien en teoría las partes pueden substraer del contenido de un acto jurídico las
cosas que son de naturaleza, tratándose de contratos de adhesión regidos por la ley 19.496
(LPDC) la substracción que realice el predisponente no puede ser contraria a la buena fe y
generar, en perjuicio del adherente, un desequilibrio importante, pues si así fuese se estaría
vulnerando el orden público de protección que establece tal ley y la cláusula en cuestión sería
nula por abusiva (art. 16 letra g) LPDC).
C) Elementos accidentales.
Artículo 1444. “(…) y son accidentales a un contrato aquellas que ni esencial ni naturalmente
le pertenecen, y que se le agregan por medio de cláusulas especiales.” Las partes, en virtud de
la autonomía privada, pueden agregarlas al acto jurídico sin alterar su naturaleza. Pueden
referirse a su existencia o eficacia.
La capacidad legal de una persona consiste en poderse obligar por sí misma, y sin el
ministerio o la autorización de otra.
Como se aprecia, nuestro Código Civil no distingue expresamente entre requisitos de
existencia y validez, sino que es nuestra doctrina la que elabora tal distinción.
A) Requisitos de existencia.
Son requisitos de existencia aquellos indispensables para que el acto jurídico nazca a la vida
del Derecho. Si faltan el acto no produce efecto alguno, circunstancia que, para los
partidarios de la inexistencia, implica inexistencia, y, para quienes no creen que ésta
constituya una sanción de ineficacia, nulidad absoluta.
B) Requisitos de validez.
Son necesarios para que el acto jurídico tenga una vida sana y produzca sus efectos en forma
estable.
Según Vial, la omisión de requisitos de validez no impide que el acto nazca, pero nace
enfermo, con un vicio que lo expone a morir si es invalidado. Aunque no lo declare
expresamente, Vial identifica la nulidad con la anulabilidad, pues su formulación da a
entender que el acto es válido o se mira como válido mientras no se declare la nulidad por
sentencia judicial firme.
Cierto sector incipiente de la doctrina, encabezado en esta materia por Jorge Baraona, Lilian
San Martín, Jaime Alcalde y Patricia López, critica esta manera de explicar el fenómeno
jurídico, arguyendo que debe distinguirse. En caso de objeto ilícito, causa ilícita, incapacidad
absoluta o la omisión de un requisito o formalidad que la ley exige para el valor del acto
según su especie o naturaleza, el acto se mirará automáticamente como nulo
absolutamente, pues esta sanción está dada por la ley, siendo la sentencia judicial que
eventualmente la constate meramente declarativa, no constitutiva. El acto, por tanto, es nulo
originaria y radicalmente, desde el momento mismo en que se ha
omitido un requisito o formalidad que la ley prescribe para su valor.
En el caso de la nulidad relativa, en cambio, en atención a que sólo está implicado el interés
privado, tendría más sentido hablar de anulabilidad, reputándose como válido el acto mientras
no exista una sentencia que declare lo contrario.
Son requisitos de validez: la voluntad exenta de vicios, el objeto lícito, la causa lícita, la
capacidad y, en ciertos casos, algunas formalidades (por ejemplo, la insinuación en la
donación o la presencia de testigos para el otorgamiento de un testamento).
Clasificaciones de los actos jurídicos.
A) Atendiendo al número de partes cuya voluntad es necesaria para que el acto jurídico se
perfeccione:
1. Unilaterales: requieren la manifestación de voluntad de una sola parte.
a) Simples: emanan de la voluntad de una sola persona.
b) Colectivos: constituidos por dos o más declaraciones de voluntad que, teniendo un
mismo contenido y persiguiendo un mismo fin, se suman sin fundirse para formar la
expresión de la voluntad colectiva (por ejemplo, acuerdos de asamblea de
copropietarios). Generalmente son actos en que, ya sea por ley, estatuto, reglamento,
etc., se exige determinado quorum.
c) Complejos: constituidos por dos o más declaraciones de voluntad que, teniendo un
mismo contenido y persiguiendo un mismo fin, se unen y funden en una sola
manifestación para formar la expresión de una voluntad única y unitaria (por ejemplo,
la declaración concorde de varios comuneros de enajenar la cosa común).
Autor: persona cuya voluntad es necesaria para dar nacimiento al acto jurídico unilateral.
Partes:personas que, teniendo intereses contrapuestos, se ponen de acuerdo para dar
nacimiento a un acto jurídico bilateral. No deja de ser unilateral un acto jurídico por requerir
en algunos casos, para producir sus plenos efectos, la manifestación de voluntad de otra
persona. Ej. En materia civil y comercial, la oferta requiere de la aceptación para que
produzca plenos efectos (en las de consumo, en cambio, la oferta produce efectos desde que
se emite, pues el proveedor está obligado a respetarla. artículo 12 LPDC). Asimismo, en el
testamento la sola voluntad del testador basta para dar vida a dicho acto jurídico; sin
embargo, para que ese acto jurídico produzca la plenitud de sus efectos será necesario que el
asignatario testamentario, una vez muerto el causante, manifieste su voluntad de aceptar la
asignación.
Los artículos 1437 y 1438 del Código Civil hacen sinónimos los términos convención y
contrato. Tradicionalmente, se ha criticado esta asimilación, pues se entiende que entre
los términos convención y contrato existe una relación de género a especie: la
convención es un acto jurídico bilateral que crea, modifica o extingue derechos y
obligaciones, en tanto que el contrato es una convención que crea derechos y
obligaciones.
El artículo 2284 se refiere derechamente a la convención como fuente de las obligaciones.
B) Atendiendo a si el acto jurídico para producir sus efectos requiere o no la muerte del
autor o de una de las partes:
1. Entre vivos: no requieren naturalmente la muerte del autor o de una de sus partes. Es la
regla general de los actos jurídicos.
2. Por causa de muerte: requieren la muerte del autor o de una de sus partes. Ej. Testamento
(artículo 999), mandato destinado a ejecutarse después de la muerte del mandante (artículo
2169).
Modalidades: elementos (por regla general, accidentales) que alteran los efectos normales de
un acto jurídico. Las principales son la condición, el modo y el plazo. La doctrina agrega la
representación, la solidaridad, la alternatividad y la facultatividad.
Para que la voluntad produzca efectos jurídicos debe cumplir dos requisitos
copulativos:
a) Manifestarse.
b) Ser seria.
La manifestación de voluntad.
A) Manifestación de voluntad expresa: Se realiza a través de una declaración en términos
explícitos y directos, contenida en palabras (orales o escritas) o incluso en gestos o
indicaciones. No es posible concebir una declaración sin un destinatario.
La claridad es un deber del declarante. Este principio es acogido por el Código Civil en las
reglas de interpretación de los contratos:
Artículo 1566. “(…) Pero las cláusulas ambiguas que hayan sido extendidas o dictadas por
una de las partes, sea acreedora o deudora, se interpretarán contra ella, siempre que la
ambigüedad provenga de la falta de una explicación que haya debido darse por ella.”
El silencio:
Se discute si puede o no atribuirse al silencio el significado de una manifestación de voluntad.
La regla general es la negativa, pero excepcionalmente puede tener el valor de una
manifestación de voluntad.
A) La ley puede atribuir al silencio el valor de manifestación de voluntad:
Ej. Asignatario constituido en mora de declarar si acepta o repudia la herencia, se entiende
que repudia (artículo 1233), personas que por su profesión u oficio se encargan de negocios
ajenos, transcurrido un término razonable desde que se les hace el encargo, su silencio se
mira como aceptación (artículo 2125).
LA AUTONOMÍA PRIVADA:
Autonomía privada: facultad o poder que la ley reconoce a los particulares para regular sus
intereses, actuando según su propio juicio y responsabilizándose por las consecuencias de su
comportamiento.
El acto que infringe cualquiera de las dos, se sanciona con la nulidad absoluta.
e) En cuanto a los actos jurídicos innominados, estos no pueden ser arbitrarios o caprichosos,
en el sentido de no perseguir un fin práctico, pues no serían merecedores de tutela jurídica.
● Así, ha surgido el contrato dirigido: intervención del Estado en los contratos de los
particulares, a fin de evitar que una de las partes se aproveche de la inferioridad o
debilidad de la otra o de la desigualdad de condiciones en que contratan. Ej. Contrato
de trabajo.
Ahora bien, si entendemos la autonomía privada como “la facultad o poder que la ley
reconoce a los particulares para regular sus intereses, actuando según su propio juicio y
responsabilizándose por las consecuencias de su comportamiento”, debemos reconocer que la
libertad se encuentra intrínsecamente unida a la autonomía privada.
De ahí que la LPDC, con el propósito de fortalecer la libertad –al menos la de conclusión- de
los consumidores (art. 1 inc. 2 N°1), imponga a los proveedores (art. 1 inc. 2 N°2) deberes
de información. Tales deberes de información deben cumplirse, sobre todo, en las tratativas
preliminares, de manera de fortalecer la autonomía privada de los consumidores y que éstos
decidan contratar con aquellos proveedores que les ofrecen las mejores condiciones.
Oferta: Acto jurídico unilateral por el cual una persona propone a otra celebrar una
determinada convención. La oferta debe ser completa y seria. Que sea completa significa
que debe formularse en términos tales que baste con la simple aquiescencia de la persona a
quien la oferta se dirige para que la convención se perfeccione.
Si el contrato es nominado, es completa la oferta que contiene los elementos esenciales del
contrato propuesto. Si no contiene estos elementos, la oferta es incompleta. Con ella lo que se
pretende es establecer una negociación preliminar.
La respuesta del destinatario formulando, a su vez, otra oferta, se llama contraoferta. Por otra
parte, que la oferta sea seria significa que debe ser formulada por el proponente con el ánimo
de quedar vinculado por ella.
Clasificación de la oferta.
A) Oferta expresa: Está contenida en una declaración, en la cual el proponente, en
términos explícitos y directos, revela su intención de celebrar una determinada
convención.
Puede ser:
1. Verbal: se manifiesta con palabras o gestos que hagan inequívoca la proposición de
celebrar una convención.
2. Escrita: se hace a través de la escritura.
B) Aceptación tácita:
Se desprende de un comportamiento que revela inequívocamente la aceptación.
D) Aceptación condicionada:
El destinatario de la oferta le introduce modificaciones o sólo se pronuncia parcialmente. Esto
importa una contraoferta (artículo 102 Código de comercio).
B) Aceptación en término oportuno: Debe manifestarse la aceptación dentro del plazo legal
o dentro del plazo señalado por el oferente. Si el oferente no ha señalado plazo, hay que
distinguir:
(i) Si la oferta es verbal: la aceptación debe darse en el acto de ser conocida por el
destinatario (artículo 97 del Código de Comercio).
(ii) Si la oferta es escrita: hay que distinguir nuevamente (artículo 98 Código de Comercio):
(ii.i) Si el destinatario reside en el mismo lugar que el oferente: la oferta debe aceptarse
dentro del plazo de 24 horas.
(ii.ii) Si el destinatario reside en un lugar distinto: debe aceptar “a vuelta de correo”. Si bien
la RAE entiende la expresión “a vuelta de correo” como “correo inmediato, sin perder día”,
lo cierto es que el legislador no ha dado una definición. Por ello, la Corte Suprema ha
declarado que debe quedar entregado a la prudente apreciación de los falladores de la
instancia resolver, en cada caso, si la propuesta hecha por escrito fue aceptada dentro de aquel
término.
LA REGLA DE LA INMEDIATEZ:
A este respecto, a fin de otorgar un criterio que permita al juez definir en qué momento debe
ser aceptada la oferta, la doctrina ha desarrollado la regla de la inmediatez, conforme a la cual
tan pronto se tenga conocimiento de la oferta, debe pronunciarse la aceptación.
Vencidas estas oportunidades, la oferta se tiene por no hecha. Con todo, el oferente está
obligado a comunicar al aceptante que su aceptación ha sido extemporánea (artículo 98
Código de Comercio).
La aceptación no se presume, pero una vez probada, se presume que se ha dado dentro
de plazo, a menos que se pruebe lo contrario.
Una vez perfeccionado el contrato, el proveedor estará obligado a enviar confirmación escrita
del mismo. Ésta podrá ser enviada por vía electrónica o por cualquier medio de comunicación
que garantice el debido y oportuno conocimiento del consumidor, el que se le indicará
previamente. Dicha confirmación deberá contener una copia íntegra, clara y legible del
contrato.
Si bien el artículo 1451 habla de vicios del consentimiento, lo cierto es que más bien
debiese hablarse de vicios de la voluntad; en efecto, por un lado, los vicios pueden afectar
perfectamente a la voluntad del autor de actos jurídicos unilaterales; y, por el otro, incluso en
los actos jurídicos bilaterales, los vicios inciden en la voluntad de quien los experimenta.
Los vicios de la voluntad pueden definirse como aquellas circunstancias o elementos que
impiden que la voluntad se manifieste de forma libre e informada.
En principio, en el contexto de los actos jurídicos bilaterales, las partes deben, por sí mismos,
proveerse esta información, de manera que, si una de estas incurre en una falsa representación
de la realidad por su propia negligencia, no podría solicitar la declaración de nulidad. No
obstante, ya sea razón de un deber legal específico o del genérico deber de comportarse de
buena fe, si una de las partes se encuentra en una mejor posición, es decir, tiene un
conocimiento más acabado respecto a la naturaleza del negocio que se pretende celebrar o
mayor acceso a ese conocimiento, entonces ella deberá suministrar información suficiente a
la otra parte a fin de que ésta también conozca adecuadamente los alcances del negocio. De
ahí que el cumplimiento de los deberes de información que establezca la ley o que
emanen de la buena fe tienda a excluir hipótesis de error o dolo. Por el contrario, la no
entrega de información o la entrega de información deficiente, en aquellas hipótesis en que
esta debe ser suministrada por una de las partes, puede configurar, según los casos, una
hipótesis de error o dolo.
ERROR:
Tradicionalmente se ha definido el error como la falsa representación de la realidad, ya sea
por ignorancia o equivocación. Esta falsa representación puede referirse tanto a la
realidad jurídica como material; no obstante, como veremos oportunamente, nuestro
Código Civil contempla como vicio del consentimiento solamente al segundo.
En palabras de Reveco y Martinic, “para que una persona emita una declaración de voluntad
por la cual se obliga, se representa una determinada realidad, es decir, valora o mide las
circunstancias que le rodean. Lo general, será que la representación que ella efectúa de la
realidad sea la adecuada o la más cercana a dicha realidad, pero bien puede ocurrir que su
representación de la realidad no sea la correcta, es decir, que se equivoque, o bien que ignore
determinados hechos.”
Equivocación e ignorancia.
Quien ignora algo no tiene noción de una cosa; quien se equivoca tiene una noción, pero
errada. Cualquiera de estos dos conceptos puede configurar el error. La duda excluye al error,
pues en ella el sujeto tiene conciencia de que su representación de la realidad puede ser falsa,
y ella no lo inhibe para actuar. Sin embargo, según Vial del Río, existen ciertos actos
jurídicos en los cuales subyace una duda objetiva, la cual no excluye el campo de aplicación
del error. Así ocurriría, según el autor, tratándose de contratos que versen sobre obras de arte,
en que, aunque pueda comprobarse la realidad a través diversos medios -como, por ejemplo,
informes periciales-, subsiste un grado de incertidumbre, inherente a la calidad de la cosa que
constituye el objeto de la declaración.
El error es un vicio del conocimiento. El error, en tanto implica una falsa representación de
la realidad, es un vicio del conocimiento, más que del consentimiento.
El primero señala que no puede alegar nulidad absoluta aquél que ha conocido o debido
conocer el vicio; si bien la norma se refiere a la nulidad absoluta, la ratio que subyace al
artículo 1683 también podría predicarse respecto a la nulidad relativa (recordemos que el
error se sanciona con nulidad relativa).
La segunda disposición, ubicada a propósito de los requisitos de la posesión regular, establece
que un justo error en materia de hecho no se opone a la buena fe; que el error sea justo
significa que es excusable, esto es, que no se debe a propia negligencia. Determinar
cuándo un error es excusable o inexcusable es una cuestión de hecho, de modo que serán los
jueces del fondo los que deberán establecer, atendido el mérito de la actividad probatoria, la
existencia de este o no.
Clases de error.
Hay dos clases: error de derecho y error de hecho.
Error de hecho: falsa representación que se tiene, por ignorancia o equivocación, de una
cosa, de un hecho o de una persona.
Las hipótesis de error constituyen una discrepancia entre lo querido y lo declarado. Sin
embargo, en el error obstativo u obstáculo, no se produce esta discrepancia, sino que los
planteamientos de las partes son diametralmente opuestos e imposibles de conciliar
(porque no están de acuerdo en el contrato que se celebra o en el objeto del contrato): no hay
acuerdo de voluntades.
El error de derecho.
Artículo 1452. El error sobre un punto de derecho no vicia el consentimiento. Esto es
consecuencia lógica de la ficción legal que supone que las normas jurídicas son conocidas por
todos (artículo 8). Más aún, el artículo 706 presume la mala fe de quien alega error sobre un
punto de derecho en materia posesoria. Así, el sujeto no puede sustraerse de las
consecuencias de su declaración alegando que su voluntad está viciada por ignorancia o falso
concepto de una norma jurídica.
En derecho comparado la tendencia ha sido admitir al error de derecho como vicio del
consentimiento, siempre y cuando sea excusable y determinante. Así, por ejemplo, el
Código Civil italiano de 1942, declara que el error de derecho vicia el consentimiento sólo
cuando ha sido la razón única, o, al menos la principal del contrato (art. 1429, Nº 4 Código
Civil Italiano).
El error de hecho.
En las hipótesis de error de hecho relevante, el legislador requiere no sólo que se den los
supuestos de hecho previstos en la norma, sino también que el error haya sido determinante
para la actuación del sujeto. En el Código no se distingue entre error vicio y error obstáculo,
pues considera a este último un vicio del consentimiento.
En la misma línea exegética, el artículo 1454 dice que “el error de hecho vicia asimismo el
consentimiento”, lo que refuerza la idea de que el artículo 1453, en las dos hipótesis que
contempla, regula al error como vicio del consentimiento. Además, se argumenta que este
error sólo perjudica al interés particular de los contratantes y no al interés general de la
sociedad, por lo que la sanción debiese ser únicamente la nulidad relativa.
El error sustancial.
El artículo 1454 inc. 1° regula la hipótesis en que la víctima del error atribuye a la cosa objeto
del acto o contrato una sustancia o calidad esencial que en realidad no tiene.
Sustancia: materia concreta que constituye una cosa, lo que supone un concepto
estrictamente objetivo y materialista.
Por un lado, hay quienes siguen un criterio objetivo (Avelino León Hurtado, Corte Suprema),
recurriendo al estándar de una persona media razonable; si, atendido este estándar, puede
exigirse que determinada cosa posea una calidad particular, entonces dicha calidad es esencial
y las demás, por exclusión, son todas accidentales. Lo anterior no obsta a que el estándar de
una persona media deba aplicarse considerando las circunstancias particulares y las
características del negocio; en otras palabras, que una calidad sea esencial se aprecia en
abstracto pero se determina en concreto.
Otro sector de la doctrina disiente de la conclusión anterior, arguyendo que para determinar
qué se entiende por calidad esencial habrá que atender siempre a la intención de las partes
(Vial del Río). El problema de esta tesis es que, dado que atiende a la intención de las partes,
permite una confusión entre calidad esencial y calidad accidental determinante (artículo 1454
inciso 2). Además, atenta contra la seguridad jurídica. Cualquiera sea la tesis que se siga, no
es frecuente que las partes dejen expresamente establecido qué constituye para ellas la
calidad esencial, por lo que corresponde al juez determinarla, atendiendo a las
circunstancias del caso concreto.
Labor del juez cuando se alegare por una de las partes en un contrato que ha sido víctima de
error sobre las calidades o cualidades de una cosa.
a) Debe deducir cuáles serían las cualidades de la cosa que la mayoría de las personas, en
esas mismas circunstancias, considerarían esenciales y determinantes para contratar, en
términos tales que, de conocer que faltaban, se habría abstenido de contratar.
b) Si se produce una coincidencia entre la apreciación que hace la víctima y la deducción del
juez, deberá rescindir el contrato, a menos que la parte en contra de la cual se declare la
rescisión pruebe que el error no fue determinante para su contraparte.
c) Del proceso deductivo surge, por exclusión, el concepto de calidad accidental, respecto del
cual existe una presunción contraria: no es, por regla general, el motivo principal para
contratar, por tanto, la víctima deberá probar que esa calidad no esencial fue el principal
motivo.
Error en la cantidad.
Como explica Juan Andrés Orrego, un caso no resuelto expresamente en las normas relativas
al error de hecho, es el que se refiere a la cantidad o número de cosas objeto del contrato. No
parece posible incluir esta hipótesis en el artículo 1453, pues el error no recae en la identidad
de una cosa específica, sino en el número de cosas de cierta clase, es decir, determinadas sólo
por su género. Podríamos entender, tentativamente, que este error quedaría comprendido
en el artículo 1454, si admitimos que una cualidad esencial de la cosa es su cantidad o
número, cuando las cosas están determinadas sólo por su género. Por ello, también habría
error substancial si una parte entendió comprar un caballo, y la otra creyó que vendía 10
caballos. Al respecto, cabe recordar el ejemplo propuesto por Rudolf von Ihering, al formular
su teoría de la “culpa in contrahendo”.
Con todo, el tenor del citado artículo 2216, en las normas del depósito, podría esgrimirse en
contra de la tesis que admite este error como sancionable con nulidad, cuando recae en el
número o cantidad de cosas. Ello porque en el precepto citado se distingue claramente entre
“calidad” y “cantidad”.
Si no son lo mismo, resulta difícil incluir la segunda expresión dentro de la primera. Pero
también podría contra-argumentarse señalando que si el artículo se preocupó de dejar en claro
que el error en la cantidad de la cosa depositada no invalida el contrato de depósito, es porque
por regla general, un error de esta clase sí daría derecho a demandar la nulidad de otro
contrato, por ejemplo de compraventa.
Error en la persona.
Quien sufre este error yerra en la identidad de una persona o en alguna de sus cualidades
personales. Este error es, por regla general, irrelevante (artículo 1455). Excepcionalmente,
cuando el acto se celebra en consideración a una persona determinada, es determinante y
reviste carácter esencial: actos intuitu personae. Esto es lo que sostiene la doctrina
tradicional. Ej. Actos de familia que se suponen celebrados en consideración a persona
determinada. Los actos patrimoniales, por regla general, no son intuitu personae, salvo
en el caso de los contratos gratuitos que se suponen celebrados en atención a persona
determinada (como la donación) y los onerosos que importan confianza en una persona
específica (como el mandato).
La doctrina moderna es más amplia: será preciso demostrar en cada supuesto que el error en
la persona ha sido esencial y determinante del consentimiento. En los contratos basados
sustancialmente en el intuitu personae, normalmente no será necesario probar la esencialidad,
por la índole del contrato. Cualidades personales: notas o caracteres objetivos de índole
estable o permanente que configuran la personalidad.
Tanto el error en la persona física como en sus cualidad personales son de gran importancia
en el matrimonio, como lo confirma el artículo 8 N° 2 de la Nueva Ley de Matrimonio Civil,
que establece: “Falta el consentimiento libre y espontáneo en los siguientes casos: 1º Si ha
habido error acerca de la identidad de la persona del otro contrayente; 2º Si ha habido error
acerca de alguna de sus cualidades personales que, atendida la naturaleza o los fines del
matrimonio, ha de ser estimada como determinante para otorgar el consentimiento”.
Ej. La asignación que pareciera motivada por error de hecho, quedando claro que sin el error
no habría tenido lugar, se tendrá por no escrita (artículo 1058). El error en el nombre o
calidad del asignatario testamentario no vicia la disposición si no hubiera duda acerca
de la persona (artículo 1057). La aceptación de una herencia puede rescindirse por lesión,
que supone siempre un error: el aceptante debe ignorar que por disposiciones testamentarias
de que no tenía noticia al momento de la aceptación el valor de la asignación ha disminuido a
más de la mitad (artículo 1234).
Error común.
Es el error compartido por todos los habitantes de una localidad o por la inmensa mayoría de
ellos. Cuando la voluntad o el consentimiento de las partes se encuentra determinado por este
error generalizado y concurren ciertos requisitos, el acto se mira como válido, excluyéndose
la procedencia de la nulidad. En efecto, el error común es invencible (inevitable), por lo que
el autor o partes de un acto jurídico en que tal error incida no pueden substraerse de él; de ahí
que, por razones de seguridad jurídica y protección de la buena fe, el derecho proteja la
apariencia de validez.
Doctrina que rechaza el efecto validante del error común como principio general.
a) No es efectivo que los romanos establecieron este principio general. Es una deformación
histórica.
b) No es efectivo que la nulidad sea una sanción que requiera la existencia de culpa o
negligencia, sino que constituye una sanción de carácter estrictamente objetivo. Por lo demás,
si siguiéramos la teoría de la culpa in contrahendo, quien ha obrado culpablemente igual
puede solicitar la declaración de nulidad con tal que se haga responsable de los perjuicios
causados
c) No es necesario recurrir a la máxima error communis facit ius, pues en la mayoría de los
casos en que se pretende aplicarla, el legislador, guiado por razones de justicia, equidad y
protección a la buena fe, expresamente ha contemplado disposiciones que le dan validez al
acto, las que son de carácter excepcional.
Se ha preguntado si el error común debe considerarse sólo en los casos en que la ley se refiere
expresamente a él o en cualquiera otro en que concurran los requisitos que lo hagan
procedente. Algunos autores estiman que, salvo cuando lo ordene una norma excepcional y
necesariamente expresa, no es aplicable el principio tradicional error comunis facit ius (el
error común constituye derecho) porque si la ley tuvo necesidad de referirse expresamente en
cada caso a la procedencia del error común como excluyente de la invalidez de un acto, es en
razón de que no lo acoge en general. A juicio de otros los preceptos que en diversos casos
aplican el mencionado principio no hacen sino trasuntar la aceptación de una idea general,
por lo que la máxima de que el error común no invalida el acto en que concurre debe
aplicarse en todos los casos, aunque no sean de los contemplados expresamente por la ley.
La fuerza física excluye la voluntad. No es, por tanto, un vicio de la voluntad. Por falta de
voluntad, el acto es inexistente o nulo absolutamente, dependiendo de la tesis que se siga.
Fuerza moral.
Fuerza o violencia moral, llamada también psíquica o compulsiva, es aquélla en que sí existe
una manifestación de voluntad del sujeto, pero ésta no es libre, sino impuesta por una
amenaza actual de un mal futuro, relacionado con su vida, integridad física, honor o
patrimonio.
La declaración obtenida por fuerza moral corresponde a una voluntad negocial. Es decir, la
voluntad no falta, pero está viciada. La amenaza del mal opera como motivo en la
formación de la voluntad, por lo que hay un vicio de la voluntad y no falta de ella. El
estudio de la fuerza como vicio de la voluntad se restringe a la fuerza moral.
Para la licitud de la amenaza no basta con que su objeto sea permitido, ni que constituya una
práctica jurídica, ni tampoco que el resultado perseguido sea lícito y susceptible de coacción
jurídica. Debe elegirse el justo medio encaminado a la consecución del resultado.
● Primer requisito: fuerza grave. Es aquella capaz de producir una impresión fuerte
en una persona de sano juicio, tomando en cuenta su edad, sexo y condición. Será el
juez quien determine si la fuerza cumple o no este requisito. La víctima debe probar,
en primer término, la existencia de la amenaza; y, en segundo, la gravedad de la
misma. Por excepción, la ley presume la gravedad cuando la amenaza infunde en la
víctima un justo temor de verse expuesta ella, su consorte o alguno de sus
ascendientes o descendientes, a un mal irreparable y grave. El mal irreparable y grave
puede referirse a la vida, integridad física, honor o patrimonio de las personas. Se ha
discutido si puede alegar la nulidad aquel sujeto que ha celebrado una convención
presionado por la amenaza de un tercero o de la otra parte de que, de no consentir, se
inferiría un mal irreparable y grave a otra persona que no es ninguna de las
expresamente enumeradas por el Código, pero que le es muy querida (novia o novio,
amigo cercano, etc.).
La doctrina ha entendido que sí, pues, si bien tratándose de las personas mencionadas en
forma textual por el Código hay una presunción legal, respecto de otras personas, si bien la
presunción legal no existe, ello no obsta a que el contratante pruebe que la amenaza de
perjudicar a esas otras personas le produjo el justo temor de que habla la disposición del
Código Civil.
● Segundo requisito: fuerza injusta o ilícita. El Código Civil no lo exige, pero hay
consenso en la doctrina nacional en que el apremio debe ser contrario a la ley o al
derecho.
El temor reverencial.
El artículo 1456 inc. 2° Código Civil define temor reverencial como “… el solo temor de
desagradar a las personas a quienes se debe sumisión y respeto…”. No vicia el
consentimiento.
El estado de necesidad.
En el estado de necesidad, el sujeto que se siente amenazado por un hecho de la naturaleza o
un acto del hombre, para evitar el daño que teme, adopta un determinado comportamiento
que puede producir un daño a terceros o bien producir un daño de sus propios intereses. Este
sujeto no va a estar obligado a reparar los daños que produzca a terceros. En caso de que el
comportamiento afecte los intereses propios, el sujeto, entre dos males, está escogiendo el
que cree el menor. Si esta elección se traduce en la celebración de un acto jurídico se produce
una situación semejante a la fuerza; no obstante, pueden señalarse las siguientes diferencias:
Según la mayoría de la doctrina nacional, en base al Código Civil, el contrato que se celebró
como consecuencia del estado de necesidad no es, por esta causa, rescindible. Tampoco
podría pretenderse la rescisión por lesión, pues esta institución objetiva es aplicable sólo a los
casos determinados por ley.
Ducci, en cambio, sostiene que el estado de necesidad sí puede entenderse como una
hipótesis de fuerza, aun cuando se trate de una amenaza que provenga de la naturaleza;
argumenta que el temor reverencial es una afección individual, que escapa a las acciones de
otras personas, y si el Código tuvo que señalar expresamente que tal temor no vicia el
consentimiento, es justamente porque ante otros temores de mayor envergadura sí se vicia,
aun cuando estos no sean causados por acciones de terceros. Por lo demás, en su opinión, el
artículo 1457 tiene un alcance bien preciso: aclarar que cuando la fuerza proviene de
una persona no es necesario que provenga de la contraparte. Refrenda su tesis en base
al artículo 1007, en tanto éste señala “El testamento en que de cualquier modo haya
intervenido la fuerza, es nulo en todas sus partes”.
Así, por ejemplo, es evidente que toda maquinación fraudulenta dirigida a obtener el
consentimiento de otro para la celebración de un contrato implica un engaño. En el caso
del dolo como agravante de responsabilidad contractual, el engaño consistiría en hacer creer a
la otra parte que el contrato será cumplido. No obstante, la teoría unitaria del dolo encuentra
un problema tratándose de los delitos civiles, pues, en estos casos, en realidad el elemento
central no es el engaño, sino la intención positiva de dañar. En efecto, en conformidad al
artículo 2284 del Código Civil, lo que califica a un hecho voluntario como delito es la
intención de dañar; dicha intención puede tomar forma en un engaño o no, pero ello es
indiferente para la calificación como delito.
En razón de lo anterior, Barcia Lehmann rechaza la teoría unitaria del dolo y arguye que la
definición dada por el artículo 44 inciso final se corresponde más bien con el delito civil y no
tanto con el dolo como vicio de la voluntad ni como agravante de la responsabilidad
contractual.
Más allá de lo señalado anteriormente, la doctrina suele señalar que el dolo actúa en tres
campos diversos del Derecho Civil.
1) Como vicio del consentimiento. Se traduce en el empleo por parte de una persona de
trampas, maquinaciones, mentiras u otros artificios dirigidos hacia otra persona con el fin de
inducirla a otorgar un acto o celebrar un contrato que sin aquellas maniobras, ella no habría
efectuado.
3) Por último, el dolo es un elemento del delito civil. El delito civil es la comisión u
omisión de un hecho realizada con la intención de dañar la persona o bienes ajenos.
El dolo como vicio del consentimiento. En el dolo también se produce una falsa
representación de la realidad; pero, a diferencia del error, ésta no surge en forma
espontánea, sino que es consecuencia de las maquinaciones o maniobras fraudulentas
fraguadas por otras personas para inducir a error al sujeto. Vial define al dolo como
aquel vicio del consentimiento constituido por la maquinación fraudulenta destinada a que
una persona preste su consentimiento para la celebración de un acto o contrato. Por su parte,
Avelino León lo define como el vicio consistente en artificios o acechanzas, destinados a
inducir o a mantener en el error, para determinar a una persona a consentir en el acto jurídico
El dolo es un engaño provocado, pero hay que tener presente que constituye un vicio
distinto del error. Aun cuando el error provocado por el dolo sea irrelevante para el
derecho-en el sentido de que no esté tipificado como una hipótesis de error que vicie la
voluntad y dé lugar a la nulidad relativa-, el acto en que incide va a ser ineficaz.
2. Dolo malo: supone un comportamiento ilícito, destinado a engañar a otra persona y que la
induce a una manifestación de voluntad que, sin el dolo, no habría realizado, o habría
realizado en condiciones menos onerosas. Excede de la simple exageración.
El engaño que no cumple con los últimos dos requisitos no vicia el consentimiento. Sólo
otorga a la víctima derecho a exigir indemnización de perjuicios. Cuando el dolo vicia el
consentimiento, es indiferente que la víctima haya sufrido o no perjuicios: igual puede
demandar la nulidad del acto. Cuando el dolo no vicia el consentimiento, es esencial la
existencia de perjuicios para demandar la indemnización.
b) Actos jurídicos bilaterales: de una de las partes o de un tercero. Si proviene de una de las
partes y es determinante, vicia el consentimiento. Si proviene de un tercero, no vicia el
consentimiento, salvo que la parte beneficiada con él tuviere conocimiento del dolo y no lo
hubiere advertido a su contraparte; reticencia que, de ser determinante, vicia el
consentimiento.
Ahora bien, si el dolo no es determinante, la víctima del dolo tiene 2 posibilidades para
demandar la indemnización (artículo 1458 inc. 2°):
1. Demandar a la persona que fraguó el dolo por el total.
2. Demandar a la persona que, sin haber fraguado el dolo, ha obtenido provecho de él, hasta
la concurrencia de dicho provecho.
El fundamento de la acción por provecho de dolo ajeno se encuentra en el reproche que hace
legislador a los desplazamientos patrimoniales que tienen un origen doloso, prefiriendo su
sanción antes que la protección a los terceros de buena fe. Hay quienes entienden que su
fundamento está en la reparación de un enriquecimiento injusto; no obstante, los terceros que
se aprovechan del dolo ajeno generalmente pueden justificar su enriquecimiento en el
contrato que ha servido de título o causa del provecho. La doctrina discute la naturaleza
jurídica de la acción. Por una parte, fundándose en el tenor y contexto de los artículos 1458
inc. 2 y 2316 inc. 2, hay quienes creen que es una acción de indemnización de perjuicios. No
obstante, la mayoría estima que se trata de una acción restitutoria, pues no exige culpa y su
objeto es la restitución del provecho, el que puede ser mayor o menor al daño efectivamente
sufrido por la víctima.
B) Criterio objetivo:
La lesión no tiene relación con el consentimiento de la víctima. Opera cuando el contrato
revela una desigualdad de las prestaciones que supera los márgenes permitidos por el
legislador. El legislador debe establecer hasta qué límites tal desigualdad es tolerada.
C) Criterio mixto:
Para que exista lesión, es necesario:
1. Que las prestaciones recíprocas revelen una desigualdad o falta de equivalencia que supere
los límites permitidos por la ley.
2. La desproporción debe ser consecuencia de la necesidad, miseria, ligereza o inexperiencia
de la víctima, que la pone en una situación desmedrada frente a una contraparte astuta o
inescrupulosa.
Crítica: si no se logra acreditar alguno de los dos requisitos, la desigualdad no sería
reprochable jurídicamente, por muy grande o inmoral que ella sea.
No interesa por tanto la intención o los móviles de los contratantes. La lesión se reduce a una
pura cuestión de cifras.
En nuestro Derecho, se dan las siguientes razones para aseverar que la lesión es un vicio
objetivo:
1º La historia de la ley: el proyecto de 1853 la enumeraba entre los vicios del consentimiento.
Su posterior supresión demostraría la intención del legislador de no considerarla como uno de
tales vicios.
2º La naturaleza de la sanción: mientras que la sanción de los vicios del consentimiento es
siempre la nulidad relativa, la sanción de la lesión es diversa (además de la rescisión, existen
otras sanciones específicas), y tiende a evitar el perjuicio de la parte lesionada, a restablecer
cierta medida de equilibrio entre las prestaciones.
3º El tratamiento casuístico que la ley chilena da a la lesión: no hay más casos que aquellos
contemplados expresamente por la ley.
Apartándose del tratamiento general, Carlos Ducci trata de la lesión en el error, como un caso
de error en la magnitud de las prestaciones subsumible en el error en calidad esencial,
postulando su procedencia más allá de los casos expresamente regulados. Más allá de la
discusión en cuanto a la naturaleza de la lesión, los casos de lesión enorme en el Código Civil
son los siguientes:
1. Del vendedor: el precio que recibe es inferior a la mitad del justo precio de la cosa que
vende.
2. Del comprador: el justo precio de la cosa que compra es inferior a la mitad del precio que
paga por ella.
Estos son los límites tolerados; si son superados, hay lesión enorme, sin consideración a
factores subjetivos, y aun cuando la víctima hubiera conocido y aceptado la lesión.
Efectos de la lesión: produce los efectos propios de la nulidad, a menos que la parte contra
quien se pronuncie la rescisión se allane a respetar el justo precio, restableciendo así el
equilibrio (Artículo 1890).
Cláusula penal enorme es aquella que excede los márgenes previstos para este efecto en la
ley. Para aquellos que miran a la cláusula penal como una avaluación anticipada de
perjuicios, la cláusula penal enorme es aquella que es excesiva o desmesurada, perdiendo, en
consecuencia, su carácter indemnizatorio y convirtiéndose en un lucro para el acreedor.
Según el artículo 1544 del Código Civil, el límite está dado por el doble de la cantidad que se
obliga a pagar el deudor en virtud del pacto principal. Todo lo que exceda de este duplo
puede ser rebajado.
G) Lesión en la anticresis:
La anticresis es un contrato real por el que se entrega al acreedor una cosa raíz para que se
pague con sus frutos (artículo 2435 del Código Civil). Los intereses que se pacten están
sujetos, en caso de lesión enorme, a la misma reducción que en caso de mutuo (Artículo
2443). Tratándose de operaciones de crédito de dinero, el artículo 6 inciso final de la ley
18.010 establece la forma en que ha de calcularse el interés máximo convencional.
Efectos de la lesión.
Su sanción no es uniforme, pues en algunas hipótesis produce la rescisión, y en otras, sin
afectar la validez del acto, trae como consecuencia la rebaja de la prestación o el interés que
supera los límites permitidos.
Los artículos 1462 a 1466, según veremos, establecen los casos de objeto ilícito. El artículo
1468, en fin, advierte que “No podrá repetirse lo que se haya dado o pagado por un objeto o
causa ilícita a sabiendas”.
En principio, podemos señalar que el objeto es un requisito de existencia del acto jurídico. De
hecho, el Código chileno habla de un objeto de “un acto o declaración de voluntad” (artículo
1445), es decir, de los actos jurídicos en general, y en este punto fue más preciso que el
Código francés, que se refirió al objeto del contrato o convención en el artículo 1108.
B) Para otros el objeto es la prestación, es decir, la conducta que debe ejecutarse respecto a
una cosa (darla o entregarla) o respecto a un hecho (ejecutarlo o abstenerse de ejecutarlo).
Desde esta perspectiva, serían una misma cosa el objeto del contrato y de la obligación.
C) Para otros el objeto se refiere específicamente a la cosa o hecho sobre la que versa la
prestación. Desde esta perspectiva, serían una misma cosa el objeto del contrato, el objeto de
la obligación y el objeto de la prestación. Esta es la perspectiva de Pothier.
Se ha sostenido que, si se trata de aludir al objeto del acto jurídico, debemos entender la
palabra “objeto” como sinónimo de finalidad. El objeto, desde esta visión, corresponde a la
acepción de la palabra que el Diccionario de la Lengua define como “Fin a que se dirige una
acción u operación”. En cambio, si nos referimos al objeto de la obligación, entendemos la
expresión “objeto” en su acepción de contenido, es decir, como la prestación, la que a su vez
tiene por objeto una cosa o hecho.
Nuestro Código Civil, tanto en el artículo 1438 como en el 1460, entiende que el objeto se
refiere a la cosa o hecho sobre la que versa la prestación. Por lo demás, si se atiende al tenor
del artículo 1445, en tanto exige que el acto o declaración recaiga en un objeto lícito, y se
revisan los casos de objeto ilícito, parece más patente que nuestro Código se refiere al objeto
como la cosa o hecho sobre la que versa la prestación.
Por lo demás, si bien la doctrina mayoritaria entiende que el objeto de un acto jurídico es la
creación, modificación o extinción de derechos y obligaciones, uno de sus mismos
exponentes (Velasco Letelier) reconoce que los derechos y obligaciones “no son concebibles
en el aire, no tienen razón de ser si no se aplican a una cosa o a un hecho; deben
necesariamente referirse a alguna finalidad material. En efecto, nadie puede tener un derecho
o una obligación en sí, sin que el derecho sea de exigir la dación o entrega de una cosa, o la
realización o abstención de un hecho, o sin que la obligación se refiera a dar o a entregar esa
cosa, o a realizar o no realizar ese hecho. Y esas cosas o esos hechos –positivos o negativos-
a que las obligaciones y derechos forzosamente deben referirse son, precisamente, su objeto:
el objeto de la obligación es la cosa o el hecho a que el derecho se aplica”.
De esta manera, la conexión entre el objeto del contrato, el objeto de las obligaciones y el
objeto de la prestación es íntima e inseparable.
Requisitos doctrinarios del objeto.
Para la doctrina el objeto debe reunir una serie de requisitos:
A) Debe ser determinado o, por lo menos, determinable (mediante métodos objetivos). Esta
determinación o determinabilidad debe estar presente al momento de la celebración del
contrato.
B) Debe ser posible, tanto en los hechos (físicamente posible) como en el derecho
(moralmente posible).
C) Debe ser lícito. Objeto lícito es aquel que no es contrario a la ley, al orden público o a las
buenas costumbres. La doctrina ha entendido que el objeto que contraviene la ley es ilegal; el
que contraviene el orden público y las buenas costumbres es inmoral.
EL OBJETO ILÍCITO.
Conceptos generales.
Para la validez del acto jurídico el objeto debe ser lícito. El artículo 1445 así lo dispone, pero
no establece qué debe entenderse por licitud o ilicitud del objeto. Así las cosas, es la doctrina
la que ha dado diferentes conceptos de objeto ilícito:
A) Claro Solar entiende que el objeto lícito es el reconocido por la ley, que lo protege y
ampara. A contrario sensu, objeto ilícito es aquél que no se conforma con la ley, o bien aquél
que infringe la ley o contraviene el orden público o las buenas costumbres. Para esta
conclusión el autor se apoya en los artículos 1461 (respecto de los hechos moralmente
imposibles) y 1467 (éste último por analogía).
B) Eugenio Velasco Letelier entiende por objeto ilícito aquel que carece de cualquiera de los
requisitos que la ley señala al objeto, tanto cuando éste consiste en una cosa como en un
hecho.
C) Avelino León señala que objeto ilícito es el que versa sobre cosas incomerciables o sobre
hechos o contratos prohibidos por las leyes, o sobre hechos contrarios a las buenas
costumbres o al orden público. Se apoya en el tenor de los artículos 1464 N°1 y 1466.
D) Para Víctor Vial del Río las cosas no pueden ser lícitas o ilícitas en sí mismas, por lo que
el objeto es ilícito cuando consiste en la ejecución de un hecho ilícito, o en un acto o contrato
prohibido por las leyes (artículo 1466). Vial señala que las cosas incomerciables no pueden
ser consideradas objeto, pues en tal caso, según su opinión, habría inexistencia. No obstante,
el artículo 1464 N° 1 expresamente considera constitutiva de objeto ilícito la enajenación de
cosas que no están en el comercio.
Así las cosas, la sola venta no constituye enajenación, y, a falta de norma expresa, sería
válido vender las cosas en cuestión. No obstante, el artículo 1810 señala que pueden venderse
todas las cosas corporales o incorporales cuya enajenación no está prohibida por la ley. Si se
relaciona esta norma con el artículo 1466 (que señala que hay objeto ilícito en los contratos
prohibidos por ley) es razonable concluir que la venta de estas cosas sería nula.
Con todo, un sector importante de la doctrina (encabezada por Velasco Letelier) sostiene que
el acto prohibido es aquel que no puede ser realizado bajo ningún respecto; si el acto no
puede realizarse sino cumpliendo ciertos requisitos, no estamos frente a una prohibición, sino
frente a una norma imperativa de requisitos (una norma que manda observar determinados
requisitos para poder ejecutar una conducta).
Vial opina que, desde un punto de vista técnico, la falta de este requisito del objeto hace que
el acto carezca de él, lo que apareja la inexistencia jurídica del acto. El legislador, desde esta
perspectiva, habría confundido los requisitos para la existencia del objeto con aquellos para
su validez.
Otros, en cambio, sostienen que sólo serían requisitos de existencia del objeto que la cosa sea
real y determinada; la comerciabilidad sería requisito de validez. Replicando a lo anterior,
Vial estima que tanto la absoluta indeterminación del objeto como su incomerciabilidad
revelan que no existe una intención seria de obligarse, pues el acto carece de significación
jurídica. Agrega, además, que si la comerciabilidad de la cosa fuera requisito de validez, por
muy incomerciable que ésta sea, podría sanearse la nulidad absoluta con el transcurso del
tiempo. De esta manera, una persona podría venderle el aire a otra, y transcurrido el plazo de
prescripción de la acción de nulidad absoluta, tal acto se sanearía. Vial estima que, aún
cuando la letra del Código Civil permita esto, la situación es absurda y no resiste análisis.
Ambas formas deben ser previas a la enajenación, no puede ser posterior porque la
enajenación tiene objeto ilícito, sancionable con nulidad absoluta, la que no se puede sanear
por ratificación.
a) Juegos en que predomina la fuerza o destreza corporal, siempre que no contravengan leyes
y reglamentos de policía. Estos generan obligaciones civiles perfectas, es decir, el que gana
tiene acción para exigir el pago (artículo 2263).
b) Juegos en que predomina la destreza o habilidad intelectual. Estos no otorgan acción, pero
si el que pierde, paga, no puede repetir lo pagado, a menos que se haya ganado con dolo
(artículo. 2260).
Por excepción, la ley permite ciertos juegos de azar. De hecho, la misma Constitución señala
que son materias de ley “las que regulen el funcionamiento de loterías, hipódromos y
apuestas en general” (art. 63 N° 19).
C) Venta de libros prohibidos o de objetos considerados inmorales:
Se refiere a libros cuya circulación es prohibida por autoridad competente, láminas, pinturas
y estatuas obscenas, e impresos abusivos de la libertad de prensa (artículo 1466).
CAUSA:
B) Causa final:
Es el fin inmediato o invariable de un acto, o sea, el fin próximo que determina la voluntad a
obrar y que siempre es posible encontrar en la estructura misma del contrato. Es siempre
idéntica para todos los actos pertenecientes a la misma especie.
C) Causa ocasional:
Es el fin lejano y variable de un acto y es de carácter estrictamente personal y psicológico. Es
diferente para cada individuo, ya que es la razón que lo impulsa a celebrar el acto en
determinadas circunstancias. Por eso una misma especie de acto puede tener infinitas causas.
Doctrina anticausalista.
Planiol plantea que la noción de causa abstracta (teoría clásica) es falsa e inútil. Falsedad de
la causa abstracta:
1. Contratos bilaterales: las obligaciones nacen al mismo tiempo, por lo que no puede una de
ellas ser causa de la otra si se considera que la causa debe preceder al efecto.
2. Contratos reales: la entrega de la cosa no es la causa de la obligación, sino un requisito
esencial para que el contrato se perfeccione. Decir que la causa es la entrega de la cosa es
igual que decir que la causa es el contrato mismo, esto es, su fuente, el elemento generador de
la obligación.
3. Contratos gratuitos: se confunde la causa con los motivos, siendo imposible, en la práctica,
separar la intención de efectuar una liberalidad de los motivos que tuvo el contratante para
obligarse.
Doctrina neocausalista.
Desarrollada eminentemente por Capitant, los partidarios de esta tesis vinculan la causa con
el interés jurídico y económico que se aspira satisfacer con la ejecución del contrato. En este
sentido, en los contratos bilaterales, la causa de cada obligación no se explica tanto en
función de las obligaciones recíprocas, sino en relación con la situación jurídica que se
alcanza una vez que las obligaciones son cumplidas.
En el ámbito nacional, Lyon Puelma, en una visión afín a esta perspectiva, señala que la
causa es el resultado final que se deriva de la ejecución de un contrato y la situación jurídica
que ampara tal resultado. La causa se requiere para el contrato (tal como señala el artículo
1467), y, como tal, sirve para justificar la existencia de las obligaciones contraídas; mas, en sí
misma, la causa es el punto de referencia que se espera alcanzar una vez que las obligaciones
nacidas del contrato se han ejecutado completa y normalmente.
Artículo 1467: “No puede haber obligación sin una causa real y lícita; pero no es necesario
expresarla. La pura liberalidad o beneficencia es causa suficiente. Se entiende por causa el
motivo que induce al acto o contrato; y por causa ilícita la prohibida por ley, o contraria a las
buenas costumbres o al orden público.
Así la promesa de dar algo en pago de una deuda que no existe, carece de causa; y la promesa
de dar algo en recompensa de un crimen o de un hecho inmoral, tiene una causa ilícita.”
Artículo 1468: “No podrá repetirse lo que se haya dado o pagado por un objeto o causa ilícita
a sabiendas.”
Por su parte, quienes afirman que al Código le interesa la causa del acto o contrato
argumentan lo siguiente: (i) el artículo 1445 está requiriendo causa para que una persona se
obligue “por un acto o declaración de voluntad”; (ii) la definición legal de causa contenida en
el artículo 1467 es clara en señalar que la misma es el motivo que induce “la acto o contrato”;
(iii) El artículo 2057 se refiere a las sociedades nulas por ilicitud del objeto o la causa, es
decir, es el contrato el que tiene causa ilícita.
Relación entre la causa y el error. Existe vinculación entre la causa y las hipótesis de error
relevante. La causa de que la víctima del error haya contratado es la creencia de que la cosa
tenía una determinada sustancia o cualidad, o la consideración de una persona determinada.
La regla general es que el error sobre los motivos es irrelevante, salvo en ciertos actos, como
los gratuitos o de beneficencia. Vial estima que en la mayoría de los actos gratuitos que la
doctrina permite impugnar no existe, propiamente, error sobre los motivos, sino sobre la
persona. Existe realmente el motivo que induce al acto (que puede ser el sentimiento de
gratitud, de reconocimiento o admiración), pero la persona beneficiada con el acto no tiene
las condiciones que cree ver en él quien realiza la liberalidad. Este es un error-motivo que
vicia el consentimiento.
¿Por qué normas puede la víctima impugnar el acto? Es importante porque la sanción
por los vicios del consentimiento es la nulidad relativa, en cambio por causa ilícita es la
nulidad absoluta. Vial cree que priman las normas sobre vicios del consentimiento, que son
especiales.
CAUSA REAL Y LÍCITA.
No es necesario que el autor o las partes de un acto jurídico expresen la causa. La ley
presume que todo acto jurídico tiene una causa. Asimismo, la ley presume que el motivo es
lícito. Por tanto, la prueba de la falta o ilicitud de la causa corresponde al que la alega. Es
difícil que no exista un motivo, pero no imposible.
A) El artículo 1682 del Código Civil dispone que hay nulidad absoluta si se omite “algún
requisito o formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos o contratos en
consideración a la naturaleza de ellos, y no a la calidad o estado de las personas que los
ejecutan o acuerdan”, y entre tales requisitos está la causa.
B) En numerosos casos el legislador sanciona la falta de causa con la nulidad absoluta:
artículos 1630; 1814; 2452; 2455, etc.
C) A su vez, el artículo 1467 equipara la causa real a la causa lícita, de manera que la falta de
causa real debe tener igual sanción que la causa ilícita. En cuanto a la causa ilícita, el Código
Civil la sanciona expresamente con la nulidad absoluta (artículo 1682).
Causales son los actos en cuyo perfeccionamiento debe concurrir como elemento esencial la
causa. Si ella falta o es ilícita, el acto adolece de nulidad absoluta y no produce efecto alguno.
Ejemplos de actos causales son la compraventa, el arrendamiento, el mutuo, el comodato.
Actos abstractos son aquellos en cuyo perfeccionamiento, si bien existe una causa, esta no se
desempeña como elemento constitutivo. Se perfeccionan y funcionan separados o abstraídos
de la causa, desvinculados de ella. Por tanto, si falta la causa o es ilícita, el acto queda válido
y produce sus efectos.
Tratándose de los actos abstractos, al revés de lo que sucede con los causales o concretos, la
causa no es requisito esencial en el perfeccionamiento de ellos, no se toma en cuenta para su
constitución y eficacia; pero esto no significa que no existe. Sólo la ley puede establecer actos
abstractos.
1) Elemento objetivo: Acto o conjunto de actos en cuya virtud se elude lo dispuesto por la
ley.
2) Elemento subjetivo: Intención de defraudar a la ley. Hay discusión acerca de que si deben
o no verificarse estos dos elementos para que exista fraude a la ley o no. Por ejemplo, existen
casos en que, a través de actos voluntarios, pero sin intención de hacerlo, se burla por medios
lícitos las disposiciones legales. A juicio de algunos, los mentados actos no constituirían
fraude a la ley, pues es esencial en este que exista una intención de defraudar. Desde esta
perspectiva, el fraude a la ley configura causa ilícita.
FORMALIDADES:
Las formalidades se definen como aquellos requisitos que dicen relación con la forma o
aspecto externo del acto jurídico, requeridos por la ley con objetivos diversos y cuya omisión
se sanciona en la forma prevista por el legislador.
Según el fin para el cual se exigen, pueden distinguirse varias especies de formalidades y su
no observancia en los actos en que deben concurrir trae sanciones diversas para éstos. Son
especies de formalidades: a) las solemnidades, b) las formalidades habilitantes, c) las
formalidades de prueba y d) las medidas de publicidad. Las formalidades pueden consistir en
instrumentos públicos, instrumentos privados, presencia de funcionarios públicos y/o de
testigos, medidas de publicidad (aviso en los diarios, inscripción en registros públicos), etc.
Con todo, el efecto de las formalidades convencionales no es otro que otorgar a las partes un
derecho de retracto, pues el contrato no se reputará perfecto sino desde la observancia de la
formalidad o desde que haya un principio de ejecución del contrato. De esta manera, una
formalidad convencional puede ser renunciada mediante la ejecución del contrato; en cambio,
una solemnidad legal no puede ser renunciada y el acto será inexistente o nulo absolutamente
según la tesis que se siga.
EFECTOS DEL ACTO JURÍDICO: Los efectos del acto jurídico, entonces, son la visión que
tiene el legislador del fin práctico. Es la conversión de éste a un fin jurídico.
Atendido el efecto relativo de los actos jurídicos, es lógico que el autor o las partes estén
habilitadas para determinar el contenido y alcance del acto, para sustituirlo por otro o incluso
para dejarlo sin efecto.
A) Terceros absolutos
Son las personas extrañas a la formación del acto y que no están ni estarán en relaciones
jurídicas con las partes. En otras palabras, se trata de terceros que no tienen interés en el acto
jurídico celebrado.
B) Terceros relativos
Son los terceros que están o estarán en relaciones jurídicas con las partes, sea por su propia
voluntad o por disposición de la ley. En otras palabras, se trata de terceros que tienen un
interés actual o futuro en el acto jurídico celebrado. (Herederos, sucesores, acreedores de las
partes).
INEFICACIA:
No toda disconformidad del acto con el ordenamiento jurídico se sanciona con la ineficacia
de aquel. De hecho, ante disconformidades poco importantes o irrelevantes, la doctrina
moderna estima que debe prevalecer la eficacia (pues se presupone que los actos jurídicos se
celebran para que produzcan efectos). Por lo tanto, la regla general es que el acto produzca
sus efectos.
En términos más simples, la ineficacia puede definirse como la reacción del ordenamiento
jurídico que incide sobre la producción de los efectos del acto, eliminándolos o
reduciéndolos.
Como puede apreciarse, la ineficacia puede deberse a causas o defectos intrínsecos, a saber,
la omisión de requisitos exigidos para la existencia o validez del acto; o a causas o defectos
extrínsecos, esto es, hechos externos o ajenos a la estructura del acto jurídico (por ejemplo, si
bien la aceptación o notificación al deudor no constituyen un requisito de existencia ni de
validez de la cesión de derechos, en caso que no se observe dicha formalidad de publicidad la
cesión será inoponible al deudor).
En sentido amplio, la ineficacia comprende ambas causas, tanto intrínsecas como extrínsecas.
En sentido estricto, la ineficacia se refiere únicamente a aquella que deriva de causas
extrínsecas, es decir, causas externas o ajenas que privan o restringen la eficacia de un acto
jurídico válido.
Parte de la doctrina entiende que la omisión de un requisito de existencia impide que el acto
nazca a la vida del derecho y produzca efectos, siendo por tanto inexistente. La mayoría
entiende que la omisión de un requisito de existencia es una omisión comprendida en la
causal genérica de nulidad absoluta, esto es, la omisión de un requisito o formalidad que la
ley prescribe para el valor de un acto en atención a su especie o naturaleza.
177. Ineficacia por la omisión de un requisito esencial para la validez de un acto
jurídico.
Vial entiende que si se omite un requisito de validez el acto jurídico nace a la vida del
derecho, pero produce sus efectos de manera efímera o caduca, pues se arriesga a la
declaración judicial de la nulidad. En este sentido, Vial identifica nulidad con anulabilidad,
pues su formulación da a entender que el acto es válido mientras no se declare la nulidad por
sentencia judicial firme. Un sector incipiente de la doctrina, encabezado por Jorge Baraona,
Lilian San Martín, Jaime Alcalde y Patricia López, critica esta manera de explicar el
fenómeno jurídico, sosteniendo que al menos la nulidad absoluta es una sanción que está
dada por la ley, siendo la sentencia judicial meramente declarativa, no constitutiva. El acto,
por tanto, es nulo originaria y radicalmente, desde el momento mismo en que se ha omitido
un requisito o formalidad que la ley prescribe para su valor. En el caso de la nulidad relativa,
en cambio, en atención a que sólo está implicado el interés privado, tendría más sentido
hablar de anulabilidad. Esta distinción entre nulidad y anulabilidad –que proviene de la
pandectística alemana- es bastante pacífica en Alemania, Italia, España, Brasil, Perú,
Paraguay, entre otros sistemas.
179. Suspensión.
180. Resolución.
La resolución consiste en la extinción de un derecho y su obligación correlativa derivada del
acaecimiento de una condición resolutoria. La condición resolutoria, a su vez, se define como
el hecho futuro e incierto del cual depende la extinción de un derecho y su correlativa
obligación. En otras palabras, la resolución se produce como consecuencia del cumplimiento
de una condición resolutoria.
La resolución será estudiada pormenorizadamente en los apuntes de obligaciones y de
responsabilidad contractual. Por ahora basta señalar que es particularmente importante la
resolución por inejecución en un contrato bilateral, en que la resolución, además de modo de
extinguir, opera como sanción de ineficacia.
181. Revocación.
Hay actos que por su propia naturaleza son esencialmente revocables, como el testamento.
El desistimiento unilateral puede ser una facultad reconocida a una de las partes antes de que
el contrato haya comenzado a ejecutarse o después. De ordinario el aviso que debe darse a la
otra parte se exige que se haga con determinada anticipación, para que ella pueda proveer con
debido tiempo lo concerniente a la disolución de la relación. A menudo se pacta una multa o
arra penitencial como contraprestación del desistimiento.
Con todo, no siempre la caducidad está referida a la pérdida de un derecho potestativo por no
haberse ejercido dentro de determinado plazo. Así, por ejemplo, los testamentos privilegiados
caducan sin necesidad de revocación, en los casos previstos por la ley (artículo 1212 inc. 2°).
Y así, el testamento verbal otorgado a bordo de un buque de guerra, y que la ley autoriza en
caso de peligro inminente, caduca si el testador sobrevive al peligro (artículo 1053). Las
donaciones revocables caducan por el mero hecho de morir el donatario antes que el donante
(artículo 1143). En materia procesal, la caducidad adquiere el nombre de preclusión.
184. Inoponibilidad.
Los terceros que pueden alegar la inoponibilidad son, por lo general, los llamados terceros
relativos, es decir, aquellos que no pueden estimarse como representantes de las partes y que
están o estarán en relaciones con éstas. En oposición a los terceros relativos se encuentran los
terceros absolutos, que son aquellos que no están ni estarán en relaciones jurídicas con los
autores o partes de un acto jurídico.
Se trata de terceros totalmente extraños. Sin embargo, alguno, por excepción, puede hacer
valer la inoponibilidad, como es el caso de la venta de cosa ajena.
En nuestro ordenamiento jurídico, al igual que en los extranjeros, los principios generales de
la inoponibilidad no están regulados. Si bien algunas normas actuales del Código Civil se
refieren a la inoponibilidad (artículos 225, 246 y 1757), el articulado originario no hacía
alusión a esta sanción. De todas formas, la referencia a la idea que subyace a la
inoponibilidad se hace con frases como las de “no valdrán respecto de”, “no producirán
efectos contra terceros” y otras por el estilo.
Hay formalidades que no se exigen para la constitución de un acto o contrato, sino para que
los efectos de éstos puedan hacerse valer, oponerse contra terceros. La omisión de dichas
formalidades es causal de las inoponibilidades de forma, que se reducen a dos:
inoponibilidades por omisión de formalidades de publicidad e inoponibilidad por falta
de fecha cierta.
Inoponibilidades de fondo son aquellas que se basan en los efectos de un acto que hieren
injustamente los derechos de terceros. Tales inoponibilidades son las siguientes: por falta
de concurrencia, por clandestinidad, por fraude, por lesión de los derechos adquiridos y por
lesión de las asignaciones forzosas.
El juez no puede declarar de oficio la inoponibilidad; ésta debe ser alegada por el sujeto en
cuyo favor se encuentra establecida.
Generalmente, la inoponibilidad se deduce como excepción por el tercero en contra del cual
se pretende hacer valer el acto inoponible. En contados casos puede deducirse como acción;
así ocurre, por ejemplo, con la acción pauliana.
Entre la nulidad de los actos jurídicos y la inoponibilidad de los mismos hay diferencias
notorias.
(i) En primer lugar, la nulidad ataca la validez del acto mismo, privándolo de eficacia tanto
respecto de las partes como de los terceros; en cambio, la inoponibilidad sólo se dirige a
privar de efectos al acto respecto de terceros de buena fe.
(ii) En segundo lugar, la nulidad tiende a proteger a las partes del acto e incluso a los terceros
interesados en el caso de la nulidad absoluta; en cambio, la inoponibilidad, sólo a los terceros.
(iii) En tercer lugar, la nulidad, sea absoluta o relativa, es una sanción de orden público, y por
ende, no puede renunciarse anticipadamente; pero sí puede serlo la inoponibilidad, que es una
sanción de orden privado establecida a favor de los terceros en referencia.
Ésta es una típica pregunta de examen de grado. Como mínimo, les exigiremos
aprenderse de memoria los argumentos de Claro Solar, los de Alessandri y la réplica de
Claro Solar. No obstante, si aspiran a tener una buena calificación, deben aprenderse
también los demás argumentos o al menos una buena parte de ellos. Tengan en
particular consideración el tenor literal de las normas presentadas por los autores, pues
cada uno intenta fundar su postura en ese tenor y ése es el tenor que nosotros
exigiremos.
193. Posición de Luis Claro Solar: la teoría de la inexistencia tiene aplicación en el
Código Civil.
Si falta una de las cosas esenciales a su existencia, el acto jurídico no puede existir, no puede
producir efecto alguno, es la nada, lo que es distinto de la nulidad. Nada: no existencia.
Nulidad: invalidez.
Esta distinción está formulada en el Código Civil:
1. Artículo 1444: si falta alguna de las cosas esenciales, el contrato “no produce efecto
alguno”. Los actos que tienen un vicio de nulidad producen todos sus efectos mientras no se
declare la nulidad.
2. Artículo 1701: la falta de instrumento público no puede suplirse por otra prueba en los
actos en que la ley requiere esa solemnidad, y “se mirarán como no ejecutados o celebrados”,
es decir, como inexistentes.
3. Artículo 1809: en cuanto a la determinación del precio en la compraventa, en caso de
no convenirse, “no habrá venta”.
El artículo 1444 señala que la omisión de una cosa de la esencia de un contrato impide que
produzca efecto alguno, lo que se vincula a los requisitos de existencia, pues el acto a que
falta un requisito de validez, produce efectos.
Por otro lado, Vial agrega un antecedente adicional: el artículo 6 de la ley 18.046 señala que
“no existe la sociedad en cuya constitución se haya omitido el otorgamiento de la escritura
social o la oportuna inscripción o publicación de su extracto…”, y agrega que las omisiones
en la escritura de constitución o en el extracto se sancionan con la nulidad absoluta del pacto
social. Se distingue claramente entre inexistencia y nulidad.
El término “nulidad de pleno derecho” es desconocido por el Código Civil, y esa sanción ni
siquiera puede inferirse de las normas del Código, a diferencia de la inexistencia.
Esto revela que la nulidad de pleno derecho es diferente a la nulidad del Código Civil, la cual
jamás opera ipso iure: antes de la declaración, el acto existe y produce sus efectos, lo que
justifica que pueda sanearse. Estas diferencias permiten asimilar la nulidad de pleno derecho
a la inexistencia, pues no requiere sentencia judicial que la declare.
1. Artículo 1814 del Código Civil: si la venta se refiere a una cosa que se supone
existente al momento del contrato y que, en realidad, no existe, esa venta “no produce efecto
alguno”.
2. Artículo 1801 inc. 1: la venta solamente “se reputa perfecta” desde que las partes
convienen en la cosa y el precio. Si no está perfecta, la venta no existe.
3. Artículo 1801 inc. 2: las ventas de bienes raíces, censos, servidumbres y derechos
hereditarios “no se reputan perfectas” mientras no se otorguen por escritura pública.
4. Artículo 1802: En el caso que las partes hayan pactado formalidades convencionales
sin las cuales la venta “no se repute perfecta”, se estará a su voluntad y habrá en el intertanto
derecho de retracto.
5. Artículo 2055 inc. 1: “No hay sociedad” si los socios no estipulan poner una cosa en
común.
6. Artículo 2055 inc. 2: “Tampoco hay sociedad” sin participación de beneficios
1. La nulidad absoluta es suficiente para enfrentar los problemas que genera la omisión
de requisitos de existencia, pues ésta opera con efecto retroactivo y da derecho a las partes a
ser restituidas “al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto o contrato
nulo”. (Artículo 1687)
2. Relacionado con lo anterior, ante la duda sobre el cumplimiento o incumplimiento de
los requisitos de existencia, la sentencia judicial firme otorga certeza jurídica; en este
contexto, la declaración de nulidad absoluta protege adecuadamente a los interesados.
3. El artículo 1470 N°3 permite sostener que la omisión de las solemnidades que
prescribe la ley para que un acto produzca “efectos civiles” no se sanciona con la
inexistencia; tales actos generan al menos obligaciones naturales.
4. El artículo 1682 contempla una causal genérica de nulidad absoluta: la omisión de
algún requisito o formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos o contratos
en consideración a la naturaleza de ellos. (Argumento de Alessandri Besa). Esta causal
genérica comprende la omisión de requisitos de existencia, pues éstos se exigen justamente
en atención a la naturaleza o especie del acto.
5. La nulidad se regula conjuntamente como modo de extinguir y como sanción de
ineficacia. Así lo dan a entender los artículos 10, 1681, 1682 y muchas otras normas en el
título XX del libro IV.
6. La tendencia en el derecho comparado es la de incluir la inexistencia dentro de la
nulidad absoluta: Código Civil italiano de 1942, artículo 1418; boliviano de 1976, artículo
549; etíope de 1960, artículo 1808 inc. 2; peruano de 1984, artículo 219; paraguayo de 1987,
artículo 357. El Código Civil italiano, en la parte que interesa, señala: “Produce nulidad del
contrato la falta de uno de los requisitos señalados en el artículo 1325, la ilicitud de la causa
(1343), la ilicitud de los motivos en el caso indicado en el artículo 1345…” (artículo 1418
inc. 2º). El referido artículo 1325 dice: “Los requisitos del contrato son: 1) el acuerdo de las
partes; 2) la causa; 3) el objeto; 4) la forma, cuando es exigida por la ley bajo pena de
nulidad”. Como se ve, el Código Civil italiano incluye en la nulidad los casos de inexistencia
y también engloba la ilicitud de la causa… De esta manera, sin lugar a dudas, sigue el mismo
criterio de los autores chilenos que comprenden la inexistencia jurídica en la sanción de la
nulidad absoluta.
7. En tanto la inexistencia no está contemplada en el Código Civil, surgen dudas
respecto a qué ocurre con los desplazamientos patrimoniales a que pudo haber dado lugar un
acto jurídicamente inexistente. Si se entregó una cosa como consecuencia de un acto
inexistente; ¿quien la recibe entra en posesión? Si a cambio de la cosa se ha pagado un
precio; ¿hay, en dicho caso, pago de lo no debido? La falta de un régimen único y adecuado
para esta clase de alcances genera que la inexistencia sea una sanción que produce más dudas
que soluciones. En síntesis, admitir a la inexistencia como sanción contemplada en el CC
genera inseguridad jurídica.
8. El artículo 1444, en lo que respecta a las cosas de la esencia, debe leerse
conjuntamente con el artículo 1445.
9. La palabra valor no es sinónimo de validez, sino de eficacia.
Siguiendo el esquema trazado por el Código Civil francés, la nulidad se encuentra regulada
en el título XX del libro IV de nuestro Código Civil, como uno más de los modos de
extinguir obligaciones. Por lo demás, su carácter de modo de extinguir aparece de la simple
lectura del artículo 1567 Nº8, en cuanto señala que "las obligaciones se extinguen, además,
en todo o en parte: N.° 8.º Por la declaración de nulidad o por la rescisión"
No obstante, ya desde el primer artículo del título se puede advertir que no sólo cumple el rol
de extinguir obligaciones; la nulidad, sobre todo, implica la ineficacia del acto o contrato.
En efecto, el artículo 1681 inciso primero, sin distinguir expresamente entre nulidad absoluta
y relativa, establece que “Es nulo todo acto o contrato a que falta alguno de los requisitos que
la ley prescribe para el valor del mismo acto o contrato, según su especie y la calidad o estado
de las partes”.
La norma entiende que es nulo el “acto o contrato”. Este aserto guarda toda lógica en tanto
que, como el mismo tenor literal sugiere, la nulidad se establece como una sanción a la falta
de uno o más de los requisitos que la ley prescribe para el valor de los actos jurídicos.
El artículo 1682 reitera la idea en su inciso primero al señalar que “La nulidad producida por
un objeto o causa ilícita, y la nulidad producida por la omisión de algún requisito o
formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos o contratos en consideración
a la naturaleza de ellos, y no a la calidad o estado de las personas que los ejecutan o acuerdan,
son nulidades absolutas.”.
De esta manera, la causal genérica de nulidad absoluta, esto es, “la omisión de algún requisito
o formalidad que las leyes prescriben para el valor de ciertos actos y contratos en
consideración a la naturaleza de ellos”, da cuenta de que este tipo de nulidad está regulada no
solo como un modo de extinguir obligaciones, sino como una auténtica sanción de ineficacia
del acto jurídico.
Por si fuera poco, el inciso segundo de la norma en comento insiste en la misma línea: “Hay
asimismo nulidad absoluta en los actos y contratos de personas absolutamente incapaces.”
Finalmente, respecto a la nulidad relativa, el inciso final del artículo 1682 concluye el
argumento al disponer que “Cualquiera otra especie de vicio produce nulidad relativa, y da
derecho a la rescisión del acto o contrato.”
En suma, tanto la nulidad absoluta como la relativa se alzan como sanciones de ineficacia
ante la falta de requisitos que la ley establece para el valor de un acto en atención o a su
especie o naturaleza, o al estado o calidad de las partes.
Clases de nulidad.
Puede ser absoluta o relativa (artículo 1681 inc. 2°). Se diferencian por sus causales, las
personas que pueden impetrarla, las facultades del juez y su saneamiento. Los efectos son los
mismos.
Principios aplicables para ambas clases de nulidad.
a)Es una sanción de derecho estricto. Regla general (artículo 1681): si se omite un requisito
establecido por la ley para que el acto tenga valor, según su especie, la nulidad es absoluta; si
el requisito mira a la calidad o estado de las partes, es relativa.
b)La nulidad no puede renunciarse anticipadamente (artículo 1469).
c)Cuando dos o más personas han contratado con un tercero, la nulidad declarada a favor de
una de ellas no aprovecha a las otras (artículo 1690).
d)La nulidad puede hacerse valer como acción o excepción.
e)Toda nulidad, absoluta o relativa, no produce sus efectos sino en virtud de sentencia judicial
basada en autoridad de cosa juzgada.
f)La ausencia del requisito o el vicio que produce la nulidad debe existir al momento de la
celebración o realización del acto, y no posteriormente.
Es la sanción a todo acto o contrato a que falte alguno de los requisitos que la ley prescribe
para el valor del acto, según su especie o naturaleza (artículo 1681).
a)Objeto ilícito;
b)Causa ilícita;
c)Omisión de requisito que la ley prescribe para el valor del acto en consideración a su
especie o naturaleza (según Alessandri Besa, ésta es una causal genérica);
d)Incapacidad absoluta.
e)Falta de voluntad;
f)Falta de objeto;
g)Falta de causa;
h)Error esencial (con todo, recordemos que algunos estiman que la sanción es nulidad
relativa);
i)Falta de solemnidad requerida para la existencia del acto.
De ahí deriva que la nulidad absoluta no puede ser saneada por confirmación; puede ser
solicitada su declaración por el Ministerio Público (fiscalía judicial); que puede y debe ser
declarada de oficio si aparece de manifiesto; y que la acción en que se persigue la declaración
de la nulidad absoluta tenga un plazo de extinción más extenso (aunque la ley no lo diga, la
acción se extingue una vez que se produce el saneamiento por el transcurso de 10 años.
Artículo 1683)
Lo dicho no significa que la nulidad relativa sea una sanción completamente de orden
privado; también resguarda en cierta medida el orden público, siendo prueba de ello su
irrenunciabilidad anticipada (artículo 1469). Lo que ocurre es que los intereses tutelados por
la nulidad relativa son predominantemente de orden privado, sin que exista una vulneración
significativa del orden público, lo que justifica que, pese a su irrenunciabilidad anticipada, su
régimen sea más flexible que el de la nulidad absoluta.
De acuerdo con el artículo 1683, las vías para que se declare la nulidad absoluta son:
a)Que una persona que tiene interés solicita al juez la declaración.
b)Que el ministerio público, en interés de la moral o la ley, solicita al juez la declaración.
c)Que el propio juez la declare de oficio porque aparece de manifiesto en el acto.
Aquí se debe tener cuidado: una típica pregunta de examen de grado es: ¿quiénes
pueden alegar la nulidad absoluta? Y la respuesta correcta es que, sobre la base del
artículo precitado, solamente puede ser alegada por aquel que tenga interés en ella y
por el ministerio público en interés de la ley o la moral. El juez NO alega la nulidad
absoluta; él puede y debe declararla de oficio, esto es, sin necesidad de que haya sido
alegada por alguna de las partes. Ahora bien, el ejercicio de este poder-deber presupone
que el juez esté conociendo de un asunto en el que tenga conocimiento de un acto que
adolezca manifiestamente de un vicio de nulidad absoluta.
Declaración de nulidad absoluta a petición de una persona que tiene interés en ello.
La ley no califica el interés que hace posible la petición, pero la doctrina y jurisprudencia
coinciden en que debe ser pecuniario y debe existir al momento de solicitarse la declaración
(actual). Son personas interesadas el autor o las partes del acto, e incluso un tercero que no
intervino en él.
Sabiendo: conocimiento personal, real y efectivo del vicio. Debiendo saber: conocimiento
que debería tener el autor o la parte en atención a las circunstancias del acto o la condición de
quienes intervienen en él, no siendo posible considerar lógica o razonable la ignorancia del
vicio. Esto último dice relación con la excusabilidad o inexcusabilidad del conocimiento del
vicio.
B) Se ha cuestionado también si pueden alegar o no la nulidad absoluta los herederos del que
celebró el acto o contrato sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba.
A favor de que los herederos pueden hacerlo se sostiene que la ley, al impedir alegar la
nulidad absoluta al que celebró el acto o contrato sabiendo o debiendo saber el vicio que lo
invalidaba, establece una verdadera inhabilidad y como tal, siendo una regla de excepción,
debe interpretarse restrictivamente, circunscribiéndose al único caso al que la ley literalmente
se refiere y, por lo tanto, si dentro de los términos literales de la ley no cabe comprender a los
herederos, legalmente no puede extenderse a ellos tal inhabilidad. Pero, en sentido contrario y
con el apoyo de la jurisprudencia mayoritaria, se ha respondido que los herederos del
causante no pueden alegar la nulidad absoluta por la sencilla razón de que no han podido
adquirir por sucesión por causa de muerte un derecho que su causante no tenía y que mal
podría transmitirles, y no solo no tenía ese derecho, sino que lo que es más grave aún la ley
expresamente le vedaba alegar la nulidad. Además, ha de tenerse presente que, si el Código
Civil prescribe que cuando el dolo es imputable a un incapaz no se permite a él ni a sus
herederos alegar la nulidad relativa (artículo 1685), con mayor razón ha de defenderse que los
herederos y cesionarios de una persona capaz no pueden alegar la nulidad absoluta que su
antecesor no podía alegar.
En una tercera opinión, Barriga y Domínguez Águila estiman que deben distinguirse dos
hipótesis: a) aquella en que el heredero solicita la declaración de nulidad absoluta
esgrimiendo el interés que tenía su causante, en el cual lo ha sucedido; b) aquella en que
solicita la declaración de la nulidad absoluta alegando un interés propio. En el primer caso, si
el causante celebró o ejecutó el acto o contrato conociendo o debiendo conocer el vicio que lo
afectaba, el heredero estará privado de legitimación activa. En el segundo, aun cuando el
causante haya celebrado o ejecutado el acto conociendo o debiendo conocer el vicio, el
heredero igualmente tendría legitimación activa. Ahora bien, Domínguez Águila aclara que el
interés personal no puede provenir del hecho mismo de ser heredero, descartando entonces la
legitimación en aquellos casos en el interés del heredero sea ver aumentada su cuota
hereditaria o prevenir la salida de algún bien de la comunidad hereditaria.
Manifiesto: descubierto, patente, claro. De la simple lectura del instrumento en que consta el
acto, el juez advierte la existencia del vicio, sin necesidad de relacionarlo con ninguna otra
prueba o antecedente.
● Sólo puede sanearse por el transcurso del tiempo (artículo 1683). El plazo es de 10
años, los cuales, según el entendimiento generalizado, se cuentan desde la fecha de
celebración del acto.
1. Vial del Río estima que transcurrido el plazo de 10 años el acto mismo se sanea,
transformándose en uno válido. Con todo, hacemos énfasis en que un sector incipiente
de la doctrina, encabezado por Baraona y San Martín, estima que el transcurso de 10
años no convierte en válido un acto que la ley ha declarado nulo absolutamente; el
único efecto del saneamiento es la extinción de la acción para solicitar la declaración
de la nulidad absoluta, permitiendo la consolidación de los desplazamientos
patrimoniales a que haya dado lugar el acto.
2. Según Baraona y San Martín, el saneamiento por transcurso del tiempo se fundamenta
justamente en la necesidad de consolidar los desplazamientos patrimoniales a que
pudo haber dado lugar el acto nulo. No es casual que el plazo coincida con el de la
prescripción adquisitiva extraordinaria (artículos 2510 y 2511). Con todo, más allá de
la consolidación, el acto jamás se mirará como válido, pues ello no sólo contraviene el
sentido común (que el mero lapso del tiempo transforme en lícito algo que la ley
declara ilícito), sino el sentido del artículo 10 del CC (al menos respecto a los actos
prohibidos por la ley).
Nulidad relativa es la sanción legal impuesta a los actos celebrados con prescindencia de un
requisito exigido en atención a la calidad o estado de las partes.
El artículo 1682, luego de mencionar las causales de nulidad absoluta, dice que “cualquier
otra especie de vicio produce nulidad relativa…”.
Las causales son:
a)Incapacidad relativa;
b) Error obstáculo (doctrina mayoritaria);
c)Error sustancial o en calidad esencial;
d)Error en la calidad accidental cuando haya sido el principal motivo para contratar y era
conocido por la otra parte;
e)Error en la persona, cuando es relevante;
f)Fuerza moral grave, injusta y determinante;
g)Dolo determinante;
h)Omisión de requisito o formalidad que la ley prescribe para el valor del acto en
consideración a la calidad o estado de las partes;
i)Lesión, en ciertos casos.
La nulidad relativa, en consecuencia, sería una causa de rescisión, existiendo otras como, por
ejemplo, la lesión enorme en la compraventa de bienes inmuebles. Por lo demás, el mismo
artículo 1682 distinguiría, pues señala expresamente que “cualquiera otra especie de vicio
produce nulidad relativa, y da derecho a la rescisión del acto o contrato.” De esta manera, si
se celebra un contrato de compraventa respecto a un bien raíz, y atendida la desproporción de
las prestaciones, se configura lesión enorme, ese contrato sería válido, pero permitiría a la
parte perjudicada solicitar al tribunal que quede sin efecto y se ordenen las restituciones que
correspondan a menos que se complete el justo precio o se restituya el exceso (con las
deducciones que correspondan).
La razón es que la parte que contrató con el incapaz lo hizo en la creencia de que este no
estaba afectado por ninguna incapacidad, incurriendo así en un error que fue provocado por
las maniobras dolosas del incapaz (nadie puede beneficiarse de su propio dolo).
Si no se pide en ese plazo, el vicio desaparece, entendiéndose que jamás existió, lo que se
explica fundamentalmente en que los vicios de nulidad relativa afectan intereses
predominantemente privados.
Situación que se produce cuando la persona que puede demandar la rescisión muere.
Al respecto, el artículo 1692 hace la siguiente distinción:
Que el cuadrienio o el residuo no se computen en tanto los herederos sigan siendo menores de
edad constituye un beneficio de suspensión de la prescripción. En efecto, al igual que en el
caso de la nulidad absoluta, el transcurso del tiempo que la ley exige para que se entienda
saneada la nulidad relativa constituye a la vez el plazo de prescripción de la acción mediante
la cual se pretende su declaración. Si este plazo no se computa mientras subsista la minoría
de edad del heredero, entonces hay una auténtica suspensión de la prescripción.
Ahora bien, dado que la suspensión de la prescripción es un beneficio de derecho estricto y
que, por tanto, debe interpretarse restrictivamente, la suspensión establecida en el artículo
1692 inciso 2 no beneficia a herederos incapaces por otra causa.
Con todo, el inciso final del artículo 1692 establece una salvedad: “(…) pero en este caso no
se podrá pedir la declaración de nulidad pasados 10 años de la celebración del acto o
contrato.”
La doctrina discute si el inciso final se aplica a todos los herederos o solo a los menores, tesis
esta última que implica limitar su posibilidad de acogerse al beneficio de la suspensión.
El argumento para decir que se aplica a todos es que 10 años es el plazo máximo de
consolidación de las relaciones jurídicas, aserto que se refleja en un montón de disposiciones
establecidas en el Código (82, 1683, 2510, 2511, etc). El inciso final del artículo 1692
debiese ser interpretado en el mismo sentido.
Vial cree que esta interpretación no se conforma con el artículo 1691: esta norma señala
desde cuándo se cuenta el plazo para demandar la nulidad relativa, y al decir que en caso de
fuerza o incapacidad se empieza a contar desde que esta cesa, no establece el plazo máximo
de 10 años. El plazo debe contarse desde que cesa, sin importar cuantos años hayan
transcurrido desde la celebración del acto. Además, la finalidad del inciso final del artículo
1692 es justamente limitar el beneficio de suspensión de la prescripción.
El problema de esta interpretación, como reconoce el propio Vial, es que los herederos
menores de edad podrían quedar en una situación desmedrada en relación con los herederos
mayores de edad. Graficado en un ejemplo: si A, incapaz relativo, ha celebrado un contrato
de compraventa con B el año 2000, y A fallece el 2011, debiésemos concluir que los
herederos mayores de edad de A, en función del artículo 1691, todavía podrían demandar la
nulidad relativa; en cambio, los herederos menores de edad, en función del inciso final del
artículo 1692, no podrían hacerlo.
En razón de lo anterior, y considerando que el artículo 1692 tiene por objeto proteger a los
herederos menores de edad y no perjudicarlos, Vial estima que el beneficio de suspensión de
la prescripción es facultativo; de esta manera, los herederos menores de edad podrían no
acogerse al beneficio y demandar igualmente la nulidad relativa ateniéndose a las reglas
generales (dadas por el artículo 1691).
Con todo, los desplazamientos patrimoniales a que haya dado lugar el acto nulo usualmente
ya estarán firmes transcurridos 10 años desde su celebración, pues en la mayoría de los casos,
se habrán producido los efectos de la prescripción adquisitiva (véanse artículos 704 N° 3,
708, 2510 y 2511). De esta manera, la discusión y el punto de Vial del Río se tornan un tanto
bizantinos. De hecho, según una tercera doctrina -a la que adhiere Corral Talciani- el plazo
máximo de 10 años opera en todos los casos de nulidad relativa, haya o no muerto quien tiene
derecho a alegarla, pues sería absurdo que un incapaz o la víctima de fuerza puedan solicitar
la nulidad relativa en un plazo mayor a aquel que la ley contempla para hacer valer la nulidad
absoluta.
A) Confirmación expresa:
B) Confirmación tácita:
Para algunos, es la que se hace en forma libre y espontánea, con la voluntad exenta de vicios.
Para otros, supone además el conocimiento del confirmante del motivo de anulabilidad.
Adicionalmente, sería absurdo que se celebre un contrato que adolece de un vicio de nulidad
relativa (sin que la parte afectada lo sepa), y que por el hecho de que se ejecuten de inmediato
las obligaciones, de manera voluntaria y exenta de vicios, se entienda que hay confirmación
tácita; esto implicaría en la práctica limitar demasiado la procedencia de la acción de nulidad
en los contratos de ejecución instantánea.
B) ¿Podría otro hecho, además de la ejecución voluntaria de la obligación, importar
confirmación tácita?
La doctrina se pregunta qué ocurre si la parte que tiene derecho a alegar la nulidad relativa,
con conocimiento de ello, solicita a la otra parte un plazo para pagar la obligación.
Parte de la doctrina estima que solo cabe confirmación tácita por la ejecución voluntaria de la
obligación. Empero, en opinión de Vial, esto no obsta a que la conducta del sujeto permita
desprender, cuando no una confirmación, una renuncia tácita al derecho a alegar la nulidad
relativa. En concreto, Vial arguye que existe una manifiesta relación entre la confirmación y
la renuncia, pues toda confirmación involucra la renuncia al derecho a alegar la nulidad
relativa; empero, no toda renuncia confirma o convalida el acto.
C) ¿Es necesario para que exista confirmación tácita que el acto se ejecute en su totalidad
o basta con la ejecución de una parte?
Esta pregunta es relevante en el caso que un contrato genere dos o más obligaciones para
quien puede demandar la nulidad relativa.
Vial sostiene que basta con el cumplimiento de una obligación, sin distinguir si la obligación
ejecutada implica cumplimiento del contrato en su totalidad o en una parte.
A) En relación con las personas que pueden pedir la declaración judicial de nulidad:
1. Absoluta: todo el que tenga interés (salvo el que lo ejecutó sabiendo o debiendo saber
el vicio), ministerio público.
2. Relativa: persona en cuyo beneficio la ha establecido la ley, sus herederos o
cesionarios.
A las diferencias anteriores puede añadirse que, según una doctrina incipiente (Baraona, San
Martín, Alcalde, López), la nulidad absoluta opera ipso iure, esto es, de pleno derecho, y la
nulidad relativa requiere siempre declaración judicial.
Con todo, para hacer efectivos los efectos patrimoniales derivados de la nulidad (prestaciones
mutuas principalmente) se requiere siempre declaración judicial de la nulidad por sentencia
firme, ya se trate de nulidad absoluta o relativa. En esto está conteste toda la doctrina y así
fluye con claridad del artículo 1687.
El vicio de nulidad puede afectar al acto jurídico en su conjunto o en una parte, razón por la
cual se clasifica en nulidad total y parcial.
Existe nulidad total cuando el vicio afecta todas las partes y cláusulas del acto jurídico. Existe
nulidad parcial, en cambio, cuando el vicio afecta sólo una parte o una cláusula del acto
jurídico; o cuando afecta a una parte o a un elemento de una cláusula.
Más allá del principio de conservación de los contratos –el cual constituye hoy en día el
fundamento prácticamente unánime de la nulidad parcial-, la doctrina suele postular la
aplicación de las siguientes reglas para determinar la forma en que opera la nulidad parcial:
a) La estipulación o cláusula inválida se separa del acto jurídico, quedando éste válido
en todo lo no afectado por el vicio.
b) La estipulación o elemento de la cláusula afectada se tiene por no existente y la
cláusula se reduce: reducción interna de la cláusula.
Estas reglas no se pueden aplicar si la parte del contrato no afectada por la invalidez es por su
naturaleza dependiente respecto a la inválida. Tampoco se aplican si se prueba que, sin la
estipulación o cláusula inválida, el acto jurídico no se habría realizado o que, sin esa
estipulación o elemento, la cláusula no se habría estipulado.
En otras palabras, en aquellos casos en que, atendida la naturaleza del contrato o la intención
original de las partes, el contrato no pueda subsistir con las cláusulas restantes, la nulidad
necesariamente ha de ser total. En el mismo sentido, en aquellos casos en que, atendida la
naturaleza de la cláusula o la intención original de las partes, una cláusula no pueda subsistir
sin la estipulación nula, la nulidad ha de extenderse a toda la cláusula.
El inciso primero del artículo 1687 establece que: “La nulidad pronunciada en sentencia que
tiene la fuerza de cosa juzgada, da a las partes derecho para ser restituidas al mismo estado en
que se hallarían si no hubiese existido el acto o contrato nulo; sin perjuicio de lo prevenido
sobre el objeto o causa ilícita.”
A partir de esta norma, la doctrina nacional está conteste en el hecho de que la tutela
restitutoria asociada a la nulidad presupone que esta haya sido declarada por sentencia
judicial firme. Lo creen así incluso quienes piensan que la nulidad absoluta opera de pleno
derecho, toda vez que una cosa es cómo opera la sanción y otra distinta es la relativa a la
restitución de las cosas que hayan sido entregadas.
A mayor abundamiento, a la luz del artículo 1687, existe claridad en cuanto a que la nulidad
opera con efecto retroactivo. El tenor es bastante claro en cuanto a que la declaración judicial
de la nulidad, una vez que está firme y produce efecto de cosa juzgada, da a las partes el
derecho de ser restituidas al estado anterior a la celebración del acto o contrato. Incluso más:
el tenor literal de la norma sugiere que las partes deben ser restituidas al estado en que se
hallarían si no hubiese existido nunca el acto o contrato declarado nulo.
No hay diferencias entre la nulidad absoluta y relativa en cuanto a los efectos restitutorios
asociados a la nulidad judicialmente declarada.
227. Forma en que nulidad produce sus efectos restitutorios para las personas que
celebraron el acto o contrato nulo.
Como ya vimos, el principio general está establecido en el artículo 1687 inciso primero en
cuanto señala que la nulidad declarada por sentencia firme “…da a las partes derecho para ser
restituidas al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto…”.
Ahora bien, para determinar la manera en que las partes son restituidas al estado anterior la
doctrina suele distinguir los siguientes escenarios:
1. El acto no engendró obligaciones (la nulidad sólo opera como sanción de ineficacia
del acto)
2. El acto sí engendró obligaciones:
a) No se han cumplido: la nulidad las extingue de acuerdo al artículo 1567 N° 8.
b) Sí se han cumplido por una o ambas partes: opera el artículo 1687 inciso segundo, que
obliga a efectuar prestaciones mutuas.
Vial, con mucha razón, señala que esta distinción tiene imprecisiones, pues es insatisfactoria
para los contratos reales. El autor se cuestiona qué ocurre si se ha declarado la nulidad de un
contrato real y la clásica obligación restitutoria se encuentra pendiente de cumplimiento. Si la
nulidad, de acuerdo con lo establecido en el artículo 1567 N°8, operara como modo de
extinguir obligaciones, se produciría en la especie un enriquecimiento injusto.
Entonces, cabe concluir que, si el acto engendró obligaciones que no se han cumplido, estas
se extinguirán en la medida que ello permita volver al estado anterior. Si no es así, deberán
las partes efectuar prestaciones tendientes a restituir lo recibido.
Debe restituirse la cosa, y también sus frutos naturales y civiles, distinguiendo si el poseedor
estaba de buena o mala fe. Está de mala fe quien recibió la cosa conociendo el vicio del acto.
En base al artículo 907, el poseedor de buena fe no está obligado a restituir los frutos
naturales y civiles percibidos antes de la contestación de la demanda.
Si se declara nulo el contrato celebrado con una persona incapaz, el que contrató con ella no
puede pedir restitución o reembolso de lo pagado o gastado en virtud del contrato, sino en
cuanto probare haberse hecho más rica con ello la persona incapaz. Así lo establece el
artículo 1688.
La ley protege a los incapaces pues teme que, cuando actúan sin los requisitos exigidos por
ley, no den adecuada inversión a lo que obtengan del contrato. No obstante, este temor no se
da si el incapaz se hizo más rico. Además, si las cosas no le son necesarias y están en su
poder, es lógico que las restituya. Ahora, si no subsisten en su poder, se dan las condiciones
que justifican la protección.
La doctrina estima que esta regla sólo se aplica cuando el acto se anula precisamente por la
causal de incapacidad.
Dado que la declaración de nulidad por sentencia firme establece la invalidez no sólo del acto
jurídico o contrato, sino también de la tradición, quien haya recibido la cosa (accipiens) no se
ha hecho dueño jamás de ella.
No obstante, esto no impide que el accipiens haya comenzado a poseer la cosa. Recordemos
que la posesión exige solamente la tenencia de una cosa determinada con ánimo de señor y
dueño (artículo 700). Por lo demás, la posesión, según la mayoría de la doctrina, es un hecho,
y por más fuerte que sea el efecto retroactivo, entender que el accipiens no ha entrado nunca
en posesión de la cosa sería extender demasiado los efectos de la nulidad y la ficción de
retroactividad.
El Código ha sido sabio y ha entendido que efectivamente existe la posesión que deriva de un
título que adolece de algún vicio de nulidad (artículo 704 N° 3); pero tal posesión, que es
irregular en función del artículo 708, habilitará únicamente para la prescripción
extraordinaria.
Quien reivindica debe ser dueño de la cosa; al respecto recordemos que la tradición realizada
en virtud del contrato nulo no ha transferido el dominio, por lo que se estima que el tradens
no ha dejado nunca de ser dueño (será él quien intente la acción reivindicatoria).
A diferencia de lo que ocurre con los efectos de la resolución respecto a terceros (artículos
1490 y 1491), la regla no distingue si los terceros están de buena o mala fe.
Según el numeral cuarto del artículo 94, la rescisión del decreto de posesión definitiva
permite que quien haya obtenido tal rescisión recobre los bienes en el estado en que se
encuentren, subsistiendo, no obstante, las enajenaciones, las hipotecas y los demás derechos
reales constituidos legalmente en ellos.
Tal como señala Corral Talciani, esta no es propiamente una excepción al artículo 1689, pues
no se trata realmente de una hipótesis de nulidad.
C) Caso de las enajenaciones realizadas antes de la rescisión de una donación entre vivos
(artículo 1432):
A la luz del artículo 1432, la rescisión de una donación no confiere acción reivindicatoria
sino en las específicas hipótesis allí consignadas: a) cuando en la escritura pública de
donación (inscrita en el competente registro si se trata de bienes inmuebles) se ha prohibido
al donatario enajenarlas; b) cuando antes de la enajenación se ha notificado a los terceros
interesados que el donante u otra persona a su nombre se propone intentar la acción
rescisoria; c) cuando se ha procedido a la enajenación después de intentada la acción
rescisoria.
Tal como señala Corral Talciani, esta tampoco es una verdadera excepción al artículo 1689,
sobre todo si se observan las causales que permiten al donante solicitar la “rescisión” (1425 y
1426).
Según Corral Talciani, esta tampoco es una verdadera excepción al artículo 1689. La
dignidad es un requisito para suceder (que ha de cumplir el heredero o legatario respectivo)
que opera incluso en la sucesión abintestato, por lo que, en principio, pareciera que la
declaración de indignidad no constituye realmente una declaración de nulidad. Con todo, si
también se concibe a la dignidad como un requisito para que una asignación por causa de
muerte sea válida, la declaración de indignidad acarrea la nulidad de dicha asignación.
Las enajenaciones o gravámenes que hubiera hecho el comprador sobre la cosa antes de que
se pronuncie la nulidad no quedan sin efecto como consecuencia de esta. En lugar de ello, la
ley establece sobre el el deber de “purificar” la cosa antes de proceder a su restitución
(artículo 1895).
Este caso suele resultar confuso, pero se entiende mejor si se tiene en cuenta que, dado que el
comprador deberá restituir la cosa libre de todo gravamen u otros derechos reales al
vendedor, este último no tendrá necesidad alguna de ejercer la acción reivindicatoria. Es por
esta razón, y no por otra, que se contempla como una “excepción”. En definitiva, la acción
reivindicatoria se torna innecesaria para el vendedor.
De lo expuesto resulta que en el caso de que un acto jurídico sea nulo o anulable competen a
la persona legitimada activamente dos acciones, que se dirigen contra sujetos distintos, y que
persiguen objetos muy diversos.
Podría pensarse que, desde un punto de vista lógico, debiese entablarse primero la acción
personal de nulidad, y una vez declarada esta, la acción reivindicatoria contra el poseedor de
la cosa. No obstante, el Código de Procedimiento Civil, en su artículo 18, permite que en el
mismo juicio puedan intervenir como demandantes o demandados varias personas, siempre
que deduzcan la misma acción, o acciones que emanen directa o indirectamente de un mismo
hecho, o que se proceda conjuntamente por muchos o contra muchos en los casos que
autoriza la ley.
La demanda que se intente contendrá, en consecuencia, dos peticiones: la primera para que se
declare la nulidad del contrato, y la segunda para que el poseedor de la cosa sea obligado a
restituirla. Es cierto que al tiempo de entablarse la demanda todavía el contrato no se habrá
declarado nulo; pero el mismo Código de Procedimiento Civil autoriza la interposición
conjunta de ambas acciones (artículo 17), siendo la segunda una petición condicional para el
caso de que la primera tenga acogida.
Si bien este ha sido un tema poco desarrollado por la doctrina nacional, al menos existe
consenso entre los autores que se refieren al punto (entre otros, Alessandri Besa, Baraona
González, Barros Bourie, Domínguez Águila, Corral Talciani) en cuanto a que es posible
demandar conjuntamente la nulidad de un acto jurídico y la indemnización de los perjuicios
que ese acto ha provocado.
Al respecto conviene tener presente que, en tanto la nulidad opera con efecto retroactivo,
entendiéndose que el acto jurídico no ha existido, la responsabilidad necesariamente ha de ser
extracontractual. En palabras de Alessandri Rodríguez, "la responsabilidad a que puede dar
origen la nulidad de un contrato, cuando es declarada por un vicio imputable a dolo o culpa
de una de las partes, es extracontractual. No hay ningún vínculo preexistente entre el autor
del daño y la víctima; la fuente de la responsabilidad es el hecho ilícito ejecutado por una de
las partes y que produjo la nulidad. Se trata, pues, de una responsabilidad delictual o
cuasidelictual regida por los artículos 2314 y siguientes".
Alessandri Besa también es enfático al sostener que “al anularse el contrato, este se reputa
como si nunca hubiese existido; en consecuencia, la fuente de esa responsabilidad no es el
contrato, que no existe, sino el hecho ilícito del contratante de haber procedido a celebrarlo
en esas condiciones”.
Con todo, hay que tener cuidado, pues la indemnización no puede extenderse a aquellos
perjuicios que ya se hayan visto resarcidos mediante las prestaciones mutuas. Al respecto, tal
como señala Barros “la reparación de los perjuicios que se siguen de la nulidad atribuible a
dolo o negligencia de la contraparte tiene, como es obvio, un objeto complementario y no
acumulativo respecto de las prestaciones mutuas que deben hacerse las partes a efectos de
producir la restitutio in integrum que provoca la declaración de nulidad (artículo 1687)”.