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El juego de la pasión

Por Carlos Ramírez Hernández


Miembro del Grupo de Estudios Avanzados en Humanidades

Cuando dos personas se unen en una relación sexual, entra en juego el deleite, el erotismo y la
pasión. El erotismo nos da un avance a la simple percepción de las sensaciones físicas, nos
engloba en la experiencia presente, no sólo es cognición sino emoción.

La espera en el encuentro y la demora del final encierran el encuentro, lo guardan, lo protegen, lo


animan. Surge la consciencia del fin, pero no de la terminación del acto, sino del fin que es el goce
y el placer de la espera activa, el mecanismo de las maniobras de la demora. La prisa se convierte
en un lento recuerdo que queda atrás y los amantes no intentan ser amantes, ni siquiera se
esfuerzan. Son amantes y ya.

En las relaciones lo que se anhela en el amar o dentro del ser amada/o es mostrarse como se es
realmente. La mujer es mujer, se sabe y vive como tal; el varón es varón y, como la mujer, se
siente orgulloso de serlo. Sin sexismo, pues la mujer tiene su poder desde lo femenino y el varón
su emotividad desde lo masculino.

En las relaciones como en el baile se requiere fuerza para el acercamiento y para comenzar la
danza y el movimiento, los giros o las miradas penetrantes que casi no parpadean, como si
miraran por primera vez el infinito. Ahí están envueltos los amantes, abandonados a la música, a
veces en oscuridad melancólica, mientras las piernas hacen sus movimientos, se dejan ver,
insinúan, provocan, incitan y excitan, cada quien sabe lo que vive, procura desde el goce a la
otra/o. Lo que viven es el resultado de una espera no planeada, el dolor es hecho música, entra
por los oídos y se vive sin inventar futuros, sin promesas que no se cumplen.

A veces la gente espera sin saber que espera realmente, sueñan en un “amor-ilusión ” el cual se
dice y dicen a veces como justificación “ya llegará”, como si el amar fuera algo que está fuera de
nuestras manos al ser obra del destino. Pero en las relaciones siempre hay un primer paso que da
ella o él. Existen mujeres que viven como un imposible dar el primer paso, como si cometieran el
peor de los pecados, pero los amantes no tienen tiempo para las desdichas.

Ella o él dan el primer paso, entonces la otra persona sonríe, posan, se paran diferentes, se saben
halagadas/os, su piel es diferente, transpiran, los latidos del corazón emprenden un ritmo que
parece contrastante con la postura tranquila de afuera. Se preparan para lo que viene, no con
ingenuidad fingida, sino con esa ingenuidad que los libera de interpretar equivocadamente, pues
saben lo que quieren vivir, se muestran sin mascara, sin engaños.

Pero para ello, el primer paso es sagrado; si no, no hay danza, ningún baile. Ninguna relación se
inicia de la nada, el primer paso es efervescente para ambos, quien espera y quien lo inicia, el
segundo y el tercero lo dará quien espera, saltarán en el aire, tocarán los astros, se volverán
polvo de estrella. Las próximas esperas no serán dependientes sino con ritmo, las cinturas juegan,
giran y permiten a la mujer ser mujer y al varón ser varón sin sufrir, es la pasión la que está en
juego, es el juego de la pasión, el abrazo, el giro en el aire siempre con la confianza de que al caer
están los brazos de la otra/o. Las relaciones de pareja son la fusión de dos seres humanos
expuestos a la vida.

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