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sexo

ESCRITO EN EL CUERPO
La escritora argentina Alicia Galloti, una
de las mujeres que más sabe de sexo hoy
en el mundo, escribió en exclusiva para
SoHo qué es lo que más excita a una
mujer a la hora de llevarla a la cama.
Por: Alicia Galloti
Fotografía: Luis
Carlos Cifuentes

Apenas el principio. Las yemas juegan sobre la


piel, las caricias corren por el cuerpo, en el centro
de sus deseos la mujer responde rumbo a lo
desconocido. Es apenas el principio del goce físico,
que acabará en el mejor estallido. Es el final de la
película, el mejor final. Pero falta algo. Antes de la
caricia hay otro mundo de claves y gestos, de
palabras y tonos: es el brillo de los ojos de la
mirada insinuante; es un breve guiño,
inconfundible en el código sensual de la necesidad
erótica, es la ternura salvaje de una palabra
sensual. Ese es el verdadero juego que hay que
saber y que hay que jugar para descubrir el lado
oculto del deseo femenino. Esa es la verdadera
ventaja de un amante. Hay una ley no escrita ni
confesada abiertamente por las mujeres, que
resulta la base del juicio sumario a su amante:
solamente los centímetros no alcanzan. El universo
sexual de la mujer es más rico, más complejo y es
preciso dominarlo si la vanidad del hombre no
quiere verse ofendida y si se pretende seducir a
esa mujer hasta que pierda la cabeza. No son
reglas fijas, el juego de la seducción es la dinámica
de lo impensado, pero hay que transitar por el
camino de la imaginación, dejar de lado las
tensiones y el estrés para liberarse naturalmente
hacia la fantasía. Llevar la charla hacia el sentido
erótico, inocentemente, pero compartiendo
complicidades. Y olvidar las urgencias. El secreto
femenino dice que ella valora más que incluso le
nieguen la penetración cuando está a punto de
desfallecer, a modo de juego, a que la dejen con
las ganas, a mitad de camino de su excitación.
Para jugar esta parte del juego, hay que tener la
cabeza fría y el corazón caliente. Las caricias
empiezan sobre la ropa de ella, para que su piel y
su mente se caldeen. Para que el deseo crezca, las
caricias iniciales tienen zonas prohibidas: los
pechos y la vulva. Los brazos, el cuello, las
piernas, la cara, el pelo, son el objetivo. Los dedos
se desplazan lentamente, forman figuras
diferentes, no repiten su recorrido, y cada tanto
aprietan para cambiar la intensidad de la caricia y
provocar otro estímulo. Un buen amante sabe que
mientras las caricias distraen y suavizan, una
mano y tal vez la boca se usan para empezar a
desnudarla. Siempre despacio, siempre como otra
fase del juego: una cremallera puede bajarse con
los dientes, un botón puede desabrocharse con
lentitud exasperante, la lengua está entrenada
para bajar un bretel, sólo dos dedos alcanzan para
bajar una media. El resultado parcial del juego se
comprueba en la cara de ella, en su boca
entreabierta, la respiración entrecortada. Son los
mejores síntomas para saber que ese es el buen
camino. Si ella empieza a entregarse y pide más,
el amante puede dar por aprobadas las primeras
asignaturas que lo conducirán al doctorado. Pero
no es tan fácil la cuestión, para el diploma aún
falta.
La faena
El cuerpo desnudo de la mujer llama a gritos a la
fantasía. Ella pide en silencio que acaricien todo su
cuerpo. Toda su piel es una gran zona erógena que
desea estímulos. Se vuelve exigente y ambiciosa.
Empiezan los exámenes. Quiere más y mejor.
Tocar y apretar se transforma en un arte. El
amante es un pintor que dibuja sobre la piel de la
mujer. La espalda y las nalgas son su tela: un
dedo baja, con la delicadeza de un pincel, por la
sensible piel de la columna vertebral erizando el
vello hasta perderse en el canal de los glúteos. Las
manos aprietan las nalgas y las moldean como a
una frágil cerámica. Las caricias se alternan por
delante y por detrás, evitando los pechos y la
vagina pero acercándose levemente en cada vuelta
de caricias. Eso la vuelve loca. Se trata de enviarle
un mensaje a ella: ya llegaré, pero me tomo mi
tiempo. Son esos momentos eternos,
perversamente lentos, que sirven para aumentar
su excitación, hasta que las manos del amante
llegan a sus pechos y los labios se posan sobre los
pezones y la lengua los humedece y juega con
ellos hasta que su erección es total. Luego esa
mano se pierde y baja por la llanura de su
abdomen y luego sube por el interior de sus
piernas para comprobar la humedad de su vulva. Y
allí empieza el otro examen: comprobar la
destreza de dedos y lengua. Cuando el volcán
femenino se convulsiona y desde su interior surgen
gemidos y ruegos, es la señal para alcanzar el
clítoris, epicentro del placer. Los dedos reptan
decididos y ella los espera ansiosa. Los labios
húmedos se abren con delicadeza y se frotan con
la caricia circular más lasciva que alguien sea
capaz de imaginar. El manual dice que el círculo se
cierra en el clítoris, con masajes alternados, arriba
y abajo y hacia ambos lados. Sorpresivamente la
lengua reemplaza al dedo y su sensible punta
golpea el clítoris como a una frágil campanita de
cristal. La necesidad de ella comienza a hacerse
obvia en el movimiento natural de las caderas,
cuando acerca su mano para acompañar la que le
da placer y pide mayor fuerza en la caricia o un
cambio de recorrido: le gusta que ese dedo la
sorprenda y lleve la humedad de su vulva en un
viaje lento de ida y vuelta hasta su ano, para
estallar en el clímax.
Cambio de tercio
Llegó la hora de la penetración. Justo en el
momento exacto para terminar una faena
completa. Es el penúltimo examen. Ella espera
más sorpresas. ¿Por qué decepcionarla? Ahora hay
que elegir las mejores posturas para que se sienta
plena: aquellas en las que el clítoris vibre como la
cuerda de un violín. Su cuerpo está expuesto y
deseoso. Sus manos inmovilizadas no la dejan
tomar la iniciativa. Quiere su placer. Sus piernas
se abren como un ruego. El hombre se estira sobre
su cuerpo, pero antes de penetrarla la somete a
una tortura de besos en su cara, sus labios y sus
pechos, que hacen ya incontrolable su pasión. El
ritmo de los dos cuerpos se acopla, pero es él
quien lleva el ritmo. Paso a paso, sin prisas. El
buen amante sabe o intuye que lo mejor es
siempre ir una velocidad por detrás, que sea ella
quien pida más. El segundo plato pasa a una
postura más intensa. Ella sigue pasiva, pero no
sometida: se deja hacer, que no es lo mismo. Él se
arrodilla y se sienta sobre sus talones. Ella,
acostada, pasa sus piernas a ambos lados de la
cintura de él y las apoya sobre los muslos del
amante, acercando su vagina hasta encontrar el
premio del pene que la espera. Él la hace desear
acariciando el clítoris con la punta del glande,
hasta que se decide a penetrarla. La fusión es total
y completa. El clima crece con las caricias. Los
dedos ensalivados del amante pellizcan
suavemente los pezones de ella hasta comprobar
que alcanza el éxtasis, reflejado en su cara.
El plato fuerte
Para elegir el tercer plato, ya con el placer lanzado
a tope, en la variedad puede estar el gusto. Una
postura que le da a ella mayor dominio y que
reparte placer por partes iguales. Él se acuesta
bocarriba, cediendo la iniciativa, y ella se sienta
sobre él en busca de una penetración profunda que
la llene hasta su último rincón. Ella cabalga,
primero al paso, después al trote, hasta que la
excitación la lleva a un galope violento que hace
temblar su clítoris. En estos casos un buen
amante, deja hacer, lanza palabras que aumentan
la pasión, mientras sus manos libres buscan las
caderas para ayudar en el movimiento. O algún
dedo travieso se escapa para frotar el clítoris,
cuando el orgasmo ya es una tempestad. Un
cambio inesperado para el postre: penetración por
detrás. Ella experimenta otras sensaciones. De pie,
flexiona su cintura hacia adelante hasta apoyar sus
manos y su pecho sobre una mesa. El amante,
llega por detrás y frota con sus dedos la vulva ya
lubricada, luego la toma por las caderas para
penetrarla poco a poco. Primero apoya su glande
sobre sus labios vaginales y empuja levemente
hasta que ella, ansiosa y desbordada, tira las
caderas hacia atrás buscando la penetración total.
¿Por qué estas posturas son claves? Muy sencillo,
en todas ellas se revela el secreto del orgasmo: la
estimulación del clítoris, el roce intenso o leve,
completo o parcial. Algunos malos amantes
inventaron la existencia de un supuesto orgasmo
vaginal. Así les ha ido en la vida. El clítoris es la
clave, la última clave para develar los misterios
sexuales femeninos. La que acabará de convertir a
un hombre en buen amante. Y a la mujer la hará
pensar en el deseo como su mejor alimento.
¿Examen aprobado?
Quickies A la hora de entrar en materia,
asegúrese de estar haciendo lo correcto. Algunos
de los puntos que recomiendan los expertos para
sacar un ‘10’ en la cama son: • Dejarse llevar por
el deseo sin falsos pudores. • Tener presente que
la información previa sólo sirve para dar vuelo a la
imaginación. • Evitar tener una actitud gimnástica,
el salto del tigre está muy desvalorizado
actualmente. • Recordar que las posturas en las
que el clítoris es estimulado por el roce de los
cuerpos son las más placenteras para ellas, y las
que permiten una penetración más profunda son
las preferidas por ellos. • Practicarlas en lugares
que despierten el morbo, no recurrir siempre a la
cama.
Los siete pecados capitales
En el terreno sexual no todo vale. Estos son, según
Galloti, los siete pecados que caracterizan un mal
polvo en cualquier relación: 1. Preocuparse por el
tamaño del pene y estar pendiente de si se
produce o no la erección. 2. Creer que para tener
una buena relación sexual es indispensable la
penetración. 3. Pensar que todas las mujeres
reaccionan de la misma manera. 4. Acariciar
mecánicamente. 5. Tener prisa para llegar al
orgasmo. 6. Pasar por alto los juegos previos y
olvidarse del clítoris. 7. Dejar de lado la fantasía y
caer inevitablemente en la rutina, con la excusa de
que es más cómodo.
TOP KAMA SUTRA (*) Aunque en el sexo
cualquier posición es válida, recuerde que algunas
excitan más a las mujeres. Tómese su tiempo y
tenga en cuenta las siguientes posiciones en orden
de placer.
el furor salvaje
el arco
el éxtasis
la ofrenda
la boa
el molde
la medusa
la araña
el atrapado
la doma

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