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WILLIAM MALENFANT: HAGAMOS SACRIFICIOS DE BUENA GANA (SAL.

54:6)
(TRANSCRIPCIÓN)

La oración de David nos enseña una lección importante, en especial porque, como sabemos, Jehová
lo miraba con buenos ojos. Algo que se puede destacar es su actitud cuando tuvo que hacer sacrificios
por Dios: siempre los hizo de buena gana. Era un hombre de motivos puros, de gran corazón. Lo
demostró una y otra vez durante su vida. Sí, cometió pecados, pero siempre sirvió a Jehová con
sinceridad y espíritu de sacrificio. Leamos Salmo 54:6, el verso completo. Como ya hemos
dicho, Salmo 54:6 inicia así: “De buena gana ciertamente te haré sacrificios”. Luego
añade: “Elogiaré tu nombre, oh Jehová, porque es bueno”. En otras palabras, Jehová es bueno.
Su nombre es bueno porque él mismo es bueno. Y todo lo que pide de nosotros también es bueno.
Ni siquiera uno de sus mandamientos nos hace daño; siempre son para nuestro bien.
Hasta la destrucción de la gente mala es algo positivo, pues es muestra de su amor hacia quienes
desean vivir en paz y experimentar la alegría de adorar a Dios. Sí, lo que Jehová hará pronto es muy
bueno. Así que tenemos razones de sobra para sacrificarnos de buena gana por nuestro maravilloso
Dios.

Como sabemos, cuando ofrecemos un sacrificio a Jehová, él ve más allá de lo que estamos dando o
de las cosas a las que hemos renunciado. Él puede ver los motivos que acompañan un sacrificio. Sin
duda, esa fue una de las razones por las que rechazó el sacrificio de Caín. No fue porque Caín solo
ofreciera unos frutos. La Biblia dice que Jehová no vio con buenos ojos ni a Caín ni su ofrenda debido
a que tenía una mala actitud. Sí, los motivos por los que estaba haciendo sacrificios no eran los
mejores. Y esto también concuerda con lo que Amós escribió sobre los judíos de su época.
Busquemos el capítulo 5 de Amós, versículos 21 a 24, y notemos cómo se sentía Jehová al ver los
sacrificios que hacían los judíos de los días de Amós. Amós 5:21 dice: “He odiado, he rechazado
sus fiestas, y no disfrutaré del olor de sus asambleas solemnes”. Esas palabras tal vez se
referían al incienso que utilizaban o a algo similar. Luego, el versículo 22 añade: “Pero si ustedes
me ofrecen holocaustos, ni siquiera en sus ofrendas de dádivas me complaceré, ni sus
sacrificios de comunión de animales cebados miraré”. La lección que aprendemos es que el
problema no estaba en las cosas que los judíos ofrecían en sacrificio. La realidad es que el Soberano
del universo no necesita que se sacrifique un animal en el altar. El problema era la actitud del pueblo,
los motivos por los que hacían las cosas. Fíjense en cómo expresó Jehová su sentir en el versículo
23. Dijo: “Remuevan de mí la bulla de sus canciones; y el sonido melodioso de sus
instrumentos de cuerda no oiga yo”. Después Jehová mencionó lo que realmente esperaba de
ellos: “Y que salga rodando el derecho como aguas, y la justicia como un torrente que
constantemente fluya”. La expresión “la bulla de sus canciones” indica que el sonido de la música
y los instrumentos que tocaban quizás era muy fuerte. La Atalaya hizo un interesante comentario al
respecto. Dijo que, en la actualidad, la cristiandad utiliza música en sus celebraciones, lo que equivale
a la bulla de aquellas canciones. Mezclan costumbres paganas con el nombre de Jesús para
aparentar que honran a Dios. Tal vez esto nos haga pensar en la época navideña y en la “bulla de
sus canciones” esas que suenan en las tiendas por todo el mundo. Pero los dueños de todas esas
tiendas quizás ni siquiera crean en Dios. Quizás sean ateos o judíos, o tengan otras creencias. Así
que no tienen la mínima intención de honrar a Jesús ni al Dios Todopoderoso. Su interés es comercial.
Y eso nos hace pensar en las palabras de Amós.

La Atalaya del 1 de febrero de 2014 también menciona otro aspecto interesante sobre los sacrificios.
Dice: “La Ley de Dios exigía que los sacrificios que se llevaban al templo fueran de la máxima calidad.
[...] Filón, escritor judío del siglo I, señala que los sacerdotes inspeccionaban los animales desde la
cabeza hasta el extremo de las patas para verificar que estuvieran sanos y ‘sin defecto alguno’”. Así
que el animal debía estar sano antes de ingresar al templo, e incluso antes de que lo vendieran para
usarlo como sacrificio. La revista continúa: “Según el biblista E. P. Sanders, es probable que el templo
solo permitiera la venta de ‘animales previamente inspeccionados por los sacerdotes. De ser así, el
vendedor tendría que dar al comprador algún tipo de comprobante de que el animal estaba libre de
defectos’”. Y añade: “En 2011, un equipo de arqueólogos descubrió una ficha o comprobante de ese
tipo en los alrededores del templo: un sello de arcilla en forma de moneda que data de entre el siglo
I antes de nuestra era y el año 70 de nuestra era”. Esto abarca la época en que Jesús estuvo en la
Tierra. El artículo también dice: “Tiene inscritas dos palabras arameas que se han traducido ‘puro
para Dios’. Se cree que los oficiales del templo ataban estas fichas a los productos o animales
destinados a los rituales”. ¡Qué interesante!

Hebreos 13:15 menciona que nosotros también ofrecemos sacrificios de alabanza, el fruto de labios.
¿Y verdad que es así? ¿Cuál podría ser nuestro documento, nuestro recibo, que indique que dichos
sacrificios para Dios son puros? Bueno, no queremos hablar de ningún antitipo. Pero, sin duda,
podemos estar agradecidos de que no se nos exija un documento cada vez que predicamos, hacemos
una revisita, damos un curso bíblico o participamos en obras de construcción. Por cierto, el informe
de predicación que entregamos cada mes no es un comprobante. ¡Para nada! No hay ser humano
que esté autorizado para evaluar nuestros sacrificios ni determinar si merecemos recibir un
documento que indique que nuestro sacrificio es puro. Como David, seguimos ofreciéndole de
corazón a Jehová todo lo que tenemos.

Ahora bien, cuando adquirimos una buena conciencia, una educada por la Biblia, en cierto sentido
esta llega a ser nuestro comprobante, eso que nos permite sentirnos bien por saber que estamos
dándole lo mejor a Jehová. No nos concentramos en alcanzar una cifra de horas de servicio con la
idea de que eso nos hará santos o dignos de recibir honra. No, lo hacemos porque deseamos ofrecerle
lo mejor a Jehová. La Atalaya del 15 de diciembre de 2013 lo expresa de esta manera: “Si vivimos
según los principios bíblicos, todo sacrificio que hagamos nos producirá gran alegría y satisfacción, y
será especialmente acepto a los ojos de Jehová.

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