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La monarquía es una de las formas de gobierno más antiguas. Sus antecedentes fueron las
jefaturas o cacicazgos, originadas luego de que la humanidad adoptara la vida sedentaria en
el neolítico, gracias a la invención de la agricultura. Se trataba de un tipo de organización
sociopolítica, de carácter protoestatal, en el que la autoridad y el poder estaban centralizados
en una persona o un grupo de personas.
Las monarquías surgieron con las primeras civilizaciones, alrededor del año 3.000 a. C.,
en la Mesopotamia, Egipto y el Valle del Indo. Consistían en gobiernos religiosos, en los que
el monarca era, al mismo tiempo, dios, sacerdote y caudillo militar.
En Grecia, la monarquía, presente en la cultura micénica, fue sustituida a partir del siglo VIII
a. C. por formas de gobierno aristocráticas y democráticas, para ser nuevamente implantada
bajo el Imperio de Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro, en el siglo IV a. C.
Más allá de Europa, a lo largo del mundo hubo muchas otras monarquías, como los califatos,
los imperios selyúcida, otomano, japonés, mongol o las distintas dinastías chinas imperiales.
Cada una de ellas estuvo dominada por un monarca que ejercía su poder de manera más o
menos absoluta el año 1453 d. C.
Durante la Edad Media, a partir del siglo V, las monarquías se basaban en las
tradiciones teocráticas que consideraban a los reyes como representantes de Dios
en la Tierra y que debían proteger a su pueblo.
Las monarquías son una de las formas más antiguas de gobierno, como el reino de
Inglaterra que fue fundado en el 927 y perduró de manera absolutista hasta el 1215,
año en el que fue aceptada la carta magna (constitución que propuso la división de
poderes) por parte del rey Juan I de Inglaterra. Con el tiempo, la monarquía
evolucionó y surgieron diversos tipos que varían según el nivel de poder que
ejerce el monarca.
Causas
La competencia entre los imperios. Los diversos imperios de Europa rivalizaban por el
control de otros territorios para obtener ventajas económicas y posicionarse políticamente.
Además se veían incitadas por las proclamas expansionistas del nacionalismo. En una época
de proteccionismo, también competían por el control de las rutas marítimas comerciales, que
eran el corazón mercantil de la época.
La exploración del mundo y la ciencia. El auge de la ciencia y la tecnología europeas
impulsaron la exploración y el descubrimiento de especies y materiales que se esperaba que
otorgaran ventajas industriales o una superioridad científica frente a los demás imperios.
El darwinismo social. La ideología que dominaba en Europa desde mediados del siglo XIX
era tributaria de los recientes estudios de Charles Darwin, quien había observado que la
evolución de las especies dependía de la selección natural, que garantizaba la
supervivencia del más apto. Las observaciones biológicas de Darwin fueron trasladadas al
estudio de los seres humanos y se postuló la idea de que existían poblaciones superiores o
civilizadas destinadas a gobernar, y sociedades inferiores o atrasadas destinadas a
obedecer y a recibir de las primeras los beneficios del progreso. Hoy esta idea es
considerada incorrecta, además de moralmente reprobable.
Causas económicas
En parte, el imperialismo fue consecuencia de la Revolución Industrial. Ante el aumento de la
producción y riqueza, las colonias se convirtieron para las metrópolis en unos rentables
mercados donde vender su producción sin tener que pagar tasas aduaneras. También eran
espacios donde invertir sus capitales, mediante la construcción de obras públicas, como
ferrocarriles y puertos. Además, las metrópolis colonizaban aquellos territorios ricos en
recursos naturales, que ofrecían materias primas baratas para sus industrias.
Causas demográficas
En los países occidentales la población creció intensamente en el siglo XIX. Millones de
europeos emigraron a las colonias buscando nuevas oportunidades. Esto disminuyó los
problemas de paro y malestar social en las metrópolis. Las mejoras en el transporte (barcos a
vapor, ferrocarril) facilitaron los desplazamientos.
Causas religiosas
El imperialismo se justificó en muchos casos por el deseo de cristianizar a pueblos que
conservaban sus propias religiones. La labor misionera de la Iglesia católica y protestante
tuvo gran importancia: se fundaron misiones en Asia, África y Oceanía.
Causas políticas
Las potencias conquistaron determinados lugares que eran estratégicos para controlar rutas
marítimas y terrestres importantes. Por ejemplo, Reino Unido consideraba fundamental
dominar Egipto para controlar las rutas entre Europa y la India. La expansión territorial
también servía para aumentar el prestigio de un país en el mundo y fortalecer el orgullo
nacional entre su población.
Causas ideológicas
El sentimiento de superioridad de la raza blanca y el ideal de civilizar a unos pueblos que
consideraban atrasados impulsaron también la expansión colonial. En Occidente, durante el
siglo XIX, las ideologías racistas tenían mucha fuerza. Los occidentales estaban
convencidos de que la raza blanca era superior y que esto les daba derecho a dominar a otros
pueblos, a los que creían inferiores.
Causas científicas
La curiosidad científica también contribuyó al impulso de las conquistas. En el Reino Unido,
Francia, Estados Unidos y Alemania se crearon sociedades geográficas que
realizaron expediciones científicas por todo el planeta. Una vez explorado un territorio, el
país que había organizado la expedición tenía el derecho de conquistarlo y explotarlo.