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EL RUISENOR Y (organon) y por lo tanto que funciona por sí sólo


(automaton), sigue en consecuencia una curiosa
EL ROBOT estrategia. Por más que sea de origen humano,
no le hace falta tener más que un hueco en lugar
de y en el sitio del deseo y de la voluntad -un
O algunas reflexiones sobre la hueco que puede ocupar en todo momento un ob­
vida ilusoria de los autómatas jeto extraño y por medio del que justamente se
distingue de forma fundamental del hombre.
De forma paralela a esa ausencia suya de fina­
lidad, la máquina revela además otro vacío ge­
nealógico: el que expresa la fórmula del «pro­
Hans Dieter Bach greso tecnológico», por la que nuestras ideas
técnicas siempre habrán de tener mayor ampli­

U
n extraño dilema domina el discurso tud que cualquiera de sus realizaciones prácti­
sobre los autómatas: buscar por encima cas. Así el mejor autómata no se presenta nunca
de todo aunque sea de forma tentativa de otro modo que no sea como el embrión o el
la forma de distinguir claramente al vástago infantil y deforme de una idea mejor.
«hombre» de la «máquina», pues lno se reduce Pero existe igualmente una especie de «humi­
el efecto al perderse a la vez la proximidad física llación» de la idea por parte de los objetos técni­
y familiar de las máquinas y de los hombres? En cos. Quiero hablar del fenómeno que causa que
efecto, lno es acaso preciso presentar las cosas estos últimos no dejen de ofrecernos de forma
de la técnica como productos nuestros, como imperturbable la esfera curiosamente ausente de
hijos de una generación exógena, perteneciente sus disponibilidades posibles. Podríamos imagi­
por lo tanto a nuestros deseos, a nuestra volun­ nar por ejemplo la risa de un Romano de los
tad y a nuestro espíritu y a la vez desprendién­ tiempos antiguos al que le hubiéramos contado
dose de ellos? Los objetos de la técnica, según que el clavo del que se servía para crucificar a
se dice, se parecen a nuestro cuerpo: así el marti­ un delincuente llegaría un día a ser venerado
llo se parecería al puño, el ordenador al cerebro como una reliquia divina o bien empleado en
y las tuberías de la calefacción al esqueleto, o sentido inverso, como por ejemplo hacen los fa­
bien, de forma inversa, la mirada de cólera a la quires de la India para demostrar la posibilidad
trayectoria de la granada de un obús. de sobreponerse al dolor. Habríamos también
No obstante, esta forma de ver los objetos de sin duda dejado estupefactos a los Mayas si les
la técnica los hace aparecer como órganos del hubiésemos propuesto aumentar el tamaño del
cuerpo humano amputados de forma anatómica carro provisto de ruedas que ellos empleaban
y dispersos, que desprovistos de voluntad, no sólo como juguete, con el fin de poder utilizarlo
podrían ser reunidos y subordinados a nuestras como medio de transporte. Esta clase de comen­
acciones más que como medios. Deben servirnos tarios también valdría para los molinos de ora­
como nos sirven nuestros propios órganos, pero ción tibetanos, cuyo principio nunca ha sido
todo cuanto sirve también se muestra rebelde. aplicado a la molienda de cereales, así que me
El robot, que por el contrario se nos presenta en atrevería a decir que todo esto puede aplicarse a
su «unidad anatómica», parece servir, en tanto todo objeto técnico, sea de la naturaleza que sea.
que autómata, de forma más independiente, lo Se podría decir en este sentido que las formas
que hace precisamente que nos dediquemos a en que utilizamos los medios técnicos no se pre­
indagar con mayor intensidad sobre la cuestión sentan nunca de otra forma que no sea la de es­
de la diferencia que existe entre él y nosotros, tilos limitados históricamente. Y debemos en
en tanto que hombres. todo caso suponer constantemente lo que estos
Aristóteles, según se sabe, escribía que «si medios quieren decirnos con sus ojos inocentes,
cada instrumento puede, por orden o por pre­ que no tenemos sino un atisbo de sospecha de
sentimiento, llevar a cabo su propia obra [...] si otros medios que podríamos emplear igualmen­
las ruecas hilasen por sí mismas y los plectros te: «lLas ideas que se os presentan en cada oca­
tocasen la cítara, en ese caso los encargados de sión al espíritu no adolecen acaso de cierta po­
las máquinas no tendrían necesidad alguna de breza en comparación con las que podríamos
hacer maniobras, ni los amos necesidad de tener ofreceros -todo un reino de disponibilidades
esclavos». (Aristóteles, Política, Libro I: 4/3), y ausentes e insospechadas?
Norbert Wiener, quien creía estar viviendo Los constructores de autómatas, que no pen­
tiempos en los que la realización de ese sueño saban ni en la servidumbre ni en los «servicios»
estaría próxima, pudo sacar la siguiente conclu­ posibles de sus creaciones, se han ido inclinan­
sión: «Recordemos que el autómata, con inde­ do cada vez más hacia este juego de la presencia
pendencia de nuestra opinión sobre los senti­ y de la ausencia -hasta llegar a la consecuencia
mientos que puede poner o no poner a prueba, extremada del movimiento perpetuo, y querría
es el equivalente económico exacto del esclavo» dedicar aquí algunas reflexiones a esos juguetes
(Norbert Wiener, Mensch und Menschnmaschine, automáticos.
Francfort, 1952). El robot, medio dependiente Antes incluso de que el microscopio abriera el
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abismo entre la naturaleza inorgánica y la natu­
raleza orgánica que la informática se propone
cerrar hoy en día, el movimiento era considerado
como la característica más significativa de toda
materia viviente. Y como todo movimiento to­
maba una dirección y dejaba huellas, resultaba a
las claras imposible no ver en él la expresión de
un deseo, o por lo menos de un instinto, ya se
tratara del viento, del agua, de la tierra o del fue­
go, de una planta, o de un animal. Solamente
los movimientos de los planetas cuyo desarrollo
calmo y uniforme no es sino un eterno retorno
al principio, se consideraban como algo divino.
El único autómata que siguió esos pasos divi­
nos fue el reloj. Y sin embargo su «inquietud»
es flagrante: la máquina elemental, no es el
tranquilo movimiento circular con la dulzura in­
finita de sus resortes, sino más bien el proyectil.
El movimiento circular de una rueda que se
pone en marcha no representa otra cosa que un
proyectil que se vuelve contra sí mismo, como
lo demuestra el que no se pueda llegar a estable­
cer claramente una comparación entre un cañón
y un motor. La piedra lanzada por la honda, la
flecha, la bomba, no muestran sino con mayor
evidencia el carácter explosivo de las máquinas.
Así pues, ldónde habría que buscar la diferen­
cia entre la máquina y la fuerza viva? Se ha res­
pondido quizás con demasiada prisa que reside
en la sexualidad y en la reproducción. En efecto,
ya que los seres vivos tienen también necesidad,
para su propia conservación, de energía y de ma­
teria, que transforman seguidamente en vecto­
res de fuerza, la diferencia no puede encontrarse
en ese punto. Pero también podría pensar con
Paracelso que lo femenino no es otra cosa que
el suelo fecundo y favorable para que el esper­
ma pueda desarrollarse hasta llegar a convertirse
por sí mismo en un ser vivo, y que la vida puede
originarse en cualquier clase de putrefacción.
(Cf. Paracelso, Les Machines artificielles, Mu­
nich: K. Volker, 1971). lNo sería acaso posible
decir que los hombres proporcionan solamente
un «terreno favorable», una materia-mater ma­
triz femenina en la que unos homúnculos o
bien objetos técnicos en general perpetúan sus
propias creencias? En cualquiera de los casos no
seríamos, ciertamente, ni padres ni creadores.
iPero si las mismas máquinas -podría objetar­ ellos. Al reproducir la vida humana, sus servi­
se- son incapaces de engendrar descendencia! cios garantizan a esos seres mortales que son los
En verdad es lo mismo que ocurre con el esper­ hombres una participación en la inmortalidad de
ma si este no alcanza a llegar al terreno nutricio la especie. Hija de Poros -el espíritu de la in­
y si nos abstenemos de tener en cuenta a los dustria- y de Penia -la necesidad-, esa máqui­
«autómatas del siglo XX capaces de aprender y na-eros es en sí misma una fuerza motriz muda
de reproducirse». que, sin ser ni mortal ni inmortal, vaga entre dos
Sea como sea, en las actividades destinadas a mundos, se convierte en un fantasma que mora
nuestro servicio, la máquina adquiere en el dis­ entre la muerte y la vida eterna.
curso occidental exactamente el mismo estatuto En consecuencia las máquinas-esclavo se re­
que el que Sócrates-Diotimo atribuían a Eros en velan tanto más explosivas cuanto más aumen­
El Banquete de Platón. (Cf. Platon, El Banquete, tan sus posibilidades, y por ello los constructo­
Obras, t. II, Hamburgo, 1957). Ni divinidad ni res de autómatas comienzan a representar inclu­
hombre, la máquina ejerce en tanto que medio so lo ilusorio. Hemos encontrado unos primeros
de reproducción, una mediación demoníaca entre ejemplos en lo que se ha venido llamando la
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«imitación equívoca», término del que el tecnó­ Poppe, Manual universal de tecnología para la
logo Moritz von Poppe nos daba en 1837 la si­ Alemania artesana, Stuttgart, 1837).
guiente definición: «Se tiene por costumbre lla­ lPorque cómo habrá de revelarse el engaño?
mar «autómatas» a todas las figuras artificiales No puede consistir en el hecho de que se hicie­
de hombres y de animales que, gracias a un me­ ran pasar secretamente capacidades humanas
canismo cualquiera, y con frecuencia digno de por capacidades del autómata como en el caso
admiración, imitan de forma equívoca los movi­ del enano jugador de ajedrez evocado por Wal­
mientos y las actividades de los seres vivos; así ter Benjamin. Herón de Alejandría ya había pro­
figuras humanas que andan, montan a caballo, puesto construir autómatas del tamaño más pe­
hablan, escriben, dibujan, tocan instrumentos queño posible, de tal suerte que un hombre pu­
musicales, pájaros que vuelan cantando de un diera ocultarse en su interior. (Cf. Herón de
árbol a otro y que incluso comen; perros que co­ Alejandría, Degli Automati ouvero Machine se
rren y abrevan, etc. Resortes, ruedas, poleas y moventi, Venecia, 1589). Por lo que atañe a
palancas constituyen por lo general los elemen­ Poppe, bien podría haber estado pensando en
tos principales de esos autómatas». (Moritz von los autómatas de Vaucanson y de Droz.
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Ramelli y Zeising, por contra, presentaron lEn qué reside, pues, ese sentimiento de de­
efectivamente un autómata destinado a enga­ cadencia? Evidentemente, no en la calidad me­
ñar: el ruiseñor autómata. (Cf. Le diversi e artifi­ diocre de la imitación del autómata o del «mu­
ciose machine del capitana Agostino ramelli, Pon­ chacho travieso», lo que permitiría justamente
te della Tresia, 1588 y Heinrich Zeising, Theatri evitar el engaño, sino más bien en la interven­
Machinarum, Leipzig, 1607). Podría creerse en ción mecánica en general. En este sentido Kleist
principio en un truco de este género: imagine­ nos señala en su ensayo Sobre el teatro de mario­
mos que se propone por así decirlo el contrato netas que existe un «mecanismo superior de la
siguiente a un ruiseñor vivo al que se retiene gracia» (Heinrich von Kleist, Sobre el teatro de
prisionero: «iSi cantas, te daré de comer y te marionetas, Obras completas, t. V, Munich,
protegeré del gato!» Bien acepte el trato o bien 1964); E.T.A. Hoffmann, que se indignaba tanto
prefiera marcharse volando, en ambos casos su del peligro mortal que se hacía correr al alma de
deseo dará la impresión de coincidir con el los autómatas musicales, habla también de la
nuestro. Pero el ruiseñor autómata, suprimien­ «mecánica musical superior» perceptible en tan­
do ese aspecto del juego, no remite sino a nues­ to que «música de la naturaleza» en todas las
tro deseo, lo que desemboca en consecuencia grandes composiciones musicales. (Cf. E.T.A.
en un cierto vacío. Hoffmann, «Los autómatas», en Los Hermanos
El canto del ruiseñor prisionero habría perdi­ Serapion, Obras poéticas completas, t. II, Wies­
do por lo tanto gran parte de su encanto, desde baden, pp. 399-400). El encanto de lo insólito en
el primer instante, por comparación con el pája­ su narración titulada «El hombre de arena» no
ro que está libre en la naturaleza. La decadencia reside en forma alguna, como lo querría una in­
que va surgiendo en esa ruptura entre lo «natu­ terpretación freudiana, en el solo estado físico
ral» y lo «artificial» la describe Kant en el céle­ de un espíritu quimérico que se ha enamorado
bre ejemplo del ruiseñor y su imitador: «lA al­ de un autómata, la muñeca Olimpia; es más
guien le importa que los poetas hayan dado a to­ bien el propio autómata el que aquí nos revela la
dos los vientos la idea de que la subyugadora presencia de una cualidad cuya ausencia sirve
belleza del canto del ruiseñor brota de un arbus­ por lo general para caracterizarla: su disponibili­
to solitario en una calma tarde de verano, bajo la dad para mantener relaciones, incluso amorosas,
dulce claridad de la luna? Siempre se cita aquel con él.
caso en que ante la ausencia del pájaro cantor, Así pues nos hace falta repetir la pregunta y
un anfitrión bromista supo tomar el pelo, para volver a inquirir: len qué consiste el engaño? ¿y
su gran satisfacción, a los invitados que habían qué se entiende por carácter «contra-natura» de
venido a su casa para tomar el aire del campo, los autómatas? Podemos decirlo de una manera
mediante el procedimiento de esconder entre paradójica: el engaño nos lleva a la imagen que
unos matorrales a un muchacho travieso capaz consideramos «normal» del autómata como ser
de imitar el canto del pájaro de forma perfecta y ilusorio, como algo que no hace sino imitar a las
natural (sirviéndose de trinos y gorjeos). Pero cosas vivas, por más que, sin ser más mortal que
en cuanto alguien se da cuenta del engaño, na­ inmortal por su naturaleza de máquina, repre­
die parece capaz de soportar el seguir escuchan­ senta tan sólo un término medio ilusorio entre
do durante mucho tiempo ese canto imitado la muerte y la vida eterna. El error de los invita­
que poco antes causaba tanto deleite, y así ocu­ dos del «anfitrión bromista» y de Nathaniel con­
rre con cualquier otra ave canora. Es preciso que siste en haber tomado lo artificial por algo pro­
sea la naturaleza, o aquellas cosas que tengamos visto de mortalidad -un ruiseñor o la bella
por tal, la que intervenga para que podamos Olimpia. Hacer imitar, por el contrario, lo mor­
concebir un interés inmediato por lo Bello en tal por un autómata significa la frustración de su
tanto que exista». «Lo Bello es -continúa-, por muerte posible, de su ausencia.
así decirlo, un lenguaje que nos viene de la na­
turaleza y que parece tener un sentido supe­ La máquina puede también tener un cuerpo
rior». (Kant, Crítica del Juicio, Obras, t. X, perecedero, sujeto al deterioro, pero su alma, ni
Francfort, 1957, § 42, pp. 399 y 400). lPero por mortal ni inmortal, su alma ilusoriamente racio­
qué habría de desaparecer ese «sentido supe­ nal se revela al estar consignada en su estructura
rior» precisamente porque sea puesto en evi­ lógico-matemática y en los planos de su cons­
dencia por el «artificio»? Sobre este punto, Kant trucción. ¿Y no es precisamente en esa «forma­
nos dice solamente lo siguiente: «El canto de lidad normal» donde se expresa de forma irónica
los pájaros manifiesta su alegría y la satisfacción la intuición de cada una de las ausencias de sus
que sienten por existir. Parece ser que así es al disponibilidades posibles?
menos como interpretamos la naturaleza, sea El propio Herón de Alejandría representó de
esa su intención o no. Pero el interés que nos forma maravillosa esa frustración de la muerte en
tomamos aquí por la belleza exige de forma ab­ algunos de sus autómatas. Por ejemplo lo que
soluta que se trate en todo caso de la belleza de ocurría con su buey bebiendo durante un ban­
la naturaleza: desaparece por completo en cuan­ quete: se le cortaba la garganta de una cuchilla­
to nos damos cuenta de que se nos ha engañado da, pero no por eso dejaba de seguir abrevando,
y de que se trata de un artificio». (!bid., p. 400). su sacrificio no tenía más consecuencia que la
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de atascar momentáneamente tanto algunas
ruedas dentadas como el sumidero del agua.
Del mismo Herón se conoce igualmente un
aspersor de agua bendita automático. Una vez
introducida, la moneda de plata, ésta cae sobre
una palanca en equilibrio inestable y el «peso de
la ofrenda» abre durante un instante el orificio
del depósito que contiene el agua bendita. Aún
se pueden ver «autómatas de ofrendas» de ese
estilo en algunas iglesias católicas; algunas tie­
nen la forma de cabezas de negro con la inscrip­
ción «Para los paganos» y dan las gracias de una
forma un tanto peculiar, ya que la moneda ha
tenido que ser introducida a través de una ranu­
ra que se abre en el cráneo. Habría que esperar
hasta 1885 para que el inglés Everitt se atraviese
a profanar esos autómatas empleándolos como
distribuidores automáticos de chucherías en los
cafetines londinenses.
Los autómatas teatrales -como por ejemplo
nuestro ruiseñor artificial- invierten la direc­
ción de la ofrenda: ya no se dirige a unos dioses
ignotos, sino que es a unos espectadores huma­
nos a quienes se dirige el espectáculo. La pala­
bra alemana que significa «producir» -«hervor­
bringen»- evoca todavía ese carácter del don
como ofrenda expiatoria de un sacrificio. Lo que
se aporta es una presencia, se trae a colación
cualquier cosa que se haya extraído de una
ausencia. Pero es precisamente en ese punto
donde nos engaña el autómata: lo que produce y
nos presenta como canto de un ruiseñor nunca
ha estado ausente en verdad. Montamos el me­
canismo y dejamos que funcione hasta el mo­ tro cuerpo y además imitase nuestras acciones
mento en que sus repeticiones comienzan a ser­ en todo cuanto le fuera posible desde el punto
nos molestas. de vista moral, aún tendríamos dos medios se­
Y en seguida esas repeticiones hacen aparecer guros para darnos cuenta de que aunque cum­
la más singular de las paradojas: precisamente pliesen con los requisitos expuestos no nos en­
porque el autómata está a nuestra entera dispo­ contraríamos ante hombres de verdad. El primer
sición, por el hecho de que se muestra como el procedimiento es que las máquinas no podrían
más dócil de los esclavos, es por lo que consigue emplear palabras ni otros signos que sirven para
engañarnos. En lugar de ser un medio al servicio componerlas, como hacemos nosotros para de­
de nuestros deseos, se revela como una simple clarar a los demás nuestros pensamientos». (Re­
parte, aunque bien adaptada y ajustada, de un né Descartes, «Discours de la méthode», 5.' par­
desarrollo funcional por el que habremos de te, p. 164, en Obras y cartas, París: NRF La
perder todo interés. Ese ser -presente impertur­ Pléiade, 1953). En cuanto al segundo, Descartes
bable y la desaparición de todo rastro en las au­ lo encuentra en el hecho de que nuestro cuerpo
sencias, esa presencia dominante de las carac­ se revela ciertamente como algo mucho más
terísticas de la especie y de una esclavitud seme­ complejo que las máquinas normales. En ese pa­
jante a la de Sísifo -esa es la especie de familia­ saje hay una especie de recuerdo de la antigua
ridad con las máquinas a la que nos abandona­ guerra clerical contra las máquinas. La Edad
mos y en consecuencia ocurre que nuestro pro­ Media que en absoluto fue contraria a las má­
pio deseo desaparece en una ausencia. quinas, parece haber demostrado no obstante
Todo el mundo conoce el pasaje del Discurso una alergia muy especial a los «autómatas par­
del método en el que Descartes creía haber en­ lantes». Arzobispo de Reims y papa con el nom­
contrado el criterio seguro que permitiría distin­ bre de Silvestre II a partir del 999, Gerbert fue
guir al hombre de la máquina: «[...] si hubiera también sospechoso de magia por haber cons­
tales máquinas que tuviesen los órganos y el as­ truido un androide capaz, según se decía, de res­
pecto exterior de un mono o de algún otro ani­ ponder «sí» o «no» a las preguntas que se le ha­
mal desprovisto de razón, no tendríamos modo cían. Se consigna igualmente que Alberto Mag­
alguno de probar el hecho de que no son de la no construyó un androide femenino que recibía
misma naturaleza que los animales; aún más, si a sus invitados con un doble «iSalve!», y que
existiese alguna que tuviera parecido con nues- Santo Tomás de Aquino hizo añicos aquella
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Clm
-----------------MA IDNA
QIDNACULTURA _________________

obra por considerarla diabólica. Alberto le repli­ Una de las narraciones más hermosas de Sta­
có diciéndole que acababa de destruir treinta nislaw Lem nos describe la siguiente situación:
años de su vida. la tripulación de una expedición de cosmonau­
Los autómatas, que, por rudimentario que tas, compuesta en parte por hombres y en parte
aún sea el proceso, han comenzado a hablar, no por robots, pero teniendo en cuenta que ni unos
solamente destruyen la diferencia ontológica ni otros, ya que su parecido es tan grande, saben
que Descartes intentaba establecer para diferen­ a cuál de las dos categorías pertenecen, se en­
ciar al hombre de la máquina, sino que reducen cuentra en una situación desesperada. Los hom­
igualmente a la nada el carácter de revelación de bres no serán más capaces que los robots de en­
la palabra, provocan igualmente la desaparición contrar una solución válida; estos últimos, a los
de su carácter de engaño diabólico. Esa presen­ que les es imposible, por el simple hecho de que
cia eterna de la palabra proferida por la máquina dependen del programa que tienen, hacer cual­
se convierte en burla tanto a los ojos del cielo quier otra cosa que no sea tomar decisiones,
como del infierno. terminarán por matar a aquellos miembros de la
También se sabe cuánto ha evitado la filoso­ tripulación que demuestren tener dudas. Por ese
fía, después de Kant y sobre todo después de procedimiento unos y otros consiguen llegar
Hegel, reflexionar sobre las máquinas. Si la li­ a distinguir quiénes son hombres y quiénes
bertad de un espíritu habría de provocar que son robots. (Cf. Stanislaw Lem, L'Enquete,
éste se diera leyes propias y que se comportara Francfort, 1978).
de una manera autómata, debería en verdad na­ Es posible que hayan oído hablar de la «má­
cer ante una presencia absoluta, y también de­ quina dotada de personalidad» de Loeblin, lla­
bería de contar con un adversario que fuese mada Aldous por alusión a la novela de Huxley.
igualmente más invencible aún que cualquier (Cf. John C. Loeblin, «Las máquinas dotadas de
negación diabólica. He llamado a la máquina esa personalidad», en Las máquinas semejantes a los
«infinitud malvada» que no se ha mostrado sal­ hombres, editado por R. Jungk y H. J. Mundt,
vo cuando se la percibe como absolutamente Francfort, 1973, pp. 125 ss.) provista de progra­
presente. Pero nuestros robots modernos no se mas abiertos, está capacitada para reconocer, ex­
contentan con repetirse: lacaso no han comen­ perimentar emociones, elegir sus actos, utilizar
zado a hablar y a tomar decisiones? lAsí pues, la memoria y recordar con objeto de autoexami­
qué esperanza nos queda de poder establecer al­ narse, de aprender, etc. Aldous manifiesta reac­
guna diferencia entre hombres y máquinas? ciones de miedo, de imitación o de simpatía an­
te ciertos estímulos. Puede llevar a cabo actos
como los de retroceder, atacar, acercarse amisto­
samente, manifestar desacuerdo o indiferencia,
y parece que con el tiempo podrá desarollar una
actitud general capaz de enfrentarse cara a cara
con las cosas y las situaciones, actitud que se ex­
presará de forma tal vez comunicativa, o tal vez
neurótica. Si en el cuento de Lem, solamente
los hombres demostraban ser capaces de dudar,
de estar indecisos y por lo tanto eran suscepti­
bles de admitir expresamente cualquier cosa
ausente -y en consecuencia de ser igualmente
una cosa u otra, de ausencia en relación a su
subjetividad consciente-, Aldous parece dedi­
carse por completo al juego de su ficción desper­
sonalizada. Ahí tenemos una pequeña diferen­
cia ontológica que puede llegar a tentar- ..-...
nos: lpor qué no ha mencionado Loe- �
blin si Aldous sería capaz de reír? �

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