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Este documento narra la historia de Homogomis, un ser mitad humano y mitad goma que vive en Clehtopia junto a otros seres de goma. Homogomis posee una pepita de oro que lo mantiene fuerte y que cuida y baña a diario. Un día, un duende aparece reclamando la pepita como suya y diciendo que necesita recuperarla para salvar a sus hijos. A pesar de las súplicas del duende, Homogomis no le entrega la pepita, pero luego descubre que el duende
Este documento narra la historia de Homogomis, un ser mitad humano y mitad goma que vive en Clehtopia junto a otros seres de goma. Homogomis posee una pepita de oro que lo mantiene fuerte y que cuida y baña a diario. Un día, un duende aparece reclamando la pepita como suya y diciendo que necesita recuperarla para salvar a sus hijos. A pesar de las súplicas del duende, Homogomis no le entrega la pepita, pero luego descubre que el duende
Este documento narra la historia de Homogomis, un ser mitad humano y mitad goma que vive en Clehtopia junto a otros seres de goma. Homogomis posee una pepita de oro que lo mantiene fuerte y que cuida y baña a diario. Un día, un duende aparece reclamando la pepita como suya y diciendo que necesita recuperarla para salvar a sus hijos. A pesar de las súplicas del duende, Homogomis no le entrega la pepita, pero luego descubre que el duende
A todo el mundo le encanta vivir en Clehtopia, un lugar lleno de trabajo, compromiso,
eficacia, tareas, responsabilidades, y más tareas; tal vez resulte algo tedioso para la mayoría de personas, pero para un Gomoide era como vivir en el mismo paraíso. Estos seres no compartían mucho sus sentimientos ni emociones, solo les gustaba trabajar, pues para ellos no había otra cosa más importante. Nadie podía simplemente no hacer nada, o salías a trabajar, o te tomaban como una escoria que no disfrutaba de su corta y laboriosa vida; y es que para los Gomoides el buen trabajo era considerado casi como un culto, un estilo de vida del cual habían seguido desde generaciones. Juntos a estos hermosos seres de goma, cabe resaltar a uno, el Gomoide HG-2187. Este era tratado diferente por sus compañeros, pues al parecer no era 100% hecho de goma, aun así, esto no fue impedimento para su aprendizaje Gomoide. Dedico su vida a buscar ser tratado como los demás, pinto sus zonas humanas de rosado, se volvió un adicto al trabajo, y rápidamente seria aceptado en una familia, la familia Nuncaduermo. Todos dicen que es un ser bastante peculiar pues a pesar de sus desventajas como humano, logra hacer exactamente las mismas tareas que un hombre de goma, y es que esto no los saben, pero HG-2187… ¡Tiene una pepita, una pepita de oro! Pareciera insignificante para los Gomoides, pero por alguna razón le daba fuerzas a nuestro humano con aires de goma, tanto física como emocional, guardándole un gran cariño a su pepita… pero, ¿cómo encontró esa tan preciada pepita? Supongo que algún duende le habría intercambiado tal objeto por su diente de leche, o bueno, la verdad ni el mismo se acuerda de como obtuvo esa glamurosa pepita de oro, tampoco recuerda muchas cosas, pero como es costumbre de los Gomoides, nunca pregunta. La verdad me canse de escribir HG-2187 así que le pondremos un nuevo nombre, mitad goma, mitad humano, ¡Homogomis! Si tan solo fuera tan fácil nombrar a los habitantes de Clehtopia, no se a quien se le ocurre llamarlos así… Bueno, en realidad sí sé a quién, pero se los diré más adelante. Por alguna extraña razón, una mañana de las mas comunes y laborosas, cuando los Gomoides seguían su rutina de trabajo y tareas, y Homogomis se pintaba la piel de rosa y lavaba a su pepita en los ríos con sus artilugios especialidades en pepitas (su ex cepillo de dientes), apareció un Duende aparentemente inmenso por el relejo de la sombra que tapaba la luz al pobre homogomis. Todo desconcertado Homogomis solo vio a un ser verde de nariz prominente. Tenia una bata de científico larga para su pequeño tamaño, y unos lentes que parecían agrandar sus ojos deformando su “hermosa” cara. —¿Se le ha perdido algo? —dijo Homogomis un poco incomodo ya que estaba en la ducha intima de su amiga la pepita de oro (tampoco es muy común ver a alguien bañando a una pepita con un cepillo de dientes). —¡Yo jamás pierdo las cosas, a mí me las roban! —reclamo el Duende indignado y con los brazos cruzados—. Mi querido ser de goma, ¿podría usted decirme que hace con mi pepita de oro? La llevo buscando por décadas. —¿Vuestra pepita de oro? ¿Dónde podría tener yo eso? Lo único que tengo es mi preciada piedra brillante —olvide deciros que Homogomis no sabe diferenciar entre pepitas y piedras, por alguna extraña razón—. Y justo ahora es momento de su baño, así que si no es de mucha molestia ¿Podría hacerse a un lado? Si no termino rápido llegare tarde al trabajo. —¡Gomoide ingrato! He intentado comportarme amable, pero veo que usted no ve la seriedad del asunto. Como usted sabrá nosotros, a diferencia de ustedes, vivimos una miseria —exclamo el Duende, y era verdad, estos seres solo viven unos meses. Su tiempo de vida es bastante corta a diferencia de un ser humano común, por lo que tienden a madurar y envejecer en corto tiempo—. Y es por eso que desde tiempos antiguos se nos adhiere una pepita de oro en nuestra frente, gracias a esto, vivimos casi una eternidad. Vera, yo he perdido la mía hace no mucho y estoy muriendo. ¡Mis hijos están desbastados! ¡No les puedo dar la infancia que merecen por perder esa maldita pepita de oro! No me explico que hice yo para merecer esto. Todos los días me levanto y salgo en búsqueda por la salud de mis queridos hijos, ya que también no he dicho que, si el padre no tiene pepita de oro, sus hijos… ¡Morirán! Si bien la historia del duende pareciera trágica, no os asustéis, estos seres tienen la mala fama de ser unos buenos mentirosos, Desde pequeños los crían para robar objetos, ya sea por medio de mentiras, manipulación, o engaños. Esto es algo que ya sabia Homogomis, por lo que no le presto mucha atención y siguió bañando a su pepita de oro, haciendo oídos sordos al monologo del Duende. —¡Es suficiente! Ha sido un gusto escucharlo, pero me tengo que ir. Espero encuentre a su pepita de oro y salve a sus hijos ¡Adiós! —Con esto el joven “Gomoide” se levanto, retrocedió escabulléndose por la puerta de su morada, y cerro la perilla lo más rápido posible, poniendo miles de seguros pues sabia que era un Duende ladrón. «Por suerte esto ya término», se dijo a si mismo Homogomis, cuando de repente se dio cuenta que… ¡Sus manos estaban vacías! Inmediatamente quito todos los seguros de su puerta, y salió brincando, pero al estar afuera no encontró al Duende, ni su cepillo, ni su toalla, ni sus monedas, y ni su gran preciada pepita.