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VARIABLES INDIVIDUALES
Existe una multiplicidad de características individuales que han sido objeto de estudio
en cuanto a sus relaciones con el estrés laboral y la salud, sin embargo, escapa a
nuestras pretensiones tratarlas todas aquí, de forma que consideraremos sólo aquellas
que han sido objeto de una mayor divulgación o más profunda investigación en los
últimos y cuyos resultados han sido, a nuestro juicio, relevantes. Tal es el caso de la
Inteligencia Emocional y la previsión de estrés desde modelos de personalidad y
estilos profesionales
Esta cuarta dimensión, junto con la quinta y última, pertenece a la faceta interpersonal
de la inteligencia emocional y engloba dos aspectos claramente diferenciados, el
reconocimiento y la empatía. La habilidad para reconocer las emociones ajenas se
fundamenta en la predisposición a la escucha y la comprensión de los pensamientos y
sentimientos del otro, mientras que la empatía surge cuando somos capaces de
ponernos en su lugar y contagiarnos de emociones que no son nuestras ¿quién no ha
llorado alguna vez viendo al protagonista de una película sufrir? Ahora bien, el
reconocimiento de las emociones ajenas y la empatía no tienen que ir necesariamente
acompañadas. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Anibal Leiter, un personaje que
no tenía ninguna dificultad en captar el estado emocional ajeno, pero incapaz de sentir
empatía hacia los demás. Precisamente, una de las características que identifica a las
personas que padecen una psicopatía es su falta de empatía hacia los demás. Las
personas capaces tanto de reconocer las emociones ajenas como de sentir empatía
hacia los demás, respetan las diferencias de opiniones, un requisito previo para
alcanzar el “arte” de las relaciones sociales, la quinta dimensión de la inteligencia
emocional. Sin embargo, mientras que las habilidades sociales se basan,
fundamentalmente, en la comunicación verbal, el reconocimiento y la empatía se
basan en la observación y en el lenguaje no verbal. Saber interpretar los gestos, los
movimientos de las manos, el significado de un silencio o una mirada es el requisito
para conocer lo que acontece en el mundo emocional ajeno y ser capaz de sintonizar
con el mismo. Algunas personas demuestran maestría en estos aspectos, que
favorecen en gran medida las relaciones establecidas en el ámbito laboral.
La última dimensión que engloba este modelo de IE hace referencia a la habilidad para
relacionarnos adecuadamente con las emociones que las personas que nos rodean.
Esta capacidad nos permite entendernos con los demás, orientarnos hacia los otros,
no ser un mero observador de los demás, sino hacer algo en común con ellos, sentir
alegría de estar entre la gente, colaborar, ayudar, pertenecer a un grupo.
Para lograr estas habilidades no basta con comprender los sentimientos de los demás
y solidarizarnos con su pena o su alegría, sino que requiere de una parte activa, de la
implicación en los cambios y en el manejo de las relaciones. Implica ser un experto
para inducir respuestas deseadas en los otros. Este objetivo general depende de las
siguientes destrezas:
- Habilidades comunicativas: las habilidades comunicativas comienzan por saber
escuchar abiertamente a los demás y elaborar mensajes convincentes que faciliten el
diálogo. A partir de aquí, el manejo del lenguaje, de forma que haga sentirse bien a las
personas con las que nos comunicamos, es todo un “arte” que siempre es factible
perfeccionar. No basta con saber qué decir, y cómo decirlo, sino también escoger el
momento más apropiado para hacerlo. Contar un chiste puede aliviar un momento de
tensión en una determinada reunión de trabajo, o crispar aún más los nervios de quien
lo escucha sino hemos tenido en cuenta todas las variables situacionales y personales
necesarias.
- Manejo de conflictos: la clave aquí es saber negociar y resolver los desacuerdos que
surjan dentro de los grupos de trabajo en que nos hayamos inmersos, comprendiendo
siempre los diferentes puntos de vista e intereses ajenos. Como hemos comentado
con anterioridad, la negociación y la capacidad para manejar conflictos personales son
aspectos centrales en las empresas del siglo XXI.
- Capacidad de influencia: las personas capaces de idear tácticas efectivas de
persuasión suelen conseguir que los demás sigan las propuestas que ellos sugieren,
ya que ejercen influencias importantes sobre las percepciones, las respuestas
afectivas y las conductas de los miembros del equipo de trabajo (Schaubroeck, Lam y
Cha, 2007), de forma que les es fácil contar con aliados en para conseguir las metas o
propósitos trazados.
- Liderazgo: estrechamente vinculada a la capacidad de influencia está el liderazgo, es
decir, la capacidad de inspirar y guiar a los individuos y al grupo en su conjunto; y que,
a su vez, depende de destrezas como tener la capacidad de iniciar y administrar
situaciones nuevas; ser capaz de alimentar y reforzar las relaciones interpersonales
dentro del grupo y colaborar para alcanzar metas compartidas (González-Romá,
2008).
En definitiva, esta quinta y última dimensión de la inteligencia emocional engloba
aquellas habilidades prosociales que nos llevan a responder de manera adecuada a
las necesidades de los demás, facilitando así las actividades sociales y fomentando la
participación de los demás en las tareas que nosotros proponemos; habilidades, todas
ellas, capaces de pronosticar el éxito laboral.
Dando un paso más en la concreción de variables que se pueden utilizar para predecir
el desempeño laboral y el estrés o insatisfacción en el puesto de trabajo, exponemos a
continuación los resultados de las investigaciones que tomando como punto de partida
los rasgos de personalidad y los estilos profesiones que poseen los trabajadores.
a. Técnicas de relajación
b. Entrenamiento en asertividad
Las complicaciones a las que puede enfrentarse una persona en el ámbito social de su
trabajo son diversas. Como ha quedado expuesto en capítulos anteriores, el “conjunto
de rol” (directivos, compañeros, subordinados, clientes... ) que genera expectativas
sobre la conducta del trabajador y con el que tiene que interaccionar de forma
cotidiana es muy complejo. Ya comentamos la importancia que tiene la adquisición de
habilidades sociales de cara al manejo de conflictos interpersonales que pueden surgir
en el ámbito laboral y el papel que las empresas pueden desempeñar en la facilitación
de este tipo de entrenamiento. Este tipo de actuación, por parte de la organización,
tenía la finalidad de dotar al trabajador de las pautas de comportamiento y habilidades
sociales adecuadas para que lograr un adecuado grado de ajuste entre los objetivos
de la empresa y los de sus empleados, así como el decremento de conflictos que
pudieran producirse entre estos últimos.
Sin embargo, es evidente que en el proceso que lleva a conseguir estas metas existen
dificultades que se hacen más pronunciadas para unas personas que para otras. En el
caso de los trabajadores que sufren depresión y/o estrés, las relaciones sociales se
ven decrementadas en comparación a los que no tienen problemas de este tipo,
aunque podemos hipotetizar distintas explicaciones en función de la variable que
tomemos como causa y como efecto.
Algunos autores sugieren que es la incompetencia social el desencadenante de
problemáticas psicológicas como la depresión y, en algunas ocasiones, de los altos
niveles de estrés, considerándola uno de sus mejores predictores. No obstante,
también hay quien mantiene la postura contraria, afirmando que las dificultades en la
interacción social pueden ser una consecuencia de los estados de ansiedad y
depresión y que dichos patrones de interacción mejoran con la desaparición del estrés.
Indiferentemente de la dirección propuesta para la causa y el efecto entre las
habilidades sociales y los problemas emocionales derivados del estrés, queda clara la
relevancia que puede adquirir el aprendizaje de algunas pautas de actuación dirigidas
a incrementar la adecuación de los patrones de interacción social en el ámbito laboral,
sobre todo, si tenemos en cuenta que, tal y como algunos expertos en el tema han
demostrado, la coocurrencia de los problemas de sociabilidad y estrés incrementan la
probabilidad de la prolongación de este último. Debido a esto, podemos considerar el
entrenamiento en habilidades sociales, como una estrategia eficaz a seguir en los
casos que la persona se encuentre especialmente vulnerable y/o ansiosa.
El procedimiento al que recurren los terapeutas cognitivo-conductuales para realizar el
entrenamiento en habilidades sociales e incrementar la asertividad parte de la
elaboración de una serie de situaciones en las que el cliente, encuentra dificultad para
relacionarse con los demás (en este caso en el ámbito laboral) siendo conveniente,
después, la realización del recurso de ensayo cognitivo, mediante el cual la persona
imagina cada uno de los pasos que componen la ejecución de una tarea, llevándole a
fijar su atención en los detalles que le son especialmente problemáticos, lo que
permite activar los esquemas anticipatorios (a menudo negativos) o bien proporcionar
pruebas favorables en cuanto a las posibilidades de ejecución del cliente.
Posteriormente se recurre al modelado o ejemplificación del modo de llevar a cabo una
conducta concreta. En este sentido, se presentan una serie de estrategias o reglas
que, al seguirlas, nos permiten aumentar la comprensión de las ideas y sentimientos
de las personas con quienes nos relacionamos. Dichas reglas consisten
fundamentalmente en:
1) escuchar atentamente,
2) formular preguntas,
3) dejar a un lado los propios juicios de valor y las etiquetas y
4) utilizar la imaginación para comprender el punto de vista del otro, sus
opiniones, sentimientos, motivaciones y situación.
En el caso del entrenamiento en asertividad, la meta se sitúa en conseguir que la
persona sea capaz de responder, defenderse y decir lo que siente o piensa sin
necesidad de recurrir a la agresividad ni a la sumisión. Después se procede al ensayo
conductual (role playing), en el que interviene el sujeto, y cuya función es la de
practicar, en un ambiente controlado, las conductas que más tarde deberá realizar en
su ambiente natural, en este caso, en las relaciones establecidas en su trabajo. En
este punto el terapeuta le facilitará la retroalimentación adecuada para que pueda
corregir sus imperfecciones, a la vez que le recordará la conveniencia de utilizar las
autoaserciones de carácter positivo, aprendidas con anterioridad.
Las conductas sobre las que se aplican estas estrategias suelen ser: realizar una
presentación, como abordar temas controvertidos, respuesta a críticas realizadas por
los demás, malos entendidos, peticiones...
A continuación pasamos a describir dichas técnicas que, en conjunto, tratan de cumplir
dos objetivos generales:
1) que las personas adopten una actitud positiva ante las relaciones
sociales establecidas en su trabajo de forma que estas le resulten gratificantes y
2) que sean capaces de expresar correctamente sus deseos y opiniones,
consiguiendo así un mayor respeto para sí mismos y hacia los demás.
Normalmente el entrenamiento en asertividad comienza señalando la diferencia entre
el comportamiento social pasivo, agresivo y asertivo, como tres estilos o formas de
relacionarnos con las personas que nos rodean.
1. Estilo pasivo. Es el estilo de las personas que tienen dificultad para expresar sus
deseos y opiniones, dejando que los demás tomen decisiones por ellas y les digan lo
que tiene que hacer, generalmente, no defienden sus propios derechos. Normalmente
aceptan la crítica, se echan la culpa de todo lo malo ocurrido y, por regla general, sus
necesidades opiniones o sentimientos son ignorados, aprovechándose frecuentemente
de ellos la gente que los rodea.
2. Estilo agresivo. En el otro extremo del estilo anterior se encuentran las personas
que son agresivas. Son déspotas, critican, humillan y se burlan de los demás. Tanto el
contenido de lo que dicen, como la forma de decirlo es un ataque a la persona con
quien se relacionan. Sólo se preocupan por conseguir lo que ellos desean y cuando
ellos quieren. Rara vez se preocupan por los sentimientos de los demás y, con
frecuencia crean conflictos laborales.
Este comportamiento es propio de personas que piensan que los demás van en contra
de ellas y están constantemente a la defensiva, por lo general gozan de poco afecto
entre sus compañeros de trabajo, y entre los clientes de la empresa, ya que no
consiguen exponer sus sentimientos e ideas de forma adecuada y tampoco llegan a
comprender a los demás.
3. Estilo pasivo-agresivo. Este representa una mezcla de estos dos estilos de
comportamiento que se han descrito, y es igual de ineficaz que los anteriores. Sería el
caso de la persona que no dice nada, cuando debería dar su opinión o expresar lo que
siente; pero, después, sabotea cualquier decisión e impide que las decisiones tomadas
por los demás lleguen a buen término.
En este punto, se anima a observar las propias respuestas y las que proporcionan los
demás, haciendo hincapié en la "ineficacia" de los tres estilos anteriormente citados
para conseguir una buena relación interpersonal.
Seguidamente se expone la significación de la palabra asertividad y la importancia del
comportamiento asertivo en las relaciones laborales.
Ser asertivo significa dejar que los demás sepan lo que uno siente y piensa de una
forma que no les ofenda, pero que al mismo tiempo le permita expresarse. Es el estilo
eficaz de respuesta, la forma óptima de relacionarse con los demás. Consiste en
aceptar a los demás y comprenderlos, sin dejar de ser uno mismo, manifestando sin
agresividad los propios razonamientos sentimientos, creencias, deseos... Podemos
reconocer y respetar los sentimientos, opiniones y deseos de otras personas, pero de
forma que no permita a los demás que se aprovechen de nosotros.
Dado que la extensión de este epígrafe no permite abarcar todas las situaciones que
pueden surgir en el contexto laboral y que podrían ser objeto de análisis bajo la
perspectiva de la asertividad, vamos a centrarnos en una situación concreta a la que
es frecuente enfrentarse en el contexto laboral: responder correctamente ante la
realización de una crítica (que bien puede provenir de un compañero, directivo,
subordinado o cliente).
En el caso concreto de respuesta a la crítica, en función de la finalidad y certeza
percibida en la misma, podemos seguir el desarrollo del siguiente esquema:
- En primer lugar se da a conocer las tres formas básicas de responder mal a la crítica:
ser agresivo, ser pasivo, o ambas cosas.
1) Estilo agresivo. La respuesta agresiva a la crítica es el contraataque. Su compañero
de despacho le hace una observación sobre el escaso orden que mantiene en la mesa
de trabajo y usted responde citando el aspecto desaliñado de su vestimenta.
Este estilo de respuesta puede suponer una ventaja a corto plazo, derivado del hecho
de haber devuelto el ataque al agresor. Pero se trata de un beneficio efímero, ya que
si esta persona es propensa a la crítica y le parece mal lo que usted hace,
seguramente volverá a repetir el intento y con argumentos más perversos. El
responder de forma agresiva a las críticas es un síntoma de baja autoestima.
Azotamos a los críticos porque secretamente compartimos su baja opinión acerca de
nosotros, resistiéndonos violentamente a que nos recuerden cualquiera de nuestros
errores. Además, un estilo agresivo de comunicarse con la gente nos impedirá
establecer relaciones profundas.
2) Estilo pasivo. El estilo pasivo de enfrentarse a la crítica consiste en asentir,
disculparse o rendirse al primer signo de ataque. Por ejemplo: Si un cliente le dice que
últimamente se le ve muy distraído y usted responde: "Si, lo se, tengo tantos
problemas, que no me puedo concentrar; supongo que cada vez es peor mi eficacia
laboral” estaría cayendo en este estilo pasivo de afrontar la crítica.
El silencio puede ser también una respuesta pasiva a la crítica. No respondemos a una
crítica que merece respuesta, de forma que nuestros hostigadores continúan
avasallándonos hasta que tenemos una reacción verbal tardía, generalmente una
disculpa. Por otra parte, la ventaja que podemos alegar con relación al hecho de no
dar respuesta al crítico, sería que nos ahorra el problema de pensar en algo que decir;
sin embargo, esto no es totalmente cierto, ya que, si atendemos nuestros
pensamientos, podremos comprobar que derrochamos mucha energía mental en idear
respuestas puramente mentales, aunque no las expresamos.
3) Estilo pasivo-agresivo. Este estilo de respuesta a la crítica une algunos de los
peores aspectos de los estilos agresivo y pasivo. Por ejemplo, si un compañero nos
dice que apenas puede entendernos porque no vocalizamos y hablamos muy rápido,
respondemos pasivamente pidiendo disculpas o aceptando la necesidad de cambiar.
Más tarde, no sólo dejamos de hacer el cambio prometido, sino que, encubiertamente,
tratamos de subrayar los fallos de ese compañero delante de los demás.
- En segundo lugar, se muestra una forma efectiva de responder a la crítica que
consiste en utilizar el estilo asertivo. El estilo de respuesta asertivo no ataca (como
sería el caso del estilo agresivo), se entrega (cómo actuaría una persona pasiva en
este sentido) o sabotea al crítico (caso del estilo pasivo-agresivo). La persona asertiva
desarma al crítico. Cuando respondemos asertivamente a un crítico, aclaramos
equívocos, reconocemos lo que se considera justificado de la crítica, ignorando el
resto del mensaje y ponemos fin al ataque inoportuno sin sacrificar la autoestima.
- Finalmente, se presentan mediante modelos y ensayo conductual (role playing) la
realización de tres tipos de respuesta asertiva a la crítica: reconocimiento,
oscurecimiento e interrogación.
1) Reconocimiento. Este estilo de respuesta se utiliza cuando la crítica es justificada.
Su objetivo es detener al crítico inmediatamente. Mediante el reconocimiento
asentimos a lo que dice el crítico a través de estos cuatro sencillos pasos:
a) decir: "tienes razón",
b) repetir la crítica de forma que su emisor tenga la seguridad de que lo
hemos oído correctamente,
c) dar las gracias al crítico, si es oportuno hacerlo y
d) ofrecer una explicación si es necesario, no una disculpa. No es preciso
una disculpa o promesa alguna cuando no existe un daño manifiesto al crítico u otras
personas. En estos casos, se reconoce un error menor, se agradece la crítica, y el
caso está cerrado.
La técnica del reconocimiento tiene sus ventajas entre las cuales podemos destacar el
hecho de que desarma de forma rápida y efectiva a los críticos, ya que estos necesitan
nuestra resistencia para seguir hostigándonos. El crítico se queda así, sin nada más
que decir, pues nuestra negativa a discutir hace innecesaria toda discusión. No
obstante, esta estrategia también presenta sus limitaciones, ya que el reconocimiento
sólo debe ser empleado en el caso de que estemos sinceramente de acuerdo con lo
que dice el crítico. En caso de que no estemos totalmente de acuerdo, será más
beneficiosa la utilización de la técnica de oscurecimiento.
2) Oscurecimiento. Se utiliza cuando la crítica recibida no la consideramos constructiva
ni totalmente justificada. Mediante esta técnica el mensaje que mandamos al crítico es:
"algo de lo que usted dice es razonable, pero no todo". Las estrategias que utilizamos
para conseguirlo son:
a) asentir en parte (cuando asentimos en parte, encontramos justa sólo
una parte de lo que dice el crítico, y se reconoce exclusivamente esa parte. Por ej.: si,
llevas razón en que ayer fui muy deprisa en la explicación sobre las novedades que
había que introducir en el próximo informe, pero no siempre es así),
b) asentir en términos de probabilidad logrando comunicar a su crítico: "es
posible que tenga razón", (aun cuando la posibilidad sea, según usted, una entre un
millón, todavía puede decir sinceramente: "es posible"...que a veces me acelere
hablando),
c) asentir en principio, utilizando frases en condicional "Si..., entonces..."
(por ej., "sí, es probable, si algún día no encuentro algo de lo que busco en mi mesa,
entonces me decidiré a ponerle orden").
Como en el caso del reconocimiento, la estrategia de oscurecimiento tiene también
sus ventajas y sus limitaciones. La ventaja de las tres formas de oscurecimiento que
hemos visto para acabar con la crítica, se fundamenta en que los críticos oyen las
palabras mágicas "tienes razón", y se contentan por ello. No advierten, ni se
preocupan por el hecho de que le hayamos dicho que tienen razón en parte,
probablemente o en principio. La única desventaja del oscurecimiento es la utilización
de la técnica demasiado pronto. Si no comprendemos por completo los motivos o el
mensaje del crítico, y utilizamos el oscurecimiento para poner fin a la conversación,
podemos dejar de aprender algo beneficioso. Antes de dar una respuesta de
oscurecimiento tenemos que asegurarnos que hemos comprendido el mensaje, así
como el motivo o la intención de nuestro crítico. Si existe alguna posibilidad de que la
crítica sea constructiva o bien intencionada o simplemente no alcancemos a entender
bien el mensaje, entonces será mejor que utilicemos la técnica de interrogación.
3) Interrogación. Se utiliza cuando no comprendemos muy bien la intención del crítico
o el contenido de su mensaje. Una gran parte de las críticas son vagas, no dejando ver
claro cuál es la intención de la persona que la emite. Podemos utilizar la interrogación
para determinar la intención y pretensiones de nuestro crítico. Una vez que tengamos
información al respecto podremos decidir si el mensaje es o no constructivo, y si
estamos de acuerdo con todo o con parte de él, decidiendo entonces la forma de
responder.
Las palabras que debemos utilizar en la técnica de interrogación son: "exactamente",
"específicamente", "concretamente", "por ejemplo". Mediante el uso de estos términos
se pretende sacar al crítico de las descripciones abstractas y peyorativas, como sería
el caso de: "siempre estas holgazaneando", "que desconsiderado eres", "¿has
observado lo desastre que eres?"
Las ventajas de la interrogación radican en el hecho de que obtenemos la información
necesaria para saber la forma más adecuada de responder al crítico, de forma que, a
veces, podemos constatar que, lo que en principio parecía una crítica mordaz, puede
ser, en realidad, una sugerencia razonable. Es probable que la clarificación de un
mensaje, crítico, en principio, nos lleve a un diálogo significativo. Si, mediante la
interrogación, confirmamos un ataque malintencionado por parte del crítico,
utilizaremos con posterioridad la táctica del oscurecimiento. La única desventaja de la
interrogación es su carácter provisional. Una vez practicada tendremos que decidir si
reconocer la crítica u oscurecerla.
De forma semejante a lo expuesto respecto a la respuesta a la crítica, la práctica de la
asertividad puede aplicarse para incrementar sus habilidades sociales en diferentes
situaciones: aceptar cumplidos, hacer cumplidos, expresar quejas, expresar una
negativa, pedir un favor, preguntar por qué... Las habilidades sociales se pueden
aplicar a todas las áreas en que surge una relación con los demás.
En cualquier caso, mediante el entrenamiento en asertividad se anima a las personas
a manifestar sus emociones de forma adecuada. Aunque, por regla general, en
nuestra sociedad occidental, y más aun en el ámbito laboral, se considera como un
signo de debilidad mostrar cualquier señal de emoción (sobre todo en el caso de los
hombres), y nada hay más dañino que embotellar las emociones.
Abordar inmediatamente los problemas que crean tensión, es la mejor forma de
afrontar tensiones a corto plazo y suele dar resultados más positivos que dejando que
se acumulen y se conviertan en ansiedad e incomodidad a largo plazo. Aprendiendo
las técnicas del comportamiento "asertivo" se evitará violar los derechos de las otras
personas (ocurre cuando nos comportamos de forma agresiva) y tampoco nos
perjudicaremos a nosotros mismos (ocurre cuando nos comportamos de forma
pasiva). En consecuencia, la tensión que nos afecta disminuirá, no sólo en la esfera
laboral, sino también en todos los ámbitos de nuestra vida.
En definitiva, desde el entrenamiento en asertividad se incita a protestar cuando no se
está de acuerdo o no se aprueben las cosas que los demás hacen o dicen en su
nombre.
d. Reestructuración cognitiva
e. Técnicas de "biofeedback"
f. "Inoculación" de estrés
Como hemos mencionado con anterioridad, es necesario subrayar que, en los casos
en los que la vida del sujeto se encuentre limitada a causa de los efectos físicos y
psíquicos del estrés es conveniente el recurso a un profesional de la psicología para
recibir el tratamiento oportuno, sobre todo teniendo en cuenta las limitaciones de las
empresas a la hora de ofrecer ayudas en este sentido. Incluso, en el caso de que se
impartieran cursos sobre aspectos que han sido mencionados, cuando la persona se
encuentre superada por motivos de estrés laboral, será aconsejable la búsqueda de
una ayuda más personalizada que responda a sus necesidades o problema concreto.
En el siguiente apartado exponemos algunos ejemplos de actuación llevados a cabo
en este sentido y plasmados a través de artículos científicos que avalan su
procedimiento y resultados.
http://www.ijpsy.com/volumen9/num2/230/mobbing-una-propuesta-exploratoria-de-
intervenci-ES.pdf
http://www.apuntesdepsicologia.es/index.php/revista/article/viewFile/54/56
a. Ejercicio físico
Hasta cierto punto, todo el mundo tiene que organizar su tiempo, ya sea en el hogar,
en el estudio, en el trabajo o en las actividades sociales. El orden con el que se
establezcan las actividades cotidianas repercute sobre la satisfacción que se obtiene
de la vida. Las personas que han aprendido a administrar bien su tiempo tienen una
mayor probabilidad de conseguir un incremento en su productividad laboral, además
de ver incrementada su satisfacción en el tiempo libre.
En el presente epígrafe trataremos de explicar cómo podemos estructurar el tiempo de
forma que podamos extraer el mayor provecho del mismo. Para ello se proporcionarán
algunas pautas de actuación sencillas de aplicar y cuya práctica puede aportar
enormes beneficios, tanto en el ámbito laboral como personal.
La actitud de las personas respecto al tiempo es compleja y variable. Si se quiere
hacer un uso eficaz del tiempo, se debe tener en cuenta las costumbres y actitudes
actuales que determinan su forma de emplearlo. Cómo percibir el tiempo y el uso de
éste varía según las culturas. El promedio de horas trabajadas por día o por semana,
la importancia dada a la puntualidad o el tiempo dedicado al ocio suelen reflejar las
diferencias.
Por otra parte, las actitudes respecto al tiempo cambian constantemente. Muchos de
esos cambios se deben a las nuevas tecnologías, que afectan el trabajo, los viajes y
las comunicaciones. El correo electrónico, por ejemplo, ha convertido el intercambio de
información en algo instantáneo. El desplazamiento a grandes distancias se pude
realizar de forma rápida y el aumento de las opciones disponibles permite que
podamos hacer más cosas cada día, pero también se ha incrementado la presión
sobre el tiempo del que disponemos. Por este motivo, es importante reflexionar cada
día cómo y a que dedicamos sus horas.
En el ámbito laboral cada vez se hace más hincapié sobre el coste del tiempo. Se
responsabiliza a los trabajadores y a los departamentos organizacionales respecto al
uso del tiempo: una vez definidos los objetivos, hay sanciones por el incumplimiento
de plazos, a su vez, la cultura de las empresas puede influir en el uso del tiempo que
hacen sus trabajadores.
La manera de emplear el tiempo es un hábito sobre el que podemos reflexionar y
corregir, obteniendo como recompensa un mayor control en el trabajo disponiendo de
más tiempo para ocuparnos de los aspectos más importantes del mismo o dedicarnos
a otras actividades que nos resulten más gratificantes.
Pocas personas están dispuestas a reconocer que una gran parte de la jornada laboral
se malgasta. La única manera de hacer un mejor uso del tiempo es analizar cómo se
aprovecha, y después considerar como distribuirlo con mayor eficacia.
Es muy frecuente dejarnos llevar ocupando gran parte del tiempo en la realización de
aquellas tareas que se presentan de forma “urgente” y que suelen tener un carácter
rutinario o burocrático, a costa de reducir el tiempo dedicado a otras más prioritarias y
que forman parte de los objetivos a largo plazo.
En este sentido la pregunta clave es: ¿cómo usted distribuye su jornada?
Para contestar a esta pregunta de manera realista y concreta lo mejor es realizar un
registro de la jornada laboral dividida en secciones de 30 minutos.
Para analizar el registro se clasifican las secciones de 30 minutos según las
características de cada tarea (reuniones, lectura, contestar a correspondencia, ayudar
a colegas o llamar por teléfono), calculando el tiempo dedicado a cada una, y
posteriormente su porcentaje respecto a la jornada laboral, de forma que al tener una
idea clara del tiempo que nos ocupa cada tarea, nos permita estimar si tal desglose
cumple con nuestras expectativas.
Si la respuesta a la pregunta anterior es negativa cabría plantearse las siguientes
cuestiones: ¿Realizo tareas que debería hacer otro? ¿Hay pautas repetitivas en el
registro? ¿Suelo tardar más de lo calculado para una tarea? ¿Dispongo de tiempo
suficiente para ser innovador?
No podemos decidir con que enfrentarnos hoy si no sabemos dónde queremos llegar
mañana. Cualquier plan para mejorar el uso del tiempo dependerá de lo claros que
tengamos nuestros objetivos.
Llegado el momento de fijar objetivos globales, los objetivos a largo plazo personales y
profesionales resultan esenciales. Pero a corto plazo un objetivo personal, como
dedicar más tiempo al cuidado de nuestro hijo pequeño, puede tener una prioridad
temporal frente a metas como conseguir aprobar la oposición que nos pernita formar
parte del funcionariado de la empresa pública en la que trabajamos. Por tanto, puede
ser conveniente anotar todos nuestros objetivos, dividiéndolos después en: a corto
plazo, a largo plazo, personales y profesionales, considerando si son realistas y
recordando que podemos adquirir actitudes nuevas en cualquier momento. Es
conveniente también, reflexionar cerca de las aptitudes que son necesarias para
realizar los objetivos que nos hemos fijado. A medida que se desvanece la idea
tradicional de pertenencia a una misma empresa durante toda nuestra vida
profesional, realizando las mismas tareas, es posible que tengamos que afrontar la
actualización de ciertos conocimientos y ello implica que los objetivos profesionales a
largo plazo pueden sufrir más de un cambio.
Una vez enumerados sus objetivos a corto y largo plazo, se deben disponer por orden
de prioridad. Cada meta supondrá llevar a cabo una serie de tareas, por ello resulta
prioritario decidir cuáles son las más importantes y las que requieren una atención
inmediata.
Analizar la jornada laboral y decidir cuales de las tareas realizadas son rutinarias,
cuáles se refieren a proyectos actuales o a corto plazo y cuales son a largo plazo pero
importantes, supone una gran ayuda de cara a mejorar la estructura de nuestro
tiempo. Es probable que la labor de un mismo día se componga de una mezcla de las
tareas citadas, por lo que conviene seleccionar aquellas que es posible llevar a cabo
en función de la prioridad y delegar aquellas en las que nuestra intervención no sea
necesaria. Es fundamental asegurarnos de que nuestra jornada laboral no ocupe 20
horas y, posteriormente, distribuir los tres tipos de tareas a lo largo del día,
intercalando bloques de concentración intensa (dedicadas a las tareas importantes)
con periodos dedicados a las tareas rutinarias, que son más descansadas.
Hay pocas cosas más estresantes que unas expectativas exageradas, por lo que se
recomienda el realismo respecto a lo que somos capaces de lograr en un periodo
determinado. Embarcarse en un programa agotador y exageradamente ambicioso que
no se puede cumplir, no resulta provechoso ni para incrementar la satisfacción laboral
ni para mejorar la calidad de nuestro rendimiento.
Una estrategia que suele dar buenos resultados consiste en apuntar al final del
trabajo, antes de ir a casa, las cinco cosas más importantes que tengamos que hacer
al día siguiente, empezando por el asunto más relevante; no debemos preocuparnos
pensando que no vamos a terminar las cinco cosas, porque en cada momento
estaremos haciendo la más importante.
Por otra parte, se necesita tiempo para uno mismo: tiempo para reflexionar, evaluar
prioridades y concentrarse en tareas difíciles y no dispondremos de ese tiempo si no lo
planificamos cotidianamente. No debemos sentirnos culpables por pedir a nuestros
compañeros o subordinados un breve periodo de tiempo libre de interrupciones y
distracciones. Tampoco pasa nada si durante ese tiempo dejamos el teléfono del
despacho descolgado y el móvil apagado.
De cualquier forma, es conveniente recordar en primer lugar, que las prioridades de
nuestros compañeros podrían diferir de las nuestras y, en segundo lugar, que las
prioridades cambian, de manera que posiblemente tengamos que volver a evaluarlas.
Las prioridades pueden cambiar porque recibimos información constante, ya sea a
través de Internet, el teléfono o de un colega. Una nueva información puede modificar
la importancia o la urgencia de la tarea, de manera que al recibir información nueva,
deberemos volver a evaluar la lista de prioridades.
Sea cual sea la profesión ejercida y el nivel de responsabilidad en la empresa, una
organización cuidadosa de la jornada incrementará la eficacia para alcanzar los
objetivos deseados. El tiempo dedicado a trazar un plan nunca se malgasta: a la larga
es un ahorro.
d. El uso de agendas
Para una administración eficaz del tiempo es esencial mantener un registro preciso de
las tareas y compromisos próximos. Para ello está el recurso de la agenda. Escoger
una que se pueda transportar fácilmente y se lleve a todas partes es fundamental, ya
que el uso de una agenda requiere disciplina. Lo primero consiste en acostumbrarse a
tomarse el tiempo para apuntar los compromisos en el momento que se tiene noticia
de ellos, calculando el tiempo necesario para prepararse una reunión o desplazarse a
los sitios. En segundo lugar, conviene realizar una valoración global del los registros; si
la agenda resulta estar demasiado cargada debemos plantearnos la posibilidad de
delegar tareas, comenzando por aquellas que más nos desagradan. Hay tareas que se
adecuan más a cierto tipo de personalidades. Una tarea que un trabajador puede
considerar desagradable, por ejemplo, tratar con un cliente “difícil”, puede ser
considerada por un colega como un desafío motivador. No se gana nada llevado a
cabo tareas desagradables por el hecho de hacerlas, si se puede delegar, es
conveniente hacerlo.
En la agenda debe incluirse la planificación a largo plazo fijando objetivos realistas
para concluir las tareas que nos ocupan. Un plazo debe servir de ayuda, no provocar
estrés.
Dado que muchas de las tareas que figuran en la agenda de un profesional suelen
repetirse de forma cíclica (por ej. en el caso de los docentes: exámenes, preparación
de las fiestas navideñas, excursión de final de curso...) resulta de ayuda la realización
de un gráfico como apoyo de agenda donde se destaquen los acontecimientos
regulares con colores diferentes. De esta manera podremos saber el nivel de actividad
en un determinado periodo de tiempo con un solo vistazo. Continuando con el ejemplo
de la profesión docente, según aparece repartida la actividad en el gráfico mostrado a
continuación, si el profesor decidiera realizar un curso sobre informática, no sería
aconsejable escoger el mes de junio, ni siquiera el mes de diciembre, porque, a pesar
de disponer de vacaciones, tendrá que dedicar parte del tiempo a la elaboración y
corrección de exámenes, además de algunas tareas burocráticas para presentar la
documentación exigida. Quizá teniendo en cuenta esta observación podría adelantar
dicho trabajo en el mes de noviembre. En cualquier caso, a la vista de las actividades
que figuran en el gráfico, los meses más adecuados para involucrarse en una nueva
tarea o aprendizaje, son febrero y octubre.
Por último, debemos recordar que el tiempo es totalmente democrático. Nadie dispone
de más tiempo que nosotros, ni de menos, por tanto no conviene dejarnos apabullar, y
desconfiar cuando alguien nos cuente sus proezas diarias en el desempeño de sus
labores.
Hay muchas cosas prácticas que se pueden hacer para aumentar la eficacia del
trabajo a corto y a largo plazo, desde ordenar la mesa de trabajo hasta racionalizar los
sistemas informáticos.
Tanto los superiores, como los colegas, subordinados y clientes se formarán una
primera impresión de nosotros a partir del estado de nuestra mesa de trabajo, así
pues, es importante asegurarnos de que sea positiva.
Si el trabajador dispone de su propio despacho, es igualmente importante el orden,
para ello es primordial ojear los documentos en cuanto llegan: si son urgentes nos
ocuparemos de ellos o delegaremos, si no, los colocaremos en una carpeta destinada
a los asuntos pendientes y tiraremos aquellos que no sean necesarios. La superficie
de trabajo debe estar lo más despejada posible.
El mobiliario y los objetos del lugar de trabajo (escritorio, sillas, mesas, archivadores,
lámparas...) deben estar organizados para favorecer la comodidad en su uso. Si se
reciben muchas visitas, el escritorio debe estar frente a la puerta para que podamos
ver las personas que se acercan. Si es posible, sólo los archivos de uso habitual
deben estar en el despacho, manteniéndolos cerca del escritorio de forma que
evitemos ponernos en pie cada vez que los necesitemos. También resulta conveniente
colocar un reloj en el despacho que sea visible para nosotros y para las visitas. Así,
además de aumentar nuestra conciencia respecto al paso del tiempo, evitaremos el
gesto de mirar nuestro reloj de pulsera, pues algunas personas se pueden sentir
incómodas al interpretarlo de forma negativa.
La forma de archivar los papeles es otro punto de gran relevancia que ayuda en la
realización de un trabajo eficaz, pensemos en las horas que malgastamos buscando
algo archivado al azar. Es útil disponer de un sistema que indique con rapidez el tipo
de contenido de cada archivo. Por ejemplo, podemos utilizar el color. Ahora bien, sea
cual sea el sistema que adopte, lo importante es que sea comprensible para nosotros
y para cualquier usuario que deba utilizarlo.
Finalmente, es importante respetar dos reglas: en primer lugar, archivar regularmente
y, en segundo lugar, archivar solamente los documentos que se consultarán en el
futuro. Para poder acatar estas reglas es indispensable reservar un tiempo para
archivar al final de la jornada o de cada semana. Decidir que conservar y tirar es muy
importante y puede llevar más tiempo del calculado.
Sin conocer cuáles son las situaciones que nos causan la úlcera, la subida de tensión
o el insomnio, no será posible establecer ninguna medida duradera para protegernos.
Posteriormente, deberemos proceder a su examen, eliminando todas las causas que
podamos y aceptando aquellos factores que, por otra parte, nos ofrecen beneficios o
que son vitales o inevitables.
Administrar el tiempo con eficacia no sólo supone organizar el volumen de trabajo,
también debemos incluir pausas regulares para “cargar las pilas”, disponer de tiempo
para la familia, los amigos, los pasatiempos y el ocio.
Algunos puestos laborales incluyen pausas regulares de forma programada, sin
embargo, en otros puede resultar difícil encontrar el momento adecuado para
tomarlas. Las salas de reuniones y las cafeterías de las empresas carecen de
intimidad y las conversaciones acerca del trabajo son frecuentes, lo que dificulta la
relajación. En estos casos podemos intentar encontrar una sala o despacho
desocupado y alejado del ajetreo. Incluso una pequeña pausa durante unos minutos
resulta refrescante. No debemos sentirnos culpables por tomarnos tiempo libre, ya que
nos ayudará a trabajar con más eficacia.
Como hemos visto a lo largo de este capítulo cada persona tiene su nivel óptimo de
estrés. Los factores potencialmente estresantes para un trabajador, puede que no
sean considerados de forma negativa por otro. Sobre todo, los efectos negativos serán
mínimos en el caso de que ayuden a satisfacer sus objetivos profesionales y
personales. Si escribimos un libro, estudiamos ingles o nos entrenamos duramente en
el gimnasio, con la esperanza de ver cumplidas nuestras aspiraciones, es muy
probable que el desempeño de tales tareas no se pueda considerar una fuente de
estrés. La premisa básica está en asegurarnos que las tensiones que soportamos
están justificadas.
Finalmente, subrayamos la idea de que la ventaja que tiene la filosofía antiestrés sobre
otros remedios recomendados, es que no necesitamos la colaboración de ningún
profesional para llevarla a cabo. De ella solamente recibiremos beneficios, que
dependerán de la motivación con la que se ponga en práctica las recomendaciones
citadas.
En definitiva, como hemos visto a través de este último capítulo, las peculiaridades
personales y circunstancias particulares hacen a cada individuo responsable respecto
a la forma adecuada de conservar el equilibrio y la satisfacción interior en su actitud
frente al trabajo. No obstante, además de estas aportaciones y soluciones personales
frente al estrés, conviene no olvidar el hecho de que el estrés, en el ámbito laboral, es
un problema social que, en ningún caso, puede quedar concluido con recetas
individuales. La combinación de una intervención a varios niveles es, por lo general, lo
que permite obtener los resultados más beneficiosos y eficaces. Es por ello que,
utilizando estas páginas como medio de comunicación, animamos a toda persona
inmersa en cualquier marco laboral, a desarrollar, frente a los problemas de trabajo,
una mayor actitud de cooperación y apoyo mutuo, como estrategia comunitaria dirigida
a mejorar la salud física y psíquica que, de forma general, se encuentra bastante
afectada a causa de la complejidad social y el ritmo de trabajo que se viene
imponiendo en los últimos años.
Así pues, terminamos subrayando la necesidad de utilizar recursos sociales,
económicos, públicos y privados, capaces de favorecer y acompañar las previsiones
de las empresas en la consecución de sus objetivos; recursos humanos, por parte del
trabajadores, encaminados a acrecentar la cooperación y apoyo en las pautas
estimadas convenientes en las organizaciones y, finalmente, la necesidad de un
esfuerzo individual por parte del trabajador para superar aquellos obstáculos que
interfieren con sus objetivos y bienestar físico y psicológico. Con la puesta en marcha
de todas estas estrategias se garantizaría no sólo una mayor satisfacción en el
desempeño laboral, sino también unos resultados de mejor calidad para la empresa.