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1 Después de la caída del Imperio Romano en el siglo V, se pierde el conocimiento del Derecho Romano clásico, y los nuevos
pueblos germánicos utilizan sus propias costumbres y regulaciones, de un carácter mucho más primitivo que la otrora espléndida
jurisprudencia romana. En el Oriente, el emperador Justiniano intentará compilar toda la tradición jurídica romana, actualizándola
para ponerla en el nuevo contexto político y sociológico. Así, produce cuatro obras, que compondrán lo que la posteridad conocerá
como el "Cuerpo del Derecho Civil" (Corpus Iuris Civilis). En la Europa Occidental esta obra permaneció desconocida hasta el
movimiento intelectual que dio lugar a la Universidad de Bolonia y a la llamada Escuela de los Glosadores. Ocurrió esto recién en
el siglo XII, en el que los juristas "redescubrieron" el Derecho Romano, conservado en la obra compiladora de Justiniano. Los
glosadores tomaron su nombre justamente del tipo de análisis que hicieron de estos textos, por medio de comentarios o
anotaciones al margen conocidas como "glosas". Aparece entonces el concepto de ius commune: Derecho común, por oposición
al Derecho particular o propio de cada nación o pueblo. Este Derecho común constituía un sistema jurídico aplicable a todos los
reinos cristianos de la época y podía ser invocado ante cualquier tribunal y aplicado por un juez castellano, napolitano, inglés o
francés. El nivel científico del Derecho romano le brindaban una autoridad como ratio scripta: lo razonable puesto en textos
escritos; además, su procedencia del Imperio romano, al cual los distintos reinos medievales se sentían todavía ligados, le permitía
reclamar una autoridad aplicable por encima de las legislaciones locales. El ius civile romano pasó así, paradójicamente, de ser el
Derecho propio de una ciudad (la de Roma) a ser el Derecho común de toda la cristiandad occidental. En este proceso, el Derecho
Civil va siendo progresivamente identificado con el Derecho privado, ya que las instituciones públicas que contenía el Corpus Iuris
(que regulaban cuestiones administrativas, penales o procesales) ya no eran aplicables a la organización de los nuevos reinos. Sí
lo eran, en cambio, la mayor parte de las regulaciones de las relaciones jurídico-privadas.
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y de disociación que logró su consagración definitiva en la gran ordenanza que, por iniciativa de Colbert,
codificó, en 1667, las reglas del procedimiento. Desde entonces la separación era definitiva; el
procedimiento había conquistado y debía conservar su individualidad: al lado de nuestro Código Civil existe
un Código de Procedimiento Civil, en el cual están incluidas las reglas de forma. Pero la separación entre
los dos campos está lejos de ser constante y absoluta; nuestro Código Civil comprende muchas reglas
referentes al procedimiento; por ejemplo, en materia de divorcio, de separación de cuerpos y de pruebas.
Ocurre, en efecto, que la forma es inseparable del fondo y que tiene forzosamente que borrarse, aquí y
allá, la línea de demarcación un poco ficticia que el legislador quiso trazar entre el precepto y su manera
de realizarse. Pero no debía limitarse a esto el trabajo de fragmentación del Derecho Privado; tenía que
proseguirse hasta en el terreno del Derecho teórico mismo y por lo que se refiere a las reglas de fondo.
El desarrollo y las necesidades del comercio determinaron la formación y la especificación de una nueva
rama, la del Derecho Comercial que vino a reaccionar frente a la insuficiencia del ius civile heredado de
Roma.
El derecho mercantil es un fenómeno histórico, cuyo origen está en la consolidación de una civilización
burguesa y ciudadana. Apareció originalmente como un derecho de clase o profesional, ordenado a regir
o satisfacer únicamente las relaciones jurídicas trabadas entre ciertos sujetos, las cuales se habían
apartado (o, más bien, configurado por fuera de sus moldes típicos) del derecho civil, y cuyo centro era el
comercio internacional que exigía un derecho universal, flexible e informal, guiado por principios propios
como el de la especialidad, el principio de la celeridad, el principio de la consensualidad, el principio de la
onerosidad, la publicidad, así como el de la buena fe.
No obstante que existen autorizadas voces que desde antaño vienen exigiendo la reunificación del
derecho civil y del comercial en una sola rama, sosteniendo incluso que deberían ser objeto de una misma
regulación en materia de obligaciones y contratos, hay buenos argumentos -a nuestro juicio- para
mantener la diferenciación:
i) las exigencias de rapidez y agilidad que impone el comercio que no se avienen con la formalidad
de los actos civiles,
ii) la naturaleza propia de sus orígenes que responden a las prácticas o costumbres de quienes se
dedicaban a la actividad comercial,
iii) el elemento internacional de la actividad mercantil dominado por transnacionales que exceden
las fronteras y por ende los ordenamientos jurídicos locales.
Chile continúa alineado con las naciones cuya legislación privada aún no se ha unificado. Desde el punto
de vista doctrinal, la opinión dominante en esta materia es de tipo conservador, tendiente a mantener el
statu quo de la separación del Derecho de las Obligaciones. Las razones pueden leerse en el autor nacional
Julio Olavarría, quien en síntesis explica: i) Emprender una obra de conjunción significaría un desafío mayor
para nuestro Parlamento, el cual en el examen detallado de una obra de este tipo tardaría años; ii) Motivos
de prestigio, en cuanto ambos códigos, civil y comercial, han servido de modelo para códigos
latinoamericanos.
En adelante, al hablar de derecho privado nos referiremos principalmente al derecho civil, por las
siguientes razones:
a. El derecho civil es el derecho privado común: porque como lo señalamos en la unidad anterior, ejerce
una función supletoria o subsidiaria respecto de las demás ramas del Derecho Privado que se aplican
especialmente a determinadas actividades: comercio, minería, agricultura. Cuando en las leyes
especiales no existe una regulación sobre algún aspecto, se aplica, en forma subsidiaria y supletoria, el
Derecho Civil (art. 4° CC).
b. El derecho civil es un derecho general: se refiere a todos los ciudadanos, sin exclusión, regula los
problemas y conflictos que nos atañen a todos sin distinción. Podría decirse que el Derecho Civil es un
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derecho democrático, porque se aplica a todos por igual, regula nuestras relaciones en aquello que
tenemos todos en común. En cambio, respecto de nuestras características diferenciadoras, ellas son
reguladas por las diversas ramas del derecho especial.
c. Por ser un derecho común y general, el derecho civil constituye la parte fundamental y más
importante de los estudios jurídicos: la organización conceptual de su conjunto y de cada una de sus
instituciones gobierna o se refleja en todas las disciplinas especiales. Es imposible concebir el estudio
particular y la comprensión de cualquier otra disciplina jurídica sin un conocimiento previo del derecho
civil.
El que el derecho civil sea el derecho general no obsta a que ciertas materias hayan adquirido una
fisonomía propia y sean objeto de un estudio independiente, como fue en su momento el derecho
comercial y más tarde el derecho del trabajo.
Aunque ya había intentos anteriores, como el Código Prusiano (1794) y el inicio del Código Austriaco
(promulgado luego en 1811), que eran iniciativas de reyes ilustrados, el rompimiento con el Derecho
común medieval y la nueva formulación del Derecho Civil va a ser producto de la Revolución Francesa. El
movimiento revolucionario francés postula como una de sus finalidades la de establecer nuevas leyes
sencillas, claras e igualitarias para todos los franceses, unidas en un libro en el que cualquier ciudadano
pueda tomar fácil conocimiento de ellas: el código de los ciudadanos, el Código Civil. Los primeros intentos
se frustraron, quizás porque pretendían hacer tabla rasa con todos los criterios acrisolados desde el
Derecho romano en adelante. La Revolución no sería capaz de forjar el Código Civil, el que finalmente
saldrá adelante gracias al empuje y también al realismo del Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, en 1804.
Era una nueva forma de exponer el Derecho privado, a través de oraciones prescriptivas sin explicaciones
ni fundamentaciones, colocadas con números correlativos en artículos, y que derogaban totalmente el
Derecho anterior (aunque no hubiera incompatibilidad). No obstante, los juristas que finalmente
redactaron el Código se dieron cuenta que era una ilusión crear un Derecho desde cero, y vertieron en los
diferentes artículos del Código, los resultados más comunes de la ciencia jurídica romana y medieval. En
gran parte, el Code Civil es una recopilación de Derecho romano (sobre todo en materia de contratos y
obligaciones).
No obstante, quedan reguladas en el Código Civil las prestaciones de servicios que no originan una
relación de subordinación o dependencia, como son los llamados "contratos a honorarios", y que se han
incrementado en el último tiempo como una modalidad de trabajo más flexible. Es posible que las nuevas
formas de tecnología permitan una reestructuración del trabajo sobre la base de este tradicional contrato
civil (cada trabajador puede hacer su tarea desde su domicilio), pero la necesidad de reprimir abusos
contra los más indefensos y vulnerables adoptará nuevos derroteros.
La segmentación del Derecho Trabajo es la más sonada, pero no la única sufrida por el Derecho Civil en
los últimos tiempos. También han emigrado de él ramas como el Derecho Minero y el Derecho de Aguas,
que en Chile tienen sus propios códigos.
Intento de definición
Hoy el Derecho Civil puede definirse sintéticamente como el derecho privado común y general; en
forma descriptiva, como el conjunto de normas sobre la personalidad y las relaciones patrimoniales y de
familia.
Si miramos el contenido del Derecho Civil, podemos definirlo como la parte del Derecho Privado que
tiene por objeto a la persona en sus relaciones más generales y cotidianas. Regula a la persona en sus
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aspectos más vitales y comunes: la vida, la familia, sus pertenencias, sus contratos y obligaciones, su
muerte y la transmisión de su patrimonio a sus herederos.
En suma, en el Código Civil además del referido título preliminar, se contienen preceptos y normas que
se refieren a materias de Derecho Público:
1º Se mencionan las personas jurídicas de Derecho Público, reconociendo ese carácter a la nación, el
fisco, las municipalidades, las iglesias, las comunidades religiosas, y los establecimientos que se costean
con fondos del erario (art. 547 inc. 2 CC).
2º Se contiene todo un título dedicado a los bienes que pertenecen a la Nación, los bienes nacionales
(título III del libro I: arts. 589 y ss. CC).
3º Se establecen los límites del territorio marítimo (arts. 593, 594 y 596 CC)
4º Se regula la prescripción adquisitiva de bienes del Estado (art. 2497 CC)
5º Se regula la prescripción extintiva de obligaciones tributarias (art. 2521 CC)
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El Derecho Civil como Derecho Común
Recordemos que en la edad media aparece el concepto de ius commune: Derecho común, entendido
como tal por oposición al Derecho particular o propio de cada nación o pueblo.
Modernamente esta denominación sigue vigente, pero con un sentido totalmente diferente. El Derecho
Civil cumple una función peculiar en el sistema jurídico, cual es la de ser el Derecho Común, no sólo del
Derecho Privado sino de todo el Derecho, incluidas aquellas ramas que son pertenecientes al Derecho
Público.
Podemos decir que el Derecho Civil es el Derecho de la persona natural por oposición al Derecho Público
que es el Derecho de la persona colectiva y de la sociedad civil.
Esta es la razón por la que el Derecho Civil es Derecho común también para el Derecho Público, y que
represente como la cantera fecunda o el núcleo esencial del cual se nutre el entero ordenamiento jurídico.
Aquí se forjan y estudian categorías conceptuales que serán luego utilizadas por el resto de las ramas
jurídicas: persona, persona jurídica, derecho subjetivo, acto jurídico, propiedad, derecho real, crédito,
servidumbre, usufructo, caución, contrato, responsabilidad, patrimonio, y muchas otras.
Piénsese, por ejemplo, que la misma Constitución sería incomprensible si no se complementara su texto
con los conceptos propios del Derecho Civil. La Constitución utiliza muchos términos civiles que no define,
como persona, caución, bienes, nulidad, responsabilidad, etc. Con la ayuda del Derecho Civil esos términos
adquieren significado, aunque deba dárseles, si procede, una interpretación especial acomodada al
contexto de Derecho Público en el que son utilizados. Así, por ejemplo, si el Código Penal habla de
propiedad o de bien mueble y no los define, para determinar el sentido de esos preceptos habrá que acudir
al Código Civil. Lo mismo sucede con el Código del Trabajo, el Código Tributario y hasta la misma
Constitución, como acabamos de mencionar.
El art. 4º del Código Civil chileno manifiesta este rol del Derecho Civil, cuando se cuida de advertir que
las disposiciones especiales de códigos de Derecho Público, como el de Justicia Militar o el Penal se
aplicarán con preferencia a las civiles. Esto manifiesta indirectamente que, en caso de no haber disposición
especial, es posible aplicar la normativa contenida en el Código Civil incluso a materias reguladas por estos
cuerpos legales que son pertenecientes al Derecho Público.
Por cierto, el que el Derecho Civil sea el Derecho Común de todo el ordenamiento jurídico no le concede
ningún sitial de privilegio o de mayor jerarquía; es más bien un servicio que presta a las demás ramas del
Derecho que pueden dedicarse a su especialidad sin tener que reproducir todos los conceptos, nociones,
categorías y relaciones que ya han sido acuñadas por el Derecho Civil, en su trayectoria más que
bimilenaria.
Tampoco se pretende afirmar que cualquier vacío o duda en las leyes especiales autoriza para aplicar
sin más los criterios normativos civiles. Obviamente, en primer lugar, se aplicarán los principios propios de
la disciplina especial, y sólo a falta de estos y siempre de una manera adecuada a la naturaleza de la
materia, podrá ser invocada alguna norma o principio de carácter civil.
La división del Derecho Civil corresponde a una forma de exponer las materias que lo integran para lograr
una mejor sistematización y comprensión de sus contenidos. Una primera gran estructuración del Derecho
Civil fue concebida en tiempos romanos y expuesta por el jurista Gayo (siglo II d.C.). Según Gayo, todo el
Derecho Civil podía exponerse en tres grandes capítulos: las personas (que incluye la familia), las cosas
(que incluye sus formas de adquisición y entre ellas los contratos, y la sucesión por causa de muerte) y las
acciones (la forma de hacer valer los derechos en juicio).
Esta clasificación tradicional se mantuvo más o menos invariada hasta que apareció en Alemania la
escuela que trató de racionalizar y conceptualizar en nociones abstractas los materiales casuísticos y
fragmentarios del Derecho Romano justinianeo. Es el movimiento de la jurisprudencia de conceptos o
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Pandectística cuyas bases serían sentadas por Federico von Savigny (1779-1861). Aparece así la división
del Derecho Civil en una Parte General y una Parte Especial. La Parte General estará destinada a las
categorías conceptuales más omniabarcantes de la disciplina, como el acto jurídico, la persona y el
patrimonio. La Parte Especial se dividirá en las instituciones más específicas desarrolladas por el Derecho
Privado.
La Pandectística alemana ejercería una influencia intelectual tan fuerte que a fines del siglo XIX y
principios del XX, la doctrina, incluso francesa y también la chilena, dejaron a un lado la sistematización de
sus propios códigos, y acogieron, para exponer y enseñar el Derecho Civil, la estructura establecida por
Von Savigny y sus seguidores.
De esta forma, el Derecho Civil se divide en Parte General y las instituciones especiales que le siguen:
a) Parte General: En esta parte se incluye la llamada teoría de la ley (o de las fuentes del Derecho),
la persona, la relación jurídica o derecho subjetivo, el acto jurídico, y la prueba.
b) Bienes o derechos reales: Se estudia aquí el concepto y las clases de bienes que integran el
patrimonio de una persona, el dominio y los demás derechos reales, la posesión y los modos de
adquirir el dominio, así como la acciones que protegen estos derechos.
c) Obligaciones: Se incluye en esta parte el estudio de los derechos personales, sus clases, efectos y
extinción, así como los modos de tutela de los créditos.
d) Contratos y fuentes de las obligaciones: El contrato es la fuente prototípica de las obligaciones y
se le contempla como categoría general pero también en cada una de las categorías típicas de los
contratos más usuales. Se añaden otras fuentes de las obligaciones como los cuasicontratos, la
responsabilidad por delito o cuasidelito civil y una mención de las obligaciones legales.
e) Familia: Se incluye en esta parte la regulación del matrimonio como acto jurídicamente
privilegiado para formar una familia, su régimen de bienes, la filiación, la adopción y las guardas,
como instituciones de protección construidas de modo análogo a las relaciones familiares.
f) Sucesión por causa de muerte: este segmento está destinado a la muerte de la persona y a sus
efectos en el plano patrimonial, determinando la forma en la que se transmiten sus derechos y
obligaciones, y la distribución de los bienes y deudas entre los sucesores.
Génesis
Lo primero que debemos señalar en esta materia es el concepto de “Código”: toda ordenación
sistemática de normas legales relativas a una determinada rama del derecho o a una parte orgánica de él.
El Derecho Civil chileno está contenido principal, pero no exclusivamente, en el Código Civil.
Al declararse la Independencia regían en Chile, como es lógico, las leyes españolas que el Rey de España
había dictado para Chile en particular o para las Indias en general. En defecto de esta legislación especial
se aplicaban las leyes generales españolas. Se trataba de una legislación muy frondosa y confusa, en la que
se sobreponían diversas disposiciones, recopilaciones y textos, sin que existiera una codificación de orden
general.
Cabe recordar entre los cuerpos legales españoles el Fuero Juzgo o Libro de los Jueces, las Leyes del
Estilo, las Siete Partidas, el Ordenamiento de Alcalá, Leyes de Toro, la Nueva Recopilación y la Novísima
Recopilación. Además, regían en Chile leyes dictadas especialmente por el Estado español para las colonias
americanas en general o, en forma especial, para nuestro país.
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Existió después un período de derecho intermedio en que a las leyes españolas se sumaron las leyes
patrias dictadas desde 1810 hasta la promulgación del Código Civil. Estas leyes sólo se refirieron a puntos
específicos y particulares y se limitaban a suplir o modificar las leyes españolas, que continuaban siendo
la legislación general. Versaban, aparte de las relativas a la organización política y administrativa del país,
principalmente sobre materias de procedimiento judicial, como el decreto del año 1837 relativo a la
manera de fundar las sentencias; el decreto ley del mismo año sobre implicancia y recusación de los jueces;
otro sobre el recurso de nulidad y uno relativo al juicio ejecutivo.
También se promulgaron leyes de carácter penal y otras sobre materias civiles: ley de 6 de septiembre
de 1844 que regulaba el matrimonio de los no católicos; la ley de 14 de julio de 1852 sobre la
desvinculación de bienes; la ley del 24 de julio de 1834 sobre propiedad literaria, y las leyes de 31 de
octubre de 1845 sobre prelación de créditos.
Desde los primeros tiempos de la República se pensó en la necesidad de una codificación, en especial de
la ley civil. Ya en la Constitución federal de 1826 se contenía un artículo que establecía la creación de una
comisión que presentara a la legislatura un proyecto de legislación civil y criminal.
En el año 1831 el Ejecutivo contestaba una consulta del Congreso con un Oficio firmado por el Ministro
Diego Portales, manifestando que no debía pensarse en una simple compilación de las leyes actuales de
Castilla e Indias, sino que debía estudiarse una legislación nueva compatible con nuestra situación y
costumbres.
Al mismo tiempo proponía que el trabajo se encomendase a una sola persona, porque la experiencia
enseñaba la ineficacia de las comisiones numerosas. En 1840 se creó una comisión mixta de las Cámaras
para la codificación de las leyes civiles, y en 1841 una Junta revisora del proyecto, las que fueron refundidas
en una sola en 1845. Fue muy poco lo que éstas hicieron y finalmente se paralizó su labor.
En el intertanto don Andrés Bello trabajaba personalmente en la redacción de un Código Civil, el que
concluyó en 1852.
El mismo año se designó una comisión para que revisara el proyecto, la que celebró más de trescientas
sesiones, de las cuales no se conservan actas, y que terminó su tarea en 1855. En ese año fue enviado el
proyecto al Congreso, el que lo aprobó sin modificaciones en una ley de un artículo único. Esta ley fijaba
la vigencia del nuevo Código a partir del 1º de enero de 1857 y ordenaba se hiciera de él una edición oficial,
correcta y esmerada. Al realizarse dicha edición, don Andrés Bello introdujo algunas modificaciones al
proyecto aprobado por el Congreso.
Los autores han diferenciado tradicionalmente los proyectos de Código Civil de 1841-1845; 1846-1847;
1853, inédito, y el de 1855. Se habla de distintos proyectos por la fecha de su formulación, pero no en
cuanto a su contenido, pues tienen una misma concepción y muchas disposiciones idénticas. Los primeros
proyectos no contenían la totalidad de las instituciones; el primero totalmente completo es el de 1853. A
éste, don Andrés Bello le hizo diversas anotaciones y enmiendas en un ejemplar que sólo se encontró años
después y que, por eso, se denomina proyecto inédito.
A los proyectos anteriores debe agregarse ahora uno encontrado en los papeles dejados al morir por don
Mariano Egaña y que se mantuvo en poder de sus descendientes desde su muerte en 1846. Este
constituiría en realidad el primer proyecto de Código Civil. Muchos han estimado que se trataría de un
proyecto original de Egaña. No parece así: se trataría en realidad del proyecto sobre el cual trabajaron las
comisiones legislativas de 1840- 1841, y de las cuales formaban parte tanto don Mariano Egaña como don
Andrés Bello.
Fuentes
Generalmente se cree que nuestro Código Civil se inspiró y tuvo por fuente casi única el Código Civil
francés o Código de Napoleón, promulgado en 1804. Esto no es exacto, pues salvo en materia de
obligaciones, en que lo sigue muy de cerca, pero con criterio independiente al modelo francés, el Código
es una creación original en que, juntamente con los principios tradicionales del derecho romano, se
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consultan la opinión de los jurisconsultos más ilustres, los principios del derecho inglés y las codificaciones
o proyectos más recientes que existían en la época.
Así don Andrés Bello tuvo presentes, entre otros, el Código de Baviera de 1756, el Código Austríaco de
1812, el Código de la Luisiana de 1822, el Código Sardo de 1838, el de los Países Bajos del mismo año, el
Código de las Dos Sicilias, etc. Se inspiró también profundamente en la antigua legislación española,
especialmente en las Partidas, y tuvo muy presente el proyecto de Código Civil español de García Goyena.
Entre los grandes jurisconsultos estudió en especial a Pothier, Domat y Savigny. Igualmente, a los
primeros grandes comentaristas del Código Napoleón como Delvincourt, Duranton, Troplong y Marcadé.
De esta diversidad de fuentes surge una obra original de especial unidad conceptual. Generalmente estas
fuentes sólo sirven para poner de manifiesto el sistema renovado y creador imaginado por Bello.
En el Título Preliminar se establecen los principios del derecho internacional privado y se trata también
de la interpretación de la ley, materias que no toca el Código francés. Las normas interpretativas, aunque
aparecen inspiradas en el Código de la Luisiana, crean un sistema distinto y absolutamente original.
En materia de bienes se aparta totalmente del Código francés, pues, volviendo al derecho romano,
establece la necesidad de un modo de adquirir para la constitución del dominio. En Francia los contratos
transfieren el dominio; en nuestro derecho los contratos sólo originan derechos personales y es necesaria
la tradición para adquirir el dominio. En materia de tradición de los bienes raíces y de los gravámenes
constituidos en ellos sigue el principio registral del viejo derecho alemán.
En materia de sucesiones sigue la tradición española, pero la modifica sustancialmente al suprimir los
mayorazgos y vinculaciones, la primogenitura, la diferencia de sexo y la consideración del origen de los
bienes.
En materia de obligaciones y contratos es donde nuestro Código más se aproxima al Código francés. Pero
aquí tampoco es una copia o una adaptación, sino una creación original. Por de pronto establece una
doctrina general. Mientras el Código francés habla “De los contratos”, el Título II del Libro IV de nuestro
Código se refiere a “De los actos y declaraciones de voluntad”, abarcando ya toda la teoría del acto jurídico.
Otra diferencia es el espíritu inherente en nuestro Código de evitar las apreciaciones subjetivas. Este
cambio de orientación se observa comparando disposiciones casi idénticas de ambos códigos. Así el art.
1129 del Código Napoleón, al tratar sobre la determinación del objeto, expresa: “La cantidad de la cosa
puede ser incierta, siempre que pueda ser determinada”. Es decir, establece una apreciación subjetiva de
la determinación. El art. 1461, inc. 2º, de nuestro Código, dispone: “La cantidad puede ser incierta con tal
que el acto o contrato fije reglas o contenga datos que sirvan para determinarla”, es decir, lleva el
problema a un terreno absolutamente objetivo. También en la interpretación de los contratos, aunque
ambos textos dan preferencia a la voluntad real sobre el tenor literal, el enfoque es distinto. El art. 1156
del Código francés al disponer que “en las convenciones debe buscarse cuál ha sido la intención común de
las partes contratantes...”, obliga al juez a descubrir una psicología. Nuestro Código en el art. 1560 dice:
“Conocida claramente la intención de los contratantes”, y esto implica que la intención debe serle
probada, lo que significa una manifestación objetiva de la misma.
Estructura y contenido
Don Andrés Bello estructuró el Código de manera similar al Código Civil francés, llamado Código
Napoleón. Lo dividió en un Título Preliminar, cuatro Libros y un Título Final. El Código francés sólo tiene
un Título Preliminar y tres Libros.
A diferencia del Código francés, en que el Título Preliminar está compuesto de seis artículos, el Código
de Bello contiene cincuenta y tres. En ellos se trata de la ley, su concepto, su promulgación, obligatoriedad,
efectos en el tiempo y en el espacio, su derogación e interpretación. Se definen las palabras de uso
frecuente en las leyes y que se refieren igualmente a todas las ramas del Derecho; trata del parentesco y
de la representación legal; define el dolo, la culpa, la fuerza mayor, la caución y las presunciones; señala
también la forma de computar los plazos.
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Son especialmente notables los artículos 14 a 18, que contienen las normas fundamentales de derecho
internacional privado, de gran originalidad para su época y de vigencia actual.
El Libro I se titula “De las personas”. Habla de las personas naturales en cuanto a su nacionalidad y
domicilio; del principio y fin de su existencia; del matrimonio; de los derechos y deberes para con los hijos;
de las pruebas del estado civil; de la emancipación, de las tutelas y curatelas; de las personas jurídicas, etc.
El Libro II se titula “De los bienes y de su dominio, posesión, uso y goce”. Trata de las variadas clases de
bienes, del dominio o propiedad, de los diversos modos de adquirir ésta, de la posesión de los bienes, de
las limitaciones del dominio (propiedad fiduciaria, derecho de usufructo, derechos de uso y habitación, las
servidumbres prediales), la reivindicación, y de las acciones posesorias.
El Libro III se denomina “De la sucesión por causa de muerte y de las donaciones entre vivos”. Trata de la
sucesión intestada, o sea, señala quienes heredan los bienes del difunto cuando éste no ha hecho
testamento, de los testamentos, de las asignaciones testamentarias, de las asignaciones forzosas, de los
ejecutores testamentarios, de la partición o reparto de los bienes del difunto, del pago de las deudas
hereditarias y testamentarias, de las donaciones entre vivos.
El Libro IV, titulado “De las obligaciones en general y de los contratos”, habla de las diferentes clases de
obligaciones; del efecto de ellas; de los modos de extinguirlas (pago efectivo, novación, remisión, etc.); de
su prueba; de las convenciones matrimoniales y de la sociedad conyugal, de la separación de bienes y del
régimen de participación en los gananciales; de las diversas clases de contratos (compraventa,
arrendamiento, sociedad, etc.), de su interpretación; de los cuasicontratos; de los delitos y cuasidelitos
civiles; de la fianza; de la prenda; de la hipoteca; de la anticresis; de la transacción; de la prelación de
créditos, y de la prescripción.
El Título Final contiene el artículo final del Código Civil, relativo a la observancia del Código, estableciendo
lo siguiente: “El presente Código comenzará a regir desde el 1º de enero de 1857, y en esa fecha quedarán
derogadas, aun en la parte que no fueren contrarias a él, las leyes persistentes sobre las materias que en
él se tratan. Sin embargo, las leyes persistentes sobre la prueba de las obligaciones, procedimientos
judiciales, confección de instrumentos públicos y deberes de los ministros de fe, sólo se entenderán
derogadas en lo que sean contrarias a las disposiciones de este Código.
El Derecho no sólo está compuesto de reglas legales, sino también de principios que inspiran esas reglas
y que les dan organicidad, coherencia y solidez. Algunos de estos principios no están formulados en una
norma precisa, pero si bien el principio no está directamente expresado, partiendo del raciocinio implícito
en diversas normas se elabora en forma inductiva el principio general.
Pueden identificarse como principios informadores del Derecho Civil, y del Código, los que se enumeran
y describen a continuación:
1. PROTECCIÓN DE LA BUENA FE
La palabra latina "fides", de la que deriva "fe", quiere decir confianza. La buena fe alude pues a la
necesidad que toda sociedad tiene de que sus miembros actúen lealmente, como personas de recto
proceder y sin querer engañar o aprovecharse del error ajeno. Por eso, el Derecho Civil asume que las
personas intentan comportarse honradamente, de modo que la buena fe se presume, salvo que se pruebe
lo contrario (art. 707 CC).
Surge así que un principio fundamental en nuestro derecho privado es la protección de la buena fe y,
consecuencialmente, el castigo de la mala fe. Más de cuarenta disposiciones del CC se refieren a la buena
fe y otras tantas a la mala fe. Este principio no está expresado en una fórmula general, pero se encuentra
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en el trasfondo de todas las instituciones. Tal vez la disposición más directa sea el inciso final del art. 44,
que define el dolo como la intención positiva de inferir injuria a la persona o propiedad de otro.
Con todo, la buena fe no es un concepto único; bajo su denominación se agrupan dos situaciones
distintas, perfectamente diferenciables. Ellas tal vez se reflejan en el lenguaje corriente, pues entendemos
que son dos conceptos diversos el estar de buena fe que el actuar de buena fe. En el primer caso, la buena
fe aparece como una actitud mental, actitud que consiste en ignorar que se perjudica un interés ajeno o
no tener conciencia de obrar contra derecho, de tener un comportamiento contrario a él. El otro aspecto
de la buena fe consiste en la fidelidad a un acuerdo concluido o, dentro del círculo obligatorio, observar la
conducta necesaria para que se cumpla en la forma comprometida la expectativa ajena. El primero es el
estado de conciencia en un momento determinado; el otro, la realización de una conducta.
Ambos aspectos de la buena fe están considerados en nuestro derecho. El primero está claramente
establecido en el art. 706 CC que define la buena fe en materia posesoria como “la conciencia de haberse
adquirido el dominio de la cosa por medios legítimos, exentos de fraude y de todo otro vicio”. Otros tantos
ejemplos de este concepto de la buena fe son recogidos por el CC en los arts. 906 y ss, 913, 1267, 1567,
1916.
Este aspecto de la buena fe, que consiste en la ignorancia de una situación de hecho o de una
antijuridicidad, fuera de los ejemplos señalados, queda perfectamente en claro cuando el art. 2468 CC
señala en qué consiste el dolo pauliano; dice al efecto: “estando de mala fe el otorgante y el adquirente,
esto es, conociendo ambos el mal estado de los negocios del primero”. La mala fe consiste en el
conocimiento; la buena fe habría estribado en la ignorancia.
El otro carácter de la buena fe, como desarrollo de una conducta, aparece claro en la reglamentación
del pago respecto del cual el art. 1591 restringe que se haga parcialmente mientras, a su vez, el art. 1590
dispone que si el pago es de un cuerpo cierto, el acreedor debe recibirlo con sus deterioros, salvo que ellos
provengan de hecho o culpa del deudor. Igualmente, la pérdida de la cosa debida extingue la obligación,
salvo que haya perecido por culpa o durante la mora del deudor (arts. 1670, 1672 CC). Todo esto se resume
en lo dispuesto en los arts. 1548 y 1549 que señalan que la obligación de dar contiene la de entregar la
cosa y si ésta es una especie o cuerpo cierto, la de conservarlo hasta su entrega; la obligación de conservar
la cosa exige que se emplee en su custodia el debido cuidado. El conjunto de estas disposiciones señala
que el deudor debe proceder de buena fe al cumplimiento de la obligación. Pero esta obligación de
conducta no corresponde sólo al deudor, sino también al acreedor. Su responsabilidad es clara cuando el
vendedor debe responder de los vicios redhibitorios (arts. 1858 y 1861 CC), o si siendo comprador se ha
constituido en mora de recibir (art. 1827 CC). La norma general de la buena fe como conducta la
encontramos en el artículo 1546 del Código Civil. Dicha disposición establece: “Los contratos deben
ejecutarse de buena fe”.
Uno de los principios inspiradores del Derecho Civil junto con el de igualdad es el de libertad. Las
personas, para que puedan aspirar a su más plena realización como seres humanos, necesitan un espacio
para decidir autónomamente lo mejor para sus vidas, dentro del marco de respeto a la dignidad personal
de los demás y a las exigencias que impone el bien común. En este sentido, el Derecho Civil es un Derecho
que privilegia, como regla general, la libertad, sobre todo en los aspectos patrimoniales, donde hay menos
cuestiones de interés público implicadas.
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La autonomía de la voluntad va siendo configurada al disponer el art. 12 del CC que pueden renunciarse
los derechos conferidos por las leyes, con tal que sólo miren al interés individual del renunciante, y que no
esté prohibida su renuncia.
Una de las manifestaciones más importantes de este principio general, es la libertad contractual, que
consiste en la facultad que se reconoce a las personas, tanto naturales como jurídicas, de celebrar
contratos con otras y establecer el contenido y la extinción de estos acuerdos. El Código Civil asimila así el
contrato a la ley, en el sentido de que los contratantes son legisladores para sí mismos (art. 1545 CC).
Esta disposición establece toda la fuerza de la declaración de voluntad. Este acuerdo celebrado tiene el
imperio de una verdadera ley para los contratantes, ley que, si bien no es de obligatoriedad general, tiene
completa validez en el ámbito de sus relaciones recíprocas. Tan completo es el alcance que se ha dado a
esta identificación legal del acuerdo contractual de las partes, que el recurso de casación en el fondo que,
en conformidad con el artículo 767 del CPC, sólo tiene lugar contra sentencia pronunciada con infracción
de ley, siempre que esta infracción haya influido sustancialmente en lo dispositivo de la sentencia, es
aceptado de modo uniforme por nuestra Corte Suprema, cuando esta infracción no lo ha sido de una ley
normativa corriente sino que ha consistido en una infracción de la ley del contrato.
Conviene señalar que la autonomía de la voluntad en materia contractual se refuerza por las normas de
interpretación de los contratos, ya que el art. 1560 del CC dispone que: “Conocida claramente la intención
de los contratantes, debe estarse a ella más que a lo literal de las palabras”.
No se trata, empero, de libertades absolutas. Ya hemos visto que ellas no tienen la operatividad que
poseen en materias patrimoniales, en el ámbito del Derecho de Familia. Pero incluso en las regulaciones
patrimoniales, existen también limitaciones fundadas en la moral o las buenas costumbres (arts. 548,
1461, 1467, 1475 y 1717 CC), el orden público (arts. 880, 1461, 1467 y 1475 CC), el principio de buena fe
(arts. 927, 1490, 1491, 2058, 2173 CC), los derechos legítimos de terceros (arts. 126, 1661 CC), la seguridad
nacional, y otras nociones semejantes.
Mucho se ha expresado que la autonomía privada está desapareciendo cada día más en el derecho, que
existe una tendencia del derecho privado a transformarse en público, porque hay normas que imponen
regulaciones de carácter irrenunciable y no supletorio a la esfera privada. Estas regulaciones vinculantes
contenidas en la ley pública que afectan la esfera privada no constituyen un derecho público, de acuerdo
con la distinción que hicimos en un comienzo, sino que establecen límites al particular que, al realizar sus
negocios jurídicos, debe tomarlos en cuenta so pena de ineficacia de los mismos. La autonomía de la
libertad siempre ha tenido límites, precisamente porque el derecho es un freno a la libertad individual en
garantía de la libertad de todos.
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situación fija condiciones mínimas para aquella que considera más débil; se trata de un marco mínimo
irrenunciable; sobre él las partes pueden negociar con libertad.
Existen otros contratos, especialmente frente a Empresas que ejercen monopolios legales o actividades
controladas totalmente por la autoridad. El que desea obtener el transporte en un servicio público o
contratar un suministro de energía eléctrica, no podrá discutir las condiciones al igual que la Empresa que
no podrá negarle el servicio. Si se trata de un suministro o de un seguro, deberá suscribir un modelo
impreso, lo que se denomina un contrato-tipo.
Otros contratos de características especiales son los contratos de adhesión. Ellos se forman a base de un
esquema preestablecido por uno de los contratantes y cuyo texto no puede generalmente ser discutido
por la otra parte. Responden estos contratos a una exigencia de rápida conclusión y a una necesidad de
unificar relaciones semejantes por el gran número de ellos que realiza uno de los contratantes.
La existencia de estas distintas figuras contractuales no implica, como se ha pretendido, el
desaparecimiento de la autonomía de la voluntad. Más que una intervención para reglamentar el
contenido contractual, las normas dictadas por el legislador al respecto aparecen como una acción
preventiva para la tutela eficaz de los contratantes.
El enriquecimiento sin causa es aquel que no tiene un motivo jurídico válido para haberse producido.
De ahí que la ley arbitre los medios para subsanar esta situación, cuando ella se materializa.
Pero para que este enriquecimiento constituya la figura jurídica no basta que haya sido inmotivado; es
necesario además que el enriquecimiento de un patrimonio corresponda al empobrecimiento de otro en
un fenómeno no necesariamente equivalente, pero sí correlativo. Si en estas circunstancias el
empobrecido no tiene otra acción o forma de obtener la reparación podrá intentar la de repetición que se
denomina "actio de in rem verso". Es necesario señalar que esta acción subsidiaria tendrá un doble límite,
no podrá ser superior al empobrecimiento sufrido por el actor ni tampoco al enriquecimiento del
demandado.
En nuestro derecho no existe una regla expresa que consagre este principio. Es la doctrina la que se ha
encargado de señalar algunas normas en donde se podría extraer este principio. El enriquecimiento sin
causa lo considera nuestro Código en la accesión (arts. 658, 663, 668, 669 del CC); en las prestaciones
mutuas (arts. 905 al 917 del CC); en la nulidad de los actos de un incapaz y con igual criterio en la nulidad
de pago (arts. 1688 y 1578 del CC); en la lesión enorme en la compraventa (arts.1889, 1890, 1893 del CC);
en la acción de reembolso del comunero contra la comunidad (art. 2307 del CC); en la restitución del pago
de lo no debido (arts. 2295, 2297 del CC); en el derecho de indemnización para los responsables civiles por
hechos de terceros (art. 2325 del CC), etc.
Es tan amplia y consistente la reparación del enriquecimiento sin causa que, más que un principio
general de nuestro derecho privado, se ha creído ver en ella una fuente adicional de obligaciones más allá
de las que señalan los arts. 1437 y 2284 del Código Civil.
La libertad que promueve el Derecho Civil actual se traduce también en la circulación de la propiedad.
Nuevamente ha sido el espíritu revolucionario francés, contrario a las propiedades inmovilizadas, el que
ha determinado el acogimiento de esta libertad relativa a los bienes.
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1º Libertad para adquirir toda clase de bienes: El Código Civil no contiene expresamente este principio,
pero él ha sido acogido por la Constitución (art. 19 N° 23º Const.).
2º Libertad para enajenarlos y disponer de ellos: Una de las atribuciones del dominio, tal como se
define en el Código Civil, es la de disponer de la propiedad (art. 582 CC). El mismo Código se ha encargado
de prohibir las vinculaciones o mayorazgos, a través de fideicomisos o usufructos sucesivos (arts. 745 y
768 CC). Aunque se discute si pueden las partes, por regla general, establecer prohibiciones de enajenar
contractuales, hay consenso en que, en todo caso, no impiden la enajenación.
3º Libertad para pedir la partición de los bienes comunes: El Código mira con malos ojos el estado de
comunidad, justamente porque perturba la libre disposición de los bienes. Por ello permite que se enajene
libremente la cuota de cada comunero en la cosa común (art. 1812 CC), y les da el derecho a pedir siempre
la división del haber común (art. 1317 CC).
4º Libertad para testar: El Código Civil permite disponer de los bienes para después de la muerte de la
persona por medio del testamento (arts. 999 y 1005 CC). Nuevamente, hemos de advertir que se trata de
un principio que no es absoluto y que, en todas sus manifestaciones, presenta excepciones y limitaciones.
Por ejemplo, la libertad de testar está restringida por las asignaciones forzosas que la ley contempla a
favor de ciertas personas, como el cónyuge, los descendientes o ascendientes del testador.
5. RESPONSABILIDAD
Más que de derecho privado es un principio común a todo el ordenamiento jurídico en el cual la
responsabilidad se halla siempre presente bajo las más diversas formas. Hablamos en derecho público de
la responsabilidad del Estado, de la responsabilidad de los funcionarios políticos o administrativos, de la
responsabilidad ministerial de los jueces, etc. Con relación a los particulares nos referimos a su
responsabilidad penal o civil.
Se ha señalado que la ley es un precepto emanado del Estado y que lleva aparejada una sanción; ahora
bien, la más general de estas sanciones, ya sea porque se infrinja o no se cumpla un precepto legal, ya sea
porque se desarrolle una conducta antijurídica, es la responsabilidad.
Esta responsabilidad puede significar una pena cuando se ha cometido un delito, o bien, indemnizar un
perjuicio o resarcir un daño, como sucede en la responsabilidad civil. En los primeros tiempos no existió
una distinción clara entre las responsabilidades penal y civil, entre la represión a que daba lugar la primera
y la reparación que provenía de la segunda. En muchos casos la indemnización a la víctima fue al mismo
tiempo la pena impuesta al culpable.
Muy lentamente fue estableciéndose la distinción entre ambas especies de responsabilidad, que los
juristas destacaron en el siglo XVI a través de una nueva interpretación de la ley Aquilia e inspirándose en
las ideas de los canonistas. El Código Napoleón consagró en forma definitiva su separación.
Por eso hoy diferenciamos claramente la responsabilidad penal que acarrea la comisión de un delito, de
la responsabilidad civil que consiste en la reparación de un perjuicio o un daño ilícitamente causados.
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El campo de la responsabilidad civil es inmenso. Se aplica a las personas naturales y a las personas
jurídicas, y sus alcances se van determinando por una jurisprudencia que debe adecuar las normas del
Código Civil, ya centenario, a las variaciones y complejidades de las relaciones jurídicas y de los conflictos
personales del mundo actual.
Hemos visto que la responsabilidad es una institución general del derecho. Que, en materia civil, toda
persona es responsable de las obligaciones que contraiga, cualquiera que sea su origen, incluso aquellas
que nacen al causar culpablemente un daño. Pero esta responsabilidad carecería de alcance práctico si no
existieran medios para poder exigir coercitivamente el cumplimiento de las obligaciones, si el deudor no
quisiera o se mostrara renuente a cumplirlas en forma voluntaria. Debe además establecerse en qué forma
y sobre qué bienes puede ejercerse esa acción forzada.
El artículo 2465 del Código Civil establece que: “Toda obligación personal da al acreedor el derecho de
perseguir su ejecución sobre todos los bienes raíces o muebles del deudor, sean presentes o futuros,
exceptuándose solamente los no embargables”. Este precepto que establece lo que se llama prenda
general de los acreedores, es un precepto fundamental en que descansan el sistema jurídico y la
responsabilidad en materia de obligaciones.
De acuerdo con esto la responsabilidad recae sobre los bienes del deudor, no sólo los que éste tenía al
contraerse la obligación, sino también los que adquiera en el futuro, y que existan en su patrimonio al
momento de hacerse efectiva la obligación. Estos serán los bienes que respondan y la forma de hacer
efectiva la responsabilidad será la ejecución forzada de la obligación.
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TENDENCIAS ACTUALES DEL DERECHO CIVIL
En Chile, la Constitución de 1980, con su mayor extensión de la parte dogmática y sobre todo a través
del "recurso de protección", ha producido también una importante constitucionalización del Derecho Civil.
La persona y su dignidad, el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica, el reconocimiento de la
familia como comunidad protegida por el Estado, el derecho de propiedad sobre toda clase de bienes
corporales e incorporales, el derecho a desarrollar actividades económicas, y otras normas como éstas
repercuten claramente en el ordenamiento civil. En el fondo, hay que reconocer que parte del Derecho
Civil hoy está contenido en la Norma Fundamental: tenemos un Derecho Civil Constitucional.
De esta forma, la normativa del Código Civil y, en general, de todas las leyes que componen el Derecho
Civil, pasa a tener un referente en esa normativa civil constitucional que está en la Carta Magna y que
tiene la jerarquía que ésta posee. Esta constitucionalización se apreciará sobre todo en la interpretación
de las normas legales, que deberá hacerse bajo la luz de las normas, valores y principios recogidos en la
Constitución.
Durante la época del Derecho común los sujetos del Derecho estaban fuertemente regulados según su
estado en la sociedad. Para determinar sus derechos y obligaciones había que precisar si se trataba de un
noble o de un plebeyo, de un señor feudal o de sus vasallos, de un clérigo o de un laico, de un comerciante,
un artesano o un propietario de tierras, de un campesino o de un citadino, etc. Esta pluralidad de estatutos
conforme a la posición de cada individuo en la familia y en la sociedad fue uno de los enemigos contra los
cuales se erigió la Revolución francesa (1789), como lo demuestra ya el icónico lema de "Liberté, egalité,
fraternité" y la constitución de la Asamblea Nacional por parte de los sectores populares como protesta
frente a la dominación de las clases privilegiadas: nobleza y clero, en los Estados Generales tradicionales.
Surge así el ideal de que todos los individuos humanos son iguales ante las leyes, bajo el estatuto universal
y único del "ciudadano". Este sería uno de los pilares del Código Civil de 1804, y se extendería a todos los
demás códigos que se elaboraron bajo su influencia.
La abstracción de la persona para el Derecho Civil fue recibida por el Código Civil chileno, cuyo art. 55
dispone que se reconoce como persona a todo individuo de la especie humana, "cualquiera que sea su
edad, sexo, estirpe o condición". Incluso respecto de los nacionales y extranjeros, se dispone la igualdad
en la adquisición y goce de los derechos civiles (art. 57 CC).
Este ideal abstracto de "persona" bajo el criterio de una igualdad formal ha venido siendo minado por
el reconocimiento de estatutos diversos que tienden a proteger a diversas personas que, aunque teniendo
una igualdad formal respecto a sus semejantes, en los hechos, por condiciones físicas, culturales o
económicas, se encuentran en una posición de debilidad que justifica que se dicten normas especiales
para evitar que se abuse de ellas. El primer gran cuestionamiento del ideal abstracto de persona fue la
distinción entre trabajadores y empresarios o empleadores, y la aparición de leyes protectoras de los
primeros, que finalmente determinaron la creación de toda una nueva rama del Derecho que se separó
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del Derecho Civil: el Derecho del Trabajo. Más recientemente hemos visto la aparición de otra categoría
de personas que también han reclamado leyes especiales de protección: los consumidores que esta vez se
enfrentan en desigualdad de condiciones con los proveedores.
La tendencia a dictar cartas de derechos específicos para ciertos individuos contribuye a que vayan
desplegándose nuevos estatutos jurídicos especiales. Así, por ejemplo, la Convención de Derechos del
Niño, ha dado lugar a que se piense en leyes y normas para considerar el especial estatuto de la infancia y
la adolescencia. A ello pueden sumarse estatutos especiales como el de las personas con discapacidad (o
capacidades diferentes), los adultos mayores y los pacientes en el ámbito de la salud, los pueblos
indígenas, etc.
Este proceso, si bien puede ser positivo y derivado de la personalización del Derecho Civil que aspira a
que la persona sea reconocida en concreto y conforme a sus circunstancias existenciales, tiene también el
aspecto negativo de la dispersión normativa, y la complejidad de su aplicación. Por otro lado, estos
estatutos pueden ser utilizados abusivamente por aquellos que son beneficiados por ello, como a veces
ocurre con consumidores que se aprovechan de su condición para actuar incluso contra la buena fe.
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