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Hace no muchos años mis amigos y yo decidimos hacer un viaje para celebrar
El viaje era hacia Bali, una isla en Indonesia. El viaje lo propuso Dani. Una
cumpleaños de Jorge.
El vuelo era por la mañana, todos llegamos a la hora exacta, menos Jorge, él
siempre llegaba tarde a todos los sitios y, como no, al aeropuerto también. Lo
pedimos que esperase diez minutos. El piloto aceptó, y Darío logró subir al
avión.
queríamos llegar cuanto antes, visitar lugares, conocer gente y sobre todo estar
hace dos paradas asique, cuando el autobús paró nos bajamos, y con el
teléfono, pusimos “Google Maps”, nuestro destino no estaba hace dos paradas,
estaba hace dos horas, dos horas en autobús, andando eran veinticuatro
horas, así que nos sentamos en una parada de autobús a esperar a que
sitio que logramos encontrar era un pequeño local en el que casi no cabíamos,
apareciese pero nadie apareció. Estábamos en aquel pequeño local, con poca
luz, y parecía no haber nadie, hasta que un olor nos llegó a las narices. Venía
para intentar comunicarse con aquél señor, pero tampoco le hizo caso. No le
podíamos ver la cara pero su nuca empezaba a sudar, también se oían unos
ver si estaba llorando. Raúl, al darse cuenta de que el señor no se iba a girar,
se puso en frente suya, alejándolo de los fuegos. Raúl fue el único que le pudo
ver el rostro y nada más mirarle a los ojos, Raúl se desplomó hacia atrás,
pegar al señor, pero este era incorpóreo. Se tapó la cara con un trozo de tela y
El señor tuvo razón. Nano, mi mejor amigo, una persona fácil de admirar, con
gran corazón, tuvo la valentía de intentar ayudar a Raúl, y como el señor dijo,
Nano murió. El señor, al oír los fuertes pasos de Nano, corriendo por salvar a
piedad, le arrancaba las extremidades. En poco tiempo, mis amigos y yo, nos
Ese local, como cualquier otro, tenía su clientela. Los consumidores eran muy
extraños: iban de negro, tenían la ropa sucia y rota y todos estaban riendo
Esto le enfadó mucho, pero tuvo que seguir con su trabajo, metió los cuerpos
sin vida de Raúl y Nano en un saco y se los tiraban a los clientes como si
ellos, formando así fuertes peleas. Mientras que veíamos este suceso nuestras
caras se volvían pálidas y llenas de lágrimas, pues ya estaba decidido cual iba
En ese momento, mis “amigos” aprendieron una gran lección: “Jamás confíes
en nadie”.