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LA MAQUINA
Filosofía, César Tejedor Campomanes, Ediciones S.M., Madrid, 1996.

El ser humano ha intentado —desde siempre— comprenderse a sí mismo en referencia a los


animales. Este tema ya ha sido tratado en el capítulo anterior. Pero existe otro referente muy actual: la
máquina. Sin embargo, la relación con ambos referentes no es la misma: el ser humano se encuentra
evolutivamente vinculado a los animales; en cambio, la máquina es un producto humano. ¿Tiene sentido
que el constructor se compare con su obra? Sí, desde el momento que concibió el proyecto de construir
una “máquina humana”. Intento sumamente osado que le convierte en “el nuevo Prometeo” —subtítulo
de la famosa novela de Mary Shelley, Frankenstein.

Los discípulos del médico renacentista Paracelso pretendieron crear un homúnculo por medio de
la alquimia. La leyenda judía medieval del Golem habla de un humano hecho de arcilla y madera, y
Frankenstein hizo su monstruo con cadáveres humanos. Construir un artilugio mecánico “humano” es un
sueño —o pesadilla— más reciente. ¿Cómo se ha podido concebir? Sólo si se tiene en cuenta que el
concepto de máquina ha cambiado.

1.1. El autómata
Algunos pensadores renacentistas —siguiendo una tradición que remonta a Platón— concibieron
el mundo como un organismo movido por un alma (el “alma del mundo”). Pero en el siglo XVII Galileo y
Descartes hicieron triunfar la idea de que el mundo es una máquina, o quizá, más exactamente, que la
máquina es el modelo del cosmos 1. Ya no se trataba de saber qué es el mundo de las cosas, sino
únicamente de explicar cómo se comporta. Si el mundo es como una máquina, la cosa puede ser
relativamente sencilla, ya que “máquina” no es sino un conjunto de unidades cuantitativas (piezas
extensas) dotado de movimiento; y éste se explica por las leyes de la mecánica. De ahí que la nueva
concepción del mundo se llamara “mecanicismo”. Descartes fue extremadamente fiel a esta concepción y
afirmó que todos los cuerpos son realmente máquinas, incluso los animales:

«Esto último no debe parecer extraño a quienes, sabiendo cuántos y cuán distintos
autómatas o máquinas movientes puede construir la industria humana, sin emplear en ellos más
que un número de piezas muy pequeño, en comparación con la gran multitud de huesos,
músculos, nervios, arterias, venas y demás partes que hay en el cuerpo de cada animal, podrán
considerar este cuerpo como una máquina que, habiendo sido hecha por las manos de Dios, está
incomparablemente mejor ordenada y es capaz de movimientos más admirables que ninguna de
las que puedan ser inventadas por el ser humano. Si hubiese unas máquinas tales que poseyeran
los órganos y la figura exterior de un mono o de cualquier otro animal irracional, no
dispondríamos de ningún medio para reconocer que no eran totalmente de la misma naturaleza
de estos animales; en cambio, si hubiese otras que tuvieran la apariencia exterior de nuestro
cuerpo e imitasen nuestras acciones tanto como fuera moralmente posible, siempre tendríamos
dos medios muy seguros para reconocer que no por eso eran verdaderos seres humanos.

El primero de ellos es que nunca podrían usar de la palabra ni de otros signos


equivalentes, como hacemos nosotros para declara a los demás nuestros pensamientos; porque se
puede concebir muy bien que una máquina esté construida de tal manera que profiera palabras, y
hasta que profiera algunas a propósito de las acciones corporales que causen algunas alteración
en sus órganos (por ejemplo, que si se la toca en alguna parte, pregunte qué se le quiere decir; si
en otra, grite que le hacen daño, y cosas por el estilo); pero lo que no es posible es que combinen
esas palabras de distintas maneras para responder al sentido de todo lo que se dice en su
presencia, como pueden hacerlo los seres humanos más embrutecidos. El segundo medio es que,
aunque las citadas máquinas hiciesen muchas cosas tan bien o quizás mejor que ninguno de
nosotros, fallarían indefectiblemente en algunas otras, por las cuales se descubriría que no
obraban por conocimiento, sino solamente por la disposición de sus órganos. Porque, mientras
que la razón es un instrumento universal que puede servir en toda clase de eventos, esos órganos
tienen necesidad de alguna disposición particular para cada acción particular; de donde se sigue
que es moralmente imposible que una máquina las tenga en número suficiente para permitirle
obrar en todas las ocurrencias de la vida de la misma manera que nuestra razón nos lo permite»
(R. DESCARTES, Discurso del método, V).

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→ 179 (modelo)
Así, pues, según Descartes los animales son máquinas, e incluso podrían llegar a ser fabricas por
el ser humano. El ser humano, no. Con una máquina “humana” no pasaría el test de Turing, ya que sería
imposible mantener una conversación con ella que tuviera sentido. Ello es debido a que la razón humana
—dice Descartes— es un “instrumento universal”, mientras que la máquina requiere un dispositivo
especial para cada tipo de acción. La razón no puede ser, por tanto, un instrumento material, sino
espiritual. En definitiva, el ser humano es un espíritu en una máquina (puesto que, según Descartes, el
cuerpo humano —como cualquier otro cuerpo— sí que es una máquina).

En el siglo XVIII, un médico-filósofo francés, La Mettrie, publica un libro con título


provocativo: El hombre máquina. Como médico, había observado hasta qué punto las enfermedades del
cuerpo pueden modificar los estados del alma; ésta, pues, no es una entidad autónoma-espiritual (como
afirmaba Descartes), sino que depende del cuerpo:

«Puesto que todas las facultades del alma dependen a tal punto de la propia
organización del cerebro y de todo el cuerpo, éstas visiblemente son esta organización misma.
¡He aquí una máquina bien ilustrada! Unas ruedas, algunos resortes más que en los animales más
perfectos, el cerebro proporcionalmente más cercano al corazón... ¿Bastaría, pues, la
organización para explicarlo todo? Sí, por supuesto. Ya que el pensamiento se desarrolla
visiblemente con los órganos, ¿por qué la materia de que están hechos no sería también
susceptible de remordimientos, por cuanto ha adquirido con el tiempo la facultad de sentir? El
alma es sólo un término vago del que no se tiene la menor idea, y del que un espíritu culto
únicamente debe servirse para nombrar nuestra parte pensante. Establecido el menor principio de
movimiento, los cuerpos animados tendrán todo lo necesario para moverse, sentir, pensar,
arrepentirse y, por último, para actuar en lo físico y en lo moral que depende de éste.» (El
hombre máquina. En: Obra filosófica, Ed. Nacional, 1983, p. 235. Se han suprimido algunas
líneas del texto).

La Mettrie da, pues, una explicación mecanicista del alma: ésta se explica —sin más— por el
movimiento del cuerpo. El ser humano es una máquina, pero una máquina que puede pensar. Incluso
podría ser fabricada, aunque de momento ello no parece factible: «El ser humano es una máquina tan
compleja, que en principio es imposible hacerse una idea clara de ella, y, por consiguiente, definirla » (p.
210). Aunque tampoco habría que perder la esperanza. De hecho, un tal J. de Vaucanson († 1782) había
construido un “flautista” y un “pato” mecánicos; este último reproducía el sonido de esta ave, iba en
busca de alimentos y parecía comerlos y digerirlos. Incluso había proyectado un “hablador”, «máquina
que ya no puede considerarse imposible —comentaba La Mettrie—, sobre todo entre las manos de un
nuevo Prometeo.» (p. 244).

Como se ve, La Mettrie afirma que la máquina puede hacer todo lo que hace un ser humano,
cosa que Descartes había negado. Sin embargo, la propuesta de nuestro autor no tuvo más repercusión
que provocar un gran escándalo. Quizá la razón del rechazo fuera más profunda. En los primeros pasos de
revolución industrial, la máquina era concebida esencialmente como un artilugio dotado de
movimiento, y no era concebible cómo el simple movimiento podía producir sentimientos, pensamiento y
conciencia.

1.2. El procesador

El fracaso de La Mettrie radicaba, pues, en el concepto de “máquina” que utilizó. Sin embargo
ya en el siglo XVII Schikard (1623) y Pascal (1642) habían construido máquinas de calcular. Y un
cartesiano, Leibniz, había concebido el pensamiento como “cálculo”, considerando el alma como un
“autómata espiritual”, lo que le llevó a construir su propia máquina calculadora en 1673. Había, pues, otro
concepto de máquina, cuya finalidad ya no era reproducir el trabajo muscular del cuerpo humano, sino
reproducir su actividad mental. El camino hacia la “máquina pensante” quedaba abierto, pero faltaba dar
dos pasos fundamentales:

1) La reducción del pensamiento a un conjunto de símbolos y reglas combinatorias. Esto fue lo


que hizo la moderna lógica matemática.

2) La elaboración de una nueva teoría de las máquinas. Se debe a Turing (1936) la idea de un
tipo de máquinas que manipulan símbolos, según instrucciones que especifican las operaciones a
realizar. Por supuesto, siguen construyéndose máquinas del antiguo tipo, es decir, que “trabajan” (robots).
Pero la nueva máquina es el “cerebro electrónico” (ordenador), máquina “inteligente” que procesa
información, una máquina de circuitos electrónicos, y no una “máquina de movimiento” (¡desde luego,
sería bastante molesto que un ordenador se moviera solo!), aunque pueda tomar control de las máquinas
“trabajadoras” o robots. Sin embargo, ello no ha conducido a resucitar la tesis de La Mettrie y afirmar que
el ser humano es una máquina, y nada más que eso.

1.2. La máquina como “modelo” de la mente

Si hay algún objeto difícil de estudiar, ése es la mente humana: parece casi imposible hacerse
una representación de lo que verdaderamente pueda ser. No hay espejo para la mente —que lo contempla
todo— se contemple a sí misma. En casos como éste —ya que no es el único— se suele recurrir a buscar
o crear un modelo. En metodología científica existen diversos tipos de “modelos”, de acuerdo con las
características del objeto o teoría que se desea representar. Con frecuencia el modelo es un objeto
concreto que se supone que comparte algunas propiedades con el objeto estudiado. Pues bien, la mente
humana (y/o cerebro) ha sido comparada casi siempre —lo cual no deja de ser curioso— con máquinas.
Es decir, se ha elegido la máquina como “modelo” de la mente. Así, Leibniz pensó que la mente era como
un molino (de ideas); Freud, como un sistema hidráulico o electromagnético; otros, con una centralita
telefónica o un sistema telegráfico. Evidentemente, hoy el “modelo” es el ordenador, dado que éste parece
simular bastante satisfactoriamente el funcionamiento de la mente. La utilización de este modelo ha
permitido algo muy importante: la posibilidad de pensar juntos la mente, el cerebro y la máquina. Esta
posibilidad ha dado lugar al nacimiento de las llamadas “ciencias cognitivas”.

Las ciencias cognitivas forman una amplia familia bastante difícil de definir y
delimitar. Podría decirse —sin que uno quede demasiado satisfecho con ello— que esta familia
está compuesta por “todas las ciencias y tecnología de la cognición”. Pero ¿qué es la
“cognición”? Un “cajón de sastre” donde cabe una enorme cantidad de procesos o contenidos
mentales: percepción, imaginación, memorización, aprendizajes, pensamiento…; incluso el
lenguaje, habilidades mentales, conocimientos inaccesibles a la conciencia…; en general,
cualquier proceso que pueda ser simulado por ordenador. Como se ve, se trata de un término con
una denotación mucho más amplia que “conocimiento” (en el sentido en que se suele entender
este término), por más que ambos tengan la misma raíz etimológica.

Otro término que hay que aclarar es “cognitivismo”. Tare casi imposible, ya que casi
cada autor lo emplea en un sentido distinto. En principio, se podría decir que es la orientación
común de las ciencias cognitivas, lo cual no aclara demasiado. En un sentido restringido, esta
orientación se definiría según estas tres tesis: 1) El modelo de la mente es el ordenador. 2) Todos
los contenidos mentales son representaciones de carácter simbólico. 3) Todos los procesos
mentales se realizan de acuerdo a reglas (un pequeño número que operaciones que,
evidentemente, pueden ser ejecutadas también por un ordenador). El problema es que muchas
teorías que se llaman “cognitivistas” no aceptan alguna (o ninguna) de esta tesis. ¡Qué se le va a
hacer! Quizá habría que optar por decir que el cognitivismo es un inconfundible —pero
indefinible— “aire de familia”.

¿Qué ciencias se pueden considerar como “ciencias cognitivas”? En realidad,


cualesquiera que estudien la “cognición” y busquen una mejor comprensión de lo mental. Se
pueden citar las siguientes: 1) algunas ramas de la filosofía: la filosofía de la mente (a la que está
dedicada este capítulo), la filosofía del lenguaje, la teoría del conocimiento (a las que
dedicaremos los capítulos 3 y 4) y la lógica; 2) la psicología cognitiva, la neurociencia, la
lingüística y la ciencia de la computación.

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