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Cap. 7.
La epistemología busca un terreno común que permita el acuerdo racional entre diferentes
hablantes, mientras que la hermenéutica no presupone una matriz disciplinaria que una a los
hablantes, pero espera llegar a un acuerdo o, al menos, a un desacuerdo interesante y
fructífero durante la conversación. La epistemología ve la conversación como una investigación
implícita, mientras que la hermenéutica considera la investigación como una conversación
rutinaria. La idea de la hermenéutica es que la cultura no necesita la epistemología como una
disciplina central, y la filosofía puede desempeñar el papel de intermediario socrático entre
diferentes discursos, ayudando a los pensadores herméticos a abandonar sus prácticas aisladas
y a llegar a compromisos o trascender desacuerdos. El texto destaca que la hermenéutica se
aleja de la búsqueda de fundamentos y la conmensuración en la filosofía, enfocándose en la
conversación y la comprensión de las relaciones entre diferentes discursos, lo que la diferencia
de la epistemología centrada en la búsqueda de la racionalidad común a través de
fundamentos sólidos.
Se discute la interpretación de los críticos, como Scheffler, de las ideas de Kuhn. Kuhn
argumenta que la evaluación de paradigmas científicos rivales es un proceso deliberativo que
involucra criterios comunes en un segundo nivel del discurso. Sin embargo, Kuhn sugiere que
es imposible compartir criterios de segundo orden, y cada paradigma es autojustificativo, lo
que lleva a debates sobre paradigmas sin objetividad. En contraposición, Kuhn no afirmó
explícitamente que las diferencias de paradigma se reflejan inevitablemente hacia arriba, pero
indicó que hacerlo dificulta la resolución de controversias sobre cambios de paradigma.
Se plantea que la principal diferencia entre Kuhn y sus críticos es si el proceso deliberativo
relacionado con cambios de paradigma en las ciencias difiere de otros procesos deliberativos
en campos como la política o la filosofía. Kuhn sostiene que no hay una diferencia fundamental
en la naturaleza de estos procesos.
Kuhn también discute los criterios de elección entre teorías, argumentando que funcionan
como valores y no como reglas. La diferencia clave entre Kuhn y sus críticos radica en si existe
un conjunto de valores científicos específicos que deben influir en la elección de teorías. El
fragmento plantea preguntas sobre si las consideraciones que Belarmino introdujo en su
oposición a la teoría copernicana eran "acientíficas" y si hay una manera de determinar la
relevancia de afirmaciones para otras áreas. La discusión se centra en si hay una línea divisoria
clara entre ciencia y otras áreas de la cultura y si existen normas objetivas y racionales para su
adopción. Se destaca la importancia de distinguir entre ciencia y no ciencia y se argumenta que
la distinción entre "normal" y "anormal" en la investigación científica es más relevante que la
distinción entre ciencia y no ciencia.
El autor sostiene el debate entre Thomas Kuhn y sus críticos en el contexto de la distinción
"objetivo-subjetivo". Kuhn argumenta que el término "subjetivo" no debe ser interpretado
como "basado en un juicio" y que la objeción de que su concepción de la ciencia es subjetiva es
incorrecta. Él sustenta que las afirmaciones subjetivas son simplemente cuestiones de gusto y
no se refieren a juicios sobre la realidad objetiva. Sin embargo, sugiere que esta respuesta no
aborda completamente la preocupación de que no exista un terreno intermedio entre las
cuestiones de gusto y las cuestiones que pueden resolverse mediante un algoritmo
predefinido. Argumenta que la tradición filosófica ha vinculado la distinción entre "algoritmo
versus no algoritmo" con la distinción entre "razón versus pasión". Esta vinculación ha llevado
a la idea de que solo podemos ser racionales cuando nuestras creencias se corresponden con
la realidad objetiva. También menciona que la falta de una respuesta definitiva al "problema
de la inducción" es similar a la falta de respuesta a preguntas sobre cómo la ciencia puede
desarrollarse en base a valores y cómo la moral ha evolucionado en la sociedad.
Aboga por la necesidad de pensar en la ciencia de una manera que no se sorprenda de que sea
una "empresa basada en el valor" y cuestiona la idea arraigada de que los valores son internos
y los hechos son externos. Finalmente, el autor menciona la percepción errónea de que Kuhn
tiende hacia el "idealismo" al reducir los métodos científicos a los de los políticos, sugiriendo
que esto se debe a la creencia de que solo lo que puede descubrir una máquina programada
con un algoritmo existe objetivamente, mientras que todo lo demás se considera una creación
humana.
Cap. 8.
Hace una distinción entre dos tipos de filósofos: los sistemáticos y los edificantes. Los filósofos
sistemáticos son constructivos y dan argumentos, mientras que los filósofos edificantes son
reactivos y presentan sátiras, parodias y aforismos. Los filósofos sistemáticos buscan
establecer la filosofía como una ciencia segura y duradera, mientras que los filósofos
edificantes quieren dejar espacio para la admiración y la novedad, evitando la
institucionalización de sus propios vocabularios. Se menciona que los filósofos edificantes a
menudo se ven acusados de no ser "filósofos" en el sentido tradicional, ya que no se centran
en la argumentación lógica y la búsqueda de la verdad objetiva. En lugar de eso, se centran en
mantener la conversación filosófica viva y abierta, evitando la idea de que existe una verdad
absoluta. También aborda la cuestión del relativismo, argumentando que la filosofía edificante
busca evitar que se cierre la conversación y se imponga una única verdad objetiva, ya que esto
limitaría la capacidad de las personas para explorar nuevas perspectivas y descripciones.
El autor sugiere que es una buena idea dejar de lado la distinción entre espíritu y naturaleza,
que a menudo se interpreta como una división entre seres humanos y otras cosas. También se
plantea la relación entre doctrinas "existencialistas", como las discutidas por Sartre, y el
conductismo y materialismo defendidos en capítulos anteriores. Critica la tendencia de
algunos filósofos recientes, bajo el auspicio de la fenomenología o la hermenéutica, a buscar
un nuevo punto de vista trascendental para comprender la reflexión y la elección de
vocabularios alternativos. Se argumenta en contra de la idea de desarrollar una "pragmática
universal" o una "hermenéutica trascendental".
El autor sostiene que el discurso anormal y el discurso normal no son incompatibles, y que la
diversidad de perspectivas y enfoques en la filosofía es valiosa. La filosofía no debe temer al
naturalismo ni al conocimiento científico, ya que estos no excluyen la posibilidad de discursos
anormales o edificantes. Concluye el capítulo haciendo una alusión al título de Michael
Oakeshott, "The Voice of Poetry in the Conversation of Mankind", para enfatizar que la
filosofía debe estudiarse en un tono conversacional. Argumenta que la filosofía no trata de
describir empíricamente el conocimiento, sino de situarlo en el espacio lógico de las razones y
justificaciones. El conocer no tiene una esencia, sino que se basa en normas vigentes y el
derecho a creer. Sostiene que la comprensión de la filosofía debe centrarse en la conversación
como el contexto último para entender el conocimiento. Esto implica cambiar el enfoque
desde la relación entre seres humanos y objetos de investigación hacia la relación entre
criterios alternativos de justificación y los cambios en esos criterios a lo largo de la historia
intelectual.
El autor explica que ha presentado un prólogo para una historia de la filosofía centrada en la
epistemología como un episodio dentro de la cultura europea. La filosofía, a lo largo del
tiempo, se ha entrelazado con diversas disciplinas no filosóficas que a veces han intentado
reemplazar la epistemología y la filosofía.
El autor cuestiona la idea de que la filosofía sea una profesión con un conocimiento
especializado sobre el conocimiento, y señala que los filósofos pueden ofrecer observaciones
valiosas sobre diversos temas debido a su familiaridad con la historia de las discusiones. El
autor también reflexiona sobre el futuro de la filosofía, sugiriendo que puede cambiar su
enfoque y que los problemas filosóficos no desaparecerán, pero evolucionarán en la
conversación.
En última instancia, el autor aboga por mantener la conversación de la filosofía como una
parte esencial de la cultura, independientemente de los cambios en su enfoque y métodos a lo
largo del tiempo.