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La Europa

Revolucionaria
b (17891848)
Javier Paniagua

ANAYA
&

ntre 1789 y 1848 Europa se transfor­

E ma. La Revolución Francesa y los proce­


sos posteriores - e l Imperio Napoleónico,
la Restauración y los ciclos revolucionarios
de 1 8 2 0 ,1 8 3 0 y 1 8 4 8 -, acompañados de
profundos cambios económicos y sociales,
configuran la sociedad europea basada en
los principios liberales, impulsores de la
proclamación de constituciones. El Roman­
ticismo, el surgimiento de los movimientos
nacionalistas y el inicio de las ideas socia­
listas son algunos de los factores que esta­
blecen los fundamentos del mundo con­
temporáneo, que intenta superar la estruc­
tura feudal del Antiguo Régimen propug­
nando la igualdad, la libertad y la fraterni­
dad de todos los ciudadanos.
JAVIER PANIAGUA, profesor e investigador de
Historia Social, ha sido Jefe de Formación
del Profesorado del ICE de la Universidad
de Valencia, Director General de Enseñan­
za de la Generalitat Valenciana y Director
del centro de la UNED de Alcira (Valencia).
Es autor de numerosos trabajos sobre el I
i i
movimiento obrero español. ISBN 84-207-3442-X
1544044

9 7 88420 734422
Colección: Biblioteca Básica
Serie: Historia

Diseño: Narcís Fernández


Maquetación: Pablo Rico
Ayudante de edición: Estrella Molina y Olga Escobar

Coordinación científica: Joaquim Prats i Cuevas


(Catedrático de Instituto y
Profesor de Historia de la
Universidad de Barcelona)

Coordinación editorial: Juan Diego Pérez González


Enrique Posse Andrada

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el artículo 534-bis del C ódigo Penal vigente, podrán ser castigados
con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren
o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica
fijada en cualquier tipo de soporte, sin la preceptiva autorización.

© del texto, Javier Paniagua, 1989


© de la edición española, Grupo Anaya, S. A .. 1989
Telém aco, 43. 28027 Madrid
Primera edición, septiembre 1989
Segunda edición, corregida, julio 1992
I.S .B .N .: 84-207-3442-X
Depósito legal: M-18.639-1992
Impreso por O R Y M U , S. A . C/ Ruiz de Alda, 1
Polígono de la Estación. Pinto (Madrid)
Impreso en España - Printed in Spain
Contenido
De súbdito a ciudadano, de pueblo
a nación 4

1 La Revolución francesa:
el nacimiento de una nueva era 6

2 El Congreso de Viena:
intento de restauración
del viejo orden 28

3 El mundo de las ideas:


del liberalismo al socialismo 34

4 El ciclo revolucionario:
1820-1830 54

5 El ciclo revolucionario:
1848, «año de las revoluciones
democráticas» 80

Datos para una historia 90

G losario 92

Indice alfabético 94

Bibliografía 96
El mundo de las ideas: del liberalismo
al socialismo
El liberalismo no es una doctrina muy elaborada, carac­
terizada por una filosofía concreta. Supone más bien una
mentalidad general, fruto de la confluencia de distintas
corrientes de pensamiento, que destacan la capacidad
de respuesta individual por encima de los principios in­
mutables establecidos por la tradición o las costumbres.
Es el fruto de un largo proceso, iniciado en las civiliza­
ciones grecorromanas, que fue creciendo y extendién­
dose a lo largo de la Edad Media y la Moderna, con la
conquista de fórmulas racionales para entender el mun­
do y rechazando argumentos de autoridad no co m ­
probados.
Los descubrimientos científicos producidos a partir del
siglo XVI, la filosofía empirista y las ideas políticas de la
Ilustración constituyen elementos fundamentales para
comprender la formación del liberalismo, desarrollados
a partir de la independencia de los Estados Unidos y de
la Revolución Francesa.
La ideología liberal corre pareja con el ascenso de la
burguesía en Europa, que se consolida con la Revolu­
ción Industrial, y con ella creará su concepción del mun­
do y la defensa de sus intereses, concretados en la sal­
vaguardia de los derechos individuales. Libertad, por
tanto, para fabricar, comerciar y ampliar los mercados.
Libertad para elegir el gobierno apropiado a los intere­
ses de cada uno y votar las leyes deseadas. Libertad para
El escritor y filó­
sofo Jean-Jacques pensar y expresarse sin censura. El Estado será siem­
Rousseau (según un pre el valedor de la libertad, y su objetivo consistirá en
retrato de Quintín velar por los derechos de las personas, sin intervenir en
La Tour). Producto las relaciones económicas o sociales.
de la cultura enci­
Pero en el liberalismo encontramos diversos matices
clopedista ilustrada
acerca de cóm o ha de ser entendida y practicada dicha
d e l s ig lo X V III,
Rousseau acabaría libertad. De ahí que se hable de liberalismo económ ico,
por ser reconocido político, moral, religioso, etc., y, dentro de ellos, dis­
com o p en sad or tintas posturas, desde las más radicales a las más m o­
esencial por los re­ deradas, configuran un panorama ideológico variado,
v o lu c io n a rio s del
pero que tiene com o punto de partida la D e c la r a c ió n
XIX. En la página
d e D e r e c h o s d e l H o m b r e y la potestad de todos los se­
opuesta, la Virtud
visita la tumba del res humanos a ser iguales ante la ley e intervenir en al­
filósofo francés. gún grado en las cuestiones de gobierno.
Fue en la Inglaterra del siglo XIX. el país más desa­
rrollado industrialmente en la época, donde estas ideas
El liberalism o adquirieron su mayor consistencia teórica. Son una bue­
na muestra economistas com o Adam Smith. Malthus o
Ricardo, y pensadores de la talla de Bentham y Stuart
Mili. Todos ellos, junto a los franceses Benjamín Cons-
tant y Alexis Tocqueville, establecieron los principios
fundamentales del liberalismo político y económ ico
moderno.
Tras la derrota de Napoleón, las fuerzas que intenta­
ron la vuelta al Antiguo Régimen reaccionaron contra
todo lo que les recordara la Revolución, considerada co­
mo fuente de todos los males acaecidos, al querer tras­
tocar el sentido tradicional de las sociedades. Pensaban
En la Inglaterra del que había sido un castigo de la Providencia ante unas
primer tercio del si­
doctrinas y una experiencia que alteraban el orden na­
glo xix, el miedo a
tural. El francés Joseph Maistre, teórico del tradiciona­
la Revolución caló
profundamente en­ lismo de aquella época, escribía:
tre su clase dirigen­
te, que veía de esta «El hombre puede plantar un pepino, hacer crecer un árbol,
fo rm a tan p e c u ­ perfeccionarlo mediante injertos y podarlo de cien modos dis­
liar el avance de tintos. pero jamás ha podido imaginar que pueda crear un ár­
las ideas liberales y bol. ¿Cómo ha podido entonces imaginarse que tuviera p o ­
democráticas. der para crear una Constitución?»

36
Sin embargo, para los liberales — denominación que
se utilizaba al principio en tono despectivo— , sólo a tra­
vés del descubrimiento progresivo de la verdad con el
El liberalism o
concurso de la razón puede el hombre alcanzar una so­
ciedad más justa. En este sentido, el parlamentarismo
liberal representa la confianza en el diálogo y en la con­
frontación organizada de opiniones. Los Congresos o
las Asambleas de diputados discuten distintos aspectos
de la realidad hasta lograr el acuerdo o consenso, se­
gún la relación de fuerzas políticas existentes. Esto lleva
a un rechazo de los dogmas impuestos por cualquier
Iglesia o por la tradición y a un reconocimiento del rela­
tivismo de todas las verdades. Por tanto, el poder ha­
brá de estar limitado, siendo lo más adecuado dividirlo
y establecer la separación entre ejecutivo — gobierno— ,
legislativo — Parlamento— y judicial — los tribunales de
justicia— , tal com o ya señalara Montesquieu.
La ideología liberal adquiere carácter revolucionario
durante la primera mitad del siglo XIX. a medida que
se convierte en la bandera reivindicativa frente a las
fuerzas del Antiguo Régimen. Por tanto, en aquellos
años fue un movimiento subversivo (1815-1848), pro­
tagonizado por burgueses, profesionales liberales (abo­
gados. médicos, funcionarios), comerciantes y también
por muchos obreros. Juntos lucharon en las barricadas

La pujanza indus­
trial de Inglaterra
d a b a a este país
una condición de
«la b o r a t o r io de
pruebas» del proce­
so re volu c io n ario
de la época indus­
trial. La formación
de partidos y sindi­
catos obreros en­
contró en Inglaterra
su m ejo r terreno
para fructificar, al
abrigo de las nue­
vas factorías y ciu­
dades industriales. 37
para derrotar a los reaccionarios, que querían mante­
ner el viejo orden social y económ ico, ajenos al empuje
El liberalism o de las nuevas fuerzas productivas que estaba generan­
do la creciente industrialización y las transformaciones
en la agricultura.
Sin embargo, para aquellos liberales era fundamen­
tal no compartir el poder que arrebataban a los monar­
cas absolutos; en muchos casos limitaron la capacidad
de voto o de elección únicamente a los dotados de un
cierto nivel económ ico o una alta formación intelectual.
Entendían que tan sólo en ellos podía recaer la sobera­
nía popular, pues eran quienes hacían progresar la na­
ción. El resto de la población habría de limitarse, según
ellos, a trabajar y disfrutar de la riqueza que habían crea­
do los hombres de empresa o los propietarios agrícolas.
Este punto encerraba una contradicción: si se predi­
caba la libertad para todos, resultaban injustificables las
trabas y exclusiones que sufría una inmensa mayoría de
los ciudadanos. Así, conforme avance el siglo XIX, ten­
dencias más radicales exigirán el sufragio universal. S o ­
cialistas y anarquistas ponían en evidencia las con­
tradicciones del liberalismo; la falsa libertad por ellos
proclamada, falsa porque sólo podían disfrutarla los p o ­
seedores de algún medio de producción, mientras los
obreros se veían en la obligación de vender su fuerza de
trabajo sin otras contrapartidas. Aun así, a principios del
El crecimiento eco­ siglo XIX. el pensamiento liberal constituyó una ideolo­
nómico que el libe­
gía revolucionaria frente a la legitimación de lo tradicio­
ralismo propugna­
ba derivó en una di­
nal propugnada por la Restauración.
visión social entre
los poseedores de
los medios econó­
micos, por un lado,
V, por otro, la fuer­
za del trabajo, com ­
puesta por el prole­
tariado industrial,
agrupado en los su­
burbios de las gran­
des c iu d a d e s . El
conflicto entre cla­
ses sociales enfren­
tadas era tan inmi­
nente com o inevita­
ble.
El ro m a n tic is m o
N o resulta fácil definir o delimitar cronológicamente el El
romanticismo, que desde principios del siglo XIX se con­ r o m a n tic is m o
virtió en la principal expresión literaria, artística y estéti­
ca de la nueva sociedad industrial naciente en Europa.
El neoclasicismo (la «vuelta a lo clásico») del siglo an­
terior concebía el arte com o la combinación de ciertos
elementos: armonía, unidad y carencia de individuali­
zación (los autores grecorromanos eran los modelos imi­
tados) y la estética estaba basada en reglas establecidas.
Así. las obras teatrales se regían por la unidad del espa­
cio (que no cambiaba en el transcurso de las mismas)
la unidad del tiempo (sólo estaba permitida una dura­
ción máxima de veinticuatro horas en el desarrollo de
la acción) y la unidad de la trama, tal com o señaló Aris­
tóteles. Igualmente, no podía mezclarse lo trágico con
lo cómico, ni representarse la violencia en escena.
El romanticismo tiene sus antecedentes en la segun­
da mitad del siglo XVIII. principalmente en escritores
alemanes que reaccionan contra el racionalismo de los
ilustrados. Un autor. Klinger, escribió en 1777 una tra­
gedia, S tu r m u n d D r a n g ( T e m p e s ta d y e m p u je ) , que

En Alem ania el ro­


manticismo se fun­
damenta en la crea­
ción filosófica y en
la teoría literaria.
Kant, Fichte, Sche-
lling y Hegel fueron
los pensadores más
importantes de fi­
nales del XVIII y
principios del XIX, y
constituirán una de
las bases de la in­
t e r p r e t a c ió n d e l
mundo contem po­
ráneo. 39
sirvió para dar nombre a un movimiento literario en el
El que se preconizaba la defensa del individuo contra la
rom anticism o uniformidad de la sociedad. Los hermanos Schlegel, Fe­
derico y Augusto, estudiaron y difundieron las obras de
Shakespeare y Calderón de la Barca com o prototipos
El pintor G a s p a r de autores que no seguían los moldes clásicos. También
D a v i d F r ie d r i c h la novela de Jean-Jacques Rousseau, L a n u e v a E lo ís a .
puede considerarse cargada de sentimentalismo, ejercía gran influencia en­
el más genuino re­ tre los escritores alemanes, primero, y posteriormente
presentante del ro­ entre los ingleses. Curiosamente, en la Francia revolu­
m a n tic is m o a le ­
cionaria la estética romántica desplazó a la tradición gre­
mán. Sus cuadros,
com o éste, titulado
corromana cuando el Imperio napoleónico empezaba
L a s tre s e d a d e s, re­ su decadencia. Quizá cabe pensar que existe una «re ­
bosan de una exal­ lación de opuestos»: los avances sociales y políticos
tación apasionada, refuerzan las ideas culturales tradicionales, mientras,
con un equilibrio contrariamente, el conservadurismo político genera m o­
com positivo entre
vimientos intelectuales radicales.
paisaje, luz y figura
humana, en el m ar­ Los románticos lucharon contra la situación vigente
co de una atm ósfe­ en cada caso. Eso explica que representaran muchas
ra fantástica. y variadas cosas: un sentido de rebelión amplia contra

40
la sociedad, contra el clasicismo, la Iglesia establecida,
la Revolución Francesa y Napoleón, la aristocracia, el
absolutismo y contra los comportamientos de la burgue­ rom anticism o
sía. Al mismo tiempo crean sus propios héroes, unos
inspirados en el m edievo — el Corsario, Guillermo Tell,
Don Juan — , mientras otros siguen un m odelo que pa­
sa por ser el prototipo de vida romántica, con personajes Lord G eorge G or-
inmersos en la amargura, la melancolía, el desengaño, don Byron (1788-
dispuestos a sacrificarse por un ideal — el poeta inglés 1824) encarna al
Byron murió de peste en Missolonghi, donde había ido héroe rom ántico,
identificado con sus
para luchar por la independencia de G recia— , por un
personajes litera­
amor no correspondido — Kleist. que se suicidó después rios. Perseguido por
de matar a su amante, o Larra, que se quitó la vida a el escándalo de una
los veintiocho años— . Otros padecieron la desespera­ vid a sentim ental
ción, las privaciones y fallecieron también jóvenes, co ­ a g i t a d a , en u n a
época de costum­
mo Novalis. Shelley, Keats, Leopardi. Schubert, Cho-
bres muy rígidas,
pin y el pintor Delacroix.
abandonó Inglate­
A pesar de lo difícil de encontrar una definición g e ­ rra en 1816. Resi­
neral del movimiento romántico pueden destacarse al­ dió en G inebra y
gunos rasgos característicos, tales com o la libertad de Venecia y murió,
imaginación no sujeta a ninguna norma, ni constreñida víctima de la peste,
en M is s o lo n g h i ,
a resaltar determinados principios morales. Se valora la
donde se encontra­
creación artística por sí misma y se buscan nuevos es­ ba para defender la
cenarios en donde la experiencia humana se desenvuel­ in dependen cia de
va; de ahí que los lugares lejanos — la India, o Egipto— Grecia.
adquieran un gran atractivo. Delacroix buscó inspiración
El en Argelia, y Teófilo Gautier popularizó una imagen exó­
rom anticism o tica de España con sus gitanos, bandoleros y majas. De
igual manera, les resultaba sugerente la Edad Media y
se divulgaron el R o m a n c e r o español, la C h a n s o n d e R o -
la n d , el S ig fr id o de los Nibelungos y las M il y u n a n o ­
c h e s , entre otros. El escocés Walter Scott escribió mul­
titud de novelas de ambiente medieval.
Otra característica fue el valor que se atribuía a la na­
turaleza, que no tenía ya el sentido de materia científi­
ca, regida por leyes inmutables descubiertas por el aná­
lisis de la razón y comprobadas por la experimentación,
es decir, desprovista de significado moral. Para el ro­
mántico constituye una fuente de inspiración y conoci­
miento en la que el poeta, el novelista, el escultor o el
músico se reconocen e intervienen, desde una perspec­
M adam e de Staél, tiva subjetiva, en la visión de los paisajes. Junto a ello,
c u y o a u té n t ic o una tendencia a buscar nuevos símbolos que reflejen
nombre era G erm a­ los sentimientos, las pasiones, al m odo del F a u s to de
na Necker, hija del Goethe, que pacta con el diablo para adquirir la eterna
m inistro de Luis
juventud, o la condición humana, com o en L o s mise­
XVI, fue la primera
teorizadora del m o­ rables de Víctor Hugo.
vimiento romántico En resumidas cuentas, en Europa este movimiento,
fra n c é s , con su que va de 1770 a 1850, representó la expresión de una
obra «D e la literatu­ nueva sensibilidad artística en un mundo cambiante,
ra», en la que cues­
donde los modelos políticos habían sido alterados por
tiona la teoría clási­
la Revolución Francesa y los económicos, por la indus­
ca de la belleza a b ­
soluta y propone la trialización. El impacto de todo ello condicionó la obra
relatividad de la de muchos artistas, quienes, fieles testigos de su tiem­
misma según paí­ po, supieron recoger las contradicciones de una época
ses o lugares. Pero que parecía no poder ser entendida únicamente por m e­
fue V ícto r H u g o dio de la razón y la ciencia. Se mostró a la vez reaccio­
(1802-1885) el es­
nario y revolucionario, burgués y antiburgués, en per­
c rito r ro m á n tic o
m ás im p o rta n te , fecta sincronía con la situación vivida por los hombres
cuya obra teatral y mujeres de aquellos años en que la cultura adquiría
«H ernani» supuso, cada vez más difusión entre las clases medias.
el día del estreno en El romanticismo acentuó el individualismo en contra­
1830, la b a t a lla posición a los que defendían el arte com o expresión de
frontal contra los
las ideas comunes, y no de los sentimientos persona­
presupuestos de la
dramaturgia greco- les. El ser humano había com enzado su nuevo destino
rom ana. Sobre es­ de soledad entre la multitud, en un m edio inestable,
tas líneas, Víctor cambiante, donde se impone el anonimato, en unas ciu­
42 Hugo. dades cada vez más populosas.
El nacionalismo
La conciencia En los albores de la Edad Media el sentimiento común
nacional más importante era el de ser cristiano, en unas condi­
ciones bajo las cuales la mayoría de las gentes vivían y
El liberalismo apor­ morían en el mismo lugar donde habían nacido. Con
tó un sentimiento el transcurso del tiempo fue formándose una concien­
nacionalista a pue­ cia vaga, primero, y definida, después, de pertenecer
b lo s so m etido s a
a una comunidad más amplia que el espacio donde es­
poderes ajenos a su
propio espíritu na­
taba el hogar permanente, vinculado por lazos de leal­
cional. Italia y A le ­ tad o servidumbre a un señor feudal o a un rey.
mania constituían, El despertar de las naciones fue un proceso que ad­
en la primera mitad quirió su mayor fuerza en el siglo XIX y continuó vigen­
del s ig lo X IX , un te en el XX. La Revolución Francesa sustituyó, como sa­
m osaico de peque­
bemos, al rey com o fuente de soberanía por la Nación;
ños estados, que se
levantaron contra
los Estados Generales pasaron a denominarse Asam ­
sus opresores, en blea Nacional, y los soldados franceses clamaron en
pro de la unidad de Valmy: «¡V iva la Nación!». Ella se convirtió a partir de
sus terrotorios na­ entonces en el elemento aglutinador de los pueblos que,
cion ales respecti­ por su propia voluntad, han decidido vivir juntos.
vos. Aquí, plebisci­
Sin embargo, esta concepción supone el expreso con­
to en la Universidad
de N ápoles a favor
sentimiento por parte de los individuos de un territorio
de la unidad italia­ determinado. En esto difieren la mayoría de los pensa­
na, en 1830. dores alemanes, para quienes la nación es algo vivo,

44
con fuerza interior, generadora de un espíritu popular
(«Volgeist») que la convierte en algo superior a los hom ­ La conciencia
bres. Los ciudadanos no pueden alterar algo no creado nacional
por ellos, sino que, transmitido de generación en gene­
ración, representa el sustento de unas costumbres, una
lengua, un folclore, una cultura en suma, que no cam­
bia por la iniciativa momentánea de unas personas.
Estas dos visiones de la nacionalidad pugnarán entre
sí a lo largo del siglo XIX Un autor francés, Ernest R e­ Italia mantuvo una
nán, en una conferencia pronunciada en 1882 sobre el difícil lucha por su
identidad nacional;
tema «¿Q ué es la Nación?», mantenía — en defensa de
tanto en el norte co­
la soberanía francesa sobre Alsacia y Loren a— el prin­ mo en el sur se pro­
cipio de la voluntad de los habitantes de un territorio dujeron revueltas
para permanecer juntos. Mientras, los alemanes alega­ nacionalistas con­
ban argumentos históricos, étnicos y lingüísticos para tra a u s t r í a c o s y
anexionarse dichas regiones y, siguiendo al filósofo Her- borbones, así como
contra el poder p a­
der, afirmaban que «el alma era la madre de toda cul­
pal en los Estados
tura en la tierra». Pontificios del cen­
Esta conciencia de diferenciación fue también una tro de la península
fuerza ideológica que movilizó a muchos pueblos duran- Italiana.

45
te el siglo XIX. Napoleón despertó con sus conquistas
La conciencia dicho sentimiento, y precisamente el nombre de «bata­
nacional lla de las naciones», dado a la coalición contra el em pe­
rador en Leipzig en 1813, tiene un carácter simbólico.
A partir de entonces, ideas com o «las fronteras na­
cionales» o «la soberanía nacional» adquieren mayor
fuerza, y habrían de concretarse en el concepto de Es­
tado, unido principalmente por un idioma común que
condiciona una manera determinada de pensar. El poeta
alemán Arndt solía decir que la patria se extiende «tan
lejos com o resuena la lengua alemana».
A partir del primer tercio del siglo XIX el término «n a ­
cionalidad» adquirió plena vigencia. La Academia Fran­
cesa lo adoptó en 1835, y el movimiento Joven Euro­
pa, prom ocionado por Mazzini — luchador en pro de la
unificación italiana— proclamaba en el mismo año que

«todo pueblo tiene su misión especial, que es cooperar al lo­


gro de la misión general de la humanidad, la nacionalidad».

Si para los italianos, polacos, griegos, húngaros, ser­


vios, alemanes..., el nacionalismo fue una ideología pro­
gresista que propugnaba la autodeterminación y la lu­
cha contra sus opresores, sirvió también para inspirar
a los conservadores, defensores de la tradición, que

Para los italianos la


unidad nacional era
algo más que una
consecuencia ideo­
lógica: significaba
la posibilidad histó­
rica de form ar un
sólo estado desde la
d e s a p a r ic ió n del
Im p e rio ro m a n o .
La bandera tricolor
se convirtió en el
sím bolo de la uni­
46 dad nacional.
reaccionaron contra lo que representaba Napoleón: la
difusión de las ideas revolucionarias y de unificación de La conciencia
los Estados. nacional
El nacionalismo estimuló en cada país los estudios fi­
lológicos sobre la lengua propia y dio lugar a que se des­
pertara el interés por el pasado histórico. El folclore, la
épica, las costumbres ancestrales se analizaron y se di­
vulgaron: en todo el proceso fue clave el papel de los
autores románticos que glorificaron la supuesta libertad
de otras épocas, ahora perdida.
Cuando existe una disparidad entre idioma oficial
de un Estado y el que habla una determinada minoría,
éste se convierte en un arma reivindicativa de reafirma­
ción nacional, y de él se hace bandera política. Húnga­
ros, polacos y muchos otros lucharon por extender su
lengua en todos los ámbitos de la vida, sobre todo en
las escuelas. También en el caso de diferencias de cre­
do, com o en Irlanda respecto a Gran Bretaña, Bélgica
respetó a Holanda, Grecia al Imperio Turco, etcétera:
la religión actúa com o catalizadora de «los movim ien­
tos nacionales».
En suma, el nacionalismo, al igual que el liberalismo
o el romanticismo, no es una ideología de una sola di­
rección y puede adquirir, según el contexto, un carác­
ter progresista o reaccionario. En algunos casos cabal­
gan juntos para establecer un régimen constitucional que
elimine los elementos tradicionales y feudales de la so­
ciedad del Antiguo Régimen: el movimiento de unifica­
ción italiana, la independencia de Bélgica o la batalla El esfuerzo de Italia
por su unidad na­
c io n a l im p lic a b a
pactar un modelo
de E stado. P a ra
ello, el rey del Pia-
monte, Víctor M a ­
nuel III (arriba) hu­
bo de llegar a un
acuerdo con el muy
re p u b lic a n o G iu -
s e p p e G a r ib a ld i,
que tras su victoria
en Calafatini (iz­
quierda), tenía la
llave de la unidad
nacional italiana. 47
de los liberales españoles contra los sectores tradiciona­
La conciencia les. En esa dinámica, las revoluciones del 48 serán con­
nacional sideradas com o la «primavera de los pueblos». En unas
ocasiones se busca la unidad de zonas divididas; en
otras, la separación de un Estado que controla la admi­
nistración política y cultural. A pesar de que muchas de
estas iniciativas no llegaran a consolidarse, las reivindi­
caciones de libertad y progreso que esgrimían perma­
necieron vigentes durante los siglos XIX y XX
C om o ya se ha dicho, los sentimientos nacionales no
La definición ideo­ fueron siempre acompañados de una ideología progre­
lógica del naciona­
sista, sino que reclamaban derechos antiguos, vincula­
lismo no fue unifor­
me. En España, el dos a los intereses de la aristocracia — tal fue el caso de
carlismo representó Hungría. Checoslovaquia y Polonia, en parte— . Repre­
un movimiento na­ sentaba una corriente contraria a la centralización ad­
cionalista de carác­ ministrativa, a las ideas racionalistas de la Ilustración,
ter tradicional que y conducía a la glorificación del pasado com o fuente de
propugnaba un es­
las reivindicaciones nacionales. En España, los carlistas
tado au to crático,
basado en los prin­
se identificaron con esta concepción, defendiendo una
cipios del Antiguo nación basada en la rehabilitación de los antiguos fue­
Régimen. ros y el rechazo de un Estado unitario y laico.

48
El socialismo
El siglo XIX es también el período de articulación del m o­
E1 socialism o
vimiento y la ideología socialistas. El término em pezó
a divulgarse en la década de los años treinta en Inglate­
rra y Francia. Parece que se em pleó por primera vez
en el periódico francés L e G lo b e , dirigido en 1832 por
Pierre Leroux, y desde cuyas páginas se defendían las
ideas de Saint-Simon. Sin embargo, su significado en
aquellos años era diverso y en él se incluían todo tipo
de proyectos, profecías o protestas sobre las condicio­
nes sociales y económicas de la época.
Tras las guerras napoleónicas, un gran número de sol­
dados británicos se encontraron con dificultades para en­
contrar trabajo. Muchas empresas metalúrgicas y texti­
les cerraron, al no tener ya un mercado asegurado por
las necesidades bélicas, y dejaron en paro a numerosos
trabajadores, que deambulaban por campos y ciudades
buscando algún em pleo ocasional o dedicándose a la
caza furtiva. Adem ás, el Parlamento había dispuesto la
protección del trigo inglés, favoreciendo a los grandes
terratenientes e impidiendo la importación de grano, con
el consiguiente encarecimiento del pan, base de la ali­
mentación de las clases obreras.
El malestar social provocó que muchos obreros reco­
rrieran por la noche, y sin dejar rastro, determinadas zo­
nas de Inglaterra, destruyendo las máquinas de las na­
cientes fábricas, a las que consideraban responsables de
sus males. Eran los lu d d ita s , llamados así por su diri­
gente, un tal Ludd. Hubo otros estallidos violentos, co-

Esta im agen repre­


senta una de las pri­
meras asociaciones
socialistas inglesas.
Inglaterra, por su
especial desarrollo
in d u stria l, fue el
país donde se inspi­
raron para sus an á­
lisis teóricos, que
con taban con los
precedentes de los
s o c ia lis t a s p rim i­
tivos. 49
mo el protagonizado por Jeremías Braudeth, tejedor en
paro, quien organizó una revuelta y condujo a sus se­
El socialism o guidores contra Londres para participar en una revolu­
ción que creía inminente. Shelley escribiría después de
presenciar su muerte en la horca un apasionado p o e ­
ma, C a n c ió n a lo s h o m b r e s d e In g la te r r a :

«Hombres de Inglaterra, ¿por qué labráis?, ¿para dar de co ­


mer a los señores que os humillan?... (...) Lo que los hom­
bres ganan dignamente / eso sólo deberían poseer.»

No eran muy favorables tampoco las condiciones de


vida de los que tenían trabajo en la Inglaterra de la R e­
volución Industrial. La jornada se prolongaba más de
quince horas diarias en fábricas y minas. Los niños y
las mujeres tenían que trabajar para contribuir al salario
familiar. En 1832, una comisión parlamentaria recogió
testimonios de la situación de la mujer y la infancia y
sólo logró que se limitara su horario a doce horas. Diez
años más tarde las cosas no habían cambiado mucho,
y está documentado el caso de un niño de seis años que
pasaba todas esas horas en el fondo de una mina, con
La necesidad de los
obreros ingleses de
la misión de cerrar y abrir las compuertas de la ventila­
m ejorar sus inhu­ ción para permitir el paso de las vagonetas.
m anas condiciones Las condiciones no eran mucho mejores fuera de
de trabajo les obli­ Gran Bretaña. En Francia o Alemania, a principios del
gó a asociarse para siglo XIX. los sectores industriales no habían adquirido
defender sus intere­
el predominio económ ico y social y los trabajadores
ses. La respuesta de
la prensa conserva­ padecían igualmente la crisdis del mercado. El nivel
dora fue identificar de vida no superaba la pura subsistencia y residían en
el socialism o con viviendas precarias, construidas rápidamente para gua­
un enemigo público recerse, sin desagües y en calles llenas de barro y su­
decidido a envene­ ciedad.
nar los centros de
Todo era consecuencia de los cambios acelerados que
trabajo; el empeño
no tuvo dem asiado
desde mediados del siglo XVIII venían produciéndose en
éxito gracias a la Inglaterra a causa de la Revolución Industrial y que se
fu erza m o s tra d a fueron extendiendo con mayor o menor intensidad por
por los obreros en el resto de Europa. La reflexión sobre esta realidad y
la defensa de sus el deseo de buscar solución a las alteraciones de la vida
derechos, pese al
tradicional de muchas familias en la ciudad y en el campo
coste social de las
huelgas y a la dure­
estimularon la proliferación de escritos y manifiestos en
za de la represión los que se opinaba sobre el mejor m odo de resolver las
50 política. contradicciones sociales y económicas.
51
N o obstante, en aquellos primeros años del siglo XIX.
el incipiente movimiento obrero y las ideas socialistas
El socialism o expresadas por diversos autores no iban necesariamente
unidos. Estas se desarrollaron, en un principio, aislada­
mente, manteniendo una influencia restringida en cier­
tos círculos, para ir poco a poco calando en la clase tra­
bajadora. En 1848, el M a n if ie s to C o m u n is ta de Carlos
Marx significó un salto importante en la vinculación de
ambos. Hasta entonces, los programas elaborados tenían
matices muy dispares, y en ellos influía decisivamente
la Revolución Francesa, sobre todo, episodios com o el
de la «Conspiración de los Iguales», de Graco Babeuf
(1796), descrita años más tarde por Filippo Buonarro-
ti. uno de sus colaboradores. En ella se proclamaba:

«H a llegado el momento de fundar la República de los Igua­


les, este inmenso albergue abierto a todos los hombres.»

Jean-Jacques Rousseau fue tal vez el primero en ana­


lizar las causas de las desigualdades sociales entre los
hombres y apuntó una explicación de la historia de la
Humanidad, según la cual ésta, al evolucionar la civili­
zación, se habría desviado de un orden natural en el que
todos eran iguales, al compartir sus bienes en comuni­
dad. En ningún caso el pensamiento rousseauniano pue­
de ser considerado socialista, pero dio pie a que se cues­
tionara la inamovilidad de la propiedad privada.
Las propuestas de aquellos primeros socialistas para
solucionar los males del capitalismo fueron heterogé­
neas. Fourier atacó el nuevo orden industiral y buscó
en las comunas libres el camino adecuado. Robert Owen
defendió el cooperativismo y pretendió aplicarlo en una
ciudad tipo. El francés Pierre Proudhon desechó la ac­
ción política, propició un mutualismo permanente en­
El socialism o a d ­
tre los obreros, sin la intervención del Estado (m odelo
quirió pronto rango
reivindicado años más tarde por los anarquistas). En
de movimiento po­
lítico transnacional. cambio, Louis Blanc veía en los Talleres Nacionales un
La creación de la sistema de proporcionar trabajo y eliminar la com peten­
Primera Internacio­ cia a la que consideraba nefasta para la estabilidad so­
nal en 1864 p ro ­ cial. Auguste Blanqui creía que la capacidad revolucio­
pició el encuentro
naria de un grupo de hombres formados estimularía la
entre las diferentes
insurrección para construir un nuevo orden. En algu­
corrientes del pen­
52 samiento socialista. nos casos se partía de una diferencia radical entre las

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