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DHARMATECA

El arte de cultivar la paciencia


TRANSCRIPCIÓN SESIÓN 2
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Orgullo y autoestima en el camino espiritual: versión 1.0323


Transcripción conferencia (Sesión 1)
Publicada por Paramita Editorial
Paramita, Centro Budista Sakya
Pedreguer, Alicante, España
www.Paramita.org
Dharmateca
Sesión 2: El arte de cultivar la paciencia

Programa de Seguimiento y Formación (N1)

Hoy tenemos un tema que es la paciencia. Espero que tengáis paciencia con el tema. Y
abriremos después el foro por si tenéis alguna pregunta o duda que es realmente lo
que más me interesa, saber de vosotros; y en la medida en que podamos, ajustar las
enseñanzas a vuestras necesidades.

La paciencia es un tema muy grande, muy extenso y muy profundo. Creo que lo hemos
tratado con más detalle dentro del curso del Bodhicharyavarata. Allí, en el capítulo la
paciencia, a lo mejor dedicamos siete lecciones a la paciencia, así que hay más de diez
horas de lecciones para tener paciencia.

Aquí vamos a ver un resumen de los puntos clave de la paciencia, invitándoos a


explorar el tema, a reflexionar sobre ello y, en la medida que podamos, implementarlo
en nuestra vida diaria.

¿Por dónde empezar? La paciencia es la tercera bodhichitta. Todo el desarrollar


espiritual se puede resumir en seis prácticas, seis virtudes a desarrollar hasta llevarlas
a la perfección. Y hay cierto orden natural, necesario. Y la paciencia es una sexta parte
del camino. Muy importante.

Necesita, la paciencia necesita antes disciplina. Si queremos cultivar nuestra paciencia


deberemos desarrollar, abrir camino con la disciplina, tener cierta maestría de nuestra
conducta física y verbal antes de lograr disciplinar la mente o lograr paz mental.

Primero aclarar, definir brevemente qué queremos decir con la paciencia porque hay
todo tipo de ideas. Aquí estamos hablando de la virtud espiritual de la paciencia.
Quiere decir mantener la paz, el equilibrio, la serenidad, cuando uno es retado por el
conflicto. Y ese conflicto puede ser variado, vamos a descubrir.

Naturalmente cuando pensamos en la paciencia inmediatamente nos viene a la mente


la ira. Por eso Shantideva dice: “No hay aflicción como la ira y no hay virtud como la
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paciencia”. Así que deberíamos hablar, aunque sea un par de minutos, sobre la ira
porque si no comprendemos el daño que puede causar la ira, no vamos a estar
interesados, invertidos en el desarrollo de la paciencia.

Se dice que la ira es lo más peligroso porque cuando se apodera de nosotros podemos
hacer un daño grave. Hay aflicciones que son más comunes. Con mucha facilidad el
deseo nos manipula, el orgullo nos manipula, la envidia nos manipula… pero la ira tiene
está aspecto distintivo de sacarnos fuera de quicio, de robar nuestro juicio. Y todo el
bien que hayamos podido cultivar durante décadas, se puede evaporar en un instante
de ira, donde cogemos un revólver y matamos a un ser querido que hemos protegido,
cuidado, sanado, donado órganos, pero en ese momento de ira simplemente podemos
hacer cosas horribles. Es muy importante comprender cómo surge la ira, de dónde
viene la ira.

Hay esta lección clásica –que conocemos del Abhidharma, o de la metafísica, o la


psicología budista– de que una aflicción, un estado tóxico, una emoción dañina surge
en nosotros cuando se reúnen tres factores. Uno es aproximación al objeto, otro es
mala interpretación del objeto y otro es la tendencia a esa emoción –a esa tendencia la
llamamos bag chag, en tibetano se llama ñon mong–, y es la tendencia a enfadarte, que
ya está muy integrada en nosotros.

Y naturalmente tenemos tres maneras de evitar, prevenir la ira. Si eliminamos uno de


esos factores, ya no hay enfado, ya no hay molestia. Lo más fácil, por supuesto, es
alejarnos de aquello que nos molesta. Si hay algo que te provoca o casi siempre es
alguien que te provoca, simplemente te alejas. No es una solución eterna, no resuelves
el problema, pero sí te permites espacio y tiempo para fortalecerte, para lograr paz
interna y afrontar esa situación, ese reto en el futuro. Esa es una estrategia, la más
accesible.

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Si queremos un cambio importante en nuestra vida, casi inmediato, cambia tu entorno,


cambia las personas que te rodean, sé más selectivo, elige rodearte de personas sanas
y positivas. Un cambio muy rápido, muy potente.

Ahora, si queremos trabajar personalmente para crecer por encima de los altibajos y
las ocurrencias caprichosas de los demás, entonces, normalmente los guías, los
mentores, los lamas, los manuales de meditación nos dicen que trabajemos con esto
de malinterpretar el objeto. Porque el tercer elemento –ñon mong, bag chag–, los
hábitos o las tendencias aflictivas, eso es muy difícil de desarraigar completamente. Es
muy difícil nunca más enfadarse, quitar la semilla del enfado. Se logra finalmente, pero
es un logro muy superior.

Lo que sí podemos hacer es disminuir lo reactivo que somos. Eso sí se puede hacer. Y
se hace de dos maneras. Una es reduciendo nuestro aferramiento, nuestro apego,
nuestras dependencias, nuestras obsesiones. Porque ¿qué es ira?, ¿cómo surge la ira?
Solo puede ser una de dos cosas. Cuando alguien –vamos a usar a la persona–, alguien
hace algo que no queremos, o alguien interrumpe algo que queremos. Tan simple
como eso, no somos tan complicados.

Y lo que queremos básicamente se resume en los cuatro objetivos mundanos: querer


placer; querer ganancia, adquisición, bienes; querer alabanzas de los demás; y querer
ser importante y destacarse. Esas cuatro cosas.

Si queréis un número más específico, los tratados clásicos hablan de veinticuatro


causas del enfado. Cuatro son personales: cuando alguien interrumpe tu felicidad…
querías hacer un picnic y alguien te interrumpe; o quieres ganancia y alguien te quita
ese puesto de trabajo; o tienes un amigo, hay una dependencia ahí, te quiere, piensa
que eres especial y alguien te roba ese amigo.

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Hay cuatro para ti, cuatro para tus seres queridos, todas las personas con las que nos
identifiquemos –mi hijo, mi madre, mi primo…–, cuando alguien ataca o roba la
felicidad a uno de ellos, eso nos molesta, nos enfada.

Y curiosamente cuando lo opuesto le pasa a nuestro enemigo, eso nos enfada. Cuando
la persona que nosotros detestamos es exitosa, eso nos irrita, nos molesta.

Así pues, son doce… y doce para lo opuesto, veinticuatro. Y los manuales dicen: “Y si
agregas tiempo, son setenta y dos”. Porque te puedes enfadar por los veinticuatro del
pasado. “¿No te acuerdas de que ese me robó el puesto de trabajo?”. O proyectarlo al
futuro: “Tengo temor de que este me lo robe”.

Son setenta y dos tipos de problemas. Pero todos se basan en estas dos cosas: alguien
que interrumpe nuestros proyectos mundanos, nuestras victorias, nuestras
conquistas; o alguien hace lo opuesto: nos crítica, nos pincha, nos causa dolor. Tan
simple como eso.

Tiene que haber algo en juego, hay algo en juego. Nuestra felicidad está dependiendo
de algo, estamos apostando por algo. A eso le llamamos aferramiento, dependencia,
apego y demás. En la medida en que nuestra felicidad dependa de cosas ahí fuera, en
esa medida vamos a ser vulnerables, vamos a ser fácilmente inquietados, molestados.

Cuando seamos más dueños de nuestra felicidad, menos nos importará qué nos
quitan, si nos critican, si nos alaban y demás. Esa es una cosa, eso disminuye nuestra
reactividad.

Y el otro lado es el amor. El amor, la compasión, toda la gama del altruismo reduce lo
obsesionados que estamos con nosotros mismos. Una cosa es la meta, el dinero, el
prestigio y demás; y otra cosa es la obsesión con mi, mi, mi, mi, yo, yo, yo, yo… Y la
mejor manera de reducir esa obsesión con nosotros mismos es el amor y la compasión.

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Una persona amorosa no se siente tan amenazada por lo que piensan los demás, por lo
que hacen los demás.

Por tanto, hay una secuencia. Estamos apostando por algo, tenemos una expectativa
de que va a pasar tal cosa, concreta, y me va a hacer feliz a mí. Y después llega la
realidad y no coincide. Nuestro plan, nuestra expectativa no coincide con lo que está
pasando; hay un desajuste. Y eso nos desilusiona. Estamos ilusionados proyectándonos
hacia el futuro y, de repente, la realidad, el presente nos sacude y nos pincha el globo,
nos desilusiona.

Y en ese momento tenemos la opción de ceder, de aceptar que las cosas no salieron
como queríamos. Pero cuando estamos tan invertidos en que eso salga –mi felicidad
depende de esto–, insistimos: “No, no, no; me tienen que tratar así, esto es lo justo,
esto es lo bueno, yo me merezco…”. Y cuando insistimos, nos frustramos. En la medida
en que empujamos contra la realidad, en esa medida sentimos su rebote. Y en ese
campo de frustración, la más mínima mirada, la más mínima palabra ya es una chispa,
ya nos causa malestar, enfado, enojo. Es toda una secuencia.

Y todo tiene que ver con estar a la expectativa de algo, estar obsesionado con algo. Y
después –cuando ese evento no coincide con el presente–, no ceder, no aceptar el
presente.

Así podemos decir que la paciencia, el estar en paz en la tormenta, es el estado


resultante. El estado causal es la aceptación. Y si esa palabra causa problemas –cada
uno tiene su vocabulario interno–, utiliza mejor la palabra reconocimiento, reconocer
la verdad, reconocer la realidad, salir de tu película y reconocer lo que está pasando.
Eso es lo que quiero decir con aceptar. No queremos decir adoptar una postura pasiva,
de derrota; simplemente aceptamos que esa es la realidad. Y luego nos ponemos a
trabajar en lo que podamos mejorar, pero de una manera muy realista, sin fantasías,
sin sueños, sin películas, sin exigencias exageradas.

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La paciencia es muy poderosa, muy poderosa. Y en realidad hay tres tipos de


paciencia. No creo que debamos llamarlos niveles, aunque hay cierto orden, son
tipologías de paciencia.

El primer tipo de paciencia está en relación con personas que identificamos como
agresores, los que acabo de mencionar, los que interrumpen nuestra conquista o los
que nos hacen daño.

El segundo tipo de paciencia es tolerar las dificultades en el desarrollo espiritual… que,


a lo mejor, por vuestra cara de sorpresa, vale la pena hablar de eso un poco.

Y el tercer tipo de paciencia es tolerar la verdad, la verdad última que nos da tanto
miedo. Al fin y al cabo, esa es la razón por la que inventamos el ego, esa es la razón que
causa este vacío existencial, no tolerar, no aceptar esa verdad última.

Y las tres están, por supuesto, relacionadas. Estamos hablando de la verdad de una
manera u otra, la incapacidad de soltar nuestras creencias y acomodarnos, ajustarnos,
reconocer realmente la situación tal como es. Es muy, muy interesante.

Y también tenemos que reconocer que el sufrimiento no es del todo malo, hay algo de
beneficio. El sufrimiento nos ayuda a reducir nuestro orgullo, nos ayuda a reconocer la
ley del karma, reconocer el valor de la buena conducta; y nos ayuda a empatizar con
otros, a desarrollar compasión hacia otros seres. Y si no hay inquietud, si no hay una
persona que te moleste y te inquiete, no podemos fortalecer, desarrollar esta cualidad,
esta virtud de la paciencia que es absolutamente necesaria.

La cuarta paramita es la alegría, el entusiasmo espiritual. Y no podemos elegir ser


felices si todavía estamos batallando con la realidad. Primero, tenemos que estar en
paz con la realidad, con nuestra vida, con lo que está sucediendo, para después elegir
ser feliz. Y solo cuando hay una alegría genuina, vamos a poder meditar –que es la
quinta paramita–. Es muy importante la práctica de la paciencia.

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Y como dice su santidad el Dalai Lama: “De la misma manera que un mendigo no es un
obstáculo a la generosidad, es alguien que te posibilita ser generoso, si no hay
personas necesitadas no podemos desarrollar nuestra generosidad”. Y, a la vez, si no
hay personas inquietantes, agresivas, críticas, no podemos desarrollar nuestra
paciencia, nuestra quietud.

Pero, naturalmente, todo empieza con nosotros, tener paciencia con nosotros mismos.
Eso es muy importante. Si no logramos aceptarnos tal como somos –que incluye
perdonarnos–, no vamos a poder perdonar a otros. Si no nos comprendemos
profundamente y no sabemos con qué facilidad las emociones se apoderan de
nosotros y, a ciegas, de una manera muy torpe, causamos daño, decimos cosas
hirientes… no comprendemos cómo eso puede pasarle al otro. E imaginamos que es
todo premeditado.

Cuando alguien nos ataca, nos crítica, creemos que van a por nosotros, que nos tienen
en su punto de mira, pero no es así. Los demás son como nosotros, igual de torpes.
Hay mucha confusión, mucha ignorancia, pero muy poquita maldad, honestamente.

Cuando percibimos el ataque, realmente lo que está ocurriendo es que alguien está en
una tormenta personal y se tropieza y cae en un charco. Y unas cuantas gotas nos
salpican. Y a eso le llamamos un ataque. La tragedia más grave la suele estar viviendo el
otro.

Los grandes maestros dicen que, si realmente comprendiéramos lo que está pasando,
nos debería inspirar más compasión porque el ataque es un acto de desesperación… y
muchas veces pidiendo socorro, pidiendo atención, pidiendo alivio.

Tengo aquí una nota interesante. Cuando recibimos críticas de otros, los maestros
dicen que es la mejor manera de quemar el karma. Una manera muy económica de
quemar el karma sin tener que vivir guerras, enfermedades, solo con palabras. Y si
estamos mal preparados, esas palabras hieren más que las espadas, nos pueden
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realmente penetrar profundamente en el corazón. Pero si estamos entrenados,


entonces sí, podemos aprovechar esas palabras pasajeras y purificar mucho karma.

Es como la antigua analogía del cuchillo y la piedra que afila el cuchillo. No sé


exactamente si hay un nombre en castellano para eso. Cuando estás afilando el
cuchillo con la piedra están ocurriendo dos cosas simultáneamente. La piedra,
naturalmente, está desgastando el metal para afilarlo, pero también el metal del
cuchillo está desgastando la piedra. Entonces, simultáneamente, cuando uno recibe
esa crítica –como uno de muchos ejemplos–, debería desgastar algo en nosotros, la
resistencia fútil del egocentrismo, y especialmente el orgullo. Y funciona muy bien,
funciona muy bien. Y nuestra mente es cada vez más afilada, más penetrante, más
limpia, más pura. Pero casi nunca toleramos ese proceso y nos resistimos, y
reaccionamos, y necesitamos defendernos o atacar.

La paciencia es la paz que surge cuando aceptamos lo inevitable. Shantideva lo expresa


de una manera muy simple: “Si algo tiene solución, no te preocupes, tiene arreglo; y si
algo no tiene solución, no te preocupes, no tiene arreglo”. Y nuestro problema está en
discernir esos dos. En insistir en que las cosas que no tienen arreglo –porque
realmente ya han pasado–, insistir en que salgan como tú esperabas. Y algunas veces
no es nada malo, solo es diferente a lo que esperábamos; incluso algunas veces es
mejor de lo que anticipábamos, pero solo porque no coincide con nuestro capricho, no
solo lo ignoramos, sino que lo peleamos, luchamos, lo maltratamos.

La idea es ser muy creativos y aprovechar todo lo que viene como un campo fértil. Esa
cita tan popular de Khenpo Pema –uno de nuestros maestros– dice: “Pase lo que pase,
tienes que ganar”. No ganar a los demás, no competir, sino que tienes que encarar la
situación, verla de tal manera, gestionarla de tal manera que tú salgas con ventaja, que
tú aprendas, te hagas más fuerte con ese suceso. Y todo tiene el poder, todo tiene el

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poder de beneficiarnos si lo encaramos, si lo gestionamos, si lo vemos de esa manera,


libre de prejuicios.

Ahora pasamos al tema más espiritual que es el segundo tipo de paciencia: tolerar las
dificultades en el camino espiritual. Esto es muy importante para muchos de vosotros
que estáis seriamente encaminando una práctica diaria de meditación, para muchos
amigos que nos están viendo desde diferentes partes. Al principio tiene que coincidir
que lo que es bueno para nosotros, nos guste. Casi como las medicinas de los niños,
los jarabes tienen que saber a fresa. Es decir, la medicina tiene que ser rica. Y ahí
entramos. Hacemos una práctica de meditación, un curso de yoga… algo que nos dé
una sensación grata, de alivio, de bienestar. Pero si progresamos, tarde o temprano, lo
que nos conviene, lo que es bueno, lo que nos purifica, lo que nos eleva, no
necesariamente va a ser dulce.

Este segundo tipo de paciencia simplemente requiere madurez, ver la situación a largo
plazo. Y a lo mejor es la mejor manera de definir lo que es maduro. El ejemplo que doy
siempre es este estudio donde pusieron a niños en una habitación y les invitaron a
tomar un caramelo. Y antes de que lo cogieran les dijeron: “Pero si esperas cinco
minutos, te doy dos… Es un gran negocio, cien por cien. Solo tienes que esperar cinco
minutos”. Y algunos niños impulsivos dijeron: “No, no me fío, mejor pájaro en mano
que dos volando”. Y lo cogieron. Y algunos sí, vieron el negocio: “Vale la pena, me
aguanto cinco minutos y tengo dos”. Y después hicieron un seguimiento de esos niños
en su etapa de adolescencia, de adultos y más allá… no recuerdo cuántos años, pero
bastantes. Y descubrieron increíblemente que las personas más impulsivas tenían más
enfermedades, más problemas psicológicos, ganaban menos dinero y tenían más
divorcios. Es decir, mejor voy a decir el lado positivo, las personas que tenían paciencia
y podían postergar el premio tenían más salud, más equilibrio, mejores relaciones y
ganaban más dinero –eso es lo más importante–.

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Entonces, madurez parece ser que es la habilidad de postergar el premio. Que, a lo


mejor, simplemente quiere decir que nuestra conciencia abarca más tiempo. No
buscamos desesperadamente la gratificación inmediata, sino que tenemos empatía por
el futuro yo, nos conectamos con ese futuro yo, le cuidamos, le protegemos.

Cuántas veces en tu día a día te paras y piensas: “Mi futuro yo dentro de diez años ¿va
a estar contento con esta decisión, va a estar alegre con cómo estoy viviendo, lo que
estoy comiendo, lo que estoy fumando?”. Y muchas veces traicionamos a nuestro
futuro yo por algo muy pasajero.

Ahora llevamos ese ejemplo al desarrollo espiritual. Está la felicidad pobre que es
gratificación, entretenimiento, consumo, materialismo; y está la felicidad más sublime,
más genuina, más sostenible, más independiente que florece en la medida en que nos
purificamos.

Las personas que toleran el presente a favor del futuro son los grandes practicantes
porque toleran un poco de calor, un poco de frío, un poco de arroz blanco, un poco de
enfermedad, las rodillas que te duelen un poco… para entrenar la mente, para cultivar
el ser. Es muy importante, muy importante.

Es decir, lo que arruina el proyecto espiritual es el autosabotaje –lo dije de una manera
muy directa–. Lo que arruina el proyecto espiritual no son los otros; es una mentira
que tú te dices a ti mismo, donde hay dos opciones y tú eliges el caramelo. Y lo
justificas de una manera muy convincente. Cuando nos conviene somos el mejor
abogado. Y a eso le llamamos el autosabotaje.

Y he visto caer a grandes practicantes, grandes personas, bellísimas personas… y lo


curioso es que cuanto más inteligente, más trampas, más te sabes convencer; más
manipulas tus creencias, tus ideas.

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¿Qué nos hace superar esas trampas, justificar el caramelo? Es una combinación de
cosas. Tenemos que tener autoestima, definitivamente, que está correlacionada con el
orgullo. Cuando hay baja autoestima compensamos con orgullo. Si hay una genuina
autoestima, entonces disminuye el orgullo. Y ahí somos más tolerantes para escuchar
la verdad, nuestra y también de nuestro mentor, nuestro maestro… que muchas veces
es muy incómoda, muy inquietante. Nadie quiere conocer sus problemas, sus defectos,
qué tiene que atender.

Otra trampa muy, muy curiosa que nos hacemos en el camino espiritual es enfatizar lo
que ya hemos superado. Es decir, personas que no están educadas en el Dharma,
hacen errores graves buscando la felicidad de una manera muy dañina. Pero las
personas que ya saben, que están educadas, que ya saben los ingredientes del
desarrollo espiritual del ser, ahí la trampa está en enfatizar justo lo que no toca. A lo
mejor tu problema es el deseo, pero enfatizas la ira; o tu problema es la ira y enfatizas
el deseo. O tú problema es que no practicas y enfatizas el estudio; o tú problema es
que no estudias y enfatizas la práctica.

Entonces, parece que estás haciendo disciplinas, yogas… que estás realmente
trabajando en el camino espiritual, pero no te está afectando en lo más mínimo, el ego
no se siente nada amenazado, te aplaude: “Sigue así, muy bien, vas por el camino
correcto”.

Esto es muy delicado, muy delicado. Hay que tener mucho cuidado con lo que nos
decimos, lo que nos justificamos. Hay mucha trampa en el solitario.

Tenemos que esperar que, si estamos realmente batallando con las aflicciones,
realmente tratando de ser una mejor persona, realmente tratando de cambiar para
mejor… va a haber choques, va a haber conflictos, va a haber basura que va a surgir
dentro de nosotros. No hay batalla donde no haya algo de dolor, malestar y
sufrimiento.

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Si queremos ser un practicante genuino tenemos que tener una piel un poco más
gruesa. Si buscamos solos sensaciones buenas tenemos que hacer prácticas de Nueva
Era… cada día algo diferente, un viaje, recibir intuiciones… “¿tú qué viste?”, “no sé”,
“¿qué sueño tuviste?”, “no sé”, “¿qué símbolo viste?”. Y compartes las experiencias y te
destacas con los demás. Y es una forma más sana de entretenernos –mejor que
programas dañinos–, pero realmente no nos está transformando. Estamos
simplemente en un tour espiritual, es casi turismo espiritual, estamos
entreteniéndonos con algo que está etiquetado como espiritual.

Lo que realmente más nos ayuda a tolerar las dificultades en el camino es autoestima y
fe. Ahora la palabra fe es un poco delicada. La autoestima es muy importante. Si tú no
crees en ti, nadie te puede dar ese valor. Tú tienes que creer en tu potencial, no en tus
logros, no en tus dones, no en algo en comparación con otro, sino en tu potencial de
cambio que es infinito. Muy importante. Porque si no hay eso, nos inventamos muchos
métodos de compensación... que incluyen presentarnos de una manera muy
espectacular. Es decir, ¿por qué alguien que está perdido no baja la ventanilla –ahora
es automática– y pregunta la dirección?, ¿por qué? Orgullo. Porque piensas que “si yo
acepto que estoy perdido, eso… si no tengo fortaleza, valor propio, quiere decir que
soy tonto, que no sirvo”.

Hay tantas personas, particularmente hombres, que no van al hospital cuando se


sienten mal, especialmente en culturas machistas, porque ir al hospital quiere decir
que tú eres un paciente. Y paciente que decir que tú tienes un problema y necesitas la
ayuda de otro y eso ya te desinfla la categoría. Y eso lo traemos al camino espiritual.

Tenemos que reconocer que padecemos una enfermedad que se llama ignorancia;
padecemos una enfermedad que se llama orgullo, egocentrismo; padecemos una
enfermedad que se llama aflicciones emocionales tóxicas; padecemos una enfermedad
que son patrones conductuales… y si no reconocemos que estamos como debilitados

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por estos cuatro factores, no vamos a acudir a la ayuda de las enseñanzas, de los
maestros, no vamos a aceptar su dirección, su cambio de dirección. Y ahí nos vamos a
limitar solo a tomar lo que nos hace sentir bien. Y es muy poco. De toda la medicina, la
que coincide con tus caprichos o con sentirte bien en el presente es muy poca. Tienes
acceso a muy pocos recursos si el criterio es “quiero una sensación grata, quiero
sentirme bien”.

Es muy importante porque la meditación genuina empieza después de la luna de miel.


Primero hay una luna de miel, estamos maravillados. “Mira qué técnica más curiosa,
¡ay!, ¡qué linda!, ¡qué entretenida!”. Y después de hacerla unas cuantas veces se hace
previsible, se hace monótona, se hace… ya no te da nada para masticar. Esa es la
segunda fase, de agobio, aburrimiento. Y la genuina meditación empieza en la tercera
fase donde ya no estamos consumiendo la experiencia; estamos realmente
entrenando, estamos cultivando el amor o cultivando la atención.

Aquí estamos hablando de la paciencia. Solo un porcentaje muy pequeñito de los


practicantes pasan de la segunda a la tercera. Y son los que tienen el segundo tipo de
paciencia, de tolerancia, de aceptación.

Y en la tercera comienza la alegría pura. “Yo elijo, descubro esta paz, está sensación
grata de vivir en el presente”. Muy importante. Si no, lo que pasa es que practicas
durante la luna de miel y cuando se acaba la luna de miel cambias de meditación… y
prácticas por unos ratos, y después, cambias a otra. Entonces, tienes muchos amantes,
muchas meditaciones, todo un abanico, todo un menú, pero ninguna de ellas llegó a
tocarte, a transformarte. Hay experiencias, puedes hablar de ello, puedes compartir
con los demás, pero no han transformado tu ser. Por eso es tan importante este
segundo nivel de paciencia.

Son dos cosas. Cuando viene ese aburrimiento, ese agobio ¿a qué recurrimos? Cuando
estamos solos, en quietud, y empieza esa picazón del vacío existencial ¿a qué

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recurrimos? Si no nos permitimos interrumpir la meditación para agarrar el móvil


–que a lo mejor eso es permisible para algunos–, entonces dentro de nuestra mente
nos escapamos a una historia, una fantasía similar, que tenga el mismo tipo de
estimulación que Facebook.

Tenemos que tolerar esa ola de soledad, de silencio, y descubrir en ella algún gozo
muy especial, un tipo de placer muy sublime. Y si descubrimos eso, pasamos a la
tercera fase. Y ahí la meditación sí, empieza a penetrar… lo que yo llamo meditación
vertical, empezamos a profundizar, profundizar, profundizar, profundizar y nos
transforma.

Para resumir antes de las preguntas, hablamos de tres tipos de paciencia. Paciencia
ante lo que percibimos como la agresión de otros; la paciencia de tolerar las
dificultades en el entrenamiento, en hacer cambios, en practicar, meditar; y la
paciencia hacia la verdad última. Eso ni lo mencioné, eso son palabras mayores. Está
relacionado con nuestras expectativas, con nuestro aferramiento, nuestro apego…
pero también con nuestra fortaleza personal, o el nivel de resiliencia psicológica, es
decir, cuánta sorpresa podemos tolerar.

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