Está en la página 1de 5

1.

Lección 4

El Espíritu Santo, la iglesia y la esperanza futura

Competencias:

1. Identifica las doctrinas básicas de la fe cristiana sobre el Espíritu Santo, la iglesia y la esperanza
escatológica.

2. Evalúa sus convicciones a partir de los conceptos teológicos básicos de la fe cristiana sobre los temas
de la lección.

3. Formula implicaciones de las afirmaciones del Credo sobre el Espíritu Santo, la iglesia y la esperanza
escatológica para el pensamiento y la vida del cristiano.

Plan de estudio:

1. El Espíritu Santo

2. La iglesia

3. La esperanza escatológica

Esta lección se ocupa de los cinco últimos artículos del Credo apostólico, con sus declaraciones en cuanto
al Espíritu Santo, la iglesia como comunidad y la esperanza de los creyentes.

Creo en el Espíritu Santo,

la Santa Iglesia universal, la comunión de los creyentes,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne,

y la vida perdurable.

1. El Espíritu Santo

Contrario a lo que piensan algunos, el Espíritu no es una fuerza impersonal, como “la fuerza” de la saga La
guerra de las galaxias. Es la tercera persona de la Trinidad, presente en la Biblia desde la creación, activo
en el Antiguo Testamento y en la vida de Jesús, y enviado por el Padre y el Hijo a los creyentes.

El Espíritu aparece en la Biblia desde su primer capítulo, activo en la creación (Gn 1:2). Es el vivificador de
la creación (Sal 104:30). En el Antiguo Testamento el Espíritu opera en la vida de los jueces, los reyes (1 S
16.13 David) y los profetas (Is 6:1; etc.) y el siervo escogido del Señor (Is 11:2; 4:.2; 61:1). Será marca de la
restauración del pueblo de Dios ( Is 11:2; 32:15-17; 44:2-3; Ez 36:25-27; 37:12-14), con su impacto de
alcance universal (Jl 2:28).

En la vida de Jesús, el Espíritu Santo es agente de su concepción (Lc 1:23) y la señal que identifica, en su
bautismo, como el Mesías anunciado por Juan (Jn 1:29-34; Lc 3:22). El Espíritu Santo mora plenamente en
Jesús, sin restricciones, por tanto él es quien revela al Padre y su mensaje (Jn 3:34). Impulsado por él, Jesús
vence la tentación (Lc 4:1ss.), proclama las buenas nuevas del favor de Dios (Lc 4:1-21). Jesús, por su parte,
es quien dispensa el Espíritu Santo a otros; es quien bautiza en el E.S. (Jn 1:32-33).

El nuevo orden inaugurado por la persona y ministerio de Jesús se hace realidad por la obra del Espíritu
Santo:

- convence de pecado y lleva al arrepentimiento (Jn 16:8)

- regenera: hace posible nacer “de lo alto” (Jn 3:5; 6:63; 7:37-39).

- por esta regeneración produce adoradores legítimos: participan de la naturaleza espiritual de


Dios y se acercan a él a partir de su revelación (Jn 4:23,24). Así incorpora a los creyentes al cuerpo de
Cristo (1 Co 12:13) y los hace morada de Dios (Jn 14:15-23; Ef 2:22).

- capacita a los creyentes para su ministerio, a través de los dones

- santifica a los creyentes: los sella como propiedad de Dios y los habilita para vivir en obediencia
(Ga 5:22; 1 Co 6:11; 2 Ts 2:13; 1 P 1:2). Los transforma a la imagen de Cristo (2 Co 3:18)

- resucitó a Jesús de entre los muertos y es garante de la resurrección de los creyentes (Ro 8:11).

“Podríamos resumir diciendo que lo propio del Espíritu es dar vida, suscitar vida, hacer pasar de la muerte
a la vida. Pero esta vida no simplemente la vida biológica sino la vida plena que alcanza su cumbre en la
vida divina, la filiación del Padre. Por esto el Espíritu nos permite llamar a Dios, Abba, es decir, Padre (Gál
4, 6; Rm 8, 26).”[1]

Los Testigos de Jehová y los Mormones niegan la deidad del Espíritu Santo, pero las Escrituras muestran
que este participa de todos los atributos divinos: omnipresencia (Sal 139:7), omnisciencia (1Co 2:10-11),
eternidad (Heb 9:14; Gn 1:2), sustentador de la creación (Sal 104:30). La fórmula bautismal (Mt 28:19), un
saludos epistolar de Pedro (1P 1:2) y dos bendiciones epistolares (2Co 13:14; Jd 20-21) lo presentan en
unión e igualdad con el Padre y con el Hijo. Pretender engañarlo, es pretender engañar a Dios mismo (Hch
5:3-4).

El Credo señala a continuación varias manifestaciones de la presencia y la obra del Espíritu en el pueblo de
Dios: la iglesia, la experiencia del perdón, la resurrección y la vida eterna.

2. La iglesia

la Santa Iglesia universal, la comunión de los creyentes,

el perdón de los pecados,


La Biblia presenta a la Iglesia más en términos carismáticos que de estructura organizacional
institucionales. La describe como cuerpo, como pueblo de Dios, más que como organización. La iglesia
existe fundamentalmente por la gracia (charis) de Dios y su crecimiento y edificación depende de los
dones (charismata) dados por el Espíritu Santo.[2] El mismo Espíritu que actuó en el nacimiento, el
ministerio y la resurrección de Jesús, el Cristo, hace nacer la iglesia el día de Pentecostés (Hech 2). Esto no
sólo se refiere a la venida poderosa del Espíritu Santo, sino a su obrar para producir arrepentimiento del
pecado y fe en Jesucristo (Hch 2:28; Jn 16:8).

La idea de la iglesia como el pueblo de Dios ltiene sus raíces en el Antiguo Testamento y se proyecta hasta
el fin de los tiempos. La iglesia es el pueblo santo de Dios. Santo en virtud de que le pertenece a él (1P 2:9;
Ef 4:30) y en virtud de su llamamiento a reflejar el carácter santo de Dios (1P 1:15-16; 1Ts 4:3; 5:23). El
Espíritu Santo es quien santifica a la iglesia, no sólo porque es el sello que indica que ella le pertenece a
Dios (Ef 1:13-14; ), sino porque es quien obra en los creyentes transformándolos para vivir en santidad (Ro
8; Ga 5:16-25.

En cuanto a la naturaleza de la iglesia, afirma Snyder:

Las figuras bíblicas de cuerpo de Cristo, esposa de Cristo, familia, templo o viña de Dios y así
sucesivamente, nos dan la idea básica de la iglesia. Cualquier definición contemporánea debe estar en
armonía con esta figuras o modelos. Pero estas son metáforas y no definiciones. … la definición más
bíblica es la comunidad del pueblo de Dios. Aquí los dos elementos claves son la Iglesia como un
pueblo, una nueva raza o humanidad, y la Iglesia como una comunidad o compañerismo,
la koinonia del Espíritu Santo.[3]

La universalidad[4] de la iglesia se prefigura en el Antiguo Testamento, donde se anuncia que la misión del
siervo de Jehová no sólo es en relación a Israel, sino que será luz para las naciones, llevando la salvación
hasta los confines de la tierra (Is 49:6; Lc 2:32; Hch 26:23). Así se muestra en Pentecostés, así se refleja en el
libro de Hechos y así se ha seguido exendiendo la iglesia a lo largo de los siglos. Este pueblo de Dios tiene
expresiones locales, iglesias (congregaciones), en las cuales se hace visible la nueva humanidad nacida y
transformada por la obra del Espíritu Santo, a partir de la obra de Jesucristo.

“La comunión de los santos significa que en la Iglesia entramos en comunión con Dios y con los
hermanos, comunión con las cosas santas de Dios y con los creyentes, que la Biblia llama los "santos". Y el
gran signo de esta comunión con Dios y con los hermanos es la eucaristía. En ella se expresa de forma
simbólica esta nuestra comunión horizontal y vertical.”[5]

El perdón de los pecados

Las lecturas y los foros para las actividades de esta lección se enfocan en esta dimensión de la iglesia: la
comunión de los santos.

Por otro lado, es el Espíritu Santo quien produce en las personas el reconocimiento de su pecado, el
arrepentimiento y la fe para recibir el perdón de Dios.

3. Esperanza del creyente

la resurrección de la carne,
y la vida perdurable.

¿Resurrección o inmortalidad? A veces se escucha a personas cristianas hablar de la inmortalidad del alma
como su esperanza más allá de la muerte. Esta es una idea de Platón, quien consideraba que el ser
humano consta de dos partes separadas: cuerpo y alma. Al morir, el cuerpo se descompone y el alma
inmortal, la chispa divina, es liberada de la prisión del cuerpo y pasa a la esfera de la realidad que
transciende a la disolución física.

La perspectiva bíbica es diferente. El ser humano es corpóreo, no es una alma aprisionada, es un cuerpo al
que Dios le da aliento de vida (Gn 2:7). La dignidad del cuerpo se reafirma en la revelación de Dios en
Jesucristo: Dios hecho carne y hueso. Y la esperanza del cristiano la expresa Pablo en términos de “la
resurrección del cuerpo” (1 Cor. 15:35-38). Esperamos la vida con un cuerpo nuevo resucitado (1 Cor.
15:42-44). Pero la resurrección no sólo es para los creyentes en Jesucristo, todos resucitaremos: los
creyentes en Cristo, para la vida perdurable; los demás, para juicio (Jn 5:28-29; Ap 20:12-13).

Entre tanto, en su unión con Cristo, los cristianos ya experimenta algo de la realidad de la vida eterna, la
vida delReino de Dios (Jn 1Jn 5:11-13), mientras esperan su plena manifestación al regreso de su Señor.
Así lo explica Donner:

La iglesia es la comunidad de los que viven entre los tiempos, entre la escatología inaugurada y la
esperanza futura. Allí está el reto para el cristiano. Sería lógico resignarse a la transitoriedad de este
mundo y dedicarse exclusivamente a la expectativa del reino venidero, pero esta no es una opción para el
cristiano, porque está llamado a vivir el Reino de Dios aquí y ahora.

….

El destino final de los creyentes … no es el cielo, sino la vida restaurada: nuevos cielos y nueva tierra. La
visión de la nueva Jerusalén en Apocalipsis 21 es más bien una visión del cielo que baja a la tierra y no de
gente que sube al cielo.[6]

Bibliografía

Codina Victor. “Nuestro Credo”. http:servicioskoinonia.org/biblioteca/bibliodatos1.html?CODINA.


Consultado enero 5, 2015.

Donner, Theo. El texto que interpreta al lector. Medellín: Publicaciones SBC, 2009.

Driver, Juan. Renovación de la iglesia: comunidad y compromiso. Buenos Aires: ABUA, 1995.

Milne, Bruce. Conocerán la verdad: un manual para la fe cristiana. Lima: Ediciones Puma, 2008.

Snyder, John. La comunidad del Rey. Miami: Caribe, 1983.

Third Millenium. El Credo de los Apóstoles. Lección cuatro: Dios el Padre. Third Millenium (sitio web).
Consultado enero 5 de 2015. http://espanol.thirdmill.org/seminary/text/sAPC02_manuscript.pdf
Wright N.T. The Crown and the Fire: Meditations on the Cross and the Life of the Spirit. Grand Rapids:
Eerdmans, 1992.

Créditos

Lección preparada por Elizabeth de Sendek.

También podría gustarte