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¿Es posible un orden andino?

Javier Eduardo Hernández Soto

§1. Introducción

Para responder a esta pregunta primero es necesario aclarar que se entiende por «orden
andino». A un nivel antropológico, el concepto de orden alude a la intervención humana en la
naturaleza (Lévi-Strauss 1985), estableciendo conceptos, relaciones y estructuras que
organizan el todo, haciendo posible la existencia de un mundo, es decir, de un espacio
humanizado en el que se pueda prosperar. Todas las grandes civilizaciones de la humanidad
han propuesto un orden civilizatorio, han ordenado el mundo de acuerdo a su cosmovisión; la
civilización andina es una muestra de ello.

§2. La idea de un orden andino

Desde que el hombre llegó a los andes se fue constituyendo un orden propio, el que fue
cobrando cuerpo a medida que surgía la civilización andina; ya en Caral se encuentra
manifiesto dicho orden, consistente en la estructuración del espacio en base a la dicotomía
alto y bajo, siendo la ciudad sagrada de Caral el punto de mediación entre ambos, sirviendo
para el intercambio entre los productos que venían del mar y los que se cultivaban en los valles
andinos. De modo que el orden andino, como observaron investigadores inspirados en el
estructuralismo (María Rostworowski (2007), Tom Zuidema (1989), Alejandro Ortiz (1973),
etc.), puede entenderse como la armonización de aspectos opuestos en base a un tercero que
los relaciona y enlaza; cabe destacar que el orden no está determinado por los términos
opuestos sino por la relación existente entre ellos, la que sostiene y abre el orden. Una mirada
superficial asume que primero son los opuestos, alto/bajo, día/noche, hombre/mujer,
riqueza/pobreza, etc., y, secundariamente, la relación que los vincula, pero una mirada más
atenta descubre que la relación tiene una prioridad ontológica. Los andinos conciben las cosas
como parte de relaciones ya existentes, estando siempre en múltiples interrelaciones
recíprocas con otras cosas, de manera que no son las cosas solas las que luego se relacionan,
sino la relación preexistente sostiene a las cosas y las ordena de modo que se opongan o
complementen unas con otras.

Así pues, el orden andino se basa en un tercero articulador, en un chawpi, que hace de punto
mediador entre los términos opuestos y complementarios. Una imagen de esto se encuentra
en el célebre dibujo de Joan Santa Cruz Pachacuti, representado el altar mayor del Coricancha;
ahí se encuentra la estructura de opuestos complementarios en el hombre (qari) y la mujer
(warmi) que se ubican en el centro del dibujo, rodeados de los elementos indispensables para
la vida, la tierra (pachamama), el agua (mamacocha), las plantas (malki), etc. Considerando la
cosmovisión andina, cabe advertir que la pareja humana no es la principal, ella deriva de una
más poderosa e importante, aquella que forman el sol (Inti) y la luna (Quilla), la suprema
pareja divina, la que marca los aspectos de masculinidad y femineidad, alto y bajo, calor y frio,
día y noche, etc. Pero esta pareja divina no está dada sin más, no es el aspecto último de la
realidad, pues ella y sus características surgen de un tercero elusivo, que media, articula y
relaciona, Wiraqucha, representado como un huevo cósmico, siempre potencial e
inobjetivable, no presente como tal, pero haciendo posible y sustentando el orden.
La idea de un orden andino se concretiza en grado sumo en el significado de Tawantinsuyu,
literalmente significa las cuatro (tawa-) partes (suyu-) del mundo unidas (-nti). Aquí se
encuentra la estructura del orden, no en una contraposición simple de dos opuesto sino de
cuatro, los famosos cuatro suyus andinos, los que expresan los cuatro puntos cardinales; entre
ellos se da el juego de contraposición y complementariedad, pero lo importante es su unidad,
el estar juntos formado un todo, y, precisamente, lo que junta y une es un chawpi articulador,
un centro del que surge el orden, que lo establece y cuida. Dicho chawpi es el Cuzco, la centro
político, administrativo y ceremonial del Tawantinsuyu, que se encarna en la figura del inca,
por lo que está dotado de una sacralidad máxima, pues es el axis mundi, el garante del orden y
la armonía del todo.

La invasión hispánica provoco la crisis y las des-estructuración del orden andino, el que
desintegrándose perdió su hegemonía y paso a formar parte del bagaje de ideas subterráneas
que animan la idiosincrasia de la nación peruana, asumiéndose como un mundo ideal y
perfecto, en el que no existían pobreza, corrupción, homosexualidad, ni ninguno de los vicios
modernos, era un mundo donde todo era fuerte, bello y esplendoroso, cobijado por un joven
sol. En esta interpretación influyó muchísimo la obra del Inca Garcilaso de la Vega, pues dio
una versión edulcorada del imperio inca, omitiendo todo aquello que pueda ser repulsivo a la
sensibilidad cristiana-occidental. Surgió así la llamada «utopía andina», la que aspira a
reconstituir el orden prehispánico, recuperando el mundo idílico, edad dorada que se perdió
por causas externas, pero se cree puede ser retomada.

§3. La posibilidad del retorno del orden andino

La idea de retornar al mundo prehispánico, reconstituyendo su orden, es recurrente en varios


grupos indigenistas y neo-indigenistas. Este proyecto supone que tiene que reinstaurarse el
orden andino tawantinsuyano, en una especie de regreso del imperio inca, de sus
instituciones, sistemas, leyes y costumbres. Esto suena muy atractivo, y aunque pocas veces
formulado explícitamente y con claridad, inspira subrepticiamente la acción de política grupos
de diverso origen y orientación. Pero frente a ello es necesario plantear la pregunta: ¿Es
posible regresar al orden andino prehispánico?

Dentro de la cosmovisión andina es posible pensar y esperar tal retorno, pues su concepción
cíclica del tiempo hace plausible concebir la historia como suerte de regresos e reinstalaciones
de los órdenes anteriores. Mircea Eliade (1985) capta bien este fenómeno, apuntando que
este tipo de culturas quiere permanecer cerca a sus orígenes, deseando vivir no muy alejado
del principio de los tiempos. Pero ello conlleva desatender los hechos históricos, no
asumiéndolos como tales sino en cuanto encajan con el paradigma mítico, lo que resulta en
que el no desarrollo de la conciencia histórica.

De manera que el carecer de conciencia histórica es la condición para pensar como posible el
regreso de los órdenes anteriores, pues al suprimir la facticidad de hechos profanos se puede
sentirse cerca del principio de los tiempos. Por el contrario, la conciencia histórica nos arroja a
la línea temporal, al devenir de procesos que no están encaminados al regreso, sino que
marchan hacia quien sabe dónde. Como dice Gadamer, la conciencia histórica, privilegio del
hombre moderno, es también una pesada carga, ya que nos puede llevar al relativismo
histórico o al oscuro nihilismo.

La formulación de un regreso al orden prehispánico obvia que la humanidad contemporánea


está instalada en la conciencia histórica. Por más que se quiera hacer retroceder las manecillas
del reloj el curso del tiempo es irreversible, el pensamiento lo capta y toma conciencia de él. El
tiempo transcurrido entre la vigencia del orden andino y nuestros días separa la existencia y
cosmovisión del hombre andino prehispánico y la del hombre actual, creando una distancia
temporal que no es fácil sortear, para la que se necesita una interpretación que sepa
reconstruir los perfiles espirituales y materiales del hombre andino antiguo, pero solo para
comprenderlo, pues volver a vivir como lo hicieron es imposible o cuando menos sumamente
forzado, pues echaría por la borda cinco siglos de acontecimientos, que buenos o malos, se
han instalado en la memoria colectiva.

El orden andino que expusimos en la primera parte no debe interpretarse como un esquema
abstracto, capaz de instalarse en cualquier tiempo y lugar, por el contrario, es un orden propio
de una época, arraigado en un pueblo especifico, con un ethos propio, el que se expresa en
dicho orden; asimismo, un conjunto de fenómenos materiales, económicos, políticos y sociales
le acompañan, lo sostienen y son solidarios con este. Así, por ejemplo, si se piensa en
reinstalar el orden andino, ¿cómo sería posible sin una figura como la del inca?, ¿esto tendría
que llevarnos a postular cierto tipo de monarquía andina?, ¿pero ello no resulta anacrónico en
un mundo cada vez más desencantado y escéptico de las legitimaciones que apelan a lo
sagrado?

Si bien resucitar el orden andino, en toda su magnitud y tal como fue, parece ser un imposible
hermenéutico, ello no quiere decir que se deje de lado los aportes de la civilización andina. El
orden andino como un todo es una figura del espíritu que ya paso, pero muchos de sus
aspectos, de sus repercusiones y consecuencias, parecen ser sumamente actuales, necesarios
de asumir en esta época. A continuación, se explorarán los aspectos del orden andino que
pueden servir para pensar un orden sostenible para la humanidad contemporánea, lo que
implícitamente dice que hoy no se puede vivir con el orden que fue vigente en otras épocas.

§4. Aportes andinos para la construcción de un nuevo orden civilizatorio

Lo más valioso que el orden andino puede ofrecer hoy en día es su relación con la naturaleza,
pues propicia una reconciliación con ella. La civilización occidental, con toda su ciencia,
tecnología y progreso material, se ha apartado de la naturaleza y la ha reducido a cosa
manipulable, a mera reserva de recursos, prestos a la explotación capitalista. Es más, podría
decirse que el despegue y apogeo del sistema capitalista está en relación directa con la
explotación y dominación de la naturaleza, pues a la par que la filosofía y la ciencia la reducían
a nada, como en el idealismo, o a materia cuantificable, la gran industria se apropiaba práctica
y fácticamente de ella. Pero la naturaleza, en tanto entidad viviente, no se deja someter a la
voluntad humana, reacciona de muchas formas, una de ellas es el llamado «cambio climático»,
que es solo el principio del fin. En otras palabras, la civilización actual que prospera gracias al
sistema capitalista tiene los días contados, pues su progreso ha de terminarse cuando se
terminen los «recursos naturales», es decir, cuando los ecosistemas estén tan dañados que ya
no puedan sustentar la vida de ningún ser sobre la faz de la Tierra; solo entonces nos daremos
cuenta a donde conduce el progreso capitalista fomentado por Occidente. Lamentablemente
ya será muy tarde para revertir el proceso, el planeta se consumirá por completo, volviéndose
una más de las frías rocas que orbitan en el espacio sideral, entonces el milagro de la vida
habrá terminado.

Para evitar tal futuro posible es necesario cambiar la dirección de la historia, producir un giro
que recomponga la relación entre el hombre y la naturaleza; ahí es donde la civilización andina
y su orden tienen mucho que aportar y enseñar. En Occidente, la naturaleza es tomada como
elemento mediador para la reconciliación del espíritu consigo mismo, tal como lo muestra la
filosofía de Hegel, la que consuma de manera absoluta el antropocentrismo eurocéntrico. En
los andes se daría una relación diferente, pues se sabe desde el principio que es la naturaleza,
no el espíritu, aquello con lo que es preciso reconciliarse, de modo que las creaciones
humanas, la llamada cultura o espíritu, tendrían como objetivo no el ensalzar al hombre sino la
reconexión con la naturaleza. Tal sería el sentido del orden andino, desplegar un sistema de
opuestos y complementarios en los cuales el espíritu se pueda reconocer como naturaleza,
saberse siendo parte esencial de ella y no su opuesto o contraparte. La naturaleza, en tanto
fuente infinita e inagotable de todo cuanto existe, al modo de la natura naturans spinozista, es
lo que junta, articula y mediatiza a los opuestos, está en el chawpi articulador, omnipresente y
al mismo tiempo elusivo, sosteniendo el orden del todo desde el interior.

Ahora se traerá a colación un caso de cómo se da la relación hombre-naturaleza desde el


orden andino. En primer lugar, se ha de «dejar-ser» a la naturaleza, es decir, se comienza
replegando la voluntad de poder y dominación humana, ha de refrenarse ese impulso para
dejar que la naturaleza se muestre cómo es. Se trata de ejercitar cierto tipo de contemplación,
ni teórica ni pre-teórica, sino más originaria, la que capta en un solo pulso el ritmo de la vida.
Esta contemplación muestra al río siendo río, a la planta siendo planta, al animal siendo
animal; no se ve al río desde la óptica moderna que lo convierto en fuerza hidráulica para
generar electricidad, no se ve a la planta como recurso natural presto a industrializarse, no se
ve al animal como mero productor de carne. En el orden andino las cosas se dejan-ser, se
muestran con lo que son, develándose su sentido propio, su orientación. El andino capta esto y
lo atesora, respeta la vida propia de cada ver.

En un segundo momento, cuando el hombre necesita desplegar su voluntad para fundar un


mundo humanamente habitable va intentar no chocar con el curso natural, con el sentido y
orientación que cada cosa tiene, por el contrario, va tratar de sintonizar su voluntad con la de
la naturaleza, desarrollándose y desplegándose en armonía con el modo en que ella se
despliega. Esta forma de vivir se encuentra plasmada en muchas obras andinas, por ejemplo,
cuando en tiempos prehispánicos, se buscaba un espacio apropiado para levantar una ciudad,
no se forzaba el curso natural de los elementos, no se imponía un plano urbanístico ajeno al
paisaje. Se sabía que, en tal quebrada, cíclicamente, pasaban los llocllas (huaycos), y se le
dejaba ser, no interponiéndose en su camino, por lo que erigían sus ciudades en partes altas,
respetando el curso de las aguas. Asimismo, en la arquitectura se encuentra la misma práctica,
pues no crearon edificaciones que contrastaran con el paisaje o el terreno, sino que trataron,
en la medida de lo posible, que sus construcciones se mimeticen con el entorno,
complementando el paisaje en lugar de transformarlo al capricho humano. Tal forma de
arquitectura se encuentra en los incas, siendo Machu Picchu su expresión más excelsa.

Los andinos del pasado respetaron el orden propio de la naturaleza, desarrollando una
civilización ecológica sobre esas bases. Pero, y cabe destacarlo, siempre supieron que la
naturaleza rebasaría tarde o temprano toda creación humana, que siempre se saldría de
control, pues pasaría por ciclos de desórdenes y caos (pachakuti), lo que haría necesario
reconstruir siempre la reconciliación, volverla a comenzar, pensar formas más duraderas de
armonizar. De esta manera se hace patente que la reconciliación no es sencilla, no se agota en
formulas abstractas ni procesos de reducción, es, tal vez, la empresa más difícil e importante,
la preocupación más antigua y permanente de la humanidad. Solo el espejismo occidental cree
ingenuamente que tiene a la naturaleza domada y doméstica, controlada y a su servicio, pero
basta un ligero movimiento de la corteza terrestre para que estas ínfulas caigan por los suelos,
literalmente.
§5. A modo de conclusión

¿Cuál es el aporte del orden andino al mundo actual? La exigencia de respetar la naturaleza,
dejarla-ser, para que pueda surgir un orden sustentable y duradero que cobije la vida de todos
los seres, humanos y no humanos, haciendo posible que todavía exista un mundo para las
futuras generaciones de seres humanos, animales y plantas, pues todos tienen derecho a
continuar existiendo. De no pensar y realizar un giro hacia otro mundo posible no habrá más
mundo para nadie, pues la avaricia, el egoísmo, la insensatez e ignorancia de un puñado de
capitalistas multimillonarios habrá arruinado el futuro de todos.

Bibliografía

Eliade M. (1985) El mito de eterno retorno. Madrid: Alianza/Emecé.

Lévi-Strauss C. (1985) Las estructuras elementales del parentesco. México: Origen/Planeta.

Ortiz A. (1973) De Adaneva a Inkarri. Lima: Retablo de papel ediciones.

Rostworowski M. (2007) Estructuras andinas de poder. Lima: IEP.

Zuidema T. (1989) Reyes y guerreros. Lima: FOMCIENCIAS.

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