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Mi delito fue envejecer

Amanda era una niña introvertida, a veces distraída pero con personalidad,
pasaba su día en casa siendo la sombra de su madre, la seguía a todos lados y la
ayudaba en las tareas que su edad le permitía. Su madre fue un personaje
significativo que le ayudo a construir su mundo.
Siendo Amanda una pre-adolescente conoció a una amiga de su madre Sol y
de su tía Romina, su nombre era Sofía, una mujer de complexión delgada de tez
blanca, ojos grandes, nariz aguileña, de pelo ondulado castaño claro. Sofía era
soltera, conversadora, entusiasta y le gustaba ayudar a las personas; una de sus
formas de ayudar era por medio del espiritismo un “don” que practicaba junto a su
hermana, por lo que ambas eran muy conocidas en su pueblo. Su llegada a la
vida de Amanda fue gracias a un problema familiar relacionado con Alfonzo su
hermano mayor, fueron días difíciles para la familia de Amanda, ya que su
hermano corría un grave peligro debido a una presencia que lo perturbaba y lo
transformaba en un ser altamente peligroso al que sus familiares y vecinos debía
perseguir en las noches para evitar una tragedia, pues se convertía en alguien
violento que atacaba a las personas causado terror en la pequeña comunidad.
Sofía y su hermana hacían uso de sus facultades para “curar” este mal que
afectaba al joven, aunque parecían que lo ayudaban la realidad era otra, pues
Amanda escucho una conversación de unos adultos que decían que lo que le
ocurría al joven era ocasionado por un “trabajo” que la hermana de Sofía le había
hecho, y por eso el joven no era liberado totalmente de esa posesión. Finalmente
el joven Alfonzo fue sanado de esa condición y siguió viviendo su vida
normalmente, aunque Amanda nunca supo cómo esto sucedió.
Después de eso Amanda no supo más de Sofía hasta una mañana en que
caminaba hacia la escuela a buscar a su nieta y vio a una anciana encorvada que
estaba limpiando el frente de su casa, la anciana llamó su atención pero no se
detuvo porque iba retrasada. Al día siguiente la volvió a encontrar en el mismo
lugar y decidió hablarle: -buenos días, ¿usted es la Sra. Sofía?- Ella la miro con
sus grandes ojos y le respondió: -Si, y usted quién es?- Amanda estaba
sorprendida porque pensaba que aquella mujer había muerto hacía tiempo, sin
embargo allí estaba frente a ella con una mirada inquisitiva esperando que le
respondiera. Entonces Amanda le dijo: -yo soy Amanda la hija de su amiga Sol-,
sus ojos se agrandaron y su rostro arrugado por los años se iluminó con una
sonrisa y comienzo a conversar, preguntaba por casi todos los miembros de la
familia de Amanda y ésta le iba respondiendo mientras su rostro se entristecía al
saber que muchas de las personas por las que preguntaba habían fallecido.
Charlaron durante unos minutos, luego Amanda se despidió porque debía ir a
recoger a su nieta al colegio, se marchó con la promesa de que volvería a visitarla.
La imagen de aquella mujer no se borraba de la mente de Amanda, la semana
siguiente paso por su casa a llevarle algo de comida pero se encontró con la
puerta cerrada, así continuo sucediendo por varios días, hasta que un día al
regresar del colegio se encontró con una vecina que estaba entrando a la casa
de Sofía y presurosa le pregunto por ella, a lo que respondió: -aquí está, pase
para que la vea-, el corazón de Amanda dio un vuelco al ver la realidad que
rodeaba a Sofía. Aquella ancianita vivía en una casa en condiciones
infrahumanas, el techo agujerado, las paredes y el piso agrietados, suciedad por
doquier, cajas y muebles apilados; ella acostada en una camita con sabanas
sucias, rodeada de cualquier cantidad de objetos, ropa, envases plásticos, piedras
de cemento y un olor desagradable mezclado con humedad y orine que
acumulaba en una vasenilla plástica al lado de su cama; Sofía usaba el mismo
vestido rojo desde hacía dos semanas, el cual estaba mugriento y maloliente. Su
vecina Silvia le comento a Amanda que ella la ayudaba en lo que podía,
básicamente en alimentarla y le pagaba a una señora para que le lavara la ropa,
pero hacía ya algún tiempo que esa señora no venía y era precisamente ella quien
la convencía de bañarse y lograba cambiarle las sabanas de la cama.
Silvia de contó que Sofía se había fracturado un brazo y no recibió atención
médica, el hueso sano pero ella no podía levantar el brazo, también sufría de
hemorroides y casi no caminaba; su familia no la visitaba, solo llamaban
eventualmente, pero nadie venía a verla.

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