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Cada época tiene su lenguaje característico, sus expresiones propias, sus contextos determinados. Frases que
con el tiempo pasan de moda o son sustituidas por otras porque nuevos tiempos o nuevos acontecimientos
dan lugar a nuevas formas de expresarse.
Me llama la atención la frecuencia con la que se utiliza en variados ambientes, tanto en el lenguaje familiar
como en las redes, la expresión “fingir demencia”. Viene a ser una forma de designar la indiferencia frente a
algo que se ve, pero no se quiere ver. En el lenguaje corriente se traduciría por “hacerse el/la distraído/a” o
“mirar para otro lado” (versión light), “hacerse el gil” (versión tango) o “hacerse el/la pelotudo/a” (la versión
más popular quizás).
La cuestión es que “fingir demencia” es actuar una especie de locura o insania que justificaría no ver lo
visible o nos exime de ver lo que pasa delante de nuestros ojos y comprometernos con eso.
La cuestión es que estamos viviendo en la Argentina una situación política, social y económica que, como
nunca, nos está poniendo al borde de una catástrofe humanitaria, una masacre social; al borde también de una
virtual disolución política territorial y de una ruptura inédita del contrato social que fue construyéndose a lo
largo de 200 años de historia y que hasta ahora garantizaba los derechos fundamentales de los habitantes de
la Nación Argentina; poniendo literalmente en riesgo la democracia además de vender a los amigos el
patrimonio común y los recursos de todos los argentinos.
Me da la impresión que muchos ciudadanos y ciudadanas, como también actores y sectores de la sociedad
argentina están fingiendo demencia frente al vertiginoso deterioro de las instituciones, de los derechos, de los
ingresos, del trabajo, de las responsabilidades del Estado y del Estado mismo devenido en “organización
criminal” para el presidente Milei y sus secuaces. Lo que es peor, parece que no es suficiente para
reaccionar que le estén quitando el pan de la boca a las familias, los medicamentos a los enfermos
terminales, la protección del estado a la sociedad.
Fingen demencia el presidente, su bizarro vocero y todo su séquito de besamanos. Hablan de un país que no
existe, desconocen a 68 premios Nobel que le muestran lo insensato que es para un país moderno desmontar
la ciencia y la tecnología, y hasta desoyen al FMI a quienes nunca les importó un cuerno el sufrimiento
humano pero que frente a este ajuste sienten algo parecido a la vergüenza ajena, mezclada con el temor a una
explosión social sin precedentes que les impida cobrar. Lloran en cámara y hacen de cuenta que no tenemos
ni poder legislativo, ni Constitución Nacional ni bandera. Fingen demencia para no ver que en el país viven
personas, que comen, beben, trabajan, tienen hijos, tienen sueños, respiran, sufren, gozan y tienen derecho a
vivir en paz. Se hacen los que no vieron nunca un libro de historia y hablan de una historia que nunca se
escribió donde la culpa de todo es de los gobiernos populares. Fingen saber lo que es la educación y el
respeto y se creen con derecho a insultar a medio mundo, a mentir las 24 horas del día y, lo que es peor, se
hacen los cancheritos burlándose de los que sufren, de los periodistas, de las instituciones, de los pobres, de
los artistas.
Como dice una canción, “si no fueran tan temibles nos darían risa, si no fueran tan dañinos nos darían
lástima, porque como los fantasmas, no son nada si se les quita la sábana..” 1. Algún día no estarán en el
poder y cosecharán su siembra de menosprecio y violencia.
Fueron muy oportunas sus palabras, unos días después, a los miembros del Comité Panamericano de Juezas
y Jueces por los Derechos Sociales y la Doctrina Franciscana (Copaju) en el contexto de la inauguración de
la nueva sede en Buenos Aires. No obstante me pareció poco si lo comparo con el tamaño del sufrimiento de
tantos y tantas. No dijo nada que no estuviera dicho ya en la doctrina social de la iglesia, que parece
esfumarse cuando la realidad propone otros modelos de sociedad.
Podríamos seguir enumerando individuos o colectivos que no aparecen y fingen demencia frente a la
urgencia y otros que si aparecen y enfrentan esta hora con valentía, defendiendo los intereses de la patria,
que es nuestra casa, nuestro lugar en el mundo. ¿Reaccionaremos a tiempo antes de que todo sea
irreversible?
Este año rendiremos homenaje al cura Carlos Mugica, en el cincuentenario de su asesinato. Un símbolo y un
testimonio viviente de lo que significa no mirar para otro lado en el peor momento del pueblo sufriente y la
patria a punto de ser sometida por un gobierno de ocupación a quienes solo les importa venderla.
Marcelo Ciaramella
Curas en la opción por las y los pobres